
En el lobby del Centro de Inmunología Molecular (CIM) una placa con los nombres de sus fundadores recubre gran parte de la pared. Entre los primeros puestos está Teresita de Jesús Rodríguez Obaya, quien inauguró la prestigiosa institución como jefa del Departamento de Control de la Calidad.
Una de las frases iniciales de nuestro encuentro revela el amor por el sitio donde labora hace tres décadas: “el CIM es como mi hijo, es un amor similar”.
Lo mismo podría decir de NeuroEpo, un fármaco que bajo el nombre de NeuralCIM ha registrado resultados alentadores en el tratamiento de enfermedades neurodegenerativas.
En su caso particular, el vínculo con este medicamento tiene estrechos lazos afectivos, pues se involucró en su desarrollo mientras buscaba un remedio para el Alzheimer de su madre, figura esencial en la formación del carácter humilde y ávido de conocimiento de quien hoy se desempeña comogerente del producto NeuroEpo en el CIM.
¿Cómo surgió la vocación científica? Primeras experiencias
Amelia, una pedagoga brillante, sembró desde el hogar en la pequeña Teresita el gusto por la buena literatura y la música. En el ámbito personal, el modelo a seguir de aquella niña fue, desde siempre, su madre.
Ya en la adolescencia, la hoy científica tenía como referentes a Madame Curie y Carlos J. Finlay, aunque se sintió libre de experimentar en disímiles actividades antes de decidirse por la Medicina.
Fue líder juvenil de varias organizaciones e, incluso, formó parte de un equipo de baloncesto, pero le había prometido a su mamá estudiar una carrera universitaria. Siempre tuvo sus metas claras.
La apuesta por la Medicina se concretó luego de un triste acontecimiento familiar, cuando su tía materna falleció, a los 38 años.
“No me entraba en la cabeza cómo llegaba a ese final una mujer joven, que había sido deportista y tenía una vitalidad extraordinaria. Cuando murió me propuse ser médico para estudiar las enfermedades. Ya en mi mente estaba la idea de hacer ciencia”, dice.
En tercer año de la carrera, una leucemia provocó la muerte de un estudiante de piano que ella atendía. Había llegado a identificarse con aquel muchacho, casi de su edad, con quien conversaba a menudo.
Aunque los choques emocionales fueron fuertes, ambas experiencias moldearon el interés de la joven por desentrañar las causas que pueden llevar a una persona a morir a tan corta edad.
Entonces surgió la inclinación por la Anatomía Patológica, área que respondía a esa pregunta, y que estudió durante sus años universitarios, bajo la tutela del eminente patólogo Agustín Paramio, “el primero que me enseñó a hacer ciencia”, como ella misma diría.
Su curso fue el de la primera graduación masiva de médicos, después del triunfo de la Revolución.
Pero desde antes, en sexto año de la carrera, se había vinculado a la vida profesional en el Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNIC), específicamente, en el área de Biología Celular e Histopatología.
Iniciaba también por aquel entonces la actividad en la docencia. “Estoy convencida de que un buen investigador tiene que ser profesor. Es la única manera de aprender a comunicarse, y los científicos necesitan llegar a las personas”, afirma tras la experiencia de 42 años en las aulas.
En el CNIC fue la primera persona joven en hacer un doctorado, a los 33 años. “Durante ese proceso aprendí a dibujar, a realizar fotografías y otras actividades, en apariencia distantes de la profesión, pero que me ayudaron a perfeccionar el trabajo. El científico siempre debe tener ese ánimo de conocer”, comenta, mientras esgrime el descubrimiento constante como filosofía de vida.
Años después, la ya Doctora en Ciencias Teresita Rodríguez Obaya se incorporó al Instituto Nacional de Oncología y Radiobiología, como parte del Departamento de Microscopía Electrónica.
Integró el equipo encargado de desarrollar el primer anticuerpo monoclonal en el país, llamado T1.
Luego dirigió un pequeño grupo que estudiaba los tumores epiteliales, y estuvo de forma temporal al frente del Departamento de Anatomía Patológica y en la subdirección técnica.
En ese tiempo, abrió la primera consulta de punción de aguja fina (el llamado BAF), introdujo la tecnología SUMA para la realización de análisis, entre otras innovaciones.
Posteriormente integró el Grupo de Anticuerpos Monoclonales, dentro del propio hospital, que sería la antesala del CIM.
El CIM: Su otro retoño
“Cuando se fue a inaugurar este nuevo centro, Agustín (Lage) me dijo que me necesitaba como jefa del Departamento de Control de la Calidad. Aquello me sonó raro, porque el concepto de calidad que tenía era de algo muy rutinario, donde no se hacía ciencia. ¡Qué equivocada estaba!”, recuerda.
“Nos asesoramos con los profesores de Ingeniería Industrial de la Cujae. Recibimos clases de Estadística, y realizamos muchos experimentos. Por supuesto, yo era la primera que iba a todas las lecciones, junto con mis muchachos. En nuestro departamento se desarrollaron después decenas de maestrías, tesis de doctorado y otros trabajos de investigación”, dice la Rodríguez Obaya, quien exigió desde el principio que sus subordinados estuvieran vinculados a los productos desde su concepción.
Cómo no sentir al CIM como hijo propio,si ayudó a construirlo, tras no pocos viajes en bicicleta en pleno período especial, para diseñar su departamento junto a los arquitectos, y asegurarse de que supliera las necesidades básicas de la especialidad.
Cómo no hacerlo, si aún atesora su pluma, aquella que le prestó al Comandante en Jefe para que firmara en el acto de inauguración del inmueble.
Entre las responsabilidades que asumió como parte de esta institución, le encargaron participar en el proceso de transferencia de tecnología en China y la India, con la apertura de empresas para el desarrollo de medicamentos en esos países.
De vuelta en Cuba, fue asesora científica del Laboratorio de Anticuerpos de Experimentación del CIM y, al jubilarse, se enteró de que se estaba trabajando con la NeuroEpo actual. Ya Amelia, su madre, padecía Alzheimer.
“Hablé con Daniel, el gerente del producto, y me puso como gerente de la parte preclínica. Se lo empecé a administrar a mi mamá, pero, lamentablemente, ya tenía la enfermedad muy avanzada”, recuerda.
NeuroEpo: Una terapia de esperanza
El NeuroEpo se elabora a partir de una molécula que normalmente existe en el organismo, pero está en déficit en quienes presentan enfermedades neurodegenerativas.
Su primer ensayo en la enfermedad de Alzheimer comenzó en diciembre de 2016, e incluyó a 174 pacientes.
Entre los resultados fundamentales, el fármaco no solo detuvo la progresión de la enfermedad, sino que algunos pacientes también mejoraron.
“Cuatro años después de que esos pacientes salieran de sus ensayos clínicos, la enfermedad no ha mostrado signos de progreso, lo cual es importantísimo, porque nos da la medida de que existe una especie de barrera de contención”, afirma la Doctora en Ciencias.
En su criterio, la NeuroEpo, junto a las vacunas contra la COVID-19, son ejemplos de la importancia de la colaboración entre disímiles industrias, que era el objetivo de Fidel cuando creó el polo científico.
“Fue fundamental poder trabajar de conjunto en el desarrollo del fármaco, porque a veces un producto requiere mucha colaboración, en materia de otras técnicas e, incluso, de diseño de experimentación”, sostiene.
“Lograr esa cohesión es muy raro en otro país. No suele existir, porque las empresas compiten todo el tiempo. Aquí, sin embargo, lo que importa es el producto, y todo se pone en función de su desarrollo”, afirma.
A consideración de la profesora, ese es uno de los factores que ha permitido consolidar la industria biotecnológica nacional, a pesar de los obstáculos económicos.
Mujer de ciencia
En su vida profesional, Teresita Rodríguez Obaya se ha sentido atraída por tres temas de investigación fundamentales: la diferenciación celular, la oncología y la neurología. Aunque no ha podido trabajar el primero, se siente realizada.
Su forma de ser se aleja bastante del estereotipo de los científicos como personas encerradas en su campo de conocimiento.
Teresita es lectora voraz de textos de ciencia ficción, aprecia la música de distinto tipo y todo lo nuevo que despierte su interés. No soporta la mentira ni calla ante una injusticia.
Como líder, es ejemplo. Valora la cercanía con quienes le rodean, para conocer sus aspiraciones y favorecer su realización.“Para dirigir hay que motivar”, esa es su máxima.
Sobre el papel de la mujer en la ciencia, comenta que ha evolucionado de manera favorable en los últimos años.
“Aunque cuando comencé había muchas mujeres en el sector, los puestos directivos, en su mayoría, estaban ocupados por hombres. Este panorama se ha transformado, gracias al lugar que hemos ido ganando en la sociedad, por mérito propio”, explica.
“En el mismo CIM hay un alto por ciento de mujeres dirigiendo hoy en día. La equidad es cada vez más significativa, y la propia Revolución ha favorecido ese reconocimiento paulatino”, asegura.
¿Cuál sería el mensaje a las niñas que se quieren dedicar a la ciencia?, es la última pregunta de nuestro encuentro.
—“Cuando alguien tiene un sueño, debe luchar por él. No puede detenerse por ninguna adversidad, y para eso es fundamental la dedicación.
“También hay que ser integral. La ciencia no puede ocupar toda nuestra atención, porque la vida existe, y el joven tiene que disfrutar su juventud, sin perder de vista sus metas. Sueñen y crezcan, sin dejar de vivir a plenitud la época que les ha tocado. Eso es importante”.