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jueves, 20 de abril de 2017

cartas al blog...



Cuando pasen muchos años

Cuando pasen muchos años y nada quede de nuestra vida, por este mismo cielo azul celeste cadalseño seguirán pasando los jilgueros y las nubes blancas; el mar lejano continuará batiendo su mismo 

 rumor  en  una  playa  dorada , nacerá un perfumado día de primavera y otro desolado de otoño; brotarán flores nuevas en el jarrón de casa y la ligera brisa del amanecer estremecerá a los enamorados. Los felices descubrirán que la risa es el perfume de la emoción y las lágrimas su sabor; las mariposas brillantes y multicolores continuarán danzando en este mismo rayo de sol y, sin embargo, nadie nos recordará. 
No seremos nada, definitivamente nada de nosotros permanecerá en un recuerdo. Nadie sabrá si fuimos malos o buenos, ricos o pobres, alegres o tristes, críos o adultos, creyentes o ateos, ni siquiera sabrán si nuestra vida fue bella o vulgar. Sólo continuará cabalgando enamorado por estas tierras Don Quijote con su bondad a toda prueba y con todo su melancólico y utópico amor intacto a flor de piel. Porque todo es cuestión de mirar lejos, de pensar largo, de sentir auténtico… Como Don Quijote.

Aquí, en Cadalso, otros hombres y mujeres tejerán sus ensueños mientras el resplandor de sus hermosas promesas seguirá incendiando el horizonte, acariciarán sus nobles ilusiones, endurecerán su ánimo de lucha, seguirán amando y sonriendo, olvidarán y perdonarán. Cuando pasen muchos años, quizá lean estos escritos y sabrán que estuve por aquí y, a lo mejor, se emocionarán con ellos como me emocionaba yo de niño cuando me leían ante la lumbre cuentos infantiles las noches de invierno.


 Únicamente entonces sabrán que alguien pasó por Cadalso para no volver...  
                     
                 Miguel Moreno González
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martes, 4 de abril de 2017

cartas al blog...



 
BARCELONA



Hice el campamento del Servicio Militar en San Clemente de Sasebas (Gerona), situado a veinte kilómetros de la frontera con Francia. Después me destinaron a un cuartel de caballería en Barcelona, concretamente en el barrio de Hospitalet de Llobregat (cerca del metro de Santa Eulalia), justo en la carretera con dirección a Cornellá.
Enfrente había un almacén de algo relacionado con el petróleo donde trabajaba el hermano de Don Manolo, maestro y paisano cadalseño, que muy amablemente pasó un día que estaba yo de guardia a saludarme y ofrecerme cualquier cosa que necesitara. Desde entonces Barcelona se convirtió en mi ciudad favorita. Uno siempre está por volver a los sitios donde se sintió feliz y bien tratado, pero iban pasando los años y no encontraba ocasión de retornar.




     Por fin, el pasado agosto decidí que no transcurriría más tiempo sin volver para rendir tributo a esa época tan bonita pasada en esa ciudad maravillosa. Una mañana cogimos Paloma y servidor el AVE en Atocha y en tres horas estábamos en la estación de Sants. Allí mismo habíamos reservado un hotel. En Recepción recibimos un sms de nuestra amiga cadalseña: “¡Feliz estancia! Te guardo también el gallito de este año. ¡Qué arte tiene esta mujer! Dejamos el equipaje y salimos raudos al reencuentro de la ciudad.
Anduvimos unos pocos metros y apareció ante nosotros la Plaza de España con su plaza de toros de Las Arenas cruelmente convertida en un esperpéntico centro comercial (ya sabéis que estos centros se distinguen por ser mucho más cultos que los recintos toreros). Lo pasé mal cuando la visitamos y vimos que sólo habían respetado la fachada. Allí asistí al último festejo taurino que se celebró sobre su arena. Le trasladaron desde La Monumental porque ese domingo estaba ocupada por un mitin político. Parecida desilusión recibí al visitar en domingo la solitaria y abandonada Monumental. Los dictadores separatistas hacen
todo lo posible por trocar la cosmopolita expresión de esta urbe en algo insolidario y retrógrado. No lo conseguirán. Barcelona, Cataluña en general, es muchísimo más que sus bastardas y hueras pretensiones. Y lo comprobarán en el futuro en su demagogo y ruin ego. Todo mi desprecio hacia esas posturas reduccionistas e interesadas. No me gusta ese tipo de gente extremista, inculta (inventan historias apócrifas)y taimada. Sobran, junto a quienes les dan alas, en mi pequeño mundo de afectos.




     Bajamos por el Paralelo hacia Atarazanas, Colón y el Puerto y nos encaminamos Ramblas arriba hasta la Plaza de Cataluña. ¡Esta si es mi Barcelona! Nadie me la podrá arrancar de mis amores más íntimos y sinceros. Hace cien años efectuaba parecida ruta. Salía del cuartel y tomaba un autobús hasta el metro de Santa Eulalia. Allí cogía la línea 1, roja, hasta Plaza de Cataluña donde me bajaba y me complacía en recorrer toda aquella zona, con especial dedicación a Las Ramblas, Barrio Gótico, Plaza Real
Entraba en alguna de sus típicas tabernas y me tomaba un bocadillo con “pan amb tomat” y todo me atrapaba con una sencilla aura placentera. Desde el primer instante quise imbuirme en sus costumbres y su cultura y he de decir que jamás tropecé con ningún indeseable converso e intransigente (creo que no abundaban tanto como en época reciente).




     Torné a subir con mi mujer a Montjuich (aquí presencié una etapa de la Vuelta a España 1977) y hoy nos impresionan el Estadio y las Piscinas Olímpicas. Otra mañana nos encaramamos al Tibidabo (la primera vez que estuve ascendí en funicular y me encontré con el Teniente del CIR, al que saludé marcialmente),
allí admiramos el perfecto diseño, la proporcionada simetría de esta deslumbrante metrópoli. Una calurosa tarde marchamos al encuentro de mi antiguo Cuartel. Leí por Internet que había desaparecido engullido por pisos (no ponía nada de si eran producto de la burbuja inmobiliaria”…), me apetecía sobremanera visitar la zona en la que viví un año y medio inolvidable. Gracias a la amabilidad de las personas a las que preguntamos (seguí sin encontrarme gente desatenta o mal educada) llegamos, con ligerísimos contratiempos, al lugar. No lo encontré muy cambiado.
Divisamos unas obras y rápido comprobé que estaban dentro de “mi cuartel”. La preciosa puerta de hierro forjado aparecía casi intacta. Miré el lugar donde estaba el timbre que pulsábamos para formar la guardia y recibir al Teniente-Coronel Espejo y…
¡milagro!, allí estaba. Me emocioné. Se me humedeció la mirada que clavé durante unos instantes en aquel espacio. Quedé paralizado, ido, transpuesto, dominado por  sensaciones muy nuevas provocadas por recuerdos viejos. Es todo tan fugaz en esta vida, tan inaprensible, tan efímero… que cuando me reencuentro con la belleza de lo vivido me parece que nunca pasará. Los bancos de madera donde me sentaba a leer el vespertino Tele/Express no estaban; sí, en cambio, seguía la nave de los dormitorios, las caballerizas, las oficinas, la cantina… En la cantina, el Capitán Barrón me dijo, una tranquila tarde septembrina de güisqui White Horse y confidencias, que haría “la vista gorda” si me iba a las Fiestas de Cadalso incumpliendo el arresto de una semana que me había impuesto el Capitán Duque por haberse encontrado a un soldado dormido en su garita una noche que yo era “Suboficial de Guardia”.



Hice fotos a mi pasado querido acompañado en mi presente por Paloma que -siempre amorosa y comprensiva- sabía el momento tan especial que estaba disfrutando. Al partir oímos el toque de oración del turuta” Gisbert abriéndose paso entre los viejos árboles del paseo principal del cuartel. La guardia está en perfecta formación a las órdenes del Suboficial de Guardia. De la Comandancia cercana sale el brigada Ortega que saluda respetuosamente a la bandera.




     En aquel entonces conocí a Rafael Molina Luengo por mediación de “Cuqui” y Fernando González García. Hombre de bien, persona extraordinaria, trabajaba en una agencia de viajes (Pullmantur, Gran Vía, 658). Él, las tardes de domingo, me “metía” sonriente (siempre sonreía con su lacio pelo largo) en el autobús turístico y nos íbamos a los toros a la Monumental; por esa época era la plaza española -y mundial- que más toros daba cada temporada (y ahora nos vienen con éstas…). A la salida seguíamos ruta a la Sala de Fiestas Scala que entonces estaba de moda en la calle Consejo de Ciento (curiosamente una atardecida de este viaje pasamos por esta calle y compramos unos dulces). Rememoro que Rafael conoció conmigo a la que luego sería su mujer, Pepi, y siete años después su “ex”. La conocimos una tarde que quedamos con ella y su amiga -también se llamaba Pepi-para tomar algo por las tascas del Puerto. Una noche cenamos los cuatro en un chiringuito de madera de Castelldefels, era un lugar precioso y apacible frente al mar, desde donde se vislumbraban las luces de los barquitos de los pescadores. Rafa y las dos Pepis jugaban risueños a los dardos y yo miraba a través de una ventana el mar (como cuenta la canción de Jorge Sepúlveda) mientras, en esta ocasión, se escuchaba “Lucia”, de Serrat.




     El 27 de octubre de 1977 fui a recibir a Tarradellas, Presidente de la Generalitat en el exilio francés, a la Plaza de España y desde allí, entre miles de barceloneses, le acompañamos hasta la plaza de San Jaime (¡Ja sóc aquí!). Quedé fascinado por aquel recibimiento y por la forma apasionada que tenían los catalanes de amar y de defender sus costumbres que nunca observé que fueran separadoras, sino más bien integradoras en sus diferencias. Para explicármelo pensé que eso era parecido a defender la cultura propia (o posible lengua) de mi pueblo. ¿No iba yo a defenderla, reivindicarla y sentirme orgulloso de ello? Aquello me hizo comprender la cuestión y situar en su justo término todo aquello. Es una pena que los castellanos nunca hayamos tenido ni ganas, ni fuerzas, ni amor propio para defender lo nuestro como ellos lo hacen. Y tenemos muchísimos motivos, porque, al cabo, en gran medida fuimos nosotros los que luchamos por una España unida y diversa. Pero bueno, dejemos esto porque una vez más puedo errar.




     Paradojas de la vida, en el hotel Expo presidía nuestra habitación el cuadro de un torero, seguramente que los separatistas (nazionalistas) no recabaron en tal detalle o nunca se habrá hospedado alguno de ellos en este hotel para remediar tamaña ofensa. Una tarde fuimos a las fiestas del barrio de Sants. Como en casi todos los lugares de España animaba el lugar una orquesta latina interpretando piezas de toda la vida. Entramos en una cervecería artesanal,
Homo Sibaris, Plaza de Osca, 4 y el responsable de la misma, maestro cervecero, nos ilustró sobre la cerveza durante un rato agradable en el que disfrutamos libando y escuchando sus enseñanzas. También estuvimos en las fiestas del castizo barrio de Gracia. Graciosamente adornan cada calle y de entre ellas eligen la más bonita. Este año ganó la calle Verdi que la habían disfrazado como si de un poblado del Oeste Americano se tratara. Tomamos cervezas en las barras de “quita-y-pon” que colocan en las calles y allí compramos unas camisetas recuerdo de las Fiestas. El camarero, joven, de ascendencia andaluza, ensayaba el manido discurso que suele transmitirles el poder establecido desde su más tierna e ingenua infancia. Le dije algo quijotesco parecido a eso de: “Llaneza muchacho, no te encumbres, que toda afectación es mala” y cesó en sus peroratas victimistas. Y es que hay cosas que me desconciertan en este país. La mayor es la de querer separar cientos de años de historia en común en beneficio de unos pocos inventando una delirante y disparatada historia que suele tener fácil acomodo en esta sociedad poco docta en Historia de España y en otras. Es mi parecer.




     En sólo cuatro días viví el mayor porcentaje de emociones de mi vida. Fui consciente de ello al sentarnos en un banco de la Plaza de Cataluña, bajo un frondoso árbol que nos aliviaba del sol. Cerca, en la Ronda de Universidad, vi un atardecer de febrero de 1977 la película Retrato de Familia, que me impactó entonces gratamente, la dirigía Antonio Giménez-Rico y contaba entre sus protagonistas con Miguel Bosé. Optamos por seguir “pateando” las calles. En la Avenida Puerta del Ángel compramos un par de libros: uno de historia (para mi) y otro de ficción histórica y romántica (para Paloma). En una frutería de la calle Ferrán, barrio gótico, el noi nos lavó unas piezas de fruta a ruego de la encargada que se lo pidió mezclando, con total naturalidad, el catalán y el castellano. Me encantan estas situaciones porque me hacen familiarizarme con el idioma, así se lo hago ver a mi mujer que asiente convencida.



     Tomamos el metro en Liceo (anuncian Wagner para septiembre) y nos apeamos en la estación de Tarragona, a pocos metros del hotel. Subimos a la terraza del mismo y entre unas vistas espectaculares de la ciudad nos refrescamos en su piscina. Nos duchamos y volvimos a la cafetería de la terraza. Allí comimos, merendamos y cenamos, todo a la vez, mientras la brisa mediterránea nos reconfortaba entre un horizonte de neones y recuerdos. Abajo, vemos pasar ciclistas por los carriles que están perfectamente delimitados en casi todas las calles. Es de noche y relucen los pilotos de las bicis como si fuera Navidad. Nos apoyamos en la barandilla y observando aquel paisaje juego a recorrer mentalmente mis paseos de hace cien años. Aparezco solitario caminando vestido de militar e ilusiones.



Paloma me recuerda que una vez quedé con ella en Sol nada más aterrizar procedente de Barcelona, dice que aparecí con un abrigo marrón claro muy bonito (me lo regaló mi tía Vale) pero ajustadísimo, engordé mucho en la mili. 
Tiempo después, ya licenciado, le comenté en una discoteca de la Gran Vía madrileña que nuestro primer hijo se llamaría M.M.M. y la segunda, añadió ella, B.M.M. Se cumplieron al pie de la letra ambos vaticinios. Torna a preguntarme cosas de aquella etapa mientras acaricia mi mano sobre la barandilla. La vida es absurda, medito, llegará un día en que todas mis cosas desaparecerán y siento pena por ellas. Mi mujer ¡siempre! y el brigada Ortega en la mili, también han sido buenos conmigo. Mañana nos vamos a Cadalso y nadie sabe de las emociones que pululan ahora por mi cabeza. Distingo a lo lejos la silenciosa playa de Barcino por la que, una jornada ya muy lejana, galopó con enamorado desamparo Don Quijote.



                                     Miguel MORENO GONZÁLEZ

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viernes, 24 de marzo de 2017

un poco de historia...




                 LUIS MARÍA DE BORBÓN Y VALLABRIGA






        Luis María de Borbón y Vallabriga, nació, sin rango especial alguno y apellidado Vallabriga de acuerdo con la Pragmática de su tío el rey Carlos III, el 22 de mayo de 1777 en el palacio de Villena (cuyos planos dibujó en su época Ventura Rodríguez) de Cadalso de los Vidrios, ahora provincia de Madrid y entonces provincia de Toledo, fue bautizado en la iglesia de Nuestra Sra. de la Asunción por el cura-párroco Don Francisco Antonio de Irigoyen. 

Era nieto de Felipe V e hijo del infante Luis Antonio de Borbón y de Doña María Teresa de Vallabriga. A su padre le correspondía la sucesión al trono tras la muerte de su hermano el rey Carlos III (en su época se impulsó las fábricas de vidrio cadalseñas, de ahí el apellido de Cadalso) pues el hijo de éste, el futuro Carlos IV, había nacido y se había educado fuera de España, con lo que se colocaba en la línea sucesoria detrás de su padre. Carlos III trató de primar a su hijo y a sus descendientes, por lo que promulgó la mencionada Pragmática mediante la cual eliminaba de la sucesión a todo infante que no se casara con persona de sangre real y no admitiendo el matrimonio del infante con ninguna princesa.

                                Escudo de Luis María de Borbón y Vallabriga


 Su padre, el infante Luis Antonio, muy inclinado a la belleza, primordialmente femenina, buen vividor y ya con 50 años y ante la perspectiva de quedarse soltero y sin descendencia, contrajo matrimonio morganático y quedó por tanto fuera de la línea sucesoria, perdiendo sus descendientes el derecho a llevar el apellido Borbón, según contemplaba la citada Pragmática.
En 1775 se enamoró perdidamente de la hija de un  capitán de caballería aragonés, una joven de 17 años, muy guapa, María Teresa Vallabriga y Rozas, cuando la vio correr alegremente por el campo persiguiendo a una mariposa. A don Luis Antonio, que había formado colecciones relacionadas con la Historia Natural, esa semejanza de aficiones le impresionó grandemente y realizó el primer y único gesto de rebelión de su vida: se casó con ella en 1776, en Olías del Rey (Toledo), en contra del parecer de toda la parentela, encabezada por el soberano. Renunció al capelo cardenalicio por amor y por un deseo íntimo e inconfesable de huir de honores no conquistados, de fiestas no disfrutadas y de los deberes de la Corte.
Después de la boda pasaron a residir al Palacio de Villena de Cadalso de los Vidrios, allí les nació su hijo Luis Maria. Los servidores del palacio trataron de modo altanero a los vecinos del pueblo (un incidente con la mujer de su maestro de caza) y éstos acabaron apedreando el palacio y forzando a la familia a buscar un nuevo emplazamiento (hay que ver como se las gastaban ya entonces nuestros queridos paisanos), optaron entonces por trasladarse en 1779 a Arenas de San Pedro (Ávila). Durante este periodo cultivó sus aficiones de coleccionista de libros y mariposas, sus gustos musicales y sobre todo su entusiasmo por la relojería. Vivieron rodeados de artistas de la talla de Boccherini, Ventura Rodríguez, Goya… Pensando en su esposa no quiso renunciar a la exquisitez de tener a su lado como compositor de cámara y violonchelista a Luigi Boccherini ni al placer de dejar una imagen verídica y viva de sí y su familia. No por vanidad, sino porque percibía que había algo en las almas y en las relaciones de sus familiares, allegados y servidores que era preciso recoger para transmitirlo a la posteridad, no como testimonio de glorias y honores, sino de humanos acuerdos y emotivos desgarramientos. Una alegoría de la vida, en suma, necesitada del espejo sincero de un pincel que no se fijase en las formas, sino en la verdad interior. Su amigo Floridablanca le recomendó en 1783 a un artista para la realización de un proyecto de cuadro de familia. Francisco de Goya intuyó en la mirada de Don Luís la fiebre de un temperamento intenso, cálido, apasionado; tamizado por la dulzura, la emoción, la turbación del amor, la equivalencia de los destinos humanos, la igualdad de los seres ante la muerte, la soledad y el miedo a la finitud de las cosas, rasgos que fueron captados de forma conmovedora en el retrato que dejó el insigne pintor.



Juramento de D. Luis Mª de Borbón Vallabriga de las cortes constituyentes en S.Fernando (Cádiz) el 24-09-1810, por José Casado del Alisal

Su padre muere el 7 de Agosto de 1785 y el rey Carlos III encomienda la educación de los hijos de su sobrino al arzobispo de Toledo. Luis María fue trasladado al palacio arzobispal y sus hermanas tomaron los hábitos en el monasterio cisterciense bernardas de Toledo, todo ello con objeto de evitar la descendencia de esta rama de la familia Borbón. Los jóvenes Vallabriga fueron creciendo lejos de su madre, que tardó siete años en volver a verlos. Luis María sintió desde muy joven inclinación por el estado sacerdotal. Fue educado por el culto cardenal Lorenzana y vivió alejado de la corte hasta que el matrimonio de su hermana, María Teresa, con Manuel Godoy vino a lanzar su carrera. Tras tomar las órdenes sacerdotales fue investido, en 1793, arcediano de Talavera, y al año siguiente fue autorizada su sucesión en el condado de Chinchón, titulo que cedió a su hermana María Teresa en 1795. Era un joven culto, educado y de espíritu liberal, pero de acentuado carácter sombrío, débil y melancólico; más parece el prototipo de algunos cadalseños actuales. Será consecuencia del agua, del propio pueblo o de ese aire que nos acerca y nos aleja de forma caprichosa por laderas, trochas, veredas, senderos, atajos y caminos reventados todos ellos de tristezas y ternuras que nos llevan entre recovecos a buscarnos a nosotros mismos.
        En 1797 la reina Maria Luisa de Parma, esposa de Carlos IV, deseosa de mantener al querido Manuel Godoy bajo su órbita y apartarlo de su amante oficial, Pepita Tudó, urdió la boda del favorito con la hermana de Luis María, María Teresa. Tras la boda, celebrada en El Escorial el 11 de septiembre de 1797, una lluvia de cargos y de honores comenzó a caer sobre los hermanos Vallabriga. El 4 de agosto de 1799 fueron elevados a grandes de España de primera clase, en marzo de 1800 Luis María fue nombrado arzobispo de Sevilla, en junio del mismo año les fueron reconocidos el uso del apellido Borbón y de las armas de la casa real, Luis María recibió la orden de Carlos III y su madre y hermanas la de la reina María Luisa y en diciembre Luis recibe la mitra toledana con sus ricas rentas, fue designado también Marqués de San Martín de la Vega y nombrado gran canciller de Castilla y consejero de estado.

        En octubre de 1800, a los 28 años, Luis María recibe de Roma el capelo cardenalicio, con el título de Santa María Della Scala, que ya había llevado su padre. Su ascensión es festejada en Toledo con mucha pompa. Toda la ciudad se engalana y Goya que había pintado por primera vez a Don Luis a la edad de seis años (este cuadro ha sido adquirido por el Gobierno de Aragón y restaurado recientemente en el Museo del Prado), vuelve a pintarlo cuando se pone la púrpura cardenalicia: hace la glorificación de un príncipe de la Iglesia. Copia de este cuadro se halla en la Iglesia de Cadalso de los Vidrios. Así mismo, según investigaciones efectuadas por nuestro paisano, J.L. Acuña, también en Cadahalso se programaron tres días de fiesta en 1801.

                               Luis Mª. de Borbón, retratado por Goya

El 17 de marzo de 1808 estalla el motín de Aranjuez que conduce al encarcelamiento de Godoy (cuñado de Luis María) y a la abdicación de Carlos IV (su primo y funesto rey). Su hermana María Teresa, ve la oportunidad de abandonar a su esposo Godoy tras muchos años de humillaciones, deja a su hija Carlota (a la que detesta) con los depuestos reyes y se traslada a Toledo junto a su hermano el Cardenal.

        El 2 de mayo de 1808 se inicia el alzamiento popular contra los franceses, el 10 de mayo Fernando VII (nefasto rey como su padre, ¡cuánto atrasaron a España elementos como éstos!) abdica a favor de Napoleón de forma humillante y se vio obligado a reconocer al rey José, hermano de Napoleón. Entre mayo y junio, sin autoridades legítimas, el pueblo asume el ejercicio de su soberanía mediante la creación de las Juntas Provinciales, que se ocuparon de dirigir y organizar la resistencia al invasor. En julio las tropas del general Castaños vencen en Bailén y en agosto recuperan Madrid, los franceses pierden en todos los frentes. El 25 de septiembre de 1808, delegados de las Juntas se reunieron en Aranjuez y decidieron asumir el poder, con el nombre de Junta Central Suprema y presidida por el conde de Floridablanca. En noviembre Napoleón llega al frente de un importante ejército y durante 1809 ocupa toda la península a excepción de Cádiz (protegida por la armada española y británica). Luís Maria y su hermana Maria Teresa huyen de Toledo a Andalucía con la comitiva de la Junta Central y toman parte activa en los acontecimientos liberales.

        A principios de 1810, ante los fracasos militares, la Junta Central convoca elecciones de diputados a unas nuevas cortes y se disuelve dejando un Consejo de Regencia constituido el 29 de enero y presidido por el obispo de Orense. El 24 de septiembre de 1810 se constituyen, en Cádiz, las nuevas cortes, donde tras la misa del Espíritu Santo oficiada por el cardenal Luis María de Borbón, la regencia le cedió, a las Cortes, el destino del país. Allí se dictaron numerosas leyes de corte liberal, Luis María firmó el histórico decreto de abolición del Tribunal de la Inquisición.

      
El 19 de Marzo de 1812 las cortes aprueban la Constitución, en la que debería sustentarse toda la vida del país, empezando por el rey. El 7 de agosto de 1812, el obispo de Orense, presidente del Consejo de Regencia, se niega a acatarla y es expulsado del país. Luis María siendo el único miembro de la familia real en suelo español, fue reconocido regente del reino hasta el regreso de Fernando VII. Durante 1812 y 1813 las tropas francesas pierden prácticamente toda la península y el 11 de diciembre de 1813, Napoleón reconoce la pérdida de España y firma el tratado de Valençay con Fernando VII, reconociéndole como rey de España. El 6 de enero de 1814 se instaura en Madrid un Consejo de Regencia integrado por el cardenal Luis María de Borbón y dos generales. Las cortes, con mayoría conservadora, deciden reunirse en Madrid el 14 de enero de 1814, no aceptando el tratado de Valençay, ni a Fernando como rey hasta que jure la Constitución.

        El 24 de enero de 1814 Goya dirige a los regentes una instancia solicitando ayuda económica para “perpetuar, por medio del pincel, las más notables y heroicas hazañas contra el tirano de Europa”.


 Luis Maria de Borbón, a la sazón Regente del Reino, se la concede y así comienza la historia de dos de los más notables y famosos lienzos de Goya: el que representa el ataque de los mamelucos en la Puerta del Sol, conocido bajo el titulo de El Dos de Mayo y Los Fusilamientos del Tres de Mayo, con la representación de la matanza de la Moncloa.


          Fusilamientos del Tres de Mayo y Carga de los Mamelucos, por Goya

       

El 22 de marzo de 1814 Fernando VII retorna a España y desafiando las ordenes de la Regencia se trasladó a Valencia donde el 14 de abril recibe el apoyo armado del general Elio y un documento firmado por 70 diputados realistas, inmortalizado como “Manifiesto de los Persas”, recomendando la supresión de la Constitución.
       
“Señor: Era costumbre de los antiguos persas pasar cinco días de anarquía después del fallecimiento de su rey, a fin de que la experiencia de los asesinatos, robos y otras desgracias, les obligase a ser más fieles a su sucesor…”

        También acudió a Valencia el Primer Regente Luis María con instrucciones expresas de no rendir acatamiento al rey hasta que jurase la Constitución. Fernando le recibió en Puzol y, pese a la dilación del cardenal en aceptar la autoridad real, el soberano le exigió con gesto imperioso el besamanos, le obligó a acatarle como rey sin previas condiciones. Sólo con un ritual, sólo con una orden se enterró la labor de seis años.
       
“La mañana del 13 de mayo llega el impresentable Fernando VII a Madrid. Entra por la puerta de Atocha y se detiene en la de Alcalá, de los arcos cubiertos de rosas penden dos grandes cuadros de Goya, encargados por el regente Luis María de Borbón: el 2 de mayo en Madrid y los fusilamientos en la montaña del Príncipe Pío, el 3 de mayo de 1808. Se detiene el monarca a admirar las pinturas por un momento, luego continua el paseo triunfante, en su tétrica carroza negra.”

        El 4 de mayo de 1814 se dio el golpe de estado con que Fernando VII recuperó el poder absoluto. Días después detiene a la Regencia, excepto al cardenal Luis María (presentado como leal al rey, pero obligado a retirarse a Toledo y a renunciar al arzobispado de Sevilla y a sus rentas) y a 24 diputados liberales seguidas de las denuncias y detenciones de liberales y afrancesados, vuelve a instaurarse el Tribunal de la Inquisición y comienza la primera de las dramáticas emigraciones de carácter político que caracterizarán a España desde entonces. Con todo ello, de forma lamentable, se empezaba a perder en España uno de los numerosos trenes de la historia a los que hemos llegado tarde por culpa de unos incapaces de ver la realidad y atisbar el horizonte. Los principales culpables de esta ignominia fueron los reyes Carlos IV y Fernando VII, absolutistas y déspotas iletrados, con sus camarillas de sinvergüenzas y aduladores interesados. Aparentemente nuestro paisano, Luis María, fue una víctima propiciatoria de aquella situación tan penosa.

        Un gobierno tan inadecuado condujo a la proliferación de pronunciamientos y conspiraciones (Espoz y Mina el 25/09/1814, Porlier el 18/05/1815). Finalmente el teniente coronel Rafael Riego hace capitular el 7 de marzo de 1820 a Fernando VII, quien tuvo que jurar la Constitución de 1812. El 9 de marzo se constituye una Junta Provisional Consultiva, presidida por el cardenal Luis María que ya había publicado una pastoral favorable a la Constitución. Luis María fue, durante el trienio liberal, presidente de la Junta Provisional de Gobierno y consejero de estado. Su muerte en Madrid el 18 de marzo de 1823 le ahorró, seguramente, la represión y el castigo del rey tras la restauración del absolutismo. Unos meses después, el 7 de abril de 1823, entran en España los cien mil hijos de San Luis, mandados por el Duque de Angulema y enviados por la Santa Alianza: Francia, Prusia, Austria y Rusia, reponiendo el orden absolutista.


        Luis María de Borbón fue enterrado en la sacristía de la Catedral de Toledo, en un bello sepulcro neoclásico de alabastro, labrado en Roma en 1824 por Valeriano Salvatierra, Escultor de Cámara honorario por entonces.
Luis Maria de Borbón

        Y esta es una breve semblanza de nuestro paisano Luis María de Borbón y Vallabriga, al que se me antoja que quizá no se le ha dado en Cadalso la relevancia que por su trayectoria merece y que la historia de España sí parece reconocer y no olvida su delicada y comprometida labor en pos del incipiente, por entonces, liberalismo español. Unos cadalseños sensibles a su recuerdo crearon una “Asociación Cultural Luis María de Borbón” de efímera existencia. Su labor fue muy notable, altruista y entusiasta pero las circunstancias locales acabaron aburriendo a sus abnegados componentes. Sería interesante que iniciativas como la descrita surgieran de nuevo y tomaran un protagonismo que serviría de adecuado y necesario contrapeso a esa política tantas veces impermeable a la realidad.
                                  
          Palacio de Villena de Cadalso de los Vidrios (Madrid).
                             Aquí nació Luis María de Borbón


Recopilado y adaptado por:
 Miguel MORENO GONZÁLEZ


FUENTES: 
Los Borbones (Arlanza Ediciones).
Diversas páginas de Internet.
Libro Cadalso de los Vidrios, de Antonio Box Mª. Cospedal

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lunes, 20 de marzo de 2017

cartas al blog...




EL ABISMO DE LA PRIMAVERA


     En mi adolescencia los inviernos cadalseños eran duros y heladores. La verde y delicada locomotora de la primavera me sacaba de ese túnel largo y oscuro provocándome un alborozo interior que por entonces no alcanzaba a saborear adecuadamente. Recuerdo en serenas noches primaverales como mi padre me mostraba el claroscuro del cielo y la iluminación de las estrellas, las distinguía al primer golpe de vista por sus formas y su situación allá arriba, jamás por sus nombres, ¡cosas de las gentes del campo! 
Él me enseñó a mirar todo lo que me rodeaba con un entusiasmo que aún hoy, a veces, recupero emocionado. En Cadalso y rodeado de ingenuidad y primavera por todas partes, residía todo lo pequeño y entrañable. Únicamente allí habitaban los pájaros, las plantas, las casas, las personas, los animales e, incluso, las miradas más hermosas. Todo lo que no moraba allí se me antojaba enorme e inaccesible, perteneciente a un mundo distante y desconocido que me producía desazón.


     En esta mañana incomparablemente cadalseña, por un resquicio mínimo se cuela un suave y acariciador rayo solar, quiere despertarme con delicadeza yendo a posarse directo en mi pensamiento. Es el heraldo de una existencia nueva que recupera estaciones jóvenes, aquellas de las que percibía sus evoluciones con intensidad en el campo y con satisfacción indescifrable en la mente.
Ahora, cuando los años le hacen a uno más reflexivo y observador, reconozco que los cambios estacionales influyen en mí agradablemente. Me hacen disfrutar de aquellos otros momentos bellos que la pujanza juvenil de entonces ocultaba y que revivo envolviéndolos con el grato paladeo de los actuales. Esas duplicadas y encantadoras metamorfosis las siento íntimamente y me traen olores, paisajes, sonidos y experiencias que se renuevan y mezclan con los recuerdos de mis épocas más inolvidables.
Todo un mundo de sensaciones placenteras se citan conmigo y me convocan a mi cosmos personal. Es una savia nueva que se genera y como tal existencia que comienza sólo trae alegrías que saboreo con renovada fruición. También mi vida comienza otra vez: hago planes, perfilo ilusiones, desempolvo esperanzas y me lanzo al contacto confiado de ese mundo que en muchas ocasiones creo que existe y que en otras me parece que es una configuración mental.
 Creo que merece la pena intentarlo de nuevo porque lo extraordinario reside precisamente en ese intento. Es un juego de amor y soledad que practico sobre ese puente suspendido que separa los extremos de un abismo; a un lado está la felicidad al otro la melancolía. Es la vida desnuda de cualquiera de nosotros con precipicio y todo...



                 Miguel MORENO GONZÁLEZ

martes, 7 de marzo de 2017

Homenaje a las mujeres...



(A Ángela Hernández Gómez,
la Clara Campoamor de las toreras)


EL SASTRE, SU NIETA Y
 EL TORERO COJO EN SAN ISIDRO





-¿Gris perla y oro? Mi abuelo, sastre de toreros e ilusiones, asintió al matador moviendo la cabeza indolente pero convencido. -Los colores oscuros son elegantes, pero no son para usted, maestro.El gris perla le dará elegancia a su porte y a su toreo clásico. Usted realza, ennoblece a ese color con su personalidad arrolladora en la plaza, y le transmite al público todo lo contrario de lo que el color gris representa. Hágame caso,-sentenció mi abuelo-.



-Tú calladita, ¿eh? –me dijo el primer día que me llevó a los toros por San Isidroal salir del metro. En los toros no se habla. Se mira, se escucha, se aprende y se está uno callado. Aquella tarde descubrí algo sorprendente para mí, algo más que la confirmación de un presentimiento y mucho más que la iniciación en un misterio desconocido y luminoso. Aquella tarde averigüé que yo tenía un don, un tesoro pequeño y único, incontrolado y sensible.Éste era la capacidad de emocionarme, de brincar de gozo con el alma pendiente del vuelo efímero de un capote inmaculado, era una inteligencia instintiva para entender lo incomprensible, como un pozo de emoción cuya profundidad ni yo misma sospechaba. Miraba al ruedo con los ojos muy abiertos y lo que sucedía en la arena entraba en mí, como si yo solamente hubiera vivido hasta entonces para recibirlo.-Has tenido suerte, Berta –me dijo el abuelo al salir-. ¿Te ha gustado? -¡Mucho!A él no le gustaba hablar pero, sin embargo, a finales de aquel mayo empezó a comentar el cartel conmigo, había descubierto que yo sí sabía escuchar y que era capaz de entender lo que escuchaba.



Años más tarde mis pies avanzaban firmes después de un día entero de trabajo. El sol calentaba sin sofocar y el metro volaba sobre los raíles hasta la estación de Tirso de Molina. En la sastrería de mi abuelo-en la calle Colegiata- me esperaba un torero muy joven, muy guapo, muy consciente de su ambición y de su miedo. –Buenas tardes, ¿qué desea?Pero no le dejé contestar. Me acerqué a él, le puse la mano en su hombro derecho sopesando su figura y le examiné. Vi que tenía la cabeza grande, el pelo muy corto, rubio tostado; los ojos dulces, la nariz recta, los labios apretados y dos manos enormes de labrador, anchas y ásperas, de dedos largos y gruesos. Tenía también un aire decidido e indefenso a la vez, como si no estuviera muy seguro de haber dejado de ser un niño, como si acabara de escaparse de la fotografía antigua de un pueblo castellano seco y olvidado, como si estuviera dispuesto a tragarse el mundo entero de un ansioso bocado. Y entonces vi el hilo, la línea que separa el triunfo del fracaso, tendido entre sus ojos y los míos como un columpio hecho de una luz arabesca y transparente que se balanceaba seductor ante nosotros. Primero observé aquel hilo. Después, por fin, un color.



-Tabaco –le dije-. Tabaco y oro. Y el año que viene estarás en los carteles de San Isidro. ¡Eso seguro! Durante unos segundos, los dos estuvimos callados, inmóviles, como si hubiéramos olvidado movernos extrayendo, sin saberlo, nuestra soledad interior. Él miraba sorprendido la seguridad de mi afirmación. Yo observaba el esquivo escorzo de sus ojos acobardados. Le di un vestido de ese color y se fue lento hasta el probador, nadie se apercibió de su cojera ni de aquellos colores pespunteados a su ilusión.




Yo le aguardé fuera. La puerta no tardó en abrirse y me pareció un mal presagio, pero en eso, sólo en eso, me equivoqué. Él espero a que yo le viera antes de salir del habitáculo. Sonreía con timidez mirando ladeado. Su cuerpo encajaba perfectamente en aquel vestido nacido de la última intuición de mi abuelo con la minuciosa precisión de un calco. -Estás guapísimo-le dije-. Sus labios se tensaron tanto como si quisieran salir volando, escapar para siempre de su cara. Se dio la vuelta para mirarse en el espejo y echó a andar con su pierna izquierda fuerte, torneada y torera, mientras su pierna derecha, flaca y deforme, aparecía invisible a la luz que matiza los atardeceres en las playas del Mediterráneo, oculta bajo el resplandor que endulza la silueta de los pinares cadalseños después de una tormenta veraniega. Yo le veía avanzar cojo pero más tieso que un húsar, más seguro en cada paso mientras aumentaba su cosecha de ojos desorbitados, de bocas abiertas por la admiración, de clamores interrumpidos en mitad de un natural angustioso y eterno sobre el albero de Las Ventas. No sabía nada de su vida, intentaba averiguar qué toro y en qué plaza una cornada mal dada le dejó cojo. Hasta que llegó al centro del ruedo y una exclamación interior me sobresaltó: -¡¡¡Torero!!!


-¡Va por ti abuelo!, -pensé cuando le sacaba a hombros una multitud enardecida por la Puerta Grande de Las Ventas aquella tarde lluviosa de San Isidro. Según levantaba los brazos triunfante, me descubrió con su mirada entre el gentío y musitó: -Tenías razón, Berta, recomendándome el vestido tabaco y oro que me haría salir triunfador de San Isidro. Le respondí: -Yo sólo te dije que el año que viene estarías en los carteles de San Isidro. Todo lo demás es obra tuya. Cuando le dejaron en la furgoneta que le esperaba en la calle de Alcalá, notó que su pierna derecha le dolía un poco, era como un leve cosquilleo, como una emoción… 


 Miguel Moreno González

(Inspirado en los textos del cuento Tabaco y Negro, de Almudena Grandes) 


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P.D.Coincidiendo con la muerte de la torera Ángela y del Día Internacional de la Mujer, que se celebra durante esta semana queremos desde este blog y aprovechando este artículo, que este escrito sea un pequeño-gran homenaje   a las protagonistas..." las mujeres "


¡Y qué mujeres!: Ángela Hernández (ella sola consiguió que se autorizara a torear a las féminas durante el franquismo)o como las toreras también a la rejoneadora Conchita Cintrón , Maribel Atienza, Cristina Sánchez , Mari Paz Vega o Conchi Rios, y como no a Clara Campoamor (que luchó para que ya en la República se reconociera el derecho a votar a la mujer),


 


 
Cristina Sánchez

y Conchi Rios..

                              
Conchita Cintrón

 Mª Paz Vega
o Almudena Grandes (eminente escritora, autora del precioso cuento taurino "Tabaco y Negro")etc..., y a todas las mujeres cadalseñas o no.., que luchan cada día por sus libertades y sus familias...
 
Va por todas ellas....¡



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