Un triste espectáculo: cuando el deporte deja de ser para la familia

» Por MBA. Dionisio Rojas González - Director de CEFOLO de Costa Rica

El deporte, especialmente el fútbol, tiene un poder único: unir familias, amigos y comunidades alrededor de una pasión compartida. En Costa Rica, la final del campeonato nacional es uno de esos momentos que deberían ser motivo de orgullo y celebración. Sin embargo, lo ocurrido en la reciente final entre los equipos Liga Deportiva Alajuelense y Herediano dejó un sabor amargo en todos los que esperábamos un evento digno del espíritu deportivo.

Lo que debió ser un espectáculo lleno de emoción y competencia sana se convirtió, lamentablemente, en un escenario de vulgaridad y violencia. Desde el silbatazo final, vimos a jugadores y colaboradores de ambos equipos protagonizando actos de agresión, insultos y comportamientos reprobables. Estas actitudes no solo van en contra de los valores del deporte, sino que también envían un mensaje equivocado a las futuras generaciones que observan a estos deportistas como modelos a seguir.

El problema no termina en la cancha. Lo sucedido en las graderías y en los alrededores del estadio amplificó aún más el deterioro de lo que debería ser una fiesta familiar. Aficionados de LDA, en este caso específico, mostraron comportamientos que nada tienen que ver con el amor por el deporte. Agresiones verbales, disturbios, ofensas y actitudes agresivas mancharon el ambiente tanto dentro como fuera del estadio. Estas acciones, además de ser reprobables, desincentivan la participación de las familias y de quienes buscan vivir la pasión futbolística en un ambiente sano.

Es inevitable preguntarse: ¿cómo llegamos hasta aquí? El fútbol debería ser un ejemplo de unión, pero cada vez es más común que se asocie con violencia, rivalidad extrema y conductas poco civilizadas. La responsabilidad recae en muchos actores: los jugadores, quienes, como protagonistas principales, tienen la obligación de mantener el respeto y la disciplina dentro del campo; los clubes, que deben fomentar comportamientos ejemplares entre sus miembros; las autoridades deportivas, que deben aplicar sanciones contundentes ante estos incidentes; y la afición, que debe recordar que apoyar a su equipo no justifica insultar ni agredir al contrario.

Por supuesto, también es fundamental cuestionar el impacto que tienen estos episodios en los niños y niñas que ven a los jugadores como modelos a seguir. ¿Qué aprenden los pequeños cuando observan a sus ídolos lanzando insultos o protagonizando peleas? ¿Qué mensaje reciben cuando ven a los adultos comportarse de manera violenta en el estadio? Si no hacemos un esfuerzo conjunto por revertir estas actitudes, estamos condenando a las próximas generaciones a normalizar la violencia como parte del deporte.

La solución no es sencilla, pero debe ser integral. Los clubes tienen que comprometerse con campañas de concientización dirigidas a sus jugadores, colaboradores y afición. Las autoridades deben implementar controles más estrictos para garantizar la seguridad y el respeto en los estadios. Pero, sobre todo, como sociedad debemos reflexionar y comprometernos a recuperar el verdadero espíritu del deporte.

El fútbol no debe ser un escenario para la confrontación, sino para la celebración. Es el espacio donde niños y niñas deberían soñar con ser grandes deportistas, donde las familias puedan disfrutar de un momento de unión y donde los aficionados celebren con respeto, independientemente del resultado.

Costa Rica merece finales que nos llenen de orgullo, que nos unan como nación y que resalten los valores más nobles del deporte. Si no actuamos con firmeza y responsabilidad, corremos el riesgo de perder aquello que hace del fútbol el deporte más hermoso del mundo. El cambio comienza con cada uno de nosotros. Dejemos de justificar lo injustificable y trabajemos juntos para devolverle al fútbol su magia, su alegría y, sobre todo, su espíritu familiar.

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