El dolor, la incertidumbre, el desamparo...
La absurda tramitología de la muerte
GERMÁN ESPINO SÁNCHEZ*
El sistema funerario en México está hecho para procesar pocos fallecimientos, es tortuoso y tiene puntos ciegos. En caso de que los decesos se incrementen significativamente por el covid-19, el sistema fácilmente se puede colapsar. Esto ya sucedió en Ecuador, donde la gente se queda durante días o semanas con sus difuntos en casa y en medio de la desesperación los empacan con plástico, los tiran a la calle o los intentan incinerar sin éxito.
En mi familia hace dos semanas sufrimos el deceso de mi madre. Desde hacía un mes había caído en una neumonía que la llevaba a la agonía cada semana. Tuvimos un mes para tratar de rescatarla, pero también para prever su deceso, pues era una anciana que padecía muchas enfermedades y desde hace casi cuatro años estaba en cama. En su último mes fue internada dos veces en el hospital del IMSS y la asistió en casa el geriatra de cabecera.
Como su deceso parecía inminente, personalmente consulté con varios especialistas la ruta a seguir en un deceso y al final no supimos resolverlo adecuadamente porque el sistema funerario es absurdo.
Como murió en casa, nadie quería extendernos un certificado de defunción, ni el geriatra que la atendía regularmente ni el IMSS ni siquiera algún otro doctor particular.
Finalmente, en el IMSS nos informaron que teníamos que llamar al 911 para reportar el deceso.
Después del reporte llegó la policía a interrogarnos como si estuvieran investigando un homicidio; quizá es parte de su protocolo, pero en los momentos de angustia por la pérdida eso nos impactó mucho. Finalmente
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