Haití: el hiperrealismo de la marginación y el caos
BOGOTÁ.- El cineasta haitiano Arnold Antonin no ha tenido necesidad de recurrir a la ficción para retratar a su país.
La mayoría de su obra, que ha sido reconocida en el Festival de Cannes, la ha hecho en el género documental, a través del cual muestra la realidad desgarradora que agobia a los haitianos: opresión política, miseria, sida, terremotos, impunidad y un orden criminal que lo domina todo.
Estos problemas han estado tan presentes en la nación caribeña y golpean de manera tan dura a sus 11.5 millones de habitantes, que no hay necesidad de hacer con ellos elaboradas dramaturgias para llevarlos al cine. Basta con reproducirlos tal cual y dar visibilidad a sus protagonistas para generar relatos cuya épica central es la capacidad de resistencia humana.
No sólo porque 80% de los haitianos son pobres y seis de cada 10 pasan hambre, sino porque los escenarios de ese desastre social son extensos barrios urbanos asentados sobre lodazales, aguas negras y basura en los que colonias de ratas disputan el espacio con la gente.
Haití es el país más pobre del continente, el más vulnerable frente a las catástrofes naturales y políticas y el de más baja esperanza de vida, con 65 años, 10 menos que la de su vecino República Dominicana, país con el que comparte la isla de Quisqueya.
El pasado 7 de julio el presidente haitiano Jovenel Moïse fue asesinado en su residencia por un comando de mercenarios colombianos contratado por políticos y empresarios que pensaban tomar el poder.
Y cinco semanas después, mientras el país aún no se reponía de ese magnicidio, un terremoto de 7.2 grados Richter sacudió la región sur y dejó
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