Mañana del 13 de julio de 1994. Liderada por el bajito Romário, la selección color canario está lista para enfrentar a Suecia en la semifinal de la Copa. En Brasil, un viejo y golpeado Seneca II se prepara para despegar en Amambai, en Mato Grosso del Sur, para un vuelo de una hora a Foz do Iguaçu. A bordo, el piloto, tres pasajeros y bastante equipaje. Los tanques están prácticamente llenos, después de un vuelo de 15 minutos desde el último repostaje. Las condiciones de vuelo son visuales (VFR), con temperatura alrededor de 15 grados centígrados. Después de despegar de la pista de hierba, el piloto recoge el tren de aterrizaje y comienza a acelerar a velocidad de ascenso. La luz del tren en tránsito se apaga en el instante en que hay un fuerte viraje hacia la izquierda, junto con el ruido de los motores que salen de sincronía. ¡Falla del motor izquierdo!
Inmediatamente, el piloto enciende la bomba eléctrica, en un intento de recuperar la potencia, pero no pasa nada. Con la velocidad cayendo, el comandante aplica los elementos de memoria para el fallo del motor y, para su alivio, la hélice izquierda señala. Él inicia una curva suave a la derecha con el objetivo de volver a la pista. El avión lucha para subir, la velocidad está un poco por encima de la Velocidad Mínima de Control en el Aire (VMCA).
En un acto de desesperación, el piloto cierra el buen motor cowlflap, tratando de ganar uno o dos preciosos nudos de velocidad, incluso sabiendo que, en pocos minutos, la temperatura de cabeza de los cilindros restantes del motor superará el valor límite, llevando a la falla del propulsor. Pilotando el carrete Seneca a su alcance y manteniendo estrictamente la velocidad de 89 nudos, él puede realizar el circuito visual a poco más de 300 pies de altura y procede a un aterrizaje exitoso. Después de tocar el suelo y liberar la pista, toda la tensión acumulada fluye cuando el aviador da una bofetada en el panel y grita: “Avión de m*! ¡Hoy no es el día en que vas a conseguir matarme!”
BIMOTOR X MONOMOTOR
Esa historia con final feliz, de la cual yo fui el protagonista, es una rara excepción de que, en bimotores ligeros, un fallo de motor en el despegue suele ser fatal. Al contrario de lo que sería lógico pensar, el índice de accidentes fatales de bimotores es mayor que el de los monomotores. ¿Por qué sucede esto? ¿Cómo extraer la innegable ventaja de un motor más, justo en la hora en que