El primero fue la persecución ordenada en 1525 por el Consejo Real de Navarra, el máximo órgano judicial y de gobierno de esa comunidad por entonces. Se encargó a uno de sus abogados, Pedro de Balanza, una investigación que llevó a cabo entre enero y agosto de ese año en los remotos valles de Salazar y del Roncal. Como consecuencia, se enjuició a unos 200 acusados, de los que resultarían ejecutados medio centenar. Ese mismo año, otro comisario del mismo Consejo Real, Antón de Huart, llevó a cabo una singular investigación en el valle de Santesteban: utilizó para ello a una experta, lo que se conocía como una “catadora de brujas”, una mujer capaz de reconocer a las hechiceras con solo mirarlas. Se llamaba Graciana de Ezcároz y decía poder ver la huella del diablo. Esta consistía en una mancha de sapo en el ojo izquierdo, el lado con el que tradicionalmente se ha asignado al Maligno (por oposición al lado de la mano derecha, la que da la bendición). Graciana señaló a diez personas, las cuales fueron juzgadas.
Los procesos de Navarra causaron notable escándalo y su sanguinario final inquietó incluso