Kaia Gerber (Los Ángeles, California, 2001) jura que, en el fondo, es una chica de pueblo. Claro, que su pueblo resulta ser Malibú, la tierra de otras tops como las Hadid. «Cuando digo que es un pueblo, la gente se ríe, pero es que es así. Estás con los mismos niños desde preescolar hasta que te gradúas. No es de extrañar que esto haya ampliado tanto mis horizontes», explica. Y con esto se refiere a su carrera como modelo, que fue para ella una especie de programa de intercambio exprés que la llevó a viajar a las pasarelas de las principales capitales de la moda. Pero esa vorágine está muy lejos de su vida actual, un puro retrato de la felicidad doméstica. Ataviada con un jersey oversize beis y con su perro al lado, nos recibe en el salón de su casa de Los Ángeles. Su madre, la supermodelo Cindy Crawford, está abajo viendo la televisión. Parece una típica serie familiar, pero con protagonistas increíblemente guapas.
Le digo que entrevisté a Crawford hace años en un restaurante y que todavía recuerdo la fascinación colectiva que provocó al entrar. «Sí, se abren los cielos», dice Gerber. «Cuando comencé como modelo, todos me decían que mi madre era un icono. Para mí, a fin de cuentas, era mi madre». A pesar de su gran parecido, Gerber transmite más calma; una oleada de paz. Tal vez sea porque últimamente vive más tranquila y trata de explorar nuevas facetas de sí misma (trabajos