Estos grabados, que besan la ría pontevedresa a la manera de afloramientos rocosos, son buque insignia del patrimonio rupestre peninsular. Al parecer–según las fuentes consultadas–su origen es neolítico (entre los años 3000 y 2000 antes de Cristo). En concreto, el petroglifo laberíntico que reclama nuestra atención, asimismo, se asemeja demasiado a los existentes en la isla de Wier (Laponia), Gothland (Finlandia), Islandia o Cornualles (Inglaterra). Y aquí surgen los primeros interrogantes que desconcertarán al lector: ¿Quién grabó estos misteriosos símbolos en lugares tan distantes? ¿Podría tratarse de un mismo pueblo que se manejaba con solvencia en el mar y que llegó a colonizar la zona oeste de Europa?
Entre las piedras de Mogor el viajero puede descubrir una rica colección de petroglifos, todos ellos circulares, laberínticos o con formas espirales, que forman tres conjuntos de grabados rupestres visibles. Estos diseños simbólicos grabados en la roca, conocidos popularmente como Laberintos de Mogor, conforman una de las estaciones prehistóricas más reproducidas y analizadas de toda Galicia.
CIVILIZACIÓN PERDIDA
Lo más curioso de la forma del petroglifo en forma de laberinto es la presencia, en su punto de arranque, de una casi perfecta cruz con asa, el ankh de la simbología mistérica egipcia, el signo de la vida para los primitivos ocultistas. El historiador Juan García Atienza destaca «su estructura perfecta, que es la misma que serviría para la composición de los grandes