Corrían los años cincuenta del siglo XX y hacía tiempo que las estrellas de la época más glamurosa del cine ya no brillaban como antaño. Aquellos ídolos caídos habían dado paso a una nueva generación. La juventud se divertía viendo pelis camp en los autocines, y en los felices hogares de vallas blancas todas las noches las familias norteamericanas se reunían para disfrutar de sus programas favoritos a través del tubo catódico, en riguroso blanco y negro. Concursos, shows de humor y entrevistas plagaban la programación que hacía las delicias de la próspera sociedad estadounidense de la época. Hasta que el día de Walpurgis de 1954, los espectadores de la KABC-TV se sorprendieron al ver cómo una dama oscura aparecía embutida en un largo vestido negro, mostrando un escote de infarto y una cintura de avispa que desafiaba los cánones y las proporciones lógicas.
Aquella mujer fatal de ultratumba lucía una melena más negra que las alas de un cuervo, además de poseer una mirada felina enmarcada por cejas hiperbólicas, y unos labios suculentos que contrastaban con una palidez cadavérica. La muerte y la sensualidad encarnados en un cuerpo que parecía flotar mientras emergía de entre las sombras envuelto por una espesa niebla y saludaba a la audiencia alucinada con un alarido. Ella era Vampira y en cada programa presentaría al gran público viejas pelis de terror, aderezando sus comentarios con dosis de humor negro y chascarrillos de doble sentido. El show de Vampira alcanzaría una gran notoriedad, catapultando a su presentadora a las más altas cotas de popularidad… durante quince minutos.
El personaje de Vampira, interpretado por Maila Nurmi, se convirtió