Londres, 24 de junio del año 1661. Desde hace varios días, algunas personas salen aterradas del cementerio situado cerca de la prisión de Newgate. Creen que el espíritu de alguno de los que allí se encuentran vaga lamentando su muerte. La mayoría de los testigos afirman que los lamentos y los gritos proceden de una sepultura concreta. Es la tumba de un hombre llamado Laurence Cauthorn, carnicero de profesión y que ha sido encontrado muerto por su casera cuatro días antes. Ese 24 de junio la historia del espíritu atormentado de Laurence Cauthorn ya se ha hecho «viral» y las autoridades, alarmadas por las denuncias, deciden acercarse al cementerio acompañados de un gran numeroso de curiosos. Entre ellos hay dos amigos de Cauthorn, ambos encargados de retirar la tierra y levantar la tapa de su ataúd. Es entonces cuando contemplan una escena horrible.
Según la crónica del suceso, el sudario con el que el difunto ha sido amortajado está hecho jirones, tiene los ojos hinchados, y la cabeza llena de heridas y sangre, aparentemente debido a los fuertes golpes que el propio Laurence se habría propinado contra la tapa del ataúd. Su cuerpo retorcido y su rostro desencajado son la clara imagen de la desesperación. Laurence Cauthorn está muerto. Durante tres días había intentado salir de aquella tumba hasta que, exhausto y herido, finalmente se rindió.
Este horripilante caso fue recogido en un legajo que hoy se conserva en el Museo Británico y comienza con la siguiente frase: «La muy lamentable muerte de Laurence Cauthorn». La singular crónica termina con una frase demoledora: «Entre todos los tormentos de los que es capaz la Humanidad, el más terrible de ellos es ser enterrado vivo». ¿Cómo llegó Cauthorn a ser enterrado en vida? Al parecer, la culpa fue de su casera.
DIAGNÓSTICOS ERRADOS
En aquella época existía una ley que dictaba que, si un inquilino sin descendencia moría en una vivienda alquilada, la persona responsable del inmueble heredaría los bienes del difunto. Cuando su casera encontró a Cauthorn inconsciente, no dudó ni un instante en afirmar que el hombre había muerto. Se apresuró a realizar