Siempre calladita, sin molestar; obedeciendo a los mayores sin quejarte; esforzándote para agradar a los adultos y que te recompensaran con una sonrisa… De pequeña, eras una niña buena que, según fue creciendo, llegó a creer en lo profundo de su alma que, para que los demás la quisieran, debía seguir siendo así: dulce, sumisa, correcta, complaciente… Sin embargo, ahora te das cuenta de que todo eso es tan falso como una leyenda urbana. Porque, en más ocasiones de las que te gustaría, ser una chica modélica no garantiza en absoluto tu felicidad.
No estás enferma
Empecemos por desvelar el primer gran misterio: ¿en qué consiste el síndrome de la chica buena? Es importante decir que no se trata de una enfermedad, sino de un patrón de conducta que nos quita mucho más de lo que nos da. Y que, por cierto, puede afectar igualmente a mujeres y a hombres, aunque (ed. Zenith), las principales características de este patrón de conducta son «anteponer las necesidades de los demás a las propias y adaptarse a todo el mundo de manera irreflexiva e indiscriminada; la sobrepreocupación por lo que los demás piensen de ella; la autoexigencia, el perfeccionismo y la hiperresponsabilidad; la represión de emociones (principalmente, la ira), la evitación de conflictos y la dificultad para tomar decisiones. Es decir, convertirte en un personaje secundario de tu propia vida porque vives sólo para complacer».