“Se sintió como si despegara un avión gigante. El estruendo, el suelo se estremeció”.
Desron “el hombre lava” Rodríguez es una persona de pocas palabras, pero las que pronuncia pueden dejarte con la boca abierta, porque este vicentino de modales apacibles y voz tranquila puede narrar a detalle lo que se siente al escalar un volcán en erupción. “No quería que nadie me contara cómo era allá arriba”, responde a la inevitable pregunta: ¿por qué? “Tenía que presenciarlo con mis propios ojos”.
Serpenteamos por las faldas cubiertas de ceniza de La Soufrière, el estratovolcán que aún humea y preside el extremo más septentrional de San Vicente. Esta isla volcánica, la mayor y más poblada de las 32 islas y cayos que integran San Vicente y las Granadinas, es una maravilla de las Antillas. Las playas de arena negra están rodeadas de pequeñas aldeas semienclavadas en bahías desprovistas de complejos turísticos internacionales. Y las costas atlánticas de barlovento en San Vicente son aún más agrestes. Sus acantilados, repletos de bosques, albergan más cabras que personas, las cuales pastan entre palmeras y cactus salpicados por las olas.
Nos adentramos desde la costa hasta Georgetown, donde la carretera atraviesa el río Rabacca Dry, que corre por un barranco que surgió tras una erupción en 1902. Sus márgenes están otra vez cubiertas de ceniza volcánica gris procedente de la última erupción de La Soufrière, en 2021. Al final de la carretera, el sendero hacia la cumbre de La Soufrière, de seis kilómetros de ida y vuelta, está despejado y ha sido reabierto; sube en pendiente por encima de los 576 metros de altitud. Este es un recorrido que “el hombre lava” suele hacer dos veces al día, ya sea como guía turístico o simplemente por placer, como lo ha hecho desde que era un niño. “Siempre me ha gustado estar al aire libre, en la naturaleza”, comenta. ¿Y por qué el desprendimiento de la cima de la