Científicos, artistas, innovadores, exploradores… ellos saben que en el cielo de Serendip hay ideas, potencias, carambolas, soluciones insospechadas… y que brillan como estrellas fugaces mientras esperan ser cazadas en el momento más inoportuno por alguien muy especial: una mente preparada para lo inesperado, una persona sagaz, poco corriente, mezcla de Colón y Copérnico, un bombero creativo que no desea apagar el fuego, un pastor de cisnes negros en la laguna del caos…
Es cuestión de fijarse, entonces, porque a veces, más a menudo de lo que uno podría pensar, caen del cielo manzanas de Newton; vuelan bandadas de Post-it amarillos en formación; llueven viagras azules sobre las camas de hombres cansados; se forman principios de Arquímedes en la taza del váter, y hasta te salpican gotitas de LSD...
ESE LUGAR DE LA MENTE
Qué extraño el mundo de Serendip, ¿verdad? Así llamaban los antiguos árabes y persas a la actual Sri Lanka. Y de aquella isla lejana deriva precisamente la palabra de serendipia. Nos referimos con ella a toda clase de hallazgos o descubrimientos inesperados (como el Pos-it, la viagra, y los viajes de ácido), en los que ha mediado el azar o la casualidad como catalizador en su revelación.
Señalamos a un lugar de la mente en el que burbujea el arte y el método científico más creativo, un firmamento cuyo astrolabio es la desviación y el potencial fortuito. Un territorio fundamental, en realidad, porque «nuestra vida contemporánea se lo debe todo a la serendipia, no hay disciplina científica que no haya sido revolucionada por ella», explica Telmo Pievani, filósofo de la ciencia de la Universidad de Padua, y uno de los grandes pensadores de la actualidad sobre este fenómeno.
En 2016, en una charla en la facultad de físicas de la Universidad Complutense, el premio Nobel de Física Sheldon Lee Glashow