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El terreno en disputa es el lenguaje: Ensayos sobre poesía latinoamericana
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Libro electrónico438 páginas5 horas

El terreno en disputa es el lenguaje: Ensayos sobre poesía latinoamericana

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En un esfuerzo por transformar la lectura de poesía este libro visita diversos tiempos y regiones, considerando que el presente ilumina retrospectivamente la mirada anticipatoria de los poetas mayores. Se detiene en la poesía conceptual de Martín Gubbins (Chile), Mario Montalbetti (Perú) y Andrés Anwandter (Chile); en la obra plástica y escrita del peruano Jorge Eduardo Eielson; en la tecnoutopía modernizadora que los jóvenes poetas concretos brasileños (Augusto y Haroldo de Campos, Décio Pignatari) diseñaron en los años cincuenta y en las estrategias geopoéticas de Vicente Huidobro y Alberto Hidalgo, en los años veinte.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 ene 2016
ISBN9783954878239
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    El terreno en disputa es el lenguaje - José Ignacio Padilla

    Eielson

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    Si el lector tiene paciencia y atraviesa este libro notará cierta heterogeneidad. Quien guste del ensayo encontrará algunas secciones excesivamente monográficas e, inversamente, quien guste de las justificaciones demoradas y las notas que pretenden apuntalar cada idea, encontrará secciones demasiado ensayísticas, muy confiadas a la intuición. La razón de esta variabilidad es común: las circunstancias en las que escribí estos ensayos fueron cambiando con los años.

    El origen de este libro está en una preocupación por el presente y por la vida. Me gustaría entender de qué manera ciertas fuerzas en nuestra época dan forma al lenguaje con el que articulamos nuestras experiencias. Si el lenguaje delimita lo pensable y concebible, ¿qué pasa si el lenguaje, a su vez, está delimitado por lo que nos permitimos pensar y concebir? Pensemos cuál es el impacto del capitalismo en un espacio que desde el Romanticismo se ha imaginado como una zona de excepción: el de la poesía. ¿Es posible que la poesía, cierta poesía, devele las articulaciones entre lenguaje y capitalismo y así nos permita ampliar los límites de lo pensable y concebible? [Montalbetti, Anwandter, Gubbins.]

    Antes de ello, el origen de este libro está en mis estudios y tesis de doctorado, hace algunos años. Mi pregunta era: cómo descentrar la mirada sobre la poesía, cómo mirar desde otro lugar para encontrar efectos y no simplemente nuevas representaciones. Escogí observar algunos impases o aporías en las relaciones entre lenguaje e imagen en un corpus más o menos delimitado de poesía latinoamericana. Con esos lugares imposibles en la mirada uno puede volver a la poesía verbal y lo que la observación revela son escisiones al interior del medio escrito mismo: divergencias, inercias, fugas, resistencias de la materia verbal a producir significación. Es decir, un resto de ilegibilidad que es lo poco que nos queda para oponernos a esa cancioncita que nos machacan en el oído: todo es legible, todo es diferenciable, todo es cognoscible, todo es susceptible de intercambio. [Eielson, Noigandres, Hidalgo.]

    Antes, todavía, el origen de ese proyecto estaba en el deseo de abarcar la totalidad de la obra creativa de Jorge Eduardo Eielson —artista, poeta, narrador, performer, etc. Una empresa difícil que requeriría abandonar tanto los límites de los Estudios Literarios como los de la Historia del Arte. El esfuerzo por pensar relaciones en múltiples direcciones y dimensiones crecía hasta confundírseme en vano con su biografía. Por esos años edité un libro de homenaje al artista que delineaba un mapa de su obra diversa, una constelación Eielson, pero no fui capaz de escribir el ensayo introductorio que hubiera querido. Lo escribí finalmente, y lo incluyo aquí, pero necesité muchos años para empezar a entender cómo su obra plástica iluminaba su escritura y cómo su escritura revelaba aspectos de su plástica.

    Pero todos estos intereses se originan en la fascinación —compartida por tantos— por las vanguardias. Fascinación por su capacidad de anticipación antes que por su aspecto pretendidamente escandaloso o novedoso. La poesía y el arte están pensando y en ellos cristaliza la historia de nuestra época antes de que podamos articularla en discurso, pues no tenemos el lenguaje necesario para ello. En ese sentido Vallejo, en su poesía, es uno de los más altos pensadores de nuestra modernidad. Esta es mi definición sentimental de las vanguardias, uno de los puntos ciegos de mi trabajo, y por ello, como mínimo correctivo, intento centrarme en las formas poéticas o en las relaciones en el campo literario. [Huidobro, Hidalgo; pero también todos los poetas presentados.]

    El origen último de este libro está en una lectura compartida de José María Eguren. Durante algunas tardes mi amigo Edgar Saavedra y yo leímos su poesía completa, tumbados en el Bosque de Letras, que no era otra cosa que un jardincito de eucaliptos frente a la facultad, en San Marcos, la universidad en la que estudiábamos. Yo había leído algo de poesía, muy poco, y el encuentro con Eguren fue deslumbrante. Nos reíamos, nerviosos.

    Westphalen decía que tenemos una deuda con Eguren, cuya lección sería esta: la poesía, más poderosa cuanto más frágil. Un verso suyo me vuelve siempre, casi puedo ver esa imagen, tan familiar ahora, aunque no la veo, tan persistentemente enigmática. Me gustaría escribir sobre ese verso, pero sin convertirlo en algo totalmente legible, sin decir, simplemente, «es una metáfora del fuego». Es eso lo que he intentado hacer en los ensayos que siguen.

    Han pasado los años, he aprendido algunas cosas y desaprendido otras, pero aún no soy capaz. Eguren sigue esperando:

    En la sombra ríen los triángulos

    [ 2009 ]

    EL TERRENO EN

    DISPUTA ES EL

    LENGUAJE

    PRE:

    LENGUAJE,

    CAPITALISMO

    La pregunta por la poesía actual o por la actualidad de la poesía suele ser respondida desde la representación: la poesía tematizaría alguna urgencia. Aquí seguiremos otro camino. Suponiendo un estado actual del lenguaje ‘en general’, el cual vivimos como una pérdida o carencia, nos preguntamos, ¿cómo se resiste la poesía a ese estado? La cuestión da para escribir algunos libros, pero, simplificando vertiginosamente, diría que vivimos un vaciamiento del lenguaje que se experimenta a partir de una confluencia entre simbolización y capitalismo. ¿Suena familiar?

    Unos pocos principios aseguran una metafísica identitaria bastante tradicional: el tiempo único y cuantificable; el principio de equivalencia a nivel lingüístico (significante/significado); y el principio hermenéutico de legibilidad. Paradójicamente, la experiencia temporal ha sido vaciada de sentido, el sujeto desustancializado, y el mundo fantasmagorizado, ya que nuestro uso del lenguaje limita excesivamente su mutabilidad, dándole una sólida consistencia de realidad, única, idéntica y…fantasmática. Ello permite, por ejemplo, constituir ‘identidades sociales’ obviando el hecho de que lo social es justamente un espacio retórico a partir del cual estas identidades se generan (Laclau, citado en Rowe s.f.:3).

    Ahora bien, la novedad de nuestra época resulta de una profunda transformación de la naturaleza misma del trabajo, que se equipara a comunicación; vivimos o sufrimos una identidad entre producción material y comunicación lingüística (Virno s.f.a). Al capital cultural de Bourdieu habría que añadir, a modo de especificación, el capital semiótico. Este produce equivalencia, identidad, realidad y legibilidad, sobre una matriz de tiempo frío, extenso.

    El intelecto humano se convierte en el principal recurso productivo. El ‘general intellect’ incluye conocimiento formal e informal, imaginación, tendencias éticas, mentalidades y juegos de lenguaje. La producción de signos ya no corre paralela al proceso de trabajo material (como en la fábrica fordista) sino que es la materia prima del proceso productivo; ha pasado a ser un proceso socialmente organizado y económicamente cuantificable.¹

    El trabajo ahora presupone un catálogo indefinido de posibilidades operativas que son articuladas por el conjunto de prestaciones lingüísticas del trabajador. Lo grave es que este conocimiento abstracto ya no es un capital fijo sino que es inseparable de la interacción de la pluralidad de seres vivos, y como consecuencia, lo que se aprende y experimenta en el tiempo fuera del trabajo se vuelve parte del valor de uso de la fuerza de trabajo, se vuelve un recurso (Virno s.f.b). De modo que los múltiples juegos lingüísticos están siempre a punto de convertirse en nuevas tareas, o requisitos para las viejas.

    Debido a esta transformación se pierden las equivalencias claras que regulaban las relaciones sociales; ahora la totalidad de la persona es sometida. La medida tradicional del tiempo de trabajo asalariado pierde su función. El celebrado modelo del trabajador libre de Google es el ejemplo más claro de esta dominación que toma la forma de liberación. Cuando el trabajo asalariado podría ser suprimido, entonces el mismo hecho de tomar la palabra es incluido en su horizonte. Virno es muy claro: no se puede poner en cuestión el trabajo asalariado sin introducir una idea potente de libertad de lenguaje; por otro lado, no es posible invocar seriamente la libertad de lenguaje sin proyectar la supresión del trabajo asalariado. Su afirmación es exacta: el lenguaje se presenta como el terreno del conflicto y como lo que está en juego. El terreno en disputa es el lenguaje.

    Esa podría ser una de las primeras consideraciones ante el reto de articular una ‘nueva sensibilidad’, como quería Vallejo. En el ámbito de la poesía, la disponibilidad de todo el repertorio de formas y experiencias poéticas hace estallar la posibilidad crítica y deja intacta la lógica productivo-cuantitativa aplicada al arte (Milán 2011:24). La insistencia en formas poéticas de experiencia tomadas del repertorio desemboca precisamente en los procesos de interpelación/subjetivación que necesitamos cuestionar. Cuando un poeta alza su voz no se exime de ser un operador semiótico del capital; la voluntad poética no basta para sustraer el lenguaje al semiocapital. Hace falta una crítica de lo que Montalbetti llama, irónicamente, ‘economía política estética’ (2008:54).² Es por eso que proponemos otro ángulo, desde el que el modo de resistencia de los poetas, de algunos poetas, se manifiesta como una resistencia a la simbolización —desidentificación: lo ilegible como motor de la experiencia.

    El origen de esta sección está en el encuentro con tres poemarios en 2009 y 2010: 8 cuartetas en contra del caballo de paso peruano [8CCCPP] de Mario Montalbetti, que compré en la librería El Virrey, en Lima; Banda sonora, que escuché a Andrés Anwandter en una lectura en Madrid; y Fuentes del Derecho, de Martín Gubbins, que me obsequió William Rowe y luego el mismo Gubbins, tras una performance en Lima. Estos tres poetas tienen obras diversas, que no exploraré exhaustivamente, sino desde lo que en otros lugares he llamado resistencia a la significación o resistencia a la simbolización (Padilla 2008; 2009).

    Mi punto de partida es muy sencillo: si el uso del lenguaje es absorbido por la dinámica del capital, concentrémonos en las desviaciones de ese uso. Con la salvedad de que a la vuelta del camino, las desviaciones resultan no ser tales —el lenguaje resulta ser muchas cosas y arrastrar otras tantas, más allá de comunicar, decir, operar, producir.

    La exploración de estos libros no será orgánica, trataré de señalar, solamente, algunos procedimientos por los que se intenta sustraer el lenguaje a diferentes tipos de interpelación: identidad, subjetividad, expresión, comunicación.

    En «Labilidad de objeto, labilidad de fin y pulsión de langue. En defensa del poema como aberración significante»,³ un texto leído en la presentación de [8CCCPP] y luego publicado en la revista Hueso húmero, Mario Montalbetti, lingüista además de poeta, propone una conceptualización de la resistencia a la significación a partir de elementos tomados de Freud, Saussure y Lacan. Resumámoslo.

    Montalbetti parte de la pulsión de langue: el significante tiende al significado y el significado tiende al significante. Si bien Saussure admite cierta labilidad en el objeto de la pulsión (arbitrariedad del lazo) sería Lacan quien se centraría en las ‘desviaciones’ (la metáfora y la metonimia; significante que tiende a otro significante, y significante que reprime a otro significante).

    Nos interesa el sentido,⁴ que aparece como una dirección, aquello que hace que la cadena de significantes sea una cadena y no una dispersión de marcas. El «sentido es posible solamente si no se forma signo» y «el sujeto no es otra cosa que aquello que quiere formar signo» (2009:100). Desde este punto de vista la extendida noción del lenguaje como herramienta de comunicación deja fuera de juego la complejidad del sentido: «El signo destruye el sentido para fosilizar la significación; es decir, domestica una cadena de significantes atribuyéndoles la seguridad de un significado» (101).

    Imagino que el lector ya sabe cómo continúa el argumento: Montalbetti define el poema como resistencia a hacer signo.

    Algunas acotaciones: este camino corta transversalmente las viejas oposiciones entre poesía social y poesía pura y desplaza la preocupación por definir una literariedad o poeticidad hacia el uso del lenguaje; visto así, el ‘poema’ se sustrae a ese orden social que conocemos como el ‘discurso poético’ e inversamente, los usos erróneos del lenguaje, que el discurso poético deja fuera del poema, son readmitidos. La idea en la base de este razonamiento/poética es que hacemos muchas cosas con el lenguaje, además de comunicarnos. Me viene a la cabeza, por ejemplo, el hecho de que Wittgenstein se sorprendía mucho de lo singular que resulta usar el nombre de una persona para llamarla (Wittgenstein 2003:§27).

    Montalbetti no está haciendo un llamado al hermetismo; aclara que nuestro aporte cognitivo es distinguir entre significante y significado, que al encarar un poema aceptamos que este viene sin esa distinción y que somos nosotros quienes se la imponemos. El poema se materializa «no en el significado arbitrario que le demos sino en el que se lo demos» (102).

    Lo que distinguiría al poema de otros discursos es que sus partes sumarían más que el todo: las relaciones al interior del verso serían más impredecibles que las relaciones entre versos, guiadas por la construcción y dirigidas hacia la consecución de un significado. El poema explota la energía que el signo domestica.

    De este hecho se extraen consecuencias éticas y políticas que son las que hacen de Montalbetti un poeta actual: si la búsqueda de la unidad (lingüística, política, étnica, poética) siempre está al servicio de quien la impone, si la cultura nos hace construir totalidades homogéneas, imaginarios, entonces pensar o construir en verso desestabilizaría la lengua, la ética, al lector. Montalbetti concluye que si bien tenemos derecho a aspirar a un todo que nos haga uno, «escribir en contra de esa debilidad imaginaria constituye la ética del verso actual» (106).

    Quiero retener esta idea y expresarla en mi vocabulario: si el capitalismo produce imaginarios, si nos interpela con un repertorio de formas y experiencias para nuestro consumo y subjetivación, nuestro modo de resistencia no puede ser el de contribuir con nuevos imaginarios que a su vez serán incorporados al repertorio. La resistencia a la significación nos permite observar que la economía a-significante del lenguaje se redujo a «máquinas de signos, a la economía lenguajera, significacional de la lengua» (Guattari 1996:15). Nos permite, además, reapropiarnos de nuestro potencial semiótico y del lenguaje, que nos es expropiado cada día bajo la apariencia de comunicación.

    Los poetas que presentaré a continuación han encontrado procedimientos para desestabilizar la unidad (territorial, nacional, lingüística) en su poesía. Montalbetti, ya lo dijo, se instala en la divergencia entre verso y poema; Andrés Anwandter explota la divergencia entre una sucesión de imágenes y un ritmo invariable; Martín Gubbins usa la divergencia entre lenguaje e imagen y la falsa equivalencia entre significantes. Los tres han renunciado a la ‘originalidad’ lírica; Anwandter y Gubbins de manera muy explícita, recopilando, compilando y citando palabras ajenas. Los tres, además, construyen sus poemas a partir del ritmo; Gubbins y Montalbetti utilizan la repetición (con o sin variaciones). Los tres, finalmente, se han acercado a la poesía sonora.

    [1]La interpenetración entre semiosis y economía implica: la semiosis como trabajo que sustituye trabajo —máquinas inteligentes, liberación del trabajo mecánico gracias al trabajo de producción de significado—; la producción de expectativas de mundo — imaginarios, publicidad, opinión—; y el modelado de la comunicación-enunciación-interpretación a partir de la economía (Berardi 2007:136–137).

    En última instancia, «en la actualidad, el capital es una relación de producción que da forma a nuevos procesos de elaboración formal. El capital es hoy forma que organiza forma, códice semiótico que ejerce su acción performativa sobre la propia actividad semiótica» (Berardi 2003:125).

    [2]Resuena la crítica de la economía política del signo, de Baudrillard.

    [3]Sugiero también la lectura del ensayo «Un no, voz, res…, probando» (Hueso húmero 54:70-78), texto de presentación de la muestra de poesía sonora «Inventar la voz: nuevas tradiciones orales», organizada por Luis Alvarado. Allí Montalbetti traza una topografía de cuatro voces: una voz pre-logos (onomatopeya, ruido, estornudo); una voz con-logos (información, comunicación); un fósil del No original al interior de esta voz-con-logos (la voz interior); y una voz post-logos que se despega del logos para sobrepasarlo (y que tiene que ver con el canto).

    [4]Montalbetti precisa que usa una interpretación particular del sens lacaniano: la intersección de los órdenes Simbólico e Imaginario en su nudo borromeo (100). Yo tenía en mente la noción de Hjelmslev, para quien en virtud de las formas de la expresión y el contenido existen las sustancias de la expresión y el contenido, «que se manifiestan por la proyección de la forma sobre el sentido, de igual modo que una red abierta proyecta su sombra sobre una superficie sin dividir» (Hjelmslev 1971:85). La potencia de Hjelmslev radica en que identifica forma de expresión y forma de contenido, una con otra, lo que tiende un puente entre discursividad fonemática y sintagmática y el recorte de las unidades semánticas del contenido. Guattari propone ir más lejos e integrar en las conformaciones enunciativas un número indefinido de sustancias de la expresión, como las codificaciones biológicas o las formas de organización propias del socius (Guattari 1996:37–38).

    EL TERRENO EN

    DISPUTA ES EL

    LENGUAJE

    1. MONTALBETTI ANTIPOETA

    Mario Montalbetti (Lima, 1953) publicó Perro negro. 31 poemas en 1978, luego partió a doctorarse en lingüística en el MIT y permaneció en Estados Unidos largo tiempo, enseñando en Tucson, Arizona. Volvía frecuentemente a Perú; ahora vive la mayor parte del año en Lima. En 1995 publicó Fin desierto, en una hermosa edición, plegable, un objeto de papel que se extendía como un largo desierto, salpicado de presencias negras y rojas: la escritura. El libro se reeditó con menor fortuna en 1997, como Fin desierto y otros poemas en una edición convencional.

    Nuestro recorrido por su poesía será zigzagueante: hemos comenzado con las reflexiones actuales de Montalbetti sobre el poema como aberración significante. Ahora retrocederemos hacia su libro central, que pronto cumplirá 20 años: Fin desierto (1995). De allí saltaremos al más reciente y radical [8CCCPP] de 2008, y con este en la mano releeremos Llantos elíseos (2002) y Cinco segundos de horizonte (2006). ¿Por qué el desorden? Deseo evitar la impresión de una teleología: no creo que la exploración lingüística de Montalbetti desemboque en [8CCCPP], al contrario, como en la poética sincrónica de Haroldo de Campos, creo que [8CCCPP] transforma, retrospectivamente, los poemarios anteriores. De hecho, si bien siempre me gustaron Llantos elíseos y Cinco segundos de horizonte, creo que recién ahora, años después, leyendo hacia atrás, empiezo a intuir qué es lo que hacen.

    Fin desierto es un cuerpo a cuerpo con las nociones de espacio y presencia. Dice Montalbetti en una entrevista: «[…] la gran metáfora, el gran espacio era el desierto; no hay nada. En este espacio en el cual no hay nada, vagamos inútilmente los seres humanos. […] Releo Fin desierto y me parece un poco injusto lo que digo. Me parece que el desierto es lo que ves cuando no quieres ver. El inicio fue puramente geográfico, el inicio de la reflexión andina, hay algo a lo que no puedes llegar, no como una condición social, ni étnica, sino puramente geográfica y de ahí nació». La mirada biográfica pregunta: ¿es el desierto peruano, el de El Paso? Y Montalbetti responde: «todo lo que significa desierto como espacio geográfico, como crítica de la noción de asociación, de religión, de iglesia, de comunidad. El desierto es el sitio donde hay nada. El asunto es qué haces con eso» (Paredes y Sánchez León 2002).

    Y lo que hace Montalbetti es reintroducir en el poema grandes masas continuas (de sentido) —materia no semióticamente formada:

    porque no puedes ser lo que eres

    amor

    porque no puedes sentir lo que sientes

    sin la incomparable belleza de lo que no eres

    de lo que no sientes (1997:14)

    No leo esta frase como una declaración de amor, sino literalmente. Y en uno de los otros poemas, ‘TRISMO’ (78):

    de indescriptible monotonía. Duramos entre cosas

    que duran más que nosotros. Substituimos las cosas por nombres,

    y luego nombres por imágenes y las imágenes

    (de rostros que sostuvimos inertes en nuestras manos)

    nos hacen recordar cosas que habíamos nombrado: eso es

    lo que hacemos en los cuadernos cuando escribimos, ruido

    que odia hacer ruido […]

    No se trata del típico lamento de escritor; Montalbetti pone cosas sobre la mesa y las confronta con la inserción del lenguaje —esa otra cosa— en el mundo.

    En la medida en que introduce sustancias no del todo simbolizadas me parece heredero del Vallejo de Poemas humanos. En la formulación contradictoria se abre la puerta al lastre, al resto simbólico que la significación deja fuera (81):

    […] Entonces imaginamos

    morir para vivir entre los muertos; mas una vez resucitados

    siempre hay algo que no resucita, una vez muertos

    algo que no muere; y ese es el lastre del que no podemos

    deshacernos, el clima, el peso muerto de la vida

    Montalbetti atribuye el giro hacia el desierto en los artistas plásticos y poetas peruanos de los años noventa a la necesidad de un cambio de escenario en relación a la violencia política de los ochenta (ciudad, montaña, selva). Lo hace en un texto sobre ‘Punto ciego’, una serie de 70 fotografías del desierto costero peruano de Luz María Bedoya (Montalbetti s.f.; Bedoya s.f.). El desierto, tierra de nadie, ofrece la ausencia del otro. «El otro-ausente o el otro-escaso aparecen como láminas sin espesor contra el espacio natural. No es el espacio el que ha de reconstruirse entonces sino esta falta de espesor, esta escasez de lo humano».

    Quizá este giro dé cuenta de la enorme fractura en el tejido social peruano. El desierto no es la fácil alegoría social; el desierto no es la metáfora de la soledad del poeta. La figura del desierto es la de la ausencia de un escenario para el despliegue de las relaciones sociales. De allí que en el poemario circulen bloques, masas de afecto no del todo formadas, antes que significantes en comunicación.

    En el texto mencionado, Montalbetti precisa que el giro no es hacia el desierto, sino hacia su representación. Ante la equívoca percepción común de que en el desierto no hay nada, el artista no se propone mostrar algo, sino mostrar la nada que hay, invisible: hacerla visible y representarla como materia prima: «el desierto es nada llevada a cabo con lenguaje».

    Esta nada llevada a cabo con lenguaje es el lastre, el resto simbólico que Montalbetti quiere movilizar al lado de la significación —o que, seamos precisos, nos quiere lanzar a la cara. Este resto nunca se ha ido, siempre ha estado ahí.

    El primer verso del libro es decisivo: «hay un desierto a la deriva» (9). Este ‘hay’, que se repite semi-anafóricamente —«hay una muerte tras otra», «hay un río dentro del río»— tiene algo de bíblico, fundacional, por su poder performativo absoluto: ‘hay’ entonces hay. No se trata solamente de que el poeta descubra presencias en el desierto o se limite a describir el estado del mundo (‘las cosas son así’). Uno cree que está delineando la naturaleza de la cosa una y otra vez, y uno está meramente trazando alrededor el marco a través del cual la vemos (Wittgenstein 2003:§114).¹

    El poeta no descubre presencias (33):

    hay una ausencia a la deriva

    enterrada entre tormentas

    hay un desierto ciego e incongruente

    y hay una huida tras otra

    hilvanada por espejos

    aquí hubo alguien que rompió su palabra

    y que dejó una cierta enfermedad

    execrable

    incurable.

    El poema se vuelve sobre sí mismo, ausencia a la deriva, nada que lleva a cabo nada. De modo que este ‘hay’ performativo, la inserción del lenguaje en el mundo, este marco, es simultáneamente una fisura o resto y el poder del poeta. Alguien «rompió su palabra» es literal: aquí no hay engaño o simulacro, alguien fracturó su lenguaje, todos fracturamos nuestro lenguaje. Montalbetti vuelve siempre a sus temas: la huida es la huida del significante y la huida del sujeto. Solo cuando se rompe la palabra se detiene la huida y reparamos en la representación y la subjetivación.

    Rowe formula esta inserción del lenguaje en el mundo inversamente, pero creo que queremos decir lo mismo: «[la teoría de la escritura de Montalbetti] coloca tiempo y espacio reales —antes que trascendentales— dentro de la palabra». El lenguaje en Fin desierto «depende de una escena de enunciación cuya huella en lo que se dice traduce la fuerza del lugar» (Rowe 2003:151, 143).

    Para conseguirlo, la tensión es mayúscula. Los estratos de este desierto (el pasado arqueológico, la historia, lo que está fuera) no tienen redención posible: «más de lo mismo más de lo mismo». Escarbamos en el lenguaje pero «decimos nada sobre todo», «cada línea contiene su propia ausencia». En este desierto-lenguaje-historia «hay un sol partido en dos / y una sombra en la escisión».

    Rowe tiene razón, no se trata de un espacio trascendental. Montalbetti intenta introducir la nada en el poema como condición del lenguaje:

    aquí hay alguien que se ha ido y que ha dejado

    esta succión imantada

    y que piensa por nosotros

    desde el fondo de un espejo.

    Recuerdo otra vez a Vallejo: «Cuando alguien se va, alguien se queda» y «Lo que continúa en la casa, es el sujeto del acto» (‘No vive ya nadie en la casa…’, (Vallejo 1988:323)).

    ¿No está Montalbetti atajando la fuga metafísica de la conciencia hacia la condición de la conciencia? El carácter reflexivo de su poesía, la pregunta por su propia representación, no tiene nada que ver con la vieja autonomía de la forma: no es la formalización del medio; se trata más bien de un movimiento ético, una investigación en las condiciones del lenguaje. Insisto: se trata de evitar las formas poéticas de experiencia que desembocan en los procesos de interpelación/subjetivación sobre los que opera la identidad entre producción material y comunicación lingüística.

    El lema del libro podría ser este (57):

    ya que tenemos ojos

    suponemos que hay algo que ver

    pero no hay nada que ver

    O, mejor todavía (49):

    nunca ve nada el ciego

    ni nada escucha siempre el sordo

    solo hay totalmente nada

    en la bulla de las lenguas

    Unos años después, Montalbetti publicó Llantos elíseos (2002) y Cinco segundos de horizonte (2006). Pero quiero detenerme en 8 cuartetas en contra del caballo de paso peruano (2008). Este libro y «Labilidad de objeto» suscitaron una extensa respuesta de Susana Reisz. En esencia, se trató de una llamada al orden. Reisz estaba en desacuerdo con el ‘poema como aberración significante’ y dedicó su energía interpretativa, detectivesca, a probar que los poemas de [8CCCPP] sí comunicaban.

    El ‘resto simbólico’ ha estado siempre en la poesía de Montalbetti. Quizá lo que ha cambiado en [8CCCPP] es que el método de ‘el poema es más que la suma de sus partes’ ha pasado a ser el principio constructivo. Este principio opera en todos sus libros, pero junto a otra fuerza, más bien aglutinante, que compone algunos fragmentos compactos, que sí cierran; estrofas claras y legibles que parecen decir algo, aunque a la vuelta de un verso se quiebren. En [8CCCPP] este quiebre es sistemático y se extiende al interior del verso.

    Desde el primer texto, ‘AHMET. ES UNA PRODUCCIÓN PERUANOIRANÍ’, nos encontramos con el procedimiento de ‘relajar’ las relaciones (horizontales) a lo largo del verso; a ello se suma la falta de puntuación, la

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