El secreto del laberinto
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Guiados por la pluma de su autor Francisco García Ramírez, los lectores serán llevados a sorprendentes reflexiones y descubrimientos desde el comienzo de esta obra épica y fascinante.
"Un hombre desorientado y desnudo, cuya alma y espíritu aún no se han depositado en su cuerpo es encontrado por los nativos de un poblado, le acogen recelosos ante su extraño comportamiento, pues no reacciona a sensaciones o sentimiento alguno. El brujo de la tribu busca en las llamas divinas la señal que le hará comprender el gran misterio. Su nombre es Zaím, la reencarnación de un dios sacado de las tinieblas y al que se le ha borrado la memoria por decisión de la Cúpula.
¿Para qué volver de nuevo a un mundo humano?.
Los Nobles ponen en su camino a la hermosa Azima, reencarnación de Maday, rey fundador y protector de los Medos del Norte para ser parte inseparable de Zaím. Todo empieza cuando Astiages, el último descendiente al trono medo es destronado por Ciro II el grande en el 500 a.c. Desterrado a la oscuridad y ávido de venganza, renace en el malvado rey noruego Erico que envía sus naves cargadas con los temidos guerreros Bersek hacia el Golfo de Riga en busca de Azimá, a quien debe fecundar para ser "invencible".
Todo se decidirá en las batallas.
Reyes, brujos, dolins, hechiceros, guerreros y dioses, en una obra que mostrará al lector la verdadera Historia, aquella que no se cuenta, porque muy pocos la conocen.
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El secreto del laberinto - Francisco García Ramírez
intelectual.
Capítulo ٠: Introducción
Los caminos del universo pueden equivocarse y transportar las energías en sentidos inversos. No podemos averiguar su verdadera dirección si no estamos en la órbita del momento. Cuando se cruzan las energías, es incontrolable el efecto, es imprevisible el estado, son inimaginables los efectos generados.
Así ocurrió y en la arena de la fría playa apareció el cuerpo de un hombre de origen y raza desconocida.
Empezó mirando el cielo. No conocía su estado ni procedencia, no sabía el origen de su destino, tan solo, hundido en la arena de la playa arenosa miraba hacia arriba clavando sus párpados en el infinito.
Un sinfín de gaviotas le rodean en vuelos eléctricos y dispares acompañado de gritos y gorgoteos en la mañana gris y mojada.
No quiso tocar su cuerpo, no quiso averiguar sus heridas, tan solo giró su cara y la clavó en la arena.
Muchos pensaron que procedía del poblado interior o quizá de las cuevas del otro lado de las montañas, pero el silencio de sus palabras y los inexpresivos gestos de sus músculos mantenían el hermetismo y el secreto.
No entró en la órbita precisa, no sincronizó la energía cósmica en la dirección correcta; todo es un error del universo que solo los dioses con la ayuda de los ángeles pueden solucionar.
Un cuerpo sin alma no sabe vivir, no entiende su entorno, no obedece a ninguna ley ni entiende sus sentidos. Viviría inmerso en un laberinto del que solo la muerte le proporcionaría la salida.
Capítulo ١: La creación del alma
En esas condiciones de creación, sin alma y sin un espíritu que le guiase, el hombre se incorporó y caminó hacia el poblado, sangraba y caminaba torpe, pero no atendía a sus heridas ni enfatizaba ninguna dolencia.
Los nativos se refugiaron en sus cabañas y contemplaban con temor y asombro al ente que había vomitado el cielo en la arena.
«Cómo puede una esencia, quizá humana, quizá solo una sustancia, entender el viento y la brisa si en el laberinto de sus sentidos no existe el orden ni la armonía.»
«Cómo puede descifrar su caos, cómo puede deducir el camino, cómo puede percibir la sangre que corre por sus piernas y el frío que encoge y estremece su maltratado cuerpo.»
No hay dolor, no hay recuerdos, no hay sentimientos y su espíritu solo camina entre pasillos conectados que no acaban en ningún sitio.
Todo obedece a mandatos superiores, a estados establecidos y organizados para la realización de experiencias y vivencias.
Los sentimientos están sujetos a unas reacciones y condiciones que el espíritu realiza y motiva al cuerpo para que se produzca la reacción en el ser.
Es decir, que cuando entramos en un estado sentimental y nuestro cuerpo reacciona a esas sensaciones manifestándolas físicamente como el llanto, la risa, la melancolía… es nuestro espíritu el que ha accionado nuestro cuerpo para manifestar ese estado.
Nuestro personaje, sin espíritu que le guíe se encuentra perdido, sin consciencia de su estado y aposento. Caminó confundido y se situó en el centro del poblado. Reproducía el sonido de las gaviotas y extendía los brazos imitando sus vuelos.
No entendía su entorno, ni respondía a estímulos o sensaciones.
El poblado observaba entre la confusión y la desconfianza, entre el miedo y la seducción.
La física de su cuerpo reaccionó y cayó desmayado al suelo; un cuerpo agotado y un alma extraviada en el laberinto de una nueva vida.
Los nativos lo acogieron, le curaron las heridas y le proporcionaron alimento.
Durmió durante tres largos días y finalmente despertó.
El hombre se incorporó y contempló su entorno, tocó su cuerpo y miró fijamente al nativo que lo cuidaba.
Él le habló pausado y le ofreció agua. El forastero no reaccionó al gesto, no entendió el ofrecimiento y simplemente imitó las expresiones del nativo como si de un espejo se tratase.
Todo le confunde, todo le atrae y nada comprende.
Comprender tu destino, aceptar tu cosmos y reaccionar a tus necesidades es lo elemental en cualquier ser que ha sido diseñado para vivir en este mundo. Desde la gestación, un espíritu ya acompaña tu cuerpo y con la formación y evolución del feto, el espíritu asignado crea los templos, el camino y la comunicación del alma con el cuerpo. Todo está sincrónico y armónico, todo es tan perfecto y conjuntado que para el ser, será lo normal y entendible.
No ocurría así en este ente, por lo que la cúpula decidió enviar un ángel que guiara al espíritu a organizar el cuerpo perdido donde la energía desorientada y confusa, estaba provocando el caos y la destrucción.
Un fluido energético ya se ha creado en el interior, será su manera, su única manera de comunicarse con el cuerpo y que reaccione a los estímulos de este mundo.
Definitivamente el ángel estableció el alma en el cuerpo y el espíritu ya disponía de un transmisor, de un elemento que le comunica con su cuerpo y que le da sentido a las sensaciones y sentidos.
El brujo veía pasar las lunas mientras contemplaba al forastero en sus gestos, su balbucear y el descompasado ir y venir de su mirada. Contemplaba incansablemente las llamas divinas en las que él visualiza almas más allá que cualquier humano, esperando un gesto, quizá una señal divina que le orientase en el enigma.
Finalmente, el hombre reaccionó a los estímulos, aceptó el agua y en su cara apareció la sonrisa. Sus músculos se relajaron y los nativos perdieron el miedo. Su mirada se volvió más humana y por fin perdió la lejana fijación en el infinito.
Cuando aprendes a mirar dentro de ti, cuando la tranquilidad te invade, cuando sientes pasar el viento o la brisa, cuando en tu rostro aparece la sonrisa, solo entonces... estás sintiendo el alma.
Él se levantó de la cama, percibió la cálida luz de la mañana, sintió la brisa en su cara y el maravilloso olor de primavera.
Acarició por primera vez su cuerpo y dejó caer el agua por su reseca boca encontrando la felicidad del frescor en su rasgada garganta y todo su cuerpo.
En su mente quisieron aparecer los primeros residuos de antiguos sueños, pero el empeño de modelar la energía o de la que se componen, fue una ardua labor que comprendió que el alma no debía acometer en este momento.
El hombre se incorporó y paseó por el poblado.
Los niños reían y corrían a su alrededor, los nativos le miraban con cariño, con expectación.
Algunos pensaron que era enviado por los dioses y otros le veían como el portador de males y tormentas, pero solo el brujo consultó las llamas para definir el verdadero destino del forastero.
Quizá encontrarse algún signo o quizá tan solo lo imaginase, porque el forastero aún no pertenecía a ningún momento ni tiempo… A ningún pasado, (ni tan siquiera podía identificar su presente).
Cómo han podido los dioses engendrar un cuerpo sin destino, sin historia y con un espíritu perdido. Quizá sea un presagio de poderes ocultos o quizá, la resurrección de algún dios ya no venerado.
Los seres humanos estamos dotados de sentidos otorgados por los nobles, es la puerta y los apoyos imprescindibles para nuestra vida espiritual, para percibir el universo y sintonizar con los elementos.
El ángel comunicó al espíritu que sin estos sentidos básicos nunca podríamos percibir y ejecutar sus mandatos y experiencias, no existiría la comunicación y nuestro estado en este mundo no existiría porque nuestro ciclo nunca podría cumplirse.
El forastero miró al cielo y observó su cuerpo casi desnudo, atisbó el poblado y la hoguera sobre la que los nativos danzaban.
Y por fin, como mandato divino, como una fuerza irremediable, miró hacia el interior de su cuerpo, hacia su alma y espíritu.
Su mirada llegó al templo y los dioses la acogieron dejando escrito el momento en el libro sagrado de su vida.
De nuevo observó el mar, y los nativos aceleraban sus cánticos alrededor de la hoguera.
Caminó despacio hacia el poblado absorbiendo la melodía y los ritmos acelerados.
Los tambores aceleraban el sonido atrayendo al forastero, como la manzana al pecado.
Quizá la música, el ritmo o la belleza del fuego y la luna, fuesen las fuerzas que atrajesen al hombre.
Con pasos acelerados se insertó en el círculo danzando como gacela en la llanura.
Los nativos le integraron en el baile acelerando los ritmos y ensalzando su presencia.
Solo el brujo, cumpliendo con sus deberes y responsabilidades miraba fijamente al fuego suplicando a los dioses que le desvelaran la procedencia y destino del enigmático invitado.
Las llamas subieron a la altura del miedo y pararon los tambores y se detuvo la danza.
Los nativos concentraron sus miradas en el brujo mientras el forastero continuaba su danza en solitario.
Finalmente, el brujo se incorporó y golpeando en tierra con su bastón ancestral, gritaba sin parar:
—¡Zaim, Zaim, Zaim…!
Los nativos se arrodillaron, taparon sus caras con sus rodillas y cuerpo, mientras las llamas continuaban subiendo.
El brujo levantó su báculo y señaló al forastero sin parar de gritar el nombre extraído de las entrañas de fuego.
Los nativos se giraron hacia él con reverencias y veneración al Dios descubierto.
El fuego bajó las llamas y el brujo no descendía su bastón, señalando directamente al forastero.
Una nube cubrió la luna y solo el reflejo de la hoguera dibujaba el perfil de una figura aterrorizada y perdida.
Corrió, corrió desesperadamente y cruzó caminos y arroyos, saltó sombras y oscuros rugidos de aves en el insomnio.
Finalmente, se escondió entre ramajes como presa herida.
En su templo, en el interior de su espíritu, apareció el miedo.
Capítulo ٢: La formación de los sentimientos
Los matices del amanecer fueron mostrando nuevas formas y colores en los oscuros rincones del bosque.
Los sonidos de las aves reanudaron su música y todo volvía a la paz de la naturaleza; el mundo retomaba su estado de creación.
También el interior de Zaim reemprendía su ritmo y en su mirada iba desapareciendo el terror y la desconfianza.
Calmado y tranquilo, aunque aturdido y confuso, salió de los ramajes y se dirigió al poblado.
Una gran manta de bordados artesanos utilizó el brujo para cubrir el cuerpo casi desnudo y tembloroso de Zaim, lo arropó y le condujo a la cabaña donde una nativa de temprana edad y un deslumbrante resplandor, le reconfortó con caldos y esmerados cuidados.
Así, Zaim sintió el amanecer de los sentimientos en el interior de su alma y así su espíritu iba convirtiéndole en el humano que su cuerpo representaba.
En el interior, el ángel guio al espíritu por los pasillos del grandioso laberinto.
Finalmente, llegaron al primer templo humano, un enorme y maravilloso templo de incomprensibles medidas y compuesto por grandes pedestales envueltos en una tenue y difusa energía.
El espíritu encontró los pilares humanos y con la pura luz los fue inundando uno a uno, impregnándolos del conocimiento y la fuerza para sobrevivir y actuar de acuerdo a las leyes y la armonía del universo.
El cuerpo se unió al espíritu y las puertas de los sentimientos abrieron sus caminos hacia el siguiente templo.
Las energías que provocan nuestros sentimientos y emociones o la interacción con el mundo espiritual, se alojan dentro de nuestro cuerpo y viven con nosotros activando cuando es necesario, partes de nuestro físico para que podamos exteriorizar y transmitir lo que nuestro espíritu está sintiendo: la tristeza, la risa, la melancolía, el amor, la mirada de comprensión o la expresión de odio. Todo se sincroniza para que nuestra alma, a través de nuestro espíritu, nos dé una señal y nuestro cuerpo inmediatamente lo represente, alterando o excitando nuestro físico para que adopte la forma adecuada al sentimiento que queremos transmitir.
Obviamente al tratarse de un ente etéreo no tiene una ubicación como la entendemos el ser humano, por esa razón y porque nosotros para poder comprender necesitamos visualizarlo con los códigos y dimensiones de nuestro mundo, definimos como templos cada uno de esos focos energéticos con los que se mueve nuestro espíritu y nos comunica con el alma.
Los dioses mandaron su aprobación y todas las puertas de los sentimientos quedaron abiertas ante el ángel para poder trasladar sus energías.
Una vez abierto el templo de los sentimientos, el ángel le indica el camino al espíritu para que active el nuevo templo, el templo de los sentidos.
La composición de este templo está formado por hexágonos de formas contrapuestas entre sí.
El hexágono acomoda en cada uno de sus lados un sentido, seis sentidos humanos, seis lados del hexágono, generando entre ellos las conexiones en cada vértice para proyectar una nueva energía.
La matemática del universo, la geometría de la vida.
Todos los templos reúnen reglas