La viuda negra: La verdadera historia de uno de los personajes más nefastos de los últimos tiempos
Por Martha Soto
4.5/5
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Este libro, una minuciosa investigación de la experimentada periodista Martha Soto, revela gran número de secretos y noticias sorprendentes de la parábola vital y de la muerte de la conocida "Madrina", la "Viuda Negra" –que se hizo célebre por asesinar a varios de sus maridos, de allí este apelativo–, entre otras su verdadera personalidad, su trayectoria criminal en Colombia y su influencia en distintos ámbitos de la vida nacional.
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La viuda negra - Martha Soto
La viuda negra
© 2013, Martha Elvira Soto Franco
© 2013, Intermedio Editores Ltda.
Ediciyn
Equipo editorial Intermedio Editores
Portada
Agencia-Central
Diseco y diagramaciyn
Rafael Rueda Á
Intermedio Editores Ltda.
Av Jiménez #6A-29, piso sexto
www.circulodelectores.com.co
Bogotá, Colombia
Primera ediciyn, abril de 2013
ISBN: 978-958-757-220-9
Impresiyn y encuadernaciyn
Stilo Impresores Ltda.
Calle 166 Nú 20-60
Bogotá, Colombia
A B C D E F G H I J
ePub por Hipertexto Ltda. / www.hipertexto.com.co
Prólogo
Por Roberto Pombo
La historia empieza y termina el 3 de septiembre del año 2012, a las ocho y veinte de la noche, con un retrato del cuerpo inerte de Griselda Blanco desparramado sobre una bandeja fría en la mesa número quince de disección de la morgue de Medellín.
La descripción de la autopsia que practica el médico legista es, a la vez, la violenta y dramática historia personal de uno de los protagonistas más sanguinarios del narcotráfico en los últimos cuarenta años: las heridas de bala que recibió a lo largo de su vida; las varias operaciones que se hizo por vanidad para combatir la obesidad que la alejaba de su remota belleza juvenil, salvaje y seductora, y que le ayudó a entrar en el mundo del hampa por la puerta de los burdeles; su pelo recién teñido de negro para ocultar las canas; su ropa manchada de sangre ya seca; la descripción de los destrozos causados por los dos disparos a quemarropa que le quitaron la vida en una carnicería en Medellín; y los rastros en su estómago de una arepa con queso, aún no digerida, como testimonio del último desayuno de esta antioqueña que fue tan malvada, sagaz y recursiva, que el propio Pablo Escobar —el bandido por excelencia— reconoció haber entrado al narcotráfico para seguir su ejemplo.
Esa es tal vez la primera virtud de la investigación de Martha Soto sobre la vida de Griselda Blanco, lograr que el retrato de una sola persona sea a la vez la fotografía de todo el fenómeno del narcotráfico en Colombia durante las últimas cuatro décadas, y de la violencia que se ha generado alrededor de esa actividad, desde la maestra de Pablo Escobar a comienzos de los años setenta hasta las temibles oficinas de sicarios de estos días como Los urabeños, herederos finales de los territorios colonizados originalmente por la Viuda Negra, más conocida como la Madrina.
La lectura de este libro revive la decadencia del bajo mundo del narcotráfico en Colombia (con sus protagonistas de todas las clases sociales) y la vida marginal y violenta de nuestros narcos en Estados Unidos. Aquí están las excentricidades de quienes amasan fortunas de la noche a la mañana a través del delito y la violencia aterradora que ejercen para mantener su vigencia. La descripción del comportamiento de los narcotraficantes colombianos en las calles gringas parece sacada de las escenas de la serie de televisión Miami Vice{1}. Aunque, pensándolo bien, este libro es la demostración de que fueron las peripecias de Griselda Blanco, en la Florida, las inspiradoras de la serie, y no al revés.
El hilo que siguió después de la muerte de Griselda Blanco muestra porqué Martha Soto es la mejor periodista de investigación de Colombia, lo cual no es poca gracia en un país que se destaca por sus periodistas investigadores.
Después de que mataron a Griselda Blanco, viejos investigadores de la Policía y abogados de la mafia empezaron a pasarle a Martha datos inéditos sobre la vida de este personaje, elementos que la periodista fue archivando sin ningún propósito específico. Hasta que la documentación acumulada parecía decir, por sí sola, que era hora de ordenar los datos y pasar de la actitud pasiva de recibir datos a la activa de identificar frentes de información, y arrancar la tarea de darle forma de libro a esta historia, apasionante y aterradora.
La información recogida le permitió identificar dos frentes de investigación. Uno, averiguar cuáles de las afirmaciones sobre Griselda Blanco eran ciertas y verificables, y cuáles hacían parte de la leyenda que suele rodear la vida de este tipo de personajes. El otro era la búsqueda de los registros reales y oficiales de su vida delictiva y persona antes de viajar a Estados Unidos y después de su regreso a Colombia varios años después.
Esta última era la tarea de mayor interés, pues la mujer que ordenó, de manera directa, la muerte de cerca de 250 personas y que inventó la modalidad del sicariato en moto no tenía ni un solo proceso judicial en Colombia. A pesar de haber figurado en las listas de los delincuentes fugitivos más buscados por parte de las autoridades de Estados Unidos, hasta el día de su muerte ninguna autoridad colombiana parecía saber de sus andanzas.
Un propósito central de Martha Soto fue conseguir lo que en la jerga periodística llamamos fuentes vivas, tarea que resulta de especial dificultad en una vida azarosa y violenta, como fue la de Griselda Blanco. Y más aún si se tiene en cuenta que buena parte de su historia delictiva ocurrió fuera de Colombia. Se trataba de buscar viejos socios, sicarios de otras épocas, agentes retirados de la dea, abogados gringos y colombianos, familiares, asesores del Cartel de Medellín y narcotraficantes jubilados dispuestos a reconstruir la historia de la Madrina de la mafia.
A pesar de estar hablando de una generación vieja de narcos —tanto que se puede decir que hacen parte de la génesis del narcotráfico—, Martha pudo ubicar y recoger con éxito este tipo de testimonios, que van desde un amigo de uno de los primeros maridos de Griselda hasta un antiguo narcotraficante que estuvo el día en que mataron a su hijo Osvaldito, pasando por las memorias de un exministro y de un sicario a sueldo de la Madrina.
Casi todos estos personajes accedieron a ser mencionados, entregaron documentos, ubicaron tumbas de personajes clave (como el piloto de Pablo Escobar que fue enterrado vivo con todo y avioneta), bienes con registros embolatados y nombres de otras personas involucradas en el mundo ilegal de Griselda Blanco.
Terminada la etapa de hablar con las fuentes de carne y hueso, Martha inició el proceso de confrontar esta información con los documentos que reposan en los archivos del Departamento de Justicia de Estados Unidos y con las investigaciones abiertas en esa época contra Griselda y contra su organización, documentos que hasta la fecha nadie había explorado. También tuvo acceso a sus movimientos migratorios y a los prontuarios de sus exmaridos y sus hijos. Descubrió incluso las desesperadas maniobras judiciales de Griselda y de su abogado para evadir tanto la cárcel como la silla eléctrica.
Las piezas fueron encajando una a una despejando mitos y revelando episodios inéditos de la mafia.
A través de un trabajo de campo, los bienes de la Madrina fueron rastreados en todas las oficinas de instrumentos públicos y en notarias de Medellín. El esfuerzo permitió hacer un inventario de sus predios desde 1965 hasta 2013. Montos, fechas, descripciones de bienes, poderes y hasta la copia de la última cédula de Griselda se hallaron en esta búsqueda.
Además, apareció el expediente en la Fiscalía con el sello de Urgente
y la autopsia inédita que narra paso a paso las circunstancias en las que encontró la muerte y las cicatrices recogidas a lo largo de sus 69 años. Este documento se convirtió en el magnífico hilo conductor literario que escogió Martha Soto para contar su historia.
Hago este detallado recuento de los pasos investigativos llevados a cabo por Martha Soto para resaltar el hecho de que cada línea de este trabajo se sustenta en testimonios reales y en documentos oficiales verificables, lo cual es un logro poco usual cuando se trata de explorar el bajo mundo del hampa.
A pesar de que la gran cantidad de elementos de carácter cinematográfico de esta historia hubieran invitado a otros a echar a volar la imaginación narrativa, Martha logra mantener los pies en la tierra desde el comienzo hasta el fin.
Abril de 2013
El prostíbulo de Lovaina
El cuerpo de Griselda Blanco de Trujillo fue ubicado en la mesa quince de disección del Instituto de Medicina Legal, en Medellín, a las 8:20 de la noche del 3 de septiembre de 2012.
El médico forense Julio Mario Hurtado, de turno durante toda esa semana, se hizo cargo del cadáver al que, a primera vista, le encontró un balazo cerca del ojo derecho, que le deshizo la parte superior de la cara. El proyectil penetró su cráneo y le salió por la nuca, lesionándole el rostro y destruyéndole parte del cuero cabelludo. La otra bala entró por uno de sus hombros y le atravesó la clavícula izquierda, destrozándole la manga de su camisa blanca, de hilo, importada, marca Liyuan. La mujer perdió tanta sangre por cuenta de los dos impactos de revólver, que su pantalón tipo capri, también blanco y con cinturón de tela, estaba empapado y pegado a sus piernas.
Durante casi dos horas el forense y su equipo la examinaron y encontraron cuatro cicatrices que, producto de varias cirugías y de otro viejo balazo, marcaron su cuerpo a lo largo de 69 años. Se toparon, además, con dos lunares grandes en la parte izquierda del pecho, que quedaron consignados como señales particulares, al igual que sus cejas finas y tatuadas de un color café claro.
El examen incluyó las vísceras, donde descubrieron hasta su última merienda: queso con arepa semidigeridos
.
Después del largo procedimiento —en el que se dictaminó que la mujer murió por una laceración encefálica, producto de heridas con arma de fuego—, su cuerpo fue embalado en una bolsa oscura, con una etiqueta colgando del dedo gordo de su pie derecho, que tenía escrito el número 2012P-01713.{2}
Un solo hombre, un sicario de cerca de treinta años, terminó con la vida de la narcotraficante más poderosa y sanguinaria que ha tenido Colombia, que en los sesenta, setenta y principios de los ochenta, inundó de marihuana, cocaína y de descuartizados las calles de Miami, Nueva York, San Francisco y Los Ángeles.
En esa época, los novatos agentes de la Oficina de Narcóticos y Drogas Peligrosas (Bureau of Narcotics and Dangerous Drugs), antecesora de la poderosa DEA, la persiguieron por años, sin suerte, con la certeza de que Griselda era la responsable del ingreso de cocaína en fajas para obesos, jaulas para perros, maletas de doble fondo, compartimientos y techos de barcos, y hasta las primeras mulas que se les colaban por los aeropuertos.{3}
La incipiente agencia antidrogas desconocía por completo a qué tipo de estructura criminal se enfrentaba. Tampoco calculaban las dimensiones del negocio ilegal que empezaba a aflorar. Estaban tan despistados en la investigación, que en sus informes oficiales señalaban que uno de los veintidós grandes socios de la peligrosa mafia suramericana era un hombre identificado como Ramiro Sancocho: de hecho, ese nombre aparece en el indictment que se le abrió oficialmente a la organización de Griselda Blanco en 1975.
El daño que Griselda estaba ocasionando era tal, que se ordenó estructurar una operación antinarcóticos exclusiva para cazarla a ella y a sus compinches. Fue bautizada Banshee (Hada Maligna), en alusión a uno de los alias con la que la identificaban —la Madrina— y a sus técnicas sanguinarias para abrirse paso en el negocio y asesinar a sus competidores y maridos. Sin embargo, Griselda Blanco parecía inmune a la persecución de los agentes antimafia. Entraba y salía a su antojo de Estados Unidos, usando pelucas, turbantes y los pasaportes falsos con visa americana, que le elaboraba magistralmente con varios alias y nacionalidades, su amigo Bernando Roldán.
Desde el 4 de octubre de 1974, Griselda fue ubicada en la galería de los fugitivos más buscados de Estados Unidos con al menos tres nombres adicionales. En ese entonces, ajustaba 31 años, 42 muertos, dos maridos y más de doce ahijados, que cuando la veían llegar al barrio Santísima Trinidad de Medellín (o barrio Antioquia) la perseguían como un enjambre de abejas, para que les regalara un beso, mercados y billetes de a dólar.
La mujer, de 1,56 m de estatura, carnes duras, cejas finas y tez trigueña, también patrocinaba eventos deportivos y hacia donativos a dos iglesias de la zona, de donde salió con un buen puñado de ahijados, hijos de vecinas y hasta de un par de trabajadoras de uno de los grandes prostíbulos del pesado sector de Lovaina. De esa parentela adoptiva derivó su alias de la Madrina y, más tarde, uno de los blindajes para su organización.
A la zona de placer de Lovaina fueron a parar ella y su madre: Ana Lucía Restrepo (menuda, trabajadora y con estrabismo en uno de sus ojos), poco tiempo después de que decidieron migrar de la costa al centro del país. Aunque eran oriundas de Santa Marta, Griselda y Ana Lucía llegaron en bus desde Cartagena a mediados de 1955, y se instalaron en los populosos vivideros incrustados en las comunas de la capital paisa, donde se mezclaban la pobreza y el hampa.
Los primeros años vivieron en una pieza alquilada, que les servía también de cocina. Pero, en 1965, cuando la Viuda Negra tenía veintidós años cumplidos, compró una primera casita de adobe y tejas ubicada en el barrio Antioquia. Con 64 metros cuadrados de cabida, el predio era vecino al viejo Teatro Antioquia, que estuvo varios años abandonado. Allí, Griselda acomodó a una parte de su familia, incluidos sus dos hermanos varones y su medio hermana Nury del Socorro Restrepo, quien la acompañó hasta la tumba. Ese mismo año, también adquirió un pequeño lote contiguo que, al igual que la casita, negoció con doña Isabelita Olarte, una vieja y conocida vecina