No te quiere
Por Corín Tellado
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Corín Tellado
Corín Tellado es la autora más vendida en lengua española con 4.000 títulos publicados a lo largo de una carrera literaria de más de 56 años. Ha sido traducida a 27 idiomas y se considera la madre de la novela de amor. Además, bajo el seudónimo de Ada Miller, cuenta con varias novelas eróticas. Es la dama de la novela romántica por excelencia, hace de lo cotidiano una gran aventura en busca del amor, envuelve a sus protagonistas en situaciones de celos, temor y amistad, y consigue que vivan los mismos conflictos que sus lectores.
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No te quiere - Corín Tellado
CAPITULO PRIMERO
Ketty Scott oyó el timbrazo y automáticamente miró la hora en su reloj de pulsera.
Se levantó con pereza y miró en torno distraída.
Las diez y media marcaba su reloj y Ketty suponía ya quién podía ser a tales horas.
El timbre volvió a sonar entretanto Ketty se desperezaba y colocaba las gafas de ancha montura oscura en lo alto de la cabeza.
—Ya voy —murmuró.
Tenía una voz cálida y peculiar, de suave arpegio. Estiró un poco los pantalones oscuros y ató mejor las puntas de la camisa, de forma que se cerraban en la breve cintura.
Atravesó el cuarto pasando los dedos por el lacio pelo rubio que le caía sedoso por un lado de la mejilla, retirándolo con un gesto muy femenino.
No era muy alta, pero sí delgada y esbelta, de senos más bien menudos, de una turgencia muy pronunciada, pues abultaban apenas bajo su camisa holgada, si bien quedaban perfectamente demarcados.
Unos botines de caña corta sujetaban la estrechez de los bajos de sus pantalones, los cuales metía por dentro de aquellas botas, de modo que la hacían más esbelta si cabe.
Así atravesó el salón estudio y se dirigió a la puerta, la cual estaba en el mismo estudio compartiendo aquél con un vestíbulo de menguadas dimensiones.
—Hola, Ketty —saludó Rex.
—Pasa—dijo ella con naturalidad.
Y una vez Rex en el interior, cerró y caminó delante de él estudio adelante.
—Te creía de viaje por Filadelfia.
—Es que lo estaba —aceptó suspirando—, pero tomé el avión una vez terminé, deseoso de regresar casa después de una semana de ausencia.
—Siéntate, Rex.
El aludido dudó.
—¿Y tú?
—No seas tan supereducado conmigo, Rex —sonrió ella—. Donde hay confianza, sobran los cumplidos.
Rex se sentó lanzando un suspiro.
Era un tipo alto y más bien delgado, si bien de fuerte contextura. Tenía el pelo pajizo, de un rubio desvaído, lacio y cayéndole un poco sobre un lado de la frente, pecoso, de ojos verdes de expresión acariciante.
En aquel momento vestía un pantalón beige, camisa azulina y una americana sport azul sin solapas y muy abierta por los lados. Tenía todo el aspecto de un ejecutivo, pero Ketty sabía que a veces Rex se vestía desenfadadamente y parecía más joven, aunque, dicho en verdad, no era ningún viejo.
Por otra parte, también pensaba Ketty, le hacían gracia las pecas que le salpicaban la nariz, así como sus labios muy pronunciados que al sonreír mostraban dos hileras de blancos dientes.
—¿Trabajabas? —preguntó señalando el flexo que colgaba de una mesa al fondo del estudio.
Ketty asintió.
—Prefiero —dijo al tiempo de caer hundida en un butacón enfrente de Rex— una obra de teatro o una simple novela, pero cuando me dan un libro de ensayo el trabajo se hace muy monótono.
—Lo comprendo. Por lo visto ahora tienes una obra de ensayo.
—Por supuesto —y sin transición—. ¿Quieres un café o no has comido aún?
—Gracias, Ketty, prefiero un whisky. Como Angie no estaba en casa para no variar, pues me metí en un pub al venir hacia aquí y comí algo. Un plato frío y tomé después un café.
Ketty se levantó y fue hacia una mesa de ruedas que hacía de bar.
Conocía los gustos de su cuñado, de modo que le sirvió el whisky sin necesidad de preguntarle si deseaba hielo. Sabía que no. Ni hielo ni agua.
Con el vaso ancho en la mano se acercó a Rex.
—Toma. ¿No encontraste ninguna nota, Rex?
—¿De Angie? No. Posiblemente no supiera que regresaba hoy. En realidad, normalmente tendría que hacerlo pasado mañana.
—Algún compromiso...
—Claro, claro. Gracias, Ketty —y llevó el vaso a los labios.
Ketty encendió un cigarrillo y cruzó una pierna sobre otra.
—Hace calor, ¿verdad?
—Pues sí. Saqué el auto del garaje para venir hasta aquí y traje las ventanillas bajas para que entrara corriente —y sin transición—. ¿No te vas esta año de veraneo?
—Imposible. Mirá el montón de libros que tengo apilados ahí. Debo traducirlos todos en dos meses. Justos los que hubiese pasado en Francia.
—También podrías llevarte las traducciones.
—Pues mira, no. Cuando veraneo me gusta tirarme al sol y no dar golpe. Es lo menos que puedo hacer después de un invierno sin levantar los ojos de las páginas —suspiró—. Lo dejaré para el invierno. Tengo unos enormes deseos de conocer Marbella. Dicen que el Sur de España es divino en invierno. Ni mucha gente y un calor muy aceptable sin sofoco.
—Estuve allí cuando me casé con tu hermana. Ciertamente es un lugar encantador. Y Puerto Banús algo fuera de serie.
***
Algo flotaba en el ambiente.
Ketty ya sabía que Rex, a renglón seguido le contaría sus penas.
Y era lo que ella intentaba siempre evitar.
Por mucho que Rex le contara, ella sabía más.
Así que decidió suplir aquel embarazoso silencio, sirviéndose una copa y se levantó para hacerlo.
—Me vendrá bien un Martini. Como muy pronto porque luego trabajo hasta la madrugada.
—Es un trabajo duro, Ketty, ¿cómo no se te ocurrió pasar modelos como tu hermana?
Ketty estaba de espaldas a él preparándose el Martini.
—En principio, porque, cuando Angie empezó, yo estaba en Francia con una tía. Recuerda que Angie es mayor que yo y al fallecer mamá, me enviaron a Francia. Si te digo la verdad, me alegro de ello porque de esa forma me cultivé y aprendí el francés, de lo cual vivo ahora. Ni tengo aire de modelo ni me gusta la vida pública —se sentaba ya con el vaso entre las dos manos—. Mi tía Ali era una persona muy intelectual, profesora de lengua inglesa en Francia, y a su lado o te cultivabas o no la entendías. Por eso no acudí ni a vuestra boda, Rex, y si ahora vivo en Nueva York es porque aquí tengo un trabajo anónimo que me produce dinero y me es cómodo aunque alguna vez resulte fatigoso. No estoy sometida a horario y mi independencia bien vale un sacrificio.
Rex miró en torno con cierta oculta ansiedad.
Tenía