Maleducados: El fracaso de la buena educación
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Con una vida de experiencia como director, docente y asesor de escuelas, Norberto Siciliani explora con irreverencia el mundo de la educación para cuestionarlo todo, incluso su rol de maestro y de padre, sin perder nunca el humor como camino de conocimiento.
Siciliani derriba mitos y desnuda la hipocresía pedagógica. Por eso elude la corrección política y se pregunta si la escuela es hoy obsoleta, si el tiempo pasado fue realmente mejor, si estudiamos para el trabajo, si hay que morir por la patria, si en verdad todos somos iguales, si es válido amaestrar para el mercado, cuál es el rol de la familia hoy, qué nos enseña la calle y qué tienen para aleccionarnos las nuevas tecnologías, entre otros temas acuciantes.
Tomando ejemplos de su propia vida familiar, así como de las escuelas en las que trabajó, pero también de la televisión y de las redes sociales, Siciliani invita a repensar el lugar que todos los adultos debemos asumir junto a los chicos y los jóvenes, postulando la confianza como el único camino real para entablar relaciones reales.
"Maleducados" es un cúmulo de ideas no domesticadas, es pensamiento en ebullición. Porque Siciliani no viene a resolver todos los problemas ni a decir todas las verdades; patea el tablero para que nos pongamos a pensar cuántas veces al día somos maleducados y cuántas veces vale la pena serlo.
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Maleducados - Noberto Siciliani
escribir.
PARTE 1
La era de la mala educación
El tiempo recobrado
Me encanta perder el tiempo. Estar tirado sin hacer nada manipulando el control remoto. Observar el cielo y escuchar a las palomas cuchichear. Sí, a veces siento un poco de culpa por eso siempre me digo a mí mismo: No pierdas el tiempo, pero si estás decidido a perderlo… ¡disfrutalo!
Tienen razón las maestras cuando dicen que la escuela no es lugar para perder el tiempo. Hay otros lugares mucho mejores para hacerlo: el shopping, el río, la casa de algún amigo. ¿Por qué hacerlo en la escuela, donde ya sabemos que los chicos van para que les enseñen? Quizá porque no hay experiencia más feliz que la de perder el tiempo riéndose sinceramente a pleno, sin culpa ni miedo, con los alumnos y los hijos, con los más chicos, con esta extraña generación que llega.
Pareciera ser que todos los demás son cada vez más maleducados y a pesar de que nos quejamos permanentemente nos damos cuenta de que los maleducados siempre reciben beneficios. Y como los maleducados son siempre los otros, somos nosotros los que siempre salimos perdiendo. Sin embargo, cuando podemos, sacamos ventajita en una fila del banco, o nos aprovechamos de algún familiar discapacitado para obtener beneficios o respondemos con hipocresía para no hacernos cargo de argumentar nuestras ideas. O mentimos. O somos indiferentes. O insultamos para hacer sentir mal al otro haciendo gala de pequeñas cuotas de poder.
¿Un maleducado es aquel que tiene actitudes que no nos gustan? ¿Es ese que no coincide con nuestros criterios éticos? ¿Es el indiferente a nuestras necesidades inmediatas? ¿Es una minoría que hace abuso de sus prioridades y prerrogativas? ¿Son algunos que llamamos inadaptados porque no respetan nuestro cómodo y tranquilo modo de vivir? ¿Somos alguno de nosotros cuando nos dirigimos a otros con expresiones despectivas y descalificadoras? ¿Son los dueños de la opinión pública avasallándonos con ideas preconcebidas, con palabras obscenas, con actitudes violentas, con sarcasmo displicente? ¿Son esos otros que quieren convencernos de que el tarot, la quiromancia, la astrología y las promesas electorales son la panacea para todos nuestros males?
Esos que llamamos maleducados o desubicados pareciera que cumplen una función tácitamente saludable en nuestro ambiente social: hacer y decir todo lo que los educados y ubicados no decimos ni hacemos. Los maleducados, como dirían los adolescentes, garpan: obtienen beneficios de sus actitudes y se van transformando en altavoces de una sociedad que está construida para que la mayoría pague gracias a una minoría escasísima que aparece en los medios. ¿Es un maleducado el pibe sucio y mal vestido que en los medios de transporte pide, grita, corre y empuja sin registrar al otro? ¿Qué nos quiere decir? Si nosotros podemos hacernos esa pregunta es que queremos educar, creemos en educar, pero debemos admitir que nos encontramos desorientados en medio de la incertidumbre.
Definiciones
El Diccionario de la Real Academia Española presenta las siguientes definiciones:
maleducado, da.
1. Dicho de un niño: muy mimado y consentido.
2. Descortés, irrespetuoso, incivil.
maleducar.
1. Malcriar.
2. Educar mal a los hijos condescendiendo demasiado con sus gustos y caprichos.
Un sinónimo posible es zarpado
, adjetivo que describe a alguien que se comporta inadecuadamente o dice cosas que resultan groseras, indiscretas o inoportunas. Sin embargo, para los jóvenes quiere decir extraordinario, increíble. De manera que un maleducado puede perfectamente ser un zarpado.
Se puede tener un marido, un empleado o un hijo zarpado y no siempre el adjetivo es peyorativo. Solemos ponderar las acciones de los zarpados con expresiones del tipo ¡Guau! ¡Qué zarpado!
. Es verdad: son personas que se lanzan a navegar, que no temen al ridículo porque saben, como lo sabe el adagio popular, que un barco fue hecho para navegar aunque esté más seguro en puerto.
Y por eso son zarpados los que nos cuestionan con su vida y sus acciones. Y son zarpados los chicos que en los medios de transporte juegan, gritan, piden. Zarpados son los artistas callejeros. Y los travestis, que nos enfrentan con nuestro propio juicio discriminador. ¿Son maleducados aquellos que orinan en la calle porque la calle es su casa y es allí donde viven?
El éxito de la mala educación
¿Por qué soltar graciosamente una flatulencia en un programa internacional puede hoy viralizarse hasta lo increíble y sin embargo es considerado como una grosería incalificable si lo hace una persona que está a nuestro lado en el tren o en el subte? ¿Es solo por el olor? No seamos hipócritas… Todo es cuestión de que no nos descubran… o de que tengamos la suerte de que ese flato se mediatice infinitamente por algún misterio del interés del público.
Hace unos años, viajando en colectivo, en pleno invierno, con las ventanillas cerradas y pasajeros a tope, comenzó a percibirse un aroma nauseabundo y progresivo. Una señora mayor sentada en el asiento de atrás me toca el hombro y me dice: ¡Maleducado!
. Todo el mundo me clavó la mirada de censura. En ese momento, además de vergüenza tuve un sentimiento trágico: ¿quién iba a creer en mí, aun siendo inocente? Irremediablemente ya me encontraba condenado de antemano por el prejuicio de una anciana, que se había convertido en la reserva moral de los pasajeros. En esos microsegundos, en que se me cruzaron mil ideas a toda velocidad, decidí entregarme heroicamente en nombre del culpable oculto y respondí, sin darme vuelta, como dirigiéndome a todos los presentes: ¿Señora, acaso usted nunca se tiró un pedo?
. Y se produjo un milagro. Automáticamente el pasaje completo largo una carcajada, declarándome un ser tan inocente como cada uno de ellos.
Digamos que en general es aconsejable hacernos cargo de nuestros límites y exponerlos para ponernos a la par del resto del mundo, en lugar de ocultarlos para exhibir un perfil de cortesanos reales que no somos.
¿Alcanza con ser educado?
Es común pensar que la educación es la solución a casi todos los problemas. Pero este pensamiento único nos engaña ya que terminamos excluyendo prácticamente al resto de los factores que intervienen en el desarrollo y la felicidad. Muchas veces terminamos aceptando ideas que no obligatoriamente responden a las necesidades de las personas. Y las seguimos como una panacea.
Sin embargo, aspectos como el medioambiente, el entorno de desarrollo, la crianza y por sobre todo la salud son tan importantes como la educación. O en todo caso son una parte constitutiva de lo que llamamos buena educación. Es el bagaje cultural con el que abordamos la cuestión de educar y educarnos.
El especialista español en Educación Jorge Larrosa afirma que La educación es la forma en que el mundo recibe a los que nacen
.
Tener garantizado el cuidado físico y un plato de comida digno es tan importante como que los padres hablen con sus hijos. Difícilmente podamos exigirles, clamar por buenos gestos educados, a quienes revuelven la basura de McDonald’s por las noches para tener su comida del día. ¿Son unas maleducadas esas personas necesitadas que piden y que no agradecen cuando uno les da? Perdieron todo… hasta el saludo…
Entonces… la buena educación… ¿Qué es? ¿Existe? ¿Para qué sirve? ¿O solo es un regalo que se tuvo la suerte de recibir?
Podríamos pensar que en un mundo donde a muchos se les hace cada vez más difícil sobrevivir, y por lo tanto encontrarle sentido, el único objetivo es descargarse de todos los pesos extras que suponen la ética, el buen trato, la cordialidad y pasar por arriba a quien sea para obtener más seguridad para la propia vida. Es decir, asegurarse cosas básicas, poder adquirir un medicamento, ser recibido con una caricia por alguien a quien le interesemos. Aún se suele escuchar en el discurso de dirigentes, familiares, entrenadores y políticos la idea de que lo que no te mata te hace fuerte. Quizá no todos tienen la posibilidad o la fortuna de sortear estas exigencias que la sociedad ha programado para la formación de sus integrantes y salir edificados. Se opta entonces por el camino menos traumático, que siempre es el que aparece como el más fácil. ¿Quién puede pensar, disfrutar o aprender con el estómago vacío o con dolor de oídos o de muelas? ¿Quién puede competir equitativamente en un deporte si tuvo una fractura mal curada? ¿Qué oportunidades puede tener el último orejón del tarro? ¿O a quién podemos reclamarle el cuidado de la vida si su propia vida fue descuidada desde el mismo día de su concepción?
Videos ejemplares
En enero de 2013, el periodista Leo Rosenwasser entrevistó en televisión al primer abogado defensor del portero Jorge Mangeri acusado en ese momento del asesinato de Ángeles Rawson de 16 años y condenado a prisión perpetua. El leguleyo se presenta con su esposa y su hijo de seis años, que se sienta en el brazo del sillón donde está su padre.
El diálogo con el periodista se desarrolla en los siguientes términos tragicómicos[1]:
Periodista: ¿Mangeri es inocente?
Abogado: Mangeri es un señor inocente que está pasando por el peor momento de su vida…
Hijo: (en voz baja en la oreja del padre): Pero boludo, mató a Ángeles…
Periodista: No pasa nada, no pasa nada. ¿En algún momento sentís que él siente que mataron a una nena de 16 años, más allá de todo?
Hijo: ¡Yo ya sé cómo la mató!
Periodista: Pero no lo digas… pero no lo digas, mi amor…
Hijo: ¿Por qué no puedo decirlo? (El padre le hace hacer silencio con el dedo índice sobre la boca y el chico repite el gesto riéndose…)
Los tópicos a puntualizar sobre esta escena son los siguientes:
El niño que refuta al padre, sin embargo...
en lugar de decirle: ¡pero, papá!…
, como cualquiera esperaría de un hijo, le dice: pero, boludo…
.
El padre lo toma como un comentario habitual, mientras el periodista naturaliza los dichos del niño repitiendo que no pasa nada.
Luego el periodista enuncia una pregunta difícil de entender, incluso es difícil comprender qué quiso preguntar. ¿Por qué habla de los sentimientos de un especialista en leyes penales o de los sentimientos de un acusado de asesinato de una menor?
¿Por qué el niño sabe qué pasó? ¿Qué escuchó? ¿Por qué a los seis años está en un programa en el que están hablando del asesinato de una menor?
El periodista calla al niño, lo censura, le dice no lo digas
, aunque quiera matizarlo con un mi amor
.
En síntesis, una locura con máscara de espectáculo. En ese mismo video aparece el famoso conductor Marcelo Tinelli en un programa de hace unos cuantos años en el que regalaba helados a quienes decían ser hinchas de San Lorenzo. Cuando uno de los niños participantes le responde: De Platense
, el conductor devuelve: Pero tenés que decir que sos de San Lorenzo para llevarte el helado
. Todo el público se ríe y festeja. Y el conductor vuelve a preguntarle: ¿De qué cuadro sos?
. Y el niño le responde sin vacilar: De Platense
.
(Conductor) —Pero no te vas a llevar el helado si no decís que sos de San Lorenzo.
(Niño) —Entonces no quiero el helado —responde muy serio y se retira.
Todo el público se ríe y festeja.
La pregunta es: ¿de qué se ríe el público y qué festeja?
Ambos casos presentados exponen con claridad los modos, las maneras y la ética de la vida actual. Educados o maleducados, como quieran llamarlos.
¿Dónde están y quiénes son los educados y los maleducados?
¿Eran unos maleducados aquellos que sin saco ni sombrero remojaban sus pies en la fuente de la Plaza de la República? ¿Eran maleducados aquellos padres de la Roma Imperial que tenían la potestad de dejar vivir o matar a sus hijos? ¿Son maleducados esos hijos de hoy que traen a su novia a dormir
a la casa de sus padres? O esa hija que con cierto recelo nos cuenta que está de novia con una joven: ¿es una maleducada? ¿Pueden hoy considerarse maleducados a los personajes públicos, políticos, artistas y periodistas que se insultan, se amenazan y se provocan a través de los medios de comunicación fabricando rating a raudales?
La historia de la educación y de sus proyectos y propuestas no alcanza para exponer las verdades y desvergüenzas de lo que hemos naturalizado. Pero a la mirada de todos, todos somos maleducados. Los que son de otro cuadro de fútbol. Los de otra tendencia política. Los extranjeros o los inmigrantes. Los de otro color de piel. Los de otra religión. Los de otro idioma. Los ricos. Los pobres. Los gordos. Los feos… Todos somos unos maleducados insoportables.
Amaestrar para el mercado
Siempre me ayuda a pensar una reflexión del economista Ernst Friedrich Schumacher: El fomento y la expansión de las necesidades es la antítesis de la sabiduría. Es también la antítesis de la libertad y de la paz. Todo incremento de las necesidades tiende a incrementar la dependencia de las fuerzas exteriores sobre las cuales uno no puede ejercer ningún control y, por lo tanto, aumenta el temor existencial. Sólo reduciendo las necesidades puede uno lograr una reducción genuina de las tensiones que son la causa última de la contienda y de la guerra
.
Estamos expuestos a la manipulación de la estrategia del mercado en su exacerbación de las necesidades y la explotación del deseo. Formamos parte de ese juego aparentemente ingenuo, aunque nos neguemos a aceptarlo creyendo que nosotros somos dueños de nuestras propias decisiones.
A través de la publicidad y los medios en general nos invitan
al consumo de alcohol, medicamentos y velocidad. Estamos inmersos en esta cultura de muerte. Inocentemente nos recomiendan que tomemos Uvasal o Hepatalgina después de los excesos de la noche anterior. Sin embargo, nos están maleducando. Porque esa lógica es lo opuesto a educarse en el cuidado de la salud.
Comer en cantidades excesivas, hasta el extremo de hacernos sentir mal, contando de antemano con la seguridad que nos ofrece un remedio ya es haber sido mal educados. Lo mismo ocurre cuando nos proponen convertir la ingesta de vino en un culto intelectual y sofisticado a través de un texto poético escrito en la etiqueta: Este vino tiene recuerdos de madera vieja, desván, miel rancia, almendra tostada, pastelería, nuez
.
Ellos, los buenos muchachos del mercado, terminan convenciéndonos de que todo está bien.
Pero también están los otros maleducados, los que se resisten a ser educados por el mercado, se niegan a caer en las telarañas seductoras del consumismo e intentan regirse por sus propias ideas. Estos maleducados suelen ser vistos como especímenes raros. No, no tomo alcohol
, dicen, por ejemplo, y reciben una mirada de extrañeza. Y con ese mismo gesto burlón la sociedad mira a los defensores del medioambiente, a los consagrados a alguna corriente espiritual, a los pacifistas: personas maleducadas que nos empujan a observarnos desde otros lugares.
Pensar críticamente
Y será nuestra tarea de educadores, y llamo así a todos los adultos que forman parte de una comunidad, cumplir con esta premisa que no es otra que la de enseñar a pensar críticamente la realidad.
¿Cómo hacerlo? ¿Cómo puede un maestro competir hoy con el rating? Me consta que muchas veces se logra simplemente con prestarles atención a los alumnos o a los hijos. Sentarse al lado de ellos, compartir el silencio o la charla, responder preguntas, evitar la soberbia de creer que podemos enseñarles a vivir.
La antropóloga argentina Paula Sibilia reflexiona sobre este tema en su libro ¿Redes o paredes? La escuela en tiempos de dispersión: Ese niño que se definía en virtud de su porvenir ciudadano como fruto de la conjunción entre el hijo —producido por la familia— y el alumno —modelado por la escuela— quizás hoy sea una figura en extinción… [...] Ellos son los consumidores de la actualidad o bien los excluidos
.
A diferencia de la ley, el mercado no impone un orden que comprenda a todos por igual. Eso sí, posiciona a todos ya no como ciudadanos sino como consumidores, incluidos los niños, a quienes asila y aísla.
Aquí se presenta entonces la soledad del niño, en esta perversa pedagogía de mercado, en una relación de consumidor y consumido. La lógica de la escuela y de las familias, de los distintos tipos de familias, es hoy la del consumidor consumido. Son producidas como producto y al mismo tiempo producen a los consumidores de sí mismas. Lo único que le interesa al mercado es que se consuma más. No importa qué, ni cómo, ni cuándo, ni quién. Las estrategias que el mercado propone afirman que todo lo que está al alcance de los jóvenes y los niños, desde las herramientas técnicas hasta las personas, son productos a su disposición. De manera que se encuentran solos frente al mercado, indefensos y a merced del poder disimulado del marketing pedagógico del mercado y, al mismo tiempo, con el poder que se les otorga y que daña y minimiza a los demás agigantando la propia estatura y autoestima. A este juego perverso accedemos los adultos arrastrando a los chicos o siendo arrastrados por ellos.
La educación entendida como capital
Es innegable que estamos inmersos en una sociedad de mercado. Y son muchos los consejos para evitar que el consumo no se convierta en una adicción que suele hacernos sentir falsamente felices.
Dice Zygmunt Bauman: El consumo produce individuos que se sienten plenos porque creen saber elegir, la cultura ya no se concibe a sí misma como una cultura de aprendizaje y acumulación sino de desvinculación, discontinuidad y olvido
.
Pero además tendemos a pensar la educación como un capital a atesorar, es decir, con los atributos que conllevan los beneficios de la acumulación de riquezas, una riqueza intangible pero aprovechable en el momento de acaparar poder, tomar decisiones, posicionarse socialmente, motorizar la autoestima hasta asentarse en el narcisismo, exclusivo y fugaz.
La escuela, por ejemplo, sigue pensándose como el sitio donde se generan productos, que se acumulan como un ahorro para un futuro que no sabemos cómo será, ni qué requerirá del individuo ni qué necesitarán las personas para transitarlo.
Este acopio de información habilitará a los sujetos —calificaciones conceptuales y numéricas mediante— a ser seleccionados entre otros muchos que quedarán afuera de este tamiz. Es en ese momento cuando el individuo comienza a reconocer el placer de este consumo pedagógico: el de tomar conciencia de que con estas prácticas se puede llegar a formar parte de los elegidos. Cuadros de honor, altos puntajes, premios y beneficios los van separando cada vez más de los otros, aquellos que simultáneamente van haciéndose invisibles porque no han alcanzado los estándares requeridos. Se califica para triunfar o para permanecer al margen. Esos triunfadores
se harán cargo de los marginados a través de diferentes herramientas que van desde la indiferencia al desprecio pasando por el acoso escolar o bullying. El mundo escolar y la sociedad misma clasifican entonces entre mal educados y educados. No es maleducado aquel que fue mal educado sino quienes provocaron que muchos quedaran marginados por mal educar.
Pierre Bourdieu sostiene que la clasificación escolar es una clasificación social eufemizada, por ende naturalizada, convertida en absoluto, una clasificación social que ya ha sufrido una censura, es decir, una alquimia, una transmutación que tiende a transformar las diferencias de clase en diferencias de ‘inteligencia’, de ‘don’, es decir, en diferencias de naturaleza… La clasificación escolar es una discriminación social legitimada que ha sido sancionada por la ciencia
. En efecto, podemos decir que los test psicológicos, la medicación, los diagnósticos prematuros, entre otras prácticas que se han hecho habituales en nuestros días, son formas de legitimar la discriminación.
Para complementar esta idea, e intentar entender el porqué de las incertidumbres educativas que vivimos hoy, cito a Osvaldo Dallera: El pensamiento tradicional opta por una idea de realidad que privilegia la unidad, el orden y el equilibrio por sobre la diferencia, el caos y el conflicto
. Por eso el mundo del mercado aparece como liberador y tranquilizador ante una realidad cada vez más incierta.
Estaríamos entonces en condiciones de analizar un itinerario educativo que partiría de tres metas significativas para el mundo actual:
La búsqueda de la unidad en la diversidad.
La aceptación de una armonía en tensión.
El protagonismo del conflicto.
El periodista Gonzalo Toca expresa lo siguiente en un artículo publicado en la revista digital Yorokobu: "Todos decimos admirar la creatividad y, sin embargo, todos la castigamos de forma implacable cuando cuestiona nuestras creencias. Odiamos la incertidumbre cuando no la provocamos nosotros. Por eso, la sociedad da tantas veces con la puerta en la cara a los creativos y los obliga a superar una educación donde se premian la imitación, la