Martín Lutero: Su vida y su obra
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Conocer, pues, a fondo la biografía de Martín Lutero y con ella las claves teológicas y sociológicas de la Reforma es algo esencial para todo cristiano evangélico que anhele descubrir las raíces comunes de su fe y, así, contribuir a un mejor entendimiento entre las distintos grupos, iglesias y denominaciones cristianas.
La presente biografía de Lutero, considerada como la mejor que se ha escrito en lengua española hasta la fecha, se completa con ilustraciones de la época, una amplia bibliografía de obras escritas por Lutero y la transcripción de numerosos documentos de la época, entre ellos las famosas 95 Tesis.
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- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Este libro me encanto. He aprendido mucho acerca de la raiz protestante. Sinceramente agradezco al Reformador y a los que apoyaron esa noble y valiente causa. Sin estos valientes reformadores, de los cuales, Martin Lutero, es el primero, el mundo seguiria en tinieblas espirituales hasta el dia de hoy. Un aplauso, mi gratitud enorme y mi gran admiracion para esa multitud de angeles que ahora mismo deben estar deleitandose delante de la presencia de nuestro amado Maestro, el Senor Jesucristo. Amen!
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Martín Lutero - Federico Fliedner
CAPÍTULO I
NACIMIENTO, INFANCIA Y JUVENTUD DE LUTERO
El 10 de noviembre de 1483, a las once de la noche, en Eisleben, dio a luz Margarita Ziegler, esposa de Juan Lutero, minero de Moehra, un niño que fue bautizado al día siguiente en la iglesia de San Pedro del mismo pueblo, y recibió el nombre de Martín, por ser este día consagrado a San Martín. Nació el pequeño Martín en circunstancias especiales porque habían ido sus padres a Eisleben poco tiempo antes de que viniera al mundo tal hijo. La humilde casa en que nació, se ve aún hoy en Eisleben. Sobre la puerta hay un busto del Reformador, alrededor del cual se lee la inscripción siguiente:
La palabra de Dios es la enseñanza de Lutero: por eso no perecerá jamás.
Hoy se emplea dicha casa como escuela para los niños pobres de Eisleben; en ninguna parte mejor podía y debía establecerse un centro de enseñanza, que allí donde nació el que más tarde, con su reforma, había de dar tanto impulso a la ciencia, y especialmente a la pedagogía.
Cuando en este edificio tan sencillo, y en la hora silenciosa de la media noche, la pobre madre dio a luz a aquella criatura, ¿quién hubiera pensado entonces que este niño, hijo de padres tan pobres, habría de libertar un día a más de la mitad del mundo, de las tinieblas en que estaba sumergido, y con el poder de la Palabra de Dios haría vacilar el trono de los papas? Pero éste es el camino ordinario de la Providencia: los principios y los instrumentos son muy humildes, pero el fin es glorioso. Dios, para hacer grandes cosas, se sirve generalmente de hombres humildes y de poca nombradía. El reformador de Suiza, Zuinglio, nació en la choza de un pastor de los Alpes; Melanchton, el teólogo de la Reforma, en la tienda de un armero, y Lutero en la choza de un minero pobre.
Su padre, que era natural de Moehra, pequeño pueblo de Turingia, trasladó, medio año después del nacimiento de Martín, su domicilio a Mansfeld, tres horas distante de Eisleben. Allí, en un hermoso valle donde serpentea el río Wipper, se deslizó también suavemente la infancia de Lutero; allí recibió la primera instrucción. Al principio, sus padres se encontraron en tal estado de pobreza que la madre recogía leña y la llevaba a las espaldas para venderla y poder ayudar al sostén de sus hijos. El pequeño Martín la acompañaba muchas veces, y ayudaba en esta humilde faena. Pero poco a poco mejoraron las circunstancias. Dios bendijo el trabajo del padre de manera que más tarde llegó a tomar en arriendo dos hornos de fundición en Mansfeld; y ya en 1491 le eligieron sus conciudadanos concejal del Ayuntamiento.
Hallándose Juan Lutero en esta posición más desahogada, tuvo ocasión de cultivar la amistad de los que entonces eran tenidos por sabios, los eclesiásticos y maestros, a quienes con frecuencia convidaba a su mesa, y con quienes conversaba sobre las cosas del saber humano. Tal vez estas conversaciones, oídas por Martín desde sus más tiernos años, excitaron en su corazón la ambición gloriosa de llegar algún día a ser un hombre docto.
Casa donde nació Lutero en Eisleben
Como personas piadosas, educaron los padres a Martín desde la niñez en el santo temor de Dios; usaban con él, al estilo de aquellos tiempos, de bastante severidad, en términos que le tenían muy amedrentado. Él mismo dice: «Mi padre me castigó un día de un modo tan violento, que huí de él, y no quise volver hasta que me trató con más benignidad. Y mi madre me pegó una vez por causa tan leve como una nuez, hasta hacer correr la sangre».
A pesar de esta severidad de sus padres, Lutero los tuvo siempre en la mayor estima; porque sabía que habían procurado sólo su bien. Melanchton dice de la madre de Lutero que era una mujer a la cual todas las otras podían y debían tomar como ejemplo y dechado de virtud. Martín dedicó más tarde a su padre un libro sobre la disciplina de los conventos, y quiso perpetuar la memoria de sus padres poniendo sus nombres en el formulario de matrimonio bajo la fórmula: «Juan, ¿quieres tomar a Margarita por tu esposa legítima?»; dando así un testimonio público de su amor filial. El padre murió el 29 de mayo de 1530, y Lutero se entristeció mucho de su muerte. Estaba a la sazón ausente de Wittenberg en el Castillo de Coburgo, donde permaneció mientras se celebraba la dieta de Augsburgo; y su esposa Catalina le envió entonces, para consolarle, el retrato de su pequeña hijita Magdalena, la cual murió pocos años después. Margarita no pudo sobrevivir mucho tiempo a la pérdida de su esposo. Un año después pasó ella también a la patria mejor. Su gran hijo estaba a la hora de su muerte también lejos de ella; trabajos importantes le impedían hacer un viaje largo para acudir al lado de su querida madre; pero no por eso olvidó sus deberes de hijo. Cuando tuvo noticia de la enfermedad de su madre y comprendió que sería la última, quiso consolarla por una carta, ya que no le era posible hacerlo de palabra.
Hemos querido insertar íntegra esta carta, que se ha conservado providencialmente entre sus obras, porque en ella se revelan los sentimientos de aquel hombre a quien sus adversarios pintan con los rasgos y colores de un monstruo.
«Mi querida madre:
»He recibido la carta de mi hermano Jacobo sobre vuestra enfermedad, y en verdad siento mucho no poder estar con vos personalmente, como son mis deseos. Dios, Padre de todo consuelo, os dé por su santa palabra y su Espíritu una fe firme, gozosa y agradecida, para que podáis vencer esta necesidad, como todas, con bendición, y gustar y experimentar que es mucha verdad lo que él mismo dice: Confiad, porque yo he vencido al mundo
. Yo recomiendo vuestro cuerpo y alma a su misericordia. Amén. Piden por vos todos vuestros nietos y mi Catalina. Unos lloran, otros cuando están comiendo dicen: la abuela está muy enferma
. La gracia de Dios sea con vos y con nosotros. Amén. El sábado después de la Ascensión, 1531. Vuestro querido hijo,
Doctor Martín Lutero.»
Confiando firmemente en esta misericordia divina a cuyas manos el hijo lejano la había encomendado, partió de este mundo. El mismo pastor de Eisleben, que había oído de los desfallecidos labios de los padres de Lutero la confesión de su fe; que había dado la última bendición, tanto a Margarita como a su esposo difunto, escuchó también, quince años después cómo el Reformador moribundo, «el querido hombre de Dios, invocaba por última vez el nombre del Señor».
Pero volvamos a la niñez de Lutero.
Cuando llegó a la edad en que debía empezar su instrucción, sus padres invocaron sobre él la bendición de Dios y le enviaron a la escuela. Tampoco allí encontró una disciplina suave ni atractiva. En más de una ocasión su maestro le castigó varias veces en un día, y cuando Lutero lo refiere, añade: «Bueno es castigar a los niños, pero es lo principal amarlos». Sin embargo, sus adelantos en la escuela eran grandes, y pronto aprendió los diez mandamientos, el credo, el padrenuestro, himnos, salmos, oraciones y lo demás que en aquellos tiempos se enseñaba en las escuelas.
El padre de Lutero quería hacer de él un hombre docto, de lo cual el talento singular y la aplicación extraordinaria del muchacho le permitían abrigar esperanzas muy fundadas. Así que cuando Martín cumplió once años su padre le envió a Magdeburgo, donde existía un famoso colegio. Allí empezó el Señor a preparar el espíritu de Lutero para la obra grande a que le tenía destinado. Joven, alegre y vivo, era al mismo tiempo dado a la piedad y a las prácticas religiosas, y frecuentaba con mucho interés, el año que permaneció en Magdeburgo, los sermones enérgicos que allí predicaba Andrés Proles, provincial de los agustinos, sobre la necesidad de reformar la religión y la Iglesia. Estos discursos fueron quizá los que sembraron en el ánimo de Lutero las primeras semillas de la idea de la Reforma. Después de haber estudiado allí un año, se trasladó, con el consentimiento de sus padres, a Eisenach, esperando que los parientes de su madre que allí moraban le ayudarían a su sostenimiento.
Casa de la señora Úrsula Cotta, en Eisenach
Los parientes en nada se cuidaron del adolescente; y como su padre era entonces todavía muy pobre, el joven Martín se vio obligado, según las costumbres de aquellos tiempos, a ganar su pan, en unión de otros pobres escolares cantando de puerta en puerta. Y más de una vez los pobres muchachos recibían, en lugar de dinero o pan, malas palabras y reproches. Pero una mujer piadosa y bastante rica, la esposa del ciudadano de Eisenach, Conrado Cotta, había fijado su atención, ya hacía tiempo, en Martín, y le recibió en su casa generosamente, prendada de la piedad que el joven mostraba en sus cantos y oraciones. Las crónicas de Eisenach la llaman la piadosa Sunamita, en recuerdo de la que en antiguos tiempos recogió en su casa al profeta Eliseo. Así pudo Martín dedicarse de lleno al estudio, sin que le distrajeran los cuidados de la vida, y lo hizo con tanta aplicación y celo, que realizó grandes progresos en todas las ciencias. Como la señora de Cotta amaba mucho la música, Martín aprendió a tocar la flauta y el laúd, y la acompañaba cantando con su bella voz de