Francisco Goya
Por Sarah Carr-Gomm
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Esta monografía presenta las obras fundamentales del artista, considerado hoy el padre del arte moderno.
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Francisco Goya - Sarah Carr-Gomm
Índice
I
Introducción
En la pintura no existen reglas, le dijo Goya a la Real Academia de San Fernando, en Madrid, en un discurso que dio en 1792. Sugirió que se les debía permitir a los alumnos desarrollar libremente sus talentos artísticos y encontrar la inspiración en los maestros que ellos eligieran, en lugar de adherirse a las doctrinas de la escuela neoclásica. El mismo Goya era conocido por haber afirmado que Velázquez, Rembrandt y la Naturaleza eran sus maestros, pero su trabajo se opone a la categorización pulcra, y la diversidad de su estilo resulta admirable.
Francisco de Goya vivió hasta los ochenta y dos años (1746-1828), tiempo durante el cual realizó una gran producción de obras –alrededor de 500 pinturas y murales al óleo, cerca de 300 grabados y litografías y cientos de dibujos–. Era hábil tanto en la pintura como en las artes gráficas, y experimentó una gran diversidad de técnicas; incluso en sus últimos años fue pionero del nuevo método de impresión litográfica.
Goya fue, en esencia, un pintor figurativo y trató una enorme variedad de temas. Se convirtió en el principal pintor retratista de España, decoró con retablos y murales las iglesias de Zaragoza y de Madrid, y diseñó tapices que ilustran la vida en la capital española. Numerosos libros de bosquejos personales contienen sus observaciones privadas, evocando las miradas, los movimientos o las actitudes que su ojo captaba. Dos hechos infelices afectaron de forma dramática la vida de Goya y su visión del mundo. El primero tuvo lugar en 1792, cuando, a la edad de cuarenta y seis años, sufrió una enfermedad, tal vez una infección en el oído interno, que lo dejó totalmente sordo. A raíz de esto, se volvió gradualmente introspectivo; fue como si su enfermedad lo hubiera obligado a retraerse en la soledad y a entender con mayor claridad que todos los hombres están solos. El segundo, fue la invasión napoleónica a España en 1808, a la que le siguieron seis años de lucha por la independencia. Durante la guerra, ambos bandos perpetraron inimaginables atrocidades, muchas de las cuales Goya registró en una serie de grabados, que son testimonios de la crueldad de la humanidad. Hacia finales de su vida, Goya pintó en su hogar una serie de murales, que parece hacer el eco de la nube negra que se cernía sobre Europa en las primeras décadas del siglo XIX.
Retrato de Martín Zapater, 1797, 83 x 64 cm. Museo de Bellas Artes, Bilbao.
Autorretrato, 1815, óleo sobre panel, 51 x 46 cm. Real Academia de San Fernando, Madrid.
Autorretrato, 1773-1774, óleo sobre lienzo, 58 x 44 cm. Colección Ibercaja, Zaragoza.
Goya en sus primeros años
Francisco de Goya, hijo de un maestro dorador, nació el 30 de marzo de 1746 en Fuendetodos, una pequeña aldea en la desértica provincia de Aragón. Cuando Goya era niño, a su padre le encargaron supervisar el recubrimiento con oro de los retablos en la Basílica del Pilar, la gran catedral de Zaragoza, capital de Aragón. La familia se mudó al ajetreado centro comercial, y Goya asistió a la escuela en una fundación religiosa, las Escuelas Pías de San Antón. Allí conoció a Martín Zapater, quien se convirtió en un fiel amigo con el cual mantuvo correspondencia durante más de veinticinco años. Las cartas de Goya revelan su humor e impulsividad, y hablan de su fascinación por la cacería, su amor por el chocolate y la preocupación constante por sus asuntos financieros. Lamentablemente, poco dicen de sus ideas políticas, y es probable que el sobrino de Zapater las haya censurado más tarde por considerarlas demasiado liberales.
A la edad de catorce años, Goya tomó clases de dibujo y pintura con José Luzán y Martínez, un pintor religioso del lugar que enseñaba a sus alumnos las obras de los antiguos maestros, haciéndoles copiar los grabados. Entre los otros alumnos de Luzán se encontraban tres talentosos hermanos, Francisco, Manuel y Ramón Bayeu, quienes más tarde se convertirían en sus cuñados. En 1763, a los diecisiete años, Goya envió un dibujo a la Real Academia de San Fernando en Madrid, con la esperanza de obtener un lugar, pero su muestra no recibió ni un solo voto de los jueces académicos. Tres años más tarde, intentó –y fracasó– nuevamente; sólo hasta julio de 1780 la Academia lo eligió.
Se desconocen los movimientos de Goya entre 1766 y 1770. En las cartas enviadas a Zapater años después, haría referencia a su juventud malgastada, y es factible que hubiera estado trabajando en Madrid con Francisco Bayeu. Se sabe que en 1770 Goya fue a Italia, viaje en el que quizá visitó Roma y Nápoles. En abril de 1771 recibió una mención especial por una pintura que envió a la Accademia di Belle Arti (Academia de Bellas Artes) en Parma. En junio de ese mismo año, regresó a Zaragoza, donde recibió su primer contrato importante: la decoración del techo del coreto o coro de la Basílica del Pilar.
El matrimonio de Goya y la mudanza a Madrid
La carrera de Goya tuvo un comienzo lento y, poco complacido de vivir en la provincial Zaragoza, decidió darse a conocer en la capital española. En julio de 1773 contrajo matrimonio con Josefa Bayeu, hermana de sus tres compañeros de clase. En ese momento, Francisco Bayeu estaba encargado de decorar el nuevo Real Palacio en Madrid, bajo la supervisión de Anton Mengs, un exponente importante del estilo neoclásico, y sin lugar a dudas, Goya ansiaba impulsar su carrera, casándose con la hermana de un pintor destacado. El matrimonio duraría treinta y nueve años, hasta la muerte de ella en 1812, y la pareja tendría siete hijos, aunque sólo uno, Mariano, llegaría a la edad adulta. Sin embargo, curiosamente, no parece haber registros de ninguna palabra dicha por o acerca de Josefa; parecería ser que no le interesaba el trabajo de su marido ni su vida social, y se cree que la presentó sólo una vez.
Retrato de Mariano Goya, aprox. 1815, óleo sobre panel, 59 x 47 cm. Colección Duque de Alburquerque, Madrid.
Retrato de Josefa Bayeu, aprox. 1798, óleo sobre lienzo, 82 x 58 cm. Museo del Prado, Madrid.
En el invierno de 1774, Goya y Josefa se establecieron en Madrid. Con una bulliciosa población de unos 150.000 habitantes, los reyes Borbones habían transformado a la ciudad capital durante el siglo XVIII, ampliando las calles, inaugurando plazas y construyendo numerosos edificios religiosos y cívicos.
Además, ampliaron los cinco palacios de Habsburgo y crearon tres nuevas residencias reales,