El goce de las olas: Lecturas en torno a la obra de Virginia Woolf
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El goce de las olas - Andrés Ferrada Aguilar
Serie Ensayo
EL GOCE DE LAS OLAS
LECTURAS EN TORNO A LA OBRA DE VIRGINIA WOOLF
Andrés Ferrada • Soledad Gasman
EL GOCE DE LAS OLAS
Lecturas en torno a
la obra de Virginia Woolf
EL GOCE DE LAS OLAS
LECTURAS EN TORNO A LA OBRA DE VIRGINIA WOOLF
© ANDRÉS FERRADA • SOLEDAD GASMAN
Inscripción Nº 231.077
I.S.B.N. 978-956-260-645-5
© Editorial Cuarto Propio
Valenzuela 990, Providencia, Santiago
Fono/Fax: (56-2) 792 6520
www.cuartopropio.cl
Diseño y diagramación: Rosana Espino
Edición: Paloma Bravo
Imagen portada: fotografía de Andrés Ferrada a la obra
de Duncan Grant, Bathing, 1911
Edición electrónica: Sergio Cruz
Impresión: ALFABETA Artes Gráficas
IMPRESO EN CHILE / PRINTED IN CHILE
1ª edición, octubre de 2013
Queda prohibida la reproducción de este libro en Chile
y en el exterior sin autorización previa de la Editorial.
Prólogo
Iniciamos estos ensayos en la ciudad de Valparaíso en 2006, en un momento en que ambos leemos Las olas de Virginia Woolf. Fue en el mismo puerto, en el siglo pasado, donde empezamos quizás sin saberlo el recorrido de sus novelas, animados por nuestro profesor y amigo Juan Vargas Duarte. Reencontrarnos con la obra de Woolf significa confirmar la admiración por una escritura arriesgada y experimental que, durante el primer tercio del siglo XX se expresa, entre otras cosas, en la innovadora fluidez de los soliloquios de sus personajes. Nos atrae, también, la idea de transformarnos en paseantes de un espacio novelado que alcanza, con Las olas, una madurez sugerida en obras anteriores. Nos referimos a esa forma cercana al lirismo de su lenguaje poético que se enlaza con la vida cotidiana; o, a la creación de atmósferas oníricas, mediante una escritura sinfónica. Como las impresiones de un paisaje que reclaman un lugar en la memoria, estos elementos fueron animando la lectura y la escritura, tanto de la autora como la nuestra.
La novela reaparece, se diversifica y amplía a medida que leemos los monólogos interiores. La recurrencia de ciertos gestos en los personajes nos permite esbozar interpretaciones, todas ellas provisionales si consideramos los impredecibles desniveles del espacio novelado. Nuestros fragmentos iniciales nos recuerdan el modo en que Woolf concibe la realidad, no como una serie de lámparas dispuestas simétricamente
, sino más bien como un halo luminoso, un envoltorio semitransparente que nos rodea desde el inicio de la consciencia hasta el final
(Daiches 192).
Luego de una serie de revisiones, nuestras reflexiones adquirieron una fisonomía más nítida que combina el movimiento abierto del ensayo con la escritura documentada por medio de citas. Advertimos, por lo tanto, el carácter provisional de las reflexiones, centradas en el examen de los gestos físicos y discursivos de los personajes de la obra. Mientras los escritos de Andrés Ferrada se centran en el personaje de Louis y su representación como un sujeto moderno fragmentado, los de Soledad Gasman abordan la constitución de la identidad en las tres figuras femeninas. Estos dos aspectos derivaron en temas relevantes al desarrollo de nuestras ideas, a la novela y al modernismo de Woolf.
El presente trabajo considera nueve capítulos correspondientes a los nueve momentos de Las olas. Cada capítulo reúne los escritos en torno al personaje masculino y los femeninos, respectivamente, y se introduce con un resumen y una breve cita del segmento que abre cada momento de la novela. Se ha incluido una sinopsis de la historia y fragmentos de la obra autobiográfica Diario de una escritora, que comprende los años 1928-1931, período en el que Virginia Woolf escribe Las olas.
El territorio de la obra de Woolf es rico y plural. Es por ello que la novela despierta diversos goces estéticos, poéticos, sensuales –el acústico, por ejemplo, no abandona al lector cuando se opta por la lectura en voz alta de algunos pasajes. Pero siempre fiel a su vocación experimental, Las olas también regala el goce de una renovación de nuestro pacto con las palabras a medida que ellas se enmascaran en significados inusuales, inesperados, poniendo en crisis nuestra relación con el lenguaje, como diría Barthes. Cuando creemos, por ejemplo, haber alcanzado un destino, percibimos una vuelta al origen. Un soliloquio nos remite a otros, siendo a veces imposible la comprensión aislada de un gesto, una metáfora o un símbolo –bien lo saben los personajes de la novela para quienes es arduo definir los acuosos bordes que separan una seguidilla de olas (o momentos de su existencia) antes de reventar en la costa. En este sentido nuestro trabajo es una invitación a reconstruir esa pluralidad a través de una lectura tentativa, experimental. El único consejo
, nos recuerda Virginia Woolf, que una persona puede dar a otra acerca de la lectura es que no se deje aconsejar, que siga su propio instinto, que utilice su sentido común, que llegue a sus propias conclusiones
¹.
Andrés Ferrada
Soledad Gasman
1 Virginia Woolf: ¿Cómo Debería Leerse un Libro? En El lector común, 2009, 233.
Momento I
Rhoda, Susan, Neville, Louis, Bernard y Jinny –seis niños que bordean los diez años, provenientes de distintos hogares y localidades de Inglaterra– están internos al cuidado de tres mujeres: la señora Constable, la señorita Hudson y la señorita Curry, encargadas de su educación en Elvedon, una casa a orillas del mar. Los niños se levantan, van a tomar desayuno (instante en el cual Louis se esconde entre las hojas, donde Jinny lo descubre y lo besa); asisten a las clases de latín y de matemáticas de la señorita Hudson; van de paseo con la señorita Curry; regresan a tomar té; rezan, cantan a coro, se bañan y se acuestan.
Un viaje a la semilla
La luz encendía los árboles del jardín, haciendo que una hoja se volviese transparente, y luego otra¹.
Las reflexiones que presentamos a continuación siguen la pista de una sospecha que, a medida que avanza la lectura de la novela, pareciera dar paso a nuevas interrogantes: los personajes de The Waves [Las olas], trabajo que Woolf publica en 1931, serían manifestaciones narrativas del modernismo literario que los anima. Esto supone que cada uno de los personajes es producto de una doble determinación: por un lado, representa las condiciones paradójicas del espacio y tiempo modernos que habita, y por otro, alumbra los recursos literarios que hacen posible su enunciación. Si bien la convergencia de estos impulsos atraviesa desde diferentes puntos de vista e intensidad las creaciones que animan la novela, para los propósitos de nuestra lectura su reflejo se observa con mayor nitidez en el personaje de Louis y en los conflictos arraigados en su subjetivación. En atención a lo anterior, proponemos un recorrido que permita visualizar a este personaje como figura paradigmática del conflicto entre la época moderna y una estética modernista, siempre al interior del espacio novelado de Las olas creado por Virginia Woolf.
En el primer momento de la novela, un motivo destacado en la presentación de Louis es el aislamiento. A pesar que el contexto que congrega a Louis y sus amigos se identifica con los juegos de la infancia, su voluntaria reclusión en una suerte de matriz vegetal no es coincidencia y adquiere relevancia no sólo dentro de un mundo imaginado en el jardín de Elvedon, sino también fuera de éste, en el mundo escolar. En este escondite el cuerpo del personaje alcanza cualidades translúcidas, absorbiendo luz y refractándola a través de los pequeños claros que delatan su presencia en la espesura de hojas, ramas, raíces y plantas. La urgencia con la que busca privacidad delata la necesidad de un viaje regresivo hacia territorios ágrafos² y primitivos, a la fluidez esencial de un estado de inconsciencia, como cuando señala: Oh, Señor, déjalos pasar. Señor, deja que depositen sus mariposas en un pañuelo y que sigan su camino, sin descubrirme
(The Waves, 1978, 12)³. Es posible destacar, preliminarmente, que en este momento Louis desea su propia dispersión en la forma mítica del retorno a una sustancia primordial o espacio edénico, imagen que Woolf irá diversificando en distintos cuadros o episodios a lo largo de la novela: Estoy enraizado en medio de la tierra, mi cuerpo es un tallo
(12). En consecuencia, la caracterización del personaje en términos físicos acentúa elementos orgánicos; de todos los cuerpos que le rodean, el suyo es el más próximo a la tierra, permitiéndole así un anhelado ensimismamiento.
El deseo de enclaustramiento no se asocia aquí al del monje, o incluso a la aversión social del misántropo, figuras motivadas por una reflexión mística o el cultivo del egoísmo. La aspiración de Louis nos remite, más bien, a la disolución de su yo cancelando provisionalmente la sonoridad o la escritura del lenguaje con el fin de permanecer unido a la tierra; lazo que invierte el pacto racional entre el hombre culturizado y la sociedad. El significado de las palabras se expresa a través de utensilios retóricos que, para el niño sumergido en su propia imaginación, dejan de ser portadores de sentido: fuera de la sala de clases, es decir en la subjetividad de Louis, la sintaxis de la oración se fragmenta y adquiere el matiz de la voz de la tierra.
Así como Woolf nos presenta la vida de una mujer en una jornada única en La señora Dalloway (1925) a través de una condensación temporal, la autora sintetiza la introspección de Louis por medio de metáforas e imágenes que describen la disolución subterránea. El cuerpo de Louis es despojado de su identidad infantil y adquiere la forma húmeda, granulada y fibrosa de la tierra y las plantas que lo rodean. Louis se convierte en el escondite; el camuflaje natural, que inicialmente asociamos con el disfraz que viste al personaje de ensimismamiento, se transforma en el componente sustancial de un niño que vuelve a un origen. Este verdadero rito de pasaje, a la inversa si se quiere, se contrapone a las expediciones a campo traviesa de sus amigos, cuyos juegos en ondas expansivas tenderán las más de las veces a sobrepasar los límites de la casa, reuniéndose en un jardín desde el cual otean con curiosidad la cercanía del mar⁴.
El sueño vegetal es intenso y breve. Una conjunción de deseo, suspensión del yo y recuperación provisional de los estratos profundos de la mente y el cuerpo. El proceso de ensimismamiento involucra también un contacto con la otredad, la percepción mediatizada del mundo a través de los ojos de los otros personajes. En este sentido Jinny representa un principio erótico y vigilante; su encanto advierte la presencia dormida de Louis, conduciéndolo al ámbito de la emoción: Me ha besado. Todo se desintegra
(13), lamenta el niño. Al respecto, es interesante notar la destrucción de la intimidad en que Louis se encuentra sumergido: el beso de la niña abre curso a un espacio público en el que predomina la imagen de un mundo hecho de palabras y convenciones sociales. Jinny desencanta así el sueño subterráneo de Louis por medio de sus atributos asociados a la germinación, cualidades que Woolf destaca al comienzo de la novela cuando la niña se ve a sí misma como una planta que florece, exclamando: me quemo, tiemblo; escapo del sol y me cobijo en sombras
(11).
La caracterización de Jinny indica, por otro lado, la representación flexible y mutable de la mujer, que sobresale incluso en la narrativa inglesa producida por escritoras que, desde la ilustración y hacia fines del XIX, insistirán en este lugar común, quizás inadvertidamente: pienso en las novelas góticas de Ann Radcliffe, en particular Los misterios de Udolpho (1794), en las heroínas que crean las hermanas Brontë, en la figura siempre doble y ambigua de la loca encerrada en el ático. La mentalidad victoriana⁵ exacerbará estos rasgos con el fin de modelar, discursiva e ideológicamente, una psiquis y un cuerpo femenino decorosos: la mujer queda signada así como una sombra, en el mejor de los casos un ángel domesticado, que refleja y consuma el deseo masculino. Sin ir más lejos, Woolf es bastante clara en Un cuarto propio cuando apunta al trabajo de invisibilidad de la mujer que nutre al patriarcado moderno de un extraño deseo, y que consiste no tanto en que "ella sea inferior, sino en que él mismo se vea siempre superior" (A Room of One’s Own, 55) en la imagen aumentada que el espejo femenino le devuelve.
En el espacio mítico y arcaico, por otro lado, el femenino será un cuerpo que, habitando en el clan, se introduce en la naturaleza compartiendo sus ciclos, apaciguando los elementos o sulfurándolos. Al ver a Louis, Jinny se pregunta si estará muerto, sin asomo de aprehensión, intuyendo que un beso puede resucitar la materia inerte. Se ha introducido al escondite; la vitalidad de las fuerzas del clan se vuelve cómplice con la pulsión subterránea: Ahora huelo geranios; huelo la textura de la tierra. Bailo. Florezco
(13). El sortilegio lunar acaba en la irrupción solar; atrás quedan los minerales y la escena se baña de luz, aire y calor: Me arrojo sobre ti como si fuese un manto de luz. Y permanezco así, temblando sobre ti
(13). Un sortilegio que excluye a todos los demás, incluida Susan, cuya agonía se plasma en la comprimida textura de su pañuelo.
Exhumado de las profundidades minerales por el revoloteo de Jinny, el cuerpo de Louis se reintegra lentamente a las exigencias del grupo; el íntimo escondite vegetal da paso al ambiente cotidiano de la sala de clases. Las interminables recitaciones con las que el Imperio civiliza a las jóvenes generaciones de posguerra perpetúan el cuerpo político de Inglaterra. La tierra bárbara habitada por criaturas que se adormecen en las opacas regiones del inframundo existe, su presencia levanta temor y desconfianza, precisamente porque su sitio es la intangible esfera de lo posible. Y debido a que existe en la ensoñación, es necesario