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Matrimonio - Marcelo Barros
Matrimonio
Matrimonio
Marcelo Barros
Índice de contenido
Portadilla
Legales
Así en la enfermedad, como en la enfermedad
Una hipótesis
El yugo y la yunta
Dos dispositivos
Un avión a Lisboa
Drôle de guerre
Los objetores de conciencia
El orden del contrato que propaga el trabajo
El ideal monogámico y la tradición monoteísta
Asociación ilícita
Domicilio conyugal
Bibliografía
© Grama ediciones, 2021
Manuel Ugarte 2548 4° B (1428) CABA
Tel.: 4781–5034 • [email protected]
http://www.gramaediciones.com.ar
© Marcelo Barros, 2021
Primera edición en formato digital: febrero de 2021
Digitalización: Proyecto451
Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright
, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático.
Inscripción ley 11.723 en trámite
ISBN edición digital (ePub): 978-987-8372-62-4
He: -And then all we did was resent each other, and try to control each other and cause each other pain.
She: -That’s marriage
Gone girl (Fincher, 2014)
Así en la enfermedad, como en la enfermedad
Estas pasajeras consideraciones fueron escritas entre diciembre de 2020 y enero de 2021. Mencionar la brevedad de la ejecución advertirá al lector que no hallará aquí algo que pueda nombrarse como un estudio –ni siquiera superficial– sobre el matrimonio, siendo un tema hacia el que convergen la historia, la sociología, el derecho, la filosofía, la teología, el arte, la economía y el psicoanálisis. Estos apuntes no pasan de ser una divagación centrada en una hipótesis de Lacan, sin la esperanza de confirmarla o refutarla. El matrimonio es un problema del que cabe preguntarse si el psicoanálisis tiene algo que decir más allá de las relaciones de pareja que, como tales, pueden prescindir de él. Porque una cosa son las uniones estables o no, heterosexuales o no, con hijos o sin ellos, y otra distinta es el matrimonio. Haber mencionado la palabra problema ya implica una toma de posición, y adelantamos que con ella apuntamos a la práctica de la monogamia. Decir que el matrimonio es problemático podría ser trivial en la medida en que desde nuestra perspectiva la sexualidad en sí misma es problemática. Si el matrimonio en su sentido fuerte, civil o religioso -que es el que tomaremos aquí– da ocasión a diversas formas de malestar sintomático, también lo hace el matrimonio
–en sentido amplio y figurado– que un sujeto establece con lo que sea, dado que la relación con ese objeto del deseo que va de la mujer a los libros raros
, nunca carece de disonancia. Lo mismo podemos decir del mal avenido matrimonio
entre el significante y el significado, o entre un significante y otro. Es la consecuencia del postulado no hay relación sexual, que declara el instinto como perdido y la falta de un objeto natural de la pulsión. Si la vulgata nos fatiga con el imperio de la desconexión, el matrimonio obedece a ese discurso que es el reverso del psicoanálisis al postularse como el paradigma de la unión. Se podría matizar ese juicio al notar que desde siempre el matrimonio presenta una cara oculta que ha dado mucho material a la ironía, en tanto él es también el paradigma del enlace ridículo entre dos cosas que sólo a un cómico –acaso un poco sádico– se le ocurría emparejar.
Ante las fórmulas dilatadas como no hay relación sexual
debemos guardarnos con alguna moderación. Si como bien notó Freud el matrimonio
del bebedor con el vino, por ejemplo, no presenta la inestabilidad tan a menudo frecuentada por el vínculo –conyugal o no– con el partenaire sexual, entonces no todo da lo mismo. Sin profundizar, digamos que lo que nos ocupará no es tanto la pareja, como el que ella convoque a una autoridad competente, civil o religiosa, y ante la cual los interesados formulan una promesa, no sólo entre sí, sino también ante ese Otro que puede ser la comunidad, el estado, o la iglesia. Cada uno de los dos jugará su partida también con esa instancia y no sólo con el otro incauto. Decir esto no es poco. Los contrayentes no están solos en tanto han incorporado la levadura indigesta de la ley. Se podría tomar la noción de matrimonio en el sentido amplio de las parejas que viven juntas bajo un mismo techo y que eventualmente forman una familia o no. El matrimonio es cada vez más eso, y se prescinde de incurrir en su sentido fuerte que lleva a redoblar el compromiso mutuo en un acto formal. ¿Cuál es la necesidad, en los tiempos actuales, de ese redoblamiento simbólico? Pero los matrimonios informales
por llamarlos así, igualmente obedecen al modelo de una unión monógama que –al menos en la actualidad– implica un doble monopolio sexual entre dos que deciden vivir en un domicilio común compartiendo monotonías, sucesos, y con suerte el sexo, quien más, quien menos, y a veces nada.
Alguna vez Jacques Lacan preguntó: ¿Alguien vio un matrimonio feliz? No discutiremos con quienes digan que sí. Lacan parece inscribirse en la dilatada lista de quienes han resaltado la amargura recóndita de las lunas nupciales, y en eso también fue un seguidor de Freud. Ello no implica necesariamente un juicio adverso hacia el matrimonio. Pero ciertamente el psicoanálisis no hace la apología de una práctica que ha sido la estrategia más destacada por el orden social para tratar las turbulencias de la sexualidad y llamarla al buen orden. Con fracaso considerable, hay que decir. Sus sinsabores fueron evidentes en todas las épocas y sobran los testimonios de ello. No es de hoy que eso está en crisis, por más que antes la autoridad patriarcal impidiera su zozobra. Por otra parte siempre hubo quienes prescindieron de la noble institución, sobre todo en las clases bajas. Hoy la intelligentzia lo entiende como un dispositivo patriarcal que sirvió a la opresión, explotación y control de las mujeres. Aunque los testimonios de los varones, por muchos que fuesen sus privilegios y libertades antes de la modernidad, distan de ser entusiastas. Y acaso la mayoría de los detractores del connubio se encontrarán, incluso hoy, en las filas del sexo villano. Cuando se le preguntó a Sócrates si convenía tomar esposa o no, él contestó que haga uno lo que haga al respecto, se arrepentirá. La única novela que escribió Nicolás Maquiavelo en 1515, Belfagor arcidiávolo, trata sobre el matrimonio. En ese relato el Diablo se sorprende ante la ingente cantidad de hombres que llegan al infierno diciendo que es por el matrimonio que están ahí. El Señor del Averno quiere saber más sobre esa institución que le aporta tantos clientes y decide enviar a un miembro de la jerarquía infernal para que asuma forma humana y tome esposa. Ninguno se anima. Lo echan a suertes, y le toca a Belfagor. El resto es la comedia del marido empeñado en satisfacer las demandas de la esposa, que como nadie ignora es la peor de las estrategias cuando implica eludir la dimensión del deseo –el de ella y el de él-. Al parecer ni los diablos se animan a entrar ahí. Tal vez las personas deberían leer los tratados políticos de Maquiavelo antes de casarse. Chesterton encontró que lo interesante de esta desquiciada invención es su estado de permanente crisis. Más lapidario es el juicio de Arthur Schopenhauer, para quien el matrimonio es el medio que encuentran dos personas para llegar a darse asco mutuamente. La lista de quejas es abundante. Al parecer los hombres de antaño no estaban tan satisfechos con esta práctica, incluso en las épocas en que estaban favorecidos. La mujer era una