Tragedia en la iglesia: Los dones perdidos
Por A. W. Tozer
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A. W. Tozer
The late Dr. A. W. Tozer was well known in evangelical circles both for his long and fruitful editorship of the Alliance Witness as well as his pastorate of one of the largest Alliance churches in the Chicago area. He came to be known as the Prophet of Today because of his penetrating books on the deeper spiritual life.
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Comentarios para Tragedia en la iglesia
2 clasificaciones1 comentario
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Todos los escritos de Tozer tienen algo especial y este no es la excepción. La iglesia de Cristo debe moverse por el poder del Espíritu y si no lo hace de esa manera todo será perdida.
Vista previa del libro
Tragedia en la iglesia - A. W. Tozer
Para vivir la Palabra
MANTÉNGANSE ALERTA;
PERMANEZCAN FIRMES EN LA FE;
SEAN VALIENTES Y FUERTES.
—1 CORINTIOS 16:13 (NVI)
Tragedia en la iglesia por A. W. Tozer
Publicado por Casa Creación
Miami, Florida
www.casacreacion.com
©2020 Derechos reservados
ISBN: 978-1-941538-76-0
E-book ISBN: 978-1-941538-77-7
Desarrollo editorial: Grupo Nivel Uno, Inc.
Diseño interior: Grupo Nivel Uno, Inc.
Publicado originalmente en inglés bajo el título:
Tragedy in the Church
© 1990 por The Moody Institute of Chicago
820 N. LaSalle Blvd., Chicago, IL 60610.
Translated and printed by permission. All rights reserved.
Todos los derechos reservados. Se requiere permiso escrito de los editores,
para la reproducción de porciones del libro, excepto para citas breves en
artículos de análisis crítico.
A menos que se indique lo contrario, el texto bíblico ha sido tomado de la versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso. Reina-Valera 1960™ es una marca registrada de American Bible Society, y puede ser usada solamente bajo licencia.
Impreso en Colombia
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Contenido
Prefacio 7
1. La obra eterna de Dios:
Solo por su Espíritu 8
2. Los dones del Espíritu:
Una necesidad en la iglesia 20
3. Tragedia en la iglesia:
Los dones perdidos 32
4. No hay cristianos de segunda clase:
La iglesia sigue siendo iglesia 47
5. Una asamblea de santos:
Unidad en el Espíritu 57
6. El propósito eterno de Dios:
Cristo, centro de todas las cosas 72
7. El creyente que falla:
Dios tiene el remedio 85
8. La resurrección de Cristo:
Más que una fiesta 99
9. Uniformidad cristiana:
Una respuesta evangélica 110
10. La presencia de Cristo:
Significado de la comunión 122
11. Nuestra esperanza prometida:
Seremos transformados 134
12. La Segunda Venida:
Nuestra bendita esperanza 151
Prefacio
En el transcurso de su fructífero ministerio de predicación, el reconocido expositor A. W. Tozer se interesó por las deficiencias espirituales de las congregaciones cristianas.
Su exposición, semana tras semana, siempre mostraba amor, aprecio y preocupación por la iglesia, el verdadero cuerpo de Cristo en la tierra. El patrón de su predicación revelaba un anhelo constante porque cada asamblea de creyentes cristianos enfocara todo su potencial en darle honra a Jesucristo.
Los sermones que exponemos a continuación aparecieron por primera vez compilados como el séptimo volumen de la serie The Tozer Pulpit. Volumen que fue el primero en tratar exclusivamente temas relacionados con la iglesia cristiana y la base espiritual de sus variados y continuos ministerios.
Sugerimos que la lectura de los sermones del doctor Tozer no se enfoque en un sentido doctrinal. Su atractivo, capítulo por capítulo, es más devocional e inspiracional que otra cosa.
Los editores
Capítulo 1
La obra
eterna
de Dios:
Solo por su Espíritu
Por esto dice:
... y dio dones a los hombres.
Él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; y a otros, pastores y maestros, a fin de capacitar al pueblo de Dios para la obra de servicio, para edificar el cuerpo de Cristo.
—Efesios 4:8, 11-12
La enseñanza bíblica en cuanto a que la obra de Dios, a través de la iglesia, solo puede lograrse con el poder del Espíritu Santo es muy difícil de aceptar para las personas. Ello es un hecho que frustra nuestro carnal deseo de obtener honra y alabanza, gloria y reconocimiento.
Dios, en esencia, ha sido muy benevolente con nosotros. Pero no hay forma en que él pueda transigir con nuestra carnalidad y nuestro orgullo humano. Es por eso que su Palabra ataca fuertemente al «orgullo carnal», insistiendo en que comprendamos y confesemos que ningún don personal, ningún talento humano, puede realizar la obra suprema y eterna de Dios.
Aunque Dios nos recuerda fielmente que el ministerio del Espíritu Santo es cubrir al obrero cristiano en la obra, la verdadera humildad que él busca entre nosotros sigue siendo con demasiada frecuencia la excepción y no la regla. Bien podríamos confesar que muchos se han convertido a Cristo y que se han incorporado a la iglesia sin renunciar a ese deseo humano de reconocimiento y adulación. Como resultado, algunos han pasado toda su vida en el trabajo religioso haciendo poco más que obtener la gloria para sí mismos.
No obstante la gloria solo puede corresponderle a Dios. Si tomamos la gloria que le pertenece a él, su señorío en la iglesia se frustra.
Con ese antecedente presente, considere lo que realmente hizo Jesucristo. Concedió dones especiales «a fin de capacitar al pueblo de Dios para la obra de servicio, para edificar el cuerpo de Cristo» (4:12). El ministerio que los santos han de hacer —y esta referencia no es solo a los ministros ordenados como los conocemos— traerá la edificación del cuerpo de Cristo «hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo» (4:13 RVR1960).
Faltan algunas cosas
Es bastante común que los que visitan mi iglesia me pregunten sobre algunas de las cosas que no encuentran allí. Quieren saber por qué mi iglesia desaprueba algunas costumbres que son usuales en otros grupos contemporáneos. Me esfuerzo mucho por no hacer comparaciones ásperas con otras iglesias. Si otras congregaciones no cumplen con los altos estándares espirituales que Dios ha establecido en su Palabra, deben responder al Señor de la iglesia. Yo soy responsable ante Dios por la conducción de la obra que él me ha encomendado.
He estudiado las Escrituras con espíritu de oración para determinar cómo puedo acoplarme en el programa de Dios para llevar a cabo su obra eterna. Encuentro tres requisitos básicos que Dios impone al cuerpo de Cristo si va a realizar su obra final: su obra eterna.
Primero, los creyentes y las congregaciones cristianas deben consagrarse por completo, únicamente, a la gloria de Cristo. Eso implica dar la espalda por completo a la insistencia contemporánea en la gloria y el reconocimiento humanos. He hecho todo lo posible para mantener a los «artistas» fuera de mi púlpito. No fui llamado a reconocer a «artistas, intérpretes ni autores». Estoy seguro de que nuestro Señor nunca tuvo la intención de que la iglesia cristiana proporcionara una especie de escenario religioso donde los artistas saludaran con orgullo en busca de reconocimiento personal. Ese no es el camino de Dios hacia una obra eterna. Él nunca ha indicado que la proclamación del evangelio dependa de las actuaciones humanas.
Al contrario, es importante notar cuánto tiene que decir la Biblia sobre la gente común, la gente corriente. La Palabra de Dios habla con tal aprecio de la gente común que me inclino a creer que le son especialmente amados. Jesús siempre estuvo rodeado de gente común. Tenía algunas «estrellas» pero, en gran parte, sus ayudantes pertenecían a la gente común, la gente buena y, seguramente, no siempre la más brillante.
Jesús buscó primero la consagración. En nuestros días es indubitablemente cierto que el Espíritu de Dios usa a aquellos que ya no están interesados en su propia promoción, sino que se consagran a un pensamiento: obtener la gloria para Jesucristo, que es Salvador y Señor.
Somos simplemente instrumentos de Dios
Para agradar a Dios, la persona solo debe ser un instrumento para que Dios la use. Por unos segundos, imagine la variedad de electrodomésticos maravillosos y útiles que tenemos en nuestros hogares. Estos han sido diseñados y construidos para realizar tareas específicas de diferentes tipos. Pero sin la entrada de energía eléctrica, son solo trozos de metal y plástico, incapaces de funcionar y servir. No pueden hacer su trabajo hasta que se aplique el poder de una fuente dinámica externa.
Lo mismo sucede en la obra de Dios, en la iglesia. Mucha gente predica y enseña. Muchos participan en la música. Algunos tratan de administrar la obra de Dios. Pero si el poder del Espíritu de Dios no tiene la libertad de energizar todo lo que esos individuos hacen, podrían quedarse en casa sin hacer nada.
Los dones naturales no son suficientes en la obra de Dios. El poderoso Espíritu de Dios debe tener libertad para animar y avivar con sus variados matices en cuanto a la creatividad y la bendición.
Ha habido en el pasado grandes predicadores que eran solicitados en todo el mundo. Pienso en uno, un contemporáneo, un teólogo reconocido en Nueva Inglaterra. No se le conocía principalmente como predicador de la Biblia. Predicaba sobre temas como la naturaleza y la ciencia, la literatura y la filosofía. Sus libros se vendían al instante y su oratoria desde el púlpito atraía a grandes multitudes. Pero cuando murió, el fundamento de todo el trabajo que lo había mantenido tan ocupado se desmoronó. No le había dado lugar al Espíritu de Dios para que dirigiera todo ese talento y esa energía natural. La obra eterna de Dios no había avanzado.
Sin embargo, podemos recordar que cuando Charles H. Spurgeon y G. Campbell Morgan fallecieron, su trabajo y su influencia prosiguieron. Ambos predicadores reconocidos habían construido sus ministerios de por vida sobre la Palabra de Dios y el poder del Espíritu.
Usted puede darlo por hecho: no importa lo que el hombre haga, no importa cuán exitoso parezca ser en cualquier área, si el Espíritu Santo no es el principal potenciador de su actividad, todo se derrumbará cuando muera.
Quizás la parte más triste de todo eso es que el hombre puede ser honrado en su muerte por sus talentos y habilidades, pero sabrá la verdad en ese gran día cuando nuestro Señor juzgue la obra de cada persona. Aquello que es únicamente su propio trabajo, realizado por su propio talento, será reconocido como nada más que madera, heno y hojarasca.
La importancia de la oración
Un segundo requisito sustancial para que la iglesia creyente sea utilizada en el ministerio de Dios es la oración y la respuesta que Dios da a nuestras oraciones pronunciadas con verdadera fe. Este asunto de la oración realmente tiene que ver con los grandes privilegios de la gente común, los hijos de Dios. No importa cuál sea nuestra estatura o condición, tenemos la autoridad —como familia de Dios— para expresar la oración de fe. La oración de fe compromete a Dios para que conceda las mejores condiciones de vida espiritual y la victoria en él.
Lo que consideramos en cuanto al poder y la eficacia de la oración tiene que ver con la razón de por qué somos parte de una congregación cristiana y qué se esfuerza por ser y hacer esa congregación. Tenemos que considerar si simplemente estamos dando vueltas solamente, como un carrusel religioso. ¿Estamos simplemente agarrados a la crin pintada de un caballo de metal o plástico, repitiendo un insignificante viaje en círculos con un agradable acompañamiento musical?
Algunos pueden pensar que el camino del carrusel religioso es una especie de progreso, pero la familia de Dios sabe qué es lo mejor. Estamos entre los que creen en algo más que celebrar servicios religiosos al mismo ritmo semanal de