El agrio
Por Valérie Mréjen
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Valérie Mréjen analiza esta historia de amour fou como un médico forense que estudia la escena de un crimen, pero será el lector quien tenga que extraer las conclusiones: muchos se reconocerán en las peculiaridades de esta relación imposible llena de contestadores automáticos averiados, degustaciones de quesos y regalos por correspondencia. Irónica, mordaz y divertida, El Agrio es un pequeño tratado sobre los meandros que puede llegar a trazar el sinuoso río de la expectativa amorosa.
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El agrio - Valérie Mréjen
SERIE MENOR, 9
Valérie Mréjen
EL AGRIO
TRADUCCIÓN DE SONIA HERNÁNDEZ ORTEGA
EDITORIAL PERIFÉRICA
PRIMERA EDICIÓN: julio de 2009
PRIMERA EDICIÓN EN ESTA COLECCIÓN: junio de 2021
TÍTULO ORIGINAL: L'Agrume
DISEÑO DE COLECCIÓN: Julián Rodríguez
© Éditions Allia, 2001
© de la traducción, Sonia Hernández Ortega, 2009
© de esta edición, Editorial Periférica, 2021. Cáceres
www.editorialperiferica.com
ISBN: 978-84-18838-06-4
La editora autoriza la reproducción de este libro, total o parcialmente, por cualquier medio, actual o futuro, siempre y cuando sea para uso personal y no con fines comerciales.
Estábamos sentados en un banco cerca de Les Halles, bajo una especie de pérgola de madera. Hacía buen tiempo. Me dijo: ya no te quiero.
La víspera se había presentado una hora tarde a la cita. Yo estaba frente a la gasolinera de la porte d’Orléans vigilando los 4L, esperando a que llegara. Al final apareció. Habría querido ponerle mala cara, pero la alegría de verlo lo anulaba todo. Visto que no estaba muy enamorado, no era el momento de hacer comentarios. Me limité a hacerle notar su falta de puntualidad en tono de broma.
Otro día conocí a un tipo en un festival de documentales de Ardèche. Estaba con su chica.
Vino a sentarse a mi lado la última noche, en la sala 3. El nombre de uno de mis primos aparecía en los créditos (J.-J. Mréjen). Le enseñé el programa con orgullo.
A la vuelta de las vacaciones, me llamó por teléfono otra Valérie Mréjen que vivía en el distrito XII: había recibido un envío por correo. Él había buscado mi dirección en el listín, pero yo vivía en Hauts-de-Seine. La Valérie Mréjen que había recibido la carta me preguntó si yo conocía a ese B. R., pues ella tenía un amigo con el mismo nombre. Dije que sí. Me reenvió todo en un sobre de mayor tamaño.
Era una hoja de papel de calcar con celofán y un trozo de película grapada a un lado.
Contesté y anoté mi dirección añadiendo dos cruces. Cada cruz significaba un beso. Como no lo entendió, las observó con una lupa. Se llamaba Bruno.
Era bajo, moreno, de ojos azules, muy miope. Llevaba gafas. Su primer reflejo por la mañana era buscarlas para lavarlas con Paic limón.
Cogía las patillas con delicadeza y se las colocaba en las orejas.
La primera vez que vino a mi casa, volvía de Tours. Me había comprado una caja de macarons en una pastelería de la ciudad. Nos quedamos de pie besándonos en medio del apartamento. Había conseguido encontrar mi calle, había llegado a mi casa y me había traído esos deliciosos dulces. Enseguida me dijo que tenía que llevarle unos papeles a su hermano por la zona de Jouy-en-Josas. Me prometió que volvería. Mientras tanto, estuve dando vueltas y admirando los macarons. Al cabo de un rato me asomé a la ventana para ver llegar su coche.
Regresó una hora después. Pensé: uf.
Otro día, nos volvimos a ver en un café de Montmartre. Él llevaba una camisa gris oscuro con minúsculas motas blancas que parecían copos de nieve catódica.
En otra ocasión me dijo que llamaría al día siguiente. Esperé. No me atrevía a salir de casa. Temía que colgara si saltaba el contestador. Me quedé en casa. Llorando de impaciencia, aguardé sin alejarme del teléfono. Empezó a anochecer. No había hecho nada más que esperar durante todo el día. ¿Acaso le habría sucedido algo? (Me decía esto para no acusarlo.) Lo llamé a las nueve y diez. Después, a las nueve y cuarto. De repente, acababa de volver a casa. Me dijo: hemos ido a ver una exposición al Jeu de Paume. Hablaba con amabilidad pero con firmeza. Prometió que me llamaría más tarde.
Antes de eso, ella me había descolgado el teléfono alguna vez. Yo no le daba muchas vueltas. Directamente