El Cristal Roto
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Isidro Duarte Oteron
Nacido en Cruces, Cuba, el 2 de Enero de 1967. Actualmente reside en USA , y desconoce totalmente cual futuro le depara su destino.
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El Cristal Roto - Isidro Duarte Oteron
Copyright © 2020 por Isidro Duarte Oteron.
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Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.
Fecha de revisión: 16/04/2020
Palibrio
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Fax: 01.812.355.1576
812201
Contents
Exordio
Capitulo I
Capitulo II
Capitulo III
Capitulo IV
Capitulo V
Capitulo VI
Capitulo VII
Capitulo VIII
Capitulo IX
Capitulo X
Grecia,
3000 a. e.
EXORDIO
Oh, naturaleza impia, forjadora endina de lo animado y lo inmovible, esencia fisica de lo invisible y lo visible, culpable cruel de que tus vástagos varones hayan vivido por mucho tiempo bajo el plurivoco relente del abyecto analfabetismo. Te mofabas vilmente de haber creado al hombre imbecil, y a la vez endeble de corazon Para que sufriera los martirios de la vida. ¿Por que’ eres tan vil?
Y para colmo de sus males le colocaste una mujer a su lado, con especiosa apariencia, para que fuera mas acidosa su efimera existencia. ¿Acaso te debes sentir ufana de que algunos mentecatos te llamen madre
? Cuando en realidad en vez de crear te has dedicado a destruir. De madre
no tines nada. Ni siquiera tu sombra. Sera’ preciso, por tanto, gritarte devoradora implacable
.
Sera’ que ya se les olvido’ a la versátil humanidad aquel infame latrocinio que cometiste con el Dios Urano. Un dios perfecto, omnipotente, y feliz, el cual vivia su vida con eterna liviandad para gozo propio. Era sin lugar a dudas, la maxima potestad en todo el vasto universo cubierto de estrellas.
Hasta que tu’ apareciste en el anomalo ambiente, surgida de la expectoración solar, te arrimaste a su lado con ideas malévolas llamandote tu misma Gea, en forma redonda como un globo terraquio, ornada de valles, montanas, ríos, y mares con el mero objeto de engatusarlo.
Funesto ardid que tramaste. Luego le pariste un hijo malvado, y desleal, que al cabo del tiempo, le cerceno’ a su mismo padre, las partes genitales. Un dolor supremo digno de lastimosisimo duelo…¿Eso es lo que deseabas? De ser asi, lo conseguiste. Por supuesto que si; pero lo lograste con falacias, con enganos. Pobre Dios, confio’ en ti, y perecio’en desaprensivo contubernio familiar.
CAPITULO I
Propincuo de aquellas mortiferas simplegadas; cuyas rocas flotantes en el ponto Euxino, giraban en desorbitados remolinos, triturando toda aquella embarcación que intentara cruzar por su medio; emitiendo bramidos ensordecedores que repercutian por toda aquella arenosa playa al batir las saladas olas.
Y por si fuera poco, estos abruptos peñascos eran custodiados con mucho recelo por los feroces dragones Caribdis y Escila; los cuales eran muy temidos por los marineros de aquellos tiempos. Porque no solo sus filosos dientes atarazaban todo aquello que pasara cerca de sus hediondas fauces; sino que tambien sus flamigeros ojos irradiaban una especie de luz hipnotizadora.
Por ese mismo demoledor estrecho, donde la muerte imperaba y el asaz peligro amenazaba, tuvo que cruzar cuidadosamente la nave Argos comandada por el apuesto Jason, hombre semejante a los dioses olimpicos, en cuerpo y prudencia; no sin antes haber perdido en aquel tragico trasiego, varios de sus leales ayudantes.
Continuaron pues aquellos osados grumetes su inequivoco periplo con rumbo a la lejana tierra de la Colquide, siguiendo todo el tiempo el derrotero que les indicaba la estrella de la mañana llamada Sirio, cuya radiante luz, proporcionaba cierto poder esoterico para todo aquel que la siguiera.
De esta guisa, después de 13 horas de navegación, arribaron exhaustos aquellos osados aventureros al puerto de la isla de Limnea, la cual servia de reposo a todo aquel navegante que sintiera las fatigas del viaje por mar.
Una region maravillosa habitada por solo mujeres de graciles pies, rebeldes, feministas, revolucionarias, independientes, las cuales merodeaban todo el tiempo por los campos, en busca de perfumadas flores y frutas de esquisito sabor.
No necesitaban hombres a su lado, no los querian, no los buscaban, los calificaban como un verdadero estorbo para su vida cotidiana. El 90 % de ellas eran lesbianas, y un 70 % se masturbaban ellas mismas con sendos platanos, para recabar el orgasmo apetecido.
La razon de que no tenian maridos era, porque según decian algunos marineros fenicios que cruzaban por allí, el hedor que emanaba de sus vaginas era tan fuerte que, los hombres al oler esta desagradable esencia, caian desmayados para ser luego asesinados por ellas mismas a sangre fria.
Estas damas eran semejantes aquellas bacanales que, segun cuentan los famosos exegestas, descuartizaron al eximio Penteo en el espeso bosque de la Beocia.
Mas volvamos pues a recobrar el hilo de esta historia, donde otros cronistas comentaban que no era por susodicha pestilencia; sino que eran tan dulces y ardientes aquellas hembras que, volvian locos a los hombres cuando yacian con ellos en mullidos lechos, los cuales se suicidaban ellos mismos, al punto que ellas los abandonaban.
De ahí que, los pobres miserables no podían colegir ¿por que’ si ellos las amaban con tanto frenesi, ellas los rechazaban con ingente desprecio? He aquí la exacta cuestionante que se hacen todos los enamorados.
Esta pregunta y muchas mas, aquellos navegantes se hacian todos los días sin poder hallar ninguna respuesta a sus dudas. No obstane, abrigaban la dulce ilusion de que algun día un postero poeta iba a resolver ese enigma con singular entereza.
Pero he aquí que el apuesto Jason, no queria abandonar aquella fabulosa isla sin antes saborear las delicias del sexo con la bellísima reina Hipsipila; la cual al verlo tan galante, y ataviado de ropas finas, se enamoro’ perdidamente de ‘el, y le brindo’ regio hospedaje en su castillo marmoreo.
— En vano buscan los hombres tesoros enterrados en las entranas de la tierra, o en el abismal cimiento de los mares, cuando entre las piernas de una hermosa dama, hay mas riquezas que todas aquellas que se puedan encontrar en otros lados del ecumene. — Bisbiseaba con tono meloso la reina Hipsipila al oido de Jason cuando yacian juntos en el lecho marital. Se trataba de una cama amplia, mullida, cubierta de una tela suave como satin rojo, idonea para realizar el sabroso coito. En el cuarto, flameaba una debil antorcha para otorgar cierto ambiente a media luz.
— Quizas tengas bastante razon en lo que dices, — Adujo el vastago de Eson con acento romantico, al punto que le acariciaba la larga cabellera de la regidora femenil; — no lo niego; pero nosotros los hombres nacimos para la aventura, la guerra, el trabajo forzoso y todo lo que se acerque al estado animal. Somos bestias de carga, animales brutos, por ello somos velludos y torpes, al igual que ellos. Todo lo destruimos con las armas en las guerras, todo lo usurpamos, todo lo viciamos. En cambio ustedes, son tiernas, dulces, olorosas, generadoras de vidas, y sobre todo muy astutas, demasiado astutas. Todo lo que un hombre pueda perpetrar para su contentura propia, debe entregarlo a su esposa para bien comun. Ambos deben compartir equitativamente la felicidad mutua. Mas desafortunadamente las hembras siempre procuran aventajar al marido en este sector; jamas están conformes con lo que tienen, todo el tiempo ansian mas y mas. Es harto difícil complacer totalmente a una mujer; yo diria que imposible.
Al oír esto, la soberana de la isla Limnea, observo’ detenidamente a su amante, acababa de descubrir que aquel hombre no era tan tonto como parecia, sabia mas de 4 cosas.
— Uuuhhh, me parece que tu’ eres mas especialista en las mujeres de lo que yo pensaba. No sera’ empresa fácil subyugarte.
— ¿Y para que’ quieres subyugarme
?
— Tu’ mismo acabas de declarar que ustedes los hombres nacieron para sufrir y trabajar como burros.
— Bueno, me equivoque’, no todos. Toda regla tiene su excepción.
— ¡Amen!
— Y dime una cosa, ¿como ustedes se pueden mantener por tanto tiempo sin maridos?
—Esa es una pregunta muy importante que todo el mundo se hace. Muchos comentan por ahí que matamos a los hombres, otros murmuran que somos caníbales. Mas la realidad subyace muy lejos de lo que la muchedumbre pregona por doquier. La verdad es que no necesitamos hombres para nada; ni para la cama, ni para la casa. De hecho ustedes nos estorban. Somos mujeres independientes, revolucionarias, que podemos realizar cualquier actividad ya sea sexual o laboral, sin la ayuda de ustedes. Para el trabajo agrícola, la guerra, y el sexo, utilizamos a los caballos, ellos son mas eficientes que ustedes, y lo mejor de todo es que no protestan.
— ¡Ja, ja, ja, que’ curioso es todo esto! — Carvajeo’ Jason en forma de burla.
— ¡Amen!
—Yo pense’ que ustedes eran lesbianas.
— Bueno, nosotras no conocemos esas reglas de