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Valor para amarte
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Libro electrónico153 páginas1 hora

Valor para amarte

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Información de este libro electrónico

Deseo 2166
¿Una pequeña aventura con un multimillonario? ¿Qué podía salir mal?
Jamie Bacall, ejecutiva de publicidad, era una mujer que sabía exactamente lo que quería: iniciar una relación sin ataduras con Rowan Cowper, un irresistible promotor inmobiliario. Él también estaba por la labor, pero entonces, Jamie se quedó embarazada y ahora el señor independiente quería algo serio con ella.
Por experiencia, estaba convencida de que el compromiso era una palabra prohibida, pero Rowan estaba decidido a demostrarle que podían tenerlo todo. ¿Podría convencerla para cruzar una línea más?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 dic 2022
ISBN9788411412391
Valor para amarte
Autor

Joss Wood

A Joss le encantan los libros, el café y viajar, especialmente a los lugares salvajes del sur de África y, bueno, a cualquier parte. Es esposa y madre de dos jóvenes. También es la criada de dos gatos y un perro del tamaño de una vaca pequeña. Tras una carrera en el desarrollo económico y empresarial local, Joss escribe a tiempo completo desde su casa en KwaZulu-Natal, Sudáfrica. 

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    Valor para amarte - Joss Wood

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

    Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

    www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

    Editado por Harlequin Ibérica.

    Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

    28036 Madrid

    © 2022 Joss Wood

    © 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

    Valor para amarte, n.º 2166 - diciembre 2022

    Título original: Crossing Two Little Lines

    Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

    Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

    Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

    Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-1141-239-1

    Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

    Índice

    Créditos

    Capítulo Uno

    Capítulo Dos

    Capítulo Tres

    Capítulo Cuatro

    Capítulo Cinco

    Capítulo Seis

    Capítulo Siete

    Capítulo Ocho

    Capítulo Nueve

    Capítulo Diez

    Capítulo Once

    Capítulo Trece

    Capítulo Catorce

    Si te ha gustado este libro…

    Capítulo Uno

    –Por favor, ¿puedes dejar de colarte en mi piso?

    Jamie Bacall-Metcalfe sacudió la cabeza al ver a su hermano sentado en la mesa de la cocina usando su tableta electrónica y bebiéndose su café. Greg, solo once meses mayor que ella, llevaba pantalones cortos, deportivas y una camiseta tan sudada como su pelo marrón oscuro.

    –Te di una llave para emergencias, no para que uses mi casa para hacer paradas de descanso mientras corres –le recordó con tono suave. Ambos sabían que le estaba echando la bronca porque consideraba que debía hacerlo, no porque quisiera que su hermano dejase de pasar por allí. Lo adoraba. Su cuñado Chas y él eran sus mejores amigos.

    –¿No puedes ducharte en tu casa antes de venir aquí? –le preguntó mientras agarraba una taza.

    Greg, sin dejar de mirar la tableta, tocó la mesa a tientas en busca de su café.

    –A Chas le gusto limpio y fresco. Es así de rarito.

    –La verdad es que a mí también –respondió ella acercándosele–. ¿Qué estás mirando con tanta atención?

    Greg levantó un dedo pidiéndole que esperara. Jamie dio un trago de café y les permitió a sus ojos el inmenso placer de contemplar la foto de un tipo de unos treinta y tantos años. Mandíbula cuadrada, nariz recta, boca sensual, pelo marrón con reflejos rubios naturales, la cantidad justa de barba incipiente. Pero fueron sus ojos los que captaron su atención. Eran de un azul intenso enmarcado por un borde negro, del color de las alas de una mariposa morfo azul. Si su cuerpo se correspondía con su cara, podría contratarlo para hacer anuncios. ¿Quién era y cómo podía localizarlo? No era fácil encontrar a hombres atractivos, masculinos y guapos con un aire sofisticado y deportivo a la vez.

    Greg dejó la tableta en la mesa y se reclinó en la silla. Jamie se sentó a su lado y asintió hacia la pantalla, ahora en negro.

    –Bueno, ¿qué leías?

    «¿Y quién era ese hombre?». Sintió un escalofrío recorriéndole la espalda y tardó unos segundos en reconocer lo que era. ¡Vaya! Así que, después de todo, no se había convertido en un cascarón seco. Era bueno saberlo.

    –Un artículo sobre Rowan Cowper.

    –¿Quién?

    Greg puso los ojos en blanco.

    –¿Construcciones Cowper? ¿El que construyó el hospital nuevo?

    –Eres arquitecto y conoces a constructores. Yo tengo una agencia de publicidad, ¿lo recuerdas? Por cierto, no me importaría meter a Cowper en alguno de mis anuncios.

    –A mí no me importaría meter sus zapatos debajo de mi cama –comentó Greg.

    –A lo mejor a tu marido no le haría gracia.

    –Chas es un aguafiestas –farfulló Greg.

    «Perro ladrador, poco mordedor», pensó Jamie. Su hermano era uno de los hombres más fieles que conocía.

    –¿Y por qué está en primera página?

    Greg se levantó y se rellenó la taza de café.

    –Pues resulta que se había quedado trabajando hasta tarde en una de sus obras y volvía a su coche cuando se cruzó con tres gamberros que estaban dándole una paliza bestial a un universitario. Cowper se acercó y los redujo a los tres él solo. El chico al que atacaron es el hijo del gobernador y ahora a Cowper lo están tratando como a un héroe.

    El gobernador Carsten era amigo de sus padres y dueño del periódico en el que había salido Cowper. Tenía dos hijos y el pequeño acababa de llenar todas las redes sociales al declararse bisexual y no binario.

    –¿Delito de odio? –preguntó Jamie sintiendo náuseas. Qué asco daba la gente a veces.

    –La policía no lo ha dicho, pero sabemos que pasa muy a menudo. De todos modos no sería raro que lo hayan atacado más por pertenecer a una familia tan mediática que por su identidad sexual. Lo que está claro es que Cowper le salvó la vida. Los asaltantes tenían cuchillos y estaban dispuestos a usarlos.

    «Gracias a Dios que ese hombre estaba allí», pensó Jamie.

    –Cambiando de tema, ¿cómo estás, James Jessamy? –le preguntó Greg con gesto de preocupación.

    Jamie le puso mala cara por haber usado su nombre completo. ¿En qué habían estado pensando sus padres al elegir ese nombre? Menos mal que al final habían optado por llamarla Jamie.

    –Estoy bien, Gregory Michael Henry.

    En un mes llegaría el quinto aniversario de la muerte de su marido y era el momento en el que su familia se preocupaba por ella más que de costumbre.

    A menudo quería decirles que el aniversario de la muerte de Kaden no le resultaba especialmente horrible porque pensaba en él y revivía el accidente cada día, y se sentía igual de culpable ahora que cinco años atrás. La culpa era una presencia constante. Era culpa suya que el coche hubiera dado vueltas de campana. Era culpa suya que él hubiera muerto.

    –Estoy bien, hermano –mintió.

    –No lo estás.

    No lo estaba, pero podía fingirlo.

    Rowan Cowper se terminó el whisky y rotó los hombros. Estaba deseando quitarse la chaqueta del esmoquin y arrancarse la corbata negra. Mientras la persona que tenía al lado hablaba con tono monótono, él se subió la manga y miró con disimulo su último capricho, un reloj Patek Philippe Aquanaut. Contuvo un suspiro de alivio. Eran casi las once y pronto podría marcharse de esa aburrida cena benéfica organizada por la esposa del gobernador.

    Había donado una cantidad considerable de dinero, aunque no recordaba la causa. Debería empezar a prestar atención o, mejor aún, dejar de asistir a esos agobiantes eventos.

    Se apartó de la conversación y se dirigió a la salida mientras se excusaba con la gente que intentaba hablar con él. No mucho tiempo atrás había sido solo un dueño más de una constructora. Rico, sí, pero sin codearse con las más altas esferas de la sociedad de Maryland. Detener una pelea había derivado en una invitación a cenar en la mansión del gobernador y a los mejores eventos de sociedad del estado. No estaba mal para un chico de West Garfield Park en Chicago, una de las zonas más peligrosas de Illinois.

    Sin duda, relacionarse con gente tan influyente le haría la vida mucho más fácil.

    Conteniendo las ganas de quitarse la corbata, salió del salón y se dirigió hacia los ascensores en el otro extremo del vestíbulo. No había perdido el tiempo y la noche no se le había dado mal. Le habían hablado de una recalificación de terrenos para desarrollo comercial a las afueras de la ciudad y de una fábrica de plásticos que iba a construir instalaciones nuevas. Le interesaban tanto los terrenos como la fábrica y tenía los nombres de las personas a las que debía llamar.

    Lo malo había sido tener que esquivar ofertas para salir a cenar, tomar copas y meterse en alguna que otra cama. Las había rechazado todas.

    De pie junto a los ascensores, pulsó el botón y se frotó la nuca. Suspiró al oír una voz femenina llamándolo.

    Shona… no sé qué. Habían salido unas cuantas veces, pero cuando ella le había dejado caer que iba a presentarle a su familia, él había dado un paso atrás. Muy muy atrás.

    Lo único con lo que se veía capaz de comprometerse era con Construcciones Cowper. Era su único amor.

    –Shona –dijo estremeciéndose mientras ella se ponía de puntillas para besarlo en las mejillas.

    –¡Qué alegría habernos encontrado! Hacía siglos que no te veía. ¿Has cambiado de número? Te he dejado muchos mensajes.

    Estaba intentando encontrar el modo de librarse de ella sin herir sus sentimientos cuando sintió una mano en la espalda. Al girarse se topó con los chispeantes ojos color jerez de una mujer castaña con un vestido plateado ceñido. Su perfume, suave y sensual, se le coló por la nariz cuando ella le agarró la mano y apoyó la sien en su hombro.

    El corazón le latía con fuerza. Qué raro. Nunca le había pasado algo así.

    –¡Aquí estás! Perdona, me he entretenido hablando con Terry. Te manda recuerdos –dijo mirándolo y sonriendo. Él tardó un momento en recordar que Terry era el gobernador.

    Dios, qué belleza tan arrebatadora, con esa piel perfecta, esos ojos grandes y ese cuerpo curvilíneo.

    Ella enarcó una ceja como retándolo y miró a Shona, que parecía aturdida y furiosa al mismo tiempo.

    –Shona, ¿estás bien? ¿Cómo están tus padres?

    Shona abrió la boca para hablar, pero la Chica Preciosa se le adelantó.

    –Por favor, dales recuerdos de mi parte. Tenemos que irnos volando –se giró, sujetó la puerta del ascensor, que se estaba cerrando, y tiró de Rowan–. Cariño, tengo una botella de Moët metida en hielo y nata y fresas en la nevera.

    ¿Nata y fresas? ¿Champán? Sí, ya podía imaginarse pintándole la piel con nata y lamiéndosela; mojando fresas en champán y colando la fruta entre esos sensuales labios.

    Sí, por favor.

    Ya dentro del ascensor, se giró y vio a Shona ahí de pie, mirándolos mientras le temblaba el labio inferior. Era conocido

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