Por mi ventana
Por Eva Gonzay
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Un terrible dolor de cabeza, eso es lo que provocará que Samanta descubra a su mujer, Katia, en los brazos de una rubia despampanante a la que le encantaría estrangular.
Incapaz de comprender los motivos que la han llevado a hacerlo, Samanta guardará silencio y con la ayuda de su amiga Cristina, embarazada de tres meses y con el don nulo de la discreción, se dedicará a seguir los movimientos de Katia como una auténtica espía.
Lo que acaban descubriendo está muy lejos de la explicación que Samanta esperaba. ¿Puede haber justificación para una traición como esa? Ella estaba convencida de que no, pero después de tener toda la información en su poder comienza a dudarlo.
¿Qué puede hacer que una mujer como Katia, enamorada hasta el tuétano de Samanta, cometa un error como ese?
¿Podrá Samanta perdonarla?
¿La perdonarías tú?
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Por mi ventana - Eva Gonzay
Contents
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
POR MI VENTANA
EVA GONZAY
Copyright © 2022 Eva Gonzay
Todos los derechos reservados
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Todos los personajes, situaciones entre ellos y sucesos aparecidos en el libro son totalmente ficticios. Cualquier parecido con personas, vivas o muertas o sucesos es pura coincidencia.
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Capítulo 1
Me subo los vaqueros y doy un par de botes en el suelo para que mi culo encaje perfecto. Katia, mi mujer, me observa divertida desde la cama y me guiña un ojo en señal de aprobación.
—Si sigues saltando así tendré que levantarme y volverte a meter en la cama —dice arqueando una ceja con admiración.
—Ojalá mi trabajo fuese como el tuyo y pudiese hacerlo desde casa, la jaqueca está volviendo —me quejo apretándome el puente de la nariz.
—¿Otra vez? —pregunta levantándose de la cama para plantarse a mi lado.
—Sí, otra vez.
Katia me besa en la frente y se marcha a la cocina mientras yo termino de vestirme. Cuando llego, me tiene preparadas unas tostadas con mantequilla y un café con leche junto a un analgésico.
—Ya verás cómo se te pasa con esto.
—A veces creo que no te merezco —digo colgándome de su cuello para darle un beso en los labios.
—No digas tonterías, Sam, eres lo mejor que me ha pasado en la vida.
No sé cómo lo hace, pero siempre me marcho de mi casa con una sonrisa boba en la cara. Durante el camino a la oficina parece que el dolor de cabeza no va a más, sin embargo, una vez allí, mi teléfono y el de mis compañeras van sonando de forma constante, y entre eso, y que todo mi trabajo de hoy me va a mantener pegada a la pantalla del ordenador, la cosa está empeorando notablemente.
Llego a un punto en el que me cuesta enfocar y veo borroso, no puedo concentrarme, los párpados me pesan y siento un poco de náuseas. Es algo que me pasa pocas veces, pero si no lo detengo a tiempo puedo acabar en urgencias con una migraña de esas que hacen que un dolor de muelas te parezca algo agradable en comparación a lo que sientes.
Recuerdo que leí en algún sitio que una de las causas de la migraña son las emociones y que, especialmente la frustración y el estrés pueden provocarla. Me sorprende el hecho de que me esté pasando a mí, porque precisamente en este momento de mi vida soy muy feliz y no me siento estresada ni agobiada por nada.
Tras hablar con mi jefe y decirle que no me encuentro bien, a media mañana decido volver a casa. Me tomaré otro analgésico y me tumbaré en la cama con la persiana bajada, eso siempre suele funcionarme.
Cuando por fin llego, me encuentro con que justo delante de la puerta de entrada al garaje, hay aparcado un Mercedes de color blanco que no me suena haber visto nunca.
—Joder —digo cabreada mientras aparco un poco más adelante.
No sé para qué pagamos el vado si la gente se lo pasa por el forro. Cruzo el jardín con un humor de perros mientras valoro la opción de llamar a la policía y quitarle las ganas a quien sea que haya sido, de aparcar sin respetar la propiedad ajena.
Después cambio de opinión y pienso que se lo comentaré a Katia antes de hacer nada, porque ella siempre me dice que soy muy impulsiva y que debería tomar las decisiones en frío.
Cuando meto la llave en la cerradura me encuentro con que solo entra hasta la mitad. No me preocupa, Katia tiene la costumbre de cerrar con llave desde dentro cuando estamos en casa y como no me espera, seguro que ha olvidado quitarlas.
Justo cuando voy a llamar al timbre me parece escuchar un ruido en la parte lateral de la casa, quizá ha salido para tender la ropa por la puerta de la cocina. Me dirijo hacia allí y cuando estoy bordeando la casa justo antes de la ventana de nuestra habitación, me parece ver una sombra en el interior. Me acerco risueña para darle un susto golpeando la ventana, pero la que se lleva el susto soy yo, porque dentro de mi habitación hay una mujer a la que no he visto en mi vida.
Lo que me faltaba, ¿nos están robando? Me arramblo a la pared antes de que me vea y saco el móvil del bolsillo para llamar a la policía, no obstante, justo cuando voy a hacerlo, asomo la cabeza con cuidado y veo a Katia parada de pie frente a ella.
No comprendo nada, ¿se conocen? El dolor de cabeza se intensifica de golpe y se extiende como la tela de una araña, haciendo que sienta que el cerebro me puede estallar en cualquier momento. Me cuesta procesar con rapidez, eso está claro, porque cualquiera en mi lugar ya habría deducido lo que pasa aquí, pero yo soy tan gilipollas que hasta que esa mujer no agarra su propio vestido y se lo saca por la cabeza con maestría, no me doy cuenta de que tengo una cornamenta de esas que va dejando surcos en el techo.
Me giro de golpe y arramblo de nuevo la espalda a la pared con las palmas de las manos pegada a ella mientras intento que el aire entre en mis pulmones. Tengo que parar esto, entrar ahí y decirle a la cacho guarra esa que se marche de mi casa antes de que la coja de ese pelazo rubio y la estampe contra la pared.
Que soy lo mejor que le ha pasado en la vida, será hija de puta. No es posible que Katia me haga esto, ella no, me quiere, me lo repite cada día y yo la creo porque lo veo en su mirada. ¿Y si lo he interpretado mal? Tengo que asegurarme.
De nuevo me asomo con cuidado. Me cago en sus muertos, si es que soy tonta de remate, ¿cómo voy a interpretarlo mal? Ahora no solo se ha quitado el vestido, también la ropa interior mientras se acerca a Katia con una cara de zorrona que le pienso romper. El corazón me palpita tan fuerte que dejo de escuchar el ruido del exterior y nada más escucho el de mi propio cuerpo rebelándose contra mí, mandándome señales que por algún motivo no logro captar a tiempo.
Paralizada como un puto pasmarote, rezo para que Katia la detenga, para que le diga que ha sido un error y que se largue, pero la zorra de pelo rubio se pega a ella, la agarra por las nalgas como si fuese un macho en celo y se restriega contra ella al mismo tiempo que atrapa sus labios y devora su boca.
La mato, juro que la mato. Ardo de rabia y de decepción. Me siento impotente, tengo ganas de gritar o de darme cabezazos contra la pared, aunque tengo muchas más ganas de romper el cristal con un pedrusco para que se mueran del susto, después entraría por la ventana para darle dos hostias a esa guarra y decirle a mi mujer que se marche con ella.
El tiempo parece haberse detenido ante mis ojos. ¿Por qué coño mi cuerpo no responde? No puedo moverme, por algún motivo estoy paralizada mientras la guarra recorre el cuerpo de mi mujer con ansia. Con un movimiento ágil, le saca esa camiseta con la que se pasea todo el día por casa y la deja tan solo con sus braguitas rojas, esas que tanto me gustan y que va a dejar que otra le quite.
Ay, madre, ¿qué hace? Se acaba de poner de rodillas en el suelo y ha atrapado todo el sexo de mi mujer con su enorme boca de zorra chupona. Me cago en su puta madre. Katia alza la cabeza hacia el techo y suspira, le gusta, joder, claro que le gusta, hasta yo me acabo de poner cachonda.
Joder, ¿estoy cachonda? Ya lo creo, estoy como una jodida perra en celo, sobre todo cuando Katia toma el control, la empuja contra la cama y se sienta sobre ella a horcajadas. Mi mujer es exquisita, siempre lo ha sido, y verla en esa pose tan erótica sobre el cuerpo desnudo de otra mujer me está volviendo loca.
Vuelvo a pegarme a la pared, esta vez asustada porque me siento una enferma. Alguien se está follando a mi mujer en mi cama, en mi casa, probablemente la misma persona que ha aparcado el coche en mi puerta y no me ha dejado meter el mío. ¿Y qué hago yo? Mirar, eso hago, porque ya estoy de nuevo pegada a la ventana, chorreando de excitación mientras esa súper zorra se clava dentro de mi mujer hasta el fondo y la hace cabalgar sobre sus dedos. Oigo los jadeos de Katia y eso me enloquece, estoy tan cachonda que estúpidamente me llevo una mano a la entrepierna pensando que eso me calmará, pero lo que hace es que explote. Tal cual, me doblo sobre mí misma y tengo un orgasmo tan salvaje y placentero que me mareo y me tengo que arrodillar en el suelo.
Me quedo como en trance sin comprender nada. Creo que debo haber sufrido algún tipo de trauma. Me siento rota por dentro, traicionada y humillada, y al mismo tiempo estoy más viva que nunca. Mientras escucho a la otra hija de puta correrse en manos de mi mujer, rompo a llorar de forma brusca y explosiva, sin embargo, es una llorera corta, enseguida me recompongo y me levanto porque hay una fuerza magnética que me impulsa