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Serialidad narrativa. Tres propuestas analíticas en la ficción policial
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Libro electrónico216 páginas3 horas

Serialidad narrativa. Tres propuestas analíticas en la ficción policial

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La serialidad en los constructos narrativos se define a partir de un balance que dosifica la innovación y la repetición entre un episodio y otro, segmentos encadenados en un conjunto que, de manera potencial, resulta infinito y en expansión constante. Para ejemplificar el análisis de los pactos del formato serial, en este libro se presentan tres casos concretos de ficción policial contemporánea, los cuales se sostienen en distintos esquemas de articulación serial: el textual, el audiovisual y el modelo editorial.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 mar 2023
ISBN9786073058414
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    Serialidad narrativa. Tres propuestas analíticas en la ficción policial - Fernando Vizcarra Héctor

    DELIMITACIONES TEÓRICAS

    El suspense se basa en la idea de suspensión. Nos vemos suspendidos entre la pregunta y la respuesta, entre lo anticipado y su resolución, entre respuestas alternativas a la pregunta planteada y, a veces, entre emociones ambivalentes y simpatías que una situación misteriosa despierta en nosotros.

    MARTIN RUBIN, Thrillers

    De acuerdo con la historia literaria dominante, el relato que configura el futuro género de detectives, en cuanto a clichés, estructuras y personajes tipo, fue escrito por Edgar Allan Poe en 1841. Si Los asesinatos de la rue Morgue y el par de cuentos posteriores protagonizados por Auguste Dupin han sido considerados como la serie fundadora de las literaturas policiales, al menos desde la perspectiva surgida de la tradición letrada, debemos recordar que la primera novela del género en inglés, The Moonstone (1868), de Wilkie Collins, publicada en treinta y dos episodios por la revista All the Year Round, no es sólo una historia heredera de la novela por entregas que combina el misterio y la detección: es, fundamentalmente, una novela de folletín decimonónica a la manera de Charles Dickens o de Honoré de Balzac.

    La serialidad, por lo tanto, así como el detective, la víctima, el culpable y el sospechoso, es uno de los elementos característicos de la ficción policial y contribuye, en gran parte, a lograr la tensión narrativa propia y esencial dentro del discurso de misterio. Al igual que The Moonstone, la primera novela del canon holmesiano escrita por Arthur Conan Doyle, A Study in Scarlet, fue publicada de forma periódica, capítulo tras capítulo, en 1887, antes de aparecer en forma de libro al año siguiente. Del mismo modo, la novela que introduce a los detectives literarios a nuestra lengua, La huella del crimen, del argentino Raúl Waleis (seudónimo de Luis V. Varela), fue dada a conocer en 22 entregas por el diario bonaerense La Tribuna en 1877, y sólo hasta fecha reciente, en 2007, ha sido rescatada y vuelta a publicar por la editorial Adriana Hidalgo en una edición crítica realizada por Román Setton, especialista en la historia del género policial argentino.

    La pregunta básica de la reflexión que guiará las páginas siguientes se resume, entonces, en cómo explicar esa suerte de necesidad serial en la ficción, sobre todo policial: ¿a qué responde dicho modelo constitutivo y de qué maneras los estudios literarios han intentado abordarlo? ¿En qué medida incita la aceptación o el rechazo por parte del receptor? ¿Hasta qué punto la narrativa policial, de detectives, criminal o negra se ha configurado y ha logrado adaptarse a distintas épocas gracias al formato serial? Más que respuestas conclusivas, en el presente capítulo intentaré retomar aspectos teóricos y ejemplos del ámbito de la ficción, particularmente literaria, a fin de esbozar los motivos de la recurrencia de este fenómeno narrativo en lo que concierne a las literaturas policiales.

    Una de las primeras propuestas que intentan explicar la tendencia cíclica del policial clásico fue enunciada por Siegfried Krakauer, sociólogo de la escuela de Frankfurt en la década de los veinte del siglo pasado. En síntesis, Krakauer (2010: 35) aduce que la novela policial, una de las modalidades narrativas más representativas de la modernidad, cubre las necesidades que siglos antes apaciguaba el culto religioso, es decir, que los elementos estructurantes del policial responden, punto por punto, a las formas en que se sustentan las religiones de los ciclos proféticos: el misterio por dilucidar corresponde al misterio divino; el detective, al cura o predicador (ambos personajes condenados o destinados por voluntad propia a la soltería, sobre todo en la fe católica), en tanto que su infalible intelecto equivale al logos divino que el sacerdote intenta difundir entre los creyentes; el criminal, a su vez, tiene su correspondencia con el pecador y el blasfemo, mientras que la policía jugaría el rol de la iglesia institucionalizada y, por último, el suspenso equivaldría al fervor religioso ofrendado a la divinidad en la que el practicante deposita su convicción. Así, el requerimiento de tranquilidad ofrecido por la victoria del espíritu racional positivista frente a la incertidumbre, esto es, de la justicia frente al delito, recae en el poder reflexivo de un héroe cuya capacidad analítica concede respuestas a los mismos misterios que, en el ámbito religioso, el sacerdote explicaría a sus feligreses en la misa de cada domingo, como si se tratara de una serie televisiva transmitida en horario estelar, aunque con herramientas y formas discursivas distintas, y donde la ratio sustituye al dogma de fe.

    La serialidad narrativa consiste, básicamente, en el aprovechamiento de un esquema estructural previamente formado que se repite en cada aventura del protagonista para conformar la tensión deseada, la cual, de ser exitosa, producirá el suspense que habrá de despertar la curiosidad del lector o espectador. Al menos desde el auge de la literatura sensacionalista en el siglo XIX, según Maurizio Ascari:

    para generar adicción en sus lectores, para inducirlos a suscribirse a una revista o a comprar los fascículos mensuales de un libro, los autores empleaban estrategias narrativas que giraban en torno al suspenso, creando cliff-hangers al término de cada episodio —finales de misterio sin explicación o de peligro inminente¹ (2007: 115-116).

    Dicho anhelo por conocer las acciones subsecuentes de una historia —en cualquier forma de relato— es caracterizado por Paul Ricoeur, en el tercer volumen de Tiempo y narración, como una dinámica de retención y protensión —es decir, la atención dedicada a la acción inmediatamente anterior al suceso relatado y la acción inminente posterior a éste (Ricoeur 1996: 674 ss.). La ficción detectivesca, por su parte, tematiza dicha dinámica (cómo habrá de evidenciarse lo intangible, de otorgársele sentido a un ambiente lleno de sinsentidos), de tal forma que, como dice Ricardo Piglia en su conocido ensayo La ficción paranoica: convierte en anécdota y en tema un problema técnico del relato que cualquier narrador enfrenta cuando escribe una historia. [...] Todo relato va del no saber al saber. Toda narración supone ese paso. La novela policial hace de eso un tema

    La tematización del acto de despejar incógnitas, entonces, caracteriza el relato de detección y, por ende, afecta al pacto de lectura, predisponiendo —auxiliado por instancias paratextuales, incluyendo las ilustraciones que acompañaban, por ejemplo, los relatos de Sherlock Holmes en la Strand Magazine— la actitud del intérprete, lector o espectador gracias al esquema que oscila entre el huir y el perseguir, el ocultar y el revelar que predomina en las narraciones, mismo que se extiende de un episodio a otro en la cadena serial.

    Para la teórica francesa Anne Besson existe una diferencia entre serie y ciclo, si bien concluye que, en la actualidad, la distinción entre ambos es prácticamente inoperante, pues suelen mezclarse entre sí a tal punto que tanto ciclo como serie conforman lo que ella termina por llamar formas narrativas episódicas. En resumen, Besson denomina serie a la narrativa constituida por partes autónomas que reiteran los mismos tópicos, personajes, lugares, y cuya lectura no depende del conocimiento de aventuras previas; es decir, como suele suceder con la mayoría de las obras de literatura policial, desde las novelas de Gaston Leroux protagonizadas por Joseph Rouletabille hasta las de John Connolly y su detective Charlie Parker. Por otra parte, en el ciclo existe una conexión evidente en cuanto a su cronología y no es hasta conocer los episodios completos que llegamos al desenlace de la historia, como sucede en The Lord of the Rings o en una novela por entregas como A Study in Scarlet, la cual, una vez publicada en forma de libro, formaría parte de la serie Sherlock Holmes, de acuerdo con la terminología de Anne Besson, y que en su sentido episódico-estructural coincide con la tradicional separación, en el mundo angloparlante, entre el series y el serial de las ficciones televisivas: de capítulos encadenados pero autónomos (series, como Friends) o de capítulos sucesivos (serial, como Breaking Bad). Para los fines prácticos de este trabajo, retomaré solamente la definición que Besson propone para las series:

    Regreso repetitivo, discontinuidad de la intriga, reiteración: la serie es el conjunto donde las partes predominan por sobre el todo, es decir, donde cada fragmento tiene el valor del todo, no sólo porque cada una representa una intriga completa y sin vínculo cronológico real con el resto, sino también porque, en consecuencia, el mundo ficcional presentado y representado no puede ni debe transformarse³ (Besson 2004: 22).

    En la narratología clásica encontramos algunos intentos por sistematizar, o por lo menos diferenciar, los tipos de episodios que integran una serie. Gérard Genette (1982: 242 ss.), en Palimpsestes, los clasifica según su ubicación en el tiempo narrado y los agrupa bajo el nombre de continuaciones cíclicas: proléptica, analéptica, elíptica y paraléptica. Aunque Genette utiliza los términos referidos para establecer las relaciones entre los libros-episodios del Ciclo Troyano, es decir, aquellos que completan la Ilíada y la Odisea, la nomenclatura funciona para las series (nótese que Genette no distingue entre serie y ciclo, sino que prefiere este último). Así, la continuación proléptica, mejor conocida como secuela, estaría consagrada a llenar el vacío posterior al desenlace de una aventura, mientras que la continuación analéptica, o precuela, en un flujo inverso, tomaría por objeto de su narración las acciones precedentes.

    Los casos de continuaciones elípticas y paralépticas son, en apariencia, menos comunes. El primero, que podríamos llamar intercuela, pretende completar el espacio entre dos diégesis conocidas de antemano, como lo que se relata en el libro Los años perdidos de Sherlock Holmes (The Mandala of Sherlock Holmes, 1999), del escritor tibetano Jamyang Norbu, novela que aprovecha el denominado Great Hiatus entre la supuesta muerte del detective en The Final Problem y su reaparición en el cuento The Adventure of the Empty House; es decir, realiza una interpolación entre los dos extremos, entre el final de una anécdota y el inicio de otra. En el ámbito de las series cinematográficas, un ejemplo claro de continuación elíptica (intercuela) es Rogue One: A Star Wars Story (Gareth Edwards, 2016), película que rellena el espacio entre el episodio I (A New Hope, George Lucas, 1977) y el episodio III (Revenge of the Sith, George Lucas, 2005). Y, en el mismo universo ficcional, Solo: A Star Wars Story (Ron Howard, 2018) se ubica como continuación elíptica entre el episodio III y el IV.

    La continuación paraléptica, por otra parte, se encarga de relatar acontecimientos simultáneos a una diégesis central, a la manera de las secuencias paralelas del lenguaje cinematográfico, y que, a falta de mejor nombre, podríamos llamar paracuelas: las acciones que un personaje (quizá secundario) realiza al mismo tiempo que se desarrolla la trama principal y que no influyen en ésta directamente, o bien la versión de un personaje que figuraba poco en una trama y que, por medio de la continuación paraléptica, arroja luz sobre ese espacio de la ficción que prevalecía indeterminado, como lo narrado en Monsieur Bovary (1991), de la escritora italiana Laura Grimaldi, o como la reelaboración de la intriga de dos novelas clásicas del género policial que Pierre Bayard efectúa en sus libros Qui a tué Roger Ackroyd? (2002) y L’Affaire du chien des Baskervilles (2008). Se trata de lo que se conoce, sobre todo en el ámbito televisivo, como spin-off, ficciones derivadas de otras ficciones, las cuales suelen interpolar dos o más tipos de continuaciones.

    Mientras nos adentramos en el terreno del fenómeno de la serialidad, es fácil notar que la complejidad para asirlo aumenta. Además, queda claro que las cuatro continuaciones seriales descritas arriba difícilmente se encuentran aisladas, en estado puro, ya que suelen encimarse temporalmente o en cuanto a las perspectivas narradas. Por otro lado, la distinción fronteriza entre episodios complementarios y pastiche se vuelve más difusa cuando entra en juego la participación de varios autores que ensanchan un mismo universo ficcional. Si Anne Besson opta por hacer una diferencia cualitativa entre ciclo y serie, esto es, llevar la separación al límite de clasificarlas con nombres diferentes pero al mismo tiempo encajarlas en el rubro llamado formas episódicas, Richard Saint-Gelais, en contraste, al desarrollar su teoría sobre la transficcionalidad, apenas distingue entre ciclo, folletín y serie, pues el interés del sistema transficcional que diseña vale igual para cualquier soporte comunicativo, siempre y cuando se adscriba a un mismo heterocosmos y lo amplíe; así, cualquier combinación es válida para su modelo teórico: de la literatura al cine, del cine al videojuego, de la fanfiction a la televisión o del juego de rol al videoclip, todas estas y más variantes cooperativas y de adaptación son posibles en el terreno de la transficcionalidad, dado que los modelos del ciclo, del folletín y de la serie, los cuales se abocan a la creación [...] de una lealtad del lectorado o de la audiencia hacia un conjunto ficcional indefinidamente desplegable, obedecen bajo toda evidencia a una lógica, si no comercial, al menos bastante interesada⁴ (Saint-Gelais 2011: 34).

    Si damos por cierta la afirmación de Saint-Gelais en Fictions transfuges. La transfictionnalité et ses enjeux, podemos entender por qué la serialidad es uno de los métodos más recurrentes entre las narrativas que se consideran de difusión masiva, como la ciencia ficción, el relato de aventuras, el melodrama o el relato erótico, sin importar el medio a través del cual transmiten su contenido. En consecuencia, la organización diegética entre una cadena de narraciones vale lo mismo para el resto de los discursos ficcionales o propensos a ser narrativizados (y no sólo para el policial), como los afiches publicitarios, los cómics o algunas manifestaciones del street art.

    El relato de detección, en específico, ha apelado al formato serial para consolidar la unicidad de las peripecias en las que figura un mismo protagonista, ya sea un detective de cualquier tipo o un bandido justiciero (o cualquier derivación de ambos), personaje que garantiza el encadenamiento de historias o anécdotas mediante la misma fórmula. Podemos incluso ubicar el origen de la relación serialidad/detección antes de la consolidación del género policial, es decir, antes de Edgar Allan Poe.

    En The Rise of the Detective in Early Nineteenth-Century Popular Fiction (2005), Heather Worthington argumenta que el personaje del detective y sus prototipos, ambos serializados, son vistos por primera vez, al menos en Inglaterra, en algunas publicaciones periódicas de corte popular entre las décadas de 1820 y 1830. Worthington se refiere principalmente a textos cuyos protagonistas son médicos, y toma como paradigma Passages from the Diary of a Late Physician de Samuel Warren, escritos que presentan la figura de un investigador serial, si bien en el campo de la medicina y no del crimen, los cuales textualizan la estructura del caso [médico] que el trabajo de un doctor requiere necesariamente, y que llega a ser un elemento recurrente en la posterior ficción de detectives⁵ (Worthington 2005: 3), argumento que queda ejemplificado claramente en la serie televisiva House, M.D. (2004-2012), que sería una actualización audiovisual de los Passages... de Warren. Dado que el análisis privilegia la perspectiva foucaultiana sobre la vigilancia y el castigo y, basándose en el contexto de dichos escritos (la reciente creación del Metropolitan Police Service de Londres, en 1829), Heather Worthington aduce que el afán inquisitivo del médico se enfoca en las causas de la enfermedad en el paciente y no en los síntomas, lo cual interpreta como una actitud sancionadora: Si los ‘Passages’ son una forma de vigilancia policial de la moral, entonces el médico es el policía de los valores morales [...] y [dichos textos] son también indicios del aumento de una sociedad secularizada, donde las certidumbres ofrecidas por la fe religiosa se estaban erosionando⁶ (67).

    Así, la narrativa policial, desde sus prototipos, parecería estar comunicando un mensaje similar al de las épicas mitológicas o de los mitos de la creación, esto es, el combate entre fuerzas contrarias y complementarias que perduran, con un cierto equilibrio, a lo largo del tiempo. Esa lucha del Bien contra el Mal, esa separación dicotómica que se encuentra en las bases de prácticamente todo constructo teológico, es reproducida por la ficción policial en al menos cinco diferentes niveles:

    Caos // Orden

    Barbarie // Civilización

    Ocultamiento // Revelación

    Ceguera // Observación

    Ignorancia // Conocimiento

    En Los asesinatos de la rue Morgue Poe recurre a un animal salvaje, proveniente de la isla de Borneo, en Asia, para originar una tragedia sangrienta e irracional en el departamento parisino de Madame y Mademoiselle D’Espanaye, o sea, la barbarie penetrando en uno de los centros simbólicos de la civilización occidental. Por lo tanto, no es de extrañar que en ese discurso polarizado que subyace en el relato policial hallemos, con distintos matices, una recurrencia al tema de la alteridad, es verdad que no siempre con un tono estigmatizante y punitivo sino, en todo caso, denominativo, pues descubrir al culpable equivale a colocar un rostro a quien propicia el

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