Economía para sostener la vida
Por Lucía Cirmi Obón
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El resultado es un texto de fácil comprensión que facilitará a cualquier persona interesada adentrarse en un tema crucial de nuestros días, con un objetivo claro: devolverle la economía a la gente.
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Economía para sostener la vida - Lucía Cirmi Obón
PRIMERA PARTE
Cómo llegamos hasta acá. Para qué existe la economía y para qué la economía feminista
La mayor parte de los indicadores que escuchamos a diario sobre economía efectivamente hablan con prioridad del dinero. Sin embargo, la economía no es exclusivamente una cuestión de monedas y billetes.
La definición que se aprende en la facultad acerca de la economía como disciplina es bastante rudimentaria, pero ya dice muchas cosas. Según ella, la economía es la ciencia que estudia la administración de recursos escasos para producir bienes y servicios frente a las necesidades de los individuos, que son múltiples e ilimitadas. Pareciera que se tratara simplemente de administrar un presupuesto y priorizar algunas necesidades sobre otras, ¿verdad? ¿Suena a cómo piensan el presupuesto de sus casas, su salario a lo largo del mes? Sí, es cierto, la economía nace como ciencia cuando las sociedades tienen que ponerse a mirar qué está pasando con las necesidades de su pueblo, pero esto no quiere decir que la caja de herramientas que hoy se llama economía, y que tiene a disposición quien comanda el ministerio de Economía de un país, esté llena de utensilios que efectivamente te permitan siempre velar por estas necesidades. De hecho, a veces es todo lo contrario. Con el fin de generar más dinero, se le propone a la gente ajustar sus salarios, su calidad de vida y, con ello, su acceso a los recursos.
La parte del «manejo de los recursos escasos» es también bastante tendenciosa, pues pareciera que, al hablar de su escasez, la economía ha estado siempre consciente de que los recursos naturales (es decir, los recursos que los humanos utilizamos de la naturaleza para alimentarnos, acobijarnos y sobrevivir) son escasos y no del todo renovables. Pero no, para la economía que talló esta definición, la escasez de un bien se expresa simplemente en su precio. Cuanto más escaso, más caro, y cuanto más abundante, más barato. Sin embargo, algo puede ser abundante hoy y ser muy barato, y agotarse completamente mañana. Los precios no capturan los intereses de las generaciones futuras, por eso no pueden ser usados para valorar stocks completos del recurso natural. Además, la economía directamente no les puso precio a muchísimos recursos de la naturaleza que no eran posibles de ser apropiados por ninguna persona, por ejemplo, el aire y el agua. Como consecuencia, vivimos el cambio climático, que está estrechamente vinculado al agotamiento de muchos recursos a los que la economía no les puso precio. Los utilizó como si fueran recursos inagotables y, por lo tanto, gratuitos. Así que no, la economía no se encargó necesariamente de administrar la escasez de los recursos y hoy vemos la consecuencia.
En la práctica, vemos que la economía se basa en producir bienes y servicios que tienen un valor en dinero, y tomar de ello una ganancia. La suma del valor agregado (es decir, el dinero pagado por todos esos bienes y servicios producidos en un año) de todas las empresas conforma el PBI de un país. Al comparar los PBI de cada año, los gobiernos se fijan en si la economía del lugar está creciendo o no. Observan también si crecieron demasiado los precios (inflación) o si subieron las cantidades producidas, es decir, los bienes y servicios vendidos. Si bien existen muchos más indicadores, el eje principal termina siendo siempre el crecimiento económico, es decir, las variaciones de ese PBI a lo largo del tiempo. El PBI de un país hace que sus empresas decidan seguir invirtiendo o no en el lugar, que quieran contratar o despedir más gente, o guardar o no dinero en los bancos.
Si ese crecimiento aportó más y mejor a manejar la escasez de recursos naturales o aportó más y mejor a cubrir las necesidades no es algo que se puede deducir del PBI ni analizar fácilmente. Por más que algunos investigadores luego hagan ese análisis, operando con otros utensilios que están más al fondo de la caja de herramientas, lo que nos dice esta situación es que los objetivos principales no tienen que ver con esa definición que aprendimos.
Es por todo esto que existen definiciones alternativas de la economía que, al delimitar distinto la cuestión, proponen también cambiarla para que se acerque de vuelta a las necesidades de la gente. Una bella definición es la de Karl Polanyi, que habla de la economía sustantiva como las múltiples formas que adquiere la búsqueda del sustento humano, en relación con el medio natural y social, (a través de) «dispositivos culturales y sociales entendidos como instituciones. En esta perspectiva, la economía debería ser estudiada en las acciones específicas que adquiere el proceso económico en las relaciones sociales» (Huerta, 2016).
Sin embargo, la definición de economía que más nos interesa en este libro es la que propone la economía feminista. En este caso, hablamos de que la economía puede o no sostener la vida entendiéndola como un conjunto de relaciones sociales –de todos los tipos– que garantizan la satisfacción de las necesidades de las personas y que están en estado de continuo cambio (Power, 2004). En una economía que sostiene la vida, se organizan la producción, la reproducción y los intercambios para que todas las formas de vida se reproduzcan y perduren en las mejores condiciones, con justicia e igualdad (León, 2009). Muy distinto, ¿no? En este capítulo veremos cómo llegamos a esta contraposición de definiciones.
CAPÍTULO I
Muchos recursos y muchos varones. La historia de la economía y de la ciencia económica
Lo que entendemos por economía ha ido cambiando conforme lo fue haciendo la organización de las sociedades a lo largo y ancho del mundo. Con cada cambio de organización no sólo fueron transformándose las ideas populares sobre el funcionamiento de la economía, sino también el foco de quienes se dedicaban y se dedican a estudiarla, a definirla, a buscar soluciones a sus problemas, etc. Es decir, a medida que fueron variando la economía, los intereses y las definiciones políticas, se fue amoldando la ciencia económica a ellas. No es mi intención en este libro ahondar con detalle en ambas historias, pero sí sirve hacer un breve repaso en paralelo para entender dos cosas: en primer lugar, explicar cómo llegamos a la economía que tenemos hoy; en segundo lugar, mostrar que, si la economía cambia con el tiempo y con el lugar, entonces no hay nada de natural o exacto en ella. Las leyes de la economía son construcciones sociales transformables por las personas y el contexto, y por eso su estudio no es una ciencia exacta sino una ciencia social.
Una forma de mirar estos arreglos, que luego también nos simplificará bucear en el análisis de la actualidad, es preguntarnos cómo las sociedades anteriores se garantizaban la reproducción social, es decir, el sostenimiento de sus vidas y de sus descendientes, cómo organizaban la producción de recursos (y cómo se dividían el trabajo para hacerlo) y, finalmente, cómo funcionaba la distribución de lo producido.
En la siguiente línea de tiempo les comparto una caracterización de los principales sistemas económicos que mantuvieron las sociedades. La hizo el historiador francés Joseph Lajugie (1995), quien definió los sistemas económicos como un conjunto de instituciones sociales en las que se ponen a disposición distintos medios (tecnológicos, humanos, geográficos, modos de organización) para asegurar la supervivencia y otros móviles (objetivos) dominantes. Esos medios y arreglos han ido cambiando en cada etapa, conteniendo a su vez cambiantes regímenes (normas) económicos y de personas.
Antes de empezar a describir los distintos sistemas económicos que identifica Lajugie, quiero aclarar que, aunque a veces se los piensa en una evolución histórica lineal, esa progresión no es necesariamente la realidad. A lo largo y ancho del planeta coexisten al día de hoy varios de estos sistemas. La periodización que se muestra obedece más que nada a revisar cómo evolucionó el sistema económico dominante en Europa y, por lo tanto, a cómo se cuenta el proceso en los libros de Historia que estudiamos en las instituciones educativas. Nunca ha sido el caso de que un mismo sistema sea el único vigente en todo el planeta.
En la economía doméstica pastoril viajamos muy atrás en el tiempo y pensamos en el paso del Paleolítico (hace 2 millones y medio de años) al Neolítico (hace 11000 años), hasta llegar a la Edad de los Metales, que abarca las primeras civilizaciones que conocemos (la egipcia, la griega y la romana).
Durante el periodo paleolítico, las sociedades gentilicias (familias) garantizaban su reproducción, es decir, su supervivencia, recolectando frutos y más tarde cazando animales. El valor estaba puesto en los recursos que proveía la naturaleza sin intervención, y esto los obligaba a ser nómades, ya que, una vez que no había nada más que cazar, había que desplazarse hacia nuevos territorios. No había propiedad ni tampoco una división de tareas claras, se cazaba y se compartía. En el Neolítico, los humanos empiezan a domesticar animales y a cultivar plantas, lo que les permite quedarse quietos sin que se les acaben los recursos, y así se vuelven sedentarios. Las familias se agrandan y empiezan a ser aldeas. Aparece la división del trabajo y comienza a ser el padre el que distribuye lo generado entre la familia. Hay diversos estudios antropológicos y teorías acerca de por qué esto es así, que veremos en el apartado siguiente.
En principio, cada familia consumía lo suyo, pero lentamente comienza a aparecer el trueque, entre distintos miembros de la familia y luego con otras familias como comercio intertribal. Se intercambian también objetos a través de «dones», una suerte de regalo o favor que, por honor, luego debía ser devuelto de otra forma.
Más tarde se conforman las primeras civilizaciones que normalmente estudiamos en la escuela (egipcios, griegos, romanos), que ya no viven en aldeas donde todos son familia, sino en ciudades. Para garantizar la reproducción siguen produciendo alimentos desde la ganadería y la agricultura que, gracias al procesamiento y utilización de metales, van dejando cada vez más excedentes. Si bien la producción es para el autoconsumo de cada familia, se comercian excedentes y también se dan en pago de impuestos al Estado, institución que «nace» para dirimir y legislar por encima de todas las familias y que también sale a conquistar otras tierras cuando los recursos se acaban (Engels, 2017). En las ciudades empiezan a utilizar como división del trabajo los sistemas de castas/estratos, que daban determinados derechos a determinadas profesiones. Por otro lado, dependían de la esclavitud, una mano de obra con la cual contaban algunas familias por compra o por botín de guerra y que también era utilizada para la agricultura en las casas más ricas. Poblaciones enteras de esclavos son también usadas para construir las grandes obras de las ciudades. Con el Imperio romano aparece por primera vez el reconocimiento y concepto de propiedad privada, el derecho y las leyes como instrumentos para protegerla. Sabemos que este periodo imperial se termina cuando las guerras alcanzan un punto tal que torna inseguro vivir en las ciudades.
La economía señorial agrícola es la que asociamos con la Edad Media europea, aunque se han encontrado lógicas similares en otros continentes: el señor feudal como dueño del solar, con relaciones de protección mutua entre él y los campesinos. La relación ya no es de esclavitud sino de servidumbre: personas con mayores libertades, pero atadas a su tierra, que van cambiando sus condiciones en función de contextos específicos y diversas revueltas (Federici, 2004). La propiedad romana migra al concepto de propiedad útil (posesión transitoria) y la propiedad eminente del señor feudal (Lajugie, 1995). Las tierras más fértiles quedaban como reserva del señor feudal. El campesinado, la servidumbre, podía utilizar sus tierras menos fértiles para producir alimentos de la agricultura –sin un alto grado de especialización–, trabajando para el autoconsumo y así garantizar la reproducción de su familia. A cambio, debían darle el excedente de lo producido al señor feudal y también era requisito trabajar sus tierras en algún momento del año. La servidumbre recibía a su vez la protección militar del ejército del señor feudal, el derecho a recolectar leña en su territorio y el uso de los molinos comunes del feudo (Lajugie, 1995). Hacia finales del periodo, cuando predomina el sistema, la entrega de excedentes es reemplazada por el pago de impuestos y el cobro de alquileres, lo que va monetizando la economía y también creando más desigualdades hacia dentro del campesinado (Federici, 2004).
Hay poco comercio en esta época y poco uso de moneda. En los inicios es una economía prácticamente sin mercado. Su ausencia se explica a nivel local por la sucesión de invasiones y a nivel internacional por el crecimiento del Imperio islámico en el Mediterráneo (Lajugie, 1995).
A partir del siglo xi comienza el paso a la «economía urbana artesanal». Tras una verdadera revolución agrícola, se introducen nuevos cultivos y nuevas herramientas de arado que permiten una generación de excedentes. El hecho impulsa a los productores independientes a vender esta producción extra en las incipientes ciudades y fomenta la vida urbana. Se vuelven a poblar las ciudades, donde crece el comercio y la especialización del trabajo. Las urbes comienzan a diferenciarse del campo por su actividad, ya que en su interior se producen bienes manufacturados artesanalmente y se comercia, pero ya no se cultiva. Aparece con fuerza la figura de los artesanos, que, dueños de su propio capital, se especializan en oficios para producir las primeras manufacturas. Son dueños del capital y a la vez realizan el trabajo. Forman aprendices que viven con ellos y que muchas veces son parte de su familia, bajo un régimen corporativo, con estricta reglamentación de cómo hacer el trabajo. Según la tradición, todo aprendiz llega algún día a maestro. En un principio, la ganancia del obrero sigue cánones eclesiásticos que impiden una fuerte explotación. Sin embargo, hacia el siglo xv tal sistema empieza a generar problemas. El reglamentarismo excesivo limita la competencia y, por lo tanto, la innovación. En paralelo, la tecnificación también va haciendo relaciones menos directas y más tensas hacia dentro de cada gremio. Por todo ello, la Revolución francesa termina por abolir las vigencias de estos gremios y sus normas.
Los artesanos fabricaban cosas por encargo que luego vendían a campesinos, quienes visitaban especialmente la ciudad para ello. Sin embargo, lentamente van apareciendo intermediarios que compran toda la producción para luego revenderla en las nuevas y grandes ferias (Lajugie, 1995). Crece el pago por compensación y se abren las puertas al crédito, que hasta ahora estaba vedado por la Iglesia y era monopolio de los judíos. En el siglo xiii aparecen los financistas y luego los bancos públicos que hacen moneda.
En los feudos, las devaluaciones monetarias producidas por los Estados aligeran las cargas que los vasallos pagan a sus señores. Eso va desmoronando la propiedad feudal y se vuelve a un esquema más parecido al romano. En esta época se inician también dos procesos que darán lugar al origen del capitalismo. Uno es la separación de los trabajadores de su tierra (la acumulación originaria). Otro es la separación de los tipos de trabajo (del autoconsumo a la separación del trabajo productivo del trabajo reproductivo), que veremos en el siguiente apartado.
Ya en el siglo xviii podemos decir que nos encontramos inminentemente en el sistema capitalista, un sistema que se fue expandiendo y se sigue expandiendo aún hoy «a imagen y semejanza» por el mundo. Según la fao, recién en 2008 la población urbana mundial superó a la población rural mundial. Existe una industrialización de los alimentos que expulsa trabajadores y tecnologías que requieren grandes extensiones sin mano de obra. Semejante población urbana implica que la mayoría de las familias ya no cuenta ni con su propia tierra para labrar ni con sus propias herramientas para ser artesana. Para garantizar su reproducción debe ahora vender su fuerza de trabajo a quienes tienen las tierras y a quienes tienen las máquinas para producir. Todo lo producido se comercia y los trabajadores compran con su salario lo que necesitan de todo lo comerciado, lo que, gracias a la especialización del trabajo, es cada vez más. La distribución se hace a través de los precios, las ganancias y los salarios, y la redistribución (si hay), a través de los impuestos que cobran los Estados.
Dentro del capitalismo, tuvimos etapas de mayor o menor intervención del Estado, etapas de mayor o menor distribución del ingreso y etapas con mayor o menor apertura al comercio e intercambio entre los países. Los sistemas socialistas también hicieron su mella.
Ahora bien, ¿cómo se fue construyendo la historia de la ciencia económica alrededor de este proceso? Intentaré darles un trazo largo de cómo llegamos hasta acá.
Durante el periodo de la economía doméstica pastoril, encontramos pocas reflexiones sistémicas sobre la economía, pues eran pocos los que tenían el tiempo y los instrumentos para hacerlo. Sobresale en esta época el trabajo de Aristóteles, con algunas reflexiones y diferenciaciones entre la economía del hogar y la economía mercantil que ocurría en las calles de la antigua Grecia. Durante la época medieval, el estudio de la economía quedó confinado a quienes tenían tiempo y recursos para analizar la sociedad: los religiosos. Se destaca el trabajo de san Agustín y de santo Tomás de Aquino (Mercado, 2005) enfocados sobre la usura (lo moralmente malo que era cobrar de más a los pobres).
Con la economía urbana artesanal europea surgen los primeros economistas propiamente dichos, que hacían grandes análisis integrales acerca de cómo funcionaba la nueva sociedad. Agrupados primero en la zona francesa como los «fisiócratas», observaban en la agricultura la única fuente de riqueza y un comportamiento natural del mercado muy eficiente, al que había que dejar crecer. En la zona inglesa nace la corriente «mercantilista», quienes, por el contrario, pedían proteccionismo para poder desarrollar las incipientes industrias. En cambio, décadas más tarde, y ya como parte de la economía clásica, los padres de la «economía», como Smith y Ricardo, que escribían ya en una Inglaterra líder del desarrollo industrial, pedían liberalismo comercial. Los economistas del periodo de la economía política clásica (incluido Marx) pusieron el foco en el mundo productivo y en el intercambio, y debatieron, desde una perspectiva integral, filosófica y moral, cómo se formulaba el valor de las cosas que ese creciente capitalismo estaba fabricando.
Con la profundización del capitalismo y el creciente conflicto social entre trabajadores y capitalistas, sumado al claro aporte crítico del marxismo, la ciencia económica se movió en la siguiente etapa a un lugar más «cómodo». La escuela de los marginalistas se enfocó principalmente en cuáles eran las leyes que movían el intercambio en los mercados, la determinación de los precios y la utilidad (la satisfacción) que los bienes proveían a los consumidores. Se corren de la problemática discusión de la determinación del