Arquitectura y crítica
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Partiendo de los pioneros de la crítica arquitectónica del siglo XXI, los personajes clave de la historiografía moderna como Sigfried Giedion o los textos de los arquitectos y arquitectas protagonistas como Adolf Loos o Le Corbusier, pasando por las diferentes interpretaciones derivadas del existencialismo, la fenomenología, la iconografía o el estructuralismo, como Aldo Rossi, Manfredo Tafuri, Colin Rowe y Marina Waisman, hasta llegar al panorama postestructuralista con nombres como Peter Eisenman, Rem Koolhaas o Micha Bandini, esta breve guía básica presenta un recorrido histórico
de la crítica arquitectónica que permite comprender
las claves historiográficas de la arquitectura desde
los orígenes hasta la actualidad.
Josep Maria Montaner
Josep Maria Montaner (Barcelona, 1954) es doctor arquitecto y catedrático de Composición en la Escola Tècnica Superior d’Arquitectura de Barcelona (ETSAB-UPC), donde ha codirigido el máster Laboratorio de la vivienda del siglo XXI. Ha sido profesor invitado en diversas universidades de Europa, América y Asia, y es autor de numerosos artículos y publicaciones, entre los que destacan Arquitectura y política (2011, con Zaida Muxí), Del diagrama a las experiencias, hacia una arquitectura de la acción (2014), La condición contemporánea de la arquitectura (2015), Política y arquitectura (2020, con Zaida Muxí), La modernidad superada (2022, 4.a ed.), todos ellos publicados por esta editorial. Colaborador habitual en revistas de arquitectura y en los diarios españoles El País y La Vanguardia, en junio de 2015 fue nombrado concejal de Vivienda y concejal del distrito de Sant Martí en el Ayuntamiento de Barcelona, cargo que desarrolló hasta 2019.
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Arquitectura y crítica - Josep Maria Montaner
Materia y técnica de la crítica
Caracterizada por la emisión de un juicio, la crítica artística se desarrolla en proximidad a la teoría, la estética y la historia. Sin embargo, este juicio no solo debe entenderse en su sentido más inmediato, de promoción o negación, de establecer qué obras están mejor y cuáles peor. La misión de la crítica va mucho más allá, es mucho más compleja y está impregnada de problemas metodológicos y de contradicciones. Constituye una actividad con el más amplio sentido cultural. Su misión es la de interpretar y contextualizar, y puede entenderse como una hermenéutica que desvela orígenes, relaciones, significados y esencias. La dificultad de emisión de dicho juicio estético aumenta en periodos de incertidumbre y perplejidad como el actual.
En el caso de la arquitectura, el juicio se establece sobre la medida en que la obra ha alcanzado sus finalidades: funcionalidad distributiva y social, belleza y expresión de símbolos y significados, adecuado uso de los materiales y las técnicas, relación con el contexto urbano, el lugar y el medio ambiente.
Para que pueda desarrollarse dicha actividad crítica deben producirse dos condiciones básicas. Solo existe crítica cuando existe una teoría. Toda actividad crítica necesita la base de una teoría a partir de la cual deducir los juicios que sustentan las interpretaciones. Al mismo tiempo, toda teoría necesita la experiencia de ponerse a prueba y ejercitarse en la crítica. Es decir, toda crítica es la puesta en práctica de una teoría, lo cual conforma ese valor ampliamente cultural de la crítica. En el caso de la crítica de arquitectura, esta se relaciona necesariamente con las teorías que proceden del mundo del pensamiento, la ciencia y el arte.
La segunda condición resulta menos evidente. Solo existe crítica cuando existen visiones contrapuestas, una diversidad de posibilidades. La crítica surgió a finales del siglo XVIII y se desarrolló a lo largo del siglo XIX a raíz de las batallas del Neoclasicismo contra el Barroco, del pensamiento ilustrado contra el academicismo, de los nuevos dispositivos críticos que introduce el Romanticismo contra el positivismo, de la diversidad de estilos que el eclecticismo extiende, de los muy distintos orígenes culturales y artísticos que se reconocen. La crítica surge, en definitiva, a raíz de la diversidad de interpretaciones y del pluralismo que se genera en la crisis del mundo unitario de la tradición clásica. Crítica y eclecticismo van de la mano. En este sentido, el libro de Vitruvio y los tratados renacentistas deben entenderse como textos de teoría, no de crítica, ya que aunque entre ellos haya diversidad de matices e interpretaciones, forman parte de un sistema unitario de órdenes y cánones que no se pone en crisis.
El trabajo de la crítica, como el de la filosofía, parte de la duda y la indagación e, incluso, debe aceptar los errores y los cambios. En este sentido, está diametralmente opuesto a los razonamientos de la política tradicional, donde difícilmente entran la duda y la aceptación de los errores. De todas formas, si el trabajo de la crítica acepta las evoluciones y errores en los juicios formales y estéticos, al tiempo debe ser extremadamente precisa y rigurosa en todo aquello que concierne a los datos y a los hechos concretos, en todo lo que es mesurable analíticamente. Las valoraciones que se establecen en los juicios estéticos son susceptibles de cambios e interpretaciones contrapuestas, pero los datos y los hechos concretos son solo de una manera.
Los espacios de la crítica
El ejercicio de cada tipo de crítica mantiene una estrecha relación con el espacio desde el cual se genera. Así, para el crítico o la crítica de literatura el lugar esencial es el espacio de la biblioteca; sin necesidad de desplazarse, desde unos buenos fondos puede acceder directamente al objeto de sus análisis. El crítico literario termina por atesorar una biblioteca propia y tiende a convertirse en un cuerpo pasivo y sedentario capaz de juzgar sin siquiera moverse del sitio.
El crítico cinematográfico, en cambio, debe acceder continuamente a la sala oscura de las proyecciones; su actividad no solo es dinámica, sino que debe experimentar continuamente el paso de la luz a la penumbra, de la realidad a la ilusión, debe entrar continuamente en la experiencia sensorial del engaño perceptivo y de la fantasía mediante el movimiento de las imágenes.
La actividad del crítico y la crítica de arte debe realizarse en el punto donde se produce el acto de cortesía y libertad en que consiste la presentación de la obra de arte, esta obra gratuita, creada libremente, que el receptor decide ir a recibir, a percibir. Ello se produce en el espacio del museo, del centro de arte y de la galería, en la distancia corta que relaciona la mirada con la obra de arte. Por ello, el crítico de arte está obligado a viajar continuamente de un museo a otro, de una exposición a otra; debe renovar continuamente el acto de la visita a la pieza artística.
La actividad del crítico de arquitectura también es nómada. El lugar donde ejerce su juicio es en el interior de la misma obra arquitectónica; recorre sus espacios y valora su realidad material dentro del entorno y de la ciudad. Muy difícilmente la valoración de una obra arquitectónica puede realizarse sin visitarla y estudiándola solo en fotografías. Falta la experiencia sensorial de percibir la articulación de los espacios, de ver su escala y su luz, de palpar sus texturas, de sentir su temperatura, de analizar sus detalles constructivos, de comprobar su funcionamiento, de verificar su situación en el paisaje.
Tal como señaló Walter Benjamin, la mirada hacia la pintura es estática, debe concentrarse en la observación de la obra; en cambio, la mirada hacia la arquitectura es dinámica, exige un recorrido por las fachadas y los espacios, no se detiene. No obstante, desde la década de 1960 el arte minimalista ha reclamado para la escultura percibida como volumen esta misma percepción dinámica propia de la arquitectura.
La auténtica crítica de arte y arquitectura debe desarrollarse, por tanto, en presencia del original, en su mismo lugar. En cambio, el historiador y el crítico literario trabajan sobre reproducciones y documentos, en el espacio de la biblioteca o el archivo. Como contrapartida, la fuerte presencia de la obra original misma delante de la actividad del crítico de arte y arquitectura contribuye a alejarlos de los rigores del método y a caer en el subjetivismo. Dicho alejamiento no se produce tanto en las actividades historiográficas y críticas que se basan en documentos, memorias y crónicas. En unos casos tiene un excesivo predominio la presencia deslumbrante de la pieza artística, que puede llegar a cegar la capacidad crítica, y en otros aflora todo el peso de la metodología con que se afronta la fría fuente de investigación.
Los contextos de la crítica
En países como Alemania, Suiza, Italia, el Reino Unido y Estados Unidos se han establecido sólidas tradiciones críticas. Los historiadores italianos Maurizio y Marcello Fagiolo pueden referirse a las enseñanzas de su maestro Giulio Carlo Argan, que era discípulo de Lionello Venturi, quien a su vez lo era de Benedetto Croce. Joseph Rykwert y Christian Norberg-Schulz, un británico y un noruego, ejemplifican dos interpretaciones diferentes de las ideas del crítico de arquitectura suizo Sigfried Giedion. La crucial interpretación de Giedion se basaba en aportaciones de la tradición alemana y suiza: Georg W. Friedrich Hegel, Jacob Burckhardt y Alois Riegl. Nikolaus Pevsner, que sintetizó la tradición desde William Morris hasta Walter Gropius, ha tenido discípulos tan contrapuestos como Reyner Banham o David Watkin. El primero fue un radical defensor de la modernidad tecnológica, mientras el segundo, en clara oposición a los planteamientos de su maestro, se alió con una visión posmoderna; ambos criticaron los principios morales y sociales de la arquitectura moderna.
¿Por qué estas tradiciones se han desarrollado en unos países y no en otros? Esta pregunta podría tener tres respuestas: una política, otra metodológica y otra mediática.
Es evidente que el contexto de la crítica de arte es el de la geografía de la democracia, el de los territorios en libertad. Solo hace falta ver cuáles son los lugares donde se han desarrollado estas tradiciones críticas o dónde existen los grandes museos, centros de investigación y las grandes editoriales de temas artísticos. Ningún país sin un vital y consolidado proceso democrático puede aspirar a generar ninguna propuesta relevante en el campo de la crítica artística. Ante situaciones que conllevan la reducción de la libertad, los núcleos de la crítica emigran buscando continuidad en países de sólida base democrática. Por esta razón, Fritz Saxl y Edgar Wind trasladaron a Londres la gran biblioteca que había creado Aby Warburg en Hamburgo justo cuando se iniciaba la ascensión del nazismo, fundando el Warburg Institute; o, a raíz de la II Guerra Mundial, los archivos de los CIAM se trasladaron a Estados Unidos.
Una segunda razón radica en el terreno del pensamiento y de las metodologías. En España, por ejemplo, ha faltado la tradición de rigor, los sólidos mecanismos científicos de acumulación y crítica del saber que han existido en países como el Reino Unido, Alemania o Suiza. Geográfica y culturalmente periférica, España ha ido quedando al margen de los grandes saltos y métodos de la cultura moderna: ilustración, empirismo, racionalismo, pensamiento crítico europeo del siglo XX, posmodernidad. Cuando ha surgido una aportación cualificada, como es el caso de Eugeni d’Ors, esta singularidad no ha tenido seguidores en un país que pone todo el énfasis en los pretendidos genios y ninguno en la continuidad de los métodos. Eugeni d’Ors (1881-1954) fue escritor y crítico de arte, autor de libros como Las ideas y las formas (1928), Lo barroco (1936) o Teorías de los estilos y espejo de la arquitectura (1944), donde relacionaba la arquitectura con las demás artes, y de artículos sobre crítica de arte, recogidos póstumamente en Introducción a la crítica de arte (1963) y El menester del crítico de arte (1967).
Tuvo también una gran influencia el pensamiento del ya citado José Ortega y Gasset (1883-1955), con libros como La deshumanización del arte (1925) o La rebelión de las masas (1926), interpretaciones filosóficas al unísono de los cambios producidos a principios del siglo XX con las metrópolis y las vanguardias. Y actualmente tiene una gran vigencia el pensamiento de una de sus más avanzadas discípulas, María Zambrano (1904-1991), desde una visión poética de la filosofía; pasó gran parte de su vida en el exilio y fue autora de libros clave como El sueño creador (1965) y Claros del bosque (1977).
Sin un laborioso y largo trabajo de acumulación del conocimiento es imposible crear una tradición sólida en el campo de la crítica. No es casual que los críticos enraizados en la tradición británica —como Ernst H. Gombrich, Rudolf Wittkower o Colin Rowe— hayan utilizado como referencias metodológicas los criterios de rigor desarrollados en los textos de Ludwig Wittgenstein y Karl Popper. Ludwig Wittgenstein (1889-1951) y su Tractatus logico-philosophicus (1918), por su identificación entre pensamiento y lenguaje y por su defensa de un método riguroso que desmarque aquello que puede expresarse claramente mediante lógica y lenguaje de aquello que es indemostrable e inexpresable, que hay que callar pues, por su proximidad a lo esencial, debe ser guardado en silencio. Y Karl Popper (1902-1994) y su libro La lógica de la investigación científica (1934), por su definición de unas nuevas coordenadas de las metodologías de la ciencia basadas en un racionalismo empírico que cree en la continuidad crítica del conocimiento acumulado por nuestros antecesores, en la provisionalidad del conocimiento humano en el que deben tener cabida el ensayo y el error, midiéndose con la posibilidad de falsabilidad
y refutación. A través de la experiencia acumulativa, Popper ataca toda doctrina del determinismo histórico y toda sociedad cerrada; consecuentemente, todo dogmatismo, utopía y ciudad ideal.
Y la última es una razón de tipo mediático. No solo es necesaria una situación democrática estable y continuada y unas sólidas metodologías establecidas, sino que son necesarias las posibilidades de expresión y comunicación de dicha crítica. La crítica florece en aquellos lugares donde