Llamados a la vida
Por Jacques Philippe
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A través de los encuentros con otras personas, de los hechos felices o dolorosos, de los deseos que nacen en nuestro corazón, o de la lectura de la Sagrada Escritura, nuestro Padre Dios nos invita con amor a cambiar, a ensanchar los corazones; a desplegar toda nuestra capacidad de creer, de esperar y de amar.
Este libro nos ayuda a percibir y acoger esas muchas llamadas del Señor, para que nuestra vida sea más fecunda y generosa.
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Llamados a la vida - Jacques Philippe
JACQUES PHILIPPE
LLAMADOS
A LA VIDA
Novena edición
EDICIONES RIALP
MADRID
Título original: Appelés à la vie
© Éditions Des Béatitudes S.O.C.
© 2021 de la versión castellana realizada por
Mercedes Villar
sólo para España, by EDICIONES RIALP, S. A.,
Manuel Uribe 13-15, 28033 Madrid
(www.rialp.com)
Primera edición: Mayo 2008
Novena edición: Septiembre 2021
Con licencia eclesiástica de
Mgr Pierre-Marie Carré
Archevêque d’Albi
10-IX-2007
No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Fotocomposición: Gráficas Anzos, S. L.
ISBN: 978-84-321-6685-3
A mi familia.
A mis hermanos y hermanas de la Comunidad de las Béatitudes.
Mi agradecimiento a todas las personas cuyos comentarios o estímulo me han resultado tan valiosos a lo largo de la redacción de este libro, en especial: a Xavier Lacroix, Jean-Claude Sagne, sor Déborah, sor Catherine de Sienne, sor Marie Pia, sor Marie Noël.
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
I. EL HOMBRE, UN SER ESENCIALMENTE LLAMADO
Importancia bíblica y antropológica de la noción de llamada
Las mediaciones y las formas de llamada
La llamada, camino de libertad
Apertura al futuro
Toda llamada es creadora
Llamada y don
Perderse para encontrarse
II. LA VOCACIÓN DE CRIATURA
Quiero que vivas
El valor de cualquier vida
El pecado es una negativa a vivir
III. LA PALABRA DE DIOS Y SU PODER DE INTERPELACIÓN
La Sagrada Escritura invita a leer la Sagrada Escritura
Dios habita en su Palabra
Palabra y discernimiento
La escucha de la Palabra, condición de la fecundidad de nuestra vida
Palabra de Dios y combate espiritual, una palabra de autoridad
La Palabra que alimenta la fe, la esperanza y el amor
La palabra que sana y purifica el corazón
Palabra e identidad
Algunas consideraciones más prácticas
IV. LOS ACONTECIMIENTOS DE LA VIDA
Los acontecimientos felices, llamadas a la gratitud y a la entrega
Los acontecimientos dolorosos, llamadas a crecer
Plantearnos las preguntas adecuadas
Respuestas verdaderas y respuestas falsas
Todas las llamadas son llamadas a creer, a esperar, a amar
Los tres ejes del amor
Las actitudes que nos hacen receptivos a las llamadas
Perseverar en la acción de gracias
La santificación del nombre
¿Reivindicación o gratitud?
V. OBEDIENCIA A LOS HOMBRES Y AL ESPÍRITU SANTO
Las peticiones de otro
Ambigüedades del don de uno mismo
El equilibrio justo entre el dar y el recibir
La obediencia
Los deseos del Espíritu
Deseo del hombre y voluntad de Dios
CONCLUSIÓN
El Dios de toda la belleza
Te he llamado por tu nombre
ANEXO: CONSEJOS PRÁCTICOS PARA LA LECTIO DIVINA
Los tiempos y los momentos
¿Qué texto meditar?
Concretando, ¿cómo proceder?
INTRODUCCIÓN
¿Cómo vivir la vida? ¿Cómo alcanzar la felicidad? ¿Cómo llegar a ser hombre o mujer en plenitud? Preguntas que se plantean siempre, más aún hoy, en un mundo que ya no ofrece muchos puntos de referencia, en el que nadie acepta soluciones preconcebidas y donde todos parecen buscar en sí la respuesta a estos interrogantes. En la práctica, la mayor parte de nuestros contemporáneos, alérgicos a cualquier norma impuesta desde el exterior, tratan de sacar el mejor partido de la vida presente y fabricarse una felicidad a su modo en función de la imagen que se han forjado. Una imagen que procede de la educación, de la cultura y de la experiencia de cada uno, pero que está plenamente modelada (conscientemente o no) por la cultura ambiente y por los mensajes de los medios de comunicación. La frágil felicidad que intentan crearse así no resiste, en general, a la prueba de la enfermedad, de los fracasos, de las separaciones, de los diversos dramas que conoce toda existencia humana. La vida no parece cumplir todas las promesas que ofrece en tiempos de la juventud.
Sin embargo, yo creo que la vida es una aventura maravillosa. A pesar de la carga de decepciones y sufrimientos que presenta algunas veces, podemos encontrar en ella el modo de crecer en humanidad, en libertad, en paz interior, y de desarrollar toda la capacidad de amor y de alegría que están depositadas en nosotros.
No obstante, eso implica una condición: la renuncia a controlar la existencia, a querer programar nuestra propia felicidad, y aceptar el hecho de dejarnos conducir por la vida en los acontecimientos felices y en las circunstancias difíciles, aprendiendo a reconocer y aceptar todas las llamadas que se nos dirigen día tras día. Acabo de emplear la palabra «llamada», que será la palabra clave en todo este libro. Esta noción, sencilla pero muy rica, me parece absolutamente fundamental en los planos antropológico y espiritual. El hombre no puede realizarse únicamente llevando a cabo los proyectos que elabora. Es legítimo, incluso necesario, tener planes y movilizar la inteligencia y la energía para ponerlos por obra, pero me parece que esto es insuficiente, y si se produce el fracaso, puede dar lugar a grandes desilusiones. La preparación y la realización de proyectos deben ir plenamente acompañadas de una actitud distinta, a fin de cuentas más decisiva y más fecunda: la de atender a las llamadas, a las discretas invitaciones, misteriosas, que se nos dirigen de manera continua a lo largo de nuestra existencia; la de dar prioridad a la escucha y a la disponibilidad más que a la realización de nuestros planes. Estoy convencido de que sólo podemos realizarnos plenamente en la medida en que percibamos las llamadas que diariamente nos dirige la vida y consintamos en responder a ellas: llamadas a cambiar, a crecer, a madurar; a ensanchar nuestros corazones y nuestros horizontes; a salir de la estrechez de nuestro corazón y de nuestro pensamiento para aceptar la realidad de un modo más amplio y más confiado.
Estas llamadas llegan a nosotros a través de acontecimientos, del ejemplo de personas que nos impactan, de los deseos que nacen en nuestro corazón, de las peticiones que nos llegan por parte de un allegado, del contacto con la Sagrada Escritura o por otros medios. Tienen su origen último en Dios, que nos ha dado la vida, que no cesa de velar por nosotros, que, con ternura, desea conducirnos por los caminos de la existencia, y que interviene permanentemente, de un modo discreto, a menudo imperceptible pero eficaz, en la vida de cada uno de sus hijos. Esta presencia y esta acción de Dios, aunque desgraciadamente quedan ocultas a muchos, se revelan a aquellos que saben adoptar una actitud de escucha y de disponibilidad.
Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos. De un modo misterioso pero real, no deja de llamarnos de distintas formas para dar a cada una de nuestras vidas un valor, una belleza y una fecundidad que superan todo lo que podemos prever e imaginar, como nos hace oír san Pablo:
«Al que tiene poder sobre todas las cosas para concedernos infinitamente más de lo que pedimos o pensamos, gracias a la fuerza que despliega en nosotros, a Él sea dada la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones por los siglos de los siglos. Amén» (Ef 3, 20-21).
Sería una lástima que nos priváramos de esta actuación de Dios y nos encerráramos en el mundo demasiado reducido y decepcionante de nuestros propios proyectos personales.
Entre la multitud de llamadas que nos dirige la vida, hay una única llamada de Dios. Esta llamada encuentra su forma más completa y luminosa en el misterio de Cristo. Al percibirla y responder a ella, el hombre encuentra el camino privilegiado de la realización de su humanidad y del descubrimiento de la auténtica felicidad, una felicidad que se obtendrá en la gloria del mundo futuro. Es lo que afirma san Pablo en la carta a los Efesios, en la que habla de la esperanza extraordinaria que nos abre la llamada de Dios en Cristo:
«Para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda el Espíritu de sabiduría y de revelación para conocerle, iluminando los ojos de vuestro corazón, para que sepáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuáles las riquezas de gloria dejadas en su herencia a los santos, y cuál es la suprema grandeza de su poder en favor de nosotros, los creyentes, según la eficacia de su fuerza poderosa» (Ef 1, 17-19).
En las páginas siguientes, mostraremos la importancia y la fecundidad de esta idea, antes de pasar revista a determinados lugares privilegiados de interpelación: los sucesos de la existencia, la Palabra de Dios (a la que dedicaremos un extenso capítulo), y los deseos que el Espíritu despierta en nosotros.
Insistiremos también en el hecho de que toda llamada de Dios es una llamada a la vida: nuestra primera vocación es la de vivir, y sólo puede venir de Dios la llamada que nos impulse a vivir de una manera más intensa y más bella, y a asumir con más confianza la vida humana tal y como es con todos sus componentes: corporales, psíquicos, afectivos, intelectuales y espirituales.
Termino esta introducción con un comentario dirigido al público interesado por este libro: plantearé la noción de llamada en un contexto y un vocabulario cristiano, pues estoy convencido de que la Biblia, y especialmente el Evangelio, es la palabra más profunda y más esclarecedora pronunciada nunca sobre la condición humana. Pero muchas de las cosas que diremos valen para todo hombre. En efecto, la noción de llamada aparece como intrínseca a la condición humana, en cuanto se la contempla con cierta profundidad. Para terminar, veamos algunos ejemplos a propósito de las palabras responsabilidad, libertad y deseo.
Un concepto tan importante en el aspecto moral como el de responsabilidad (responder de...) presupone de algún modo la existencia de una llamada, de una exigencia. Responder de los propios actos no significa solamente asumir las consecuencias frente a otro: significa también afirmar que previamente al hecho, se nos han dirigido invitaciones (buenas o malas...). Del mismo modo, no se puede dar una verdadera consistencia a la noción de libertad sin que, de un modo u otro, se afirme una forma de llamada. Si no queremos que la libertad sea algo meramente arbitrario y por tanto insignificante, es preciso que la libertad del hombre, la facultad de plantear opciones, sea solicitada por algo que la supera. Una realidad tan fundamental como el deseo, a menos que lo entendamos únicamente como una fabricación psíquica o un producto de la alquimia de los impulsos, debe ser interpretada, en su naturaleza íntima, como una llamada. En medio de la diversidad, a veces contradictoria, de los deseos que ocupan el corazón del hombre, existe más profundamente un deseo único (deseo de plenitud, de felicidad...). Si se quiere respetarlo, tomarlo en cuenta como algo serio, plenamente humano, y no considerarlo simplemente en términos de