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El hombre más rico de babilonia: Edición actualizada con los 10 principios para tener éxito en los negocios
El hombre más rico de babilonia: Edición actualizada con los 10 principios para tener éxito en los negocios
El hombre más rico de babilonia: Edición actualizada con los 10 principios para tener éxito en los negocios
Libro electrónico233 páginas3 horas

El hombre más rico de babilonia: Edición actualizada con los 10 principios para tener éxito en los negocios

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Millones de lectores alrededor del mundo han aprovechado las famosas "parábolas babilónicas" que le dan vida a El hombre más rico de Babilonia, obra aclamada por la crítica como una de las mejores en el campo inspiracional sobre el tema del ahorro, la planificación financiera y la riqueza personal. En un lenguaje sencillo, el lector se encuentra con historias fascinantes que lo ubican en el camino correcto hacia la prosperidad y todas las alegrías que se desprenden de ellas.

En la segunda parte de esta edición de El hombre más rico de Babilonia encontrarás algunas ideas y aplicaciones prácticas que M.J. Ryan, Pat Mesiti, Tony Neumeyer y otros autores contemporáneos han compartido en sus propios libros rearmando los principios presentados por George Clason casi un siglo antes. Sin duda, cada uno de estos aportes es un testimonio sobre cómo, a pesar del paso del tiempo, los principios fundamentales del éxito financiero siguen teniendo total vigencia.

Conocido como un clásico moderno, El hombre más rico de Babilonia es un bestseller mundial y con más de 2 millones de copias vendidas que ofrece una perspectiva profunda –y certera– sobre cómo solucionar los problemas financieros hasta alcanzar estabilidad y solidez económica. El hombre más rico de babilonia es una edición actualizada y ampliada con los 10 principios para tener éxito en los negocios.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 oct 2022
ISBN9781607387091
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    El hombre más rico de babilonia - George Clason

    1. La antigua Babilonia

    No ha habido en el curso de la Historia una ciudad más glamorosa que Babilonia. Sus tesoros de oro y joyas eran fabulosos y su nombre evoca visiones de riqueza y esplendor. Podríamos pensar que una ciudad así tenía una ubicación maravillosa, que estaba rodeada de ricos recursos naturales como bosques o minas en un exuberante clima tropical. No era el caso, se extendía a lo largo del curso de los ríos Tigris y Éufrates en un valle árido y plano. No había bosques, minas, ni piedra para la construcción. No estaba en una vía comercial natural y las lluvias eran insuficientes para la agricultura.

    Babilonia es un ejemplo de la capacidad del ser humano para alcanzar grandes objetivos usando los medios que tiene a su alcance. Todos sus recursos fueron desarrollados por el hombre y todas sus riquezas resultaron de su trabajo.

    Había en la región tan solo dos recursos naturales: una tierra fértil y el agua del río. Gracias a uno de los más grandes logros de ingeniería de todos los tiempos, los ingenieros babilonios desviaron las aguas del río mediante diques e inmensos canales de irrigación. Los canales atravesaban todos los parajes del árido valle para llevar agua al fértil suelo. Estas obras constituyen uno de los primeros trabajos de ingeniería de la Historia y el sistema de regadío permitió que las cosechas fueran más abundantes de lo que lo habían sido nunca.

    Afortunadamente, Babilonia fue gobernada durante su larga existencia por líneas sucesivas de reyes que se dedicaron a las conquistas y los saqueos, pero de manera esporádica. Aunque la ciudad se embarcó en diversas guerras, estas fueron locales o para defenderse de los ambiciosos conquistadores llegados de otros países que codiciaban sus fabulosos tesoros. Los extraordinarios dirigentes de Babilonia pasaron a la Historia a causa de su sabiduría, audacia y justicia. Babilonia no tuvo orgullosas monarquías que quisieran conquistar al mundo conocido y forzar a las naciones a someterse.

    Babilonia ya no existe como ciudad. Cuando desaparecieron las fuerzas humanas que la construyeron y la mantuvieron durante miles de años, se convirtió rápidamente en una ruina desierta. Estaba situada en Asia, a unos mil kilómetros del Canal de Suez, justo al norte del Golfo Pérsico. Su latitud es cercana a los treinta grados sobre la línea ecuatorial, parecida a la de Yuma, Arizona, y poseía un clima caliente y seco semejante al de esta ciudad.

    El valle del Éufrates, en otro tiempo populosa región agrícola, es hoy una llanura árida. Las escasas hierbas y los arbustos del desierto luchan contra la arena llevada por el viento. Los fértiles campos, las grandes ciudades y las largas caravanas de los ricos comerciantes ya no existen. Las tribus árabes nómadas son los únicos habitantes del valle desde la Era Cristiana y subsisten gracias a sus pequeños rebaños.

    La región está salpicada de colinas. Al menos durante siglos fueron consideradas como tales, pero los fragmentos de alfarería y ladrillos gastados por las lluvias ocasionales terminaron por llamar la atención de los arqueólogos. Se organizaron campañas para realizar excavaciones financiadas por museos europeos y americanos. Los picos y las palas pronto demostraron que aquellas colinas eran antiguas ciudades o lo que podríamos llamar tumbas de ciudades.

    Babilonia es una de ellas. Los vientos habían esparcido sobre ella el polvo del desierto durante veinte siglos. Las murallas, en principio de ladrillo, se habían desintegrado y habían vuelto a la tierra. Así es hoy en día la rica ciudad de Babilonia: un montón de tierra abandonado hace tanto tiempo que nadie conocía su nombre hasta que se retiraron los escombros acumulados durante siglos en las calles, los nobles templos y los palacios.

    Algunos científicos consideran que la civilización babilónica y las de las otras ciudades del valle son las más antiguas de las que se tiene conocimiento. Se han demostrado de manera fehaciente algunas fechas que se remontan hasta los 8.000 años de antigüedad.

    En las ruinas de Babilonia se descubrieron descripciones de un eclipse solar; los astrónomos modernos calcularon con gran facilidad cuándo hubo un eclipse visible en Babilonia y pudieron, de este modo, establecer la relación entre su calendario y el nuestro.

    Así se calculó que, hace 8.000 años, los sumerios que ocupaban Babilonia vivían en ciudades fortificadas. No es posible establecer desde cuándo existían dichas ciudades. Sus habitantes no eran simples bárbaros que vivían en el interior de unas murallas protectoras, sino gentes cultivadas e inteligentes. Tanto como puede remontarse en el pasado la Historia escrita, ellos fueron los primeros ingenieros, astrónomos, matemáticos, financieros, y el primer pueblo que poseyó una lengua escrita.

    Ya hemos hablado de los sistemas de irrigación que transformaron el árido valle en un vergel cultivado. Los vestigios de los canales son aún visibles aunque muchos están llenos de arena. Algunos eran tan grandes que, cuando no llevaban agua, una docena de caballos podían galopar de frente en su interior. Se los compara en amplitud con los canales más anchos de Colorado y Utah.

    Además de regar la tierra, los ingenieros babilonios llevaron a cabo otro proyecto igualmente vasto: recuperar una inmensa región pantanosa en la desembocadura del Éufrates y Tigris por medio de un sistema de drenaje y hacerla cultivable.

    Heródoto, historiador y viajero griego, visitó Babilonia tal como era durante su apogeo y nos dejó la única descripción conocida hecha por un extranjero. Sus escritos presentan una pintoresca descripción de la ciudad y algunas de las extrañas costumbres de sus habitantes. En ella menciona la fertilidad notable de la tierra y las abundantes cosechas de trigo y cebada que se recogían.

    La gloria de Babilonia se ha apagado, pero su sabiduría ha sido conservada para nosotros gracias a los archivos. En aquellos lejanos tiempos, el papel no había sido todavía inventado y en su lugar la gente grababa laboriosamente sus escritos en tablillas de arcilla húmeda. Cuando las acababan, las cocían y quedaban duras. Medían más o menos seis por ocho pulgadas y el espesor era de una pulgada.

    Utilizaban estas tablillas de barro, como se les solía llamar, así como nosotros usamos hoy las modernas formas de escritura. Sobre ellas grababan leyendas, poesía, historia, transcripciones de decretos reales, leyes del país, títulos de propiedad, billetes e incluso cartas que eran enviadas mediante mensajeros hacia ciudades lejanas. Gracias a estas tablillas hemos podido conocer asuntos íntimos de la gente. Una tablilla que parecía provenir de los archivos del almacenero del país cuenta, por ejemplo, que un cliente llevó una vaca y la cambió por siete sacos de trigo, tres entregados en el mismo momento y los otros cuatro a conveniencia del cliente. Los arqueólogos recuperaron bibliotecas enteras de estas tablillas, cientos de miles de ellas, protegidas por los escombros de las ciudades.

    Las inmensas murallas que rodeaban la ciudad constituían una de las extraordinarias maravillas de Babilonia. Los antiguos las consideraron comparables a las Pirámides de Egipto y las situaron entre las siete maravillas del mundo antiguo. El mérito de la construcción de las primeras murallas es atribuible a la Reina Semiramis, pero los arqueólogos modernos no han podido encontrar vestigios de estas primeras construcciones, ni establecer su altura exacta. Por los escritos de los antiguos se estima que medían entre unos cincuenta y sesenta pies en la parte exterior, que estaban hechas de ladrillos cocidos y además protegidas por un profundo foso de agua.

    Las murallas más recientes y célebres fueron construidas unos 600 años antes de Cristo por el Rey Nabopolassar, quien proyectó una construcción tan colosal que no pudo vivir para ver el final de las obras. Fue su hijo Nabucodonosor, cuyo nombre aparece en la Biblia, quien las terminó.

    La altura y la longitud de estas murallas más recientes nos dejan atónitos. Una autoridad digna de confianza informó que debieron de tener alrededor de cincuenta y dos metros (ciento sesenta pies), es decir la altura de un edificio moderno de quince plantas. Se estima que la longitud total era de entre quince y diecisiete kilómetros (9 y 11 millas) y la anchura era tal, que en su parte superior podía correr un carro tirado por seis caballos. No queda casi nada de esta formidable estructura excepto una parte de los cimientos y el foso. Además de los destrozos de la naturaleza, los árabes se llevaron los ladrillos para construir en otras partes.

    Uno tras otro, los ejércitos victoriosos de casi todos los conquistadores de ese periodo de guerras invasoras se enfrentaron contra las murallas de Babilonia. Una multitud de reyes la asedió, pero todo fue en vano. Los ejércitos invasores de aquel tiempo no eran despreciables y los historiadores hablan de fuerzas de 10.000 caballeros, 25.000 carros y 1.200 regimientos de infantes de 1.000 hombres cada uno. A menudo necesitaban dos o tres años de preparación para reunir el material de guerra y los depósitos de vituallas a lo largo de la línea de marcha propuesta.

    Babilonia estaba organizada casi como una ciudad moderna. Había calles y tiendas, vendedores ambulantes que ofrecían sus mercancías en los barrios residenciales, sacerdotes que oficiaban en templos magníficos. Un muro aislaba los palacios reales en el interior de la ciudad.

    Dicen que esas murallas eran más altas que las de la ciudad.

    Los babilonios eran artesanos hábiles que trabajaban en la escultura, la pintura, el tejido, el oro y fabricaban armas de metal y maquinaria agrícola. Los joyeros diseñaban piezas de gusto exquisito y algunas muestras recuperadas de las tumbas de ciudadanos ricos se exponen en museos de todo el mundo.

    En una época muy lejana, cuando el resto del mundo cortaba árboles con hachas de piedra o cazaba y luchaba con lanzas y flechas con punta de piedra, los babilonios ya usaban hachas, lanzas y flechas de metal. Eran financieros y comerciantes inteligentes. Por lo que sabemos, fueron los inventores del dinero como moneda de cambio, de los billetes y de los títulos de propiedad escritos.

    Babilonia no fue conquistada por sus enemigos hasta cerca de 540 años antes de Cristo.

    Pero tampoco entonces fueron tomadas las murallas; la Historia de la caída de Babilonia es de lo más extraordinario. Ciro, uno de los grandes conquistadores de la época, proyectaba atacar la ciudad y tomar las impenetrables murallas.

    Los consejeros de Nabucodonosor, Rey de Babilonia, lo persuadieron para que fuera ante Ciro y librara batalla sin esperar a que la ciudad estuviera asediada. El ejército babilonio, tras derrotas consecutivas, se alejó y Ciro entró por sus puertas abiertas sin que nadie opusiera resistencia.

    El poder y el prestigio de Babilonia fueron declinando gradualmente hasta que, al cabo de unos siglos fue abandonada, dejada a merced de vientos y tormentas que la devolvieron al desierto sobre el que se había alzado en su origen. Babilonia había caído para no volverse a levantar nunca, pero le debemos mucho a su civilización.

    Los siglos han reducido a polvo las orgullosas paredes de sus templos, pero su sabiduría aún pervive.

    El dinero es el criterio universal por el que se mide el éxito en nuestra sociedad.

    El dinero da la posibilidad de gozar de las mejores cosas de la existencia.

    El dinero abunda para quien conoce los medios de obtenerlo.

    Hoy en día, el dinero está sometido a las mismas leyes que lo regían hace seis mil años, cuando los hombres prósperos se paseaban por las calles de Babilonia.

    2. El babilonio que quería tener oro

    Bansir, el fabricante de carruajes de la próspera Babilonia, se sentía muy desanimado. Sentado en el muro que rodeaba su propiedad, contemplaba muy triste su modesta casa y su taller –en el que había un carruaje sin acabar.

    Su mujer salía a menudo a la puerta y lanzaba una mirada furtiva en su dirección recordándole que ya casi no les quedaba comida y que debería estar acabando el carruaje, es decir, clavando, tallando, puliendo y pintando, extendiendo el cuero sobre las ruedas; preparándolo de este modo para entregarlo y recibir el pago de su cliente rico.

    Sin embargo, su cuerpo grande y musculoso permanecía inmóvil, apoyado en la pared. Su mente le daba vueltas de forma lenta a un asunto al que no le encontraba solución alguna.

    El cálido sol tropical, tan típico del valle del Éufrates, caía sobre él sin piedad. Gotas de sudor perlaban su frente y se deslizaban por su pecho velludo.

    En la parte trasera, su casa estaba dominada por los muros que rodeaban las terrazas del palacio real. Muy cerca de allí, la torre pintada del Templo de Bel se recortaba contra el azul del cielo. A la sombra de una majestad tal, su modesta casa, y muchas otras también, se dibujaban mucho menos limpias y cuidadas que esa.

    Así era Babilonia: una mezcla de suntuosidad y simplicidad, de cegadora riqueza y de terrible pobreza sin orden alguno en el interior de las murallas de la ciudad.

    Si se hubiera molestado en darse la vuelta, Bansir habría visto cómo los carruajes ruidosos de los ricos empujaban y hacían tambalearse tanto a los comerciantes que llevaban sandalias como a los mendigos descalzos. Incluso los ricos estaban obligados a meter los pies en los desagües para darles paso a las largas filas de esclavos y de portadores de agua al servicio del rey. Cada esclavo llevaba una pesada piel de cabra llena de agua que vertía en los jardines colgantes.

    Bansir estaba demasiado absorto en su propio problema para oír o prestarle atención al ajetreo confuso de la rica ciudad. Fue el sonido familiar de una lira lo que le sacó de su ensoñación. Se dio la vuelta y vio el rostro expresivo y sonriente de su mejor amigo, Kobi, el músico.

    —Que los dioses te bendigan con gran generosidad, mi buen amigo –dijo Kobi a modo de saludo–. Pero me parece que son tan generosos que ya no tienes ninguna necesidad de trabajar. Me alegro de que tengas esa suerte. Es más, me gustaría que la compartieras conmigo. Te ruego que me hagas el favor de sacar dos shekeles de tu bolsa que debe estar bien llena puesto que no estás trabajando en tu taller, y me los prestes hasta después del festín de los nobles de esta noche. No los perderás, te serán devueltos.

    —Si tuviera dos shekeles –respondió tristemente Bansir–, no podría prestárselos a nadie, ni a ti, mi mejor amigo, porque serían toda mi fortuna. Nadie le presta toda su fortuna ni a su mejor amigo.

    —¿Qué? –Exclamó Kobi sorprendido– ¿No tienes ni un shekel en tu bolsa y permaneces sentado en el muro como una estatua? ¿Por qué no acabas ese carruaje? ¿Cómo sacias tu hambre? No te reconozco, amigo mío. ¿Dónde está tu energía desbordante? ¿Te aflige alguna cosa? ¿Te han causado los dioses algún problema?

    —Debe de ser un suplicio que me han enviado los dioses –comentó Bansir. Comenzó con un sueño, un sueño que no tenía sentido, en el que yo creía que era un hombre afortunado. De mi cintura colgaba una bolsa repleta de monedas pesadas. Tenía shekeles que les tiraba despreocupadamente a los mendigos, monedas de oro con las que compraba utensilios para mi mujer y todo lo que deseaba para mí; incluso tenía monedas de oro que me permitían mirar confiadamente el futuro y gastar con libertad. Me invadía un maravilloso sentimiento de satisfacción. Si me hubieras visto, no habrías conocido en mí al esforzado trabajador, ni en mi esposa a la mujer arrugada; habrías encontrado en su lugar una mujer con el

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