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Humanizando el perfil profesional médico
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Humanizando el perfil profesional médico

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Desde una perspectiva humanística, este libro encuentra diálogo de la medicina con la bioética desarrollando una mirada de persona a persona y reflexionando sobre la vocación, el servicio y el ejercicio profesional médico. Al tratar la intimidad del paciente en el vínculo profesional -frecuentemente no respetada sino atropellada- la propuesta se funda en el respeto absoluto que surge del encuentro irrepetible y propio de cada médico y de cada persona que consulta. Hay una especial dedicación a la visión integral del proceso salud, enfermedad y muerte en las actuales circunstancias y del sentido del sufrimiento humano, no como castigo sino como sentido de vida que permite crecer y madurar, descubriendo una persona reconfortada y preparada para la superación de sí misma. El texto desarrolla todas las claves para lograr la humanización del médico en una propuesta sumamente positiva. Sin duda este libro es indispensable como lectura de reflexión para todos aquellos que se vinculan con la atención de la salud ya que su propuesta supera la mera mirada médica.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 dic 2024
ISBN9789876265584
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    Humanizando el perfil profesional médico - Eduardo Casas

    PRÓLOGO

    MÉDICO, ARTESANO EN EL MUNDO DEL SUFRIMIENTO HUMANO

    Prologar un libro siempre es un compromiso importante por dos circunstancias, la primera es la responsabilidad de lo que se escribe y la segunda es la fidelidad que se debe tener con lo que escribe el autor.

    Cuando me ofrecieron que prologara el libro de Eduardo Casas mi primera decisión fue leerlo para poder hacer una síntesis mental del trabajo. La sorpresa fue encontrarme con un texto que reúne varios temas que tienen una enorme vigencia en la actualidad. Se puede trabajar y reflexionar sobre cada uno de los capítulos. Dentro de ellos, cada propuesta lleva a cuestionar y a cuestionarse la voca ción, el servicio y el ejercicio profesional.

    La enfermedad pone de manifiesto lo quebradizo y frágil de nuestra condición humana, lo mejor y lo peor de las personas, sus luces y sombras, esperanzas y miedos, realizaciones y frustraciones, luchas y angustias. Así se expresa el autor cuando hace referencia a la omnipotencia en cual puede caer el médico, haciendo referencia a una de las configuraciones posibles en la relación del médico con el paciente.

    A partir de aquí se encuentra la medicina con la bioética desarrollando una mirada diferente, humanizada, de persona a persona: contemplar al otro como ser humano y como un prójimo en estado de vulnerabilidad.

    Al tratar la intimidad del paciente en el vínculo profesional –fre cuentemente no respetada sino atropellada– la propuesta se hace sumamente interesante, fundada en el respeto absoluto que surge del encuentro único, irrepetible y propio de cada médico y de cada persona que consulta. El secreto profesional se presenta como el eje organizador de esta situación.

    A la vez, al abordar el tema del cuerpo es consciente que la corporalidad no es suficiente para explicar la totalidad de la persona sino que la trasciende en un encuentro con el otro y con Dios: toda la corporeidad, incluyendo la sexualidad, forma parte de la espiritualidad de la persona; de la misma manera que –a la espiritualidad– le es esencial la experiencia sensible y afectiva.

    También aparece la dimensión del cuerpo doliente, enfermo y envejecido que espera la llegada de la muerte, la cual termina de expresar el sentido de su existencia en el mundo, rescatando los diversos enfoques de la enfermedad en la superación de la mirada simplemente biológica a la que estamos acostumbrados los médicos, otorgando una perspectiva simbólica inigualable.

    Hay también una especial dedicación a la visión integral del proceso salud, enfermedad y muerte en las actuales circunstancias y del sentido del sufrimiento humano, no como castigo sino como sentido de vida que permite crecer y madurar, descubriendo una persona reconfortada y preparada para la superación de sí misma. El perfil del médico, artesano en el mundo del sufrimiento humano –como dice el autor– adquiere un especial significado en el ejercicio profesional.

    El texto desarrolla todas las claves para lograr la humanización del médico en una propuesta sumamente positiva. Sin duda este libro es indispensable como lectura de reflexión para todos aquellos que se vinculan con la atención de la salud ya que su propuesta supera la mera mirada médica.

    Mgter. Carlos Gatti

    CAPÍTULO 1.

    HUMANISMO MÉDICO

    Solo quien es humano puede ser un buen médico.

    La medicina –si es ejercida con amor, como algo sagrado–

    solo debe de enseñarse a personas sagradas,

    dignas de respeto y veneración.

    Hipócrates (400 a. C.)

    1. El paradigma humanista integral: el perfil médico del siglo XXI

    El paradigma humanista –que se va instalando en muchas ciencias en la actualidad y también en la medicina– es el fruto de una suma de saberes que fueron confluyendo a la luz del quiebre occidental del siglo XX dado por la crisis de la Modernidad y su visión racionalista, pretendiendo integrar una concepción de ser humano, de las ciencias y del quehacer terapéutico más holístico, más transversal, más filosófico, más ético y más interdisciplinamente científico ya que asume otras formas de conocimiento como la filosofía, la antropología, la poesía, la literatura, la religión y el arte, entre otras contribuciones que fueron ignorados por el biologismo determinista y el racionalismo dogmático. La razón –en el paradigma humanista e integral– se complementa con la intuición, la creatividad, la sensibilidad, la empatía y la conciencia ética.

    El paradigma humanista toma el conocimiento de muchas ciencias, disciplinas, investigadores, pensadores y fuentes distintas. Asume y complementa visiones, conceptos y prácticas teniendo en común una visión más amplia de la ciencia médica en particular y de la ciencia en general, buscando el aporte de lo propiamente humano, en otras disciplinas, desde un horizonte integral sin reduccionismos.

    El paradigma humanista entiende al ser humano desde la unidad y la totalidad, un todo no fragmentado, un ser biológico y espiritual en comunión con su ambiente, unido a su contexto y conectado a su dimensión subjetiva y trascendente, capaz de otorgar un sentido a toda su existencia (también a la enfermedad, al sufrimiento y a la muerte) a partir de la significación ética de los valores personales desde un proyecto de vida, con una perspectiva social y ecológica humanizante, intentando superar las dicotomías que caracterizaron el paradigma moderno (sujeto-objeto, sujeto-contexto, razón-emoción, razón-intuición, razón-inconsciente, cuerpo-espíritu).

    Este paradigma también tiene un nuevo concepto del cuerpo humano ya que el proceso terapéutico tiene lugar en el núcleo de una experiencia resignificada emocional y espiritualmente por el propio paciente: la experiencia corporal de la situación vivida a partir de un estado de vulnerabilidad en el que cuerpo tiene su propia intuición y sabiduría, expresando los mensajes del inconsciente e interactuando con el contexto.

    2. Construcción del perfil humanizado del médico

    Un médico –científica y técnicamente– competente, sin un suficiente componente humano, no alcanza para ayudar a los pacientes a enfrentar el sentido de la pérdida de la salud y de la vulnerabilidad de la existencia humana con su consecuente significado del sufrimiento, parte ineludible en el aprendizaje de la madurez.

    Los enfermos necesitan médicos que sepan –no solo de la enfermedad del paciente– sino que comprendan lo que es estar enfermo y desvalido y los acompañen, en sus diversos estados emocionales, sobre todo cuando se angustian.

    Para eso la construcción del perfil debe profundizar en las cualidades humano-profesionales del médico, el cual debe ser una persona psicológicamente madura para afrontar el sufrimiento ajeno sin que las demandas de sus pacientes lo desborden, conservando la calma, la lucidez y la afabilidad en su quehacer profesional.

    Es fundamental tratar al paciente como cada uno quisiera ser tratado. Hay que ser conscientes de la preparación profesional y de sus límites y tener siempre respeto por los enfermos y por la profesión, la cual, ante todo, es una vocación de servicio con proyección comunitaria en la que debe integrarse el saber científico, la sensibilidad humana, la conducta ética y la actitud solidaria, entre otras cosas.

    La vocación del médico –cuando es capaz de trabajar en equipo y valorar como pares al resto de los profesionales dedicados al cuidado de la salud– posee una esencia humanista inherente fundada en los cuatro principios fundamentales de la ética médica: autonomía (todo ser humano es único y como tal libre, independiente y emancipado en el ejercicio de sus propias capacidades); beneficencia (todo ser humano merece el bien de parte de otro ser humano, especialmente de los capacitados profesionalmente); no maleficiencia (no hacer el mal a otro ser humano. El médico fundamentalmente se rige, en su actividad, por el principio latino primum non nocere: lo primero es no hacer daño) y justicia (todo ser humano tiene iguales derechos en todos los ámbitos, también en la salud).

    3. Causas de la despersonalización y deshumanización en la atención médica

    En la actividad médica profesional se observa una creciente despersonalización y deshumanización. Las causas son muchas y complejas. Entre ellas podemos mencionar:

    La salud se ha convertido en un producto de marketing. La prestación de servicios médicos se ha transformado en una industria con un gran potencial económico. El acto médico, en muchos casos, ha devenido en un producto sometido a las leyes del mercado. El paciente ha pasado, en muchos lugares, a ser cliente y el médico, un mero proveedor. Además se verifica una tendencia a la burocratización entre médico y paciente ya que existen muchísimos intermediarios administradores: estado, medicina prepaga, centros hospitalarios que imponen sus políticas regulando la autonomía profesional del médico, etc. Igualmente se observa una creciente conciencia de la industrialización en el ámbito de la salud. Se ha incorporado terminología específica: cliente, productividad, mercado, calidad, rentabilidad, lucro, costo-beneficio, juicio, etc. Esto ubica al médico como un simple eslabón en una cadena de producción, lo hace mero técnico de una actividad. A partir de estos procesos de burocratización e industrialización, la comercialización del servicio médico se da como consecuencia. La legítima búsqueda de la calidad en el servicio de salud conlleva también –frente a sus altos costos– una situación de injusticia social en la que quedan excluidos los que menos tienen. Por otra parte, se desdibuja así el papel del Estado ordenando equitativamente los recursos de salud disponibles y amparando el derecho de todos a la salud.

    En muchos casos los sueldos de los médicos no reflejan dignidad profesional, afectando la autoestima, la motivación, las expectativas de superación personal y el acceso a la capacitación.

    En ciertos lugares se da una sobresaturación del mercado médico debido al exceso cuantitativo de profesionales de la medicina, mientras que, en otros lugares, se verifica una escasez de presencia profesional.

    La formación médica se sigue sosteniendo desde el paradigma del racionalismo científico y la capacitación tecnológica posee una deficiente formación humanista para el cultivo de la sensibilidad humana y profesional.

    La relación médico-paciente se encuentra a menudo despersonalizada por la excesiva cantidad de pacientes que un médico debe atender, el estrés y la sobreexposición del médico al sufrimiento del paciente en una sociedad que, por otro lado, rechaza la presencia del sufrimiento, la vejez y la muerte.

    En algunos centros de salud se dan casos de violencia entre médicos y pacientes por reclamos diversos, mala praxis o porque se ha institucionalizado y naturalizado la indolencia, el maltrato y la vulneración de los derechos de los pacientes sin posibilidad o atención de demandas. También, lamentablemente, en algunos casos se da diversos tipos de violencia laboral entre colegas: jefes de servicio con residentes, cirujanos con clínicos, profesional antiguo y profesional nuevo, etc.

    Se observan las secuelas de la deshumanización de los profesionales en actitudes como: negligencia profesional, mala praxis, impericia médica, indolencia, indiferencia, insensibilidad y maltrato.

    4. Humanizando la atención en salud

    Cuando se habla de humanizar la atención en salud, se hace referencia a todas aquellas relaciones, acciones y prácticas sanitarias y/o médicas que hacen más humano y más digno el contacto entre profesionales y pacientes, sobre todo en circunstancias que afectan a la salud o a procesos de rehabilitación.

    En primer lugar, en el contacto directo con el paciente hay que identificarlo y llamarlo por su nombre ya que eso lo hace sentir valorado como persona y más seguro en el vínculo. No hay que expresar sentimientos de lástima, piedad o compasión que victimicen al paciente sino pronunciar palabras que reflejen una actitud positiva que genere confianza, esperanza y fortaleza, estimulándolo en su proceso de recuperación, ayudándole a profundizar en el sentido de lo que le toca vivir. El modo en cómo nos dirigimos hablando de los pacientes con colegas también es importante en el lenguaje profesional. Hay que usar el nombre y el apellido del paciente y no otras descripciones de su situación o enfermedad o características de la persona. Tampoco es aconsejable utilizar expresiones irónicas o despectivas por un lado o un lenguaje artificialmente afectivo de presunta calidez y cercanía, por otro.

    La interacción entre el profesional de la salud y el paciente debe ser respetuosa, sincera y serena. Para el profesional no solo deben ser importantes los conocimientos, las habilidades, el dominio de técnicas y destrezas sino ofrecer una óptima atención, comunicación e información al paciente, a los familiares de este y a otros profesionales involucrados en el tratamiento.

    La relación profesional-paciente es un vínculo interpersonal sostenido por un diálogo intersubjetivo que comprende dimensiones auditivas, olfativas, orales, visuales y táctiles en donde cada uno reconoce y respeta las singularidades del otro. El vínculo profesional está dado en razón de una relación clínica y –a través de ella– el paciente goza del derecho a un profesional con capacidad de humanidad en el aspecto emocional, afectivo y social.

    Aunque los tratamientos médicos pueden estar mediados por recursos tecnológicos aplicados a la situación de cada paciente, no hay que olvidar que la principal tarea de la tecnología médica debe ser abordar más eficazmente la enfermedad que está aquejando, aliviar la situación de sufrimiento y cooperar con el trabajo profesional para profundizar el vínculo de confianza entre médico y paciente.

    La tecnología médica debe servir para mejorar la comunicación, informar, investigar, divulgar, capacitar y lograr mejores diagnósticos y tratamientos. Nunca puede suprimir el efecto curador y terapéutico del vínculo entre médico y paciente que se expresa de muchas maneras, a través de una mirada comprensiva, de un gesto que alivia, de una palabra adecuada o de un silencio oportuno. La presencia profesional –con un gran desarrollo de calidad y calidez humana– es insustituible para la contención afectiva en los procesos de dolor, tratamiento y rehabilitación. Sobre todo en los casos extremos de enfermedad aguda o terminal, o de agonía y muerte.

    CAPÍTULO 2.

    EL PERFIL PROFESIONAL MÉDICO DESDE EL VÍNCULO CON EL PACIENTE

    1. Un vínculo singular

    El encuentro profesional médico establece un vínculo particular que articula la persona del médico, la del paciente, la propia enfermedad, el entorno vincular del paciente y la institución de salud que –con su dinámica propia, ya sea que se trate de un establecimiento de gestión pública o privada– condiciona significativamente el vínculo.

    En la actualidad, la relación médico-paciente asume las características de la cultura en la cual vivimos. Ciertamente la deshumanización social en la que todos estamos ambientalmente inmersos, el anonimato, la cosificación, la indiferencia, la agresión y la violencia, inciden.

    En este contexto, no es un dato menor la abrumadora carga de responsabilidades que siente el médico cuando atiende las situaciones concretas de las personas enfermas junto a la exigencia de asimilación de los continuos avances científicos y el expansivo progreso tecnológico aplicado a la medicina. Todo lo relacionado con la tecnología genera fascinación en la sociedad, particularmente en el campo de la medicina. A menudo el imaginario colectivo cree que la ciencia médica avanza simplemente porque aplica más tecnología. La publicidad de los sistemas de salud y de cobertura médica ratifica y explota este concepto, además las empresas y centros de salud trabajan el concepto de calidad de vida y de salud integral. La sensación –más o menos generalizada de la comunidad– es que la medicina ha ganado en avances científico-tecnológicos disminuyendo o perdiendo su dimensión humana.

    A muchos enfermos no les gusta que los médicos ya casi no necesiten hacer exámenes físicos para efectuar un diagnóstico, apoyándose solo en el equipamiento de la tecnología. El contacto profesional, emocional y físico con el paciente tiene un alto contenido simbólico y real, relacional y terapéutico. Significa entrar en sintonía y en comunión con él, con su privacidad y su mundo, con sus interrogantes, temores, esperanzas, incertidumbres y expectativas. La aplicación y el avance de imágenes –que tanto progreso ha producido en los diagnósticos médicos– si se absolutizan, llevan a reducir, en gran medida, la observación clínica que requiere el escuchar y el contacto personal y hasta físico con el paciente, bases –no solo del diagnóstico– sino también de la relación humano-afectiva-emocional entre médico y paciente.

    La tecnología hay que usarla como un medio más y no como fin. Se debe emplear para ahondar en un contacto más interpersonal. Es simplemente un instrumento –por sofisticado y avanzado que sea– en el vínculo humano y profesional. La medicina está al servicio de las personas y no de las enfermedades o de la tecnología y todo su equipamiento. Por otro lado, la relación médico-paciente se encuentra inmersa en las expectativas de una sociedad que tiene mayor libertad para ejercer y reclamar el derecho a la salud y a una mejor calidad de vida.

    Algunos médicos hoy se han transformando en meros lectores de exámenes y –muchas veces– el contacto con el paciente resulta a través de aparatos con tecnología de punta, centrándose específicamente solo en el órgano enfermo y no en la totalidad de la persona como singularmente única e indivisiblemente una. Por lo general, las consultas médicas son frecuentemente breves, apuradas e impersonales y, a veces, ni siquiera se examina al paciente. El acto médico se reduce a una extensión de recetas, revisión de exámenes, análisis, historias clínicas, fichas, gestiones administrativas o simples encuestas. Muchos médicos se encuentran saturados y desbordados profesionalmente en un sistema sanitario deficitario y colapsado. La desmotivación, la frustración y el estrés se observan frecuentemente. Todo esto deshumaniza la práctica de la medicina. Las razones son multicausales: factores de índole política, económica, institucional, legal y sociocultural, entre otras.

    Estas situaciones dejan al paciente en condiciones de mayor vulnerabilidad, con una profunda sensación de fragilidad y desprotección. Para el médico, el paciente debe ser algo más que una simple consulta, un número en la estadística de la institución, un caso clínico interesante o un estudio para el avance de una investigación. Es una persona que, en su calidad de enfermo, se constituye en la meta de su objetivo profesional y en el fin del servicio médico. Es quien otorga sentido total a la profesión y valor a la vocación médica. No es una mediación instrumental por la que se hace presente, ante el análisis médico, una determinada enfermedad. Hay que evitar caer en visiones reductivas que restringen al paciente a su dolencia o a su mera sintomatología.

    Cada paciente es único y, a menudo, en su proceso de enfermedad, se siente cosificado, en una estadística, en un objeto, en un número, en un caso o simplemente en un ser anónimo. Abandona la categoría de persona, de ciudadano con nombre y apellido, con derechos

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