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Sanidad Divina
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Libro electrónico188 páginas2 horas

Sanidad Divina

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Información de este libro electrónico

Dios es el Sanador. Él voluntariamente entregó a Jesús, Su Hijo Amado, para que fuese azotado y para que por Sus llagas, la sanidad estuviera disponible para nosotros. Utilizando muchos testimonios de quienes han experimentado la sanidad de Dios, así como los numerosos ejemplos vistos en las Escrituras, el Dr. Bailey muestra que la sanidad divina no es simplemente un fenómeno histórico, sino que continúa hasta hoy y está disponible para aquellos que invocan Su nombre.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 ene 2025
ISBN9781596653870
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    Sanidad Divina - Dr. Brian J. Bailey

    Sanidad Divina

    DR. BRIAN J. BAILEY

    Título original en inglés: Divine Healing

    © 2010 Brian J. Bailey

    Versión 1.2 en inglés (2013)

    Título en español: Sanidad Divina

    © 2024 Brian J. Bailey

    Versión 1.0 en español

    Diseño de portada:

    © 2010 Brian J. Bailey y sus licenciadores

    Todos los derechos reservados

    Traducción al español: Marlene Z., Bethesda S.

    A menos que se indique lo contrario,

    todas las citas bíblicas fueron tomadas de la versión

    Reina-Valera en su revisión de 1960, 1960 Sociedades Bíblicas Unidas

    Publicado por Zion Christian Publishers.

    Para más información, favor de contactar a:

    Zion Christian Publishers

    Publicado en formato e-book en 2025

    En los Estados Unidos de América.

    Un ministerio de Zion Fellowship ®

    P.O. Box 70

    Waverly, New York 14892

    Teléfono: 607-565-2801

    Fax: 607-565-3329

    www.zcpublishers.com

    www.zionfellowship.org

    ISBN versión electrónica (E-book) ISBN 978-1-59665-387-0

    Reconocimientos

    Equipo Editorial: Carla B., Suzette T., Mary H., David K., Jessica P., Bethesda S., Hannah S., Suzanne Y. y Marlene Z.

    Quisiéramos extender nuestra gratitud a estas personas tan queridas porque sin sus muchas horas de incalculable ayuda, este libro no hubiera sido posible. Estamos muy agradecidos por su diligencia, creatividad y excelencia en la compilación de este libro para la gloria de Dios.

    Prefacio

    El rey David declaró en Salmos 139:14: Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras […]{1}. El amado apóstol Juan expresa en su tercera epístola cual es el deseo de Dios con respecto a nuestro cuerpo físico, cuando leemos que escribió: Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma (3 Jn. 1:2). Por tanto, es la voluntad de Dios que tengamos un cuerpo sano.

    Podemos confirmar esto por la respuesta que el Señor le dio a cierto leproso que le dijo: […] Si quieres, puedes limpiarme. El Señor le respondió: […] Quiero, sé limpio. (Mc. 1:40-41). Por consiguiente, al abordar de manera reverencial y por medio de la oración este tema importante de la sanidad divina, queremos hacerlo con la plena certeza que el deseo de Dios es sanar nuestros cuerpos enfermos, y que estemos completamente sanos.

    Nuestro deseo es que por la gracia de Dios este libro le anime a recibir su sanidad, ya que nuestro bendito Señor obtuvo sanidad para cada uno de nosotros, porque les permitió a los heridores que le flagelaran Su espalda; Él les dio Su espalda (Is. 50:6) para que usted pudiera tener su cuerpo, su alma y su espíritu restaurados y en sanidad completa. ¡Gloria a Dios!

    Esta corriente de sanidad fluye desde el Cielo, y podemos apropiarnos de ella por la fe del Hijo de Dios.

    Introducción

    Hemos sido creados como una obra tan formidable y maravillosa{2}, que en Su tierno amor y compasión nuestro Creador ha depositado dentro de nuestro organismo poderes restauradores maravillosos, para sanar las enfermedades. Por lo que, como dice el proverbio antiguo: El consejo que el doctor da junto a la cama del enfermo, obra maravillas. Hay ocasiones en las que métodos sencillos, como solo reposo en cama, pueden ayudar a que su sistema inmunológico combata muchos males.

    Sin embargo, obviamente hay algunas enfermedades que requieren tratamiento más que reposo. Además, hay casos para los que no se haya cura disponible. Algunas aflicciones en el cuerpo que necesitan tratamiento médico pueden ser, quebraduras de extremidades, problemas de la vista, sordera, virus y plagas como la lepra. El Señor Jesús también se encontró con estos problemas en Su ministerio, por lo que, de Él fluyó la corriente sanadora que sanó a los enfermos y necesitados de Sus días. Amados, en este libro veremos que Él también extenderá Su virtud sanadora hoy sobre usted y sobre mí.

    Se puede dividir la definición de sanidad en dos partes, en su aplicación a todo el ser por completo:

    1. La sanidad interior que suple las necesidades de nuestra alma y espíritu, y

    2. La sanidad física que trata con las enfermedades que afligen nuestro organismo humano.

    Por consiguiente, hemos dividido este libro en dos secciones principales, que confiamos serán de bendición para usted, amado lector, y que llevarán gloria a Jehová Rafá, el Señor nuestro Sanador.

    Capítulo Uno

    Sanidad interior

    Según las Escrituras el hombre es un ser tripartito. Por ejemplo, en 1 Tesalonicenses 5:23 dice: "Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo". Tenemos un cuerpo físico tangible (algunas partes de él son visibles y otras son internas). Pero, también tenemos un alma y un espíritu.

    Nuestra alma

    Cuando el apóstol Pablo escribe en Hebreos 4:12, él deja muy en claro que nuestra alma debe separarse de nuestro espíritu: "Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón".

    El alma es el asiento de nuestras emociones. Aunque somos influenciados por nuestras emociones, no debemos permitirles que nos gobiernen ni que nos guíen. Cuando el rey David se vio rodeado y aventajado enormemente por sus enemigos, clamó: "¿Por qué te abates, oh alma mía, Y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío" (Sal. 43:5). La situación aparentemente sin esperanza había abrumado el alma del rey, pero, no le permitió a su alma que lo guiaran. Por lo contrario, le habló a su alma, por medio de su espíritu, y le habló palabras alentadoras. Esta es una lección profunda que todos nosotros debemos aprender.

    Por tanto, el alma es gobernada en gran manera por las circunstancias. Se goza si el sol está resplandeciendo; pero si nubes que amenazan con lluvia cubren los cielos, el alma se ensombrece y su estado de ánimo se entristece. Estos estados anímicos que dominan a muchos en el pueblo de Dios son una gran fuente de obstáculo para su bienestar espiritual. Debemos vencer la tendencia a ser dominados por nuestro estado anímico y las emociones.

    Consideremos el terrible daño que la ansiedad le puede ocasionar al cuerpo humano. Un artículo de la revista USA Today (un periódico{3} prominente en los Estados Unidos de América) en su edición de junio 3 del 2003, afirmó que la ansiedad puede producir reflujo, alergias, dolores de espalda, asma, fatiga y migrañas. Por tanto, la clave para combatir los ataques de ansiedad, es que nuestro espíritu se enseñoree y le mande a nuestra alma que se regocije. El apóstol Pablo expresa este principio importante cuando les escribe a los efesios: Hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones (Ef. 5:19).

    Venciendo las ofensas

    El alma es muy sensible, y puede asustarse y ofenderse muy fácilmente. Cierto es que es mejor prevenir que tener que recurrir a curación, especialmente en el ámbito del alma. Vendrán ofensas, pero antes de que sus tentáculos nos envuelvan en los recovecos de nuestra alma y suelten su veneno mortal, apresurémonos a tomar el antídoto. ¿Cuál es entonces el antídoto? Ningún otro más que la paz de Dios, tal como lo ilustra este versículo: Mucha paz tienen los que aman tu ley, Y no hay para ellos tropiezo (Sal. 119: 165){4}.

    La paz de Dios trae paz al alma atribulada. Por tanto, es esencial cultivar esta virtud en particular y este fruto del Espíritu Santo. En Filipenses 4:6-7 encontramos la clave para obtener la paz de Dios, en donde leemos: "Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús".

    Aquí vemos cuan imperativo es que llevemos inmediatamente al Señor toda ofensa y que dejemos que Él trabaje. Debemos permitirle que hable en los recovecos de nuestra alma palabras de consuelo y que ilumine lo relacionado con la ofensa [el tropiezo]. Al hacer esto, saldremos triunfantes y también seremos enriquecidos en nuestra alma.

    Otro antídoto importante para las ofensas o tropiezos es el antibiótico espiritual llamado Manasés. Este significa ‘Dios me ha hecho olvidar’. Esta fue un arma poderosa que le dio a José la habilidad de triunfar sobre las injusticias que él sufrió a manos de sus hermanos: "Y llamó José el nombre del primogénito, Manasés; porque dijo: Dios me hizo olvidar todo mi trabajo, y toda la casa de mi padre" (Gn. 41:51). Este olvido santo le dio a José la habilidad de tratar a sus hermanos con cortesía y amabilidad cuando tuvieron que postrarse delante de él, ya que era el gobernador de Egipto (Gn. 50:21). El verdadero perdón se arraiga en el olvido. Por tanto, para perdonar verdaderamente y triunfar sobre las ofensas, debemos pedirle al Señor que nos conceda nuestro Manasés en toda circunstancia dolorosa.

    Venciendo el temor

    Luego tenemos a otro enemigo peligroso que puede causarle mucho daño a nuestra alma, y ese es el temor. ¿Cuántas veces leemos el mandato que el Señor les hace a Sus siervos: "¡No temáis!"? Todos nosotros hemos experimentado ese enemigo mortal. El rey David, dándonos una clave para vencer el temor, escribió en Salmos 56:3: En el día que temo, Yo en ti confío.

    Por lo tanto, el confiar, o sea encomendar de todo corazón la situación, circunstancia o el evento poniéndolo en las manos del Señor, es el antídoto para el temor. La confianza viene al creer en la Palabra de Dios, y al tener un entendimiento seguro de que el Señor está en control de todo asunto en nuestras vidas. Necesitamos tener un conocimiento continuo y por experiencia de la escritura de Romanos 8:28, que dice: Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.

    El temor es un tormento. El apóstol Pablo dice: "En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo{5}. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor (1 Jn. 4:18). Según las Escrituras, es algo obvio que el amor implica obediencia a Sus mandamientos. No podemos decir que amamos a Dios si aborrecemos a nuestro hermano, o si no estamos viviendo conforme a Su Ley. Para aclarar lo que Él quería decir con amar a Dios, en Juan 14:21 el Señor Jesús dice: El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él".

    Venciendo la amargura

    Otro enemigo pérfido e infame es la amargura. Si este enemigo llega a radicarse en nosotros, puede contaminar a muchos, tal como leemos en Hebreos 12:15: Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados. El mismo versículo nos dice por qué la gente se amarga. Permítame explicarlo con esta ilustración:

    Un pastor me contó que tenía una congregación llena de gente ofendida y que ahora se había llenado de amargura. El Señor me dijo que ellos eran gente que había fracasado en recibir la gracia de Dios.  El apóstol Pedro habla de diversas pruebas o tentaciones (1 P. 1:6){6}, y luego habla de la multiforme gracia de Dios (1 P. 4:10).

    A mi esposa se lo explicó así el Señor: en el griego, el vocablo traducido ‘multiforme’ significa ‘diversos colores mezclados’{7}. Por consiguiente, tenemos pruebas de muchos colores y gracia de muchos colores. El Señor señaló que para cada color de prueba había un color de gracia que nos capacitaría para triunfar en esa situación. De ese modo, por ejemplo, si su prueba es de color gris, gracia de color gris cubriría esa prueba. La gente de la congregación de ese pastor fracasó en apropiarse de la gracia necesaria que calzaría con esas

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