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Bloy Leon - Cuentos

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LON BLOY

Cuentos

Los cautivos de Longjumeau....................................................................................................................................3 El fin de don Juan.....................................................................................................................................................6 Una mujer francotirador...........................................................................................................................................9 A terrible night...................................................................................................................................................12 El salamandra vampiro ..........................................................................................................................................15

Los cautivos de Longjumeau


Les Captifs de Longjumeau El Postilln de Longjumeau anunciaba ayer el deplorable fin de los Fourmi. Esta hoja tan recomendable por la abundancia y por la calidad de su informacin, se perda en conjeturas sobre las misteriosas causas de la desesperacin que haba precipitado al suicidio a esta pareja, considerada tan feliz. Casados muy jvenes, y despertando cada da a una nueva luna de miel, no haban salido de la ciudad ni un solo da. Aliviados por previsin paterna de las inquietudes pecuniarias que suelen envenenar la vida conyugal, ampliamente provistos, al contrario, de lo requerido para endulzar un gnero de unin legtima, sin duda, pero poco conforme a ese afn de vicisitudes amorosas que impulsa al verstil ser humano, realizaban, a los ojos del mundo, el milagro de la ternura a perpetuidad. Una hermosa tarde de mayo, el da que sigui a la cada del seor Thiers, aparecieron en el tren de circunvalacin con sus padres, venidos para instalarlos en la propiedad deliciosa que albergara su dicha. Los longjumelianos de corazn puro contemplaron con enternecimiento a esta linda pareja, que el veterinario compar sin titubear a Pablo y Virginia. En efecto, ese da estaban muy bien y parecan nios plidos de gran casa. Maitre Picu, el notario ms importante de la regin, les haba adquirido, en las puertas de la ciudad, un nido de verdura, que los muertos hubieran envidiado. Pues hay que convenir que el jardn haca pensar en un cementerio abandonado. Este aspecto no debi desagradarles, pues no hicieron, en lo sucesivo, ningn cambio y dejaron que las plantas crecieran a su arbitrio. Para servirme de una expresin profundamente original de Maitre Picu, vivieron en las nubes, sin ver casi a nadie, no por maldad o desprecio, sino, sencillamente, porque no se les ocurra. Adems, hubiera sido necesario soltarse por algunas horas o algunos minutos, interrumpir los xtasis, y a fe ma, dada la brevedad de la vida, les faltaba el valor para ello. Uno de los hombres ms grandes de la Edad Media, el maestro Juan Tauler, cuenta la historia de un ermitao a quien un visitante inoportuno pidi un objeto que estaba en su celda. El ermitao tuvo que entrar a buscar el objeto. Pero al entrar olvid cul era, pues la imagen de las cosas exteriores no poda grabarse en su mente. Sali pues y rog al visitante le repitiera lo que deseba. Este renov el pedido. El solitario volvi a entrar, pero antes de tomar el objeto, ya haba olvidado cul era. Despus de muchas tentativas, se vio obligado a decir al importuno. -Entre y busque usted mismo lo que desea, pues yo no puedo conservar su imagen lo bastante para hacer lo que me pide. Con frecuencia, el seor y la seora Fourmi me han hecho pensar en el ermitao. Hubieran dado gustosos todo lo que se les pidiera si lo hubieran recordado un solo instante. Sus distracciones eran clebres y se comentaban hasta en Corbeil. Sin embargo, esto no pareca afectarlos, y la funesta resolucin que ha concluido con sus vidas tan generalmente envidiadas tiene que parecer inexplicable. Una carta ya antigua de ese desdichado Fourmi, a quien conoc de soltero, me ha permitido reconstruir, por induccin, toda su lamentable historia. He aqu la carta. Se ver, quiz, que mi amigo no era ni un loco, ni un imbcil.

"... Por dcima o vigsima vez, querido amigo, faltamos a nuestra palabra, infamemente. Por paciente que seas, supongo que ya estars harto de invitarnos. La verdad es que esta ltima vez, como las anteriores, no tenemos excusa, mi mujer y yo. Te habamos escrito que contaras con nosotros y no tenamos absolutamente nada que hacer. Sin embargo, hemos perdido el tren, como siempre. "Hace quince aos que perdemos todos los trenes y todos los vehculos pblicos, hagamos lo que hagamos. Es horriblemente estpido, es de un atroz ridculo, pero empiezo a creer que el mal no tiene remedio. Somos vctimas de una grotesca fatalidad. Todo es intil. Para alcanzar el tren de las ocho, por ejemplo, hemos ensayado levantarnos a las tres de la maana, y hasta pasar la noche en vela. Y bien, amigo mo, en el ltimo momento, se incendiaba la chimenea, a medio camino se me recalcaba un pie, el vestido de Julieta se enganchaba en alguna zarza, nos quedbamos dormidos en la sala de espera, sin que ni la llegada del tren ni los gritos del empleado nos despertaran a tiempo, etctera, etctera... La ltima vez olvid mi portamonedas. En fin, te repito, hace quince aos que esto dura y siento que ah est nuestro principio de muerte. Por esa causa t lo sabes, todo lo he malogrado, me he disgustado con todo el mundo, paso por un monstruo de egosmo, y mi pobre Julieta se ve envuelta, claro est, en la misma reprobacin. Desde nuestra llegada a este lugar maldito, hemos faltado a setenta y cuatro entierros, a doce casamientos, a treinta bautismos, a un millar de visitas o diligencias indispensables. He dejado que reventara mi suegra sin volver a verla ni una sola vez, aunque estuvo enferma cerca de un ao, cosa que nos priv de tres cuartas partes de su herencia, que nos escamote furiosa, en un codicilo, la vspera de su muerte. "No acabara con la enumeracin de las torpezas y de los fracasos ocasionados por la circunstancia increble de que jams pudimos alejarnos de Longjumeau. Para decirlo en una palabra, somos cautivos, ya sin esperanza, y vemos acercarse el momento en que esta condicin de galeotes se nos har insoportable..." Suprimo el resto en que mi pobre amigo me confiaba cosas demasiado ntimas. Pero doy mi palabra de honor, de que no era un hombre vulgar, de que fue digno de la adoracin de su mujer y de que esos dos seres mereceran algo mejor que acabar estpida e indecentemente como han acabado. Ciertas particularidades que me permito reservar me sugieren la idea de que la infortunada pareja era realmente vctima de una maquinacin tenebrosa del Enemigo del hombre, que los condujo, por medio de un notario evidentemente infernal, a ese rincn malfico de Longjumeau de donde no ha habido poder humano que los arranque. Creo, en verdad, que no podan huir, que haba alrededor de su morada un cordn de tropas invisibles, cuidadosamente elegidas para sitiarlos, contra las cuales era intil toda energa. El signo, para m, de una influencia diablica es que los Fourmi vivan devorados por la pasin de los viajes. Esos cautivos eran, por naturaleza, esencialmente migratorios. Antes de unirse, haban tenido la sed de rodar tierras. Cuando no eran ms que novios, fueron vistos en Enghien, en Choisy-le-Roi, en Meudon, en Clamart, en Montre-tout. Un da alcanzaron hasta Saint-Germain. En Longjumeau, que les pareca una isla de Oceana, esta rabia de exploraciones audaces, de aventuras por mar y tierra, se haba exasperado. Su casa estaba abarrotada de globos terrqueos y de planisferios, de atlas ingleses y de atlas germnicos. Hasta tenan un mapa de la luna publicado por Gotha bajo la direccin de un botarate llamado Justus Perthes. Cuando no se entregaban al amor, lean juntos historias de navegantes clebres, libros exclusivos de esa biblioteca; no haba diario de viajes, Tour du Monde o boletn de sociedad geogrfica, del que no fueran suscritores. Llovan en la casa, sin intermitencia, las guas de ferrocarril y los prospectos de las agencias martimas.

Cosa increble, sus bales estaban siempre listos. Siempre estuvieron a punto de partir, de realizar un viaje interminable a los pases ms lejanos, ms peligrosos o ms inexplorados. He recibido como cuarenta telegramas anuncindome su partida inminente para Borneo, la Tierra del Fuego, Nueva Zelanda o Groenlandia. Muchas veces, en efecto, estuvieron a un pice de la partida. Pero el hecho es que no partan, que no partieron jams porque no podan y no deban partir. Los tomos y las molculas se coaligaban para sujetarlos. Un da, sin embargo, har diez aos, creyeron escapar. Haban conseguido, contra toda esperanza, meterse en un vagn de primera clase que los conducira a Versalles. Libertad! Ah, sin duda, se rompera el crculo mgico. El tren se puso en marcha, pero ellos no se movan. Se haban ubicado, naturalmente, en un coche destinado a quedar en la estacin. Haba que volver a empezar. El nico viaje que deban lograr era evidentemente el que acababan de emprender, ay de m, y su carcter, que conozco tan bien, me induce a creer que lo prepararon temblando.

El fin de don Juan


La Fin de Don Juan Sienta bien conversar con un hombre que solo tiene una cabeza. JULES VALLS -Y el miserable ha muerto lleno de bienes, tal y como ha vivido. No ha tenido ni siquiera la excusa de ser un disipado, un prodigio. Era, dicen, el primero en el mundo en colocar provechosamente su capital. Para, en definitiva, no haber muerto de enfermedad alguna, en plena posesin de si mismo, a pesar de su vejez, como un patriarca ante el diluvio. Esto me parece algo fuerte. Sin exigir el dedo de Dios, asiduamente, como un colegial amamantado por curas buenos, sera deseable que, de cualquier manera y en honor a la justicia, la agona de ese malhechor hubiera sido menos dulce. As hablaba un hombre sin malicia que ofuscaba la gloria insolente del marqus de la Torre de Pisa. Ese personaje demasiado conocido acababa de expirar. Durante mucho tiempo lo haban credo eterno. Nacido en la Inglaterra jovial, desde el comienzo de la emigracin, cuando Luis XVI tena todava la cabeza sobre los hombros, un rumor pblico lo llamaba joven galn incluso cuando era casi un noventn. Prodigio de poca veracidad, sin duda, pero que era acreditado por el entusiasmo de algunos discpulos medrosos que ya haban pasado los sesenta. El hecho es que el marqus Hctor de la Torre de Pisa deslumbraba como una custodia. Pareca indiscutible que antao las reinas se murieran de amor cuando entraban en sus aposentos y que todo un regimiento de Ariadnas sollozaba por l. Haca ya mucho tiempo, antes de que el clebre Beauvivier que nos confortase, haba sabido vender su persona y hasta ponerle acciones. De ah su opulencia. Hasta sus ltimos das, se vio a las familias ms altivas pagar muy caro los cupones de su alcoba... Tal era al menos la leyenda universalmente aceptada de este rompecorazones, cuyos botones de los calzones, elevados como pendientes de seora, son considerados en la actualidad como joyas inestimables. -Mi querido seor -respondi la Partera-, usted no se ha enterado de nada. No asist la muerte de ese truhn, pero le puedo asegurar que jams existi un Ixion castigado con mayor crueldad. Imagine lo que quiera, usted no llegar jams a ese horror. Conque sintese sobre el feto que le tiende los brazos y prsteme atencin. Esta maana tengo un humor narrativo. *** El marqus Hctor era un hombre hermoso, es cierto, y tena toda la pinta de un gran seor. Los que lo envidiaban no han podido negarlo nunca. Era tan diferente de la multitud, que tan pronto como apareca, todo el mundo pareca asemejarle. El podra hacerse ver en pblico por dinero, como un autntico monstruo. Se contentaba con dejarse ver en particular por sumas considerables que, por otra parte, inverta con extremo cuidado en las empresas ms serias. Se conoce su disposicin de especulador, que manifestaba en medio de las mayores complicaciones. Pero todo esto tiene poco inters. En una poca donde todos los hombres casi sin excepcin, estaban en la calle, el putero de ese caballero y las aptitudes financieras que lo acompaaban no tienen nada de inaudito. Las dos cosas hacan un buen conjunto.

Prefiero ofrecerle, y es un horror difcilmente imaginable lo que le he prometido, no es cierto? Si sus ansias de expiacin no se apaciguan, despus de mi relato, no creo que nada sea capaz de apaciguarlas. Y, antes de nada, sabe usted lo que l tena que expiar? No. Usted cree, como recin llegado, en la existencia ms o menos odiosa de un vampiro ocupado exclusivamente en sus infamias, perdiendo casi un siglo, durante el cual fluyendo cual arroyo de putrefaccin, y no miraba nunca la cara de los que penaban y sufran. Un punto de vista banal como un sermn, mi digno seor. Se trata de algo distinto, de algo de gran primor. Sin duda, usted me honra creyendo que yo me desentiendo del secreto profesional, como debe hacer toda partera, de primera clase, bien entendido. Dejemos eso a los mdicos que la mayor parte del tiempo, no tienen otra manera de evitar la trena. Y bien! yo fui una criada de Hctor el hermoso, que estuvo casado dos veces y que asesin por lo menos a una de sus esposas, sin necesidad de que yo le ayudase en tal faena. Funcionaba solo fascinantemente y no necesitaba a nadie. Yo he asistido como una completa estpida al parto de su primera, diez aos despus al de su segunda, hacia el fin del reinado de Luis Felipe, como haba asistido al de porteras y mujeres pblicas. El marqus haba querido estar a solas conmigo en ambas circunstancias. La primera vez nos llevamos una especie de palanca sin ojos ni boca, que tena, a modo de nariz, una especie de membrana flcida y colgante que no le describir, hombre impresionable... La Torre de Pisa, provisto de la sangre fra de los muertos, se apoder de aquel aborto antes de que yo me pudiera oponer y lo ofreci a los besos de la madre que muri dos horas despus. El segundo hijo del marqus tena dos cabezas sobre un huso a modo de cuerpo, casi sin piernas ni brazos, se trataba de otra edicin de la misma imagen. Esta vez, la parturienta no pudo ver nada. Enroll en mi delantal la pequea abominacin y me precipit fuera del cuarto. De esta manera dej de trabajar para el noble seor, aunque yo ha haba adivinado muchas cosas, y ms tarde, me enter de otras... *** -Usted se habr persuadido ahora -prosigui la terrible partera bajando la voz de manera extraa- que acabo de contarle Crimen y Castigo. Ya se detiene la fibra broncnea de su implacable justicia, como se detendran las cuerdas de una guitarra en la que treinta perros hubieran meado. Ahora bien, usted comprende menos que nunca, me oye? En nuestro oficio, estamos en la boca de la cloaca, y vemos salir tales cosas que, a la larga, es difcil de sorprenderse. Sin embargo, seor, el hombre del que hablamos me ha sorprendido y me sorprende todava, hasta asustarme. Si no hubiese tenido eso que usted acaba de or, ese hombre no sera otra cosa que, en definitiva, un horrible canalla ms en la multitud de canallas y no merecera siquiera que se le mencionara. Pero se lo repito, es otra cosa, y el castigo le har temblar si usted fuera capaz de comprenderlo. Se ha dado cuenta de la extraa identidad del fenmeno monstruoso, que se reproduce, con diez aos de diferencia, con dos esposas legtimas, casadas por dinero, es eso evidente? Estoy convencida de que la experiencia dara indefinidamente el mismo resultado. Para decirlo claro, el marqus era un IDLATRA, un idlatra ferviente y riguroso, creado interiormente a la semejanza de su Dios y que no poda hacer otra cosa que reproducirla externamente en sus tentativas de procreacin. l adoraba de s mismo, con una oratoria misteriosamente iluminada, esa parte de su cuerpo que los sacerdotes de Cibeles antao tanto honoraban. Haba mandado hacerle un molde a un obrero muy hbil y el objeto expuesto en una especie de tabernculo, reciba, cada da, las obsecraciones de este coribante que los mundanos crean un vividor, -tal y como las

necias del internado se haban tragado aquello de que el budista Charcot era mdico. No se sabr jams la cantidad de personas que son algo distinto de lo que fueron a los ojos de sus contemporneos. ste fue, seor, su verdadero crimen, el atentado supremo para aquellos que saben y para aquellos que vean en la profundidad. De aqu deriva el resto. He aqu la expiacin, que dur diez aos, hasta la vspera de su muerte. Cada noche, un anciano muy grande y de muy buen ver al que los ms orgullosos hubieran querido y que ahora conocan todas las meretrices, era atrado invariablemente desde la sombra, a ltima hora del putero. Se conocan sus gustos y se entablaba el dilogo, lo ms grosero posible de parte de la mujer, totalmente humilde de su parte, puesto que l ansiaba hacerse el cliente sucio consumido de inevitables deseos. Al cabo de algunos minutos medidos por un cronmetro infalible, se entendan naturalmente. Entonces la mujer, que se apoyaba en la pared le tenda alternativamente uno y otro pie, y el octogenario se revolcaba por el suelo, el tiempo que le llevaba chupando, mientras ruga de xtasis, la suela de sus botines. Tal fue la ltima exigencia del pequeo Dios de ese triunfador al que tres generaciones de imbciles igualaron a Don Juan.

Una mujer francotirador


Une femme franc-tireur A Maurice Leblanc Esta aventura, lo s muy bien, es poco verosmil. Pero qu puedo hacer? La guerra franco-alemana es en s un caos de inverosimilitudes. Se sabr ms tarde, cuando determinadas bocas que se crean de hierro o de bronce, sean completamente despegadas por la muerte. Hay algunos entre los que parecen vivir an, cuyo testimonio o cuya confesin ms dbilmente susurrada hara levantarse las piedras sepulcrales y saltar los pavimentos de todos los caminos de Francia. La confesin de Bismarck, por la que hace seis meses todo el mundo se sinti aterrorizado, no es nada ms que el prdomo de otras muchas confesiones que tal vez no esperen a que acabe el siglo... Podra nombrarse fcilmente a cuarenta individuos que deben leer con ojos singulares las actuales leyendas de esta guerra nica en su gnero, de la que se ocultaron todos los resortes. Imagino que algunos de esos personajes, a los que se les habra podido obligar a hablar calzndole borcegues rojos, dejarn al menos un puado de documentos autnticos cuyo lugar est marcado por anticipado en la historia de las sorpresas humanas. La guerra de 1870 es probablemente la nica en la que todas las faltas fueron cometidas por todo el mundo sin excepcin, y en ambos bandos a la vez. Hoy ya no est permitido ignorar que, hasta el final, los alemanes estuvieron tan sorprendidos por sus victorias como los franceses consternados por sus derrotas. Hasta despus de Sedn, hasta despus de Metz y hasta la decisiva batalla de Le Mans, Alemania tembl, Alemania tuvo miedo al sentirse en medio de una nacin tan superior de la que poda surgir de repente UN HOMBRE. Por lo que, durante el tiempo en que pudo aparecer un ejrcito al otro lado del Loira, los jefes alemanes ms audaces y ms hbiles se sintieron en peligro pese a todo, y estuvieron siempre dispuestos a desgarrar precipitadamente con sus espuelas los flancos palpitantes de sus caballos de triunfadores. Ah! si lo que llaman tontamente Fortuna hubiera querido suscitar entonces uno de esos pequeos galos como deca el Canciller invisibles a pleno sol a fuerza de insignificancia, pero cuyo alma est afilada en el rayo y que la tempestad encaperuza a veces de repente con melena de fuego, qu sublime cacera de ochocientos mil vencedores desatinados! El inmenso pnico, como un cicln venido desde el profundo Medioda, concentrando giratoriamente la invasin en torno a Pars, habra arrojado de inmediato al Olimpo de Versalles contra Manteuffel, a Frdric-Charles contra Werder, a Mecklembourg contra Flaskenstein y a Von der Tann contra el prncipe real de Sajonia, en un infinito desorden. Virada inaudita de la derrota francesa con la que el universo habra estallado de admiracin! Pero para ello habra sido necesario que los brbaros vislumbraran, aunque slo fuera un minuto, el Alma de Francia, y eso es lo que Dios no permiti, porque no haba llegado la hora, porque es un alma preciosa de la que l est celoso, y porque en el Libro de su Palabra se recomienda no ofrecer perlas a los cerdos. En consecuencia, todo el mundo cometi disparates incomparables. Los generales franceses dejaron escapar todas las ocasiones de victoria, y los generales alemanes no dejaron escapar ninguna ocasin de deshonrar inmortalmente su patria. Pero los unos y los otros parecieron siempre disimular celosamente el principio de su demencia de vencedores o de su vrtigo de vencidos, hasta el punto de que uno sentira la tentacin de suponer el ms

imposible acuerdo y que esta historia parece por completo indescifrable cuando uno intenta analizarla en profundidad. Era inevitable pues que un desorden tan sobrenatural de las prcticas exteriores de la Providencia tuviera por corolario un desplazamiento universal de las costumbres o de las convenciones y nosotros no pensramos en absoluto en sorprendernos de la presencia entre nosotros de una autntica mujer con ropa de francotirador. Habra sido peligroso faltarle al respeto. Al principio alguien lo haba intentado. Pero ese alguien haba recibido tal meneo que haba sido necesario remendarlo. Era una chica del campo, alta y robusta, superior a muchos hombres en fuerza. Sin belleza, pero muy expresiva y siempre agradable de ver. Como no tena las curvas propias de su sexo, la ropa masculina le iba admirablemente y los despistados o los miopes la tomaron con frecuencia por un autntico soldado. Sobra decir, por supuesto, que su nombre no haba sido inscrito en ningn libro de registro, que no haba respondido a ningn reclutamiento y que estaba ampliamente dispensada de cualquier tipo de servicio. Pero contaba al menos por un soldado, por un soldado valiente y responda al nombre de Jacques Maillart, que era el de su novio que haba sido embadurnado de petrleo y quemado vivo en su casa de Lailly, el pueblo cercano a Beaugency, del que los bvaros no dejaron en noviembre sino las ruinas calcinadas. La historia es de lo ms simple. Ocurri que un da, cuando perseguamos a los ulanos, un disparo salido de un matorral a cien pasos de nosotros, haba derribado a uno de los que huan y que sus compaeros perseguidos muy de cerca se haban visto obligados, en contra de su costumbre, a abandonar medio muerto. Inmediatamente vimos salir de entre los arbustos a un joven campesino armado con un fusil que avanzaba hacia nosotros. Te felicito, amigo mo le dijo el comandante, ha sido un tiro soberbio. Cmo te llamas? Jacques Maillart. Eres de la zona? No exactamente, seor oficial. Soy de Lailly, del cantn de Beaugency. Lailly? No es se el pueblo que quemaron estos bandidos? Lo vimos hace unos das Ah! pobre muchacho! Al or estas ltimas palabras, algo oscuro haba pasado por el rostro del desconocido al mismo tiempo que suba de su garganta un ruido semejante al comienzo de un sollozo. Qu haces pues por aqu? aadi el comandante. Ya ve, cazo prusianos como ustedes. Ah! Eres francotirador? S, seor, desde hace un mes. Muy bien! A qu compaa perteneces? A la suya, si usted quiere admitirme. Pero, comandante dijo entonces un oficial atento a la conversacin no ve usted que este individuo es una mujer? Tuvo que dar explicaciones, y esto es lo que el viejo comandante supo: La joven, a punto de casarse, viva ya en casa de su prometido cuando los prusianos llegaron un da de forma sbita. Uno de ellos, un teniente de hsares, excitado sin duda por la cabalgada de la maana, al encontrarla sola, haba intentado violarla. Para su desgracia, haba topado con una de las chicas ms fuertes y la innoble lucha habra terminado probablemente con la derrota del agresor. La aparicin de Jacques, que acudi al escuchar los gritos, hizo que el prusiano se retirara retrocediendo, con los ojos fuera de las rbitas y protegido por la punta de su sable. El infortunado protector, sabiendo muy bien que una violencia directa atraera de inmediato sobre su novia y sobre el pueblo entero la clera, logr contenerse todo el da.

Pero, a la maana siguiente, alguien encontr en un lugar apartado el cuerpo del teniente cosido a pualadas. Naturalmente, la pareja de enamorados haba desaparecido. Aquellas dos personas vivieron unas tres semanas en el bosque la terrible existencia de los proscritos, de los cazadores furtivos al acecho del hombre. Jacques, enrabietado a partir de entonces, logr abatir dos o tres centinelas de caballera e incluso regal a su compaera, que disparaba tan bien como l, un excelente fusil prusiano. Una imprudencia demasiado grande lo puso finalmente en manos de media docena de soldados de caballera que lo llevaron a Lailly el da mismo en que haban decidido incendiar el infortunado pueblo. Fue reconocido como el asesino del teniente y le dieron la muerte ms horrorosa que encontraron. La joven, alejada de l en el momento del ataque y que no haba podido socorrerlo, decidi sobrevivirle y, sintiendo en s un corazn de hombre, llamando y atrayendo hacia ella todo el alma del difunto, concibi y realiz el proyecto de unirse al primer grupo de voluntarios que aceptara su incorporacin. Durante dos meses, los dos largos meses del final, ofreci el espectculo ms sorprendente y ms sencillo. Aquella chica que se haba rasurado personalmente la cabeza al no tener ninguna otra forma de expresar su duelo, que pareca haber olvidado su sexo y en la que todo, incluso la voz, se haba hecho masculino, se condujo todo el tiempo que dur la guerra con un valor sereno que ningn sufrimiento interior o exterior pudo aminorar. Los que la conocieron no recuerdan haberla visto rer. No aceptaba conversar con nadie, pasaba das enteros sin pronunciar palabra. Pero no era dura con ninguno de nosotros y su instinto femenino se revelaba en el sentido en que desplegaba una incomparable solicitud con nuestros heridos. Una docena al menos de los que an viven, fueron salvados por ella. Esta criatura deba tener en el alma todos los resortes del amor o de la desesperacin, pues no podamos comprender de dnde sacaba la fuerza para no estar nunca abatida. Nunca una indignacin, nunca una queja, nunca una lgrima, nunca un suspiro. Cuando haba que combatir, combata con nosotros, mejor que nosotros, con la misma expresin tranquila, con una indesmontable inocencia, como habra realizado una tarea horrible, pero necesaria, a la que no le estaba permitido negarse. No tena nada de amazona. La retrica ms contumaz no habra podido hallar en ella ni un solo rasgo de ngel exterminador. Era mucho ms sencilla y bien otramente sublime. No creo que me sea posible olvidar el momento terrible en el que, atrapados por un remolino de la batalla, nos vimos amontonados junto a la mitad de un regimiento sajn en una calleja estrecha, sin poder utilizar las armas, sin poder hacer ni un solo gesto, y que alemanes y franceses se contemplaban cara a cara, sin poder combatir. Situacin sta de un trgico extrao y desconcertante. Yo vea de lleno a la pobre chica cuya expresin no haba cambiado, que miraba maquinalmente ante ella a un grueso campesino de Turingia de barba pelirroja al que ella habra podido morder en la cara, tan cerca se encontraban, y cre ver en sus bellos ojos serenos una especie de piedad dolorosa por tantas miserias. Pero estoy hablando de algo que dur lo que dura un relmpago. Teniendo yo mismo mucho que hacer para liberarme en aquel instante, no vi la continuacin y no volv a encontrar a nuestra voluntaria hasta muchos das despus, en la cloaca de barro y nieve en la que patullaban sesenta mil hombres derrotados. Apoyndose con una mano en su fusil, sostena con su brazo izquierdo a un pequeo mvil bretn que, sin su ayuda, se habra dejado pisotear. Siempre con la misma expresin de pjaro triste y dulce a quien le han cortado las alas... Y as fue hasta el final. Cuando lleg el momento de licenciarse, volvi a ponerse tranquilamente sus ropas de mujer y se march a la ventura, sin habernos dicho su nombre y tras habernos saludado con dulzura.

A terrible night
A terrible night A la seorita Jeanne B. Homenaje de la ms respetuosa compasin
La pobre anciana hubiera querido poder dormirse, como le haba aconsejado su hijo, por la maana, cuando sali para ir al combate. Algo fcil de decir! Pero cuando se tienen setenta aos bien cumplidos, cuando el corazn estalla de desdicha y cuando la angustia te roe en un lecho de paraltica, se necesitara una bendicin singular de Dios para alcanzar un poco de paz. Y vaya si haban combatido; todo el da, casi a ojos vista, a dos o tres kilmetros como mucho. Durante diez horas, haba odo el can, las descargas de fusil, los alaridos de los heridos que traan a la vecindad. Haba incluso advertido a lo lejos, por encima de los viejos lamos de la carretera, una enorme nube de humo que slo se disip a impulsos del viento vespertino. En el alboroto espantoso de esas horas interminables haba atronado sus odos sobre todo el can, el ominoso can que tan eficazmente mata a los hijos de las desgraciadas madres. Nunca antes, salvo con ocasin de algn gran festejo pblico, lo haba odo. Pero saba muy bien qu era y desde la maana crea que toda esa metralla penetraba en su cuerpo, en su miserable cuerpo incapaz de llevarla a socorrer a las vctimas. Su hijo, su apuesto y robusto hijo, ese hombre aguerrido que hubiera podido permanecer a su lado, en casa, como tantos otros que se burlaban de la patria, dnde estaba ahora? Sus quehaceres le eximan de cualquier servicio militar. Pero cuando supo, el valiente, que los prusianos llegaban en masa para arrasar su tierra y cuando vio que las tropas francesas se aprestaban para la batalla, nada pudo detenerlo; ni siquiera una anciana madre clavada en el lecho hubiera logrado apartarlo de su deber. A ella le recordaba demasiado a su padre, un valeroso soldado del Primer Imperio. Descolg su escopeta de caza y fue a presentarse como voluntario. Pero, con todo, era muy penoso no verlo regresar, no tener la ms mnima noticia y asistir al inicio de una glida madrugada que iba a encarnizarse con crueldad extrema con los pobres heridos, cados por esos andurriales, a los que ningn cristiano prestara socorro. Por los clavos de Cristo! Virgen del llanto eterno, podra ser que mi hijo se contara entre ellos? La desdichada anciana sollozaba en las tinieblas. Tambin ella era una desamparada. La muchachita que la cuidaba de ordinario no haba aparecido desde el medioda y ste era otro factor aadido de angustia. Seguramente, le habra ocurrido alguna desgracia. Intrpida y valerosa como era, debi de querer ayudar a alguna vctima y debi de recibir un tiro, pues, como es bien sabido, los alemanes no se recatan en disparar a mujeres. La mujer permaneci sola toda la noche, sin una alma que se compadeciera de ella. Desde haca horas el hogar se haba apagado por completo. Un negro fro entraba por doquier y todo era necesidad. Los vecinos parecan haber muerto. Ni una luz, ni un movimiento humano en el pueblo. Un silencio sepulcral en la oscuridad... Trat de convencerse a s misma, de persuadirse de que su Andr no poda estar muerto, ni tampoco herido, y que todos los males eran fruto slo de su imaginacin, pero no lo

lograba. La inquietud, los presentimientos fnebres persistan aprovechndose de su postracin. La angustia se hizo espantosa. Ah, si sus lastimosas piernas, inertes desde haca dos aos, pudieran mantenerla todava en pie, tan slo por una hora, cmo se hubiera echado gustosa a la calle para buscar a su hijo, a su muchacho querido, que ella, esa misma maana, haba tan piadosamente bendecido, cuando se vio obligado a partir! Si sufriera algn dao ella sabra dar con l, con su nio querido. Recobrara toda su fuerza de antao para llevarlo en brazos, como cuando tena veinte meses y balbuceaba las primeras palabras. Nunca en la vida le haba dado ni un disgusto. Era una persona amable que viva en paz con todos. Sin embargo, la vida lo haba tratado mal. Traicionado y abandonado por su mujer, que huy despus de algunos meses de matrimonio, l no se abandon a s mismo. Tuvo fuerzas bastantes para preservar su noble corazn, consagrndose a su madre y viviendo, con gran sencillez, de sus modestas labores sin ningn deseo de hacer mal a nadie. Pero ahora, Dios mo, si poda moverse, por qu no regresaba? Agotada por el hambre y la afliccin, haba cado en ese aletargamiento lcido y cruel de las personas muy mayores que aspiran a morir de dolor. Su cabeza, visible cual una mancha plida en medio de las tinieblas, oscilaba con regularidad, sacudida por un hipido que se pareca al de la agona. Una viva claridad le hizo abrir los ojos. Era uno de esos cohetes luminosos multicolores que empleaban los prusianos tan a menudo para transmitir, en plena noche, determinadas rdenes a los diferentes cuerpos bajo el mando de un mismo general. A este cohete siguieron naturalmente otros muchos y, durante algunos minutos, la turbada moribunda, cuyo cerebro comenzaba a desbarrar, pudo creerse en una de esas fiestas imperiales de tiempos pasados que haban dejado honda impresin en su imaginacin de mujer sencilla. Los fuegos artificiales iban sin duda a sonar, no se haran esperar. Es conocido el aguzado ingenio de las seales luminosas utilizadas por el ejrcito alemn. Los cohetes no bastaban. El enemigo se serva tambin de puntos luminosos aplicados en virtud de un sistema sumamente simple. Por medio de pantallas que ora impedan el paso de la luz ora la dejaban atravesar, produca eclipses ms o menos prolongados. El primer obturador, por ejemplo, ocultaba una lente blanca y el segundo una lente roja. Los colores proyectados y la duracin de la emisin eran suficientes para articular una especie de alfabeto anlogo al empleado en la telegrafa elctrica. En circunstancias normales la comunicacin se estableca mediante reflectores que aparecan y desaparecan en la lejana, autnticos fuegos fatuos en los linderos del bosque o en las crestas de las colinas. Recuerdo incluso que, a veces, al andar, nuestros pasos producan destellos a causa del fsforo que haban extendido adrede por la carretera. A luz del da nos dimos cuenta de que con bastante frecuencia los centinelas se comunicaban entre s mediante movimientos ejecutados con el fusil y de que los vigas, a pesar de estar apostados a gran distancia unos de otros, se aperciban todos, al mismo tiempo, de que se cerna un peligro inminente. En esos casos era el caballo el que hablaba, dando vueltas a derecha e izquierda, presentndose de frente, caracoleando o doblando el corvejn. Cada una de sus evoluciones posea un sentido particular. Tuvimos finalmente pruebas de que los lugareos fueron a menudo cmplices del enemigo. El molinero, por ejemplo, haciendo girar las aspas de su molino de una determinada manera; el leador, colocando en la orilla de la carretera un nmero determinado de haces de lea o practicando un corte en cierto rbol, etctera. Pero este sistema de comunicacin abierta presentaba inconvenientes. Se dio el caso de francotiradores avispados que lograron descifrarla, volvindola contra sus artfices. Puedo

citar, precisamente, el caso de un molinero de Eure-et-Loir que fue obligado por la amenaza de estos pata negra a comunicar a los prusianos un falso aviso que les cost terriblemente caro. Es fcil imaginar lo que tales maniobras, sobre todo en la noche, pueden imprimir de fantasa en esta guerra suficientemente atroz de suyo y el desmedido pavor que acometi a la desdichada anciana, afligida durante horas por la ms amarga desolacin. Andr! grit, mi pequen, cario mo, eres t? Te han herido, verdad?, esos malditos. Haz un ltimo esfuerzo, te lo ruego. Ven a encontrarte con tu infeliz madre, que no puede traerte ni ir por ti. Ven, hijo bendito, te cuidar como pueda. Te dar todo el calor de mi cuerpo gastado... Un nuevo lamento ms desesperado, ms profundo si cabe que el primero, fue la respuesta. Sin duda, el ser humano que lo profera agonizaba. Esta madre dolorosa, que reconoci inmediatamente a su hijo, se retorca las manos, a punto de estallar de desesperacin. Dios mo!, Dios mo!, es esto posible? Permitirs que mi hijo muera justo a mi lado, sin que pueda siquiera darle un ltimo beso, mientras espero que me lleves a m? Oh!, no, verdad que no? Sera pedir demasiado a tus criaturas. Espera, cario, no te mueras an. Tu madre ir por ti... Y la desgraciada, tan inerte de medio cuerpo para abajo como las momias milenarias, se puso a reptar en su lecho, arrastrando la mitad de su cadver gracias al esfuerzo sobrehumano de sus brazos. Minutos ms tarde caa cuan larga era, sobre el entarimado. Pero no le fue concedido aadir a su trecho ni la distancia de un paso de tortuga. Las larvas inclementes de las noches polares fueron los nicos testigos de esta doble agona.

El salamandra vampiro
La Salamandre Vampire A Lon Chaux
Se cuenta que, a la muerte de Alarico, los godos lo lloraron como hroe de su nacin y que, siguiendo la costumbre de los brbaros del norte, que ocultaban cuidadosamente los sepulcros de sus hombres insignes, desviaron, para sus exequias, el curso de un riachuelo cercano a Cosenza. Excavaron en su lecho una fosa que semejaba un pozo, depositaron en l el cadver de su cuadillo junto con una gran cantidad de riquezas, sellaron el sepulcro y devolvieron las aguas a su curso natural. Para garantizar el secreto degollaron a los prisioneros que fueron empleados en esa labor. El instinto de la raza ha cambiado tan poco que, quince siglos despus, hemos visto entre nosotros reproducirse escenas anlogas, exentas, a decir verdad, de toda grandeza, pero extraamente indicativas de la pesada puerilidad de este pueblo alemn al que ni la estaca de sus amos ni el parloteo de sus eruditos ha podido nunca doblegar. Los esclavos de Prusia, mecnicamente disciplinados, trajeron a Francia, en las alforjas de sus alguaciles, el ms secular moho de sus orgenes. Cuntas veces nos preguntamos sin poder responder cmo era posible que algunos ulanos, a todas luces muertos o heridos por nuestros tiradores y cuyos regueros de sangre seguamos, pudieran permanecer en la cabalgadura y desaparecer sin dejar rastro? Unos aventuraban que estaban amarrados; otros, que sus compaeros se los llevaban. Lo cierto y verdad es que estos salvajes gozaban del poder inexplicable de hurtarnos a sus muertos y heridos. Sus sillas, suponamos, iban provistas de correas con la funcin de fijar al jinete; sin embargo, cuando el animal caa, el caballero al instante se vea libre. Recuerdo que a esas portentosas e intrincadas correas llegamos a denominarlas, durante un tiempo, como la cuestin prusiana. Se ha dicho que quemaban a sus muertos. Nunca vi tal cosa y dudo mucho de que en ningn momento de la contienda esas odiosas bestias que quemaban tan cabalmente a nuestros heridos y ancianos tuvieran la oportunidad o el medio de consagrarse, en carne propia, a prcticas tan teutnicas. Pero, a menudo, cuando no podan trasladar a sus difuntos, los enterraban, bien es verdad, como a Alarico, con todo el secreto imaginable y con todo el misterio que daban de s semejantes cerebros. Los escondan, por ejemplo, entre dos manzanos, donde se excavaba un hueco en la esperanza con frecuencia burlada de hallar, tiempo despus, sus preciadas carroas. Los perros vagabundos saban seguir su rastro a las mil maravillas y devorarlos, tras escarbar la tierra de sus poco profundas fosas. Haba entre los nuestros un hombre medio quemado al que habamos bautizado con el sobrenombre irnico de el Salamandra. No creo que me sea dado ver nunca un semblante tan espeluznante. Antes de encontrarlo ignoraba que la fisonoma de un ser vivo pudiera expresar tanto odio, tanta desesperacin y distinguirse hasta tal punto de los rostros heridos de los que cayeron en la parte ms profunda del lago. Se contaba casi en susurros la historia de este infeliz, cuya nica salida fue enrolarse en el primer cuerpo de francotiradores con el que se top, despus de haber asistido a la

violacin y muerte de su mujer y su hija por una cincuentena de granujas alemanes instalados en su granja de Morsbronn, la misma tarde de la desoladora batalla de Froeschwiller. A causa de un refinamiento muy propio de los prusianos, y que Bismarck hubiera aplaudido, lo haban amarrado a la pata de la cama, como castigo por el enorme crimen de haber faltado al respeto a uno de esos bellacos. Y haba podido vivir con eso en el corazn...! Doce das ms tarde, en Saint-Privat, combati durante varias horas como un descosido y debi de aportar su granito de arena al inmenso grito de dolor que se elevaba desde el fondo de Alemania, cuando vio correr el interminable reguero de sangre de sus cados. Alcanzado por una bala en los instantes previos al final de esa terrible jornada, lanzado al vuelo en la iglesia en la que se amontonaban los heridos franceses, fue su sino sobrevivir milagrosamente a la inaudita catstrofe que los historiadores militares han tenido miedo de contar y por la que un pueblo entero deber responder el da en que venga la divina Justicia. La precipitada retirada del mariscal, que prohibi a las ambulancias la evacuacin, dej a trescientos o cuatrocientos infelices a merced de la clemencia del vencedor, y aqullos fueron condenados a ser quemados vivos por el repulsivo cretino y bastardo Steinmetz, que deseaba vengarse en ellos y, por adelantado, del real puntapi que infaliblemente le deba traer el estpido desperdicio de sus propias tropas. No s si es ms fcil representar o describir un horror semejante. Nuestro Salamandra, que reuna en s a la vctima y al testigo al escapar por los pelos del horrible suplicio, interrumpa en ocasiones el hosco silencio de fraile en el que encerraba su alma para decir alguna cosa. Pronunciaba entonces algunas palabras sumarias que ponan los pelos de punta, pero los estigmas que adornaban su cuerpo eran ms elocuentes que su mismo silencio. Haba podido salvar los ojos, pero no los prpados, semejantes a dos clavos de metal oscuro hundidos en dos tumores sanguinolentos; la nariz, los ojos, las orejas haban desaparecido y las tres cuartas partes del rostro estaban ennegrecidas, carbonizadas, como si una antorcha de lava ardiente hubiera pasado por l. Hubo que amputarle tres dedos de la mano izquierda y su claudicacin perpetua, dificultada por tics extraos, haca pensar que el resto de su persona debi de haber sufrido en carne propia la cruel familiaridad de las brasas. Me asaron en la grasa de unos pobres diablos, deca. Pues el fuego haba acabado por prender en esta masa de cuerpos humanos sobre la que caan maderos incandescentes... La pavorosa llama fue avivada, como en Bazeilles, por algunos chorros de petrleo? Slo Dios lo sabe. Sin embargo, los alemanes conocan esta costumbre y constitua el que estos regimientos de Baden o de Baviera fueran provistos de bidones y de teas de petrleo para prender fuego a casas y construcciones para sus ejrcitos un oprobio indecible, una infamia nunca vista desde el Bajo Imperio. Leccin til que no result de provecho para los festivos federados de 1871. Sea como fuere, la infausta localidad de Saint-Privat fue saqueada sin demasiadas dificultades, durante toda la noche, a la luz del blanco resplandor de ese espantoso foco de dolor. El Salamandra, apodado as porque pudo sustraerse a una agona cuyo horror deja en mantillas a la imaginacin, logr refugiarse en una especie de bodega en la que fue perseguido por el infierno bajo la forma atroz de lquidos hirvientes aceite mineral o alquitrn humano, no se sabe y en estas tinieblas del Hades, model su fantasmal rostro. Por ms lisiaduras que sufri, no pasaron ni cuatro meses cuando este hombre, al que la muerte no quera ni regalado, se encontraba entre nosotros en calidad de voluntario. Vala, a

fe ma, tanto como el mejor, sobre todo en las incursiones nocturnas, pues la aparicin de su rostro demoniaco infunda a menudo un gran terror. La nica mano que le quedaba vala, creo, por varias y pareca multiplicarse. Impedido para realizar algunas maniobras con el fusil era, sin embargo, el primero de todos en morder y en golpear. Entonces, su macabra faz se desplegaba en una suerte de risa que no era contagiosa del todo, respondo de ello, y gritaba histricamente de voluptuosidad, como un enamorado. Cuando acababa el combate su alegra cesaba y nada, absolutamente nada, podra dar una idea de la tristeza del desdichado, al que se oa llorar sordamente toda la santa noche. Surga de l, como una flor negra, una sombra y tuberosa melancola que nos sofocaba... Muy bondadoso, siempre que no viera a los prusianos, espectro honrado y soldado excelente, ajeno a las murmuraciones, se aceptaba tanto por misericordia como por miedo a la opresin moral y fsica que causaba su temible presencia. De hecho, nadie lo molestaba y pasaba las horas muertas, inmvil, sentado en el suelo, con la frente inclinada sobre las rodillas pegadas y con la cabeza hundida en el hueco de sus brazos. Uno de sus compatriotas explicaba que haba sido un muy valiente burgus, labrador, amante de su mujer y su hija como un bonzo fantico adora a sus dolos, y que habindose convertido en un fantasma, conversaba amigablemente con sus fantasmas. Me pregunt con frecuencia en qu poda consistir la vida, la patria, el mismo Dios, para una miseria tan profunda... No supimos sino hasta muy tarde y en el ltimo instante cun espectral era, cuando descubrimos que nuestro Salamandra era, apasionadamente, un profanador de sepulturas. Sin otro alimento, en los ltimos meses, que su odio por los alemanes, nada era capaz de saciar esta pasin nica, ni siquiera el que murieran, hecho que prodig cuanto pudo, y que en determinadas circunstancias, saba hacerla saborear con parsimonia. Su muerte! Ah, s! Apenas le bastaba! Hubiera querido poder daarlos en su parte imperecedera,en lo que por convencin llamamos su alma inmortal, siempre, claro est, que se nos permita presumir que semejantes bestias tienen alma. Carente del poder sobrenatural de evocar ante su corazn de verdugo los fluidos espritus de los difuntos, se encarnizaba con los cadveres, horriblemente persuadido de que el Requiescant in pace no era una frmula vana y que caba, de algn modo, afligir a los muertos profanando sus sepulturas. En cualquier caso no faltaban oportunidades para intensificar el duelo de sus deudos. Algunos de los testimonios recogidos tras la destruccin del vampiro, y los pormenores que podan adivinarse, bastaban para trastornar el entendimiento. Se hall en l un puado de papeles robados a los cadveres y cartas escritas de su puo y letra que hubieran podido datarse en el infierno. Tales cartas, redactadas en el estilo moderno de las esquelas mortuorias y que fueron quemadas entre temblores, informaban a las madres, a las viudas, a los hijos, amigos o novias de Alemania, de ciertos sacrlegos actos realizados en la oscuridad en los lamentables cuerpos, convenientemente exhumados, de sus difuntos, con el discernimiento diablico de un aparecido. Naturalmente, conoca la tradicin gtica de las inhumaciones misteriosas de las que he hablado y su olfato era el de un chacal para desvalijar tesoros de esa clase. Muri con su pecado, al inicio del Armisticio, al carecer de objeto su existencia. Para qu vivir?, se deca a s mismo. He aqu el meollo, como nos ha sido posible reconstruirlo por va de induccin o deduccin. En un muy feroz combate librado en las inmediaciones de la desgraciada localidad de Bellme, en el Departamento de lOrne, los prusianos, tras haber visto morir a uno de sus

oficiales ms jvenes, muy querido por ellos, segn pareca, intentaron enterrarlo clandestinamente, segn su costumbre, en un comedero de madera, un comedero de cerdos que encontraron en el corral de un campesino. Lo pusieron en ese extrao fretro, con el sable a un lado, tendiendo cerca de l, a ras de suelo como un guardia de corps para la eternidad, a un soldado raso muerto ese mismo da. El suelo haba sido cuidadosamente apisonado sobre la doble tumba y el emplazamiento marcado con una enorme precisin. Dos meses despus, al da siguiente de la firma del Armisticio, tres alemanes fueron a visitar, antes del amanecer, el fnebre lugar y encontraron, al lado de la fosa abierta, que despeda un hedor insoportable, al Salamandra agachado sobre los dos cadveres a los que en la putrefaccin, burlonamente, mutilaba... Teterrima facies doemonum!... La aparicin de este horripilante rostro en semejantes circunstancias, en semejante hora y en semejante lugar debi de ser terrible para esos brbaros, hasta el punto de que el mdico certific que uno de los alemanes muri repentinamente a causa de un aneurisma. En cuanto a los otros, vertieron valerosamente toda la sangre que corra por sus venas y sus cuerpos reventados a base de golpes fueron separados con enorme dificultad del cadver amoratado del Salamandra Vampiro.

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