Faro Del Fin Del Mundo

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EL FARO DEL FIN DEL MUNDO.

LA CRISIS ARGENTINA DE 2001 O CMO NAVEGAR ENTRE EL RIESGO Y LA SEGURIDAD*


WALDO ANSALDI**
A mi hijo Marco, nacido cuando la crisis se incubaba, con la esperanza de que sta sea, en su futuro, slo un recuerdo de sus padres.

Tres metforas: 1. Metfora del descenso de los barcos Segn la conocida expresin de Carlos Fuentes, los argentinos descienden de los barcos, a diferencia de peruanos y mexicanos, que lo hacen de incas y aztecas, respectivamente. Empero, un siglo despus, los descendientes de los europeos que llegaron al Ro de la Plata en sucesivas oleadas han dado la espalda al mar al cual slo ven, a lo sumo, en vacaciones, han perdido la brjula, el sextante, el cuaderno de bitcora y el propio arte de navegar. 2. Metfora del Titanic Argentina En abril de 1912, realizando su primer viaje y tras cinco das de navegacin, el trasatlntico Titanic -presentado como una maravilla de la poca y con la pretensin, verdadera garanta, de hundimiento imposible- se fue al fondo del Atlntico en apenas tres horas, tras el choque con un iceberg. Como dijo una publicacin de la poca, la nave se inclin lentamente hasta quedar recta y luego se fue a pique. El lujoso barco llevaba a bordo 2.224 personas, pero botes salvavidas -considerados innecesarios- para slo la mitad de ellas. Por aadidura, la evacuacin fue tan desorganizada que muchos botes se lanzaron al mar antes de completar su capacidad. Por cierto, el navo llevaba pasajeros riqusimos e inmigrantes pobres, y aunque

Texto preparado para participar, en calidad de profesor visitante, en La crisi que no acaba: Argentina des de la histria i des de leconomia, curso ofrecido en la XX Edici de la Universitat d'Estiu de Gandia (un projecto cultural organizado conjuntamente por la Universitat de Valncia Estudi General (UVEG) y el Ajuntament de Gandia), realizado en esa ciudad espaola entre el 14 y el 18 de julio de 2003 y dirigido por el Dr. Joan del Alczar, a quien agradezco su muy cordial invitacin. Retomo aqu, y amplo, argumentos expuestos en Ansaldi (2002; 2003a y 2003b). Se trata de resultados parciales alcanzados en el proyecto de investigacin S 004, Nacin, ciudadana y derechos humanos en los pases del Mercosur, el cual se realiza mediante un subsidio de la Programacin 20012003 de la Secretara de Ciencia y Tcnica de la Universidad de Buenos Aires. Investigador del CONICET con sede en el Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires. Profesor titular de Historia Social Latinoamericana en la misma casa. Investigador del Centro de Investigaciones Socio-Histricas, Universidad Nacional de La Plata. E-mail: mailto:[email protected]
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hubo muertos entre los primeros, fue entre los segundos donde se cont la mayor cantidad de ellos, en un final con la orquesta del saln de primera clase tocando sus melodas. En los aos noventa, el menemismo le vendi a la sociedad argentina su Titanic, ahora bajo la forma de un pasaje al Primer Mundo, a las nuevas maravillas de fin de un milenio y comienzos de otro. La apertura de la economa -una apertura a las importaciones, en rigor-, la desregulacin y las privatizaciones de las empresas pblicas y la ley de convertibilidad fueron presentadas como la garanta de no hundimiento. Como en el Titanic, en el naufragio argentino tampoco hay salvavidas para todos, pero en l, a diferencia de aqul, las mujeres y los nios no tienen la prioridad en las tareas de salvamento, ni el responsable de la nave se va a pique con ella. 3. Metfora del Faro del Fin del Mundo En 1884 se erigi, en la Isla de los Estados, un territorio inhspito barrido por el viento y las lluvias, separado de Tierra del Fuego por un estrecho agitado y borrascoso, el Faro de San Juan de Salvamento, ms conocido como "Faro del Fin del Mundo" gracias a la clebre novela de Julio Verne (Le Phare du Boute du Monde, 1905). El faro era la nica luz que tenan los navegantes en el mar austral y fue gua de infinitos barcos que iban hacia el ocano Pacfico. Empero, no era inusual que las embarcaciones zozobraran por la combinacin de olas inmensas y rocas traicioneras. En tales ocasiones, los torreros y los marineros de la subprefectura naval salan de inmediato en su rescate. El faro dej de funcionar en 1902, siendo reemplazado por otro construido en la cercana Isla Observatorio, y estuvo abandonado hasta fines del siglo XX, cuando fue reconstruido, entre 1997 y 1998, en buena medida merced a la iniciativa de ocho marineros franceses. Antes de la crisis: cambios en la estructura social La sociedad argentina se ha modificado sustancialmente a lo largo de las dos ltimas dcadas del siglo XX, especialmente durante la de 1990. Aun cuando hay mucho por investigar, estudios parciales permiten aprehender parte de la magnitud alcanzada por el complejo proceso, por lo general asociado con la idea de desmantelamiento del Estado de Compromiso Social, la versin latinoamericana y a la latinoamericana del Welfare State europeo surgido del consenso keynesiano y/o de las estrategias socialdemcratas.

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Cuadro 1: DISTRIBUCIN DE LA POBLACIN ECONMICAMENTE ACTIVA URBANA, SEGN CLASES Y ESTRATOS SOCIALES EN 1980 Y EN 1995 (en porcentajes)
Clases y estratos sociales Clase alta (gran burguesa) Clase media Autnoma Asalariada Desocupada Clase obrera estable Autnoma Asalariada Desocupada Estrato marginal Ocupado Desocupado Total PEA 12 2 100 7 31 1 14 18 7 100 1980 1 46 12 34 0 39 4 24 6 25 1995 1 40 10 26 4 34

Fuente: Jorge Halpern, La decadencia de la clase media, Clarn, 18 de agosto de 1996, Segunda seccin, p. 5.

El cuadro 1 contribuye a dar una imagen parcial de las transformaciones operadas en la estructura social argentina en el tiempo indicado. Pero est claro que la alteracin producida en la distribucin cuantitativa de las clases y en la propia composicin de cada una de ellas va mucho ms all de los porcentajes indicados en el cuadro. Hay todo un universo por develar, dentro del cual se incluyen las dimensiones materiales, culturales, simblicas, polticas. Pero tambin los cambios operados en el propio Estado -que es un cambio en su forma, no en su matriz de clase- y en las relaciones entre l y la sociedad. El nuevo Estado se bati en retirada precisamente en aquellas reas donde su precedente -bajo la denominacin genrica de Estado nacional-popular, conceptualmente Estado de Compromiso, definicin mucho ms
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precisa y ajustada, en nuestro caso, que el de Bienestar Social, a menudo invocado demasiado rpidamente- haba obtenido algunos logros nada desdeables: en el de la integracin social de vastas masas excluidas de la ciudadana social y -en el caso latinoamericano, mas no en el argentino- de la ciudadana poltica.1 La generalizacin de la pobreza a crecientes sectores de la sociedad se produce tanto horizontalmente -en extensin-, cuanto verticalmente -en profundidad o intensidad. No slo hay ms pobres que en el pasado inmediato, sino que quienes son pobres son cada vez ms pobres. Pero tambin -muy significativamente- la generalizacin de la pobreza se extiende en una dimensin socialmente heterognea, incluyendo ahora en su universo a los denominados nuevos pobres provenientes de la clase media. La clase media ya no es lo que era antes En efecto, todos los indicadores dan cuenta de la notable cada de la clase media, ms all de las dificultades que suele presentar su definicin terica y su identificacin emprica. Es bien sabido que, en el imaginario social local, la argentina ha sido una sociedad tradicionalmente considerada como de fuerte presencia de clase media, particularmente por el peso cuantitativo creciente -desde 1895- de profesionales liberales, empleados y trabajadores de cuello duro y por las notables facilidades de movilidad social ascendente brindadas por un amplio sistema de acceso a la educacin. La sociloga Mara del Carmen Feijoo sealaba, aos atrs, que la representacin simblica de la clase media del imaginario nacional era la familia de Mafalda, la gran creacin de Joaqun Lavado (Quino): familia tipo, con un proveedor masculino del nico ingreso familiar ocupado en el sector servicios, madre ama de casa, vivienda en departamento y una carrera continua y exitosa dirigida a la provisin del confort familiar [auto, vacaciones, libros, televisin], basada en el endeudamiento a crdito previsible y afrontable. Durante los aos 1960 y 1970, aade la autora, se consolid el estilo de vida tpico de una familia de clase media.2

Con todo, en Argentina la ciudadana poltica se hace efectivamente universal -al concedrsele a las mujeres el derecho de sufragio- en 1947, bajo el peronismo, que es un Estado de Compromiso o, si se prefiere, nacionalpopular.
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Mara del Carmen Feijo, Todava resiste, en el Debate Desaparece la clase media?, diario Clarn, Buenos Aires, 19 de agosto de 1996, p. 12. La segunda intervencin es de Susana Torrado, Ahora la amenaza la pobreza, en p. 13.

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La visin estereotipada del imaginario social parece confirmada por algunos trabajos cientfico sociales, como el clsico de Gino Germani o el muy posterior de Susana Torrado.3 No obstante su peso histrico, esa imagen ha sido fuertemente debilitada por los cambios de las ltimas dcadas. En un artculo periodstico, Torrado -quien mejor ha estudiado las transformaciones de la estructura social argentina en la segunda mitad del siglo XX- ha sealado que entre 1980 y 1995, la clase media disminuy, porcentualmente, seis puntos: en 1980, conforme los datos censales, la clase media representaba el cuarenta y seis por ciento de la fuerza de trabajo, no padeca desocupacin significativa y la composicin interna de los internos se distribua aproximadamente entre un cuarto de autnomos y tres cuartos de asalariados. En 1995, en cambio, los datos disponibles indicaban un descenso al 40 %, con una desocupacin interior del 10 por ciento y una variacin en la relacin entre autnomos y asalariados en detrimento de estos ltimos. En el mismo perodo, la clase obrera cay del 39 al 34 por ciento y la marginalidad se increment del 14 al 25 % de la poblacin del pas. En opinin de Torrado, la clase media se ha pauperizado en trminos absolutos -en tanto sus sectores ms modestos han cado por debajo de la lnea de pobreza- y relativos -toda vez que quienes estn por encima de sta experimentan una drstica prdida del nivel de vida. Consecuentemente, los veinte aos que median entre el rodrigazo4 y el ajuste cavallomenemista estn lejos de ser nada y s son ms que algo. Ellos marcan una disminucin del peso relativo de la clase en la estructura social argentina. En ese lapso, anota Susana Torrado, la clase media: 1) conoce la desocupacin; 2) sufre un sensible deterioro de sus empleos debido a la devaluacin de las credenciales educativas, en tanto se ocupan posiciones de menor jerarqua poseyendo ttulos del mismo nivel); 3) vive la extensin de la precariedad; 4) pierde ingresos y niveles de bienestar; 5) se ha tornado vulnerable a la pobreza; 6) ha perdido -por el bloqueo de la permeabilidad social- uno de sus privilegios ms preciados: el poder de transitar la vida en trminos de proyecto; 7) en el registro simblico ve desdibujar sus lmites y

3 Gino Germani, Estructura social de la Argentina. Anlisis estadstico, 1 ed., Editorial Raigal, Buenos Aires, 1955; reedicin facsimilar, Ediciones Solar, Buenos Aires, 1987, y Susana Torrado, Estructura social de la Argentina 19451983, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1992.

As se denomina al paquete de medidas econmicas tomadas por el ministro Celestino Rodrigo y la presidenta Isabel Martnez de Pern, a mediados de 1975. Bien puede ser considerado el final del modelo de industrializacin de sustitucin de importaciones y la poltica redistributiva favorable a los trabajadores y a la clase media que haba caracterizado la versin argentina del Estado de Compromiso Social o Estado Protector.
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deteriorar su prestigio de clase.5 Sin embargo, como acota Feijo, los integrantes de la clase media an tienen un nivel educativo ms alto que los de abajo -que procuran mantener en sus hijos- y disponen de estrategias alternativas de adaptacin a la crisis, a lo que suman un capital cultural distinto, proyecto de vida, trayectorias y circuitos que constituyen hoy el capital que les queda: su capital humano. En fin, en las interpretaciones de ambas socilogas hay un matiz diferenciador: mientras Feijo cree que la clase media todava tiene un proyecto de vida, Torrado interpreta -y coincido con ella- que a ste lo ha perdido. Empero, si el impacto experimentado por la clase media es negativo, l es an mayor entre los de abajo. La distancia entre una y otros es todava abismal, dice Mara del Carmen Feijo. Si las desgracias de la clase media son percibidas como incomprensibles ataques del gobierno, argumenta Susana Torrado, es slo por perder de vista que, aun con su deterioro, ella todava tiene algo que perder. A los de abajo [en cambio] ya no puede sacrseles nada sin poner en peligro su reproduccin poblacional. El nuevo orden econmico, poltico y cultural argentino es, como todos los inspirados en los mismos principios, generador de nuevas y mayores desigualdades, las cuales son reforzadas por el cierre social, es decir, el proceso mediante el cual determinados grupos sociales se apropian de y reservan para s mismos -o bien para otros, generalmente allegados a ellos- ciertas posiciones sociales. El cierre social se aprecia tanto en niveles microsociolgicos atribuir una posicin a una persona dada, y no a otras, por razones de discriminacin, por ejemplo- cuanto en el nivel macrosociolgico -el que ms nos interesa aqu y ahora-, en el cual se produce una distribucin discriminatoria de un conjunto de indicadores -ingresos, autoridad, poder, propiedad, empleo y privilegio- en favor de grupos especficos de individuos en detrimento o con exclusin de otros.

Susana Torrado, Ahora la amenaza la pobreza, loc. cit. 6

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El incremento de la infraclase Si las cadas cuantitativas de las clases media y obrera son notables, el brutal incremento de la marginalidad es impresionante. Unas y otro inciden fuertemente en el nuevo mapa social argentino. Esa considerable proporcin de hombres, mujeres y nios marginales constituye un drama humano, un testimonio de la incapacidad del actual gobierno para solucionarlo y -aunque sea poco elegante decirlo- tambin un problema terico, en este caso, para las ciencias sociales, en primer lugar para nominarlos. De all la aparicin de expresiones tales como sector informal urbano (SIU), nuevos pobres (nupos) u otras, que son, a lo sumo, categoras descriptivas, mas no analticas. A propsito de ello, la sociloga britnica Rosemary Crompton se inclina -como otros autores- por el trmino muy problemtico de infraclase, que tiene -por lo dems- una larga historia, durante la cual no siempre se ha apelado a esta palabra, aun cuando la idea fuese la misma, como en el caso de la muy conocida lumpenproletariado, de cuo marxiano. En trminos muy generales, puede decirse que infraclase describe a los que se encuentran en una pobreza persistente y que, por cualquier razn, no son capaces de [yo prefiero decir: no pueden] ganarse la vida dentro de los procesos dominantes de produccin, distribucin e intercambio. Vale decir, la infraclase se define por su falta de relacin estructural directa con estos procesos. Quizs por ello ha habido una tendencia constante a conceptualizarla a partir de sus supuestas caractersticas, antes que de su relacin con otras clases, y estas caractersticas han solido ser negativas (Crompton, 1994:197-198). Pero debe quedar claro que la infraclase no es generada por los actuales cambios dentro del capitalismo. Como bien dice Crompton, ella ha existido y existir siempre en el capitalismo competitivo. Es esa dimensin temporal la que ha servido al pensamiento de derecha para sostener -hoy y en el pasado- que la responsabilidad de la pobreza es exclusiva de los propios pobres.6 Lo que s es, si no nuevo al menos decisivo es el crecimiento del nmero de hombres y mujeres de la infraclase, el tamao de sta. Diferentes investigaciones sociolgicas en Europa occidental y en Estados Unidos han permitido trazar los nuevos mapas de clases, en los cuales la infraclase aparece identificada por una serie de factores relacionados entre s, que Crompton resume en cuatro: 1) aumento de la desocupacin de larga duracin; 2) incremento del nmero de hogares con familias monoparentales, en las
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El presidente Menem expresaba muy bien esa posicin cuando deca, dirigindose a los ms humildes: Entre ustedes, pobres habr siempre. 7

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cuales el progenitor suele ser la madre; 4) la concentracin espacial de los miembros ms pobres de la sociedad en reas urbanas degradadas y en viviendas miserables proporcionadas por autoridades locales; 4) la dependencia econmica de estos grupos de la provisin pblica del Estado de bienestar. El debilitamiento, cuando no la desaparicin de ste y de las formas emparentadas -como nuestro Estado de compromiso-, agrava la condicin de vida de los hombres, mujeres y nios de la infraclase. En el caso de Estados Unidos, estos rasgos se asocian sistemticamente con la etnicidad. Ello se aprecia tambin, en buena medida, en el caso argentino, particularmente con los inmigrantes latinoamericanos mestizos. En el plano del lenguaje, es comn la referencia -siempre despectiva- a chilotes, paraguas, bolitas, perucas, para aludir, respectivamente, a chilenos, paraguayos, bolivianos, peruanos. Los uruguayos suelen salir mejor parados -quizs por ser tnicamente ms parecidos a los propios argentinos, al menos a los de la europeizada conglomeracin de la Capital Federal y el Gran Buenos Aires. En cuanto a los brasileos, no son pocos quienes prefieren seguir pensando en ellos segn una decimonnica expresin: macacos. Nufragos en los mares del sur El 24 de octubre de 1999, la ciudadana argentina -harta de menemismo- vot mayoritariamente (48,5 % contra 38 % del candidato justicialista, Eduardo Duhalde) por la Alianza y su programa en favor de la tica. Dos aos despus, toda la esperanza puesta en el nuevo gobierno no slo se haba esfumado, sino que haba exacerbado hasta el lmite la tolerancia popular. Los resultados electorales del 14 de octubre de 2001 -una verdadera catstrofe para la Alianza- fueron, en ese sentido, muy elocuentes. Como antes Menem, De la Ra aplic el modelo neoliberal, siguiendo las preceptivas del denominado Consenso de Washington. Los efectos de las polticas prescriptas por el mismo se hicieron y hacen sentir fuertemente sobre la sociedad argentina, la que est atravesando una etapa de cambios estructurales sustanciales cuya manifestacin ms visible es la redefinicin de las clases sociales y su participacin en la distribucin de la riqueza. Los indicadores son ya abrumadores. Lo son an ms si se los observa en la perspectiva de la media duracin. Si, por ejemplo, se analiza la situacin en el Gran Buenos Aires, la participacin en la distribucin del ingreso de los sectores ms pobres (10 %) y ms ricos (10 %) ha experimentado un descomunal incremento de la desigualdad entre ambos extremos. As, en 1974 -un ao clave para la comparacin, pues se trata del ao previo al rodrigazo-, el 10 % ms rico de la poblacin se apropi del 28,2 % de la riqueza, en contraposicin con el 2,4 % que percibi el 10
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por ciento ms pobre. En 2001, en cambio, esos porcentajes se haban convertido en 37,3 y 1,3 por ciento, respectivamente. De modo tal que la brecha pas de 12,3 a 28,7 a lo largo del ltimo cuarto del siglo XX. Tal brutal diferencia es hoy an mayor que en el difcil ao 1989, el de la primera hiperinflacin, cuando el 10 por ciento ms rico se apropi del 41,6 % de la riqueza, contra 1.8 por parte del decil ms pobre (brecha de 23,1 veces). Se ha producido, pues, un claro incremento de la riqueza de los ms ricos y de la pobreza de los ms pobres, tal como muestra el cuadro 2. La movilidad social se hizo fuertemente descendente. Cuadro 2 en pgina siguiente.

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Cuadro 2: PARTICIPACIN Y BRECHA DE INGRESOS

EN LOS DECILES EXTREMOS DEL GRAN BUENOS AIRES, 1974-2000


Ao Deciles de ingreso Primer decil 1974 1980 1981 1982 1984 1985 1986 1987 1988 1989 1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 2,3 2,6 2,5 2,4 2,3 2,6 2,5 2,0 2,0 2,3 2,3 2,4 2,4 1,9 1,9 1,7 1,6 1,6 1,5 1,5 1,4 1,3 Dcimo decil 28,2 33,0 35,0 33,7 34,6 33,3 34,6 26,1 36,0 41,5 35.3 36,4 34,5 34,8 34,8 37,3 36,3 35,3 36,9 36,1 36,6 37,3 Brecha 10 % ms rico vs 10 % ms pobre 12,3 12,7 14,0 14,0 15,0 12,8 12,8 18.1 18.0 23,1 15,3 15,2 14.4 18.3 18.3 21,9 22,7 22,1 24,6 24,1 26,1 28,7 De la Ra Menem 2 Menem 1 Alfonsn Dictadura Pern Gobierno

Fuente: Equis. Equipos de Investigacin Social, Distribucin del ingreso y cada de la clase media en el ltimo ao, Buenos Aires, febrero de 2001, para los aos 1974-200; diario Clarn, Buenos Aires, 31 de marzo de 2002, p. 10, para octubre de 2002.

Cuando la dictadura cay, en 1983, los pobres eran ms o menos tan pobres como al comienzo de ella, pero el decil ms rico, en cambio, haba incrementado su apropiacin de riqueza. A su vez, los gobiernos democrticos de Ral Alfonsn, Carlos Menem y Fernando De
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la Ra concluyeron sus respectivos mandatos con el triste balance de dejar mayor desigualdad que la existente al hacerse cargo de los mismos, aunque el primer gobierno de Menem finaliz con una ligera disminucin de la misma respecto de 1989, el ao de la primera hiperinflacin. En una sociedad en cuyo imaginario estaba fuertemente admitida la inexistencia de notables desigualdades y en la cual la movilidad social slo era concebible -especialmente mediante la adquisicin de educacin y saberes- como ascendente, la brutal irrupcin de fenmenos inversos ha producido, entre otras manifestaciones, una notoria alteracin de la identidad. A la hora del naufragio, Argentina ya no cuenta con empresas estatales; ha disminuido el nmero de empresas de capital nacional; el parque industrial fue desmantelado; el ahorro fue confiscado; la deuda externa se torn impagable; el desempleo alcanz el pico histrico ms alto; el nmero de hombres, mujeres y nios que revuelven la basura en las calles de las grandes ciudades buscando papeles, cartones y latas para vender y comida para alimentarse se han tornado un dato de la vida cotidiana; los partidos polticos ya no son percibidos como canales de representacin legtimos; el delito se multiplica; la corrupcin se expandi an ms; la sociedad lleg a una situacin de anomia, si no de descomposicin... Los indicadores oficiales dan cuenta de la peor distribucin de los ingresos desde que la misma es objeto de medicin en el pas, pero no es aventurado sostener que se han alcanzado niveles jams conocidos antes. Expresin de esa desigualdad son los ms de catorce y medio millones de pobres -y dentro de ellos los nupos, expresin, ya se ha dicho, de la debacle de la clase media-, la aparicin y difusin del llamado robo famlico en los campos bonaerenses,7 las peleas entre pobres ocupados y hambrientos sin trabajo,8 el incremento fenomenal de la
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En el campo, los pobres recurren ms al robo famlico para comer, en Clarn, Buenos Aires, 24 de febrero de 2002, p. 20. El robo famlico es, en realidad, un hurto, pues no apela a la violencia. Se produce en zonas rurales prximas al conurbano bonaerense y en poblaciones del interior de la provincia de Buenos Aires. Se hace para buscar alimento -choclos, vacunos, aves de corral, caballos- para consumo propio (individual y familiar) o bienes pequeos de fcil reventa. A diferencia del secular robo hormiga, de nula o escasa incidencia econmica, el famlico produce efectos econmicos considerables en los propietarios afectados, tambin ellos insertos en un contexto de crisis.

Como la ocurrida en el Mercado Central, en el Gran Buenos Aires, el 14 de enero de 2002. Vase Otra cara de la pobreza: dura pelea entre changarines y desocupados, en Clarn, Buenos Aires, 15 de enero de 2002, p. 14. El diario la sintetiza en estos trminos: Unos 500 indigentes fueron a pedir comida al Mercado Central y cortaron la entrada. Los changarines vieron peligrar los 10 pesos de su jornal y los corrieron a palazos. Hay acusaciones de manejos polticos.

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desercin escolar (de una intensidad tal que, en la provincia de Buenos Aires, oblig a los maestros a buscar a los alumnos en sus casas, para que vuelvan al colegio, al que no pueden ir porque sus padres no tienen dinero para comprarles el calzado y/o los tiles). Es necesario llamar la atencin sobre la situacin de jvenes y adolescentes, no slo por lo grave de la situacin actual de la mayora de ellos, sino mirando la sociedad argentina en prospectiva. Segn datos oficiales, en octubre de 2001 haba en todo el pas 12.692.200 menores de 18 aos, es decir, nios y adolescentes. Constituan un tercio de la poblacin total. De ellos, 7.082.200 (55.8 %) vivan en hogares pobres. Entre 1997 y 2001, el nmero de menores pobres se increment dos millones, con un aumento porcentual de casi doce puntos (en 1997 eran 44 %). La mayor incidencia de la pobreza se observa en la banda etaria de 6 a 12 aos (58 %), es decir, en la de escolaridad primaria. En tanto, el desempleo se ha acentuado en los jvenes de 15 a 18 aos, el 38,5 % de los cuales careca, en octubre de 2001, de trabajo (contra 30 % en octubre de 2000).9 Nios, adolescentes y jvenes sin educacin, sin trabajo, pauprrimos, con serios deterioros fsicos y mentales y una expectativa de vida cuantitativa y cualitativamente disminuida. Con datos como sos, no cuesta imaginar mucho cmo ser la sociedad argentina dentro de quince-veinte aos. Los indicadores posteriores muestran un agravamiento de la situacin social. As surge del tradicional relevamiento realizado por el Instituto Nacional de Estadstica y Censos (INDEC) en el mes de mayo -el otro es en octubre- de cada ao. Ya bajo el gobierno del presidente Eduardo Duhalde, los pobres eran, en mayo de 2002, 18.500.000 (53 por ciento de la poblacin argentina), de los cuales casi nueve millones en condicin de indigencia. En la provincia de Formosa, el porcentaje de pobres llegaba a 78,3, mientras en las ciudades de Concordia (Entre Ros) y Posadas (Misiones) era de 71,7 y 69,1, respectivamente. A su vez, la Ciudad Autnoma de Buenos Aires, la Capital Federal del pas, registraba 19,3 % de sus habitantes en condicin de pobreza, pero en un espacio geogrfico prximo -Florencio Varela, Moreno, Merlo, Tigre, La Matanza, en el Gran Buenos Aires- el ndice ascenda a 69,9 por ciento.10

Vase Hay 7 millones de adolescentes y chicos que viven en la pobreza, en Clarn.net, edicin electrnica, mircoles 17 de abril de 2002, Seccin Economa (www.clarin.com.ar). Puede verse tambin en la edicin en soporte papel del mismo da.

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El 53 % de los argentinos est por debajo de la lnea de pobreza, en Clarn, 22 de agosto de 2002, p. 4; Hiperpobreza con hiperindigencia agregada, en Pgina 12, Buenos Aires, 22 de agosto de 2002, pp. 2-3. 12

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Todas estas cifras y otras que se vern ms adelante que incluso pueden ser ms graves- resultan escandalosas en un pas que es uno de los ms grandes exportadores de productos agrcolas del mundo. Desigualdad social con sus puntos de distancia ms alejados; altas tasas de desempleo; subempleo y empleo en negro; deterioro del nivel de vida de la mayora de la poblacin; incremento de la delincuencia y la inseguridad; violencia policial indiscriminada; amputacin del futuro de millones de nios y adolescentes (por deterioro de la salud, incluso en trminos irrecuperables, de la educacin, de la dignidad); prdida de soberana econmica; poltica exterior atada acrticamente a la norteamericana; irrepresentatividad de las instituciones representativas (partidos polticos, sindicatos, asociaciones empresariales) y de las del propio Estado, en particular los Poderes Legislativo y Judicial)... He ah algunos componentes de cualesquier balance que quiera hacerse de poco ms de una dcada de aplicacin del modelo neoliberal. Una cuestin clave es que la crisis social se ha soldado con la crisis econmica (cuya manifestacin ms visible es la recesin iniciada en 1998) y la crisis poltica. La economa argentina, conviene tener en cuenta, tuvo su ltmo momento de crecimiento en el tercer trimestre de 1998, pero ya desde 1995 se observaban indicadores preocupantes, tales como contraccin de la demanda, fuerte reduccin de las inversiones y rpido incremento del endeudamiento. A partir del ltimo trimestre de 1998, la economa comenz a decrecer, pari passu las crisis del sudeste asitico y rusa, siendo ya notable en enero de 1999, tras la devaluacin del real en Brasil. A lo largo de 2001 fue especialmente perceptible la importante fuga de depsitos del sistema financiero, acompaada de una simultnea cada de las reservas del Banco Central. La situacin se hizo ms grave en el segundo semestre de ese ao, cuando se produjeron una muy fuerte contraccin del crdito y abruptos descensos en el consumo, la inversin y la actividad econmica en general. Al mismo tiempo, el llamado riesgo pas lleg a 4.000 puntos. En pocas palabras, un escenario dominado por la marcada desconfianza respecto de la continuidad de la poltica cambiaria (esto es, la ley de convertibilidad), la capacidad del sistema bancario frente a la formidable corrida de fondos y la del gobierno para contener el dficit fiscal sin financiamiento externo ni interno. En los ltimos cinco aos, la economa argentina se redujo 20 %, siendo el trimestre enero-marzo de 2002 el peor de la historia econmica reciente del pas con una cada del 16,3
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por ciento del PBI. Se trata de los meses en los cuales se declar el default de la deuda pblica, se devalu el peso (fin de la convertibilidad) se pesificaron las deudas bancarias y se confiscaron los depsitos en dlares (el lllamado corraln). El primer indicador de cierta recuperacin se produjo durante el primer trimestre de 2003, perodo durantte el cual la economa experiment una suba del 5,4 % respecto del mismo perodo de 2002, tendencia que pareca mantenerse en el trimestre siguiente (datos oficiales todava no dados a conocer). No obstante, conviene ser cautos: la industria trabaja al 70 % de su capacidad potencial, la desocupacin sigue siendo elevada, la inversin cay 60 % y no hay reposicn de lo amortizado. El supervit comercial registrado al cabo de 2002 -16.300 millones de dlares, una cifra rcord- qued anulado por una fuga de capitales de igual magnitud.11 Histricamente, una soldadura de tres crisis ha constituido siempre -y sigue constituyendo- una situacin con un nivel potencial de disrupcin muy alto. Pero, como se sabe, condiciones de posibilidad no conllevan necesariamente condiciones de realizacin. Las crisis son momentos o estados transitorios, son parte de un proceso, esto es, de un desarrollo (o de una evolucin, si se prefiere una expresin clsica). Por tanto, tienen un desenlace, si bien no hay un patrn de duracin previsible. En una situacin de crisis se expresan contradicciones y rupturas, tensiones y desacuerdos, de una intensidad tal que los actores -individuales y colectivos- vacilan respecto de las decisiones a tomar, el camino a seguir y las acciones a realizar, al tiempo que las normas, las reglas y las instituciones hasta entonces existentes dejan de ser observadas y reconocidas, en mayor o menor medida, llegando, en el lmite, a ser concebidas como un obstculo para el desarrollo de la sociedad, al tiempo que las nuevas propuestas no terminan de ser elaboradas o, estndolo, asumidas como eficaces y/o pertinentes. As, las grandes crisis definen momentos histricos en los cuales, como deca Antonio Gramsci, lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer. Y estas ambigedad e irresolucin ponen de relieve a ese componente fundamental de toda crisis que es el tiempo. En tiempos de crisis, en efecto, quienes las viven experimentan sensaciones confusas derivadas de una comparacin entre el presente, el pasado y el futuro, comparacin en la cual el presente es percibido como miseria e incluso como drama o tragedia -frente a un pasado con certezas que se ha perdido y que
Segn La economa creci por primera vez en ms de cuatro aos, en Clarn, Buenos Aires, 20 de junio de 2003, p. 18, y Una pesada herencia econmica y social para el prximo presidente, en Clarn, 27 de abril de 2003. Publicacin electrnica en http://www.catedras.fsoc.uba.ar/udishal
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muchos rememoran como mejor de lo que fue o prescindiendo de las razones que provocaron la crisis y, por ende, el presente-, al tiempo que el futuro aparece como angustia, incertidumbre. Las crisis son fenmenos histricos usuales, mas la conjuncin o soldadura de crisis econmica, social y poltica no lo es tanto. Menos frecuentes an son las crisis de mayor intensidad, las que Gramsci llam crisis orgnicas y defini en estos trminos: En cierto momento de su vida histrica, los grupos sociales se separan de sus partidos tradicionales, esto es, los partidos tradicionales con una forma organizativa dada, con los determinados hombres que los constituyen, los representan y los dirigen ya no son reconocidos como expresin propia de su clase o fraccin de clase. Cuando estas crisis se verifican, la situacin inmediata deviene delicada y peligrosa, porque el campo queda abierto a las soluciones de fuerza, a la actividad de potencias oscuras representadas por hombres providenciales o carismticos (Gramsci, 1975, vol. 3: 1602-1603). La caracterstica esencial de las crisis orgnicas es la de ser crisis de hegemona. Es una crisis de autoridad de la clase dirigente, que deviene slo dominante, y de su ideologa, de la cual las clases subalternas se escinden. En una situacin tal, argumenta Gramsci, los partidos polticos tradicionales se han tornado anacrnicos y se encuentran separados de las masas, suspendidos en el vaco. Hay, pues, una ruptura entre representantes y representados.12 Ahora bien, en una crisis orgnica, la capacidad de reacomodo de la clase dirigente o dominante es mayor y ms rpida que la de las clases subalternas. Ello le permite -incluso realizando sacrificios y/o formulando propuestas demaggicas- mantener el poder, reforzarlo y emplearlo para destruir al adversario. La crisis orgnica tambin puede resolverse, si bien menos frecuentemente, por la iniciativa poltica directa de las clases subalternas. En este caso, la multiplicidad de fuerzas y partidos polticos de tales clases confluye en una nica organizacin poltica, la cual es quien mejor representa y resume las necesidades de toda la clase. Si se produce esta segunda salida, la solucin es orgnica. Pero igualmente puede ocurrir que no se genere una solucin orgnica sino una tercera, la del jefe carismtico. Tal
Al respecto, empero, me parece necesario destacar que, hoy, los partidos polticos argentinos son instituciones carentes de capacidad de representacin, tanto como representativos. Carecen de representacin, en tanto los representados no les reconocen tal condicin -esto es, estrictamente, separacin o ruptura entre representantes y representados-, como es pblico y notorio. Pero tambin son representativos, en el sentido de dar cuenta de la fractura de la sociedad argentina, de la prevalencia de los intereses, las concepciones y las prcticas corporativas y corruptas. Por lo dems, un anlisis cuidadoso del comportamiento electoral de las elecciones de octubre de 2001, las ltimas realizadas, muestra que los votos protesta tuvieron una distribucin territorial irregular, indicadora, en muchos casos, de la capacidad de los aparatos para movilizar y controlar una importante clientela poltica, sin desdear el peso -a menudo bien significativo- todava conservado por las viejas identidades partidarias (radicalismo, peronismo, partidos provinciales). 15 Publicacin electrnica en http://www.catedras.fsoc.uba.ar/udishal
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salida significa que existe un equilibrio esttico (cuyos factores pueden ser eliminados, si bien prevalece la inmadurez de las fuerzas progresistas), que ningn grupo, ni el conservador ni el progresista, tiene la fuerza necesaria para la victoria, y que incluso el grupo conservador tiene necesidad de un jefe (Gramsci, 1975, vol. 3: 1604). La actual crisis argentina tiene los componentes de una crisis orgnica y, por cierto, lo es. Pero, en rigor, no es ms que otra de las exacerbaciones producidas dentro de una crisis orgnica iniciada en 1930 y todava hoy sin solucin. A lo largo de esta crisis orgnica de larga duracin han habido momentos de intensificacin (1975-1976, 1989) y algunos intentos consistentes de construir un nuevo sistema hegemnico, de los cuales al menos dos se destacan: el del peronismo, bsicamente una alianza entre el proletariado industrial y la burguesa local o nacional, entre 1946 y 1955, y el neoliberal o neoconservador impulsado primero, sin demasiado xito, por la dictadura militar y luego, ahora s exitosamente, durante las dos presidencias de Carlos Menem (1989-1999), fundado en la alianza entre la gran burguesa financiero-especulativa y los ms pobres de la sociedad (una expresin deliberadamente ambigua, que remite a un colectivo poco homogneo, dentro del cual se incluyen trabajadores, algunos sectores proletarios y clase media baja). Tras la cada de la dictadura militar (1976-1983) y la frustracin del gobierno de Ral Alfonsn, Menem fue el lder de la alianza de clases que intent llevar adelante el ms consistente intento de la burguesa argentina por construir un nuevo bloque histrico, intento que, finalmente, no pudo superar una dcada de duracin.13 Esa breve temporalidad es, en definitiva, expresin de las fortsimas dificultades de la burguesa argentina por constituirse nuevamente en clase dirigente, una condicin que perdi en 1930, cuando la crisis orgnica puso fin al bloque histrico constituido hacia 1880. Pero tambin es cierto que aunque Menem conserva cierta capacidad de liderazgo (deteriorada despus de las elecciones de abril de 2003) entre fracciones burguesas (y tambin entre sectores pobres), no menos lo es que la alianza social que sustent su proyecto se fractur, pues la crisis social y econmica le priv de los sostenes obreros y de clase media que se ilusionaron con el Titanic.
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En trminos gramscianos, el menemismo fue una ms de las varias prcticas transformistas ejercidas por la burguesa argentina. El transformismo es una poltica de cooptacin de cuadros dirigentes opositores o,

ms especficamente, la accin mediante la cual la clase dominante coopta, absorbe y/o integra a los intelectuales de las clases subalternas, descabezando, as, a stas en el plano de la direccin poltica e ideolgica. El transformismo puede ser orgnico o molecular, segn capture, respectivamente, a grupos enteros o slo a individualidades. Publicacin electrnica en http://www.catedras.fsoc.uba.ar/udishal
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Como se ha dicho antes, las transformaciones estructurales ocurridas a partir de 1975 han modificado profundamente a la sociedad argentina, provocando cambios sustanciales en las clases sociales. En este sentido, es clave prestar atencin a la crisis de 1989, la de la hiperinflacin. Eduardo Basualdo ha sealado, agudamente, que ella fue una crisis dirigida a remover las restricciones estructurales que impedan el desarrollo y la consolidacin del patrn de acumulacin basado en la valorizacin financiera, que haba puesto en marcha la dictadura militar. En rigor, se trat, aade, siguiendo la conceptualizacin de Guillermo ODonnell, de una crisis triple (o de tres crisis): de gobierno, de rgimen y de acumulacin (Basualdo, 2001: 54 y 57-58). No se trata slo del achicamiento de la clase obrera, primero, y de la clase media urbana, despus, sino tambin de la aparicin de nuevos sujetos sociales -los nuevos pobres, los desocupados, los piqueteros- y de una terrible redistribucin regresiva de la riqueza nacional, tal como se ha visto en las primeras pginas. Los desocupados y los piqueteros -a veces son unos y otros, pero no todos los desocupados son piqueteros- son un sector considerable de la sociedad actual y constituyen un desafo terico: marginales, ejrcito industrial de reserva, multitud? Una nota distintiva de la actual crisis social es la aparicin de conflictos diversos, distribuidos desigualmente por la geografa argentina. El conflicto -etimolgicamente, choquesupone un enfrentamiento entre dos o ms fuerzas, las cuales procuran -por si o con alianzasdoblegar a su principal contendiente, situacin que puede llevar y llegar al empleo de alguna(s) forma(s) de violencia, con la intencin de desnivelar la relacin de fuerzas dada. No toda crisis genera conflictos, mas cuando una crisis se desarrolla en una direccin conflictiva, es decir, hacia la aparicin del conflicto, ste se presenta como una solucin o una salida de la crisis. Por qu? Porque el conflicto introduce, en un campo de incertidumbre, justamente algunas certidumbres y seguridades, necesarias para todo enfrentamiento. Bipolariza la situacin, definiendo quines son victimarios y quines vctimas de la misma, por tanto, quin es el adversario (y hasta el enemigo) a combatir y quines los iguales y/o los aliados. Esa definicin sirve, entre otras cosas, para dar confianza a quienes quedaron desorientados y desamparados por la crisis. Aquellos que tienen responsabilidad de direccin poltica e ideolgica no pueden, en este contexto, equivocarse en el diagnstico y en la propuesta de accin. Con todo, incluso acertando, nada garantiza el resultado. La salida de la crisis puede no ser ms que una fuga hacia adelante. O bien sentar las bases para una accin futura realmente efectiva y eficaz.

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Sin dudas, el fenmeno de los piqueteros se ha convertido en la manifestacin ms visible de la conflictividad generada por la crisis. El piquete es, tambin, la forma conflictiva ms practicada en el tiempo que lleva la crisis. En efecto, entre 1997 y 2002 se han registrado 3.949 acciones piqueteras, conforme esta distribucin temporal: 1997 1998 1999 2000 140 51 252 514

2001 1.383 2002 2.154.14 A la crisis social y a la econmica se sum la crisis poltica. El clmax de sta se alcanz los das 19 y 20 de diciembre de 2001, pero sus comienzos visibles se sitan en la renuncia del vicepresidente Carlos Chacho lvarez, el 5 de octubre de 2000, y se hizo ya patente con los resultados electorales del 14 de octubre de 2001. No obstante, un anlisis cuidadoso podra probar que ella empez a incubarse en el momento mismo en que la Alianza decidi llevar como candidato a presidente a Fernando De la Ra, un poltico conservador, mediocre y con antecedentes de gestin no muy felices. Esa candidatura pronosticaba un resultado negativo. Tal vez, incluso, la formacin de la misma Alianza -al menos para los sectores predominantes, en el interior de ella, en trminos cuantitativos y de direccin, esto es, el radicalismo afn a De la Ra- conllevaba ese sino. La unin por el espanto (el llamado menemismo) fue, as, ms fuerte y decisiva que el programa (combatir al modelo neoliberal). Eduardo Basualdo ha establecido un paralelo entre la crisis de 1989 y la de 2001, entendiendo que ambas comparten el mismo triple carcter de crisis de gobierno, de rgimen y de patrn de acumulacin. Empero, encuentra una gran diferencia: en la segunda de ellas, se pone cada vez ms en evidencia que ahora las dos fracciones de los sectores dominantes enfrentan escollos que intentan superar. As, mientras la fraccin local de los sectores dominantes impulsa un cambio drstico en el funcionamiento econmico manteniendo el transformismo argentino, la fraccin extranjera del bloque de poder persigue la profundizacin del funcionamiento econmico actual [se refiere al basado en la convertibilidad] y al replanteo del transformismo (Basualdo, 2001: 101).
Fuente: Clarn.com, edicin digital del 29 de setiembre de 2002, para los datos hasta esa fecha, actualizados luego para completar los del ao 2002.
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El 19 y el 20 de diciembre de 2001, la poltica se traslad de los espacios cerrados a las calles. Los hechos de esos dos das, considerados en s mismos, como acontecimientos puntuales, mostraron, por lo menos, tres caractersticas principales: 1) la violencia de los jvenes, 2) la violencia de los saqueos, 3) la reaparicin de grupos parapoliciales, actuando contra manifestantes. Cada uno ellos amerita un tratamiento detenido, posibilidad que escapa a los lmites espaciales aqu disponibles. Pese a tal limitacin, es necesario subrayar, al menos, las lneas ms gruesas. En primer lugar, y ms all de los mitos circulantes -a veces elevados al rango de fundacionales de una nueva etapa histrica de las luchas populares argentinas-, debe prestarse especial atencin al anlisis de los acontecimientos de esos dos das. Un anlisis que, claro, debe ser lo ms riguroso posible. El rigor es necesario para distinguir cunto hubo de premeditacin y organizacin y cunto de espontanesmo en las movilizaciones y en algunas acciones -en particular los saqueos-, como tambin para advertir cunto hay de germinal en esos dos das y en algunos hechos posteriores derivados. Al respecto, recuerdo que en una de sus tantas agudas observaciones a propsito del anlisis de las situaciones, Antonio Gramsci seala la necesidad de distinguir cuidadosamente entre movimientos y hechos orgnicos o estructurales y movimientos y hechos de coyuntura u ocasionales. En el anlisis histrico-poltico, dice, es frecuente incurrir en el error de no saber encontrar la relacin justa entre unos y otros, yerro que lleva a exponer como inmediatamente operantes causas que, en cambio, slo lo son mediatamente (lo cual provoca un exceso de economismo o de doctrinarismo pedante), o bien a afirmar que las causas inmediatas son las nicas eficientes (generando as un exceso de ideologismo). En el primer caso se sobrevalan o sobreestiman las causas mecnicas, en el segundo, el elemento voluntarista e individual. Se trata de una distincin, aade, que debe ser aplicada a todos los tipos de situacin, sean aquellas en las cuales se verifica tanto un desarrollo regresivo o de crisis aguda, cuanto uno progresivo o de prosperidad o bien un estancamiento de las fuerzas productivas. El nexo dialctico entre los dos rdenes de movimientos y, en consecuencia, de investigacin, es difcilmente establecido con exactitud, y si el error es grave en la historiografa, es an ms grave en el arte poltico, cuando no se trata de reconstruir la historia sino de construir la presente y la futura (Gramsci, 1975, vol. 3: 1580; las itlicas son mas).

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La recuperacin de la acepcin etimolgica de la palabra poltica es un dato significativo de la crisis. Una porcin considerable de sectores sociales urbanos gan las calles, es decir, la polis y plante, con avances y retrocesos, la posibilidad de recuperar y asumir la preocupacin por la res pblica. En momentos de crisis, los smbolos y las manifestaciones simblicas se tornan ilustrativos. Mientras la sociedad llevaba la poltica a las calles, los polticos profesionales -comenzando por los legisladores- la encerraban, si no en un bunker, al menos entre vallas, o sea, rejas. Ello ya fue pasible de advertir el da en que la Asamblea Legislativa se reuni para tratar la renuncia del efmero presidente Adolfo Rodrguez Sa y designar al senador Eduardo Duhalde. El alto cuerpo sesion dentro del edificio del Congreso rodeado de un vallado situado a 200 metros. Posteriormente, y hasta hoy, las vallas liberaron ese espacio, pero siguen cerrando la casa de las leyes, incluyendo no slo el edificio principal sino tambin el anexo. Lo mismo ocurre con la Casa Rosada, la sede del Poder Ejecutivo. Desde el 19 y 20 de diciembre, cacerolazos, asambleas barriales y marchas se hicieron usuales, aunque su intensidad ha experimentado un notable decrecimiento. Las asambleas barriales, particularmente, se convirtieron en una de las principales novedades aportada por la crisis. Pero muchos se deslizaron del dar cuenta de la novedad hacia el maravillamiento, especialmente visible en sectores de la izquierda orgnica o realmente existente, que crey ver en ellas el embrin de un contrapoder popular (y fue responsable de haber abortado muchas de ellas). Simtricamente, tambin el tradicional diario de derecha La Nacin encontraba en ellas un embrin de soviets y los descalificaba por ser mecanismos informales de toma de decisiones y un peligro para la democracia representativa.15 Diecinueve meses despus de la cada estrepitosa del gobierno de la Alianza -la cual incluy muertos- lo viejo no ha terminado de morir, lo nuevo no ha terminado de nacer. Los ciudadanos siguen descreyendo de las dirigencias, no han encontrado el rumbo, ni la estrategia ni los instrumentos para salir de la crisis. La burguesa cuenta con mejores chances y no vacila en emplearlas. La clase media vive una situacin de desorientacin que no termina de procesar,

Vase, por ejemplo, el editorial Asambleas barriales de la edicin del 14 de febrero de 2002. Por cierto -y obviamente-, el diario ha silenciado y silencia el poder informal del capital financiero y de los organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional.

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escindida entre la bsqueda de nuevos caminos y la salida por Ezeiza.16 Sectores de productores rurales, de agroindustriales y algunos otros industriales urbanos experimentan cierta mejora y alientan la posibilidad de ampliarla, aunque chocan con las dificultades para acceder a crditos. Trabajadores, desocupados y piqueteros continan en la incertidumbre laboral, marcada por el temor de perder el trabajo que se tiene, en unos, y por la desesperanza de volver a tenerlo, en otros. Asamblestas barriales y otros actores sociales persisten, ms all de la disminucin del entusiasmo inicial y del nmero de participantes -pero tambin habindose depurado-, en la bsqueda de nuevos caminos... Odisea 2002 La larga y compleja crisis argentina muestra signos confusos en lo que hace a su posible salida, ya no solucin. Si bien -en el plano social y poltico- se encuentra alejada del paroxismo de noviembre 2001-marzo 2002, algunos indicadores muestran un empeoramiento de la situacin. Ello es claramente perceptible en: 1) el incremento de la pobreza, 2) la profundizacin de la crisis de representatividad de los partidos polticos y 3) la dilucin de posibles salidas polticas. En slo cinco meses, de mayo a octubre, del ao 2002, la pobreza aument 4,5 puntos en todo el pas. En efecto, segn informacin del Instituto Nacional de Estadsticas y Censos (INDEC), un organismo oficial, los pobres argentinos pasaron, en dicho lapso, de 19.100.000 a 20.815.000, es decir, 1.645.000 ms (y dentro de stos, 973.000 eran indigentes). En trminos porcentuales, ello implica una suba desde 53 a 57.5 por ciento, cifras que constituyen rcordes sucesivos. La gran mayora de los pobres (19.678.000) vive en zonas urbanas, mientras el resto, 1.137.000, lo hace en las rurales. Pero si se toman las cifras de un ao -de octubre de 2001 al mismo mes de 2002-, los nuevos pobres suman 7,1 millones, lo que significa un crecimiento a razn de 600.000 nuevos pobres por mes. En ese mismo perodo, el porcentaje de pobres pas de 38.3 a 57.5 (19.2 puntos ms) y el de indigentes de 13.6 a 27.5 (13.9 puntos ms, esto es, un incremento del 100 por ciento).

Ezeiza es el aeropuerto internacional de la ciudad de Buenos Aires, el principal punto de salida al exterior que tiene el pas. En el lenguaje popular, la alusin a que la salida es Ezeiza significa que no hay mejor opcin que abandonar el pas y tentar un mejor destino fuera de l.

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El sustantivo incremento del nmero de pobres e indigentes es explicada, por el INDEC, por el proceso inflacionario, que elev fuertemente el precio de los alimentos bsicos a lo largo de 2002: ellos subieron 28,3 % entre mayo y octubre y casi el 75% a lo largo de todo el ao. A su vez, la tasa de inflacin anual fue de 41 %, aunque no afect del mismo modo a todos: para las familias ms pobres, la inflacin promedio fue de 47,4 %, contra 38,6 % para las ms ricas. En contraste, los salarios, jubilaciones e ingresos se mantuvieron congelados, excepto un ligero incremente de 100 pesos ( 30 euros/dlares) otorgados a partir de julio para el personal en blanco. Segn el INDEC, en octubre del 2002 eran pobres las familias-tipo (matrimonio y dos hijos) que, en la Capital y el Gran Buenos Aires, ganaban menos de $ 716 ( 210 euros/dlares) mensuales. Los datos oficiales indican que el 70 % de los que trabajaban ganaban menos de esa cifra. En tanto, son considerados indigentes aquellos que no alcanzaban a comprar una canasta bsica de alimentos, es decir, familias que ganaban menos de 324 pesos ( 100 euros/dlares) mensuales. Un estudio del Banco Mundial, realizado en noviembre-diciembre de 2002 por Ariel Fiszbein y Paula Giovagnoli, muestra que 17,5 % de los hogares argentinos 1.381.945 familias- estaba, en ese momento, sufriendo hambre. De ellas, 400.000 familias pasaron por una situacin de hambre en forma severa. A su vez, en el caso de los hogares que no tuvieron hambre (6.535.432, es decir, 82,5 %), se sospecha que una gran cantidad de ellos puede haber experimentado reducciones en cantidad y calidad de alimentos para adecuarse al presupuesto del hogar. Casi un milln de los hogares con hambre est constituido por familias con menores de 18 aos, los cuales representan 24,7 % del total. Esta proporcin se eleva a 28,9 % en el caso de los hogares con menores de 6 aos. El estudio seala que 2.600.000 argentinos menores de 18 aos pasaron hambre en algn momento del ao.17

Para entonces, segn la misma fuente, la brecha entre el 10 % ms rico y el 10 % ms pobre era de 46, 6 veces (valores para la Ciudad Autnoma de Buenos Aires y el Gran Buenos Aires). Despus de mi participacin en el curso en Ganda, nuevas informaciones dan cuenta de un agravamiento de la situacin en este campo. En efecto, segn un estudio realizado por la
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En el 17,5 % de los hogares argentinos se pasa hambre, Clarn, Buenos Aires, 5 de julio 2003, p. 22.

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muy seria consultora Equis y difundido el 29 de julio, el diez por ciento ms pobre de la poblacin de la Ciudad Autnoma de Buenos Aires gana, a mediados de 2003, 195 veces menos que el diez por ciento ms rico. El primero de estos deciles, al mismo tiempo, disminuy su participacin en el ingreso total de la ciudad en 50 %, y el de los ms ricos, en cambio, la increment 6,9 por ciento. Conforme estos valores, la brecha entre ricos y pobres supera ahora, con veinte puntos ms, la magnitud rcord de 2001 (175 veces). La intensidad de la crisis se hace an ms clara cuando se tiene en cuenta que tal brecha era, en 1997, 57,4 veces. Segn el socilogo Artemio Lpez, director de Equis, entre las razones de este ensanchamiento de la brecha social estn la devaluacin y la crisis general. A su juicio, la devaluacin golpe con singular dureza en los ms pobres', entre los cuales la inflacin impact en un 70 por ciento, ya que se destinan la mayor parte de su renta a los alimentos'. La conclusin es evidente: La brecha ha ido diluyendo fuertemente el perfil social homogneo de la ciudad de Buenos Aires. La Capital Federal ha perdido esa condicin al comps del empobrecimiento creciente de los integrantes residentes de las franjas medias'.18

Debe tenerse en cuenta que, para establecer tanto la pobreza cuanto la indigencia estadstica, se trata de la llamada pobreza o indigencia por ingresos. Vale decir, se consideran slo los ingresos monetarios de las familias, prescindiendo de otros indicadores, como las condiciones de vivienda o el acceso a los servicios bsicos. El monto de los ingresos es la variable que permite determinar si ellos alcanzan o no para comprar una canasta bsica de alimentos (indigencia) o de alimentos y servicios bsicos (pobreza). La pobreza y la indigencia crecieron pese a la implementacin masiva de la asistencia estatal mediante los Planes Jefes y Jefas de Hogar -en teora, un subsidio universal otorgable a cualquier jefe de familia (hombre o mujer) de todo el pas con hijos a cargo, desocupado y que no reciba otro beneficio social-, los cuales otorgan apenas $ 150 pesos ( 50 euros/dlares) a unos 2 millones de hombres y mujeres considerados jefes de hogares. Si bien esa cifra es pauprrima -alcanza apenas para cubrir menos de la mitad de una canasta bsica familiar de alimentos-, ha permitido morigerar el aumento de aquellas. Segn el INDEC, sin esos planes, la pobreza y la indigencia hubiesen sido an mayores. Pero, como veremos luego, la importancia mayor de estos planes asistencialistas radica en su formidable capacidad de contencin de la conflictividad social.
El informe, en soporte electrnico, fue difundido por Argenpress. Vase, INFOSIC, Desigualdad social en la ciudad de Buenos Aires, en http://www.argenpress.info, 29 de julio de 2003. 23 Publicacin electrnica en http://www.catedras.fsoc.uba.ar/udishal
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El faro del fin del mundo Las crisis suelen ser ocasiones propicias para la aparicin de nuevas formas de representacin, organizacin y accin. En la larga crisis actual, sectores de la sociedad argentina -en particular los ms afectados- han generado algunas bien interesantes, tales como los piqueteros, las asambleas barriales y los clubes de trueque. Los primeros piquetes aparecieron en junio de 1996, protagonizados por trabajadores petroleros de Cutral-C, a los que se sumaron luego, en 1997, los de Tartagal, desocupados tras el proceso de privatizacin de Yacimientos Petrolferos Fiscales (YPF, empresa emblemtica), adoptando la modalidad del corte de rutas, al estilo de los campesinos bolivianos. Ambos fueron inicialmente desactivados por el gobierno de Menem, apelando al otorgamiento de planes de asistencia para desocupados. Empero, poco despus, empezaron en el Gran Buenos Aires. Su expansin cuantitativa, como forma de lucha, fue muy rpida, tal como se ha indicado antes. Inicialmente, sus demandas se centraban, casi exclusivamente, en materia de alimentacin, salud, vivienda, educacin y, obviamente, trabajo. En los piquetes participan tanto hombres como mujeres, unos y otras en una amplia banda etaria. En su organizacin y modus operandi es posible apreciar el pasado obrero. Slo la experiencia de las luchas sindicales puede dotar de instrumentos de las caractersticas de los empleados, incluyendo la apelacin a la violencia. Poltica e ideolgicamente constituyen un mosaico de posiciones, a menudo con importantes divergencias, aunque todos se reconocen como parte del campo popular, una expresin ambigua que sirve para potenciar lo que los une y postergar el anlisis de las diferencias. Si bien las organizaciones piqueteras no responden orgnicamente a partidos polticos, su divisin en varias tiene algunos correlatos en posiciones polticas, especialmente en el caso de los dirigentes, mucho ms que en el de las bases, en general sin formacin ni experiencia poltica previa. As, por ejemplo, el Bloque Piquetero, constituido por el Polo Obrero, el Movimiento Teresa Rodrguez y otras tres agrupaciones menores, rene un significativo nmero de trotskistas (especialmente del Partido Obrero) y antiguos militantes comunistas, sin excluir a quienes carecen de pertenencia poltica, y no excluye la posibilidad de constituir un frente y participar de procesos electorales. A su vez, en el Movimiento de Trabajadores Desocupados Anbal Vern se encuentran guevaristas, peronistas rebeldes, militantes de organizaciones defensoras de derechos humanos y de base de la Iglesia. Su posicin es inequvocamente antisistema, negndose a participar de las elecciones y apostando, a largo plazo, a la revolucin popular (a diferencia del Polo Obrero, que
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sostiene que ella comenz con la cada del presidente Fernando De la Ra). En la mayor organizacin piquetera, al menos por nmero de miembros y extensin geogrfica, la formada por la Federacin Tierra y Vivienda y por la Corriente Clasista y Combativa, hay hombres con una bien variable experiencia poltica, pasada y/o presente, desde peronistas, viejos sindicalistas y militantes laicos de la Iglesia hasta comunistas revolucionarios (que en los aos 1960-1970 eran pro chinos). Esta organizacin est ligada a la Central Argentina de Trabajadores, una experiencia innovadora en las luchas sindicales. No desdea la lucha electoral y algunos de sus dirigentes ocupan cargos polticos. Procura una poltica de alianza con la clase media y con los sindicatos combativos y es ms proclive a la negociacin que al enfrentamiento directo con la polica. Las organizaciones piqueteras generaron un nuevo tejido social, a partir de originales formas de accin en los barrios, las cuales abarcan desde huertas vecinales hasta comedores y centros de salud comunitarios. Empero, el potencial disruptivo se ha visto ocluido por la entrada en la lgica perversa de funcionamiento del sistema poltico tradicional. El Estado destina una importante suma anual de dinero para atender los Planes Jefes y Jefas de Hogar y stos se han convertido, adicionalmente a su objetivo especfico, en una fuente de financiamiento de dichas organizaciones. Ellas rompieron el antiguo monopolio del reparto de la ayuda social, que compartan caudillos polticos y sindicales, pero no con la prctica de negociar con el Estado (en los niveles nacional, provincial y municipal) y entre ellas mismas, el quantum del reparto. De ese modo, termin imponindose la lgica clientelstica, propia de este tipo de planes, a la cual no escapan las organizaciones ms contestatarias. Ms an, han sido capturadas o se sumergieron, tambin ellas- en la histrica primaca de la lgica corporativa, tan tpica del sistema poltico argentino, segn una hiptesis que he planteado hace ya ms de una dcada. La otra gran novedad que gener la crisis fueron las asambleas vecinales o barriales, constituidas en algunas de las principales ciudades del pas (de modo ms destacado en la de Buenos Aires). En ellas, miles de vecinos se reunieron espontneamente para tratar de dar respuesta a una de las dos caras a veces, a ambas- de la tensin que generaron con su sola existencia y accin: construir nuevas formas de instituir lo pblico-poltico, superando la institucionalidad estatal existente y la mediacin partidaria, en un plano ms macrosociolgico, o bien ceirse a la atencin del espacio barrial, con sus diversas necesidades, en una plano ms microsociolgico. As, creacin de comedores populares, realizacin de acciones solidarias
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con cartoneros y convergentes con piqueteros, otras manifestaciones colectivas, amn de asambleas interasambleas dieron cuenta de la potencialidad de esta nueva forma de participacin desde abajo. Las asambleas barriales fueron -siguen siendo, pese a su tendencia al agostamiento- una formidable experiencia de recuperacin de la poltica, del espacio pblico y de la participacin activa. De hecho, devolvieron a la poltica su significado etimolgico: La derecha y la izquierda realmente existente las vieron como expresin argentina de los antiguos soviets y actuaron en consonancia: la primera, para terminar con ellas; la segunda, proponindose como vanguardia de las mismas y haciendo todo lo posible por cooptarlas, provocando una fuerte corriente de vecinos desertores. De hecho, la izquierda realmente existente, con su mana vanguardista y su estrategia de cooptacin, es altamente responsable del fracaso de esta innovadora, rupturista, experiencia Por accin de una y otra, pero tambin por incapacidad de pasar a una instancia superior de organizacin y accin, las asambleas barriales, ms all de algunas prcticas innovadoras y exitosas, parecen haber entrado en un pantano, al menos como espacio no slo renovador de la prctica poltica, sino como embrin de una profundizacin de la democracia.. La aparicin y actividad de los clubes, nodos, redes y circuitos de trueque fue otra novedad, nada desdeable, toda vez que fueron millones de personas las que participaron de ella, especialmente cuando la crisis se hizo ms aguda. La extensin geogrfica y socialalcanzada llev a emitir una moneda paralela que al comienzo slo serva para intercambios dentro de la red, pero luego alcanz en algn caso- validez como medio de pago de impuestos municipales. Tambin llev a la emisin de moneda de trueque falsa. Apareci as el prosumidor, una experiencia subjetiva tendente a unir, en un mismo locus las capacidades de productor y de consumidor prescindiendo de las mediaciones clsicas de la economa formal. En una lnea parecida se encuentra otra modalidad de lucha ampliamente extendida: la ocupacin, por parte de sus trabajadores de empresas cerradas a menudo, en rigor, vaciadaspor sus propietarios, modalidad que la izquierda realmente existente intent convertir en una experiencia capitalizable, creyendo hallar en ella el sujeto proletario perdido o ausente. Estas formas de lucha fueron asociadas a la saga de la lucha contra la mundializacin neoconservadora: Porto Alegre, Seattle, Genova. En y desde el fin del mundo, un faro brillaba para orientar a los buscadores de un mundo mejor. Ahora bien: entre diciembre de 2001 y abril de 2003 un largo ao y medio- se constata
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el pasaje de una situacin cuasi insurreccional a unas elecciones presidenciales con alta participacin ciudadana y una fase de estabilizacin institucional, tal vez ms aparente que real, dentro de la cual es factible apreciar que los cinco principales candidatos (provenientes todos ellos de los dos partidos tradicionales el radicalismo y el justicialismo) sumaron casi el 95 % de los votos, a modo de ments rotundo a la movilizadoras consignas del verano 2002, "Que se vayan todos, que no quede ni uno solo, Piquetes, cacerolas / la lucha es una sola. Se trata de un viraje ms que significativo. Navegar entre el riesgo y la seguridad Durante ese tiempo, institucionalmente se produjeron los locos diez ltimos das de diciembre de 2001: renuncia del presidente De la Ra, designacin de Ramn Puerta como efmero presidente provisional (en su condicin de presidente del Senado), reemplazado por Adolfo Rodrguez Sa, a quien la Asamblea Legislativa nombr, sorpresivamente, con la intencin de una pronta convocatoria a elecciones. Empero, las reales o supuestas intenciones del nuevo mandatario de ejercer el cargo hasta completar el perodo iniciado por De la Ra (es decir, hasta el 10 de diciembre de 2003), generaron una fuerte oposicin dentro del propio Partido Justicialista y, por extensin, una situacin de debilidad que le llevaron, tras apenas una semana en el cargo, a presentar su renuncia con sabor a destitucin-, y a su reemplazo, tambin interinamente, por Eduardo Caamao (presidente de la Cmara de Diputados) y, finalmente, al nombramiento del senador Eduardo Duhalde, otra vez por decisin del Congreso en pleno, con mandato hasta el 10 de diciembre de 2003. Puerta, Rodrguez Sa, Caamao y Duhalde eran, al menos en ese momento, miembros del Partido Justicialista. Cabe sealar que en su efmera gestin, Rodrguez Sa declar, con los aplausos de los legisladores, la suspensin del pago de la deuda externa (default), aunque, segn alguna informacin, ella no se hizo efectiva todo lo contrario, pues se habran realizado pagosdurante aqulla. A esta medida le siguieron, ya bajo el gobierno de Duhalde, la devaluacin del peso que llev a una fuerte suba de los precios y a un mayor deterioro del salario real-, un cierto desabastecimiento de productos esenciales, y el descalabro de actividades civiles y comerciales reguladas jurdicamente (contratos, deudas, depsitos dolarizados), amn de una formidable ruptura de las reglas de juego institucional o, si se prefiere, un desquicio social, econmico y poltico.19
Aunque no siempre se lo tiene en cuenta, las crisis -especialmente las ms agudas- son tambin crisis de derechos. En el caso argentino, la magnitud de la misma fue tal que afect derechos civiles fundamentales de una 27 Publicacin electrnica en http://www.catedras.fsoc.uba.ar/udishal
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Para el gobierno de Duhalde se trat, en primer lugar, de restablecer el orden, evitar la continuidad de la violencia (que, recordemos, se cobr no menos de 30 muertos) y construir un nuevo tal vez ms que reconstruir- marco regulador del funcionamiento del sistema bancariofinanciero y comercial. Como ya haba advertido Eduardo Basualdo antes de la crisis desatada en noviembre-diciembre, en el fondo, la confrontacin era (sigue sindolo) entre dos grandes fracciones burguesas: una, la dominante hasta la crisis, conformada por grupos econmicos locales y algunos extranjeros, con base econmica en colocaciones financieras en el exterior, y la otra, posicionada en activos fijos con obligaciones dolarizadas, el sector financiero y los diferentes inversores extranjeros que adquirieron empresas y paquetes accionarios durante los aos previos (Basualdo, 2001: 86-87). Lo que el gobierno de Duhalde hizo fue reasignar recursos, de manera tal que los grandes beneficiarios resultaron los bancos (a los cuales el Estado compens econmicamente por las prdidas generadas por la pesificacin), los grupos econmicos endeudados en dlares (beneficiados por la pesificacin de sus deudas), los grandes propietarios y empresas rurales productores de materias primas y, por extensin, los consorcios exportadores, en buena medida transnacionalizados, para quienes un dlar alto es una fuente de ganancias (lo que ha llevado a algunos grupos agroindustrales a vender en el mercado local a precios del mercado internacional). Polticamente, ambas fracciones fueron definindose en torno a dos grandes posiciones: la que integran los partidarios de la dolarizacin, la incorporacin al ALCA y la intervencin militar para reprimir el conflicto social, y la constituida por los partidarios de la devaluacin y pesificacin y, aunque no necesariamente por todos, el fortalecimiento del Mercosur. Carlos Menem y Ricardo Lpez Murphy expresan, polticamente, a la primera de estas posiciones. Eduardo Duhalde y Nstor Kirchner, a la segunda. En ambos casos, claro, con sus matices. Un tercer bloque de fuerzas tuvo posibilidades de constituirse como una alternativa popular con orientacin de centro izquierda a izquierda y base social en el sindicalismo no burocrtico y en los diferentes sujetos sociales partcipes de las luchas recientes. No obstante, careci de capacidad de convertir una posibilidad en una realizacin.

economa y una sociedad capitalista, incluyendo el mismsimo derecho de propiedad privada, como en el caso de la confiscacin de los depsitos bancarios.

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El acceso Eduardo Duhalde a la presidencia, y la permanencia en ella, fue factible por, al menos, tres razones: 1) la ruptura del pacto de dominacin expresado por el menemismo, dentro del cual la hegemona detentada por los capitalistas de las empresas privatizadas (extranjeros en o sin alianza con burgueses locales) y el sector financiero transnacional; 2) la solidez del justicialismo bonaerense, controlado por el propio Duhalde, con notable persistencia de su capacidad de penetracin en los sectores sociales ms pobres y con un nivel de organizacin capas de controlar el conflicto social, en buena medida mediante redes clientelares, eficazmente utilizadas en la distribucin de unos dos millones de planes sociales; 3) la capacidad de ese mismo justicialismo bonaerense para ofrecerse, ante la ruptura institucional, como ltimo garante de los restos del sistema poltico.20 El principal aporte del gobierno de Duhalde a la salida de la crisis sostiene el Colectivo Situaciones, y yo coincido- tuvo como mrito fundamental el subsistir al juego de presiones cruzadas y, particularmente, a la amenaza constante de las cacerolas. 21 El proceso de recomposicin del sistema poltico se hizo ms definido a partir del segundo semestre de 2002 y gir alrededor de tres aspectos: 1) la gestin del ministro de Economa, Roberto Lavagna, quien asumi el cargo el 27 de abril de ese ao y la llev adelante compatibilizando intereses; manteniendo el valor del dlar en un cambio alto (alrededor de los tres pesos), pero lejos de las estimaciones agoreras de economistas neoliberales que pronosticaban un cambio que iba de los 7 a los 10 pesos; logrando controlar la inflacin, alejando el fantasma y el riesgo de la hiperinflacin. Complementariamente, comenz a producirse un moderado crecimiento de los sectores econmicos beneficiados; 2) la distribucin de los planes sociales aceitaron los aparatos polticos, los cuales por medio de las redes del clientelismo lograron consolidar una cierta tranquilidad social; 3) el aumento de la represin de los conflictos y movilizaciones sociales, cuyo punto mximo fue la ejercida en Puente Pueyrredn, que une la ciudad de Buenos Aires con la de Avellaneda, el 26 de junio del 2002.22 En este operativo represivo fueron asesinados, por efectivos policiales, dos jvenes piqueteros, Maximiliano Kosteki y Daro Santilln.

Pese a esos logros, Duhalde decidi anticipar la realizacin de las elecciones presidenciales y el traspaso del mando (del 10 de diciembre al 25 de mayo de 2003), poniendo
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En este punto y en otros- sigo el lcido anlisis del Colectivo Situaciones (2003). Apenas asumida la presidencia, Duhalde sostuvo: con asambleas no se puede gobernar. Sigo, otra vez, al Colectivo Situaciones (2003). 29

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al desnudo el cuestionamiento, la soledad y el patetismo de la dirigencia poltica. En buena medida, tal decisin fue la respuesta al asesinato, de los dos piqueteros. El adelanto de las fechas influy, entonces, sobre las tres tendencias virtuosas a partir de las que el gobierno proceda a realizar su programa de reconstruccin mnima de institucionalidad: a- la consolidacin del precio del dlar, e incluso la baja, y la recuperacin inevitable incluso inercial de una economa que no paraba de caer durante casi 4 aos seguidos. Este punto fue de una enorme relevancia ya que la habilidad del gobierno en este aspecto logr obtener como un triunfo un acuerdo con el FMI y una sensacin de progresiva salida de la crisis, a la vez que se comprometa entre otras tantas cosas al prximo gobierno a conseguir un descomunal supervit fiscal para el pago de la deuda externa; b- la apertura de una dinmica electoral, an sobre los restos de los partidos polticos, y en condiciones francamente desfavorables para los candidatos, ninguno de los cuales obtena sino un bajsimo nivel de popularidad la Unin Cvica Radical y el FREPASO (...) virtualmente han desaparecido; y el propio Duhalde impidi que el peronismo presentara un slo candidato, obligando a sus tres lneas internas a presentarse en listas separadas; c- crecientes niveles de represin de las experiencias del contrapoder: de un lado, la persecucin de jvenes dirigentes piqueteros en los barrios, muchas veces en manos de grupos armados sin uniforme y la reactivacin, por otro lado, del aparato judicial, que orden en pocos meses -antes de la primera vuelta electoral- el desalojo de fbricas ocupadas por sus trabajadores (siendo caso testigo pero no nico el de las trabajadoras y trabajadores de Brukman) y de decenas de ocupaciones (algunas de ellas por parte de asambleas barriales), as como la detencin de importantes dirigentes piqueteros salteos (Colectivo Situaciones, 2003). La profundizacin de la crisis de representatividad de los partidos polticos La ruptura entre representantes y representados -a menudo centrada en la relacin entre los partidos polticos y sus bases y votantes, pero tambin constatable en las principales organizaciones de representacin de intereses, en particular los sindicatos obreros- no ha dejado de tornarse cada vez ms profunda. La crisis termin con el Frente Pas Solidario (FREPASO) -el ltimo y, otra vez, frustrado intento de constituir un tercer gran partido-, que fue parte del gobierno de la Alianza, arrasado por los hechos de diciembre de 2001), y fractur fuertemente a los dos grandes partidos tradicionales de masas, la Unin Cvica Radical (UCR) y el Partido Justicialista (PJ). Casi toda la dirigencia poltica actual est cuestionada y su soledad se hace ms pattica por la carencia de respuestas a los desafos de la crisis.
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La Unin Cvica Radical experiment un desgajamiento por derecha y otro hacia un desvado centro-izquierda. En el primer caso, Ricardo Lpez Murphy, ex ministro del gobierno de Fernando De la Ra, ha organizado y lidera un partido de derecha (RECREAR) que qued bien posicionado electoralmente (dentro de un cuadro general de escasas adhesiones a las diferentes propuestas electorales), en buena medida porque una parte importante, si no todo lo significativo, de la gran burguesa opt por l antes que por Carlos Menem. En el segundo, Elisa Lilita Carri encabeza Argentina por una Repblica de Iguales (ARI), una fuerza que se pretende progresista y de centro-izquierda, si bien no termina de definir su perfil polticoideolgico ni sus propuestas y ha ido diluyendo un cierto entusiasmo inicial. Un tercer dirigente, Melchor Posse, ex intendente municipal (alcalde) de la ciudad de San Isidro, en el Gran Buenos Aires rico, se pas a las filas de Adolfo Rodrguez Sa, a quien acompa en las elecciones como candidato a vicepresidente. Lo que queda del viejo partido vivi, antes de las presidenciales, un proceso de elecciones internas para elegir sus candidatos a presidente y vice signado por el escndalo, denuncias de fraude e intervencin judicial. Finalmente, el ganador formal fue el senador bonaerense Leopoldo Moreau, quien frustr las aspiraciones de su contrincante, el tambin senador (por la Capital Federal) Rodolfo Terragno. Curiosamente, en las encuestas previas Terragno haba recogido mayor intencin de voto que Moreau, aunque el dato es casi irrelevante, pues el centenario partido obtuvo, en abril de 2003, un pauprrimo resultado electoral. El Partido Justicialista present la inslita situacin de concurrir a las elecciones de abril con tres frmulas presidenciales, distintas y enfrentadas entre s con una ferocidad mayor que la observable frente a adversarios de otras fuerzas. Dicho en otras palabras, un partido con tres candidatos. Aunque el litigio por el empleo del nombre, sigla y smbolos partidarios no est definido, de hecho el PJ ha estallado en tres pedazos y no est claro an si recuperar su proverbial capacidad de superar las tendencias a la fractura (o, si se prefiere, a mantener la unidad partidaria) o bien ir tambin l hacia su dilucin como la fuerza histricamente conocida. As, las elecciones generales operaron como una interna (en el mejor de los casos) o bien como un decisorio acto convalidatorio de la divisin. Uno de los sectores (Frente por la Lealtad) es encabezado por el ex presidente Carlos Menem; otro (Movimiento Nacional y Popular), por el ex gobernador y efmero presidente Adolfo Rodrguez Sa, y el tercero (Frente por la Victoria), por el hasta entonces gobernador de la provincia de Santa Cruz, Nstor Kirchner, propiciado por el presidente Eduardo Duhalde y devenido, as, candidato oficialista. Para algunos, el ltimo era un candidato progresista, generando la adhesin de dirigentes que
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pertenecieron o simpatizaron el FREPASO del ex vicepresidente Carlos Chacho lvarez, como tambin de quienes vieron en l el freno de contencin ms efectivo a las apetencias de Menem. La izquierda es muy poco relevante en trminos electorales y sus propuestas tampoco ofrecen efectivas salidas a la crisis. Los resultados electorales lo demostraron con elocuencia. La expresin ms innovadora, la de Autodeterrminacin y Libertad, encabezada por el diputado nacional Luis Zamora, decidi no participar de las elecciones por entender que hacerlo era convalidar un proceso al que consideraba ilegtimo. Se trata de una estrategia atendible, aunque es posible conjeturar que tcticamente fue un error, pues le priv de la posibilidad siempre difcil para la izquierda argentina- de tener tribuna en los medios de comunicacin masiva y de transmitir sus posiciones de manera ms efectiva.

Durante la campaa electoral hubo ausencia de propuestas elaboradas y de debates de ideas. Los candidatos se instalaron como personajes de la televisin sin libreto. De hecho, su contacto con la ciudadana fue casi exclusivamente virtual, a travs de los medios de comunicacin, en particular la televisin. Ninguno de ellos lleg a tener, en las encuestas previas, una intencin de votos superior al 17 o 18 por ciento. Los cuatro mejor posicionados Menem. Kirchner, Rodrguez Sa y Carri (no siempre en ese orden)- oscilaban entre esa cifra mxima y una mnima de 13-14 por ciento, variando los dos primeros lugares, segn la empresa encuestadora y el momento. El llamado voto bronca, el voto en blanco y el impugnado y la abstencin fueron opciones importantes inicialmente, aunque, significativamente, comenzaron a perder relevancia a medida que se acercaba la fecha de las elecciones (27 de abril), mostrando un viraje hacia la intencin de participacin activa y con voto positivo. En buena medida, ese viraje un efectivo cambio de actitud- comenz a hacerse visible cuando las encuestas comenzaron a mostrar un crecimiento en la intencin de votos a favor de Menem. Tal perspectiva gener una fuerte preocupacin por un efecto no previsto (ni querido por la mayora) de la fragmentacin del sistema poltico: el retorno de Menem al gobierno. Sin duda, tal perspectiva llev a muchos a optar por alguno de los candidatos, ms por posicin anti Menem que por coincidencias o convicciones. A la hora del conteo de los votos, Menem obtuvo 4.740.907 votos (24.45 %); Kirchner, 4.312.517 (22,24 %); Lpez Murphy, 3.173.475 (16,37 %); Rodrguez Sa, 2.735.829 (14,11 por ciento) y Carri, 2.723.574 (14,05). La UCR fue votada por slo 453.360 ciudadanos (2,34
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por ciento). Izquierda Unida, constituida por el Partido Comunista y el Movimiento al Socialismo, de origen trotskista, sum 332.863 sufragios (1,72 %) y un desvado Partido Socialista centro izquierda- logr apenas 217.385 votos (1,12 %). A su vez, el Partido Obrero, otra expresin del trotskismo argentino, y por tanto de la izquierda institucional o realmente existente, alcanz 139.399 (0,72 %). Otras frmulas obtuvieron an menos votos.

Los resultados obligaban a una segunda rueda electoral (ballotage) entre los dos candidatos ms votados, la cual no se realiz por la desercin vergonzosa y daina (para la institucionalizacin de la democracia) de la frmula encabezada por Carlos Menem. Manifiestamente, la candidatura de Kirchner, en medida considerable desconocido por buena parte de la ciudadana, fue impuesta y sostenida por el presidente Duhalde, quien logr controlar disciplinadamente al justicialismo de la provincia de Buenos Aires, responsable de una significativa proporcin del quantum de votos obtenidos por el gobernador de la petrolera provincia de Santa Cruz. De hecho, Kirchner logr 1.910.516 votos en la primera provincia argentina. Esos guarismos representan 25, 72 % de los votos en Buenos Aires (contra 20,40 % obtenido por Menem) y, ms importante, 44 % del total de su caudal electoral. Ello pareca colocar al nuevo presidente en la situacin potencial si no de rehn al menos en la de fuerte condicionamiento por el poder del saliente, como bien se encargaron de repetir sus adversarios. Para Kirchner, y para la institucionalizacin poltica y la propia democracia, la segunda vuelta era fundamental: poda capitalizar todo el voto antimenemista las encuestas posteriores al 27 de abril le daban una intencin de voto situada entre el 65 y el 70 por ciento- y obtener un grado de legitimidad mayor. La segunda ronda estaba convocada para tres semanas ms tarde, el 18 de mayo. Durante las primeras dos se produjo un masivo apoyo de dirigentes de casi todos los partidos a Kirchner. Incluso, un buen nmero de apoyos recibidos por Menem en la primera vuelta comenzaron a emigrar hacia las posiciones del seguro prximo presidente. En este contexto, Menem renunci a participar a la segunda vuelta acusando a Duhalde de organizar un fraude electoral, y a Kirchner de ser un montonero. De ese modo, el xito que implic para la recomposicin de una institucionalidad representativa la primera vuelta electoral, se vio interrumpida al frustrarse la segunda vuelta y no poder proclamar un gobierno electo por un gran porcentaje del electorado. El nuevo gobierno surge entonces entrampado por la persistencia de la lgica del Estadomafia, y sin poder efectivizar su capital poltico o
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popularidad de manera inmediata (Colectivo Situaciones, 2003). Esta situacin debe leerse a la luz de la reconfiguracin de la totalidad del sistema poltico, la cual podra producirse mediante la serie de elecciones para designar legisladores nacionales, Jefe de Gobierno de la Ciudad Autnoma de Buenos Aires y gobernadores de provincias, entre ellas dos de las ms importantes, Buenos Aires y, Santa Fe. A su vez, en la otra de las tres grandes, Crdoba, los comicios ya se realizaron, triunfando el justicialismo, quien logr la reeleccin de Juan Manuel de la Sota, frustrado delfn de Duhalde que coquete con Menem y devino partidario de Kirchner. As, Nstor Kirchner se convirti en el nuevo presidente. Lo fue en una situacin delicada, pues el escaso porcentaje de votos obtenidos en la primera vuelta le asignaba una baja legitimidad cuantitativa. A los efectos erosionantes de la misma apost la actitud de Menem. Empero, el presidente Kirchner mostr de inmediato una notable capacidad ejecutiva que apunta hasta ahora con xito- a suplir legitimidad de origen por legitimidad de ejercicio. Efectivamente, el presidente Kirchner ha logrado un elevado grado de conformidad con sus primeras medidas de gobierno, con valores que oscilan entre el 70 y el 80 por ciento de los encuestados. En los casi cuarenta das que median entre su acceso a la presidencia y el momento en que escribo esas lneas, Kirchner ha producido algunos hechos polticos de alto impacto en lo inmediato. Aunque son bien conocidos, vale recordarlos: 1) Se posicion en el plano de la poltica exterior al realizar reuniones con otros doce presidentes y con representantes de gobiernos, llegados para la ceremonia de asuncin, que en varios casos -manifiestamente en los de Fidel Castro y Hugo Chvez, con toda la carga simblica de ambos- fue ms all de lo meramente protocolar. Posteriormente, viaj a Brasil para entrevistarse con Luiz Incio Lula da Silva y acordar el relanzamiento y fortalecimiento del Mercosur. El mensaje fue claro: no habr, con los Estados Unidos, las relaciones carnales practicadas por Menem. 2) Viaj a las provincias de Entre Ros y de San Juan para solucionar conflictos sociales graves en ellas: el de los docentes que no cobraban sus salarios, en la primera; el de los empleados estatales en huelga, en la segunda. 3) Renov con una profundidad indita a las cpulas de las Fuerzas Armadas, buscando
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no slo dejar de lado a jefes presuntamente ms cercanos a Menem sino, sobre todo, contar con una conduccin exenta de vinculaciones con la dictadura y la violacin de los derechos humanos. Pero tambin, como hiciera saber el diario Pgina 12, la medida apunt a descabezar a oficiales partidarios de incluir la situacin poltico-militar colombiana como una hiptesis de guerra de los militares argentinos, posicin que, segn dicho diario, tena como mayor propagandista al jefe del Estado Mayor Conjunto, Juan Carlos Mignolo. En materia de seguridad, adicionalmente, comenz un proceso depurador en la Polica Federal, menos radical que el operado en Ejrcito, Marina y Aeronutica. 4) Embisti contra la desacreditada Corte Suprema de Justicia, obligando a la renuncia de su presidente, Julio Nazareno (emblemtica figura del menemismo) y a renovar los pedidos de enjuiciamiento para otros miembros. Complet el operativo renunciando a prerrogativas legales que, en la materia, son competencia del presidente de la repblica y promoviendo la designacin del prestigioso penalista Eugenio Ral Zaffaroni. 5) Enfatiz la defensa de los derechos humanos, yendo ms all de actos protocolares de recibir a los organismos cuando forz la renuncia del procurador del Tesoro, Carlos Snchez Herrera, por haber sido abogado defensor de un ex alto jefe militar acusado de secuestro de bebs durante la ltima dictadura. 6) Intervino el PAMI, la institucin estatal que atiende a jubilados y pensionados, clsico mbito de corrupcin, poniendo en entredicho a la burocracia sindical y a un legislador y sindicalista desprestigiado como Luis Barrionuevo. 7) Plante un discurso de firmeza frente a las posiciones y pretensiones del Fondo Monetario Internacional. 8) Dispuso un paulatino incremento salarial de los trabajadores privados bajo convenio, mas no a los que se encuentran en negro y a los estatales. Al mismo tiempo, ha elevado el monto mnimo de las jubilaciones y el salario bsico (lo que no ocurra desde 1993). Se trata de medidas que apuntan a reactivar el mercado interno. En fin, parecen haber vuelto las expectativas positivas, pero ellas no deben hacer olvidar que el proceso electoral dej en claro que el sistema poltico argentino estaba en una aguda
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crisis, todava sin solucin. Hasta abril de 2003, los principales candidatos eran expresin de la vieja poltica, la que no termina de morir, mientras la nueva no termina de concebirse (y, por tanto, mucho menos de nacer). De hecho, no existan reglas para regular el consenso y la institucionalizacin del poder poltico era una ficcin. Slo la inercia de lo viejo hizo posible mantener un cierto grado de funcionamiento institucional. No obstante, no puede dejar de reconocerse que ha habido un giro importante en el proceso socio-poltico argentino, siendo temprano an para saber si l es coyuntural o estratgico. Ahora bien, los primeros cuarenta y cinco das de gobierno de Nstor Kirchner muestran un estilo ejecutivo, una clara intencin de liderazgo fuerte histricamente tan al gusto de la mayora de los argentinos- y una fuerte presuncin de cambio de direccin del rumbo poltico seguido durante los ltimos veinte aos, esto es, los correspondientes a la ms larga fase de ejercicio de democracia poltica vivida por el pas. Es posible conjeturar que habr decisiones tendentes a recuperar cuotas de poder que el Estado ha resignado, sin que ellas impliquen un retorno a las intervenciones estatales tpicas del Estado de Compromiso Social del pasado. Se abre, en este punto, un espacio de debate y reflexin muy importante, que sera deseable no dejar escapar. La proclamada intencin de hacer de Argentina un pas normal para usar la expresin empleada por el presidente en el mensaje ante la Asamblea Legislativa el da de la asuncin de su cargo- alude a la recuperacin de las instituciones, las del Estado en primer (pero no nico) lugar, y por tanto a la restauracin del Estado de Derecho. Igualmente es posible conjeturar que Kirchner puede abrigar el impulso de creacin de un nuevo movimiento poltico, con un cierto tono centro-izquierdista, capaz de recrear el sistema de partidos. El notorio y pblico acercamiento con Anbal Ibarra, Jefe de Gobierno de la Ciudad Autnoma de Buenos, que aspira a su reeleccin (en los comicios del 24 de agosto de 2003), es un buen indicador en tal sentido (ms si se tiene en cuenta que el PJ apoya a un candidato de derecha, Mauricio Macri, presidente del muy popular equipo de ftbol Boca Juniors y miembro de un poderoso grupo econmico). Esa tarea, empero y si es cierto que ella est entre los proyectos del presidente, no ser nada fcil: chocar con la oposicin de su propio partido, el fracturado Justicialista, y la de quienes, desde fuera del PJ, pretenden ocupar ese espacio tan gelatinoso de la poltica argentina (el alicado ARI, en primer lugar, el Partido Socialista, con sus pretensiones de recuperar posiciones significativas, en menor medida).23 Sin contar la obvia
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No deja de ser significativo, en el plano simblico, que Kirchner no haya hecho, ni en su discurso electoral, ni en el mensaje al Congreso en pleno ni en sus actos posteriores, ninguna mencin a los conos y smbolos clsicos del peronismo (Pern, Evita, la Marcha...).
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oposicin de la derecha. La divisin del PJ ha sido un dato de las elecciones y todava no est claro si ella ha sido slo un dato coyuntural forzado por Duhalde para evitar elecciones internas que podan haber beneficiado a Menem, o bien ha alcanzado una dimensin tal que torna factible pensar en su irreversibilidad. Es cierto que, histricamente, el justicialismo ha tensado casi hasta el lmite la posibilidad de la ruptura partidaria como consecuencia de fuertes enfrentamientos internos y que siempre, hasta ahora, logr recomponer filas. Por lo dems, como tambin es histrico, los dirigentes y cuadros medios peronistas han tenido siempre un notabilsimo don de ubicuidad y su adaptacin a las cambiantes fluctuaciones de la poltica y las correlaciones de fuerzas. Aqu radica otro de los riesgos de un eventual proyecto transformador del sistema de partidos: que se sumen a l muchos de los peores exponentes de la vieja poltica. Un riesgo ms se encuentra en la tendencia personalista que muestra Kirchner, la cual puede potenciar, de no mediar acciones colectivas, la tambin histrica caracterstica de la cultura poltica argentina de construcciones polticas desde arriba, que el peronismo, por lo dems, llev a altas cimas. Dicho de otra manera: la tendencia personalista de lderes fuertes se construye pari passu y en interaccin con la simtrica de masas ms dispuestas a ser guiadas que a construir una conduccin consciente colectiva, es decir, a definir direcciones delegadas. Por ltimo, al menos a nuestros efectos, ser asimismo relevante lo que haga o deje de hacer Kirchner, como tambin lo que hagan o dejen de hacer las fuerzas sociales y polticas interesadas en construir, dentro de la matriz estructural existente (toda vez que el cambio de sta no aparece en el horizonte inmediato con posibilidades de realizacin), un nuevo modelo nacional, para usar una expresin clsica.24

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Mantenindome dentro de los cnones metodolgicos gramscianos, advertir que la poltica es expresin de las tendencias de desarrollo de la estructura de la sociedad y, en tanto tales, ellas no tienen porque realizarse necesariamente. Va de suyo que una determinada situacin histrica slo puede aprehenderse de la manera ms completa posible slo despus de haberse desarrollado por completo, no mientras transcurre. Pero ello no inhibe la posibilidad de su anlisis incluso historiogrfico (historia del tiempo presente), si bien las hiptesis no son susceptibles de verificacin emprica en lo inmediato.
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La relegitimacin de la representatividad poltica? Como hemos visto, entre diciembre de 2001 y abril-mayo de 2003 se han producido hechos que marcaron un cambio de rumbo. Los mismos son susceptibles de interpretaciones diferentes, aun partiendo de un mismo diagnstico, segn el cual el 19 y el 20 de diciembre constituyeron el momento fundador y la posibilidad de una revolucin poltica, a partir del profundo descontento social. Para algunos, tal posibilidad se agot, siendo las elecciones de abril su acta de defuncin. Las opciones de izquierda han sido neutralizadas y las demandas existentes no se canalizaron por fuera del sistema poltico, como pareci durante un tiempo, situacin que torna posible restablecer los procedimientos institucionales preexistentes para mediar en la resolucin de los conflictos. Es decir, el descontento social puede ser canalizado a travs de medios polticos, orientndolo hacia la convivencia social. Como sostiene el Colectivo Situaciones, [d]desde este ngulo, la realizacin de la primera vuelta electoral posee un significado muy especial, ya que constituye un paso muy importante en la moderacin de los nimos. La segunda vuelta, aun frustrada, confirma un clima de alejamiento de los extremos. La amenaza de la antipoltica fue conjurada. Para otros, en cambio, la posibilidad de la revolucin poltica se esfum y redujo a una oportunidad perdida. Se perdi por falta de organizacin, de estrategia, de perspectiva y de un programa poltico. Se podr polemizar sobre la caracterstica de estas formas organizativas o sobre la amplitud de tales perspectivas, pero no se puede negar que estas son las condiciones para elaborar una poltica alternativa. El error fundamental cometido por quienes participaron de la revuelta y sobre todo por quienes participaron de experiencias autnomas- sera el haberse enredado en la estructura paradjica de la consigna que se vayan todos, que no quede ni uno solo. Se perdi de vista, de ese modo, la complejidad de la lucha poltica para terminar cada quien escondido en su refugio, con un discurso idealista y unas prcticas abstractamente horizontales. Para quienes hacen la primera lectura, la posibilidad de la revolucin era un temor; para los de la segunda, un deseo. Ahora bien, segn el Colectivo Situaciones, ambas lecturas a la primera de las cuales llaman festiva y a la segunda, de lamento- se oponen en la perspectiva pero coinciden en la imagen de lo acontecido: las elecciones ocuparon el centro de disputa poltica y una de los contendientes (...) simplemente no se constituy en ese escenario, abandonando el campo de batalla y firmando de ese modo su derrota. Si en el acto electoral no se hicieron presentes las fuerzas desatadas en diciembre, es que diciembre ya no existe. AbrilPublicacin electrnica en http://www.catedras.fsoc.uba.ar/udishal
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mayo de 2003 constituyen, as, la evidencia de una derrota retroactiva de aquello que pudo haber sido a partir de diciembre de 2001. La eleccin aparece transparente: el sistema poltico est en va franca de recuperacin y las fuerzas del contrapoder han quedado enredadas en un previsible infantilismo poltico. No deja de ser significativa otra coincidencia entre ambas lecturas, la de concebir la poltica como un juego de dos sobre un mismo plano, con homogneas reglas de juego, como si se tratase de una partida de ajedrez en la cual se enfrentan el Poder, el Sistema Poltico o el Estado, por un lado, y el Poder Popular, el Contrapoder o la Poltica de la Horizontalidad, por el otro. La masiva concurrencia a las urnas y el alto voto positivo, el 27 de abril, implic un duro revs a las posiciones objetoras de las elecciones y tambin a la izquierda institucional o realmente existente, que pretendi capitalizar electoralmente lo que crey capacidad de liderazgo de los descontentos y termin araando un msero 3 % de los votos (sumando los de Izquierda Unida y los del Partido Obrero). De hecho, tanto el alto nivel de participacin electoral cuanto el del voto positivo pueden leerse como una relegitimacin del sistema poltico y de la propia representatividad poltica, tan fuertemente cuestionada en diciembre de 2001. A la dilucin del protagonismo de las asambleas vecinales se suma la fractura dentro de los movimientos piqueteros, tanto frente a la convocatoria a elecciones, primero, cuanto al nuevo gobierno, despus. As, por ejemplo, los Movimientos Barrios de Pie y de Trabajadores Desocupados Anbal Vern levantaron la propuesta de abstencionismo electoral, la Corriente Clasista y Combativa propugn el voto en blanco y el Bloque Piquetero se inclin por apoyar a partidos de izquierda. Despus de la consagracin de Kirchner, esta ltima organizacin sigue sosteniendo una postura de confrontacin con el gobierno No nos separa una cuestin de tiempo, sino de proyectos, ha dicho su dirigente Nstor Pitrola-, mientras Barrios de Pie ha abierto un expectante comps de espera y la Corriente Combativa y Clasista y la Federacin por la Tierra, Vivienda y Hbitat han optado por un apoyo crtico sin mengua de las movilizaciones. Sin embargo, es bueno no olvidar que la realidad es siempre compleja, contradictoria y que por debajo de la superficie fctico-emprica siempre hay tensiones y dinmicas heterogneas, no necesariamente visibles. Si ponemos los acontecimientos, los hechos y el
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proceso en otra perspectiva, no slo ms cuidadosamente atenta y libre de prejuicios sino tambin temporalmente ms extensa, no podemos creer que abril-mayo hayan permitido superar la crisis de representatividad y legitimidad polticas. Vivimos una crisis orgnica iniciada en 1930, para decirlo una vez ms, con intentos de solucin finalmente frustrados y con momentos de intensificacin de la crisis. En tal sentido, diciembre no fue la antesala de una revolucin ya no social, sino poltica-, pero si una ruptura, una situacin de confrontacin entre lo instituido y lo destituyente que no alcanz a convertirse en un nuevo instituyente. Diciembre de 2001 [como bien dice el Colectivo Situaciones] no fue el surgimiento de un nuevo sujeto poltico. De all que tal sujeto no se haya manifestado. Fue, s, una ruptura y una visibilizacin de un nuevo protagonismo social. Pero ese protagonismo es lo que es, precisamente, porque no entiende la poltica como se lo haca una dcada atrs. De all la inconveniencia de lamentar (lamento que a veces parece imputacin) que esas fuerzas no hayan actuado como si fuesen tal nuevo sujeto. No es buena poltica ni buena ciencia social adjudicarle a terceros la obligacin de efectivizar los deseos del dirigente poltico o del cientfico social. En rigor de verdad, los efectos de las jornadas del 19 y 20 de diciembre han tenido un radicalismo tal, en buena medida subsistente, que afectaron todo el proceso electoral, aunque tal circunstancia no permite establecer una relacin a priori directa entre las luchas callejeras y la elaboracin de experiencias de contrapoder y el resultado de las elecciones como tal (...). Se trata en su constitucin- de dinmicas heterogneas. Trasladar la potencia de una situacin a lo que sucede en las elecciones, lleva a disolverla. Y, al contrario, ordenar una situacin a partir de una lectura global de las elecciones lleva a destruir los posibles de tal situacin (Colectivo Situaciones, 2003). Porque ha habido ruptura, y por tanto una brecha, cuya magnitud es estructural, no meramente coyuntural, no conviene ilusionarse ni maravillarse con la posibilidad de una relegitimacin y una reconstitucin automticas del sistema poltico, de sus partidos y sus dirigencias por el slo hecho de masiva presencia de los ciudadanos en las urnas y de su decisin, tambin abrumadoramente mayoritaria, de votar positivamente. Conviene no obnubilarse por el efecto K, con su estilo ejecutivo y las expectativas abiertas de un cambio de alguna intensidad. Sin negar la posibilidad de convertir estas expectativas en realizaciones, no puede ignorarse que la representatividad poltica est fuertemente fracturada como lo mostraron los resultados electorales- y que el piso desde el cual pueden partir las diferentes fuerzas para una nueva construccin es notablemente bajo.
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Los nufragos no eligen puerto Los nufragos no eligen puerto. Tampoco el medio con el cual llegar a alguno. Se aferran a lo poco que tienen disponible, sean botes y/o salvavidas, para algunos, o cualquier elemento que flote, para otros. La travesa tampoco es fcil: no siempre se sabe qu distancia hay que recorrer -es decir, cun cerca o cun lejos est el punto de llegada-, ni cules son y cmo sortear los riesgos de la sobrevida, que no son pocos e incluyen el mismo mar, potencialmente proceloso, tiburones (si los hay) y, quizs sobre todo, las embestidas desesperadas de otros nufragos. Por aadidura, puede que al final de la odisea los nufragos no lleguen a un puerto sino a costas acantiladas o playas desiertas. Puede, igualmente, que llegando a algn puerto encuentren en l un cartel con un dantesco saludo: Lasciate ogni speranza voi che entrate. Sin embargo, es posible -y por esa posibilidad hay que combatir- que el cartel nos reciba con una bienvenida borgiana: Siempre el coraje es mejor / La esperanza nunca es vana. La sociedad argentina se encontr en una coyuntura que le llevaba a optar por navegar entre el riesgo y la seguridad. Habiendo perdido el arte de navegar y los instrumentos necesarios, apel a su histrico conservadurismo, ese que suele disimular, v prefiri no adentrarse en los difciles mares del cambio sino en aguas ms tranquilas y seguras. Dej de ser iluminada por el Faro del Fin del Mundo. Pero todava vivimos el naufragio y por eso an es posible que la corriente se despliegue en diferentes direcciones, sea la de constitucin de un nuevo sistema hegemnico, sin afectar la matriz capitalista de la sociedad, sea la recomposicin del bloque de poder representado en los noventa por el menemismo, sea, incluso, la que arrastra a nuevas turbulencias. En cambio, parece remota la del cambio social ms o menos radical. Pero ello no impide que vuelva a brillar el Faro del Fin del Mundo capaz de iluminar las procelosas aguas del cambio. As, pues, pese a todo, algunos nufragos del Titanic Argentina esperamos llegar a un puerto cuyo cartel recoja la proposicin de Jorge Luis Borges, no la de Dante Alighieri. Buenos Aires, 12 de julio de 2003.

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Bibliografa
Ansaldi, Waldo (1997): Fragmentados, excluidos, famlicos y, como si eso fuese poco, violentos y corruptos, en Revista Paraguaya de Sociologa, Ao 34, n 98, Asuncin (Paraguay), enero-abril, pp. 736. Tambin en Internet: http://www.catedras.fsoc.uba.ar/udishal Ansaldi, Waldo (2002): Los nufragos no eligen puerto. Anlisis de la situacin argentina, 20002002, en e-l@tina. Revista electrnica de estudios latinoamericanos, Ao I, N 1, Buenos Aires, octubrediciembre, pp. 29-37, en www.catedras.fsoc.uba.ar/udishal y en www.h-debate.com (Tabln de Anuncios/ Revistas) Ansaldi, Waldo (2003a): Argentina, una crisis sin fin, en Gramsci e o Brasil, en www.gramsci.org.br/textos/politica. (Puesto en la pgina en la actualizacin de abril de 2003). Ansaldi, Waldo (2003b): Argentina: la dilucin de posibles salidas polticas, en Asociacin de Historia Actual. Boletn n 6, Cdiz, primavera, pp.2-3. Basualdo, Eduardo (2001): Sistema poltico y modelo de acumulacin en la Argentina. Notas sobre el transformismo argentino durante la valorizacin financiera (1976-2001), Universidad Nacional de Quilmes Ediciones, Bernal. Colectivo Situaciones (2003): Causas y azares. (Dilemas del nuevo protagonismo social), Borradores de Investigacin 4, fechado el 18 de mayo de 2003, distribuido por va electrnica. Crompton, Rosemary (1994): Clase y estratificacin. Una introduccin a los debates actuales, Tecnos, Madrid. Gramsci, Antonio (1975): Quaderni del carcere, Edizione crtica dellIstituto Gramsci, a cura di Valentino Gerratana, Einaudi, Torino, 4 vols.

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