Vallés - Orar Con Los Salmos

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Carlos G. Valls, S.J.

Orar con los Salmos


Salmo 15, Sinceridad conmigo mismo
Digo a mi Seor: T eres mi Dios; mi felicidad est en ti. Los que buscan a otros dioses no hacen ms que aumentar sus penas; jams pronunciarn mis labios su nombre. Repito esas palabras, te digo a ti y a todo el mundo y a m mismo que soy de veras feliz en tu servicio, que me dan pena los que siguen a otros dioses; los que hacen del dinero o del placer, de la fama o del xito, la meta de sus vidas; los que se afanan slo por los bienes de este mundo y slo piensan en disfrutar de gozos terrenos y ganancias perecederas. Yo no he de adorar a sus dioses. Y, sin embargo, en momentos de sinceridad conmigo mismo caigo en la cuenta, con claridad irrefutable, que tambin yo adoro a esos dioses en secreto y me postro ante sus altares. Tambin yo busco el placer y las alabanzas y el xito, y aun llego a envidiar a aquellos que disfrutan los bienes de este mundo que a m me prohben mis votos. S que renuevo mi entrega a ti, Seor, pero confieso que sigo sintiendo en mi alma y en mi cuerpo la atraccin de los placeres de la materia, la fuerza de gravedad de la tierra, la pena escondida de no poder disfrutar de lo que otros disfrutan. An tomo parte, al amparo de la oscuridad y el annimo, en la idolatra de dioses falsos, y ofrezco irresponsablemente sacrificios en sus altares. An sigo buscando la felicidad fuera de ti, a pesar de saber perfectamente que slo se encuentra en ti. Por eso mis palabras hoy no son jactancia, sino plegaria; no son constancia de victoria, sino peticin de ayuda. Hazme encontrar la verdadera felicidad en ti; hazme sentirme satisfecho con mi heredad, mi lote y mi suerte, como me has enseado a decir. El Seor es el lote de mi heredad y mi copa, mi suerte est en su mano: me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad. Ensame a apreciar la propiedad que me has asignado en tu Tierra Santa, a disfrutar de veras con tu herencia, a deleitarme en tu palabra y descansar en tu amor. Y preprame con eso a hacer mas en fe y en experiencia las palabras esperanzadoras que pones en mis labios al acabar este Salmo: Me ensears el sendero de la vida, me saciars de gozo en tu presencia, de alegra perpetua a tu derecha.

Hazlo as, Seor.

Salmo 21, Cuando llega la depresin


Comienzo este Salmo de rodillas. Es tu Salmo, Seor. T lo dijiste en la cruz, en la profundidad de tu agona, cuando el sufrimiento de tu alma llevaba a su colmo al sufrimiento de tu cuerpo en ltimo abandono. Dios mo, Dios mo, por qu me has abandonado?" Son tus palabras, Seor. Cmo puedo hacerlas mas? Cmo puedo equiparar mis sufrimientos a los tuyos? Cmo puedo pretender subirme a tu cruz y dar tu grito, consagrado para siempre en la exclusividad de tu pasin? Este Salmo es tuyo, y a ti se te ha de dejar como reliquia de tu pasin, como expresin herida de tu propia angustia, como testigo dolorido de tu encuentro con la muerte en tu cuerpo y en tu alma. Estas palabras son palabras de Viernes Santo, palabras de pasin, palabras tuyas. No he de tocarlas yo. Y, sin embargo, siento por otro lado que este Salmo tambin me pertenece a m, que tambin hay momentos en mi vida en los que yo tengo la necesidad y el derecho de pronunciar esas palabras como eco humilde de las tuyas. Tambin yo me encuentro con la muerte, una vez en mi cuerpo al final de la vida, y veces sin cuento en la desolacin de mi alma al caminar por la vida en las sombras del dolor. No quiero compararme a ti, Seor, pero tambin yo s lo que es la angustia y la desesperacin, tambin yo s lo que es la soledad y el abandono. Tambin yo me he sentido abandonado por el Padre, y las palabras sin redencin han salido de mis labios resecos: Dios mo, Dios mo, por qu me has abandonado?". Cuando llega la depresin, hace iguales a todos los hombres. La vida pierde el sentido, nada tiene explicacin, todo sabor es amargo y todo color negro. No se ve razn para seguir viviendo. Los ojos no ven el camino, y los pies se atenazan en la inercia. Para qu comer, para qu respirar, para qu vivir? El fondo de la fosa es el mismo para todos los hombres, y los que han llegado ah lo saben. S lo que es una depresin, y s que es muerte real en cuerpo vivo. Abandono total, limite de sufrimiento, frontera de desesperacin. El sufrimiento iguala a todos los hombres, y el sufrimiento del alma es el peor sufrimiento. Conozco su negrura. Dnde quedas t, entonces? Dnde ests t cuando la noche negra se cierne sobre m? De da te grito, y no respondes; de noche, y no me haces caso. De hecho, es tu ausencia la que causa el dolor. Si t estuvieras a mi lado, podra soportar cualquier dolencia y enfrentarme a cualquier tormenta. Pero me has abandonado, y sa es la prueba. La soledad de la cruz el Viernes Santo. La gente me habla de ti en esos momentos; lo hacen con buena intencin, pero no hacen ms que agudizar mi agona. Si t ests ah, por qu no te muestras? Por qu no me ayudas? Si t rescataste a nuestros padres en el pasado, por qu no me rescatas a m ahora? En ti confiaban nuestros padres;

confiaban, y los ponas a salvo; a ti gritaban, y quedaban libres; en ti confiaban, y no los defraudaste. Pero yo ... . Yo no parezco contar para nada en tu presencia. Yo soy un gusano, no un hombre, o al menos as me lo parece ahora. Estoy como agua derramada, tengo todos los huesos descoyuntados; mi corazn, como cera, se derrite en mis entraas; mi garganta est seca como una teja, la lengua se me pega al paladar; me aprietas contra el polvo de la muerte. Tena que llegar yo al fin de mis fuerzas para caer en la cuenta de que la salvacin me viene solamente de ti. Mi queja ante ti era en s misma un acto secreto de fe en ti, Seor. Me quejaba a ti de que me habas abandonado, precisamente porque saba que estabas all. Mustrate ahora, Seor. Extiende tu brazo y dispersa las tinieblas que me envuelven. Devuelve el vigor a mi cuerpo y la esperanza a mi alma. Acaba con esta depresin que me acosa, y haz que yo vuelva a sentirme hombre con fe en la vida y alegra en el corazn. Que vuelva yo a ser yo mismo y a sentir tu presencia y a cantar tus alabanzas. Eso es pasar de la muerte a la vida, y quiero poder dar testimonio de tu poder de rescatar a mi alma de la desesperacin como prenda de tu poder de resucitar al hombre para la vida eterna. Me has dado nueva vida, Seor, y con gusto proclamar tu grandeza ante mis hermanos. Me hars vivir para l, mi descendencia le servir; hablarn del Seor a la generacin futura, contarn su justicia al pueblo que ha de nacer: todo lo que hizo el Seor. Contar tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabar. Lo recordarn y volvern al Seor hasta de los confines del orbe; en su presencia se postrarn las familias de los pueblos.

Salmo 22, Alegre y despreocupado


He observado rebaos de ovejas en verdes laderas. Retozan a placer, pacen a su gusto, descansan a la sombra. Nada de prisas, de agitacin o de preocupaciones. Ni siquiera miran al pastor; saben que est all, y eso les basta. Libres para disfrutar prados y fuentes. Felicidad abierta bajo el cielo. Alegres y despreocupadas. Las ovejas no calculan. Cunto tiempo queda? Adnde iremos maana? Bastarn las lluvias de ahora para los pastos del ao que viene? Las ovejas no se preocupan, porque hay alguien que lo hace por ellas. Las ovejas viven de da en da, de hora en hora. Y en eso est la

felicidad. El Seor es mi pastor. Slo con que yo llegue a creer eso, cambiar mi vida. Se ir la ansiedad, se disolvern mis complejos y volver la paz a mis atribulados nervios. Vivir de da en da, de hora en hora, porque l est ah. El Seor de los pjaros del cielo y de los lirios del campo. El Pastor de sus ovejas. Si de veras creo en l, quedar libre para gozar, amar y vivir. Libre para disfrutar de la vida. Cada instante es transparente, porque no est manchado con la preocupacin del siguiente. El Pastor vigila, y eso me basta. Felicidad en los prados de la gracia. Es bendicin el creer en la providencia. Es bendicin vivir en obediencia. Es bendicin seguir las indicaciones del Espritu en las sendas de la vida. El Seor es mi pastor. Nada me falta.

Salmo 32, Los planes de Dios


El Seor deshace los planes de las naciones,
frustra los proyectos de los pueblos; pero el plan del Seor subsiste por siempre; los proyectos de su corazn, de edad en edad. Estas palabras me tranquilizan, Seor, como han de tranquilizar a todos los que se preocupan por el futuro de la humanidad. Leo los peridicos, oigo la radio, veo la televisin, y me entero de las noticias que da a da pesan sobre el mundo. Los planes de las naciones. Todo es violencia, ambicin y guerra. Naciones que quieren conquistar a naciones; hombres que traman matar a hombres. Cada nueva arma en la carrera de armamentos es testigo triste e instrumento potencial de los negros pensamientos que tienen hombres en todo el mundo, de los planes de las naciones para destruirse unas a otras. Desconfianza, amenazas, chantaje, espionaje... La pesadilla internacional de la lucha por el poder en el mundo, que amenaza a la existencia misma de la humanidad. Ante la evidencia brutal de violencia en todo el mundo, hombres de buena voluntad sienten la frustracin de su impotencia, la inutilidad de sus esfuerzos, la derrota del sentido comn y la desaparicin de la cordura del escenario internacional. Los planes de las naciones traen la miseria y la destruccin a esas mismas naciones, y nada ni nadie parece poder parar esa loca carrera hacia la autodestruccin. Ms an que la preocupacin por el futuro, lo que entristece hoy a los hombres que piensan es la pena y la sorpresa de ver la estupidez del hombre y su incapacidad de entender y aceptar l mismo lo que le conviene para su bien. Cundo parar esta locura? El Seor deshace los planes de las naciones.

Esa es la garanta de esperanza que alegra el alma. T no permitirs, Seor, que la humanidad se destruya a s misma. Esos planes de las naciones, en su edicin inicial, eran los planes de los reinos vecinos de Israel para destruirlo y destruirse unos a otros. Y esos planes fueron desarticulados. La humanidad sigue viva. La historia continua. Es verdad que en esa historia continan los planes de las naciones para destruirse unas a otras, pero tambin contina la vigilancia del Seor que aleja el brazo de la destruccin de la faz de la tierra. El futuro de la humanidad est a salvo en sus manos. Contra los planes de las naciones se alzan los planes de Dios, y se es el mayor consuelo del hombre que cree, cuando piensa y se preocupa por su propia raza. No conocemos esos planes, ni pedimos que se nos revelen, ya que nos fiamos de quien los ha hecho, y nos basta saber que esos planes existen. Siendo los planes de Dios, han de ser favorables al hombre y han de ser llevados a cabo sin falta. Esos planes protegern a cada nacin y defendern a cada individuo de mil maneras que l no conoce ahora, pero que descubrir un da en la alegra y la gloria de la salvacin final. La victoria de Dios ser, en ltimo lugar, la victoria del hombre y la victoria de cada nacin que a sus planes se acoja. Los planes de Dios son el comienzo sobre la tierra de una eternidad dichosa. El plan del Seor subsiste por siempre; los proyectos de su corazn, de edad en edad. La historia de la humanidad en manos de su Creador.

Salmo 34, Yo soy tu salvacin


"Di a mi alma: Yo soy tu salvacin." Ya s que eres mi salvacin, Seor, pero quiero orlo de tus labios. Quiero el sonido de tu voz, el gesto de tus manos. Quiero escucharte en persona, ver cmo te diriges directamente a m y recibir en mi corazn el mensaje de esperanza y redencin: "Yo soy tu salvacin". Una vez recibido el mensaje, confo en verlo hacerse realidad en las penosas vicisitudes de mi vida diaria. T ests siempre a mi lado, y t eres mi salvacin, as que ahora espero ver a tu poder salvfico obrar maravillas en mi vida, segn voy necesitando tu ayuda, tu gua y tu fortaleza. Si de veras eres mi salvacin, hazme sentirlo as en el fondo de mi alma y en la prctica de la vida. Slvame da a da, Seor. En concreto, Seor, slvame de aquellos que no me quieren bien. Los hay, Seor, y el peso de su envidia entorpece los pasos de mi alegra. Hay gente que se alegra si me sobreviene la desgracia, y se ren cuando tropiezo y caigo. "Cuando yo tropec, se alegraron, se juntaron contra m y me golpearon por sorpresa; me laceraban sin cesar; cruelmente se burlaban de m, rechinando los dientes de odio. Seor, hasta cundo te quedars mirando? Que no canten victoria mis enemigos traidores, Que no hagan guios a mi costa los que me odian sin razn."

No pretendo quejarme de nadie, Seor; all cada cual con sus intenciones y con su conciencia; pero s que siento a veces en m y alrededor de m la friccin, la tensin, la sospecha que endurece los rostros y enfra las relaciones. Quiero considerar a todo conocido como un amigo, y a todo compaero en el trabajo como un socio. Pero se me hace difcil en un mundo de crtica, envidia y competencia. Lo que de veras deseo es llegar yo mismo a aceptar de corazn a todos, para que el sentirse aceptados despierte en su corazn la amistad y me acepten a m. Arranca de mi corazn toda amargura y hazme amable y delicado para que mi conducta invite tambin a la amabilidad y delicadeza de parte de los dems y cree un clima de acercamiento dondequiera que yo viva o trabaje. Si eres de veras mi salvacin, redmeme a m y a cuantos viven y tratan conmigo, de la maldicin de la envidia. Haz que todos nos alegremos del bien que cada uno hace, y que cada cual tome como hecho por l lo que su hermano ha conseguido. "Entonces me alegrar en el Seor, y gozar con su salvacin."

Salmo 35, La fuente de la vida


"En ti est la fuente de la vida, y en tu luz vemos la luz." Quiero vivir, sentirme vivo, palpar las energas de la creacin cuando suben y se esparcen por las clulas de mi cuerpo y los tejidos de mi alma. La vida es la esencia de todas las bendiciones que Dios da al hombre, el roce del dedo de Dios que convierte un montn de arcilla en un ser viviente y hace de una sombra inerte el rey de la creacin. La vida es la gloria de Dios hecha movimiento, la Palabra divina traducida en sonrisa, el amor eterno que hace palpitar el corazn del hombre. La vida es todo lo que es bueno, vibrante y alegre. La vida es la bendicin de las bendiciones. Deseo vivir la vida. En mis pensamientos y en mis sentimientos, en mis conversaciones y en mis encuentros, en mi amistad y en mi amor. Quiero que la centella de la vida encienda todo lo que hago y todo lo que soy. Que mi paso se acelere, que mi pensamiento se agudice, que mi mirada se alargue y mi sonrisa se ilumine cuando la vida amanezca en m. Quiero vivir. Yo quiero vivir, y t eres la fuente de la vida. Cuanto ms me acerque a ti, ms vida tendr. La nica vida verdadera es la que viene de ti, y la nica manera de participar en ella es estar cerca de ti. Djame beber de esa fuente, djame meter las manos en sus aguas para sentir su frescura, su pureza y su fuerza. Que las aguas vivas de ese divino manantial fluyan a travs de mi alma y de mi cuerpo, y su corriente inunde el pozo de mi corazn. Olas de alegra en carne mortal. Tambin eres la luz. En un mundo de oscuridad, de duda y de incertidumbre, t eres el rayo rectilneo, el cndido amanecer, el medioda que todo lo revela. Si para vivir hay que acercarse a ti, para ver tambin. "En tu luz vemos la luz." Seor, quiero tu luz, tu visin, tu punto de vista. Quiero ver las cosas como t las ves, quiero verlas desde tu punto de vista, desde tu horizonte, desde tu ngulo; quiero ver as a las personas y los acontecimientos y la historia del hombre y los sucesos de mi vida. Quiero verlo todo con tu luz. Tu luz es el don de la fe. Tu vida es el don de la gracia. Dame tu gracia y tu fe para que yo pueda ver y vivir la plenitud de tu creacin con la

plenitud de mi ser. "Seor, tu misericordia llega hasta el cielo, tu fidelidad hasta las nubes; tu justicia hasta las altas cordilleras, tus sentencias son como el ocano inmenso. T socorres a hombres y animales: qu inapreciable es tu misericordia, oh Dios! Los humanos se acogen a la sombra de tus alas, Se nutren de lo sabroso de tu casa, Les das a beber del torrente de tus delicias." Seor, dame de esa agua!

Salmo 36, Espera en el Seor


Me ha llegado la enfermedad y he perdido el valor de vivir. Mientras mi cuerpo se encontraba bien, di la salud por supuesta. Soy un hombre sano y fuerte, puedo comer cualquier cosa y dormir en cualquier sitio, puedo trabajar todas las horas que haga falta al da, puedo enfrentarme al sol del verano, a la nieve del invierno y a la humedad enfermiza de los largos meses de los monzones. Tango a veces un dolor de cabeza o un catarro de estornudos, pero desprecio las medicinas y evito a los mdicos, y confo en que mi fiel cuerpo me sacar de cualquier crisis y derrotar a cualquier microbio en inters de mi trabajo, que no puede esperar, ya que es trabajo por Dios y por su pueblo. Estoy orgulloso de mi robustez y cuento con ella para poder seguir trabajando sin descanso y viviendo sin preocupacin. Pero ahora me ha llegado la enfermedad, y estoy destrozado. Destrozado en el cuerpo, entre las sbanas ardientes de una cama en el hospital, y destrozado en el alma, bajo la humillacin y el apuro de mi salud rota. Me da vueltas la cabeza, me palpitan las sienes, me duele todo el cuerpo, el pecho tiene que forzarse a respirar. No tengo apetito, no tengo sueo, no quiero ver a nadie y, sobre todo, no quiero que nadie me vea en este estado de miseria que parece va a durar para siempre. Si el cuerpo me falla, cmo voy a seguir viviendo? "No hay parte ilesa en mi carne. No tienen descanso mis huesos. Mis llagas estn podridas por causa de mi insensatez. Voy encorvado y encogido, Todo el da camino sombro, Tengo las espaldas ardiendo, Estoy agotado, deshecho del todo." Pero ahora, en las largas horas de inactividad forzada, mis pensamientos se vuelven casi necesariamente hacia mi cuerpo, y comienzo a verlo bajo otra luz y a recobrar una relacin con l que nunca deb haber perdido. La enfermedad de mi cuerpo es su lenguaje, su manera de hablarme, de decirme que lo estaba maltratando, ignorando, despreciando, cuando de hecho l es parte ntima de mi ser. Como el nio llora cuando nadie le hace caso, as se queja mi cuerpo, porque yo lo he desatendido. Esas quejas son la fiebre, la debilidad y el dolor en que se expresa. Quiero escuchar su lenguaje, interpretar su sentido y aceptar su verdad. Mi cuerpo est tan cerca de m que yo lo daba por supuesto y no le

haca caso. Y ahora l me dice, callada y dolorosamente, que no est dispuesto a aguantar ms esa negligencia. La enfermedad es slo un rompimiento entre el alma y el cuerpo, entre el ideal y la realidad, entre el sueo imposible y los hechos concretos. La enfermedad me devuelve a la tierra y me recuerda mi condicin humana. Acepto la advertencia y me propongo restablecer el dilogo con mi cuerpo que nunca deb haber interrumpido. Vamos a recorrer la vida juntos, mi querido cuerpo, de la mano, al mismo paso, mientras los ritmos de tu carne dan expresin a la marea de ideas y sentimientos que sube y baja en los acantilados de mi mente. Sonre cuando me alegro y tiembla cuando tengo miedo; reljate cuando descanso y tensa los nervios cuando me concentro. Avsame cuando se avecine algn peligro, comuncame tu cansancio antes de que sea demasiado tarde, y hazme llegar tu aprobacin cuando re encuentres a gusto y ests de acuerdo con lo que hago y disfrutes de la vida conmigo. Gracias por mi cuerpo, Seor, mi compaero fiel y mi gua seguro por los caminos de la vida! Y gracias tambin por esta enfermedad que me acerca a l y me ensea a cuidarlo con cario y con inters. Gracias por haberme recordado que es parte ma, por haber vuelto a unirnos, por haber restaurado la totalidad y unidad de mi ser. Y como seal de tu bendicin, como testimonio de que esta enfermedad viene de ti para devolverme el todo orgnico de mi existencia, sana ahora este cuerpo que t has creado y devulveme la alegra de la salud y la fuerza para seguir viviendo con gusto y confianza, para seguir trabajando por ti, sabiendo ya que no son slo mi mente y mi alma las que trabajan, sino mi cuerpo tambin, en unidad ferviente y cooperacin fiel. Al rezar ahora, Seor, es todo mi ser el que te reza. "No me abandones, Seor; Dios mo, no te quedes lejos; Ven aprisa a socorrerme Seor mo, mi salvacin."

Salmo 37, En mi enfermedad


Me ha llegado la enfermedad y he perdido el valor de vivir. Mientras mi cuerpo se encontraba bien, di la salud por supuesta. Soy un hombre sano y fuerte, puedo comer cualquier cosa y dormir en cualquier sitio, puedo trabajar todas las horas que haga falta al da, puedo enfrentarme al sol del verano, a la nieve del invierno y a la humedad enfermiza de los largos meses de los monzones. Tango a veces un dolor de cabeza o un catarro de estornudos, pero desprecio las medicinas y evito a los mdicos, y confo en que mi fiel cuerpo me sacar de cualquier crisis y derrotar a cualquier microbio en inters de mi trabajo, que no puede esperar, ya que es trabajo por Dios y por su pueblo. Estoy orgulloso de mi robustez y cuento con ella para poder seguir trabajando sin descanso y viviendo sin preocupacin. Pero ahora me ha llegado la enfermedad, y estoy destrozado. Destrozado en el cuerpo, entre las sbanas ardientes de una cama en el hospital, y destrozado en el alma, bajo la humillacin y el apuro de mi salud rota. Me da vueltas la cabeza, me palpitan las sienes, me duele todo el cuerpo, el pecho tiene que forzarse a respirar. No tengo apetito, no tengo sueo, no quiero ver a nadie y, sobre todo, no quiero que nadie me vea en este estado de miseria que parece va a durar para siempre. Si el cuerpo me falla, cmo voy a seguir viviendo?

"No hay parte ilesa en mi carne. No tienen descanso mis huesos. Mis llagas estn podridas por causa de mi insensatez. Voy encorvado y encogido, Todo el da camino sombro, Tengo las espaldas ardiendo, Estoy agotado, deshecho del todo." Pero ahora, en las largas horas de inactividad forzada, mis pensamientos se vuelven casi necesariamente hacia mi cuerpo, y comienzo a verlo bajo otra luz y a recobrar una relacin con l que nunca deb haber perdido. La enfermedad de mi cuerpo es su lenguaje, su manera de hablarme, de decirme que lo estaba maltratando, ignorando, despreciando, cuando de hecho l es parte ntima de mi ser. Como el nio llora cuando nadie le hace caso, as se queja mi cuerpo, porque yo lo he desatendido. Esas quejas son la fiebre, la debilidad y el dolor en que se expresa. Quiero escuchar su lenguaje, interpretar su sentido y aceptar su verdad. Mi cuerpo est tan cerca de m que yo lo daba por supuesto y no le haca caso. Y ahora l me dice, callada y dolorosamente, que no est dispuesto a aguantar ms esa negligencia. La enfermedad es slo un rompimiento entre el alma y el cuerpo, entre el ideal y la realidad, entre el sueo imposible y los hechos concretos. La enfermedad me devuelve a la tierra y me recuerda mi condicin humana. Acepto la advertencia y me propongo restablecer el dilogo con mi cuerpo que nunca deb haber interrumpido. Vamos a recorrer la vida juntos, mi querido cuerpo, de la mano, al mismo paso, mientras los ritmos de tu carne dan expresin a la marea de ideas y sentimientos que sube y baja en los acantilados de mi mente. Sonre cuando me alegro y tiembla cuando tengo miedo; reljate cuando descanso y tensa los nervios cuando me concentro. Avsame cuando se avecine algn peligro, comuncame tu cansancio antes de que sea demasiado tarde, y hazme llegar tu aprobacin cuando re encuentres a gusto y ests de acuerdo con lo que hago y disfrutes de la vida conmigo. Gracias por mi cuerpo, Seor, mi compaero fiel y mi gua seguro por los caminos de la vida! Y gracias tambin por esta enfermedad que me acerca a l y me ensea a cuidarlo con cario y con inters. Gracias por haberme recordado que es parte ma, por haber vuelto a unirnos, por haber restaurado la totalidad y unidad de mi ser. Y como seal de tu bendicin, como testimonio de que esta enfermedad viene de ti para devolverme el todo orgnico de mi existencia, sana ahora este cuerpo que t has creado y devulveme la alegra de la salud y la fuerza para seguir viviendo con gusto y confianza, para seguir trabajando por ti, sabiendo ya que no son slo mi mente y mi alma las que trabajan, sino mi cuerpo tambin, en unidad ferviente y cooperacin fiel. Al rezar ahora, Seor, es todo mi ser el que te reza. "No me abandones, Seor; Dios mo, no te quedes lejos; Ven aprisa a socorrerme Seor mo, mi salvacin."

Salmo 38, Plegaria del hombre cansado

Estoy cansado, Seor, estoy harto de la vida. La gente dice que la vida es corta; a m ahora me parece larga, eternamente larga. No s qu hacer con la vida. Podra vivir an el doble de lo que he vivido, quiz el triple, y me estremezco de slo pensarlo. La carga, la rutina, el puro aburrimiento de vivir. No me quejo ahora del sufrimiento, sino del abrumador cansancio de la existencia. Recorrer las mismas calles, hacer los mismos quehaceres, encontrarse con la misma gente, decir las mismas vaciedades. Es eso vivir? Y si eso es vivir, merece la pena? "Seor, dame a conocer mi fin." Parece una plegaria fnebre y, sin embargo, en este momento es mi nica consolacin. Dame a conocer mi fin. Recurdame que esta triste existencia llegar un da a su fin, que todo se acabar y ya no habr ms caminar sin direccin ni ms vivir sin sentido. Hazme saber al menos que esto no va a durar para siempre, que no va a durar mucho, por favor. La vida es tan dolorosamente aburrida, tan insoportablemente reiterativa... Temo a la silla en que me siento, odio a la mesa sobre la que escribo, no puedo aguantar la vista de estas cuatro paredes que circundan mi vida y limitan mi existencia. Oigo hablar de presos de la crcel. Qu ms me da que la crcel tanga muros altos o bajos, mientras a m no me dejen salir y determinen el paso de mis horas y el curso de mis das con eficiencia brutal? Un maana que es igual que hoy, como hoy ha sido lo mismo que ayer y siempre lo ha sido y seguir siendo sin remedio. "Ganarse la vida" le dicen a eso. No habr pensado nadie todava en vivir la vida? Estoy cansado, Seor, y t lo sabes. Sin embargo siento cierto descanso al decrtelo no como una queja, ni siquiera como una oracin, si es que me entiendes, sino simplemente como una confidencia, una charla entre amigos, un desahogo ente alguien que me entiende y est dispuesto a escucharme con paciencia. Mi cansancio es el cansancio del caminante, y quiero sentarme sobre una piedra al borde del camino y olvidar por un momento la fatiga del caminar por el polvo y las piedras. Seguir andando, Seor, pero djame descansar un poco antes de volver a emprender el triste viaje. El recuerdo de que t ests cerca me dar las fuerzas que necesito para continuar. "Escucha, Seor, mi oracin, haz caso de mis gritos, no seas sordo a mi llanto: porque yo soy husped tuyo, forastero como todos mis padres. Aplcate, dame respiro Antes de que pase y no exista."

Salmo 39, Abre mis odos!


"Ni sacrificio ni oblacin queras, pero el odo me has abierto. Oh Dios mo, en tu ley me complazco En el fondo de mi ser." Abre mis odos, Seor, para que pueda or tu palabra, obedecer tu voluntad y cumplir tu ley. Hazme prestar atencin a tu voz, estar a tono con tu acento, para que pueda reconocer al instante tus mensajes de amor en medio de la selva de ruidos que rodea mi vida. Abre mis odos para que oigan tu palabra, tus escrituras, tu

revelacin en voz y sonido a la humanidad y a m. Haz que yo ame la lectura de la escritura santa, me alegre de or su sonido y disfrute con su repeticin. Que sea msica en mis odos, descanso en mi mente y alegra en mi corazn. Que despierte en m el eco instantneo de la familiaridad, el recuerdo, la amistad. Que descubra yo nuevos sentidos en ella cada vez que la lea, porque tu voz es nueva y tu mensaje acaba de salir de tus labios. Que tu palabra sea revelacin para m, que sea fuerza y alegra en mi peregrinar por la vida. Dame odos para captar, escuchar, entender. Hazme estar siempre atento a tu palabra en las escrituras. Abre mis odos tambin a tu palabra en la naturaleza. Tu palabra en los cielos y en las nubes, en el viento y en la lluvia, en las montaas heladas y en las entraas de fuego de esta tierra que t has creado para que yo viva en ella. Tu voz que es poder y es ternura, tu sonrisa en la flor y tu ira en la tempestad, tu caricia en la brisa y tus amenazas en el rugido del trueno. T hablas en tus obras, Seor, y yo quiero tener odos de fe para entender su sentido y vivir su mensaje. Toda tu creacin habla, y quiero ser oyente devoto de las ondas ntimas de tu lenguaje csmico. La gramtica de las galaxias, la sintaxis de las estrellas. Tu palabra, que asent el universo, tiene que asentar ahora mi corazn con su bendicin y su gracia. Llena mis odos con los sonidos de tu creacin y de tu presencia en ella, Seor. Abre tambin mis odos a tu palabra en mi corazn. El mensaje secreto, el roce ntimo, la presencia silenciosa. Divino "fax" de noticias de familia. Que funcione, que transmita, que me traiga minuto a minuto el vivo recuerdo de tu amor constante. Que pueda yo escuchar tu silencio en mi alma, adivinar tu sonrisa cuando frunces ceo, anticipar tus sentimientos y responder a ellos con la delicadeza de la fe y del amor. Mantengamos el dilogo, Seor, sin interrupcin, sin sospechas, sin malentendidos. Tu palabra eterna en mi corazn abierto. Abre por fin mis odos, Seor, y muy especialmente a tu palabra presente en mis hermanos para m. T me hablas a travs de ellos, de su presencia, de sus necesidades, de sus sufrimientos y sus gozos. Que escuche yo ahora por mi parte el concierto humano de mi propia raza a mi alrededor, las notas que me agradan y las que me desagradan, las melodas en contraste, los acordes valientes, el contrapunto exacto. Que me llegue cada una de las voces, que no me pierda ni uno de los acentos. Es tu voz, Seor. Quiero estar a tono con la armona global de la historia y la sociedad, unirme a ella y dejar que mi vida tambin suene en el conjunto en acorde perfecto. Abre mis odos, Seor. Gracia de gracias en un mundo de sonidos.

Salmo 40, Amor al pobre


Dichoso el que cuida del pobre y desvalido; En el da aciago lo pondr a salvo el Seor. El Seor lo guarda y lo conserva en vida Para que sea dichoso en la tierra. Gracias, Seor por el don que has hecho a tu Iglesia en nuestros das: el don de la inquietud por los pobres, de la denuncia de la opresin y la injusticia, de la lucha por la liberacin en las almas de los hombres y en las estructuras de la sociedad. Gracias por habernos sacudido y habernos sacado de la autocomplacencia en el orden de cosas establecido, de la conformidad culpable con la desigualdad social y del contemporizar con la explotacin del hombre por el hombre. Gracias por la nueva luz y el nuevo

valor que han surgido en tu Iglesia para denunciar la pobreza y luchar contra la opresin Gracias por la Iglesia de los pobres! Has hecho que nuestros pensadores piensen y nuestros hombres y mujeres de accin acten. En nuestros das la teologa se ha hecho teologa de la liberacin, y pastores de almas se han hecho mrtires. Nos has abierto los ojos para ver en los pobres a nuestros hermanos que sufren, miembros doloridos, junto con nosotros, de ese cuerpo de humanidad cuya cabeza eres T. Has acabado con los das en que equivocadamente entendamos que obedecamos a tu voluntad al aceptar la injusticia y exhortbamos al pobre a permanecer pobre, como si fuera sa tu voluntad sobre l. Tu voluntad no es la injusticia, Seor; tu voluntad no es la opresin, y te pedimos perdn si alguna vez hemos usado la excusa de tu voluntad para justificar un orden injusto. T has vuelto a hablar por tus profetas, como lo hiciste antao, y respondemos agradecidos a la llamada y el reto que nos ofrecen. Queremos volver a liberar a tu pueblo. T siempre escuchaste la splica del hurfano y de la viuda, y tomaste como hecha a ti cualquier injusticia que se hiciera a ellos. En nuestros das, Seor, son pueblos enteros los que son hurfanos, y sectores enteros de la sociedad los que se encuentran desamparados como viuda sin apoyo y sin ayuda. Sus gritos han llegado hasta ti, y T, en respuesta, has despertado una conciencia nueva en nosotros para hacernos solidarios con todos los que sufren y hacernos trabajar para acabar con los males que les afligen. Tomamos a privilegio el que nuestra era haya sido escogida como la era de la liberacin, y nuestra Iglesia como la Iglesia de los pobres. Aceptamos con alegra la responsabilidad de trabajar por conseguir un nuevo orden social, de volver a hacer brillar la justicia entre los hombres, para que, as como todos somos iguales en el amor que nos tienes, lo seamos tambin en el uso de los bienes que T nos has legado generosamente a todos tus hijos e hijas. Queremos que este empeo se convierta en la meta de todos nuestros esfuerzos y en la misin de nuestra vida entera. Nos alegra constatar que a nuestro alrededor se alza una conciencia universal de justicia y hermandad entre todos los hombres y mujeres, y queremos contribuir a ella con nuestro entusiasmo y nuestro trabajo. Sentimos en nuestro corazn la fuerza del llamamiento a un orden justo, y nos consideramos afortunados de haber nacido en este momento y haber recibido esa gracia. Gracias, Seor, por haber bendecido as a nuestra generacin, y haz que nos empleemos a fondo en servicio del pobre. Bendito el Seor, Dios de Israel, Ahora y por siempre. Amn, amn.

Salmo 41, En busca de Dios


Como busca la cierva corrientes de agua, As mi alma te busca a ti, Dios mo; Tiene sed de Dios, del Dios vivo: cundo entrar a ver el rostro de Dios? Es deseo, anhelo, sed. Es el empuje vital de mis entraas, el motivo existencial de mi vida entera sobre la tierra. Vivo porque te deseo, Seor; y en cierto modo muero tambin porque te deseo. Dulce tormento de amar

a distancia, de ver a travs del velo, de poseer en fe y esperar con impaciencia. Deseo tu presencia ms que ninguna otra cosa en este mundo. Imagino tu rostro, escucho tu voz, adoro tu divinidad. Me consuela el pensamiento de que, si es tan dulce esperare, qu ser encontrarte? Quiero encontrarte en la oracin, en tu presencia inconfundible durante esos momentos en los que el alma se olvida de todo a su alrededor y queda en silencio ante ti. T dominas el arte de hacer sentir tu presencia al alma que piensa en ti con amor. Atesoro esos instantes que anticipan el cielo en la tierra. Quiero encontrarte en tus sacramentos, en la realidad de tu perdn y en la gloria escondida de tu cena con tus amigos. Me acerco a ti con fe, y t premias esa fe con el suave murmullo de las alas de tu presencia. Vendr una y otra vez con el recuerdo de esas benditas reuniones, la paciencia de esperar en la oscuridad, y la ilusin de sentirme de nuevo cerca de ti. Quiero encontrarte en el rostro de los hombres y mujeres , en la compaa de mis semejantes, en la revelacin sbita y profunda de que todos los hombres son mis hermanos, en la necesidad de los pobres y en el amor de mis amigos, en la sonrisa del nio y en el ruido de la muchedumbre. T ests en todos los hombres, Seor, y quiero reconocerte en ellos. Y quiero, finalmente, encontrarte un da en la pobreza de mi ser y la desnudez de mi alma, de mano de la muerte a la entrada de la eternidad. Quiero encontrarte cara a cara en ese momento que se har gozo eterno en el abrazo del reconocimiento mutuo despus de la noche de la vida en este mundo. Anhelo encontrarte, Seor, y la vehemencia de ese anhelo sostiene mi vida y endereza mis pasos. Esa esperanza es la que da sentido a mi vida y direccin a mi caminar. Vengo a ti, Seor. Como busca la cierva corrientes de agua, As mi alma te busca a ti, Dios mo; Tiene sed de Dios, del Dios vivo: cundo entrar a ver el rostro de Dios?

Salmo 42, El Dios de mi alegra


Que yo me acerque al altar de mi Dios, al Dios de mi alegra. Dame el don de la alegra, Seor. Lo necesito para m y para mis hermanos. No es sta una peticin egosta para mi satisfaccin propia, sino una necesidad profunda, a un tiempo social y religiosa, de comunicar a otros tu presencia con el sacramento de tu alegra en la sinceridad de mi corazn. Este mundo resulta triste para muchos con sus preocupaciones y su miseria, sus luchas y sus tensiones. Apenas se ve una sonrisa genuina o se oye una carcajada espontnea. Hay una niebla de tristeza sobre las vidas de los hombres y las mujeres. Slo tu presencia, Seor, puede dispersar esa melancola y hacer que el resplandor de tu alegra brille, como el reventar de la aurora, sobre el desierto de la vida. Para comunicar tu alegra a hombres y mujeres necesitas otros hombres y otras mujeres que sean testigos y canales de la nica verdadera alegra que es tu gracia y tu amor. Por eso te ofrezco aqu mi

corazn y mi vida, Seor, para que llegues a otros hombres y mujeres llegndote a m. Ensame a alegrarme contigo para que, cuando yo entre en la vida de otra persona, pueda iluminar su rostro en tu nombre, y cuando me presente ante un grupo en sociedad, pueda hacer resplandecer el ambiente con tu esplendor. Haz que mi sonrisa sea sincera y mi risa genuina. Haz que mi rostro brille con el resplandor de tu presencia. Haz que mi corazn se expansione con el calor de tu gracia. Que mis pasos y mis gestos respondan a la majestad de tu gloria. Bendceme con la bendicin de la alegra para que yo, a mi vez, pueda bendecir en tu nombre a las personas y los sitios que visite. ngeme con el leo de la alegra, Seor, para que yo pueda consagrar el mundo de los hombres y mujeres con la liturgia del regocijo. Todo el mundo desea la felicidad, Seor, y si ven la felicidad en las vidas de los que te siguen y profesan servirte, vendrn a ti para obtener ellos mismos lo que han visto en los que te siguen. Si quieres acreditar la causa de la religin en el mundo, Seor, dales tu alegra a los religiosos que te sirven. Tu alegra es nuestra fortaleza. Al pedir alegra no me escapo de sufrimientos y pruebas. Conozco la condicin humana sobre la tierra, y la acepto con pronta fe. Lo que pido es que, en medio de esas pruebas y sufrimientos que forman parte del ser humano, tenga yo la serenidad y la fuerza de mantenerme firme y avanzar con confianza, para que incluso en mis horas de dolor pueda yo ser testigo del poder de tu mano. Cuando no logre tener el resplandor evidente de la alegra externa, dame al menos la dcil claridad de la aceptacin resignada. En la paz y en la alegra, hazme ser siempre testigo sereno de la gloria que viene, ciudadano del cielo que camina por la tierra hacia su ltimo destino. Dios de mi alegra! Esas son mis credenciales. Tu alegra me da derecho a hablar, a convencer y a vivir. Enva tu luz y tu verdad: que ellas me guen y me conduzcan hasta tu monte santo, hasta tu morada. Que yo me acerque al altar de Dios, al Dios de mi alegra.

Salmo 43, Oracin por la Iglesia afligida


No es que nos ataquen, Seor, es que, sencillamente, no nos hacen caso. Nos ignoran. La Iglesia ya no cuenta para nada en la mente de muchos. La mayor parte de la gente deja a un lado sus enseanzas, su doctrina, sus advertencias y sus mandatos. Ni siquiera se preocupan de atacarnos, de considerar nuestras reflexiones o responder a nuestros argumentos. No se dan por aludidos, y siguen su camino como si nosotros no existiramos, como si tu Iglesia no tuviera nada que hacer en el mundo moderno. Nos dicen que no tenemos nada que decirle a la sociedad de hoy, y sa es la peor acusacin que podan hacernos. Son tiempos difciles para tu Pueblo, Seor. Esto nos ha pillado un poco por sorpresa, porque estbamos acostumbrados a que nos tuvieran respeto y consideracin. La palabra de tu Iglesia era escuchada y obedecida, mandaba en las conciencias y trazaba fronteras entre naciones. Eran das de influencia y de poder, y an conservamos su memoria. "Oh Dios, nuestros odos lo oyeron, nuestros padres nos lo han contado:

la obra que realizaste en sus das, en los aos remotos. T mismo con tu mano desposeste a los gentiles, y los plantaste a ellos; trituraste a las naciones, y los hiciste crecer a ellos. Porque no fue su espada la que ocup la tierra, ni su brazo el que les dio la victoria; sino tu diestra y tu brazo y la luz de tu rostro, porque t los amabas." No pretendemos en modo alguno volver a ese fcil triunfalismo, pero s nos sentimos arrojados de un extremo al otro. Antes ramos el centro del mundo, y ahora, de repente, parece que no existimos. En la expresin militar de tu Salmo, "Ahora, en cambio, nos rechazas y nos avergenzas, y ya no sales, Seor, con nuestras tropas." sa es mi afliccin, Seor; ya no sales con nuestras tropas. No hablo de batallas con arcos y flechas, y menos con bombas y misiles; hablo de las batallas del espritu, las conquistas de la mente, la defensa de los valores humanos y la victoria de la libertad sobre la opresin. Ya no luchas con nosotros. No sales con nuestras tropas. No sentimos el poder de tu diestra. Clamamos, y nadie escucha; imploramos, y nadie se da por enterado. La dignidad humana es violada y los derechos humanos son pisoteados. Y a ti parece como si no te importara. "Nos haces el escarnio de nuestros vecinos, irrisin y burla de los que nos rodean. Nos has hecho el refrn de los gentiles, nos hacen muecas las naciones. Tengo siempre delante mi deshonra, y la vergenza me cubre la cara al or insultos e injurias, al ver a mi rival y a mi enemigo." No pedimos glorias externas, sino conversin de los corazones. No queremos honores pblicos, sino eficiencia callada. No queremos triunfos personales sino amor y felicidad para todos. T lo hiciste, Seor, en tiempos antiguos, y puedes volverlo a hacer ahora. "Despierta, Seor, por qu duermes? Levntate, no nos rechaces ms. Por qu nos escondes tu rostro y olvidas nuestra desgracia y opresin? Nuestro aliento se hunde en el polvo, nuestro vientre est pegado al suelo. Levntate a socorrernos, redmenos por tu misericordia."

Salmo 44, Canto de amor


Romance de un rey y una reina, esponsales de un prncipe y una princesa, alianza entre Dios y su Pueblo, unin de Cristo con su Iglesia. Este es un poema de amor entre t y yo, Seor; es nuestro cntico privado, nuestra fiesta de amor espiritual, nuestra intimidad mstica. No es extrao que me sienta inspirado y las palabras fluyan de mi pluma:

"Me brota del corazn un poema bello, recito mis versos a un rey; mi lengua es gil pluma de escribano." Qu bello eres, prncipe de mis sueos!: "Eres el ms bello de los hombres, en tus labios se derrama la gracia, el Seor te bendice eternamente. Dios te ha ungido con aceite de jbilo. A mirra, loe y acacia huelen tus vestidos, desde los palacios de marfiles te deleitan las arpas." Y te oigo decir de tu escogida: "Qu bella eres, hija del rey, princesa de Tiro, vestida de perlas y brocado, enjoyada con oro de Ofir, con squito de vrgenes entre alegra y algazara!" El corazn de la religin es el amor. Estudio, investigacin, saber y discusiones ayudan, sin duda, pero me dejan fro. Deseo conocerte, Seor, pero a veces el conocimiento se queda en puro conocimiento, y al estudiarte a ti me olvido de ti. Por eso hoy quiero dejarlo todo a un lado y decirte, pura y simplemente, que eres maravilloso, que llenas mi vida, que s que me amas, y que yo te amo ms que a ninguna otra cosa o persona sobre la tierra. Eres lo ms atractivo que existe, Seor, y tu belleza me fascina con el encanto infinito que solo t posees. Te amo, Seor. Te amo desde mi niez. Descubr tu amistad en mi juventud, me enamor de tus evangelios y aprend a soar cada da con el momento de encontrarte en la Eucarista. Si alguna vez ha habido un idilio en la vida de un joven, este lo fue! Para m la fe es enamorarse de ti, la vocacin religiosa es sostener tu mirada, y el cielo eres t. Esa es mi teologa y se es mi dogma. Tu persona, tu rostro, tu voz. Orar es estar contigo, y contemplar es verte. La religin es experiencia. "Venid y ved" es el resumen de los cuatro evangelios y de toda la escritura. Verte es amarte, Seor, y amarte es gozo perpetuo en esta vida y en la otra. Mi amor ha madurado con la vida. No tiene ahora la impetuosidad del primer encuentro, pero ha ganado en profundidad y entender y sentir. He aprendido a callar en tu presencia, a confiar en ti, a saber que t ests en el andar de mis das y en el esperar de mis noches, contentndome con pronunciar tu nombre sagrado para sellar con fe la confianza mutua que tantos aos juntos han creado entre nosotros. Te voy conociendo mejor y amando ms segn vivo mi vida contigo en feliz compaa. T has hablado de una boda, de esponsales, de esposo y esposa, de prncipe y princesa; t mismo has escogido una terminologa que yo no me hubiera atrevido a usar por m mismo, y te lo agradezco y hago mos los vocablos del amor en la valenta de tus expresiones. Has escogido lo mejor del lenguaje humano, las expresiones ms intensas, ms ntimas, ms expresivas, para describir nuestra relacin; y ahora yo me apropio ese vocabulario con reverencia y alegra. El amante sabe escoger palabras, acariciarlas, llenarlas de sentido y pronunciarlas con ternura. De ti he recibido esas palabras, y a ti te las devuelvo reforzadas con mi devocin y mi amor. Bendito seas para siempre, Prncipe de mis sueos! "Quiero hacer memorable tu nombre por generaciones y generaciones, y los pueblos te alabarn por los siglos de los siglos."

Salmo 45, Callad


"Callad, y sabed que yo soy Dios." Qu bien me viene ese aviso, Seor! Al escucharlo de tus labios siento que todo mi bienestar espiritual, mi avance y mi felicidad dependen de eso. Si aprendo a callarme, a quedarme tranquilo, a relajarme, a dejar con fe y confianza que las cosas sigan su curso, estar en disposicin de aprender que t eres Dios y Seor, que el mundo est en tus manos, y yo con l, y que en esa revelacin es donde se encuentran la paz y la alegra del alma. Sin embargo, he de confesar que eso es lo que peor s hacer: estarme quieto. Siempre estoy movindome, apresurndome, ocupndome y preocupndome. Siempre haciendo cosas y trazando planes y urgiendo reformas y volvindome loco y volviendo loco a todo el mundo con toda clase de actividades sin cuento. Incluso en mi vida de oracin, no ceso de pensar y planear y controlar y examinar y tratar de mejorar siempre lo que hago, con el prurito de conseguir maana ms perfeccin que hoy y asegurarme de que sigo adelante en mi noble empeo. Soy un perfeccionista nato, y quiero tener garantas de que todo lo que yo haga, sea en mi profesin o en la oracin, ha de ser, sin falta, lo mejor que yo pueda hacer. Esa misma insistencia destruye el equilibrio de mi mente y me hace imposible encontrarte a ti con paz. Quiero dirigir mi propia vida, por no decir el futuro de la sociedad y los destinos de la humanidad. Quiero ser yo el que lleve los mandos. Y por eso estoy siempre movindome, tanto en la avalancha de mis pensamientos como en el torrente de mis actividades. Y esa misma prisa me ciega para no ver tu presencia y me hace perderme la oferta de tu poder y de tu gracia. No veo, porque estoy demasiado ocupado con verme a m mismo. Lleno mi da de actividad febril, y no dejo tiempo para estar contigo. Entonces me siento vaco sin ti, y apio an ms actividades para cubrir mi vaco. Esfuerzo intil! Mi desengao crece, y mi distancia de ti aumenta. Crculo vicioso que atenaza mi vida. Entonces oigo tu voz: "Estte quieto, y vers que yo soy Dios." Me dices que me calme, que frene, que entre en el silencio y la quietud. Quieres que yo afloje mis controles, que tome las cosas con calma, que invite a la tranquilidad. Me pides que me siente y que te mire. Que vea que mi vida est en tus manos, que t diriges el curso de la creacin, que t eres Dios y Seor. Slo en la paz de mi alma podr reconocer la gloria de tu majestad. Slo en el silencio puedo adorar. Conozco el sentido de esas palabras cuando t las dirigiste a Israel: "Dejad de luchar, y veris que yo soy Dios" . Deponed las armas, parad vuestras luchas, dejad de empearos en defender vuestros feudos y conseguir vuestras victorias. Dejadme a m, y veris entonces que yo soy Dios y os protejo y os defiendo. Mucho he luchado, Seor, por tu causa. Ensame a dejar de luchar. Tu brazo extendido calm las tormentas del mar, Seor. Extindelo ahora sobre mi corazn para que clame las tormentas que se incuban en l como en la negrura de un cielo de invierno. Calma mis emociones, cura mi ansiedad, apaga mis miedos. Haz que la bendicin de paz descienda a tu mando sobre mi atribulado corazn. Pronuncia otra vez la palabra de consejo y poder que me posea: "Estte quieto". Y en el silencio de la admiracin y la quietud de la fe sabr que eres mi Dios, el Dios de mi vida

Salmo 46, Tu escogiste nuestra heredad


"El Seor nos escogi nuestra herencia." T dividiste la Tierra Prometida entre las tribus de Israel, Seor, y t has determinado las circunstancias de historia, familia y sociedad en que yo he de vivir. Mi tierra prometida, mi herencia, mi "via" en trminos bblicos. Te doy las gracias por mi via, la acepto de tu mano, quiero declararte, directa y claramente, que me agrada la vida que para m has escogido, que estoy orgulloso de los tiempos en que vivo, que me encuentro a gusto en mi cultura y feliz en mi tierra. Es fantstico estar vivo en este momento de la historia, y me alegro de ello con toda el alma, Seor. Oigo a gente que compara y se queja y preferira haber nacido en otra tierra y en otra edad. Para m eso es rebelin y hereja. Todos los tiempos son buenos y todas las tierras son sagradas, y el tiempo y el espacio que t escoges para m son doblemente sagrados a mis ojos por ser t quien los has escogido en amor y providencia como regalo personal para m. Me encanta mi via, Seor, y no la cambiara por ninguna. Amo mi cuerpo y mi alma, mi inteligencia y mi memoria tal como t me los has dado. Mi via. Muchos a mi alrededor tienen cuerpos ms sanos e inteligencias ms agudas que la ma, y yo te alabo por ello, Seor, al verte mostrar destellos de tu belleza y tu poder en la obra viva de tu creacin que es el ser humano. Hay racimos ms apretados y uvas ms dulces en otros viedos alrededor del mo. Con todo, yo aprecio y valoro el mo ms que ningn otro, porque es el que t me has dado a m. T has fijado el que deba ser mi patrimonio, y yo me regocijo en aceptarlo de tus manos. T me preparas cada da los acontecimientos que salen a mi encuentro, las noticias que leo, el tiempo que me espera y el estado de alma que se apodera de m. T me preparas mi heredad. T me entregas mi via da a da. Ensame a arar la tierra, a dominar esos estados de alma, a tratar a los que encuentro, a sacar provecho de todos los acontecimientos que t me envas. Soy hijo de mi tiempo, y considero este tiempo como don tuyo que quiero aprovechar con fe y alegra, sin desanimarme ni desconfiar nunca. El mundo es bello, porque t lo has creado para m. Gracias por este mundo, por esta vida, por esta tierra y por este tiempo. Gracias por mi via, Seor.

Salmo 47, La cuidad de Dios


Sin es Jerusaln, la de la tierra y la del cielo, la patria del Pueblo de Dios, la Iglesia, la Tierra Prometida, la Ciudad de Dios. Me regocijo al or su nombre, disfruto al pronunciarlo, al cantarlo, al llenarlo con los sueos de esta patria querida, con los paisajes de mi imaginacin y los colores de mi anhelo. Proyeccin de todo lo que es bueno y bello sobre el perfil en el horizonte de la ltima ciudad en los collados eternos. Grande es el Seor y muy digno de alabanza en la ciudad de nuestro Dios. Su Monte Santo, una altura hermosa, alegra de toda la tierra; el monte Sin, vrtice del cielo, ciudad del gran rey.

Entre sus palacios, Dios descuella como un alczar. Una ciudad tiene baluartes y monumentos y jardines y avenidas, y la ciudad de mis sueos tiene todo eso en perfeccin de dibujo y en arte de arquitectura. Smbolo de orden y de planificacin, de convivencia humana en unidad y de utilizacin de lo mejor que puede ofrecer la naturaleza para el bienestar de los hijos de los hombres. La ciudad encaja en el paisaje, se hace parte de l, es el horizonte hecho estructura, los rboles y las nubes mezclndose en fcil armona con las terrazas y las torres de la mano del hombre. Ciudad perfecta en un mundo real. Me deleito en mi sueo de la ciudad celeste, y luego abro los ojos y me enfrento al da, dispuesto a recorrer en trajn necesario las calles de la ciudad terrena en que vivo. Veo callejuelas serpenteantes y rincones sucios, paso al lado de oscuros edificios y tristes chabolas, me mezclo con el trfico y la multitud, huelo la presencia pagana de la humanidad sin redimir, oigo splicas de mendigos y sollozos de nios, sufro en medio de esta burla trgica y viviente de la Ciudad, la "polis", la "urbs", que ha transformado el sueo en pesadilla y el modelo de diseo en proyecto para la miseria humana. Lloro en las calles y en las plazas de la atormentada metrpolis de mis das. Y luego vuelvo a abrir los ojos, los ojos de la fe, los ojos de saber y entender con una sabidura ms alta y un entender ms profundo... y veo mi ciudad, y en ella, como signo y figura, discierno ahora la Ciudad de mis sueos. Slo hay una ciudad, y su apariencia depende de los ojos que la contemplan. Tambin esta ciudad ma, con sus callejones angostos y su atormentado pavimento, fue creada por Dios, es decir, fue creada por el hombre que fue creado por Dios, que viene a ser lo mismo. Dios vive en ella, en el silencio de sus templos y en el ruido de sus plazas. Tambin esta ciudad es sagrada, tambin a ella la santifican el humo de los sacrificios y el bullicio de las fiestas. Tambin es sta la Ciudad de Dios, porque es la ciudad del hombre, y el hombre es hijo de Dios. Ahora vuelvo a alegrarme al pasar por sus calles, mezclarme con la turba y quedarme atascado en los embotellamientos de trfico. Est donde est, canto himnos de gloria y alabanza a plano pulmn. S, sta es la Ciudad y el Templo y la Tienda de la Presencia y la morada del Gran Rey. Mi ciudad terrena brilla con el resplandor del hombre que la habita, y as como el hombre es imagen de Dios, as su ciudad es imagen de la Ciudad celestial. Este descubrimiento alegra mi vida y me reconcilia con mi existencia urbana durante mi permanencia en la tierra. Bendita sea tu Ciudad y mi ciudad, Seor! Dad la vuelta en torno a Sin, contando sus torreones; fijaos en sus baluartes, observad sus palacios, para poder decirle a la prxima generacin: "Este es el Seor nuestro Dios". l nos guiar por siempre jams.

Salmo 48, El enigma eterno


Od esto, todas las naciones, escuchadlo, habitantes del orbe, plebeyos y nobles, ricos y pobres: Mi boca hablar sabiamente y sern muy sensatas mis reflexiones; prestar odo al proverbio y propondr mi problema al son de la ctara.

El problema es el enigma eterno de todos los tiempos y todas las edades. Por qu sufren los justos mientras los malvados triunfan? Es para tentar nuestra fe, para probar nuestra paciencia, para aumentar nuestros mritos? Es para ocultar a nuestra mirada los caminos de Dios, para sacudir nuestro orgullo, para desautorizar todos nuestros clculos humanos? Es para decirnos que Dios es Dios y no hay mente humana que pueda atreverse a pedirle cuentas? Es para recordarnos la pequeez de nuestro entendimiento y la mezquindad de nuestros corazones? Por qu sufren los justos, y los malvados triunfan? Todas las filosofas han atacado el problema, todos los hombres sabios y todas las mentes privilegiadas han tratado la cuestin. Tomos y tomos, discusin tras discusin. Es Dios injusto? Es el hombre estpido? Es que la vida no tiene sentido? Los hombres han analizado el problema con su mente. El salmo lo canta con la ctara. Y ese gesto del salmista est lleno de sabidura y de conocimiento del hacer humano. La profundidad del misterio de la vida del hombre y la mujer sobre la tierra no es para pensarla, sino para cantarla; no puede expresarse con ecuaciones, sino con mstica; no es algo para ser estudiado, sino para ser vivido. S, hay cosas que no entiendo en la vida, muchas situaciones que no comprendo, muchos enigmas que no llego a descifrar. Ahora puedo escoger entre devanarme los sesos tratando de encontrar respuesta a preguntas que generaciones de sabios no han podido contestar... o tomar la vida tal como viene, con realismo y humildad, y contestar a sus preguntas vivindolas con delicadeza y entrega, con responsabilidad personal y sentido social, con honradez en mis acciones y compromiso en el servicio. Eso es lo que prefiero. Prefiero tratar enigmas con la ctara que con la espada. Prefiero vivir la vida antes que gastarla en razonar cmo debo vivirla. Prefiero cantar a discutir. Acepto el enigma de la vida, Seor. Me fo de tu entender cuando falla el mo, y pongo mi vida y la de todos los hombres en tus manos con alegra y confianza. Esa es mi manera prctica de mostrar en mi vida que t eres Seor de todo y de todos. A m Dios me salva..., y me lleva consigo.

Salmo 49, Sangre de animales


Este es mi peligro, Seor, en mi vida de oracin, en mis tratos contigo: la rutina, la repeticin, el formalismo. Recito oraciones, obedezco las rbricas, cumplo con los requisitos. Pero a veces mi corazn no est en lo que rezo, y rezo por mera costumbre y porque me da reparo el dejarlo. Voy porque todos van y yo debo ir con ellos, e incluso siento escrpulo y miedo de que, si dejo de rezar, te desagradar a ti y me castigars; y por eso voy cuando tengo que ir y digo lo que tengo que decir y canto cuando tengo que cantar, pero lo hago un poco en el vaco, sin sentimiento, sin devocin, sin amor. Cuerpo sin alma. Y lo peor, Seor, es que a veces pongo precisamente todo el cuidado en los ritos de la liturgia porque he sido negligente en la observancia de tus preceptos. Me fijo en los detalles de tus ceremonias para compensar el haberme olvidado de mi hermano. Me afano en el culto porque he fallado en la caridad. Y me temo que no te hace mucha gracia esa clase de culto. Comer yo carne de toros,

beber sangre de cabritos? S que no necesitas mis sacrificios, mis ofrendas, mi dinero o mi sangre. Lo que t quieres es la sinceridad de mi devocin y el amor de mi corazn. Ese amor a ti que se manifiesta en el amor a todos los hombres y mujeres por ti. Ese es el sacrificio que t deseas, y sin l no te agrada ningn otro sacrificio. Tus palabras son duras, pero son verdaderas cuando me echas en cara mi conducta: T detestas mi enseanza, y te echas a la espalda mis mandatos. Sueltas tu lengua para el mal, tu boca urde el engao; te sientas a hablar contra tu hermano, deshonras al hijo de tu madre. Esto haces, y me voy yo a callar? Lo reconozco, Seor; con frecuencia me he portado mal con mis hermanos; y qu valor pueden tener mis sacrificios cuando he herido a mi hermano antes de llegarme a tu altar? Gracias por decrmelo, Seor; gracias por abrirme los ojos y recordarme cul es el verdadero sacrificio que quieres de m. Nada de toros o machos cabros, de sangre o ritualismo, de rutina o rigidez, sino amor y servicio, rectitud y entrega, justicia y honradez. Servirte a ti en mi hermano antes de adorarte en tu altar. Y una vez que sirvo y ayudo a mi hermano en tu nombre, quiero pedirte la bendicin de que, cuando yo me acerque a ti en la oracin, te encuentre tambin a ti, encuentre sentido en lo que digo y fervor en lo que canto. Librame, Seor, de la maldicin de la rutina y el formalismo, de dar las cosas por supuestas, de convertir prcticas religiosas en rbricas sin alma. Concdeme que cada oracin ma sea un salmo, y, como salmo, tenga en s alegra y confianza y amor. Que sea yo autntico con mis hermanos y conmigo mismo, para as poder ser autntico contigo. Al que sigue buen camino le har ver la salvacin de Dios.

Salmo 50, Mi pecado y tu misericordia


Contra ti solo pequ. Ese es mi dolor y mi vergenza, Seor. Contra ti solo pequ. S cmo ser bueno con los dems; soy una persona atenta y amable, y me precio de serlo; soy educado y servicial, me llevo bien con todos y soy fiel a mis amigos. No hago dao a nadie, no me gusta molestar o causar pena. Y, sin embargo, a ti, y ti solo, s que te he causado pena. He traicionado tu amista y he herido tus sentimientos. Contra ti solo pequ. Si les preguntas a mis amigos, a la gente que vive conmigo y trabaja a mis rdenes o yo a las suyas, si tienen algo contra m, dirn que no, que soy una buena persona; y s, tengo mis defectos (quin no los tiene?), pero en general soy fcil de tratar, no levanto la voz y soy incapaz de jugarle una mala pasada a nadie; soy persona seria y de fiar, y mis amigos saben que pueden confiar en m en todo momento. Nadie tiene ninguna queja seria contra m. Pero t s que la tienes, Seor. He faltado a tu ley, he desobedecido a tu voluntad, te he ofendido. He llegado a desconocer tu sangre y deshonrar tu muerte. Yo, que nunca le falto a nadie, te he faltado

a ti. Esa es mi triste distincin. Contra ti solo pequ. Fue pasin o fue orgullo, fue envidia o fue desprecio, fue avaricia o fue egosmo...; en cualquier caso, era yo contra ti, porque era yo contra tu ley, tu voluntad y tu creacin. He sido ingrato y he sido rebelde. He despreciado el amor de mi Padre y las rdenes de mi Creador. No tengo excusa ante ti, Seor. Contra ti, contra ti solo pequ, comet la maldad que aborreces. En la sentencia tendrs razn, en el tribunal me condenars justamente. Condena justa que acepto, ya que no puedo negar la acusacin ni rechazar la sentencia. En la culpa nac; pecador me concibi mi madre. Yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado. Confieso mi pecado y, yendo ms adentro, me confieso pecador. Lo soy por nacimiento, por naturaleza, por definicin. Me cuesta decirlo, pero el hecho es que yo, tal y como soy en este momento, alma y cuerpo y mente y corazn, me s y me reconozco pecador ante ti y ante mi conciencia. Hago el mal que no quiero, y dejo de hacer el bien que quiero. He sido concebido en pecado y llevo el peso de mi culpa a lo largo de la cuesta de mi existencia. Pero, si yo soy pecador, t eres Padre. T perdonas y olvidas y aceptas. A ti vengo con fe y confianza, sabiendo que nunca rechazas a tus hijos cuando vuelven a ti con dolor en el corazn. Misericordia, Dios mo, por tu bondad; por tu inmensa compasin borra mi culpa. Lava del todo mi delito, limpia mi pecado. Rocame con el hisopo y quedar limpio; lvame y quedar ms blanco que la nieve. Hazme or el gozo y la alegra, que se alegren los huesos quebrantados. Aparta de mi pecado tu vista, borra en m toda culpa. Hazme sentirme limpio. Hazme sentirme perdonado, aceptado, querido. Si mi pecado ha sido contra ti, mi reconciliacin ha de venir de ti. Dame tu paz, tu pureza y tu firmeza. Dame tu Espritu. Oh Dios, crea en m un corazn puro, renuvame por dentro con espritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espritu; devulveme la alegra de tu salvacin, afinzame con espritu generoso. Dame la alegra de tu perdn para que yo pueda hablarles a otros de ti y de tu misericordia y de tu bondad. Seor, me abrirs los labios,

y mi boca proclamar tu alabanza. Que mi cada sea ocasin para que me levante con ms fuerza; que mi alejamiento de ti me lleve a acercarme ms a ti. Me conozco ahora mejor a m mismo, ya que conozco mi debilidad y mi miseria; y te conozco a ti mejor en la experiencia de tu perdn y de tu amor. Quiero contarles a otros la amargura de mi pecado y la bendicin de tu perdn. Quiero proclamar ante todo el mundo la grandeza de tu misericordia. Ensear a los malvados tus caminos, los pecadores volvern a ti. Que la dolorosa experiencia del pecado nos haga bien a todos los pecadores, Seor, a tu Iglesia entera, formada por seres sinceros que quieren acercarse a unos y a otros, y a ti en todos, y que encuentran el negro obstculo de la presencia del pecado sobre la tierra. Bendice a tu pueblo, Seor. Seor, por tu bondad, favorece a Sin; reconstruye las murallas de Jerusaln.

Salmo 51, La lengua y la navaja


Metfora violenta en la oracin antigua: La lengua del malvado es navaja afilada. Corta, rasga, hiere. La calumnia y el insulto y la mentira. Dondequiera que toca, hace dao. Relmpago de peligro y golpe de muerte. Filo envenenado de orgullo y desprecio. La lengua del hombre es ms daina que cualquier arma en sus manos. El salmo define el mal: "palabras corrosivas". Eso me hace despertar alarmado ante la conciencia de mi falta de responsabilidad. La crtica o el chisme que tan fcilmente dejan mis labios, que yo dejo escapar en broma y sin darle importancia, que defiendo como prctica universal y ligereza perdonable, son, en realidad, golpe duro, inhumano y cruel. Soy cruel cuando hablo mal de otros. Soy brutal cuando murmuro, y sin corazn cuando critico. Echo por tierra reputaciones, pongo en peligro relaciones de otros entre s, mancho el buen nombre de los dems. Y la mancha queda, porque los hombres tienden a creer el mal e ignorar el bien. Mi lengua es instrumento de destruccin, y yo no lo saba. Tu lengua es navaja afilada, autor de fraudes; prefieres el mal al bien, la mentira a la honradez; prefieres las palabras corrosivas, lengua embustera. Purifica mi lengua, Seor. Cura mi lenguaje y doma mis palabras. Recurdame, cuando abro la aboca, que puedo hacer dao, y haz que todo lo que yo diga sirva para ayudar y no para daar. No quiero herir a nadie con el filo impenitente de palabras de acero. Aydame, Seor.

Salmo 52, La muerte de Dios

Yo crea que el atesmo era una moda ms o menos moderna. La proclamacin de la muerte de Dios lleg a ser noticia en los peridicos de la maana. Ateos y agnsticos presumen de ser pensadores actuales que dejan atrs a creyentes anticuados. Y, sin embargo, ahora me encuentro en tu Salmo, Seor, que yo haba ateos en aquellos das. Ya entonces haba quienes negaban tu existencia y trataban de convencerse a s mismos y a los dems de que no hay Dios. Parece que la enfermedad viene de antiguo. Dice el necio para s: No hay Dios! Anoto la palabra escueta con que se describe al ateo y se despide su caso: Necio. El necio bblico. La persona que no tiene entendimiento, que queda lejos de la sabidura, que no percibe, que no ve. La falta de perspectiva, de sentido, de visin. La incapacidad de ver lo que se tiene delante de los ojos, de abrazar la realidad que surge alrededor. El necio no entiende a la vida, y al no entender a la vida, no entiende nada. l se hace dao a s mismo. Y no soy yo tambin a veces necio, Seor? No me porto en la prctica como si t no existieras, ciego a tu presencia y sordo a tus llamadas? No te hago caso, me olvido de ti, paso de largo. Vivo mi vida, me encuentro con la gente, tomo decisiones sin referencia alguna a ti. Pienso y acto en total independencia de ti. Funciono a nivel puramente humano, hago mis clculos y evalo los resultados en pura estadstica. No es eso ser ateo en la prctica? Quiero luchar contra el atesmo en el mundo de hoy, y para hacer eso caigo en la cuenta de que debo empezar por luchar contra el atesmo en mi propia vida y en mi conducta diaria. Tengo que vivir de hecho y mostrar en humildad una dependencia feliz y total de ti en todo lo que haga. Quiero tenerte ante mis ojos cuando pienso y sentirte en mi corazn cuando amo. Quiero escuchar tu voz y adivinar tu presencia, y quiero actuar siempre de tal manera que se vea que t ests a mi lado y que yo lo s y lo reconozco. Quiero ser creyente no slo cuando recito el credo, sino cuando doy cada paso y vivo cada instante en el trajn del da. Mi respuesta a la "muerte de Dios" es que t, Seor, te manifiestes en mi vida.

Salmo 53, El poder de tu nombre


Oh Dios, slvame por el poder de tu nombre! Adoro tu nombre, Seor, tu nombre que mis labios no se atreven a pronunciar. Tu nombre es tu poder, tu esencia, tu persona. Tu nombre eres t. Me alegra pensar que tienes nombre, que se te puede llamar, que puedes entablar dilogo con el hombre y la mujer, que se puede tratar contigo con la confianza y familiaridad con que se trata con una persona querida. Al mismo tiempo, respeto el silencio de tu anonimato al ocultar tu nombre a los mortales y velar el misterio de tu intimidad con la sombra de tu transcendencia. Tu nombre est por encima de todo nombre, porque tu ser est por encima de todo ser. Tu nombre est escrito en los cielos y lo pronuncian las nubes entre truenos. Lo dibujan los perfiles de montaas en la nieve y lo cantan las olas eternas del ocano. Tu nombre resuena en el nombre de cada hombre y cada mujer en la tierra, y se bendice cada vez que un nio es bautizado. Toda la creacin expresa tu nombre, porque toda la creacin viene de ti y va a ti.

Tambin yo, en mi pequeez, son un eco de tu nombre. No permitas que ese eco muera en silencio estril. Slvame, oh Dios, por el poder de tu nombre!

Salmo 54, Violencia en la cuidad


Veo en la ciudad violencia y discordia; da y noche hacen la ronda sobre sus murallas; en su recinto, crimen e injusticia; dentro de ella, calamidades; no se apartan de su plaza la crueldad y el engao. Es mi ciudad, Seor, y son mis das en ella los que as transcurren. Violencia en la ciudad. Huelgas y manifestaciones y gritos de ataque y sirenas de la polica. Calles que parecen campos de batalla, y edificios que parecen fortalezas sitiadas. Disparos y explosiones en la vecindad. Casas que se queman, tiendas robadas, y sangre sobre las losas del pavimento. Y yo he estado en esos edificios y he andado por esas calles. Conozco la angustia del toque de queda de veinticuatro horas, la picadura amarga del gas lacrimgeno, el frenes dionisaco de la multitud en orga de destruccin, la noticia fra de una muerte violenta en el portal de al lado. La inseguridad de toda la noche, la tensin del encierro obligatorio en casa, la angustia de no saber cunto durar, el peso negro de la venganza sobre el corazn del hombre. Esa es mi ciudad, florida en sus jardines y orgullosa en sus monumentos. Ciudad de larga historia y comercio floreciente, de rico folklore y diseo artstico. Ciudad edificada para que los hombres y mujeres vivan en paz en ella, para que recen en sus templos, aprendan en sus escuelas y se mezclen en los amplios espacios de su abrazo urbano. Ciudad a la que amo a lo largo de tantos aos en que he vivido en ella, vindola crecer, e identificndome con el aire y el temple de sus estaciones, sus fiestas, su calor y sus lluvias, sus ruidos y sus olores. Mi hogar, mi casa, mi direccin sobre la tierra, el lugar de descanso adonde vuelvo tras cada viaje, al calor de mis amigos y a la familiaridad del rincn bien amado. Y ahora mi ciudad arde en llamas y se disuelve en sangre. Siento vergenza; siento miedo y desgana. Incluso siento la tentacin de escaparme y buscar refugio para librarme del odio y la violencia que entristecen y amenazan mi existencia. Quin me diera alas de paloma para volar y posarme! Emigrara lejos, habitara en el desierto, me pondra en seguida a salvo de la tormenta, del huracn que devora, Seor. Pero no, no me marchar. Me quedar en mi ciudad y llevar sus cicatrices en mi cuerpo y su vergenza en mi alma. Me quedar en medio de la violencia, vctima voluntaria de las pasiones del hombre en la solidaridad de un dolor comn. Luchar contra la violencia sometindome a ella, y ganar la paz sufriendo la guerra. Me quedar en mi ciudad como sus piedras, sus edificios y sus rboles, en fidelidad leal tanto en la adversidad como en la prosperidad. Redimir los sufrimientos de la ciudad que amo cargndolos en cruz sobre mis espaldas. Que hombres y mujeres de buena voluntad anden de la mano por sus calles para que vuelva la paz a la ciudad afligida.

Encomienda a Dios tus afanes, que l te sustentar; no permitir jams que el justo caiga.

Salmo 55, Caminar en tu presencia


Para que camine en tu presencia. Vivir es caminar. Moverse, seguir adelante, abrir camino y otear horizontes. Quedarse quieto no es vivir; es pasividad, inercia y muerte. Y correr tampoco es vivir; es atropellar acontecimientos sin tiempo para saber lo que son. El caminar mantiene mis pies en contacto con la tierra, mis ojos abiertos al vivo paisaje, mis pulmones llenos de aire nuevo a cada paso, mi piel alerta al saludo del viento. A cada instante estoy del todo donde estoy, y del todo movindome al instante siguiente en el flujo constante que es la vida. Caminar es el deporte ms agradable en la vida, porque vivir es la cosa ms agradable del mundo. Y mi caminar es caminar contigo, Seor; a tu lado, en tu presencia y a tu paso. Caminar en la presencia del Seor: eso es lo que quiero que sea mi vida. El lujo exquisito del paso reposado, la tradicin perdida de andar por andar, la compaa silenciosa, la comn direccin, la meta final. Caminar contigo. De la mano, paso a paso, da a da. Sabiendo siempre que t ests a mi lado, que caminas conmigo, que disfrutas mi vida conmigo. Y cuando pienso y veo que t disfrutas mi vida conmigo, cmo no la voy a disfrutar yo mismo? Me has salvado de la muerte, para que camine en tu presencia a la luz de la vida. Seguiremos caminando, Seor.

Salmo 56, Tus planes sobre mi


Invocar al Dios Altsimo, al Dios que lleva a cabo sus planes sobre m. Cunto me consuela, Seor, saber que t tienes planes sobre m! Para ti no soy algo intil. No soy del montn, no soy una creacin de rutina, no soy un producto accidental. Estoy en tus pensamientos y en tus planes desde antes del comienzo de todas las cosas. Soy pensamiento en tu mente antes de que las estrellas brillaran y los planetas encontraran sus rbitas en obediencia. Tengo sentido ante ti antes de tenerlo ante m mismo. Hay un plan para m en tu corazn, y eso basta para que yo valore mi vida y me atreva a existir. T ves donde yo no llego y sabes lo que yo no s. T me conoces y, conocindome, cuentas conmigo para llevar a cabo tus sueos del Reino. Tienes un plan para m. Descubrirlo vivindolo da a da es mi misma definicin como persona. Quiero ser yo mismo, en fe cotidiana, hasta encontrarme a m mismo en ti. Esa es mi vida. No slo tienes planes sobre m, sino que los llevas a cabo. A pesar de mi ignorancia, mi debilidad, mi pereza y m inconstancia, t llevas a cabo tus planes y cumples tu promesa. Nunca me fuerzas, pero me llevas cariosamente, con la ayuda de tu gracia, en el misterio que respeta mi libertad y consigue sus propsitos. Tus planes no fallarn y tu meta se alcanzar sin falta. Mi propia vida descansa en la perspectiva csmica de tu infinita providencia. La partcula de polvo se ha hecho estrella

resplandeciente. Soy parte de ese firmamento glorioso, y dejo que su belleza y su majestad se reflejen en la pequeez de mi ser. Entonces siento el poder de la creacin que fluye en mis entraas, y me lleno de alegra y de fe para levantar la voz en el concierto del universo. He encontrado mi puesto en el mundo, porque he encontrado mi puesto en tu corazn. Y ste es mi cntico: Mi corazn est firme, Dios mo, mi corazn est firme. Voy a cantar y a tocar: Despierta, gloria ma; despertad, ctara y arpa, despertar a la aurora. Te dar gracias ante los pueblos, Seor, tocar para ti ante las naciones: Por tu bondad que es ms grande que los cielos, por tu fidelidad que alcanza a las nubes. Elvate sobre el cielo, Dios mo, y llene la tierra tu gloria.

Salmo 57, Sordo a tu palabra


Se extravan los malvados desde el vientre materno, los mentirosos se pervierten desde que nacen: llevan veneno como las serpientes, son vboras sordas que cierran el odo, para no or la voz del encantador, del experto que echa conjuros. No pienso en otros, sino en m y en el mal que hay dentro de m. Me digo a veces a m mismo que, sencillamente, es que no oigo tu voz, y qu le voy a hacer? No s lo que quieres de m, y eso me deja libre para hacer lo que quiera. Excusa vana. Ahora s que, si no oigo tu voz, es porque me he tapado los odos. La vbora sorda. La taimada serpiente. Defiende su veneno cerrndose a los encantos de la flauta que toca el experto encantador. Veneno para matar. Veneno para hacerse odiosa y maldita entre todas las criaturas de la tierra. Me tapo los odos y me niego a escuchar. Me cierro en mi obstinacin, y el veneno del egosmo fermenta en mis entraas. Y luego, al hablar, hiero; al tocar, quemo; al presentarme ante otros, me hago temido y odioso. Los que me conocen se dan cuenta de la maldicin que llevo dentro y se apartan de mi camino. Me hago vctima de mi propio veneno y me quedo solo, porque me he hecho peligroso. breme los odos, Seor. Hazme dcil a tu voz, abierto a tus encantos. Saca todo el veneno que llevo dentro, para que vuelva yo a ser inofensivo y amigo ante todos los hombres, y as lo vean ellos y me admitan en su confianza y su amistad. No permitas nunca que pierda el contacto contigo. No permitas que interrumpa, aunque slo sea por un momento, mi comunicacin contigo. No me dejes taparme los odos, volver mi rostro, aislar mi vida. Aun cuando me descarre y me aparte de ti, no permitas que me vaya tan lejos que no pueda or tu voz, y sgueme llamando, sgueme invitando a volver a ti. No me abandones nunca, Seor,

y no permitas que yo me haga sordo a tu voz. Afina mi odo, seor. Hazme abierto, alerta, a tono con todo lo que es bueno y bello en el mundo y, sobre todo, a tono contigo, con tu voz, con tu presencia. Quiero aprender a or, a escuchar, a dar la bienvenida siempre a tu palabra, para que mi propia vida sea la encarnacin de tu Palabra en m.

Salmo 58, Dios, mi fortaleza


Estoy velando contigo, fuerza ma, porque t, oh Dios, eres mi alczar. Sobre el paisaje horizontal de la llanura sin lmites se alza una flecha vertical que apunta a los cielos. Obra del hombre entre dos obras de Dios: cielo y tierra. Es piedra sobre piedra. Altura serena sobre soledad callada. Seguridad en el peligro. Vigilancia de fronteras. Ciudadela, alczar, fortaleza. T eres mi torre. Smbolo vivo que me da esperanza. Necesito esa torre. Necesito fuerza y valor para enfrentarme a la vida. Necesito firmeza en el pensamiento, en la voluntad, en la accin perseverante que lleva a la victoria. Necesito fe para mantenerme en pie en un mundo hostil. Necesito solidez cuando todo a mi alrededor tiembla y cruje y se desmorona. Necesito saber que hay un sitio donde puedo estar a salvo y desde donde puedo observar los caminos por los que se llega a mi corazn. Necesito una torre en la topografa de mi vida. T, Seor, eres esa torre. T eres mi alczar, mi fortaleza. En ti desaparecen mis dudas, se desvanecen mis miedos y cesan mis vacilaciones. Siento crecer mi propia fortaleza en m cuando t ests a mi lado y me comunicas con tu misma presencia la fe y la confianza que necesito para vivir. Gracias, Seor, por esa imagen en mi mente y por esa realidad en mi vida. T eres mi fortaleza. Yo cantar tu fuerza, por la maana aclamar tu misericordia; porque has sido mi alczar y mi refugio en el peligro. Y taer en tu honor, fuerza ma, porque t, oh Dios, eres mi fortaleza.

Salmo 59, La cuidad fortificada


Quin me llevar a la ciudad fortificada? Esa ha sido mi oracin de toda la vida, mi deseo diario, la meta de todos mis esfuerzos y la corona de mi esperanza. Entrar en la ciudad. Conquistar la plaza fuerte. Atravesar sus murallas, pasar ms all de sus fortalezas, llegar a su mismo corazn; s, su corazn; no slo su corazn de asfalto y adoquines en la plaza mayor que rige su mapa y su vida con la vorgine de su trfico y el esplendor de sus tiendas, sino el corazn de su cultura, su historia, su vida social, su carcter, su personalidad. Quiero entrar en la ciudad. Quiero llegar a su corazn. La ciudad de la tierra como preparacin y smbolo de la ciudad del cielo. Vivo en la ciudad, pero, en cierto modo, fuera de ella. No llego a formar parte de ella, no me identifico con ella, no pertenezco. Me abruma la ciudad. S que pago impuestos al ayuntamiento y voto en las elecciones

municipales, soy vecino de pleno derecho en mi ciudad, bebo sus aguas y viajo en sus autobuses y en su metro, compro en sus comercios y paseo por sus parques, conozco el laberinto de sus calles y el perfil de sus rascacielos contra las nubes. Y, sin embargo, s muy bien, en el fondo del alma, que an no formo parte del todo de esta ciudad que llamo ma. Soy un extrao en mi ciudad; o, ms bien, la ciudad me es todava extraa. Fra, remota, ausente. La ciudad es secular, y yo, que estoy consagrado a ti, pertenezco a lo sagrado. Cada vez que entro en la ciudad llevo tu presencia conmigo, Seor, y eso hace que mis pisadas sean extranjeras en el tumulto del ruido profano. Yo soy representante tuyo, Seor, y no hay sitio para ti en las capitales planificadas del hombre moderno. Los baluartes y bastiones de la ciudad moderna contra ti, Seor, y contra m que te represento, no son muros de piedra o torres almenadas; son ms sutiles y ms temibles. Son el materialismo, el secularismo, la indiferencia. La gente no tiene tiempo; la gente no se preocupa. No hay sitio para las cosas del espritu en la ciudad de la materia. No se trata de derrotar ejrcitos, sino de conseguir audiencia; no queremos lograr una victoria, sino lograr, sencillamente, que nos oigan. Y eso es lo ms difcil de conseguir en este mundo atropellado de hombres indiferentes. Quiero entrar en la ciudad, no con la curiosidad annima del turista, sino con el mensaje del profeta y con el reto del creyente. Quiero hacerte presente en ella, Seor, con toda la urgencia de tu amor a la totalidad de tu verdad. Quiero entrar en la ciudad en tu nombre y con tu gracia, para santificar en consagracin pblica la habitacin del hombre. Quin me guiar a la plaza fuerte, quin me conducir a Edom? Solo t puedes hacerlo, Seor, porque a ti te pertenece la ciudad en pleno derecho. Tus palabras proclaman tu dominio sobre todas las ciudades de la tierra: Triunfante ocupar Siqun, parcelar el valle de Sucot; mo es Galaad, mo Manass, Efran es yelmo de mi cabeza. Jud es mi cetro, Moab una jofaina para lavarme. Sobre Edom echo mi sandalia, sobre Filistea canto victoria. La ciudad es tuya, Seor. "Quin me conducir a Edom?". Quin me llevar hasta el corazn de la ciudad donde vivo?; quin me har presente donde ya lo estoy?; quin acabar con el prejuicio y la ignorancia y la indiferencia para abrirle camino a la luz no solo en el secreto del corazn de los humanos, sino en los grupos y las reuniones y las multitudes de las calles abiertas y las plazas pblicas? Quin derribar los muros de la ciudad fortificada? Edom es tuya, Seor. Hazla ma en tu nombre para que pueda devolvrtela, consagrada, a ti.

Salmo 60, Mi tienda en el desierto


La vida es un desierto, y t, Seor, eres mi tienda en medio de l. Siempre ests dispuesto a protegerme de los rayos del sol y de los

torbellinos de arena en la tormenta. Pronta ayuda y seguridad fiel. Si no tuviera la promesa de la tienda, no me adentrara en la hostilidad del desierto. Me enseas con imgenes. Te has llamado a ti mismo mi roca, mi torre, mi fortaleza, y ahora mi tienda. En la roca y en la torre hablaste de fuerza y poder, y ahora en la tienda hablas de accesibilidad, de cercana, de estar juntos en la intimidad de un espacio reducido a travs de las mil vicisitudes de la travesa del desierto. Tu templo es tu morada oficial para todo tu pueblo, y a l acudo con ilusin y alegra mezclado entre la multitud de los das de fiesta y cantando con todos los fieles los cnticos de tu alabanza en la majestad de tu presencia. Pero ahora tu tienda es la cita ntima, el encuentro personal, el lugar secreto. A l acudo con la gratitud por tu llamada, con la emocin de la expectativa, con la esperanza de ver tu rostro y or tus palabras. Al templo puedo ir en cualquier momento, y en las grandes fechas de tus festivales populares. A tu tienda solo puedo acudir cuando t me invitas en la libertad de tu amistad y en la oportunidad de mis caminos. Tu templo est fijo en medio de tu ciudad. Tu tienda me sorprende a la vuelta de una duna en el desierto cuando yo crea que me haba perdido en las arenas de la vida. All me esperas t para darme fuerzas, direccin y cario. Bendito sea el desierto que me acerca a ti en la sombra de tu tienda! En la roca inaccesible para m colcame; pues t eres mi refugio, torre potente frente al enemigo. Que yo sea siempre husped de tu tienda y me acoja al amparo de tus alas! Porque t, oh Dios, oyes mis votos; t otorgas la heredad de los que temen tu nombre.

Salmo 61, El verdadero Amor


Tuyo es, Seor, el verdadero amor. No hay palabra que usemos ms aqu abajo en la tierra que la palabra "amor". El amor es la aspiracin ms alta, el deseo ms noble, el placer ms profundo del ser humano sobre la tierra. Y, sin embargo, no hay palabra de la que ms abusemos que la palabra "amor". Le hacemos decir bajas pasiones y sentimientos inconstantes, lo manchamos con infidelidad y aun lo anegamos en violencia. Tenemos incluso que renunciar a veces a la palabra para evitar sentidos desagradables. Nos falla el lenguaje, porque nosotros le hemos fallado a la verdad. Aun cuando me llego a la religin y la oracin y a mi relacin contigo, Seor, confieso que uso con miedo la palabra "amor". Tu gracia y tu benevolencia me animan a decir "te amo", pero al mismo tiempo caigo en la cuenta de lo poco que digo cuando digo eso, de lo poca cosa que es mi amor, superficial, inconstante, poco de fiar. Soy consciente de las limitaciones e imperfecciones de mi amor, y comprendo entonces que yo tambin debera abstenerme de usar esa palabra. No encuentro el verdadero amor en la tierra, ni siquiera en mi propio corazn. Por eso me consuela ahora pensar que al menos hay un lugar, una persona en quien puedo encontrar el verdadero amor, y ese eres t, Seor. "Tuyo es, Seor, el verdadero amor." De hecho ese es tu mismo ser, tu esencia, tu definicin. "Dios es amor". T eres amor, t eres el nico amor

puro y verdadero, firme y eterno. Puedo volver a pronunciar la palabra y recobrar su sentido. Puedo creer en el amor, porque creo en ti. Puedo renovar la esperanza y recobrar el valor de amar, porque s que existe el amor verdadero, y est cerca de m. Ahora puedo amar, porque creo en tu amor. Me s y me siento amado con el nico amor verdadero que existe, tu amor infinito y eterno. Y eso me da fuerzas y confianza para entregarme a amar a los dems, a ti primero y sobre todo, y luego, en ti y para ti, a todos aquellos que t pones a mi lado en la vida. El amor verdadero es tuyo, Seor, y con fe y humildad yo ahora lo hago ma para amar a todos en tu nombre.

Salmo 62, Sed


Oh Dios, t eres mi Dios! Por ti madrugo. Mi alma est sedienta de ti, mi carne tiene ansia de ti, como tierra reseca, agotada, sin agua. Cmo te contemplaba en el santuario viendo tu fuerza y tu gloria! Esa es la palabra, clara y nica, que define el estado de mi alma, Seor: sed. Sed fsica, casi animal, que quema mis entraas y apergamina mi garganta. La sed del desierto, de las arenas secas y el sol ardiente, de dunas y espejismos, de yermos sin fin y cielos sin misericordia. La sed que se impone a todos los dems deseos y se adelanta a toda otra necesidad. La sed que necesita el trago de agua para vivir, para subsistir, para devolver los sentidos al cuerpo y la paz al alma. La sed que moviliza cada clula y cada miembro y cada pensamiento para buscar el prximo oasis y llegar a l antes de que la vida misma se queme en el cuerpo. Tal es mi deseo por ti, Seor. Sed en el cuerpo y en el alma. Sed de tu presencia, de tu visin, de tu amor. Sed de ti. Sed de las aguas de la vida, que son las nicas que pueden traer el descanso a mi alma reseca. Aguas saltarinas en medio del desierto, milagro de luz y frescura, arroyos de alegra, juego transparente de olas que cantan y corrientes que bailan sobre la tierra seca y las piedras inertes. Resplandor en la noche y meloda en el silencio. Te deseo y te amo. En ti espero y en ti descanso. Aumenta mi sed, Seor, para que yo intensifique mi bsqueda de las fuentes de la vida.

Salma 63, Flechas


Flechas en el aire son mensajeros de muerte. Calladas, afiladas, envenenadas. El arma que ms teman los guerreros de Israel. No se ven, no se oyen. Vienen de lejos, derechas e imparables, con la muerte en sus alas, y encuentran con puntera mortal el blanco humano en las sombras de la noche. La espada puede rechazarse con la espada, y la daga con la daga, pero la flecha llega sola y traicionera desde una mano annima en la distancia segura del territorio enemigo. Su vuelo mortfero hiere sin piedad la carne del hombre, y su punta de acero desgarra en un instante el manantial de sangre que se lleva la vida. Las flechas son muerte alada cabalgando en vientos de odio. La palabra del hombre es flecha certera. Tambin ella vuela y mata.

Lleva veneno, destruccin y muerte. Una breve palabra puede acabar con una vida. Un mero insulto puede engendrar la enemistad entre dos familias, generacin tras generacin. Palabras desencadenan guerras y traman asesinatos. Las palabras hieren al hombre en sus sentimientos ms nobles, en su honor y en su dignidad; hieren la paz de su alma y el valor de su nombre. Las palabras me amenazan en un mundo de envidia ciega y competicin a muerte; y entonces rezo: Escucha, oh Dios, la voz de mi lamento, protege mi vida del terrible enemigo; escndeme de la conjura de los perversos y del motn de los malhechores. Afilan sus lenguas como espadas y disparan como flechas palabras venenosas, para herir a escondidas al inocente, para herirlo por sorpresa y sin riesgo. Pido proteccin contra las palabras de los hombres. Y la proteccin que se me da es la Palabra de Dios. Contra las flechas de los hombres, la flecha de Dios. Una flecha les ha tirado Dios, repentinas han sido sus heridas; les ha hecho caer por causa de su lengua, menean la cabeza todos los que los ven. Una flecha contra todas. La Palabra de Dios contra las palabras de los hombres. La Palabra de Dios en la Escritura, en la oracin, en la Encarnacin y en la Eucarista. Su presencia, su fuerza, su Palabra. Ilumina mi mente y afianza mi corazn. Me da valor para vivir en un mundo de palabras sin temer sus heridas. La Palabra de Dios me da paz y alegra para siempre. El justo se alegra con el Seor, se refugia en l, y se felicitan los rectos de corazn.

Salmo 64, La estacin de las lluvias


Est lloviendo. Lloviendo con la furia oriental de monzones paganos. Miro la cortina de agua, el sbito Nigara, las calles hechas ros, las nubes de plomo, el violento descender de los cielos sobre la tierra desnuda, en aguas de creacin y de destruccin, a lo largo del lquido horizonte donde el cielo, la tierra y el mar se hacen una sola cosa en la celebracin primigenia de la unidad csmica. La danza de la lluvia, la danza de los nios en la lluvia que sella la alianza eterna del hombre con la naturaleza y la renueva ao tras ao para bendecir la tierra y multiplicar sus cosechas. Liturgia de lluvias en el templo abierto donde toda la humanidad es una. Disfruto en la lluvia; hace frtil la tierra, verdes los campos y transparente el aire. Libera el perfume que se esconde en la sequedad de la tierra y llena con su hmedo deleite los espacios de la primavera al resurgir la vida. Doma el calor, tamiza el sol, refresca el aire. Garantiza los frutos de la tierra para las necesidades del ao y renueva la fe del labrador en Dios, que cumplir su palabra cada ao y enviar las lluvias para que den alimento al hombre y al ganado como prueba de su amor y signo de su providencia. La lluvia es la bendicin de Dios sobre la tierra que l cre, el contracto renovado de la divinidad con el mundo material, el recuerdo

primaveral de su presencia, su poder y su preocupacin por los hombres. La lluvia viene de arriba y penetra bien dentro en la tierra. Presin del dedo de Dios sobre el barro, que es el gesto inicial de la creacin. T cuidas de la tierra, la riegas y la enriqueces sin medida; la acequia de Dios va llena de agua, preparas los trigales: riegas los surcos, igualas los terrones, tu llovizna los deja mullidos, bendices sus brotes. Amo a la lluvia tambin, la lluvia pesada, ruidosa, cargada, porque es figura y prenda de otra lluvia que tambin baja a la tierra desde arriba, viene de Dios al hombre y la mujer, de la Divina Providencia a los campos estriles del corazn humano que no estn preparados para la cosecha del Espritu. Lluvia de gracia, agua que da vida. Siento la impotencia de mis campos sin arar, terrones de barro seco entre surcos de indiferencia. Qu puede salir de ah? Qu cosecha puede darse ah? Cmo pueden ablandarse mis campos y cubrirse de verde y transformarse en fruto? Necesito la lluvia de la gracia. Necesito el influjo constante del poder y la misericordia de Dios para que ablanden mi corazn, lo llenen de primavera y le hagan dar fruto. Dependo de la gracia del cielo como el labrador depende de su lluvia. Y confo en la venida de la gracia con la misma confianza aeja con que el labrador confa en la llegada de las estaciones y la lealtad de la naturaleza. Todo llegar a su tiempo. Necesito lluvias torrenciales para que arrastren los prejuicios, los malos hbitos, el condicionamiento, la adiccin que me asedia. Necesito la limpieza de la lluvia en su cada para sentir de nuevo la realidad de mi piel mojada a travs de todos los envoltorios artificiales bajo los que se oculta mi verdadero ser. Quiero jugar en la lluvia como un nio para recobrar la inocencia primera de mi corazn bajo la gracia. Por eso me gusta la lluvia firme y seguida, y convierto cada gota en una plegaria, cada chaparrn en una fiesta, cada tormenta en un anticipo de lo que mi alma espera que le suceda, como le sucede a los rboles, a las flores y a los campos. La renovacin en verde de la estacin de las lluvias. Entonces mi alma cantar con fervor el Salmo de los campos despus de la bendicin de las lluvias anuales: Coronas el ao con tus bienes, tus carriles rezuman abundancia; rezuman los pastos del pramo, y las colinas se orlan de alegra; las praderas se cubren de rebaos, y los valles se visten de mieses que aclaman y cantan. Ven, lluvia bendita, y empapa mi corazn!

Salmo 65 Venid y ver


Venid y ved las obras de Dios. Venid y ved. La invitacin a la experiencia. La oportunidad de estar

presente. El reto de ser testigo. Ven y ve. Para m, estas tres palabras son la esencia de la fe, el corazn de la mstica, el meollo de la religin. Ven. No te quedes sentado esperando tranquilamente a que te sucedan cosas. Levntate y muvete y adntrate y busca. Acrcate, entra y mira cara a cara a a la realidad que te llama. Abre los ojos y ve. Contempla con toda tu alma. No te contentes con escuchar o leer o estudiar. Te has pasado toda la vida estudiando y leyendo y abstrayendo y discutiendo. Todo eso est muy bien, pero es slo evidencia de segunda mano. Hay que trascenderla en fe y en humildad valiente para buscar la evidencia de primera mano de la visin y la presencia. Ven y ve. Busca y encuentra. Entra y disfruta. El Seor te ha invitado a su corte. Y ahora tomo esas palabras sagradas como dichas por ti, Seor, a m. Ven y ve. Me invitas a estar a tu lado y ver tu rostro. Tus palabras no dejan lugar a duda, y tu invitacin es seria y deliberada. Sin embargo, yo me dejo llevar por la timidez, me resisto, me refugio en excusas. No soy digno, me han dicho que es ms seguro permanecer en la oscuridad de la fe, y prefiero seguir el camino trillado, quedarme en mi sitio y guardar silencio. Dejo a almas ms elevadas los derroteros msticos de tu visin cara a cara, y me contento con la espiritualidad rutinaria que espera pacientemente la plenitud que ms tarde ha de venir. Tengo miedo, Seor. No quiero meterme en los. Me encuentro a gusto donde estoy, y pido que se me deje en paz. Las alturas no se hicieron para m. Me temo que, si de veras me encuentro contigo, mi vida habr de cambiar, mis apegos habrn de soltarse y mi tranquilidad se acabar. Tengo miedo de tu presencia, y en eso me parezco al pueblo de Israel, que delegaba a Moiss la responsabilidad de reunirse contigo, porque tenan miedo de hacerlo ellos mismos. S que en m es pereza, inercia y cobarda. A fin de cuentas, es falta de confianza en ti, y quiz en m mismo. Reconozco mi pusilanimidad, y te ruego que no retires tu invitacin. S, quiero venir y ver tus obras, venir y verte a ti hacindolas, contemplarte, admirar el esplendor de tu rostro cuando gobiernas la amplitud del universo y las profundidades del espritu humano. Quiero verte, Seor, en la luz de la fe y en la intimidad de la oracin. Quiero la experiencia directa, el encuentro personal, la visin deslumbrante. Siervos tuyos en todas las religiones hablan de la experiencia que cambia sus vidas, la visin que satisface sus aspiraciones, la iluminacin que da sentido a toda su existencia. Yo, en mi humildad, deseo tambin esa iluminacin, y la espero de tu rostro, que es lo nico que puede dar luz sobre su propia existencia a ojos mortales. Quiero ver, y al decir eso quiero decir que quiero verte a ti, que eres la nica realidad que merece verse; a ti, que con el resplandor de tu rostro das luz a la creacin entera y a mi vida en ella. Ese es mi deseo y esa es mi esperanza. Venid y ved. Voy, Seor. Dame la gracia de ver.

Salmo 66 La plegaria del misionero


Que Dios nos bendiga; que le teman hasta los confines del orbe. Esa es mi plegaria, Seor. Sencilla y directa en tu presencia y en medio de la gente con quien vivo. Bendceme, para que los que me conocen vean tu mano en m. Hazme feliz, para que al verme feliz se acerquen a m todos los que buscan la felicidad y te encuentren a ti, que

eres la causa de mi alegra. Muestra tu poder y tu amor en mi vida, para que los que la vean de cerca puedan verte a ti y alabarte a ti en mi. Mira, Seor, las personas que viven a mi alrededor adoran cada una a su dios, y algunas a ninguno. Cada cual espera de sus creencias y de sus ritos las bendiciones celestiales que han de traer la felicidad a su vida como prenda de la felicidad eterna que le espera luego. Valoran, no sin cierta lgica, la verdad de su religin segn la paz y alegra que proporciona a sus seguidores. Con ese criterio vienen a medir la paz y alegra de que yo, humilde pero realmente, disfruto, y que declaro abiertamente que me vienen de ti, Seor. Es decir, que te juzgan a ti segn lo que ven en m, por absurdo que parezca; y por eso lo nico que te pido es que me bendigas a m para que la gente a mi alrededor piense bien de ti. Eso era lo que ocurra en Israel. Cada pueblo a su alrededor tena un dios distinto, y cada uno esperaba de su dios que su bendicin fuera superior a la de los dioses de sus vecinos y, en concreto, que le bendijera con una cosecha mejor que la de los pueblos circundantes. Israel te peda que le dieses la mejor cosecha de toda la regin, para demostrar que t eras el mejor Dios del cielo, el nico Dios verdadero. Y lo mismo te pido yo ahora. Dame una cosecha evidente de virtudes y justicia y paz y felicidad, para que todos los que me rodean vean tu poder y adoren tu majestad. El Seor tenga piedad y nos bendiga, ilumine su rostro sobre nosotros: conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvacin. Quiero que todo el mundo te alabe, Seor, y por eso te pido que me bendigas. Si yo fuera un ermitao en una cueva, podras hacerme a un lado; pero soy un cristiano en medio de una sociedad de hecho pagana. Soy tu representante, tu embajador aqu abajo. Llevo tu nombre y estoy en tu lugar. Tu reputacin, por lo que a esta gente se refiere, depende de m. Eso me da derecho a pedir con urgencia, ya que no con mrito alguno, que bendigas mi vida y dirijas mi conducta frente a todos stos que quieren juzgarte a ti por lo que ven en m, y tu santidad por mi virtud. Bendceme, Seor, bendice a tu pueblo, bendice a tu Iglesia, danos a todos los que invocamos tu nombre una cosecha abundante de santidad profunda y servicio generoso, para que todos puedan ver nuestras obras y te alaben por ellas. Haz que vuelvan a ser verdes, Seor, los campos de tu Iglesia para gloria de tu nombre. La tierra ha dado su fruto, nos bendice el Seor nuestro Dios. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben

Salmo 67 Del Sina a Sin


Saba que mi vida es una marcha, y siempre he querido que mi marcha sea del Sina a Sin, contigo como jefe. Sina era tu voz, tu mandamiento, tu palabra empeada de llevar a tu Pueblo a la Tierra Prometida; y Sin es la ciudad firme, la fortaleza inexpugnable, el Templo santo. Mi vida tambin va, con tu Pueblo, de la montaa al Templo, de la promesa a la realidad, de la esperanza a la gloria, a travs del largo

desierto de mi existencia en la tierra. Y en esa marcha me acompaa tu presencia, tu ayuda, tu direccin certera por las arenas del tiempo. Me siento seguro en tu compaa. Oh Dios, cuando salas al frente de tu pueblo y avanzabas por el desierto, la tierra tembl, el cielo destil ante Dios, el Dios del Sina; ante Dios, el Dios de Israel. La peregrinacin se hace dura a veces. Hay peligros y enemigos, est el cansancio de la marcha y la duda de si llegar alguna vez a su trmino, a feliz trmino. Hay nombres extraos a lo largo de la tortuosa geografa, reyes y ejrcitos que amenazan a cada vuelta del camino. Los picos de Sasn le tienen envidia a la colina de Sin, y la enemistad de los vecinos pone asechanzas al paso del Arca que lleva tu Presencia. Pero esa misma Presencia es la que de proteccin y victoria en las batallas diarias de nuestra peregrinacin de fe. Se levanta Dios y se dispersan sus enemigos! Cantad a Dios, tocad en su honor, alfombrad el camino del que avanza por el desierto; su nombre es el Seor: Alegraos en su presencia. Padre de hurfanos, protector de viudas, Dios vive en su santa morada. Dios prepara casa a los desvalidos, libera a los cautivos y los enriquece; Slo los rebeldes se quedan en la tierra abrasada. Mi peregrinacin se afirma al saber que tambin es la tuya. T vienes conmigo. T eres el Seor del desierto como eres el Seor de mi vida. T llevas contigo a tu Pueblo, y a m con l. Me regocijo como el ltimo miembro de esa procesin sagrada, el Benjamn entre las tribus de Israel. Aparece tu cortejo. Oh Dios, el cortejo de mi Dios, de mi Rey, hacia el santuario. Al frente marchan los cantores; los ltimos los tocadores de arpa; en medio, las muchachas van tocando panderos. En el bullicio de la fiesta bendecid a Dios, al Seor, estirpe de Israel! Va delante Benjamn, el ms pequeo, los prncipes de Jud con sus tropeles, los prncipes de Zabuln, los prncipes de Neftal. Ese es mi gozo, Seor, y esa es mi proteccin: andar en compaa de tu Pueblo. Sentirme uno con tu Pueblo, luchar en sus batallas, llorar en sus derrotas y alegrarme en la victoria. T eres mi Dios, porque yo pertenezco a tu Pueblo. No soy un viajero solitario, no soy peregrino aislado. Formo parte de un Pueblo que marcha junto, unido por una fe, un jefe y un destino. Conozco su historia y canto sus canciones. Vivo sus tradiciones y me aferro a sus esperanzas. Y como signo diario y vnculo prctico de mi unin con tu Pueblo, renuevo y refuerzo la amistad en oracin y trabajo con el grupo con el que vivo en comunidad en tu nombre. Clula de tu Cuerpo e imagen de tu Iglesia. Son los compaeros que t me has dado, y

con ellos vivo y trabajo, me muevo y me esfuerzo, trabajo y descanso en la intimidad de una familia que refleja en humilde miniatura la universalidad de toda la familia humana de la que t eres Padre. Oh Dios, despliega tu poder; tu poder, oh Dios, que acta a favor nuestro. A tu templo de Jerusaln traigan los reyes su tributo. En cierto modo, en fe y en esperanza, ya hemos llegado al fin del viaje. Ya estamos en Jerusaln, estamos en tu Templo, estamos en tu Iglesia. Los justos se alegran, gozan en la presencia de Dios, rebosando de alegra. La alegra de saber que tenemos ya prenda de lo que seremos para siempre en plenitud perfecta. La alegra de un viaje que lleva ya en su comienzo el anticipo de la llegada. La alegra del viajero unida a la satisfaccin del residente. Somos a un tiempo peregrinos y ciudadanos, estamos en camino y hemos llegado, reclamamos tanto el Sina como Sin por herencia. Contigo a nuestro lado, peregrinamos con alegra y llegamos con gloria. Bendito sea el Seor cada da: Dios lleva nuestras cargas, es nuestra salvacin

Salmo 68, La carga de la vida


Dios mo, slvame, que me llega el agua al cuello. Estoy cansado de la vida. Estoy harto del triste negocio del vivir. No le veo sentido a la vida; no veo por qu he de seguir viviendo cuando no hay por qu ni para qu vivir. Ya me he engaado bastante a m mismo con falsas esperanzas y sueos fugaces. Nada es verdad, nada resulta, nada funciona. Bien sabes que lo he intentado toda mi vida, he tenido paciencia, he esperado contra toda esperanza... y no he conseguido nada. A veces haba algn destello, y yo me deca a m mismo que s, ms tarde, algn da, en alguna ocasin, se hara por fin la luz y se aclarara todo y yo vera el camino y llegara a la meta. Pero nunca se hizo la luz. Por fin, he tenido que ser honrado conmigo mismo y admitir que todo eso eran cuentos de hadas, y segu en la oscuridad como siempre lo haba estado. Estoy de vuelta de todo. He tocado fondo. Estoy harto de vivir. Djame marchar, Seor. Me estoy hundiendo en un cieno profundo y no puedo hacer pie; he entrado en la hondura del agua, me arrastra la corriente. Estoy agotado de gritar, tengo ronca la garganta; se me nublan los ojos. Siento el peso de mi fracaso, pero, si me permites decirlo, lo que de veras me oprime y me abruma es el peso de tu propio fracaso, Seor. S, tu fracaso. Porque, si la vida humana es un fracaso, t eres quien la hiciste, y tuya es la responsabilidad si no funciona.

Mientras slo se trataba de mi propia pena, yo me refugiaba en el pensamiento de que no importaba mi sufrimiento con tal de que tu gloria estuviera a salvo. Pero ahora veo que tu gloria est ntimamente ligada a mi felicidad, y es tu prestigio el que queda empaado cuando mi vida se ennegrece. Cmo puede permanecer sin mancha tu nombre cuando yo, que soy tu siervo, me hundo en el fango? "Soy un extrao para mis hermanos, un extranjero para los hijos de mi madre; porque me devora el celo de tu templo, y las afrentas con que te afrentan caen sobre m". Por ti y por m, Seor, por tu honra y por la ma, no permitas que mi alma perezca en la desesperacin. Levntame, dame luz, dame fuerzas para soportar la vida, ya que no para entenderla. Slvame por la gloria de tu nombre. Arrncame del cieno, que no me hunda, lbrame de las aguas sin fondo. Que no me arrastre la corriente, que no me trague el torbellino, que no se cierre la poza sobre m. No pido ms que un destello, un rayo de luz, una ventana en la oscuridad que me rodea. Un relmpago de esperanza en la noche del desaliento. Un recordarme que t ests aqu y el mundo est en tus manos y todo saldr bien. Que se abran las nubes, aunque slo sea un instante, para que yo pueda ver un jirn de azul y asegurarme de que el cielo existe y el camino queda abierto a la ilusin y a la esperanza. Hazme sentir la gloria de tu poder en el alivio de mi impotencia. "Yo soy un pobre malherido, Dios mo, tu salvacin me levante. Alabar el nombre de Dios con cantos, proclamar su grandeza con accin de gracias". Seor!, reconcliame de nuevo con la vida.

Salmo 85, Ensame tu camino


Ensame, Seor, tu camino, para que siga tu verdad. Hoy pido que me gues, Seor. Me encuentro a veces tan confuso, tan perplejo, cuando tengo que decidirme y dejar al lado una opcin para tomar otra, que he comprendido al fin que es mi falta de contacto contigo lo que me hace perder claridad y perderme cuando tengo que tomar decisiones en la vida. Pido la gracia de sentirme cerca de ti para ver con tu luz y fortalecerme con tu energa cuando llega el momento de tomar las decisiones que marcan mi paso por el mundo. A veces son factores externos los que me confunden. Qu dir la gente, qu pensarn, qu resultar... y luego, todo ese conjunto de

ambiente, atmsfera, prejuicios, modas, crticas y costumbres. No s definirme, y me resulta imposible ver lo que realmente quiero, decirlo y hacerlo. Te ruego, Seor, que limpies el aire que me rodea para que yo pueda ver claro y andar derecho. Y ms adentro, es la confusin interna que siento, los miedos, los apegos, la falta de libertad, la nube de egosmo. All es donde necesito especialmente tu presencia y tu auxilio, Seor. Librame de todos los complejos que me impiden ver claro y elegir lo que debera elegir. Dame equilibrio, dame sabidura, dame paz. Calma mis pasiones y doma mis instintos, para que llegue a ser juez imparcial en mi propia causa y escoja el camino verdadero sin desviaciones. Guame en las decisiones importantes de mi vida y en las opciones pasajeras que componen el da y que, paso a paso, van marcando la direccin en la que se mueve mi vida. Entrname en las decisiones sencillas para que cobre confianza cuando lleguen las difciles. Gua cada uno de mis pasos para que el caminar sea recto y me lleve en definitiva a donde t quieres llevarme. Ensame, Seor, tu camino, para que siga tu verdad.

Salmo 88
Cantar eternamente las misericordias del Seor, anunciar tu fidelidad por todas las edades. Porque dije: tu misericordia es un edificio eterno, ms que el cielo has afianzado tu fidelidad. Bello comienzo para un ataque frontal, no te parece? Adivinaste, Seor, lo que vena en este salmo despus de esa obertura tan musical? Tu amor es firme, y tu fidelidad eterna. Son cosas que siempre te gusta or. Alabanza sincera del pueblo que mejor te conoca, porque era tu Pueblo. Y adems sobre un tema al que eres muy sensible: tu fidelidad. Siempre te has preciado de tu verdad que nunca falla y de tus promesas que nunca decepcionan. Pero desde este momento, Seor, ests atrapado por las mismas palabras que tanto te gusta or. Eres fiel y cumples tus promesas. Por qu, entonces, no has cumplido la promesa ms solemne que diste a tu pueblo y a tu rey? Dichoso el pueblo que sabe aclamarte: caminar, oh Seor, a la luz de tu rostro. T eres su honor y su fuerza, y con tu favor realzas nuestro poder. Porque el Seor es nuestro escudo, y el Santo de Israel nuestro rey.

Tu poder es nuestra garanta. Tu fortaleza es nuestra seguridad. Nos gloriamos de que seas nuestro Dios. Nos alegramos de tu poder, y nos encanta repetir las historias de tus maravillas. Tu historia es nuestra historia, y tu Espritu nuestra vida. Nuestro destino como pueblo tuyo en la tierra es llevar a cabo tu divina voluntad, y por eso adoramos tus designios y acatamos tu majestad. T eres nuestro Dios, y nosotros somos tu pueblo.

Salmo 94, El descanso de Dios


No entrarn en mi descanso. Esas son de las palabras ms temibles que jams te he escuchado, Seor. La maldicin de las maldiciones. El rechazo definitivo. La prohibicin de entrar en tu descanso. Pienso en la belleza y la profundidad de la palabra descanso cuando se aplica a ti, y comienzo a comprender la desgracia que ser quedar excluido de l. Tu descanso es tu divina satisfaccin al acabar la creacin de cielos y tierra con el hombre y la mujer en ellos, tu mandamiento del sbado de alegra y liturgia en medio de una vida de trabajo, tu eternidad en la gloria bendita de tu ser para siempre. Tu descanso es lo mejor que tienes, lo mejor que eres, el ocio de la existencia, la benevolencia de tu gracia, la celebracin de tu esencia en medio de tu creacin. Tu descanso es tu sonrisa, tu amistad, tu perdn. Tu descanso es esa cualidad divina en ti que te permite hacerlo todo pareciendo que no haces nada. Tu descanso es tu esencia sin cambio en medio de un mundo que vive en torno al cambio. Tu descanso eres t. Y ahora las puertas de tu descanso se me abren a m. Me llaman a tomar parte en las vacaciones eternas. Me invitan al cielo. Me llevan a descansar para siempre. Esa palabra mgica, descanso, se ha hecho mi favorita, con su tono bblico y su riqueza teolgica. Un descanso tan enorme que uno tiene que entrar en l. Me rodea, me posee, me llena con su dicha. Veo enseguida que ese descanso es lo que ha de ser mi destino final, palabra casera y divina al mismo tiempo para expresar el fin ltimo de mi vida: descansar contigo. Ahora he de entrenarme en esta vida para el descanso que me espera en la siguiente. Quiero entrar ya, en promesa y en espritu, en el divino descanso que un da ha de ser mo a tu lado. Quiero aprender a descansar aqu, a relajarme, a encontrarme a gusto, a dominar las prisas, a evitar tensiones, a vivir en paz. Pido para m todo eso como anticipo de tu bendicin venidera, como fianza en la tierra de tu descanso eterno en el cielo. Quiero ir ya reflejando ahora en mi conducta, mi lenguaje, mi rostro, la esperanza de ese descanso esencial que le traer a mi alma y a mi

cuerpo la felicidad definitiva en la paz perpetua. Qu es lo que no me deja entrar ya en ese descanso? Qu es lo que te hizo jurar en tu clera: No entrarn en mi descanso? No endurezcis el corazn como en Merib, como el da de Mas en el desierto: cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque haban visto mis obras. Esos incidentes quedaron tan grabados en tu memoria que los citas incluso con los nombres de los lugares en que sucedieron, etapas desgraciadas en la geografa espiritual por la que pas tu pueblo y por la que nosotros volvemos a pasar en nuestras vidas. Tu pueblo te tent, desconfi de ti aun despus de haber visto tus maravillas, fueron tozudos en sus quejas y en su falta de fe. Eso hizo arder tu ira, y cerraste la puerta a aquellos que durante tanto tiempo se haban negado a entrar. Durante cuarenta aos, aquella generacin me asque, y dije: Es un pueblo de corazn extraviado, que no reconoce mi camino; por eso he jurado en mi clera que no entrarn en mi descanso. Cuntos aos me quedan a m, Seor? Cuntas oportunidades an, cuntas dudas, cuntas Mass y Meribs en mi vida? T conoces bien los nombres de mi geografa privada; t recuerdas mis infidelidades y te resientes por mi tozudez. Hazme dcil, Seor. Hazme entender, hazme aceptar, hazme creer. Hazme ver que la manera de llegar a tu descanso es confiar en ti, fiarme en todo de ti, poner mi vida entera en tus manos con despreocupacin y alegra. Entonces podr vivir sin ansiedad y morir tranquilo en tus brazos para entrar en tu paz para siempre. Que as sea, Seor. Ojal escuchis hoy su voz!.

Salmo 99, Ovejas de su rebao


Soy tuyo, Seor, porque soy oveja de tu rebao. Hazme caer en la cuenta de que te pertenezco a ti precisamente porque soy miembro de tu pueblo en la tierra. No soy un individuo aislado, no tengo derecho a reclamar atencin personal, no me salvo solo. Es verdad que t, Seor, me amas con amor personal, cuidas de m y diriges mis pasos uno a uno; pero tambin es verdad que tu manera de obrar entre nosotros es a travs del grupo que has formado, del pueblo que has escogido. Te gusta tratar con nosotros como un pastor con su rebao. El pastor conoce a cada oveja y cuida personalmente de ella, con atencin especial a la que lo necesita ms en cada momento; pero las lleva juntas, las apacienta juntas, las protege juntas en la unidad de su rebao. As haces t con nosotros, Seor. Haz que me sienta oveja de tu rebao, Seor. Haz que me sienta responsable, sociable, amable, hermano de mis

hermanos y hermanas y miembro vivo del gnero humano. No me permitas pensar ni por un momento que puedo vivir por mi cuenta, que no necesito a nadie, que las vidas de los dems no tienen nada que ver con la ma... No permitas que me asle en orgullo intil o engaosa autosuficiencia, que me vuelva solitario, que sea un extrao en mi propia tierra... Haz que me sienta orgulloso de mis hermanos y hermanas, que aprecie sus cualidades y disfrute con su compaa. Haz que me encuentre a gusto en el rebao, que acepte su ayuda y sienta la fuerza que el vivir juntos trae al grupo, y a m en l. Haz que yo contribuya a la vida de los dems y permita a los dems contribuir a la ma. Haz que disfrute saliendo con todos a los pastos comunes, jugando, trabajando, viviendo con todos. Que sea yo amante de la comunidad y que se me note en cada gesto y en cada palabra. Que funcione yo bien en el grupo, y que al verme apreciado por los dems yo tambin les aprecie y frage con ellos la unidad comn. Soy miembro del rebao, porque t eres el Pastor. T eres la raz de nuestra unidad. Al depender de ti, buscamos refugio en ti, y as nos encontramos todos unidos bajo el signo de tu cayado. Mi lealtad a ti se traduce en lealtad a todos los miembros del rebao. Me fo de los dems, porque de fo de ti. Amo a los dems, porque te amo a ti. Que todos los hombres y mujeres aprendamos as a vivir juntos a tu lado. Sabed que el Seor es Dios: que l nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebao.

Salmo 102, Confo en tu misericordia


Bendice, alma ma, al Seor, y no olvides sus beneficios. El perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades. Hoy canto tu misericordia, Seor; tu misericordia, que tanto mi alma como mi cuerpo conocen bien. T has perdonado mis culpas y has curado mis enfermedades. T has vencido al mal en m, mal que se mostraba como rebelin en mi alma y corrupcin en mi cuerpo. Las dos cosas van juntas. Mi ser es uno e indivisible, y todo cuanto hay en m, cuerpo y alma, reacciona, ante mis decisiones y mis actos, con dolor o con gozo fsico y moral a lo largo del camino de mis das. Sobre todo ese ser mo se ha extendido ahora tu mano que cura, Seor, con gesto de perdn y de gracia que restaura mi vida y revitaliza mi cuerpo. Hasta mis huesos se alegran cuando siento la presencia de tu

bendicin en el fondo de mi ser. Gracias, Seor, por tu infinita bondad. Como se levanta el cielo sobre la tierra, as se levanta su bondad sobre sus fieles; como dista el oriente del ocaso, as aleja de nosotros nuestros delitos; como un padre siente ternura por sus hijos, as siente el Seor ternura por sus fieles, porque l conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro. T conoces mis flaquezas, porque t eres quien me has hecho. He fallado muchas veces, y seguir fallando. Y mi cuerpo reflejar los fallos de mi alma en las averas de sus funciones. Espero que tu misericordia me visite de nuevo, Seor, y sanes mi cuerpo y mi alma como siempre lo has hecho y lo volvers a hacer, porque nunca fallas a los que te aman. El rescata, alma ma, tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura; l sacia de bienes tus anhelos, y como un guila se renueva tu juventud. Mi vida es vuelo de guila sobre los horizontes de tu gracia. Firme y decidido, sublime y mayesttico. Siento que se renueva mi juventud y se afirma mi fortaleza. El cielo entero es mo, por que es tuyo en primer trmino, y ahora me lo das a m en mi vuelo. Mi juventud surge en mis venas mientras oteo el mundo con serena alegra y recatado orgullo. Qu grande eres, Seor, que has creado todo esto y a mi con ello! Te bendigo para siempre con todo el agradecimiento de mi alma. Bendice, alma ma, al Seor. Sabed que el Seor es Dios: que l nos hizo y somos suyos, su pueblo y ovejas de su rebao.

Salmo 103, Armona en la creacin


Me propongo descubrir la belleza de tu creacin, Seor, pensando en la mano que la hizo. T ests detrs de cada estrella y detrs de cada brizna de hierba, y la unidad de tu poder da luz y vida a todo cuanto has creado. Extiendes los cielos como una tienda, construyes tu morada sobre las aguas; las nubes te sirven de carroza, avanzas en las alas del viento; los vientos te sirven de mensajeros, el fuego llameante, de ministro. Tu presencia es la que da solidez a las montaas y ligereza a los ros; t das al ocano su profundidad, y al cielo su color. T apacientas las nubes en los campos del cielo y las haces frtiles con el don de la lluvia sobre la tierra.

T guas a los pjaros en su vuelo y ayudas a la cigea a hacerse el nido. T le das al buey su fuerza, y a la gacela su elegancia. T dejas jugar a los grandes cetceos en el ocano mientras peces sin nmero surcan sus abismos. De todos te preocupas, a todos proteges; diriges sus caminos y les das alimento para regenerar sus fuerzas y su alegra. Todos ellos aguardan a que les eches comida a su tiempo; se la echas, y la atrapan; abres tu mano, y se sacian de bienes. Y en medio de todo eso, el hombre. El hombre existe para contemplar tu obra, recibir tus bendiciones y darte gracias por ello. Cunto ms te cuidars de l, heredero de tu tierra y rey de tu creacin! Lo alimentas con los frutos de la tierra para formar su cuerpo y liberar su mente. T mismo le ayudas a que saque esos frutos y elabore ese pan. El saca pan de los campos, y vino que le alegra el corazn, y aceite que da brillo a su rostro, y alimento que le da fuerzas. Despus envas a la luna y las estrellas para que guarden su sueo, ordenas los das y las estaciones segn los ritmos de la vida, iluminas el universo con el sol y cubres la noche con las tinieblas. Hiciste la luna con sus fases, el sol conoce su ocaso. Pones las tinieblas y viene la noche y rondan las fieras la selva. Cuando brilla el sol, se retiran y se tumban en sus guaridas; el hombre sale a sus faenas, a su labranza hasta el atardecer. Todo est en orden, todo est en armona. Innumerables criaturas viven juntas, y se encuentran y se saludan con la variedad de sus rostros y la sorpresa de sus caminos. Cada una resalta la belleza de las dems, y todas juntas componen esta maravilla que es nuestro universo. Slo hay una nota discordante en el concierto de la creacin. El pecado. Est presente como un borrn en el paisaje, como una hendidura en la tierra, como un rayo en el firmamento. Destruye el equilibrio en el mundo del hombre, ennegrece su historia y pone en peligro su futuro. El pecado es el nico objeto que no encaja en el universo ni en el corazn del hombre. Al contemplar la creacin, me hiere ese rasgo violento que desfigura la obra del Creador, y mi contemplacin del universo acaba, como el salmo, con el grito encendido de mi alma herida: Que se acaben los pecadores en la tierra, que los malvados no existan ms!

Salmo 117, Alegra pascual


Voces de Domingo de Pascua, gritos de victoria sobre la muerte, confianza en el poder de Dios, regocijo en el triunfo comn y proclamacin de este da como el ms grande que ha hecho el Seor.

Eso es este salmo rebosante de gloria y de gozo. Abridme las puertas del triunfo! El Seor est conmigo y me auxilia; no me entreg a la muerte. La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Seor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente. Este es el da en que actu el Seor: sea nuestra alegra y nuestro gozo. Esta es la liturgia de Pascua en el corazn del ao. Pero para el verdadero cristiano, cada domingo es Pascua y cada da es domingo. Por eso cada da es Pascua, es el da que ha hecho el Seor, el da en que actu el Seor. Cada da es da de victoria y alabanza, de regocijo y accin de gracias, da de ensayo de la resurreccin final conquistando al pecado, que es la muerte, y abrindose a la alegra, que es la eternidad. Cada da hay revuelo de ngeles y alboroto de mujeres en torno a la tumba vaca. CRISTO HA RESUCITADO! Este es el da en que el Seor ha actuado. Ojal pudiera decir yo eso de cada da de mi vida! S que es verdad, porque, si estoy vivo, es porque Dios est actuando en m con su infinito poder y su divina gracia; pero quiero sentirlo, palparlo, verlo en fe y experiencia, reconocer la mano de Dios en los sucesos del da y sentir su aliento a cada paso. Este es su da, glorioso como la Pascua y potente como el amanecer de la creacin; y quiero tener fe para adivinar la figura de su gloria en la humildad de mis idas y venidas. La diestra del Seor es excelsa, la diestra del Seor es poderosa. No he de morir: vivir para contar las hazaas del Seor. Que la verdad de fe penetre en mi mente y florezca en mis actos: cristiano es aquel que vive el espritu de la Pascua. Espritu de lucha y de victoria, de fe y de perseverancia, de alegra despus del sufrimiento y vida despus de la muerte. Ninguna desgracia me abatir y ninguna derrota me desanimar. Vivo ya en el da de los das, y s que la mano del Seor saldr victoriosa al final. El Seor est conmigo, no temo: qu podr hacerme el hombre? Yo solo no puedo conseguir el espritu de Pascua por mi cuenta. As como el Domingo de Pascua me encuentro en medio de los fieles que proclaman su fe y robustecen la ma con la unin de su presencia y la voz de sus cantos, as ahora tambin, da a da, necesito a mi alrededor al grupo amigo que afirme esa misma conviccin y confirme mi fe con el don de la suya. Invito a la casa de Israel, a la casa de Aarn y a todos los fieles del Seor a que canten conmigo la gloria de Pascua para que todos nos unamos en el estrecho vnculo de la fe y la alegra. Diga la casa de Israel: eterna es su misericordia.

Diga la casa de Aarn: eterna es su misericordia. Digan los fieles del Seor: eterna es su misericordia. Dad gracias al Seor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia.

Salmo 118, !Cunto amo tu voluntad! Todo el da la estoy meditando.


Y toda la vida. Contemplacin y estudio que nunca acaban, porque tu voluntad es tu propia esencia, eres t mismo en la infinitud de tu ser. Contemplacin y estudio que son entendimiento y adoracin y traen la sabidura y el gozo al corazn del joven que entrega a ello lo mejor de su vida. Soy ms docto que todos mis maestros, porque medito tus preceptos; soy ms sagaz que los ancianos, porque cumplo tus leyes. Ensame, Seor, a reconocer tu voluntad en las leyes de la naturaleza y en los accidentes de la vida, en las normas que rigen a los pueblos y en los sucesos que llenan el da, en las rdenes de la autoridad y en los impulsos de mi propio corazn. Tu voluntad es todo lo que sucede, porque t ests en todas las cosas y tu dominio es supremo. Verte a ti en todas las cosas y reconocer tu voluntad en todos los acontecimientos es el camino de la sabidura, la felicidad y la paz. Hazme aprender esa leccin fundamental en la meditacin reposada de las profundidades de tu Ley. Que llegue mi clamor a tu presencia; Seor, con tus palabras dame inteligencia. De mis labios brote la alabanza, porque me enseaste tus leyes; mi lengua canta tu fidelidad, porque todos tus preceptos son justos. Tu voluntad es mi delicia. Que tu voluntad haga siempre mis delicias, Seor.

Salmo 129, Desde lo mas profundo


Desde lo ms profundo grito hacia ti, Seor. Sea cual sea la oracin que yo haga, Seor, quiero que vaya siempre precedida por este verso: Desde lo ms profundo. Siempre que rezo, voy en serio, Seor, y mi oracin brota de lo ms profundo de mi ser, de la realidad de mi experiencia y de la urgencia de mi salvacin. Siempre que rezo, lo hago con toda mi alma, pongo toda mi fuerza en cada palabra, toda mi vida en cada peticin. Cada oracin que hago es el aliento de mi alma, el latir de mi corazn,

el testamento de mi existencia. En ella van mi derecho a vivir y mi esperanza de eternidad. Voy de veras cuando rezo, Seor; no se trata de mera costumbre, rutina, necesidad de guardar las apariencias o de dar buen ejemplo; no es eso lo que me hace buscar tu presencia y caer de rodillas ante ti. Es la necesidad de ser yo mismo, en toda la pobreza de mi ser y la grandeza de mi esperanza, la que me lleva a ti, porque slo ante ti en oracin es como puedo encontrarme a m mismo. Por eso rezo, Seor. Conozco mi indignidad, Seor, conozco mi miseria, conozco mi pecado. Pero tambin conozco la prontitud de tu perdn y la generosidad de tu gracia, y eso me hace esperar tu visita con un deseo que me brota tambin de lo ms profundo de mi ser. Mi alma espera en el Seor, espera en su palabra; mi alma aguarda al Seor, ms que el centinela la aurora. Aguarde Israel al Seor, como el centinela la aurora. Observa mi inters, Seor, comprueba mi ansiedad. Te necesito como el centinela necesita la aurora, como la tierra necesita el sol. Te necesito como el alma necesita a su Creador. Cuando rezo, rezo con toda el alma, porque s que t lo eres todo para m y que la oracin es lo que me une a ti un vnculo existencial y diario. Por eso rezo, Seor. Y hoy rezo en especial por mis rezos, oro por mis oraciones. Quiero realzar ante mi y ante ti su sentido y su importancia. Rezo para que cada oracin ma siga saliendo de lo ms profundo de mi ser, y para que t sigas viendo en cada peticin ma una peticin en la que va toda mi vida y todo mi ser. Desde lo ms profundo grito hacia ti, Seor.

Salmo 144, De una generacin a otra


Pienso con frecuencia en el vaco generacional. Hoy, ms bien, al contemplar la historia de tu Pueblo, sus tradiciones, su oracin en pblico y el cantar de tus salmos en grupo compacto, pienso en el vnculo generacional. Una generacin instruye a la siguiente, pasa el testigo, entrega creencias y ritos, y el pueblo entero, viejos y jvenes, reza al unsono, en concierto de continuidad, a travs de las arenas del desierto de la vida. La historia nos une. Una generacin pondera tus obras a la otra y le cuenta tus hazaas. El tema de la oracin de Israel es su propia historia, y as, al rezar, preserva su herencia y la vuelve a aprender; forma la mente de los jvenes mientras recita la salmodia de siempre con los ancianos. Coro de unidad en medio de un mundo de discordia. Por eso amo tus salmos, Seor, ms que ninguna otra oracin. Porque nos unen, nos ensean, nos hacen vivir la herencia de siglos en la exactitud del presente. Te doy gracias por tus salmos, Seor, los aprecio, los venero, y con su uso diario quiero entrar ms y ms en mi propia historia como miembro de tu Pueblo, para transmitirla despus en rito y experiencia a mis hermanos

menores. Alaban ellos la gloria de tu majestad, y yo repito tus maravillas; encarecen ellos tus temibles proezas, y yo narro tus grandes acciones. Dilogo en la plegaria de dos generaciones. Que el rezo de tus salmos sea lazo de unin en tu Pueblo, Seor.

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