Ludmer Josefina - Ficciones de Exclusion

Descargar como doc, pdf o txt
Descargar como doc, pdf o txt
Está en la página 1de 8

FICCIONES DE EXCLUSIN

Josefina Ludmer
Yale University

La imaginacin apocalptica (la que pone la justicia fuera del tiempo) contiene, como su fundamento, una serie de ficciones de exclusin o metforas de holocausto: quiero decir algn smbolo o relato de crmenes colectivos. Est sostenida por un pacto simblico entre lo oral y lo escrito, porque se constituye desde una cultura segunda o secundaria, entre un arriba y un abajo. Incluye un discurso sobre la verdad y la justicia, postuladas como universales, y dos tipos de representaciones: la de una jerarqua de diferencias simblicas y, con esa jerarqua, la representacin de un sistema de creencias en las diferencias. La ficcin de exclusin trabaja con el espacio y el tiempo para terminar vaciando un espacio y poniendo fin a un tiempo, es decir, cortando una descendencia. Se trata de una imaginacin totalmente poltica, pero su poltica es ambivalente y puede ser leda en una u otra direccin opuesta. Lo que sigue es la primera organizacin de una serie de ficciones de exclusin de la imaginacin apocalptica argentina.

El corpus del delito


Si se rene una serie de textos narrativos cuyo centro es el delito (y que no pertenecen al gnero policial), se tendr posiblemente un corpus de ficciones de exclusin, es decir, ficciones de eliminacin de una diferencia y vaciamiento de su espacio, con corte de descendencia. Estas metforas que quieren borrar espacio y tiempo se leen ntidamente cuando se trabaja con un corpus serial o histrico y no con obras o autores aislados. Nuestro corpus de ficciones de exclusin recorre el siglo XX argentino, con textos muy ledos y casi todos filmados. En esas narraciones parece formularse una de las construcciones que sigue el sexismo y quizs el racismo, puesto que el personaje central, que es el delincuente y el que narra y dice yo, comete delito contra un tipo

Pgina 1 de 8

espefico de diferencia, de sexo y algo ms, para excluirla y vaciar su espacio. Son crmenes pasionales y polticos a la vez, porque los textos contienen siempre, adems de la representacin del personaje delincuente, alguna representacin del estado como delincuente. Este dato es fundamental para diferenciar el corpus de cierta tradicin realista y social cuyas representaciones son exclusivamente econmicas y sociales, y no poltico-estatales, y donde la culpabilidad por el delito no est subjetivizada. El corpus del delito se define por cuatro variables: el tipo de subjetividades inscriptas (la del delincuente, de la vctima o del investigador), el tipo dominante de representacin del poder (poltico, econmico, religioso, social, sexual, racial), el tipo de justicia por el delito (estatal o no), y su relacin con la verdad o el tipo especfico de verdad que se postula. Nuestro corpus se constituye sobre la subjetividad culpable del delincuente, la representacin del poder poltico-estatal, la ausencia de justicia estatal por el crimen, y la relacin entre verdad y farsa de la verdad. Algunos de los textos son El casamiento de Laucha (1906), Los siete locos y Los lanzallamas, de Arlt (1929 y 1931), La casa del ngel, de Beatriz Guido (1955), Operacin masacre, de Walsh (1956), y Boquitas pintadas, de Puig (1969). Los escritores de estos textos constituyeron en cada momento el sector avanzado de la oposicin poltica, racionalista y laica; lo que se llama ambiguamente la tradicin progresista. En sntesis, escritores modernizadores, en demanda de una transformacin del estado, construyen una representacin del estado nacional como delincuente, y dejan leer al mismo tiempo los sistemas significantes de la diferencia como mal en el delito del personaje central, el otro delincuente. Cuentan un sueo apocalptico desde la subjetividad del delincuente.

Un sueo apocalptico argentino


El relato es ste: el delincuente, que se desplaza entre dos espacios, entra en la casa de alguien del otro sexo, adonde hay algo anormal o extranjero. Tiene relaciones con l o ella y le roba o la/o mata; la aniquilacin implica un cambio violento y el fin de un tipo de asociacin. Esto lo confiesa a un cronista, que lo escribe. Un universo de creencias, un sistema de diferencias y un discurso sobre la verdad fundan las ficciones de eliminacin. Estas se dejan leer

Pgina 2 de 8

cuando se piensa el conjunto ficcional desde la perspectiva del estado y a la vez desde la perspectiva del delito. Desde la perspectiva del estado quiere decir desde la racionalidad ligada con la verdad y la legitimidad. La razn de estado es diferencial: jerarquiza, divide y clasifica; la escala jerrquica coincide con las jerarquas de la razn. Y a cada clasificacin corresponde un sistema que le otorga legitimidad. Las diferencias se trazan entre lo verdadero y lo falso, lo legtimo y lo ilegtimo (o legal o ilegal). La otra perspectiva que afecta al conjunto textual es la del delito. Como si se pensara el mundo jerarquizado y clasificado del estado desde los delitos o culpas de cada una de sus partes. Aqu emerge el sistema codificado de creencias en los delitos de los diversos regmenes de diferencias (lingsticas, sexuales, sociales y hasta corporales) con su caracterstica marca de ambivalencia: las representaciones se califican dos veces o en dos lugares opuestos. Este punto de vista es la condicin del relato de exclusin y el modo en que se constituyen los sujetos. Nos encontramos entonces, por lo menos, con dos sistemas de delitos y legalidades: el que determina el estado segn las leyes, y el que determinan las creencias (restos tradicionales, ideologas difusas) o representaciones sobre las diferencias. Dicho de otro modo: el aparato de estado y el aparato cultural de creencias sobre las diferencias de legitimidades y delitos que constituyen a los sujetos de ese estado son correlativos. Pero esta correlacin es tensa y contradictoria. Los aparatos de creencias no son sincrnicos con la divisin estatal, sino que arrastran estadios anteriores y a veces arcaicos. Las ficciones de exclusin ponen en escena dos dramas o dos pasiones: la del sistema de creencias en las diferencias, y el drama del estado en cada coyuntura histrica. Los agentes son los puntos problemticos, las subjetividades culpables de los delincuentes y del gnero femenino con poder, cada uno con sus estigmas de alteridad. La entrada del delincuente como agente del estado en el espacio enemigo termina en metfora de eliminacin: la construccin significante de la diferencia emerge as, ntidamente, como un suplemento interior a los estados nacionales.

Pgina 3 de 8

Jerarquas, diferencias simblicas y creencias:Los protagonistas del drama Los delincuentes


El delincuente est marcado por dos tipos de diferencias simblicas: de orden o jerarqua (o del nmero) y de nombre. Entra en un espacio donde antes hubo otro y por lo tanto aparece de entrada como un segundo, el que viene despus del principal: su campo es el de la secundariedad social, econmica, poltica, militar, familiar. (Por ejemplo, el pcaro Laucha, o Castel en Sbato, la Raba en Puig). Y tiene, adems, una falta en el nombre en relacin con los otros nombres de la ficcin, y hasta puede carecer totalmente de nombre. Si todos los personajes tienen nombre, l slo tiene un sobrenombre (Laucha o Raba, por ejemplo); si tienen dos nombres, o un nombre y un ttulo, l slo tiene un nombre (Erdosain o Barsut, por ejemplo). Sus delitos son los de las diferencias simblicas, de nmero o de nombre. Es decir, representa o acta las creencias en los delitos de los sin nombre (ilegtimos) o delitos contra el nombre u honor (robo, asesinato). Y a la vez los delitos de los segundos (menores, subordinados), sometidos a una autoridad capaz de castigar o aniquilar (simulacin, fraude, falsificacin).

En sntesis: las creencias en los delitos de los diferentes en orden, nombre, ttulo, y jerarqua, constituyen la representacin del delincuente, que es el sujeto central y el narrador de las ficciones.

Los hombres primeros son los representantes del estado y tienen lo que falta al personaje central, una marca de poder en el nombre, es decir, otro nombre o ttulo aadido al suyo. Aparecen como poltico, juez, comisario, sacerdote, militar. Son el Astrlogo en Arlt, que tiene el nombre aadido que falta a Erdosain (y tambin un tercer nombre, puesto por el mismo Erdosain: Lenin), el cura Papagna y el comisario Barraba en Payr. La ficcin establece de entrada la cercana, alianza o suplemento entre el delincuente y el representante del estado: los une la categora de ilegtimo y su campo semntico comn, el de la simulacin o el fraude.

Pgina 4 de 8

El primer hombre comete los delitos del estado (delitos religiosos, jurdicos, polticos, militares) en formas de farsas de la verdad, que acompaan y complementan los robos o asesinatos de los personajes centrales. En tanto la razn de estado es la racionalidad ligada con la verdad y la legitimidad, la farsa de la verdad es el modo en que gobierna y administra justicia el estado delincuente: con discursos y ceremonias idnticas a las legtimas pero sin valor ni eficacia. Son actos para hacer creer, como las falsificaciones (el corpus puede ser ledo tambin como una reflexin sobre la falsificacin), pero dichos o ejecutados en las ficciones en otro lugar o tiempo diferentes al legtimo, por otro sujeto o protagonista, diferente, o se acompaan de un discurso o acto opuesto, diferente. La farsa de la verdad es un delito contra la verdad y la legitimidad (y la justicia) a la vez. El campo de los delitos de las diferencias simblicas es uno de los fundamentos de la razn cnica y supone diferencias de creencias entre ejecutantes y destinatarios. Puede aparecer en el corpus como una farsa de casamiento en Payr, como una farsa de los discursos y proyectos polticos en Arlt, como una farsa de juicio en Walsh, o una farsa de declaracin de asesinato en Borges. En tanto la justicia se identifica con la verdad, se trata de una ilegalidad generalizada. Entre el ilegalismo estatal y el personaje segundo se constituyen los ejecutores del delito de exclusin.

Las vctimas
El delincuente entra en el espacio donde antes hubo otro. Ese espacio es el ms alto, desde el punto de vista econmico, poltico o social, representado en el interior de la ficcin: el lugar del poder en el campo de las diferencias econmicas, polticas y sociales. Se sita en un lugar otro que la capital, sitio del estado, y constituye el contraestado en esa coyuntura histrica. Es decir, el conjunto de fuerzas que el estado considera sus enemigos y que por lo tanto hay que eliminar. Y esto en el momento mismo en que se sitan o escriben los textos. En Payr es la pulpera de la viuda italiana en Pago Chico o principios de siglo, en el momento de la ley de expulsin de extranjeros; en B. Guido la casa del ngel en Belgrano, nido conservador durante el gobierno radical; en Borges la fbrica del judo en los 40; en Arlt la quinta de Temperley, sitio de reunin de revolucionarios, anarquistas y militares, todos conspiradores contra el estado irigoyenista antes del golpe del 30; en Sbato la estancia de la oligarqua durante el peronismo. O tambin el

Pgina 5 de 8

lugar de las reuniones populares durante las dictaduras militares en Walsh. Esta es una de las representaciones reales, histricas que produce el corpus. El espacio de la vctima constituye la amenaza o el peligro para el estado, que parece movilizar, entonces, el conjunto del aparato de creencias para eliminarlo. Cada espacio, el del estado y el del contraestado, tiene su discurso y sus representantes. El delincuente se desplaza entre los dos y ese movimiento es el movimiento del relato. En el lugar del contraestado el delincuente se relaciona a la vez con el poder y con el otro sexo. Ese otro, que es la vctima, tiene un suplemento o aadido, otra marca de diferencia emprica, visible o audible: otra lengua u otra mirada. El suplemento puede estar fundido con la representacin de la vctima, como la bizca en Arlt, la extranjera que habla italiano en Payr, el judo que habla idisch en Borges, o separado, en alianza con ella, como el marido ciego en Sbato. Entonces la vctima convoca al delincuente el sistema de creencias relativas a los delitos del cuerpo como prostitucin, infidelidad, aborto, adulterio (o sus opuestos, maternidad, parto, virginidad). Estos delitos o culpas son los que constituyen la subjetividad de la vctima, as como el sistema de creencias en los delitos de los segundos (robo, asesinato, contra el discurso del honor o buen nombre), constituye la subjetividad del delincuente. Y la diferencia sensible, visible o audible, que es el suplemento de la vctima, en su mismo espacio, convoca al delincuente las creencias arcaicas relativas a los delitos de los estigmas: mal de ojo (mal del ver o ser visto) y maldicin (de maledictus, mal dicho). Hay otra lengua y otra mirada all. Son las creencias en el mal, asociadas con la diferencia de gnero ms las diferencias en los cuerpos (o en las apariencias). El punto de articulacin o colusin entre estas creencias es el punto en que se produce el delito. Es el choque entre estigmas de alteridad y subjetividades culpables en una relacin especfica de poder. Entonces el delincuente despliega una farsa de la verdad y comete el crimen para vaciar ese espacio y cortar su descendencia. La vctima nunca es madre. La metfora de exclusin o la imaginacin apocalptica aparece entonces como un suplemento del estado nacional delincuente. Sita la relacin imposible entre dos conjuntos de diferencias, simblicas y empricas, en el polo del mal de la ambivalencia. El corpus subjetiviza y pone en relato esa relacin que termina en crimen.

Pgina 6 de 8

La verdad, la justicia y sus suplementos


El punto en el que convergen y se dividen las creencias es el punto de enunciacin y subjetivacin. Al rgimen de ambivalencia bien-mal con los cuerpos en el eje del gnero, corresponde el rgimen de verdadfalsedad con la palabra del delincuente: cuenta la historia en forma de confesin a un cronista que la escribe. Forma parte de las farsas de la verdad del estado y a la vez dice la verdad en la confesin. Es el agente doble caracterstico de la textualidad poltica. Confiesa hacia arriba, a una institucin de escritura (que puede funcionar como jurdica, mdica, periodstica o religiosa) y se sita en relacin de dependencia con respecto al otro. La confesin expone la subjetividad del delincuente y a la vez lo inserta en la tradicin crtica y apocalptica de los que funden la palabra verdadera con la palabra de la justicia. Se enfrentan as el poder de la verdad contra el poder poltico. El cronista que escribe la confesin constituye la contraparte del estado delincuente: representa la opinin pblica, la verdad y justicia que se oponen a la juridicidad estatal delictiva. La instancia de la escritura es tambin la del sentido, porque se identifica con el despliegue temporal de la crnica y cuenta lo que ocurre despus del delito y la confesin. Y su justicia es la del tiempo. Como el delincuente, en el corpus, no recibe castigo por parte de la justicia estatal, hay una justicia textual-temporal, del cronista: se cuenta all que ha muerto, se ha suicidado, se ha ido del pas. Es decir, que ha salido de las fronteras temporales o espaciales (se ve en Payr y en Arlt, donde Barsut se va a los Estados Unidos para filmar la historia). En este suplemento de tiempo el cronista puede narrar tambin el premio al delincuente, como ocurre en Puig (es decir, puede cuestionar la categora de delincuente). El intervalo temporal restablece la justicia. Hay otra justicia, fuera de los textos pero en el interior del corpus. Es la realidad histrica para los que no reciben justicia por su delito; si no mueren, si no se han exiliado, reaparecen en el futuro como gobernantes o al lado del gobernante. El delincuente sobreviviente del corpus ser el segundo del gobernante en lo real. Aqu puede leerse la funcin de anticipacin de la literatura en un mundo configurado segn el poder. Y tambin la justicia proftica de la imaginacin apocalptica. El ejemplo ms ntido lo constituyen el astrlogo y la ex prostituta de Arlt: escapan de la justicia textual en 1931, cuando se cierra Los lanzallamas, y

Pgina 7 de 8

reaparecen en la primera y la ltima presidencia de Pern, a su lado: para hacer diversas y contrarias justicias. El astrlogo y la prostituta reaparecen, por los nombres que les dieron los opositores, como el retorno futuro de un extrao resto cultural en el corazn de lo poltico. Los juristas corruptos y los militares corruptos de Walsh que en 1955 no recibieron justicia reaparecen como segundos, con los mismos nombres que tienen en el texto de Walsh, en estados militares futuros para asesinar al mismo Walsh en la realidad. Y un ltimo caso: Beatriz Guido escribe La casa del ngel, en 1955, justo en el momento en que el estado peronista va a ser sustituido por la oligarqua (nombre que le dio la oposicin), representada por los protagonistas culpables de su historia de los aos 20 que no recibieron justicia por sus delitos. En resumen: las narraciones de exclusin seran ejecutadas y confesadas por los segundos de un estado ilegtimo sobre una vctima que convoca las diferencias del poder econmico, social, o poltico, ms los delitos de las diferencias de gnero y de la voz y la mirada, que encarnan el antiestado. En todos los casos se trata de las creencias, con su estructura caracterstica de ambivalencia. Estos crmenes se ligan con cambios histricos en el estado y el fin de un tipo de asociacin. Entonces la literatura construye una ficcin de exclusin que dice esto: cuando el estado es una farsa de la verdad, los segundos ejecutan holocaustos.

http://www.iacd.oas.org/Interamer/Interamerhtml/azarhtml/az_ludm.htm

Pgina 8 de 8

También podría gustarte