Dónde Está Dios, Papá - Las Respuestas de Un Padre Ateo - Clemente Ga Novella
Dónde Está Dios, Papá - Las Respuestas de Un Padre Ateo - Clemente Ga Novella
Dónde Está Dios, Papá - Las Respuestas de Un Padre Ateo - Clemente Ga Novella
A mis padres
Vuestros hijos, aunque estn con vosotros, no os pertenecen. Podis darles vuestro amor, pero no vuestros pensamientos, porque ellos tienen los suyos propios. Podis esforzaros en ser como ellos, pero no busquis hacerlos como vosotros.
KHALIL GIBRAN
Contenido
Cubierta Portadilla Dedicatoria Cita
El porqu de este libro Parte I. Sobre dioses 1. Dnde est Dios, pap? 2. Para qu imaginar dioses? 3. Por qu la gente sigue creyendo en dioses? 4. Quines fueron los primeros en creer en dioses? 5. Puedes probar que Dios no existe?
Parte II. Sobre el mundo y sus criaturas 6. Quin cre el mundo, entonces? 7. Qu es la teora de la evolucin?
Parte III. Sobre las almas y sus viajes 8. Qu es el alma? 9. Existe el cielo? 10. Existe el infierno?
Parte IV. Sobre rezos y milagros 11. Qu es rezar? 12. Qu son los milagros?
Parte V. Sobre religiones 13. Qu son las religiones? 14. Qu nos dicen las religiones? 15. Qu nos dan las religiones? 16. Cuntas religiones hay?
Parte VI. Sobre agnsticos y ateos 17. Qu es ser agnstico? 18. Qu es ser ateo? 19. Es el atesmo otra religin?
Parte VIII. Sobre los buenos y los felices 21. Se puede ser bueno sin creer en dioses? 22. Se puede ser feliz sin creer en dioses?
Parte IX. Sobre otras cosas 23. Qu es el libre albedro? 24. Por qu han salido tan pocas mujeres en este libro?
Agradecimientos Crditos
La edad exacta no la recuerdo, pero s que mis dos hijos eran muy jvenes cuando me preguntaron por primera vez si exista Dios. Es una duda que yo nunca tuve de nio. Crec en el seno de una familia religiosa. Me eduqu en un colegio catlico. La existencia de Dios era algo que se daba por hecho, sobre lo que no se vacilaba. Por supuesto yo crea en un dios: el de la poca y el pas en el que nac. No tuve la opcin de no creer, de la misma forma que siguen sin tenerla la mayora de los nios en el mundo. Para mis hijos, sin embargo, s haba una alternativa; que Dios no existiera era una posibilidad. Al orles hacerme preguntas, al orles dudar, me pareci que tenan mucha suerte porque nadie fuera a imponerles sus creencias. A todas sus interrogantes respecto a la existencia o no de Dios, he tratado siempre de contestar de forma honesta, sin endulzar mis respuestas. Tambin he intentado dejarles claro que, aunque mi punto de vista tiene una base racional, al fin y al cabo no es sino eso: un punto de vista; una interpretacin; una forma de ver las cosas entre las varias posibles. En todo momento he querido que supieran que la mayora de la humanidad no opina lo mismo que su padre y que hay miles de millones de personas en el mundo que s creen en uno o varios dioses. Mientras estoy escribiendo estas lneas, ellos an no tienen edad para comprender muchas de las ideas de las que voy a hablar aqu, pero espero que, cuando llegue el momento en que puedan entenderlas, estas pginas les gusten. Incluso, tal vez, lleguen a ayudarles en sus vidas. se fue el origen de este libro. Al principio, quise exponer sobre el papel de forma ordenada, para m mismo, lo que opinaba sobre los dioses y las religiones con el fin de poder explicrselo mejor a ellos, de poder responder con sentido a sus dudas. Despus, conforme los prrafos iban surgiendo, pens que, en unos aos, ellos mismos podran ojearlos. Finalmente, me di cuenta de que ciertos adolescentes, y tambin algunos padres, podran estar interesados en leer lo que yo estaba escribiendo. Me pareci que deba de haber muchos que se estaran encontrando en mi misma situacin: la de querer responder desde una perspectiva agnstica o atea las preguntas a las que habitualmente se contesta con las respuestas que brindan las religiones. Las pginas que siguen a continuacin son el resultado final de todo ese proceso. Aunque, finalmente, el ttulo del primer captulo haya sido el que ha dado nombre a todo el libro, ste tambin podra haberse titulado El atesmo contado a mis hijos. Sin embargo, este libro no pretende ser un catecismo ateo. En absoluto. Los cristianos educan a sus hijos como cristianos, los musulmanes como musulmanes, los judos como
judos, los hinduistas como hinduistas... as que, los ateos no tienen derecho a educar a sus hijos como ateos? Pues bien, a pesar de ser yo mismo ateo, creo que la respuesta es no: los ateos no hemos de educar a nuestros hijos en el atesmo (tampoco es necesario: los nios nacen ateos; son los adultos los que les ensean a creer en dioses e imprimen en sus cerebros las creencias religiosas que ellos, a su vez, recibieron de sus mayores y que se correspondan con la poca y el lugar del mundo en los que les toc crecer). Creo que en lo que ha de instruirse a los nios no es en ser ateos, sino en rechazar el dogmatismo y las creencias por imposicin. A lo que hay que ensearles es a pensar libremente y a analizar de forma crtica cualquier supuesto. Estoy completamente de acuerdo con las palabras que escribi, hace ms de dos siglos, el ilustrado escocs James Beattie: El objetivo de la educacin debera ser ensear cmo pensar antes que ensear qu pensar. Me parece que, de lo que debemos proteger a nuestros hijos es, en general, de cualquier adoctrinamiento y de cualquier opinin impuesta por otros.
Todo nio debera sentirse libre de aplicar de manera imparcial la capacidad de razonar y el sentido comn a cualquier hiptesis, incluida y como cualquier otra por qu no? la de que existe un dios todopoderoso que dise y cre el mundo en el que vivimos y que es capaz de alterar el funcionamiento de las leyes naturales de ese mundo si nosotros se lo pedimos mediante la oracin. El supuesto de que los dioses existen ha sido siempre considerado como un asunto metafsico. La fe y el intelecto son terrenos separados. La razn no tiene nada que decir cuando de materias de fe se trata, nos dicen, en ocasiones, los pastores de los distintos credos o muchas personas con convicciones religiosas. Es una forma muy antigua de protegerse; un procedimiento sutil para blindarse ante cualquier examen cabal. Segn yo lo entiendo, no tenemos que sentirnos obligados a aceptar ese escudo invisible. La educacin que quiero que mis hijos reciban no ha de imponerles ninguna traba a que puedan servirse de su discernimiento para examinar cualquier cuestin. Incluida la de si existen o no los dioses.
Adems, mi opinin es que los nios pueden aprender a pensar sin restricciones, libremente, sin que las personas que sostienen creencias en dioses y en otras vidas tengan por qu sentirse atacadas por ello. Si, despus de haber recibido ese tipo de educacin, mis hijos, conforme vayan creciendo, experimentan la necesidad de tener algn tipo de creencia religiosa, podrn hacerlo utilizando su libertad. Y yo, como padre, me sentir tranquilo de no haber determinado sus creencias por las mas.
Me gusta que mis hijos escuchen a personas religiosas, con convencimientos diferentes de los que yo tengo para que, como escribi Montaigne, froten y limen sus cerebros contra los de otros. El hecho de que, en su misma clase, haya otros nios que estn recibiendo enseanzas religiosas me parece provechoso para ellos: es una buena manera de que se expongan directamente a otras formas de ver el mundo. Para lo bueno y para lo malo, muchas de las personas con las que mis hijos tendrn que convivir a lo largo de sus vidas estarn viviendo las suyas desde una perspectiva testa. No sera bueno para ellos que no hubieran tenido contacto desde nios con las creencias de otras gentes. No entenderan que buena parte de las cosas que suceden en el mundo, o de las motivaciones que mueven a las personas a tal accin o a tal otra, slo pueden llegar a comprenderse si se tienen en cuenta los fenmenos religiosos.
Creo que la intolerancia se cura viajando; que el fanatismo en las opiniones propias se cura viajando por las opiniones de los dems. En matemticas, en geologa, en qumica, en literatura... podrn encontrar conocimiento, saber, certeza. En cuestin de dioses, slo opiniones. Aqu van las mas.
PARTE I
SOBRE DIOSES
Mirad... La mayora de la gente en el mundo cree que s que existe un dios muy poderoso que cre el sol, las estrellas y todos los planetas. Tambin la Tierra, con todo lo que hay en ella: mares, montaas, ros, rboles, plantas, animales, seres humanos... Yo pienso que lo que pasa es todo lo contrario. No es que un dios haya creado el mundo y a la humanidad. Hemos sido nosotros, los seres humanos, los que, con nuestra imaginacin, hemos creado, hemos inventado, a todos los dioses de la historia porque desebamos que existieran. Estoy resaltando en letra negrita los verbos pensar y creer para subrayar hasta qu punto las considero cosas diferentes. En muchas ocasiones, pensar, reflexionar sobre algo, no nos lleva a saber con certeza y a estar seguros, sino a seguir dudando. Sin embargo, creer fervientemente, tener fe, s que resuelve las dudas. Y, adems, es ms cmodo. Es la fe la que mueve montaas; la duda slo las forma. Ahora bien, por muy apasionadamente que se crea en algo, ello no significa necesariamente que lo credo sea cierto. Ms bien al contrario: cualquier certeza nace de haber dudado antes. La razn sin fe est vaca, deca santo Toms de Aquino. La fe sin razn est ciega, le podramos objetar. Porque en realidad la fe no da respuestas, slo detiene las preguntas. Las personas con convicciones religiosas creen que un dios cre al hombre a su imagen y semejanza de la nada, siguiendo un plan divino. Yo pienso que sucedi al revs: fuimos los seres humanos los que imaginamos un dios todopoderoso, idealizado, al que dotamos de todas las cualidades que nos gustara que tuviera y que a nosotros nos gustara tener (pero es un dios en el que, al mismo tiempo, se pueden entrever con claridad muchos rasgos psicolgicos negativos propios de sus inventores, como veremos enseguida).
As, en ese proceso de idealizacin, dado que los seres humanos nos sentimos tan impotentes ante las fuerzas de la naturaleza, a Dios lo imaginamos todopoderoso, porque es como nos gustara que fuera. Como a nosotros nos cuesta esfuerzo perdonar, Dios tiene que ser infinitamente misericordioso. Ya que nosotros nos vemos tan limitados por nuestro cuerpo, a Dios nos lo figuramos como espritu puro. Como nosotros somos mortales, Dios ha de ser eterno. Nosotros cometemos malas acciones, Dios es santo. Nosotros nos equivocamos, Dios es sabio; ms an: infalible. Nosotros pequeos, Dios infinito, sin lmites. Nosotros imperfectos, Dios perfecto. Pero, inevitablemente, el personaje tambin va adquiriendo los rasgos propios de sus creadores. Montesquieu, en sus Cartas persas, ya escribi que si los tringulos crearan un dios, sin duda le daran tres lados. Y Spinoza, cincuenta aos antes, haba usado la misma imagen: Si un tringulo pudiera hablar, posiblemente terminara por decir que su dios es eminentemente triangular; y, un crculo, que la naturaleza de Dios es claramente circular. Lo que adoramos cuando adoramos a dioses es a nosotros mismos, aunque sea a travs de una imagen embellecida.
De esa forma, al mismo tiempo que le idealizan, los creyentes de todas las religiones van instilando en la imagen que se hacen de su dios un temperamento poco ideal, inequvocamente humano. Se le acaba atribuyendo caractersticas y reacciones propias de nuestra forma de ser, no de una divinidad. Es lo que se denomina antropomorfismo: dioses con forma humana. Por ejemplo, por un lado se describe a Dios como infinitamente misericordioso pero, a la vez, capaz de castigar con las penas de un infierno eterno por un sinfn de motivos diferentes. Una condena tan definitiva y despiadada sera propia ms bien de un ser vengativo y cruel rasgos ambos muy humanos, no de alguien a quien, en la imagen idealizada que se tiene de l, se le describe como ejemplo de compasin, de bondad y de amor hacia todos los hombres.
Los creyentes de muchas religiones explican a sus hijos que Dios es infinitamente bueno pero, al mismo tiempo, les ensean que castiga con el fuego eterno a todo aquel que no crea en su existencia. Esa vanidad, ese desear que todo el mundo afirme su existencia y le venere, comn a la mayora de los dioses, es tambin muy propia de la naturaleza humana. Si existiese un dios, me gustara que no fuese tan vanidoso y hambriento de devocin como somos los humanos. Nietzsche deca: No puedo creer en un dios que quiere ser adorado constantemente.
Como explica muy acertadamente Andr Comte-Sponville en su libro El alma del atesmo, en lo que se refiere a cmo nos imaginamos los seres humanos a los dioses es muy difcil escapar de la polarizacin entre lo desconocido (algunas religiones no pueden concebir cmo es su dios y hablan de l como un ente indescifrable, incomprensible, inescrutable, impronunciable, incognoscible, inexplicable, inmaterial...) y lo antropomrfico (otras personas visualizan un dios demasiado comprensible y con demasiados rasgos humanos como para poder ser considerado divino).
Ms cerca del primer extremo, el de los dioses inmateriales e indescifrables, podramos poner como modelo al dios de la religin juda, al de la musulmana o al de la cristiana. Balzac escribi: Creo en la incomprensibilidad de Dios. En los evangelios cristianos puede leerse: Dios es espritu y en espritu se le debe adorar. O tal como lo expres algn mstico fervoroso, cuyo nombre no ha pasado a la historia: La naturaleza de Dios es un crculo cuyo centro est en todas partes y cuya circunferencia no puede verse en ningn lugar.
Por el contrario, cualquiera de los dioses de la Antigedad grecorromana o de las mitologas nrdicas sera un buen ejemplo de aquellos que presentan un carcter y unos atributos completamente humanos. A los dioses griegos, romanos y nrdicos les ocurra como a la mayora de los hombres y mujeres de xito: eran vanidosos y deseaban airear sus hazaas. Sin duda, de haber existido, habran escrito su autobiografa.
En palabras del genetista Albert Jacquard: Las religiones estn marcadas por numerosos rasgos de infantilismo y de antropomorfismo. En nuestra incapacidad de concebir a Dios, nos refugiamos en representaciones caricaturescas y le revestimos de atributos humanos, por ejemplo, imaginndolo como un padre.
Por otra parte, dado que le conceden rasgos humanos, los fieles de todos los credos terminan por comportarse con su dios como lo haran con un ser humano poderoso: como a los hombres nos gusta mucho recibir regalos, a Dios a todos los dioses de la historia se le hacen ofrendas de alimentos, velas, flores... y sacrificios de animales e, incluso, de humanos. Tambin se le piden favores y, a cambio, se llevan a cabo actos que suponemos que sern de su agrado: oraciones en las que se le alaba, promesas de renuncias, juramentos de buenas acciones...
En la imagen idealizada que las personas religiosas tienen de sus dioses les suponen perfectos pero, al mismo tiempo, hemos visto que les asignan comportamientos feroces, resentidos, iracundos, vanidosos... Todos ellos son rasgos demasiado humanos, demasiado alejados de la perfeccin, como para no hacernos reflexionar sobre el linaje de los dioses. Sera comprensible que los crculos crearan dioses circulares: no es inslito que dioses creados por los hombres tengan atributos humanos. Es natural que los productos de unos seres terrenales tengan un carcter tan poco celestial. Mirad... La mayora de la gente en el mundo cree que s que existe un dios muy poderoso que cre el sol, las estrellas y todos los planetas. Tambin la Tierra, con todo lo que hay en ella: mares, montaas, ros, rboles, plantas, animales, seres humanos
Yo pienso que lo que pasa es todo lo contrario. No es que un dios haya creado el mundo y a la humanidad. Hemos sido nosotros, los seres humanos, los que, con nuestra imaginacin, hemos creado, hemos inventado, a todos los dioses de la historia porque desebamos que existieran. Estoy resaltando en letra negrita los verbos pensar y creer para subrayar hasta qu punto las considero cosas diferentes. En muchas ocasiones, pensar, reflexionar sobre algo, no nos lleva a saber con certeza y a estar seguros, sino a seguir dudando.
Sin embargo, creer fervientemente, tener fe, s que resuelve las dudas. Y, adems, es ms cmodo. Es la fe la que mueve montaas; la duda slo las forma. Ahora bien, por muy apasionadamente que se crea en algo, ello no significa necesariamente que lo credo sea cierto. Ms bien al contrario: cualquier certeza nace de haber dudado antes. La razn sin fe est vaca, deca santo Toms de Aquino. La fe sin razn est ciega, le podramos objetar. Porque en realidad la fe no da respuestas, slo detiene las preguntas. Las personas con convicciones religiosas creen que un dios cre al hombre a su imagen y semejanza de la nada, siguiendo un plan divino. Yo pienso que sucedi al revs: fuimos los seres humanos los que imaginamos un dios todopoderoso, idealizado, al que dotamos de todas las cualidades que nos gustara que tuviera y que a nosotros nos gustara tener (pero es un dios en el que, al mismo tiempo, se pueden entrever con claridad muchos rasgos psicolgicos negativos propios de sus inventores, como veremos enseguida).
As, en ese proceso de idealizacin, dado que los seres humanos nos sentimos tan impotentes ante las fuerzas de la naturaleza, a Dios lo imaginamos todopoderoso, porque es como nos gustara que fuera. Como a nosotros nos cuesta esfuerzo perdonar, Dios tiene que ser infinitamente misericordioso. Ya que nosotros nos vemos tan limitados por nuestro cuerpo, a Dios nos lo figuramos como espritu puro. Como nosotros somos mortales, Dios ha de ser eterno. Nosotros cometemos malas acciones, Dios es santo. Nosotros nos equivocamos, Dios es sabio; ms an: infalible. Nosotros pequeos, Dios infinito, sin lmites. Nosotros imperfectos, Dios perfecto.
Pero, inevitablemente, el personaje tambin va adquiriendo los rasgos propios de sus creadores. Montesquieu, en sus Cartas persas, ya escribi que si los tringulos crearan un dios, sin duda le daran tres lados. Y Spinoza, cincuenta aos antes, haba usado la misma imagen: Si un tringulo pudiera hablar, posiblemente terminara por decir que su dios es eminentemente triangular; y, un crculo, que la naturaleza de Dios es claramente circular. Lo que adoramos cuando adoramos a dioses es a nosotros mismos, aunque sea a travs de una imagen embellecida.
De esa forma, al mismo tiempo que le idealizan, los creyentes de todas las religiones van instilando en la imagen que se hacen de su dios un temperamento poco ideal, inequvocamente humano. Se le acaba atribuyendo caractersticas y reacciones propias de nuestra forma de ser, no de una divinidad. Es lo que se denomina antropomorfismo: dioses con forma humana. Por ejemplo, por un lado se describe a Dios como infinitamente misericordioso pero, a la vez, capaz de castigar con las penas de un infierno eterno por un sinfn de motivos diferentes. Una condena tan definitiva y despiadada sera propia ms bien de un ser vengativo y cruel rasgos ambos muy humanos, no de alguien a quien, en la imagen idealizada que se tiene de l, se le describe como ejemplo de compasin, de bondad y de amor hacia todos los hombres.
Los creyentes de muchas religiones explican a sus hijos que Dios es infinitamente bueno pero, al mismo tiempo, les ensean que castiga con el fuego eterno a todo aquel que no crea en su existencia. Esa vanidad, ese desear que todo el mundo afirme su existencia y le venere, comn a la mayora de los dioses, es tambin muy propia de la naturaleza humana. Si existiese un dios, me gustara que no fuese tan vanidoso y hambriento de devocin como somos los humanos. Nietzsche deca: No puedo creer en un dios que quiere ser adorado constantemente.
Como explica muy acertadamente Andr Comte-Sponville en su libro El alma del atesmo, en lo que se refiere a cmo nos imaginamos los seres humanos a los dioses es muy difcil escapar de la polarizacin entre lo desconocido (algunas religiones no pueden concebir cmo es su dios y hablan de l como un ente indescifrable, incomprensible, inescrutable, impronunciable, incognoscible, inexplicable, inmaterial...) y lo antropomrfico (otras personas visualizan un dios demasiado comprensible y con demasiados rasgos humanos como para poder ser considerado divino).
Ms cerca del primer extremo, el de los dioses inmateriales e indescifrables, podramos poner como modelo al dios de la religin juda, al de la musulmana o al de la cristiana. Balzac escribi: Creo en la incomprensibilidad de Dios. En los evangelios cristianos puede leerse: Dios es espritu y en espritu se le debe adorar. O tal como lo expres algn mstico fervoroso, cuyo nombre no ha pasado a la historia: La naturaleza de Dios es un crculo cuyo centro est en todas partes y cuya circunferencia no puede verse en ningn lugar.
Por el contrario, cualquiera de los dioses de la Antigedad grecorromana o de las mitologas nrdicas sera un buen ejemplo de aquellos que presentan un carcter y unos atributos completamente humanos. A los dioses griegos, romanos y nrdicos les ocurra como a la mayora de los hombres y mujeres de xito: eran vanidosos y deseaban airear sus hazaas. Sin duda, de haber existido, habran escrito su autobiografa.
En palabras del genetista Albert Jacquard: Las religiones estn marcadas por numerosos rasgos de infantilismo y de antropomorfismo. En nuestra incapacidad de concebir a Dios, nos refugiamos en representaciones caricaturescas y le revestimos de atributos humanos, por ejemplo, imaginndolo como un padre.
Por otra parte, dado que le conceden rasgos humanos, los fieles de todos los credos terminan por comportarse con su dios como lo haran con un ser humano poderoso: como a los hombres nos gusta mucho recibir regalos, a Dios a todos los dioses de la historia se le hacen ofrendas de alimentos, velas, flores... y sacrificios de animales e, incluso, de humanos. Tambin se le piden favores y, a cambio, se llevan a cabo actos que suponemos que sern de su agrado: oraciones en las que se le alaba, promesas de renuncias, juramentos de buenas acciones...
En la imagen idealizada que las personas religiosas tienen de sus dioses les suponen perfectos pero, al mismo tiempo, hemos visto que les asignan comportamientos feroces, resentidos, iracundos, vanidosos... Todos ellos son rasgos demasiado humanos, demasiado alejados de la perfeccin, como para no hacernos reflexionar sobre el linaje de los dioses. Sera comprensible que los crculos crearan dioses circulares: no es inslito que dioses creados por los hombres tengan atributos humanos.
Es natural que los productos de unos seres terrenales tengan un carcter tan poco celestial.
Para sentirnos menos tristes por la muerte y por las cosas feas que pasan en el mundo. No te entendemos, pap.
A ver. Cuando una persona muere, todos los que la queramos nos sentimos muy tristes. Nos damos cuenta de que no vamos a poder verla nunca ms. Pero si creemos que su espritu no ha muerto, que su alma est viajando al cielo para estar con Dios, enseguida nos encontraremos un poco mejor. Lo siguiente que nos imaginaremos es que nuestra alma, cuando nosotros muramos, tambin ir al cielo. Y que all, no slo podremos ver a esa persona muerta y a Dios, sino tambin a nuestros abuelos, a nuestros padres y a todos los que murieron antes que nosotros. Creer en un dios es una forma sencilla, aunque muchos pensamos que equivocada, de explicar el mundo (y nuestra presencia en l) atribuyendo a ese dios la creacin de todo lo que existe, incluidos los humanos. Adems, imaginar que hay un padre en el cielo que nos ama y que nos abrir las puertas de su paraso cuando muramos tambin sirve para tener menos miedo a la muerte. A lo largo de la historia de la humanidad, la creencia en divinidades tambin ha cumplido, sobre todo, una importante funcin social al amalgamar y servir de vnculo de unin entre los miembros de una tribu, un pas o una civilizacin. Un credo religioso comn favorece la cohesin entre los miembros y la diferenciacin con respecto a los extraos. Pero en este captulo querra centrarme en otras posibles respuestas a la pregunta del ttulo. Para qu imaginar dioses? Pues, entre otras razones, para: aliviar miedos propios; consolar a otras personas; obtener poder sobre las cosas y explicar el mundo. Permtanme describir escuetamente cada una de esas cuatro funciones que, en mi opinin, la creencia en dioses cumple.
La nada despus de la muerte me parece lo ms probable. Como deca el filsofo gals Bertrand Russell: Tan probable que, en la prctica, es para m una certeza. Mi opinin es que cuando una persona muere, lo nico que sobrevive de ella es el recuerdo que deja en todos los que la conocieron. Tambin las cosas que hizo sus obras que pueden seguir vivas para siempre. (Aunque para muchas personas esto ltimo no es un gran alivio. Tal como lo expres Woody Allen: No quiero acceder a la inmortalidad por mi obra, quiero acceder a ella no muriendo.)
Otro modo en el que perduran algunas personas es a travs de sus genes: sus hijos y el resto de su descendencia. Pero nada ms, ya que la muerte destruye el cerebro y hace que se disipe la energa que contiene. El cerebro, ese lugar en el que nos sucede todo lo bueno y lo malo, junto con el resto del organismo, acaba desapareciendo. Eso es lo que todos podemos ver, sin necesidad de imaginar nada. Morir al mismo tiempo que muera mi cuerpo ya que, al fin y al cabo, no es que tengamos un cuerpo, sino que somos un cuerpo. Quiz d terror cuando, en ocasiones, nos paramos a reflexionar sobre ello pero, como escribi Albert Camus: La libertad del hombre consiste en saberlo. La clarividencia, que podra ser su tormento, es, en realidad, su victoria. La mejor forma de apaciguar nuestros miedos, tal como lo veo yo, no es creando entelequias, huyendo de ellos, sino afrontndolos. Sin embargo, a muchas personas la clarividencia no les basta para tranquilizarse: la idea de que la muerte equivale a la aniquilacin definitiva les resulta demasiado perturbadora. El pnico tiene unos ojos muy grandes, dice un proverbio ruso. Por el contrario, creer en dioses tan poderosos como para hacer que sigamos vivos despus de la muerte les funciona como atenuante del miedo. Evitar aquello que nos aterroriza es, a primera vista, la forma ms sencilla de desprendernos de nuestros temores. Cuando se tiene pavor a una cosa, en este caso a la muerte, se hace lo posible por evitarla. Negamos la muerte dando por hecho que seguiremos vivos en otra forma y en otros mundos. Es ms fcil fantasear que mirar a la cara a la realidad. Creer en dioses consuela, da esperanzas.
Hace unos aos, asist al funeral de una mujer joven. Durante el velatorio, escuch decir entre lgrimas a su madre: Cmo Dios puede ser tan cruel como para que no me permita, al menos, hablar con ella por telfono de vez en cuando? Me pareci terriblemente conmovedor. Seguramente cerca de aquella buena mujer hubo alguna persona piadosa que supo consolarla con las palabras adecuadas.
Por ejemplo, pudo haberle dicho que, en realidad, mediante la oracin s que poda hablar con ella. Que rezar era una forma, no slo de pedir a Dios por la paz del alma de su hija, sino de poder comunicarse con ella. Que entre el paraso y la tierra no son necesarios telfonos: existe la oracin.
Uno de los efectos de la paternidad es que la muerte propia deja de inquietar. Caemos en la cuenta de que Thomas Mann tena razn cuando dijo que la muerte de alguien es ms un asunto de los que le sobreviven que de ese alguien. Ya no horroriza ser mortal, sino ser alguien que ama a mortales. Y cuando una persona a quien queremos muere, qu es lo que ms podramos desear? Que siguiera viva, aunque fuera de otra forma como espritu y en otro sitio en el paraso. En otro sitio donde tengamos la esperanza de encontrarnos con ella cuando nosotros muramos. En otro sitio donde alguien nuestro dios cuide de ella. Una de las mejores cosas que le podemos desear a una persona es, como dice una cancin, que all en el otro mundo, en vez de infierno encuentres gloria. De nuevo, los dioses y sus parasos como creencia surgida de nuestros deseos.
En una ocasin, Lutero se expres con las siguientes palabras: Dada nuestra triste condicin de mortales, nuestro nico consuelo es la esperanza en la otra vida. Aqu abajo, todo es incomprensible. Tengo la impresin de que muchas personas religiosas, de cualquiera de los credos, sienten la necesidad imperiosa de que exista un dios, sostienen por pura exigencia vital la idea de una divinidad pero, en mi opinin, en el fondo no creen realmente en Dios.
Personalmente, como ateo, al haber tomado la decisin de no autoengaarme, la creencia en dioses no me ofrecera ningn consuelo ante la muerte de un ser querido. Me siento al respecto como debi de sentirse quien discurriera el siguiente proverbio chino: Cuando el picor est dentro del zapato, rascarse por fuera ofrece poco alivio.
El universo y nuestro planeta hacen que nos sintamos abrumados. Es algo que todos hemos experimentado alguna vez mirando al cielo en una noche estrellada. En instantes como esos, o al escuchar el nmero de vctimas de cualquier catstrofe natural, nos percatamos de lo pequeos que somos y de lo desprotegidos que estamos ante las fuerzas de la naturaleza.
Pero si pensamos que alguien ah arriba nos est viendo, se preocupa por nosotros y nos cuida, nos sentimos reconfortados por la idea. (La felicidad suprema nos la da la conviccin de que somos queridos, escribi Vctor Hugo.) Ya no somos tan insignificantes. Nos convertimos en prncipes en el reino del milln de estrellas; o, al menos, en unos sbditos especiales a los que su rey escucha y ama.
Y si, adems, creemos que ese alguien nos va a hacer favores si se los pedimos y a cambio le prometemos cosas, eso nos hace poderosos. Si mi madre se cura, te rezar todos los das! Si mis problemas se arreglan, te encender una vela! Si llueve, sacrificaremos un buey en tu honor! Si me salvo, peregrinar hasta tu santuario!
Aunque sea de una forma indirecta, a travs de las divinidades, el ser humano, tan pequeo, adquiere poder sobre el mundo. Ya no estamos indefensos: hay un padre todopoderoso que nos puede ayudar. Es ms cmodo creer en divinidades que contemplar la otra posibilidad (la que a mi modo de ver es cierta): que no existan unos padres llamados dioses, ni unos amigos llamados santos. Que lo que tengamos sean problemas de la vida que nosotros mismos, con la ayuda de otros humanos, hayamos de resolver; o hayamos de aprender a aceptar, en caso de no existir solucin, como ocurre con la muerte.
Sin complicaciones, sin preocuparse por descubrir y entender. Las personas que creen en un dios creador de todo lo que existe nos diran que, al encontrarnos un reloj, jams se nos ocurrira pensar que el reloj ha surgido de la nada. Es la clebre analoga en la que Leibniz identifica la Creacin con un reloj. Nos diran que, irremediablemente, alguien habra tenido que disear y fabricar ese reloj y que nos preguntaramos quin habra sido. Y tambin nos diran que, si eso lo pensaramos al ver un reloj, con mayor motivo hemos de hacerlo contemplando los seres vivos de nuestro planeta, siendo como son, cualquiera de ellos, mecanismos mucho ms complejos que un reloj. No se puede concebir la existencia de ese gran reloj que es el universo sin la existencia previa de un gran relojero que lo creara y le permita funcionar, nos diran los telogos. El reloj no puede construir al relojero, nos dicen las religiones, ha de ser al revs. Y durante siglos ha parecido un argumento slido. De hecho, el nico argumento que aparentaba ser slido para justificar la fe en un dios creador.
Pero la teora de la evolucin de la que luego hablaremos nos explica de forma elegante, contrastada, veraz, con todas las herramientas que nos facilitan las ciencias, cmo puede ocurrir que algo tan complejo como el ser humano aparezca sin necesidad de un creador. Cuando empezamos a contemplar las religiones y a considerar el hecho de creer en dioses como una necesidad emocional basada en el miedo a la muerte y en la impotencia que sentimos sobre la mayora de las cosas que vemos suceder a nuestro alrededor, podemos entender, entonces, el modo tan sencillo en que los deseos y las supersticiones ocupan el lugar de los hechos. Hace muchos siglos, era comprensible que los humanos buscaran descifrar el universo, nuestro planeta y sus criaturas con mitos, con historias contadas al calor del fuego y al calor de los otros miembros de la tribu. Sin embargo en nuestros das, gracias a tantas personas que quisieron buscar explicaciones, que no se conformaron con leyendas por hechizantes que fueran podemos penetrar en los misterios de muchas cosas que no se podan comprender hace cuatro mil, dos mil, ni siquiera doscientos aos. Pero, a pesar de ello, a pesar de que la evolucin de los conocimientos de la humanidad haya sido exponencial y de que la tecnologa progrese a un ritmo que se puede medir en meses, emocionalmente distamos poco o quiz nada de aquellos humanos prehistricos que miraban al cielo estrellado desde las entradas de sus cuevas.
A mi modo de ver, Desmond Morris no andaba desencaminado cuando escribi que hay muchas personas que prefieren no contemplar su naturaleza animal. En 1967 Morris public un libro titulado El mono desnudo. En el prlogo que escribi para la reedicin de 1994, el zologo ingls describe muchas de las reacciones desproporcionadas que la publicacin de su libro haba provocado veintisiete aos antes. La principal objecin que se le haba hecho era que hablaba de los humanos como si nicamente furamos una ms de las especies animales. Descubr que al animal humano todava le resultaba extremadamente difcil aceptar su naturaleza biolgica, apunt Morris. Es algo que sigue ocurriendo hoy en da. De ello hablaremos en un captulo posterior, cuando analicemos la oposicin entre el determinismo biolgico y la creencia en el libre albedro. Es posible que sa sea otra de las funciones que desempeen las creencias en dioses: reforzar nuestra buena opinin sobre nosotros mismos. El antropocentrismo, tan caracterstico de muchas religiones, cumplira, si estoy en lo cierto, una funcin biolgica: la buena autoestima ayuda a sobrevivir. Los dioses, esos mismos que nosotros hemos creado, quieren transmitirnos la idea, a travs de sus enseanzas, de que somos las criaturas ms especiales de su creacin.
S, sus padres, pero tambin sus abuelos, sus tos, sus profesores, los sacerdotes... Desde que un nio nace, todas las personas mayores que estn a su alrededor le cuentan a ese nio las mismas cosas. Y no le explican que esas cosas que le estn contando pueden ser ciertas o pueden no serlo. Le dicen que Dios est en el cielo. Le dicen que Dios tambin est dentro del corazn de cada uno de nosotros. Le dicen que, en realidad, Dios est en todas partes a la vez. Que Dios es capaz de verlo todo. Y si ese nio pregunta: Y... cmo lo sabes?, le responden algo parecido a: Porque es as; todo el mundo lo sabe. Solamente le cuentan a ese nio lo que a ellos, cuando eran pequeos, tambin les contaron sus padres, sus profesores... No suelen explicarle que en cada parte del mundo adoran a un dios diferente. O que en muchos lugares creen que existen varios dioses y no slo uno. O que hay muchas personas que no creen en ningn dios. Tampoco suelen decirle que, en realidad, no se sabe quin tiene razn. Entonces, si para ti resulta tan claro que los dioses son imaginarios, cmo te explicas que tantos hombres sigan creyendo en ellos hoy en da, con todos los conocimientos de que disponemos?, podra preguntarme un supuesto interlocutor, tras haber ledo los captulos anteriores. Pues, por una parte, a pesar de que las ciencias nos proporcionan cada vez ms explicaciones explicaciones que hacen que las interpretaciones de los libros sagrados nos parezcan a muchas personas simples fbulas mitolgicas sobre el cmo de la vida, de nuestro universo y de los seres vivos de nuestro planeta, todava no hay una respuesta para los porqus (por qu surgi la vida en la Tierra? Por qu existe el universo?). Quiz sea, sencillamente, porque no haya razones. Cuando nos hacemos preguntas del tipo por qu existe todo lo que existe? o por qu estamos nosotros aqu?, al no haber contestaciones, los dioses siguen siendo para muchas personas una alternativa.
Una alternativa que, aunque a algunos nos parezca ingenua, no deja de ser legtima. Una alternativa que muchos prefieren a otra de las opciones: la de que seamos, simplemente, el fruto de una serie de maravillosas eventualidades. El ser humano es el nico animal que cuenta con las suficientes facultades intelectuales como para cuestionarse el porqu de nosotros mismos y de todo lo que nos rodea, para plantearse preguntas metafsicas. Pero todava no tiene los recursos suficientes como para responderlas todas. Puede que nunca llegue a tenerlos. Por otra parte, junto a las respuestas expuestas en el captulo anterior (creer en dioses alivia el miedo, consuela ante la muerte de los seres queridos, da un poder indirecto sobre la naturaleza y explica el mundo), que siguen plenamente vigentes en nuestra poca, creo que la respuesta clave a la pregunta que da ttulo al captulo est en la educacin de los nios. Por qu los seres humanos siguen creyendo en dioses? Pues porque muchas personas acaban por creer de forma fervorosa y sincera lo que se les repite durante sus primeros aos de vida, si se hace de un modo lo suficientemente insistente. A un nio pequeo se le puede inculcar casi cualquier cosa. Desgraciadamente, creo que el casi sobra: se le puede inculcar cualquier cosa. Se atribuye a Lenin la tristemente clebre mxima que dice: Entregadnos a un nio durante ocho aos y ser un bolchevique para siempre. Los valores y creencias en los que se eduque a los nios determinarn su futuro. Se puede adoctrinar a un nio. A un adulto, ms difcilmente.
Muchas personas muy inteligentes y con una gran capacidad de razonamiento seguirn creyendo siendo adultos lo que su madre les explicaba cuando estaban en su regazo y lo que sus profesores grabaron en sus cabezas desde muy pequeos. (Por cierto, ya que hablamos de gente inteligente, no es verdad, como tantas veces he odo y ledo, que Einstein creyera en algn dios. Dejo que sea l mismo quien lo aclare: [...] es una mentira sistemticamente repetida. No creo en un dios personal y nunca lo he negado. Al contrario, lo he expresado claramente. [...] Tampoco creo que el individuo sobreviva a la muerte de su cuerpo. Son creencias originadas por el miedo de lo ms ridculas. [...] Si hay algo en m que pueda ser denominado religioso, es la admiracin sin lmites por la estructura del mundo hasta donde la ciencia nos ha revelado por el momento.) El propio Talmud el libro sagrado de la religin juda explica muy bien la idea sobre la importancia que el ambiente familiar tiene en las creencias de los ms jvenes: Un nio dir en la calle lo que su padre y su madre dicen en casa. Y, muy probablemente, seguir dicindolo cuando sea adulto, aadira yo.
Pienso que el tipo de enseanza que reciben nuestros hijos no debera tener como objetivo principal que los nios fuesen muy instruidos, sino muy sabios. No habra de basarse tanto en cunto saben, en cuntas cosas son capaces de almacenar en la memoria, sino en aprender a diferenciar entre lo que realmente saben y lo que no, es decir, aquello que nicamente son conjeturas. Desafortunadamente, las religiones no suelen permitir que los nios se formen sus propias opiniones sobre la existencia o no de Dios, facilitndoles el acceso a todas las formas de analizar la cuestin. Al contrario, tienden a evitar que descubran que, adems de sus creencias, existen otras que no son ni ms ni menos descabelladas. Y, sin embargo, en eso debera consistir lo que llamamos educacin, cultura: en aprender a respetar (sin que, por supuesto, respetar signifique justificar costumbres denigrantes para, por ejemplo, las mujeres con la excusa de que pertenecen a otras culturas); en aprender que existen otros pueblos, con otras tradiciones, con otras formas de vivir, con otras religiones tan vlidas o carentes de base como las de nuestro rincn del mundo. En su Ensayo sobre el entendimiento humano, Locke escribe: Si se encerrase a un nio en un lugar donde no viera sino el blanco y el negro hasta hacerse mayor, no tendra ms idea del rojo o del verde que la que tiene del sabor de la ostra o de la pia quien no las ha probado nunca.
Por desgracia, cada una de las religiones tiende a hacer que los nios aprendan sus dogmas especficos de memoria, palabra por palabra, negro sobre blanco, haciendo que parezcan cotorras enloquecidas, repitiendo ideas que sus cerebros an no pueden comprender. Adems, las creencias religiosas, demasiado a menudo y en demasiadas partes de nuestro planeta, van acompaadas de unos dogmatismos integristas, de un obscurantismo y de un fanatismo que acaba calando en algunos de esos nios, los cuales, al cabo de pocos aos, se habrn convertido en adultos intransigentes. No estoy de acuerdo con que se ensee religin es decir, que se enseen como ciertos los dogmas de una religin en concreto a los nios en los colegios. Ahora bien, adquirir una cultura sobre los fenmenos religiosos me parece bsico en la formacin de un nio. Sin ellos no sera sencillo entender medianamente el mundo en el que vivimos. Considero que mis hijos sufriran de un hndicap social si no tuvieran una mnima comprensin de los dogmas, enseanzas, costumbres y rituales religiosos. Me parecera extraordinario que se les enseara religin todas las religiones para que pudieran entender su importancia como fenmeno natural que se ha mantenido y ha evolucionado durante milenios, como parte integrante de todas las culturas y como parte crucial en la gnesis de todas las civilizaciones de la historia.
Tristemente, eso no sucede. Todava no se ensean las religiones en los colegios con una perspectiva antropolgica o sociolgica. La situacin se encuentra, ms bien, en el polo opuesto: an suele ocurrir que la religin prevalente en cada pas tenga el respaldo del gobierno para imprimir sus doctrinas en las mentes de los ms pequeos de forma que sus dogmas se convierten casi en ideas innatas. En muchos lugares de nuestro planeta, lderes religiosos fanticos y caudillos megalmanos todava suelen ir juntos de la mano. Juntos inculcan a los nios unas creencias religiosas a las que se podran aplicar, perfectamente, las siguientes palabras de Rousseau: Por armarles con algunos instrumentos vanos, de los cuales tal vez no harn uso, les quitis la herramienta ms universal del hombre, que es el discernimiento; [...] les acostumbris a que siempre se dejen guiar, a que no sean otra cosa que unas mquinas en manos ajenas.
La humanidad ha creado dioses y luego se ha visto gobernada por ellos. Mejor dicho, se ha visto gobernada por aquellos seres humanos capaces de hacer creer a los dems que conocan ntimamente las opiniones de los dioses y que estaban muy enterados de sus deseos. Los dioses, siendo criaturas nacidas de los hombres, han acabado conquistando un gran poder sobre sus creadores, paradjicamente. Y, de qu medio se han servido para ello? De la inoculacin de creencias en la generacin siguiente mediante la repeticin hasta el infinito. De la transmisin dogmtica entre generaciones de los credos propios de cada doctrina. El hbito de creer en dioses se hereda. Y como escribi el ensayista y devoto anglicano Samuel Johnson (aunque seguramente no queriendo referirse a las creencias en divinidades), por lo general, las cadenas de los hbitos son demasiado pequeas como para que las podamos notar; pero llega un momento en que se hacen demasiado grandes como para que las podamos romper.
Ahora bien, el mismo interlocutor imaginario que me interrogaba al inicio del captulo podra tambin opinar que, al fin y al cabo, los nios acaban convirtindose en adultos capaces de razonar. Que si fuera tan evidente que los dioses no existen, los nios terminaran, ms tarde o ms temprano, por dejar de creer en ellos. Que, a medida que crecieran, del mismo modo que dejan de creer en otros productos de la imaginacin humana, como los Reyes Magos, el hombre del saco o los superhroes, dejaran de creer en dioses.
Pues bien, yo le respondera que, por una parte, muchos nios, aun habiendo recibido enseanzas religiosas, una vez convertidos en adultos dejan, efectivamente, de creer en dioses. Especialmente en aquellos pases en los que la religin no lo impregna todo y los sistemas educativos no estn empapados de dogmas incontestables. (Cada vez que nos mostremos demasiados crticos con los exaltados de cualquier credo, aunque tengamos
motivos para ello, no estara de ms que recordsemos que, en proporcin, muy pocas personas en el mundo han tenido la suerte de crecer en estados realmente aconfesionales en los que se respeten los principios de laicismo.) Por otra parte, le dira que el autoengao es un arte en que los humanos somos unos avezados expertos. Aunque a muchos nos parezca que el presidente Lincoln estaba en lo cierto cuando deca que se puede engaar a algunas personas todo el tiempo y a todo el mundo algunas veces, pero no se puede engaar a todo el mundo todo el tiempo, no es menos patente que a nadie engaamos con sutilezas tan finas como a nosotros mismos. A pesar de que a muchos creyentes las dudas les abrumen lo que ellos llamaran crisis de fe prefieren elegir seguir creyendo. Es ms fcil creer en fbulas que contemplar sin ms la evidencia de lo que somos. Probablemente, se puede aplicar a muchas personas el clebre aforismo de La Rochefoucauld: Hay dos cosas a las que no se puede mirar fijamente: el sol y la muerte.
Adems, tal como magnficamente supo expresar Mark Twain: En religin las creencias de la gente se obtienen sin cuestionar y de segunda mano de autoridades que no se hicieron a s mismas las preguntas pertinentes sino que, a su vez, recibieron sus creencias de segunda mano de otros no cuestionadores. Esas cadenas de creencias se han prolongado durante milenios, salvo para aquellas personas que s decidieron cuestionar las ideas recibidas.
En definitiva, por qu tantos adultos todava creen en dioses hoy en da? Pues, aunque seguramente habr muchas ms contestaciones posibles y ciertas la respuesta que a m se me presenta como ms obvia es sta: primero, porque esos adultos fueron antes nios a los que no se dio la oportunidad de ver el mundo con otros ojos. Y, segundo, porque como escribi Carl Sagan e n El mundo y sus demonios, una de las lecciones ms tristes de la historia es que, si se est sometido a un engao demasiado tiempo, se tiende a rechazar cualquier prueba de que es un engao. Encontrar la verdad deja de interesarnos. El engao nos ha engullido. Simplemente se hace demasiado difcil reconocer, incluso ante nosotros mismos, que hemos cado tanto tiempo en el engao. En cuanto se da poder a un charlatn sobre uno mismo, casi nunca se puede recuperar.
Yo creo que fueron los primeros humanos que empezaron a utilizar las palabras. O sea... Los hombres prehistricos?
S, los hombres prehistricos. Muchos cientficos piensan que los primeros en fantasear con dioses fueron los primeros humanos. Para esto hace falta un poco de imaginacin, pero intentad pensar en una madre de pocas prehistricas llorando, arrodillada. Una fiera ha atacado a su hijo y, cuando todos los de la tribu han llegado corriendo para ahuyentarla, ya era demasiado tarde. El nio est muerto. La mujer no quiere abandonar el cadver. Los dems miembros de la tribu no saben qu hacer ni qu decir. Pero otra mujer, en ese momento, observa el vuelo de un pjaro y se le ocurre contar que lo que estn abrazando es slo un cuerpo, que el hijo que hace un rato jugaba, lloraba y rea est ahora volando hacia otro lugar. Y la madre deja de llorar. Y todos miran hacia el cielo. Llegada la noche, todos suean; y en sus sueos pueden ver otra vez a sus muertos, porque se suea con lo que se desea. Pero ellos no entienden lo que es soar y creen que realmente han visto a sus muertos. Y a esos muertos que han visto en sueos les llaman espritus. O almas. Seguramente, los dioses nacieron poco despus de que lo hicieran las primeras palabras. Como se atreve a aventurar el filsofo Michel Onfray: Dios nace de las rigideces cadavricas de los miembros de la tribu. Como cualquier otra especie del reino animal, los seres humanos estamos programados por la naturaleza para experimentar miedo ante determinadas situaciones, ya que nuestros miedos pueden salvarnos la vida. El ser humano tiene una predisposicin natural a temer y a adorar todo aquello que le resulta misterioso, que no comprende. Utilizando las palabras del escritor francs Michel Piquemal: Es una actitud que proviene de los albores de la humanidad, de los tiempos en que ningn conocimiento cientfico poda explicar ni el origen ni el fin de las cosas. Todo era sagrado y objeto de temor: los manantiales, los volcanes, la lluvia, el sol, el viento, la luna, los rayos, los lagos, las tempestades.... Y pocas cosas pueden ser objeto de mayor temor que la muerte.
Experimentar miedos ante ciertos peligros es bueno para nuestra supervivencia. Pero el miedo a la muerte en s, dado lo inevitable del trance final, es un miedo que es mejor modular para no aadir angustia innecesaria. Nuestros ancestros lo conseguan mediante su capacidad de fantasear.
Las hiptesis que plantean gran parte de las religiones la existencia de uno o varios dioses y la inmortalidad del alma se nos hacen hoy a muchos inverosmiles. Pero, desde los tiempos ms remotos, el adornar esas hiptesis con palabras bien elegidas y agradables de or ha servido para que hayan sido aceptadas como ciertas en lugar de como lo que parecen ser: productos de nuestra imaginacin.
La historia nos ensea que en todas las pocas, incluida la nuestra, y en todos los lugares, los hombres han fabulado para evitar ver la realidad. Todos preferimos los relatos dulces de escuchar, en los que nuestros deseos se convierten en realidades. En la mitologa griega los dioses contaban con una bebida, a la que llamaban nepente, que mezclaban con el nctar. El nepente era capaz de curar todas las heridas y dolores y, adems, tambin produca el olvido. Eran los dioses de los antiguos griegos como gran parte de las divinidades de la humanidad, dioses con deseos muy humanos: no padecer dolores ni tener malos recuerdos. Aunque, desde luego, contaban con poderes divinos: disponan de una pocin mgica que les evitaba el sufrimiento fsico y que les confera una memoria selectiva.
Con el paso de las generaciones y de los milenios, los humanos irn desarrollando creencias en almas, en parasos, en otros mundos mejores que nos esperan cuando muramos y en los distintos lderes de esos otros mundos: los dioses. Son lderes a los que tratarn de ganarse mediante ofrendas, regalos, sacrificios, oraciones, procesiones, penitencias... porque cuentan con unos poderes sobrenaturales que se corresponden con cosas que nosotros anhelamos, como dejar de sufrir bebiendo un trago mgico que nos alivie las penas. Pero, por encima de todo, los dioses tienen la mayor de las capacidades: la de hacer que, tras la muerte, sigamos vivos en sus parasos celestiales.
Los detalles de las distintas creencias; los diferentes simbolismos, rituales y prohibiciones de cada una; las caractersticas de sus respectivos dioses, variarn de unas pocas a otras y de unos lugares a otros, pero todas las doctrinas cumplirn un cometido fundamental: convertir deseos en verdades absolutas.
Aunque, desde luego, no ser sa la nica causa por la que nuestros ancestros desarrollarn creencias sobrenaturales. Los antroplogos son capaces de darnos ms explicaciones que nos seducen y que nos ensean que las religiones antiguas expresan otras necesidades humanas primordiales. Cuando los grupos de humanos estaban formados por pocos miembros, no exista la necesidad imperiosa de disponer de unos cdigos ticos complejos. Bastaba con que se respetase la autoridad del lder del grupo, del equivalente humano al macho dominante de otros mamferos.
Sin embargo, conforme el tamao de los grupsculos iba aumentando, hasta convertirse en tribus, y ms an cuando se establecan en asentamientos grandes permanentes, se iban haciendo necesarios, al mismo tiempo, cdigos morales articulados. Al aumentar la poblacin crecan los conflictos internos y con ellos la obligacin de contar con normas claramente establecidas que buscaran el inters, no de un individuo en particular, sino de todo el grupo.
Ah entra en juego la relacin entre dioses y moral. Si cualquiera puede robar o matar a otros miembros, la supervivencia del conjunto y de la especie se pone en peligro. Si, adems de a los castigos determinados por la tribu, los que infringen las normas han de enfrentarse a los castigos divinos, aumentarn las posibilidades de que los cdigos de conducta, que son buenos para todos, sean respetados.
Posiblemente, sin las creencias religiosas y los cdigos morales que las acompaan la humanidad nunca habra superado esos estados iniciales tribales y no habra llegado a formar civilizaciones.
En definitiva, parece que Voltaire tena razn cuando escribi que si Dios no existiera, el hombre tendra que inventarlo.
En teora s. Pero yo creo que no existen. Veris lo que quiero decir... Las cosas que no existen son infinitas. Nosotros tres podramos imaginar ahora mismo cientos de nuevos animales mitolgicos diferentes. Por ejemplo, vamos a imaginar un animal con tronco y extremidades de ciervo, cabeza de oso, un cuerno en el centro de la espalda, cuatro alas y con todo el cuerpo recubierto de plumas. En teora, aunque nos lo acabemos de inventar, es verdad que podra existir en algn lugar muy lejano o en los bosques de alguna isla virgen. O tambin es verdad que podra haber existido hace miles y miles de aos. Pero a m me parece que no es as.
Aunque sea cierto que no se puede demostrar que los dioses no existen, tampoco se puede demostrar que existan. Si alguien declara saber que tal dios o tal otro existen, en realidad estar tomando su fe por conocimiento, es decir, confundiendo creer con saber.
Si hablamos en concreto sobre el cristianismo, muchos telogos y pensadores de siglos anteriores han cavilado hasta exponer supuestas pruebas de la existencia de Dios. Gran cantidad de libros las enumeran y explican. A ttulo de ejemplo, una de las ms clebres es la que se conoce como prueba ontolgica, que fue desarrollada por san Anselmo, un monje benedictino, a inicios del siglo XII. Su pretendido razonamiento vendra a ser el siguiente: todos los hombres albergan en sus mentes la idea de un ser perfecto al que dan el nombre de Dios. Pero cmo podra considerarse perfecto un ser que no existiese? Por lo tanto, para ser perfecto, Dios ha de existir.
Como ejercicio mental con las palabras es ciertamente ingenioso. Pero en cuanto a su valor como prueba, grandes filsofos de siglos posteriores, algunos ateos (Hume, Russell), otros muchos no (Guillermo de Occam, santo Toms de Aquino, Kant), han descartado el argumento ontolgico y todas las dems hipotticas demostraciones de que Dios existe. Todas ellas pretenden asignar la categora de realidad objetiva a lo que nicamente son maniobras con los pensamientos.
En nuestros das, apreciando que ninguna de ellas puede considerarse realmente una prueba en sentido estricto, la mayora de los pensadores cristianos prefieren servirse del discurso, mucho ms socorrido, de que a Dios no hay que pretender acercarse con la razn, sino con la fe. Creo que, aunque ellos no estaran de acuerdo, cuando los intelectuales religiosos enuncian la idea anterior estn diciendo, en realidad, exactamente lo mismo que Feuerbach expres con palabras bien diferentes: El creyente se comporta como si poseyese la certeza de la existencia de Dios, tan fuerte es el poder de su imaginacin.
Si hablamos con propiedad, nicamente podemos afirmar que algo es cierto si es susceptible de ser verificado; y slo podemos negar que algo sea cierto si puede ser refutado. En nuestro caso, no se puede hacer ninguna de las dos cosas. Por lo tanto, la hiptesis de que los dioses existen no puede ser ni comprobada ni desechada.
Ahora bien, en realidad es a quien afirma la existencia de algo a quien correspondera probarlo. Y en el caso de los diferentes dioses sera muy sencillo: slo tendran que dejarse ver y or. Los creyentes de las tres grandes religiones monotestas (cristianismo, judasmo e islamismo), las que afirman que nicamente existe un dios, siempre nos dicen que su dios nos ama y que todos somos sus hijos. Pero incluso los padres humanos, con todos nuestros defectos y a pesar de no tener el don de la ubicuidad el don de poder estar en todas partes a la vez, como les atribuyen a sus respectivos dioses las religiones, conseguimos pasar un rato al da con nuestros hijos, escucharles y hablarles. Y les hablamos directamente, no mediante palabras escritas por gente que ni siquiera nos conoce o a travs de profetas muertos hace siglos. No es una cuestin de cantidad de amor, sino de existencia o inexistencia.
Bien mirado, creo que si cualquiera de los dioses existiera, sencillamente no hara falta pedir pruebas de su existencia.
Adems de que la carga de la prueba corresponde a quien afirma algo, y no al revs, el ensayista Christopher Hitchens opinaba, creo que acertadamente, que lo que puede afirmarse sin pruebas, tambin ha de poder descartarse sin pruebas. Como no existe ninguna evidencia de que alguno de los dioses de la historia de la humanidad haya existido, podemos descartar la existencia de todos ellos sin necesidad de ninguna prueba.
Cada vez que alguien ha intentado convencerme de la existencia de su dios, yo siempre he pensado que, en realidad, sera muy fcil hacerlo. Nunca lo he llevado a la prctica, pero en cada ocasin me he sentido tentado de decirle a ese alguien que lo nico que tena que hacer era presentarme a su dios. O, al menos, ensearme una foto. Supongo que, de haberlo hecho, algunas personas se habran sentido ofendidas por mi peticin, pero desde luego no hubiese sido mi intencin herir. Sencillamente, habra hecho lo mismo que hago ante cualquier presuncin de existencia: querer conocer. Dada la imposibilidad de presentarnos a sus dioses (con motivo), las personas religiosas suelen decirnos que lo que s nos pueden ensear son las mltiples maravillas de nuestro mundo. Como explicar en el prximo captulo, opino que la magnificencia y la asombrosa complejidad de nuestro planeta y del universo prueban la existencia de nuestro planeta y del universo, no la existencia de un creador misterioso.
A pesar de que no podamos demostrar su inexistencia, todo nos indica que los dioses no existen. Y no solamente el hecho de que se pasen la vida jugando al escondite con nosotros, los humanos, los que supuestamente somos sus hijos. Tambin resulta sospechoso el hecho de que encajen tan bien en nuestros deseos. No creo en dioses pero... me gustara tanto estar equivocado! Me encantara que existieran. Les echo de menos desde que, en mi niez, dej de tener amigos imaginarios.
Otro indicio de su, en mi opinin, ms que probable inexistencia, es su evidente semejanza con los hombres. Su antropomorfismo, del que ya hemos hablado. Los dioses son demasiado humanos, demasiado parecidos a nosotros. Sus rasgos son como el ttulo del clebre libro de Nietzsche humanos, demasiado humanos.
A m, personalmente, tampoco me invita a creer en ellos el ahnco con el cual algunas personas religiosas quieren que nos convirtamos a sus creencias.
Normalmente, un exceso de pasin indica la falta de conviccin provocada por la carencia de unos cimientos slidos. Sin embargo, el hombre es un animal crdulo. En ausencia de cosas con base slida en que creer, creer en otras sin ninguna base, como que todo le est saliendo mal por haber visto un gato negro o haber pasado debajo de una escalera; o que algo le fue bien por haber encendido una vela a un santo de su devocin. La mayora de los humanos no somos cnicos por naturaleza. Necesitamos creer en algo, ya sea en nosotros mismos, en otros, en el futuro, en dioses, en fuerzas sobrenaturales o en el poder de un fetiche. Pero, como deca Hume, los mltiples ejemplos de milagros inventados, de profecas, de acontecimientos sobrenaturales... que en todas las pocas han sido, bien anulados por pruebas en contrario, bien puestos en evidencia ellos mismos por su carcter absurdo, demuestran suficientemente la fuerte propensin de la humanidad hacia lo extraordinario y deben arrojar una sospecha razonable en contra de todos los relatos de esa clase.
Aunque, para m, la pista ms clara de que los que no creemos en dioses estamos seguramente en lo cierto es la existencia de la maldad, de la injusticia, de las enfermedades, de la crueldad, del sufrimiento, de las calamidades... O bien los dioses quieren acabar con todo eso pero no pueden, es decir, no son todopoderosos, o bien pueden pero no quieren, o sea que los dioses no son buenos. En la medida en la que el sufrimiento de los nios est permitido, no existe amor verdadero en este mundo, opinaba la bailarina Isadora Duncan.
Un dios creador no puede ser ambas cosas a la vez, bueno y omnipotente. Y, sin embargo, la omnipotencia y la bondad infinita son dos rasgos que los tres monotesmos atribuyen a sus respectivos dioses. A lo largo de los siglos, todos los intentos de los creyentes por superar esa contradiccin han quedado siempre en sutilezas verbales, en contorsiones metafsicas. Como alguien dijo alguna vez, lo nico que hace que podamos perdonar a los dioses es que no existan. O expresado con las punzantes palabras del romano Lucrecio: La vida es demasiado difcil, [...], los placeres demasiado vacuos o demasiado escasos, el dolor demasiado habitual o demasiado atroz, el azar demasiado injusto o demasiado ciego, como para que se pueda creer que un mundo tan imperfecto sea de origen divino.
La presencia en el mundo de todos los males es un problema terico solamente para los creyentes, por lo mal que encaja con su idea de un dios bondadoso. Ello les obliga a realizar juegos malabares con las palabras y con las ideas. Algunos prefieren culpar al diablo, sin darse cuenta de que eso supone que su dios no tiene poder sobre el demonio, es decir, de nuevo, que su dios no es todopoderoso.
Otros teorizan sobre la libertad que su dios le concede a cada ser humano: el concepto del libre albedro, al que luego dedicar un captulo. Unos pocos acaban por dejar de considerar digno de su adoracin a un dios que consiente el mal en el mundo.
Para los que no creemos en dioses, la existencia del mal es un problema en s mismo, pero casa con nuestro esquema mental de cmo son las cosas. Cuando se acepta que los dioses son creaciones humanas, entonces las piezas del puzle empiezan a encontrar su sitio. Ya no resulta tan inexplicable que un dios, a pesar de su supuesta infinita bondad, haya consentido que, en su nombre, los que se creen pueblos elegidos hayan dado lugar a tantas guerras religiosas, torturas, atentados suicidas (cometidos por hombres a los que, desde nios, sus lderes religiosos han inculcado, hasta hacrselo creer realmente, que matar a otros es una forma de ganarse el paraso), llamamientos a destruir a los infieles es decir, a los miembros de las religiones que no son la propia, cruzadas, hogueras alimentadas con carne de herejes o de escritores de libros prohibidos y tantas y tantas otras atrocidades que, de existir, habran hecho estremecerse al mismsimo demonio.
En resumidas cuentas, ni la existencia de los dioses ni su inexistencia son demostrables; como tampoco lo son la existencia o no de cualquier otro producto de la imaginacin humana, como los elfos de los bosques o las ninfas. Pero eso no hace que me parezca igual de plausible una cosa que la otra, igual de verosmil la existencia de Dios que su inexistencia. Todos los indicios me muestran que los dioses son uno ms de los frutos de la fantasa de los hombres; que su papel a lo largo de la historia de la humanidad ha sido el de servir como respuestas a las preguntas metafsicas para todos aquellos que se conformaron con creer.
Otras muchas gentes, al contrario, prefirieron esforzarse por penetrar en los misterios de nuestro mundo y de nosotros mismos.
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PARTE II
Eso es. No tiene por qu haberlo creado nadie. El mundo ha existido siempre y existe ahora. Tambin suponemos que seguir existiendo. Aunque para eso tendramos que cuidar bastante ms nuestro planeta (pero de eso ya os ha hablado mam muchas veces).
Como el universo es tan grande y complicado, muchas personas necesitan creer que ha sido diseado por un dios con unos poderes infinitos; como si fuera un superhroe, para que lo entendis. Esas mismas personas tambin creen que ese dios nos cre a los humanos y cuida de nosotros y de todas las criaturas de la Tierra. Durante casi toda la historia de la humanidad, las ciencias, que se hallaban en un estado poco avanzado, no podan dar respuestas cuando las personas se hacan preguntas sobre las cosas, sobre el universo, sobre nuestro mundo, sobre los animales, sobre nosotros mismos... Lo ms sencillo era imaginar un dios, una especie de arquitecto celestial con unos poderes infinitos. De todo lo que les rodeaba, los humanos hacan una interpretacin mitolgica.
En nuestros das, las explicaciones racionales y las teoras de los cientficos hacen que, para muchas personas, ya no sea necesaria la creencia en un solo dios, padre de todas las cosas, o en varios dioses, cada uno responsable de una parte de la creacin. El universo ha podido surgir siguiendo unas leyes naturales no dictadas por nadie.
Sin embargo, an hoy, la mayora de los habitantes de la Tierra todava cree que hay algn dios que contempla el mundo desde una especie de mirador con vistas privilegiadas y que permite que suceda todo lo que sucede.
Los creyentes de muchas de las religiones suelen argumentar sobre el mundo y las criaturas que en l viven diciendo que, por un lado su belleza, y por otro su complejidad son una prueba incontestable de que existe un dios todopoderoso que cre y gobierna todo lo que existe. Es la idea que expres con hermosas palabras el novelista y telogo britnico C. S. Lewis: Creo en Dios de la misma forma que creo en el sol: no slo porque puedo verlo sino porque, gracias a l, puedo ver todo lo dems.
Tambin aportan como demostracin de su creencia en un dios diseador la supuesta perfeccin de los organismos vivos que habitan nuestro planeta, especialmente del humano. La Tierra entera, con sus mil voces, alaba a Dios, escribi el poeta romntico Samuel Taylor Coleridge.
Yo no estoy de acuerdo con ninguno de esos tres argumentos: belleza, complejidad y perfeccin. Por una parte, la innegable belleza y la extraordinaria complejidad del mundo, de las que ahora hablaremos con ms detalle, slo prueban la existencia del propio mundo, no la existencia de nada ms all.
Y en cuanto a la perfeccin del ser humano, es bastante discutible. El genetista norteamericano de origen espaol Francisco Ayala, un hombre que, aun buscando siempre tender puentes entre religin y ciencia, ha pasado buena parte de su vida en Estados
Unidos defendiendo el darwinismo frente a los ultraconservadores creacionistas, explica textualmente: Nada est bien hecho. Por ejemplo, nuestro ojo. [...] El nervio ptico tiene que cruzar la retina para llegar al cerebro. Por eso tenemos un punto ciego. Los calamares tienen un ojo parecido, pero sin ese defecto. [...] Nuestra mandbula no es lo bastante grande para albergar todos los dientes. [...] El canal de natalidad provoca que el veinte por ciento de los embarazos terminen en aborto espontneo [...] debido al mal diseo del sistema reproductivo. [...] Atribuirle a Dios las imperfecciones de la evolucin es una blasfemia. La ciencia lo libera de eso. [...] Si el cuerpo humano fuera obra de un ingeniero, ya estara despedido.
Respecto a la belleza de lo que nos rodea, hablar nicamente de ella es quedarse con tan slo una parte de la realidad. Es cierto que nuestro universo con sus espacios infinitos nos abruma por su esplendor. Cada minuto que pasemos contemplando de cerca un simple tormo de tierra seremos testigos de un sinfn de pequeos prodigios sublimes que ponen de manifiesto el afn de todo lo vivo por perseverar. Nuestro planeta con sus mares, sus montaas, sus bosques, sus animales luchando por salir adelante en el caldero alqumico que los contiene es de una magnificencia que nos apabulla. Sin duda. Pero una cosa es contemplar y otra totalmente distinta es ser. Al ver un documental en televisin, nos quedamos extasiados ante un paisaje africano en el que, por ejemplo, un guepardo est dando caza a una gacela. La estampa es indudablemente hermosa para los que la estamos observando. Pero nos falta la opinin de la gacela.
La vida en s no es ni bella ni fea. Depende de la que a cada cual le haya tocado vivir y de cmo se la tome cada uno. Al fin y al cabo, lo que nos afecta no son, tanto como creemos, las cosas en s mismas, sino las opiniones que nos formamos sobre las cosas. Si uno se toma la vida a mal, puede llegar a verla como la describa Erasmo de Rotterdam con palabras lacerantes: Si alguien pudiese ser transportado al observatorio en el que los poetas colocan al dios Jpiter y mirase en torno suyo, qu vera? Pues un sinnmero de calamidades que afligen la existencia humana: [...] lo penoso de la crianza, la juventud llena de esfuerzos y trabajos, los dolores de la vejez y, por fin, la muerte inexorable. [...] Tambin vera la multitud de enfermedades que acechan nuestra vida, el cmulo de accidentes que constantemente la amenazan y el rimero de desgracias que pueden convertir en hiel los ms dulces momentos. [...] Estoy contando lo inacabable. [...] No quiero averiguar quin fue el dios iracundo al que se debe que naciesen los hombres en este valle de lgrimas.
Parece que no haba tenido un gran da el bueno de Erasmo cuando escribi todo lo anterior. Yo prefiero tomarme la vida con ms alborozo pero, de todas formas, mi impresin es que un dios creador que fuese a la vez bondadoso y omnipotente seguro que habra diseado el mundo de otra forma, sin necesidad de que el modo de seguir vivos fuera devorndonos unos a otros, real y metafricamente. O sin terremotos, por ejemplo, que acaben en pocos minutos con la vida de cientos de miles de personas. Si eres un arquitecto dotado de un poder infinito y con la capacidad, por lo tanto, de proyectar un planeta perfecto, por qu no hacerlo de una nica pieza, en lugar de formado por placas tectnicas que ocasionen temblores ssmicos constantes? Las demostraciones de fuerza de la naturaleza nos abruman. Son apabullantes, grandiosas; pero yo no las llamara hermosas.
Hace casi ochenta aos, el autor estadounidense Clarence Day escribi una obra autobiogrfica titulada La vida con mi padre en la que narra en tono de humor algunos episodios de la convivencia con su religioso y dominante padre. Lo saco a colacin porque creo que el prrafo de ese libro que transcribo a continuacin ilustra que esa sensacin que trato de explicar la de que la belleza y perfeccin del mundo no son tales no slo la experimentamos los ateos, sino tambin muchos creyentes: Mi padre no llegaba tan lejos como para acusar directamente a Dios de ineficiencia, pero cada vez que le rezaba su tono era enfadado y enrgico; se pareca mucho al que un husped insatisfecho con el trato recibido empleara para dirigirse al director de un hotel mal gestionado.
Siempre me ha parecido desconcertante que tanta gente pueda creer que lo mejor que ha podido crear en millones de aos (o en tan slo diez mil: a los efectos es lo mismo) un dios dotado de un poder infinito haya sido este mundo, con todos sus defectos, injusticias y padecimientos; con todos esos millones de seres vivos que cada da enferman, sufren y mueren. El escritor francs Georges Duhamel deca que senta demasiado respeto hacia Dios como para hacerle responsable de un mundo tan absurdo. Supongo que el hecho de haber participado en la Primera Guerra Mundial como cirujano militar en el frente de batalla durante cuatro aos tuvo mucha influencia en su opinin sobre los dioses. Como mencion en el captulo anterior, la forma ms sencilla de solucionar la incongruencia entre la supuesta omnipotencia de Dios y los resultados visibles es inventar dioses malos: los demonios, belcebes, luciferes, luzbeles, diablos y dems entes malignos presentes en todas las mitologas.
Otra manera de exculpar a los dioses de los males es echarle la culpa al ser humano, teorizando sobre el libre albedro. El libre albedro es la facultad que se les supone a las personas de elegir libremente entre el bien y el mal. Como ya he dicho, en un captulo posterior hablaremos sobre l, pero en cualquier caso, resulta difcil culpar a los hombres de la erupcin de un volcn (a no ser que se interprete como un castigo divino, como han hecho en esas ocasiones a lo largo de los siglos los chamanes y hechiceros y siguen haciendo hoy en da los fanticos de cualquiera de las religiones). Y cada vez que en televisin vuelvo a ver esas imgenes de cadveres amontonados a centenares, vctimas de cualquiera de las guerras o de los genocidios de la historia, me pregunto qu capacidad de eleccin tuvieron, de qu libre albedro dispusieron esas personas. Tambin me interrogo sobre quin podra encontrar en ello algo de la belleza del mundo con la que se defiende la existencia indudable de una divinidad creadora.
Decamos al inicio de este captulo que las personas que profesan la creencia en un dios creador, la justifican tambin hablando de la complejidad del mundo. Con respecto a esto, alguna vez he odo decir que es tan difcil que sin un creador omnipotente surjan un planeta como el nuestro y todas sus criaturas, como que surja el Quijote si mezclamos al azar todas sus letras. O tan complicado como sacar diez mil caras seguidas al lanzar diez mil veces una moneda no trucada. Suena casi imposible, verdad? Pero no lo es si pensamos, no en una persona lanzando una moneda, sino en miles de millones de personas lanzando cada una su moneda. As, es posible que a alguna de esas personas le salieran diez mil caras seguidas.
Pues bien, en el universo hay miles de millones de planetas. En el nuestro surgi la vida (diez mil caras) y es posible que en otros haya salido diez mil cruces, o cinco mil caras y cinco mil cruces alternas, o diez mil cantos y que hayan brotado cosas tambin desconcertantes, apabullantes, hermosas o no, a las que se pueda llamar vida o no.
No lo sabemos. Tampoco sabemos cmo se inici la vida en la Tierra, ni el origen del universo, ni tantas y tantas otras cosas. Y puede que algunas de ellas nunca las sepamos. Pero, en cualquier caso, sern las preguntas que se hagan personas libres de supersticiones, sus conocimientos cientficos, sus hiptesis algunas de las cuales, con el tiempo, se demostrarn ciertas, mientras que otras sern falsas, su entusiasmo, su trabajo y su curiosidad, los que nos sigan aportando algunas respuestas. Los cuentos de hadas no lo harn: las creencias religiosas y la bsqueda del conocimiento nunca han sido grandes amigas. San Agustn ya consideraba la curiosidad como una enfermedad porque [...] nos impulsa a tratar de descubrir los secretos de la naturaleza, esos secretos [...] que no nos proporcionarn ninguna ventaja y que el hombre no debera desear aprender.
Yo, por mi parte, me niego a creer que Sfocles tuviera razn cuando escribi las siguientes palabras: La existencia slo es alegre si va acompaada de la ignorancia. Una de las muchas cosas que hacen que la vida valga tanto la pena es el placer de aprender. Sin curiosidad no habra nuevos conocimientos. Si no fuera por ese tipo de personas, por los curiosos, por los desobedientes a las supersticiones, an seguiramos creyendo (como de hecho y por desgracia an siguen creyendo muchos seres humanos en el mundo) que enfermedades como la esquizofrenia o la demencia se deben a la posesin demonaca.
An inferiramos que cualquier dolor sufrido por el posedo ser tambin sufrido por los demonios, de forma que la mejor cura para el pobre infeliz es que padezca tanto como para que los demonios quieran abandonar su cuerpo. Escribiendo estas reflexiones o mientras releo alguno de mis prrafos favoritos del gran Bertrand Russell, me doy cuenta, como l deca, de lo profundamente agradecido que me siento con todos aquellos que, en lugar de conformarse con creer lo que les contaban, con las supersticiones y las explicaciones mitolgicas, pelearon muchas veces en secreto por saber. Dejemos que los cientficos expongan y debatan sus teoras sobre los orgenes del universo, de nuestro planeta y de la vida en nuestro planeta y consideremos tambin (como deca en el prlogo: por qu no?) la hiptesis de que existe un dios o varios dioses (permtanme que repita la pregunta de nuevo: por qu no?, por qu no varios dioses?, por qu ha de ser slo uno?) que disearon y crearon el mundo en el que vivimos.
Y que cada cual, en funcin de los argumentos expuestos, pueda decidir qu teora incluida la de un dios creador de todo le parece ms plausible o, simplemente, cierta. Sin olvidar la posibilidad de que el mundo no haya sido creado por nada ni nadie, sino que, sencillamente, el universo fue, es y ser. Porque, tal como muchos han razonado a lo largo de la historia, si un dios cre el universo entonces, quin cre a ese dios? Y quin cre al que cre a ese dios? Si seguimos esa cadena, llegaremos a un punto en el que algo tena que existir. Por qu razn no evitarnos los intermediarios imaginados y llamar a ese algo universo? En el campo de la biologa, fue la teora de la evolucin que ahora veremos, de Charles Darwin, la que elimin la necesidad de un creador para explicar la existencia de las distintas especies, incluida la humana. Del mismo modo, las nuevas teoras cientficas sobre el origen del cosmos la ms extendida de las cuales es la del Big Bang, la gran explosin que lo origin todo hacen redundante el papel de una superinteligencia que diseara el universo. El peso de ese diseo ya no recae sobre los hombros de los dioses, sino sobre los de las leyes de la naturaleza. He mostrado la posibilidad de que el modo en que comenz el universo est determinado por las leyes de la ciencia. La fsica moderna no deja lugar para dioses en la creacin del universo. Esa es la opinin de uno de los ms eminentes cientficos de la historia, Stephen Hawking. En su libro titulado El gran diseo, Hawking concluye: No se puede probar que Dios no existe, pero la ciencia hace que los dioses ya no sean necesarios para explicar el mundo.
Es lo que ya intuy muchos aos antes el Barn de Holbach: As como la ignorancia sobre la naturaleza fue la que dio nacimiento a los dioses, del mismo modo el conocimiento sobre la naturaleza est destinado a destruirlos. Aunque yo matizara un tanto las palabras del filsofo materialista: es mi impresin que la creencia en dioses siempre pervivir, por el consuelo metafsico que a algunas personas ofrece. Pero s parece cierto que el creciente conocimiento sobre la naturaleza har que cada vez menos humanos intenten explicarla mediante interpretaciones mitolgicas.
Qu es la teora de la evolucin?
Es una manera de explicar cmo surgieron los animales y las plantas distinta a la idea de que fue un dios quien lo hizo. No entendemos lo que quieres decir.
En la antigedad, los hombres crean que un dios nos cre a nosotros, a las plantas y a los animales. Cada tribu le pona un nombre diferente a ese dios. En muchos lugares, crean que no haba un solo dios, sino varios. Imaginaban, por ejemplo, que un dios se encargaba de los ros, otro del sol, otro de las montaas, otro de los mares, otro de los animales, etctera.
Pero en pocas ms recientes, personas que no crean en dioses buscaron otras explicaciones. El ms famoso es un cientfico ingls que se llamaba Charles Darwin. l se haca muchas preguntas. Por ejemplo, por qu las jirafas tienen el cuello tan largo? Y encontr una explicacin que a muchos nos parece cierta. En frica, en la prehistoria, habra animales parecidos a las jirafas pero que no tenan el cuello tan largo. Vamos a llamarlos antlopes prehistricos. Los dems herbvoros se coman las hojas ms bajas de los rboles. Pero no haba bastantes hojas para todos. Algunos de esos antlopes prehistricos, que tenan cuellos un poco ms largos que los dems, consiguieron sobrevivir comiendo las hojas a las que no llegaba ningn otro animal. Los hijos y los nietos de esos antepasados heredaron los cuellos largos de sus abuelos y, as, con el paso de muchsimos aos y generaciones, naci una especie nueva, la jirafa, que haba evolucionado a partir de los antlopes. Por eso se llama teora de la evolucin.
Los humanos de otros milenios crean ciegamente que la Tierra era el centro del universo. Cuando se imaginaban el infierno, hasta podan oler el humo sulfuroso y contemplar cmo se retorcan los condenados entre las llamas. Al levantar la vista hacia el cielo, fantaseaban con los detalles de un paraso al que dos ngeles vestidos de blanco llevaran las almas de los buenos. Los dioses no tenan ms hijos que los hombres y todo quedaba dispuesto de una manera cndida, aunque clara, ordenada y piramidal.
En los ltimos siglos, se ha podido or el ruido de tres grandes bofetadas al orgullo humano, que se crea el centro de todo. La bofetada astronmica de Coprnico: la Tierra ya no es el centro en torno al cual giran los dems cuerpos celestes. La bofetada psicolgica de Freud: mucho de nuestro comportamiento est gobernado por fuerzas que escapan al alcance de nuestra conciencia. Y la bofetada biolgica de Darwin con su teora de la evolucin: no somos el centro de atencin de un ser divino, sino una ms de las criaturas de este planeta en el que unas han evolucionado a partir de otras.
Pero parece que los credos religiosos no han querido aceptar todas las implicaciones que para nuestra vanidad humana suponen esos y otros guantazos. Para ilustrar mi opinin, permtanme transcribir las siguientes palabras del papa Pablo VI: El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, no es slo carne y sangre. El hombre es, tambin y sobre todo, inteligencia y libertad. Y gracias a esos poderes el hombre es, y debe seguir siendo, superior al resto de la Creacin.
Superior al resto de la Creacin... El antropocentrismo religioso, es decir, ese considerar al ser humano como el centro del universo, como si todo girara en torno a nosotros, y ese considerarnos superiores en todos los aspectos al resto de las criaturas, suele ser un obstculo para el avance de los conocimientos cientficos. No olvidemos, por ejemplo, lo que cost que las ideas atinadas de Coprnico, Giordano Bruno (para l en particular el coste fue morir en la hoguera tras siete aos de prisin) y Galileo se impusieran a la doctrina oficial cristiana de que la Tierra era el centro del universo y de que todos los cuerpos celestes giraban en torno a ella.
Estoy de acuerdo con el bilogo ingls Richard Dawkins cuando dice que las religiones dificultan el avance de las ciencias porque ensean a los nios a sentirse satisfechos con explicaciones supernaturales que no explican nada y les ciega a las maravillosas explicaciones naturales que la ciencia pone a nuestro alcance. Les ensea a aceptar mediante dogmas la revelacin y la fe, en lugar de ensearles a buscar las pruebas de las teoras.
Las religiones monotestas, haciendo gala de esa megalomana a la que nos estamos refiriendo, ven a la especie humana como fruto del diseo de un ser superior, de un dios.
Es la teora que se denomina del creacionismo o, tambin, del diseo inteligente. Segn esa teora, que interpreta de forma literal lo que narra el Antiguo Testamento, la Tierra y todas sus criaturas, incluidos los primeros humanos, fueron creados por Dios en pocos das hace tan slo unos diez mil aos. Esa leyenda segn la cual Dios cre a Adn y Eva de la nada es compartida por los tres grandes libros sagrados de los monotesmos: Corn, Biblia y Torah. En un pas como Estados Unidos, el ms avanzado tecnolgicamente del mundo, dos tercios de los adultos creen en el diseo inteligente! (y ms del ochenta por ciento sigue creyendo en un tipo u otro de dios, de cielo y de infierno). Puede que en ello tenga algo que ver su historia: es un pas que fue fundado por creyentes fundamentalistas que haban huido de Holanda, Gran Bretaa y Alemania.
Sin embargo, todas las ramas de las ciencias nos muestran que los humanos no fuimos creados de la nada por ninguna superinteligencia, sino que somos el resultado contingente es decir, que el resultado podra haber sido otro de la evolucin biolgica. Los gelogos calculan que nuestro planeta tiene unos cuatro mil seiscientos millones de aos. Y la biologa nos explica que la ingente cantidad de especies vegetales y animales (incluida la humana) que lo habitan son resultado de los procesos evolutivos que han ido teniendo lugar en el transcurso de ese tiempo. Es la que se conoce como teora de la evolucin por seleccin natural o darwinismo, una explicacin contrastada de cmo la diversificacin a partir de las primeras formas de vida ha llevado a la biodiversidad de la Tierra.
La teora de la evolucin explica de forma clara, veraz y comprobable, usando todas las herramientas que nos facilitan las ciencias (el estudio de fsiles, por ejemplo), cmo puede ocurrir que seres tan complejos como los que habitan nuestro planeta aparezcan sin necesidad de un creador.
A mediados del siglo XIX, cuando Charles Darwin public su libro El origen de las especies, prcticamente podra decirse que el creacionismo era la nica interpretacin del mundo posible: cada especie del planeta era el resultado de un acto independiente de la voluntad divina y las especies eran inmutables. Sin embargo, algunas personas incluidos Erasmus Darwin, el abuelo de Charles, Herbert Spencer y, sobre todo, el naturalista francs Lamarck ya haban empezado a vislumbrar la posibilidad de descendencias con modificaciones. Ello implicara que tipos distintos de plantas y animales podran compartir antepasados comunes. Era una visin condenada por los telogos ya que desplazaba a los dioses de su papel protagonista.
La originalidad de Charles Darwin consisti en ofrecer una explicacin alternativa plausible a la complejidad de los seres vivos. stos ya no son el resultado de un diseo divino previo, sino de una seleccin natural de aquellas caractersticas que les resultan tiles para su supervivencia. Su teora cautiv por la simplicidad de sus ideas. Era capaz de explicar muchas cosas, como la distribucin geogrfica de las plantas y animales y la presencia de restos fsiles de criaturas que ya no existan.
Si no se entiende bien la teora de la evolucin, se puede interpretar que sta nos dice que cada especie existente es fruto del azar. Pues bien, se trata justamente de lo contrario: la casualidad no tiene nada que ver; las caractersticas de una especie responden al hecho de que han servido para que esa especie pudiera sobrevivir.
En palabras del propio Darwin: Dado que de cada especie nacen ms individuos de los que pueden sobrevivir y, en consecuencia, se produce una lucha por la vida, se sigue que cualquier ser, si vara aunque sea de forma muy ligera en cualquier modo que le resulte provechoso ante las cambiantes condiciones del entorno, tendr ms posibilidades de sobrevivir y, as, ser seleccionado de forma natural. Gracias al principio de la transmisin hereditaria, cualquiera de esas ligeras variaciones tender a transmitirse a la siguiente generacin.
En nuestros das, sabemos mil veces ms de lo que saba Darwin. Sin embargo, su genialidad consiste en que lo que l intuy sigue siendo clave. Fue capaz de explicar el diseo sin diseador; el reloj sin relojero. Fue capaz de entrever el orden natural que, con los desarrollos de cientficos posteriores a l, explica tantas cosas sobre el mundo y sus criaturas. La biologa molecular, que an no exista en tiempos de Darwin, valida la teora de la evolucin.
La ciencia moderna nos describe cmo las especies, con el transcurso de las generaciones, se van transformando, van sufriendo pequeos cambios en sus caractersticas anatmicas o de comportamiento. Esos pequeos cambios desembocan en la formacin de nuevas especies. Multiplicaos, variad, que se mantenga con vida el que mejor sepa adaptarse al entorno cambiante y muera el ms dbil, parece que nos est diciendo la naturaleza a todos los seres vivos.
A pesar de que creacionismo y darwinismo son teoras completamente contrapuestas, en algunos casos como es el de la Iglesia catlica las enseanzas oficiales de las religiones han evolucionado tambin, como las especies, en un amago de integrar ambas cosmovisiones. Hoy en da, el catolicismo ensea que evolucin y creacionismo son compatibles ya que el proceso evolutivo fue planificado, diseado y dirigido por Dios con el propsito de llegar al ser humano, el cual sigue siendo considerado como una creacin especial de la divinidad. Pero, al mismo tiempo, an se sigue sosteniendo que todo lo que existe ha sido creado de la nada por Dios, que ste fue movido por su infinita bondad y que todo existe para su glorificacin. Tambin se afirma que Dios protege (un concepto de proteccin muy amplio, el de los telogos) y gua todo lo que cre. La postura oficial del catolicismo es que acepta la libertad de los cientficos para estudiar las implicaciones de la evolucin... Siempre que ello no conduzca a una violacin de los dogmas de la Iglesia! No parece una restriccin insignificante. Por ejemplo, la Iglesia rechaza el poligenismo. El poligenismo es la teora que defiende la existencia simultnea, en los albores de la humanidad, de varios grupos de humanos en distintos puntos geogrficos. Como contradice la fbula de Adn y Eva como primeros hombres creados por Dios de la nada, la Iglesia prefiere seguir imponiendo como uno de sus dogmas la tesis opuesta: el monogenismo.
En mi opinin, al contrario de lo que algunos sostienen, la teora de la evolucin no es en absoluto compatible con muchos de los dogmas de la Iglesia catlica. El de la resurreccin de los cuerpos tras el juicio final, sin ir ms lejos. Segn todos los indicios y evidencias, las especies evolucionan hasta convertirse en otras de una forma extremadamente gradual. Ya que, segn las doctrinas catlicas, slo resucitarn los seres humanos y no los animales (al no poder ser estos ltimos considerados moralmente responsables, ni para bien ni para mal), muchos, como el escritor venezolano Gabriel Andrade, nos preguntamos: A partir de qu espcimen en la evolucin de la humanidad se producir la resurreccin de los cuerpos? No hay un punto generacional preciso en el que el Homo erectus pueda ser ya llamado Homo sapiens. Resulta grotesco y casi cmico imaginarse a un Homo sapiens primitivo sintindose aliviado por haber sido admitido en el club de los que resucitan pero, al mismo tiempo, infinitamente triste porque su padre y su madre, que no han tenido la suerte de ser considerados como humanos, no resucitarn nunca, los pobres, a pesar de que durante su vida terrenal fueron bondadosos y compasivos y nunca hicieron dao a nadie. Y todo lo anterior siempre dando por supuesto que cuerpos convertidos en polvo hace milenios pueden resucitar. En fin.
En cualquier caso, parece que los catlicos, al menos, pueden seguir creyendo en su dios sin que eso implique tener que transigir completamente con el creacionismo (aunque algunos de sus miembros se rebelen ante la postura oficial: el cardenal arzobispo de Viena, Christoph Schborn, en un artculo publicado en el New York Times al poco de ser elegido Benedicto XVI, apoyaba sin titubeos el diseo inteligente postulado por los creacionistas).
Pero los intentos por integrar ambas visiones del mundo creacionismo y seleccin natural no son universales, ni siquiera dentro de la religin cristiana. Pentecostales, testigos de Jehov, mormones entre otros siguen rechazando el estudio de la geologa y de la biologa evolutiva. Hay muchas otras ramas del cristianismo que siguen creyendo en la literalidad del Gnesis y, por lo tanto, en el creacionismo estricto, manteniendo con vida polmicas sobre si la creacin de todo lo que existe tuvo lugar en seis das como defenda, entre otros, Clemente de Alejandra en torno al ao 200 de nuestra era o si fue llevada a cabo en un nico instante, como postul san Agustn en el siglo IV. A pesar de que en el transcurso de tantos siglos los seres humanos hemos aprendido bastantes cosas sobre el mundo en el que vivimos y sobre nosotros mismos, muchas religiones o sectas dentro de las religiones an se basan en las conjeturas de hombres que vivieron hace casi dos mil aos. Citando de nuevo a Francisco Ayala: Leer el Gnesis como un texto cientfico es una barbaridad. [...] parece que nunca han ledo el segundo captulo, que contradice al primero al sostener que Dios los cre macho y hembra al mismo tiempo, en lugar de crear a la mujer a partir de la costilla del hombre. La interpretacin literal de la Biblia se autodestruye.
Segn mi forma de ver las cosas, la hiptesis de que las especies evolucionan mediante seleccin natural sustituye con xito a la creencia ancestral de que todo tiene su origen en un misterioso diseador divino que se esconde de nosotros. Los dioses ya no parecen necesarios para explicar la existencia de las criaturas de nuestro planeta.
Respondiendo a la pregunta que da ttulo a este captulo, se podra decir que la teora de la evolucin es una interpretacin cientfica del mundo: la avalan los hechos y la respaldan personas que han decidido que el anlisis y la experimentacin son la mejor manera de desentraar los secretos de la vida y de quitarle el velo a sus seductores misterios.
Ahora bien, precisamente por el hecho de ser cientfica, y a diferencia de las teoras dogmticas, la teora de la evolucin queda abierta a ser reinterpretada, corregida, modificada o totalmente desechada aunque esto ltimo se antoja difcil, dada la cantidad de pruebas en las que se sostiene por nuevos hechos que se descubran en el futuro. Cualquier persona que la defienda con el nimo de no querer caer en nuevos dogmatismos, sabe que hay algo que podra hacerle cambiar de opinin sobre la veracidad de algunos de sus postulados o de todos: pruebas en contra. Los credos religiosos, por su parte, no necesitan evidencias a favor del creacionismo, ni siquiera indicios razonables sobre su veracidad, ya que las bases en las que se sustentan no son las pruebas, sino la fe ciega y la tradicin.
AYALA, Francisco, Darwin y el diseo inteligente: creacionismo, cristianismo y evolucin. Alianza Editorial, Madrid, 2007.
BROWNE, Janet, Charles Darwin. El poder del entorno, Prensas de la Universidad de Valencia, Valencia, 2009.
COLLINS, Francis S., Cmo habla Dios?, Ediciones Temas de Hoy, Barcelona, 2007.
DARWIN, Charles, El origen de las especies por medio de la seleccin natural, Alianza Editorial, Madrid, 2009. DAWKINS, Richard, Evolucin: el mayor
espectculo sobre la Tierra, Espasa Calpe, Barcelona, 2009. HAWKING, Stephen, El gran diseo,
SAMPEDRO, Javier, Deconstruyendo a Darwin: los enigmas de la evolucin a la luz de la nueva gentica, Editorial Crtica, Barcelona, 2007.
PARTE III
Qu es el alma?
Pues es algo que muchos creen que est dentro de todas las personas y que sigue viva despus de nuestra muerte. Y, t crees en el alma, pap?
No, yo no. Ni yo, ni mucha otra gente. Pero la mayora de las personas en el mundo, adems de creer en dioses, tambin creen en la existencia de las almas. Para esas personas, cuando nuestro cuerpo muera habr una parte de nosotros, el alma, que no morir.
Si eso es cierto, me podrais preguntar: qu les sucede, entonces, a esas almas que no mueren? Pues bien, en algunos lugares de nuestro planeta creen que el alma se reencarna, es decir que pasa a vivir dentro del cuerpo de otra persona o animal. Y en otros rincones de la tierra, la gente cree que las almas viajan a un lugar llamado paraso, donde viven para siempre contemplando a su dios.
En los captulos precedentes, hemos estado hablando sobre el primero de los dos grandes pilares en los que se apoyan casi todas las religiones: la existencia de dioses que crearon nuestro mundo y todo lo que existe. En los captulos que siguen, los que forman la tercera parte del libro, vamos a adentrarnos en el segundo de esos pilares: la existencia del alma humana y su hipottica supervivencia tras la muerte.
Tal como la explican la mayora de las creencias, el alma es aquella parte de cada persona que, supuestamente, sobrevive a la muerte siendo capaz de liberarse del cuerpo. Segn la forma de entender al ser humano propia de casi todas las religiones, alma y cuerpo seran cosas esencialmente diferentes que los dioses unen durante nuestra estancia en este mundo y que volvern a separarse tras nuestra muerte. Algunos credos, como el animismo, atribuyen alma a todos los seres vivientes, incluso a los objetos inanimados. Los hindes creen que, por ejemplo, hasta el agua tiene alma.
En el polo opuesto, se encontraran los pensadores materialistas, como La Mettrie, para los cuales el alma no es sino una palabra vaca de la que no se tiene idea y de la que una buena inteligencia no deber servirse sino para nombrar la parte de nosotros que piensa. Para l, como para los dems mecanicistas, el hombre no es sino un animal, un ensamblaje de resortes, y [...] por consiguiente el alma slo es la parte material sensible del cerebro que se puede entender como el resorte principal de toda la mquina y que tiene influencia sobre todos los otros.
Las diversas creencias religiosas se distinguen entre s por las diferentes explicaciones que dan para esclarecer lo que ocurre con el alma humana tras la muerte. Para un gran nmero, el alma viaja hasta alguna de las formas de paraso, temporal o permanente, con las que los hombres fantasean. Para unas pocas, el alma queda como dormida a la espera de algn tipo de resurreccin. Para otras, el alma se reencarna en otros cuerpos. Pitgoras y sus discpulos ya fabulaban con la transmigracin de las almas. Para el hinduismo, la vida no es sino un paso obligado hacia un renacer bajo otra forma.
Si el comportamiento de la persona durante su vida terrenal no ha sido el que cada cdigo moral prescribe, el alma recibir su condena. Para los cristianos, las almas de los malos se quemarn en el fuego eterno. El judasmo tambin habla a sus fieles sobre un gran castigo final: el filsofo y rabino cordobs Maimnides lo expresaba diciendo que el alma del malvado ser destruida y de ella no quedar ni rastro.
Los credos religiosos tambin se distinguen entre s por las diversas hiptesis que establecen sobre el origen del alma. Para unos, el alma es creada directamente por su dios, bien en el momento de la concepcin, bien ms tarde. Para otros, la existencia del alma es previa a la fecundacin. Para algunos, el alma surge por generacin natural a travs de los padres, sin que intervenga ninguna deidad. Muchos sostienen que el alma es eterna, es decir que no solamente el alma nunca muere sino que tampoco nace.
Un enigma sin solucin el del origen del alma, a mi modo de ver. Quiz por el hecho de que, como los materialistas piensan, alma no es sino un trmino til que puede servir en mayor o menor medida como sinnimo de otros conceptos tales como personalidad, carcter, mente o cerebro.
Quiz san Anselmo quien desarroll el argumento ontolgico, del que hemos hablado antes, para intentar demostrar la existencia de Dios intua en su fuero interno que el origen del alma era un misterio irresoluble. Parece ser que, poco antes de morir, en compaa del resto de monjes del monasterio de Roma en el que haba pasado los ltimos aos, uno de ellos le hizo ver que el Seor pronto le iba a llamar a su lado. A lo que san Anselmo contest con serenidad y un punto de humana vanidad: Si se es su deseo, le obedecer alegremente, pero agradecera que me diera la oportunidad de seguir en este mundo el tiempo suficiente para resolver la cuestin del origen del alma, a la que llevo tantos aos dando vueltas en mi cabeza. Porque me parece que nadie ms resolver ese enigma cuando yo me haya ido.
Sin embargo, a pesar de la enorme variedad de conjeturas que se han planteado sobre la naturaleza de las almas, todas las creencias tienen algo en comn: definen el alma explicando lo que no es, es decir, materia. Para todas las religiones el alma es algo as como la parte inmaterial del ser humano, su esencia indestructible.
Otro rasgo que comparten todas las doctrinas en cuanto a su forma de entender el alma es que todas aspiran a tener, no valor de simple hiptesis, sino de conocimiento. Es sta una caracterstica propia de los dogmatismos: el afirmar la verdad o la existencia de una cosa sin que ello se pueda verificar, sin que podamos experimentarlo. Para la mayora de los lderes religiosos, la ciencia no tiene nada que decir sobre el alma.
Pero, sin duda, el rasgo ms compartido entre todos los credos, el atributo del alma que es comn a prcticamente todas las religiones del mundo y de la historia, es el hecho de que el alma sobreviva a la existencia terrenal. Para todos, el alma es imperecedera.
La fe en la inmortalidad del alma es, en mi opinin, el gran pilar que sigue sustentando a todas las religiones. Dentro del catolicismo, que tomo como ejemplo de lo que quiero expresar por ser la rama del cristianismo que ms conozco y la que cuenta con ms fieles en el mundo, no todos los catlicos siguen creyendo en muchos de los dogmas de la Iglesia, como el de la transubstanciacin, del que luego hablaremos, o el de la infalibilidad papal o el de la existencia de los ngeles. Sin embargo, s que todos siguen creyendo en una u otra forma de supervivencia tras la muerte, en esa idea de que una energa, un algo un no-s-qu, diran algunos, el alma, en definitiva, sobrevive a la aniquilacin de nuestro cuerpo.
Tal como yo lo entiendo, declararse ateo supone hacer tabla rasa. Es decir, no slo desechar por cndidos o incoherentes muchos de los dogmas a los que un gran nmero de personas religiosas tampoco se adhieren ya, sino atreverse a cuestionar y a analizar tambin la inmortalidad del alma y a aceptar que, tras mi muerte, nada sobrevivir a la desaparicin de mi cuerpo. Ser lo que era antes de mi nacimiento: nada. Y no hay varios tipos de nada, tal como supo expresar el romano Quinto Ennio: Quieres saber dnde yacers, una vez muerto? En el lugar en el que yacen los que no han nacido.
Adems, razonado sin apasionamiento si tal cosa es posible en realidad la muerte propia no es mala. Puede sernos penoso el proceso de morir, pero no la muerte en s. No tiene lgica considerar la no existencia de uno mismo como mala, porque el hecho de que algo nos parezca malo o bueno presupone que previamente ha de haber existencia y consciencia. Y la muerte consiste, precisamente, en la eliminacin de ambas: de la existencia y, con ella, de la consciencia. No tiene mucho sentido preocuparse en exceso por un estado que uno nunca va a experimentar.
Creo que el escritor Andr Maurois se mostr muy lcido en su forma de analizar este asunto cuando escribi que: Bien las religiones tienen razn en lo de que el alma es inmortal y, entonces, no moriremos; bien el alma perecer a la vez que la carne, con lo cual no sabremos que estaremos muertos. Por lo tanto, vive como si fueras eterno, porque realmente lo eres.
Personalmente, me gustara que, como a Montaigne, la muerte me encontrase ocupado plantando mis coles, despreocupado por igual de ella y de mi huerto imperfecto. O como a Hume, de buen humor y sin ansiedad. O como a Lucrecio, razonando con que el pensamiento de la muerte no debe aterrorizarnos, de la misma manera que tampoco lo hace la idea de que antes de vivir no ramos nada.
De esa forma, esa tabla rasa del atesmo, a la que antes me refera, nos confiere lo que Michel Onfray define como un derecho de inventario, es decir, la libertad de seguir unos pasos ms en ese proceso de descartar creencias ancestrales que no tienen evidencias en las que sustentarse. Al fin y al cabo, ya se ha comprobado que el cristianismo, al igual que el resto de las religiones, debido a su mtodo que no requiere de pruebas sino de fe, estaba equivocado respecto a muchas otras cosas como, por ejemplo, la posicin de nuestro planeta respecto al sistema solar. No es posible que tambin lo est respecto a la inmortalidad del alma? No es posible, incluso, que lo que los telogos llamaron alma no sea sino una de las funciones del cerebro? Tal como supo expresar Thomas Edison: Mi mente es incapaz de concebir una cosa como el alma. Puede ser que est yo equivocado y que el ser humano tenga realmente alma, pero yo, sencillamente, no lo creo.
La creencia en la inmortalidad aunque sea en otro lugar (el cielo) y de otra forma (en espritu) o en otro cuerpo (por reencarnacin) ha existido siempre y, sin duda, sobrevivir al paso de los siglos porque crea ilusiones, porque es agradable de creer. Los seres humanos tenemos una tendencia universal, vigente en cualquier poca y en cualquier rincn del mundo, a dejar que nuestras certidumbres se tian con el color de nuestros deseos.
El corazn tiene razones que la razn no entiende, es la soberbia forma en la que vino a expresar lo mismo el obispo y telogo Jacques Bnigne Bossuet, cuyos sermones se hicieron clebres en la Francia del siglo XVII.
En definitiva, queremos creer lo que nos resulta agradable y no queremos aceptar lo que nos aterroriza. No queremos desaparecer en la nada. Queremos seguir vivos. Y se es el papel que juegan en nuestras vidas los parasos celestiales, de los cuales vamos a hablar a continuacin.
Existe el cielo?
Sera bonito que hubiera un cielo, verdad? S, para seguir vivos all despus de morir.
Exactamente. Pero creo que nadie sobrevive a la muerte de su cuerpo. Lo siento. Sin embargo, a las mismas personas que creen en dioses tambin les gusta creer que, si nos portamos bien con todo el mundo, si no hacemos dao a nadie, tendremos un gran premio final: nuestra alma vivir para siempre en un paraso. Esas personas tambin opinan que hacer creer a los nios en el cielo es una forma de hacer que se porten bien. Pero yo no estoy de acuerdo. Primero, porque no me parece bien hacer creer a los nios cosas que no son ciertas, aunque la intencin sea buena. Segundo, porque, por desgracia, tambin hay gente en el mundo cuya intencin no es buena y que engaan a sus nios hacindoles creer que irn al cielo si, de mayores, matan a muchas personas de otras religiones.
En nuestro mundo l nico que conocemos, el nico que hemos podido experimentar, el nico del que podemos hablar sin recurrir a fabulaciones contemplamos a menudo injusticias. Hay personas buenas que sufren mucho y personas malas que hacen sufrir a otras. Puestos a fantasear con una vida futura que nos calme el miedo a la muerte, soamos con que, en ella, se equilibre la balanza de la justicia. Que haya un lugar glorioso en el que los malos (sus almas) no puedan entrar. Pero no hay ningn argumento razonable en favor de su existencia.
En algn punto de los evangelios cristianos se dice: No ha visto el ojo, ni odo el odo, ni sentido el corazn jams lo que Dios guarda para los que le aman. El significado de las palabras anteriores, segn mi interpretacin libre, es que, como producto de la imaginacin humana que es, cada uno puede concebir el paraso como ms le plazca.
La existencia del cielo, para m, como ateo, al no sentirme obligado a creer en ella por los dogmas de ninguna religin, es slo una conjetura, una hiptesis que puedo analizar como cualquier otra. As pues, qu indicios tenemos de que sea cierta? Ninguno. Tal como me acabo de expresar, me doy cuenta de que mi opinin suena demasiado imperiosa, tajante, dogmtica. Y sin embargo, es precisamente el dogmatismo el vicio contra el que me rebelo.
Por eso, me gustara, para explicar con claridad lo que quiero decir, plantear cualquier otra hiptesis distinta a la de la existencia del cielo. Por ejemplo, la de que los pases que actualmente forman la Unin Europea contarn con quinientos setenta millones de habitantes en el ao 2040; o la de que los nios expuestos reiteradamente a escenas violentas presentarn mayor agresividad; o la de que el factor que ms predispone a padecer un cncer de mama es el gentico. Supongamos que, para cada uno de esos supuestos, hay unas personas que han expuesto unos datos, unas pruebas y una argumentacin que les llevan a sus respectivas conclusiones. Supongamos, por otro lado, que hay otras personas que sostienen supuestos contrarios: que la poblacin de la Unin Europea en 2040 ser, no de quinientos setenta, sino de seiscientos cincuenta millones; que el presenciar escenas violentas y el nivel de agresividad en la niez no estn relacionados; y que los factores ms importantes en la aparicin del cncer de mama no son los genticos, sino los hbitos alimenticios. Y supongamos que estos ltimos grupos de personas, para defender sus puntos de vista, presentan algunos de los siguientes argumentos: As le fue revelado a nuestro profeta; o todo el mundo sabe que es as; o tengo una conviccin interna tan grande de que es as, que nada ni nadie podr convencerme nunca de lo contrario; o mi fe en ello es absoluta e incuestionable; o es lo que mis padres me ensearon y lo que a ellos, a su vez, les fue enseado por sus padres; o si alguien no lo ve as es porque el maligno se ha apoderado de l; o me ha sido revelado en sueos.
Resultara inconcebible que alguien creyera a los defensores del segundo grupo de hiptesis a pesar de que son teoras perfectamente plausibles basndose en esos razonamientos y en esos indicios (o, mejor dicho, en esa falta de indicios). Y, sin embargo, son esos argumentos los que hacen que la mayor parte de los humanos crean en el supuesto de que el alma es inmortal y de que viaja a algn tipo de paraso, o a otro cuerpo, cuando morimos.
El jueves once de marzo de 2004 fue un da que no olvidaremos ninguno de los que lo vivimos de cerca. Varios terroristas suicidas, radicales islamistas, consiguieron hacer explotar diez bombas en cuatro trenes de Madrid, acabando con la vida de ciento noventa y una personas. Hubo casi dos mil heridos. Cmo puede haber personas que cometan semejantes barbaridades?, nos preguntbamos todos. Pues, entre otras cosas, porque creen que, de esa forma, entrarn y vivirn para siempre en un paraso, era la respuesta que a m me pareca ms obvia. Y cmo alguien puede llegar a creer eso?, se interrogaba a s misma en voz alta una mujer que se encontraba junto a m. Pues, porque se lo han hecho creer. Porque se lo han hecho escuchar, leer, salmodiar, recitar, cantar y repetir la suficiente cantidad de miles de veces. Cmo puede un testigo de Jehov negar una transfusin a un ser querido, provocando as su muerte, porque sus creencias religiosas se lo impongan basndose en unos versculos del Gnesis que hablan sobre la sangre? Cmo puede un mormn creer fervientemente que los indios del continente americano tienen la piel rojiza a consecuencia de un castigo divino? Cmo puede alguien dar por cierto que su alma va migrando, de un cuerpo a otro, tras la muerte? Cmo puede alguien creer que, en algn lugar del cielo, hay un padre afectuoso de barba blanca o un dios espritu puro, creador de todo lo creado y no creado por nada, a los efectos es lo mismo que mira con parsimonia todo lo que nos sucede por aqu abajo? Cmo puede alguien creer que le ha desaparecido el dolor de muelas por haber encendido una vela al santo de su devocin? De nuevo, la que a m se me antoja como respuesta a todas esas cuestiones es: porque se lo han hecho repetir, de nios, el suficiente nmero de veces.
La gran mayora de las personas que creen en dioses no hacen ese tipo de salvajadas; los responsables de aquellas atrocidades fueron unos fanticos, unos asesinos, nos dirn algunos. Y estaremos de acuerdo. No hay que culpar a las creencias religiosas de los disparates que cometen unos pocos. En ese punto, quiz yo ya dejara de estar de acuerdo porque, s, es cierto: no eran todos, eran slo unos exaltados. Pero unos exaltados que crean, al fin y al cabo, en uno de los muchos dislates que se admiten sin ningn indicio razonable y que todas las religiones graban en los cerebros de los nios desde que empiezan a tener uso de razn: el de que, cuando morimos, y siempre que hayamos cumplido los preceptos de los que saben lo que los dioses quieren, nuestra alma ir al paraso. La creencia de que hay vida ms all de la muerte es la que alimenta la mentalidad de mrtir de los terroristas.
Es verdad: no es muy comn en nuestros das (aunque estamos seguros de que no es tan comn?), al menos en ciertas partes del mundo, que, en la prctica, unas personas maten a otras por sus creencias religiosas. Pero lo que s es ms habitual es que uno de los preceptos de cualquiera de las religiones sea el proselitismo, el empeo en ganar adeptos para la causa, el luchar y el trmino luchar puede ser entendido por muchos literalmente contra los que creen en otros dioses, para imponerles el que a ellos les han estampado en su mente como verdadero.
La mayora de las personas cree en la gloria celestial porque les han enseado a hacerlo desde que nacieron y porque a todos nos gustara que existiera: por qu dejar de creer en algo tan reconfortante, si se est tan bien junto al fuego, al calor de las historias que nos cuentan nuestros abuelos?
Pues bien, mi respuesta a esa pregunta es que pienso que es mejor intentar comprender que conformarse con historias imaginadas, por agradables que stas sean. Prefiero saber que con lo que puedo contar es con esta vida. Yo elijo disfrutar de ella viviendo mis emociones y mis deseos, y los de la gente a la que quiero, sin que los dogmas de hace milenios me limiten ese disfrute. Elijo contemplar con la boca abierta de admiracin las muchas cosas con las que este mundo puede embelesarnos.
Me interesa mucho ms nuestro planeta, con todas sus criaturas incluidos nosotros que leer y releer mil veces cualquiera de los libros sagrados con sus distintas versiones de parasos. En palabras de Carl Sagan: La vida es tan slo un vistazo momentneo a las maravillas de este asombroso universo. Es una lstima que tantas personas estn desaprovechando su vida soando con fantasas celestiales.
Yo elijo considerar como cosas ms importantes, no la tradicin, ni el respeto incuestionable a los dogmas heredados, sino el respeto a los dems incluyendo, sobre todas las cosas, el respeto a sus vidas, el conocimiento cientfico, el amor al prjimo, la compasin por los que sufren, la amabilidad y, sobre todo, la alegra.
Son principios que comparto con muchas de las personas que creen en el paraso as como el afn de vivir, la bsqueda de la felicidad, el deseo de procrear y proteger a mi familia y tantas y tantas otras cosas pero sin compartir su fe en las promesas inverosmiles de otras vidas tras la muerte. Creo que, aunque no haya ningn cielo, ni mi cuerpo vaya nunca a resucitar, no ser malo mi final si ha sido buena mi vida. Como poticamente expresa el estribillo de un himno que escuch no hace mucho en una ceremonia religiosa (en un funeral): Al atardecer de la vida, me examinarn del amor.
Esos son algunos de los valores que me gustara transmitir a mis hijos, respetando siempre, como explicar ms adelante en los captulos dedicados a las religiones, su derecho de eleccin informada. Volviendo al tema del captulo, pienso que, en nuestros das, muchas personas no creen en gran parte o en ninguno de los dogmas de las distintas religiones. Sin embargo, continan creyendo a su manera en alguna forma de divinidad. Tampoco pueden evitar seguir creyendo en alguna forma de paraso, aunque entiendan que, seguramente, no ser tal como se lo hayan contado cuando eran nios.
Su intelecto les hace comprender que todas esas imgenes que les quedaron grabadas en su infancia la barba canosa del dios padre, la luz blanca del sol tamizada por las nubes, los ngeles con sus alas eran slo eso: ilustraciones, estampas, smbolos que servan para transmitir con facilidad el concepto de cielo a unos nios. Pero, al mismo tiempo, siguen confiando en la existencia de algn tipo de paraso.
Da la impresin de que los dioses, con sus reinos prometidos, todava cumplen, para muchos, el mismo papel que desempea el cero a la izquierda de la coma en un nmero decimal: no suman nada, pero tienen que estar ah para que el total tenga sentido. Y, sin embargo, si hablamos sobre parasos, creo que, por mucho que siguiramos argumentando, no se podra aadir mucho ms que lo que ya supo expresar perfectamente el escepticismo del gran Hume: Con qu argumentos se puede probar un lugar, un estado de la existencia, que nadie ha visto nunca?
La respuesta no nos depara sorpresas; es de nuevo la misma: no hay argumentos que valgan, slo fe. Porque la fe credulidad ciega, la llamaramos algunos no necesita pruebas. Pero el gran problema de la fe, no es slo que no d respuestas reales, sino que, adems, presiona para que dejemos de hacernos preguntas.
10
Existe el infierno?
No. El infierno, igual que el cielo, slo est en nuestra imaginacin. Y a ti... qu te decan cuando eras pequeo?
S, claro que existe. Es el lugar al que van las personas malas cuando mueren, me explicaban cuando yo era nio. La pregunta que haca despus, poniendo en un compromiso a los adultos era: Y dnde est? No se sabe, es la respuesta que recuerdo que ms me dieron. Creo que acab por imaginar el infierno tambin en algn punto del espacio, pero lo bastante lejos del paraso como para que no pudiera haber confusiones, como para que ningn bueno acabara en el infierno (ni ningn malo en el cielo) por error.
Mi opinin es que creer en el infierno como lugar donde se castiga a los malos, o en la gloria como premio para los buenos, o en el alma, o en dioses, o en todas esas cosas a la vez, indica una preferencia, bien consciente, bien inconsciente, por lo ilusorio.
En su da no lo hice, pero creo que, cuando mis hijos me preguntaron si exista el infierno, tambin podra haberles respondido esto: S, claro que existe. Hay muchas personas que sufren situaciones infernales, injusticias, mala fortuna, a veces durante toda su vida, por desgracia. Claro que existe y, adems, sabemos dnde est: aqu abajo.
A principios del siglo XIV, el poeta florentino Dante Alighieri escribi La divina comedia, una de las obras ms importantes de la historia de la literatura. La primera de las tres partes de la obra describe el viaje al infierno del protagonista. De dnde sac Dante las vvidas imgenes del infierno, las torturas insufribles que nos describe? De este mundo. No hace falta poseer una gran fantasa. La vida en la tierra proporciona, desgraciadamente, suficientes ingredientes como para concebir un infierno aterrador. El propio Dante lo afirma: Encontr el original para mi infierno en el mundo en que vivimos.
Una persona que haya perdido a alguien muy querido pensar, con razn, que no puede haber nada ms espantoso, ni en este mundo, ni en los inventados. Qu atrocidades pueden resultarle ya atemorizadoras? Cul de las amenazas que predican las distintas creencias har que tiemble de miedo? El rechinar de dientes? El fuego eterno?
El infierno es el lugar al que van los que cometen pecados y que mueren sin haberse confesado, me explicaban tambin mis mayores cuando yo era nio. An recuerdo el miedo atroz que senta ante la simple idea de morir en pecado mortal sin haber podido antes contarle a un sacerdote cosas como que, a veces, me levantaba de la cama e iba a hurtadillas a ver a travs de la puerta entreabierta programas para mayores de la tele sin que mis padres se dieran cuenta. S, ya s que para la Iglesia catlica eso no es pecado mortal, pero un nio pequeo no necesariamente puede comprender con claridad conceptos tan vagos como pecado mortal y venial. Sin embargo, aun no entendiendo bien lo que era pecado, el miedo a sentir eternamente el dolor que provoca el fuego quemando la carne s que qued grabado en el cerebro de aquel nio. Afortunadamente, en muchos casos, como ocurri en el mo, las creencias en cielos y en infiernos propias de muchos credos suelen acabar cediendo bajo el peso de sus propias ilusiones.
Qu es el pecado, entonces? Pues, a pesar de las diferencias entre lo que las distintas religiones consideran o no como tal, para todas ellas pecado es cualquier accin o incluso pensamiento que infringe una de sus reglas de comportamiento o uno de sus preceptos morales.
Por qu crear castigos imaginarios siendo que, en el mundo real, nos encontramos tantos males? Pues porque hacer largas listas de pecados con sus correspondientes penas es una buena forma de eliminar resistencias contra la autoridad suprema. Entre los actores sociales dominantes de una tribu o un pas siempre han estado los lderes religiosos. Los que proclaman tener conexin directa con los dioses predican a los dems hacindoles creer que saben de buena tinta lo que los dioses consideran pecado. Suelen ser personas, tan obsesionadas con lo que no se corresponde con su concepto de virtud, que hacen que muchas cosas importantes de la vida pasen desapercibidas para ellos mismos y, lo que es peor, para los dems.
Los puritanos, los extremistas de todas las religiones, consiguen que sus fieles consideren como pecaminosas buena parte de las cosas la msica, una simple cancin, el baile, el arte, cualquier libro que no sea el suyo, contemplar un rostro hermoso, sentir la brisa libremente en la cara, un beso, las relaciones sexuales libremente consentidas, la risa, los conocimientos que nos proporcionan las ciencias que hacen que la vida merezca tanto la pena. Llaman inmorales a los que no comparten su moral. Logran que gente buena, simples vctimas de las creencias irracionales que les han grabado a fuego, se sientan culpables. Consiguen que los pobres hijos de esa buena gente acaben sufriendo por haber realizado actos o haber tenido pensamientos que, sencillamente, se corresponden con nuestra naturaleza humana. No me gustara que los exaltados de cualquier fe, esos que no consiguen nunca desarrugar el entrecejo pero se creen dueos de verdades absolutas, instilaran en mis hijos sus dogmas inflexibles y sus austeras morales. Citando una vez ms a Montaigne: No quiero que se encarcele a esos nios, no quiero que se les abandone a la clera y al humor melanclico de un maestro enfurecido.
Si cuando un nio se porta mal, sus padres le castigaran en lugar de, por ejemplo, sin poder jugar un da, encerrndolo un mes entero a pan y agua en un cuarto oscuro, pensaramos que son unos buenos padres?
Pues bien, el padre que los credos religiosos nos anuncian como amor infinito en estado puro es, al mismo tiempo, un padre que castiga a sus hijos encerrndolos en el infierno, no un mes, sino para toda la eternidad. Algo no encaja.
Es preferible tomrselo con humor, como hizo el romntico alemn Heinrich Heine cuando dijo: Dios me perdonar, es su oficio. A las historias para no dormir que me contaban siendo nio, prefiero con creces lo que Marco Aurelio, el emperador filsofo, se deca a s mismo cuando se daba cuenta de que haba obrado mal: No te desanimes, no te consternes, no sientas asco de ti mismo si, a veces, no consigues actuar sobre cada cosa conforme a los principios ms convenientes. Ser siempre absolutamente irreprochable es, en la prctica, imposible. Los seres humanos somos imperfectos y, como tales, cometemos errores. Si hemos de juzgarnos a nosotros mismos, que sea con un espritu de mejora para prximas ocasiones, no para violentarnos, ni para castigarnos. De lo contrario, podra llegar a ocurrirnos como al escritor Frdric Miterrand quien, en su libro autobiogrfico titulado La mala vida, escribi estos dolorosos pensamientos: Nunca sabr por qu me odiaba tanto. [...] Ni por qu me ha hecho falta encontrarme a las puertas de la vejez, cuando ya es demasiado tarde, para darme cuenta de que odiarme era un error.
No querra que las religiones y sus prohibiciones distrajeran la atencin de mis hijos de la nica vida de la que disponen. Me gustara que lo que buscaran no fuera una ficticia vida eterna, sino la vivacidad eterna, la alegra, en este mundo, el nico con el que podemos contar. Pero, en cualquier caso, son sus vidas, as que les corresponder a ellos, una vez adultos, decidir si quieren creer o no en parasos y en avernos.
Para enfrentarme a ese miedo ancestral a la disolucin en la nada, yo prefiero ver las cosas como Flaubert, el cual deca de s mismo: Valor no tengo, pero acto como si lo tuviera, porque en el fondo viene a ser lo mismo.
Antes que aceptar como cierto cualquiera de los personajes y lugares mitolgicos con los que los humanos hemos fantaseado, yo elijo esforzarme por aplicar a mi vida las siguientes palabras del filsofo austraco Ludwig Wittgenstein: Si entendemos por eternidad no una duracin infinita sino la intemporalidad, entonces el que vive en el presente ya tiene la vida eterna.
Me gustara acabar este captulo con otro toque de humor. El publicista Paul Arden, en su libro titulado Dios explicado en un trayecto de taxi, hace lo que l denomina una reflexin de domingo, que me parece muy apropiada para la ocasin despus de haber hablado, como hemos hecho, sobre pecados: Para los hinduistas las vacas son sagradas; los anglicanos suelen comer roast beef los domingos. El pecado de unos es el asado de otros.
A A . V V. , Salvacin, infierno,
olvido:
escatologa en el mundo antiguo, Publicaciones de la Universidad de Sevilla, Sevilla, 2010. ALIGHIERI, Dante, La divina comedia,
timo!, Editorial Laetoli, Pamplona, 2011. ARDEN, Paul, Dios explicado en un trayecto de taxi, Editorial Ocano, Barcelona, 2011.
COULIANO, Ioan, Ms all de este mundo: parasos, purgatorios e infiernos, un viaje a travs de las culturas religiosas, Editorial Paids, Barcelona, 1993.
FERRNDIZ, Alejandra et al., Lecturas de Historia de la Psicologa, Ediciones de la UNED, Madrid, 2001.
LA METTRIE, Julien Offroy de, Hombre mquina, Alhambra Editorial, Madrid, 1989.
LOCKE, John, Compendio del ensayo sobre el entendimiento humano, Alianza Editorial, Madrid, 2008.
MINOIS, Georges, Historia de los infiernos, Editorial Paids, Barcelona, 2005. ODIFREDDI, Piergiorgio, Por qu no
PUENTE,
Gonzalo, El mito
del alma:
PARTE IV
11
Qu es rezar?
Rezar es hablar a los dioses. Pero si los dioses no existen, rezar no sirve de nada...
Eso no es cierto del todo. Voy a ver si soy capaz de explicroslo. Cuando rezan, lo que las personas quieren es comunicarse con sus dioses. A veces, lo hacen para pedirles ayuda. A veces, para darles las gracias porque se ha cumplido algn deseo que les pidieron. Aunque en realidad no haya nadie escuchando, la persona que reza cree de corazn que alguien le est prestando atencin. Y eso har que se sienta bien. Muchos creen que los dioses conceden los deseos que se les piden.
Otras personas opinan que los dioses no hacen caso de esas peticiones y que su nica misin fue crear el mundo y hacer que el universo y los planetas sigan movindose.
Y otros, como yo, pensamos que nadie cre el mundo y que tampoco hay nadie escuchando a los que rezan. Pero, aun as, rezar es bueno para ellos. Si una persona cree que cuando reza su dios escucha sus problemas, esa persona se encontrar ms tranquila. As que rezar s que le estar ayudando, s que le estar sirviendo de algo.
Muchas de las civilizaciones de todas las pocas han rezado dirigiendo su mirada y su voz al cielo, ese lugar, color azul enigmtico, donde se supona que vivan los dioses y se encontraba el paraso. Existe un proverbio malayo que dice: El rostro de los dioses est oculto entre las nubes. Nuestros ancestros vivan bajo un inmenso lienzo estrellado habitado por dioses. No hace tanto tiempo, Abraham Lincoln escribi: Puedo concebir que un hombre que mire siempre hacia el suelo sea ateo; pero no podra entender que, si un da levantara la cabeza hacia el cielo, siguiera sindolo. El firmamento nos fascina. Seduca a nuestros antepasados y nos seduce a nosotros.
Yo, personalmente, ms que como los antiguos malayos o como el presidente Lincoln, veo las cosas como las vea el filsofo Arthur Schopenhauer: En un espacio infinito, un nmero incontable de estrellas luminosas en torno a cada una de las cuales gravitan varios planetas, uno de ellos el nuestro caliente en su interior y en cuya corteza enfriada y endurecida una capa de moho ha generado seres vivos, algunos de ellos cognoscentes. sa es la realidad. se es el mundo.
Y con esa forma de interpretar la realidad no es mi intencin tampoco podra, aunque quisiera quitarle ni una pizca de su magia, de su magnetismo, de su belleza apabullante a nuestro mundo. Simplemente pienso que tanto lo infinitamente grande el cosmos como lo extraordinariamente pequeo una clula son en s mismos lo bastante hermosos y atractivos por todo lo que no conocemos sobre ellos. No veo ninguna necesidad de imaginar que haya espritus, entes mgicos, demiurgos o dioses tras sus diseos.
Sin embargo, las religiones tratan de convencernos de que cuando rezamos hay alguien escuchndonos ya sea en el cielo o en un templo o en cualquier otro lugar (o en todas partes) , y de que al que cumpla con los preceptos de ese alguien le espera un paraso. Una gran recompensa. Ese premio se encontrar siempre en algn lugar lejano de donde estamos (qu ms lejano que el cielo, para nuestros ancestros). Tenemos una propensin natural a que nos guste ms una cosa cuanto de ms lejos venga. Esa lejana tan grande como la distancia que va de la realidad a los sueos impide en ocasiones a algunas personas apreciar las muchas cosas buenas que tenemos en este mundo, justo delante de nosotros.
Pero el hecho de rezar, en s mismo, tiene mucho de positivo. Los templos de todas las creencias iglesias, mezquitas, sinagogas, pagodas, santuarios son lugares en los que se induce a orar y a meditar. Todos ellos invitan al recogimiento y a la introspeccin. Suelen ser sitios magnficos donde reflexionar y descansar de los ajetreos cotidianos, incluso si no se es una persona religiosa.
El diario oficial de la sociedad estadounidense de neurociencia public, en abril de 2011, un estudio llevado a cabo por investigadores de la Facultad de Medicina de la Universidad Wake Forest de Carolina del Norte que demostraba lo que los humanos ya sabemos intuitivamente desde hace milenios: que el rezo y la meditacin alivian el dolor.
Mediante imgenes por resonancia magntica se comprob cmo la meditacin reduca en un 40% de media la intensidad del dolor de los participantes y en casi un 60% la percepcin del dolor como algo desagradable por parte de sus cerebros. Dicho de otro modo: la oracin y la meditacin modulan la sensacin de dolor.
Aunque algunos hayamos determinado que nuestra nica escritura sagrada sea la propia vida, escuchar en un templo las palabras, en ocasiones sabias, que contienen los textos sagrados de las religiones, a muchas personas es seguro que les reconforta y da fuerzas. Como dice la divulgadora cientfica dominicana Glenys lvarez: Es posible que la fe no mueva montaas pero te har creer que s.
Adems, cuando una persona se dirige a su dios, ya no recitando plegarias aprendidas, sino explicndole sus problemas, estar convirtiendo sus preocupaciones en pensamientos ordenados mediante palabras. Es probable que eso haga que los comprenda mejor y encuentre con mayor facilidad soluciones para ellos. Seguramente a muchas personas, aun siendo adultas, les ayudar tener amigos imaginarios.
Para los que no creemos en divinidades, rezar no deja de ser una forma de hablar con uno mismo en la que, bien no se obtienen respuestas, bien se obtienen las respuestas que se desea escuchar. Y si las respuestas resultan audibles, nos estaremos moviendo entonces en el terreno de las alucinaciones.
Ahora bien, en cualquier caso, creo que dejarse llevar por los silencios de un templo, o por los sonidos de un rgano, o por el murmullo montono de las letanas de los ancianos, son tambin experiencias que cualquier nio debera experimentar en alguna ocasin.
12
Son cosas buenas que pasan porque un dios lo ha querido as. Pero no decas que los dioses no existen?
Perdonad. Quiero decir que hay personas que creen eso. Mirad, cuando necesitamos algo o queremos hablar con alguien, los seres humanos vamos a ver a un amigo. Las personas religiosas, adems, pueden hablar con su dios o sus dioses y pedirles deseos. Tambin se los pueden pedir a los santos. Pueden ser cosas muy graves, como que un ser querido se cure de una enfermedad. O cosas mucho menos importantes como aprobar un examen, que nuestro equipo favorito meta un gol, o encontrar un objeto que hemos perdido. A los dioses cada uno puede pedirles lo que quiera.
Si el deseo pedido se cumple, la persona que lo pidi enseguida cree que ha sido gracias a su dios, es decir, que ha sido un milagro. Y si no se cumple, se resigna. Qu remedio!
Los milagros son hechos cuyo acaecimiento se atribuye a la intervencin de un dios, de un lder religioso vivo o fallecido de algn santo o, incluso, de alguna reliquia.
El repertorio de peticiones a los dioses es tan amplio como todo aquello que los humanos podemos anhelar. Si la situacin deseada acaba ocurriendo, los creyentes de todos los credos atribuyen el suceso a la intervencin divina y dan las gracias mediante la oracin, las ofrendas y las alabanzas al que consideran su benefactor. Y en caso de que el llamado milagro no se produzca, siempre quedan las explicaciones comodines que, en realidad, no explican nada, del tipo: Los designios del Seor son inescrutables, Si Dios lo ha querido as, ser para bien, Dios trabaja de maneras misteriosas.
Los ateos no podemos evitar ver el asunto ms bien como lo hace el personaje del doctor House, de la serie televisiva a la que da nombre: Por qu los pacientes dan las gracias a Dios por haberse recuperado de una enfermedad? Al fin y al cabo, segn sus creencias, tambin fue Dios quien, previamente, se la hizo sufrir.
Cuando, en la primavera de 2011, se produjeron una serie de terremotos que afectaron gravemente a la ciudad espaola de Lorca, un poltico regional, tras confirmar a la prensa que haba nueve vctimas mortales, pas a dar fervientemente las gracias a Dios porque la mayora de los cientos de heridos se estaban recuperando favorablemente. Algo no me cuadraba en su forma de razonar. Yo lo llamara inconsistencia o falta de coherencia. Un psiclogo me habra explicado que lo que me estaba ocurriendo se conoce como disonancia cognitiva: dos fragmentos de informacin que, psicolgicamente, no encajan. Seguramente, si yo hubiera intentado argumentar con el gobernante en cuestin sobre las razones por las que, antes de interceder por la mejora de los heridos, su dios haba ocasionado tamao desastre, el buen hombre habra acabado por decirme algo parecido a el Seor sabr por qu ha querido llevarse al cielo a los que han muerto o no se debe responsabilizar a Dios de las desgracias del mundo. Si a mi dilogo imaginado se hubiese unido otro poltico, en este caso del siglo XVIII, el estadounidense Thomas Paine, es posible que hubiese tratado de consolarme con una de sus mximas: Querer argumentar con una persona que ha renunciado a la lgica es tan intil como darle medicina a un muerto.
En otra ocasin, recuerdo estar leyendo en un peridico diversos artculos sobre el tsunami del ocano ndico que arras con todo en el ao 2004. Volv una hoja y, al primer golpe de vista, me choc extraordinariamente el cruel contraste que haba entre las dos pginas. En la de la izquierda aparecan fotografas terribles y recuentos por pases de los millares de vctimas del tsunami. La pgina de la derecha ya de la seccin de deportes quedaba dominada por un titular, con un tipo de letra gigantesco, en el que un famoso futbolista brasileo, sintindose agradecido por haberse recuperado de una lesin ms rpidamente de lo esperado, manifestaba:
Dios es justo. Son incongruencias extraordinarias de las que parece que los creyentes no se percaten pero que, en muchas ocasiones, resultan sangrantes. Si me permiten la broma fcil, podramos decir que claman al cielo.
Los milagros entendidos como sucesos que, provocados por los dioses, desafan las leyes de la naturaleza, han sido siempre fuente de controversia. David Hume argumentaba que ningn testimonio ha de ser suficiente para establecer un milagro, a menos que la declaracin sea de tal naturaleza que su falsedad sea ms milagrosa que el hecho en s. Dicho de otro modo, siempre es ms sensato suponer que el testimonio es falso a resultas de una alucinacin, un espejismo, un mito tomado por realidad o, sencillamente, un engao. Tal como yo los entiendo, los milagros no son sino interpretaciones de la realidad con un sesgo hacia lo religioso.
Cuenta el escritor Anatole France que, visitando en Lourdes la gruta en la que haba colgadas gran cantidad de muletas, un compaero de viaje se las seal con el dedo y le dijo: Una sola pierna de madera dira ms que todas esas muletas. El autor francs le respondi que, aunque viera crecer una pierna de un mun, tampoco lo interpretara como un milagro. Y aadi: Lo que yo pensara es que, hasta la fecha, no se saba que los tejidos de algunas piernas humanas pueden volver a crecer, como les ocurre a los rabos de los lagartos.
Hablando de crecer, me viene a la memoria la leyenda de santa gueda, a la que, milagrosamente, le crecieron los cabellos con sorprendente rapidez para tapar la desnudez en la que la haban dejado sus torturadores. Estoy de acuerdo con Voltaire, que vino a decir algo parecido a esto: Con algunas de las cndidas puerilidades que las religiones nos cuentan sobre los mrtires, no nos queda otro remedio que sonrer. Aunque a m, de haber estado en el lugar de la pobre mujer, no me habra hecho mucha gracia que a mi padre celestial todopoderoso lo nico que le preocupase fuese mi desnudez, en lugar de interesarse por librarme de mi suplicio. No s, fulminando milagrosamente a mis verdugos con un rayo, por ejemplo.
Se define el milagro como una derogacin espordica, como una interrupcin perceptible de las leyes naturales. Pero habiendo como hay tantas leyes de la naturaleza que son an desconocidas para nosotros, que no somos capaces de percibir o de entender, cmo podramos hablar de milagros?
La credulidad forma parte de nuestra forma de ser. Algunas personas son crdulas por naturaleza. Exigen afirmaciones, pero no necesariamente pruebas: las pruebas les confunden y les resultan embarazosas. No quieren saber por qu ni de qu manera, les basta con el s o el no. Reflexionar demasiado les paraliza. Es ms fcil creer que pensar, y puede que sa sea una de las razones que explique por qu an el porcentaje de personas religiosas es tan abrumadoramente superior al de personas que no lo somos. Adems, la mente humana acaba reteniendo y aceptando como cierta, aunque est lejos de serlo, casi cualquier afirmacin que se le repita las suficientes veces, especialmente si estas repeticiones tienen lugar en una mente joven.
Por lo que sabemos a da de hoy, las grutas, las reliquias, las imgenes de santos, las peticiones fervorosas, etctera, nicamente han producido un efecto teraputico derivado de la sugestin que provocan en los creyentes sobre enfermos con enfermedades curables o susceptibles de remisin inmediata.
En 1263, un sacerdote llamado Pedro de Praga que celebraba la Eucarista en la ciudad italiana de Bolsena parti la hostia y sta apareci como manchada de sangre en su interior. En los aos posteriores, fueron innumerables los sucesos que se consideraron como milagrosos y que se relacionaron con la hostia ensangrentada. La noticia del suceso se propag rpidamente por toda la cristiandad e hizo que an hoy, casi ochocientos aos despus, la pequea ciudad cercana a Roma sea internacionalmente conocida. Pero hace ya muchas dcadas que se descubri un hongo microscpico que, mezclado con la harina, adquiere aspecto de sangre coagulada. Los cientficos que realizaron el hallazgo en el siglo XIX intuyeron la relacin que poda existir entre el hongo y la hostia del que se conoca como milagro de Bolsena, y lo bautizaron como micrococcus prodigiosus.
Me parece que siempre habr un hongo, una explicacin, una relacin causa-efecto que la ciencia an no haya descubierto o ni siquiera llegue nunca a descubrir. Por eso, como el propio Anatole France al que he mencionado antes, no entiendo el concepto en s de milagro: O algo es cierto o no lo es; si es cierto, existe en la naturaleza y, por lo tanto, es natural.
No creo en milagros. Creo que todo lo que ocurre en la naturaleza responde a leyes naturales pero que, sencillamente, hay una infinidad de esas leyes que nos son desconocidas. Nada puede ser como es sin unas razones para que sea as y no de otra forma; si bien es cierto que, en muchas ocasiones, esas razones permanecen ocultas a nuestra comprensin. En realidad, de muchas de las cosas de las que se dice que parecen milagrosas, lo nico que podramos decir, hablando con propiedad, es que desconocemos su causa.
Pensemos en todos aquellos seres humanos de otros milenios cuando contemplaban eclipses. O cuando, observando un fuego fatuo, inmediatamente interpretaban que se trataba del alma saliendo del cuerpo. Ellos no podan saber que la inflamacin del fsforo y otras sustancias que se desprenden de cualquier animal en estado de descomposicin puede formar pequeas llamas. Sus conocimientos del mundo en el que vivan no les ofrecan ninguna explicacin para esos y otros fenmenos. La intervencin divina y las explicaciones mitolgicas de cualquier tipo eran los nicos argumentos posibles. En nuestros das, ya no.
Durante siglos, los hombres creyeron que el vino obtenido de las vides cultivadas en las laderas del Vesubio era de gran calidad debido a que Baco el dios romano del vino viva dentro del volcn. Hoy en da, esas tierras siguen contndose entre las ms frtiles de Italia pero ya nadie que yo sepa sigue pensando que sea gracias a la intervencin de Baco. En nuestra poca es bien conocido que, debido a su composicin qumica, las tierras formadas a partir de lava enfriada, con el tiempo, se convierten en magnficos campos de cultivo. La relacin causal ha reemplazado a la explicacin mitolgica.
Las reflexiones anteriores me llevan a pensar que ciertas creencias que hoy se toman por verdaderas acabarn por convertirse en las mitologas del maana, aunque sea un maana muy lejano. Como escribi el filsofo James Feibleman: Un mito es una religin en la que ya nadie cree.
Fuera del mbito de lo religioso, hay tambin muchos misterios aparentes. Son sucesos que entran dentro de lo que se denomina como paranormal.
Afortunadamente, hay muchas personas que recelan y aplican su escepticismo para buscar las relaciones causa-efecto subyacentes a cualquiera de esos supuestos enigmas. Muchas de las afirmaciones que se hacen sobre ese tipo de acontecimientos, tras un anlisis cientfico riguroso, se revelan falsas. Esa misma bsqueda de la verdad habra de poder ser aplicable a cualquier suceso considerado como milagroso.
Despus de haber hablado sobre milagros, me parece apropiado acabar este captulo con una cita extrada de la obra La desheredada, de Benito Prez Galds: Si sents anhelo de llegar a una difcil y escabrosa altura, no os fiis de las alas postizas. [...] creedme, lo mejor ser que tomis una escalera.
ARES, Flix, La sbana santa vaya timo!, Editorial Laetoli, Pamplona, 2006. EA DE QUEIROZ, Jos Mara,
GARDNER, Martin, Tenan ombligo Adn y Eva? La falsedad de la pseudociencia al descubierto, Editorial Debate, 2001. GIUSSANI, Luigi, Aprendiendo a rezar, Madrid,
Encuentro Ediciones, Madrid, 1984. JIMNEZ, Enrique, Cuentos para rezar con los labios... y el corazn, Palabra, Madrid, 2007. KUHLMAN, Kathryn, Yo creo en los Ediciones
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RUEDA, Jos Mara, Oraciones para rezar quien no sabe, Editorial CCS, Madrid, 2005.
SAGAN, Carl, El mundo y sus demonios. La ciencia como una luz en la oscuridad, Editorial Planeta, Barcelona, 1997.
TOLSTOI, Lev, El reino de Dios est en vosotros, Editorial Kairs, Barcelona, 2010.
PARTE V
SOBRE RELIGIONES
13
Uf! sta es difcil... Una religin es como una historia que explica el mundo, Y cada religin tiene costumbres y creencias distintas a las dems. Y las religiones hablan de dioses no?
S, pero no solamente de dioses. Cada religin explica que su dios o sus dioses son los que dirigen el universo y lo crearon. Pero, adems, cada religin explica muchas cosas a las personas que pertenecen a ella. Por ejemplo, les dicen qu palabras utilizar para rezar. Y en qu lugares y cmo tienen que hacerlo.
Tambin les dicen qu pueden hacer (porque est bien) y qu no pueden hacer (porque est mal). Por ejemplo, las religiones ensean que est mal mentir, robar o matar a otras personas.
Una religin es un sistema de creencias en fuerzas sobrenaturales que rigen el mundo y el universo. Para casi todas las religiones de la historia esas fuerzas son dioses. Las religiones suelen contener, adems de unas determinadas doctrinas sobre el origen de nuestro mundo y de unos rituales especficos, un cdigo moral para orientar la conducta de sus fieles.
Las religiones actuales son el resultado de la evolucin, a lo largo de miles de aos, de las creencias sobrenaturales de nuestros ms lejanos ancestros. Y es presumible que las religiones futuras evolucionarn a partir de las actuales. En nuestros das, son instituciones sociales poderossimas, pero sus principales caractersticas se encontraban ya en las religiones de hace mil, dos mil y tres mil aos.
Es posible que la palabra religin provenga del latn religio, que significa creencia. Otros lingistas opinan que religin proviene del verbo latino religare, que significa unir. Una religin hace que se establezcan vnculos de unin entre personas a travs de las creencias propias de esa religin, as como vnculos verticales con la divinidad.
En cualquier caso, lo que muchos opinamos es que las religiones son fenmenos naturales, tan naturales como cualquier otro fenmeno que est presente en la naturaleza, tan naturales como cualquier otra organizacin humana que cumpla la funcin de amalgamar, de cohesionar una tribu, un pas, un imperio, una civilizacin. A lo largo de la historia, las religiones han desempeado, por tanto, una funcin biolgica de ayuda a la supervivencia del grupo. Las religiones tienen un claro fundamento: compartir una religin comn facilita la cohesin entre los individuos miembros y la diferenciacin con respecto a los extraos. Adems, todas han ido cambiando y evolucionando con el paso de los siglos, ya que los seres humanos han ido rediseando sus respectivas religiones, tanto consciente como inconscientemente.
Y por eso, como cualquier otro hecho natural, creo que las religiones deberan ser estudiadas por los nios: su importancia; sus variantes; su historia; sus simbolismos; sus respectivas creencias, textos y prohibiciones; todo ello presentado de la forma ms objetiva posible. De esa manera, cuando llegaran a la edad adulta, los nios podran elegir entre tener o no creencias religiosas y en caso de querer tenerlas, poder elegir cules habiendo sido respetado un principio que a mi modo de ver es bsico: el de la eleccin informada. El respeto de ese principio hara que los nios pudieran elegir sabiendo que en el mundo hay muchos ms credos que los que tienen sus padres y que, incluso, hay personas (personas que no tienen ni cuernos, ni rabo, ni despiden fuego por la boca) que piensan equivocadamente o no que los dioses no existen.
(La asimilacin que suele hacerse de los ateos con lo demonaco me ha trado a la memoria una ancdota. Recuerdo que en una ocasin una seora mayor, tras enterarse de mi atesmo, exclam: Pero si parecas buena persona! Tras unos segundos de reflexin, aadi: Rezar por ti, hijo mo.)
Quiero que mis hijos sean capaces de tomar sus propias decisiones, de hacer sus propias elecciones. Lo que yo deseo inculcarles no es el atesmo, sino el librepensamiento. Si las familias y los colegios educramos a nuestros hijos aislados de las ideas religiosas no estaramos dndoles la posibilidad de elegir. Y para que puedan hacerlo en materia de religin, no es necesario que se conviertan en expertos en tal libro sagrado o en tal otro, no es preciso que sepan recitar de memoria salmos y versculos (creo que no es slo que no les haga falta, sino que no sera bueno para ellos). Pero s considero necesario que tengan una comprensin bsica y en abanico de cuantos ms credos religiosos mejor.
Como hoy en da no se respeta ese principio de eleccin informada, vemos con qu facilidad los seguidores de una religin tratan como absurdas y sin sentido las creencias, costumbres y prohibiciones de las dems religiones, sin darse cuenta de que las suyas parecen igualmente descabelladas e irracionales a los fieles de otros credos.
A los cristianos, por ejemplo, puede parecerles estrambtico que un hombre crea que si muere matando a otros seres humanos su alma ir a un paraso donde le esperan setenta y dos vrgenes (siempre me he preguntado si la religin musulmana tambin considera esa situacin como paradisaca para las setenta y dos mujeres). O puede parecerles ingenua la confianza que tenan los guerreros germnicos en que si moran en combate les esperaran en su paraso las doce hijas de Odn para escanciarles cerveza e hidromiel. O pueden creer que es grotesco que un oriental est convencido de que su alma fue antes la de una rana. O que los humanos de tiempos pasados se imaginasen a su dios contento si le ofrecan una cabra en sacrificio. Y sin embargo, no les parece inconcebible que alguien pueda ascender a los cielos por levitacin hasta sentarse a la derecha de su dios. Y la nica razn por la que no se lo parece es que les ha sido enseado como cierto y repetido un sinfn de ocasiones cuando eran nios.
Todos somos conscientes y si nuestros hijos son an demasiado pequeos para saberlo, desgraciadamente acabarn aprendindolo de las consecuencias terribles: guerras, matanzas indiscriminadas, persecuciones... que ha supuesto en el transcurso de la historia, y sigue suponiendo en nuestra poca, el tratar como absurdas las creencias religiosas de los dems sin pararse a pensar en que las propias no son, ni ms, ni menos delirantes. En la historia de nuestro planeta, son las causas ms disparatadas las que ms mrtires han causado.
Las religiones son un fenmeno natural importantsimo en la evolucin y la historia de la humanidad y, como tal, deberan estudiarse en los colegios, con la misma intensidad y perspectiva que cualquier otro fenmeno humano de semejante trascendencia. Todas las religiones.
sa es mi opinin, que va en consonancia con lo que propone, entre otros, el filsofo estadounidense Daniel Dennett. Sin embargo, la simple mencin de esa idea la de mostrar a los nios en igualdad de condiciones los credos de todas las religiones y no slo los de sus familias provoca terror y despierta animadversin entre muchas personas religiosas. Como el propio Dennett dice: Estoy convencido de que a algunas personas les parecer que el mismo demonio habla por mi boca. Es una forma muy antigua de supervivencia de las religiones: ante argumentos surgidos de la razn se dice: no escuchis, es el mal que quiere confundiros!.
La transigencia entre los devotos de las distintas religiones nunca ha sido la norma histrica, sino la excepcin. Que los nios puedan estudiar como iguales todas las religiones... Menuda utopa!, pensarn muchos; no sin parte de razn.
Lo intent, quiz no con fines educativos, sino por un impulso personal, Pico della Mirandola. Su historia personal cautiva. Vivi slo treinta aos. A pesar de ello, lleg a ser un gran filsofo del Renacimiento italiano. Dada su conviccin de que cualquier enfoque poda tener su parte de verdad, reuni novecientas tesis metafsicas de todas las fuentes que l haba estudiado. Ya que era capaz de leer, adems de en griego y latn, en hebreo, rabe y arameo, con toda seguridad tales fuentes seran muy diversas: Platn, Aristteles, pitagricos, filsofos medievales islmicos, cabalsticos judos, escolsticos cristianos, etctera. Con un espritu sincrtico poco usual hasta ese momento en la historia de las religiones, quiso debatir abiertamente sus tesis en Roma. Fue excomulgado por el papa Inocencio VIII por hereje. Es lo que casi siempre ha ocurrido cuando alguien ha querido salirse del camino marcado por los dogmas: acusacin de hereja, excomunin y, si uno se descuidaba, a la hoguera. Pero no me estoy refiriendo en particular al cristianismo. Por desgracia, an en nuestros das, hay credos y sectas que siguen utilizando la pena de muerte como castigo para todo el que busca tender puentes con otras religiones si eso supone quebrar las doctrinas establecidas.
Otro ejemplo histrico: los primeros colonos que se asentaron en Nueva Inglaterra. Acudieron al continente americano buscando la libertad religiosa que se les negaba en Europa. Sin embargo, para ellos, libertad religiosa acab significando libertad nicamente para su forma de entender la religin: en 1693, los famosos procesos de Salem concluyeron en el ahorcamiento de catorce mujeres y cinco hombres acusados de brujera; otras cinco personas ms murieron en prisin. sa ha sido, desafortunadamente, una forma muy comn de entender la libertad religiosa a lo largo de la historia.
En nuestros das, en muchos rincones de la Tierra, todava se obliga a aprender de memoria, palabra por palabra, a nios y mayores, los relatos, fbulas, oraciones, aventuras, parbolas y enseanzas contenidos en un nico libro (libro que vara, segn la regin del mundo de la que procedan nuestros antepasados), al precio de despreciar los dems. La mayor parte de esos libros fueron escritos hace muchsimos siglos. Muchos de ellos cuentan historias mitolgicas que pueden ser rastreadas hasta la Edad del Bronce y, sin embargo, nios y mayores an tienen que repetirlos en forma de letanas sin fin, como si slo sus pginas contuvieran sabidura y fueran los nicos cdigos morales posibles.
No es se el tipo de educacin religiosa que quiero para mis hijos. Ni mucho menos. Por el contario, me gustara poder explicarles que, a pesar de las diferencias entre unas y otras, hay algo que todas las religiones, presentes y pasadas, tienen en comn: todas prometen a los hombres lo que estos desean. Con respecto a todas las dems cosas, es posible procurarse seguridad. Pero, a causa de la muerte, todos los hombres vivimos en una ciudad sin murallas, enseaba el griego Epicuro. se es uno de los roles que representan las religiones para los humanos: construirles una muralla. Aunque las murallas de cartn no protejan de nada.
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Pues cada religin explica muchas cosas sobre el hombre y sobre el dios o dioses en los que creen. Vale, pero dinos alguna...
Pues, por ejemplo, todas las religiones nos dan consejos sobre cmo hemos de vivir para llevar una vida buena. Eso est bien. Las religiones han sido creadas por los humanos; as que, como casi todas las cosas creadas por nosotros, en las religiones se mezclan cosas buenas con cosas que no lo son. Entre las cosas buenas estn que nos piden que nos portemos con los dems como nos gustara que los dems se portasen con nosotros. Tambin nos ensean a respetar a nuestros mayores y a cuidar de los enfermos.
Respecto a lo malo, creo que lo peor de algunas religiones es que no ensean a los nios a ser buenos porque s, sino por miedo al infierno. Adems, yo creo que todas las buenas cosas que las religiones explican pueden ensearse sin que haya que creer en dioses.
El ser humano vive y ha de morir. Y no sabe el porqu, si es que lo hay. Ah encuentran su sitio las religiones: en esa esperanza humana de que una presencia venga a reconfortarles, como los dos vagabundos de la obra de Samuel Beckett Esperando a Godot, que aguardan indefinidamente en vano la llegada de un tercer personaje, Godot, que finalmente no aparece. Aunque el precio a pagar por ese consuelo metafsico que nos brindan las religiones es, para m, demasiado alto: la ciega aceptacin de sus dogmas.
Sin embargo, es cierto que las religiones tambin nos ensean muchos principios morales, muchas normas de comportamiento y de convivencia que la mayora de las personas no religiosas compartimos plenamente. Pero, adems de estimar que son principios que se pueden ensear a travs de la familia y mediante instituciones laicas, discrepo profundamente en la manera dogmtica en la que los adultos acercan las religiones a los nios. Quiero explicar con algn ejemplo lo que yo entiendo por dogmatismo y las razones por las que rechazo plenamente para mis hijos esa imposicin de verdades innegables tan comn en todas las religiones.
Como he comentado en el prlogo, estudi en un colegio religioso, catlico. Una de las doctrinas que el catolicismo ensea a los nios es la conocida como transubstanciacin. Segn ese dogma, al pronunciar el sacerdote las palabras rituales durante la consagracin, el pan y el vino de la Eucarista se convierten milagrosamente en el cuerpo y la sangre de Cristo. Se transforma la sustancia, aunque la apariencia, sabor y textura del pan y del vino sigan siendo las mismas que antes de la ceremonia. Podra pensarse que se trata solamente de un smbolo, y si eso fuera lo que el catolicismo pretendiera ensear a mis hijos que el ritual de la Eucarista es tan slo un gesto en recuerdo de Jess no vera nada malo en ello. Sera una ceremonia fcil de comprender y podra ser considerada, incluso, conmovedora (si bien Hume no estara de acuerdo conmigo, pues en su opinin es vaco de significado el que los admiradores se coman a sus divinidades tras haberlas creado).
Pero la cuestin es que no se trata solamente de un smbolo: lo que la propia Iglesia explica a sus fieles es que no es un simple gesto alegrico, sino que realmente el pan y el vino pasan a convertirse en sustancia del mismo Jess. Y, si se quiere ser catlico, es algo en lo que hay que creer sin que se pueda poner en duda. En eso consiste un dogma.
Cada vez que, ya como adulto, me he encontrado semirrecostado en una camilla, donando sangre, nunca he podido dejar de pensar en lo fcil que sera conseguir que en los hospitales nunca faltara plasma. Seguro que muchas bodegas donaran generosamente a las parroquias sus excedentes de vino para una causa tan humanitaria.
En el captulo anterior, expona mi opinin sobre el hecho de que a los fieles de cada religin suelen parecerles disparatados los dogmas peculiares del resto de creencias, sin percatarse de que los suyos son igualmente considerados extravagantes por los devotos de otros credos. Para ilustrarlo, me parecen muy adecuadas las palabras con las que se expresaba, a principios del siglo XIX, el clrigo anglicano Charles Caleb Colton: Dejemos que cualquiera de esos que renuncian al cristianismo escriban en un libro las absurdidades en las que creen en su lugar y se darn cuenta de que hace falta ms fe para rechazar el cristianismo que para abrazarlo.
Melilla, la ciudad espaola situada en el norte de frica, suele ponerse como ejemplo de respeto y de convivencia entre religiones, ya que en ella cohabitan comunidades numricamente importantes de cuatro grandes religiones: cristianismo, islamismo, judasmo e hinduismo. Recuerdo haber mantenido una animada charla con un anciano musulmn melillense. Mientras bebamos a la sombra t a la menta, me comentaba que los cristianos le merecan un gran respeto, pero que no senta lo mismo hacia la religin de los hindes. Qu respeto me pueden inspirar unas gentes que creen en un dios con trompa!, me deca el buen seor, en referencia a Ganesha, una de las deidades principales del hinduismo, a quien se reconoce con facilidad por su cabeza de elefante.
Su parecer sobre los ateos tampoco era muy elevado, si bien en este caso lo que senta no era tanto desprecio como incomprensin: hay gente para la cual el no creer en un dios nunca ha sido una opcin y a estas personas les resulta inconcebible que alguien no tenga algn tipo de creencia religiosa, aunque sea del tipo que ellas llamaran extravagante. Se condena lo que no se comprende.
El novelista estadounidense Robert Pirsig escribi: Si algunos de los dogmas que nos inculcan las religiones nos los intentara hacer creer una sola persona, le llamaramos loco. Sin embargo, son ese tipo de cosas las que los credos religiosos quieren que creamos sin posibilidad de discusin, de forma completamente dogmtica.
Una enseanza es dogmtica cuando, de manera arbitraria, se presenta cerrada a cualquier crtica o rplica. Cuando se apoya en certezas infundadas. Cuando se ensea blindada de forma que no se la pueda confrontar a sus imperfecciones o a sus limitaciones. Cuando se presenta como algo de lo que no se puede dudar por el riesgo de acabar dudando de todo el sistema de creencias.
Y eso es lo que yo no quiero para mis hijos, porque considero que el dogmatismo anquilosa la capacidad de razonar. El carcter dogmtico de los credos religiosos mete al conocimiento cientficamente adquirido en el mismo saco que la fe ciega. Y, sin embargo, la duda es una herramienta de la que habramos de poder servirnos para descubrir la verdad siempre que quisiramos. Al no poder poner en duda ciertos preceptos, la capacidad de argumentar se paraliza.
Otra de las cosas que las religiones nos dicen y quieren imponernos es que ha de creerse en un dios para que nuestras vidas tengan sentido. Yo no opino lo mismo: considero que esa idea es errnea. A m no me resulta en absoluto necesario creer en ningn dios para darle significado a mi existencia. Por eso, pienso que no hace falta que las personas a las que ms quiero, mis hijos, tengan que creer en dioses para encontrar propsitos en sus vidas y tengan que adoptar un credo religioso, es decir, deban tener padres imaginarios impuestos por otros. Sinceramente no lo creo.
Pero no me gustara acabar este captulo que trata sobre lo que nos dicen las religiones sin haber mencionado antes que suscribo plenamente muchos de los preceptos morales que las religiones transmiten. (Es una lstima, de todas formas, que muchos de esos preceptos o mandamientos como el de no matar segn lo que los mismos libros sagrados de algunos credos invitan a pensar, sean aplicables nicamente a los fieles de la propia creencia y no al resto de la humanidad.)
Como la mayor parte de las creaciones de la humanidad, las religiones son una mezcla heterognea de cosas buenas y malas, de enseanzas loables y de otras que no lo son tanto. Muchos de los credos religiosos suelen inspirar valores intrnsecamente positivos, como la templanza, la justicia o la prudencia. Tambin inculcan en sus fieles el respeto a unos preceptos bsicos para la convivencia entre humanos: no matar, no robar, respetar a los padres, practicar la caridad, compadecerse de los que sufren y tantos otros. Es indudable que hay personas en el mundo que disfrutan de una vida mejor gracias a que otras personas ponen en prctica sus creencias religiosas. Ahora bien, como repetir en el captulo 21 (Se puede ser bueno, sin creer en dioses?), considero que son preceptos y principios que pueden ensearse a pecho descubierto, sin el abrigo de las religiones.
A todas las cosas grandes que la creencia en dioses ha conseguido, pienso que se les podran aplicar las palabras del poeta Paul Valry: El hombre es absurdo por lo que busca, pero grande por lo que encuentra.
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Hay mucha gente que opina que lo que nos han dado las religiones han sido, sobre todo, cosas malas, porque desde el principio de la historia las personas, los pueblos, las ciudades y los pases se han peleado los unos con los otros por motivos religiosos. Aunque eso es cierto, tambin es verdad que muchas personas, para obedecer los mandamientos de su religin, buscan el bien de los dems y ayudan en todo lo que pueden a la gente con problemas; por ejemplo yendo a los pases ms pobres a cuidar de los enfermos o a llevarles comida. Y eso convierte nuestro mundo en un mundo un poco mejor para esa gente que tiene menos suerte que nosotros.
Las religiones, para lo bueno y para lo malo, constituyen la base sobre la que muchas personas construyen sus vidas. Los fenmenos religiosos, tan presentes siempre en todo, habrn afectado, habrn determinado de una u otra forma, la vida de cada ser humano de la historia. Y lo habrn hecho de muchas formas diversas.
A cada persona, la religin respectiva de la poca y del lugar del mundo en el que naciera le habr aportado y le habr privado de una serie de cosas que habrn hecho que, si analizsemos todo lo objetivamente que fuese posible su balance personal, ste podra resultar extremadamente positivo, ms o menos neutro o negativo por completo. En este ltimo extremo se encontraran, incuestionablemente, todas aquellas personas que han muerto como resultado directo de una guerra religiosa o de la accin individual de un fantico cualquiera, ya sea de la religin propia o de otra.
En el polo opuesto se encontraran todos aquellos que, habiendo sido muy dichosos durante toda su vida gracias a su religin, adems han sabido transformar esa forma de vida en una ayuda constante hacia los dems. En el rostro de muchas personas que han pasado su vida en las misiones, todos podemos ver reflejada la alegra. Tambin en el de los nios a los que han ayudado a llevar una vida ms digna, ya sea ensendoles a leer, ayudndoles a construir sus hogares, acogindoles en su orfandad, proporcionndoles vacunas o de cualquier otra forma. Incluso en aquellos a los que han acompaado en sus agonas podemos intuir una mueca menos quejumbrosa gracias a su presencia.
Es posible que, mientras lean el prrafo anterior, a muchos de ustedes les haya venido a la memoria la imagen de alguno de esos misioneros, hombres y mujeres, por el renombre que llegaron a alcanzar o porque les hayan conocido personalmente. Y, sin embargo, ni siquiera ellos, con todo lo bueno que hicieron socorriendo a los dems, llegaran a estar completamente en el extremo de esa recta imaginaria que hemos trazado sobre las aportaciones positivas y negativas de las religiones. Por qu? Pues porque, obligados a seguir las directrices de sus lderes, o bien por convencimiento propio, muchos de ellos estaban en contra, por ejemplo, del uso de los preservativos y de los mtodos anticonceptivos, y su proselitismo para la expansin de esas ideas seguramente contribuy a la infelicidad de muchos. Incluso a la de esos mismos a los que, en otros aspectos, auxiliaban tanto y de forma abnegada.
Ya decamos en el captulo anterior que, al igual que la mayor parte de las construcciones humanas, las religiones encierran en s mismas una amalgama de aspectos buenos y malos. Parece inevitable. Ha habido a lo largo de la historia personas religiosas cuyas enseanzas han sido sabias y sus esfuerzos para con los dems encomiables. Pero tambin ha habido creyentes fervorosos que han originado situaciones terribles para los que las han tenido que sufrir.
Conforme nos vayamos moviendo hacia el punto central, hacia lugares ms alejados de los dos polos de esa recta imaginaria, nos encontraremos con circunstancias menos extremas pero igualmente reveladoras de cmo las religiones afectan, para bien o para mal, a la vida de las gentes.
Se me ocurre un ejemplo, que puede parecer anecdtico, pero que a mi modo de ver es muy ilustrativo de lo que quiero decir. Mi madre, de nia, era zurda cerrada, segn me contaba ella misma. Mi hijo menor tambin lo es.
Lo que les diferencia es que mi hijo puede escribir, recortar y comer con su mano izquierda. Mi madre no poda hacerlo a su misma edad porque no le dejaban; por eso he dicho que de nia era zurda. (Ahora es diestra para ciertas cosas, pero hay otras para las que an recurre a su mano hbil por naturaleza.) A la pobre, le golpearon con fuerza en su mano izquierda tantas veces cada vez que intentaba utilizarla para cualquier actividad cotidiana, como para que acabara desistiendo. En especial un to suyo, al que recuerda con pavor. Por qu le impedan utilizar su mano izquierda? Pues una de las razones podra haber sido de tipo prctico. An hoy en da s de padres que prefieren que sus hijos sean diestros porque muchos objetos de uso cotidiano, como las tijeras, son difciles de utilizar por los zurdos. Pero en el caso de aquella nia que fue mi madre como en el de otros muchos nios de tiempos pasados parece ser que el motivo que impulsaba a querer convertirla en diestra era que, desde siempre, y en ms de una religin, se ha asociado el lado izquierdo con lo maligno; mientras que el lado de la bondad siempre ha sido el derecho. Es a la derecha de Dios donde se sent Jess cuando ascendi a los cielos, nos cuentan los evangelios. Tambin nos dicen que, en el trance de la crucifixin, el malhechor bueno, aquel al que Cristo prometi que ese mismo da estara con l en el paraso, estaba situado a su derecha; mientras que el ladrn malo, el que le reprenda y se burlaba de l por no poder salvarse siendo un dios, estaba crucificado a su izquierda.
Es mi impresin que, al ser el porcentaje de diestros de mano tan abrumadoramente superior al de zurdos, las religiones, fenmenos humanos, han adoptado ese miedo natural a lo extrao, a lo que se sale de lo habitual, identificando el lado izquierdo con lo peligroso y lo pecaminoso de forma que, desde tiempos ancestrales, izquierdo equivale a siniestro.
Afortunadamente, al menos en ciertos pases, los zurdos, adems de poder desenvolverse con su mano natural sin que les violenten por ello, cuentan con objetos especiales para ellos, como tijeras, sacacorchos, abrelatas o sacapuntas que les hacen la vida ms sencilla.
Qu nos dan las religiones? es el ttulo de este captulo. Sentados junto a la barra de una cafetera, hablando sobre los progresos de este libro, un amigo de infancia me hizo una observacin que origin la escritura de esta parte.
Argumentaba l que, posiblemente, habr muchas personas creyentes de cualquiera de las religiones que, de forma ms o menos explcita, estarn de acuerdo con mis puntos de vista sobre lo absurdo del creacionismo, o sobre la indemostrabilidad de la existencia de los dioses, o sobre la falta de argumentos que sostengan la creencia en almas, o sobre cualquier otro punto. Pero que, aun as, esas personas seguirn creyendo en una u otra forma de divinidad y en una u otra forma de alma, de esencia, sencillamente porque esas creencias les aportan algo. Por ejemplo, estabilidad emocional (aunque ambos opinbamos que se trata de una estabilidad ficticia porque, en caso de perder la fe, esas personas pueden pasar a ser muy inestables).
No pude menos que reflexionar y convenir que estaba de acuerdo con l. Haba pronunciado una palabra que, a mi modo de ver, es clave a la hora de interpretar los fenmenos religiosos: aportar. Lo que ese algo que las religiones aportan pueda ser, intuyo, que variar de una persona a otra serenidad, paz interior, mitigacin de miedos ancestrales, una forma sencilla de interpretar el mundo, pero lo que s es cierto es que parece que si una persona mantiene vivas unas creencias tan cndidas y tan aparentemente alejadas de la razn es porque esas creencias contribuyen a su bienestar. La creencia religiosa es un sentimiento individual con el que uno se encuentra bien si le aporta algo, creo que fueron sus palabras.
Mi amigo tambin aadi que, con toda seguridad, el hecho de no creer en dioses tambin nos aportaba cosas a los agnsticos, a los ateos e, incluso, a los que, cmo l, se reservan su opinin y se abstienen de votar en las elecciones celestiales. Deca que, por ejemplo en mi caso, mi atesmo serva para satisfacerme emocionalmente, pero que, a muchas otras personas el atesmo no les llenara en ese aspecto. Que hay mucha gente que, a pesar de intuir en el fondo lo irracional de los postulados religiosos, necesitan sus creencias para ser emocionalmente estables.
Sus palabras me hicieron interrogarme sobre qu me aportaba a m mi no creencia en dioses. Es posible que el afirmar con rotundidad mi perspectiva sobre el asunto me haga sentir racional y congruente. Es plausible tambin que el creerme coherente, a su vez, me haga sentir mejor conmigo mismo. Y puede ser que ello les ocurra a otros ateos practicantes. No lo s a ciencia cierta, pero intu que haba mucha sabidura en sus palabras.
Aunque, desde luego, ms all de lo que, ya no el atesmo, sino nuestro rechazo del dogmatismo nos aporte, no puedo evitar seguir pensando que una de las cosas que las religiones deberan aportarnos a todos es, precisamente, congruencia en sus postulados. Como expres el astrofsico Carl Sagan: Afirmaciones extraordinarias requeriran pruebas igualmente extraordinarias.
El matemtico Laplace vino a decir lo mismo doscientos aos antes: El peso de la prueba para una afirmacin extraordinaria ha de ser proporcional a lo extraordinario de su carcter. Y no cabe duda de que la mayor parte de los postulados que afirman y dan por sentado las religiones son algo ms que extraordinarios: son inauditos.
La palabra congruencia me ha trado a la memoria un comentario irnico que citar a continuacin, ya que lo considero muy ilustrativo de lo que estamos hablando. El comentario en cuestin lo hizo el msico estadounidense Doug McLeod: Siempre he pensado que una torre de una iglesia con un pararrayos muestra una gran falta de confianza.
Pero no es slo en sus postulados en lo que las religiones habran de aportarnos congruencia: tambin deberan mostrar coherencia entre sus actos y sus palabras. Casi todas las religiones hablan de la virtud de la pobreza. Y sin embargo, muchas organizaciones religiosas son ricas y actan como lo hacen los ricos ostentosos: mostrando sus enormes riquezas sin mucho asomo de sentir que estn haciendo algo moralmente reprobable. Thomas Merton, escritor y monje de la Orden Cisterciense de la Trapa, lo expres mucho mejor de lo que yo podra seguir haciendo; de modo que le cedo la palabra: Es demasiado fcil decirle al pobre que acepte su pobreza como voluntad de Dios cuando el que se lo est diciendo tiene ropa que le da calor, mucha comida, asistencia sanitaria, un techo sobre su cabeza y ninguna preocupacin sobre cmo pagar ese techo. Si quieres que el pobre te crea, intenta compartir con l algo de su pobreza y mira a ver si t mismo eres capaz de aceptarla como voluntad de Dios.
16
Grandes... unas veinte, ms o menos, en todo el mundo. Y cules son las ms importantes, pap?
Pues las tres religiones con ms cantidad de creyentes son, ordenadas de mayor a menor, el cristianismo, el islamismo y el hinduismo. Pero dentro de cada una de ellas hay distintos grupos ms pequeos. Y cada uno de esos grupos ms pequeos cree cosas un poco diferentes de los otros grupos. Algunas religiones, como el hinduismo, creen que existen muchos dioses diferentes. Y hay otras que creen que slo hay un dios y que fue ese dios el que lo cre todo. La ms antigua de stas es el judasmo. Y del judasmo nacieron otras dos, el cristianismo y el islamismo, que son las que ms seguidores tienen en nuestros das por todo el planeta. Las religiones ms destacadas, ordenadas por el nmero de creyentes que se les estima, son: cristianismo, islamismo, hinduismo, religiones sincrticas chinas, budismo, sijismo, judasmo, bahasmo y taosmo.
En la actualidad, y de acuerdo con los datos del ao 2009 de la World Christian Encyclopedia, existen diecinueve grandes religiones en el mundo que, a su vez, se subdividen en unos doscientos setenta grupos y miles de grupsculos ms. Hay obras enteras de numerosos volmenes sobre historia de las religiones que buscan responder a la pregunta del ttulo. En este captulo nicamente he tratado de bosquejar unas respuestas rpidas que puedan transmitirse con facilidad a nios.
Histricamente, las tres grandes religiones monotestas (es decir, las que creen en un nico dios) son el judasmo, el cristianismo y el islamismo, de las cuales las dos ltimas derivan de la primera.
El judasmo se origin en Oriente Medio hace unos tres mil quinientos aos, siendo su creencia de base que el pueblo judo es el elegido por su dios, con el cual mantienen una alianza: Dios pidi a Abraham que respetaran ciertas normas las leyes de Dios y, en contrapartida, Dios se ocupara de ellos, les protegera y les dara la tierra de Israel. Su libro santo se llama Torah.
El cristianismo es, con gran diferencia, la religin con mayor nmero de adeptos en el mundo: ms de dos mil cien millones de personas, se calcula. Los cristianos creen que Jesucristo, nacido hace dos mil aos, es el hijo de Dios y el Mesas que prometa el Antiguo Testamento (una serie de libros tradicionales de los judos). Comparten con el islamismo y el judasmo su creencia en un paraso al que viajan las almas tras la muerte. Su libro sagrado es la Biblia, que incluye, adems del Antiguo, el Nuevo Testamento. Este ltimo abarca los cuatro evangelios que narran la historia de Jess.
El islamismo es, tras el cristianismo, la segunda religin con ms fieles: se calcula que cuenta en todo el mundo con unos mil millones. La palabra islam significa sometimiento a la voluntad de Dios. A sus seguidores se les conoce por musulmanes. Segn ellos, Dios envi a una serie de profetas para ensear a la humanidad cmo vivir siguiendo su voluntad: Moiss, Abraham y Jess. Mahoma fue el ltimo de ellos y fue a l a quien el islam le fue revelado hace mil cuatrocientos aos en la pennsula de Arabia. Su libro sagrado se llama Corn.
El hinduismo es la religin de la mayora de los habitantes de la India. Cuenta con unos novecientos millones de seguidores en todo el mundo, lo que la convierte en la tercera religin del planeta por nmero de adeptos. A diferencia de los monotesmos, el hinduismo no cree en un nico dios creador del mundo, ni en un solo fundador, ni en un libro sagrado exclusivo, aunque s tiene varios textos principales que se conocen como Vedas. Sus races se remontan miles de aos y una de sus creencias bsicas es que el alma pasa por un ciclo de vidas y que la reencarnacin en uno u otro ser depende de si la vida anterior fue vivida conforme a sus preceptos o no.
El budismo tampoco contempla entre sus enseanzas ningn tipo de dios creador, ni de paraso, ni de infierno. Los budistas s creen en la reencarnacin de las almas. Sostienen que las almas pasan por varios cuerpos antes de llegar al nirvana. Por ejemplo, para ellos su fundador, Gautama, pas por ms de quinientas encarnaciones antes de llegar a convertirse en Buda: fue cuervo, mono, elefante, esclavo, rey, entre otros.
El budismo comparte con otros credos de la humanidad su bsqueda de la sabidura y de la moralidad. No puedo sino identificarme plenamente con las siguientes palabras, que se atribuyen a Buda: No creis nada, oh monjes!, nicamente porque se os haya dicho que es as, o porque sea tradicional, o porque vosotros mismos lo hayis imaginado. Tampoco creis lo que os diga vuestro profesor meramente por el respeto que le debis, sino que, se tratare de lo que se tratare, creed aquello que, tras el debido examen y anlisis, os pareciere bueno y cierto.
Muchas de las religiones existentes en el mundo son del tipo pueblos elegidos por su dios, y ofrecen a sus fieles si cumplen sus preceptos ser salvados de la ira que su dios vengativo tiene reservada para los dems pueblos. Sin nimo de ofender a nadie, podra decirse que parecen clubes privados espirituales, con sus cortes de porteros que deciden quin entra y quin no en sus respectivos parasos.
Salvo raras excepciones habitualmente localizadas en Oriente los sistemas religiosos no han entrado a explorar de forma analtica las preguntas metafsicas fundamentales sino que, en lugar de ello, han utilizado a los dioses como comodines que todo lo explican y todo lo responden.
El taosmo una de esas excepciones a las que aluda tiene como principios bsicos la simplicidad, la espontaneidad, la compasin y la accin con la menor interferencia posible sobre las leyes naturales. La imagen que mejor le representa es la del agua fluyendo. Considera a los seres humanos como animales miembros del reino animal, ni superiores ni inferiores. Para los taostas, la creencia de que el hombre es algo separado de la naturaleza es profundamente errnea.
La mayor parte de las religiones tradicionales, por el contario, suelen tener la perspectiva de que el hombre ha sido colocado por los dioses en la cumbre de la pirmide de la vida. Su visin suele centrarse en el ser humano, no haciendo ms caso del imprescindible al resto de la naturaleza.
Sus estructuras, por lo comn, son autoritarias, rgidas y jerarquizadas. Eso hace que estn perdiendo parte de su atractivo para muchas personas. Algunos diran que no han sabido adaptarse a los tiempos. Sin embargo, s que nacen diariamente variantes de los credos ya existentes y tambin sectas y religiones sincrticas nuevas.
Las grandes religiones de siempre estn dejando escapar adeptos que se sienten atrados hacia credos ms minoritarios. Los seres humanos siguen buscando comunicarse con sus dioses (la necesidad del confort metafsico que ofrecen las religiones no ha disminuido); sencillamente, han surgido sobre todo en Estados Unidos y en algunos pases latinoamericanos empresarios espirituales que han sabido versionar las creencias de siempre y adecuarlas un poco a nuestro siglo.
Barcelona, 2009.
CCERES, Aldo Marcelo, La fe bahai, una nueva religin mundial?, Editorial Grficas Delos, Madrid, 1998. EHRLICH, Carl, Entender el judasmo,
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Cuestiones disputadas, Editorial Kairs, Barcelona, 2001. MORALES, Madrid, 2009. PNIKER, Agustn, Los sikhs: Historia, Jos, El Islam, Rialp Ediciones,
PUENTE, Gonzalo, La religin vaya timo!, Editorial Laetoli, Pamplona, 2010. SMITH, Huston, El alma del cristianismo, Editorial Kairs, Barcelona, 2007.
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WILBER, Ken, Un dios sociable. Hacia una nueva comprensin de la religin, Editorial Kairs, Barcelona, 2008.
PARTE VI
17
Qu es ser agnstico?
Los agnsticos dicen que no se puede saber si los dioses existen o no. Y t crees que tienen razn, verdad?
S. Me parece que lo que dicen es cierto. Como no podemos ver a los dioses, nadie puede estar seguro de que existan de verdad; nadie puede probar que existen.
Pero, por otro lado, los que creemos que los dioses son un invento de los hombres, tampoco podemos probarlo. Os acordis hace unos captulos, cuando nos inventamos un animal mitolgico? Nadie puede probar que nuestro animal no exista de verdad. Pues lo mismo pasa con los dioses: nadie puede probar que no existen.
Se dice que una persona es agnstica cuando no defiende, ni la existencia de los dioses, ni la postura contraria. Un agnstico es alguien que, dado que es imposible probar la existencia de los dioses, no cree en ellos. Los agnsticos no creen que exista realmente un dios nico que haya creado todo lo que podemos ver, ni que existan varios dioses, cada uno con sus propios poderes y encargado de unas determinadas parcelas de nuestro mundo. Pero, dado que, como hemos visto antes, no se puede probar una inexistencia, un agnstico tampoco declara abiertamente que los dioses no existan.
Fue el bilogo ingls Thomas Huxley quien, en la segunda mitad del siglo XIX, acu el trmino agnosticismo. Deriva del griego gnosis al que aadi el prefijo a, que en griego equivale a no. Literalmente, agnosticismo quiere decir no saber. Para Huxley, el agnosticismo no era tanto una creencia como un mtodo de trabajo que consista en por un lado, seguir el discernimiento de uno tan lejos como le lleve y, por otro, no tomar como ciertas conclusiones que, ni estn demostradas, ni son demostrables.
Cuando quiso definir cul era su punto de vista en materia de dioses, invent la palabra agnstico como opuesta a la corriente doctrinal de los primeros siglos de cristianismo conocida como gnosticismo, ya que, segn sus palabras, los gnsticos decan saber mucho sobre cosas de las que, en realidad, no se puede saber nada.
Entre 1860 y 1870, cuando Huxley defina su postura, la Iglesia anglicana se encontraba luchando contra los descubrimientos cientficos y teoras, especialmente la evolutiva de Darwin, que parecan chocar frontalmente contra la lectura literal del Gnesis y de otras doctrinas, tanto cristianas, como del judasmo. En ese contexto intelectual es en el que nace la reaccin agnstica de Huxley contra los dogmas. Su actitud ante la vida en general queda bien ilustrada en una de sus mximas: Sintate ante los hechos como un nio pequeo y preprate para dejar de lado cualquier idea preconcebida [...] porque, si no, nunca aprenders nada.
Aunque la palabra agnosticismo sea joven, lo que define existe desde hace mucho tiempo. Protgoras, que vivi hace ms de dos mil cuatrocientos aos, ya reflexionaba con gran lucidez: Sobre los dioses, no puedo decir nada, ni que existan, ni que no existan. Demasiadas cosas impiden saberlo.
Tambin David Hume, hace trescientos aos, consideraba que la posibilidad de cometer errores, es decir, la gran falibilidad de los seres humanos, hace que no podamos tener certezas absolutas en nada salvo en afirmaciones triviales que son ciertas por definicin, como, por ejemplo, que todos los solteros estn sin casar o que todos los cuadrados tienen cuatro lados.
Ya en pocas ms recientes, si nos atenemos a sus palabras, el gran Jorge Luis Borges tambin podra ser considerado agnstico: No podra definirme como ateo, porque hacerlo se correspondera con una certidumbre que no poseo.
En mi opinin, en materia de dioses, de inmortalidad y de otros mundos tras la muerte, si nos quedamos con el sentido literal del trmino, todos somos agnsticos: nadie puede saber con certeza. Unos se declararn testas apoyndose en su fe y otros ateos basndose en la falta de pruebas pero, si hablamos con propiedad, agnstico es lo nico que se puede ser cuando de dioses se trata.
Y cuando de otras muchas cosas se trata, en realidad. Richard Dawkins, en su libro El espejismo de Dios, ha hecho clebre la analoga de la tetera que Bertrand Russell utilizaba para explicar que, literalmente hablando, hemos de ser agnsticos en referencia a muchas cosas. Alguien podra afirmar que cree que hay una tetera orbitando en torno a Marte. Podemos demostrar que no es cierto que haya una tetera dando vueltas al planeta rojo? No. As que, si hemos de ser precisos, habremos de declararnos agnsticos en lo que respecta a la existencia o no de teteras orbitantes. Pero eso no quiere decir que no podamos implicarnos, que no podamos abandonar el punto medio de la balanza para inclinarnos, por sentido comn, hacia uno de los dos lados.
Por muchas razones entre otras porque en la mayor parte de los casos podemos rastrear sus huellas hasta encontrar a sus inventores parece evidente que las teteras orbitantes, al igual que Santa Claus, las sirenas de los mares, los silfos de los aires, los gremlins, las walkirias de la mitologa germnica... son fruto de la imaginacin de los seres humanos, aunque no podamos demostrar que no existan y, hablando con propiedad, hayamos de declararnos agnsticos sobre su existencia o no. Ahora bien, tambin creo que esa casi imposibilidad a la que nos enfrentamos de tener certidumbre en tantas cosas no implica que hayamos de renunciar a pensar, a argumentar, a sopesar cul es la opcin ms factible de entre todas las posibles.
En lo que a dioses respecta, opino que, por un lado, correspondera probar su existencia a quienes la afirman, no al contrario. Por otra parte, el hecho de que estrictamente hablando todos seamos agnsticos, no quita para que las probabilidades, aparentemente, no sean las mismas para las dos opciones que los dioses existan o que no, del mismo modo que no parece igual de plausible que haya una tetera siguiendo una rbita en el espacio como que no la haya.
Por eso, yo me considero ateo. Y aunque los agnsticos y ateos estemos en franca minora frente a testas y destas, es mi impresin que, en cuestin de dioses, el humilde razonamiento de unos pocos individuos vale ms que la doctrina de millones heredada sin cuestionar.
18
Qu es ser ateo?
Los ateos somos las personas que pensamos que los dioses no existen. Pero, cmo podis estar seguros?
No lo estamos. Por eso, si os acordis, antes hablbamos de que los agnsticos tienen razn: como ellos dicen, no se puede saber con seguridad si los dioses existen o no. Pero, aunque me doy cuenta de que los agnsticos tienen razn, yo soy ateo. Mirad, voy a intentar explicroslo. A los dos os gusta mucho Batman. No podis probar que existe ni que no existe, porque, aunque sabemos que lo han inventado los hombres, tambin es cierto que, en teora, Batman podra existir de verdad. Es decir, que tendramos que ser agnsticos de Batman. Pero los tres pensamos que Batman no existe.
Una persona es atea cuando no cree en la existencia de dioses sino como productos de la imaginacin de los seres humanos. Lo que un ateo piensa es que, si los seres humanos no existiramos, entonces tampoco existiran los dioses, porque stos son fruto de una de las capacidades de nuestro cerebro: la de imaginar cosas que realmente no existen. Si no hubiera criaturas tampoco habra dioses, dira un ateo.
En el lenguaje de la calle, del da a da, parece que el trmino ateo ha quedado reservado para cualquier persona que niegue de forma categrica la existencia de los dioses, mientras que agnstico suele usarse con la voluntad de definir una postura ms neutral. Si hablamos de rotundidad atea, Isaac Asimov parece el ejemplo ms claro. En una ocasin, cuando se le pregunt si se consideraba agnstico o ateo, respondi: Soy ateo y punto. No tengo pruebas para demostrar que Dios no existe, pero sospecho tanto que es as, que no quiero perder el tiempo.
Se podra pensar que un ateo es, simplemente, un incrdulo, es decir, una persona que necesita ver y tocar algo para creer en ese algo; una persona que no cree en dioses porque no puede verlos. No es eso, o al menos no es slo eso: tampoco se puede ni ver ni tocar la energa atmica y, sin embargo, todos conocemos su existencia. A pesar de que mi capacidad intelectual llega a duras penas a entender el concepto de energa atmica o el de energa nuclear, yo creo en ellas y no dudara en huir despavorido con mi familia si supiera que las radiaciones por fugas en una central se acercan a nosotros.
Ser ateo tampoco implica ser nihilista. De ningn modo. Se trata de dos conceptos que muchos confunden y, sin embargo, son cosas bien diferentes. El nihilismo vendra a afirmar que, si Dios no existe, todo est permitido. El nihilismo acabara llevando, sin duda, al libertinaje y a la decadencia. El atesmo bien entendido es decir, entendido como un humanismo, muy al contrario, defiende la tica como forma ineludible de convivencia entre humanos, como un bien necesario.
Un gran nmero de creyentes se figura que, si no se cree en dioses, es de todo punto imposible vivir sin sentirse desesperado. Por desconocimiento, concluyen que el atesmo, irremediablemente, lleva a la angustia vital. As pensaba Unamuno, o Kierkegaard, quien en su Tratado de la desesperacin escribi:
[...] conociendo bien al hombre, no existe uno exento de desesperacin, en cuyo fondo no habite una inquietud, una perturbacin, una desarmona, un temor a algo desconocido, [...] un miedo inexplicable. [...] nadie ha vivido nunca fuera de la cristiandad sin estar desesperado; ni dentro de la cristiandad, si no es un verdadero cristiano. En otra de sus obras, el Diario de un seductor, se expresaba as: Cuando algn viajero perdido pregunta por el camino que ha de tomar, es muy reprochable indicarle un rumbo falso [...] pero carece de importancia si se compara con el dao que se hace a quien se le impulsa a perderse por las rutas de su alma. Al viajero perdido le queda, por lo menos, el consuelo del paisaje [...] y la esperanza de que a cada recodo encuentre el buen camino; pero quien se desorienta en su yo ntimo queda recluido en un espacio muy angosto y [...] va recorriendo de continuo un laberinto del que se da cuenta que no podr salir.
Son palabras de una belleza sublime pero el genial filsofo dans se equivocaba en sus intuiciones respecto a los ateos. Sus escritos muestran claramente la impronta de su padre, un pastor del que hered su melancola religiosa.
El pobre Kierkegaard pas toda su vida angustiado, tambin durante su niez: Casi no o hablar, como los dems pequeos, del nio Jess y de la felicidad del cielo. En cambio, se me mostraba a cada momento la imagen del crucificado [...]. Nio an, era yo ya viejo como un hombre maduro.
Creo que, por lo general, los ateos, por el hecho de serlo, no vamos buscando desesperadamente el rbol en el que ahorcarnos. De ello hablaremos de nuevo en el captulo 22. La intensidad de la desesperacin no aumenta con la conciencia, con el conocimiento, como Kierkegaard crea y muchos devotos creyentes se imaginan, sino todo lo contrario.
Tambin existen an muchos lugares en el mundo en los que las perspectivas religiosas lo impregnan todo de tal manera que a sus habitantes les parece imposible que, en otras partes, se pueda vivir sin creer en ningn dios. Mucha gente an ve a los ateos como la encarnacin en la tierra del mal. Mucha gente de cualquier pas: no es necesario que viajemos mentalmente hacia lugares remotos en el tiempo o en el espacio. (No deja de ser curiosa esa asociacin inconsciente que se hace de la maldad y del atesmo dada la diferencia enorme entre la cantidad de personas que han sido asesinadas en nombre de las religiones y las que lo han sido en nombre del atesmo.)
Al respecto, me resulta extraordinariamente significativa la opinin que sobre los ateos expres, sin vacilar, George Bush padre: No estoy seguro de que los ateos deban ser considerados como patriotas, ni siquiera como ciudadanos. ste es un pas bajo Dios. Hizo tal declaracin en una rueda de prensa formal que tuvo lugar en Chicago, en agosto de 1987, a resultas de la pregunta de un periodista. Es terriblemente revelador que semejantes palabras las pronunciara en plena campaa por la presidencia de los Estados Unidos. No tena miedo a perder votos. Todo lo contrario: seguramente lo tajante de su opinin respecto a los ateos le hizo afianzar muchos votos entre el electorado republicano estadounidense que, en su gran mayora, es profundamente fervoroso y devoto de cientos de subgrupos religiosos, desde los ms tradicionales hasta los ms variopintos. En cualquier contexto patritico que se precie acabar apareciendo la conocida frase God Bless America (Dios bendiga a Estados Unidos). Al final de cada discurso poltico, por ejemplo. En todo acto pblico, en realidad.
Recuerdo haber ledo en una ocasin un artculo sobre el profundo malestar que senta un veterano polica estadounidense ateo cada vez que sonaba la cancin a la que esa frase da ttulo o, simplemente, cada vez que alguien declamaba fervorosamente las tres palabras (lo cual suele ocurrir bastante a menudo). Haba sobrevivido a los atentados de las torres gemelas pero haba perdido en ellos a varios amigos y colegas de profesin. Recuerdo que el buen hombre vena a decir algo parecido a que se sentira ridculo en los distintos homenajes y conmemoraciones respondiendo algo del estilo: S, yo tambin quiero lo mejor para mi pas en vez de repetir la frase estndar, pero que, por un lado, como ateo, las palabras no salan con normalidad de su boca y que al mismo tiempo tampoco quera contribuir a una extensin mayor an de las supersticiones ni a alentar el fanatismo religioso, un fanatismo que, aunque los extremistas fueran de otra religin, haba provocado precisamente los atentados del once de septiembre en Nueva York. En definitiva, se senta bastante aislado en un contexto, el norteamericano, en el que los agnsticos y ateos estn en franca minora. Tena que morderse la lengua para no decir en voz alta que la creencia en dioses era lo que haba empujado a aquellos extremistas a derribar las torres. Adems, durante ese da de septiembre, parece que ninguno de los dioses bendijo mucho a Estados Unidos; o, al menos, da la impresin de que todos ellos se olvidaron de incluir en su bendicin a la ciudad de Nueva York y a los pasajeros de los vuelos secuestrados.
En muchos casos, las personas religiosas no ven a los ateos como demonios personificados, como le ocurra al ex presidente norteamericano, sino que piensan que si alguien se declara ateo es porque ese alguien est enfadado con su dios debido a algn acontecimiento traumtico de su vida. En la conocida pelcula Forrest Gump, el teniente Dan Taylor pierde las dos piernas en la guerra de Vietnam. Tras varios aos a la deriva, recupera el equilibrio emocional y las ganas de vivir, lo que Forrest, el protagonista, interpreta como que el teniente ya ha hecho las paces con Dios. Al fin y al cabo, se perdona ms fcilmente a un enemigo que a un padre.
El atesmo no es nuevo; ni mucho menos. Ya Voltaire, sin llegar a ser ateo (era desta: con Dios pero contra las religiones, podra ser su divisa), cuando opinaba sobre religin hablaba de la sinrazn de algunas creencias y costumbres, cuya nica justificacin era que se haban credo o practicado siempre. Otros muchos pensadores ilustres de la historia, como Hobbes o Hume, aun teniendo inclinaciones agnsticas o ateas, no podan expresarlas con claridad por su dependencia econmica de los estados y universidades que les proporcionaban empleo.
sa es, por ejemplo, la razn por la que Spinoza rechaz varios puestos como profesor universitario y prefiri seguir viviendo tranquilamente como pulidor de lentes. Y siguiendo con Spinoza, no tiene desperdicio el texto en el que, en 1656, se anunci su excomunin de la religin juda y su expulsin para siempre de las sinagogas: Maldito sea de noche y maldito sea de da: maldito sea cuando est tumbado y maldito sea cuando se levante; maldito sea cuando entre y maldito sea cuando salga. El Seor no le perdonar; la ira y la furia del Seor prendern y sern dirigidas contra este hombre [...]. Ordenamos que nadie se comunique con l, ni verbalmente ni por escrito; que nadie le muestre ningn favor, ni permanezca bajo el mismo techo que l; que nadie lea nada escrito por l. Sus grandes delitos: haber descuidado la observancia de los ritos propios de la religin de los que le rodeaban y, sobre todo, haber pensado por s mismo.
Muchos siglos antes de que hubieran nacido todos los pensadores mencionados, en la antigua Grecia, Epicuro ya afirmaba no preocuparse mucho por los dioses, dado que los dioses tampoco parecan preocuparse mucho por los hombres. Actitud honesta y razonamiento irrefutable, segn yo veo las cosas. Pero todo es opinable: Clemente de Alejandra llamaba con abominacin a Epicuro el prncipe de los ateos. Y en siglos posteriores los telogos del cristianismo hicieron todo lo posible para borrar los rastros de la filosofa epicrea.
Adems de por el hecho de ser tan antiguo como la propia creencia en dioses, creo que el concepto en s de atesmo no debera resulta tan sorprendente a las personas religiosas. Explico el porqu: los histricamente tres grandes monotesmos suelen mirar con displicencia a las creencias, tanto actuales como de tiempos pasados, que adoran a varios dioses a la vez. Sin embargo, tal como expone Richard Dawkins, en realidad lo nico que ha hecho el atesmo es ir un paso ms all que los monotesmos al restar un ltimo dios y dejar el recuento en cero dioses. Los propios testas son ateos con respecto a cualquier otro dios que no sea el suyo propio. Lo que un ateo piensa de Yahveh, por ejemplo, es lo mismo que un judo pensar de Thor, Zeus, Poseidn, Minerva, Quetzalcatl, Taranis, Horus, Brahma, Khrishn o Ishtar.
Si una persona que cree en un dios determinado reflexiona con un espritu abierto y se plantea penetrar en los motivos por los que no cree en ninguno de los otros miles de
dioses pasados y presentes de la humanidad, estar empezando a comprender a los ateos. La seguridad con la que me doy cuenta de que la religin de otro hombre es un disparate me ensea a sospechar que la ma tambin lo es, deca Mark Twain.
Muchas cosas en la vida son de tal complejidad que resultan difciles, cuando no imposibles, de entender. Pero sta no me parece una de ellas. Da la impresin de que todo se resume en una cuestin de geografa: si uno nace en un pas en el que la religin musulmana es la dominante, la probabilidad es casi del cien por cien de que acabe creyendo en el dios de los mahometanos; si uno nace en una familia hinduista, es presumible que ese uno acabe por ser tambin hinduista. Si una persona nace en frica, es prcticamente seguro que acabar creyendo en uno u otro dios; si una persona nace en Suecia, ser atea con una probabilidad cercana al setenta por ciento.
Si hablamos de pases en los que tambin existe libertad de expresin real, pero que estn algo menos desarrollados que Suecia, da la sensacin de que declararse ateo resulta, para muchos, un paso demasiado difcil de dar. Intelectualmente, aprecian que la creencia en uno o varios dioses parece quimrica. Pero, por otra parte, acostumbrados como estn a su compaa desde nios, experimentan sin ellos un vaco, una falta de confort, que hace que no se atrevan a eliminar esa brecha entre lo que sus mentes intuyen y lo que sus corazones piden. Sin embargo, una vez abierta, tengo la impresin de que esa brecha se hace cada vez ms grande.
Una vez metido en harina, una vez analizados todos los argumentos sobre la existencia o no de dioses y de otros mundos, parece que no haya neutralidad posible. Bien uno se queda en el lado de la razn, dndose cuenta de que el agnosticismo terico y el atesmo en la prctica son las nicas vas coherentes; bien decide quedarse al otro lado de la brecha, abandonndose en los brazos de la esperanza en una vida futura, optando por la fe, apostndolo todo a favor de su dios, como argumentaba el filsofo y matemtico Blaise Pascal, del que luego volveremos a hablar. Tantsimo a ganar (Un tiempo infinito de vida infinitamente feliz, era como l lo expresaba) y tan poco a perder, sera tonto no creer en Dios.
Yo he elegido el primer lado. Llmenme tonto. Para m la fe es, tal como la defini el escritor Henri Louis Mencken: Esa creencia irracional en la eventualidad de lo improbable. En cualquier caso, como hace Comte-Sponville, opto por considerarme un ateo no dogmtico: No pretendo saber que Dios no existe; simplemente, creo que no existe. Prefiero no olvidar que ninguna inexistencia es demostrable.
Por una parte, como explicar luego en un captulo posterior, estoy convencido de que se puede ser una persona equilibrada tanto moral como emocionalmente sin necesidad de creer en dioses, aunque no sea eso lo que opinen muchas personas religiosas, que sostienen sinceramente que la creencia en un dios (en el suyo, por supuesto; no en cualquier otro) es necesaria para que un nio llegue a ser un buen adulto y no acabe defendiendo la anarqua y el libertinaje.
Por otra parte, la postura del atesmo se me antoja tanto ms fuerte en cuanto que no parece basarse al contrario que las religiones en los deseos de los seres humanos. Ms bien es al revs: creo que a todos los ateos nos gustara estar equivocados. Por qu bamos a rechazar a un padre amante que nos recibe en un paraso en el que se equilibra la balanza de la justicia y en el que podemos vivir eternamente, junto a todos aquellos a los que hemos llorado en sus funerales, si no pensramos sinceramente que todo eso no es sino una ilusin, una fbula, un mito?
La inexistencia de los dioses me parece la hiptesis, de largo, ms verosmil: si los dioses se esconden tanto, puede ser, sencillamente, porque no existen. El atesmo es una cosmovisin que ensalza la vida tanto como pueda hacerlo cualquier religin, que se inclina reverencialmente ante los misterios del mundo, pero sin aadirle toques de autoengao, a sabiendas de que ninguna rama de la ciencia podr responder nunca a la pregunta de si existen los dioses. Quiz las respuestas a las grandes preguntas metafsicas de siempre de dnde venimos?, qu somos? nos sern siempre desconocidas, pero por qu las respuestas habran de ser dioses? Es ms, por qu tendra que haber siquiera respuestas?
Las religiones tienden a llenar cualquiera de los muchos vacos que hay en el conocimiento humano con sus dioses: si no sabemos cmo se inici la vida, la respuesta es Dios; como an desconocemos algunos aspectos del proceso evolutivo, eso prueba la existencia de un creador; si no se entiende cmo se ha producido la recuperacin de un enfermo terminal, el milagro queda demostrado.
Como observ el psiclogo Abraham Maslow: Cuando la nica herramienta que posees es un martillo, todo te parecen clavos.
Lo curioso es que, detrs de cada puerta que la ciencia logra abrir al conocimiento despus de mucho esfuerzo y de vencer la resistencia retrgrada de los amigos de los mitos las religiones sigan encontrando la presencia de sus dioses. Una vez ms: la necesidad emocional de creer cierra los ojos ante cualquier evidencia.
19
No. Atesmo quiere decir, precisamente, no creer en dioses. Pero t tambin quieres que creamos en algo, no? Quieres que creamos que los dioses no existen.
Lo que yo quiero es que nadie os obligue a creer en nada. En nada, en nada. Tampoco en que los dioses no existen. Si, ahora mismo, o cuando seis mayores, vosotros queris creer en algn dios porque as sois ms felices, sois libres de hacerlo. Claro que s!
Lo que yo quiero explicaros con este libro no es que no hay dioses. Lo que yo quiero que entendis es que nadie tiene derecho a pediros que usis vuestra inteligencia para algunas cosas s y para otras no. Tenis derecho a utilizar vuestro cerebro para pensar sobre cualquier asunto. Tambin para pensar sobre si los dioses existen o no existen.
No. El atesmo no es en absoluto otra religin El atesmo es lo opuesto a las religiones porque no busca imponer creencias, sino que trata de saber. El atesmo no es un tipo de religin ms a aadir a los cientos que existen por muchos motivos, pero, sobre todo, porque los ateos somos escpticos. Qu significa ser escptico? Significa no aceptar como verdadera ninguna idea que se nos quiera implantar en la cabeza sin argumentos, sin pruebas. Y, precisamente, lo que las religiones piden a sus fieles es que crean en sus respectivos dioses, que confen ciegamente en su existencia, basndose en la fe, no en ninguna prueba.
Lo que los ateos pensamos es que, si los dioses realmente existieran, ni siquiera hara falta pedir pruebas de su existencia: slo habra que verlos y escucharles impartiendo en persona sus enseanzas.
Opino que los ateos debemos procurar no caer en los dogmatismos que suelen caracterizar a las creencias religiosas. No hay ninguna necesidad de transfigurarse en predicadores ateos. Ni creo que a la mayora nos mueva el nimo de convertir a nadie. Por un lado, no se puede convencer mediante razonamientos a una persona mstica porque, como dijo Carl Sagan, sus creencias no estn basadas en evidencias, sino en su propia necesidad de creer. Por otra parte, si sus creencias religiosas ayudan a tantos a llevar una vida dichosa y a hacer mejor la vida de otros, como seguramente es el caso, bienvenidas sean. Al fin y al cabo, uno de los principales requisitos para la felicidad es que uno est contento de ser lo que es, de creer lo que cree. Estoy convencido de que hay muchas personas felices entre las que aspiran a ganarse la paz eterna recitando a diario versculos de su libro sacrosanto.
Ahora bien, como explicar con ms detalle en el prximo captulo, tambin opino que el respeto y la tolerancia hacia las religiones no han de suponer, de ningn modo, que no se pueda reflexionar en voz alta ni pronunciarse sobre la existencia o no de dioses, si de esa forma uno piensa que va a ayudar a sus hijos a vivir una vida mejor.
En ese prximo captulo hablaremos sobre esa convencin social, tan extendida, que dice tcitamente que cuestionar un credo es una falta de respeto hacia sus fieles. En bastantes ocasiones he odo a personas que convierten la obligada cortesa en un miramiento excesivo, lo cual les hace expresarse en un modo similar a ste: La evolucin, o un dios creador, nos dot con tal cualidad o tal otra. Esa persona, al hablar de ese modo, se est mostrando muy tolerante (polticamente correcta, diramos en nuestros das). No toma partido, para que nadie se sienta ofendido. Pero es una neutralidad que, en mi opinin, es perniciosa y daina. Las pruebas a favor de la evolucin se encuentran por doquier. Las pruebas de la existencia de uno o varios dioses: ninguna. Es una cuestin de fe, diran los creyentes, no hacen falta evidencias. Creo que a una persona con convicciones religiosas debera darle algn problema ms explicarse a s misma cmo su supuesto creador, que le dot con una inteligencia, le pide que deje de emplearla cuando se trata de adorarle y de creer en l sin ms.
He dicho en el prrafo anterior que considero daina esa neutralidad porque se me antoja que muchas de esas personas, a pesar de hablar de ese modo, no creen en dioses. Y sin embargo, con su imparcialidad en pblico, estn contribuyendo a que las interpretaciones mitolgicas sigan reemplazando a las explicaciones reales. Nadie se expresara en serio diciendo el Ratoncito Prez o mi esposa no estoy seguro, pero tuvo que ser alguno de los dos dej ayer un billete bajo la almohada de mi hijo y se llev su diente.
Los padres y abuelos de todos los rincones del mundo ensean a sus hijos y nietos cosas que en mi opinin y lo que es ms curioso, en muchos casos tambin en su opinin no son ciertas. Cosas como que un dios, adems de en el cielo, est dentro del corazn de cada uno de nosotros. O como que es seguro que existe tal dios o tal otro slo porque as se cuenta en tal libro sagrado de la antigedad o porque as lo dijo tal profeta.
Yo no entiendo el atesmo como otra religin. De ninguna manera. El atesmo es, por el contrario, una forma de humanismo. De hecho, dada la mala imagen que en la percepcin popular tiene el vocablo ateo, hay muchas personas ateas que prefieren definirse a s mismas como librepensadoras y como humanistas.
Por qu el atesmo es un humanismo? Porque es un modo de acercarse a lo que nos rodea en el que el hombre y todo lo humano reinan sobre lo divino; en el que los valores humansticos prevalecen sobre otras consideraciones; en el que las explicaciones naturales arrinconan a las leyendas, las cuales, por supuesto, han de seguir jugando su papel, para quien as lo desee, de hacernos compaa.
El atesmo es un humanismo porque, si contemplamos como cierto el supuesto de que no hay dioses que se preocupen por nosotros, entonces habremos de ser los seres humanos los que cuidemos unos de otros. Cualquier creencia humanista, por el hecho de serlo, ensea, en una primera etapa, a interesarse en uno mismo ms que en la propia creencia; y, en un segundo paso mucho ms trascendente, a dejar de interesarse tanto en nuestro pequeo y redondo ombligo y pasar a hacerlo ms en el resto de la humanidad y en las cosas del mundo que afectan a otros. El humanismo ensea a pensar en otra cosa que no sea uno mismo. Invita a volverse hacia los dems y hacia la vida en general.
Como he empezado a argumentar al inicio de este captulo, el atesmo no es otra religin, sobre todo, por el hecho de que aplica un mtodo de anlisis al que las religiones son completamente ajenas: el escepticismo. El escepticismo metodolgico nos ensea que no debemos aceptar como verdadero nada que se nos d por establecido a priori y que, cuando las evidencias no sean suficientes, estamos en nuestro derecho de seguir indagando. Ser ateo es un intento de comprender mejor las cosas, la naturaleza y a nosotros mismos sin avenirse a aceptar las interpretaciones quimricas. El escepticismo es, precisamente y tal como yo lo entiendo, lo opuesto a ese dogmatismo hermtico en el cual se basan las religiones. Los escpticos no buscan imponer, sino conocer.
El atesmo tampoco es una religin de la ciencia. Sostener que slo la ciencia tiene sentido me parece exagerado. Es posible que las ciencias no puedan responder a cuestiones sobre el arte, la esttica, la espiritualidad o la tica. Son campos que, quiz, escapan a su mbito de actuacin. Eso no quita para que, adems de por sus resultados prcticos, la bsqueda del conocimiento cientfico sea, en s misma, algo que enriquece la vida de las personas. La ciencia no puede explicarlo todo. Estamos de acuerdo. Ahora bien, pretender como ocurre, por ejemplo, en un gran nmero de estados de los Estados Unidos que teoras acientficas, como el creacionismo, se enseen a los nios en igualdad de condiciones con respecto a la teora de la evolucin es como abogar por que en las facultades de medicina la hechicera ocupe el cincuenta por ciento del tiempo de enseanza de los futuros mdicos y que ambas se repartan paritariamente en los programas de los alumnos. La alternativa a una serie de hiptesis racionales siempre habra de ser otra serie de hiptesis racionales, no simples creencias sin ninguna base ni evidencia ms all de la fe inquebrantable de los que las sustentan.
Como dijo el actor y msico australiano Tim Minchin: La ciencia va ajustando sus puntos de vista en base a lo observado. Por el contrario, la fe es la negacin de lo observado para que lo credo pueda ser preservado. La negacin de lo observado para que lo credo pueda ser preservado. Me resulta difcil encontrar una mejor definicin de dogma religioso.
El atesmo nunca ser otra religin porque, sirvindome de las palabras de Glenys lvarez, a la que ya he citado antes: [...] los ateos no tenemos iglesias, ni pastores, ni panfletos. No tenemos superhroes que nos salven a nosotros y condenen a los dems. No tenemos reclutamientos forzosos, ni bautizos, ni ritos. Tampoco contamos con escritos sagrados ni con espacios exclusivos para despus de la muerte. Simplemente lidiamos con cuestiones cientficas, dudamos racionalmente y algunos plasmamos nuestras ideas a travs de charlas y escritos. [...] No tenemos ni dioses ni demonios, as que no somos ni santos ni satnicos.
El atesmo no es, de ningn modo, otro tipo de fe mstica, sino una postura ante la vida a la que podramos denominar filosfica. Es una forma de interpretar lo que nos rodea en la que no se aceptan, sin ms, conjeturas; en la que se rechaza que otros nos impongan a nosotros y a nuestros hijos sus delirios con el procedimiento de la repeticin ad infintum.
Cuando una persona no admite porque s el supuesto de que un dios exista, est ejerciendo su derecho a analizar ese supuesto de la misma forma que hara con cualquier otro: mediante el sentido comn. Adems, hay otro derecho del que tambin dispone: el de poder comunicar a otros el resultado de sus reflexiones escribiendo un libro, sin ir ms lejos sin ningn nimo de convencer a nadie, sino, sencillamente, porque as le place.
Si una persona, por falta de valor, por el miedo a ofender, molestar o irritar a la aparente mayora o, lo que es ms comn, sencillamente por comodidad, no da un paso al frente de vez en cuando para decir en voz alta lo que piensa, corre el riesgo de acabar por pensar nicamente aquello que las convenciones sociales le dejen decir. De ese miedo y de esas posturas intelectualmente cmodas han sabido siempre sacar muy buen partido las religiones.
Pero que las personas creyentes y los ateos tengamos una visin tan diferente respecto a la verdad o no del supuesto de la existencia de dioses no impide que podamos compartir muchas cosas, muchas creencias. La palabra creyentes me ha trado a la memoria una entrevista, informal pero esplndida, que hace algunos aos pude ver por televisin. El entrevistado era el escritor cientfico Eduard Punset. En un momento dado, el periodista, casi a traicin, le pregunt si era creyente. En qu?, fue la rauda respuesta de Punset. Tras un par de segundos de sonrisa socarrona que transluca con claridad que el periodista haba captado el mensaje, ste le dijo: Creyente en Dios. Como aquellos que conozcan sus obras habrn podido intuir, la respuesta, expresada con el tono amable que le caracteriza, fue: No. Punset no aadi nada ms y el periodista pas a otra cuestin. Quiz, inconscientemente, sea el recuerdo de ese dilogo tan sencillo el que me haya llevado a evitar en este libro, en la medida de lo posible, el trmino creyentes para definir a las personas con creencias religiosas.
Pero la cuestin semntica es totalmente anecdtica. La moraleja, el punto que me parece importante y que yo quiero extraer de la respuesta de Punset, es que, aunque no mantengamos creencias en dioses, los ateos creemos en muchas cosas. (Ya que, por supuesto, yo no soy quin para convertirme en portavoz de todos los ateos, quiero aclarar que, cuando digo ateos, estoy hablando en mi nombre y en el de aquellas personas con las que, adems de tener amistad, comparto una visin atea del mundo.) Los ateos tenemos en comn con los creyentes en dioses muchas creencias. Los ateos somos creyentes en valores morales universales.
Queremos, por ejemplo, transmitir a nuestros hijos principios como aquellos sobre los que escribi Nelson Mandela durante su larga estancia en prisin: La honradez, la sinceridad, la humildad, la generosidad, la buena disposicin a ayudar, cosas que deben ser la base de la vida espiritual de una persona.
Como me he puesto demasiado serio, permtanme acabar con un toque de humor. Es el atesmo otra religin? No recuerdo ni dnde ni quin, pero s recuerdo haber odo o ledo a alguien responder a esa pregunta de la siguiente manera: Decir que el atesmo es una religin es como decir que la calvicie es un color de pelo.
BUENO, Gustavo, La fe del ateo, Editorial Temas de Hoy, Barcelona, 2007. CABRERO, ngel, Vivir sin Dios, Rialp Ediciones, Madrid, 2008.
COMTE-SPONVILLE, Andr, El alma del atesmo: Introduccin a una espiritualidad sin Dios, Editorial Paids, Barcelona, 2006.
DENNETT, Daniel C., Romper el hechizo. La religin como fenmeno natural, Katz Editores, Madrid, 2009.
GARCA
SANTESMASES, Antonio,
Reflexiones
sobre el agnosticismo,
KONNER, Joan, La biblia del ateo. Una ilustre coleccin de pensamientos irreverentes, Editorial Seix Barral, Barcelona, 2008.
ONFRAY, Michel, Tratado de ateologa: Fsica de la metafsica, Anagrama Editorial, Barcelona, 2008.
VATTIMO, Gianni, ONFRAY, Michel y FLORES DARCAIS, Paolo, Ateos o creyentes?, Editorial Paids, Barcelona,
2009.
PARTE VII
SOBRE EL RESPETO
20
Qu significa respetar?
Creo que respetar a los dems significa respetar sus derechos. Y cmo respetamos sus derechos?
Pues no haciendo nada que vaya contra ellos. Voy a ver si soy capaz de explicaros esto. Uno de los derechos que tenemos todas las personas (en los pases democrticos) es el de reunirnos para hablar de lo que queramos. Algunos se juntan para, por ejemplo, hablar sobre sus dioses y rezar. Y si alguien que no cree en dioses quisiera quitarles ese derecho, con insultos o con violencia, habra que juzgar a ese ateo para llevarlo a la crcel.
Pero hay gente que opina que lo que yo estoy haciendo en este libro, es decir, explicaros que me parece que los dioses no existen, tambin es una falta de respeto a las personas religiosas. Y yo no estoy de acuerdo con eso. Porque no estoy atacando ni su derecho a creer en dioses, ni su derecho a reunirse para hablar de ellos, ni su derecho a hablar de lo que ellos creen a otras personas.
El respeto que cada persona manifiesta hacia los derechos de todas las dems es el que permite que podamos vivir en paz. Al contrario, la falta de respeto provoca enfrentamientos y genera violencia.
Pero, en algunas ocasiones, ocurre que lo que algunas personas consideran una falta de respeto hacia ellas, no es sino la expresin de una opinin distinta de las suyas. Y esto es algo que sucede con frecuencia cuando las personas que no creemos en dioses expresamos en voz alta nuestra visin de que las creencias religiosas no se basan en realidades, sino en deseos.
Tal como yo veo las cosas, hemos de intentar a toda costa ser respetuosos con los dems y no buscar nunca que se sientan molestos u ofendidos. Ahora bien, al mismo tiempo hemos de ser lo bastante valientes como para atrevernos a expresar nuestras ideas aunque sepamos que muchos no piensan como nosotros. Vamos a adentrarnos en este captulo en una convencin social muy extendida, en mi opinin errneamente: la de que cuestionar un determinado credo es faltar al respeto a los fieles de ese credo.
Aunque todos vivamos bajo el mismo cielo, no hay dos personas que contemplen exactamente el mismo horizonte, que compartan del todo la misma perspectiva.
Otros ojos nos haran ver de otra forma el mismo paisaje. (Qu son nuestros sentidos sino rganos de seleccin?, se preguntaba William James, uno de los padres de la psicologa moderna.) En palabras de la escritora Anas Nin: Las cosas, no las vemos como son; las vemos como somos. Cada uno de nosotros tiene su forma de interpretar la realidad; y eso es algo que hay que entender y ponderar.
Todas las personas con creencias religiosas se merecen respeto por parte de los que no las tenemos, desde luego. Pero en todos los credos religiosos, por el hecho de ser construcciones humanas, llegan a confundirse los hechos con las conjeturas, las realidades con los deseos, los preceptos universalmente buenos con los que no lo son tanto. Y aunque de forma educada, por supuesto, porque hablar amablemente no hace dao a la lengua, creo que los ateos podemos cuestionar sus puntos de vista sobre las cosas; creo que estamos en nuestro derecho a hacerlo.
Al fin y al cabo, como escribe el profesor de filosofa Ismael Grasa en su libro La flecha en el aire: El respeto exigible lo es hacia los derechos civiles bsicos de las personas, como por ejemplo la libertad de expresin, la libertad sexual, la de participacin poltica, la de asociacin, el derecho a la vida, el derecho a la educacin, etctera. Ahora bien, tiene derecho una persona a exigir a otra, por ejemplo, que evite la expresin creencia sin ninguna base racional, o la palabra mito, o el trmino supersticin, para hacer referencia a sus creencias religiosas? Tanto el profesor Grasa como yo mismo y otros muchos opinamos que la respuesta a esa pregunta es no. Por qu? Pues porque el lmite de nuestra libertad es la libertad de los otros, no sus creencias. [...] La libertad religiosa no ha de significar dar validez al hecho religioso.
Pienso que las religiones no habran de disponer de esa especie de licencia con la que parecen contar para no poder ser analizadas racionalmente. Si yo creyera, por ejemplo, que los gnomos o Pap Noel existen realmente, no slo como invenciones de la imaginacin humana, podra pedir respeto para mis creencias, pero no podra evitar que muchos pensaran que mi fe es disparatada, alejada de los hechos y de las apariencias. Y esos muchos se sentiran legitimados a poder expresarlo. Creo que los ateos tenemos ese mismo derecho. Es posible que a algunas personas les parezca poco respetuoso comparar la creencia en dioses con la creencia en Pap Noel y, sin embargo, las capacidades y poderes que se les atribuyen a los dioses son cien mil veces ms fantsticas que la de poder recorrer el mundo volando en un trineo. Pero, claro, lo que nos brindan los dioses la vida eterna tambin es cien mil veces ms grandioso que unos simples regalos envueltos con cuidado en papel de colores. La vida eterna... No puedo evitar acordarme del gran Quevedo: Nadie ofrece tanto como el que nada piensa cumplir.
Por qu est tan extendida esa convencin, ese acuerdo tcito, de que poner en cuestin un credo es una forma de faltar al respeto a sus fieles? Creo que, en muchos aspectos relacionados con la creencia en dioses, no reparamos en la diferencia que existe entre ofensa y dao. El filsofo Lou Marinoff nos habla de ella. Si alguien me hiere, bien fsicamente, bien en mi imagen pblica, por ejemplo con una calumnia, sufrir un dao del que yo no ser cmplice, que se habr producido contra mi voluntad. Pero si alguien me ofende, por una parte no habr dao y, por otra, en esta ocasin s que ser coautor. Por qu? Porque me lo habr tomado como una ofensa.
Ocurre muy a menudo que algunas personas se ofenden, luego acusan a otras de haberles hecho dao y creemos que tienen razn en su acusacin al no hacer la distincin entre ambos conceptos: ofensa y dao. Los creyentes que busquen motivos para sentirse ofendidos siempre los hallarn, se planteen como se planteen los argumentos que esgrimamos los ateos. Nos acusarn de irreverentes, de blasfemos. El diccionario define blasfemia como una expresin injuriosa contra los dioses, las personas, las doctrinas o cosas sagradas. Dado que las personas, las cosas y las doctrinas que cada religin considera como sagradas son innumerables, empezando por la propia existencia de sus dioses, el simple hecho de poner en duda, de querer analizar la veracidad o no de cualquiera de esos dogmas, ya se considerar un acto blasfemo, injurioso. Y, sin embargo, la blasfemia es un crimen sin daos, sin vctimas, sin criminales. Es un crimen sin crimen, bien pensado. La blasfemia es tan slo una ofensa que se produce en la mente del ofendido.
Permtanme nicamente un ejemplo de los cientos posibles. En mayo de 2011, una firma australiana de ropa present en Sdney una nueva lnea de baadores femeninos. En el estampado de uno de ellos se reproduca la imagen de la diosa Lakshmi, deidad que representa para los hindes la belleza y la salud. Las consecuencias de tan irreverente atrevimiento fueron: quema de banderas de Australia por toda la India; reprensin pblica por parte del Tribunal Supremo de la ciudad de Allahabad al peridico Hindustan Times por osar reproducir las fotos de la modelo en el desfile; llamamiento a consultas del embajador australiano en la India, y manifestaciones multitudinarias de exaltados que gritaban consignas contra Australia. Y, por supuesto, inmediata rectificacin de la empresa en cuestin, la cual declar que no tenan ninguna intencin de producir en serie el baador y se excus una y mil veces manifestando que el uso de la imagen de la diosa responda a nuestro deseo de celebrar diferentes culturas y de compartir esa celebracin a travs de nuestra marca, explicando que no era su intencin herir a nadie. No haban herido a nadie. Quiz haban querido obtener algo de publicidad gratuita pero, desde luego, no haban causado ningn dao. Simplemente, mucha gente se sinti ofendida. No es lo mismo dao que ofensa, hemos dicho antes. La afrenta imperdonable slo estaba en la cabeza de los supuestamente agraviados.
Cul fue la reaccin de los encolerizados radicales ante las disculpas pblicas de la compaa australiana? Los sentimientos de muchos millones de hindes han sido heridos y este asunto no se resolver con una simple disculpa. Desgraciadamente, es la respuesta ms habitual que los fanticos religiosos de cualquier credo han dado a lo largo de la historia en este tipo de situaciones: sembrar odio.
El ciego acatamiento algo que es mucho ms que simple respeto de esa convencin social que nos dice tcitamente que cuestionar un credo es faltar al respeto a sus fieles hace que haya nias en el mundo que no puedan ir al colegio porque la religin del lugar donde nacieron dice que las mujeres no deben hacerlo. A mi modo de ver eso s produce daos; para m eso es tortura. Como deca Albert Camus: Quiz no podamos evitar que ste sea un mundo en el cual se torture a nios, pero s que podemos reducir la cantidad de nios torturados. Cuestionar esa convencin social puede ser una manera de comenzar a conseguirlo. Y cualquier viaje, por largo que sea, siempre empieza por un simple paso, al igual que cualquier diluvio se inici con una gota de agua.
La sumisin reverencial a esa convencin social hace que asuntos que deberan importar slo a los implicados, como las relaciones homosexuales, ocupen ms tiempo en las preocupaciones de muchos fanticos religiosos que los genocidios o la muerte por enfermedades curables o tantas otras cosas que afectan an, producindoles dao real, a tantos seres humanos. El respeto a los dogmas, para algunos se convierte en algo ms importante que dar de comer al hambriento.
La mansedumbre con la que se acepta esa convencin social hace que no se ensee a los nios como bueno el cuestionar las propias creencias tanto como las de los dems. Como deca en el prlogo, creo que los nios pueden aprender a pensar libremente sin que las personas con convicciones religiosas tengan por qu sentirse atacadas. Pero, desgraciadamente, si alguien se empea en sentirse ofendido porque otros no compartamos sus mismas respuestas a las preguntas metafsicas, no hay nada que podamos hacer. Christopher Hitchens, especialmente clebre por su libro titulado Dios no existe, era algo ms extremo que yo en su forma de rebelarse contra esa mansedumbre. Deca l que las personas a las que no les gusta que se burlen de sus creencias no habran de tener creencias tan graciosas.
Otro aspecto que me parece importante: no hay que confundir tolerancia con cobarda. Hay que ser tolerante con los intolerantes? Creo que es una pregunta extraordinariamente difcil de responder. Como observaba Baltasar Gracin: Aunque el s y el no sean fciles de pronunciar, dan mucho que pensar. Pero me atrevo a opinar: creo que la respuesta es no. No se ha de ser tolerante con los intolerantes. Lo peor de los extremismos religiosos no son tanto sus contenidos doctrinales aunque tambin como sus fanticas certezas en ellos mismos y sus intolerancias para con los que disienten. Los lderes religiosos radicales, esos que encuentran placentero mostrar un poder al que no saben sacar partido de forma ms inteligente, suelen ejercer una autoridad incontestable sobre sus fieles. Si alguien se atreve a discutir los credos oficiales, pasa a ser un hereje, un paria, un enemigo. Hace falta valor para poner en duda un dogma, sabiendo que los intolerantes te van a acusar de renegado y blasfemo. Es ms fcil no cuestionar los dogmas y presumir de respetuoso, especialmente si tenemos en cuenta que, en tantos y tantos lugares del mundo, los blasfemos an son llevados ante los tribunales y, en algunos casos, condenados a muerte.
Creo que el miedo a que los intolerantes se sientan ofendidos no debe evitar que luchemos para que las religiones dejen de obstaculizar, de una vez por todas, el acceso a los hechos, al conocimiento, al avance de la ciencia.
Tambin hace falta coraje, en este caso intelectual, para sentarse a examinar los principios propios, sobre todo si uno de esos principios es, precisamente, que nunca deben cuestionarse los principios heredados. Es necesario ese tipo de valor para atreverse a mover los cimientos de las creencias recibidas y disentir de las opiniones tradicionales de los que nos rodean, sabiendo que, para muchos, tradicional es sinnimo de cierto.
Est muy extendida la opinin a mi parecer errnea de que en los pases occidentales no hace falta defender el atesmo porque en ellos las religiones y los estados aconfesionales (aconfesionales slo nominalmente) conviven armoniosamente gracias a un pacto llamado laicismo; que es nicamente en otras partes del mundo donde hay un problema de intolerancia hacia los ateos; que en los pases de tradicin cristiana es en donde ms se respeta a los que no creen en dioses. Eso es parcialmente cierto en buena parte de Europa y de Latinoamrica (en Estados Unidos sin embargo no lo es), pero pienso que no es gracias al carcter ms tolerante en s del cristianismo, sino a que, en siglos pasados, hubo muchas personas que no se conformaron con los dogmatismos que les imponan y lucharon contra la brutal intolerancia existente hacia todo aquel que disenta. Si el cristianismo en Europa ya no genera tantos fanticos, si no produce terroristas en serie como ocurre con otras religiones, creo que no es por su carcter ms benigno que el de otros credos, sino gracias a que el conocimiento cientficamente adquirido ha ido ganando su posicin, siglo a siglo, a fuerza de renacimientos humanistas, de ideas ilustradas y de revoluciones del pensamiento, ocupando as parte del espacio que antes llenaban las supersticiones impuestas a las gentes de forma dogmtica. En otros lugares del mundo, eso an no ha ocurrido. Se trata de una pugna que, en buena parte de nuestro planeta, an no se ha ganado.
Creo que las personas no religiosas debemos alzar la voz ante los extremismos para que, en las regiones del mundo en las que dejaron de tener cabida, no vuelvan a encontrar hueco. Y para que, de ser posible aunque a lo peor no hay un de ser posible ms loco que se, dejen de impregnarlo todo en tantos otros rincones de la tierra. No debemos colaborar con el silencio cmplice del que no se atreve a calificar de absurdas las creencias en divinidades.
El respeto hacia las creencias religiosas tampoco debera implicar que las personas que no las tenemos veamos nuestras vidas, en ciertos aspectos, tan determinadas por ellas. Me estoy refiriendo, en particular, a la muerte asistida en el caso de enfermos terminales. Pienso que, de la misma forma que cualquier ser humano tiene derecho a la vida, debera tener derecho a elegir su forma de morir. Las personas religiosas s que tienen ese ltimo derecho: por muy difciles que hayan llegado a ser sus condiciones fsicas, nadie les obliga a morir. Pueden elegir no morir hasta que su dios decida llamarles a su lado. Y, sin embargo, las personas que no creemos en divinidades tenemos completamente cercenado ese derecho a elegir las condiciones de nuestra muerte, pudiendo ejercerlo solamente si tenemos suficiente solvencia econmica como para ir a morir a Suiza. Sin mucho esfuerzo puedo contemplarme a m mismo en un futuro con una parlisis completa de todo mi cuerpo pero con un cerebro en buen estado. Creo que preferira morir, pero no puedo estar seguro. De lo que s estoy convencido es de la terrible impotencia que sentira al saber que no tengo capacidad de eleccin, que no puedo decidir sobre las condiciones de mi muerte, que no se respetan mis ltimas voluntades, por el hecho de que las creencias religiosas de unos cuantos (y el respeto exagerado hacia ellas de unos muchos) se infiltran en todo aun hasta el punto de tener que seguir sufriendo nicamente porque los supuestos inverosmiles de los credos religiosos valen ms que mi visin del mundo, y ello en relacin a un asunto que me concierne slo a m y a mi familia: mi vida y mi muerte. Se me llevaran los demonios, si me permiten la broma sin gracia.
En la mayor parte de los pases europeos (de otros lugares del mundo, ni hablamos) los polticos no se atreven a plantear abiertamente este asunto porque saben el revuelo que causara: todas las fuerzas religiosas se movilizaran para luchar contra la propuesta. Y, sin embargo, contra lo que estaran luchando en realidad es contra el derecho de cualquier persona en pleno uso de sus facultades mentales a tomar las disposiciones que quiera sobre el tramo final de su vida, algo que, si se dejan de lado las supersticiones, a mi modo de ver es de puro sentido comn. Un derecho con el que, por otra parte, las personas religiosas ya cuentan y que, sin embargo, insisten en negarnos a todos los dems. Quienes estn en contra de la muerte asistida no estn obligados a nada pero, por el contrario, nos obligan a todos los dems a morir como ellos quieren llamndonos cobardes por querer morir. En cualquier situacin de la vida, por muy extrema que sea, intuyo que se necesita mucha valenta para, en pleno uso de las condiciones mentales, querer acabar con todo. Si alguien se ve abocado a tomar esa decisin, estoy seguro de que no lo har de buen grado.
La imposibilidad de elegir morir dignamente es slo un ejemplo de cmo las creencias religiosas lo impregnan an todo, incluso en zonas del mundo en las que se supone que no es as.
Regresando a la cuestin inicial del captulo, sobre en qu consiste el respeto hacia las personas devotas, creo que la tolerancia hacia las religiones no habra de suponer, en ningn caso, que no se pueda reflexionar en voz alta y pronunciarse sobre la existencia o no de dioses. Como cada una de las religiones y de sus miles de variantes tiene su propio concepto sobre lo que es blasfemia aunque podemos abreviar diciendo que, en caso de duda, todo lo es si nos dejramos amedrentar por el miedo a blasfemar no podramos hablar sobre religiones. De hecho, eso es lo que realmente acaba por ocurrir: el temor cierra casi todas las bocas.
Inclino mi cabeza respetuosamente ante todas las creencias religiosas. Entiendo que tienen su origen en el miedo a la muerte, algo que compartimos todos los humanos. Es instintivo. Lo desconocido nos da pavor y la muerte es el smmum de lo desconocido. Pero, segn mi forma de interpretar la realidad, la mejor forma de librarse de ese miedo instintivo no es conformarse con explicaciones propias de fbulas, sino esforzarse por comprender las respuestas sobre el mundo y sobre nosotros mismos que nos ofrecen los conocimientos cientficos. La cuestin que me cautiva es cmo vivir mi vida de la mejor forma posible, no la de si hay otra vida despus de la muerte.
En cualquier caso, profesar una religin, con su correspondiente creencia en un paraso, es un derecho. No profesar ninguna tambin lo es. Y ambos deben ser protegidos por igual. Sera horroroso caer en un dogmatismo inverso, en una especie de atesmo como religin de estado, como ya ocurri en la antigua Unin Sovitica y sigue ocurriendo en Corea del Norte y en algunos otros rincones del planeta.
Nunca hemos de resguardar nuestro derecho a ser ateos tan acrrimamente como para que se nos olvide que creer en dioses es legtimo. Aunque no comparta la visin del mundo de los testas, podra decir, versionando la clebre cita de Voltaire, que luchar por su derecho a expresarla. Cualquier fanatismo es nefasto, incluido, por supuesto, el fanatismo ateo. Los seres humanos han de tener derecho a sostener creencias religiosas, han de ser libres para ello, aunque algunos pensemos que uno slo es realmente libre si se sirve de la razn en vez de dejar que los miedos atvicos gobiernen sus vidas. El miedo expulsa de mi corazn cualquier sabidura, escribi Cicern.
Otro derecho que todos debemos amparar es el de no manifestar si se tienen o no creencias religiosas. Me viene a la memoria una ancdota, pero no recuerdo el nombre del protagonista. S que era un personaje pblico al que, en una entrevista, o quiz una rueda de prensa, le interrogaron sobre si crea o no en Dios. Su respuesta literal fue: A usted qu le importa!
Es cierto que el seor en cuestin podra haber sido ms educado en su rplica, pero creo que, en el fondo, tena razn. La libertad religiosa lleva implcito, segn yo la entiendo, el derecho a que no nos pregunten sobre nuestras creencias. O, al menos, el derecho a no responder. Al fin y al cabo, creo que todos deberamos ser considerados en funcin de nuestra conducta hacia los dems, no de nuestros pensamientos privados.
En definitiva, pienso que, tambin en asuntos religiosos, es necesario preservar como un tesoro el derecho a ser diferentes.
Me gustara acabar este captulo sobre la tolerancia con la que creo que es la mejor definicin que se ha hecho de lo que es respetar. Nos la brind John Stuart Mill cuando hablaba sobre la libertad. Segn yo lo entiendo, ser respetado es disponer de: [...] la libertad de buscar nuestro propio bien a nuestra manera, siempre que no intentemos privar a otros de la suya u obstaculicemos sus esfuerzos por obtenerla, [...] la libertad para formular el plan de nuestra vida que mejor se adapte a nuestro carcter, la libertad para hacer lo que nos guste [...], sin impedimento por parte de nuestros semejantes, siempre que lo que hagamos no les perjudique, incluso aunque piensen que nuestra conducta es estpida, perversa, o equivocada.
GRASA, Ismael, La flecha en el aire. Diario de la clase de filosofa. Editorial Debate, Barcelona, 2011.
RUSSELL,
Bertrand, Por
qu no soy
cristiano?, Los libros de Ssifo (Edhasa), Barcelona, 2007. VOLTAIRE, Tratado de la tolerancia,
PARTE VIII
21
S, claro que uno puede ser bueno aunque no crea en dioses. Y malo?
Malo tambin. Y bueno y malo al mismo tiempo, que es lo que nos ocurre a la mayora de la gente. Todas las personas, crean o no en dioses, a veces cometen malas acciones, acciones que hacen dao a otros. Pero tambin todas las personas, creamos o no en dioses, tenemos momentos en los que hacemos cosas muy buenas por los dems. sa es mi opinin.
Sin embargo, muchas personas religiosas opinan que hay que ensear a los nios a creer en un dios (ojo!, pero el dios en el que sus familias han credo siempre, no en otros) para que sepan diferenciar el bien del mal. Estn convencidas, con toda su buena intencin, de que los nios necesitan ser educados en el amor y el temor a su dios para que sepan portarse bien. Yo pienso que eso no es cierto.
Aunque existan, las personas totalmente buenas o las que presentan comportamientos siempre perversos no son la norma y, en cualquier caso, hay ejemplos por igual de ambos tipos tanto entre las personas con creencias religiosas como entre las que no las tienen. La misma idea la expresaron infinitamente mejor las palabras de Terencio: Soy un hombre y nada de lo humano me es ajeno; o las de Montaigne: Cada ser humano lleva en s toda la forma de la condicin humana.
Pero en la percepcin popular, an se sigue asociando el trmino atesmo con la ausencia de principios. Es una convencin social extraordinariamente extendida la que nos dice que la moral es un campo que se ensea mejor desde la religin. Mucha gente cree que los nios han de ser educados en una religin para que lleguen a ser buenos adultos.
A mi modo de ver, sa es la razn por la que tantas personas, sobre todo padres, y especialmente en Europa, siguen siendo nominalmente religiosas aunque no crean realmente en divinidades ni en otros mundos que nos esperan tras la muerte. Incluso en aquellas familias en las que la fe no es ardiente y no se asiste a los servicios religiosos (salvo, quiz, en las fechas ms sealadas), an se sigue percibiendo la religin propia como una parte vital de la educacin de los hijos.
Yo no lo veo as. No estoy de acuerdo con esas personas. Pienso que no es necesario creer en dioses para saber lo que est bien y lo que no. Como deca en un captulo anterior, preceptos morales bsicos para la convivencia como no matar o no robar y valores innegablemente positivos como la honestidad, la amabilidad, la caridad, la compasin, la fortaleza o la empata hacia el resto de seres humanos pueden practicarse por los adultos y ensearse a los nios sin necesidad de acompaarlos de la creencia en dioses. Es ste un punto que creo crucial ya que, como he dicho, por mi experiencia s que hay muchos padres que, a pesar de no creer ellos mismos en dioses, s creen que ensear preceptos religiosos a los nios es una forma de conseguir que sean personas decentes, una manera de ensearles cmo vivir una vida virtuosa y buena.
En mi opinin, hay muchas personas en los pases occidentales que comparten la visin de la novelista Octavia Butler: La religin tiene sus peligros, porque se le pueden dar malos usos y puede irse fcilmente de las manos, pero es til para mantener a la gente en el buen camino.
Como ya he mencionado, yo no estoy de acuerdo. Estoy convencido por el hecho de experimentarlo todos los das en m y en otros de que no es necesario creer, ni en dioses, ni en otras vidas, para ser una persona con moralidad. Se puede ser lo que se entiende por un buen nio y un buen adulto sin tener fe en ninguna deidad. Como muy bien supo expresar el compositor y msico Steve Allen: No es la dureza de corazn ni son pasiones malignas las que llevan a ciertos individuos al atesmo, sino, ms bien, una escrupulosa honestidad intelectual.
Por otra parte, el hecho de que los humanos seamos capaces de actuar con valenta, de mostrarnos compasivos, de ser altruistas, de comportarnos ticamente, ya no es necesario explicarlo argumentando que una divinidad nos ha insuflado todos esos valores a travs de las enseanzas de sus profetas o imprimiendo en nosotros ideas innatas.
La seleccin natural basta para esclarecerlo: el altruismo, la compasin, el comportamiento tico y el coraje son ventajas selectivas que hacen que la transmisin de nuestros genes, as como nuestra supervivencia y la de nuestro grupo, sean ms factibles.
Adems, sera ser bueno actuar de forma correcta nicamente por temor a un dios omnipotente que todo lo ve y por miedo a su castigo? No sera, ms bien, ser prudente? Pascal opinaba que es muy estpido no creer en la existencia de Dios. Argumentaba que, a pesar de que las pruebas para su existencia no son concluyentes, ha de creerse por lo mucho que hay a ganar y lo poco que se pierde. Creyendo en Dios y, en consecuencia, siguiendo sus preceptos, si al final Dios existe se gana el paraso; si no existe, no se pierde nada. No creyendo, si al final existe, se va al infierno; si no existe, no se gana nada (ni siquiera la vanidad de estar en lo cierto, porque no habr nadie esperndote para decirte tenas razn!). Pascal, adems de un genio matemtico, era parece evidente un hombre cauteloso. Pero, en mi opinin, su actitud no es un buen ejemplo de moralidad. Pienso que una accin no es moralmente buena si se realiza esperando cosas a cambio. No hay que actuar correctamente por si hay un dios, sino por los principios que cada persona se haya impuesto a s misma. Aunque los dioses no existan, aunque no haya nada despus de la muerte, como parece ser, eso no nos dispensa de cumplir con nuestro deber, es decir, de actuar ticamente.
Tampoco me parece la ms ntegra la actitud del dios en el que Pascal crea: uno que niega el paraso a todo aquel que no le adore y que parece que se preocupa ms por sus manzanas que por sus hijos, como dijo Diderot. Es comprensible que dioses creados por los hombres tengan rasgos tan humanos, decamos en un captulo anterior.
Estamos analizando la opinin de muchas personas bienintencionadas que creen que, sin religin, los nios no pueden ser educados moralmente. Estamos seguros de que los libros sagrados son, en todo, las mejores guas de conducta posibles para nuestros hijos? Ms bien considero que dada la ingente cantidad de parbolas que contienen, la diversidad de autores y fuentes de las que proceden, los muchos siglos que han pasado desde su nacimiento y cmo han cambiado nuestros puntos de vista sobre muchas cosas en ellos se contienen tantas aberraciones como enseanzas sabias.
En el libro del Gnesis se nos cuenta la historia de la mujer de Lot. No puedo dar su nombre porque en el Antiguo Testamento no consta. Con toda seguridad, en los tiempos en los que la leyenda surgiera no se haba odo hablar an del trato igualitario entre sexos. As que la buena seora es conocida nicamente como la esposa de Lot. La pobre mujer fue convertida por Yahveh en estatua de sal por desobedecer la orden que le haban transmitido los ngeles de no darse la vuelta hacia Sodoma mientras huan. Una historia muy salada, pensarn algunos; pero yo no le veo la gracia. La desproporcin entre falta y castigo se nos hace evidente. Y sin embargo, ya en el Nuevo Testamento, Lucas se sirve de este caso como ejemplarizante ponindolo en boca de Jess: Recordad a la mujer de Lot! Tambin nos cuenta Lucas la suerte que corrieron los habitantes de Sodoma y que no parece muy propia de una ejecucin asptica, sin ira: Dios hizo llover fuego y azufre y los hizo perecer as a todos. Son historias que buscan mostrar la sumisin a Dios como virtud. Ahora bien, en nuestros das, no me parecen las mejores formas de que los nios aprendan obediencia a los adultos y respeto a las normas. Especialmente si se cuentan como ciertas, si se cuentan como algo ms que simples leyendas de civilizaciones ancestrales.
Otro de los relatos que narran las tres grandes religiones monotestas (en la Biblia cristiana lo hace el libro del Gnesis) es que Abraham estuvo a punto de degollar a uno de sus hijos con un cuchillo y hacer arder su cadver en una hoguera porque su dios se lo haba ordenado. No lleg a hacerlo ya que, en el ltimo momento, se le apareci un ngel que le ofreci un carnero para sacrificar en lugar de su hijo. Si alguien nos contara hoy eso mismo (una historia que, al menos cuando yo era nio, me pusieron como ejemplo positivo de obediencia a Dios), llamaramos inmediatamente a la polica, la cual a su vez avisara a un juez de menores y a un psiquiatra forense para que se ocupara del padre, y a un asistente social y a un psiclogo para atender al muchacho. Lo que el nio (para los cristianos el hijo de Abraham que sufri el episodio fue Isaac, mientras que para los musulmanes fue Ismael) sinti al notar el cuchillo en la garganta parece que no importaba mucho en aquellos tiempos; ni parece que importe en los nuestros, si an hay gente que cree que esta historia contiene modelos de conducta ejemplares. El profesor de bioqumica Isaac Asimov, ms conocido por sus libros de ciencia-ficcin, manifest: No hay nada que pueda darle ms fuerza al atesmo que leer con detenimiento la Biblia.
Pero no se trata nicamente de si los libros utilizados por las religiones son los ms adecuados para ensear tica a nuestros hijos: tambin podramos poner en cuestin a los profesores. Manuel Gonzlez Prada, el escritor modernista peruano, se preguntaba, a principios del siglo XX, sobre las cosas que podan ensear a la juventud los pastores de las distintas doctrinas religiosas: Para ensear ingeniera, buscamos ingenieros. Para ensear medicina, mdicos. Sin embargo, para educar a hombres destinados a establecer una familia y a vivir en sociedad, elegimos individuos que [...] no saben lo que encierra el corazn de una mujer, ni de un nio. Cmo formar a personas tiles para sus semejantes el iluso que [...] hace gala de no pertenecer a la Tierra, sino al Cielo? Qu sabe de pasiones humanas el mutilado del amor (del amor en pareja, matizara yo)?
Tambin me cuesta mucho ver como guas para nuestra moralidad a muchos de los lderes religiosos, tanto de nuestros das, como del pasado. En Estados Unidos hay veintin estados donde es legal que los profesores infrinjan castigos corporales a los alumnos, que les golpeen fuerte con una vara de madera hasta hacerles moratones, por ejemplo. Y, de hecho, no slo son castigos legales sino que llegan a aplicarse. Esos estados son, precisamente, y con una correlacin perfecta, aquellos en los que ms poder los grupos cristianos ultraconservadores tienen. Es realmente bueno para el desarrollo emocional de un nio y para una mejora en su comportamiento someterlo al dolor fsico y a la humillacin pblica, como sostienen muchos lderes religiosos norteamericanos?
Es una convencin social muy aceptada y extraordinariamente difundida que las cuestiones sobre moralidad, sobre el bien y el mal, han de ser respondidas desde una perspectiva religiosa. Sin embargo, considero que se puede explicar a los nios sin necesidad de acompaar la explicacin con creencias en dioses aspectos morales que, en nuestros das, parece que habran de ser universales. Como, por ejemplo, que la amabilidad y la disponibilidad para ayudar al prjimo harn ms feliz la vida de los otros y la propia. O como que el acto de ayudar es ms hermoso si se dirige a un desconocido (estoy de acuerdo con Kant, el cual pensaba que una accin, para que pueda ser considerada como realmente moral, ha de ser desinteresada). O como que podemos hacer las cosas que nos producen alegra siempre que no supongan un dao ni para otros ni para nosotros mismos. O como que se ha de respetar los derechos bsicos de los dems seres humanos, nios incluidos, as como sus creencias, deseos y opiniones.
Cualquier individuo ha de poder hacer lo que quiera siempre que su accin no perjudique, no haga ningn dao, a nadie.
Bernard Shaw tambin nos peda, con mucha gracia y sentido comn, no hacer a los otros lo que te gustara que te hicieran a ti: puede ser que tengan gustos diferentes. Dicho de otro modo: siempre es mejor preguntar antes.
En mi opinin, actuar moralmente es hacer lo que est bien, independientemente de lo que digan al respecto las religiones. Por el contrario, en muchas ocasiones las religiones ensean a hacer lo que ellas dicen sin cuestionarse si est bien o no. Como dijo en una ocasin el premio Nbel de fsica Steven Weinberg: Con o sin religiones, habra en el mundo gente buena haciendo cosas buenas y gente mala haciendo cosas malas, pero para que buenas personas hagan cosas malas hacen falta religiones.
En definitiva, que no hacer a los dems lo que a ti no te gustara que te hicieran y hacer a los dems slo aquello que te hayan dicho que desean son dos pautas muy humildes que todos los nios pueden entender. No slo las pueden comprender; tambin pueden aplicarlas a sus vidas en su convivencia con los dems sin que sea preciso inculcarles ninguna creencia en otros mundos. Los humanos no tenemos necesidad de dioses para ser rectos: tenemos conciencia.
As, pues, en respuesta a la pregunta que da ttulo a este captulo, yo dira con certeza que s. S, se puede ser bueno sin creer en dioses. La bondad, como la maldad, es muy difcil de definir. Pero es sencillo reconocerla. En muchas personas, religiosas o no, todos sabemos apreciar la bondad sin miedo a equivocarnos.
22
Eso es. Y, sin embargo, no cree en dioses. Y hay otra mucha gente como ella, que no sigue ninguna religin, pero que es muy feliz y hace feliz a otras personas. Tambin hay muchsima gente alegre que es religiosa. Y hay ateos que sonren muy poco. O gente de cualquier religin que no se re nunca. Me parece que la felicidad y creer en dioses son cosas que no tienen mucho que ver. A lo largo del libro he dejado entrever claramente la que, para m, parece ser la respuesta a esa pregunta. S, por supuesto que se puede ser feliz sin credos religiosos. Como se puede serlo con ellos. Pero, a pesar de que muchos opinamos que se puede ser una persona sanamente alegre sin tener creencias religiosas, hay muchos otros que creen que su dios es necesario para darle sentido a todo, para guiar sus conductas y, tambin, para hacer que sean felices. Creen que sin ese dios que, segn ellas, contempla nuestras acciones y es el padre de todas las cosas, no podran tener unas vidas dichosas.
No fue precisamente falta de dicha lo que experiment Robert Green Ingersoll conocido por ser un firme defensor del agnosticismo en el siglo XIX cuando consigui liberarse de la influencia de su padre, un pastor presbiteriano radical. As describe Ingersoll lo que sinti: Cuando me di cuenta de que todos los espritus y dioses eran mitos, entr en mi cerebro [...] el sentimiento y la alegra de la libertad [...] Era libre, libre para pensar, para expresar mis ideas, para vivir mis propias ideas [...] libre para usar todas mis facultades, libre para extender las alas de la imaginacin, libre para investigar, para dudar y soar, libre para juzgar y determinar por m mismo, libre para rechazar todos los credos ignorantes y crueles, todos los libros inspirados y todas las leyendas brbaras del pasado [...] libre de todos los que se creen elegidos, libre de los errores santificados y de las mentiras sagradas, libre del miedo al castigo eterno, libre de los monstruos alados de la noche, libre de fantasmas, demonios y dioses.
Segn yo lo veo, nuestras acciones y nuestros pensamientos nos hacen buscar el bienestar de forma natural a todos, aunque no creamos en dioses. Pero sern nuestro carcter y las circunstancias personales de cada uno las que harn que encontremos a menudo, o no, esos momentos de alegra, de estar contentos. Quien observa el mundo no se est limitando a contemplarlo: lo est tambin construyendo en su cabeza. Una persona ser ms o menos dichosa en funcin de cmo perciba su entorno y esa percepcin se nutre de sus propias experiencias cognitivas, pero tambin de las sensoriales y afectivas. Dicho de otra forma: nos afectan tanto las cosas en s mismas como las opiniones que nos hacemos sobre las cosas. En lo que a estados de nimo se refiere, en muchas ocasiones s que hay humo sin fuego.
Una persona de carcter melanclico tendr tendencia a construir opiniones mustias sobre las cosas, con independencia de que tenga una visin religiosa del mundo o no. Y todos, msticos y no msticos, sufrimos de momentos en los que nos sentimos de un humor desapacible, como el cielo cuando est encapotado, momentos en los que nos mostramos ms fcilmente irritables o tristes. O, al contrario, todos disfrutamos de instantes en los que la alegra e, incluso, la euforia nos invaden por cualquier motivo. En palabras de Sneca: Vers a los mismos hombres pasar en muy poco tiempo de las convulsiones de la risa a las de la rabia.
Hace algunos aos, en un discurso de Navidad televisado de la reina de Inglaterra (si est usted, querido lector, preguntndose sobre mis gustos televisivos, piense en esos momentos que todos sufrimos de vez en cuando en los que nos quedamos viendo en la tele cosas inslitas durante unos minutos) le escuch expresar una idea con la que recuerdo me sent identificado inmediatamente.
Explicaba ella que por sus circunstancias personales haba tenido que tratar con miles de personas en el transcurso de su vida. Pues bien, de entre todas esas personas, haba acabado por descubrir que las que eran ms felices siempre tenan un denominador comn: eran gentes que dedicaban buena parte de sus energas y de sus pensamientos a los dems. En otras palabras: eran de naturaleza altruista. No me pareci una mala reflexin en poca navidea: esforzarse por olvidar un tanto las propias cuitas y volcarse con los dems, con la vida, como medio de ser ms feliz uno mismo. Una bendita referencia circular.
Hay mucha gente maravillosa que se consagra al servicio desinteresado a los dems a travs de rdenes y movimientos religiosos. Pero tambin las hay que, dado que no creen en dioses, lo hacen a travs de organizaciones laicas. Y tanto unas como otras sern ms felices por el hecho de ofrecer parte de su tiempo o todo a ayudar a otros. Estoy convencido. Con la particularidad de que el ganarse la gloria eterna no ser uno de los motivos de los altruistas no religiosos. Ayudarn a otros por el simple hecho de que, haciendo que se encuentren mejor las personas que reciben su ayuda, se sentirn mejor ellos mismos. Un altruismo egosta, sin que la aparente contradiccin sea tal, ya que todos, donantes y receptores, saldrn ganando en bienestar.
Est bien: si uno hace cosas que le producen alegra puede ser plenamente feliz, tanto si cree en dioses como si no. Parece que tiene sentido. Ahora bien, otra cuestin: sera el nuestro un mundo ms feliz sin credos religiosos? No lo s. Quiz no. Pero salta a la vista, salta a todos los sentidos, incluido al sentido comn, que sera un mundo mejor sin extremismos religiosos, esos que todo lo controlan en tantas regiones de la Tierra y en tantos hogares de regiones donde creamos que ya no quedaba sitio para los exaltados de la fe. No me cabe duda de que millones cientos y cientos de millones de personas seran ms felices si no tuvieran que padecer el inflexible control de tanto aniquilador de la alegra. Podran llevar unas vidas plenas si pudieran, aunque slo fuera ojear, algn libro distinto del libro nico que su religin les impone.
Por desgracia, el fanatismo de sus carceleros intelectuales les impide, tan siquiera intuir, dos cosas: la primera, que hay una infinidad de libros en el mundo que tambin contienen sabidura; la segunda, que no todo lo que contiene su libro sagrado es juicioso, ni siquiera moralmente elogiable. Son gentes que no pueden ver ms all de los muros mentales que otros han construido para ellos.
La gente alegre no tiene pasiones destructivas. Un sinnmero de personas goza de sus creencias religiosas y expande ese gozo hacia sus congneres. Es admirable y fascinante. Pero a m se me hace difcil olvidar que cualquiera de los exaltados de los que hablbamos en el prrafo anterior, de cualquiera de las religiones, cree lo que cree amparado en las doctrinas disparatadas que su credo religioso le ensea. Y, al igual que los creyentes felices irradian su contento hacia los dems, del mismo modo los creyentes exacerbados propagan angustia y miseria moral sirvindose de su religin.
Aunque tampoco habramos de ser muy duros con ellos en nuestro juicio: si esparcen dolor a su alrededor es porque ellos mismos son infelices. Y es una infelicidad, en enorme medida, causada por sus creencias religiosas opresivas, asfixiantes, tirnicas que ellos, por su parte, recibieron de sus mayores, los cuales, a su vez, heredaron de los suyos. Y as en una cadena generacional viciosa cuyos eslabones no sabramos cmo romper si no es con la educacin de los nios. Con la educacin; no con el aprendizaje memorstico de frases troglodticas.
Parece que la nica solucin sera combatir intelectualmente, en la medida en la que cada uno podamos, cualquier fanatismo y, aun defendiendo sin trabas la libertad religiosa, no permitir nunca que la supersticin reemplace a las explicaciones racionales. En definitiva, al menos no ceder terrenos ya conquistados.
Otro asunto. Como he mencionado en algn momento antes, parece condicin necesaria para ser feliz el estar contento con lo que se es, con lo que se cree. Pues bien, se es un requisito que muchas personas cumplen, pos e impos indistintamente. Ahora bien, me parece ms factible que las personas capaces de mantener la serenidad ante cualquier circunstancia sean ms felices. Son ms serenas, ms estables, como norma, las personas religiosas? Aunque depender en gran medida de su carcter, independientemente de su fe o falta de ella, creo que los devotos son ms serenos por el hecho de ser devotos nicamente si el autoengao funciona, si las crisis de fe no son recurrentes. En caso contrario, su creencia se convierte, en mi opinin, en una tortura. En un sin vivir que les va llevando, alternativamente, de una certeza insegura a la duda ms flagrante y viceversa. El alma de la duda, suspendida sobre mi cabeza, acababa de derramar en mis venas una gota de veneno, escribi Alfred de Musset.
Muchas certezas religiosas son implantadas a fuerza de plegarias, unas plegarias que los propios devotos se imponen repetir hasta la extenuacin a modo de penitencia por haberse atrevido a dudar de sus dioses. Tesitura feliz? Mentalmente extenuante, ms bien. Si un da las creencias de esos devotos acaban por derrumbarse, se derrumba con ellas su estabilidad emocional al completo, porque su fe les serva de pilar principal de sujecin.
La felicidad no es estable, como a veces desearamos. Es inevitable que pasemos de momentos de contento a otros de decaimiento. Como los flujos y reflujos de las olas. Pero, en cualquier caso, y dado que los eventos de la vida, de por s, ya hacen oscilar bastante nuestro nimo, creo que no hay por qu darle ms vaivenes con creencias religiosas inestables.
En el fondo de su consciencia, muchas personas saben que sus esperanzas en otras vidas no tienen ningn cimiento a no ser, como he dicho antes, que el autoengao haya cuajado; que no tenga fisuras. Sin embargo, basndome en mi experiencia, en las muchas personas religiosas que he conocido, creo que las fisuras incluso las grandes grietas son habituales. Si la fe es slida y autntica, la persona que la tiene suele reaccionar ante comentarios escpticos, o simples preguntas curiosas, con paciencia e intentando explicar con afecto las enseanzas de su religin. Si la fe es autoimpuesta, se resquebraja ante cualquier interrogante planteado y salta en forma de indignacin clamando contra esa supuesta falta de respeto de la que ya hemos hablado antes. Los creyentes inseguros perciben como amenaza cualquier duda a sus dogmas. En este ltimo caso, por muchos esfuerzos que se pongan en ser diplomtico y corts, normalmente uno ser acusado de irreverente e irrespetuoso. No hay mucho que se pueda hacer: habremos topado con alguien cuya fe no es totalmente firme, lo cual se traduce en infelicidad, una infelicidad que se manifiesta en forma de reaccin airada ante cualquier atisbo de poner en cuestin sus creencias. Quiz lo que su rudeza oculte es su miedo a que los ateos estemos en lo cierto.
Sin creencias religiosas en otras vidas, cmo bamos a enfrentarnos al miedo a la muerte, a la propia y a la de los ms cercanos? Cmo llenar ese vaco? Cmo podramos ser felices si, de verdad, no hubiera nada ms?, he escuchado en ocasiones argumentar a personas piadosas con esas o similares palabras.
George Bernard Shaw ya respondi a esas cuestiones de una forma que, aunque pueda parecer brusca, no deja de ser cierta, en mi opinin: Decir que un creyente, por el hecho de serlo, es ms feliz que un escptico, es como decir que el borracho es ms feliz que el sobrio.
Por mi parte, con respecto a la muerte propia, creo, como Epicuro, que la muerte no es nada para uno mismo, salvo un concepto. Mientras estemos vivos, ella no existe. Y cuando la muerte llegue, cuando ya estemos muertos, seremos nosotros los que ya no existiremos. Dicho de otra forma, cuando estemos muertos no sabremos que estamos muertos. Padezco grandes sufrimientos porque tengo un cuerpo. Cuando no tenga cuerpo, qu desastres podr haber ya para m?, se preguntaba Laozi. Lo que personalmente trato de hacer es valorar cada momento como lo que es: un instante nico. Y, por supuesto, intento evitar peligros mortales. No le tengo miedo a la muerte, pero s a las cosas que me pueden matar.
Respecto a la muerte de los dems, no me resulta tan fcil gestionarla mentalmente. Tiempo, aceptacin paulatina y, siempre que lo necesitemos, tratamiento psicolgico. Hay personas que se han preparado acadmicamente y han dedicado muchos aos de sus vidas a investigar cmo hacer frente al proceso de duelo sin recurrir a parasos ficticios. Nunca est de ms visitar a alguien que pueda poner orden en los murmullos confusos de nuestros pensamientos. Aunque nos resulte desgarrador, hemos de aprender a aceptar algo que, por supuesto, ya sabemos: que todos los seres vivos mueren.
A propsito de lo que acabo de escribir, me ha venido a la cabeza una ancdota. En una ocasin, en Barcelona, mientras paseaba con mi familia por Las Ramblas contemplando los puestos en que se venden animales, vimos cmo un seor retiraba un pjaro muerto de una jaula. Uno de mis hijos de sopetn, como suelen hacer estas cosas los nios me pregunt: Pap, por qu se ha muerto el pjaro? Porque estaba vivo, fue la mejor respuesta que supe darle. Extraamente, no sigui interrogndome. Quiz, intuitivamente, a pesar de ser muy joven, mi hijo haba entendido que tampoco haba una respuesta mejor que le pudiera ofrecer. Continuamos nuestro paseo disfrutando del canto de los supervivientes.
Pero volvamos a la cuestin inicial: existe alguna correlacin clara y general entre tener creencias religiosas y ser feliz? En nuestros das, para evaluar la felicidad de una persona, parece que lo que ms hacemos es interrogarnos sobre su salud, su edad, su familia, sus relaciones personales, su trabajo, sus posesiones materiales, etctera.
Yo, por el contrario, veo las cosas ms bien como lo hacan los clsicos: aunque uno est sano, sea joven, haya muchas personas en su vida que le quieran, disfrute con su trabajo y tenga una cuenta corriente que rebose dinero, si se quiere enjuiciar su felicidad an nos faltarn por hacer las preguntas claves: es feliz? Es una persona alegre? Porque nada de todo lo anterior nos asegura plenamente que lo sea. Puede tratarse, desgraciadamente, de alguien que no sepa valorar lo que tiene y se ahogue siempre en vasos de agua sin importancia, como puntualmente nos sucede a todos a veces.
Por el contrario, si sabemos que es feliz, ya no importarn el resto de cuestiones: ni su edad, ni a qu se dedica, ni qu coche tiene; es feliz. Segn yo lo entiendo, esa misma forma de ver las cosas es aplicable a la relacin entre bienestar y creencias religiosas; si alguien tiene fe en un dios, todava nos faltar saber lo ms importante: si es feliz. Porque las certidumbres religiosas no aseguran la dicha, ni la eterna ni la terrenal. Todos hemos conocido a personas muy fervorosas que al mismo tiempo eran vivas imgenes de la pesadumbre. Pero, desde luego, el supuesto contrario tampoco es cierto: no es cierto que los ateos, por el hecho de serlo, sean ms dichosos.
En definitiva, creo que uno puede ser feliz e irradiar alegra hacia los dems tanto si cre en divinidades como si no.
Me gustara concluir este captulo en el que ha aparecido muchas veces la palabra felicidad con una cita de Chamfort que considero apropiada para la ocasin y que transmite una idea que comparto plenamente: La felicidad no es cosa sencilla: es difcil encontrarla en uno mismo, pero es imposible encontrarla en otro sitio.
Creamos o no en dioses, pienso que se es el nico lugar en el que podemos encontrar la alegra: dentro de nosotros.
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PARTE IX
23
Qu es el libre albedro?
Es la libertad de las personas para hacer una cosa u otra. Entonces, libre albedro y libertad... significan lo mismo?
S, son sinnimos. Pero las religiones usan ms libre albedro; no s por qu. Es difcil para m explicaros qu es pero lo voy a intentar. Las personas religiosas creen que su dios nos da libertad a cada uno para hacer las cosas que queramos, cosas buenas o cosas malas. Pero, al mismo tiempo, lo que ensean muchas religiones es que existe un dios que dirige el mundo y que controla todo lo que ha pasado y pasar en el universo. Segn eso, su dios deja que ocurra todo lo que pasa en el mundo. Es decir, que, al mismo tiempo que nos dicen que todos somos libres, por otro lado, como parte que somos de ese mundo que su dios dirige, tambin nos estn diciendo que nuestras acciones estn ya previstas por su dios. Es una gran contradiccin que muchos religiosos han tratado de resolver escribiendo libros y libros. Y yo creo que no lo han conseguido. El libre albedro es la facultad que las religiones suponen a las personas de elegir libremente entre el bien y el mal. Es una hipottica libertad de eleccin entre varias alternativas. Creo que adems de los dos grandes pilares reconocidos en los que se sustentan las religiones (la existencia de Dios y la inmortalidad del alma), hay un tercero: la presuncin del libre albedro. En este captulo expondr el porqu de esa opinin.
Muchos filsofos de todos los tiempos han formulado sus argumentos a favor y en contra del libre albedro, es decir, de la libertad humana. Si el hombre es libre de pensar como piensa y de actuar como acta o si, por el contrario, todas sus ideas y todos sus actos han sido previamente determinados por algo: sa es una de las grandes cuestiones de la historia del pensamiento.
Nietzsche, por ejemplo, no vea en el concepto del libre albedro sino una invencin de los telogos preocupados por disculpar a los dioses de la existencia del mal y por hacer al ser humano responsable de la presencia de las calamidades en el mundo. Descartes, al contrario, opinaba que: Aunque sea cierto que siempre ha de haber una razn que nos empuje hacia uno de los lados, no obstante, podemos elegir el lado contrario. Para Descartes, entonces, somos libres. El telogo baptista Harvey G. Cox expresaba la misma idea de la siguiente manera: En algn lugar muy dentro de nosotros, sabemos que, en el anlisis final, somos nosotros los que decidimos las cosas y que incluso las decisiones de dejar a alguien decidir en nuestro lugar son, en realidad, decisiones nuestras, aunque sean decisiones pusilnimes.
Fernando Savater, en su libro tica para Amador, que escribi dirigindose a su hijo, le habla a ste sobre la libertad: Por mucho que los hombres estn programados hasta en los menores detalles, biolgica y culturalmente, siempre pueden elegir una solucin que no est incluida en el programa (o al menos no del todo). Podemos decir s o no, quiero o no quiero. Incluso aun forzados por las circunstancias, nunca tenemos una nica voz a seguir, sino varias. Cuando te hablo de libertad, me refiero a eso [...] Es verdad que no podemos hacer todo lo que se nos pasa por la cabeza, pero nada nos obliga a hacer slo una cosa. Savater tambin nos dice que somos libres de reaccionar a lo que nos sucede de una manera u otra. Es decir, que para l siempre podemos elegir cmo responder a lo que nos pasa.
Yo no estoy tan seguro. En mi opinin, cada vez que reaccionamos de una manera, es por una serie de causas. Esas causas pueden ser tantas, tan ocultas y tan complejas, o tan minsculas, que nunca lleguemos a descubrirlas, pero nuestras respuestas a todo lo que nos sucede siempre habrn estado determinadas por algo. Leibniz ilustra lo que yo quiero expresar con una analoga esplndida, casi potica: El estrpito de una ola es perceptible por nuestro odo [...], lo que indica que el ruido de cada gota debe de hacer alguna impresin sobre nosotros, por pequea que sta sea, pues de lo contrario la suma de cien mil gotas no producira cantidad alguna de ruido. [...] estas pequeas percepciones son las que, sin notarlo nosotros, nos determinan y producen nuestras acciones, como cuando, aun creyendo que nos es igual ir hacia la derecha que hacia la izquierda, acabamos por elegir un lado. [...] Las percepciones imperceptibles son tan importantes para nuestra mente que es absurdo desdearlas.
Lo que he intentado expresar citando a Leibniz es que yo no acabo de ver tan claro como Cox, Descartes y Savater que los humanos seamos libres. Si se me ofrece elegir, sin ninguna coaccin externa, entre una manzana y una naranja, todo parece indicar que soy libre de optar entre las dos frutas. Sin embargo, ya que todo tiene una causa o causas, mi eleccin por, pongamos, la manzana, vendr determinada por motivos que puedo conocer, por causas de las que soy consciente (la manzana en concreto que me ofrecen tiene un gran aspecto, he visto cmo alguien antes de m desechaba una naranja por su mala apariencia, etc.) o por motivos que puede que yo desconozca, de los que yo ni siquiera soy consciente (todas las naranjas que he probado ltimamente eran algo amargas, aunque no lo recuerde; hace un tiempo le un artculo sobre las bondades de la manzana para la salud, etc.), pero, en cualquiera de los dos casos eleccin consciente o inconsciente yo dira que, en realidad, no soy libre, sino que lo que tengo es, tan slo, la apariencia de la libertad. Como no poda ser menos, Goethe supo expresarlo mucho mejor: El hombre supone que dirige su vida y gobierna sus acciones cuando, en realidad, su existencia est, irremisiblemente, bajo control del destino.
De lo que s estoy ms seguro es de la escasa o ms bien nula lgica de la historia que nos cuentan los monotesmos: un dios que, a pesar de ser todopoderoso, decide, intuyo que en un momento de aburrimiento, crear unos seres llenos de imperfecciones a los que luego culpa de los errores y fallos de todo tipo que dichas imperfecciones provocan.
Los credos religiosos, tan fervientes defensores del concepto de culpa (y del de mrito) ignoran lo que la ciencia nos ensea sobre los mltiples determinismos de todo tipo culturales, sociales, familiares, educativos, psicolgicos, biolgicos, genticos a los que estamos sometidos y que nos hacen dudar de si realmente somos libres. No llegan siquiera a plantearse la posibilidad de que quiz Skinner, el gran defensor de la investigacin conductual de las cuestiones humanas, tena algo de razn cuando, defendiendo su visin ambientalista de las cosas, opinaba que es el ambiente el que selecciona la conducta de los individuos. Pero claro, ello supondra que los mritos del ser humano pasaran a ser nicamente el resultado necesario de su historia personal. Que no seramos merecedores de ningn castigo ni de ningn premio en el ms all. No es posible: todas las quimeras construidas por los credos religiosos se derrumbaran.
Opino, por ejemplo, que es muy desafortunada aunque posiblemente bienintencionada la asuncin que hacen dentro del cristianismo muchas personas piadosas de que, cuando alguien se suicida a resultas de una depresin, lo hace libremente y debido a su falta de fe en el ms all. Presuponen dos cosas: en primer lugar, que esa persona no habra acabado con su vida si fuera creyente, entre otros motivos, porque el hecho de suicidarse pecado mortal le impedir entrar en el paraso. Y, en segundo lugar, tambin dan por sentado que el suicida eligi libremente terminar con sus das, que tuvo la opcin de no matarse. Como deca en el prrafo anterior, esa presuncin de libertad equivale a no hacer caso de los complejos determinismos que nos gobiernan. La psiquiatra nos ensea que, en muchas ocasiones, las ideas suicidas se dan ante la dificultad de la persona para enfrentarse a situaciones vitales que le estresan hasta el punto de querer morir. Sus tendencias suicidas vienen determinadas por sucesos externos a los que el paciente no sabe cmo hacer frente. Tambin nos explican los psiquiatras que, en otros casos, se produce lo que denominan como depresin mayor, la cual viene determinada, sobre todo, por factores bioqumicos y genticos. En cualquiera de los dos casos, depresin por causas exgenas o por causas endgenas, se me hace muy difcil hacer responsable a esa persona argumentando que podra haber elegido no suicidarse, que fue libre en la eleccin que hizo entre seguir viviendo y morir.
La creencia en la libertad humana es el tercer gran soporte de las religiones del dios nico. Cada hombre ha de ser el arquitecto de su propio destino, proclamaba el abad Regnier. Y lo expresaba as: ha de ser. Da la impresin de que se estuviera convenciendo a s mismo. Para que Dios sea un dios de bondad, no culpable de la crueldad y de los males del mundo, entonces el hombre ha de ser libre. Tiene que ser as, nos dicen los credos. El dogma del libre albedro resulta imprescindible para que las religiones monotestas puedan convertir a cada ser humano en el nico responsable de sus actos y, por lo tanto, poder cargarlo de culpa y hacerlo merecedor de castigo, incluida la expiacin eterna de sus pecados en el infierno tras el juicio final. Si no furamos libres, entonces los seres humanos no podramos ser considerados culpables. Tampoco se nos podra otorgar ningn mrito por nada de lo que hiciramos. Son palabras mayores.
Un anlisis cientfico de las cosas parece que transfiere todas las culpas y todos los mritos a las condiciones ambientales y biolgicas. Si seguimos los caminos que nos trazan la biologa, la gentica y la psicologa, conceptos que hasta hace bien poco parecan intocables, como el de la libertad humana, el de mrito y el de demrito, quedaran, ya no muy tocados, sino hundidos. Lo dicho: palabras mayores.
La celebracin de ese juicio final al final de los tiempos al que antes aluda, con su correspondiente reparto de premios y castigos, es otro ms de los muchos dogmas teolgicos que ni siquiera hemos podido apenas mencionar: hay demasiados. El castillo de naipes que los credos religiosos construyen con sus fbulas necesita que las cartas se sostengan mutuamente entre s.
Con el libre albedro, se consigue exculpar a los dioses culpando a los seres humanos de la existencia del mal. Se me hace muy significativo que incluso los no creyentes utilicen, en ocasiones, la expresin gracias a Dios. Sin embargo, ni siquiera existe la locucin contraria: por culpa de Dios. Sera una gran blasfemia responsabilizar a Dios de lo malo; para las religiones, los hombres son los nicos culpables del mal y los dioses del bien. Aun a riesgo de quitarle variedad a mi vocabulario, yo prefiero servirme slo de los a d v e r b i o s afortunadamente y desgraciadamente, sin que eso me impida sentirme agradecido hacia la vida. No sufro del problema que el pintor ingls de origen italiano Dante Gabriel Rossetti crea que padecamos los ateos cuando escribi: El peor momento para un ateo es cuando se siente realmente agradecido y se encuentra con que no hay nadie a quien dar las gracias. Los que no creemos en dioses tambin tenemos oportunidades todos los das de dar las gracias muchas veces y a muchas personas, afortunadamente! Adems, puede que, en el fondo, mucho del agradecimiento que muestran hacia los dioses sus respectivos fieles no sea sino el secreto deseo de seguir recibiendo sus hipotticos favores.
Las iglesias de todos los credos, al imponer a sus fieles la creencia en el libre albedro, estn rechazando todos los determinismos y, con ellos, tambin reniegan del materialismo que, inevitablemente, acompaa al determinismo. Es comprensible, ya que el materialismo equivaldra a la negacin del dios intangible, inmaterial, eterno, espritu puro y no causado por nada que muchos proclaman. Adems, la aceptacin del materialismo tambin implicara la negacin de la existencia del alma, el segundo gran pilar de todo credo. Que la materia sea el nico constituyente de una roca, un olivo o, incluso, un caballo, pase, pero que la materia sea lo nico que d forma al ser humano pensante, es decir, que el alma inmortal no exista, es ir demasiado lejos para el antropocentrismo que, como hemos visto, es tan caracterstico de las doctrinas religiosas.
Y, sin embargo, como explicaba Spinoza, con una lucidez impropia de alguien que, nacido hace casi cuatrocientos aos, no poda conocer todo lo que la neurociencia, entre otras disciplinas, nos ensea en nuestros das, mientras no sepamos exactamente todo lo que un cuerpo es capaz de hacer, cmo podemos atribuir al alma, algo de cuya existencia ni siquiera estamos seguros, tantas capacidades?
Lo que Spinoza vena a decir es lo mismo que, ya en nuestros das, el profesor Herv Boillot nos explica con las siguientes palabras: El materialismo metdico no afirma, a priori, que lo nico que exista sea la materia; pero rechaza la hiptesis de un alma o un espritu antes de haber agotado la investigacin de lo que manifiestamente existe, es decir, el cuerpo. Y es una investigacin apasionante, sin necesidad de creencias en almas. Sigue siendo un enigma cmo las seales elctricas y qumicas de nuestro cerebro pueden llegar a convertirse en ideas, en recuerdos, en estados de nimo, en opiniones, en deseos, en emociones, en decisiones, que son los que nos convierten, a cada uno de nosotros, en un ser humano nico y lleno de misterios, ms all de que seamos libres o no.
Por lo que las ciencias nos descubren, parece que la mayora de las cosas que nos suceden a los humanos pueden explicarse mejor por la interaccin entre genes y entorno que de cualquier otra forma. Dicho con las palabras mucho ms precisas de Skinner: Conforme se van conociendo las mltiples interacciones entre organismo y ambiente, los efectos que hasta este momento se achacaban slo a estados mentales, sentimientos y peculiaridades del carcter, comienzan a atribuirse a fenmenos que son completamente accesibles a la ciencia.
Cada vez que me he encontrado juzgando a alguien por su comportamiento o por sus ideas, no he podido evitar acabar pensando que yo, con su misma dotacin gentica, con su misma composicin bioqumica y con un entorno completamente idntico al que ese alguien haya tenido desde el mismo momento de su gestacin, habra actuado y pensado exactamente de la misma manera. Mi impresin es que el determinismo est en lo cierto: no somos libres de pensar y de actuar como lo hacemos. Estamos determinados.
En cualquier caso, la cuestin de si el ser humano es libre o no lo es sigue siendo tan compleja que parece que la nica postura honrada sea seguir dudando.
Pero tal como yo los entiendo, y aun queriendo dejar mi mente abierta a otras opiniones, el materialismo y el determinismo, con la negacin del libre albedro que necesariamente les acompaa, consisten, fundamentalmente, en no contarse a uno mismo cuentos, como a mi parecer s haca Thomas Jefferson, el tercer presidente de Estados Unidos, cuando proclamaba que Dios, que nos dio la vida, nos dio, al mismo tiempo, la libertad.
24
Pues que, en la antigedad, los jefes de las religiones han sido casi siempre hombres. Tambin eran hombres los que escriban los libros religiosos y los que decan a los dems, hombres y mujeres, lo que tenan que hacer. Lo malo es que, en nuestros das, sigue sucediendo lo mismo.
Sabis que, aunque los hombres y las mujeres seamos distintos, todos tenemos que tener los mismos derechos. Por ejemplo, el derecho a ir al colegio, en los pases ms civilizados, lo tienen igual nios y nias. Pero en otros pases del mundo, por culpa de hombres religiosos que quieren que las mujeres sigan siendo sus esclavas, las nias no pueden ir al colegio, o sus madres no pueden conducir un coche. En algunos lugares, las mujeres no pueden ni siquiera llevar la cara descubierta en la calle!
El nmero de dioses masculinos a los que la imaginacin del ser humano ha dado a luz supera, con gran diferencia, al de diosas. Aunque es cierto que tambin ha habido divinidades femeninas, buena parte de ellas han sido asociadas con el culto a la maternidad y a la fertilidad. Las religiones son fenmenos que han formado parte de sus respectivas sociedades y, por ello, reflejan en todo el carcter de sus contextos.
An hoy en da, los hombres de mi generacin que recibimos una enseanza religiosa hemos crecido y hemos sido educados en un mundo de hombres. Los chicos y las chicas bamos a colegios separados hasta la universidad. Muchos mundos acadmicos, tcnicos, cientficos y de investigacin eran casi exclusivamente masculinos.
El siguiente prrafo, escrito hace algo ms de quinientos aos por Erasmo de Rotterdam que ya ha aparecido anteriormente en este libro en su obra El elogio de la locura, es bastante representativo de cmo, desgraciadamente, muchos hombres del pasado y alguno de nuestros das ven a las mujeres: La mujer es un animal estpido y sandio donde los haya; empero, es complaciente y cariosa, y en el hogar de los mortales suaviza y endulza con su sandez la natural brusquedad que lleva consigo la ndole varonil. (En descargo de Erasmo hay que decir que el personaje al que hace expresarse en esos trminos es la Sandez en persona, lo cual quiere decir que es muy probable que l no compartiera esa opinin.)
Del judasmo, una de las religiones actuales ms antigua, que ha dado origen al cristianismo y al islamismo, es bien conocida su oracin de la maana, en la que cada judo ortodoxo bendice a su dios por haberle creado no esclavo, judo y no mujer! Una de las prohibiciones comunes a varios credos religiosos es la de no poder aproximarse a una mujer, ni durante su menstruacin, ni tras el parto, por el hecho de que sean consideradas impuras en esos perodos.
Todo empez cuando Dios nos cuenta la mitologa del Gnesis cre a Adn de la nada el sexto da. A partir de l, cre a Eva para que le hiciera compaa en el jardn del Edn. El inocente Adn se conform con obedecer a Dios y se someti a su prohibicin de comer del rbol de la sabidura. Eva no. Bendita Eva, pensamos algunos. La serpiente demonaca habl con ella para seducirla y Eva comi del fruto prohibido: el conocimiento. Esa fbula refleja bien la identificacin que los monotesmos hacen de lo femenino con lo peligroso, con lo tentador: la mujer es objeto de deseo sexual por parte del hombre y el deseo se considera pecaminoso.
Buena parte de las religiones temen a las mujeres y transforman su temor en odio y el odio en sometimiento. nicamente quieren madres que procreen y esposas que sirvan devotamente a sus maridos, no mujeres. Y con ello cuentan los lderes exaltados de todos los credos: con que la madre y la esposa acaben matando a la mujer que provoca el apetito carnal que ellos consideran tan impuro.
El bueno de Lot tambin ha aparecido ya antes en este libro, cuando hablbamos sobre su mujer, que se convirti en estatua de sal por incumplir el mandato de Dios Padre. En esta ocasin, lo vuelvo a traer a colacin por culpa de sus hijas.
Cuenta el libro del Gnesis que sus hijas, inquietas al no encontrar varn con el que asegurarse una descendencia en la tierra a la que haban huido con su padre (recordemos que su madre se qued en el camino, muy quieta, por desobediente), decidieron emborracharle para fornicar con l mientras dorma sin que se diera cuenta. La mayor yaci con l la primera noche y la menor la segunda. Como en el caso de su madre, la leyenda no nos dice sus nombres (pero s el de sus respectivos hijos, a los que consiguieron concebir tras embriagar a su padre).
Ese relato me resulta muy significativo del papel, no slo secundario, sino prfido, que los credos religiosos suelen otorgar a las mujeres. Por no hablar de la manera en la que, personificado en Lot, se nos presenta al macho humano en general como una vctima candorosa en manos de las perversas hembras.
La visin tradicional que parece ser compartida por muchas religiones es que la mujer que quiera actuar conforme a los designios de Dios debe obedecer devotamente a su marido, ya que Dios ha querido que el hombre sobresalga sobre la mujer. Palabras divinas. Resulta algo molesto que los dioses hablen tan bajito como para que slo les puedan or unos pocos elegidos que, casualmente, suelen pertenecer al sexo masculino. De ese modo, el papel de las mujeres dentro de los fenmenos religiosos ha sido, tradicionalmente, y en el mejor de los casos, accesorio.
Como explica la escritora Barbara G. Walker, en su obra Enciclopedia de la mujer de mitos y secretos, desde un punto de vista biolgico, las religiones patriarcales niegan a la mujer los derechos que la naturaleza concede a cualquier otra hembra de los mamferos: el derecho a elegir a su compaero, a controlar las circunstancias de su apareamiento, a gobernar su propio nido o a rechazar a cualquier macho cuando su nica preocupacin sea sacar adelante a sus cras.
En las diversas doctrinas religiosas suele ser comn que las mujeres estn sujetas a tantas obligaciones como los hombres pero sin sus mismos derechos. As, la mujer, como el hombre, ha de rezar a los dioses y creer fervientemente en ellos y en sus profetas, respetar los dogmas preceptivos si quiere entrar en el paraso, ayunar en las pocas y condiciones que marquen los libros sagrados o
los lderes religiosos (masculinos, obviamente), peregrinar, fustigarse, hacer penitencia, etctera, sin que, como contrapartida, suela haber un reparto equitativo de derechos: las mujeres de muchos rincones de nuestro planeta han de someterse a la voluntad de los hombres en todo, aceptar a los maridos que sus padres les impongan, subordinar su sexualidad a la de sus esposos (cuando no verla cortada de raz, literalmente hablando, con un tajo preciso en el cltoris), entender su sexualidad como dirigida exclusivamente a la procreacin y sentirse en pecado de no hacerlo as.
Lo ms triste de todo es que en el prrafo anterior no se estn describiendo situaciones de siglos pasados ya erradicadas, sino actuales, que siguen ocurriendo hoy en da, promovidas por fanticos, al abrigo de las religiones y, en muchos casos, amparadas por gobiernos bajo la convencin social de que cuestionar un credo es lo mismo que faltarle al respeto a los creyentes de ese credo. Es habitual que los dictadores del mundo se sirvan de la religin como puntal para seguir en el poder. Ya lo dijo el director de cine Luis Buuel: Dios y patria: juntos, un equipo imbatible. Un equipo imbatible que va dejando por el camino legiones de vctimas, masculinas y femeninas. Sneca ya haba percibido con claridad, dos mil aos antes, la relacin entre poder y credos religiosos: La religin es considerada, por la gente comn, como cierta; por los sabios, como falsa; y por los gobernantes, como til.
La mujer tambin ha de conformarse con representar un papel nulo o accesorio en las ceremonias religiosas de muchas creencias. Durante la visita de Benedicto XVI a Espaa que tuvo lugar en noviembre de 2010, me pareci muy significativa cul fue la nica participacin femenina ms all de las mujeres que asistieron como fieles en la misa celebrada por el papa en la catedral de Santiago de Compostela. Se produjo cuando unas monjitas acudieron con diligencia a limpiar con unos paos las gotas de vino que haban cado sobre el altar. Mientras ellas frotaban con energa, el papa se encamin para meditar hacia donde ya se encontraban sentados los ciento veinte obispos (ciento veinte hombres, ninguna mujer: es bien sabida cul es la postura oficial al respecto de la Iglesia catlica) con los cuales concelebraba la eucarista.
La ancdota, aunque indicativa respecto a los roles de liderazgo, no significa que los distintos credos desprecien el poder de las mujeres para sus causas. De ninguna manera. Muchos lderes religiosos son conscientes de que un predicador, por mediocre que sea, puede conseguir muchas conversiones con un ejrcito de mujeres especialmente de madres a sus rdenes.
A modo de homenaje, me gustara transcribir las palabras que en 1882 una mujer, la historiadora norteamericana Elizabeth Cady Stanton, escribi en su diario mientras reflexionaba sobre la relacin entre los dioses y los miembros del gnero humano, hombres y mujeres: He entrado a muchas catedrales antiguas gigantescas, misteriosas, apabullantes, maravillosas, pero siempre he salido de ellas con un sentimiento de indignacin por todas esas generaciones de seres humanos que, en su pobreza, se esforzaron tanto por construir esos altares al dios desconocido.
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EPLOGO
Un amigo al que coment que estaba escribiendo este libro me respondi que le asombraba cmo me atreva a escribir sobre dioses y almas sin saber nada de teologa. En otra ocasin le o escuch a alguien decir no consigo recordar a propsito de qu que no haca falta saber sobre telas, ni sobre calidades de tejidos, ni sobre costura, en definitiva, que no haca falta ser sastre, para darse cuenta de que el emperador no llevaba un traje nuevo, sino que estaba desnudo. Eso es lo que me vino a la memoria cuando mi amigo me hizo aquella observacin. se es el espritu que he pretendido mantener mientras escriba: el de aquel nio pequeo que viendo desfilar desnudo al emperador protagonista del cuento, dijo en voz alta lo que en realidad muchos otros sbditos pensaban.
No soy telogo. Pero creo que uno no necesita ser experto en religiones para intentar ayudar a sus hijos a orientarse entre la infinidad de visiones posibles sobre las cosas. Lo que yo he querido con este libro, ms que refutar perspectivas testas del mundo, es exponer para mis hijos y para otros adultos, padres o no, mi opinin de que los principios del libre pensamiento deberan poder ser aplicables a cualquier supuesto.
Tambin he querido explicar mi idea de que defender en pblico los derechos bsicos y la dignidad de las personas es algo tan importante que no debe amedrentarnos el hecho de que muchos vayan a considerarlo como una provocacin hacia su fe.
He pretendido transmitir mis opiniones y las razones en las que se sustentan de la forma ms clara posible. No s si lo habr conseguido.
Deca antes que no soy telogo. Tampoco soy filsofo, ni antroplogo, ni historiador, ni socilogo, ni bilogo. Y es una lstima, porque cualquiera de esas ramas del saber me habran permitido, seguramente, ser capaz de expresar mis ideas mucho mejor de lo que lo he hecho. Soy slo un padre al que sus hijos hacen preguntas.
Soy slo un padre que les ha intentado explicar a sus hijos que, digan lo que digan los dems y aun dejando la puerta abierta a que sus ojos le puedan confundir, parece que no hay ningn traje encima de la carne desnuda.
La primera vez que le esos versos de la poetisa cubana Liudmila Quincoses, recuerdo que me impactaron como slo pueden hacerlo las palabras que, adems de hermosas, recogen algo que pensamos pero que no habamos sido capaces de expresar correctamente antes de leerlas. Luego me di cuenta de que, a pesar de la belleza de los versos, haba una palabra que me chirriaba: terrible. No estoy de acuerdo. Estar despierto no es terrible. No me gustara vivir anestesiado.
Es cierto que la vida, a veces, puede parecernos absurda pero, como deca Camus: La grandeza del ser humano... no consistira, precisamente, en esforzarse por darle sentido? Nuestra vida, sin creencias religiosas de ningn tipo, puede ser tan plena, tan llena de significado y tan maravillosa como nosotros mismos luchemos para que sea.
Las personas devotas suelen referirse metafricamente a sus respectivos dioses c o m o la luz. El Seor es mi luz y mi salvacin, recuerdo haber escuchado y recitado yo mismo muchas veces de nio. He querido servirme de la luz como smbolo que da ttulo a este eplogo, pero entendiendo como luminosidad, no las doctrinas religiosas, sino la ausencia de ellas.
Arthur Schopenhauer dijo: Las religiones son como las lucirnagas: slo brillan en la oscuridad. Con las luces encendidas sin creencias religiosas quiz sigamos teniendo vrtigo al reflexionar sobre el ser humano y el mundo, al hacernos las sempiternas preguntas del tipo Quines somos? o De dnde venimos? pero, al menos, todo se ver ms claro y dejaremos de creer que hay fantasmas en la habitacin.
Me parece muy acertada la idea que Francis Bacon quiso expresar cuando escribi:
Los hombres temen la muerte igual que los nios temen la oscuridad; y, de la misma forma que los cuentos [los cuentos oscuros, matizara yo] agrandan ese miedo natural en los nios, as pasa con los hombres. Mirar a la realidad directamente a los ojos puede dar miedo al principio pero, una vez acostumbrado a ella, uno descubre una inmensa satisfaccin por el conocimiento adquirido. Dejmonos de cuentos. Dejemos la luz encendida.
El poeta Patrice de la Tour du Pin crea que las naciones que dejen de tener leyendas estarn condenadas a morir de fro. Aunque fuera cierto, como l pensaba y muchos otros opinamos, que el mundo perdera algo de su inters si las creencias infundadas fueran totalmente sustituidas por los hechos y la ciencia, me parece que tampoco debemos dejar que las supersticiones ocupen el lugar de la razn.
Ni la existencia de dioses ni la inmortalidad del alma los dogmas bsicos de la mayora de las religiones se basan en hechos, sino en deseos, creencias y supersticiones.
Sin embargo, estoy convencido de que los seres humanos seguirn creyendo en ellos, entre otras cosas, porque a pesar de ser slo dogmas son agradables, cautivadores y reconfortantes. El ltimo dios morir con los ltimos hombres.
Pero entre esos ltimos hombres, seguramente quedar alguno que se habr negado a hacer el tercero de los sacrificios que exiga san Ignacio de Loyola: el sacrificio del intelecto.
Desengate, pues, Hijo de la Naturaleza, de esas relaciones ficticias que se suponen entre t y ese poder desconocido que la ignorancia ha engendrado y que el entusiasmo ha revestido de mil cualidades incompatibles entre s.
S razonable: he ah tu religin.
Hazte til a los dems: he ah el medio de complacerles y de invitarles a secundar tus proyectos.
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Agradecimientos
Son muchas las personas a las que, por sentirme en deuda con ellas, me gustara dar expresamente las gracias en las lneas que siguen. Quiero aclarar que la inclusin de una persona en esta lista no implica necesariamente que esa persona comparta mi visin sobre los temas tratados en este libro. Quiero dar las gracias:
A Armando Gronchi, por sus nimos constantes; por sus muchas y brillantes reflexiones que me sirvieron para seguir avanzando con el manuscrito; por su lectura crtica, que me ayud a mejorarlo. Pero, sobre todo, por su amistad.
A Alexandra Takis y a Oliver Gutirrez, por su certeza, que tanto aliento me transmiti, en que este libro acabara llegando a buen puerto.
A Jos Luis Domnguez, por sus lcidos comentarios con aroma a caf que fueron el embrin del captulo 15.
A Francisco del Ro, por su alegra siempre contagiosa y por el entusiasmo ante la vida que transmite a todos y que siempre trato de imitar, aunque sin tanto xito como l.
A mi agente, Anna Soler-Pont, por su inmediata conviccin, en cuanto ley el manuscrito, de que a algunas personas les podra interesar leer las reflexiones sobre dioses y almas de un padre ateo.
A mi editora, Roco Carmona, y a todo el equipo de Ediciones Urano por su confianza en este libro y por su buen hacer para convertirlo en realidad.
A mis sobrinos ngel, Yolanda, Andrs y Mapi. A mi cuado ngel. A Minerva, Pablo, Margarita, Jeanine, Paco, Serena y Henri. A todos ellos, por sus constantes muestras de cario.
A mis padres, Francisco y Francisca, por habrmelo dado todo; por haberme servido de ejemplo y de modelo para tantas cosas.
A mi mujer, Natalia, por su fe a prueba de bomba en todo lo que emprendo; por servirme de inspiracin para aprender a amar todo lo bueno que nos rodea.
A mis dos hijos, por su paciencia conmigo. Por ser como son. Por haberme dado para escribir este libro, con tanta generosidad, tanto de ese tiempo al que tenan derecho. A ellos, sobre todo, porque me dan la vida.
A Jos Novella, por la naturalidad con la que, sabiendo que le quedaban pocos meses de vida, supo explicarles a mis hijos que todos los seres vivos, al igual que nacen, han de morir.
A mi buen amigo Dionisio Gracia, con quien pude compartir la noticia de la publicacin de este libro, pero que no lleg a tenerlo entre sus manos. Hoy escribo estas lneas con su bolgrafo y con su eterna y preciosa sonrisa presente en mi recuerdo.
A Carmen G Novella, la persona por la cual me gustara tanto estar equivocado y que los parasos ficticios no fueran tales. A ella, por no haber dejado nunca, ni en mis malos momentos ni en los buenos, de estar a mi lado. Un beso muy fuerte, hermana.
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Una disculpa por reproducir y distribuir a travs de internet esta obra, pero es un libro que realmente vale la pena leer, es algo que nos servir cuando seamos adultos y nos enfrentemos a las preguntas de nuestros hijos para saber responderlas de una forma crtica y bien argumentada. -Luis Espinosa-