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Maurice Blanchot / El Libro que vendr
Maurice Blanchot, ya conocido en idioma castellano por la traduccin
de su lcido Lautramont y Sade, es un asiduo colaborador de La Nou- velle Revue En efecto, desde hace varios aos, publica en esa revista crnicas literarias y, bajo la denominacin genrica de Recherches, ensayos cortos a travs de los cuales somete el quehacer literario a un profundo cuestionamiento, tanto en relacin consigo mismo como respecto a su posicin en el mundo contemporneo. Monte Avila presenta aqu la primera serie de esos ensayos, reunidos por el autor en un volumen editado originalmente bajo el ttulo de Le Livre a venir, cuyo innegable inters resalta en una poca que ha puesto en tela de juicio el porvenir mismo de la literatura. Los comentarios de Maurice Blanchot son, para hablar con propiedad, meditaciones; en ellos no se juzga, porque juzgar significa "detener y suspender", sino que se dialoga con "pensamientos-lmites, pensamientos de fin de mundo". Tales pensamientos -aade Blanchot- no admiten explicacin ni desarrollo, por cuanto los verdaderos pensamientos no se desarrollan sino que "preservan el infinito desarrollo que contienen en s". Infinito de una palabra literaria -y no del entendimiento ni de la razn- que se repite, como la rosa de Gertrude Stein: A rose is a rose is a rose . . . , cadena infinita e inquietante en la que el pensamiento de rosa no tolera en verdad ninguna representacin, ninguna definicin, aunque se desmitifica al caer en la repeticin de esa palabra literaria "sin comienzo ni fin". Trasladar semejante palabra a la fuerza propia del idioma castellano no deja de ser, en muchos sentidos, una tarea peligrosa. Slo nos queda pedirle indulgencia al autor y vigilancia a los lectores, para que me- diante esta aproximacin, muy susceptible de ser perfeccionada, puedan or el pensamiento original y repetido del Libro que vendr. EL TRADUCTOR Maurice Blanchot, Que es aamusmo el autor de una considerable e influyente obra narrativa, naci en Quain, Francia, en 1907. Despus de realizar estudios universitarios, se dedic al periodismo hasta 1940. A partir de entonces colabora regularmente en diversas publicaciones literarias. El resto de su obra critica comprende Ios siguientes tltulos: Comment la Iittrature est-elle p088ible! (1942), FauJ: P88 (1943), La Part du Feu (1949), Thomas Mann, la rencontre avec le dmon, en "Hommages de la France a Thomas Mann" (1955), L'Espace Littraire (1955) y La Bete de LascauJ: (1958). COLECCION PRISMA Ttulo del original francs: LE L1VRE A VENIR Versin castellana: PI ERRE DE PLACE De la edicin original francesa: EDITIONS GALLlMARD, 1959 De la edicin para todos los pases de habla espaola: Monte Avila Editores, C. A. Caracas Venezuela Portada Victor Viano Impreso en Venezuela por Editorial Arte 1 EL CANTO DE LAS SIRENAS I-EL ENCUENTRO CON LO IMAGINARIO LAS SIRENAS: parece que cantaban, pero de una manera que no satisfaca, porque slo dejaban oir la direccin hacia donde se abran las verdaderas fuentes y la verdadera felicidad del canto. Sin embargo, por sus cantos imperfectos, que slo eran an canto veni- dero, conducan al navegante hacia aquel espacio en donde el can- tar empezara de verdad. Por lo tanto, no lo engaaban, llevaban realmente a la meta. Pero, tras alcanzar e1lugar, qu suceda? Cul era ese lugar? Aqul en donde slo era posible desaparecer, porque la msica, en esa regin de fuente y origen, desapareci ms com- pletamente que en ningn otro lugar del mundo: mar en donde, con los odos tapados, zozobraban los vivos y en donde las Sirenas, dan- do una prueba de su buena voluntad, tambin tuvieron que desapa- recer un da. De qu ndole era el canto de las Sirenas? En qu consista lo que le faltaba? Por qu esa misma falta lo haca tan potente? Algunos suelen contestar: era un canto inhumano. ruido natural sin duda (acaso hay alguno que no lo sea?). pero al margen de la naturaleza y en todo caso, ajeno al hombre, muy bajo y capaz de despertar en l ese placer extremo de caer que no se puede satis- facer en las condiciones normales de la vida. Pero, dicen otros, ms extrao era el encantamiento: slo reproduca el acostumbrado canto de los hombres. Las sirenas eran tan slo bestias -muy bellas por cierto debido al reflejo de la belleza femenina- que, sin embargo, podan cantar como cantan los hombres y por ello su canto se volva tan inslito que despertaba en quien lo oa la sospecha de la inhu- manidad de todo canto humano. As, pues, hubieran muerto de desesperanza los hombres apasionados de su propio canto. Una de- sesperanza muy prxima al arrebato. Haba algo maravilloso en ese canto real, canto comn, secreto, canto sencillo y cotidiano, que deba reconocerse de repente, irrealmente cantado por potencias ex- 9 traas y en verdad imaginarias, canto del abismo que, una vez odo, abra en cada palabra un abismo fascinante por donde se aspiraba a desaparecer. No debe olvidarse que ese canto se diriga a navegantes, hom- bres de riesgo y atrevido movimiento, y que era en s mismo una navegacin: era una distancia y lo que revelaba era la posibilidad de recorrer esa distancia, haciendo del canto ese movimiento hacia el canto v de ese movimiento la expresin del supremo deseo. Ex- traa navegacin, pero hacia qu meta? Siempre ha podido pen- sarse que todos aquellos que se le acercaron, no hicieron ms que acercarse y perecer por impaciencia, por afirmar apresurada- mente: aqu es; aqu echar el ancla. Segn otros, al contrario, tardaban demasiado: siempre fueron ms all de la meta; el en- cantamiento, mediante una promesa enigmtica, expona a los hombres a ser infieles consigo mismos, a su canto humano e in- cluso a la esencia del canto, despertando la esperanza y el deseo de un ms all maravilloso, y ese ms all slo representaba un desierto, como si la regin matriz de la msica hubiese sido el nico lugar totalmente privado de msica, un lugar de aridez y sequa en donde el silencio, como el ruido, quemaba, en quien dis- pusiera de l, cualquier va de acceso al canto. Habra, pues, un mal principio en esta invitacin de las profundidades? Las Sirenas -de eso procur convencernos la costumbre- seran tan slo las vo- ces falsas que no debieran orse, el engao de la seduccin a la cual slo resistan los seres desleales y astutos? Siempre hubo en los hombres un esfuerzo poco noble para desacreditar a las Sirenas tildndolas llanamente de mentirosas: men- tirosas cuando cantaban, engaosas cuando suspiraban, ficticias cuan- do se las tocaba, en todo inexistentes, de una inexistencia tan pue- ril, que el sentido comn de Ulises bast para exterminarlas. Ciertamente, Ulises las venci, pero cmo? Ulises, la ter- quedad y prudencia de Ulises, esa perfidia suya que lo condujo a disfrutar del espectculo de las Sirenas, sin riesgos y sin aceptar sus consecuencias, ese goce mediocre, cobarde y quieto, calculado, como corresponde a un griego de la decadencia que nunca mereci ser el hroe de la Iliada, esa cobarda feliz y segura, fundada adems en un privilegio que lo sita fuera de la condicin comn, ya que los dems no tienen ningn derecho a la felicidad de la lite, sino sola- mente derecho al placer de ver a su jefe contorsionndose de manera ridcula, con muecas de xtasis en el vaco, derecho tambin a la satisfaccin de dominar a su amo (sa es, probablemente, la leccin 10 que ellos oan, su verdadero canto de las Sirenas): la actitud de Ulises, esa asombrosa sordera de quien es sordo porque oye, basta para comunicar a las Sirenas una desesperanza hasta entonces re- servada a los hombres y para transformarlas, por esa misma deses- peranza, en bellas doncellas reales, por una vez reales y dignas de su promesa, capaces, pues, de desaparecer en la verdad y la pro- fundidad de su canto. De las Sirenas vencidas por el poder de la tcnica, que siempre pretender jugar sin peligro con las potencias irreales (inspiradas), de estas Sirenas, sin embargo, Ulises no pudo librarse. Lo atrajeron hacia donde l no quera caer y, escondidas en el seno de la Odisea convertida en su tumba, lo comprometieron, a l y a muchos ms, en esa navegacin venturosa, o desventurada, que es la del relato, el canto ya no inmediato, sino narrado, y que, por eso mismo, se vuelve aparentemente inofensivo, oda transformada en episodio. La ley secreta del relato No se trata de una alegora. Es una lucha muy oscura la que se libra entre cualquier relato y el encuentro con las Sirenas, ese canto enigmtico, poderoso por su misma carencia. Lucha en la que siempre ha sido utilizada y perfeccionada la prudencia de Ulises, lo que sta contiene de verdad humana, de mistificacin, de aptitud empeada en no participar en el juego de los dioses. Lo que llama- mos novela naci de esa lucha. Con la novela. lo que aparece en primer plano es la navegacin previa, la misma que lleva a Ulises hasta el punto del encuentro. Esta navegacin es una historia en- teramente humana, se refiere al tiempo de los hombres, est ligada a las pasiones de los hombres, acontece realmente y es suficientemente rica y variada como para absorber todas las fuerzas y toda la aten- cin de los narradores. El relato llevado a novela, lejos de empo- brecerse, alcanza la riqueza y amplitud de una exploracin que a veces abarca la inmensidad navegante, a veces se limita a un cuadradito de espacio en la cubierta, y otras desciende a las profundidades de la nave, a donde nunca se supo lo que es la esperanza del mar. Mientras tanto, la consigna impuesta a los navegantes es la siguiente: que se excluya toda alusin a cual- quier propsito y destino. Con razn, por cierto. Nadie puede em- prender un viaje con el propsito deliberado de alcanzar la isla de Caprea, nadie puede enrumbarse hacia esa isla, y quien as lo hu- biese decidido no llegara en todo caso sino por casualidad, una casualidad a la que est ligado por un entendimiento difcil de pe- netrar. As, pues, la consigna es de silencio, discrecin, olvido. 11 Es de reconocer que la modestia predestinada, el deseo de no pretender nada y de no conducir a nada, bastaran para convertir a muchas novelas en libros intachables y al gnero novelesco en el ms simptico de todos, el que, a fuerza de discrecin y alegre nu- lidad, se dio a la tarea de borrar lo que otros degradan llamndole 10 esencial. Su canto profundo es el entretenimiento. Cambiar de rumbo. incesantemente, ir como a ciegas para huir de toda finali- dad, por un movimiento de inquietud que se transforma en distrac- cin feliz, tal fue su primera y ms segura justificacin. Hacer del tiempo humano un juego y del juego una ocupacin libre, desprovista de todo inters inmediato y de toda utilidad, esencialmente super- ficial y, sin embargo, capaz de absorber todo el ser en este movi- miento de superficie, no es poca cosa en verdad. Pero es evidente que la novela hov en da no cumple con su papel, porque la tcnica ha transformado al tiempo de los hombres y a los medios de dis- traerse en l. El relato comienza all donde la novela no llega y, sin embargo, adonde conduce por sus mismos rechazos y su rica negligencia. El relato es heroico v. pretenciosamente, la resea de un solo episodio, el del encuentro de Ulises con el canto insuficiente y atractivo de las Sirenas. A primera vista, fuera de esta pretensin grande e in- p:enua, nada ha cambiado, v parece que el relato, por su misma for- ma, siguiera contestando a la vocacin narrativa ordinaria. As Aurelia se presenta como la mera relacin de un encuentro, as Una tem- porada en el Infierno, as Nadia. Aconteci algo que se vivi y luego se narra, lo mismo que Ulises tuvo que vivir y sobrevivir al acontecimiento para convertirse en el Homero que lo relata. Es cierto que, por 10 general, el relato es resea de un acontecimiento excepcional que escapa a las formas del tiempo cotidiano y al mundo de la verdad habitual, tal vez a toda verdad. Por eso rechaza con tanta insistencia todo cuanto pueda acercarlo a la frivolidad de una ficcin (Ia novela, al contrario, que no dice nada que no sea creble y familiar, insiste mucho en pasar por ficcin). Platn, en el Gor- gias, dice: "Escucha un bello relato. T pensars que es una fbula pero, a mi juicio, es un relato. Te dir como verdad 10 que vaya decirte". Ahora bien, 10 que l narra es la historia del Juicio Final. No obstante, la ndole del relato no se presiente para nada al considerarlo como la relacin verdadera de un acontecimiento ex- cepcional que ocurri antes y que pretende relatarse. El relato no es la relacin de un acontecimiento, sino ese mismo acontecimiento, la aproximacin a ese acontecimiento, el lugar en donde el mismo tiene 12 que producirse, acontecinuento an venidero por cuyo poder de atraccin el relato puede tambin pretender realizarse. Esta es una relacin muy sutil, probablemente una especie de extravagancia, pero ella constituye la ley secreta del relato. El re- lato es movimiento hacia un punto, no slo desconocido, ignorado, extrao, sino concebido de tal manera que no parece poseer, de an- temano y fuera de este movimiento, realidad alguna, pero es, sin embargo, tan imperioso que de l slo extrae el relato su atractivo, tanto as que no puede siquiera "comenzar" antes de alcanzarlo; pero, no obstante, slo el relato y el movimiento imprevisible del relato proporcionan el espacio donde el punto se vuelve real, po- deroso y atrayente. Cuando Ulises se vuelve Homero Qu pasara si Ulises y Homero, en vez de ser dos personas distintas que se distribuyen cmodamente los papeles, fuesen una sola y misma presencia? si el relato de Homero fuese tan slo el movimiento realizado por Ulises en el seno del espacio que le abre el canto de las Sirenas? si Homero tuviese el poder de narrar slo en la medida en que, bajo el nombre de Ulises, un Ulises sin tra- bas aunque inmutable, va hacia ese lugar en donde la facultad de hablar y de narrar parece prornetrsele a condicin de que all des- aparezca? Esta es una de las rarezas, -digamos una de las pretensiones- del relato. No hace sino "relatarse" a s mismo, y esta relacin, al mismo tiempo que se cumple, produce 10 que narra y se concibe como relacin slo en la medida en que realiza lo que sucede en esa relacin, porque entonces retiene el punto o el plano en donde la realidad que "describe" el relato puede unirse incesantemente a su realidad como relato, garantizarla y encontrar en ella su ga- ranta. Pero acaso no es esto una ingenua locura? En un sentido, s. Por eso no hay relato, por eso ste no hace falta. Or el canto de las Sirenas es convertirse en Homero a partir del Ulises que uno era, aunque sea tan slo en el relato de Homero donde se efecte el encuentro real por el cual Ulises se transforma en aquel que entra en relacin con la fuerza de los elementos y con la voz del abismo. Esto parece oscuro, evoca el desconcierto del primer hombre, en el caso de que, para ser creado, hubiese tenido que pronunciar 13 l mismo, de manera totalmente humana, el Fat lux divino capaz de abrirle los ojos. Esta manera de presentar las cosas, en verdad, las simplifica mucho: de ah la especie de complicacin artificial o terica que se desprende de ella. Es muy cierto que Acab slo encuentra a Moby Dick en el libro de Melville; es muy cierto, sin embargo, que slo este encuentro le permite a Melville escribir el libro, un encuentro tan imponente, tan desmesurado v tan particular que rebasa todos los planos en que ocurre, todos los momentos en que quisiera si- tursele, y que parece ocurrir mucho antes que el libro empiece, pero en tal forma, sin embargo, que no puede ocurrir sino una vez, en el porvenir de la obra y en ese mar que ser la obra convertida en ocano a su medida. Entre Acab v la ballena se dirime un drama que podemos ca- lificar de metafsico, utilizando esta palabra en un sentido vago, la misma lucha que se dirime entre las Sirenas y Ulises. Cada parte quiere serlo todo, quiere ser el mundo absoluto, lo que impide su convivencia con el otro mundo absoluto, y cada una, sin embargo, no desea nada ms que esta convivencia y este encuentro. Reunir en un mismo espacio a Acab y la Ballena, a las Sirenas y Ulises, he aqu el voto secreto que convierte a Ulises en Homero, a Acab en Melville, y al mundo resultante de esta reunin en el ms grande, ms terrible y ms bello de los mundos posibles, desafortunada- mente un libro, nada ms que un libro. Entre Acab y Ulises, el que tiene ms voluntad de poder no es el ms desenfrenado. En Ulises hay esa obstinacin reflexiva que conduce al imperio universal: su astucia consiste en fingir que limita su poder, en buscar framente y con clculo 10 que an puede hacer frente al otro poder. El ser todo si mantiene un lmite y ese inter- valo entre 10 real y lo imaginario que le invita, precisamente, a re- correr el Canto de las Sirenas. Para l, el resultado es una especie de victoria, y de sombro desastre para Acab. No puede negarse que Ulises oy tanto como vio Acab, pero el primero se mantuvo firme durante esa audicin, mientras que el segundo se perdi en la imagen. Esto significa que el uno se neg a la metamorfosis en la que el otro penetr y desapareci. Despus de la prueba, Ulises vuelve a encontrarse como era antes, en un mundo quizs ms po- bre pero ms firme y seguro. Acab, en cambio, no se recupera, y, para Melville mismo, el mundo amenaza continuamente con hundir- se en ese espacio sin mundo al que 10 atrae la fascinacin de una sola imagen. 14 La metamorfosis El relato est ligado a esa metamorfosis a la que aluden Ulises y Acab. La accin que hace presente es la de la metamorfosis en todos los planos que pueda abarcar. Si, por comodidad, ya que no se trata de una afirmacin exacta, se dice que la novela avanza me- diante el tiempo cotidiano, colectivo o personal, o, ms precisamente, mediante el deseo de conceder la palabra al tiempo, el relato tiene, en cambio, para progresar, ese otro tiempo, esa otra navegacin que es el paso del canto real al canto imaginario, ese movimiento que hace del canto real, poco a poco aunque de inmediato (y este "poco a poco aunque de inmediato" es el mismo tiempo de la metamorfo- sis), un canto imaginario, enigmtico, que est siempre distante y que designa a esa distancia como un espacio que ha de recorrerse y al lugar a donde conduce como el punto en el que cantar deje de ser una ilusin. El relato quiere recorrer ese espacio y lo mueve la transforma- cin que exige la plenitud vaca de ese espacio, transformacin que, ejercindose en todas las direcciones, transforma sin duda poderosa- mente a quien escribe, pero no deja de transformar igualmente al relato y a todo lo que est en juego en el relato donde, en cierto sentido, no sucede nada sino este paso en s. Y sin embargo, para Melville no haba nada ms importante que aquel encuentro con Moby Dick, encuentro que ocurre ahora y es, "a la vez", siempre venidero, de manera que no deja de ir hacia l mediante una bs- queda tenaz y descabellada, pero ya que est igualmente en relacin con el origen, parece devolverlo tambin hacia la profundidad del pasado: experiencia bajo cuya influencia Proust vivi y logr en parte escribir. Se objetar: pero a la "vida" de Melville, de Nerval, de Proust, pertenece primero este acontecimiento del que ellos hablan. Por haber tropezado antes contra los adoquines desiguales, por haberse encon- trado con Aurelia, o haber visto los tres campanarios, pueden ellos ponerse a escribir. Gastan mucho arte para comunicarnos sus im- presiones reales, y son artistas en la medida que encuentran un equivalente -de forma, de imagen, de historia o de palabras- para que participemos de una visin parecida a la suya. Lamentablemente, las cosas no son tan simples. Toda la ambigedad proviene de la ambigedad del tiempo que aqu entra en juego y permite decir y experimentar que la imagen fascinante de la experiencia est, en cierto momento, presente cuando esta presencia no pertenece a nin- gn presente y destruye incluso el presente en el que parece intro- 15 ducirse. Es cierto, Ulises navegaba de verdad y un da, en una fe- cha determinada, encontr el canto enigmtico. Por lo tanto, puede decir: ahora, esto acontece ahora. Pero qu acontece ahora? Slo la presencia del canto an venidero. Y qu ha tocado en el presen- te? No ha sido el acontecimiento del encuentro actualizado, sino la abertura de ese movimiento infinito que es el encuentro mismo, siempre a distancia del lugar y del movimiento en que se afirma, porque en esa misma distancia, distancia imaginaria, se realiza la ausencia y slo en su trmino el acontecimiento empieza a tener lu- gar, punto ste en el que se cumple la verdad propia del encuentro, de donde, en todo caso, quisiera ser engendrada la palabra que la pronuncia. Siempre y todava venidero, siempre y ya pasado, siempre pre- sente en un comienzo tan abrupto que le corta el aliento y, sin em- bargo, abrindose como el retorno y el recomenzar eterno -Ah, dice Goethe, en tiempos antao vividos, fuiste mi hermana o mi es- posa-, tal es el acontecimiento cuyo relato es la aproximacin. Este acontecimiento perturba las relaciones del tiempo, pero afirma sin embargo al tiempo, manera particular, para el tiempo, de cumplirse, tiempo peculiar del relato que se introduce en la duracin del narra- dor de una manera que la transforma, tiempo de la metamorfosis en que coinciden, dentro de una simultaneidad imaginaria y bajo la for- ma del espacio que el arte procura realizar, los diferentes xtasis temporales. 16 II-LA EXPERIENCIA DE PROUST 1 - EL SECRr:TO DI' LA E5CRITlJRA .PVEDE existir un relato puro? Cualquier relato, aunque slo ( fuese por discrecin, procura disimularse en la espesura no- velesca. Proust es uno de los maestros de este disimulo. Todo ocurre en l como si la navegacin imaginaria del relato, que conduce a otros escritores J la irrealidad de un espacio centelleante, se sobrepu- siera a la navegacin de su vida real, la que llev, en medio de las trampas del mundo y por el trabajo destructor del tiempo, hasta el punto en que encuentra al acontecimiento que permite cualquier re- lato. Es ms, este encuentro, lejos de exponerle al vaco del abismo, parece proporcionarle el nico espacio en donde el movimiento de su existencia no slo puede ser comprendido, sino restituido, realmente experimentado y realmente cumplido. Slo cuando, a semejanza de Ulises, est avistando la isla de las Sirenas, all donde oye el canto enigmtico, su muy largo y triste vagabundeo se realiza de acuerdo con los momentos verdaderos que 10 convierten, aunque pasado, en presente. Feliz, extraa coincidencia. Pero, entonces, cmo puede alguna vez "llegar hasta all" si precisamente tiene que estar all para que la estril migracin anterior se convierta en el movimiento real y verdadero capaz de llevarlo hasta ese punto? Resulta que Proust, debido a una fascinante confusin, extrae de las singularidades del tiempo peculiar del relato, singularidades que penetran en su vida, los recursos que le permiten tambin sal- var el tiempo real. Hay en su obra una imbricacin tal vez engaosa, aunque maravillosa, de todas las formas del tiempo. Nunca sabe- mos y muy pronto tampoco l est en condiciones de saber a cul tiempo pertenece el acontecimiento que evoca, si ste ocurre sola- mente en el mundo del relato o si ocurre para que suceda el mo- mento del relato a partir del cual 10 que aconteci se vuelve reali- dad y verdad. Asimismo, Proust, al hablar del tiempo y vivir 10 que 17 habla, y al no poder hablar sino a travs de ese tiempo distinto que es en l la palabra, mezcla, mezcolanza a veces intencional, a veces onrica, todas las posibilidades, todas las contradicciones, to- das las maneras segn las cuales el tiempo se hace tiempo. As ter- mina por vivir la manera del tiempo del relato y encuentra entonces en su vida las simultaneidades mgicas que le permiten contarla o, por 10 menos, reconocer en ella el movimiento de transformacin mediante el cual se orienta hacia la obra y hacia el tiempo de la obra en que ella se cumplir. Los cuatro tiempos El tiempo: palabra nica en la que se depositan las experiencias ms diferentes, que Proust ciertamente distingue con su vigilante probidad, pero que, al superponerse, se transforman para constituir una realidad nueva y casi sagrada. Recordemos solamente algunas de estas formas. Primero, tiempo real, destructor, el Moloch temible que produce la muerte y la muerte del olvido. (Cmo con- fiar en ese tiempo? A qu nos llevara sino a ninguna parte sin realidad?). Tiempo, y sin embargo es el mismo, que por esta accin destructora nos da tambin 10 que nos quita, e infinitamente ms, ya que nos ofrece las cosas, los acontecimientos y los seres en una presencia irreal que los eleva hasta ese punto en que nos conmue- ven. Pero ello es tan slo la felicidad de los recuerdos espontneos. Ahora bien, el tiempo es capaz de un juego an ms extrao. Tal incidente insignificante, que tuvo lugar en un momento preciso, por lo tanto pasado, olvidado, y no solamente olvidado sino des- apercibido, he aqu cmo el curso del tiempo 10 devuelve, y no como un recuerdo, sino como un hecho real! y que acaece de nuevo, en otro momento del tiempo. As, el pie que tropieza contra los ado- quines mal ajustados del patio de Guermantes es, de repente -nada ms repentino-, el mismo pie que tropezara contra las baldosas des- iguales del Bautisterio de San Marcos; el mismo paso y no "un do- ble, un eco de una sensacin pasada... sino esta misma sensacin", incidente nfimo, conmovedor, que desgarra la trama del tiempo y mediante este desgarramiento nos introduce en otro mundo: fuera del tiempo -dice Proust con precipitacin. S -afirma-, el tiern- po est abolido, ya que en una aprehensin real, fugitiva, aunque irrefutable, retengo a la vez el instante de Venecia y el instante de 1. Se trata, desde luego, para Proust y en la lengua de Proust, de un hecho psicolgico, de una sensacin, como l dice. 18 Guermantes, no un pasado y un presente sino una misma presencia que hace coincidir momentos incomparables, separados por todo el curso de la duracin, en una simultaneidad sensible. He aqu, pues, el tiempo que borra el tiempo mismo; he aqu la muerte, esta muer- te que es obra del tiempo, suspendida, neutralizada, hecha vana e inofensiva. Qu instante! Un momento "liberado del orden del tiempo" y que recrea en m "a un hombre liberado del orden del tiempo". Pero en seguida, mediante una contradiccin que apenas per- cibe, por lo necesaria y fecunda que es, Proust, como por descuido, dice que este minuto fuera del tiempo le permiti "obtener, aislar, inmovilizar -en un relampagueo- lo que nunca aprehende: un po- co de tiempo en estado puro". Por qu esta inversin? Por qu lo que est fuera del tiempo pone a su disposicin el tiempo puro? Justamente porque, mediante esta simultaneidad que hizo juntarse realmente al paso de Venecia con el paso de Guermantes, el enton- ces del pasado y el aqu del presente, como dos ahora llamados a superponerse, por esa misma conjuncin de ambos presentes que su- primen el tiempo, Proust experiment tambin, de manera incompa- rable, nica, el xtasis del tiempo. Vivir la abolicin del tiempo, vi- vir ese movimiento, veloz como el "relmpago", por el cual dos ins- tantes, infinitamente separados, vienen (poco a poco, aunque de in- mediato) a encontrarse entre s unindose como dos presencias que se identificasen por la metamorfosis del deseo, vivirlo, pues, es re- correr toda la realidad del tiempo y, recorrindola, experimentar al tiempo como espacio y lugar vaco, es decir, libre de los aconteci- mientos que por 10 general siempre lo llenan. Tiempo puro, sin acon- tecimientos, vacuidad movediza, distancia agitada, espacio interior en devenir donde los xtasis del tiempo se ordenan en una simulta- neidad fascinante, todo esto qu es? Nada ms que el tiempo mis- mo del relato, el tiempo que no est fuera del tiempo, sino que se siente como afuera, bajo la forma de un espacio, ese espacio imagi- nario en donde el arte encuentra y ordena sus recursos. El tiempo de escribir La experiencia de Proust siempre pareclO misteriosa por la im- portancia que l mismo le concede, as como fundada en fenme- nos a los cuales los psiclogos no prestan valor de excepcin al- guno, aunque tales fenmenos ya hubiesen exaltado peligrosamente a Nietzsche. Pero cualesquiera que sean las "sensaciones" que sirven de clave a la experiencia que describe, sta se vuelve esencial porque 19 se trata para l de una experiencia, de una estructura original del tiempo, la que (en cierto momento, l est muy consciente de ello) se refiere a la posibilidad de escribir, como si esa abertura lo hu- biese introducido bruscamente en ese tiempo especfico del relato sin el cual l puede ciertamente escribir, como en efecto 10 hace, pero, sin embargo, an no ha comenzado a hacerlo. Experiencia decisiva, que es el gran descubrimiento del Tiempo Recobrado, su propio en- cuentro con las Sirenas, de donde adquiere, en una forma aparente- mente muy absurda, la certidumbre de que ahora es un escritor; en efecto, por qu esos fenmenos de reminiscencia, muy felices y emocionantes inclusive, ese sabor a pasado y presente que tiene de repente en la boca, podran, como l lo afirma, quitarle las dudas que 10 atormentaban hasta entonces con respecto a sus virtudes li- terarias? Esto es absurdo como puede parecer absurdo el sentimien- to que un da, en la calle, enardece !1 un Roussel desconocido y le da de repente la gloria y la certeza de la gloria. Igualmente, en el momento en que probaba la magdalena, cualquier inquietud acerca del porvenir, cualquier duda intelectual se disipaban. Las que me ase- diaran hace un rato en cuanto a la realidad de mis dotes literarias, e incluso la realidad de la literatura, haban desaparecido como por encanto". Como se ve, le es dado en forma conjunta no slo la seguri- dad de su vocacin, la afirmacin de sus dotes, sino tambin la esencia misma de la literatura que tocara, sintiera en estado puro, al experimentar la transformacin del tiempo en un espacio imagi- nario (el espacio propio de las imgenes), en esa ausencia movediza, sin acontecimientos que la disimulen ni presencia que la obstruya, en ese vaco siempre en devenir: esa lejana y esa distancia que cons- tituyen el medio y el principio de las metamorfosis y de lo que Proust denomina metamorfosis, all donde ya no se trata de hacer psicologa, sino, al contrario, donde ces la interioridad porque todo cuanto es interior se extiende afuera y adopta all la forma de una imagen. S, en ese tiempo todo se vuelve imagen, y la esencia de la imagen es el estar toda hacia fuera, sin intimidad y, no obstante, ms inaccesible y misteriosa que el pensamiento del yo ntimo; sin significacin, pero solicitando la profundidad de todos los sentidos posibles; irrevelada y sin embargo patente, revistiendo esa presencia- ausencia en que consiste el atractivo y la fascinacin de las Sirenas. Proust tiene conciencia de haber descubierto -y antes de es- cribir, segn l mismo dice- el secreto de la escritura y piensa, por un movimiento de distraccin que 10 alej del curso de las co- 20 sas, haberse colocado en ese tiempo de la escritura en que parece ser e! tiempo mismo e! que, en vez de perderse en acontecimientos, va a ponerse a escribir: tal es lo que demuestra nuevamente al tratar de descubrir experiencias anlogas en otros escritores que l admira, como Chateaubriand, Nerval, Baudelaire. Sin embargo, lo asalta una duda mientras cree, en cierta medida, experimentar lo contrario du- rante la recepcin de Guermantes (puesto que ver el tiempo "ex- teriorizarse" sobre los rostros en que la edad pone el artificio de una mscara de comedia). Le invade enronces el doloroso senti- miento de que, si bien le debe a la intimidad transformada del tiem- po e! haber entrado decisivamente en contacto con la literatura, tam- bin le debe al tiempo destructor, cuyo formidable poder de altera- cin est contemplando, una amenaza mucho ms constante, esto es, la de ver, de un momento a otro, retirrsele el "tiempo" de escribir. Duda pattica, duda que no profundiza, porque l evita pre- guntarse si esta muerte en la que vislumbra de repente e! principal obstculo a la ejecucin de su libro, y de la que sabe. adems, que ella no slo est en e! trmino de su vida, sino tambin obrando en todas las intermitencias de su persona, si esta muerte, pues, no es asimismo e! centro de la imaginacin que l llama divina. y en nos- otros mismos surge otra duda, otra interrogante en torno a las con- diciones en que acaba de llevarse a cabo esa experiencia tan impor- tante a la que est ligada toda su obra. Esa experiencia dnde se produjo? En qu tiempo? En qu mundo? Y quin es e! expe- rimentador? Sera Proust, el Proust real, hiio de Adrien Proust? Sera e! Proust ya convertido en escritor y relatando, en los quince volmenes de su obra grandiosa, cmo se ha formado su vocacin de manera progresiva, merced a la maduracin que hiciera de! nio angustiado, sin voluntad y con una particular sensibilidad, el hom- bre extrao, enrgicamente concentrado, recogido en esa pluma a la cual se comunica todo cuanto an tiene de vida y de niez preser- vada? De ningn modo, lo sabemos bien. No se trata de ninguno de esos Proust. De ser necesario, las fechas lo demostraran, ya que esa revelacin a la que alude El Tiempo Recobrado como al acon- tecimiento decisivo que va a poner en movimiento la obra an no escrita, acaece -en el libro- durante la guerra, en una poca en que Stoann ya se ha publicado y en que se ha compuesto gran parte de la obra., Entonces, no dice Proust la verdad? Pero es que l no nos debe esa verdad y sera incapaz de decrnosla. No podra ex- presarla ni hacerla real, concreta y verdadera sino proyectndola en el tiempo mismo de! cual ella es la puesta en obra y de donde la 21 obra extrae su necesidad: ese tiempo del relato en que, aunque est diciendo "Yo", ya no tienen poder de hablar ni el Proust real ni el Proust escritor, sino su metamorfosis en esa sombra que es el narra- dor convertido en "personaje" del libro, quien, dentro del relato, escribe un relato, vale decir la obra misma, y produce a su vez las otras metamorfosis de s mismo que son los diferentes "Yo" cuyas experiencias est narrando. Proust se ha vuelto inasible por hacerse inseparable de esta cudruple metamorfosis que apenas consiste en el movimiento del libro hacia la obra. Asimismo, el acontecimiento que l describe no slo es un acontecimiento que se produce en el mundo del relato, en esa sociedad de Guermantes que solamente se hace verdadera a travs de la ficcin, sino tambin acontecimiento y advenimiento del relato mismo y realizacin, en el relato, de ese tiempo original del relato del cual slo cristaliza la estructura fascinante, es decir, ese poder que hace coincidir, en un mismo punto fabuloso, el presente, el pasado e incluso, aunque Proust pa- rezca ignorarlo, el porvenir, ya que en este punto todo el porvenir de la obra est presente, entregado con la literatura. De inmediato aunque poco a poco Cabe aadir que la obra de Proust es muv diferente al Bild- ungsroman con el cual sera tentador confundirlo. Ciertamente, los quince volmenes del Tiempo Perdido no hacen sino relatar cmo se ha formado el que escribe esos quince volmenes y describen las peripecias de esa vocacin. "As, toda mi vida hasta esta fecha hu- biese podido y no hubiese podido resumirse en este ttulo: Una vo- cacin. No lo hubiese podido por cuanto la literatura no desempe ningn papel en mi vida. Lo hubiese podido en cuanto esta vida, los recuerdos de sus tristezas y de sus alegras formaban una reserva parecida a ese albumen que se aloja en el vulo de las plantas y del cual este ltimo extrae su alimento para transformarse en semilla..." Pero limitndose estrictamente a esta interpretacin, se est igno- rando lo que para l es lo esencial: esa revelacin por la cual, de una sola vez, de inmediato aunque poco a poco, por esa captura de un tiempo distinto, est introducindose en la transformada inti- midad del tiempo, all donde dispone del tiempo puro como del principio de la metamorfosis y de lo imaginario como de un espacio que ya es la realidad del poder de escribir. Sin duda, hace falta todo el tiempo de la vida de Proust, todo el tiempo de la navegacin real, para que l acceda a ese momento nico en el cual se inicia la navegacin imaginaria de la obra y que, 22 dentro de la obra, indicando la cumbre en la que se cumple y ter- mina, indica tambin el punto muy bajo donde ahora debe empren- derla el que est designado para escribir, frente a la nada que lo llama y a la muerte que ya causa estragos en su mente y en su me- moria. Hace falta todo el tiempo real para llegar a ese movimiento irreal, pero, aun cuando exista entre ambas formas de devenir una relacin tal vez inasible, que en todo caso l renuncia a captar, Proust afirma tambin que de ningn modo esta reflexin es el efecto necesario de un desarrollo progresivo: tiene las irregulari- dades de la casualidad, la fuerza gratuita de un don inmerecido que no retribuye en absoluto un largo y razonado trabajo de profundi- zacin. El Tiempo Recobrado es la historia de una vocacin que lo debe todo a la duracin, pero que lo debe todo precisamente por- que se le escap, mediante un salto imprevisible, y porque encontr el punto en que la pura intimidad del tiempo, convertida en espacio imaginario, ofrece a todas las cosas esa "unidad transparente" en la que, ti perdiendo su primer aspecto de cosas", pueden llegar "a po- nerse en fila en una especie de orden, penetradas por la misma luz ...", " .. .convertidas en una misma substancia, de amplia superli- cie 'V montonos reflejos. No qued impureza alguna. Las superficies se han vuelto reflexivas. Todas las cosas se disean en ellas pero por reflejo, sin alterar su substancia homognea. Todo cuanto fuera diferente ha sido convertido y absorbido':", La experimentacin del tiempo imaginario que realiza Proust no puede tener lugar sino en un tiempo imaginario y convirtiendo a aqul que se expone a ese tiempo en un ser imaginario, una imagen errante, siempre aqu, siempre ausente, fija y convulsiva, como la belleza de la que habla Andr Breton. Metamorfosis del tiempo, esa imagen metamorfosea primero el presente en el que aparenta pro- ducirse, atrayndole a la infinita profundidad en que el "presente" repite el "pasado", pero en que tambin el pasado se abre al por- venir que est ensayando, para que todo cuanto suceda siempre vuelva a suceder, y as sucesivamente. Sin duda, la revelacin se hace ahora, aqu, por primera vez, pero la imagen que se nos presenta aqu y por primera vez es presencia de un "ya otra vez" y nos revela que "ahora" es "otrora", y aqu, tambin otro lugar, un lugar siem- pre otro en donde aquel que cree poder asistir tranquilamente desde afuera a esa transformacin, puede transformarla en poder slo si se deja arrastrar por ella fuera de s y se deja envolver en ese movi- 1. El Balzae del Seor de Guermantes, donde Proust opone a Balzac su propio ideal esttico. 23 miento en el que una parte de s mismo, y para empezar esta mano que escribe, se vuelve algo as como imaginaria. Traslacin que Proust, mediante una decisin energica, procu- r convertir en movimiento de resurreccin del pasado. Pero, en fin de cuentas, qu ha reconstituido? qu ha salvado? El pasado ima- ginario de un ser ya totalmentte imaginario y separado de s mismo por una serie vacilante y fugitiva de "Yo" que poco a poco lo des- pojan de d v que tambin lo liberan del pasado ponindole asi- mismo, mediante ese sacrificio heroico, a la disposicin de 10 ima- ginario de que pudo entonces disponer. El llamado de lo desconocido Sin embargo, de este movimiento vertigrnoso Proust no acep- t reconocer que no permite ni parada ni reposo y que, cuando parece detenerse en un instante determinado del pasado real unin- dole, por una relacin de centelleante identidad, a un determinado instante presente, es tambin para atraer al presente fuera del pre- sente JI al pasado fuera de su realidad determinada -llevndonos, por esa relacin abierta, cada vez ms lejos, en todas las direcciones, entregndonos a la lejana y entregndonos la lejana donde todo est dado, retirado, incesantemente. Sin embargo, por 10 menos una vez, Proust se hall ante ese llamado de 10 desconocido, cuando, ante los tres rboles que est contemplando y que no logra relacio- nar con la impresin o el recuerdo que siente a punto de surgir, accede a la extraeza de 10 que jams podr recuperar y que, sin embargo, est aqu, en s, alrededor de s, pero que slo acoge segn un movimiento infinito de ignorancia. Aqu, la comunicacin queda inconclusa, abierta, decepcionante para l, pero tal vez sea enton- ces menos engaosa que ninguna otra y ms prxima a la exigencia de toda comunicacin. 2 - LA A'30MBROSA pACIENCIA Se ha observado que el esbozo de libro publicado bajo el ttulo de [ean Santeuil contena un relato comparable al relato de la ex- periencia final del Tiempo Recobrado. Incluso se lleg a la conclu- sin de que ah estaba el prototipo del acontecimiento como fuera realmente vivido por Proust, hijo de Adrien Proust: tan grande es el afn de ubicar 10 no ubicable. Aquello, pues, acontece cerca del lago de Ginebra, al cual, durante un tedioso paseo, Jean Santeuil divisa de repente, al lmite de los campos, y en el que reconoce, pas- 24 mado de felicidad, el mar de Bergmel al lado del cual vrviera en otros tiempos y que slo era para l entonces un espectculo indi- ferente. Jean Santeuil se interroga sobre esta nueva felicidad. No ve en ella el mero placer de un recuerdo espontneo, porque no se trata de un recuerdo, sino de "la transmutacin del recuerdo en una realidad directamente sentida". De ello concluye que se encuentra all ante algo muy importante, una comunicacin que no es la del presente ni la del pasado, sino el brote de la imaginacin cuyo campo se establece entre uno y otro, y a partir de entonces toma la determinacin de no escribir sino para que revivan tales instantes y para responder a la inspiracin que le suscita este movimiento de alegra. Aquello es, en verdad, impresionante. Casi toda la experiencia del Tiempo Perdido se vuelve a encontrar aqu: el fenmeno de la reminiscencia, la metamorfosis que ste anuncia (transmutacin del pasado en presente), el sentimiento de que existe una puerta abierta en el propio mbito de la imaginacin y, por ltimo, la resolucin de escribir a la luz de tales instantes y para ponerlos de nuevo a la luz. Por 10 tanto, uno podra preguntarse ingenuamente: cmo es posible que Proust, que detenta desde este instante la clave del arte, no escriba ms que Jean Santeuil y no su obra verdadera - y que, en tal sentido, siga sin escribir? La respuesta no puede ser ms que ingenua. Se halla en este esbozo de obra que Proust, tan de- seoso de hacer libros y de ser considerado como escritor, no vacila en rechazar, en olvidar inclusive, como si no hubiese tenido lugar; y, asimismo, Prou st presiente que la experiencia de que habla no tiene lugar mientras no 10 atraiga al infinito del movimiento que constituye esa experiencia. Quiz Jean Santeuil est ms cerca que e! narrador de Tiempo Perdido de! Proust real, cuando ste 10 es- cribe, pero esa proximidad slo es el signo de que se mantiene en la superficie de la esfera y que no ha penetrado verdaderamente en el tiempo nuevo que le deja vislumbrar el centelleo de una sensa- cin vacilante. Por eso escribe, pero sobre todo escriben en su lugar Saint-Simon, La Bruyere, Flaubert, o, por lo menos, el Proust hom- bre de cultura, l que se apoya, como se precisa, en e! arte de los escritores anteriores, en vez de entregarse, por su cuenta y riesgo, a esta transformacin que exige lo imaginario y que debe primero alcanzar su lenguaje. 25 El fracaso del relato puro Sin embargo, esa pgina de [ean Santeuil y este mismo libro nos ensean otra cosa. Parece que Proust concibe entonces un arte ms puro, concentrado tan slo en los instantes, sin rellenos, sin re- currir a los recuerdos voluntarios, ni a las verdades de orden gene- ral formadas o rescatadas por la inteligencia, a las que creer luego haber concedido un amplio lugar dentro de su obra: en sntesis, un relato "puro" que estara hecho de estos puntos nicos en que se origina, como un cielo donde, aparte las estrellas, no hubiese ms que el vaco. La pgina de [ean Santeuil que analizamos lo est afirmando ms o menos: "Porque el placer que ella (Ia imagina- cin) nos procura, es un signo de la superioridad en que he con- fiado suficientemente como para no escribir nada de cuanto viera, pensara, razonara o recordara, para no escribir sino cuando de re- pente renaciese un pasado, en un perfume o una vista que lo hicie- ran estallar, y por encima del cual palpitara la imaginacin, y cuando esta alegra me proporcionase la inspiracin." Proust slo quiere escribir para responder a la inspiracin. Esta inspiracin se la ofrece la alegra que le procuran los fenmenos de reminiscencia. Y esta alegra, que tambin lo est inspirando, es, segn l, signo de la im- portancia de tales fenmenos, de su valor esencial, signo de que en ellos se anuncia la imaginacin y capta la esencia de nuestra vida. As, pues, la alegra que le da poder para escribir no lo faculta para escribir cualquier cosa, sino solamente para comunicar esos instan- tes de alegra y la verdad que "palpita" detrs de esos instantes. El arte que apunta aqu no puede constituirse sino mediante momentos muy breves: la alegra es instantnea y los instantes que ella hace valer no son ms que instantes. Fidelidad a las impresio- nes puras, he aqu lo que Proust le exige entonces a la literatura novelesca, no porque se limite a las certezas del impresionismo co- mn, puesto que l no quiere sino entregarse a ciertas impresiones privilegiadas, aquellas en que, por el resurgimiento de la sensacin pasada, se le da impulso a la imaginacin. Pero no por eso el im- presionismo que l admira en las dems artes deja de presentrsele como un paradigma. Ocurre, sobre todo, que l quisiera escribir un libro del cual se excluvera todo cuanto no fuesen instantes esenciales (en parte confirmado 'por la tesis de Feuillerat segn la cual la ver- sin inicial de la obra inclua muchos menos desarrollos y "diserta- ciones psicolgicas" y se proclamaba como un arte que slo recurra al encanto momentneo de los recuerdos involuntarios). Sin duda, 26 con Jean Santeuil, Proust esperaba escribir un libro de esa ndole. Al menos esto es lo que sugiere una frase sacada del manuscrito y puesta como epgrafe: "Acaso puedo llamar novela a este libro? Quiz sea menos y mucho ms, vale decir, la esencia de mi vida recogida sin mezclarle nada, durante esas horas de desgarramiento entre las cuales discurre. El libro nunca ha sido hecho, sino cose- chado". Cada una de estas expresiones responde a la concepcin que nos propuso la pgina de [ean Santeuil. Relato puro, por ser "sin mezcla", por no tener ms materia que lo esencial, la esencia que se comunica a la escritura en esos instantes privilegiados en que se desgarra la superficie convencional del ser, y Proust, por un afn de espontaneidad que evoca la escritura automtica, pretende ex- cluir todo cuanto haga de su libro el resultado de un trabajo: no ser una obra hbilmente fraguada sino una obra recibida como ddiva, surgida de s mismo y no producida por l. Pero, responde [ean Santeuil a este ideal? De ningn modo, y quizs tanto menos cuanto que procura responderle. Por un lado, sigue concedindole un espacio mayor al material novelesco comn, a las escenas, figuras y observaciones generales que el arte del me- morialista (Saint-Sirnon ) y el del moralista (La Bruyere ) le inducen a extraer de su propia existencia, la misma que lo condujo al liceo, a los salones, y que hizo de l un testigo del affaire Dreyfus, etc. Pero, por otro lado, es evidente que l procura evitar la unidad ex- terior y "prefabricada" de una historia; en eso piensa ser fiel a su concepcin. El carcter entrecortado del libro no proviene solamen- te de que estemos ante un libro en pedazos; esos fragmentos en que aparecen y desaparecen los personajes, en que las escenas no tratan de ligarse a otras escenas, responden a la intencin de evitar el im- puro discurso novelesco. De vez en cuando, tambin aparecen algu- nas pginas "poticas", reflejos de aquellos instantes encantados a los que desea, por lo menos, acercarnos fugazmente. Llama la atencin, en el fracaso de este libro, el hecho de que, al tratar de hacernos palpar "instantes", pinte a estos como escenas, y, asimismo, que, en vez de sorprender a los seres en sus aparicio- nes, hiciera todo lo contrario, esto es, retratos. Pero, sobre todo: para distinguir en pocas palabras a este esbozo de la obra que lo si- gue, podra decirse que mientras Jean Santeuil, a fin de darnos el sentimiento de que la vida est hecha de horas separadas, se atuvo a una concepcin fragmentada en la que no figura el vaco, al con- trario, En busca del tiempo perdido, obra masiva, ininterrumpida, logr aadir a los puntos estrellados el vaco como plenitud y hacer 27 esta vez brillar maravillosamente las estrellas, porque ya no care- cen de la inmensidad del vado del espacio. De manera que, median- te una continuidad ms densa y sustancial, la obra pudo representar lo ms discontinuo, la intermitencia de esos momentos de luz de donde le viene la posibilidad de escribir. El espacio de la obra, la esfera y esto por qu? A qu se debe semejante logro? Tambin puede explicarse en pocas palabras: Proust -y tal fue, al parecer) su progresiva penetracin de la experiencia- presinti que estos instantes en que, para l, brilla lo intemporal, expresaban, sin em- bargo, por la afirmacin de un regreso, los movimientos ms nti mos de la metamorfosis del tiempo, eran el "tiempo puro". Enton ces descubri que el espacio de la obra deba contener todos los po deres de la duracin; que adems slo deba representar el movimiento de la obra hacia s misma v la bsqueda autntica de su origen; v que deba, finalmente, ser el lugar de 10 imaginario; entonces Proust sinti poco a poco que el espacio de esta obra tena que ase- mejarse -suponiendo que aqu baste una fizura-c- a la esencia de la esfera; y, en efecto, todo su libro, su lenguaje, ese estilo de curvas lentas, de flida pesadez, de transparente densidad, siem- pre en movimiento, maravillosamente hecho para expresar el ritmo variado hasta el infinito de la rotacin voluminosa, representa el misterio y la espesura de la esfera, su movimiento de rotacin, en lo alto y 10 bajo, su hemisferio celestial (paraso de la infancia, paraso de los instantes esenciales) y su hemisferio infernal (Sodo- ma y Gomarra, el tiempo destructor, el despojamiento de todas las ilusiones y de todos los falsos consuelos humanos), pero doble he misferio que en cierto momento se invierte, de manera que baja 10 que estaba arriba y que el infierno, e incluso el nihilismo del tiempo, pueden a su vez volverse benficos y exaltarse en puras y dichosas fulguraciones, As, pues, Proust descubre que esos instantes privilegiados no son puntos inmviles, reales una sola vez y conformados de tal ma- nera que deberan representarse como una nica y fugitiva evanes- cencia, sino que, desde la superficie de la esfera hasta su centro, pasan y vuelven a pasar, yendo, sin cesar aunque por intermitencia, hacia la intimidad de su realizacin verdadera, yendo de su irreali- dad a esa profundidad oculta que alcanzan cuando estn en el cen- tro imaginario y secreto de la esfera, desde donde sta parece en- gendrarse de nuevo cuando en verdad se acaba. Adems, Proust ha 28 descubierto la ley de crecrrniento de su obra, esa exigencia de en- grosamiento, de abultamiento de la esfera, esa superabundancia y, como l mismo dice, esa sobrealimentacin que ella est reclamando y que le permite introducir las materias ms "impuras", esas "ver- dades relativas a las pasiones, a los caracteres, a las costumbres", pero que, en realidad, l no introduce como "verdades", afirmacio- nes estables e inmviles, sino como algo que tampoco deja de des- arrollarse, de progresar, por un lento movimiento envolvente. Canto de los posibles, girando incansablemente en crculos cada vez ms estrechos alrededor del punto central, el cual ha de superar toda po sibilidad, siendo lo nico y soberanamente real, esto es, el instante (pero el instante que es a su vez la condensacin de toda la esfera). En tal sentido, cuando Feuillerat opina que las adiciones pro- gresivas ("disertaciones psicolgicas", comentarios intelectuales) han debido alterar gravemente el designio originario, esto es, el de es- cribir una novela de instantes poticos, piensa 10 que pensaba in- genuamente Jean Santeuil, pero no aprecia el secreto de la madurez de Proust, madurez de esa experiencia para la cual el espacio de lo imaginario novelesco es una esfera, generada mediante un movi- miento infinitamente retardado, por instantes esenciales. a su vez siempre en devenir y cuya esencia no es la puntualidad, sino esa du- racin imaginaria que Proust, al final de su obra, descubre como a la sustancia misma de esos misteriosos fenmenos de centelleo. En Jean Santeuil el tiempo est casi ausente (aun cuando el libro termine por una evocacin del envejecimiento que observa el joven en el rostro de su padre; a 10 sumo, como en La Educacin Sentimental, los blancos dejados entre los captulos podran recor- darnos que hay otras cosas que ocurren detrs del acontecer); pero sobre todo el tiempo est ausente de esos instantes resplandecientes que el relato representa de manera esttica, sin hacer presentirnos que l no puede realizarse a s mismo sino yendo hacia tales instan- tes como hacia su origen y sacando de ellos el nico movimiento que le da impulso a la narracin. Pero, sin duda, Proust nunca dej de interpretar esos instantes como signos de 10 intemporal, viendo siem- pre en ellos una presencia liberada del orden del tiempo. El mara- villoso choque que experimenta al experimentarlos, la certidumbre de reconocerse despus de haberse perdido, ese reconocimiento es una verdad mstica propia que no quiere poner en entredicho. En ella radican su fe y su religin, as como la tendencia a creer que existe un mundo de esencias intemporales cuya representacin puede facilitar el arte. 29 De estas ideas hubiera podido resultar una concepcin novelesca muy distinta a la suya, en la que la preocupacin de lo eterno hu- biese dado lugar (como en Joyce) a un conflicto entre un orden de conceptos jerarquizados y el desmenuzamiento de las realidades sen- sibles. Esto no ha sido as porque Proust, contra s mismo inclusive, fue ms dcil a la verdad de su experiencia, la cual no solamente lo desliga del tiempo ordinario sino que lo liga a un tiempo distinto, ese tiempo "puro" en que la duracin nunca puede ser lineal y no se reduce a los acontecimientos. Por eso el relato excluye el mero desarrollo de una historia, as como se concilia difcilmente con "es- cenas" demasiado delimitadas y figuradas. Proust tiene cierta incli- nacin por escenas clsicas a las que no siempre renuncia. Incluso la grandiosa escena final tiene un relieve excesivo que no responde muy bien a esa disolucin del tiempo de la que quiere convencernos. Pero lean Santeuil, precisamente, nos ensea, igual que las diferentes versiones conservadas en los Cuadernos, el extraordinario trabajo de transformacin que Proust no ces de proseguir para suavizar las aristas demasiado agudas de sus cuadros y restituir las escenas al devenir, cuadros y escenas que, poco a poco, en vez de parecer vistas fijadas y estticas, se estiran en el tiempo, se hunden y se funden en el conjunto, arrastrados por un movimiento lento y sin descanso, movimiento no de superficie, sino profundo, denso, voluminoso, en el que se superponen los tiempos ms variados, y en el que, asimismo, se inscriben los poderes y formas contradictorias del tiempo. As, algunos episodios -los juegos de los Campos Elseos- parecen vividos a la vez en edades muy diferentes, vividos y vueltos a vivir en la intermitente simultaneidad de una vida entera, no como mo- mentos puros sino en la densidad movediza del tiempo esfrico. El aplazamiento La obra de Proust es una obra conclusa-inconclusa. Cuando se lee aJean Santeuil y a las innumerables versiones intermedias en que se gastan los temas a los cuales quiere dar forma, uno se mara- villa de ver el auxilio que encuentra en ese tiempo destructor que, en l y contra l, fue el cmplice de su obra. A su obra la ame- nazaba ante todo una ejecucin apresurada. Mientras se retrasa, ms se aproxima a s misma. En el movimiento del libro se vislumbra ese aplazamiento que lo detiene, como si, al presentir la muerte que est al final, intentara, para evitarla, remontar su propio curso. Primero, la pereza se opone en Proust a las fciles ambiciones; 30 luego la pereza se hace paciencia y la paciencia se vuelve trabajo inagotable, impaciencia febril que lucha contra el tiempo cuando ste est contado. En 1914 la obra se halla muy cerca de su conclusin. Pero 1914 es el ao de la guerra, el comienzo de un tiempo ajeno que, liberando a Proust del autor complaciente que lleva en s, le da la oportunidad de escribir sin cesar y de convertir su libro, mediante un trabajo siempre repetido, en ese lugar del retorno que l debe representar (de modo que 10 ms destructivo en el tiempo, la guerra, colabora de la manera ms ntima a su obra proporcionndole como auxiliar aquella muerte universal contra la cual l pretende levantarse). Jean Santeuil es el primer trmino de esta asombrosa pacien- cia. Por qu Proust, que se apresura a publicar Los Placeres y los Das, libro mucho menos importante, logra interrumpir este esbozo (que ya incluye tres volmenes) olvidndose de l, sepultndolo? Aqu aparecen la profundidad de su inspiracin y su determinacin de seguirla, sostenindola en su movimiento infinito. Si Proust hu- biese terminado y publicado lean Santeuil se habra perdido, su obra habra quedado imposibilitada y el Tiempo definitivamente extraviado. Por lo tanto, hay un no s qu maravilloso en este es- crito que se ha puesto de nuevo al da y que nos muestra cun ame- nazados estn los ms grandes escritores y cunta energa, inercia, ociosidad, atencin y distraccin necesitan para llevar a cabo lo que se les propone. Por eso [ean Santeuil nos habla verdaderamente de Proust, de esa paciencia ntima, secreta, mediante la cual se tom su tiempo. 31 JI EL PROBLEMA LITERARIO I-"NO CABE LA POSIBILIDAD DE UN BUEN FINAL" "P ARA M -pensaba el. joven Goethe- no cabe la posibilidad de un buen final". Pero despus de v;rerther adquiri la certeza contraria: no estaba destinado a zozobrar y, ya sea por- que hubiese probado su pacto con lo que l llamaba las poten- cias daimnicas, o por razones ms secretas, dej de tener fe en su degradacin. Esto ya es singular, pero he aqu algo an ms extrao: en cuanto tuvo la certeza de escapar del naufragio, cambi de ac- titud acerca de sus fuerzas poticas e intelectuales; hasta entonces prdigo sin medida, se vuelve ahorrativo, precavido, preocupado por no despilfarrar nada de su genio y no arriesgar ms esa feliz exis- tencia que, sin embargo, le garantizaba la intimidad del destino. A semejante anomala pueden hallrsele explicaciones. Puede decirse que el sentimiento de estar a salvo se relacionaba con el recuerdo de la ruina que lo amenaz en los tiempos de Werther. Puede decirse que antes de Werther no tena que presentar cuentas a su propia ley interior, siendo l la impetuosidad que no quiere ser justificada. Recibi todo junto: la sacudida que lo acercara a la ruina total; en medio de ese trance, la certidumbre de su genio afor- tunado, sin poder de zozobra, e inmediatamente despus el respeto por esa impotencia de la que entonces se sinti responsable. Fue el pacto. Para Goethe el demonio fue ese lmite: la impotencia de morir; esa negacin: rechazo de dejarle decaer; de ah le vino la certeza del triunfo que pagara con otra degradacin. La oscura exigencia Lo esencial, sin embargo, permanece oscuro. La oscuridad nos lleva aqu a una regin donde las reglas nos abandonan, donde cesan el derecho y el deber, donde la buena o la mala conciencia no traen ni consolacin ni remordimiento. En todo momento, a quienes tie- 35 nen algo que ver con la extraeza de la palabra literaria se les re- conoci un estatuto ambiguo, un cierto juego en torno a las reglas comunes, como para dejar lugar, mediante esa libertad, a otras leyes ms difciles e inciertas. Esto no significa que aquellos que escriben tengan derecho a escapar de las consecuencias. Quien mat por pa- sin no puede alterar la pasin invocndola como excusa. Quien tropieza al escribir con una verdad que el escribir no poda respetar, tal vez sea un irresponsable, pero debe ms an responder por esa irresponsabilidad; debe responder por ella sin ponerla en entredicho, sin traicionarla, esto es un secreto incluso para consigo mismo: la inocencia que 10 preserva no es la suya; es la del lugar que ocupa y que ocupa culpablemente, con el cual no coincide. No basta con hacer varias partes irreductibles en la vida del artista. No importa tampoco su conducta, es decir, su manera de protegerse con sus propios problemas o, al contrario, de cubrirlos con su propia existencia. Cada quien responde como puede y como quiere. La respuesta de uno no le conviene a ningn otro, no tiene conveniencia, responde a 10 que necesariamente ignoramos, es, en tal sentido, indescifrable y nunca ejemplar: el arte nos ofrece enig- ms, pero, por suerte, ningn hroe. Entonces, qu importa? Qu puede ensearnos la obra de arte que sea capaz de iluminarnos sobre las relaciones humanas en general? ~ clase de exigencia se anuncia en ella que no pueda ser captada por ninguna de las formas morales en vigencia, que no haga culpable a quien le falte, ni tampoco absuelva a quien cree cumplirla, que nos libre de todos los imperativos del "Yo debo", de todas las pretensiones del "Yo quiero" y de todos los recursos del "Yo puedo": para dejarnos libres? pero, sin embargo, no li- bres, ni privados de libertad, como si nos atrajera a un punto en que, agotado el aire de 10 posible, se ofrece la relacin pura que no es un poder, que precede incluso cualquier posibilidad de relacin. Cmo recobrar esta exigencia, palabra que se introduce por- que es incierta y porque la exigencia aqu es sin exigencia. Sin duda, es ms fcil demostrar que la obra potica no puede recibir de la ley, sea poltica, moral, humana o no, provisional o eterna, una de- cisin que la limite, una citacin que le asigne una morada. La obra de arte no teme nada de la ley. La ley alcanza, proscribe, o per- vierte la cultura y tambin 10 que se piensa sobre el arte, las cos- tumbres histricas, el curso del mundo, los libros y los museos, y a veces a los artistas, pero por qu escaparan ellos de la violen- cia? Un rgimen determinado, por duro que se revele para el 36 arte, puede inducirnos a temer por ese rgimen pero no por el arte. El arte es tambin lo ms duro que hay -indiferencia y olvido- para sus propias vicisitudes histricas. Cuando Andr Breton nos' recuerda el manifiesto que l redact junto con Trotsky, expresando la "voluntad deliberada de atenerse a la frmula: toda licencia en el arte", ello es desde luego esencial, y el encuentro de esos dos hombres, la escritura de ambos unida en la misma pgina donde se afirma dicha frmula, sigue siendo, des- pus de tantos aos, un signo exaltante". Pero "toda licencia en el arte" es tan slo la primera necesidad. Ello significa que todas las palabras -ya sean las de un orden humano a realizar, de una verdad que sostener o de una transcendencia que preservar -nada pueden hacer por la palabra cada vez ms original del arte; slo pue- den dejarla libre, sencillamente porque nunca la encuentra, defi- niendo asimismo, al menos en la historia presente, un orden de re- laciones que solamente entra en juego cuando la relacin ms inicial y manifiesta en el arte ya ha sido borrada o recubierta. La palabra libertad an no es suficientemente libre para que comprobemos esta relacin. La libertad est vinculada a 10 posible, lleva 10 extremo del poder humano. Pero aqu se trata de la relacin que no es un poder, de la comunicacin o del lenguaje que no se cumple como poder. Rilke quera que el joven poeta frente a s mismo pudiese pre- guntarse: "Estar de verdad obligado a escribir"? con el fin de or la respuesta: "S, es necesario" "Entonces -conclua- edificad vuestra vida segn esta necesidad". Esto es un rodeo para elevar todava hasta la moral el movimiento de escribir. Desafortunada- mente, si la escritura es un enigma, no entrega orculo y nadie est en condiciones para hacerle preguntas. "Estar de verdad obligado a escribir". Cmo podra interrogarse as aquel que carece de todo lenguaje inicial para dar forma a esa pregunta y que slo puede encontrarlo por un movimiento infinito que 10 afecta, Jo transfor- ma, lo desaloja de ese "Yo" afirmado a partir del cual cree que puede preguntar sinceramente? "Entrad en vosotros mismos, buscad la necesidad que os induce a escribir". Pero la pregunta no puede sino sacarlo de s mismo, empujndolo all donde el afn consistira ms bien en escapar a 10 que no tiene ni derecho, ni justicia, ni medida. La respuesta "es necesario" bien puede, en efecto, ser oda, incluso se oye constantemente, pero 10 que "se necesita" no se oye, es res- 1. Andr Breton: La Llave de los Campos. 37 puesta a una pregunta que no se descubre, cuya aproximacin sus- pende la respuesta y la hace innecesaria. "Es un mandato. De acuerdo con mi naturaleza, no puedo sino asumir un mandato que nadie me ha confiado. En esta contradiccin, solamente y siempre en una contradiccin, puedo vivir". La contra- diccin que aguarda al escritor es an ms fuerte. No es un man- dato, no puede asumirlo, nadie se lo dio, es decir, tiene que vol- verse nadie para recibirlo. Contradiccin en la que no puede vivir. Por eso, ningn escritor, aun cuando fuese Goethe, podra pretender reservar la libertad de su vida para la obra que lo presiente; nadie, sin ridiculez, puede decidir que se dedica a su obra, y menos an salvaguardarse para ella. La obra exige mucho ms: que uno no se preocupe por ella, que no se la busque como un fin, sino que se tenga con ella la relacin ms profunda de la despreocupacin y de la negligencia. Aquel que huye de Federica no lo hace para perma- necer libre, nunca ha sido menos libre que en ese momento, porque aquello que lo libera de los lazos lo entrega a la fuga, movimiento ms peligroso que los proyectos de suicidio. Culpar a la fidelidad creadora de la infidelidad a los juramentos es, por lo tanto, dema- siado simple. Asimismo, cuando, al ver una niita jugando frente a la catedral, Lawrence se pregunta a cul de las dos le gustara res- catar en caso de destruccin. y se sorprende por haber escogido a la nia, esta sorpresa revela toda la confusin que introduce en el arte el recurrir a los valores. Como si no perteneciera a la realidad propia del monumento -y de todos los monumentos y libros jun- tos- ser cada vez ms liviana, en el platillo de la balanza, que la niita que juega; como si, en esa liviandad, en esa ausencia de valor, no se concentrase el peso infinito de la obra. Mejor que a s mismo Desde el Renacimiento hasta el Romanticismo, se hizo un es- fuerzo impresionante y a veces sublime por reducir el arte al genio, la poesa a lo subjetivo, y dejar entender que todo cuanto expresa el poeta es l mismo, su intimidad ms peculiar, la profundidad oculta de su persona, su "Yo" lejano, no formulado ni formulable. El pin- tor se realiza mediante la pintura, lo mismo que el novelista en- carna en varios personajes una visin en la que se revela. La exigen- cia de la obra sera entonces la de la intimidad a expresar: el poeta tiene que hacer or su canto y el escritor tiene que entregar su mensaje. "Tengo algo que decir", he aqu, en fin de cuentas, el grado 38 ms bajo de las relaciones del artista con la exigencia de la obra, cuyo grado ms alto parece ser la tormenta del mpetu creador al cual no puede hallarse explicacin. Esta idea de que en el poema. quien se expresa es Mallarm, de que en Los Girasoles se manifiesta Van Gogh (aunque no el Van Gogh de la biografa), parece poder explicarnos lo absoluto que re- viste la exigencia de la obra y, sin embargo, el carcter privado, irre- ductible a toda obligacin general, de semejante exigencia. Esto su cede entre el artista y l mismo, nadie de afuera puede intervenir, es algo tan secreto como la pasin que no puede juzgar ni compren- der autoridad exterior alguna. Pero, ser as de verdad? Podemos limitarnos a creer que la pasin taciturna, obstinada y reiterativa que induce a Czanne a morir con el pincel en la mano yana oerder ni un da siquiera por el entierro de su madre, tenga como fuente nica el deseo de ex- presarse? Ms que a s mismo, el secreto que est buscando se refie- re al cuadro, y ese cuadro. evidentemente. bata Czanne 110 nresen- tara ningn inters si slo le hablase de Czanne y no de la pintura, de la esencia de la pintura cuya aproximacin le es inaccesible. Llamemos, pues, pintura a esa exigencia, llammosla obra o arte, pero llamarla as no nos revela de dnde extrae su autoridad, ni por qu esa "autoridad" no le pide nada a quien la soporta, lo atrae todo y lo abandona todo, exige de l ms de lo que puede exigirse, en nombre de cualquier moral o de cualquier hombre y, al mismo tiempo, no le obliga en nada, no le reprocha ni le felicita por nada, no se relaciona con l aunque lo llame para que sos- tenga esa relacin -y as lo atormenta y lo agita con una desusada alegra. Una de las cargas de nuestro tiempo consiste en exponer el escritor a una especie de vergenza previa. Debe tener mala concien- cia, debe sentirse culpable ante cualquier tentativa. Tan pronto se pone a escribir oye como lo interpelan alegremente: "Bueno, ahora ests perdido". -"Entonces, tengo que cesar?"- "No, si t cesas ests perdido". As habla el demonio que tambin le habl a Goethe e hizo de l ese ser impersonal en cuanto empez a vivir ms all de s mismo, impotente para zozobrar, porque ese poder supremo le fue retirado. La fuerza del demonio proviene de que por su voz hablan instancias muy diferentes, de manera que no se sabe nunca lo que significa el "Ests perdido". A veces es el mun- do, el mundo de la vida cotidiana, la necesidad de actuar, la ley del trabajo, el afn de los hombres, la bsqueda de las necesidades. 39 Hablar cuando perece el mundo no puede despertar en el que habla sino la sospecha de su frivolidad y, al menos, el deseo de acercar- se por sus palabras a la gravedad del momento, pronunciando palabras tiles, verdaderas y sencillas. "Ests perdido" significa: "Hablas sin necesidad para evadirte de la necesidad; palabra vana, fatua y culpable; palabra de lujo e indigencia". "Entonces, debo cesar?" -"No, si cesas, ests perdido". Ahora bien, aqu aparece otro demonio, ms oculto: nunca fa- miliar, pero tampoco ausente, de una proximidad que se parece a un error; pese a todo, no se impone, sino que se hace fcilmente ol- vidar (pero este olvido es lo ms grave); asimismo, no tiene auto- ridad, no manda, no condena, ni absuelve. Aparentemente, en re- lacin con la voz de la ley universal, sta es una voz tranquila, de suave intimidad, y el "Ests perdido" tiene tambin su ternura: es, asimismo, una promesa, la invitacin a deslizarse por una pendiente insensible -para subir? para bajar? no se sabe. "Ests perdido" es una expresin liviana y alegre que no se dirige a nadie y en cuya cercana el que est interpelado, escapando a la soledad de 10 que se llama uno mismo, ingresa a esa otra soledad en la que pre- cisamente faltan toda soledad, todo lugar propio y todo fin. All, ciertamente, cesa la culpa, pero no hay inocencia, nada que pueda ligarme ni desligarme, nada por lo que "yo" deba responder, pues qu puede pedirse a quien depuso lo posible? Nada -salvo esto que es la exigencia ms extraa: que por su intermedio hable 10 que est sin poder y que, a partir de ello, la palabra en s se anun- cie como la ausencia de poder, como esta desnudez, la impotencia, pero tambin la imposibilidad, que es el primer movimiento de la comunicacin. Palabra de poeta y no de amo Qu puede un hombre? preguntaba Monsieur Teste. Esto es interrogarse en torno al hombre moderno. El lenguaje, en el mundo, es, por excelencia, poder. El que habla es el poderoso y el violento. Nombrar es esta violencia que aparta 10 que est nombrado para tenerlo bajo la forma cmoda de un nombre. Nombrar hace slo del hombre esa extraeza inquietante y trastornadora que debe tur- bar a los dems seres vivos e incluso a esos dioses solitarios a quie- nes se dice mudos. La facultad de nombrar slo le fue dada a un ser capaz de no ser, capaz de convertir a esta nada en un poder y a este poder en la violencia decisiva que abre la naturaleza, la do- mina y la obliga. En esta forma el lenguaje nos entrega a la dialc- 40 tica del amo y del esclavo que nos obceca. El amo adquiri derecho de palabra porque fue hasta el fin del peligro de muerte: solo, el amo habla, palabra que es mandamiento. El esclavo slo oye. Ha- blar, he aqu lo importante. El que no puede sino or depende de la palabra y viene solamente en segundo lugar. Pero la audicin, esa parte desheredada, subordinada y secundaria, se revela final- mente como el lugar del poder y el principio del verdadero dominio. Se tiene la propensin de creer que el lenguaje del poeta es el del amo: cuando el poeta habla su palabra es soberana, palabra de aquel que se entreg al peligro, dice lo que an no se ha dicho jams, nombra lo que no oye y no hace sino hablar, de manera que tampoco sabe lo que dice. Cuando Nietzsche afirma: "{Pero el arte es de una se- riedad tremenda! ... Os rodearemos con imgenes que os hagan tem- blar. Tenemos poder para ello! Podis taparos los odos: vuestros ojos vern nuestros mitos, os alcanzarn nuestras maldiciones!", sta es palabra de poeta que es palabra de amo, y quizs esto sea inevitable, quizs la locura que cubre a Nietzsche est ah para hacer de la palabra maestra una palabra sin maestro, una soberana sin audiencia. As, el canto de Holderln, tras el estallido demasiado violento del himno, vuelve a ser, dentro de la -locura, el de la ino- cencia de las estaciones. Pero interpretar as a la palabra del arte y de la literatura es, sin embargo, traicionarla. Es desconocer la exigencia que est en ella. Es buscarla, no ya en su fuente, sino cuando, atrada en la dia- lctica del amo y del esclavo, ya se ha vuelto instrumento de poder. Por lo tanto, es necesario rescatar en la obra literaria el lugar don- de el lenguaje sigue siendo relacin pura, ajena a cualquier dominio y a cualquier servidumbre, lenguaje que tambin habla slo a quien no habla para tener ni para poder, ni para saber ni para poseer, ni para convertirse en maestro y amaestrarse, es decir, slo a un hom- bre muy poco hombre. Sin duda, sta es una bsqueda difcil, aun- que estemos, mediante la poesa y la experiencia potica, en la co- rriente de esta bsqueda. Puede ser que nosotros, hombres de la necesidad, del trabajo y del poder, no tengamos medios para al- canzar una posicin que nos permita presentir su acercamiento. Tal vez se trate tambin de algo muy sencillo. Tal vez esta sencillez est siempre presente en nosotros, o, por lo menos, una sencillez igual. 41 II-ARTAUD A LOS VEINTITRS aos, Artaud enva algunos poemas a una re- vista. El director de esa revista cortsmente los rechaza. En- tonces Artaud intenta explicar por qu le importan esos poemas de- fectuosos: padece tal desamparo de pensamiento que no puede des- preciar las formas, aun insuficientes, conquistadas sobre esa inexis- tencia central. Qu valen los poemas as obtenidos? De todo ello resulta un intercambio epistolar y Tacques Riviere, el director de la revista, le propone de repente publicar las cartas escritas en torno a esos poemas no publicables (pero cuya aparicin se admite par- cialmente esta vez, a ttulo de ejemplos y testimonios). Artaud acepta, a condicin de que no se falsifique la realidad. Tal es la clebre corresoondencia con Jacques Rivire, un acontecimiento de honda significacin. ,1Se dio cuenta [acques Rivire de tal anomala? Poemas que consideraba e indignos de ser publicados dejan de ser- lo cuando estn complementados por el relato del experimento de su insuficiencia. Como si lo que les faltara, su carencia, se volviese ple- nitud y perfeccin por medio de la expresin abierta de esa carencia y el ahondamiento de su necesidad. Sin duda, ms que la obra en s, a Iacoues Rivire le interesa la experimentacin de la obra, el movimiento que conduce a ella, as como la huella annima, oscura, que ella torpemente representa. Es ms, el fracaso -que, sin embar- go, no lo atrae tanto como habra de atraer, ms adelante, a quie- nes escriben y leen- se convierte en el signo sensible de un acon- tecimiento central del espritu sobre el cual las explicaciones de Artaud arrojan una luz sorprendente. Estamos, pues, ante un fen- meno al que parecen ligados la literatura e incluso el arte: saber si existe un poema que tenga como "tema", tcito o manifiesto, su realizacin como poema, y si el movimiento de donde proviene la 43 obra es eso mismo mediante lo cual a veces se realiza y otras se sacrifica. Recordemos aqu la carta que Rilke escribi unos quince aos antes: "Mientras ms lejos se llega, ms personal y ms nica se vuelve la vida. La obra de arte es la expresin necesaria, irrefutable, definitiva para siempre, de esa realidad nica... En ello consiste la ayuda prodigiosa que aporta a quien est obligado a producirla... Lo cual nos demuestra a ciencia cierta que debamos entregarnos a las pruebas ms extremas, pero tambin -al parecer- callarlas antes de hundirnos en nuestra obra, y no aminorarlas hablando de ellas; porque lo nico, lo que nadie ms podra comprender ni tendra derecho a comprender, esa especie de extravo que nos es peculiar, no podra volverse vlido sino insertndose en nuestro trabajo para revelar all su ley, designio original que slo revela la transparencia del arte." As, pues, Rilke nunca pretende comunicar directamente la ex- periencia de donde procedera la obra: esa prueba extrema que no cobra valor ni verdad sino hundida en la obra donde aparece, visible- invisible, bajo la luz distante del arte. Pero mantuvo siempre el mismo Rilke esta reserva? ~ habr formulado precisamente para romperla v salvaouardarla a la vez. a sabiendas adems de que ni l ni nadie tenan el poder de romperla, sino solamente el de mante- nerse en relacin con ella? Esa especie de extravo que nos es propio... La imposibilidad de pensar que es el pensamiento La comprensin, la atencin y la sensibilidad de Jacques Rivire son perfectas. Pero, en el dilogo, la parte de incomprensin sigue siendo evidente aunque sea difcil determinarla. En aquella poca, Artaud, todava muy paciente, vigila constantemente esa incompren- sin. Se da cuenta de que su corresponsal procura tranquilizarlo prometindole para el futuro la coherencia que le hace falta, o bien mostrndole que la fragilidad del espritu es necesaria al espritu. Pero Artaud no quiere que lo tranquilicen. Est en contacto con algo tan grave que no puede tolerar atenuacin alguna. Y siente adems la relacin extraordinaria, y para s increble, que existe entre el hundimiento de su pensamiento y los poemas que logra escribir a pesar de esa "verdadera perdicin". De un lado, Jacques Riviere desconoce el carcter excepcional del acontecimiento, y, por otro, desconoce 10 que hay de extremo en esas obras del espritu produci- das a partir de la ausencia de espritu. 44 Cuando escribe a Riviere con una pausada penetracin que im- presiona a su corresponsal, a Artaud no le sorprende ser entonces dueo de lo que quiere decir. Slo los poemas lo exponen a esa pr- dida central del pensamiento que l padece: angustia que evoca ms tarde con expresiones agudas y, por ejemplo, en esta forma: "Hablo de la ausencia de hueco, de una especie de sufrimiento fro, sin im- genes ni sentimiento, que es como un choque indescriptible de abor- tos." Entonces por qu escribe poemas? por qu no limitarse a ser un hombre que emplea su lengua con fines ordinarios? Todo indica que la poesa, vinculada para l "a esa especie de erosin, a la vez esencial y fugaz, del pensamiento", implcita por lo tanto, esencialmente, en esa prdida central, le proporciona tambin la cer- teza de que ella sola puede expresar esa prdida y le promete, en cierta medida, rescatarla, rescatar a su pensamiento cuando est per- dido. As, con un ademn de impaciencia y soberbia, dir: "Yo soy el que mejor ha sentido el asombroso desamparo de su lenguaje en sus relaciones con el pensamiento.: En verdad, me pierdo en mi pensamiento como quien suea, como quien entra sbitamente a su pensamiento. Yo soy el que conoce los vericuetos de la prdida." No le importa "pensar justo, ver justo", ni tener pensamientos muy ligados, apropiados y expresados, aptitudes stas que l sabe poseer. Y se enfada cuando sus amigos le dicen que piensa muy bien y que la falta de palabras es un fenmeno corriente. ("A veces me ven demasiado brillante en la expresin de mis insuficiencias, de mi profunda deficiencia y de la impotencia que manifiesto para creer que sta no sea imaginaria y prefabricada"). El sabe, con la profun- didad que le proporciona la experiencia del dolor, que pensar no es tener pensamientos y que los pensamientos que l tiene solamente le hacen sentir que"todava no ha empezado a pensar". Este es el gra- ve tormento que lo absorbe. Parece haber tocado, a pesar de s mis- mo y por un error pattico que es la causa de sus gritos, el punto en que el pensar significa siempre y desde ya no poder pensar an: "impoder", segn su expresin, que es como esencial al pensamiento pero hace de ste una falta que produce un dolor extremo, una de- ficiencia que de inmediato irradia a partir de ese centro y, consu- miendo la substancia fsica de 10 que est pensando, se divide a to- dos los niveles en muchas imposibilidades particulares. La poesa est ligada a esa imposibilidad de pensar que es el pensamiento; he aqu, pues, la verdad que no puede descubrirse, porque siempre se desva obligndole a sentirla por debajo del punto en que realmente la sentira. No slo se trata de una dificultad 45 metafsica, sino que es el arrebato de un dolor, y la poesa es ese dolor perpetuo, es "la sombra" y "la noche del alma", "la ausencia de voz para gritar." En una carta escrita unos veinte aos ms tarde, cuando ha padecido sufrimientos que lo convierten en un ser difcil y flameante, dice con la mayor sencillez: "Comenc en la literatura escribiendo libros para decir que no poda escribir nada en absoluto. Cuando tena algo que escribir, mi pensamiento era lo que ms se me nega- ba." Y tambin; "No escrib sino para decir que nunca haba hecho nada, que no poda hacer nada y que haciendo algo en verdad no haca nada. Toda mi obra fue construida y slo podr serlo en la nada...)) El sentido comn preguntar de inmediato: pero por qu, si no tiene nada que decir, efectivamente no dice nada? Ocurre que uno puede contentarse con no decir nada cuando nada es solamente casi nada, pero aqu parece que se trata de una nulidad tan radical que, por la misma desmesura que representa, por el peligro que con- lleva su proximidad y por la tensin que provoca, esa nulidad exige, como para liberarse en ella, la formacin de una palabra inicial me- diante la-cual se alejarn las palabras que dicen algo. Cmo no se esforzara en comenzar a hablar y a expresarse aquel que no tiene nada que decir? "Bueno! mi debilidad y mi absurdo consisten en querer escribir a toda costa y expresarme. Soy un hombre que ha sufrido mucho del espritu y por eso mismo tengo derecho a hablar." Descripciones de un combate A ese vaco que su obra -desde luego no es una obra 1 - va a exaltar y denunciar, a atravesar y preservar, que va a llenar y que a su vez va a llenarla, Artaud se aproxima por un movimiento de su propia autoridad. Al principio, ante ese vaco, l procura todava retener alguna plenitud de la que se cree seguro y que lo relacio- nara con su riqueza espontnea, con la integridad de su sentimiento y con una adhesin tan perfecta a la continuidad de las cosas que ya dentro de l se cristaliza en poesa. El posee, cree poseer esa "[acilidad projunda", al igual que la abundancia de formas y pala- bras requeridas para expresarla. Pero "en el momento en que el al- ma est a punto de organizar su riqueza, sus descubrimientos, en ese minuto inconsciente en que eso est a punto de brotar, una vo- 1. "Ya os lo dije: Ni obra, ni lengua, ni palabra, ni espritu, nada. Nada, sino un bello Pesa-Nervios." 46 luntad superior y perntctosa ataca al alma como si fuera un cido, ataca la masa palabra-e-imagen, ataca la masa del sentimiento y me deja jadeante como en el umbral mismo de la vida". Puede decirse que Artaud es aqu una vctima de la ilusin de 10 inmediato; es fcil; pero todo comienza por la manera como se ve apartado de esa inmediatez que l llama "vida"; no mediante un nostlgico desvanecimiento ni por el insensible desprendimiento de un sueo; sino, todo 10 contrario, mediante una ruptura tan eviden- te que introduce en el centro de l mismo la afirmacin de un ale- jamiento perpetuo que se convierte en su ms ntima propiedad y en algo as como la sorpresa atroz de su verdadera naturaleza. As, mediante un ahondamiento seguro y doloroso, l llega a invertir los trminos del movimiento y a colocar en primer lugar el desposeimiento, y ya no la "totalidad inmediata" de la que este des- poseimiento pareca inicialmente como la simple carencia. Lo pri- mero no es la plenitud del ser, sino la grieta y la brecha, la erosin y el desgarramiento, la intermitencia y la privacin roedora: el ser no es el ser sino la carencia de ser, carencia viva que hace a la vida desfalleciente, huidiza e inexpresable, salvo con el grito de una fe- roz abstinencia. Cuando Artaud crea poseer la plenitud de la "realidad inse- parable", tal vez no haya hecho ms que discernir la espesura de sombra que ese vaco proyectaba detrs de l, porque de la pleni- tud total slo da constancia en l ese poder formidable que la niega, negacin desmesurada, siempre en actividad y capaz de una infinita proliferacin de vaco. Presin tan terrible que 10 expresa, exi- giendo a la vez que l se dedique enteramente a producir y man- tener su expresin. Sin embargo, en la poca de la correspondencia con Jacques Rivire, cuando an escribe poemas, conserva evidentemente la es- peranza de igualarse a s mismo, igualdad que los poemas estn destinados a restaurar en el momento en que la arruinan. Entonces dice que "l piensa segn una tasa inferior"; "estoy por debajo de m mismo, lo s, lo padezco". Ms adelante, dir tambin: "Esta antinomia entre mi facilidad profunda y mi dificultad exterior crea el tormento que me hace morir." En ese instante, si est ansioso y se siente culpable es porque piensa, por debajo de su pensamiento, que l mantiene, pues, detrs de s en la certeza de su integridad ideal, una integridad tal que, al expresarla, aunque fuese por una sola palabra, le permitira revelarse dentro de su verdadera magni- tud, testigo absoluto de s mismo. El tormento proviene de que 47 no puede liberarse de su pensamiento y la poesa queda en l como la esperanza de cancelar esta deuda que, sin embargo, ella no puede ms que extender mucho ms all de los lmites de su existencia Parecera a veces que la correspondencia con jacques Riviere, el es- caso inters de ste por los poemas y su inters por el trastorno central que Artaud se complace en describir, desplazan el centro de la escritura. Artaud escriba contra el vaco con el fin de escaparle. Ahora escribe exponindosele, as como tratando de expresarlo y de sacarle partido. Ese desplazamiento del centro de gravedad (que representan El Ombligo de los Limbos y El Pesa-Nervios) es la exigencia dolo- rosa que lo obliga, abandonando toda ilusin, a vigilar un solo pun- to. "Punto de ausencia V de inanidad", en cuyo derredor merodea con una especie de sarcstica lucidez, de astuto sentido comn, y luego impulsado por movimientos de sufrimiento en que se oye gri- tar a la miseria como slo Sade supo gritar antao, y, sin embargo, como Sade tambin, sin nunca consentir y con una fuerza de choque que no deja de estar a la medida de ese vaco que l aprieta. "Qui- siera traspasar este punto de ausencia) de inanidad. Ese estanca- miento que me vuelve invlido.. inferior a todo V a todos. No tengo vida, no tengo vida' Mi efervescencia interna ha muerto... No logro pensar. Comprendis esa oquedad, esa nada intensa V duradera ... ? No puedo ni avanzar ni retroceder. Estoy [iiado, localizado alrededor de un punto siempre igual y que todos mis libros traducen". No debe cometerse el error de leer como si fueran anlisis de un estado psicolgico las descripciones precisas, seguras y minucio- sas que l nos propone. Descripciones, ciertamente, pero de un combate. La lucha se le impone en parte. El "vado" es un "vaco activo". El "no puedo pensar, no logro pensar" es un llamado a un pensamiento ms profundo, presin constante, olvido oue, al no ac1- mitir ser olvidado, exige sin embargo un olvido ms perfecto. El pensar es entonces ese paso que l siempre tiene que dar hacia atrs. El combate en el que siempre sale vencido, se reanuda cada vez ms abajo. La impotencia nunca es suficientemente irnnotente, 10 imno- sible no es 10 imposible. Pero, al mismo tiempo, el combate es tamo bin el que Artaud quiere proseguir porque en esa lucha l no re- nuncia a 10 que llama la "vida" (ese desbordamiento, esa vivacidad fulgurante, cuya prdida no puede tolerar, que desea unir a su pen- samiento y que, por una obstinacin grandiosa y espantosa, se niega rotundamente a diferenciar del pensamiento, aun cuando ste no es ms que "la erosin" de esa vida, "la demacracin" de esa vida, la 48 intimidad de ruptura y de prdida en donde no hay ni vida ni peno samiento, sino el suplicio de una carencia fundamental a travs del cual se afirma ya la exigencia de una negacin ms decisiva. Y todo se repite. Porque Artaud nunca aceptar el escndalo de un peno samiento separado de la vida, aunque est experimentando en la forma ms directa y salvaje posible la esencia del pensamiento con- siderado como separacin, esa imposibilidad que e! pensamiento afir- ma contra s mismo como lmite de su poder infinito. Sufrir, pensar Tal vez valdra la pena comparar lo que nos dice Artaud con lo que nos dicen Holderlin y Mallarm: la inspiracin es ante todo ese punto puro en donde ella falta. Pero hay que resistir la ten- tacin de las afirmaciones generales. Cada poeta dice lo mismo y, sin embargo, no es lo mismo sino lo nico, as lo sentimos. Artaud tie- ne su parte propia. Lo que l dice es de una intensidad que no de- beramos soportar. Aqu habla un dolor que rechaza toda profun- didad, toda ilusin y toda esperanza, pero que, mediante ese re- chazo, brinda al pensamiento "el ter de un nuevo espacio". Cuan- do leemos estas pginas, nos enteramos de 10 que no logramos sa- ber: e! hecho de pensar no puede menos que ser trastornador; 10 que debe pensarse es, dentro de! pensamiento, lo que se aparta de l y se consume inagotablemente en l; e! sufrir y e! pensar estn se- cretamente ligados porque si e! sufrimiento, cuando se vuelve ex- tremo, destruye e! poder de sufrir, destruyendo siempre delante de s, en e! tiempo, al tiempo en que podra rescatarse y acabarse co- mo sufrimiento, tal vez ocurra lo mismo con e! pensamiento. Ex- traas relaciones. El extremo pensamiento y e! extremo sufrimien- to abriran e! mismo horizonte? Sufrir sera, a fin de cuentas, pensar? 49 III-RUSSEAU No s SI Rousseau fue realmente perseguido durante su vida co- mo l lo crey. Pero, ya que evidentemente no dej de serlo despus de su muerte, atrayendo pasiones hostiles y, hasta estos l- timos aos, el odio, el furor deformante y los insultos de hombres en apariencia cuerdos, es de pensar que hubo algo cierto en esa conjura de hostilidad de la que, inexplicablemente, se sintiera vc- tima. Los enemigos de Rousseau lo son con una desmesura que jus- tifica a Rousseau. Cuando Maurras lo juzga, se deja llevar por la misma impura alteracin que le est reprochando. Tratndose de los que slo quieren favorecerlo y se sienten de antemano sus; com- paeros, vemos, por el ejemplo de Jean Guhenno, cunto les: cues- ta hacerle justicia. Parecera que l tuviese en s algo misteriosa- mente falseado que enfurece a quienes no lo quieren y molesta a quie- nes no quieren hacerle dao, sin que logren estar seguros de ese defecto porque, precisamente, es imposible que 10 estn. Siempre sospech que la literatura se deba a ese vicio profun- do e inalcanzable. Rousseau, el hombre del comienzo, de la natu- raleza y de la verdad, es el que no puede sostener esas relarciones ms que escribiendo; escribiendo, no puede sino desviarlas de Ia cero teza que posee de ellas; por esa desviacin de la que sufre y a la que recusa impulsiva y desesperadamente, contribuye a que la lite- ratura tome conciencia de s misma, desprendindose de las conven- ciones antiguas, y a que se forme, mediante la impugnacin y las contradicciones, una nueva rectitud. Desde luego, el destino de Rousseau no se explica solalmente por eso. Pero tanto el deseo como la dificultad que experimentara de ser verdadero, la pasin del origen, la felicidad de lo inmediato y la subsiguiente desdicha, la necesidad de comunicacin converti.da en soledad, la bsqueda del exilio, luego la condena a la errancia, y, 51 por ltimo, la obsesin de lo extrao, forman parte de la esencia de la experiencia literaria y, a travs de esta experiencia, nos apa- recen como ms legibles, ms importantes, ms secretamente justi- ficados. El notable ensayo de J. Starobinski me parece confirmar este punto de vista y valorizarlo por la riqueza de reflexiones que no solamente nos informan sobre Rousseau sino tambin sobre las sin- gularidades de la literatura que en l se arraiga'. Esto ya es evi- dente: en un siglo en que no existe casi nadie que no sea un gran escritor y no escriba con un dominio fcil y afortunado. Rousseau es el primero en escribir con fastidio" y con un sentimiento de culpa que debe agravarse sin cesar porque se empea en escaparle. "Y desde ese instante estuve perdido". Palabras cuyo exceso no nos deja incrdulos. Al mismo tiempo, si toda su vida desgraciada le pa- rece surgir del instante de extravo en que tuvo la idea de partici- par en el concurso de la Academia toda la riqueza de su vida reno- vada se origina en ese momento de alteracin en el que "vio otro universo y se convirti en otro hombre". La iluminacin de Vincen- nes, el "fuego realmente celestial" por el que se siente encendido, evoca el carcter sagrado de la vocacin literaria. Por un lado, es- cribir es el mal porque se entra en la mentira de la literatura y en la vacuidad de las costumbres literarias; por el otro, es habilitarse para un cambio encantador y entrar en una relacin nueva de entu- siasmo "con la verdad, la libertad y la virtud"; acaso no es esto muy valioso? Sin duda, pero es seguir perdindose, ya que, convertido en otro -otro hombre en otro universo-, helo aqu, de ahora en adelante, infiel a su verdadera naturaleza (esa pereza, ese desenfado, esa inestable diversidad que le gustan tanto) y condenado a dejarse arrastrar en una bsqueda que, sin embargo no tiene ms objeto que l mismo. Rousseau es asombrosamente consciente de la alienacin que implica el acto de escribir, alienacin nociva aunque sea una aliena- cin a favor del Bien, y muy desgraciada para quien la soporta, co- mo todos los profetas que 10 han precedido, quejndose sin cesar ante el Dios que se la impusiera. J. Starobinski observa con justeza que Rousseau inaugura este tipo de escritor al que hemos llegado ms o menos todos, empea- do en escribir contra la escritura, "hombre de letras alegando contra las letras", hundindose luego en la literatura con la esperanza de 1. J ean Starobinski: J etm-Jacques Rousseau, la transparencia y el obstculo. 2. "Nada me cansa tanto como escribir, sino pensar." 52 salirse de ella, y, por ltimo, escribiendo sin tregua porque ya no hay posibilidad de comunicar nada. La pasin errante Es de notar que esta determinacin, al principio muy clara y deliberada, se revela como ligada a un poder de extraeza bajo cuya amenaza perdera poco a poco toda relacin estable consigo misma. En la pasin errante que lo caracteriza, Rousseau pasa por varias etapas significativas. Luego de ser el inocente caminante de su ju- ventud, es el glorioso itinerante que va de castillo en castillo y no puede asentarse en el xito que lo expulsa y lo persigue. Ese vaga- bundeo de la celebridad -como el de Valry pasando de un saln a otro- es tan contrario a la revelacin que le indujo a escribir, que l desea retirarse por medio de una huda ejemplar y espectacular: la huda mundana fuera del mundo, el retiro pblico hacia la vida del Bosque. Intento de "reforma personal", al cual es fcil encon- trar motivos que lo hacen sospechoso -y, finalmente, por qu esta ruptura y esta aparente soledad? Para escribir ms, hacer nuevos li- bros, establecer nuevos lazos con la sociedad. "La obra que estaba emprendiendo slo poda llevarse a cabo dentro de un absoluto re- tiro". Utilizar la mentira literaria para denunciar la mentira social es, en verdad, un privilegio muy antiguo heredado de los Escpticos y de los Cnicos. Pero Rousseau, aun cuando tome de los Antiguos una tradicin que conoce, no deja por eso de presentir que con l, y por el solitario desafo a que le compromete, la literatura va a ini- ciar una nueva aventura y revelar extraos poderes. En el exilio que exige por una decisin metdica y casi pedaggica, ya est bajo la presin de la fuerza infinita de ausencia y de comunicacin median- te ruptura que significa la presencia literaria: Rousseau, que quiere ser el ser de la transparencia, no puede no esconderse ni tampoco no volverse oscuro, ajeno no solamente a los otros para protestar contra su extraeza, sino, muy pronto, tambin a s mismo. Si, en lo sucesivo este prejuicio de ruptura se convierte en una separacin que se le impone malignamente; si el mundo del que se ausentara de un modo algo arbitrario le es restituido como el mundo fingido de la ausencia y del alejamiento; si, por ltimo, tras jugar a hablar para hacer or su singularidad silenciosa, tropieza con el "silencio pro- fundo, universal", "silencio temible y terrible", que le oculta ese misterio en que se ha convertido, no est prohibido ver en ese episodio, sin duda anormal, la verdad extrema del movimiento que 53 ha debido seguir y el sentido de esa necesidad errante que 10 hi- ciera, a l antes que a nadie, inseparable de la experiencia literaria. Quin ms que l podra representar la serie de imprudencias y la responsabilidad cada vez ms grave que resultan de la irres- ponsable ligereza de la escritura? Nada empezara ms fcilmente. Uno escribe para aleccionar al mundo, recibiendo a la vez la agrada- ble fama. Luego, uno se deja atrapar por el juego, renuncia un poco al mundo, porque es menester escribir y no se puede escribir sin es- conderse y apartarse. Al final, "nada es posible": la voluntad de despojamiento se transforma en una desposesin involuntaria, el or- gulloso exilio se convierte en desgracia de la migracin infinita, los paseos solitarios en la incomprensible necesidad de ir y venir siem- pre, sin cesar. En ese"inmenso laberinto donde no se le deja vislum- brar, entre las tinieblas, ms que caminos falsos que lo extravan cada vez ms", cul es el anhelo ltimo de este hombre tan deseo- so de ser libre? "Me atreva a desea' y a proponer que se dispusiera de m en un cautiverio perpetuo en vez de obligarme a errar sin des- canso en la tierra, expulsndome sucesivamente de todos los asilos que hubiera escogido". Confesin muy significativa: aquel que se solazaba en la mayor libertad, disponiendo imaginariamente de todo por una realizacin sin trabajo, suplica que 10 detengan y 10 limiten, aunque sea para confinarlo en una crcel eterna que le parece menos insoportable que el exceso de su libertad. En el caso contrario, ten- dra que dar vueltas y vueltas en el espacio de su soledad, la cual ya no puede ser sino el eco indefinidamente repetido de la palabra solitaria: "Entregado a mi soledad, sin amigo, sin consejo, sin ex- periencia, en pas extrao..." "Solo, extrao, aislado, sin apoyo, sin familia. . ." "Solo, sin apoyo, sin amigo, sin defensa . . ." "Extra- o, sin parientes, sin apoyo, solo...nt. "Inventar un lenguaje nuevo" Cuarido Rousseau procura, por una imcratrva cuyo carcter no- vedoso 10 exalta orgullosamente, hablar en verdad de s mismo, des- cubre la insuficiencia de la literatura tradicional y la necesidad de in- ventar otra, tan nueva como su proyecto'', En qu consiste, pues, su singularidad? En que no pretende relatar ni retratar su vida. El 1. Starobinski observa que la forma misma de estas estrofas de la Obsesin, da concretamente la impresin de la falta de apoyo, de la ausencia de conexin positiva con las cosas. :1,. "Sera preciso, para lo que he de decir, inventar un lenguaje tan nuevo como mi proyecto." 54 quiere, mediante una narracin sin embargo histrica, ponindose en contacto consigo mismo, revelar esa inmediatez cuyo incomparable sentimiento posee, exponerse enteramente a la luz, pasar a la luz y en la transparencia de la luz que es su ntimo origen. Ni San Agus- tn, ni Montaigne, ni los otros, intentaron nada semejante. San Agus- tn se confiesa en relacin con Dios y con la Iglesia; tiene esa Verdad como mediadora y no cometera el error de querer hablar inmedia- tamente de s. Montaigne no est ms seguro de la verdad exterior que de su verdadera intimidad; probablemente lo inmediato no est en ninguna parte; slo la incertidumbre nos puede revelar a noso- tros mismos. Pero Rousseau nunca dud de la felicidad de lo inme- diato, ni de la luz inicial que es su presencia en s; su nica tarea consiste en revelarla para atestiguar de s mismo y, an ms, de la transparencia presente en s mismo. De ah la idea de que est aco- metiendo una obra sin par y tal vez sin esperanza. Cmo hablar de s, cmo hablar verdaderamente de s, y cmo, al hablar, mante- nerse en lo inmediato, hacer de la literatura el lugar de la experiencia original? El fracaso es inevitable, pero las vueltas del fracaso son evocadoras, porque esas contradicciones constituyen la realidad del esfuerzo literario. En sus Confesiones} Rousseau querr, necesariamente, decirlo todo. Todo, esto es, en primer lugar, toda su historia, toda su vida, todo cuanto lo acusa (y slo puede excusarlo), lo ignominioso, lo bajo, lo perverso y, tambin, lo insignificante, lo incierto, lo nulo. Tarea insensata que apenas comienza, aunque ya ese comienzo escan- dalice; tarea para la que, se da cuenta, tendra que romper con todas las reglas del discurso clsico. Al mismo tiempo, est consciente de que decirlo todo no es agotar su historia ni su carcter en un imposible relato integral, sino ms bien buscar en su propio ser o en el len- guaje el momento de la sencillez original, en la que todo est dado de antemano, en la que todo es posible. El no deja de escribir en tor- no a s mismo, repitiendo incansablemente su autobiografa en cier- to momento siempre interrumpida, porque est, incesante y febril- mente, en busca de ese comienzo que siempre falta cuando lo expre- sa, aunque siempre tenga la tranquila y feliz certeza del mismo antes de cualquier expresin. "Quin soy", As empiezan Las Confesio- nes en las que no slo quiere exponerse "enteramente al pblico", sino mantenerse "incesantemente ante sus ojos", lo cual le obligar a no dejar nunca de escribir, con el fin de impedir "la menor laguna", "el menor uacio". Luego vienen los Dilogos} en donde quien "lo diio todo", como si no hubiera dicho nada, vuelve a decirlo todo, bajo 55 esta presin: "Si te callo algo} no me conocern en nada", Luego vienen Les Reveries: "Qu soy yo mismo? He aqu lo que me que- da por indagar". Si el escribir es de verdad esa extraa pasin de lo incesante, quin la descubrira mejor que este hombre cansado de escribir, perseguido por las palabras y, provocado para que se calle, arrojando todava "apresuradamente al papel algunas palabras inte- rrumpidas" que tiene apenas "el tiempo de volver a leer) y menos' an de corregir?". Por lo tanto, no importa el todo tal como se abre y se desa- rrolla en la historia, ni siquiera la del corazn, sino el todo de lo inmediato y la verdad de ese todo. Aqu, Rousseau hace un descu- brimiento que lo ayuda peligrosamente. La verdad del origen no se confunde con la verdad de los hechos: al nivel en que esta verdad' debe captarse y decirse, ella es lo que todava no es verdadero, lo que, por lo menos, no ofrece garanta de conformidad con la firm realidad exterior. Nunca, pues, estaremos seguros de haber dicho esta clase de verdad; en cambio s, seguros, de tener siempre que repetirla, pero de ningn modo acusados de falsedad si se nos ocu- rre expresar esta verdad alterndola e inventndola, porque es ms real en lo irreal que en la apariencia de exactitud en que se petrifica perdiendo su claridad intrnseca. Rousseau descubre la le- gitimidad de un arte sin semejanzas, reconoce que la verdad de la' literatura radica en su mismo error, y que su poder no es represen: tar sino actualizar mediante la fuerza de la inspiracin creadora. "Rs- toy convencido de que uno siempre est muy bien pintado cuand se ha pintado a s mismo, aunque el retrato no sea parecido": Dejamos el mbito de la verdad -apunta Starobinski- para en- trar en el de la autenticidad. He aqu su notable comentario: "La l palabra autntica es una palabra que ya no se obliga a imitar un datoI previo: puede deformar e inventar a condicin de mantenerse fiel' a su propia ley. Ahora bien, esta ley interior escapa a todo control y a toda discusin. La ley de la autenticidad no prohibe nada, pero nunca est satisfecha. No exige que la palabra reproduzca una rea- lidad previa, sino que produzca su verdad en un desarrollo libre e' ininterrumpido". Pero qu literatura, amparando esta palabra, podra preser- var su espontaneidad creadora? Ya no importa escribir bien, con cuidado, en una forma constante, pareja y regulada, de acuerdo con' el ideal clsico segn el cual se hacen libros. ({Aqu se trata de mi' retrato y no de un libro. Quiero trabajar) por decirlo as, en el cuar- to oscuro . . . Me someto. . . al estilo como a las cosas. No me empe- 56 ar en uniformizarlo; adoptar siempre el primero que venga, cam- biar de estilo sin escrpulos segn mi nimo, dir cada cosa como la siento, como la veo, sin rebuscamiento ni cuidado, sin preocuparme por el abigarramiento. .. Mi estilo en s, desigual y natural, a veces conciso y otras difuso, a veces razonable y otras alocado, a veces gra- ue y otras alegre, formar parte de mi historia". Esta ltima indi- cacin es significativa. Rousseau ve perfectamente que la literatura es esa manera de decir que dice por la manera, y ve asimismo que existe un sentido, una verdad y algo as como un contenido de la forma en el que se comunica, a pesar de las palabras, todo cuanto disimula su engaosa significacin. Escribir a sus anchas, sin cuidado ni rebuscamiento, no es tan fcil. Rousseau nos lo muestra con su ejemplo. Ser necesario esperar 'que, segn la ley del redoblamiento de la historia, el jean Jacques cmico venga tras el Jean Jacques trgico para que el descuido, la desvergenza y la habladura se instalen al fin en la literatura con Restif de la Bretonne, y el resultado no ser muy convincente. Lo .que estorbar a Rousseau en su proyecto de entregar la materia bruta de su vida, dejando al lector la tarea de hacer con esos elementos una obra -propsito esencialmente modernoI-->, es que, a pesar de !s mismo, en ese proceso incomprensible en que siente convertirse su existencia bajo la amenaza de una condena inaceptable, no puede dejar de defenderse recurriendo a las cualidades oratorias de la lite- ratura clsica. (Cuando se est frente a un juez a quien se debe con- vencer, es preciso hacer uso de su mismo lenguaje, el de la bella re- trica). A menos que en el caso de Rousseau, tan dotado para la .elocuencia, sea necesario invertir la situacin y decir que -en cier- ta medida, por supuesto- esa idea de un proceso que se le sigue, de una sentencia a la que est expuesto y de un tribunal ante el .cual debe incesantemente justificarse, contndose a s mismo sin ce- sar, se le impone por la forma de literatura en la que l sobresale y cuyas exigencias procesales obsesionan incluso a su pensamiento. En este sentido, se trata efectivamente del desdoblamiento, de la dis- cordia entre la palabra literaria, an clsica y ciceroniana, justifica- dora, orgullosamente preocupada por ser justa -y la palabra origi- nal, inmediata, injustificada e independiente de cualquier justicia, as, en el fondo, inocente, que expone al escritor a sentirse sucesiva- mente Rousseau y Juan jacobo, luego uno y otro a la vez, en una dualidad encarnada por l con una pasin admirable. 1. "[Al lector] le corresponde reunir estos elementos y determinar el ser que eomponen: el resultado debe ser su obra." 57 La fascinacin de los extremos Uno de los libros ms seguros ltimamente dedicados al pen- samiento de Rousseau es el de Pierre Burgelin", La dificultad que experimentaron todos los comentadores -unos complacindose en ella, y otros remedindola- para dar coherencia a un conjunto de in- vestigaciones que slo presenta una sistematizacin aparente, se ex- plica -as se ve en el libro en referencia- de muchas maneras. Creo que una de las explicaciones es que los pensamientos de Rousseau an no son pensamientos: su profundidad, su inagotable riqueza y el aspecto de sofismas que les encontraba Diderot, provienen de que. al nivel de la literatura en la que se afirman, designan ese momento ms original, ligado a la realidad literaria, esa exigencia de anterio ridad que les prohibe desarrollarse en conceptos, les niega la clari- dad ideal y, cada vez que intentan organizarse en una sntesis ade- cuada, los detiene y los entrega a la fascinacin de los extremos. Cons- tantemente sentimos que una interpretacin dialctica de las ideas de Rousseau es posible: en El Contrato, en Emilio e incluso en Julia, pero constantemente presentimos tambin que la revelacin de 10 inmediato y la desnaturalizacin de la vida reflexiva slo cobran sen- tido por la oposicin en la que se definen dentro de un conflicto sin salida. Se dir que la enfermedad fue la que estanc el pensamiento de Jean Jacques en una anttesis inmvil. Yo dira que esa enferme- dad es tambin la literatura, de la cual, con una firme clarividencia y una fuerte valenta, vislumbr todas las pretensiones contradictorias, absurdas si se quiere pensarlas, insostenibles si se acogen. Hay algo ms descabellado que el querer hacer del lenguaje la morada de 10 inmediato y el lugar de una mediacin, la captacin del origen y el movimiento de la alienacin o de la extraeza, la certidumbre de 10 que siempre est comenzando y la incertidumbre de 10 que siempre vuelve a comenzar, la verdad absoluta de 10 que -no obstante- todava no es verdadero? Se puede intentar comprender y poner en orden esa locura, se la puede realizar en bellos volmenes, se la pue- de vivir con una rara pasin. En la mayora de los casos, los tres pa- peles estn separados. Rousseau, el primero en concebirlos, es tam- bin uno de los pocos en reunirlos, y a partir de entonces resulta sos- pechoso ante el pensador tanto como ante el escritor por haber que- rido, imprudentemente, ser el uno mediante el otro. 1. Pierre Burgelin: La filosofa de la existencia de J. J. Rouseeau. 58 IV-JOUBERT y EL ESPACIO 1- AUTOR SIN LIBRO, ESCRITOR SIN ESCRITO EL HECHO de que pensemos en Joubert como en un gran escritor que nos toca de cerca, ms de cerca que los grandes nombres literarios que fueron sus contemporneos, no se debe solamente a la oscuridad, por lo dems distinguida, en medio de la cual vivi, mu- ri y luego sobrevivi. No basta con tener una vida poco iluminada para irradiar, como lo esperaba Stendhal, unos dos siglos despus. Ni siquiera basta con que una gran obra sea grande y se afirme apar- te, para que la posteridad, algn da reconocedora, la vuelva a situar bajo el resplandor de la plena luz. Puede ser que alguna vez la hu- manidad conozca todo, los seres, las verdades y los mundos, pero siempre habr alguna obra de arte -quizs el arte entero- que permanezca fuera de ese conocimiento universal. Tal es el privilegio de la actividad artstica: lo que ella produce, incluso un dios debe a menudo ignorarlo. Es cierto que muchas obras se agotan prematuramente por ser demasiado admiradas. Esa gran fogata de gloria que alegra a los es- critores y artistas envejecidos, arrojando sus ltimos destellos en el momento de su muerte, consume en ellos una sustancia que a partir de entonces le faltar a su obra. El joven Valry buscaba en todo libro clebre el error que lo diera a conocer: juicio de aristcrata. Pero muchas veces se tiene la impresin de que la muerte al fin aportar el silencio y la quietud a la obra abandonada a su propia suerte. Durante su vida, el escritor ms desprendido y negligente lu- cha todava por sus libros. Vive, con eso basta; est detrs de ellos, por esta vida que le queda y que les brinda. Pero su muerte, an desapercibida, restablece el secreto y cierra el pensamiento. Este, al quedar solo, se extender o se reducir, se disgregar o se cum- plir, se hallar o se perder? Y quedar alguna vez solo? A veces 59 ni el olvido retribuye siquiera a quienes parecen haberlo merecido por sus dones de gran discrecin. Joubert tuvo esos dones. Nunca escribi un libro. Slo se prepa- r a escribir uno, buscando decididamente las condiciones justas que le permitieran escribirlo. Luego olvid tambin ese propsito. Ms precisamente, lo que buscaba, esa fuente de la escritura, ese espaci donde poder escribir, esa luz que debiera circunscribirse en el espa- cio, exigi de l y afirm en l disposiciones que lo hicieron inepto para cualquier trabajo literario ordinario o lo desviaron del mismo. En esto fue uno de los primeros escritores totalmente modernos, pre- firiendo el centro antes que la esfera, sacrificando los resultados pa- ra descubrir las condiciones de stos y no escribiendo para aadir un libro a otro, sino para apoderarse del punto de donde le pareca que salan todos los libros, y el cual, una vez alcanzado, 10 eximira de' escribirlos. No obstante, sera hacerle dao prestarle, como si fuera una in- tencin clara y nica, semejante pensamiento, el cual, al contrario, l slo descubre poco a poco, y muchas veces pierde y oscurece, de manera que no puede mantenerlo despus sino transformndolo en sabidura. Por eso es tan fcil confundirlo con alguno de esos fabri- cantes de mximas por quienes Nietzsche am la literatura france- sa. Casi todos sus editores -a veces los de hoy inclusive-, al pre- sentarnos sus Carnets como sentencias, con ttulos generales tomados de la filosofa ms vaca y vaga -familia y sociedad; sabidura y virtud; verdad y errores; vida y muerte; juicios literarios- favore- cieron la mala inteligencia y desconocieron lo esencialmente nuevo y hasta futurista de su bsqueda: recorrido de un pensamiento que no piensa todava o de un lenguaje potico que intenta remontarse hasta s mismo. joubert no es Chamfort, ni Vauvenargues, ni La Rochefoucauld. No fabrica frases ingeniosas con pensamientos cortos. No trafica una: filosofa. No se atribuye, mediantte frmulas concisas, ese poder abrupto de afirmar que suelen emplear los moralistas presumidos, escpticos y amargados, para que su duda se vuelva categrica. Lo que escribi, lo escribi casi al da, fechndolo sin darle para s mis- mo ms referencias que esa fecha, ni ms perspectiva que el movi- miento de los das que se lo trajeron. Y as debe leerse. No sola- mente porque Andr Beaunier nos propuso, por primera vez, la pu- blicacin integral de sus reflexiones (ms o menos alteradas por los editores anteriores, pero nunca muy seriamente: slo que fueron agru- padas segn un orden que las falseaba), tuvimos la revelacin de un 60 Joubert completamente distinto, sino porque tambin les devolvi su caracterstica cotidiana, de pensamientos nuevamente diarios que an estn tocando la vida del da, desprendindose de l y revelando otro da y otra claridad que surgen aqu o all. Esta perspectiva cam- bia todo. Mientras los numerosos cuadernos de los "Pensamientos" de Joubert parecen afirmar una sabidura preciosista, cautelosa, pero indiferente, los Apuntes, en cambio, tal como nos fueron restituidos, mezclados a esa casualidad y a esa presin de la vida, se ofrecen apa- sionadamente al lector, arrastrndole por su mismo movimiento aza- roso hacia una meta que no se descubre sino en escasos momentos, en el breve desgarrn de un claro entre las nubes. "Diario ntimo de Joubert", este sub-ttulo dado a los Apuntes no es engaoso aun cuando nos ilusione. En verdad, su relato est hecho de la intimidad ms profunda, de la bsqueda de esa intimi- dad, del camino para alcanzarla y del espacio de las palabras con el que debe al fin confundirse. "Y que todo salga de las entraas, todo, hasta la ms mnima expresin. Quiz sea un inconveniente, pero es una necesidad: la soporto". Joubert padeci esta necesidad. Le hubie- ra gustado no ser de "estos espritus que se hunden o penetran dema- siado a fondo en lo que piensan", defecto que es -dice- el de su siglo, pero defecto privilegiado para quien slo trata a veces de pre- servar su lenguaje. Luego, un da, tiene que observar tristemente: "Ya no tengo superficie". Lo cual es una penosa afirmacin para un hom- bre que pretende escribir y que, sobre todo, no puede escribir sino por arte, mediante el contacto con las imgenes y el espacio con el que stas lo comunican. Cmo hablar a partir de la sola profun- didad, en ese estado de hundimiento en que todo es arduo, spero, irregular? Cosa interior, cosa hundida. "Cuando se pinta algo inte- rior, se pinta algo hundido. Pero el hundimiento, sean cuales fuesen las luces que tenga, no puede nunca presentar la unzformidad y viva claridad de una superficie". Y a Joubert le gusta esa claridad de la superficie, y nunca renunciar en su intento de concebir una espe- cie de nueva superficie, indefinidamente superpuesta, vasta profun- didad en donde baja y sube. En este Diario aparecen pocos detalles en relacin con lo que llamamos la vida ntima o la vida pblica, pero, sin embargo, de vez en cuando, alusiones contenidas que siempre tienen algn poder de evocacin. En 1801: "Ese joven que llaman Bonaparte", En la muerte de su madre: "A las 10 de la noche, mi pobre madre! mi pobre madre!" En el mes de enero: "Las manchas blancas de la nieve} dispersas aqu y all sobre el verdor en medio del deshielo." 61 En el mes de mayo, en Hyeres: "Lo fresco durante el verano". En el mes de octubre: "El grito del deshollinador; el canto de la ciga- rra." A veces, esbozos de pensamiento que todava estn mezcla- dos con las circunstancias: "Placer de verse divisado desde lejos." "La ocupacin de mirar fluir al tiempo." O suertes de imgenes, impregnadas de su origen secreto: "El pelo negro en la tumba." "El camino mvil de las aguas... un ro de aire y luz.: Capas de clari- dad... Desde este punto de la tierra emprender vuelo mi alma." Tambin habla de s mismo, no de lo que hace o de lo que ocurre, sino de lo que est en el fondo de s mismo, de las exigencias de su espritu y, detrs de su espritu, de lo que l llama su alma. In- timidad que, sin embargo, le pertenece apenas, mantenindose siem- pre a distancia de l y a distancia de esta distancia, obligndole a observarse muchas veces en tercera persona y, tras haber apunta- do: "No soy de naturaleza paciente", a corregirse de inmediato: "No es de..." An ms escasas, pese a que figuren numerosas ob- servaciones, breves y precisas, en torno a su salud, que le preocu- paba sobremanera, son las palabras de desesperanza en las que pa- recera alcanzar sus lmites, porque l consideraba necesario dete- ner siempre su espritu antes de sus trminos para evitar que fuese limitado; solamente pequeas palabras que nos retienen: "Dej de tener vastos pensamientos." " ...incapaz de escribir." "(Agotado)", esta ltima palabra entre parntesis, poco tiempo antes de su muerte. Por qu no escribe? Por qu Joubert no escribe libros? Desde temprano, slo le atrae y le interesa lo que se escribe y lo que ha de escribirse. En su juventud, est muy cerca de Diderot; un poco ms tarde, de Restif de la Bretonne, ambos literatos abundantes. En la madurez, casi todos sus amigos son escritores famosos con quienes vive me- tido en la literatura y quienes, adems, conociendo sus confirma- dos talentos de pensamiento y de forma, lo incitan a salir de su si- lencio. Por ltimo, no es en absoluto un hombre paralizado por dificultades de expresin: sus cartas, numerosas, amplias, estn es- critas con esa aptitud para escribir que es como un don del siglo, al que agrega matices espirituales y atractivos formales que lo re- presentan siempre feliz de hablar y con habla cabal. Sin embargo, este hombre sumamente capaz y que casi siempre tiene a su lado una libreta en donde escribir, no publica nada y no deja nada para pu- 62 blicar (al menos, segn las costumbres de su tiempo; incluso la pu- blicacin pstuma que hace Chateaubriand de algunos de sus pen- samientos, es una edicin privada, reservada a sus amigos. En nues- tra poca, tal vez no hubiese resistido a las solicitaciones exterio- res, as como Valry no resistiera a Gide. Fontanes le escriba en 1803: "Le encarezco que escriba todas las tardes, al regresar a su casa, las meditaciones del da. Tras algn tiempo, elegir entre estas fantasas de su pensamiento, y se sorprender al ver que ha hecho, casi sin darse cuenta, una obra muy bella." y el mrito de Joubert consiste justamente en haberse negado a producir esa obra muy bella.) Podra contestarse que Joubert pertenece a esa serie de escri- tores que se esterilizan con su Diario, el cual les brinda el placer de una falsa abundancia y de una apariencia de palabras en que se complacen sin dominarse. Pero ste no es el caso. Su Diario, aun- que asentado en los das, no es el reflejo de stos sino que aspira a otra cosa. Adems, Joubert adquiri tardamente el hbito de es- cribir esos Apuntes y ms tardamente an les dio la importan- cia y el sentido que afirman la constancia de su afn, en medio de las vicisitudes de las reflexiones ms variadas. En verdad, parece que hasta los cuarenta aos se siente dispuesto a producir bellos escritos como tantos otros: sobre la Benevolencia Universal, sobre Pigalle, sobre Cook; e incluso una novela, proyectos de los cuales no quedan ms que fragmentos. En aquel entonces, muy poco o casi nada de los Carnets, que se imponen a l slo cuando empieza a pensar en escribir y cuando, en este pensamiento, reconoce su vocacin, el atractivo que debe sentir, el movimiento en que se cumplir, a veces melanclicamente, con la aoranza de no haber "devanado sus capullos", pero tambin sin pesar, seguro tanto de sus preferencias como de no haber faltado a ellas. "Pero cul es efectivamente mi arte? Qu fin persigue? Qu produce? cA qu hace nacer y existir? Qu pretendo y qu deseo hacer ejercindolo? Ser escribir y comprobar que me leen? jUni- ca ambicin de tantos! Es eso lo que quiero? ... Esto es lo que debo indagar sigilosa y largamente hasta saberlo." Esto fu escrito el 22 de octubre de 1799. Joubert tiene cuarenta y cinco aos. Un ao ms tarde, el 27 de octubre: "Cundo? dice usted. Le con- testo: -Cuando haya circunscrito mi esfera." Esta interrogacin se prolonga, da tras da, de mes en ao, durante toda su existen- cia, pero sera equivocarse transformarle en otro Amiel consumin- dose en exmenes. Sabe a las maravillas -es uno de los primeros 63 en saberlo-s- que el movimiento al que debe contestar es un movi- miento acerca del cual el razonar es insuficiente y peligroso, y sobre el que no conviene siquiera decir cosas verdaderas, porque est como fuera de la estricta verdad, implicando esa parte de ilusin y esa aureola de lo imaginario que no pueden ser tomadas en cuen- ta por la dura y firme razn. Joubert parece redactar solamente re- flexiones muy abstractas; sin embargo, no duda de que, autor sin libro y escritor sin escrito, se mantiene ya en la pura dependencia del Arte. "Aqu estoy, fuera de las cosas civiles y en la pura regin del Arte." Tiene sus momentos de duda, pero sobre todo lo impre- siona la firmeza de su tentativa y la certeza de que, a pesar de no responder por obra visible alguna al "Cundo?" de sus amigos, est ocupado en una tarea ms esencial y que interesa ms esencial- mente al arte que una obra.' Cul es, pues, esa tarea? Tal vez no le gustara que uno dijese que lo sabe. Ms bien l sabe que est buscando lo que ig- nora y que de all vienen la dificultad de su bsqueda y la felicidad de sus descubrimientos: "Pero cmo buscar all donde se debe, cuando se ignora hasta lo que se busca? Y esto ocurre siempre cuan- do se compone y cuando se crea. Afortunadamente, extravindose as, se hace ms de un descubrimiento, se hacen encuentros felices..." Muchas veces parece que, si entonces tiene un libro en mente, es para envolver y disimular ante sus propios ojos, con ese designio ordinario, el designio ms secreto, difcil de captar y traducir, del que se siente encargado. Libro casi mtico al que alude, muy de cuando en cuando, y cuya ndole -dice- es tal "que el nom- bre mismo del tema no debe figurar en el ttulo." A continuacin aade: "Lo intitular: 'Del hombre'." Tambin responde a los re- reproches que le hacen sus amigos o tal vez su propio genio crea- dor. Reproche por carecer de variedad y tener slo inters en una cosa: "Si gira en el mismo crculo? Es el horizonte de su tema. Agregad: el crculo de la inmensidad." Reproche por no saber ter- minar: "Terminar! Vaya palabra! No se termina cuando se cesa y cuando se declara haber terminado." Reproche, ms grave, por terminar antes de cualquier comienzo: "Cuando la ltima palabra es siempre la que se ofrece en primer lugar, la obra se hace difcil." Dificultad para dar a sus "ideas" la morada que le sea afn, que est hecha de su libertad misma, que respete y preserve en ellas su sencillez de imgenes, su figura de invisibilidad y su negativa 1. "Uno debe pareceree al arte sin parecerse a ninguna obra." 64 de asociarse entre s como si fuesen razones: {(Mis ideas! Me cues- ta construir la casa donde alojarlas." Traducir las cosas en el espacio Una obra cuyo tema sea diferente al tema manifiesto, que ade- ms no deba terminar ni pueda comenzar, una obra que est como en falta respecto de s misma, a distancia de lo que est expresando pa- ra que lo que expresa se desarrolle en esa distancia, se deposite, se preserve y, finalmente, desaparezca en ella. En 1812 -tiene cerca de sesenta aos-, he aqu cmo designa esa casa que siete aos antes le costaba trabajo construir: {(Al no haber encontrado nada que valiese ms que el vaco, l deja vacante el espacio". En el umbral de la senectud, ser esto una confesin de renuncia, la con- fesin del fracaso al que su excesiva exigencia lo hubiese llevado? Tal vez no sea una afirmacin triunfante, pero todo demuestra que l no la considera como negativa y que se resigna a ella porque pre- fiere ceirse rigurosamente a este descubrimiento antes que desarro- Ilarlo por aproximaciones que lo traicionan. El espacio, he aqu, en efecto, el corazn de su experiencia, lo que encuentra tan pronto piensa en escribir y ante cualquier escritura, la maravilla de intimidad que hace de la palabra literaria a la vez un pensamiento y el eco de este pensamiento (es decir, para l, no un pensamiento debilitado, sino ms profundo, siendo ms tenue, aunque reforzado, ms leja- no, ms prximo a esa lejana que designa y de donde fluye); al tiem- po orientado hacia esa reserva de facilidad y de indeterminacin que est en nosotros y que es nuestra alma, as como hacia esa trama de luz, de aire y de infinito que est por encima de nosotros y que es el cielo y que es Dios. Es difcil comprobar cul ha sido el punto de partida de esta "experiencia" de Joubert. De algn modo l siempre piensa todo a la vez, tanto ms cuanto que ha de expresarse mediante pensamientos aislados en el intervalo de los cuales acaso l no exista. Sin embargo, bien parece que quien, desde su primera madurez, escriba: "Los poetas deben ser el gran estudio del filsofo que quiere conocer al hombre", recibi primero de la poesa y, ms precisamente, de la extraeza de la escritura literaria, la sorpresa de lo que debera pen- sar durante toda su vida, esfera cuya forma adoptaron sus reflexio- nes ms variadas acerca del hombre, de la fsica, de la cosmologa o de la teologa, ayudndole a la vez a mantenerla en movimiento. Cuando observa: {( .. .representar con un poco de aire, circunscribir en poco espacio, grandes vacos o grandes llenos, o, mejor dicho, la 65 inmensidad misma y la materia entera, tales son las maravillas in- contestables y fciles de averiguar que perpetuamente se efectan por la palabra y por la escritura", Joubert designa, aun confusamente pe- ro ya con firmeza, el punto sobre el que volvera sin cesar: este po- der de representar mediante la ausencia y de manifestar por el ale- jamiento que est en el centro del arte, poder que parece apartar las cosas para decirlas, mantenerlas aparte para que se aclaren, poder de transformacin, de traduccin, en el que es este aparte mismo (el es- pacio) el que transforma y traduce, el que hace visible las cosas invisibles, transparentes las cosas visibles, volvindose as visible en ellas y descubrindose entonces como el fondo luminoso de invisibi- lidad y de irrealidad de donde todo proviene y en donde todo se acaba. Experiencia sorprendente, que a veces nos parece a punto de con- fundirse con la de Rilke y que tambin es como una anticipacin de la bsqueda de Mallarm, de la cual, sin embargo, cuando se in- tenta mantener a ambas en la misma perspectiva, se aparta tanto ms cuanto se le acerca, y por matices que tal vez nos informen sobre el centro de gravedad de la una y de la otra. 2 - UNA PRIMERA VERSION DE MALLARME Cuando Georges Poulet, en uno de sus meiores ensayos, habla de Ioubert", evoca la experiencia potica de Mallarm hacia la cual, en efecto, muchas veces nos orienta este pensamiento. Y, entre las dos figuras, cuntas relaciones: la misma discrecin, una especie de desvanecimiento de la persona, la rareza de la inspiracin, pero tamo bin toda la fuerza de esa debilidad aparente y un gran rigor en la bsqueda, una lcida obstinacin para dirigirse hacia el blanco igno- rado, una extrema atencin a las palabras, a la figura y esencia de las palabras, y, por ltimo, el sentimiento de que la literatura y la poesa son el lugar de un secreto que tal vez debe preferirse a cual- quier cosa, incluso a la gloria de hacer libros. Ocurre que en talo cual frase de los Carnets casi imaginamos or la voz de Mallarm. El 8 de junio de 1823, menos de un ao antes de su muerte: "Espacios... casi dir. .. imaginarios, tanto que les pertenece la existencia...". Probablemente, Mallarm se hubiera detenido en "imaginarios", pe- ro, sin duda, ya es l quien est hablando, con esa palabra suspen- dida, esos silencios que modelan el aire y ese modo de retener la pa- 1. Georges Poulet: La distancia interior, Georges Poulet no deja de subrayar tambin los desacuerdos. 66 labra para que se escape y ascienda, por s misma, hasta su punto de evidencia. Eso es turbador. Empero, en esa anticipada presencia de Mallarm, lo que nos importa es que tal semejanza de las figuras y de los pensamientos nos obligue a considerarlos especialmente en lo que tienen de distintos y a preguntarnos por qu el presentimiento de los mismos caminos y el llamado de las mismas imgenes alejan tanto entre s a meditacio- nes emparentadas. Los puntos de partida son casi idnticos. Ambos tienen una experiencia profunda de "la distancia" y de la "separa- cin" que slo nos dejan hablar, imaginar y pensar. Ambos sienten que la fuerza de la comunicacin potica no proviene de lo que nos hara participar inmediatamente de las cosas, sino de lo que nos las brinda cuando estamos fuera de su alcance. Slo que Joubert, espritu menos exclusivo y tal vez carente de algunas de las exigencias que ha- cen de Mallarm un poeta, no ha separado las dos regiones: al con- trario, vi en la separacin -esa trama de ausencia y de vaco que llama espacio- la parte comn de las cosas, de las palabras, de los pensamientos y de los mundos, de este cielo arriba y de esta trans- parencia en nosotros que aqu y all son pura extensin de luz. Cuan- do descubre que dentro de la literatura se dicen, se dejan ver y se revelan todas las cosas con su verdadera figura y su secreta me- dida en cuanto se alejan, se espacian, se atenan y, finalmente, se abren en el vaco incircunscrito e indeterminado del que la imagi- nacin es una clave, entonces concluye osadamente que este vaco y esta ausencia son el fondo mismo de las realidades ms materiales, al punto -dice- que si se estrujase al mundo para que salga el va- co, no llenara ni siquiera la mano. Por la lejana y por el vaco "Este mundo es una gota de agua; el mundo es una gota de aire. El mrmol es aire densificado". S, el mundo es gasa, e incluso gasa clara. Newton suput que el diamante tena [ ... ) veces ms vacos que llenos, y el diamante es el ms compacto de los cuer- pos". "Con sus gravitaciones, sus impenetrabilidades, sus atracciones, sus impulsos, y con todas esas fuerzas ciegas de que hablan tan rui- dosamente los cientficos. . . , qu es toda la materia? slo un grano de metal ahuecado, un grano de vidrio vaciado, una burbuja de agua bien soplada en donde juega el claroscuro: en fin, una sombra donde nada pesa sino en s, nada es impenetrable sino (para) s mismo ...". En Joubert hay toda una fsica y una cosmologa de sueo (que tal 67 vez no estn muy lejos de un saber moderno) donde se aventura impulsado por la necesidad de reconciliar lo real y lo imaginario, y que aspiran menos a negar la realidad de las cosas que a promover su ser a partir de casi nada -un tomo de aire, una chispa de luz o incluso el puro vado del lugar que ocupan: ".. .Observe que por todas partes y en todo, lo sutil sostiene lo compacto, lo liviano man- tiene en suspenso todo lo pesado", Entonces se ve muy bien por qu la palabra potica puede suscitar las cosas traducindolas al espacio, hacerlas sensibles por su alejamiento y su vado: es que esa lejana las habita, ese vado ya est en ellas, y por all conviene captarlas; y es que, adems, las palabras tienen la vocacin de extraer de las cosas como el centro invisible de su verdadera significacin. Se to- ca el cuerpo mediante la sombra, mediante la penumbra de esa som- bra y cuando se ha alcanzado el lmite vacilante en que, sin borrarse, esa misma sombra se irisa y se impregna de luz. Pero, desde luego, para que la palabra llegue a ese lmite y lo represente, es necesario .que ella tambin se convierta en "una gota de luz" y sea la imagen de lo que designa, imagen de s misma y de lo imaginario, confun- dindose finalmente con la extensin indeterminada del espacio, lle- vando asimismo hasta la redondez de una esfera perfecta el momento que lleva en su extrema liviandad y define por su transparencia. "Lo transparente, lo difano, lo poco pastoso, lo mgico; la imitacin de lo divino que hizo todas las cosas con poco y, prctica- mente, con nada; he aqu uno de los caracteres esenciales de la poe- sla", "Tiene que haber en nuestro lenguaje escrito, voz, alma, espa- cio, aire libre, palabras que subsistan solas y lleven el lugar consigo". "La fuerza de comunicacin. .. Hay na sutil, fina, cuya existencia se hace sentir sin mostrarse. Tal como la fuerza del ter en la electri- cidad". "Un potico vapor, una nube que se convierte en prosa", A pesar de lo etreo a que debe llegar para l el lenguaje, es evidente que Joubert nunca le confiere ese poder de negacin -su- peracin en, por y hacia la nada- que la poesa le encarg a Ma- llarm indagar. El pudor de la palabra no establece entre nosotros esta distancia sin la cual estaramos expuestos al mutismo del aho- gamiento, negando aunque abriendo las cosas y, mediante esa aber- tura, liberando la parte de luz y el intervalo que las constituyen; o tambin revelando lo que est ms all del cuerpo, admitiendo ese ms all por el cual se afirma todo cuerpo, acogiendo el anti-cuerpo que es "la secreta prolongacin de su substancia". La palabra no nie- ga sino que admite y si a veces parece cmplice de la nada, esta "nada" -dice Joubert- no es nada sino "la plenitud invisible del mundo", 68 cuya evidencia debe ser enseada por la palabra, vaco que no se deja ver, sino que es presencia luminosa, fisura por donde florece la invisibilidad. Hacia el ao 1804, en primer lugar bajo la influencia de Male- branche, por la analoga que percibe entre e! lenguaje de este filso- fo y e! suyo, y en segundo lugar por la prolongacin de su experiencia literaria en una experiencia religiosa, Joubert, tras haber llevado tan lejos como pudo e! ahuecamiento de las cosas y el ahondamiento de 10 real, halla en Dios e! trmino y e! soporte de todo este vaco y lo convierte en el espacio del espacio, como otros en e! pensamiento del pensamiento. Sera fcil considerar que e! nombre de Dios viene aqu, cmodamente, a tapar el gran hueco que, en su afn de aliviar y aclarar, lleg a reconocer y establecer en todas las cosas. Sin este nombre y si no fuese ms que un nombre, acaso todo no volvera a caer en la nada que l roza, amansa y saborea como e! contacto ine- fable de toda certidumbre visible e invisible? Quizs podra ser as. Pero mejor aceptemos su experiencia tal como la vivi y represent. Entonces, para juzgarla bien, debemos reconocer que posee un senti- miento tan fuerte de lo impalpable, una comprensin tan clara de ese vaco que l llama espacio, que no parece nunca temer su disper- sin o su destruccin. De la inmensidad de! espado, as como lo apun- ta cabalmente Georges Poulet, no saca, a semejanza de Pascal, an- gustia alguna, sino la exaltacin de una alegra tranquila, y Dios le llega no como el trmino de una cadena de razones, sino como e! punto extremo de una alegra de la cual luego ese Dios ser e! nico objeto. El libro, el cielo En sus noches de insomnio, Joubert sale y contempla el cielo. "Insomni nocte". "Insomnio, 5 de la maana'',! Qu le traen esas consideraciones nocturnas? Lo mismo que est en l, pero reali- zado afuera: ese libro supremo que al parecer nunca escribira y que escribe como sin saberlo, pensando en escribirlo. All arriba est e! espacio y, alejadas entre s, condensaciones del espacio hecho luz, so- ledad uniforme y ordenada de puntos que parecen ignorarse, aunque constituya con algunos una figura que se presiente y con todos e! inconcebible conjunto de su dispersin. A Joubert le gustan los astros, 1. Estas contemplaciones siempre tienen lugar en el mes de agosto. Este genio friolento no va a meditar fuera de si mismo durante el invierno. 69 pero ms que los astros, los cuales a menudo centellean con dema- siado fulgor, le gusta el gran espacio irradiante, la luz difusa que all lentamente se revela y revela esa fcil simultaneidad de perfec- ciones distintas, composicin de lo vago y de lo preciso. En una nota de su primera madurez, se le ve tratando de hacer una cosmologa bastante parecida a la de Cyrano de Bergerac y a la de los autores an- tiguos: all los astros no son ms que huecos en el cielo, vacos por donde el enigma de una luz oculta se concentra y se derrama: hueco de esnacio, ya no esnacio condensado sino sustrado y disminuido hasta la ruptura cuando se convierte en claridad. Esas contemplaciones metafricas, que nos devuelven al espacio nocturno como a un gran texto de silencios, y al libro como a un cielo inmvil de astros en movimiento, pueden parecer al alcance de cualquiera, pero en Ioubert se abren como la expresin exigente de lo que debe realizarlo Modelo de ambicin que, sin embargo, no aplasta a este genio modesto, porque lo que est escrito arriba le ga- rantiza que puede representarlo por medio del arte, si es verdad que, al retirarnos de nosotros mismos, encontramos en nosotros la misma intimidad de espacio y luz que ahora debemos cuidar mucho a fin de que nuestra vida le corresponda, nuestro pensamiento la preserve y nuestras obras la revelen. ((.. .Y todas mis estrellas en un cielo. . . Todo el espacio es mi tela. JI Caen estrellas de mi espritu". Sera tentador, y glorioso para Joubert, imaginar en l una pri- mera edicin no transcrita de ese Coup de ds que -dijo Valry el da en que fue iniciado a los pensamientos secretos de Mallarm- elev "31 fin una nzina a la potencia del cielo estrenado". Y entre los sueos de Toubert y la obra realizada un siglo despus, existe el presentimiento de exigencias emparentadas: en Toubert, como en MaIIarm, el deseo de sustituir la lectura ordinaria, donde es nece- sario ir de una parte a la otra, por el espectculo de una palabra si- multnea, en la que todo estara dicho a la vez, sin confusin, en un "resplandor total, apacible, ntimo y por fin uniiorme'": Lo cual supone un pensamiento muy distinto al de los razonadores, que ade- lanta prueba tras prueba, as como un lenguaje muy diferente al lenguaje del discurso (preocupaciones esenciales en el autor de los 1. 19 de agosto (insomni nocte). Quisiera que los pensamientos se siguieran en un libro como los astros en el cielo, con orden, con armona, pero a sus anchas, con intervalos, sin tocarse ni confun- dirse. 2. Carnet, 7 de febrero de 1805. 70 Carnets). Lo cual supone, ms profundamente, el hallazgo o la crea- cin de ese espacio vacante en donde ninguna cosa particular logra romper el infinito y, por lo tanto, todo est presente en la nulidad, lugar en donde nada tendr lugar sino el lugar, meta ltima de estos dos creadores. Pero all cesa la comunidad de propsitos. Incluso mirndolo solamente desde el exterior, el poema, dentro de la inmovilidad de su afirmacin, est expuesto a un movimiento prodigioso del cual Tou- bert hara todo lo posible por liberarse: movimientos de "retraccio- nes", de "prolongaciones", de "escapes", movimientos que se acele- ran y amainan, se dividen y se superponen mediante una animacin pululante , tanto ms dura para el espritu cuanto que no se desen- vuelve, no se desarrolla y, rechazando el alivio de la sucesin, nos obliga a soportar iuntas, en un efecto masivo aunque espaciado, todas las formas de la inquietud del movimiento. Nada podra afectar tan gravemente el designio espiritual de Joubert como esa prolifera- cin en medio de la ausencia, ese ir y venir infinitamente repetido que es el vaco del espacio indeterminado. Sin duda, en Un coup de ds como en el cielo, existe un orden secreto que Joubert podra aceptar, pero este orden imita la casuali- dad, tal vez para dilucidar sus reglas, tal vez para elevar el rigor de las palabras v la precisin de los pensamientos hasta el punto en que el extremo determinado puede integrar la indeterminacin. Sin duda, en ese cielo que es el poema, est el estallido luminoso, an futuro y siempre incierto, de la "Constelacin" que tal vez ser tambin el poema, a la altura de la excepcin. Pero Ioubert nunca podra acep- tar el naufragio previo en el que es necesario que nada se d para que sea algo distinto y ms puro de lo que es. No considerara nunca como descenso hacia "la neutralidad idntica del abismo" al movi- miento de irrealizacin mediante el cual, en todo, buscamos un vaco para encontrar la luz. Incluso ignora la palabra casualidad. Y la conjuncin dramtica del golpe de dados con el azar, le parecera incapaz de representar el pensamiento al nivel en que ste se encuentra con la poesa. AIH, precisamente, su reflexin se revela ms firme. Joubert desea que el pensamiento no est determinado como puede estarlo la razn. Quie- re que se alce por encima de la presin de los razonamientos y de las pruebas, que sea pensamiento finito a partir de lo infinito, as como desea que la palabra potica, en la perfeccin de su cumplimiento, lleve y sobrelleve la vaguedad, la duplicidad y la ambigedad de va- rios sentidos, con el fin de representar mejor el entre-sentido y ese 71 ms all del sentido hacia donde siempre se orienta. Pero esa inde- terminacin no es el azar. Casualidad se refiere a esa parte de reali- dad, muy vana y muy aparente, que la razn -la cual no se satis- face sino con pruebas y quiere reducirlo todo a cuentas- procura dominar mediante el clculo.'. El espacio en el que Joubert irrum- pe carece de casualidad y determinacin, y la literatura, vale decir, el espacio convertido en poder de comunicar, es ese cielo ordenado de astros donde el infinito del cielo se halla presente en cada estre- lla y en donde la infinitud de las estrellas no molesta, sino que hace palpable la libertad de la extensin infinitamente vaca. Tal es la firme contradiccin que l ve armoniosamente resuelta all arriba, con la que l mismo tropieza y que, sin reducirlo al si- lencio, 10 desviar no obstantte de cualquier obra acabada. Su mrito consiste en haber reconocido primero, en el arte y en la poesa, un modo de afirmacin que ni la razn muy mediata, ni la sensibilidad muy inmediata pueden reivindicar. La poesa y el arte le hacen pre- sentir una posibilidad muy distinta que durante toda su vida procu- rar aclarar: una necesidad de relaciones an ms rigurosas que las de la razn, pero puras, livianas y libres; un contacto con la intimi- dad profunda ms penetrante que el de la sensibilidad, y sin embargo distante, porque la distancia misma sentida como nuestra intimidad, y la lejana en nosotros como nuestro centro, es 10 que toca ntima- mente ese punto nico. Relaciones, pues, que escapan a 10 que las relaciones lgicas de la razn contienen de regularidad temporal, pe- ro que tambin escapan a los golpes instantneos de la presencia sen- sible: comunicacin, a distancia y por la distancia, de 10 inmediato; afirmacin limitada y como puntual de la inmensidad infinita. Pero, cmo pasar del cielo a la estrella, del poema, trama ili- mitada de espacio, a la palabra pura y nica en la que debe concen- trarse, de la belleza que es indeterminada al rigor de la perfeccin de 10 bell0 2 ? Ms que las soluciones que Joubert a veces se pro- pones, 10 hace importante y ocasionalmente ejemplar el afn que 1. "Newton. Fue dotado de la facilidad de saber lo cuanto en todo." "Newton slo invent los cuantos." 2. "Todo cuanto es bello es indeterminado." "Lo que hace el carcter, la precisin, la nitidez y la perfeccin de una cosa siempre la limita o la termina." 3. Con una se ilusionar el simbolismo abusando de ella: la msica. "Es preciso que los pensamientos se sigan y enlacen como los sonidos en la msica, mediante su nica relacin -armona- y no como los eslabones de una cadena." Joubert aora, de un modo a la vez conmovedor e ingenuo, los pensamientos desconocidos cuya expre- 72 siempre conserv de no traspasar la necesidad opuesta de esos dos movimientos, aunque fuese a expensas de s mismo. Aparentemente, fracas. Pero prefiri ese fracaso al compromiso del xito. Fuera de cualquier proyecto de realizacin, ciertamente sufri mucho por estar sometido a la intermitencia de lo que hace el fondo contnuo del alma, pero que debe experimentar, en s, como una cesacin del es- pritu, como una interrupcin dolorosa de todo poder, como una cada en la nada y ya no en el bello y silencioso vaco. Las confidencias que hizo son escasas, pero conocidas (sobre todo en sus cartas: a Mol, a Fontanes, a Madame de Vintimille). y los Carnets acogie- ron las imgenes bajo las cuales trataba de acercarse a sus dificul- tades: "Yo soy, lo confesar, como un arpa eolia, que produce algu- nos sonidos bellos, pero no ejecuta ninguna msica". "Yo soy un ar- pa eolia. Ningn viento ha soplado en m". El arpa eolia: es com- prensible que acoja esta figura proveniente de la moda osinica, por- que es como si el espacio mismo se hiciera instrumento y msica, instrumento que tiene toda la extensin y la continuidad del gran es- pacio, pero msica hecha de sonidos siempre discontinuos, desuni- dos y desligados. En otra parte explica los cortes de su meditacin y los blancos que interrumpen sus frases por la tensin en la que debe mantener sus cuerdas para sonar adecuadamente, por la pausa que resulta de esa armona y por el largo tiempo que le es necesario para "darse cuerda y ponerse tenso de nuevo". Esa colaboracin del tiempo, ese encuentro, necesario para que pueda escribir, del espacio de adentro con el espacio de afuera, he aqu lo que le condujo a pensar solamente en el mbito de un Dia- rio, apoyndose en el movimiento de los das y pidindole a ese movimiento el paso de s mismo a s mismo -a la expresin de s mismo- del que es la espera paciente, muchas veces frustrada, as como el arpa es la espera silenciosa del viento. Respondiendo una vez ms a la impaciencia de sus amigos, justifica su retraso por este nuevo motivo: ((.. .Y, adems, es necesario dejar que mis nubes se amontonen y se condensen". Sin duda, es el problema del cielo y de la estrella, el gran enigma del Coup de ds, que debe ser a la vez la neutralidad idntica del abismo, la alta vacuidad del cielo y la constelacin que, a la altura de un tal vez, se proyecta en l. Y para sin, por medio de la pintura o de la msica, le habrian dado el presentimiento: "Ah! si pudiera expresarme por la msica, por la danza, por la pintura, como me expreso por la palabra, cuntas ideas tendra que no tengo y cuntos sentimientos que siempre me sern velados." 73 que las nubes se amontonen y se condensen, se necesita tiempo, se necesita un doble trabajo de transformacin por el tiempo: primero, que el tiempo transmute los acontecimientos y las impresiones en la lejana del recuerdo (y Joubert dice: "No hay que expresarse como se siente, sino como se recuerda) ya que concentra la vaga lejana de la memoria en la esencia estrellada de un momento puro, que ya no es real y que no es ficticio (y Joubert dice: Mi memoria no conser- va sino la esencia de lo que leo, de lo que veo e incluso de lo que pienso"). Metamorfosis que l no puede apresurar por la presin de su voluntad, porque sta no depende de ese yo autoritario al que precisamente debe aliviar y vaciar a fin de que all se encuentren, en un contacto nico, la intimidad de afuera y el espacio de adentro. As, pues, Joubert est all a la espera, esperando del tiempo el paso del espacio, y esperando tambin del tiempo la concentracin del es- pacio en puro momento esencial, en esa gota de luz que se har pala- bra, reuniendo en un decir nico toda la extensin de todo lenguaje", A la vez, espera de la que no debe desinteresarse, en la que debe cooperar por un trabajo interior que compromete su vida ente- ra y, ms an, por una gran intimidad con las palabras, ya que tal vez sea en ellas -lmite de tiempo y de espacio-s- donde podemos ms justamente actuar, all donde -dice con gran penetracin- "hay. . . a la vez poder e imposibilidad". El reposo en medio de la luz Joubert no cedi nada de Jo que le pareca necesario, pero, sin embargo, supo interpretar esa situacin de tal manera que pudo en- contrar en ella, al final, sabidura, calma y, quiz, sosiego. En ello sigui la tendencia de su genio friolento, sin contrariar mucho la pendiente de su bsqueda. Cuando escribe: "La revolucin arroj a mi espritu fuera del mundo real, al hacrmelo demasiado horrible" (en un primer tiempo fue revolucionario -sin exceso- y ateo -sin drama de conciencia), seala tambin el motivo por el cual siempre procur mantener entre l y las cosas esa "zona de recogimiento" "donde todo pasa, se calma, se amortigua, se aquieta y depone sus propios excesos". Entonces ya no se expone a la separacin y a la lejana como si fuera una dura exigencia, sino para convertirlas en una "cerca" que lo protege, en una quietud que "acolcha las mura- 1. "Atormentado por la maldita ambicin de poner siempre todo un libro en una pgina, toda una pgina en una frase y esta frase en una palabra.. Ese soy yo." 74 llas", en "una alcoba", en una defensa "que amortigua los golpes" y "pone al corazn en reposo". El reposo, esta palabra lo acompa durante toda su vida. Cuando es revolucionario, busca el reposo en la negacin. A Madame de Beaumont le dice: "Tngale amor y vene- racin al reposo". Luego el gran tema sobre el cual extender su pensamiento es ste: "El reposo en medio de la luz". Lo enunci al principio de los Carnets. Lo dice al final y hay perodos en que lo repite da tras da, como una oracin o una frmula mgica: "(Agudo. Dolores agudos). La sabidura es el reposo en medio de la luz". Por qu esta reiteracin obsesiva? Porque all se vuelven a encono trar, en la densidad de pocas palabras, las dos pendientes de su pen- samiento y tambin la ambigedad de un pensamiento con dos peno dientes, puesto que el reposo en medio de la luz puede ser, aspira a ser la paz mediante la luz, luz que se apacigua y que da paz, pero tambin es el reposo -privacin de cualquier ayuda e impulsos ex- teriores- para que nada estorbe ni apacige el puro movimiento de la luz", Necesidad de luz, necesidad de la luz del da, de esta abertura espaciosa que es la claridad ("sin espacio, no hay luz") y de este punto de claridad nica que hace el da y da la luz del da. ("Punto luminoso. Hay que buscarlo en todo. Slo est en una palabra dentro de una frase, en una idea dentro de un discurso") . Aversin por to- do lo oscuro, lo impenetrable, lo opaco: "Un punto oscuro en su mente le es tan insoportable como una arenilla en el ojo". "Estre- cha? S, tengo muy estrecha esta parte de la cabeza que est destina- da a recibir las cosas que no son claras". Demasiado estrecha tal vez, porque este alejamiento de la oscuridad tambin lo aparta de la luz, de la luz demasiado fuerte del da que comienza, a la que prefiere -dir l en un pensamiento revelador- la medialuz: "La media- luz es encantadora, por ser una luz acomodada y disminuda. Pero el crepsculo lo es menos, porque an no es un da sino un comien- zo, o, como se dice muy bien, "el despunte", "el despunte del da". Lo que desea es "una luz mediana", expresin en la que se detiene para confirmarse en su gusto de la medida, pero que tambin trata de profundizar llamndola mediana, no solamente porque es medida sino porque de ella siempre nos falta la mitad: entonces luz dividida 1. " .. . El reposo no es una nada para ella [l alma]. Representa ante ella un estado en el que est expuesta a su propio movimiento sin impulsiones extraas." 75 y que nos divide, de modo que debemos contentarnos con esa dolo- rosa divisin de nosotros mismos. El reposo en medio de la luz: Ser el suave sosiego por medio de la luz? la dura privacin de s mismo y de todo movimiento propio, posicin en medio de la luz sin reposo? Una nada separa aqu dos experiencias infinitamente diferentes. El inters de Joubert reside tambin en que nos recuerda, por su ejemplo privilegiado, cun esencial, aunque difcil, es mantener siempre con firmeza esa nada que divide al pensamiento. 76 V-CLAUDEL y EL INFINITO No s quien es ese C1aude1 del que nos habla su fama: ese hom- bre sencillo, muy antiguo, indefectiblemente ligado a una fe inquebrantable, sin dudas ni secretos, genio elemental que se afirma impetuosamente dentro de los lmites de un funcionario col- mado de honores. Muy antiguo? Es un hombre casi exageradamente moderno. Todo el pensamiento moderno, de Descartes a Hegel y Nietzsche, es una exaltacin del poder, un esfuerzo para hacer el mundo, con- cluirlo y dominarlo. El hombre es una gran potencia soberana, a la medida del universo, y, merced al desarrollo de la ciencia, al cono- cimiento de los recursos desconocidos que estn en l, capaz de hacer de todo y de hacer el todo. Estas frmulas, llenas de audacia y ante las que retrocedemos hoy en da, Claudel (en ello ms Renan que Renan) las acepta hasta el final, y cuando Jean Amrouche lo inte- rroga sobre su necesidad de estar comprendido, "integrado" en la creacin, Claudel le contesta rudamente: "Bueno, en cuanto a m, siempre he pensado que uno no estaba hecho para estar compren- dido, como usted dice, dentro de la creacin, sino para vencerla ... ms bien es una lucha: me parece perfectamente posible y natural que me imponga, no que est comprendido sino que est por enci- ma". El hombre que habla as. desde el fondo de s mismo, es un hombre en quien call desde hace varios siglos la voz de la Edad Media. C1audel no quiere ser vencido. Le horrorizan los vencidos, no en una forma implacable pero s enfermiza y temerosa. Quienes fracasan y se pierden despiertan en l como un recuerdo de ver- genza y un sentimiento de malestar que lo hace temblar: Nietzsche, Villiers, Verlaine y, ms cerca de l, su hermana, y ms cerca an, en su propio ser, ese fracaso siempre posible para quien tuvo la 77 desgracia de ser artista. Como si fracasar fuera e! verdadero pe- cado, e! mal esencial. Triunfar es la ley de su ser y e! signo de la plenitud de su afirmacin. El no es el renacentista, feliz de ser un hombre resplandeciente y pasajero, menos an el romntico que se contenta con desear en vano y aspirar sin resultado. Claudel es e! hombre moderno, e! que no est seguro sino de 10 que toca, el que no se ocupa de s mismo sino de 10 que hace y que no quiere sue- os sino resultados, en fin, para quien no cuenta nada sino la obra y la plenitud decisiva de la obra. De este triunfo necesita pruebas. No es l quien ha de solicitarlas, pero sufre si le faltan; no podra estar satisfecho slo con una certidumbre interior: Qu es una obra maestra si nadie sabe de ella? Por 10 tanto, 10 hiere e! silencio, 10 afecta la incomprensin, 10 hace feliz la evidencia de la fama y ms an 10 slido y 10 palpable que es. Los bienes, los honores, todo cuanto 10 ate a la realidad y 10 ayude a convertir 10 que hizo en un mundo firme, acabado, comprobable, esto es 10 que importa, y no los grandes encantamientos de la vanidad literaria ni las apoteosis que l acepta sin duda, pero que no le complacen sino fugazmente. El xito simplifica las cosas. A la inasible diversidad de Gide, se han complacido, y Gide antes que nadie, en oponer e! bloque macizo, el ser sin junturas y casi sin partes que en todos momentos habra convertido a Claudel en una violencia estacionaria y un de- sencadenamiento inmvil. A l personalmente le hubiese gustado esa imagen? En verdad, pocas son tan pintorescas y falsas. Lo que impresiona en Claudel es ms bien una discordancia esencial, e! cho- que poderoso, contenido, mal contenido, de movimientos sin armo- na, una mezcla formidable de necesidades contrarias, de exigencias opuestas, de cualidades dispares y de aptitudes inconciliables. Impe- tuoso, aunque muy lento; tan carente de paciencia como dotado de inspiracin; tan abrupto como prudente; sin mtodo e ntimamente ordenado; sin medida, aunque aborreciendo la desmesura; hombre de las crisis: en un instante, dentro de su vida, todo se trama y se desenlaza; en un instante, se convierte; ms tarde, cuando quiere romper con su carrera y con su obra, un solo instante, una sola palabra, e! "No" que cree or, bastan para arrojarlo de nuevo al mundo; poco tiempo despus, e! encuentro con Ys, la pasin, e! jbilo de la culpa, toda esa historia tiene la velocidad de la tormen- ta: es la decisin de! rayo, e! filo del momento nico. El hombre de las crisis, e! que nunca retrocede, convertido por 10 tanto de una vez por todas, necesita sin embargo cuatro aos para empezar a darse cuenta de que 10 est, doce aos para asimilar ese cambio y expo- 78 nerse a la ruptura radical que exige esa conversin. Asimismo, 10 que le acontece y se decide en un instante sobre la cubierta de un barco, necesitar veinticinco aos para apropirselo y lograr apaci- guar su violencia. Sin duda, Claudel es un poeta inspirado, que aguar- da y a quien sorprende la llegada salvaje de la Musa indisciplinada sin la cual no puede nada, aunque escriba con la mayor regularidad, con la constancia de un hombre que cumple concienzudamente con su deber y casi -como l mismo dice- con la firmeza de un bu- rcrata. Genio tempestuoso, extremadamente dividido, no obstante no parece desgarrado. Lo que 10 divide 10 fortalece, y ms an, forta- lece su fe en s mismo, en su crecimiento. Pero se cumple esto sin lucha? sin dificultad? sin sufrimiento? Claudel sera tan slo ese hombre seguro, con un optimismo duro y cerrado, que l aparenta ser? Gran parte de su vida fue desafortunada y desgraciada. Dijo que su juventud haba sido muy desdichada, marcada por el cono- cimiento de la muerte y el sentimiento del desamparo. Dijo que, pese a su infinita avidez de recorrer el mundo y romper los lazos familiares y de vecindad, sufri mucho con la ruptura y, tras su par- tida, con el estar siempre en exilio, tanto en su casa como en otras partes. El es un hombre profundamente solo, "sin mujer ni hijos", durante mucho tiempo incapaz de ser sociable con los dems y, tal vez, consigo mismo. En Cabeza de Oro slo omos el canto de la exaltacin de la voluntad y del joven deseo, canto, en efecto, del nimo conquistador: pero este nimo es sombro y la esencia de esta voluntad es ajena a la feliz inmensidad que alcanza intilmente. Par- ticin de Medioda nos dej la imagen de un hombre separado, "si- niestro", que no encuentra su sociedad entre los hombres, que est en desacuerdo consigo mismo en la desconcertada tiesura de sus gran- des fuerzas ociosas, de una gran avidez intil, desvinculndose alti- va, orgullosa y pobremente, sin saber que ha de ser roto para llegar a ser l mismo. Da la impresin de que slo los sentimientos impersonales le son prximos, siendo l, como la naturaleza, una fuerza viva, casi carente de intimidad y siempre ocupada en expresar el movimiento de la vida y en experimentarlo, no como un sufrimiento sino como una plenitud infinitamente creciente; Claudel parece asombrosamente ajeno a la conciencia desgarrada que manifiestan, desde hace dos- cientos cincuenta aos, nuestros tiempos, nuestro tiempo creyente y nuestro tiempo incrdulo, pero ello no significa que hubiese sa- bido, desde el principio, vivir y hablar sin dificultades ni divisio- 79 nes, como un hombre de fe para quien todos los problemas estaran resueltos, como un poeta a quien el instinto y los dones sostendran y exaltaran maravillosamente. No es as. Pero sigue siendo cierto que, lejos de sentirse a gusto en su propia intimidad, prefiere al contrario alejarse de s mismo con una franca aversin. No se con- templa sufriendo y no quiere que los dems 10 vean. Odia esa mi- rada que es como la visin del vaco y la visibilidad de la nada. Apa- renta saber que bastara el poder destructor de la conciencia, su in- tervencin impertinente y su curiosidad atormentada, atormentadora, para que se arruine, y que lo que l llama, con fe testaruda, lo in- descifrable, el fondo simple de s mismo, se deshaga bajo el impulso de sus fuerzas contrarias violentamente desunidas. All reside uno de sus secretos. Antes que reflejarlos o experimentarlos, l lleva consigo los problemas, las dificultades, los sufrimientos; soporta su peso, su carga y su presin; deja que se desarrollen por s solos y l se desarrolla en ellos. Hay que dejar a la naturaleza obrar por s misma o, si no, ayudarla solamente con otro trabajo natural, esto es, la obra potica en la que siempre se hallan, como figuras diferentes que se suscitan, se provocan y tropiezan entre s, las diversas formas en pugnas de su vasto Yo dividido, del que no quiere sustraer ni re- chazar nada. Con toda evidencia, ms que cualquier otro, ms que Gide en todo caso, menos amenazado debido a la flexibilidad de su flido carcter, Claudel necesit de un sistema capaz de ordenarlo a l mismo. Es lgico pensar entonces que su inquebrantable apego a un dogmatismo religioso, que sorprende hoy incluso a los ms creyen- tes, se debe a la coherencia que all encuentra. No cabe duda de ello. Pero tambin debe pensarse en el tipo de hombre que l es, hom- bre dotado de las mayores fuerzas posesivas, animado por una ener- ga extrema, que no se contenta en absoluto con la promesa de un ms all confuso, sino que quiere verlo todo, palparlo todo y apro- pirselo todo, hombre ligado a la tierra que tiene "en la mdula de los huesos" "esta obstinacin para con la tierra", "este fro gusto de la tierra", esta exigencia de las cosas visibles y del universo pre- sente, hombre que no quiere sacrificar nada de s mismo, que re- chaza con todas sus fuerzas la derrota y que aspira, tambin con todas sus fuerzas, a la victoria y a la dominacin. Ahora bien, qu es lo que le ofrecen? Una religin de debilidad, la de los humildes y los vencidos, que recomienda la ascesis, el despojamiento, el sa- crificio de s mismo, la renuncia al mundo, el deseo del infinito. Cmo arreglrselas con esa donacin? Donacin grandiosa, sin 80 duda, pero gue primero tendra que desarraigarle de s mismo, y ello en los albores de su vida, cuando l no ha podido todava tener una prueba segura de lo que era y lo que vala. Un hombre menos natural hubiese contestado en seguida, por un movimiento repen- tino, a ese llamado repentino. Pero l permanece como inmvil, pa- rece no contestar, contesta con e! silencio, con una especie de sueo que lo deja intacto. Las obras que escribe mientras tanto llevan apenas las huellas de ese cambio fundamental. Cabeza de Oro recha- za toda fe en el ms all, toda ilusin suprahumana. En Conocimien- to del Este se percibe la lentitud de los pasos que debe dar para en- caminarse hacia e! punto en donde habr de ponerse y ponerlo todo en juego. Esas prosas descriptivas, bellas, aunque duras e imperio- sas, ocultan una lucha extrema, y la ocultan de veras. A veces pa- reciera que Claudel no est tan convertido como tratando de adap- tar su conversin a los recursos de su poderosa naturaleza: rbol que fulmin un rayo, pero que no arde, que slo quiere reverdecer por el fuego. Ser ello posible? La crisis, pues, es inevitable. "El infinito, palabra horrible" Es inevitable porque Claudel lleva en s, junto con esa gran fuerza posesiva, una aversin excepcional por lo ilimitado y lo in- definido. y ello a un grado extraordinario. Lo cual se hace tanto ms notable cuanto que, por no ser dbil sino fuerte, l debera ms bien sentirse estorbado por las limitaciones y aspirar a rom- perlas todas. En verdad, l quiere todo, pero nada ms, y dentro de ese todo, solamente cada cosa, una por una, formada y creada ya, realidad firme de la que pueda aduearse y a la que pueda co- nocer. El quiere todo, la certidumbre del todo, no el principio, no lo que es sin ser an, sino el universo presente, e! mundo dentro de sus lmites, cerrado y circunscrito, en que nada se pierde y que podr computar, medir y confirmar por su palabra permanente. Aunque est ligado al deseo, Claudel es, antes que nada, e! hombre presente y e! hombre del presente; no habla ms que en presente; para l siempre hay, en lo que est ah, suficiente ser para que l pueda regocijarse, glorificndolo y provocndolo, mediante su len- guaje, a ser ms an. Pero cul es ese presente al que quiere co- rresponder con un impulso tumultuoso? Sera e! instante, "esa hora que est entre la primavera y el verano", esa hora que celebra en la Cantata? Sera e! presente de! goce? La felicidad que se 81 capta y se saborea en la despreocupacin y el xtasis ? Nada ms contrario a su temperamento, como bien se sabe. Porque si quiere el presente, es para estar presente y no para perderse en l. Lo mismo que aborrece lo indeterminado, aborrece y le asquea el aho- go pantestico; y el presente no slo est hecho para juntarse a l y as contentarse, sino para nutrirse en l, desarrollarlo y superarlo mediante un crecimiento progresivo y una abertura circular. Po- dra contentarse entonces con una apropiacin espiritual, cuando posee cada cosa presente en su forma y toca slo su superficie? Ne- cesita ms: no slo quiere ver, sino tener, poseer mediante todo su ser al ser entero hasta la sustancia. Entonces se convierte en el poeta de lo elemental: "El elemento mismo! La materia prima! Digo: es el mar que yo necesito" - y la tierra firme, primordial, la "Tie- rra de la Tierra, la abundancia del seno", "la ardiente sangre oscu- ra", "el plasma que obra y destruye, que acarrea y forja", la afluen- cia voluminosa, todo cuanto es enorme, y no slo el agua clara y ma- nante, sino tambin "el flujo fangoso", "impregnado de la substancia de la Tierra", cuyo conocimiento le fue proporcionado por los ros de China, "corriente que huye, con un peso mayor, hacia el centro ms profundo de un crculo que se ensancha" (lo cual corresponde a su definicin del presente; para l, el presente no es un punto sino la constante abertura circular del ser en perpetua vibracin). Pero, cediendo a ese movimiento, acaso no corre peligro de hundirse en lo informe, de tenerlo todo, pero disuelto en el cora- zn de todo, en "el caos que no recibi el Evangelio"? El rechaza tanto la indistincin inicial como la nada. Este genio profundo, en la profundidad, no pretende ceder ni al abismo del vaco, ni a la incertidumbre del origen: ni tampoco perder nada de la compo- sicin de las cosas, mantenidas juntas por el poderoso acorde de la simultaneidad potica, de tal manera que pueda computarlas por unidad y en sus relaciones, como un patriarca bblico contando la multitud de sus rebaos en la que celebra la coincidencia de la ri- queza terrestre con la bendicin celestial. Claudel es una mezcla muy sorprendente de comprensin elemental y -no obstante- de pre- ferencia formal: a veces profundo -y entonces aspira a "aferrarse al elemento mismo", a veces solamente vasto y tratando de alcanzar un punto bastante elevado (por la imagen o por la fe), no para perder de vista la realidad finita sino, al contrario, para poder con- siderarla en conjunto y en detalle y, "con el ojo fijo como un bui- tre", estudiar "el relieve y la conformacin de la tierra, la disposi- cin de las pendientes y de los planos". Sin embargo, en l parece 82 que lo vasto triunfa sobre lo profundo: en lo compacto y en lo ele- mental subsiste un riesgo de deslizamiento, una prdida de la pro- porcin que l siempre acoger con malestar. El "Injinito", Palabra horrible que ofende a la vida y a los va- lientes impulsos del poder y de la alegra y del amor. Lo que dice Coventry Patmore en la traduccin que Claudel hizo de l, ese odio por el infinito, lo experiment l personalmente y lo expres con una constancia y una fuerza impresionantes. "En todas partes, para el espritu, el infinito es la misma abominacin y el mismo escn- dala." "Bendito seas, Dios mo, que hiciste de m un ser finito . . . Colocaste en m la relacin y la proporcin de una vez para siem- pre". "Entendimos al mundo y hallamos que tu creacin es limitada". y a Amrouche: "Todo cuanto es desmesurado es destructor". Asi- mismo, el fin de la poesa no es lo que Baudelaire habra querido que fuera: "Sumergirse en el fondo del infinito", para encontrar algo nuevo", sino "sumergirse en el fondo de lo definido para hallar lo inagotable". Desde luego, mediante las palabras, Claudel corrige lo que puede incomodar a la religin en su rechazo del Infinito: "Hablo del Infinito respecto de las cosas que pertenecen, por su misma ndole, a lo finito". Pero el sentimiento perdura. La angustia, la experi- mentacin de la noche e incluso de la pura luz o del puro Espacio, todo esto encuentra en su naturaleza una resistencia aparentemente inquebrantable. Y, en esto, escapa tanto del extremo de la poesa como del extremo de la fe. De modo que, tras su conversin y hasta la fecha de la crisis, lo que parece mantenerlo alejado de lo que cree, es, paradjicamente, la certeza misma de su creencia, el miedo de extraviarse, el miedo al contacto con el Mal y, para decirlo todo, la ignorancia de esa muerte que es el pecado. De la religin tiende entonces a no acoger ms que las seguri- dades reconfortantes y no la conmocin y las impugnaciones ruino- sas: el ser y no el ser que adopta el rostro de la nada. Las prosas de Conocimiento del Este demuestran cmo, poco a poco, va ser obligado, no sin una gran vacilacin interior, a abor- dar e indagar esas temibles regiones nocturnas y los no menos te- mibles ardores de la desnudez luminosa. La prueba del mar, con el 1. A Claudel se le escap que Baudelaire, en este verso sin embargo harto conocido, dijo: "en el fondo de lo Desconocido". Su equivo- cacin nos sugiere que, en lo Desconocido que l esquiva, sigue rechazando al infinito. La palabra infinito pertenece, es verdad, al lenguaje propio de Baudelaire. 83 cual se siente en complicidad, desempea un papel en esta lucha consigo mismo. "Pensamiento en alta mar", "Peligro del mar", "La Tierra despedida", "Disolucin", esos ttulos marcan las etapas del itinerario secreto por e! cual aprende a conocer e! exilio, e! exilio exterior, interior, y a descubrirse como un "intruso dentro de lo inbabitable'", Conocimiento de la nulidad del mar: Arrebatado, derribado en el hundimiento y el alboroto del Mar incomprensible, perdido en el chapaleteo del Abismo, el hombre mortal, con todo su peso, busca cualquier cosa que sea firme para agarrarse de ella." "En mi derredor no hay firmeza alguna, estoy metido en el caos, estoy perdido en el interior de la Muerte. .. Perd mi proporcin, viajo en medio de lo Indiferente, estoy a merced de las elaciones de la profundidad y del Viento, la fuerza del Vaco.)} Un poco ms tarde estar a punto de entrar en e! oscurecimiento, all donde "la noche nos quita nuestra prueba", cuando "ya no sabemos dnde estamos" y cuando "nuestra visin ya no tiene lo visible como lmite, sino lo invisible como calabozo, homogneo, inmediato, indiferente, compac- to", 10 indeterminado, pues, que le repugna y 10 angustia; angustia que slo se traiciona en l por el rechazo y la disimulacin de la angustia. Esa prueba de s mismo que le quita la noche, es, cier- tamente, e! momento importante, porque la prueba -la posibilidad de determinar en cualquier momento su posicin- cuenta mucho para l. Y sin duda "el peligro del mar" no hace ms que condu- cirlo de nuevo a la vida, al agradecimiento por no estar muerto y no haber bebido e! Agua amarga. (Es de notar tambin cmo su lenguaje, incluso cuando l se aproxima a la cesacin en que todo est disuelto, permanece firme, cerrado, tanto ms categrico cuan- to que ha de servir de receptculo a la disipacin sin lmite ni for- ma). Claudel no se abandona fcilmente y, adems, todos esos mo- vimientos son secretos, apenas visibles bajo la madera de una prosa dura y objetiva. Y la crisis misma, por conocida que nos sea en sus contornos, an permanece hoy en da recubierta y oculta. "Soy lo imposible" En cierto momento, pues, Claudel toma la decisin de acabar con su carrera e incluso con su obra y renuncia a este mundo cuya conquista apenas haba empezado. Decisin extraordinaria de parte de un hombre semejante que nunca crey en la virtud del todo o 1. 84 "Noviembre" "Ardor" "El Descenso" "El Sedentario" "Horas del Jardn", nos 'hablan de su aproximacin a la luz. ' nada. Pero lo ms extraordinario reside en que esta impresionante decisin no constituye la parte fundamental en la transformacin de s mismo a la cual l se expone. Y, en ltima instancia, lo turba, lo arranca de lo que es, lo deja "con un corazn afectado, con una fuerza torcida", el hecho de que este gran sacrificio no tenga xito, chocando con un "No" superior que retumba en l como la expresin de su ntima derrota. Puede afirmarse que por primera vez l cono- ce el fracaso. Una decisin en la que se haba puesto entero, tal vez con una voluntad demasiado personal, demasiado conquis- tadora todava 1 , no alcanza su trmino y le ensea que no es capaz de ir hasta el final de lo que quiere. As descubre la miseria y el desamparo, no por haberse separado de todo, sino por no haber sabido separarse de s mismo: conocimiento amargo de la impoten- cia, de esa nada para la cual est mal preparado. Sin embargo, slo se trata an de tinieblas pasivas, de una fal- ta que, al dejarlo desamparado aunque intacto, conserva la forma de su poderosa personalidad. El acontecimiento decisivo ser aquel que se conoce muy bien: la tempestuosa pasin prohibida mediante la cual de repente, este Mesa, cerrado sobre el bien como si fuese un tesoro del que orgullosamente se cree depositario, va a ser ata- cado por las tinieblas activas, "las tinieblas que le saltan encima como la pantera", y, en un solo movimiento, entregado a la perdi- cin, va a convertirse en culpable y amante. Esta historia es mara- villosa porque demuestra la magnificencia de la naturaleza claude- liana, acusada de farisesmo: lejos de caer en las tristes reflexiones del remordimiento por haber cometido la falta mayor al apoderarse de una mujer casada con otro, el poeta y, al parecer, el creyente que viven en l, experimentan con ello un intenso sentimiento de jbilo y de triunfo. Hizo 10 que nunca haba podido hacer antes. Se enfrent a la noche, rompi los lmites, se arroj al abismo, acep- tando perderse para reunirse con alguien distinto. Y yo tambin encontr, al final, esa muerte que necesitaba! Conoc a esta mujer. Conoc la muerte de la mujer. He posedo la prohibicin. 1. "Tan bien que lo haba arreglado todo para salirme de entre los hombres, estaba hecho!" 85 Palabra de plenitud, ms pura que la de! "Cntico de Mesa", en e! cual subsisten rasgos de devocin para consigo mismo". "He posedo la prohibicin". He aqu e! punto en donde todo comienza, en donde tambin puede comenzar la poesa, regresar a su fuente, hu- yendo de nuevo hacia e! espacio abierto y vaco, " el puro Espacio donde el suelo mismo es luz". "Qu temen de m ya que soy lo imposible? Me tienen miedo? "Yo soy lo imposible". Es e! desafo de Ys, pero antes que nada es e! desafo y la provocacin de la poesa. En este mujer, que alguna vez llamara falsa'' por oponerla a la Sabidura, pero que es la nica en haber logrado romper al yo ms fuerte, Claude! reconoce en segui- da, en un himno de jubiloso reconocimiento, a la pura fuerza po- tica, la que no admite medida, Erato: Oh amiga ma! Oh Musa en el viento del mar! Oh desca- bellada idea en la proa! Oh queja! Oh reivindicacin! Erato! me miras y leo una resolucin dentro de tus ojos! Leo una respuesta, leo una pregunta en tus ojos! Una respuesta y una pregunta en tus ojos! Encuentro memorable, descubrimiento de la esencia misma de la poesa: esta respuesta que sigue siendo pregunta, esta pregunta que siempre renace en la respuesta para mantenerla abierta, viva y eternamente comenzando. 1. Y se sabe que Claudel, poco preocupado por la belleza literaria sola, quiso suprimir este texto por considerarlo insoportable. Mesa profiere a veces palabras horrorosas, aquellas por las que co- munica a Ys que su marido ha muerto -ese marido que, hipcrita- mente envi l mismo a la muerte- y que por lo tanto pueden, de ahora en adelante, amarse sin culpa. "Pero ahora te digo que Ciz ha muerto y puedo ser tu marido y podemos amarnos sin secreto ni remordimiento." 2. En cierto modo, Particin de Medioda fue un acto de venganza contra la joven que lo liber mediante un pecado. Ms tarde, Claudel intentar hacerle justicia encarnndola de nuevo en Doa Prouhze. Sin embargo, impresiona mucho la violencia (casi s- dica) que ejerce contra todas esas jvenes mujeres que atormenta, no sin placer, con el fin de salvarlas: La princesa de Cabeza de Oro, Violaine, Sygne, Prouheze, "En repetidas ocasiones, me zurr y me tortur", dice Prouhsze hablando de Don Camilo, su muy mal marido: una de las figuras ms indispensables -y la ms pre- sente- de la Zapatilla de Raso, que no se siente para nada extraa a su autor. Existe en Claudel una crueldad de pensamiento que tal vez sea responsable de su talento dramtico, y es una lstima que no la haya expresado con mayor libertad. (Vanse las agudas observaciones de Stanislas Fumet sobre "la maldad intelectual" de Glaude!.) 86 Esta cnS1S interesa tanto a la poesa como la fe, y se entiende por qu Claudel va a explorarla durante tantos aos, procurando mantenerse en ese alto nivel de tormento y de verdad en que ella lo situara. Es cierto tambin que l le resiste. Y que pronto decidir recuperarse y controlarse, optando por ser un hombre equilibrado, razonable y afortunado, pero no se ilusionar sobre la infidelidad que representa una conversi6n que se convierte en matrimonio, com- parndola con aquel gran momento. El dilogo de 1907 (cuando ya est casado y establecido) con La Musa que es la Gracia, es un dilogo que afortunadamente no concluir, aun cuando cada vez ms se cierre a la parte reservada de s mismo, esa parte secreta que no admite verle complacerse en tareas serias, ni siquiera en una obra de conocimiento mediante la cual, como escritor, s610 har el recuento de las cosas reales y verdaderas. La otra palabra Ese dilogo es la expresi6n ms pura -ms justa- de la di- visi6n cIaudeliana. En l est, por un lado, el ser de poder, de vo- luntad y de dominio que exige el mundo, que quiere cumplir con sus deberes en el mundo, que pretende hacer obra til y obra vi- sible y no ceder ante la tentacin de una palabra acaso vana, ruinosa e inasible. "Me cost llegar a ser un hombre, acostumbrado a estas cosas que no son gratuitas. Y que se deben agarrar para tenerlas, apren- der, comprender". "Tengo un deber por cumplir.' Un deber con todas las cosas, no existe ni una con la que no me sienta obligado." ({ ... mi deber no es irme, ni estar en otra parte, ni soltar ninguna de las cosas que tengo... A un hombre con obligaciones le con- viene una palabra llena, firme y veraz: no, se trata de renunciar al habla sino de atraer al poeta a considerar las cosas terminadas que hacen la gloria del hombre: "Djame cantar las obras de los hombres y que cada uno vuelva a encontrar en mis versos esas cosas que co- nace. .. Pues para qu sirve un escritor sino para sacar cuentas?" Palabra de dominaci6n y de energa (cuya teora har naturalmente: para l, la palabra es, esencialmente, portadora de energa, un con- densado de la energa del sentimiento); "Palabra que es, en su lugar, inteligencia y voluntad." "Cantar el gran poema del hombre sus- trado del azar. .. Lo har con un poema que no ser ya la aventura de Ulises en medio de los lestrigones y los cclopes, sino el conoci- miento de la Tierra . . . " 87 Obra importante, pues, y que parece claudeliana por excelen- cia. Sin embargo, existe otra palabra: una palabra que no ofrece nada, que no aporta nada sino soledad, retiro, separacin; una pala- bra sin conocimiento, sin resultado; quien la pronuncia no la conoce, slo conoce su peso, su presin, su exigencia infinita, palabra inhumana que no llega al hombre capaz, sino al que de repente se ve solo, "desprendido, rechazado, abandonado". Esa palabra tan contraria a l, tan ajena a lo que l quiere y a lo que cree, no intentara Claudel rebajarla? No la considerara equivocada? No, es la que l prefiere. Ciertamente, l le resiste porque no puede renunciar a s mismo y, al final, la despide, pero siempre prefirindola. Todo cuanto es poesa en l, es cmplice de lo mismo que l rechaza, vale decir, la pureza, el rigor con los cuales ve desesperadamen te que no puede corresponder. Oh parte! Oh reservada! Oh inspiradora! Oh parte reser- vada de m mismo.' Oh parte anterior de m mismo! Oh pasin de la Palabra! Oh retiro! Oh tremenda soledad! Oh separacin de todos los hombres! Oh muerte de m mismo y de todo, en quien debo sufrir la creacin! Oh hermana! Oh conductora! Oh despiadada! cunto tiem- po todava? Oh obra de m mismo en el dolor! Oh obra de este mundo por representarte! Como en un rodillo de impresiones se ve, por capas sucesivas, aparecer las partes dispersas del dibujo que no existe an... As trabajo JI no sabr lo que hice, as el espritu con un es- pasmo mortal arroja la palabra fuera de s mismo como un manantial que no conoce nada sino su presin y el peso del cielo. y esta splica, donde se expresa patticamente, con un grito, la particin claudeliana, la oposicin, dentro de s mismo, de una pa- labra destinada a afirmarse y de esta otra palabra que es la expira- cin silenciosa, la obra de la consumacin por el fuego, la extermi- nacin del Medioda: D solamente una palabra humana! Mi nombre solamente en la madurez de la Tierra, en este sol de la noche himenea 88 y no una de esas terribles palabras sin sonido que t me co- municas nica como una cruz para que a ella quede atado mi espritu! Tenemos aqu el ms alto testimonio de Claudel y tambin la prueba de que, cuando cede a s mismo y regresa a la tierra, 10 hace "desesperadamente". Vete! Desesperadamente me doy vuelta hacia la tierra! Vete! No me quitars ese fro gusto por la tierra... As Claudel elige porgue no quiere ser elegido, pero elige 10 que no prefiere, sin creerse justificado y sin la esperanza de ser nunca pacificado. Durante aos, l tendr que or siempre esta voz incon- ciliable, irreductible; y gu le dice, cuando "retirado, abajo hacia el suelo firme", l afirma, incluso en sus obras bellas, la felicidad de las contradicciones vencidas?: "No trates de engaarme. No trates de darme el mundo en tu lugar, / Porque es a t mismo a quien estoy reclamando. Conoce mis celos, que son ms tremendos que la muer- te!" Celos de la pura luz que no puede sino consumirlo todo, pero tambin celos de la noche misma en el esplendor de la noche de agosto. El dilogo concluye con la misteriosa audicin de la profun- didad nocturna, y con un regreso oscuro, oscuro quiz para el mis- mo poeta, hacia la figura prohibida, la silenciosa presencia de abajo, que no es ni el bien firme de la tierra, ni la gracia, deseo del espritu, sino la fuerza de la pasin tenebrosa, la nica que otrora le permiti franquear los Imittes, 10 uni a la noche y le dio, junto con la re- velacin de lo imposible, la alegra y la embriaguez de lo Desco- nocido: Quien grit? Oigo un grito en la noche profunda. Oigo mi antigua hermana de tinieblas que sube una vez ms hacia m, La esposa nocturna que vuelve otra vez hacia m sin decir nada, Otra vez hacia m con su corazn, con una comida que se com- parte en medio de las tinieblas, Con su corazn como un pan de dolor y como una vasija llena de lgrimas. Llamado profundo y eterno, en el fondo del Infierno, de Eur- dice a Orfeo, llamado que no cesar y al que jams podr faltar, ni siquiera desde el seno de la Casa Cerrada, cuando 10 vigilen las gran- 89 des Musas cuadradas, las cuatro potencias cardenales, custodios se- veros de sus puertas: ((Quien haya probado la sangre) ya no se alimentar con agua brillante ni con miel ardiente! Quien haya amado al alma humana) quien una vez haya sido compacto con la otra alma viva) en ella quedar atrapado para siempre. J) 90 VI-LA PALABRA PRFETICA EL TRMINO de profeta -sacado del griego para designar una con- dicin ajena a la cultura griega- nos engaara si nos incitase a hacer del nabi aqul en quien habla el porvenir. La profeca no slo es una palabra futura, sino una dimensin de la palabra que compromete a sta en una serie de relaciones con el tiempo mucho ms importante que el mero descubrimiento de ciertos acontecimien- tos venideros. Prever y anunciar algn porvenir es poca cosa, si ese porvenir se integra al curso ordinario de la duracin y se expresa en la regularidad del lenguaje. Pero la palabra proftica anuncia un im- posible porvenir, o bien hace del porvenir que anuncia, y' justamente porque lo anuncia, un imposible que no se sabra vivir y que debe trastornar todas las referencias firmes de la existencia. Cuando la palabra se hace proftica, no se da el porvenir sino que se retira el presente as como cualquier posibilidad de presencia firme, estable y duradera. Incluso la Ciudad eterna y el Templo inderrocable de repente se ven -increblemente- destruidos. Aquello es de nue- vo como el desierto, y tambin es desrtica la palabra, esa voz que necesita del desierto para gritar y que sin tregua despierta en noso- tros el espanto, la audicin y el recuerdo del desierto. El desierto y el afuera La palabra proftica es una palabra errante que seala un re- torno a la exigencia original de un movimiento opuesto a toda per- manencia, a toda fijacin, a un arraigo que sera reposo. Andr Neher observa que el regreso al desierto vislumbrado por los profetas del siglo VIII, fue la rplica espiritual del retorno al desierto las tribus nmadas recabitas del siglo IX, a su vez fieles a aspiraciones nmadas que se transmitieron ininterrumpidamente. Fenmeno ni- 91 ca en la historia de las civilizaciones -apunta 1 - . Y no se igno- ra que la tribu sin tierra, la de los levitas, represent y mantuvo, entre las dems tribus definitivamente asentadas, el presentimiento de una existencia mvil. As como los hebreos en Egipto slo fue- ron transentes, rechazando la tentacin de un mundo cerrado en donde hubiesen tenido la ilusin de liberarse sin moverse, mediante un estatuto de esclavos, as como apenas empezaran a existir en e! desierto, liberados por e! hecho de haberse echado a andar, en medio de una soledad en la que ya no estaban solos, as, pues, era necesario que, tras haberse convertido a su vez en poseedores y residentes, en dueos de un rico espacio, quedase entre ellos un resto que no po- seyera nada, que fuese el desierto mismo, ese lugar sin lugar donde no puede celebrarse sino la alianza y donde siempre hace falta regre- . sar como a ese momento de desnudez y desgarramiento que est en el origen de la existencia justa. Neher vincula profundamente este espritu nmada con la ne- gativa de "valorizar el espacio" y con una afirmacin de! tiempo que sera la marca del genio de Israel, ya que sus relaciones con Dios no son intemporales sino que dan lugar a una historia, son la historia. Esto es cierto, pero es posible preguntarse si la experiencia del de- sierto y e! recuerdo de los das nmadas en que la tierra slo era de promisin, no expresa una experiencia ms compleja, ms angustio- sa y menos determinada. El desierto an no es el tiempo ni el espa- cio sino un espacio sin lugar y un tiempo sin engendramiento. All so- lamente se puede errar y e! tiempo que discurre no deja nada detrs de s, es un tiempo sin pasado ni presente, tiempo de una promesa que slo es real en el vaco del cielo y en la esterilidad de una tierra des- nuda donde el hombre nunca est aqu sino siempre afuera. El desierto es ese afuera, donde no se puede morar, ya que estar ah es, des- de ya, estar siempre afuera, y entonces la palabra proftica es esa palabra en la que se expresara, con una fuerza desolada, la relacin pura con e! Afuera, cuando an no existen relaciones posibles, impo- tencia inicial, miseria del hambre y del fro, que es el principio de la alianza, es decir, de un intercambio de palabras de donde se des- prende la asombrosa justicia de la reciprocidad". Por cierto, los profetas del desierto estn constantemente impli- cados en la historia e incluso son los nicos en proporcionarle su inmensa medida. No hay nada simblico ni figurativo en lo que 1. Andr Neher: La esencia del Profetismo. 2. "El aliento de Dios sube del Desierto" (Oseas). 92 dicen, as como el desierto tampoco es una imagen sino el desierto de Arabia, lugar geogrficamente ubcable, siendo a la vez la salida sin salida en donde siempre desemboca el xodo. Sin embargo, aun- que la palabra proftica est mezclada al clamor de la historia y a la violencia de su movimiento, aunque haga del profeta un personaje histrico cargado con un gran peso temporal, ella parece estar gene- ralmente vinculada a una interrupcin momentnea de la historia, a la historia convertida por un instante en la imposibilidad de la his- toria, vaco donde vacila la catstrofe antes de invertirse en salvacin, y donde, en la cada, comienzan ya el nuevo ascenso y el retorno. Paso terrible a travs de la negacin, cuando Dios mismo es negativo. "Porque sois No-Mi-Pueblo, y yo soy No-Dios para vosotros". y Oseas engendra no-hijos que, ms adelante, vuelven a ser hijos. Cuando todo es imposible, cuando, entregado al fuego, arde el por- venir, cuando ya no queda morada sino en el pas de medianoche, entonces la palabra proftica, que dice el porvenir imposible, dice tambin el "no obstante" que rompe 10 imposible y restaura el tiem- po. "Ciertamente, entregar esta ciudad y este pas a los caldeas; en ella entrarn, la quemarn y la reducirn a cenizas, y, no obstante, volver a traer a los habitantes de esta ciudad y de este pas desde todas las comarcas de la tierra donde los haya desterrado. Sern mi pueblo, ser su Dios". No obstante! [Laken! Palabra nica me- diante la cual la palabra proftica realiza su obra y aclara su esencia: esa especie de andar eterno que ella es, pero slo all donde cesa el camino y cuando cesa el poder de avanzarlo Por lo tanto, se pue- de decir: la palabra profetiza cuando se refiere a un tiempo de in- terrupcin, ese otro tiempo que siempre est presente en cualquier tiempo, y en el que los hombres despojados de su poder y separa- dos de lo posible (la viuda y el hurfano) estn entre s en la mis- ma relacin desnuda que sostenan en el desierto y que es el desierto mismo, relacin desnuda, aunque no inmediata, porque se da siem- pre mediante una palabra previa. {(Mi palabra incesante" Neher ha juntado los rasgos ms constantes de la existencia proftica: el escndalo, la impugnacin. "No Paz" -dice Dios. La 1. La Esencia del Profetiemo. Ese "no obstante" es tambin un "asi- mismo": Pero ahora y por el mismo motivo. "As como atraje so- bre este pueblo esta inmensa desdicha, asimismo les atraer todo el bien que les estoy prometiendo". Cuando Kalka pone todas las esperanzas en la palabra "no obstante", "a pesar de todo", trotz- dem, es la esperanza proftica la que habla en l. 93 "No Paz" de la profeca se opone tanto al sacerdocio espacial -el que slo conoce el tiempo de los ritos y para el cual la Tierra y el Templo son los lugares necesarios de la alianza- como a la sabidura profana. Palabra, pues, escandalosa, pero que es escndalo primero para el profeta. De repente un hombre se convierte en otro. Jeremas, suave y sensible, debe convertirse en un pilar de hierro, en una muralla de bronce, porque habr de condenar y destruir todo cuanto ama. Isaas, decente y respetable, tiene que despojarse de su ropa: durante tres aos anda desnudo. Ezequiel, sacerdote escrupuloso que nunca falt a la pureza, se nutre con alimentos cocidos en medio de excrementos y mancha su cuerpo. A Oseas el Eterno le dice: "C- sate con una mujer de prostitucin: que te d hijos de prostituta, porque el pas est prostituyndose" y aquello no es una imagen. El matrimonio mismo profetiza. La palabra proftica es pesada. Su gravedad es el signo de su autenticidad. No se trata de dejar que ha- ble el corazn, ni tampoco de decir 10 que agrada a la libertad de' la imaginacin. Los falsos profetas son amenos y simpticos: bufo- nes (artistas) en vez de profetas. Pero la palabra proftica se impo- ne desde afuera, ella es el Afuera mismo, el peso y el sufrimiento del Afuera. De ah el rechazo que acompaa a la vocacin. Moiss: "Manda a quien quieras . . . Por qu me mandaste a m? Brrame del libro que escribiste". Elas: "Basta". Y el grito de Jeremas: "Ah, ah, Seor eterno, no s hablar, slo soy un nio. No me digas: slo soy un nio. Sino que vte adonde te mando y habla bajo mis rdenes". El rechazo de Ions va ms lejos an. No solamente huye de la vocacin, sino de Dios, del dilogo con Dios. Si Dios le dice: levn- tate y vete hacia el Este, l se levanta y va hacia el Oeste. Para esca- par mejor, se embarca, y para esconderse mejor, baja a la bodega de la nave, luego desciende al sueo, y luego a la muerte. En vano. La muerte, para l, no es un fin sino la forma de esa lejana que busc para alejarse de Dios, olvidndose de que la lejana de Dios, es Dios mismo. El profeta que no se siente preparado, a veces tie- ne tambin el penoso sentimiento de que Dios tampoco 10 est, de que existe "una especie de impreparacn divina". Desvaro ante 10 absurdo de 10 que dice, de 10 que sucede y que est ligado a ese tiempo de interrupcin y alteracin en medio del cual 10 que acon- tece, 10 imposible, se invierte siempre desde ya en su contrario. Re- pite: "Por qu?". Experimenta cansancio, asco y -dice Neher- una verdadera nusea. Hay en el profeta una extraa rebelda con- 94 tra la falta de seriedad de Dios: "Y eres t, Seor Eterno, quien me dice esto!", La palabra proftica es originalmente dilogo. Lo es de mane- ra espectacular cuando el profeta discute con Dios y cuando ste "no solamente le participa su mensaje, sino tambin su preocupacin". "Le ocultar a Abraham lo que voy a bacerr'": -dice Dios. Pero lo es de una manera ms esencial, en la medida en que no hace sino repetir la palabra que se le confa, afirmacin en la que entonces se expresa. mediante una palabra que comienza lo que, sin embargo, ya ha sido dicho. En ello radica su originalidad. La palabra proftica es primera pero siempre la precede una palabra a la cual ella respon- de, repitindola. Como si toda palabra que empieza, empezara por contestar, respuesta en la que se oye, para devolverla al silencio, la palabra del Afuera que no cesa: "Mi palabra incesante" -dice Dios. Dios, cuando habla, siente como una necesidad de or su propia pa- labra -convertida as en respuesta- repetida por el hombre donde ella slo puede afirmarse y que se responsabiliza por ella. No hay contacto de pensamientos, ni traduccin a palabras del indecible pensamiento divino, sino intercambio de palabra". Y, sin duda, se trata de Dios, pero el Exodo dice claramente: "Como un hombre habla a otro hombre!". La relacin de Dios con el hombre mediante una palabra repe- tida y, sin embargo, totalmente distinta, convertida en su propia res- puesta, en su propia recepcin y en su realizacin infinita, perpe- tuamente en movimiento, introduce en el lenguaje proftico un conjunto de caracteres contradictorios de donde extrae la amplitud de su sentido: relacin de posesin y relacin libre, palabra que se come, que es un fuego, un martillo, palabra aferradora, saqueadora y generadora, pero a la vez palabra que es espritu y madurez del es- pritu, una palabra verdadera que puede oirse o no, que exige la obe- diencia y la impugnacin, la sumisin y el conocimiento, en cuyo m- bito surge la verdad de un encuentro, la sorpresa de un enfrentarnien- 1. Cuando Dios llama a Adn, despus que ste comiera del rbol, le dice: " Dnde ests?", y esta interrogacin expresa una preo- cupacin. Dios ya no sabe dnde est el hombre. Desorientacin esencial. Dios, en verdad, ha perdido al hombre -apunta Neher-. Porque el mal quiebra al Trono. "Dnde ests?", pregunta a la que, ms tarde, en Jeremas, responde la otra pregunta: "Dn- de est Dios?" 2. Ezequiel, a orillas del ro, al or la palabra ininterrumpida, sabe que habla, pero an no sabe que le est hablando a l, y la voz tiene que interpelarlo, dicindole: "Cuidado, voy a hablarte". 95 to, "como de un hombre con otro hombre". Lo que dice Neher de la ruah (espritu y soplo), esto es, que su misterio reside en el he- cho de abarcar todos los niveles de la significacin, de la espiritua- lidad misma hasta la emanacin fsica, de la pureza hasta la impu- reza -la ruah de Dios es pattica-, tambin se puede decir del misterio de la palabra, davar, aunque establezca una relacin esen- cialmente hablada, de la que estn casi excludas la magia interior y la fusin mstica. Lengua que no es espiritual y que, sin embargo, es espritu. Palabra de movimiento, poderosa y sin poder, activa y separada de la accin, en donde, como en el sueo de Jeremas, nada anunciara el porvenir, a menos que fuese el ritmo de la mar- cha, los hombres que caminan, el inmenso movimiento de un impo- sible regreso". Lengua de arrebato. Aqu se abre algo en la vio- lencia abrupta, desgarradora, exaltante y montona de un perpetuo ataque al hombre, en los confines de su poder. Al pie de la letra En qu medida podemos acoger este lenguaje? La dificultad no reside solamente en la traduccin. Esta puede ser de ndole re- trica, pero su origen es tico, ligado a la obligacin implcita, aun Rara los no creyentes, de creer que la espiritualidad cristiana, el idealismo platnico y todo el simbolismo que impregna a nuestra literatura potica, nos otorgan un derecho de posesin e interpreta- cin sobre esta palabra, la cual no hubiese encontrado su cumplimien- to en s misma, sino en el advenimiento de una noticia mejor. Si los profetas anuncian, en definitiva, la cultura cristiana, entonces es perfectamente legtimo leerlos a partir de nuestras delicadezas y se- guridades, entre las cuales la primera es que la verdad de ahora en adelante es sedentaria y bien establecida. La sabidura campesina de Alan se regocijaba todava de que la Biblia an fuese ignorada por los catlicos, y la excepcional injusticia que Simone Weil demuestra en torno al pensamiento judo, que no conoce, que no entiende y que, sin embargo, juzga con una spera seguridad, no deja de ser, por cierto, reveladora. Porque si ella siente profundamente que la palabra, en el principio, se refiere al vaco de un sufrimiento y est ligada a la exigencia de una pobreza inicial -lo que la lectura de la Biblia tambin le habra enseado-, la aversin que experimenta por la inquietud del tiempo sin reposo, su rechazo del movimiento, su fe en una belleza intemporal, la fascinacin que la induce a bus- 1 La Esencia del Profetismo n. 240. 96 cal' todas las formas del tiempo en que renuncia el tiempo, el tiem- po cclico (griego o hind), el tiempo matemtico, el tiempo ms- tico, y, sobre todo, su afn de pureza, el horror que instintivamente no poda dejar de inspirarle un Dios al que no le preocupara la pure- za sino la santidad, que no dijese: Sed puros porque soy puro, sino "Sed santos, porque soy Santo", un Dios cuyo patbos siempre pone a prueba a los profetas en medio de una desproporcionada familia- ridad, todas estas fuertes incompatibilidades que la incitan a conde- nar, sin orla, la palabra de la Biblia, deben actuar tambin, sin duda, en nosotros y en los traductores con una sorda voluntad no de tra- ducir sino de rematar y purificar. Probablemente la lectura simblica sea la peor manera de leer un texto literario. Cada vez que una palabra muy fuerte nos molesta, de- cimos: es un smbolo. Y esa muralla que es, en verdad, la Biblia, se ha convertido as en una tierna transparencia donde se tien de me- lancola las pequeas fatigas del alma. El rudo pero prudente Clau- del est devorado por los smbolos que interpone entre la palabra bblica y la suya. Verdadera enfermedad del lenguaje. No obstante, si las palabras profticas llegasen hasta nosotros, demostraran que no contienen ni alegora ni smbolo", sino que, mediante la fuer- za concreta de la palabra, desnudan las cosas, desnudez que es como la de un rostro inmenso que se ve y no se ve, y que, al igual que un rostro, es luz, el absoluto de la luz, aterradora y arrebatadora, fami- liar e inasible, inmediatamente presente e infinitamente extraa, siem- pre venidera, siempre por descubrirse e incluso por provocar, aunque tan legible como puede serlo, la desnudez de un rostro humano: en tal sentido solamente, figura. La profeca es una mmica viva", Jeremas no se limita a decir: os doblegaris bajo el yugo; se carga con cuerdas y va a colocarse bajo el yugo de madera, el yugo de hierro. Isaas no slo dice: No contis con Egipto, vuestros soldados sern vencidos, capturados, llevados "descalzos y con el culo al vien- 1. En Jons, Jrme Lindon dice muy bien: "El hebreo no procede ni por smbolos ni por alegora, sino que expresa la realidad al desnudo". 2. Buber dice: Es existencia viva; es una accin sagrada de una terrible seriedad, un verdadero drama sacramental. El nabi vive como un signo. Lo que hace no es signo, sino que, hacindolo, l es signo. Y qu es un "signo", en el lenguaje de la Biblia? Exigir un signo no es exigir una prueba, sino pedir que el men- saje adopte una forma concreta y corporal; es, pues, desear que el espritu se exprese ms perfecta y autnticamente que me- diante una palabra: que se encarne. 97 to", sino que l mismo se quita el saco, las sandalias, y anda desnu- do durante tres aos. El hermano profeta de Acab exige que un hom- bre lo golpee y lo mutile para representar mejor la sentencia que de- sea comunicarle al rey. Qu significa esto? Que todo debe interpre- tarse al pie de la letra; que estamos siempre expuestos a lo absoluto de un sentido, de la misma manera que estamos expuestos a lo ab- soluto del hambre, del sufrimiento fsico y de nuestro cuerpo nece- sitado; que no existe refugio contra este sentido que nos persigue, nos precede por todas partes, siempre presente antes que nosotros, simpre presente en la ausencia, siempre hablando en el silencio. Imposibilidad para el hombre de escapar al ser: "Si cavan en el sbeol, mi mano ir a sacarlos; si han subido a los cielos, los obligar a bajar; escondidos en el Carmelo, ya les encuentro; si creen refugiar- se en el fondo del fondo de los mares, har que les muerda la ser- piente". Terrible maldicin de la palabra que hace vana la muerte y estril la nada. Palabra ininterrumpida, sin vaco ni pausa, que apre- hende a la palabra proftica, logrando a veces interrumpirla para que la oigamos y, en esta audicin, despertemos a nosotros mismos", Palabra que ocupa todo el espacio y que es, sin embargo, esencialmente no fijada (de all la necesidad de la alianza, siempre rota, jams interrumpida). Este hostigamiento, este asalto mediante el movimiento, esta velocidad de ataque, este sobresalto inagotable, tal es lo que les cuesta hacernos sentir a las traducciones, fieles pero enredadas en su fidelidad. Por lo tanto, le debemos mucho al poeta cuya poesa, traducida de los profetas, supo trasmitir lo esencial: esa premura inicial, ese apresuramiento, ese rechazo de la demora y del apego". Don excepcional y casi amenazante, porque antes que na- 1. Jeremas qusera detener, pero sin decirlo, la insistencia de la Palabra desastrosa. La retiene en s mismo, intentando callarla, mientras que, "encerrada en sus huesos", se torna fuego devorador. "Me dije: no pensemos ms, no anunciemos nada. Pero hubo en mi corazn un fuego devorador que en vano me cans de sujetar". 2. Jean Grosjean, Los Profetas: Leamos, por ejemplo, la honesta, til y muchas veces valiente Biblia de Jerusaln: "Estn de luto los caminos de Sin, nadie llega a sus fiestas. Todas sus nuer- tas estn desiertas, se quejan sus sacerdotes, se lamentan sus vrgenes. j Sin est en la amargura!" Y J ean Grosjean: Ninguna fiesta en Sin: caminos enlutados, Puertas abandonadas, sacerdotes que lloran, Virgenes desesperadas, desgracias sin lmites. Me parece que sus traducciones de Ams, de Oseas y, a veces, de Isaas, son las ms bellas y capaces, por su entonacin, de evocar una lengua hasta ahora ausente de nuestra lengua. 98 da tiene que revelar, en toda palabra verdadera, mediante la devora- cin del ritmo y el tono salvaje, esa palabra siempre dicha y nunca oda que la dobla, eco previo, rumor de viento e impaciente murmu- llo destinados a repetirla por adelantado, exponindose asimismo a destrozarla. De modo que la prediccin, apoyndose en la intensidad anticipadora de la diccin, continuamente, parece tratar de provocar, al final, su ruptura. As ocurri con Rimbaud, genio de la impacien- cia y de la premura, gran genio proftico. 99 VII-EL SECRETO DEL GOLEM L A PALABRA smbolo es una palabra venerable en la historia de las literaturas. Prest grandes servicios a los intrpretes de las formas religiosas y, hoy en da, a los lejanos descendientes de Freud o a los cercanos discpulos de }ung. El pensamiento es sim- blico. La existencia ms limitada vive de smbolos y les comunica vida. La palabra smbolo reconcilia a creyentes y no creyentes, a cientficos y artistas. Tal vez. Lo extrao, en el uso de esta palabra, consiste en que el escritor a cuya obra se aplica, mientras est realizndola, se sien- ta por su parte alejado de lo que designa. Posteriormente, puede ser que se reconozca en ella, dejndose halagar por su bello nombre. S, se trata de un smbolo. Sin embargo, en l algo resiste, protesta y, secretamente, afirma: no era una manera simblica, sino real, de de- cir las cosas. Tal resistencia amerita cierta atencin. Pese a todo, el pensa- miento simblico se ha perfeccionado. Y en esto, antes de cualquier estudio cientfico, fue la mstica la que aport ms claridad y rigor. La primera profundizacin se hizo por la necesidad de liberar al sm- bolo de la alegora. La alegora no es simple. Si un anciano con una guadaa, o una mujer sobre una rueda, significan el tiempo, la for- tuna, la relacin alegrica no ha sido agotada slo por esta signifi- cin. La guadaa, la rueda, el anciano, la mujer, cada detalle, cada obra en que apareci la alegora, y la inmensa historia que se disi- mula tras ella, las fuerzas emocionales que la mantuvieron activa y, sobre todo, el modo de expresin figurativo, extienden la significa- cin a una red infinita de correspondencias. Desde el principio, tene- mos el infinito a nuestra disposicin. Slo que, justamente, este in- finito queda disponible. La alegora extiende muy lejos la vibracin enmaraada de sus crculos, pero sin cambiar de nivel, de acuerdo 101 con una riqueza que se puede llamar horizontal: se mantiene en el mbito de la expresin mesurada, al representar, mediante algo que se expresa o se figura, otra cosa que tambin podra expresarse di- rectamente. La experiencia simblica El smbolo tiene pretensiones muy distintas. Pretende de una vez saltar fuera de la esfera del lenguaje, sea cual fuere su forma. Aspira a algo que de ninguna manera es expresable. Lo que deja ver u or no es susceptible de audicin directa ni de cualquier otra. El nivel de partida que nos propone no es ms que un trampoln para elevarnos o precipitarnos hacia una regin distinta que carece de todo acceso. Mediante el smbolo, pues, hay salto, cambio de nivel, cam- bio brusco y violento, hay exaltacin, cada; no se pasa de un senti- do a otro sentido, sino a otra cosa, a 10 que parece distinto a todos los sentidos posibles. Este cambio de nivel, movimiento peligroso hacia abajo, ms peligroso an hacia arriba, es 10 esencial del sm- bolo. Esto ya es difcil, prometedor y excepcional, de modo que ha- blar del smbolo no debera hacerse sin precauciones. Pero de ello resultan otras singularidades. La alegora tiene un sentido, muchos sentidos, una ambigedad de sentido mayor o menor. El smbolo, en cambio, no significa nada, no expresa nada. Slo hace presente -ac- tualizndonos en ella- una realidad que escapa a otra audicin, sea cual fuere, y parece surgir all, prodigiosamente cercana y prodigio- samente lejana, como una presencia extraa. Sera el smbolo enton- ces el boquete en el muro, la brecha por donde se nos hara sensi- ble 10 que de otra manera se niega a todo cuanto sentimos y sabe- mas? Sera entonces una clave aplicada a 10 invisible, una trans- parencia por donde se presentira 10 oscuro en su oscuridad? Nada de eso, y por esta razn conserva su atractivo para el arte. Si el sm- bolo es un muro, entonces ese muro, lejos de abrirse, no solamente se vuelve ms opaco, sino tambin de una densidad, de un espesor, de una realidad tan poderosos y tan exorbitantes, que nos modifica a nosotros mismos, modifica momentneamente la esfera de nuestros caminos y de nuestras convenciones, nos aleja de todo saber actual o latente, nos hace ms moldeables, nos remueve, nos da vuelta y nos expone, por esa nueva libertad, a la aproximacin de otro espa- cio. Lamentablemente no existe un ejemplo preciso, porque tan pron- to como se vuelve particular, cerrado y usual, el smbolo se degra- 102 da. Pero admitamos un instante que la cruz, tal como la vivifica la experiencia religiosa, tenga toda la vitalidad del smbolo. La cruz nos orienta hada el misterio de la pasin de Cristo, pero no por eso pierde su realidad de cruz y su naturaleza de madera: al contrario, se hace tanto ms rbol, y ms parecida al rbol, cuanto que parece erguirse sobre un cielo que no es este cielo y en un lugar fuera de nuestro alcance. Esto es como si el smbolo estuviese cada vez ms replegado en s mismo, en la realidad nica que posee y en su os- curidad de objeto, por el hecho de que es tambin el lugar de una fuerza de expansin infinita. Digamos, pues, brevemente: todo smbolo es una experiencia, un cambio radical que ha de vivirse, un salto que ha de cumplirse. Por 10 tanto, no existe smbolo, sino experiencia simblica. El sm- bolo nunca es destrudo por 10 invisible o 10 indecible a que preten- de apuntar; al contrario, alcanza, en ese movimiento, una realidad que nunca le otorgara el mundo corriente, tanto ms rbol cuanto que es cruz, y tanto ms visible a causa de esa esencia velada, ms parlante y ms expresivo por 10 inexpresable en cuya proximidad nos hace surgir mediante una decisin instantnea. Cuando se trata de aplicar esta experiencia del smbolo a la li- teratura, no sin sorpresa se descubre que ella concierne nicamente al lector, transformando su actitud. Hay smbolo slo para el lector, l es quien se siente ligado al libro por el movimiento de una bs- queda simblica, es el lector quien, frente al relato, siente un poder de afirmacin que parece rebasar infinitamente la esfera limitada en cuyo mbito se ejerce este poder, y es l quien piensa: esto es mucho ms que una historia, aqu existe el presentimiento de una verdad nueva, de una realidad superior; algo va a serme revelado, algo que me destina este maravilloso autor, algo aue l vio y que quiere ha- cerme ver, slo a condicin de que no me deje cegar por el sentido in- mediato y la realidad apremiante de su obra. As, est a punto de unirse a la obra por una pasin que a veces alcanza la iluminacin, y, ms frecuentemente, se agota en traducciones sutiles, si se trata de un lector especializado, feliz de poder ubicar su pequea luz en el gran hueco de una nueva profundidad. Ambas maneras de leer son harto conocidas y nacieron hace muchos siglos: para citar un solo ejemplo, una de ellas produjo los ricos comentarios del Talmud, otra las experiencias extticas del cabalismo proftico ligadas a la contemplacin y la manipulacin de las letras. (Pero quizs sea necesario recordar: la lectura es una felicidad que exige ms inocencia y libertad que consideracin. Una lectura 103 atormentada, escrupulosa, una lectura que se lleve a cabo como los ritos de una ceremonia sagrada, pone en el libro, de antemano, los sellos del respeto que la cierran pesadamente. El libro no est hecho para que lo respeten, y "la obra maestra ms sublime" siempre halla en el lector ms humilde la medida justa que lo iguala a s mismo. Pero, desde luego, la facilidad de la lectura no es en s de fcil ac- ceso. La prontitud del libro en abrirse y la apariencia que conserva de estar siempre disponible -l que nunca est ah- no significa que est a nuestra disposicin, sino ms bien la exigencia de nuestra completa disponibilidad). A veces el resultado de la lectura es de gran inters para la cul- tura. Surgen nuevos problemas, desaparecen viejas preguntas, es no- blemente alimentada la necesidad de hablar en los hombres. Adems, y esto es lo peor, una especie de espiritualidad bastarda encuentra all su recurso. Lo que est detrs del cuadro, detrs del relato, con- fusamente presentido como un secreto eterno, se reconstituye en un mundo propio, autnomo, alrededor de! cual se agita el espritu en medio de la sospechosa felicidad que le procura siempre el infinito del ms o menos. En ltima instancia, de ello resulta la destruccin de la obra, como si se convirtiera en una especie de blanco, perforado incansa- blemente por Jos insectos del comentario, con el fin de facilitar la vista sobre ese hinterland, siempre muy mal percibido y que tratamos de acercar a nosotros, no ajustando nuestra vista a l, sino transfor- mndolo segn nuestra mirada y nuestros conocimientos. Por los efectos de la gravedad, la bsqueda simblica termina casi necesariamente en una doble alteracin. Por una parte, el smbo- lo no es nada si no es una pasin, si no conduce a este salto que describimos, y entonces vuelve a ser una simple y compleja facultad de representacin. Por la otra, en vez de permanecer como una fuer- za vehemente en la que se juntan y confirman dos movimientos con- trarios, uno de expansin y otro de concentracin, poco a poco se integra totalmente en lo que simboliza, rbol de la cruz que la mag- nitud del misterio ha rodo fibra tras fibra. Por qu no existe arte puro Sin embargo, a este respecto hemos progresado, estamos ms prevenidos, ms atentos. Sentimos que la obra en donde parece ani- marse una vida simblica nos aproximar tanto ms al "afuera" cuanto ms nos dejemos encerrar completamente dentro de ella. 104 Nos dir lo que no nos dice a condicin de no decir nada ms que ella misma, y slo nos conduce a otra parte si nos conduce a nin- guna, no abriendo, sino cerrando todas las salidas, Esfinge sin secre- to ms all de la cual no hay nada sino el desierto que lleva en s misma y transporta hasta nosotros. El ms all de la obra no es real sino en la obra, no es ms que la realidad propia de la obra. El relato, por sus movimientos de carcter laberntico, o por la ruptura de nivel que l mismo produ- ce en su sustancia, parece atrado fuera de s por una luz cuyo re- flejo creemos sorprender aqu y all, pero esa atraccin que lo desva hacia un punto infinitamente exterior, es tambin el movimiento que lo devuelve hacia el secreto de s mismo, hacia su centro, hacia esa eternidad a partir de la cual l siempre se engendra y es su propio y eterno nacimiento. As, pues, cuando se habla de smbolo a un escritor, puede ser que l considere la distancia de la obra para consigo misma, distan- cia movediza, viva y origen de toda vida y movimiento en ella, como esa misma distancia que aborta el smbolo consigo, prueba de un va- co, de una separacin infranqueable que no obstante debe franquear- se, llamado al salto para cambiar de nivel. Pero para el escritor esa distancia queda en la obra. Slo cuando escribe, l se entrega y se expone a ella para mantenerla real. El exterior absoluto se halla en el interior de la obra -exterioridad total a cuya prueba se forma la obra, como si lo que es ms exterior a ella fuese siempre, para quien escribe, el punto ms ntimo de la obra, de manera que nece- sita, mediante un movimiento muy azaroso, mantenerse como al final de s mismo, al final del gnero que cree estar siguiendo, de la his- toria que cree estar narrando y de toda la escritura, all donde no puede continuar: all tiene que quedarse, sin ceder, con el fin de que all, en algn momento, empiece todo. Pero en este punto, y tambin en este instante, le parece que ya no se trata de la obra que le toca escribir, sino de aquello que ya no tiene relaciones con ella, ni consigo mismo, ni con nada: l anda per- siguiendo -cree- algo muy distinto, una Tierra desconocida, un Mare tenebrarum, un punto, una imagen inefable, "sentido" supre- mo cuya obsesin lo anima de ahora en adelante. Reniega entonces, por eso, de su tarea, de su obra y de su meta propias? Es cierto. Todo sucede como si el escritor -o el artista- no pudiese seguir llevando a cabo su obra, sin tener por objeto o coartada la bsque- da de algo distinto (por eso, probablemente, no existe arte puro). 105 Para ejercer su arte, necesita de un ardid que le permita escapar del arte, un ardid por el cual l se disimula lo que es y lo que hace, sien- do la literatura esa disimulacin. As como Orfeo, cuando se vuelve hacia Eurdice, deja de cantar, rompe el poder del canto, traiciona el rito y olvida la regla, asimismo es necesario que en cierto momento el escritor traicione, reniegue de todo, del arte, de la obra y de la literatura, que ya no representan nada, en comparacin con la vislum- brada verdad (o con el pueblo que quiere servir) de lo desconocido que desea captar, de Eurdice, a quien desea ver y ya no cantar. So- lamente al precio de ser renegada la obra puede adquirir su mayor dimensin, la que la convierte en algo ms que una obra. A ese precio, a menudo, la obra se pierde y, adems, parece alimentar y dar una razn de ser al smbolo. Qu aporta, pues, al escritor la palabra smbolo? Tal vez nada ms que el olvido de su fracaso y la tendencia peligrosa a ilusionarse recurriendo a un lenguaje de misterio". Si tuviese que emplear otra palabra para especificar su propia experiencia, empleara ms bien la simple palabra imagen, porque a menudo l es, para consigo mimo, como un hombre que ha encontrado una imagen, que se siente ligado a ella por una pasin extraa, y que slo existe permaneciendo cerca de ella, permanencia que es su obra. Ventura y desventura de la imagen En La invencin de Morel -un relato que J. L. Borges coloc al nivel de los mayores logros-, se nos cuenta la historia de un hombre que, huyendo de la persecucin poltica, halla refugio en una isla donde est a salvo porque una peste la ha convertido en un de- sierto. Unos aos antes, un hombre rico, junto con unos amigos, mand construir all un hotel, una capilla y un "Museo", pero la epidemia parece haberlos alejado. El fugitivo vive as durante algn tiempo, en medio de la angustia de un total desamparo. Ahora bien, un da divisa a una joven y tambin a otras gentes, que ocupan de nuevo el hotel y que llevan una vida de diversin incomprensible en medio de esa naturaleza salvaje. Huye de nuevo, se esconde, pero el atractivo de esa joven que oye llamar Faustina, la encanta- 1. Podra decirse que el smbolo capta de nuevo, pero al revs, la aventura creadora. Por lo tanto, l hace participar a la lectura de ese movimiento aventurado, pero tal vez tanto ms cuanto me- nos el escritor tuvo la tentacin de abrirle intencionalmente el camino al smbolo. 106 da indiferencia que ella le manifiesta, as como ese ambiente de fiesta y felicidad, lo dejan subyugado. Se acerca, habla a la mujer, la toca, la solicita, en vano. Pero lleguemos al final. El organizador de ese mun- dillo es un cientfico que logr obtener de los seres y de todas las cosas una imagen absoluta, tal como se impone a todos los sentidos, como el doble idntico e incorruptible de la realidad. El cientfico, sin que ellos lo supieran, "film" a sus amigos, en cada instante de su vida, durante una semana que ser eterna y que se repite cada vez que el flujo de las mareas pone en movimiento las mquinas que hacen funcionar a los aparatos de proyeccin. Hasta aqu el re- lato slo tiene ingenio. Pero se nos reserva un segundo desenlace en el que el ingenio se torna conmovedor. El fugitivo vive, pues, jun- to a las imgenes, junto a la fascinante joven a la que poco a poco se siente ligado, pero sin embargo no suficientemente, porque quisiera penetrar en el crculo de su indiferencia, en su pasado, modificar ese pasado de acuerdo con sus deseos, y de all se le ocurre esta idea: adaptar sus gestos y palabras a los gestos y palabras de Faustina, pa- ra que se correspondan como una alusin a 10 que un espectador po- dra pensar que es su feliz intimidad. As vive una semana entera, en cuyo lapso, poniendo l mismo en movimiento los aparatos de filmacin, se hace reproducir, con ella y con todos los dems, con- virtindose a su vez en imagen y viviendo maravillosamente en esa imaginaria intimidad (desde luego, se apresura a destruir la versin de la semana en la que l no figuraba). Helo aqu, entonces, feliz e incluso algo as como beatificado: ventura y eternidad que debe pagar con el precio de su muerte porque las radiaciones son mortales. Ventura, desventura de la imagen. En esta situacin, acaso no estara tentado el escritor de reconocer, rigurosamente descritos, mu- chos sueos, ilusiones y tormentos, y hasta el ingenuo e insinuante pensamiento de que, si por ello muere, comunicar algo de su vida a esas imgenes eternamente animadas por su muerte? As va, en su pendiente, el ensueo alegrico, y puesto que este comentario ya entr en l, citemos otra alegora. Recordamos al Go- lem, aquella masa rudimentaria que reciba vida y poder de las letras que su creador saba misteriosamente inscribir en 10 alto de su fren- te. Pero, por equivocacin, la tradicin le atribuye una existencia permanente, parecida a la de los Otros seres vivos. El Golem se ani- maba y viva una vida prodigiosa, superior a todo lo que podemos concebir, pero slo durante el xtasis de su creador. Requera de es- te xtasis y de la chispa de la vida exttica, porque l no era l mis- mo sino la realizacin instantnea de la conciencia del xtasis. Por 107 lo menos, as fue al principio. Ms adelante, el Golem se transform en una obra mgica ordinaria, aprendi a durar como todas las obras y todas las cosas, volvindose capaz de todas las bromas por las cua- les pasara a la celebridad y a la leyenda, pero tambin saldra del verdadero secreto de su arte. 108 VIII-EL INFINITO LITERARIO: EL ALEPH HABLANDO sobre el infinito, Borges dice que esta idea corrompe a las otras. Michaux evoca al infinito, enemigo del hombre, y dice que la mescalina "rechaza el movimiento de lo finito": ((I nii- nivertida, ella destranquiliza". Sospecho que Borges recibi el infinito de la literatura. No para hacer creer que slo tiene del infinito un conocimiento apaci- ble, extrado de las obras literarias, sino para afirmar que la expe- riencia de la literatura tal vez sea fundamentalmente parecida a la paradoja y a los sofismas de lo que Hegel, para apartarlo, llamaba el mal infinito. La verdad de la literatura estara en el error del infinito. Feliz- mente, el mundo en que vivimos, y tal como lo vivimos, es li- mitado. Bastan algunos pasos para salir de nuestro cuarto, algunos aos para salir de nuestra vida. Pero supongamos que en aquel espacio reducido, de repente oscuro, nosotros, de repente ciegos, nos extraviemos. Supongamos que el desierto geogrfico se convierta en desierto bblico: ya no son cuatro pasos, ya no son once das los que se necesitan para cruzarlo, sino el tiempo de dos generaciones, sino toda la historia de toda la humanidad y tal vez ms. Para el hombre mesurado y de medida, el cuarto, el desierto y el mundo son lugares estrictamente- determinados. Para el hombre desrtico y la- berntico, expuesto al error de una tentativa necesariamente un poco ms larga que su vida, el mismo espacio ser verdaderamente infi- nito, aun cuando sepa que no lo es y tanto ms cuanto que lo sabr. El sentido del devenir El error, el hecho de estar en camino sin poder detenerse nun- ca, convierten a lo finito en infinito. A lo que se aaden estos ras- gos singulares: de lo finito, aunque est cerrado, siempre puede es- 109 perarse salir, mientras que la infinita vastedad, por no tener salida, es la crcel; as como todo lugar sin salida se hace infinito. El lugar del extravo ignora la lnea recta; all nunca se va de un punto a otro; no se sale de aqu para ir all; ningn punto de partida y nin- gn comienzo en el andar. Antes de haber comenzado, ya se vuelve a comenzar; antes de haber llevado a cabo, se repite, y esta suerte de absurdo que consiste en regresar sin haber salido nunca o en em- pezar por volver a comenzar, es el secreto de la "mala" eternidad, que corresponde a la "mala" infinitud; quizs abriguen tanto la una como la otra el sentido del devenir. Borges, hombre esencialmente literario (10 cual significa que est siempre dispuesto a comprender segn el modo de comprensin que autoriza la literatura), se enfrenta a la mala eternidad y a la mala infinitud, tal vez las nicas que podamos experimentar, hasta ese glorioso voltearse que es el xtasis. Para l, en principio, el libro es el mundo y el mundo es un libro. He aqu lo que debera tranquili- zarlo sobre el sentido del universo, porque pueden tenerse dudas res- pecto a la razn del universo, pero el libro que hacemos, y en espe- cial esos libros de ficcin diestramente organizados, como problemas perfectamente oscuros a los cuales convienen soluciones perfectamen- te claras, tales las novelas policacas, sabemos que estn compene- trados de inteligencia y animados por ese poder de disposicin que es el espritu. Pero si el mundo es un libro, todo libro es el mundo, y son temibles las consecuencias que resultan de esta inocente tauto- loga. En primer lugar, desaparecen las mrgenes de referencia. El mundo y el libro se devuelven eterna e infinitamente sus imgenes reflejadas. Este poder indefinido de reflexin, esta multiplicacin ceno telleante e ilimitada -o sea el laberinto de la luz, lo cual, por lo de- ms, no es nada-, ser entonces lo que encontraremos, vertiginosa- mente, en el fondo de nuestro deseo de comprender. En segundo lugar, si el libro es la posibilidad del mundo, debe- mas tambin sacar la conclusin de que en el mundo est actuando no slo el poder de hacer sino ese gran poder de fingir, de falsifi- car y de engaar, cuyo producto es el libro de ficcin, producto tan- to ms evidente cuanto ms disimulado sea ese poder en l. Ficcio- nes, Artificios, tal vez sean stos los nombres ms honestos que pue- da recibir la literatura; y reprochar a Borges el escribir relatos que correspondan en demasa a esos ttulos, significa reprocharle ese ex- ceso de franqueza sin el cual la mistificacin se toma torpemente en 110 serio. (Como se ve, Schopenhauer y Valry son los astros que bri- llan en ese cielo carente de cielo). Nos hieren la palabra truquage, la palabra falsificacin, apli- cadas al espritu y a la literatura. Pensamos que semejante engao es demasiado simple, que si hay falsificacin universal, es todava en nom- bre de una verdad tal vez inaccesible pero venerable y, para algunos, adorable. Pensamos que la hiptesis del genio maligno no es la ms desesperante: un falsificador, aunque todopoderoso, sigue siendo una verdad slida que nos permite ahorrar el pensar ms all. Borges comprende que la peligrosa dignidad de la literatura no consiste en hacernos suponer que el mundo tiene a un gran autor, absorbido en medio de mistificaciones soadoras, sino en hacernos experimentar el acercamiento de una extraa fuerza, neutra e impersonal. Le gus- ta que se diga de Shakespeare: "Se pareca a todos los hombres, sal- vo en que se pareca a todos los hombres." Ve en todos los autores a un solo autor que es el nico Carlyle, el nico Whitman, y que no es nadie. El mismo se reconoce en George Moore y en Joyce -po- dra decir en Lautramont, en Rimbaud-, capaces de incorporar a sus libros pginas y figuras que no les pertenecan porque 10 esen- cial es la literatura y no los individuos, y porque, dentro de la lite- ratura, 10 esencial es que sta sea impersonalmente, en cada libro, la unidad inagotable de un solo libro y la saciada repeticin de to- dos los libros. Borges nos propone imaginar a un escritor francs contempor- neo escribiendo, a partir de sus propios pensamientos, algunas pgi- nas que reproducirn textualmente dos captulos del Quijote, pero este absurdo memorable es simplemente el que ocurre en cualquier traduccin. En una traduccin tenemos la misma obra en un lengua- je doble; en la ficcin de Borges tenemos dos obras en la identidad del mismo lenguaje y, en esa identidad, que no es tal, el fascinante espejismo de la duplicidad de los posibles. Ahora bien, all donde hay un doble perfecto se borra el original e incluso el origen. As, si el mundo pudiera ser exactamente traducido y repetido en un li- bro, perdera todo comienzo y todo fin, y se convertira en ese vo- lumen esfrico, finito y sin lmites que todos los hombres escriben y en donde estn escritos; ya no sera el mundo sino el mundo per- vertido en la suma infini ta de sus posibles (Dicha perversin tal vez sea el prodigioso y abominable Aleph). La literatura no es un simple engao, es el peligroso poder de ir hacia 10 que es por la infinita multiplicidad de 10 imaginario. 111 La diferencia entre lo real y lo irreal, el inestimable privilegio de lo real, reside en que hay menos realidad en la realidad por no ser sta ms que la irrealidad negada, apartada por el enrgico trabajo de la negacin y por esa negacin que es tambin el trabajo. Este "menos", especie de enflaquecimiento, de adelgazamiento del espacio, nos per- mite ir de un punto a otro, segn el modo acertado de la lnea rec- ta. Pero, en cambio, lo ms indefinido, esencia de lo imaginario, nun- ca le permite a K. alcanzar el Castillo, lo mismo que, por la eterni- dad, le impide a Aquiles juntarse con la tortuga, y tal vez al hombre viviente juntarse consigo mismo en un punto que hara a su muerte perfectamente humana y, por consiguiente, invisible. 112 IX-EL FRACASO DEL DEMONIO: LA VOCACION A GOETHE le gustaba su demonio; ste le permiti alcanzar un buen final. Virginia Woolf lucha durante toda su vida contra ese demonio que la protege y, finalmente, lo vence a travs de un movimiento oscuro que tal vez consagra la verdad de su vocacin. Se trata de una lucha extraa. Quien nos engaa nos preserva, pero ha- cindonos infieles a nosotros mismos, demasiado prudentes y razo- nables. En el Diario publicado despus de su muerte, buscamos las peripecias de esa lucha, no sin deplorar los lmites de la publicacin: veintisis volmenes reducidos a uno solo; as lo exigieron las con- veniencias. De cualquier manera, queda un documento conmovedor sobre la actitud de la escritora y, de cuando en cuando, una luz que aclara las venturas y desventuras de su trabajo", Conmovedor aunque de penosa lectura. Los lectores intransi- gentes pueden sentirse irritados de ver a su querida Virginia tan amante del xito, tan feliz recibiendo loas, tan orgullosa de ser un instante reconocida y tan herida por no serlo. Hay algo enigm- tico en estas relaciones falseadas que ponen en tan burda dependen- cia a una escritora de tanta delicadeza. Y cada vez, en cada nuevo libro, la comedia, la tragedia se repite. Esa repeticin de la que tiene plena conciencia -quin ha sido ms lcido que ella?- se hace an ms incmoda por las compresiones del Diario, pero esos errores de perspectiva tambin tienen su verdad. Y de repente, la salida, esa muerte que ella elige y que viene a ocupar el sitio del p- blico para darle, por fin, la respuesta justa que nunca dej de esperar. 1. El autor se refiere aqu a la versin francesa de Germaine Beau- mont , publicada bajo el ttulo: Jou.rn.al d'un Ecrioan y al comen- tario de Dominique Aury in: N. R. F., No 67 (N. d. T.). 113 La gran agona No se le puede reprochar a Virginia Woolf el hecho de que sea sensible hasta la superficie. Lamentamos que a veces se muestre ce- losa, juzgando mal a ]oyce yaK. Mansfield por sus mritos, pero ella lo sabe y lo lamenta tambin. Tal vez lo ms grave sean esas relaciones sin libertad con el espritu crtico que ella debe a la aris- tocracia de los literatos y artistas, sin embargo muy notables, entre quienes se form. Cuando escribe, ella evoca lo que pensar tal o cual de sus amigos, todos especialistas, crticos, poetas, novelistas de primer orden. Cuando ha terminado de escribir, espera su juicio (a veces lo espera huyendo de l.) Si tal juicio es bueno, se siente, por un instante, feliz; si no es del todo bueno, se siente aniquilada por mucho tiempo. Es esto sano? Yo veo y admiro las relaciones tan fructuosos (ellos mismos lo proclaman) que unieron a Roger Martn du Gard, Copeau, Gide y todo el grupo Bloomsbury de la N.R.F. Pero acaso no necesita anonimato el escritor? No acogera una ilusin cuando cree estar escribiendo en estrecha compaa con las caras y sensibilidades amigas? Goethe mismo no pudo hacer nada por Schiller. Ayudaron a Virginia Woolf todos estos admira- bles escritores que la acompaaron? Ciertamente, la ayudaron; sin embargo, tambin llev, como una carga, el peso de sus alabanzas y estmulos. Esto queda en lo superficial. Ella no es vulnerable simplemen- te por inmodestia, por el deseo de ser "clebre" o "grande", o por su inquieto afn de lucirse ante amigos muy perspicaces. Esas ma- neras de ser dbil slo le permiten alejar un poco de ella una debi- lidad ms esencial, una inseguridad de la que no escapa. Esa debili- dad tambin forma parte de su talento. "Tal vez no est segura de mis dones". Parecer increble que ella pueda dudar de s misma, tras haber publicado sus libros ms importantes (La Seora Dalloway, Al Faro, Las Olas). Pero recordemos a Goethe, quien, a los cua- renta aos, siendo escritor famoso, se ve de repente en los caminos de Italia preguntndose si no es pintor o naturalista antes que poeta. Virginia Woolf sabe de seguro que el artista ms dotado est como en falta y privado de s mismo cada vez que se lanza a una nueva obra. El firme y fuerte Claudel, al concluir El Rehn, le escribe a Gide: "La experiencia pasada no sirve de nada; cada obra nueva plantea nuevos problemas, ante los cuales se sienten todas las incer- tidumbres y todas las angustias de un principiante, con algunas fa- cilidades traidoras, por aadidura, que deben dominarse brutalmen- 114 te". Y Pguy: "Nunca me enfrento a una obra nueva sino temblando, Vivo en el temblor de escribir":'. Pero esa incertidumbre por la cual la vocacin -y hasta la existencia del poeta- se decide cada vez como un enigma por la afirmacin del poema, quizs no sea todava 10 esencial. En el caso de Virginia Woolf, el arte en ella implicara, aparentemente, una profunda debilidad, al exigir el abandono de sus recursos de vida y expresin ms naturales. (Tal vez sea tambin lo que ]acques Ri- viere quiso expresar al decir de Alain-Fournier: "Slo llega a s mismo cuando se siente abandonado de todo cuanto necesita, sin embargo") . En el Diario figuran notas que dicen, a veces con solemnidad, la carencia a cuyo nivel la condujo su trabajo: "Quiero esforzarme en mirar de frente la certeza de que no hay nada, nada para ningu- no de nosotros. Trabajar, leer, escribir son slo disfraces; asimismo, las relaciones con la gente. Si, incluso tener hijos no servira de nada". Este no es un pensamiento heredado pasajeramente de su medio; es una conviccin que siente ntimamente ligada a la verdad de su tarea: tiene que encontrar el vaco ("la gran agona", "el terror de la soledad") "el espanto de contemplar el fondo de la botella"), para comenzar a ver, a partir de ese vaco, aunque slo sean las cosas ms humildes, y captar lo que se llama la realidad -el atractivo del momento puro, el insignificante centelleo abstracto que no per- dura, no revela nada y regresa al vaco mismo que alumbra. Esta es la experiencia del instante, y se pensar: hay algo ms fcil?; fcil, no s, pero en todo caso exige una separacin tan grande de s mismo, una humildad tan grave, una fidelidad tan completa a un poder ilimitado de dispersin (Ia esencia de la infidelidad) que se ve muy bien qu clase de peligro, finalmente, es preciso correr. La "Realidad" El arte en Virginia Woolf se muestra tal como es, muy serio. No se permite hacer trampas. Cun tentador sera tratar de tradu- cir a una gran afirmacin reveladora esas breves iluminaciones que abren y cierran el tiempo y que ella, muy consciente de su valor, denomina moments of being, "momentos de ser". No cambian la vida maravillosamente y para siempre? No aportan, como ocurre 1. Al iniciar una nueva novela, Julien Green apunta en su diario (El hermoso presente): "La experiencia no sirve de nada, no aporta nada, no ofrece ninguna facilidad... Desear escribir y no poder, como esta maana, es para m una especie de tragedia. La fuerza est all, pero no tiene libertad, por motivos que ignoro". 115 en Proust, ese poder de decisin y creacin capaz de hacer posible la obra que ha de construirse en su derredor? De ningn modo. "Pequeos milagros cotidianos", "fsforos inopinadamente encendidos en la oscuridad", no dicen nada fuera de s mismos. Aparecen, des- aparecen, fragmentos brillantes que rayan con su pureza saturada el espacio de la transparencia", Al mismo tiempo, y aunque siempre haya que temerle al mal- entendido, lo que le ensean, en una dispersin necesaria, esos n- cleos de claridad movediza no debe confundirse con el juego de las apariencias. No son "impresiones", aun cuando tengan la misma modestia, y nadie podra equivocarse ms al calificar a su escritura de impresionista. Virginia Woolf sabe que no debe permanecer pa- siva ante el instante, sino contestarle con una pasin breve, violen- ta, obstinada y, sin embargo, reflexiva, pensativa. "Tuve la idea de que ahora lo que yo quisiera es saturar cada tomo. Quisiera elimi- nar todo lo que es desperdicio, muerte y superfluidad, dar el mo- mento entero, con todo lo que puede incluir! Digamos que el mo- mento es una mezcolanza de pensamiento y sensacin: la voz del mar". La apariencia, lo vivo, la vida, no bastan ni garantizan nada. "Es un error creer que la literatura puede ser tomada en vivo. Hay que salir de la vida Hay Que salir de s y concentrarse al m- ximo en un solo punto " "Reconozco que esto es exacto, que no tengo el don de "realidad". Desencarno deliberadamente hasta cierto punto, porque desconfo de la realidad. .. Pero para ir ms lejos." y qu encuentra ms lejos? En 1928, hablando de su ms grave experiencia, recurre a palabras desusadamente fuertes -terror, ho- rror, agona- y aade esto: "Esta experiencia me hizo consciente de lo que llamo la realidad, es decir, algo que veo delante de m, algo abstracto pero que, sin embargo, est incorporado a las landas, al cielo; al lado de esto nada cuenta; en esto hallar mi descanso y seguir existiendo. Es esto lo que llamo la "realidad". Y a veces me digo que es la cosa que ms necesito y que busco sin cesar". He aqu, pues, cuando arde el fuego caprichoso, lo nico que se le da, aquello que exige su fidelidad y su renuncia a todo lo otro -algo abstracto incorporado a las landas, al cielo. Una vida va- liente, aos de labor, das de desesperanza, de espera, de bsqueda estril, y el miedo solitario del final, sin ms justificacin que la promesa de esa frasecita cuyo posible engao denuncia en seguida: "Pero qu sabe uno, cuando ha tomado la pluma y ha empezado a 1. Mon iqus Nathan: Virginia W 0011 por s misma. 116 escribir? Cun difcil es no transformar en "realidad" esto o aque- llo, cuando ella es una sola cosa". As Proust meda con peso de una vida al pedacito de muro tan bien pintado de amarillo. Prfida vocacin Cuando se contempla el rostro pattico que esta vida le da con el correr de los aos, un rostro que poco a poco se borra, se tiene la impresin, ms all de la sola melancola que an 10 mantiene visible, de que la abandonan toda la fuerza exterior y esa energa personal en la que a veces debemos replegarnos para perseverar. De dnde sacara entonces, hasta el final, esas casi descomunales posi- bilidades de trabajo, volviendo a escribir no s cuantas veces sus libros, sostenindolos, mantenindolos por encima de su descora- zonamiento, al cual nunca los entrega? Es all donde se presiente la fuerza indomable que es caracterstica de la debilidad, como si, cuando ya no podemos ms, surgiera a veces el recurso de un poder completamente distinto. Pero qu inseguridad la suya! Vincularse a la dispersin, a la intermitencia, al fragmentado resplandor de las imgenes, a la centelleante fascinacin del instante, es un terrible movimiento, una suerte terrible, sobre todo cuando, finalmente, debe dar lugar a un libro. Existir una solucin para juntar lo que se dispersa, hacer continuo 10 discontinuo y mantener 10 errante en un todo sin embargo unificado? A veces Virginia Woolf la encuentra en esa palabra movediza que es algo as como el sueo y la ima- ginacin del agua, pero en la intriga novelesca, de la que no puede liberarse del todo, a veces no la encuentra. Su ltimo libro, en sus ltimas pginas, repite solamente estas dos palabras: "Unidad, dis- persin. " Uni... Dis ... " "Slo podemos ver pedazos, despojos, fragmentos de nosotros mismos." "Hnos aqu, desparramados, nos- otros que estuvimos juntos." "Estamos dispersos ... " "Unidad, dis- persin". Hay que separarse. El suicidio de Virginia Woolf es algo tan ntimo que uno qui- siera no tocarlo y, antes que nada, olvidarlo, ignorarlo, aunque lo sepa necesario, pero -quizs- todava evitable. Cmo atreverse a vincularlo con su vida creadora? Cmo ver en ello la conclusin de su destino? Qu conveniencia hay en ese final tan poco decente y conveniente? Y, suponiendo que, como nos lo sugieren, la fidelidad a su vocacin lo hubiese exigido, qu significa aqu la palabra vo- cacin? Ortega y Gasset afirm que cada quien tiene un proyecto esencial -quiz nico- y que dedica su existencia a rechazarlo o a ejecutarlo, pero luchando siempre en su contra, mediante una 117 lucha oscura, desesperada y viva. As -dice- fue como Goethe pas su ilustre vida traicionando su vocacin autntica. Y cualquier existencia es una ruina, todo xito brillante un montn de escom- bros entre los cuales le toca al bigrafo escudriar para descubrir 10 que habra sido el ser realmente vivo. Para el uno, su verdad fue la de ser ladrn, y false su vida logrando no serlo por virtud. Para el otro, ser un Don Juan y no un Santo. Para Goethe, no caer en la triste historia de Weimar, "el mayor malentendido de la historia literaria" y no transformarse en estatua. La tesis, sostenida con au- toridad", es insostenible e incmoda. Cul es ese proyecto se- creto, inasible e inexistente cuya presin constante se ejerce, en efecto, sobre los hombres y, en especial, sobre los seres problem- ticos, los creadores, los intelectuales. aue estn a cada instante como disponibles y peligrosamente nuevos? La idea de vocacin (de una fi- delidad) es la ms nerversa oue puede afectar a un artista libre. Incluso, y sobre todo, fuera de cualquier conviccin idealista (en la que esta idea se domestica ms fcilmente), la sentimos cerca de cada escritor como si fuese su propia sombra que lo precede: huye de ella, la persigue, desertor de s mismo, imitndose a s mismo o, peor an, imitando la idea inimitable del Artista o del Hom- bre que l quiere dar espectacularmente. El lado prfido de la vocacin proviene de que no va necesa- riamente, ni mucho menos, en el sentido de las aptitudes, ya que puede, al contrario, exigir una renuncia a los talentos naturales, como 10 demuestran tantos artistas, en un primer tiempo fciles y luego convertidos en 10 que son, cesando entonces de ser ellos mis- mos, ingratos entonces hacia sus dones espontneos mientras que en Goethe es la multiplicidad de dones la que habra alterado su vocacin, y vemos a un Pascal, cientfico, escritor, genio religioso, no encontrarse sino mediante un duro conflicto, hasta que la voca- cin se resuelva en conversin. La vocacin es perversa por cuanto supone una exigencia exclusiva, un movimiento hacia una figura cada vez ms determinada, la eleccin, entre muchas posibilidades, de una sola que, aun permaneciendo enigmtica, se afirma como esen- cial y de tal manera que no puede uno apartarse de ella sin la certi- dumbre -imperiosa, indecifrable- de una equivocacin. As, pues, irrevocablemente, hay que decidirse, limitarse, liberarse de s mismo 1. En el ensayo / Carta a un alemn. 118 y todo lo dems en vista de esa nica "realidad" (en el sentido que la entiende Virginia Woolf). Pero lo propio del escritor, en cada obra, consiste en reservar lo indeciso en la decisin, preservar lo ilimitado junto al lmite y no decir nada que no deje intacto todo el espacio de la palabra o la posibilidad de decirlo todo. Y, a la vez, hay que decir una sola cosa y nada ms que ella. Cuando T. S. Eliot hace esta observacin: "Por experiencia propia s que al promediar su vida un hombre se halla ante tres alternativas: no escribir ms, repetirse con tal vez un grado cada vez mayor de virtuosidad, o, por un esfuerzo del pensamiento, adap- tarse a esa "edad mediana" y encontrar otro modo de trabajar!", sabe muy bien que no solamente al promediar su vida, sino a cada vuelta de s mismo, y en cada obra nueva, en cada pgina de la obra, debera imponerse una de estas tres alternativas -para limitarse a el1as-, si no fuese que, por suerte, una especie de ligereza permi- tiera adelantrseles. Virginia \X!oolf, tan ansiosa, tan insegura, tuvo esa ligereza. Nada pesa en ella, y rara vez una angustia tan pesada lleg a adoptar ms liviana apariencia. Mientras escribe -e incluso cuando "escribir es la desesperacin misma"- la subleva un pro- digioso movimiento, un acuerdo exaltante con su "vocacin", que bien parece ser entonces la fascinacin de ese "algo abstracto, in- corporado a las landas, al cielo". donde ella encerr, para s misma, con una precisa imprecisin, su secreto. Solamente despus de cada libro la invade la desgracia. En vano trata de aliviarla pidindoles a unos un inicio favorable, esperando de otros la herida de una crtica que le permita localizar' su tormento. "Y nadie sabe cunto sufro a lo larvo de esta calle. luchando contra mi anustia como lo ha- ca despus de la muerte de mi hermano, sola, luchando enteramente sola contra algo. Pero en aauel entonces luchaba contra mi demo- nio, 'V ahora contra nada". Sugiere as que, tras casi todos sus libros, pens en el suicidio, y en especial despus de Al Faro, que fue, sin embargo, la novela de la que menos dud. Esto se explicar f- cilmente diciendo que paga con un gran cansancio la excesiva ten- sin que exigi su trabajo. Este es un aspecto de las cosas. Pero ella misma se expresa de otra manera: "En cuanto dejo de trabajar, me parece que me hundo, que me hundo. Y como siempre, estoy con- vencida de que, si me lanzo ms al fondo, alcanzar la verdad. Es la nica compensacin: una especie de nobleza, de solemnidad". 1. Citado por Georges Cattaui en su estudio: T. S. Eliot. 119 ((Estoy fracasando" Cuando ella muere, su ltima novela (Entre actos) queda in- conclusa. Este es el instante ms peligroso: la abandona el libro, las fuerzas que ste le proporcionaba se retiran, dejndola sin recursos ni fe frente a la tarea: "Hay un freno en el flujo de mi ser. Una corriente profunda se amontona contra el obstculo, da golpes intermitentes, hala, resiste un nudo en el mismo centro. Oh! esto es un dolor, esto es la angustia. Voy cediendo, estoy [racasando': Ella fracasa. Lo que impresiona en este fracaso, afirmado por la muerte voluntaria, es el acto escandaloso que sta introduce en el curso de una exis- tencia hasta entonces perfectamente respetable (como la calificaba ella misma con un crnico pesar). As, es muy cierto que, aun cuan- do est ligado a costumbres de civilizacin que le exigen no hacer nada chocante, para un escritor fiel a la "vocacin" siempre existe un momento en que se rompen las conveniencias, la decencia. As, ahora comprendemos mejor las palabras del joven Goethe: "Para m, no cabra un buen final", conviccin que lo acompaa durante toda su juventud hasta que descubra el poder demonaco cuya alian- za debe protegerlo -piensa- contra el temor de perderse. Este poder lo protegi, en efecto, pero entonces empez la infidelidad a s mismo, y la gloriosa perdicin de la que Virginia Woolf pre- firi escapar zozobrando. 1. As habla Rhoda en Las Olas. 120 III DE UN ARTE SIN PORVENIR I-EN ULTIMO ESTADO ,;TOCA EL ARTE a su fin? Desfallece la poesa por haberse mi- \... rada a s misma de frente, as como muere el que vio a Dios? El crtico que considera nuestro tiempo, comparndolo con el pa- sado, slo puede expresar una duda y, con respecto a los artistas que siguen produciendo, una desesperada admiracin. Pero cuando se demuestra, como lo hace Wladimir Weidl en un libro denso en cultura, razn y aoranzas, que el arte moderno es imposible -y cuando esta demostracin se revela convincente, muy halagadora quiz-, no se valoriza acaso la exigencia secreta del arte que es siempre, en todo artista, la sorpresa ante lo que es, sin ser posible, ante 10 que debe empezar en ltimo estado, obra de fin de mundo, arte que encuentra su comienzo all mismo donde cesa el arte y faltan sus condiciones? Nunca se llevara la duda demasiado lejos. Este es el medio, uno de los medios, para ir ms lejos en la mara- villa de 10 indudable. \Veidl escribe: "El error de Mallarm"l, y Gabriel Marcel: "El error mallarmeano ... " Error evidente. Pero acaso no es evi- dente tambin que tal error nos dio a Mallarm? Todo artista est ligado a un error con el que mantiene una particular relacin de inti- midad. Hay un error de Homero, de Shakespeare, y ese error tal vez sea, tanto para el uno como para el otro, el hecho de no existir. Cualquier arte se origina en una carencia excepcional, toda obra es "la puesta en obra" de esa falta de origen que permite la aproxi- macin amenazada de la plenitud as como una luz nueva. Es sta una concepcin peculiar de nuestro tiempo, este tiempo en que el 1. "El error de Mallarm consiste en haber querido aislar as la esencia potica y presentarla en un estado puro, yuxtaponiendo, sin soldadura profunda, combnaciones verbales de una belleza insu- perable", Las Abejas de Aristeo. 123 arte dej de ser una afirmacin comn, una tranquila maravilla co- lectiva y se ha vuelto tanto ms importante cuanto ms improbable? Quizs. Pero qu ocurra antao? Y cul es ese vago otrora en que todo parece tan fcil, tan seguro? Por 10 menos, el hoy nos contempla y, para hoy, resueltamente se puede afirmar: un artista no podra equivocarse en exceso, ni tampoco ligarse demasiado a su error; contacto grave, solitario, peligroso, insustituible, en medio del cual choca, con terror, con delicia, en ese exceso que, en s mismo, 10 conduce fuera de s y tal vez fuera de todo. (Los discpulos, los imitadores son los que, como los crticos, convierten en razn una equivocacin, la estabilizan, la tranquili- zan, pero tambin la valorizan, de modo que ella aparece, y enton- ces es fcil para los crticos mostrar el error y decir en cul impasse desemboca, as como con qu fracaso se paga el xito e incluso el fracaso que fue el xito). Ese vnculo con el error, esa relacin difcil de alcanzar, ms difcil an de mantener. que tropieza, en aquel que vive fascinado por el error, con una duda, una denegacin; esa pasin, esa tenta- tiva paradjica, concierne tambin a la novela, el ms afortunado de los gneros. del que sin embargo siempre omos decir que ha llegado a su trmino. Y esto no se afirm porque dejara de produ- cir grandes obras sino. al contrario, cada vez que grandes escritores escribieron grandes obras unnimemente reconocidas como libros considerables desde el punto de vista literario. Y esto ocurri porque, en cada oportunidad, esos escritores parecan haber quebrado algo: no agotaban el gnero como lo hiciera Homero con la epopeya, sino que 10 alteraban con tanta autoridad y con una fuerza tan perturba- dora, a veces tan perturbada. que ya nareca imposible volver a la forma tradicional, o ir ms leios en el uso de la forma aberrante, o repetirla siquiera. Esto se diio en Inglaterra respecto de Virginia Woolf o de Toyce; en Alemania respecto de Broch, de Musil e in- cluso de La Montaa Mgica. En Francia, la situacin es algo dife- rente. La sacudida provocada por Proust fue inmediatamente dete- nida por una ola de admiracin universal de tal magnitud que este fenmeno nico, por 10 dems uno de los primeros, slo pareci demostrar el genio de Proust dejando intacto el horizonte tradicio- nal de la novela. Asimismo, Los Falsarios incita a dudar del genio novelesco de Gide ms que de la novela misma y, ms tarde, La Nusea demuestra los dones de Sartre, sin poner en tela de juicio las certezas de la novela, porque su libro se asimila (equivocada- mente) a las formas del relato, ya sea ideolgico o naturalista. Ade- 124 ms, en la poca de Sartre el dao ya est hecho. De ahora en ade- lante, la novela, que absorbe y concentra casi todas las fuerzas de todos los escritores, tambin parece un arte sin porvenir. La excepcin y la regla En esta visin sumamente apresurada de las cosas, debe haber alguna verdad. Sin duda, Balzac tambin deforma poderosamente el gnero que, sin embargo, introduce en la literatura al crear su obra monstruosa. Pero Balzac tiene una posteridad. Existe una no- vela balzaciana. En cambio, todos los autores que hemos citado no engendran nada. Digan lo que digan, ni Proust, ni Joyce han susci- tado libros que se les parezcan; aparentemente slo tienen poder para inhibir a los imitadores y desalentar las tentativas semejantes. Cierran una puerta. Pero este resultado no es solamente negativo. Es cierto que joyce rompe la forma novelesca hacindola aberrante, pero tambin hace presentir que tal vez esta forma no vive ms que de sus alte- raciones. No se desarrollara produciendo monstruos, obras informes sin ley ni rigor, sino provocando nicamente excepciones que cons- tituyen una ley y la suprimen a la vez. Situacin tanto ms difcil de aclarar cuanto que la novela, as comprendida, se afirma como solitaria y silenciosamente aislada de esta enorme masa de libros escritos con talento, ingenio y generosi- dad, en los cuales el lector debe reconocer la vitalidad de un gnero inagotable. Cmo creer entonces que tantos libros buenos, de donde emergen a veces obras brillantes, no representan la regla de la que se eximiran los otros mediante una originalidad sin filiacin? En esta perspectiva, la ley sera Jules Romains, y la excepcin Joyce. Pero parece que no es as. Debe pensarse ms bien que, cada vez, en estas obras excepcionales donde se toca un lmite, la excepcin nos revela esa "ley" cuya inslita y necesaria desviacin la constituye ella tambin. Todo ocurrira entonces como si, dentro de la li- teratura novelesca y acaso en toda la literatura, no pudiramos nun- ca reconocer la regla sino mediante la excepcin que la abroga: la regla o, ms exactamente, ese centro cuya obra cierta es la afirmacin incierta, la manifestacin ya destructiva, la presencia momentnea y pronto negativa. No se trata de novedad a toda costa: novedad tcnica, de forma o de visin. Tampoco se trata siempre de obras imponentes y lo- gradas, reveladoras de grandes individualidades como el admirado Balzac y el amado Stendhal , cuyos nombres suscitan, en vano, la 125 aoranza. Naturalmente, los dones son muy tiles; el poder creador, a veces incmodo, no deja de ser una ayuda de la que no se puede prescindir, aun cuando sea para superarlo. Pero lo que est en juego es otra cosa; se trata de una ex- gencia excesiva, de una afirmacin rigurosa y exclusiva que se dirige a un sentido nico, con la pasin que hace necesaria la imposible tentativa. Nathalie Sarraute, como Virginia Woolf, habla de "reali- dad", dice que el novelista "procura esclarecer esa parcela de rea- lidad que le pertenece"!. Digamos, pues, realidad. Pero como esa realidad no se da de antemano, ni en los libros (aun cuando sean las llamadas obras maestras), ni en el mundo que abre nuestra mi- rada cotidiana, y como se nos escapa constantemente, inasible y algo as como eludida. por lo que la manifiesta, ella es una realidad tan simple y excepcional como el libro que la haga brillar un instante ante nuestros ojos. Cuando pensamos que una tentativa novelesca desemboca en un impasse, tal vez ello no baste para convalidarla, pero cada vez que en tal libro nuevo volvemos a captar la afirmacin solitaria y silenciosa de la novela oda como la excepcin an mal venida de una ley continuamente comprometida, momento que ya desaparece de un mayor movimiento en devenir, experimentamos el sentimiento de una promesa y la impresin exaltante de que un nuevo escritor, al tocar un lmite, logr desplazarlo y tal vez asentarlo ms lejos. He aqu lo que cuenta antes que nada. Cada escritor se siente solio dario de esta nueva afirmacin, aunque ella no lo libere de la que l debe soportar (sera demasiado fcil) aun cuando la contrare. Aqu no existe un progreso del que pueda beneficiarse, ni tampoco una comprensin ms segura y ms pura de la forma novelesca. Al contrario, todo se hace ms difcil y menos cierto. Y esas obras son escasas, fugitivas. No siempre estn escritas por Proust, se ven ator- mentadas, "torpes", inhibidas por convenciones a las que no se atre- ven a renunciar, a veces exageradamente concienzudas. Algunas son modestas. Pero todas, incluso las que se eclipsan, tienen esa fuerza que proviene de un nuevo contacto con la "realidad". 1. Nathalie Sarraute: La era del recelo. 126 Il-BROCH 1-- LOS SONAMBULaS: EL VERTIGO LOGICO sU OBRA comprende pocas obras. No es un escritor como Thomas Mann, cuya generosidad creadora se extiende a mltiples planos y que renueva sin cesar para consigo mismo la fiesta que significa la narracin. Pocos libros, pero vastos y, por su masa, imponentes. En esto incluso parecido a ]oyce, que fue su modelo. Antes de la guerra, la triloga de Los Sonmbulos (1928-1931). En 1946, La Muerte de Vir!!,ilio. Luego, una serie de relatos, Los Inocentes, de los cuales se dir que marcan el lmite extremo de su bsqueda y tal vez la decadencia de sus medios. Sin embargo, la publicacin de sus obras completas integra ocho volmenes. Adems de una no- vela pstuma, El Tentador, y de un volumen de poemas, tres libros de ensayos crticos y filosficos muestran hasta dnde llegaron los propsitos de Hermann Broch. Empero, no sera justo hablar de la variedad de sus dones y de la extensin de sus preocupaciones. No fue un novelista por un lado, un poeta por el otro, y, en distintas oportunidades, un escritor de pensamiento. Fue todo esto conjun- tamente y muchas veces en el mismo libro. Sufri, pues, como mu- chos escritores de nuestro tiempo, esa impetuosa presin de la lite- ratura que no admite ya la distincin de los gneros y quiere rom- per los lmites. El hombre disperso, fragmentado El llega tardamente a la literatura; poco a poco y tal vez en contra de s mismo, cede a la desmesura de una obra que l hubie- ra deseado gobernar plenamente. Hasta los cuarenta aos, se ocupa de una empresa industrial de textiles, heredada de su familia, ac- tividad a la que renuncia repentinamente para dedicarse al estudio de la filosofa y, sobre todo, de las matemticas. Algunos comenta- ristas alemanes lo comparan con Valry. Como Valry, lo anima una 127 especie de pasin por las matemticas, en las que est empeado en buscar la parte ms secreta -ms peligrosa- del hombre. Sin em- bargo, no es como Va1ry un escritor consagrado ante todo al esp- ritu. Se siente interpelado por su tiempo, sobre el que pesa la ame- naza de la catstrofe que se avecina. El hundimiento de un sistema nico de valores, tal como existiera en la Edad Media bajo la norma cristiana, lejos de liberar al individuo, 10 expone a una desintegra- cin inevitable. En el sistema cristiano, la fe y, en el centro de la fe, Dios, un Dios vivo, era "el punto de plausibilidad" que detena la fuerza irreprensible de las preguntas. Esa fuerza es la que parece interesar especialmente a Broch; 10 atrae tanto como lo asusta: la intolerancia lgica, esta crueldad que est en la nocin de ser. Por qu tiende el ser a "disolverse en pura funcionabilidad"? Por qu la imagen fsica del mundo ha de desaparecer? Por qu la realidad cedera necesariamente ante el smbolo, y el smbolo ante el smbolo del smbolo? Qu ocurre cuando se debe optar por la abstraccin? Vivimos en medio de una prodigiosa discordancia. El hombre se en- cuentra disperso y discontinuo, y no momentneamente, como suce- diera en otros perodos de la historia, sino que ahora la esencia mis- ma del mundo es discontinua. Como si fuese necesario, precisamen- te, edificar un mundo -el universo, la afirmacin ms total y ms unificada- sobre el carcter dislocado, discordante y fragmentado del ser o sobre las fallas del hombre. Broch no ve menos peligros en lo puro racional que en lo im- puro irracional. Ambos no tienen estilo. La naturaleza por un lado, las matemticas por el otro, nos exponen a la exigencia vaca de la infinitud. Ciertamente, todo sistema de valores procura apartar al elemento irracional y a llevar la existencia terretre desde su "mal- dad" hasta un sentido razonable ms alto, hasta ese conjunto de sen- tido donde "se hace posible asignar instintivamente tanto a las co- sas como a las acciones el lugar que les conviene". Transformar lo irracional, sin valor, en un absoluto racional, tal es la tarea, pero necesariamente fracasa. Por dos motivos: 10 que se llama irracional permanece inaccesible; slo se le puede aproximar; se pueden trazar a su alrededor crculos cada vez ms estrechos, se le puede integrar dentro de clculos, pero al final siempre se evade, tanto as que no sabemos nunca nada del sinsentido que impregna nuestra manera de actuar. "El hombre no sabe nada de "la intrusin de abajo" a la que est expuesto, por cuanto a cada paso y a cada instante se encuentra dentro de un sistema que slo tiene un fin: cubrir y dominar toda esa irracionalidad sobre la cual reposa nuestra vida ligada a la tie- 128 rra". As, pues, es la luz que nos impide ver, es el poder de dar sentido el que nos entrega a la accin desapercibida de lo que se di- simula detrs del sentido y acta merced a tal disimulacin. Pero hay algo ms grave: la razn, deductiva o dialctica, mo- vida por la fuerza irreprensible de las preguntas, tiende a lo absoluto. Lo racional quiere convertirse en superracionaI. El movimiento l- gico no sufre detenimiento ni punto de equilibrio, ya no tolera for- ma, disuelve cualquier contenido, organiza el fro reinado, seme- jante a un sueo, de la abstraccin. Momento del mal absoluto, por- que la razn pura, hecha autnoma, es an ms "mala" que 10 irra- cional; introduce su propia "disolucin", todo se disipa en una niebla "abstracta", donde ya no existe centro de valores, y el indivi- duo humano, entregado al juego vaco de las convenciones intoleran- tes, se extrava entre fantasmas de razones que sigue considerando como certezas superiores. El es, entonces, el hombre de la nada, me- tafsicamente excludo y fsicamente desposedo; es un sonmbulo que yerra en medio de su sueo y, expulsado del sueo, es arrojado de nuevo a la angustia de la noche, de la que no puede despertar y en donde tampoco puede dormir. Estos pensamientos (es fcil reconocer su origen) tienen la pe- culiaridad de desarrollarse, bajo su forma abstracta, paralelamente al novelesco curso de intrigas que, en los tres libros de los Sonmbulos, nos llevan desde la Alemania imperial, brillante y convencional, has- ta el hundimiento de 1918. El tema de esta vasta novela no es ocul- too Broch tiene la habilidad de poner en evidencia los pensamientos tericos que de otro modo buscaramos en el interior de sus histo- rias. Los ttulos ya lo dicen todo: Pasenow o el romanticismo, 1888; Esch o la anarqua, 1903; Huguenau o el realismo, 1918; y, por en- cima de estos tres nombres, la palabra nocturna que aqu ni siquie- ra es una imagen sino un diagnstico: Sonmbulos. Novela de la decadencia, no porque la ensee como lo hara una novela didctica, ni tampoco porque la describa, sino porque mima esa decadencia abrindose, hasta en la forma, a las fuerzas despreciativas. Cuando Broch nos cuenta la historia del hidalgo pomeranio, el Teniente Pa- senow, no existe en absoluto entre el escritor y su personaje esa sim- pata de imaginacin e incluso de origen que uniera a Thomas Mann con los Buddenbrooks, igualmente relato de un destino que se agota, aunque tampoco exista una intencin denigrante. Si pensamos con malestar en ese pobre joven, en su apego vaco a un ideal vaco, en esa impotencia suya que no le deja abrir los ojos sobre s mismo y que l se disimula ingenuamente, incluso cuando sta lo expone a 129 los apuros de una noche de bodas fallida, ello se debe a la forma misma del relato. Es una forma clsica, casi convencional. Broch se complace en narrar como hubiese podido hacerlo un novelista de la poca que est evocando, y se halla muy a sus anchas en esa forma narrativa, semi objetiva, semi-psicolgica, aunque desde ya aparece una fisura entre las conductas y los pensamientos. Ambos tienen al- go maquinal que slo se percibe cuando se produce un ligero desca- labro entre los dos.Con quin nos las vemos? Qu se oculta de- trs de esa pelcula de acontecimientos y palabras? Al final, el autor interviene brutalmente para acabar con la ficcin; uno lo siente como impaciente por salvarse a s mismo de la nulidad que est represen- tando as como por salvar al lector. Pero los libros son sonmbu- los a los que no se debe despertar. Varios escritores en uno solo Broch est ms cerca de Esch, el personaje de la segunda nove- la. Alemn de la clase media, l es, para empezar, un pequeo con- tabilista que se deja arrastrar por una mezcla de ideas abstractas so- bre la justicia, de afn de orden y de mala conciencia, en un enredo de negocios mediocres, de amoros turbios y de intrigas mezquinas, que se desarrollan sobre un fondo constitudo por los movimientos revolucionarios, hasta alcanzar una posicin de contador jefe en una empresa de Luxemburgo. Es un relato muy convincente. Su movi- miento es veloz. Las frases son breves, definidas. Las acciones, los intentos, los pensamientos se suceden o, mejor dicho, se yuxtaponen con un fro nerviosismo, una especie de fiebre mecnica, de precipi- tacin estril que representa muy bien la verdad de esta novela. Cabe admirar aqu la extrema variedad de los lenguajes, de los esti- los e incluso de las sintaxis que Broch es capaz de utilizar. Es asom- broso. Si alguien descubriera en el fondo de una nfora el manus- crito de su obra central, La Muerte de Virgilio, donde tambin ocu- rren cambios de ritmo muy marcados, predominando sin embargo una inmensa frase, con repeticiones infinitas y la solemne amplitud de un espacio desmesurado de palabras; y si, despus, la misma per- sona hallase la novela de Esch, con sus frases descosidas y su ritmo endemoniado, slo podra pensar en dos escritores desconocidos o enemigos el uno del otro -y tal vez tendra razn. Ciertamente, igual que en la sociedad moderna existen sistemas de valores par- ticulares -el econmico, el religioso, el militar- que conviven uno al lado del otro, separados por divisiones impermeables, aunque as- pirando tambin a dominarse entre s, igualmente el escritor aparece 130 fragmentado en modos de expresiones distintas, en lenguajes sin me- didas comunes, sin contacto y casi intraducibles, entre los cuales tiene que buscar un equilibrio que le permita evitar la disolucin u orientarla. Diversidad de estilos y lenguas, inquietante para nuestras an- tiguas convicciones romnticas que nos inducen a buscar, en el tono del escritor, un no s qu nico, la expresin de su verdad secreta o de su alma inmutable; de all la mirada sospechosa con que vemos a los grandes artistas demirgicos, que, como ]oyce o Picas- so, saltan de un lenguaje a otro, sin afn de dejarse reconocer. Broch, por la discontinuidad de su forma, no slo procura hacer tangible un mundo de pedazos y escombros. Tampoco le interesa la tcnica en s (aunque, como muchos novelistas de esa poca, se sienta obli- gado a poner en tela de juicio el gnero novelesco y a inventarlo de nuevo), sino que, procurando desesperadamente saber a dnde va el mundo y adelantarse a su destino, se entrega a todos los modos ex- presivos -narrativos, lricos y discursivos- a fin de que su libro alcance un punto ms central, que l mismo no concibe dentro de su pequea conciencia individual. El tercer volumen de los Sonm- bulos describe lo que ocurre en 1918. Sin embargo, lo esencial ya no reside en el entrecruzamiento de los episodios: la historia del hombre positivo, Huguenau, y cmo termina por arruinar y, luego, por matar a Esch, hundindole su bayoneta en el cuerpo; o la his- toria potica de la pobre muchacha del Ejrcito de Salvacin. El co- razn del libro es la lgica misma y las Logische Exkurse, las "Di- gresiones lgicas", que interrumpen los relatos en diez oportunida- des, intentan recobrar el poder dominante de esta lgica. El destino es la lgica Tolstoi, en La Guerra y la Paz, tambin intent coronar una obra novelesca con una interpretacin de la historia. Pero este comentario final no lograba deshacer la novela ni rebajar la prodi- giosa realidad de las figuras cuya insignificancia pretenda demos- trarnos. En Los Sonmbulos, asistimos a la aparicin de una nueva forma de destino: ese destino es la lgica. Ya no pelean hombres, ni chocan acontecimientos, sino los valores que protagonizan incons- cientemente los personajes. No hay ningn rostro sino mscaras; nin- gn hecho sino poderes abstractos a cuyo lado actan los seres como figuras de sueos. El crimen de Huguenau es un crimen lgico, no porque sus motivos sean ideolgicos o fras razones muy meditadas y sostenidas hasta el final. Mata por casualidad y aprovechando la 131 oportunidad que le brinda el desorden de los motines. Pero no exis- te la casualidad en ese desierto abstracto donde se agitan los hom- bres y, necesariamente, los valores ms estrechos triunfan sobre los valores ms vastos y complejos. Huguenau, centro de su mundo pecu- liar, el del xito, slo puede destruir lo que 10 estorba. No le pesa- r su acto y ni siquiera 10 recordar. En ningn momento percibe el carcter irregular del mismo. No es un hroe de Dostoiewski y, adems, ha terminado ya el tiempo de los Demonios. Con Huguenau tenemos al primero de esos hombres ordinarios que, al amparo de un sistema y bajo su justificacin, van a convertirse, sin saberlo siquie- ra, en burcratas del crimen y contables de la violencia. Bien parece que Broch, en ese ltimo volumen de los Sonmbu- los, intent crear algo as como un nuevo gnero novelesco, una especie de novela del pensamiento. El pensamiento -la lgica- se representa all tal como acta, no en la conciencia particular de los hombres sino en el crculo encantado hacia donde atrae insensible- mente al mundo para someterlo a la necesidad de sus preguntas infi- nitas. Sin embargo, fracasa en su proyecto e incluso renuncia sin atreverse a tomar conciencia del mismo, porque temi que su propio pensamiento cayera en ese elemento sonamblico que puede, segn l, convertirse en la intimidad de la razn. As, pues, permanece a distancia de lo que piensa y sus digresiones ya no son sino comenta- rios, a veces patticos, a veces pedantes, a los cuales les falta el vr- tigo de la infinitud. No ocurre 10 mismo con La Muerte de Virgilio. All, el pensa- miento va a unirse estrechamente a su destino, sin reserva ni precau- cin. Va a entregarse a 10 imaginario y a estirarse hasta sus propios confines, hasta ese punto de libertad, esperanza y desamparo en que la esfera que constituye, o sea 10 supremamente racional, se in- vierte de repente para convertirse en 10 supremamente irracional. Cmo Broch logra esto? Cmo 10 que era pensamiento mesurado, anlisis riguroso, narracin fra y amaestrada, lo empuja al fin hacia un libro inmenso en el que desaparecen todas las prudencias y cos- tumbres novelescas? Broch empieza su obra central en la crcel don- de acaba de ser arrojado y cuando est condenado a un fin cercano: es un relato que slo puede pensar en llevar a "cabo" dentro de ese mbito de la muerte que se abre ante l, pero contando tambin con aos de supervivencia y trabajo tranquilo. Aquel que despierta para morir escribe, pues, la primera pgina de una obra cuya rea- lizacin le exigir diez aos. Reto maravilloso, confianza casi pa- vorosa. 132 2 - LA MUERTE DE VIRGILIO: LA BUSQUEDA DE LA UNIDAD La muerte de Virgilio tiene un doble nacimiento. En una car- ta publicada en Norteamrica, Broch cont cmo, durante la pri- mavera de 1935, tuvo la idea de esta obra. Haba propuesto a la Ra- dioemisora de Viena una exposicin sobre el tema: "La literatura al final de una poca", y mientras la escriba, el nombre, la presencia y el destino de Virgilio se impusieron en su mente. El poeta latino fue tambin el poeta de una civilizacin llegando a su trmino. Si el Estado de Augusto lleva a su ms alta expresin la soberbia de Ro- ma y los valores que representa esa soberana, en el poeta romano, aunque sostenga con su poema el gran imperio y 10 funde en anti- gedad y belleza, hay no se sabe qu armoniosa debilidad, qu nos- talgia de otra edad, la cual, sin enturbiar su limpidez, 10 abre a du- das profticas. Por un lado, el imperio universal que empieza, y la paz, la gran paz de Augusto. Por el otro, el poeta mayor de Roma y, como Roma, siempre ligado a la tierra y ligado a Roma, a su princi- pio y a su jefe, por la celebracin de su canto. En todo esto no figu- ra nada que no signifique la solidez de las cosas humanas y la segu- ridad de un arte prometido a lo eterno. A pesar de ello, y no sola- mente en la clebre gloga, sino en la luz que invade a muchos de sus versos, se presiente el misterioso acercamiento del final. Pare- ciera que el tiempo se revertiese en Virgilio, en este poeta de cultu- ra, de destreza y de perfeccin, aparentemente muy alejado de toda adivinacin inspirada. . .. en Vir:z,ilio a veces El caso lleva en su cumbre tina luz extraa Broch, como Victor Hugo, sinti esa extraeza. El segundo mi- lenario acaba de celebrarse, pero no est pensando en el poeta im- perial en quien se afirman la gloria de la permanencia y la quieta certidumbre de las civilizaciones. Recuerda la leyenda segn la cual, en el momento de morir, el poeta quiso destruir la Eneula, ese poe- ma inconcluso. He aqu un pensamiento moderno. Considerara im- perfecta a su obra? O se alejaba de ella por ese mismo sentimiento, que se vislumbra en su poesa, de estar en una curva; por esa mis- teriosa fuerza del tiempo que parece revertirse en l y alejarlo de s mismo? Cul fue el final de Virgilio? Broch empieza, pues, un breve relato intitulado "El regreso de Virgilio", que l lee en la ra- dio, en 1935, el da de Pentecosts. Convertir al poeta latino, sus incertidumbres y su obra, en una representacin simblica de Occi- 133 dente, tal es el pensamiento que lo retiene entonces. Broch es siem- pre el escritor que reflexiona ansiosamente sobre su tiempo y que busca una va de paso entre razn y sinrazn. Pero hoy en da Virgilo estar suficientemente vivo como pa- ra soportar la gravedad de nuestro destino? En la Edad Media, l fue un mito que Dante supo despertar pero no pertenece a una tra- dicin literaria tan lejana y tan agotada que ya no puede ni siquiera expresarnos nuestro agotamiento? Broch tropez probablemente con esa duda y, aun presintiendo que el tema no estaba agotado en l, lo abandon para ocuparse de una obra teatral que deba presentar- se en Zurich, as como de otros proyectos. Tena que haber salido de Austria. Era judo y estaba amenazado, pero no se resignaba a marcharse. Cuando lo echaron a la crcel, "la preparacin interior de la muerte" reanim de repente en l al hombre antiguo, y "la muerte de Virgilio se convirti en la imagen de mi propia muerte". Las figuras que le sirvieron, especialmente en la cuarta parte de su libro, para convertir la desaparicin del poeta en expresin del devenir universal - Virgilio vuelve a pasar por todas las etapas de la creacin-, fueron tomadas en su propia experien- cia: "Slo tuve que acogerlas" -dice. Igualmente sus dudas en tor- no a s mismo, la angustia ante su obra insignificante y su vida in- justificada, la certidumbre de haber fallado a un deber esencial que no logra captar, la acusacin que lleva en su contra el sufrimiento de los esclavos, su alma al desnudo, en fin, el esfuerzo para franquear las puertas nocturnas del terror y buscar, en 10 ms prximo a la nada, la salvacin fuera del desparramamiento y la dispersin, no son motivos literarios, sino el retumbar de "una experiencia msti- ca inicial" que constituye algo as como el centro alrededor del cual se desarrolla la obra. La palabra interior del ltimo da Sin embargo, Virgilio no es un simple pretexto. El mito prote- ge a Broch y le permite explorar lo que no hubiese podido alcanzar con su solo nombre. Pero Broch, cuando escribe su libro, no slo pretende hacer tangible 10 que experiment. No le importa su expe- riencia inmediata; ms bien quiere prolongarla, profundizarla y en- contrarIe una salida que ser su obra misma, si esa obra logra lle- var a la unidad los movimientos violentos y opuestos entre los cua- les se divide el hombre cuando se aproxima a su fin. Tal es la ma- jestuosa ambicin del escritor. Cuando empieza su libro, va a morir, 134 igual que Virgilio: dieciocho horas 10 separan del ltimo instante. Es- te libro ser el "monlogo interior" del ltimo da, pero un monlo- go muy distinto a la forma que le presta la tradicin. Est redactado en tercera persona, y ese trnsito del Yo al El, lejos de ser una comodidad de escritura, est ligado a la aproximacin del aconte- cimiento, a su poder impersonal, a la lejana que reside en su proximi- dad. Qu contiene el monlogo? Los hechos estn reducidos a casi na- da. La galera que lleva a Virgilio, el poeta moribundo, entra en la baha de Brinds y, mientras se adivinan los rumores de la multitud que aclama a Csar, la litera, guiada por un joven campesino, imagen de Virgilio cuando nio, tiene que abrirse paso en medio de los barrios ms miserables de la ciudad. Esta es la primera parte, la llegada y el lento vaivn del agua. La segunda parte es ms pobre an en acontecimientos. Ha cado la noche. El que muere est solo, aunque se hospede en el Pa- lacio imperial. En cierto momento, en medio de la inquietud febril, y bajo la quemadura del fuego, se incorpora y va a la ventana, desde donde presencia una ria de borrachos, tro titubeante y burln cuya risa parece algo as como una surgencia del abismo, la jovial ruptura del juramento humano, perjurio en el que se siente implicado, ata- cado, despojado ante s mismo. As se inicia el descenso hacia esas regiones en donde le falta todo cuanto 10 justific hasta entonces: su nombre, su obra, la belleza, la esperanza de un conocimiento verda- dero, la espera de un tiempo sin destino. Explicacin que ocurre dentro y fuera de l, que es un verdadero examen de conciencia en medio del cual da vueltas y revueltas, expuesto a 10 informe, entre- gado a 10 annimo, con la ilusin de avanzar en la profundidad. cuando, en verdad, su cada es tan slo una vana cada en el enredo superficial de un sueo terrestre. Por 10 menos, la aproximacin de la muerte, esta audicin de s mismo muriendo, este reconoci- miento de su condicin de artista, ajeno a la verdad, encerrado en un mundo irreal de smbolos, satisfecho con un juego y exaltndose en una embriaguez solitaria que 10 desvi de su verdadero deber, esa prueba junto al terror, al silencio y al vaco, 10 incitan a tomar la decisin: es menester quemar la Eneida. La tercera parte es un regreso a la luz del da. Es la espera, la confrontacin de las verdades de la noche con las certezas de la tierra, la confrontacin de Virgilio, que quiere destruir su obra, con los ami- gas de Virgilio, que quieren rescatarla; de Virgilio, que se abre ante otro mundo, ante otro tiempo, con Augusto, que mantiene, contra 135 la quimera del espritu proftico y de una redencin imprecisa, los valores del Estado y la importancia de la Eneida que pertenece al Estado. Este captulo, el ms largo de la obra, donde aparece la vir- tuosidad tcnica de Broch, es el nico en que la realidad histrica reviste ms importancia. Sin embargo, no se abandona el principio del monlogo interior en tercera persona. En el espacio de este inmen- so e impersonal pensamiento retumban, pues, los dilogos, aunque pre- cisos y firmemente expresados; algo ms amplio que ellos se recuerda de ellos. Por eso se atena todo cuanto pueda tener de artificial la evocacin realista de personajes y de una poca que apenas nos preo- cupa; por eso, tambin, el largo debate entre Augusto y Vir- gilio, entre la parte terrestre y la supraterrestre, entre la Roma tempo- ral y la espiritual, donde se est jugando, bajo el nombre de Eneida, el destino de Occidente, ese debate puede representar el debate ms actual que interesaba a Broch. Podr salvarse la cultura? Qu suer- te correr esta creacin que tan slo es smbolo, esta obra de arte, fru- to precioso de una civilizacin decadente, poesa que ignora la sim- plicidad del esclavo, e incluso a los dioses de quienes slo recibe las imgenes, esta obra que es, a fin de cuentas, "una imitacin poco lo- grada de la epopeya homrica", "una nada cansada"? Lo que escribi el poeta debe quemarse en el fuego de la realidad a menos que el poeta quiera entregarse a la horrible inmortalidad de los ancianos sobe- ranos, Homero, Esquilo. Pero no, la Eneida debe ser quemada. Sin embargo, al final, Broch y Virgilio rescatan su obra y, al parecer, sal- van a Occidente. Por qu? Eso no est claro". Es algo as como una apuesta a favor del porvenir. Tambin es el presentimiento de la sal- vacin que, en el transcurso de la cuarta parte, mientras Virgilio em- prende la ltima migracin, permitir al monlogo alcanzar su centro, el pozo de la simultaneidad, el medio surgente donde coinciden la muerte y la creacin, donde el fin es el comienzo y donde se pronun- cia, dentro de la nada que sella la unidad, la palabra en la que todo est disuelto, todo est contenido, esto es, el secreto del poder de la palabra en que confa Broch para salvar su obra y salvar lo que est en juego -cree- en su obra: el retorno a las fuentes, la felicidad de la unidad recobrada. La tentacin de la unidad Efectivamente, en medio de la desesperacin, de las incertidum- bres y de las experiencias negativas, su libro no cesa de aspirar a la 1. Virgilio concede a Octavio lo que neg a Augusto. Cuando Au- gusto le dice: me odias, no puede soportar esta sospecha. Por eso, al final, entrega su obra a la amistad. 136 unidad. La bsqueda de la unidad ha sido la gran pasin de Broch, su tormento, su nostalgia: la unidad, la esperanza de alcanzar el punto de cierre del crculo, cuando a aquel que fue bastante lejos se le otorga el derecho de regresar y de sorprender, como un todo unido, a las fuerzas infinitamente opuestas que lo dividen. Los So- nmbulos describieron esa divisin: la dispersin de los valores en sistetnas irreductibles, el vrtigo de la infinitud que empuja a cada uno de estos valores a ocupar todo el espacio y al mismo tiempo a deshacerse en medio de la abstraccin donde ella reina, la lgica que introduce su propia disolucin, la irracionalidad que triunfa ba- jo la mscara de la razn. Sin embargo, Los Sonmbulos concluan con una indecisa promesa de salvacin: a mayor angustia del hombre consciente de su soledad, mayor aspiracin a tener un gua, porta- dor de la redencin, que le tome de la mano y le permita captar, por sus actos, el incomprensible acontecimiento de este tiempo. "Tal es la nostalgia" -dice Broch-, nostalgia del Fhrer cuyo peligro sospechaba desde 1928 y con razn. Sin embargo, l tambin participa de esta nostalgia, y no re- nuncia a dar una respuesta al llamado absoluto que inicialmente re- conoci en la pasin fra de la abstraccin matemtica. Dnde est la unidad? Cmo las irreconciliables potencias que dividen al mun- do humano pueden afirmarse en un todo donde se revelara la ley secreta de su incesante contrariedad? La Muerte de Virgilio es la respuesta. No porque esta obra nos diga dnde est la verdad, sino porque ella misma la figura: poema, ella es esta esfera cerrada en la que se juntan las fuerzas de la emocin y las certidumbres razo- nables, la forma y el contenido, el sentido yla expresin. Entonces puede decirse que lo que est en juego para Broch en su obra es mucho ms que su obra: si puede escribirla, eso quiere decir que la unidad es posible; el smbolo se convertir en realidad, y el poema ser verdad y conocimiento. De ah la importancia que adquiere, en la segunda parte, el debate entre el poeta v su arte: la obra de arte ser siempre un smbolo y nada ms? Yen la frontera ms dis- tante, sta seguir encontrando la belleza y nada ms? Para responder a esta duda, y para saber si la obra literaria puede llegar a ser la aproximacin a ese punto en que el todo se afirma, y no slo el poder de magnificencia que momentneamente detiene al juego alternado de preguntas y respuestas, Broch, rom- piendo con las tradiciones novelsticas, pide a la forma lrica una nueva posibilidad de unidad y transforma al monlogo interior en 137 fuerza de progresion. Aunque reconociera todo 10 que le deba a ]oyce, recalc las escasas conexiones existentes entre la forma de Ulises y la que l utiliz. En ]oyce, los pensamientos, las imgenes, las sensaciones estn dispuestos en forma sucesiva, sin que nada los una, fuera de la gran corriente verbal que los arrastra. En Broch existe un juego de intercambios entre las diversas profundidades de la realidad humana, y un paso, a cada instante, del sentimiento al pensamiento, del estupor a la meditacin, de la experiencia bruta a una experiencia ms amplia, canalizada por la reflexin -y luego, sta, de nuevo, se sumerge en una ignorancia ms profunda, la cual se transforma, a su vez, en un saber ms interior. El ideal de Broch sera el de poder expresar, conjuntamente y como si fuera en una sola frase, todos los movimientos opuestos, mantenindoles en su oposicin, abrindolos asimismo a la unidad, y an ms: abarcando a cada instante y con motivo de cada acon- tecimiento, e incluso de cada palabra, en una simultaneidad que no pide nada al desarrollo temporal, la inmensidad del todo, que es su propsito. Si tantas de sus frases alcanzan tamaos desmesurados (los especialistas afirman que son las ms largas del idioma alemn), es porque cada una de ellas quisiera agotar el mundo, quisiera pa- sar por todos los niveles de la experiencia, quisiera unir siempre todo lo que choca entre s, crueldad y bondad, vida y muerte, ins- tantes y eternidad, pero no logra terminar porque la perpetua inver- sin del pro y del contra, el esfuerzo por no traicionar las pulsacio- nes incesantes, la sorda labor de las palabras contra las formas pre- maturamente acabadas, lo inducen a infinitas repeticiones y ampli- ficaciones que aparecen an ms compactas por el uso predilecto de los substantivos. En torno a esta forma de monlogo interior, dijo Broch: "Aqu se ha intentado algo absolutamente nuevo que podra llamarse co- mentario lrico de s mismo". En efecto, constantemente, l quiere unir las dos posibilidades: por un lado, mediante el ejercicio de un pensamiento vigilante, que se interioriza cada vez ms sin renunciar a su poder de reflexin, quiere mantener hasta el fin una exigencia de claridad y verdad; por el otro, mediante el recurso al canto, a las fuerzas lricas del ritmo y, sobre todo, a formas musicales de composicin, quiere superar, sin destruirlo, el contenido intelec- tual de la experiencia y asegurar a las exigencias discordantes de lo racional y lo irracional, esa medida comn que las reconciliar en un todo. Su libro siempre presenta una doble cara. Tiene una rea- lidad lgica que, hasta en los movimientos ms lejanos, nunca afecta 138 a la comprensin -en ello ms proximo a Proust que a Joyce; pero no menos expresivo por el poder subyugante que le proporciona su estructura rtmica y un modo de desarrollo intencionalmente imitado de la msica", La Muerte de Vrglo -dice Broch- es "un cuarteto o, ms exactamente, una sinfona", compuesta como podra serlo una obra musical y de acuerdo con el modelo de composicin conocido bajo el nombre de tema y variaciones. La obra, como una sinfona clsica, tiene cuatro movimientos, los cuales toman en cuatro elementos -agua, fuego, tierra y ter- y en cuatro actitudes espirituales -llegada, descenso, espera, retorno-, la doble indicacin que nos permite situar en los diversos mundos, mediante un juego de coor- denadas, la posicin exacta de Virgilio en el transcurso de su viaje. En cada parte, el escritor impone un ritmo nico al que corresponde un tipo particular de frase, destinado a hacernos sentir el pensa- miento nico del moribundo, en cada uno de los estados de su mi- gracin. Como 10 seala la seora Untermeyer, mientras ms acelerado es el tempo, ms agitada el alma, ms corta la frase; mientras ms lan- guidece el tempo, ms se une el pensamiento, entregado a los mo- vimientos de una bsqueda sin rumbo, a la perpetuidad de la no- che, y ms se complica, se alarga, se repite, se fij\l la frase, en un movimiento esttico, pareciendo dispuesta a diluirse en 10 informe. A veces, y sin cambio de tono, por una concentracin mayor de los elementos rtmicos, la prosa se convierte en poesa, como si en esos 1. El trabajo de metamorfosis de la traduccin valoriza esta doble realidad. La Muerte de Virgilio, obra difcil, tuvo la suerte de ser bien traducida, --en ingls, primero, por Mrs, Jean Starr Untermeyer, escritora de talento, quien, adems, trabaj varios aos con Broch-, y, recientemente, en francs, por Albert Kohn. Ambas versiones son notables. Pero por el carcter intrnseco de las dos lenguas, se valoriz ya sea el aspecto intelectual de la obra, o su magia expresiva. La versin francesa es de una fidelidad que se mantiene hasta en los ms mnimos matices y conserva la claridad y la exactitud de un pensamiento que nunca renunci a su rigor. La versin inglesa canta ms: hace ms sensible el gran flujo del monlogo interior, esa unidad lquida o bien esa irisacin, esa luz de arco iris que a veces brilla, a veces brilla an pero desvanecindose, pareciendo acompaar al pensamiento moribundo y prolongndolo ms all de s mismo. La versin inglesa casi canta ms que la versin original, y la versin francesa casi est ms clara, ms formada. Una vez ms, en esta oportunidad, se observa cun difcilmente se aclimata a la lengua francesa lo que se llama monlogo interior. Fue necesario el do- ble origen intelectual de Samuel Beckett para abrir el idioma francs a la verdad de esta forma. 139 instantes privilegiados, la virtud de la obra se cristalizara para ser ms visible. Estas son las partes ms autnticas del libro, all donde presentimos mejor, por encima de la propia angustia de Virgilio, anunciador de un tiempo que no conoce, la esperanza y la desespe- ranza del hombre que "an no es y, sin embargo, ya es": espera sin rumbo, partida perpetua, regreso, ilusin del regreso, "[ob retor- nar, retornar a las cosas, retornar al sueo, oh retornar una vez ms, oh huida!" Los rasgos de la obra Si se debiera, resumiendo este libro, determinar sus principa- les aspectos, tal vez podra decirse: como todas las grandes obras de este tiempo, las de Proust, de Joyce, de Thomas Mann, sin hablar de los poetas, La Muerte de Virgilio es una obra que tiene como centro su misma posibilidad. Qu amenaza al arte, expresin y afir- macin de la cultura de Occidente? El sufrimiento. Desde las pri- meras pginas, cuando debe caminar a 10 largo de la callejuela de la miseria, Virgilio se siente despojado de s mismo: vergenza de estar atado a sus propios recuerdos y de celebrar los fastos del origen, cuando se halla frente a ese tiempo sin pasado, sin porvenir, que es el de la manada-esclava, mutismo formado de voces Qu es la pa- labra potica si permanece ajena a 10 que no tiene memoria ni nom- bre? Una condena que no slo es condena moral, sino que afecta a la obra en sus races. No habr comunicacin verdadera, ni canto, si el canto no puede bajar, ms ac de cualquier forma, hacia lo in- forme y hada esa profundidad en que habla la voz exterior a todo lenguaje. Este descenso -descenso hacia lo indeterminado- trata de efectuarlo por su muerte. El espado del canto y el espado de la muerte nos son descritos como ligados y recobrados el uno por el otro. Otro rasgo esencial: como casi todos los grandes escritores mo- dernos, Broch quiere convertir en experiencia la expresin literaria. El cree que el monlogo interior, convertido "en comentario lrico", le permitir alcanzar el punto de presencia nico en donde se le abrirn, con una simultaneidad absoluta, el infinito del pasado y el infinito del porvenir. El piensa que por la fuerza del desarrollo mu- sical se unificarn plenamente los elementos patticos y los elementos filosficos de su obra, imgenes de lo heterclito del alma humana. Ambicin grandiosa, pero cabe preguntarse si l la sostiene hasta el final y, ms an, si mantendr la exigencia de ese movimiento 140 libre de descubrimiento que debera ser la justificacin de su obra. No dara ms bien la impresin de imponernos sus propias creen- cias previas, especialmente en la cuarta parte, cuando Virgilio entra, al morir, en la intimidad de la creacin, convirtindose en una es- pecie de Adam Kadmon, el Hombre csmico, el Universo metamorfo- seado en hombre y el hombre que regresa armoniosamente a los orgenes, pasando de la animalidad primitiva a la espesura vegetal original y al limo primordial, hasta que, unido a la nada del centro, de repente vea de nuevo la nada llenando el vaco e invirtindose en el todo, segn la esperanza cclica que exige que el final sea el comienzo". Sin duda, son pginas acertadas y armoniosas. Pero bastara acaso la satisfaccin musical? Garantizara la verdad? Lograra convencernos de la relidad de esa procesin fnebre y de la redencin que nos promete? No estaramos aqu en presencia de ese lenguaje de belleza y de ese falso saber metafsico del que Broch deseaba liberar al arte y del que la muerte habr de fran- quearnos tambin? A esto, probablemente, Broch hubiese contestado que conce- di a la agona del poeta, antao llamado Virgilio, el sentido que las concepciones orientales hicieron accesibles a su misma experien- cia". El acontecimiento tuvo lugar en el, espacio de esas imagi- naciones y por intermedio de ellas podemos nosotros, hombres del tardo Occidente, corresponderle mejor a ese pasado que es tambin el nuestro. En efecto, La Muerte de Virgilio no es slo el desarro- llo de una experiencia personal sino un mito, un esfuerzo por repre- sentar simblicamente el saber y el destino de toda la civilizacin occidental. Otro rasgo esencial. As como la historia de Lopold Bloom ha de leerse en el contexto de la Odisea, as como la suerte de Adrin Leverkhn es una reanimacin de Fausto y Las Historias de Jos una prueba para devolver la narracin a la juventud de sus fuentes mticas, asimismo Broch pidi a un nombre antiguo y a una leyenda los recursos de un relato capaz de hablarnos de nosotros mismos a partir de un mundo que nos fue a la vez prximo y ajeno. Su tarea l. Aqu no cabe investigar por qu tantos artistas estn dispuestos a aceptar el pensamiento de Nietzsche / sobre el eterno retorno. Und das End toar der Anfang, dice Broch. In my beginning is my end, in my end is my bcginning, dice T. S. Eliot, en East Coker. Y, para toda la obra de .Joyce, sobre todo, parece, para Finnegans Wake, es vlida la expresin de Joyce: The Vico road goes round to meet iohere ter-me begin. 2. Efectivamente, es el misterioso pensamiento de la ~ Egloga: Magnus ab integro saeculorum nascitu1' ordo. 141 no era fcil. Qu significa Virgilio para nosotros? Y Roma? Sin embargo, hasta donde poda tener xito, 10 tuvo. Su libro evita en parte los artificios del relato histrico, y poco a poco se nos impone con una real fuerza de verdad la gran presencia melanclica del poeta, la gravedad de su destino, su mundo, el presentimiento de esa reversin del tiempo que nosotros tambin presentimos. Sera fcil atribuir a los orgenes de Broch, nacido en Viena, cerca de Hofmannsthal, esa sensibilidad latina que, en el momento en que vacila justamente la herencia de Roma, 10 invita a despertar sus sombras, a reconocerse en ellas --porque Virgilio es Broch- y a garantizar su salvacin: por la muerte, es verdad. Aquellos que gustan de estas explicaciones dirn que Broch debe a su doble pa- trimonio, el de su pasado viens y el de su pasado judo, la como plejidad de sus dones y la osada de sus tentativas que templa, hasta en sus excesos, con cierta armona clsica. Heinz Politzer, que fue a visitarlo en Princeton despus de la guerra, reconoce en l a un consejero de la antigua corte de Austria: tiene los mismos modales, la cortesa, la elegancia, la seduccin espiritual, pero su rostro, fuer- temente esculpido, expresa el doloroso rigor de un pensamiento muy antiguo. Estos rasgos contradictorios, ms que un don nato, son el signo de una vocacin. Como todo artista moderno, como Joyce, tuvo una gran preocupacin por el arte y una gran desconfianza ante los medios del arte, una gran cultura y un gran hartazgo de la cul- tura, una pasin intelectual que quiere sobrepasar, superar a la in- teligencia y que se exalta en visiones msticas. Se nos dice que es- tuvo siempre en tratos con la muerte, pero sin patetismo y con un sentimiento alegre, casi mozartiano, que le permiti, hasta en las crceles de Hitler, jugar con ella y burlarse de ella inclusive. Esta confianza y esta ternura son las que finalmente se expresan en La Muerte de Virgilio: canto fnebre, Requiem, pero que nos invita, casi tiernamente, como el Requiem al estilo de Faur, a forzar las puertas del terror, para descender, tras nuestra amante memoria, hasta ese punto en que se cumplen la suerte o el saber del crculo. Suerte extraa, saber oscuro del que tambin nos habl Hof- mannsthal: "Quin conoce la fuerza del crculo, cesa de temerle a la muerte", y Rilke, que es de la misma familia: "Me gusta cuando se vuelve a cerrar el crculo, cuando una cosa se junta con la otra". "No hay nada ms sabio que el crculo." "El anillo es rico por su vuelta". 142 nI-LA VUELTA DE TUERCA CUANDO se leen los "Apuntes" de Henry James, parece extrao verlo preparando sus novelas con planos muy detallados que ciertamente modifica cuando escribe el libro, pero que a veces sigue fielmente. Si se comparan estos "Apuntes" con aquellos en que Kafka esbozaba sus relatos, la diferencia es evidente: en los Cuadernos de Kafka, no hay ningn plano, ningn anlisis previo; muchos esbo- zos, s, pero esos esbozos son la obra misma; a veces una pgina o una sola frase, pero esa frase est imbricada en la profundidad del relato, y si es una bsqueda, es la bsqueda del relato por s mismo, un camino que slo puede abrir el movimiento imprevisible de la escritura novelstica. Estos fragmentos no son materiales utili- zados luego. Proust emplea las tijeras y la goma; "pega con un al- filer una hoja adicional aqu o all, estas "paperoles" con las cua- les edifica su libro, "no se atreve a decir minuciosamente como una catedral, sino de manera muv sencilla como un vestido". Para otros escritores, el relato no puede construirse desde afuera: pierde toda fuerza y realidad si no contiene en si el movimiento de progresin por el cual descubre el espacio de su cumplimiento. Y ello no sig- nifica necesariamente, para el libro, una coherenda oscura e irra- donal: los libros de Kafka son, por su estructura, ms claros que los de James, menos difciles y menos complejos que los de Proust. "El tema es todo" El ejemplo de James, sin embargo, es, evidentemente, menos simple de lo que parece. En sus "Apuntes", l acumula las ancdo- tas, a veces interesantes, a veces muy mediocres, que recoge en los salones. Necesita temas. "El tema es todo -el tema es todo"-, escribe l con inquieta seguridad. "Mientras ms adelanto, ms in- 143 tensamente me doy cuenta de que slo tendr que apoyarme, de ahora en adelante, sobre la solidez del tema, sobre la importancia y la capacidad de emocin del tema. Todo lo otro se derrumba, se hunde, se vuelve corto, se vuelve pobre, se vuelve malo -lo trai- ciona a uno miserablemente". Esto tambin nos extraa. Qu es el "tema"? Un escritor tan refinado como J. L. Borges afirma que la li- teratura novelesca moderna es superior, no por el estudio de los caracteres y la profundizacin de la variedad psicolgica, sino cuando inventa fbulas o temas. Esto es una respuesta a R.L. Stevenson que tristemente observaba, en contra de s mismo -hacia 1882-, que los lectores ingleses desdeaban las peripecias novelescas y preferan la habilidad de los escritores capaces de escribir una novela sin te- ma "o con un tema nfimo, atrofiado". Ortega y Gasset declara cin- cuenta aos ms tarde, que es "muy difcil, hoy en da, inventar una aventura que pueda interesar nuestra sensibilidad superior". Y, se- gn Borges, nuestra sensibilidad superior est ms satisfecha que nunca. "Me creo exento de toda supersticin modernista, de ninguna ilusin de que ayer difiere profundamente de hoy o diferir de ma- ana, pero considero que ninguna otra poca ofrece novelas de te- ma tan admirable como la La Vuelta de Tuerca, El Proceso o El Via- je sobre la Tierra; o como esta novela que ha logrado, en Buenos Aires, A. B. Casares" (La inuencin de More!). El amor a la verdad habra podido incitar a Borges a nombrar, en el secreto de su me- moria, Las Ruinas circulares o La Biblioteca de Babel. Pero qu es un tema? Decir que la novela vale por el rigor de su intriga, por el poder fascinante de sus motivos, tal afirmacin no es tan tranquilizadora para la tradicin como quisiera pretenderlo; en efecto, es como decir que la novela no vale ni por la verdad de sus personajes, ni por su realismo psicolgico o exterior, que no debe contar con la imitacin ni del mundo, ni de la sociedad, ni de la naturaleza para mantener el inters. Por lo tanto, un relato con tema es una obra misteriosa y desprendida de toda materia: un re- lato sin personajes, una historia en que lo cotidiano sin historia y la intimidad sin acontecimientos -este fondo tan cmodamente dis- ponible- dejan de ser un recurso, y, adems, una historia en donde lo que ocurre no se limita a ocurrir por el juego de una sucesin superficial o caprichosa, episodios que sucederan a los episodios como en las novelas picarescas, sino que forma un conjunto unido, rigurosamente ordenado de acuerdo con una ley tanto ms impor- tante cuanto que permanece oculta, como el centro secreto de todo. 144 "El tema es todo -el tema es todo", ese grito de James es pattico, y la ayuda que generosamente la depara Borges no es de uso fcil. Cuando ste cita a El Proceso entre las obras modernas ms admirables que ninguna otra, por su tema, ello invita a refle- xionar. Es el tema de esa novela tan asombrosamente novedoso? Ya Vigny lo formul en algunas lneas graves, y Pascal, y tal vez cada uno de nosotros. La historia de un hombre en pugna contra s mis- mo, como en contra de una oscura justicia ante la cual no puede justificarse porque no la encuentra, es ciertamente digna de inters, pero es apenas una historia, menos an, una ficcin y, para Kafka, la referencia de su vida: esa culpabilidad tanto ms pesada por ser la sombra proyectada de su misma inocencia. Pero es se el tema del Proceso? Ese tema abstracto y vaco, esa frase seca mediante la cual lo resumimos? No, sin duda. Enton- ces, qu es un tema? Borges cita La Vuelta de Tuerca, relato que, en efecto, nos parece irradiar a partir de una historia impresionante y bella que sera su tema. Ocurre que, en los "Cuadernos", tres aos antes de escribir la obra, James consigna la ancdota que le sugiere la idea de esta obra. La relata el arzobispo de Canterbury: "esbozo muy vago, confuso, sin detalles", que el obispo recibi por su lado de parte de una dama que no tena don de expresin ni cla- ridad. "La historia de nios pequeos (nmero y edad indetermi- nadas), confiados a los criados, en un viejo castillo en medio del campo, probablemente tras la muerte de sus padres. Los criados, malos y depravados, corrompen y depravan a los nios; los nios son malos, llenos de perversidad en un grado siniestro. Los criados mueren (la historia sigue siendo imprecisa en cuanto a la forma en que mueren) y sus fantasmas, sus figuras, vuelven a habitar la casa y los nios, a quienes parecen llamar, invitndoles y solicitn- doles, desde el fondo de peligrosos rincones -desde la fosa pro- funda de una cerca hundida, etc ... , para incitarles a destruirse, a perderse obedecindoles, ponindose bajo su dominio. Mientras se les mantiene apartados, los nios no se pierden; pero esas presen- cias malficas tratan incansablemente de apoderarse de ellos, atra- yndoles all donde se encuentran". James aade: "Todo esto es oscuro e imperfecto -el cuadro, la historia- pero en ello existe la sugestin de un efecto, un extrao temblor de espanto. La his- toria debe relatarla -con suficiente verosimilitud- un espectador, un observador desde afuera". Sera se el tema de La Vuelta de Tuerca? All est todo y, para empezar, lo esencial: nios atados por una relacin dominadora 145 a figuras que los obsesionan y atraen, mediante el recuerdo de un mal, hacia ese espacio donde deben perderse. All est todo, e inclu- so 10 peor: los nios estn pervertidos pero tambin son inocentes ("mientras se les mantiene apartados de los espectros, los nios no se pierden"). James extraer de este motivo uno de sus efectos ms crueles: la ambigedad de esa inocencia, inocencia que es la pureza del mal en ellos, el secreto de la perfeccin de la mentira que disimula ese mal ante la gente honesta que los rodea, inocencia que todava puede ser la pureza en la que se convierte el mal al tocarles, la incorruptible ingenuidad que ellos oponen al verdadero mal, el de los adultos, o tambin el enigma mismo de las apariciones que se les presta, esto es, la incertidumbre que pesa sobre la historia e induce a preguntarse si no est enteramente proyectada en ellos por el espritu alucinado de su aya -que los atormenta con sus propias obsesiones hasta la muerte. Cuando Gide descubri que La Vuelta de Tuerca no era una his- toria de fantasmas sino, probablemente, un relato freudiano en el que la narradora -el aya con sus pasiones y sus visiones-, ciega respecto de s misma y terrible de inconsciencia, termina por hacer vivir a los nios inconscientes en unin de imgenes espantosas que sin ella no sospecharan, se sinti maravillado y encantado. (Pero, naturalmente, le quedaba una duda que le hubiese gustado disipar). Estara all, pues, el tema del relato, sobre el cual el arzobispo de Canterbury no tendra ya derechos de autor? Pero es ste, verdaderamente, el tema? El tema que James, conscientemente, se propusiera? Los editores de los "Cuadernos" se refieren a la ancdota para afirmar que la interpretacin moderna no es segura, que James quiso realmente escribir una historia de fantasmas, te- niendo como postulado la corrupcin de los nios y la realidad de las apariciones. Sin duda, 10 fantasmal slo est evocado indirecta- mente y el aspecto aterrador de la historia, el malestar escalofriante que suscita, provienen menos de la presencia de los espectros que del secreto desorden que provoca, pero tal es la regla que formulara James mismo en el prefacio de sus relatos fantsticos, cuando sub- raya "la importancia de presentar lo maravilloso y lo extrao limi- tndose casi exclusivamente a mostrar sus repercusiones en una sen- sibilidad y reconociendo que su principal elemento de inters radica en alguna impresin fuerte que producen y que se percibe con in- tensidad". 146 El corazn maligno de todo relato Por lo tanto, es muy probable que James no hubiese podido contestar a Gide ni confirmarlo en el placer de su hallazgo. Es casi seguro que su respuesta hubiese sido ingeniosa, evasiva y de- cepcionante. En verdad, la interpretacin freudiana, si se impusiera con la evidencia de una solucin, no dara al relato ms que un in- ters psicolgico momentneo, y ste correra el riesgo de perder todo lo que hace de l un relato, fascinante, indudable, inasible, en donde la verdad reviste la certidumbre escurridiza de una ima- gen, prxima como ella y como ella inaccesible. Los lectores mo- dernos, tan astutos, comprendieron todos que la ambigedad de la historia no solamente se explicaba por la sensibilidad anormal del aya, sino porque esta aya es tambin la narradora. Ella no se limita a ver a los fantasmas que tal vez habiten los nios, sino que es ella quien habla de ellos, atrayndoles en el espacio indeciso de la narra- cin, en ese ms all irreal donde todo se convierte en fantasma, todo se hace escurridizo, fugitivo, presente y ausente, smbolo del Mal bajo la sombra del cual Graham Greene ve a James escribiendo y que tal vez slo sea el corazn maligno del relato. Despus de consignar la ancdota, James aada: "La historia deber contarla -con suficiente verosimilitud- un espectador, un espectador desde afuera." Por lo tanto, se puede decir que en ese mo- mento le faltaba lo esencial, el tema: esta narradora que es la inti- midad misma del relato, intimidad en verdad extraa, presencia que intenta penetrar en el centro de la historia donde, sin embargo, sigue siendo una intrusa, un testigo excludo, que se impone por la violencia, que falsea el secreto, lo inventa quizs, lo descubre qui- zs, pero de todos modos lo fuerza, lo destruye y nos revela de l slo la ambigedad que lo disimula. Lo cual viene a decir que el tema de La Vuelta de Tuerca es, simplemente, el arte de James, ese modo de merodear siempre al- rededor de un secreto que, en tantos de sus libros, pone a actuar la ancdota, y que no slo es un verdadero secreto -algn hecho, algn pensamiento o verdad que podra ser revelado-, que ni si- quiera es un recoveco del alma, sino que escapa a toda revelacin, 147 porque pertenece a una reglan que no es la de la uz". De este arte, James tiene la conciencia ms viva, aunque en los "Cuadernos" se mantenga extraamente silencioso acerca de esta conciencia que tiene, salvo algunas excepciones, sta por ejemplo: "Mis saltos y mis vuelos, mis puentes mviles y mis grandes curvas comprensivas (en una o dos frases admirables) habrn de tener un atrevimiento impecable, magistral ... " Entonces cabe preguntarse por qu este arte, en el cual todo es movimiento, esfuerzo de descubrimiento e investigacin, pliegues, repliegues, sinuosidad, reserva, arte que no descifra, sino que es la clave de lo indescifrable, en vez de empezar a partir de s mismo, empieza por un esquema a menudo muy burdo, de lneas cerradas, con secciones numeradas; por qu tambin tiene que partir de una historia que narrar, que para l existe incluso antes de que la narre. Ante semejante particularidad, sin duda, caben muchas respues- tas. Y primero sta: el escritor americano pertenece a una poca en que la novela no es escrita por Mallarm sino por Flaubert y Mau- passant; por lo tanto, le preocupa dar a su obra un contenido im- portante y los conflictos morales cuentan mucho para l. Esto es cier- to. Pero hay otra cosa: James, evidentemente, le tiene miedo a su arte, lucha contra el "desparramamiento" al que ste le expone, re- chazando la necesidad de decirlo todo, de "decir y describir demasia- do", que puede llevarlo a alargarse prodigiosamente, cuando al con- trario admira ante todo una forma concisa. (James siempre ha so- ado con un xito popular. Tambin anhel tener ese xito en el teatro, un teatro inspirado en el peor de los teatros franceses. Es cier- to que, a semejanza de Proust, le gustan las escenas, 'la estructura dra- mtica de las obras; esta contradiccin mantiene en l el equilibrio). Existe en la forma que lo caracteriza un exceso, tal vez una parte de lo- cura, contra la cual procura precaverse, porque todo artista se asus- 1. Es tentador pensar que de esta manera alude constantemente al accidente que sufri hacia los dieciocho aos y del que raras veces habl, o siempre en forma velada: como si algo le hubiese sucedido que lo situara lo ms cerca posible de una imposibilidad misteriosa y exaltante. Naturalmente, se sugiri que esa lesin dorsal lo incapacit para llevar una vida normal (a ese soltero no se le conoci ninguna relacin firme, aunque se complaciera en la sociedad femenina). Tambin se pens que haba provocado, ms o menos voluntariamente, ese accidente (que se produjo cuando ayudaba a apagar un incendio en Newport), con el fin de evadir las luchas de la guerra civil. Si se habla de "autolesin psquica", entonces uno puede estar seguro de haberlo dicho todo, sin beneficio para nadie. 148 ta de s mismo. "Ah, poder al fin dejarse simplemente llevar!". "El resultado de todas mis reflexiones es que lo nico que me que- da por hacer es soltarme. Esto es lo que me dije durante toda mi vida ... Sin embargo, nunca lo hice totalmente!". A James lo inhibe comenzar: ese comienzo en que la obra es toda ignorancia de s misma, debilidad de lo que no tiene peso, ni realidad, ni verdad, y sin embargo comienzo necesario, de una ne- cesidad vaca e ineludible. De este comienzo, l tiene miedo. Antes de entregarse a la fuerza del relato, l requiere un esquema, el tra- bajo que clarifica y desmenuza el tema. "Dios me guarde -ade- ms no soy propenso a ello, el cielo es testigo- de descuidarme en mi observancia profunda de ese mtodo fuerte y saludable que con- siste en tener una armazn fuertemente construda, fuertemente sos- tenida y articulada!". Por este temor de comenzar, ocurre que se pierda en los preliminares que desarrolla cada vez ms, con minu- cia y vueltas en que ya se insina su arte: "Empieza, empieza, no te demores hablando de ello y dndole vueltas". "Slo debo aferrar- me y alinear palabra tras palabra. Aferrarme y alinear palabras, eterna receta". La divina presin Sin embargo, no todo se explica con eso. A medida que pasan los aos y que, de manera ms deliberada, James se acerca a si mismo, descubre la verdadera significacin de ese trabajo prelimi- nar que no es precisamente un trabajo. Habla siempre de esas horas de investigacin como de "horas benditas", de instantes "maravillo- sos, inefables, secretos, patticos, trgicos", o, tambin, como de un tiempo "sagrado" en el que su pluma ejerce "una presin encanta- da", convirtindose en la pluma "descifradora", la aguja mgica en movimiento cuyas vueltas y revueltas le hacen sentir las innumera- bles vas an sin trazar. Llama "divino" al principio del guin, "divina luz encendiendo las antiguas y santas y pequeas virtualida- des", "divina y antigua alegra del guin que hace latir mis arte- rias con sus pequeas y sagradas emociones, irreprensibles". (Por qu esa alegra, esa pasin, ese sentimiento de una vida maravillosa, que no puede evocar sin lgrimas, hasta el punto de que su cuader- no de apuntes, "el paciente, el apasionado cuadernillo se convier- te .. , en lo esencial de la vida"? Porque en esas horas de confiden- 1. En otra parte James habla de ese nervioso temor de abandonarse, que siempre lo paraliz. 149 cia consigo mismo, est en contacto con la plenitud del relato que no ha empezado an, cuando la obra, todava indeterminada, pu- ra de toda accin y de todo lmite, slo es posible, slo es la em- briaguez "bendita" de la pura posibilidad; y se sabe hasta qu ex- tremo lo posible -esa vida fantasmal e irreal de lo que no hemos sido, figuras con quienes siempre tenemos cita- ejerci en James una atraccin peligrosa, a veces casi 1 G ~ que tal vez slo pudo ex- plorar y conjurar por medio del arte. "Mientras ms adelanto, ms veo que el {mico blsamo, el nico refugio, la verdadera solucin del poderoso problema de la vida consiste en esta lucha frecuente, fecunda, intensa con la idea particular, el tema, lo posible, el lugar". Entonces puede decirse que ese momento del trabajo preliminar es tan necesario para James, tan maravilloso para su recuerdo, por- que representa el momento en que la obra, aproximada pero no tocada, permanece como el centro secreto alrededor del cual l se dedica, con un placer casi perverso, a investigaciones que puede tanto ms alargar cuanto que "desprenden" al relato pero no lo em- prenden todava. A menudo todas las precisiones anecdticas que desarrolla en sus planos, no solamente desaparecern de la obra mis- ma sino que se volvern a encontrar en ella como valores negativos, incidentes, a los que se alude corno a lo que precisamente no ha ocu- rrido. Por all, James experimenta no el relato que debe escribir sino su reverso, el otro lado de la obra, el que necesariamente oculta el movimiento de escribir y que lo preocupa, como si tuviera la an- gustia y la curiosidad -ingenua, emocionante- de lo que est de- trs de su obra mientras la escribe. As, pues, lo que en James se puede llamar la paradoja apasio- nada del plano, reside en que el plano representa, para l, la segu- ridad de una composicin determinada de antemano, as como lo contrario: la felicidad de la creacin, la que coincide con la pura in- determinacin de la obra, que la pone a prueba pero sin reducirla, sin privarla de todos los posibles que contiene (y tal es quizs la esencia del arte de James: hacer que a cada instante est presente toda la obra, e incluso detrs de la obra montada y limitada que est adquiriendo forma, deja presentir otras formas, el espacio infinito y ligero del relato tal como hubiese podido ser, tal como es ante cual- quier comienzo). Ahora bien, esa presin a la que somete la obra, no para limitarla sino, al contrario, para hacerla hablar completa- mente, sin reserva en su secreto sin embargo reservado, esa presin firme y suave, esa solicitacin apremiante, con qu nombre la de- signa? Con el nombre mismo que ha escogido como ttulo para su 150 historia de fantasmas: La Vuelta de Tuerca. "Qu puede resultar del caso de K. B. (una novela que no terminara), una vez some- tido a la presin y a la vuelta de tuerca?". Alusin reveladora. Ella nos confirma que James, ciertamente, no ignora cul es el "te- ma" de su relato: esa presin que el aya hace sufrir a los nios para arrancarles su secreto y que ellos sufren quizs tambin de parte de lo invisible, pero que es esencialmente la presin de la narracin misma, el movimiento maravilloso y terrible que el hecho de escribir ejerce sobre la verdad, tormento, tortura, violencia que conducen finalmente a la muerte, en donde todo narece revelarse. en donde, sin embargo, todo vuelve a caer en la duda y el vaco de las tinieblas. "Trabajamos en las tinieblas -hacemos lo que podemos- damos lo que tenemos. Nuestra duda es nuestra pasin y nuestra pasin, nuestra tarea. Lo dems es la locura del arte'": 1. As habla, confesin orgullosa y pattica, el VIeJO escritor de la Edad madura, cuando descubre que va a morir sin haber hecho nada, aunque haya cumplido maravillosamente todo aquello de lo que era capaz. 151 IV-MUSIL 1-LA PASION DE LA INDIFERENCIA TEMOque la obra de Robert Musil, puesta al alcance de los lectores franceses gracias a los esfuerzos de un valiente traduc- tor, se alabe porque s. Tambin temo lo contrario: que se comente ms que se lea, pues ella brinda a los crticos, por su designio ex- cepcional, sus cualidades contradictorias, las dificultades de su eje- cucin, la profundidad de su fracaso, todo lo que les atrae, tan prxi- ma al comentario que muchas veces parece haber sido comentada ms que escrita y poder criticarse en vez de ser leda. Con cuantos maravillosos, insolubles, inagotables problemas nos colma esa gran tentativa. Y cunto nos gustar, tanto por sus defectos de primer or- den como por el refinamiento de sus virtudes, por lo que tiene de excesivo y, dentro de sus excesos, de retenido, y, finalmente, por su imponente fracaso. Otra obra inmensa, inacabada e inacabable. Otra vez la sorpresa de un monumento admirablemente en ruinas. Tal vez sea agradable ver bruscamente salir de la oscuridad, pero al tiempo saber que estaba all como en reserva, a un autor desconocido y a una "obra maestra" desconocida. Nuestra poca, que lo sabe todo inmediatamente, gusta de esas injusticias que lue- go repara y de esos descubrimientos que a veces hace con brillo, des- pus de tratar a una obra con indiferencia, pese a las opiniones de algunos hombres ilustrados: como si, en su conocimiento universal, fuese feliz de no conocerlo todo y de poder conservar en s misma, invisibles, obras capitales que slo descubrira por una feliz casua- lidad. Fe en las obras maestras desconocidas que se acompaa de una inslita confianza en la posteridad. Seguimos creyendo, con la fuerza de un prejuicio invencible, que el porvenir acoger necesaria- mente lo que rechaza el presente, por poco que as lo desee el arte. 153 y no existe artista, incluso sin gusto por el cielo, que no muera siempre seguro y siempre feliz de ese otro cielo con que el futuro deber retribuir a su pobre sombra. Si consideramos como anormal al escritor que muere olvidado y contento de serlo -aunque esa desaparicin tenga probablemente el sentido ms importante-, Robert Musil nos aparecer entonces como muy clsico. No le gust ni busc su triste destino. Muchas veces juzg con una severidad casi agresiva a los grandes escritores de su tiempo con quienes se equiparaba, pero que no igualaba en cuanto a fama se refiere. Adems, de ningn modo fu ignorado. El mismo afirm que su renombre era el de un gran poeta que slo tuvo pequeas ediciones: no le faltaban sino el nombre, el peso social: tambin dijo que el conocimiento que de l se tena estaba al nivel de la ignorancia, "tan conocido como desconocido, lo cual no quiere decir semi-conocido, sino que produce una mezcla extraa". En pri- mer lugar, autor de una novela brillante que le vali dos premios y reputacin, l se hunde luego, metdicamente, en una obra desme- surada en la que trabaja durante cuarenta aos, casi toda su vida creadora, lo que para l es el equivalente de su vida. En 1930, cuan- do an vive, publica una primera parte que no le trae la gloria de Proust, aunque da la impresin de ser una obra de primera importan- cia; poco tiempo despus, en 1932, publica apresuradamente el pri- mer volumen de la segunda parte, como para prevenir los trastor- nos cuya amenaza presiente. Pero el xito no vino sino la ruptura con el porvenir, la pobreza, el estremecimiento del mundo y, por ltimo, el exilio. Ciertamente, no es el nico escritor de lengua alemana que conozca las dificultades de la emigracin. Otros fueron fsicamente ms amenazados, padecieron adversidades ms atroces. Musil vive pobremente en Ginebra, sin duda muy aislado (aunque teniendo a su lado a Martha Musil, su mujer), aislamiento del que se queja tras haberlo buscado: en su Diario, alrededor de 1939, ano- ta: "Oposicin interior a mis amigos y enemigos; deseo de no es- tar en ninguna parte y, sin embargo, pesar y queja, cuando en todas partes se me rechaza". No cabe duda de que, en el transcurso de los diez ltimos aos -cifra aproximada-, ha cambiado no slo a causa de los acontecimientos sino frente a su obra, que, en s, cam- bia, mientras sigue trabaindola con tozudez y lentitud, mantenien- do ms mal que bien las grandes lneas del proyecto primitivo (aunque muchas veces modificado). No se puede pasar por alto, creo, el profundo trastorno que le produce este libro: ya no lo domi- na completamente, el libro le resiste a l y l resiste al libro, buscan- 154 do imponerle un plano que tal vez dej de convenirle. Su muerte repentina, que no haba previsto, concedindose siempre veinte aos ms, lo sorprende, pues, en el momento ms sombro de la guerra y de su tarea creadora. Ocho personas lo acompaan al l- timo exilio .Diez aos ms tarde, cuando un amigo devoto, conti- nuando el trabajo de Martha Musil, publica la edicin definitiva, se le saluda como al igual de Proust o de Joyce. Cinco aos ms, y lo traducen al francs. Ms que la oscuridad, me asombra casi la prontitud y el resplandor de esta celebridad ante la cual, con esa irona pstuma que sin duda podemos seguir atribuyndole, no deja de maravillarse en silencio. Aunque slo se conozca, junto con la novela, su Diario, recien- temente publicado, en seguida sobrecoge, seduce y a veces sorprende esta figura compleja. Un hombre difcil, capaz de criticar lo que apre- cia y de sentirse atrado por lo que rechaza; en muchos aspectos, un hombre moderno que admite la era nueva tal como es y que prev lcidamente en qu se convertir: hombre de sabidur<1.de ciencia, espritu exacto y de ningn modo dispuesto a maldecir las temibles transformaciones de la tcnica; pero, a la vez, por sus or- genes, por su educacin y la certidumbre de la tradiciones, hombre de antao. de refinada cultura, casi un aristcrata, v si bien presenta del viejo Imperio Austro-Hngaro, al que llama Cacania, un cuadro fuertemente satrico. no es como para creer que se sienta aieno a ese mundo de la decadencia, mundo de una civilizacin pretrita y, sin embargo, capaz de una vida creadora intensa: en efecto, recorde- mos que cacanios fueron no slo Musil, sino Hofmannsthal, Rilke, Freud, Husserl, Trakl, Broch, Schoenberg, Reinhardt, Kafka, Kass- ner, nombres que bastaran para demostrarnos que las culturas mori- bundas son muy capaces de producir obras revolucionarias y talentos de porvenir. Musil es hombre de Cacania, un detalle que no podemos olvi- dar, lo mismo que, en su libro, no debemos limitarnos a buscar el espritu del autor a travs de los descubrimientos del hroe central, sino tambin a travs de los movimientos contrapuntsticos que rea- lizan las otras figuras, a veces caricaturescas, pero de ningn modo ajenas a su irnica simpata. Toda la fabulosa y ridcula historia de la Accin paralela -la cual sirve de columna a la primera parte del libro- no solamente muestra los esfuerzos de algunos fantoches de la alta sociedad para celebrar el apogeo de un Imperio que ya est al borde del abismo, sino que tambin tiene un sentido grave, se- cretamente dramtico: el de saber si la cultura puede darse un va- 155 lar ltimo o si s610 puede desplegarse gloriosamente en ese vado del que nos protege disimulndolo. Hombre de antao, hombre enteramente moderno, escritor casi clsico, aunque su lengua sea intencionalmente despojada y de una rigidez liviana y refinada, de vez en cuando con imgenes ilumina- doras, escritor que, sin embargo, est dispuesto a darlo todo a la li- teratura (hasta el extremo de formular esta pattica alternativa: "sui- cidarse o escribir"), pero tambin dispuesto a ponerla al servicio de la conquista espiritual del mundo, a prestarle fines ticos, a procla- mar que la expresin terica del ensayo tiene en nuestros das ms valor que la expresin esttica. Como Valry y como Broch, l ex- trajo de su trato con las ciencias, y en especial con las matemticas, un ideal de precisin cuya ausencia le hace las obras literarias va- nas y poco soportables. La impersonalidad del saber, la impersonali- dad del cientfico, le revelan una exigencia con la que se siente peligrosamente de acuerdo y en la que buscar cules son las trans- formaciones que producira en la realidad, si la realidad del tiempo no tuviera un siglo de atraso en relacin con el saber del tiempo. El tema central El tema central, al suponer que realmente exista uno en este libro esencialmente bipolar, est representado exactamente por su ttulo, Der Mann obne Eigenschaften. Ese ttulo pasa difcilmente a nuestra lengua]. PhiJ1ippe Taccottet, traductor tan exacto como excelente escritor y poeta, midi ciertamente el pro y el contra. Gide, graciosamente, propona un ttulo gideano: El hombre disponible. La revista Mesures propuso, de manera sutil, El hombre sin caracte- res. Creo que hubiese retenido la traduccin ms simple, ms pr- xima al alemn y ms natural en francs: El hombre sin particula- ridades. La expresin "El hombre sin cualidades", aunque de uso elegante, ofrece el inconveniente de no tener sentido inmediato" y de hacer perder la idea de que el hombre en referencia no posee propiedad alguna: ni cualidades ni tampoco sustancia. Su partcula- l. Observaciones vlidas antes que nada para el idioma francs, pero tambin en cierto grado para todo idioma latino. (N. del T.). Una editorial espaola ha publicado la primera parte de esta obra, en traduccin de Jos M. Senz, bajo el ttulo de El hombre sin atributos (N. del E.). 2. No tiene sentido inmediato porque la voz francesa qualit es, a la vez, calidad y cualidad. En esto el castellano es ms preciso. (N. del T.) 156 ridad esencial, dice Musil en sus notas, consiste en que no tiene nada particular. Es el hombre cualquiera y, ms profundamente, el hombre sin esencia, el hombre que no acepta cristalizarse en un ca- rcter ni fijarse en una personalidad estable: el hombre sin duda pri- vado de s mismo, pero porque rechaza, como pertenecndole en particular, ese conjunto de particularidades que le vienen de afuera y que casi todos los hombres identifican ingenuamente con su pura alma secreta, lejos de ver en ello una herencia extraa, accidental y aplastante. Pero aqu, en seguida, hay que entrar en el espritu de la obra que es precisamente el espritu en forma de irona. La irona de Musil es la luz fra que, invisiblemente, cambia de vez en cuando la iluminacin del libro (sobre todo en la primera parte) y, aunque muchas veces indistinta, no nos deja reposar en la distincin de un sentido preciso u otorgado por adelantado. Ciertamente, dentro de una tradicin como la de la literatura alemana, en donde la irona ha sido elevada a la seriedad de una categora metafsica, la bsque- da irnica del hombre sin particularidades no es una creacin abso- luta, y tambin viene despus de Nietzsche, cuya influencia recibi Musil aun rechazndola. Pero aqu la irona es uno de los centros de la obra, es la relacin del escritor y del hombre consigo mismo, re- lacin que no se produce sino en la ausencia de cualquier relacin y con el rechazo de ser alguien para los dems y algo para s mismo". Es un don proftico y un principio metdico. Si se buscara esa irona en las palabras, difcilmente se encontrara o bien estara a punto de corromperse en dardos satricos. All donde mejor se ve es en la composicin del libro; est en determinadas situaciones, en su reversin, en el hecho de que los pensamientos ms serios y los movimientos ms autnticos del hroe, Ulrico, siempre se repiten en otros personajes bajo una forma lamentable o risible. As, el esfuer- zo por asociar el ideal de exactitud con ese vaco que es el alma -una de las primeras preocupaciones de Ulrico- tiene como rpli- ca el idilio de Ditima, el alma sublime, con Arnheim, poderoso in- dustrial, capitalista intrigante y filsofo idealista, para el cual Rathe- nau le sirvi a Musil de modelo. As, la pasin mstica de Ulrico y de su hermana se prolonga y se repite tristemente en las relaciones de Ulrico con Clarisa, experiencias inspiradas por Nietzsche y que ter- minan en una histeria estril. De todo esto resulta que los aconte- cimientos, alterndose de un eco al otro, no slo pierden su mera l. La irona es un intercambio entre frialdad y sentimiento. 157 significacin sino tambin su realidad y, en vez de desarrollarse en historia, designan el mbito movedizo en donde los hechos ceden ante la incertidumbre de las relaciones posibles. Hnos aqu ante otro aspecto de la obra. El hombre sin parti- cularidades, que no quiere reconocerse en la persona que es, para quien todos los rasgos que lo particularizan no hacen de l nada par- ticular, nunca prximo a lo ms prximo, nunca ajeno a lo exterior, se define as mediante un ideal de libertad, y tambin porque vive en un mundo -el mundo moderno, el nuestro- en que los hechos particulares estn siempre a punto de perderse en el conjunto imper- sonal de las relaciones cuya momentnea interseccin es lo nico que representan. En el mundo, el de las grandes ciudades y de las grandes masas colectivas, poco importa saber si esto o lo otro tuvo lu- gar de verdad y de qu fenmeno histrico nos creemos autores o testigos. Lo que tiene lugar permanece inasible y, adems, accesorio e incluso nulo: slo importa la posibilidad de lo que sucedi en una forma determinada, pero que hubiese podido acaecer en otra: slo valen la significacin general y el derecho del espritu a buscar esta significacin, no en lo que es y no es nada en particular, sino en la extensin de los posibles. Lo que llamamos realidad es una utopa. La historia, tal como nos la representamos y creemos vivirla, con su tranquilamente lineal sucesin de incidentes, tan slo expresa nues- tro deseo de limitarnos a cosas firmes, a acontecimientos incontesta- bles, desarrollndose en un orden simple, visin atrayente que valo- riza y aprovecha el arte narrativo, eterna literatura de nodrizas. Esa felicidad narrativa, sobre cuyo modelo se constituyeron siglos de rea- lidades histricas, ya no puede Ulrico compartirla. El ya no vive en un mundo de acontecimientos sino de posibilidades, donde no ocu- rre nada que pueda relatarse. Extraa situacin para un hroe de novela, pero ms extraa an para el novelista. E incluso como ficcin, ser real el hroe mismo? Pero este hroe acaso no es ms que eso, vale decir, la atrevida y arriesgada experiencia cuyo solo cumplimiento, asegurndole que es posible, lo har por fin real, aun cuando sea nada ms que a ttulo de posibilidad? El hombre posible Lentamente vamos vislumbrando la amplitud del designio que Musil ha sostenido durante tantos aos. El mismo lo aclar muy len- tamente. Pens en su libro desde comienzos de siglo y hallamos en su Diario escenas y situaciones extradas de las aventuras de su ju- 158 significacin sino tambin su realidad y, en vez de desarrollarse en historia, designan el mbito movedizo en donde los hechos ceden ante la incertidumbre de las relaciones posibles. Hnos aqu ante otro aspecto de la obra. El hombre sin parti- cularidades, que no quiere reconocerse en la persona que es, para quien todos los rasgos que lo particularizan no hacen de l nada par- ticular, nunca prximo a lo ms prximo, nunca ajeno a lo exterior, se define as mediante un ideal de libertad, y tambin porque vive en un mundo -el mundo moderno, el nuestro- en que los hechos particulares estn siempre a punto de perderse en el conjunto imper- sonal de las relaciones cuya momentnea interseccin es lo nico que representan. En el mundo, el de las grandes ciudades y de las grandes masas colectivas, poco importa saber si esto o lo otro tuvo lu- gar de verdad y de qu fenmeno histrico nos creemos autores o testigos. Lo que tiene lugar permanece inasible y, adems, accesorio e incluso nulo: slo importa la posibilidad de lo que sucedi en una forma determinada, pero que hubiese podido acaecer en otra: slo valen la significacin general y el derecho del espritu a buscar esta significacin, no en lo que es y no es nada en particular, sino en la extensin de los posibles. Lo que llamamos realidad es una utopa. La historia, tal como nos la representamos y creemos vivirla, con su tranquilamente lineal sucesin de incidentes, tan slo expresa nues- tro deseo de limitarnos a cosas firmes, a acontecimientos incontesta- bles, desarrollndose en un orden simple, visin atrayente que valo- riza y aprovecha el arte narrativo, eterna literatura de nodrizas. Esa felicidad narrativa, sobre cuyo modelo se constituyeron siglos de rea- lidades histricas, ya no puede Ulrico compartirla. El ya no vive en un mundo de acontecimientos sino de posibilidades, donde no ocu- rre nada que pueda relatarse. Extraa situacin para un hroe de novela, pero ms extraa an para el novelista. E incluso como ficcin, ser real el hroe mismo? Pero este hroe acaso no es ms que eso, vale decir, la atrevida y arriesgada experiencia cuyo solo cumplimiento, asegurndole que es posible, lo har por fin real, aun cuando sea nada ms que a ttulo de posibilidad? El hombre posible Lentamente vamos vislumbrando la amplitud del designio que Musil ha sostenido durante tantos aos. El mismo lo aclar muy len- tamente. Pens en su libro desde comienzos de siglo y hallamos en su Diario escenas y situaciones extradas de las aventuras de su ju- 158 ventud, que slo deban figurar en la parte final de la obra (tal como la restjtuye, por lo menos, la publicidad pstuma) 1. No debemos olvidar esa lenta maduracin, esa vida que su vida pro- porciona a la obra y esa experiencia extraa que hace depender a su existencia de un libro sin fin, y luego la transforma hacindola fun- damentalmente improbable. El libro es la vez superficial y profun- damente autobiogrfico, Ulrico nos refiere a Musil, pero Musil est ansiosamente ligado a Ulrico, slo en l encuentra su verdad: pre- fiere estar sin verdad antes que recibirla de afuera. Existe, pues, un primer plano donde "el hombre sin caracteres" reproduce curiosa- mente los elementos de su "carcter" en los que volveramos a en- contrar el carcter del autor: la indiferencia apasionada, la distancia que pone entre sus sentimientos y l, la negativa a comprometerse y a vivir fuera de s mismo, la frialdad que es violencia, el rigor del espritu y el dominio viril, unidos, sin embargo, a cierta pasividad que advertimos a veces en las peripecias sensuales del libro. El hom- bre sin particularidades es ms bien lo contrario: una presencia viva que se convierte en pensamiento, una realidad que se convierte en utopa, un ser particular descubriendo progresivamente esa particu- laridad suya que consiste en carecer de particularidad, y tratando de asumir esta ausencia, elevndola a una bsqueda que lo convierte en un ser nuevo, tal vez en el hombre del porvenir, el hombre terico, cesando al fin de ser para ser autnticamente lo que es: un ser so- lamente posible pero abierto a todas las posibilidades. La irona de Musil es muy sutil para su propsito. No olvide- mos que Ulrico recibe su apodo (el hombre sin particularidades) a ttulo de crtica, de parte de su amigo de juventud, Walter (amigo de juventud de Musil) , quien, en el momento en que empieza el libro, ya casi no es su amigo. Un hombre sin particularidades? "Qu es esto?", pregunt Clarisa, rindose tontamente. La res- puesta es significativa de la ambigedad musiliana: "Nicbts. Eben nichts ist das!" - "Nada, precisamente nada en absoluto". Y Walter aade: "Hoy son millones. He aqu la especie que ha producido nues- 1. En un interesante estudio, Martn Fluker cita esta carta que le dirigi Musil en 1934: "Por desgracia no puedo hablar sino brevemente de los problemas de mi trabajo. Siguen planten- dose problemas hoy en da? A veces se cree lo contrario. La nica razn que podra persuadirme de que no me extravo completa- mente es la larga duracin de mi bsqueda; desde los principios que se remontan a antes de 1914, mis problemas han sido plan- teados de nuevo tan a menudo que han adquirido la densidad de cierta permanencia (Almanach, 1958). 159 tra poca." Este juicio, Musil no se 10 atribuye personalmente, pero no 10 rechaza. El hombre sin particularidades no es slo el hroe li- bre que rechaza toda limitacin y, rechazando la esencia, presiente que tambin hay que rechazar la existencia, reemplazada por la po- sibilidad. En primer lugar, es el hombre cualquiera de las grandes urbes, el hombre intercambiable, que no es nada y no aparenta na- da, el "uno" cotidiano, el individuo que dej de ser un particular y se confunde con la verdad helada de la existencia impersonal. Aqu, el Musil de antao no renuncia a atacar al Musil de hoy, el cual, amparndose bajo la impersonalidad de la ciencia y de esa extraeza que se siente ser, pretende valientemente descubrir en la nada que es -Nada, precisamente nada en absoluto- el principio de una nueva moral y el comienzo de un hombre nuevo. El no ignora los peligros de esta bsqueda, 10 mismo que est lejos de desvincular su suerte -ya 10 he subrayado-- de la antigua Cacania, y la ruina que implica su movimiento ser la de ambos. No obstante, no cede en su esfuerzo grandioso de seguir, incluso como novelista, el camino de la experimentacin ms temeraria, por odio a la ilusin y por afn de exactitud. Incluso antes de 1914, vio que la verdad condenaba a su mundo y prefiri la verdad antes que nada. Lo curioso es que ese amor a la verdad, que concibi durante una breve y apasionada carrera de ingeniero, de logstico, de matemti- co y casi de profesor de psicologa, finalmente haga de l un literato que se 10 juega todo en el gesto audaz de una novela -una novela que, por una de sus partes esenciales, bien puede llamarse mstica. 2 - LA EXPERIENCIA DEL "OTRO ESTADO" Cuando apareci, en 1930, la primera parte de El hombre sin particularidades, dudo que aun el lector ms ingenioso haya podido adivinar cul iba a ser la continuacin. Lea, con timidez y sorpre- sa, una novela de lengua clsica y forma desconcertante, que a ve- ces se pareca a una novela, otras a un ensayo, que a veces evocaba a Wilhelm Meister, y otras a Proust, a Tristan Shandy, o a Monsieur Teste: si el lector era sensible se complaca en una obra que vea muy bien cmo se le escapaba, aunque no dejase de ser, por una fal- sa apariencia, su propio comentario. Pero tena dos certezas, una, que Musil describa, con irona, frialdad y sentimiento la cada de la Casa Usher, la que abrigara las ilusiones de los hombres en vspe- ras de la primera guerra mundial; otra, que el protagonista del libro, Ulrico, era un hroe del espritu, siguiendo una aventura enteramente 160 intelectual al procurar VIVlt segn los peligros de la exactitud y la fuerza impersonal de la razn moderna. El lector de 1932 -cuando se publica el primer volumen de la segunda parte- se habr sentido desconcertado? Pero el destino de Musil ya se ha realizado, porque casi no hubo lectores. Adems, ese volumen, que casi iniciaba el segundo episodio, terminaba en una forma tan hbil y desafortunada que la publicacin pareca casi completa y el nuevo tema haber llegado a su conclusin, cuando, to- do lo contrario, en los cientos de pginas por las que se continuara con un desesperado impulso, la misma historia haba de abarcar pe- ripecias muy distintas, de donde resultara una alteracin de sentido que nos perturba aun hoy en da, como creo que perturb a Musi!. Porque, adems, a partir de all lo sentimos empeado en una desme- surada tarea creadora y tal vez en una experiencia que sobrepasa sus previsiones. Todo se hace ms difcil, menos seguro, aunque no fue- se ms oscuro (porque lo que nos llega es a menudo una luz sen- sible y simple), pero s ms extrao al cumplimiento voluntario que patticamente se obstina en obtener de s mismo. Algo le escapa, y se asombra, se asusta, se rebela ante estos excesos, exceso de sensi- bilidad, exceso de abstraccin, que l trata de introducir dentro de un plano premeditado, como escritor riguroso que es, siempre ms inclinado a no escribir que a escribir para favorecer ilusiones. La doble versi6n del hombre moderno Lo exaltante es que la imprevisible continuacin del libro no slo est ligada a la profundizacin de su tema, sino que se hace ne- cesaria debido a la mitologa peculiar del escritor y a la coherencia de algn sueo oscuro. Tropezamos con una aventura tan motivada como injustificada. Cuando Ulrico, el indiferente que rechaza el mun- do estable de las realidades particulares (la seguridad de las dife- rencias particularizadas), se encuentra con su hermana Agata junto al atad de su padre, un hombre que ambos no quisieron, un an- ciano pedante y ennoblecido, este encuentro es el principio de la ms bella pasin incestuosa de la literatura moderna. Pasin de una forma singular, mucho tiempo y casi no consumada hasta el final, aunque, siendo la ms libre y la ms violenta, a la vez metdica y mgica, principio de una bsqueda abstracta y de una efusin msti- ca, unin de lo uno y de lo otro, en el vislumbramiento de un estado supremo, el otro estado, el Reinado milenario cuya verdad, al prin- cipio accesible a la pasin privilegiada de la pareja prohibida, al fi- nal se extender quizs a la ardiente comunidad universal. 161 Desde luego, en esto no hay nada arbitrario y sera engaoso presentarlo como una supervivencia romntica". Que Ulrico, el hombre sin particularidades en quien despierta el movimiento im- personal del saber, la neutralidad de las grandes existencias colec- tivas, la fuerza pura de la conciencia valeriana (de Valry), la cual no empieza sino rechazando ser sea lo que fuere, hombre de pen- samiento, teora de s mismo e intento de vivir en una forma de pura abstraccin, que Ulrico, pues, se abra al vrtigo de las expe- riencias msticas, es sorprendente, pero necesario, pertenece al sentido del movimiento que le pertenece, esa impersonalidad que l acoge deliberadamente y experimenta, ya sea como la soberana indetermi- nacin de la razn o como el vaco indeterminado, invirtindose en plenitud, de la existencia mstica. As, el rechazo de estar con los dems y consigo mismo en relaciones muy determinadas, muy parti- culares -fuente de la atrayente indiferencia que es la magia de Ul- rico (y de Musil )-, da lugar a esta doble versin del hombre mo- derno: capaz de la mayor exactitud y de la ms extrema disolucin, dispuesto a satisfacer su rechazo de las formas estticas tanto por el intercambio indefinido de las formulaciones matemticas como por la bsqueda de lo informulado, procurando, finalmente, suprimir la realidad de la existencia para estirarla entre lo posible que es sentido y el no-sentido de lo imposible. Ulrico se encuentra con gata. Desde su infancia, casi se ha ol- vidado de su hermana. En la casa funeraria, la manera como surgen el uno frente al otro, extraados al descubrir sus facciones e incluso sus ropas similares, la sorpresa de sus relaciones aun desapercibidas, la vuelta de un pasado irreal, la complicidad de ciertos gestos (cuan- do sustituyen en el uniforme del muerto las verdaderas condecora- ciones por otras falsas; y ms tarde Agata falsificar el testamento para perjudicar a su marido), la libertad infantil con la cual, bus- cando un ltimo obsequio que hacerle, la joven se quita la ancha cinta de su liga, para meterla en el bolsillo del anciano, as como muchos detalles ms, expresados en un estilo de absorbente sobrie- dad, preparan, en una atmsfera semi-nocturna, semi-diurna, la es- cena que todos estamos dispuestos a aceptar, pero que, en verdad, no se produce, sino que se producir mucho ms tarde, cuando nues- tros anhelos y los suyos tal vez ya no se satisfagan con ello. Sera 1. gata dice, sin embargo, pero en un fragmento tardo: "Hemos sido los ltimos romnticos del amor". "Ensayo de anarqua en el amor", dice Musil en otro fragmento tardo, para caracterizar la tentativa de la pareja. 162 por respeto a las prohibiciones? En cierta medida solamente y sin prejuicio moral alguno; pero ninguno de los dos pretende agotar demasiado pronto la suerte que les brinda la aventura peligrosa de sus nuevas relaciones, suerte que consiste en ser imposible. El cumplimiento incumplido "Lo que casi ocurri aunque no ocurriera", "Lo que real- mente sucedi sin que nada sucediera", "lo que tuvo lugar, pero acaso tuvo lugar?", ese acontecimiento presente, real e irrealizable, ni deseado ni rechazado sino prximo, de una candente proximidad a la que no basta la realidad y que abre el mbito de 10 imaginario, da a 10 imposible una forma casi corporal en la que se unen en ex- traos movimientos el hermano y la hermana, movimientos tan pu- ros como libres, cuya descripcin constituye la experiencia ms no- vedosa de la obra. Es de aadir que esta pasin maravillosa, duran- te mucho tiempo muy desprovista de cuerpo, tiene a la palabra co- mo mediadora. Esto 10 busca Musil deliberadamente: "En el amor, las conversaciones desempean casi un papel mayor que todo 10 otro: el amor es la ms conversadora de todas las pasiones y consiste es- pecialmente en la felicidad de hablar ... El hablar y el amar estn esencialmente ligados." No dir que esta idea, muy musiliana, pue- da convencernos fuera de la obra de Musil; tampoco dir que slo es una estratagema para justificar las conversaciones tericas que componen su libro. Para apreciar la transformacin que afecta al lenguaje abstracto cuando se avecina "el estado maravilloso, ili- mitado, increble e inolvidable en el que todo quisiera unirse en un S nico", hay que buscar, en la embriaguez de los sentimientos y el dominio de la palabra, una relacin comn que los transforma mu- tuamente, convirtiendo la aridez abstracta en un nuevo estado de pasin y el arrebato sentimental en una sangre fra ms alta. Palabras que no van sin una gran necesidad de silencio. En la pa- reja Ulrico-Agata, la parte silenciosa est felizmente representada por la joven, y sta, no sin un pensamiento oculto e incisivo, emer- giendo de su estado de disolucin espiritual y desamparo corporal, tristemente opina, ante la pasividad conservadora de su hermano: "El hubiera debido hacer otra cosa en vez de hablar." Un da, Agata ir hasta la preparacin del suicidio, y esta cri- sis dar al idilio un nuevo cariz. "No nos mataremos antes de pro- barlo todo." Entonces empieza "el viaje al paraso", representado, segn la tradicin goethiana, por el viaje hacia el Sur. Pero esta de- cisin, muy deliberada, viene muy tarde. Ya ochocientas pginas de 163 un texto muy apretado han reunido a quienes permanecen ntima- mente separados, llevndoles, ms all de todo sentimiento y en el cansancio mismo del sentir, a movimientos de lenta y profunda metamorfosis, en todo semejantes -nos dicen- a los de los ms- ticos. Parece, pues, que haya sido alcanzado el absoluto por adelan- tado y que la tentativa de Ulrico, en el cumplimiento incumplido, haya encontrado ya su trmino. Porque la extraa relacin del hermano con su hermana -muy alejada en este sentido, pero solamente en ste, de la perversin y el reto byronianos- significa precisamente lo que el hombre sin particularidades busca en vano y no puede encontrar sino por falta: unindose a esa hermana que es algo as como su Yo ms bello y ms sensible (el cuerpo de la encarnacin que le falta), encuentra en ella esa relacin consigo mismo de la que carece, una tierna re- lacin que es el amor propio, Eigenliebe, el amor particular de s mismo que un hombre sin particularidades, ciertamente, no puede co- nocer, a menos que halle en el mundo su identidad errante bajo la forma de su doble, la hermanita-esposa, la eterna Isis que devuelve vida y plenitud al ser disperso cuya dispersin es espera infinita de recogimiento, recada sin fin hacia el vaco. Claro est, si gata es Ulrico, ella est tan privada de s mis- ma -lo cual se manifiesta por cierta inconsciencia moral- como l de s mismo, y esa doble falta no por eso deja de soldarles entre s, melanclica atraccin, como la de Paolo y Francesca en el in- fierno, exponindoles a buscarse en un agotador y fascinante juego narcisista. La vanidad de su unin forma parte, pues, del movimien- to que la decide. Lo inesperado que sorprendi y desorient -creo- a Musil, radica en que las experiencias extraordinarias que l saca de todo ello, el arrebato que lleva a los dos amantes a un jardn de luz fuera del mundo, a orillas del ser, la generosidad que no le deja nunca terminar con este episodio, obligndole a proseguirlo en cen- tenares de pginas como una secreta protesta contra la decepcin final, todos esos desarrollos desmesurados que desequilibran al li- bro pero le dan un nuevo poder, lejos de representar un fracaso, hacen brillar en el amor imposible, aun cuando slo fuesen espejis- mos, una felicidad y una verdad cuya ilusin, en contra de su es- peranza y de su proyecto, Musil no puede destruirlo 1. Segn los investigadores que consultaron los manuscritos, Musil trabajaba an en este episodio cuando muri, y precisamente en las pginas de carcter mstico intituladas Rfagas de una brisa de verano. 164 Extraa solicitacin. Se pensar que Musil tiene relaciones per- sonales con esta fbula. Tuvo una hermana? S, que muri antes que l naciera (de ah el profundo olvido que le atribuye a Ulrico y, tal vez, el ambiente de fnebre alegra del primer encuentro). El mismo no dej de interrogarse sobre esa amiga que hubiese po- dido tener. Siempre preciso, l dice que ella fue para l un objeto de culto; luego corrige " ... Esta hermana me interesaba. Acaso no pensaba a veces: y si viviese an? Estara ms cerca de ella? Me identificara con ella? No hay motivo para ello. Sin embargo, recuer- do que a la edad de los pequeos vestidos me hubiese gustado tam- bin ser una nia. Vera fcilmente en este rasgo una reduplica- cin de lo ertico"l. Debemos tener el cuidado de no dar a este nico recuerdo un valor determinante. Slo recordar que Ulrico y Musil estn ligados por relaciones de incertidumbre y experiencia cuyo desarrollo es la misma apuesta del libro. All Musil est pre- sente, pero en la forma impersonal e irreal que Ulrico se esfuerza en asumir, de acuerdo con la profunda impersonalidad que la vida moderna nos presenta como un enigma, una amenaza, una fuente e incluso la fuente de toda fuente. La intimidad sin intimidad de la pasin gemela es un mito que el escritor nutre consigo mismo y que a veces nos repugna por su esterilidad, que a veces nos atrae como lo que, al romper las prohibiciones, nos promete por un ins- tante el acceso a lo absoluto. Un instante: all est el inevitable fracaso. En una entrevista de 1926, en la que Musil, imprudentemente. revelaba el plan de su libro, dice en torno al episodio de los dos hermanos (entonces me- llizos): "fracasa el intento de mantener y fijar la experiencia: el absoluto no puede conservarse." Y la comunicacin efervescente entre dos seres puede menos an afirmarse en una moral capaz de abrir la comunidad del mundo a un movimiento libre, siempre de- sacostumbrado, renovado y puro. Fracaso que, sin embargo, no termina el libro porque Musil, tras expresar el aspecto maravilloso del complejo "amor-xtasis", pretenda hacerlo pasar al lado de la locura y no disimular la fascinacin que ejercen sobre el hombre sin particularidades las formas menos agradables de la anomala y la 1. Una niita de larga y sedosa cabellera a quien am siendo l un muchacho, y cuya imagen qued en su libro; tena el mismo nombre de esta hermana desconocida. Relacin que l consigna en su intento de autobiografa y que no le parece fortuita. En 1923, Musil public un poema intitulado Ieis y Osiris que con- tiene -dice- in nucleo su novela. 165 aberracin. La locura es uno de los temas del libro. La locura de la guerra, trmino de este viaje al final de 10 posible, hubiese cons- tituido la irrupcin decisiva del poder impersonal mediante el cual el hombre sin particularidades inhumanas realiza su ltima y lamen- table metamorfosis. En los numerosos fragmentos que nos permiten representarnos una de las conclusiones posibles de la novela, vemos a Musil tratando de cumplir los destinos implicados en lo que sub- siste de relato en su ausencia de relato y, especialmente, llevar hasta la disolucin final la Accin paralela, fundada por intrigantes, idea- listas y gente de la sociedad -la aristocracia capitalista- para jugar, en vsperas de la guerra, con la ilusin de paz universal. Incluso haba previsto, en el plan de 1926, una intriga compleja, llena de espionaie", Empero se nroduce un fenmeno curioso: despus del esplendor de la novela de Ulrico y gata, no logramos, ni tampoco -creo- Musil, volver a tomar contacto con la historia ni con los personajes del primer libro. Incluso la irona que tuvo que callar el escritor durante este episodio mstico -porque el estado mstico es un estado sin risa, los msticos no se ren-, no recupera ya sus facultades secretas de creacin. Todo ocurre como si se hubiese al- canzado un punto extremo que destruy los recursos normales de la obra. Ya no cabe ningn desenlace. gata y Ulrico se prome- tieron a la muerte en caso de que fracasaran. Pero ahora sienten que en medio de la aventura, se perdi hasta el poder de morir, y con mayor razn el de vivir, y con mayor razn, para Musil, el de escribir. Tal vez sta sea la conclusin que respete mejor la signi- ficacin del libro, recordndonos siempre cun lejos fuimos gracias a l. 1. De esta vision de la sociedad moderna en devenir, cuyas fuerzas profundas Musil pretende revelarnos, estn casi ausentes los po- deres revolucionarios. Se les dedica slo un episodio secundario (que tal vez hubiese podido desarrollarse como 10 indican cier- tos esbozos). Musil explic por qu, aun cuando no fuese conser- vador, aborreca, no la revolucin, sino las formas que ella adopta para manifestarse. Sin embargo, el hombre sin particularidades es el tpico proletario, si el proletariado, caracterizado por el no-haber, slo puede aspirar a la supresin de cualquier modo de ser particular. Es extrao y significativo que Musil, dispuesto a plantearse todos los problemas relacionados con su tema, evite precisamente ste que est a su alcance. En cambio, su libro muestra ya en accin a algunas de las fuerzas que auspiciaron el advenimiento del nacional-socialismo. 166 Bajo la amenaza de lo impersonal "La Historia de esta novela se reduce al hecho de que la his- toria que en ella deba ser contada no ha sido contada". Musil se hace esta reflexin en 1932, en pleno trabajo creador. Un poco ms adelante hablar de su rechazo del relato que origina sus relatos. Tambin anotar: "Extraer una tcnica de mi impotencia para des- cribir la duracin", lentamente por la prctica, tom conciencia de las necesidades de su arte y de la forma de su libro, hasta des- cubrir que aquello que miraba en l como una falta, poda conver- tirse en la riqueza de un nuevo gnero y, ms an, darle la clave de los tiempos modernos. Por lo tanto, an tendramos que estu- diar lo esencial: la relacin que los temas sostienen con la forma y las consecuencias que de ella resultan para el arte novelesco. No es concebible que el hombre sin particularidades pueda re- velarse en una forma personal ni con el tono subjetivo de un Yo demasiado particular. El descubrimiento y, tal vez, la obsesin de Musil es el papel nuevo de la impersonalidad. La encuentra, con en- tusiasmo, en la ciencia, y luego, con ms timidez, en la sociedad moderna, y luego, con una fra ansiedad, en s mismo, Cul es ese poder neutral que de repente surge en el mundo? Cmo puede ser que, en el espacio humano que nos corresponde, ya no estemos tratando con personas distintas, viviendo experiencias particulares, sino con "experiencias vividas sin que nadie las viva? De dnde viene el hecho de que, en nosotros y fuera de nosotros, algo an- nimo no cese de aparecer disimulndose? Mutacin prodigiosa, pe- ligrosa y esencial, nueva e infinitamente antigua. Hablamos, y las palabras, precisas, rigurosas, no se preocupan de nosotros y slo son nuestras por esa extraeza que hemos llegado a ser para con noso- tros mismos. Y, a cada instante; "se nos dan rplicas", de las cuales slo sabemos que se dirigen a nosotros y "no nos conciernen". El libro de Musil traduce esta mutacin y procura darle for- ma, tratando a la vez de descubrir cul es la moral que podra con- venirle a un hombre en quien se celebra la alianza paradjica de la certidumbre y la indeterminacin. Para el arte, semejante meta- morfosis no se lleva a cabo sin consecuencias. Durante mucho tiem- po, Musil vacil en torno a la forma que debera seleccionar: pens en una novela en primera persona (cuando su libro se llamaba "Ca- 167 tacumbas'"', pero donde el "Yo" no hubiera sido ni el del per- sonaje novelesco ni el del novelista, sino la relacin del uno con el otro, el yo sin yo a que debe llegar el escritor despersonalizn- dose mediante el arte -que es esencialmente impersonal-, y en ese personaje que asume el destino de la impersonalidad. Un "Yo" abstracto, un yo vaco interviniendo para revelar el vaco de una his- toria incompleta y para llenar la oquedad de un pensamiento a prue- ba todava. Tal vez sea preciso aorar esa forma cuyos recursos fue- ron sutilmente expuestos por Musil. Pero, finalmente, l se siente ms atrado por el "El" del relato, esa extraa neutralidad, exigen- cia tal vez insostenible que el arte siempre procura satisfacer y a la vez titubea en hacerlo. A esto aspira tambin la impersonalidad del arte clsico, pero Musil no puede aceptarla como forma petri- ficada ni como poder de narrar soberanamente una accin dominada por cornnleto, Lo que pasa es que no tiene nada que narrar, puesto que, segn el sentido mismo de su relato, ya no estamos ante acon- tecimientos que acaecen realmente, ni ante personas que los vivan personalmente. sino ante un conjunto preciso e indeterminado de versiones posibles. ?Cmo decir: esto tuvo lugar, hubiera podido tener lugar en otra forma y, por consiguiente, no tuvo lugar ver- daderamente, de modo decisivo v definitivo, sino slo de modo es- pectral v en el mbito de lo imaginario? (Aqu aparece el sentido profundo del incesto que se cumple en la imposibilidad de su cum- plimiento) . As, pues, vemos a Musil confrontando estos dos problemas: buscar un lenguaje que se parezca al lenguaje clsico, pero ms pr- ximo a la impersonalidad original": hacer un relato con -una historia en la que falta el tiempo de la historia v nos haga atentos no a los acontecimientos mismos, sino, dentro de stos, a la serie 1. Ms exactamente, "Catacumbas" es el nombre de la seccin en la que rene las ideas que se le ocurren en torno a su novela, en una poca en que sta an tena un ttulo incierto (1918-1920). Tena entonces en mente varios proyectos que terminaron todos por fundirse en un solo libro. 2. En realidad a menudo, Musil se queda entre la impersonalidad de la verdad objetiva y la subjetividad de una persona. En un ensayo dice, por ejemplo: "Si la coherencia de las ideas entre s no es lo suficientemente firme, y si se desdea la coherencia que podra darle la persona del autor, quedar un encadenamiento que, sin ser subjetivo ni objetivo, podra ser los dos juntos: una ima- gen posible del mundo, una persona posible, he aqu lo que estoy buscando". 168 infinita de los acontecirmentos posibles, a ese poder de fuente que no depara ningn resultado firme. La literatura y el pensamiento Otro problema mayor del arte musiliano: la relacin del pen- samiento con la literatura. Precisamente, l concibe que en una obra literaria puedan expresarse pensamientos tan difciles y de forma tan abstracta como en una obra filosfica, pero a condicin de que toda- va no estn pensados. Este "todava no" es la literatura misma, un "todava no" que, como tal, es cumplimiento y perfeccin. El es- critor tiene todos los derechos y puede atribuirse todas las maneras de ser y de decir, salvo la muy habitual palabra que ambiciona el sentido v la verdad: Jo que se dice dentro de Jo aue l dice no tiene todava sentido, no es todava verdadero -todava no y nunca ms; todava no y es el esplendor suficiente que otrora se llamara belleza. El ser que se revela en el arte es siempre anterior a la re- velacin: de ah su inocencia (porque no ha de ser rescatado por la significacin), pero de ah su inquietud infinita si est excluido de la tierra prometida de la verdad. Musil ha sido muy consciente de la experiencia singular que constituye a la literatura. El hombre sin particularidades es, pre- cisamente, el hombre del "todava no", aquel que no considera nada en firme, paraliza todo sistema, impide toda fijacin, el hombre que "no dice no a la vida sino todava no", que acta, en fin, como si el mundo -el mundo de la verdad- no debiera nunca empezar sino al da siguiente. En el fondo, Musil es un escritor puro y no podra ser otra cosa. La utopa del "ensayo" es la que l persigue con una apasionada frialdad. En todas las bellas partes de su obra, Musil logr preservarla como obra, expresando pensamientos, pero sabiendo distinguir entre el pensamiento que dice la verdad y el pensamiento que dice la forma. "Lo que se ve en una obra potica como psicologa, es algo distinto a la psicologa, lo mismo que la poesa es algo distinto a la ciencia". 0, tambin, esta observacin: "Se describe a los hombres tal como se cree que se comportarn por dentro y por fuera en el transcurso de la accin, pero incluso lo que se llama el interior psi- colgico, en relacin con el trabajo central de la personalidad que slo se inicia -y muchas veces con retardo- bajo las superficies de dolor, confusin, pasin y debilidad, ms bien se presenta como un afuera en segundo grado". Sin embargo, a Musil lo obsesionaron 169 la psicologa, las investigaciones ticas y ese crculo de preguntas que se resumen todas en: Cmo vivir? - y, luego, el temor de haber alterado el arte con los pensamientos y alterado los pensa- mientos confindolos al arte: "La falta principal: demasiada teora" ((Acaso no deberan decirme sencillamente que me falt valor para representar de manera cientfica y filosfica lo que me ocupaba fi- losficamente, lo cual sigui presionando detrs de mis relatos y los hizo imposibles?" Con lucidez, Musil denuncia all otra causa de inconclusin. Es cierto: en su libro existe una ansiosa intemperancia de problemas, un exceso de debates indiscretos sobre un excesivo nmero de problemas, demasiadas conversaciones de ndole filos- fica sobre la moral, la vida justa, el amor. Se habla demasiado, y "mientras ms se exigen palabras, peor sntoma es". El novelista nos da entonces la impresin de emplear sus personajes para que expresen sus ideas: falta mavscula que destruye al arte y reduce la idea a la pobreza de la idea. A semejante crtica, sera bueno poder contestar que este de- fecto, tan evidente, est implcito en el tema de la obra: el hombre sin particularidades es el hombre que tiene como vocacin y como tormento vivir la teora de s mismo, el hombre abstracto que no es y no se realiza de modo sensible. Aceptando la confusin a la cual l se presta entre la expresin terica y la expresin esttica, Musil no hara ms, pues, que seguir su propia experiencia. No lo creo. Lo veo ms bien infiel a s mismo por haber consentido en dividir a su obra en pensamientos ya especializados y en escenas concretas, en discursos tericos y en personajes diligentes, en vez de remontarse hacia el punto ms original donde, en la decisin de una forma nica, la palabra que an no est particularizada dice la ple- nitud, dice el vaco del ser sin particularidad. 170 V-EL DOLOR DEL DIALOGO DEL DIFCIL empleo de la crtica. El crtico casi no lee. No siem- pre por falta de tiempo sino porque, pensando siempre en es- cribir, no puede leer, y simplifica, complicando a veces, alaba, cen- sura, se deshace rpidamente de la simplicidad del libro sustitu- yndola por la rectitud de un juicio o la benvola afirmacin de su rica comprensin, porque al no poder leer un libro, tiene que no haber ledo veinte, treinta y muchos ms, y esa no-lectura innume- rable, que lo absorbe por un lado, por el otro lo descuida, invitn- dolo a pasar cada vez ms pronto de un libro a otro, de un libro que apenas lee a otro que cree haber ledo, con el fin de llegar a ese momento en que, por no haber ledo nada de todos los libros, tal vez se encuentre consigo mismo, en el ocio que le permita al fin comenzar a leer, si es que a su vez no se ha convertido desde hace mucho tiempo en autor. Que la voluntad simplificadora de la crtica alcance difcilmente la simplicidad del libro, el cual parece siempre demasiado simple o muy poco simple, tal es lo que nos dice El Square de Marguerite Duras. Este libro, por cierto, no es ingenuo, y aunque nos alcance desde las primeras pginas por un contacto del que no nos evadimos -extraa esa especie de lealtad que la lectura hace renacer en nos- otros-, no tiene, no puede tener la simplicidad que nos ofrece en apariencia, porque la dura simplicidad de las cosas sencillas con las que nos relaciona es muy dura para poder aparecer sencillamente. Dos voces casi abstractas, en un lugar casi abstracto. Esto es lo que nos llega primero, esta especie de abstraccin: como si estos dos seres que empiezan a charlar en un parquecito --ella tiene veinte aos, es criada; l, ms viejo, va de mercado en mercado a vender baratijas-, no tuviesen ms realidad que su voz, y agotasen en esa conversacin fortuita lo que puede quedarle de suerte y de verdad, 171 o, ms simplemente, de palabra, a un hombre vivo. Tienen que hablar, y estas palabras precavidas, casi ceremoniosas, son terribles debido a la moderacin que no slo es cortesa de las existencias simules sino que est hecha de su extrema vulnerabilidad. El temor a herir y a ser herido est en las palabras mismas. Se tocan, se retraen al menor contacto un poco fuerte; ciertamente, an estn vivas. Lentas, pero ininterrumpidas y sin detenerse por temor a la falta de tiempo: hav que hablar ahora o nunca: no obstante, sin premura, pacientes y a la defensiva, quietas tambin, como lo es la nalabra que, de no retenerse. se quebrara en un grito; y carentes, hasta un extremo doloroso, de esa facilidad de la habladura que es la ligereza y la libertad de alzuna felicidad. All, en el mundo sen- cillo de la pobreza y la necesidad, las palabras se limitan a lo esen- cial, atradas nicamente por lo esencial v, por consiguiente, mon- tonas, pero tambin demasiado atentas a lo que hay que decir para no evitar las formulaciones brutales que acabaran con todo. Es que se trata de un dilogo. Cun excepcional es el dilogo. lo vemos por la sorpresa que suscita en nosotros, ponindonos en presencia de un acontecimiento desacostumbrado, casi ms doloroso que maravilloso. En las novelas. la parte considerada como dialogada es la expresin de la pereza y la rutina: los personajes hablan para dejar blancos en una pgina, v para imitar la vida, donde no hay relato sino conversaciones; en los libros, por lo tanto, hay que con- ceder de vez en cuando la palabra a la gente; el contacto directo es una economa y un descanso (para el autor ms an que para el lector). y adems, baio la influencia de algunos escritores nortea- mericanos, el "dilogo" se ha convertido en una insignificancia ex- presiva: ms gastado que en la realidad, un poco por debajo de la palabra nula que nos basta en la vida corriente; cuando alguien habla, su negativa a hablar se hace entonces sensible; su discurso es su silencio: hermtico, violento, no dice nada aparte de s mismo, con su masividad abrupta, su voluntad de emitir palabras antes que hablar. O simplemente, como ocurre en Hemingway, esa manera exquisita de expresarse un poco por debajo de cero, es un ardid para hacernos creer en un alto grado de vida, de emocin o de pen- samiento, ardid honesto y clsico que logra a menudo sus objetivos y al que Hemingway, con su talento melncolico, aporta mltiples recursos. Pero creo que las tres grandes direcciones del "dilogo" novelesco moderno estn representadas por los nombres de Malraux, Henry James y Kafka. 172 Malraux En sus dos grandes libros, La Condicin Humana y La Espe- ranza, Malraux devolvi arte y vida a una actitud muy antigua, la cual, gracias a l, se convirti en una forma artstica: la actitud de la discusin. Antao, su detentador era Scrates. Scrates es el hombre convencido de que basta con hablar para llegar al acuerdo: cree en la eficacia de la palabra por poco que no se contradiga y se sos- tenga el tiempo suficiente como para probar y establecer, mediante la prueba, la coherencia. Que la palabra tenga necesariamente que vencer la violencia, tal es la certeza que representa con serenidad, y su heroica muerte es serena porque la violencia que interrumpe su vida no puede interrumpir la palabra razonable que es su ver- dadera vida y al trmino de la cual estn el acuerdo y la violencia desarmada. Sin duda, los personajes de MaIraux nos llevan muy lejos de Scrates: son apasionados, activos y, en medio de la accin, entregados a la soledad; pero, en los momentos de iluminacin que nos reservan sus libros, se convierten de repente y como natural- mente en las voces de los grandes pensamientos de la historia: sin dejar de mantenerse fieles a s mismos, hacen hablar a cada parte de estos grandes pensamientos, a lo que puede formularse, en tr- mino ideal, dentro de las fuerzas presentes en medio de tal grave con- flicto de nuestro tiempo -y he aqu el impacto conmovedor de sus li- bros: descubrimos que la discusin es an posible. Estos simples dio- ses humanos, por un instante en descanso sobre su humilde Parnaso, no se insultan, no dialogan tampoco, sino que discuten porque quieren tener razn, y esta razn est servida por la flameante vivacidad de las palabras, las cuales, sin embargo, siempre quedan en contacto con un pensamiento comn a todos, comunidad preservada que todos respetan. Falta tiempo para llegar al acuerdo. Cesan las pausas durante las cuales habla el espritu dividido del tiempo, y se afirma de nuevo la violencia, pero, sin embargo, una violencia cambiada, porque no pudo romper el discurso, ni ese respeto de la palabra comn que perdura en cada uno de los hombres violentos. Es preciso aadir que el xito de MaIraux tal vez sea umco. Sus imitadores transformaron en comodidad de exposicin y en pro- cedimiento de argumentacin lo que en l, mediante la reconcilia- cin del arte con la poltica, es una manifestacin autnticamente 173 creadora, un lirismo de la inteligencia". Arte difcil, y ocurre a veces que Malraux se convierta en su propio imitador, como se ve en Los Nogales de Altemburg. H. James En Henry James, la parte de la conversacion es uno de los grandes medios de su arte. Esto es tanto ms evidente cuanto que las conversaciones salen directamente de las nulidades mundanas "en torno al t en la taza de la vieja seora", que embrujaba a Hawthor- ne, segn l mismo afirmaba. Pero tanto sus grandes obras, de pro- porciones majestuosas, como a veces sus ms breves relatos, tienen como polos algunas conversaciones capitales en donde la verdad se- creta, apasionada y apasionante, difusa en todo el libro, procura aparecer con todo lo que tiene de necesariamente disimulado. Expli- caciones extraordinarias en que los protagonistas se entienden a las maravillas mediante esa verdad oculta que ellos saben no tener derecho a or, comunicando realmente en torno a lo incomu- nicable, merced a la reserva de que lo rodean y por el tono adver- tido que les permite hablar de ello sin hablar de ello, a la manera de una formulacin siempre negativa, nica manera de conocer lo desconocido que jams nadie debe nombrar so pena de muerte. (En La Vuelta de Tuerca, el aya mata realmente al nio por la espantosa presin que ejerce sobre l para obligarle a reconocer y decir lo que no puede decirse). James logra as introducir como tercera en la conversacin esa parte de oscuridad que es el centro y el precio de cada uno de sus libros, as como convertirla no solamente en la causa de los malentendidos, sino en la razn de una ansiosa y profunda inteligencia. Lo que no puede expresarse es aquello que nos acerca y que atrae entre s a nuestras palabras, de otro modo separadas. As, pues, se forma de nuevo su comunidad alrededor de lo que escapa a toda comunicacin directa. Ka/ka Oponer James a Kafka sera arbitrario aunque fcil. Porque en seguida se ve que lo mismo que en James acerca a las palabras, lo 1. La inteligencia, y no ya la razn: sea cual fuere la capacidad de simplificar que tenga la crtica, es preciso observar discretamente que esta expresin, puesta en el lugar de la otra, nos aleja mucho de Scrates. La inteligencia se interesa por todo: los mundos, las artes, las civilizaciones, los vestigios de civilizaciones, los esbozos y las realizaciones, todo le importa y todo le pertenece. Ella es el inters universal que lo comprende todo apasionadamente, todo en relacin con todo. 174 desconocido, lo inexpresado, tiende ahora a separarlas. Hay esci- sin, distancia infranqueable, entre las dos caras del discurso: es la puesta en juego del infinito al que no puede uno acercarse sino ale- jndose. De ah el endurecimiento lgico, la necesidad ms apre- miante de tener razn y de hablar sin perder nada de las prerroga- tivas del discurso razonable. Los personajes de Kafka discuten y refutan. "Siempre lo ha refutado todo", se dice de uno de ellos. Esta lgica es, por un lado, la obstinacin de la voluntad de vivir, ga- ranta de que la vida no puede equivocarse. Pero, por el otro, esta lgica ya es en ellos la fuerza del enemigo que siempre tiene razn. El hroe cree que todava est en el mbito feliz de la discusin. Piensa que se trata de un proceso ordinario, y lo esencial del pro- ceso es .gue, al trmino del debate representado por el procedimiento y los alegatos en que todos los argumentos se enuncian, la sentencia debe expresar el consenso de todos, palabra comprobada y recono- cida que satisface' incluso al vencido, porque triunfa al menos en esa prueba que tiene en comn con su contrincante. Empero, para K., el proceso consiste en que la ley del discurso ha sido sustituida por una Ley Distinta, ajena a las reglas y en especial a la regla de la no- contradiccin. Como uno ignora en qu momento se produce la sustitucin, y como nunca puede distinguir entre las dos leyes ni tampoco saber si trata de la una o de la otra, la falsa dualidad trae esta consecuencia: aprehendido por la Ley que est por encima y por debajo de la lgica, el hombre es, sin embargo, acusado en nombre de la lgica, con el deber de atenerse estrictamente a ella y con la dolorosa sorpresa, cada vez que pretende defenderse de las contradicciones con medios contradictorios, de sentirse culpable y cada vez ms culpable. Finalmente, sigue siendo la lgica la que lo condena a l, hombre cuya nica fianza, en todo este asunto, ha sido su pequea razn vacilante, y que lo condena como enemigo de la lgica, por una decisin sarcstica que une en su contra la justicia de la razn y la justicia absurda (Al final del Proceso, K. hace un ltimo intento: Habra an algn recurso? Habra objecio- nes que an no se hubieran presentado? Seguramente. La lgica bien puede ser inquebrantable, no resiste a un hombre que quiere vivir". Metido en las redes de la desesperacin final, el condenado qui- siera, pues, presentar nuevas objeciones, argumentar y refutar, es decir, Eor ltima vez, recurrir a la lgica, pero al mismo tiempo sta lo recusa y, ya bajo el cuchillo del verdugo, invoca contra. ella la voluntad de vivir que es pura violencia: actuando as como enemigo de la razn, y por ella entonces razonablemente condenado). 175 Sera un error creer que el espacio oscilante y helado intro- ducido por Kafka entre las palabras que conversan slo destruye la comunicacin. La meta sigue siendo la unidad. La distancia que se- para a los interlocutores nunca es franqueable sino para quien se obstine en franquearla mediante el discurso en donde reina la dua- lidad y donde sta engendra cada vez ms la duplicidad yesos falsos intermediarios que son los dobles. Habra que investigar cmo, le- jos de ser negativa, la imposibilidad de relaciones crea en Kafka una nueva forma de comunicacin. Por lo menos, queda claro que estas conversaciones no son nunca dilogos y que los personajes slo son interlocutores: las palabras no pueden intercambiarse y nunca tienen, aun cuando sean comunes por el sentido, el mismo alcance o la mis- ma realidad: unas son palabras por encima de las palabras, pa- labras de juez, palabras de mando, de autoridad o de tentacin; otras son palabras de astucia, de fuga, de mentira, lo que bastara para impedir que alguna vez fuesen recprocas. El dilogo es escaso El dilogo es escaso, y no creemos que sea fcil ni afortunado. Oigamos las dos voces sencillas del Square: no buscan el acuerdo, a semejanza de las palabras que discuten, que avanzan, prueba tras prueba, para encontrarse por el simple juego de la coherencia. E incluso cabe preguntarse si buscan la comprensin definitiva que, por el reconocimiento mutuo, las apaciguara. Meta muy lejana. Tal vez slo procuran hablar, usando ese ltimo poder que les brinda la casualidad, sin tener la seguridad de poseerlo siempre. Este lti- mo recurso, dbil y amenazado desde las primeras palabras, confiere a la conversacin su carcter grave. Sentimos muy bien que, para estas dos personas, para una sobre todo, lo que requiere de aire, de espacio y de posibilidad para hablar, est casi agotado. Y tal vez, si verdaderamente se trata de un dilogo, encontramos su primer sntoma en esta amenaza, lmite ms ac del cual el mutismo y la violencia cerrarn al ser. Hay que estar de espaldas contra la pared para comenzar a hablar con alguien. La comodidad, la facilidad, el dominio elevan la palabra a las formas de la comunicacin imperso- nal, en donde se habla en torno a los problemas y en donde cada quien renuncia a s mismo para dejar hablar momentneamente al discurso en general. O bien, al contrario, si se ha traspasado el lmite, encontramos a la palabra de la soledad y el exilio, palabra del extremo, carente de centro y, por lo tanto, sin confrontacin, impersonal de nuevo, por prdida de la persona, que la literatura 176 moderna logr captar y hacer or: palabra de la profundidad sin profundidad. Marguerite Duras, con la extrema delicadeza de su atencin, ha buscado y tal vez captado el momento en que los hombres se vuel- ven capaces de dilogo: para eso se necesita la suerte de un encuen- tro fortuito, la misma simplicidad del encuentro - en un parque, qu ms sencillo?-, que contrasta con la tensin velada a la que deben hacer frente estos dos seres y esta otra simplicidad que pro- viene del hecho de que, si hay tensin, sta no tiene ningn carcter dramtico, no est ligada a un acontecimiento visible, o sea, alguna desgracia grande, algn crimen o alguna injusticia particular, sino que es comn, sin relieve ni "inters" y, por lo tanto, profundamen- te simple y como borrada o casi (no se puede dialogar a partir de una gran desgracia, ni tampoco podran conversar entre s dos gran- des desgracias). y por ltimo -tal vez esto sea lo esencial-, es- tas dos 'personas se comunican porque no tienen nada en comn, ex- ceptuando ese mismo hecho de estar, por motivos diferentes, sepa- radas del mundo comn en donde sin embargo viven. Eso se expresa de la manera ms sencilla y necesaria, necesi- dad presente sobre todo en cada una de las palabras de la joven. En todo lo que dice con una medida y una reserva extremas, hay esa im- posibilidad que yace en el fondo de las vidas humanas y que ella, por su condicin, siente a cada rato: ese oficio de criada que ni si- quiera es un oficio, sino algo as como una enfermedad, una sub- esclavitud, en donde no tiene lazos reales con nadie, ni siquiera con el amo, como los tena el esclavo, ni siquiera consigo misma. Y esa imposibilidad se convirti en su propia voluntad, el rigor salvaje y obstinado con el cual rechaza todo cuanto, sin duda, podra aliviarle la vida, pero que tambin podra, por ese mismo alivio, hacerle ol- vidar lo que tiene de imposible y perder de vista la meta nica: el encuentro con alguien, no importa quin sea, siempre y cuando, ca- sndose con ella, la libre de su estado y la haga semejante a los de- ms. Su interlocutor, muy suavemente, le insina que ella ser tal vez muy desgraciada con cualquiera: No elegir ella? No debe- ra, en ese baile de la Croix-Nivert al que va cada sbado, nico mo- mento de afirmacin al que est suspendida su vida, buscar ella mis- ma a la persona que ms le convenga? Pero, cmo elegir cuando se piensa que se existe tan poco que justamente, para hacerse existir, s- lo se cuenta con la eleccin de alguien? "Porque si a m me dejasen escoger, todos los hombres me convendran con tal de que me qui- sieran un poco." El sentido "comn" responder que no es tan di- 177 fcil ser escogida y que esta joven de veinte aos, por criada que sea, y que tiene ojos bellos, no dejar de salir por el matrimonio de su infeliz condicin para llegar a ser feliz e infeliz al igual que todo el mundo. Esto es cierto, pero es cierto slo para aquel que ya perte- nece al mundo comn. All est la raz profunda de la dificultad. De all viene la tensin que forma el dilogo: cuando se ha tenido con- ciencia de 10 imposible, la imposibilidad afecta e infecta el deseo mis- mo de salir de ella por las vas ms normales: "Cuando un hom- bre la invita a bailar, seorita, piensa en seguida que podra casar- se con usted? - Claro que s, as es. Yo soy demasiado prctica, usted ve, todo el mal viene de all. Pero cmo hacer de otra ma- nera? Me parece que no podra querer a nadie antes de tener un co- mienzo de libertad, y este comienzo, slo un hombre puede ofrecr- melo." Que del encuentro fortuito en el parque salga esa otra forma de encuentro que es la vida compartida, esa idea viene naturalmente, al final, a consolar el nimo del lector y quizs del autor. Hay que es- perarlo, pero sin mucha esperanza. Porque el interlocutor, pequeo viajante de comercio, vendedor ambulante ms bien, que va de ciu- dad en ciudad, llevado cada vez ms lejos por su maleta, sin porve- nir, ni ilusin ni deseo, es un hombre muy quebrantado. La fuerza de la joven reside en que no tiene nada, pero que desea una sola co- sa que le permitir desear todas las otras, o, ms exactamente, ad- quirir entonces la voluntad comn a partir de la cual empezar a te- ner, o a no tener, segn las posibilidades generales. Ese deseo salvaje, heroico y absoluto, esa valenta es para ella la salida, pero tambin lo que tal vez le cierra la salida, porque la violencia del deseo hace imposible aquello que se desea. El hombre es ms moderado, con esa moderacin que acepta todo y no pide nada; esa aparente mode- racin est vinculada al peligro de la soledad, la cual, sin contentar- lo, 10 llena en cierto modo, hasta el extremo de no dejarle el tiempo de desear otra cosa. Parece que es, como se dice, un "dclass"; se dej caer en ese pequeo oficio, que tampoco es un oficio, pero que se le impuso por esa necesidad de errar en la que encuentra la nica posibilidad que le queda y que encarna precisamente 10 que es. Por all, aunque se exprese con toda la prudencia necesaria a fin de no desanimar a la joven, representa para ella la tentacin: el atractivo de ese porvenir sin porvenir al cual de pronto llora silenciosamente. Como ella, l es "el ltimo de los ltimos", pero no slo es un hom- bre privado de la felicidad comn, sino que tambin tiene y ha te- nido en el transcurso de sus viajes algunas breves y felices ilumina- 178 ciones, humildes centelleos que describe con buena voluntad y sobre los cuales lo interroga ella, primero con un inters lejano y repro- bador, luego, lamentablemente, con una curiosidad cada vez ms despierta y fascinada. La felicidad privada, la que pertenece a la so- ledad, iluminndola y suprimindola por un instante, est all, feli- cidad que es entonces como la otra forma de lo imposible y que recibe de l un destello tal vez deslumbrante, tal vez engaoso y afectado. Sin embargo, hablan: se hablan, pero sin estar de acuerdo. No se entienden de! todo, no tienen entre s e! espacio comn donde se realiza la comprensin, y todas sus relaciones slo se basan en el sentimiento de estar igualmente) e! uno como el otro, fuera del crcu- lo comn de las relaciones. Eso es mucho. Eso crea una proximidad instantnea y una especie de completa armona sin armona en que cada uno presta al otro tanta ms atencin y se expresa con tantos ms escrpulos y paciente verdad cuanto que las cosas por decir no pueden decirse ms que una vez y no pueden tampoco sobreenten- derse, porque no se beneficiaran de esa fcil comprensin de la que disfrutamos en el mundo comn, ese mundo en el que muy rara vez se nos ofrecen la suerte y e! dolor de un verdadero dilogo. 179 VI-LA CLARIDAD NOVELESCA ,J OE DNDE proviene la luz que reina en un relato como El Mi- \... rn? Una luz? Ms bien una claridad, pero una claridad sor- prendente, que 10 penetra todo, disipa todas las sombras, destruye toda espesura, reduce todas las cosas y todos los seres a la delgadez de una superficie radiante. Es una claridad total, pareja, podra de- cirse montona; no tiene color, ni lmite, continua, impregna todo el espacio y, como siempre est igual, parece que tambin trans- forma el tiempo, otorgndonos el poder de recorrerlo en nuevos sentidos. Claridad que 10 aclara todo, que 10 revela todo, excepto a s misma y que es, por 10 tanto, lo ms secreto. De dnde viene? De dnde nos alumbra? En el libro de Robbe-Grillet se impone la apa- riencia de la descripcin ms objetiva. All todo est minuciosamen- te descrito, con una precisin constante y como si lo fuese por alguien que se limitara a "ver". Parece que 10 viramos todo, pero que ese todo slo nos fuera visible. El resultado es extrao. En otros tiem- pos, Andr Breton reproch a los novelistas su tendencia a descri- bir, su voluntad de interesarnos en el papel amarillo del dormitorio, en el embaldosado blanco y negro, en los armarios, en las cortinas, detalles fastidiosos. Es cierto, estas descripciones son aburridas: no hay lector que no las pase, contento, sin embargo, de que estn all, precisamente para que las pase: tenemos prisa de entrar al cuarto, vamos derecho a 10 que puede ocurrir. Pero si no sucediera nada? si el cuarto quedase vaco? Si todo cuanto acontece, todos los acontecimientos que sorprendamos, todos los seres que vislumbre- mos, slo contribuyesen a hacer ~ i s i l el cuarto, cada vez ms vi- sible, ms susceptible de ser descrito, ms expuesto a esa claridad de una descripcin completa, firmemente delimitada aunque infinita? 181 Qu ms apasionante, ms singular tambin, ms cruel quizs? en todo caso ms prximo al surrealismo (Roussel ) ? La mancha ciega En esta novela policaca, no hay polica m intriga policial. Tal vez haya un crimen, pero probablemente no sea el crimen aparente del que el relato, con demasiada premeditacin, procura convencer- nos. Sin embargo, hay una equis. Entre las horas que pas Matas, el viajante de comercio, en el pueblecito de su infancia para vender relojes-pulseras, se inmiscuy un tiempo muerto que no puede ser recuperado. A ese vaco no podemos acercarnos directamente. Ni si- quiera podemos situarlo en un momento determinado del tiempo co- mn; pero as como en la tradicin de la novela policaca, el crimen nos conduce al criminal por un laberinto de huellas e indicios, tam- bin aqu sospechamos que la descripcin, minuciosamente objetiva, donde todo est registrado, expresado y revelado, tiene como centro una laguna que es como el origen y la fuente de esa extrema claridad por la que lo vemos todo, excepto a ella. Este punto oscuro que nos permite ver, este sol situado eternamente por debajo del horizonte, esta mancha ciega que ignora la mirada, isla de ausencia en medio de la visin, he aqu el blanco de la bsqueda y el lugar, el precio de la intriga. Cmo llegamos all? No tanto por el hilo de una ancdota co- mo por un refinado arte de imgenes. La escena a la que asistimos slo es una imagen central que se construye poco a poco, mediante una sutil superposicin de detalles, de figuras, de recuerdos, por la metamorfosis y la reflexin insensible de un dibujo o de un esque- ma alrededor del cual se organiza y se anima todo cuanto se ve. Por ejemplo, en el momento de abordar la isla, a la que regresa por primera vez desde su infancia con el fin de pasar all un par de ho- ras y vender sus relojes, Matas descubre, grabado en el muro del dique, un signo en forma de ocho. "Era un ocho inclinado: dos crcu- los iguales con un poco menos de diez centmetros de dimetro, tan- gentes en un costado. En el centro del ocho se vea una excrecencia rojiza que pareca ser el eje, rodo por la herrumbre, de un viejo gan- cho de hierro." Nada ms objetivo ni ms cercano a la pureza geo- mtrica a la que debe aspirar una descripcin sin sombras. No obs- tante el ocho va a habitar el relato como un motivo de obsesin: ser la configuracin del camino recorrido en la isla, especie de circuito doble: uno es conocido y el otro no puede serlo. Sern, en cada puer- 182 ta que debe abrir, los dos crculos oscuros que forman all las fibras de madera o la pintura que imitan las irregularidades y los nudos. Ser el cudruple anillo de hierro donde estn metidas las piernas y los brazos de la nia que tortura, en realidad o en imaginacin, para hacer valer la esbeltez de su cuerpo. Ser, sobre todo, el doble crcu- lo perfecto de los ojos que estn en el centro de esta novela de la visin, viendo las cosas con la impasibilidad y la crueldad de una mi- rada absoluta o tambin de aquella mirada inmvil que se atribuye a ciertos pjaros y que evocan antiguas fotografas. No es de extraar que la hora irrecuperable, sustrada al em- pleo til del da, se llene con la figura supuesta de un suplicio. Es cierto que el viajante de comercio ha tomado un camino que no per- tenece al recorrido normal, "all debajo de la curva"? Es cierto que haya buscado y encontrado a una nia, la cual le habra llamado la atencin por su semejanza con un amigo de antao? La at, la des- nud, la tortur hacindole quemaduras leves, antes de arrojar su cuerpo desnudo al mar? Sera un Sade este joven tranquilo? Pero cundo tuvo lugar la escena? Lentamente, con toques sucesivos, la vemos elaborndose mucho antes del instante exacto en que hubie- se podido ocurrir: circula por todo el relato, est detrs de cada cosa atencin por su semejanza con un amigo de antao? La at, la des- prrafos, es la transparencia misma de esa claridad fra que nos per- mite verlo todo, porque es ella, el vaco en donde todo se hace trans- parencia. La escena de violencia vislumbrada (o imaginada) por Matas en el momento de la salida, en un callejn; la nia que divisa en el barco, de pie y como atada para el suplicio; el cartel publicita- rio del cine, la habitacin vaca con el cuadro de la niita arrodilla- da, el recorte de peridico, el juego de las cuerdecillas, y luego, des- pus del suceso, el cadver, en la carretera, "con los muslos abier- tos, los brazos en cruz" de una ranita; stos son los movimientos mediante los cuales la imagen central, que no vemos, accede un instante a dejarse mirar, entre las circunstancias reales, como un leve espectro de claridad. Pareciera que el tiempo, dispersado por una se- creta catstrofe interior, deja que segmentos de porvenir se hagan vislumbrar en medio del presente o que entren en libre comunicacin con el pasado. El tiempo soado, el tiempo recordado, el tiempo que hubiese podido ser y, por ltimo, el futuro se transforman incesan- temente en la presencia radiante del espacio, lugar de expansin de la pura visibilidad. 183 Metamorfosis del tiempo en espacio En esto reside, creo, el inters esencial de este libro. All todo est claro; todo por 10 menos tiende a esa claridad que es la esencia de la extensin, y el relato mismo, como los objetos, los acon- tecimientos v los seres. se ordenan en ella de acuerdo con una dispo- sicin homognea, en Ineas de serie. en figuras geomtricas, con un arte voluntario que sera demasiado fcil comparar con el cubismo. Ioyce, Faulkner, Huxley y muchos ms atormentaron ya el tiempo y rompieron con las costumbres de la sucesin ordinaria; lo hicieron a veces por vanas razones tcnicas; a veces por razones interiores pro- fundas y con el fin de exnresar las vicisitudes de la duracin perso- nal. En cuanto a Robbe-Grillet, no parece que su propsito sea el de pintarnos las obsesiones de un hroe o el itinerario psicolgico del provecto que lo anima: ('1 pasado, el porvenir, 10 que est de- lante. detrs. en su relato, todo eso tiende a depositarse en la super- ficie lisa del presente, mediante un juego sutil y calculado de pers- pectivas v aproximaciones, tan slo para obedecer a la exigencia del espacio sin sombra ni espesura. en donde todo tiene que desplegarse -con el fin de que todo est descrito-, como en 1; de un cuadro, por esa metamorfosis del tiempo en espacio que tal vez intenta todo relato con ms o menos xito. Por eso, El Mirn nos informa sobre una de las direcciones de la literatura novelesca. Sartre demostr que la novela no deba res- pender a la premeditacin del novelista sino a la libertad de los per- sonajes. En el centro de todo relato existe una conciencia subjetiva, esa mirada libre e inesperada que hace surgir a los acontecimientos mediante la vista Dar donde los capta. Tal es el foco vivo que ha de preservarse. El relato, siempre en referencia con un determinado pun- to de vista, debera ser como escrito desde adentro, no por el nove- lista cuyo arte, abarcndolo todo, domina 10 que crea, sino de acuer- do con el impulso de una libertad infinita, aunque limitada, situada y orientada en el mundo mismo que la afirma, la representa y la trai- ciona. Crtica viva, profunda, que a menudo coincide con las obras maestras de la novelstica moderna. Siempre es necesario recordar- le al novelista que no es l quien escribe su obra, sino que sta se busca a travs de l y que, tan lcido como quiera serlo, est absor- bido por una experiencia que 10 sobrepasa. Difcil y oscuro movi- miento. Pero ser slo el movimiento de una conciencia sobre cuya libertad no conviene interferir? Y la voz que habla en el relato ser siempre la voz de una persona, una voz personal? No ser pri- mero, con la coartada del "El" indiferente, una voz extraa y neu- 184 tra que, igual a la del espectro de Hamlet, erra por doquier, ha- blando no se sabe de dnde, como entre los intersticios del tiempo que, sin embargo, no debe destruir ni alterar? En una tentativa como la de Robbe-Grillet, asistimos a un nue- vo esfuerzo por hacer hablar, dentro del relato, al relato mismo. Aparentemente, la historia est narrada desde el punto de vista ni- co de quien la ha vivido, ese uoyeur de comercio cuyos pasos se- guimos. Slo sabernos 10 que sabe, slo vemos 10 que l ha visto, y tal vez nos distingue de l el hecho de saber un poco menos, pero tambin a partir de este "menos", de este hueco en el relato, se origina la claridad propia del relato, esa luz extraa y pareja, erran- te, que algunas veces nos parece brotar de la infancia, y otras del pensamiento, porque tiene la precisin, la suavidad y la fuerza cruel del sueo. El esclarecimiento Existe, pues, en este libro. aunque coincidiendo con la concien- cia del hroe, o con el acontecimiento central de esa conciencia, una especie de intermitencia, zona de la que estamos apartados, de donde l parece estar apartado, para que. merced a esa lejana en el inte- rior de s mismo, aparezca y se ejerza el puro poder de ver: el escla- recimiento. Sin ducho aqu procura afirmarse una tentativa de redu- cir o destruir el valor de 10 que se llama interioridad: pero el relato tiene el inters y la naturalidad de los verdaderos enigmas, porque la fra claridad que ocupa el lugar de la vida interior sigue siendo la abertura misteriosa de esa misma intensidad, acontecimiento ambi- guo, no acercable, que slo puede evocarse bajo el aspecto de un asesinato o de un suplicio". El crimen del mirn es un crimen que l no ha realizado sino que por l lo realiza el tiempo. Dentro de ese da que ha debido de- dicar por completo a actos tiles, regularmente coordinados (su ofi- cio de vendedor de relojes es un smbolo fcil de ese tiempo sin 1 En La Celosa, la intriga y la narraccin tienen como centro una fuerte ausencia. Segn el anlisis de los editores, debera enten- derr.e que quien nos habla en esta ausencia es el personaje mis- mo del celoso, el marido que espa a su mujer. Yo creo que se desconoce la autntica realidad de este relato por la manera como se invita al lector a que se le acerque. El lector siente perfec- tamente que algo falta, presiente que eso que falta permite de- cirlo y verlo todo, pero cmo identificar a dicha falta con al- guien? Cmo subsistira all un nombre y una identidad? Aquello no tiene nombre ni cara; aquello es la pura presencia annima. 185 falla), se ha introducido un tiempo vaco y nulo. Pero este tiempo perdido, sustrado al encadenamiento pautado del da comn, no es esa profundidad de la duracin personal que expresara Bergson. Al contrario, se trata de un tiempo sin profundidad cuya accin con- siste ms bien en reducir todo cuanto significa profundidad -y para empezar, la profunda vida interior- a modificaciones de superficie, como en permitir la descripcin de los movimientos de esta vida en trminos de espacio. A veces, en este relato se describen los mismos objetos, en el intervalo de unas cuantas pginas, con cambios casi insensibles. A veces tambin, el personaje central -ese hombre que comercia con el mirar-, al entrar en diferentes casas, parece entrar en la misma casa, trasladada solamente a puntos un poco distintos; y puesto que todo cuanto es interior -la imagen de los recuerdos, la imagen de lo imaginario- est casi siempre a punto de afirmarse en una cuasi exterioridad, tambin el hroe est siempre a punto de pasar del espacio de su imaginacin o de su memoria al de la reali- dad, porque est como si hubiese llegado al lmite donde podran jun- tarse, en un afuera no representable, las grandes dimensiones del ser. De ah que sea casi indiferente saber si el acto del suplicio ha sido real o imaginario, o, tambin, si es la coincidencia azarosa de im- genes provenientes de regiones o puntos diferentes del tiempo. No podemos saberlo y no tenemos por qu saberlo. Si es verdaderamen- te la mano de Matas la que toc a la nia, tal accin no es ms sus- ceptible de reconocimiento que lo que pudiera serlo la accin vaca del tiempo, accin insensible que nunca se ve en s, sino que se deposita de manera visible en la superficie de las cosas, reducida pre- cisamente a la desnudez de su superficie. Cabe admirar el dominio de Alain Robbe-Grillet, la reflexin con la que lleva a cabo una nueva bsqueda y el aspecto experimen- tal de sus libros. Pero creo que su atractivo proviene antes que nada de la claridad que los atraviesa, y esta claridad tiene tambin la ex- traeza de la luz invisible que ilumina la evidencia de algunos de nuestros sueos. Es de sorprender la similitud que existe entre el es- pacio "objetivo" que procura alcanzar la mirada de Robbe-Grillet, no sin riesgos ni peripecias, y el espacio interior de nuestras noches. Porque lo que hace el tormento de los sueos, su poder de revela- cin y de encanto, es que nos transportan fuera de nosotros, all donde lo que es interior a nosotros parece extenderse en una pura superficie bajo la falsa luz de un eterno afuera. 186 VII-H. H. 1- LA BUSQUEDA DE SI MISMO ESTAS DOS letras designan al viajero que perteneci una vez, ha- cia 1931, a la asociacin secreta de los peregrinos de Oriente y que tom parte en las vicisitudes de esta migracin encantada. Tam- bin designan las iniciales de otros dos personajes de novela, Her- mann Heilner y Harry Haller, un joven que huy del seminario pro- testante de Maulbronn y un quincuagenario atormentado, solitario, salvaje y vehemente, quien, hacia 1926, al borde de la locura, erra por las zonas oscuras de una gran urbe, bajo el nombre de lobo este- pario. H. H. es, por ltimo, Hermann Hesse, un noble autor de lengua alemana a guien retribuy tardamente la gloria del Premio Nobel, aunque sin darle esa juventud de la fama que nunca le falt a Thomas Mann. Sin duda, se trata de un escritor mundialmente reconocido, que sigue manteniendo dentro de la literatura universal la figura del hom- bre de gran cultura, del creador ansioso de sabidura y capaz de pen- samiento, tipo que tal vez desapareciera en Francia con Valry y Gide. Adems, tuvo el mrito de no tomar parte en los errores apa- sionados de su tiempo. Desde 1914 fue considerado como un hombre de ideas malsanas, porque se opuso dolorosamente a la guerra y desaprob el rebajamiento de los intelectuales, satisfechos ante un conflicto cuya significacin les escapaba. De esa ruptura, que l sinti cruelmente y que retumb hasta en su espritu, qued un vestigio de animosidad que no desapareci de su pas, ni siquiera cuando fue el clebre autor de Demin y del Lobo estepario. Es cierto que haba renunciado a la nacionalidad alemana hacia 1923. Tambin es cierto que viva al margen, ya fuera en Suiza o en Italia, exilado en s mismo, siempre inquieto y dividido, en esto hombre de su tiempo, y, sin embargo, muy ajeno a su tiempo. Destino curioso el suyo. Ms que a cualquiera, l tiene derecho al nombre de cosmo- 187 palita. En primer lugar, por su familia: su padre es germano-ruso; su abuela lleva el nombre de Dubois, habla francs y pertenece a la Suiza romanda; su madre naci en la India; uno de sus hermanos fue ingls; l mismo, aunque nacido en Suabia, empieza por ser ciu- dadano suizo y, para seguir sus estudios en su pas nativo, tiene que naturalizarse wurtemburgus. Cosmopolita por sus orgenes, sus conocimientos e incluso algunos de sus gustos espirituales, no dis- fruta de esa simpata intelectual que acompa muy pronto a Rilke. No dir que le falt ser conocido en Francia, o bien sera preciso comprender que si evita los contactos personales con la literatura francesa en un momento en que sta se revela particularmente viva, los motivos de ese alejamiento forman parte de su arte y de su destino. Este arte acaso estara en s un poco al margen, ajeno por 10 menos a esas grandes fuerzas renovadoras cuya activa certidumbre est representada- por nombres como Proust, Joyce, Breton, para ci- tar algunos? En efecto, puede ser as. No obstante, tampoco eso es cierto. Las relaciones oue traba entre s mismo y la literatura, entre cada uno de 51'S libros 'o las grwes crisis de su vida, la necesidad de escribir que en l proviene del afn de no zozobrar, vctima de su espritu dividido, el esfuerzo que realiza para aceptar la anomala y la neurosis y para comprenderla como si fuera un estado normal en un tiempo anormal, el tratamiento psiconaltico al que se somete y que da origen a una de sus novelas ms bellas, esa liberacin que, sin embargo, no 10 libera, aunque quisiera profundizarla sustituyendo al psicoanlisis por la meditacin, a Jung por los ejercicios yoga, tra- tando luego de ubicarse en relacin con los grandes intrpretes del taosmo, y pese a ello, pese a esa sabidura con la que se siente em- parentado, la desesperanza que 10 invade y 10 induce a escribir en 1926, con una gran vehemencia literaria, una de las novelas claves de su tiempo, El lobo estepario, en el que el expresionismo podra recono- cer a una de sus obras maestras: todo esto, la relacin de la literatura con una bsqueda vital, el recurso al psicoanlisis, el llamado a la India y a China, e incluso la violencia mgica y -una vez- expre- sionista que supo alcanzar su arte, hubiera debido hacer de su obra una forma representativa de la literatura moderna. Es verdad que esto ocurre en los aos treinta. Alemania se aparta cada vez ms de l y l mismo se encierra cada vez ms en una soledad que la enfermedad no le permite abrir sobre el mundo agitado de la emigracin. Sin embargo, escribe an tres libros, los cuales, lejos de ser obras de un espritu sobreviviente, expresan su dominio tardo y la feliz reconciliacin que logra al fin de sus dotes 188 en conflicto. La ltima, de mayor amplitud, es El juego de abalorios. En preparacin desde 1931, publicada en 1943, impresion mucho al pequeo grupo que se interesaba todava por la literatura inactual, en especial a los escritores alemanes emigrados y a Thomas Mann, que no haba escrito el Doctor Faustus sino que se dispona a empren- derlo, y que se sinti casi asustado -nos dice l mismo- por la se- mejanza de aquella obra con la que l haba proyectado. Semejan- za sin duda curiosa, pero que ante todo demuestra la independencia de los talentos, la singularidad de las obras y la manera incompara- ble como procuran resolverse los problemas emparentados en la li- teratura. Obra, pues, importante que la guerra no logr ahogar, puesto que el Premio Nobel trat de valorizarla. Ciertamente, uno puede leerla e interesarse en ella sin preocuparse de H. H., porque es una obra que se afirma por s misma alrededor de una imagen central, misteriosa y bella, que slo necesita de nuestra experiencia para aclararse. No obstante, este libro no deja de presentar una aparente frial- dad. Impersonal, se desarrolla con una maestra vigilada a la que, aparentemente, le falta la pasin caracterstica del escritor. Sera acaso una tranquila alegora espiritual, compuesta de manera muy docta, casi pedante, por un autor que se interesara, sin comprome- terse, en los problemas de su tiempo? Quien lo lea con cuidado no puede creer eso. Hesse est presente en su obra, incluso en el esfuerzo un poco obligado que hace para estar ausente, y, sobre todo, por la bsqueda que siempre uni para l los problemas de la obra y las exigencias de su propia vida. Todos sus libros no son autobiogrficos, pero casi todos hablan ntimamente de l. Dijo de la poesa que hoy en da no tena ms valor que "expresar en forma de confesin, y con la mayor sinceridad posible, su propio desamparo y el desampa- ro de nuestro tiempo" (esto es verdad en 1925, en un poca en que, particularmente, est en conflicto consigo mismo). En un rincn de sus relatos existe siempre algn H. H., o las iniciales de su nombre, a veces disimulado, a veces mutilado. Incluso cuando firma uno de sus libros con un seudnimo, como Demin, aparecido bajo el nom- bre prestado de Emile Sinclair, es para seguir encontrndose al tra- tar de identificarse mgicamente con una presencia escogida: en este caso, con el amigo de la locura de Holderlin, el hombre que protegi al poeta en los primeros momentos de su enfermedad y que le permi- ti vivir todava un poco en este mundo. Esta bsqueda de s mismo en su obra y por medio de su obra es atrayente. En ella reside su gran inters. Ella revela tambin sus 189 lmites. Cmo logra -en parte- librarse y dominarse en su obra y, finalmente, por el mismo movimiento, liberar a la obra de s mis- mo, he aqu 10 que podra ensear la curva de su existencia de es- critor, he aqu tambin 10 que da al fuego de abalorios su verdad ms viva, la que parece haber buscado toda su vida, muchas veces incluso a expensas de la literatura, y la que slo descubre al fin, en una imagen donde su vida desaparece a favor de la obra. Sus bigrafos 10 han mostrado dividido en tendencias opuestas: errabundo, establecindose, liberndose casi escandalosamente de los suyos y, sin embargo, fiel a la tradicin espiritual de su familia, fun- dando a su vez una familia, y convirtindose muy pronto en un hom- bre quieto que posee su casa y lleva la vida tranquila de un burgus alemn, pero padeciendo esta seguridad, que tambin desea, y su- friendo por el hecho de no poder soportarla. Igualmente, si en 1914 l halla la fuerza de sustraerse al delirio de las pasiones, es realmen- te porque no sigue la va comn y porque lo anima un sentido pro- pio y enrgico. Pero no se queda fcilmente satisfecho consigo mis- mo; l cree que si piensa de un modo distinto al de los dems, es porque hay en l una peligrosa discordancia y que algn da ten- dr que pagar por ello. Y efectivamente, un da en que las circuns- tancias empeoran, en que su vida de familia se deshace, en que la mente de su mujer y la vida de su hijo ms joven parecen amenaza- das, algo se quiebra en l, y surge la crisis de 1916 que 10 lleva al psicoanlisis y que transforma, dolorosa y poderosamente, su esp- ritu y su arte. Esta crisis, especie de segundo nacimiento espiritual, es, sin em- bargo, la segunda. El acontecimiento ms grave de su vida interior se produce cuando tiene catorce aos, el da en que se fuga del se- minario de Maulbronn1, procurando huir tambin del destino fa- miliar, del rigor de las disciplinas pietistas, del porvenir pastoral en el que debera suceder a su padre y a su abuelo. Durante dos das, se esconde en el bosque, casi se muere de fro; un guardabosque 10 encuentra y 10 trae de vuelta. Qu asombro en su piadosa familia! 10 confan a una especie de exorcista que 10 cree posedo pero que fracasa en liberarlo de su demonio, el cual, segn Hesse, no era ms que el muy malvado espritu potico. 1. Holdcrlin tambin hizo sus estudios en Maulbronn, y sabemos por sus cartas que all sufri mucho. Hugo BaH cree que en los siglos XVIII y XIX haba en Suabia como una neurosis del internado religioso, eine Stifilerneuroee : lo cual sera cierto para Holderlin, Waiblinger y Moricke, 190 Sera tentador evocar aqu a Andr Gide, dividido tambin en- tre oposiciones de ascendencia y tendencia. Empero, todo es muy diferente. La ruptura de Hesse es ms dolorosa e involuntaria. Lo que le ocurre, esa obligacin de liberarse, es como una incompren- sible desgracia que necesitar aos para dominar y entender. No es un rebelde triunfante. Est tan apegado a lo que rechaza como al nimo de independencia. Bastara poco para que, convirtindose en poeta, sea un dulce poeta buclico, feliz de encontrar en una vaga efusin romntica el olvido de sus dificultades. Y, ciertamente, esto es lo que se produce en el primer perodo de su vida, en el que no se expresa sino la parte soadora, olvidadiza y apacible de s mismo, la que consagra su fama con Peter Camenzind. En la historia de los adolescentes en rebelda, esto es algo peculiar en l. Al lograr libe- rarse violentamente para convertirse en poeta, lejos de expresar esta rebelda o la violencia de sus conflictos, hace, al contrario, todo lo que puede para perderlos de vista y para alcanzar, por medio de su arte, una reconciliacin ideal cuyos complacientes modelos le sumi- nistra el romanticismo, que, por otra parte, lo atrae demasiado". Como bastante pronto goza de una reputacin muy honorable, logran- do, con todo lo poeta que es, instalarse en la vida y en la comodidad de la vida, este xito cierra, pues, y al parecer definitivamente, la crisis de su adolescencia; pero las fuerzas de divisin que la provo- caron y de la que se neg a tomar conciencia, por ello mismo ac- tan an ms peligrosamente y, aprovechando el desequilibrio uni- versal, lo llevarn a la fuerte sacudida de 1916, de la que sabr, con una lcida valenta, sacar las ms bellas oportunidades de re-creacin. Demin Demin, producto de esta cnSIS, es una obra magrea en don- de el escritor se esfuerza por llegar en s mismo hasta su maraa original. El joven Sinclair cuenta su vida: cmo descubre la parti- cin del mundo en dos zonas, una clara, en donde, junto con los pa- dres, la vida es recta e inocente, y otra, de la que casi no se habla, que se mantiene en las bajas regiones domsticas y en donde el que pasa se expone a grandes fuerzas malficas. Basta una casualidad para caer en ella, y as ocurre con el joven Sinclair, arrastrado por el chan- 1. En un relato de esta poca, Bajo la rueda, evoca probablemente sus tiempos de seminario, y la huida de Hermann Heilner es, sin duda, su propia huida. Pero, aun cuando se acerque a este acon- tecimiento, se mantiene, en la medida de lo posible, ansiosamente a distancia de l. 191 taje de un zagaletn de barriada a una serie de acciones reprensibles bajo el peso de las cuales se altera y se desmorona su mundo infantil. Entonces aparece Demin. Demin no es ms que un compaero de estudios, un poco mayor. No slo va a liberar a Sinclair del chan- taje, sino tambin a iniciarlo en el temible pensamiento del Mal que ya no se opone al bien, sino que representa la otra cara, sombra y bella, de lo divino. El mismo es un ser extrao, fascinante. A veces discute con el pastor haciendo la apologa de Can. O bien, otras veces, durante la clase, su rostro se petrifica, como el de un ser sin edad ni apariencia. Ms tarde se nos dejar entender que vive con su madre en relaciones de intimidad ilegtima. El propsito de Hesse es, evidentemente, la glorificacin de un mundo demirgico, ese mundo en el que la moral, la ley, el Estado, la escuela, el estrecho rigor paterno han de callar, y en el que se manifiesta, como un poder que lo autoriza todo, la gran fascinacin del encanto materno. Esfuerzo que le cuesta mucho, para el cual utiliza un poco al azar los recursos que encuentra en los gnsticos, el psicoanlisis de Jung, la mediocre teosofa de Steiner. No es lo que bastara para encantar el relato. Pero la figura de Demin, la irra- diacin de esta figura, la luz oscura que la ilumina y que aceptamos, como aceptamos de noche el sentido figurativo de nuestros deseos, he aqu lo que sigue seducindonos a nosotros, lectores de otro tiempo. El relato es sencillo, casi ingenuo, como debe serlo el re- cuerdo del mundo infantil en el lmite del cual se lleva a cabo esta grave experiencia. Y el autor no trata de excitar nuestra curiosidad en torno a sus secretos disimulndolos. El nombre de Demin, co- mo el nombre de Eva, que es el de la madre de Demin, nos dicen en seguida ms de lo que quisiramos saber. Hesse ser siempre as. No hace surgir poco a poco de la realidad cotidiana el secreto m- gico al que est ligado, sino que parte del sentido mtico que halla inmediatamente en s y que nos entrega ingenuamente como tal, lo- grando, mediante esta ingenua sencillez, animarlo en un mundo que se abre momentneamente al nuestro. Se le reprochar no tener el don de las figuras vivas, de los detalles cotidianos, de la narracin pica. Tal vez; pero por qu exigirle que sea distinto a lo que es? Por qu, como l mismo. dice, cuando en un jardn uno se encuen- tra con un azafrn, por qu reprocharle que no sea una palmera? En todos sus relatos -dice tambin- no se trata de historia, de persona- jes, de episodios: en el fondo todos son monlogos en los que una sola persona intenta ubicarse de nuevo ante el mundo y ante s. As, en Demin, sentimos muy bien que todas las figuras no son sino im- 192 genes de sueo, nacidas de la vida n t r ~ r del nio Sinclair, pero es magnfico que podamos aceptar ese sueno y volvernos a encontrar a nosotros mismos en medio de su luz. Hesse consiente en someterse al psicoanlisis, cuando en ms o menos la misma poca 10 rechazan Rilke y Kafka, aunque tanto el uno como el otro, para superar sus dificultades, hayan tambin pensado en este medio. Rilke teme despertarse curado, y curado de la poesa: simplificado en exceso. Para Hesse, las cosas no se vol- vern ms simples. Al contrario, slo toma conciencia de su propia divisin, de la necesidad en que est de contradecirse y de no renun- ciar a sus contradicciones. Siempre quiere la unidad. En su primera madurez, es una unidad vaga, de apariencia y de inocencia, que ha buscado junto a la naturaleza y cerrando los ojos ante s mismo. Aho- ra ve que esa dichosa unidad slo estaba hecha de su ignorancia. Du- rante los aos que siguieron y que fueron aos de grandes tropiezos materiales y morales (rompi todos los lazos, vive solo en Montagno- la en condiciones de penosa penuria, no teniendo a menudo por co- mida ms que castaas recogidas en el monte), lo que l quisiera alcanzar, or y hacer or es la doble meloda, la fluctuacin entre dos polos, el vaivn entre ambos "pilares-principios" del mundo. "Si fuese msico podra sin dificultad escribir una meloda para dos voces, la cual consistiriaen dos lneas, en dos series de sonidos y de notas, capaces de contestarse, de completarse, de combatirse y de mante- nerse, a cada instante y en cada punto de la serie, en la relacin de intercambio y oposicin ms ntima y ms viva. Y aquel que supie- ra leer las notas, podra leer mi doble meloda, ver y or en cada sonido el contra-sonido, el hermano, el enemigo, el antpoda. Pues bien, es esa voz doble, ese eterno movimiento de anttesis, lo que yo quisiera expresar con las palabras, pero en ello me esfuerzo en va- no, no logro hacerlo..." Se entiende as por qu lo atraern las soluciones de la espiritua- lidad hind y, ms an, el lenguaje del pensamiento chino, como nunca dej de atraerle el gran sueo de la poesa romntica que quisiera unir mgicamente en s los tiempos, los espacios y los mun- dos, a partir de la indeterminacin interior. Tambin dir: "Las pa- labras ms altas de la humanidad son para m esas parejas de pala- bras en las que la duplicidad fundamental ha sido expresada en signos mgicos, esos pocos apotegmas yesos smbolos secretos en que las grandes oposiciones del mundo se reconocen como necesarias y, al mismo tiempo, como ilusorias." Pero Hesse no es un espritu dia- lctico, ni tampoco un hombre de pensamiento, ni siquiera tal vez 193 de este pensamiento que la poesa y la literatura esconden en si mis- mas y que es pensamiento slo a condicin de permanecer disimu- lado. Por eso, lo que experimenta lo enriquece, pero sin darle pun- tos de apoyo seguros. Su aspiracin a la unidad es religiosa, pero el arte, que no puede ser sino discordante en un tiempo discordante, tambin es su religin. Y de qu servira salvar su alma, devolver- le coherencia y equilibrio, cuando la verdad del mundo slo qued como un desgarramiento apasionado? El lobo estepario El lobo estepario, escrito diez aos despus de Demin, es la expresin de ese movimiento. A pesar de la desesperacin que all se manifiesta y del sentimiento de irrealidad que finalmente triunfa, es un libro fuerte y viril. El inicio, como ocurre a menudo en sus relatos, es la parte ms verdadera: retrato de un hombre de cin- cuenta aos (la edad de Hesse), que un da cualquiera alquila un cuarto en una casa confortable de una gran ciudad y, pese a sus buenos modales, crea all un sentimiento de malestar. Hesse prodiga pocos detalles, pero ellos bastan para imponernos una imagen: la secreta agitacin, los ademanes nerviosos del inquilino que contras- tan con su cmoda y burguesa vestimenta; su paso vacilante, penoso, y, sin embargo, su aspecto altivo, su elocucin rebuscada. Y tam- bin una escena como sta: una vez el hijo de la propietaria encuen- tra a este hombre distinguido sentado en la escalera, respirando el olor de la cera y contemplando nostlgicamente la antesala del pa- raso bien encerado de la burguesa alemana. Esto incita a sonrer, pero tambin es conmovedor, pues reconocemos all la gran necesi- dad de un hogar que obsesiona a Hesse y que l no puede satisfacer: si posee es!; morada duradera, el errante en l no se da tregua hasta que renuncie a ella, lo mismo que, solitario, no puede dejar de te- ner amigos, lo mismo que el poeta ingenuo y buclico choca con el escritor atormentado por los problemas hasta la destruccin de s mismo. El tema del Steppenwolf es que el hombre no es lobo y hom- bre, instinto y espritu, escisin rgida heredada del pensamiento lu- terano; hay que desenmascarar y desencantar esta duplicidad dema- siado simple, hundindose ms profundamente en la dispersin del mundo interior. El otro tema es la tentativa desesperada por reco- brar el mundo a partir del caos. En el libro deberan hallarse los dolores de quien lo escribe y del tiempo en que lo escribe, como si, 194 escritor encerrado en s mismo, sufriendo de su desequilibrio, no pudiese tomar conciencia de ello, por introvertido que sea, sino por el desequilibrio de su poca. Abarcar el mundo, aunque fuese a cos- ta de la coherencia de un yo ilusorio. Lo logra? En un sentido, no, y ni siquiera en la representacin que da su libro del mismo. La es- pecie de transfiguracin mgica a la que recurre para describir los bajos fondos de una gran ciudad, ocultando as los apuros en que se encuentra para describirlos realmente, aparece aqu como un pretex- to. La iniciacin a la vida sensual se ve siempre como el desarrollo de un sueo, pero aqu demasiado cerca de la realidad, sin valor si no alude a una experiencia real. Al final, el solitario sufre la prueba del "Teatro mgico" donde, en medio del juego de los espejos y los reflejos de la embriaguez, tiene que enfrentarse a su propio incons- ciente: moderna noche de Walpurgis, en el transcurso de la cual H. H. da libre curso a su odio por las mquinas, mientras que, en las regiones superiores, Mozart, Goethe, divinidades sonrientes y de- sasidas, asistiendo al hundimiento del hroe, le recuerdan la exis- tencia de un mundo ms sereno, el de las creaciones estticas en donde ni siquiera la tcnica suscita condena l
El lobo estepario es un libro chirriante en el cual 10 imaginario,
10 real y la verdad del personaje central no logran corresponderse. Da la impresin de una imagen dolorosamente artificial de un tiem- po tambin sin naturalidad. Que un escritor, tan ajeno a las expre- siones excesivas, haya tenido que salir hasta ese punto de s mismo para darle a su experiencia la forma ms justa, eso es lo que llama la atencin. A sus amigos les extra esta violencia y esta desarmo- na. El les contest 10 siguiente: Para m, no se trata de opiniones sino de necesidades. No se puede tener el ideal de la sinceridad y en- sear solamente sus caras bonitas, las partes imponentes de su ser." y otra vez: "Mis amigos tenan razn cuando censuraban mis escri- tos por haber perdido armona y belleza. Esas palabras me daban ri- sa. Qu es la belleza, qu es la armona para el condenado a muer- te que corre entre muros que se desploman, buscando su vida?" Se tiene entonces la impresin de que Hesse se ha perdido real- mente. Pero tal es su destino: moverse entre contrastes. Basta con que haya agotado una experiencia para que este agotamiento lo re- 1. A esta embriaguez simblica que no nos convence, opondra el des- tino de soledad, desamparo y condenacin eterna que Malcolm Lowry supo representar al describir la embriaguez del "Cnsul", Geoffrey F'irmin, Bajo el Volcn es una de las grandes obras ne- gras de nuestro tiempo. Algunos lectores lo saben. 195 chace hacia el otro extremo. Tras los perodos de explosiones apa- sionadas vienen los tiempos de recogimiento; tras el delirio, la sobria voluntad y la certidumbre apaciguadora. Con El lobo estepario pa- rece que por primera vez tuvo la fuerza de ir hasta el final de su tendencia ms peligrosa. Ya no se pondr en tela de juicio el domi- nio que adquiere con ello. El juego de abalorios, que es el cumpli- miento de este dominio, indica un espacio en que al fin podr des- prenderse de s mismo y en donde la obra podr dejar de ser el pre- cio de sus dificultades personales. 2 - EL JUEGO DE LOS JUEGOS Escribe El fuego de abalorios entre 1931 y 1942, hasta 1943 inclusive, en una poca, pues, en que el mundo conoce los mayores disturbios y Alemania sus horas fatales. Hesse, por retirado que est, sufre con ello y, como l mismo dice, se avergenza. Entonces, en parte como un sueo de compensacin, va a edificar bajo el nombre de Castalia una ciudad del espritu, en donde, tras los grandes desr- denes del siglo XX, en un mundo momentneamente reconciliado, prosperan de nuevo las ciencias y las artes. Aquello ocurre en los aos 2.400. La fecha importa poco. No se trata de una novela de anticipacin ni tampoco de un relato utpico. Lo que persigue He- sse es ms sutil y ambiguo. Lo que realiza, con matices muy delica- dos, es, en un momento determinado del tiempo, la existencia con- centrada de todos los tiempos y, bajo la forma de Juego, en el es- pacio espiritual del Juego, la posibilidad de pertenecer a todos los mundos, a todos los saberes y a todas las culturas. Es el Universitas literarum, viejo sueo de la humanidad. Pero es tambin un viejo sueo de Hesse. A partir de Demin, y en casi todos sus libros, hay siempre una Bund, una asociacin se- creta, una comunidad esotrica, todopoderosa y sin eficacia, omni- presente e inasible, con la que el personaje central procura en vano ligarse. All puede reconocerse una idea de Nietzsche y de Goethe, y, ms an, el recuerdo del romanticismo alemn. Pero no es sola- mente un tema prestado. All se expresa primero la aspiracin ator- mentada de Hesse hacia la unidad, as como el deseo de poder en- trar en una comunidad sin abandonar la soledad, y de restablecer, por el camino del arte y de la magia, vnculos con el pequeo crcu- lo de quienes detentan esa verdad aunque no sea posible poseerla. La magia es la tentacin en la que Hesse siempre est dispuesto a 196 caer. Ella le permite satisfacer cmodamente su aborrecimiento por los tiempos modernos y su necesidad de encontrar, sin embargo, un mundo en el que dejara de estar solo. Un ao antes de empezar El Juego de abalorios, escribe El Viaje a Oriente. Este breve relato es una representacin ingenua, voluntariamente ingenua, de la gran co- munidad de los espritus, de los ilustrados y de los despiertos, de todos aquellos que buscan el Oriente, y el Oriente "no slo es un pas, algo geogrfico, sino el lugar natal y la [uuentud de las almas, el todas partes y el ninguna parte, la unificacin de todos los tiem- pos." Estarnos aqu en el estado de encantamiento romntico. Duran- te esta migracin, H. H. se codea tanto con los personajes de sus libros anteriores como con los personajes de Hoffmann o de Nova- lis, todos los seres del mundo de hadas de la infancia. La finalidad es, ciertamente, aquella que Novalis asignaba al Marchen, la revivi- ficadn del estado de leyenda, el renacimiento, por el recuerdo v el presentimiento, del reino originario desaoarecido. Los viaieros de Oriente constituyen una orden v, como toda orden, ella tiene como centro un secreto, el escritq sellado que nadie debe divulgar. Evi- dentemente, Hesse desea unir la hechicera con la alegora, la fe in- genua con la bsqueda problemtica, la simplicidad del cuento con la iniciacin al conocimiento: es decir, reconciliar siempre los dos lados de su espritu y de su talento. Pero lo mismo que el viaje se hunde en las discusiones y las dudas, la ingenuidad se sutiliza en el relato al contacto de, la alegora, y la alegora se convierte en inge- nuidad. Sin embargo, este breve relato lo ayud de seguro para escribir su gran novela, que vuelve a los mismos temas. Lo liber de las fa- cilidades de sus ensueos. Tras expresarlos bajo su forma inmediata, gan la paciencia de madurarlos y la fuerza de recogerlos a un nivel ms elevado. Un arte nuevo Castalia es tambin una orden, pero de carcter monstico y ya no mgico, una provincia llamada, en memoria de Goethe, "la Provincia pedaggica", en donde, separados del mundo, obedecien- do a una jerarqua estricta y ceremoniosa, algunos hombres, elegi- dos desde su ms temprana edad y formados en escuelas especiales, se dedican a estudios desinteresados y a su aprendizaje. Gramtica, filologa, msica, matemtica, todas las disciplinas cientficas, todas las artes se practican all en medio de un espritu de rigurosa pureza. 197 Se tratara, pues, de una orden de hombres cultos, de una especie de enciclopedia viva, un espacio cerrado en que se protege al espri- tu a fin de no estar ms expuesto a desaparecer en caso de conmo- ciones universales? Es un poco eso. No obstante, si Castalia fuera slo una reserva en que la cultura pudiera perpetuarse al margen del mundo siempre amenazante, viejo sueo tambin de la humanidad es- tudiosa, habra que desinteresarse de una empresa tan poco exaltan- te. Pero Castalia tiene en su centro una presencia ms excepcional, en torno a la cual ella se rene, se celebra y se juega bajo la forma de un arte nuevo. Este es el don de Castalia y tambin la ddiva de Hesse, que no es mediocre, porque no todos los das un creador, aunque fuese en el mbito de un libro novelesco, logra aproximar- nos a la ficcin de un gran juego imposible. Al escribir Doctor Faustus, Thomas Mann tuvo tambin la ambi- cin de imaginar una forma artstica nueva, y supo dar, por una in- geniosa evocacin, precisa y fascinante, el sentimiento rico y conven- cido de las obras escritas por un gran compositor ignorado. Proust tuvo a Vinteuil, y Balzac la obra maestra desconocida. Pero Hesse nos promete ms: no otro msico, ni tampoco una forma de msica que parezca llevar la msica un poco ms all de lo que omos de ella, sino un nuevo lenguaje, expresndose segn una disciplina nue- va que l inventa realmente. No del todo, sin embargo, y en esto hace obra de tentador, despertando nuestro anhelo y casi nuestra fe. Ese arte ya est en nosotros, y al cronista que nos relata la historia con un tono sentencioso no le desagrada designar a todos aquellos que lo presintieron desde Herclito y Pitgoras hasta Nicols de Cusa, Leibniz, los grandes romnticos alemanes, con una mencin especial para los autores chinos, que fueron los ms cercanos. Esto parece una idea que hubiese recorrido todo el curso de la historia. A veces simple sueo de una lengua universal agrupada, de acuerdo con los tiempos, en torno a tal ciencia o tal arte, mediante el cual se trata de expresar en signos sensibles los valores y las for- mas. Otras veces -y esto ya es un grado ms elevado- ese gran juego en el que se juega el espritu quiere apoderarse de la totalidad de los conocimientos, de las culturas y de las obras, y, sometindo- los a una medida comn, traducirlos a un espacio armonioso en que nacern nuevas relaciones, a la vez que se afirmar, como un canto, el ritmo velado, la ley ltima o, simplemente, la posibilidad de in- tercambios infinitos. En este plano, el Juego sale directamente del sueo pitagrico, aunque no menos directamente de las especulaciones de Novalis, 198 quien, en la gran embriaguez de las postrimeras del siglo XVIII, de- fina a la poesa como ciencia y a la ciencia como poesa en su forma ms elaborada. En este mismo plano, cuando vemos a los jugadores desmontando las obras, analizando los sistemas a travs de estudios minuciosos, y extrayendo las medidas que permiten hacer resonar al unsono un dilogo de Platn, tal ley fsica y una coral de Bach, estamos a punto de reconocer en ese Juego un malabarismo de vir- tuoso, destinado a hacernos pensar en los excesos en que caen, en medio de sus bsquedas, los intelectuales demasiado puros. Pero, por encima del Juego, hay un Juego ms alto; o, para ha- blar ms exactamente, esos trabajos de erudicin, esos estudios de sntesis, esos grandes esfuerzos para juntar en un espacio comn la infinita variedad de los conocimientos y las obras, slo representan un aspecto del Juego. La meditacin, concebida tambin como dis- ciplina y tcnica, representa el otro aspecto. El juego se convierte en- tonces en el Juego de los Juegos, la gran fiesta cultural, una ceremo- nia colectiva en la que, por la alianza concertada, inspirada y sabia de la msica, de las matemticas y de la meditacin, podr desarro- llarse, en el espritu y el corazn de los participantes, el arte de las relaciones universales, siempre capaz de suscitar el presentimiento del infinito o de producir la experiencia de la unidad. El juego deja de ser el inventario animado y armonioso de los valores y las for- mas. Pero ni siquiera queda, para los jugadores sumergidos en la re- sonancia sensible de las frmulas, como una manera particularmente delicada de gozar del espritu: es un culto severo, una fiesta religiosa en el transcurso de la cual cabe la posibilidad de acercarse a una vi- sin esencial, idioma sagrado, alquimia sublime y, tal vez, tambin, elaboracin de un hombre nuevo. Desde luego, Hesse se dio perfectamente cuenta de que no po- da representar de un modo claro y lgico la idea de semejante jue- go, y es de admirar el arte -un arte seguro, refinado e irnico, el arte que casi siempre le faltar- con el que logr, sin tratar de ilu- sionarnos mgicamente ni de fijar su imagen en exposiciones dogm- ticas, mezclando con destreza lo preciso y lo impreciso, variando los puntos de vista, trazando, a partir de estas diferentes indicaciones, crculos alrededor del mismo pensamiento, hacernos creer realiza- ble el arte que tiene como rasgo esencial el no poder realizarse. A la salida de Castalia Porque su libro no tiene nicamente como centro a Castalia, la Provincia pedaggica, el pueblo de los jugadores, con sus institu- 199 tos, sus clulas, cuya evocacin nos restituye, de un modo vivo y per- suasivo, la imagen, sacada de los recuerdos de Maulbronn, de una comunidad intelectual cerrada. Aunque Hesse parece haber imagi- nado primero a su obra como una especie de pera sin figuras en la que los temas, al desarrollarse, habran representado el juego del eterno movimiento de las potencias y las formas, decidi narrar en ella la vida de uno de los Maestros del Juego, personalidad excepcio- nal que llam Josef Knecht -Jos Sirviente-, menos para opo- nerIo a \X7ilhelm Meister que para continuar al Gran Maestro de los Viajeros de Oriente, Leo el sirviente, y, sobre todo, para sealar su desacuerdo con todos los Fhrer, aunque fueran de esencia espiritual. Esta biografa hubiese podido presentar solamente un inters de ex- posicin: ilustrar y animar el espacio de Castalia por medio de la historia de uno de sus representantes privilegiados. Al principio, Jo- sef Knecht fue slo tal vez ese orgulloso castaliano, hombre del es- pritu replegado en su diferencia. En un poema escrito en esa poca", Hesse evoca al Juego como una actividad que ejerciera para consigo mismo, que lo consuela y lo tranquiliza y cuyo secreto le fue enseado por Tosef Knecht: "Y ahora empieza en mi corazn un juego de pensamientos al que me dedico desde hace aos, llamado Juego de abalorios. Una bonita inversin que tiene por soporte la msica y por principio la meditacin. Su maestro es Jase! Knecbt, a quien debo lo que s de esta bella imaginacin." '" Josef Knecht se convirti tambin en un compaero muy pr- ximo, en un hombre realmente posible que no slo le sirvi para transferir al plano de la existencia la esencia de un arte imposible, sino para indagar el sentido y tal vez los peligros de la extraa ex- periencia que se propusiera. Intrprete ejemplar de un arte supremo y de una lengua sagrada, el mismo movimiento que hace identificar- se a Knecht con Castalia, lo conduce, al final, a rechazar a Castalia yana poder contentarse con lo que, sin embargo, aparece como una imagen de lo absoluto. Este movimiento, es verdad, se realiza de manera equvoca. Por un lado tenemos algo as como una crtica ra- zonable de la orgullosa provincia del espritu que se ha aislado del 1. Cuando Hesse prepara una novela, a veces pone a prueba sus temas dndoles una expresin potica. Es de notar que Hesse ilus- tr varios de sus libros con muchas acuarelas. En ciertos momen- tos de su vida, pint numerosos cuadros. El arte plstico, arte de dominio, es para l una disciplina saludable, un medio de recuperacin, al contrario de la msica. Paul Klee es uno de los personajes del lliaje a Oriente. 200 mundo, ignora la historia, desdea a su tiempo, cuando su papel prin- cipal debera ser pedaggico, el de educar la tierra, como Novalis ya lo deca de los poetas: "Tenemos a nuestro cargo una misin, es- tamos designados para formar la tierra." Por all, Hesse reniega pa- tticamente de su propio aislamiento y, dando un paso decisivo ha- cia el mundo, ya no pretende convertir a la unidad en una relacin secreta entre los dos polos del espritu, Dios y yo, sino en una afir- macin que pasa primero por la comunidad viva de los hombres. Esta es la ltima palabra de su experiencia solitaria; es justa y sim- ptica tambin. Pero de ello resulta cierta incomodidad para su libro y para la ficcin del libro. Porque, igual que admitimos fcilmente el tiempo intemporal que evoca la edad del Juego, igual nos extraa, cuando miramos al mundo a travs de las ventanas de Castalia, ver- lo parecido a la Alemania del siglo XVIII ms que a este tiempo fu- turo, histricamente fechado y situado, en el que se nos invita a en- trar. Acaso Hesse no contradice aqu un poco a la ligera el movi- miento que constituye el precio de su libro? El quiere devolverle sus derechos a la realidad del mundo comn, pero, en su relato, este mundo slo queda como un decorado de fondo en el cual, eviden- temente, nunca pasar nada. Sospechamos que su regreso al mundo es un voto piadoso que l mismo no ha cumplido y que entonces slo tiene un sentido alegrico. Lo cual perturba nuestro inters. Felizmente, tenemos otra sospecha. La muerte de Knecht es simple pero extraa. Maestro supremo del Juego, l renuncia a sus funciones, decide regresar a la vida comn para ejercer el oficio de maestro de escuela, convirtindose en el preceptor de un joven es- colar, dotado e indisciplinado, imagen conmovedora de Hesse cuan- do nio. Apenas deja a la Castalia ideal y se junta con su alum- no, desaparece en el transcurso de un bao matutino, en medio de las aguas heladas de un lago de montaa. Esta desaparicin no im- plica sino causas naturales. Pero el bigrafo nos recuerda con insis- tencia que dicho fin es legendario y que desde el momento en que Knecht sali de la Provincia, entr en una regin donde ya no bas- ta la verdad histrica. Estamos, pues, invitados a comprender los ltimos pasos de Knecht, su renuncia, la alegre decisin que lo li- bera del pasado como la realizacin de una voluntad superior a la suya, y el fro fracaso del final como el misterio que lo corona todo. Esta ltima escena habla, en efecto, de s misma. Thomas Mann la admiraba y, curiosamente, le encontraba un gran sentido ertico. Frente al sol que se levanta, el joven alumno de Knecht inicia una gesticulacin desordenada, especie de danza efervescente a la que 201 se abandona, asombrado y finalmente avergonzado, como si estuvie- ra entregando su secreto a ese maestro desconocido. Para serenarse, le propone echarse al agua del lago y nadar hasta la otra orilla que todava no alcanz la luz del sol. Knecht, cansado por la altura, se siente incmodo, pero no quiere decepcionar a su alumno reveln- dose poco deportivo. A su vez se echa al fro incisivo de las aguas que pronto 10 vencen. El joven adolescente se sentir confusamente responsable de esa muerte, y, ms que todas las enseanzas, ella contribuir a despertar en l al ser nuevo en que debe convertirse para responder :JI llamado de los tiernnos futuros. En este final tenernos un buen ejemplo del arte de Hesse y de la sencillez con que se abre a la transparencia alegrica. All est cada detalle por s mismo v por un sentido ideal que evoca clara- mente. El regreso de Knecht al mundo est simbolizado por la as- censin a la montaa, ltima superacin en la que debe ir ms all de su existencia personal. El sol naciente es como la aparicin de lo absoluto, de lo cual Castalia slo representa la glorificacin mo- mentnea y que no puede durar bajo forma alguna, por muy pura que fuese. Knecht termina en la leyenda, transformado en un De- min annimo, vctima ofrecida en sacrificio al absoluto que venera, v desapareciendo para que pueda ensancharse el horizonte humano. (Hesse procur expresar de un modo potico, v tal vez afortunado, el carcter enigmtico de su hroe, su personalidad-impersonalidad, aadiendo al relato tres biografas imaginarias supuestamente es- critas por l. Son ejercicios escolares, nos dicen. Al final de sus estudios, cada castaliano elige una poca y una cultura en la que imagina haber podido estar. Hesse aplica, pues, en segundo grado su propio mtodo de experimentacin. Tambin es una manera de hacer de su libro una especie de Juego de abalorios, para mostrar la unidad de una persona a travs del reflejo de las circunstancias cam- biantes y la variedad de culturas disparejas. En fin, por un medio de anlisis que ya no es psicolgico, intenta penetrar la profundidad de una vida sugiriendo la plenitud de las posibilidades que no po- dra traducir el movimiento de un relato lineal). Estn all muchos detalles ms que hablan al espritu. Incluso el lago sugiere la atraccin de las fuerzas oscuras, el llamado de las profundidades maternales hacia las cuales cae aquel que vuelve al mundo por una pasin ms alta. Ese tipo de muerte obsesion a Hesse, y la represent muchas veces en sus relatos, los cuales con- tienen no menos de cuatro o cinco muertes por ahogamiento. All, el sentido alegrico cede ante la provocacin mgica. En El Juego de 202 abalorios, aunque el hroe principal represente ms a la obra que a su autor, Hesse no dej de establecer una completa red de rela- ciones entre su ficcin y su vida. As, se describe irnicamente bajo el aspecto de un ermitao casi manitico, que vive en los confines de Castalia, interrogando a los orculos al estilo chino. La escuela de Knecht se llama Hellas, en memoria del instituto escolar de Maulbronn donde antao fuera tan poco feliz el alumno Hesse. El primer inventor del Juego de abalorios se llama Bastin Perrot de Calw. Pero Perrot de Calw-Nagold, en sus talleres de mecnica, tuvo al joven Hesse como aprendiz, cuando ste, tras renunciar a los estudios clsicos, prob en vano diferentes oficios. El Padre Jaco- bus, que inicia a Knecht en historia, es Jacob Burckhardt. Toms van der Trave, uno de los maestros del Juego, es Thomas Mann. Estos nombres significaran que el Juego de Abalorios sera tambin otro juego, una novela clave, e incluso una novela de crtica contempo- rnea, en donde, por ejemplo, al hacer de Thomas Mann un retrato fiel, amistoso y deferente, Hesse estara criticando su situacin in- telectual, la de un hombre de letras demasiado puro? Uno se equi- vocara imaginndolo as. Estos nombres, estas alusiones, que slo son secreto para el lector desprevenido, desempean el papel de un memorial mgico en que el pasado hace una seal al escritor y se insina amistosamente dentro del espacio algo fro de las cosas y tiempos que no existen. Adems, en esta obra final, Hesse trata ms seriamente, sin duda, de recobrar otra vez el acontecimiento oscuro del que depende toda su vida: Knecht abandona la comuni- dad cerrada de Castalia, as como el joven Hesse se fug un da del seminario de Maulbronn. Tanto el hombre maduro, dueo de su vocacin, como el adolescente, en el desamparo de su sensibilidad, se liberan y cumplen peligrosamente su destino. Finalmente, el escritor, en el punto extremo de su experiencia, se vuelve por ltima vez hacia su infancia, y el heredero que elige, el sucesor que se da, es este joven difcil, decepcionante, que l fuera antao y a quien en- trega resueltamente las claves del porvenir. El espritu envejecido As, pues, el libro tiene varias proyecciones y podra leerse de distintas maneras. Pero la imagen del Juego sigue siendo el centro alrededor del cual gravita todo, ese sueo superior de tiempos des- conocidos que, sin embargo, nos recuerda algo. Tenemos all una nueva respuesta a las preguntas que ilustrara Malraux un poco ms tarde al dar un nombre a la experiencia del Museo imaginario. El 203 Juego es el Museo de los Museos. En l, cada vez que se juega, todas las artes y todos los conocimientos se animan y se despiertan en su infinita variedad, en sus relaciones cambiantes, en su fugaz unidad. Ciertamente, se trata de una culminacin suprema. Esta- ramos, pues, al final de la historia? En ese momento del crepscu- lo en que el pjaro de Minerva y de Hegel, empezando su vuelo nocturno, hace del da la noche, convierte al da activo, creador y sin reflexin, en la quieta y silenciosa transparencia de la noche? La jornada tiene que haber concluido para poder narrarla y decirla. Pero el da, convertido en su propio relato, es, precisamente, la noche. Semejante perspectiva pertenece al libro de Hesse? All el cronista hace esta observacin: el nuevo arte del Juego no pudo nacer sino a partir de la decisin heroica y asctica de renunciar a toda creacin de obras de arte. Ya no es el momento de escribir ms poemas ni de enriquecer la msica con "piezas" nuevas. El espritu creador debe refluir sobre s y la obra nica ser de ahora en ade- lante la presencia infinita de todas las obras. El arte es la concien- cia cantante, saber, msica, meditacin, de la totalidad de las artes y, ms an, del todo oculto en ese todo, celebracin semi-esttica, semi-religiosa, en la que el todo se juega y se pone en juego, en un entretenimiento soberano. El Juego es la coronacin de la cultura. All se cumple una exigencia absoluta. Ese podra ser nuestro destino, y es evidente que Hesse am este destino. Pero tambin le asust. El Juego de abalo- rios, en el que, bajo ese nombre infantil", se realiza la verda- dera comunidad con la que siempre soara, es una abertura tarda. En lo ms alto empieza la cada. El espritu de Castalia es el esp- ritu envejecido. El se prohibe escribir nuevas obras porque ha dejado de ser conquistador. Entonces el absoluto slo queda como el fati- gado aislamiento de una alta forma espiritual, ajena a la realidad viva y que, ignorndola, se cree todo, pero no es sino la totalidad vaca de la ignorancia. 1. Por medio de ese nombre, Hesse quiso probablemente hacer re- flexionar sobre la relacin de la ms alta cultura con el despertar infantil. Pero en su ltimo libro, Beechaorumoen; Conjuros, nos cuenta que, siendo nio, dispona de un juego de naipes que re- presentaba a escritores y artistas con la enumeracin de sus obras. y aade: "Ese panten de imgenes coloreadas bien puede haber dado el primer impulso a la idea de representar, bajo el nombre de Castalia y del juego de abalorios, a la Universitas literarum et artium abarcando todos los tiempos y todas las culturas". 204 Hnos aqu de nuevo cados y muy bajo. El Juego se convierte en sueo estril y engaosa consolacin, a lo sumo la msica me- lanclica de la decadencia. Entre estas dos interpretaciones, Hesse queda indeciso. De esta incertidumbre, su libro recibe algo as como la falsa luz de un enigma, y esta divisin a veces lo enriquece, otras lo debilita. Porque hay una indecisin an ms grave. Qu es el Juego? Una creacin suprema que consiste en juntar en una unidad viva la totalidad de las obras y las creaciones de todos los tiempos. Pero qu es lo que cuenta aqu, quin es el primero? La unidad o el todo? La unidad que es Dios o el todo que es la afir- macin del hombre cumplido? Algunos comentaristas alemanes se apresuraron a ver el libro de Hesse como una obra hegeliana. Tal actitud no es muy razonable. Acaso el Juego sea la conciencia eru- dita y meldica del todo, pero es precisamente all donde lo ame- nazan la decadencia y el agotamiento. Al contrario, en la medida en que es una etapa hacia la unidad, la realizacin provisional de la unidad, el Juego lleva, segn el autor, grandes promesas, porque significa "una forma escogida, simblica, de la bsqueda de lo per- fecto, una sublime alquimia, el acercamiento, por encima de todas las imgenes y diversidades, al espritu que es uno en s, acercamiento a Dios". De todas maneras el Juego ha de ser superado. La muerte de Knecht es el momento religioso en que la superacin se realiza. Pero debe cumplirse porque desconoce la historia y su marcha hacia adelante, o porque es el camino justo que conduce al centro y que se interrumpe cuando se ha alcanzado el centro, la visin unitaria con el Dios que permanece en nosotros? El libro de Hesse dice todo esto, pero tal vez sea decir demasiado a la vez. Asimismo, por lo que respecta a la coherencia novelesca, cabra preguntarse si no es peligroso, cuando se ubica en el centro de la obra a una gran imagen que la sostiene enteramente, dar la impresin de redu- cirla a una figura superficial que parece entonces organizada deli- beradamente en vista de la crtica que se le quiere hacer. En una obra, la impugnacin de la obra tal vez sea la parte esencial, pero siempre debe realizarse en el sentido y mediante la profundizacin de la imagen que constituye su centro y que apenas empieza a apa- recer cuando llega el final en que desaparece. 205 VIII-EL DIARIO INTIMO Y EL RELATO EL DIARIO ntimo, que parece tan desprendido de las formas, tan dcil ante los movimientos de la vida y capaz de todas las libertades, ya que pensamientos, sueos, ficciones, comentarios de s mismo, acontecimientos importantes, insignificantes, todo le con- viene, en el orden y el desorden que se quiera, est sometido a una clusula de apariencia liviana pero temible: debe respetar el calen- dario. Este es el pacto que sella. El calendario es su demonio, el inspirador, el compositor, el provocador y el guardia. Escribir su diario ntimo significa ponerse momentneamente bajo el amparo de los das comunes, poner al escritor bajo esa misma proteccin, y significa protegerse contra la escritura sometindola a esa regula- ridad feliz que uno se compromete a mantener. Lo que se escribe se arraiga entonces, quirase o no, en lo cotidiano y en la perspec- tiva que lo cotidiano delimita. Los pensamientos ms lejanos, ms aberrantes, se mantienen en el crculo de la vida cotidiana y no de- ben perjudicar su verdad. De ah que la sinceridad representa, para el diario, la exigencia que debe alcanzar, pero sin traspasarla. Nadie debe ser ms sincero que el autor de diario, y la sinceridad es esa transparencia que le permite no echar sombra sobre la limitada exis- tencia de cada da a la cual se reduce su afn de escribir. Hay que ser superficial para no faltar a la sinceridad, gran virtud que tam- bin exige valor. La profundidad tiene sus comodidades. Por lo menos, la profundidad exige la resolucin de no limitarse al ju- ramento que nos liga a nosotros y a los dems por medio de alguna verdad. El lugar de imantaci6n El relato no se distingue del diario porque consigne aconte- cimientos extraordinarios. Lo extraordinario tambin forma parte 207 de 10 ordinario. El relato se distingue del diario porque se enfrenta a lo que no puede ser comprobado, lo que no puede dejar constan- cia ni researse. El relato es el lugar de imantacin que atrae la figura real a los puntos en que debe situarse para responder a la fascinacin de su sombra. Nadja es un relato. Este se inicia con estas palabras: "Quin soy?" La respuesta es una figura viva que hubiramos podido encontrar tal da, en tales calles que conocemos. Esta figura no es un smbolo, ni un plido sueo. No es como la Dorotea que se le apareca de vez en cuando al joven ]nger, ni como el Demin que Hesse tuvo de compaero en los bancos de la escuela: imagen atrayente del genio eterno. Nadja ha sido tal como se ofrece en la sorpresa del relato: una vida casual, nacida de la casualidad y encontrada por casualidad; fiel a ese azar hasta obligar a quien la habra seguido a entrar en los recovecos ms azarosos -los que ms ensucian- de una vida fortuita. Pero por qu la forma del diario, esta relacin que es el diario, no hubiese convenido a semejante acontecimiento, situado, fechado, metido en la telaraa de los ajetreos cotidianos? Porque no hay nada ms ajeno a la rea- lidad donde permanecemos, en la certidumbre del mundo comn, que la casualidad, esa casualidad que adopt para Breton la figura de una mujer joven, y nada puede ser ms distinto a la constancia cotidiana que la marcha inquieta, sin rumbos ni lmites, que hace necesaria la persecucin de lo que tuvo lugar, lo cual, sin embargo, por el hecho de haber tenido lugar, desgarra la telaraa de los acon- tecimientos. Para quien encuentre el azar, como para quien encuentre "en verdad" una imagen, la imagen, el azar abre en la vida una la- guna desapercibida en la que se debe renunciar a la luz tranquila y al lenguaje usual para mantenerse bajo la fascinacin de otro da y en relacin con la medida de otra lengua. Se narra lo que no es reseable. Lo que es demasiado real para no arruinar las condiciones de la medida realidad que nos pero tenece. Adolfo no es la historia purificada de Benjamin Constant: es una especie de imn para desprender de s mismo su propia sombra -lo que no conoce- y situarla detrs de sus sentimientos, en el espacio ardiente que stos le designan, pero que el hecho mismo de "vivirlos", as como la marcha de la vida cotidiana y de las cosas por hacer, constantemente le han disimulado. En el diario, Madame de Stal no es menos tormentosa y Constant no es menos desgarrado que en el relato. Pero, en Adolfo, los sentimien- tos se orientan hacia su centro de gravedad, donde est el verdadero lugar que ocupan enteramente, expulsando el movimiento de las 208 horas, disipando el mundo y, con el mundo, el poder de vivirlos: lejos de aliviarse mutuamente en un equilibrio que los hara sopor- tables, caen juntos hacia el espacio del relato, espacio que es tambin el de la pasin y de la noche en que no pueden ser ni alcanzados ni pasados, ni traicionados ni olvidados. La trampa del Diario El inters del diario reside en su insignificancia. Esa es su pendiente, su ley. Escribir cada da, bajo la garanta de este da y para recordrselo a s mismo, es una manera cmoda de escapar al silencio, como a lo que la palabra tiene de extremo. Cada da nos dice algo. Cada da anotado es un da preservado. Doble operacin ven- tajosa. As se vive dos veces. As uno se cuida del olvido y de la desesperacin de no tener nada que decir. "Atrapemos y exhibamos nuestros tesoros", dice horriblemente Barrs, y Charles du Bos, con la simplicidad que lo caracteriza: "El diario, al principio, represent para m el supremo recurso para escapar de la total desesperacin ante el acto de escribir", y adems: "Lo curioso en mi caso es cun poco tengo el sentimiento de vivir cuando mi diario no recoge el sedimento!", Pero que un escritor tan puro como Virginia Woolf, que una artista tan empecinada en crear una obra que slo retenga la transparencia, la aureola luminosa y los leves contornos de las cosas, se sienta como obligada a volver sobre s misma en un diario de habladuras donde el Yo se expande y se consuela, es signifi- cativo y perturbador. El diario bien parece aqu un pretil contra el peligro de la escritura. All, en Las Olas, ruge el peligro de una obra en la que se debe desaparecer. All, en el espacio de la obra, todo se pierde y tal vez tambin se pierda la obra. El diario es el ancla que rastrea contra el fondo de lo cotidiano y se engancha a las asperezas de la vanidad. Asimismo, Van Gogh tiene sus cartas y un hermano a quien escribirlas. Hay, en el diario, como la feliz compensacin, una por otra, de una doble nulidad. El que no hace nada con su vida escribe que no hace nada, y he aqu, sin embargo, algo realizado. El que se deja apartar de la escritura por las futilidades del da, vuelve a esas tu- tilidades para contarlas, denunciarlas o complacerse en ellas, y he aqu un da repleto. "Esta es la meditacin del cero sobre s mismo", de la que habla valientemente Amiel. 1. Algunas de estas citas provienen del libro de Michele Leleu: Los diarios ntimos. 209 La ilusin de escribir y a veces de V1Vlt que proporciona el diario, el modesto recurso que asegura contra la soledad (Maurice de Gurin llama a su Cuaderno: "Mi dulce amigo) . . . aqu estoy ahora para t} todo para t"} y Amiel para qu se casara? "El diario hace las veces de confidente} o sea de amigo y esposa"), la ambicin de eternizar los momentos sublimes e incluso de hacer con la vida en- tera un bloque slido que pueda guardarse junto a s, firmemente abrazado, y, por ltimo, la esperanza, uniendo la insignificancia de la vida a la inexistencia de la obra, de alzar la vida nula hasta la bella sorpresa del arte, y el arte informe hasta la verdad nica de la vida, el entrelazamiento de todos estos motivos hace del diario una empresa de salvacin: se escribe para salvar la escritura, para rescatar su vida mediante la escritura, para rescatar su pequeo yo (las represalias que se toman contra los dems, las maldades que se destilan) o para salvar su gran yo dndole aire, y entonces se es- cribe para no perderse en la pobreza de los das, o, como Virginia Woolf, como Delacroix, para no perderse en ese tormento que es el arte, que es la exigencia sin lmite del arte. Lo singular en esta forma, hbrida, aparentemente tan fcil, tan complaciente y, a veces, tan desagradable por el agradable en- simismamiento que mantiene (como si fuese algo interesante pensar en s, tornarse hacia s mismo), proviene de que es una trampa. Uno escribe para salvar los das, pero confa su salvacin a la es- critura que altera el da. Uno escribe para salvarse de la esterilidad, pero se convierte en Amiel, que, considerando las catorce mil p- ginas en que se disolvi su vida, reconoce que ello 10 arruin "ar- tstica y cientficamente" con "una afanosa ociosidad y un fantasma de actividad intelectual'". Uno escribe para recordarse a s mis- mo pero, dice Julien Green, "pensaba que todo cuanto anotaba re- sucitara en m el recuerdo de los dems... pero hoy no queda nada sino algunas frases apresuradas e insuficientes que slo dan un reflejo ilusorio de mi oida:": Finalmente, pues, ni se ha vivido, ni se ha escrito, doble fracaso a partir del cual recupera el diario su tensin y su gravedad. 1. Asimismo, Jules Renard: "Creo haber tocado el fondo del pozo ... y este Diario que me distrae, me divierte y me esteriliza." 2. Quin ms que Proust desea recordarse a s mismo? Por eso no hay escritor ms ajeno al registro diario de su vida. Aquel que desea recordarse debe confiarse al olvido, a ese riesgo que es el olvido absoluto y a esa bella casualidad que se convierte entonces en recuerdo. 210 El diario est ligado a la extraa conviccin de que uno puede observarse y debe conocerse. Sin embargo, Scrates no escribe. Los siglos ms cristianos ignoran este examen que no tiene como inter- mediario el silencio. Se nos dice que el protestantismo favorece esta confesin sin confesor, pero por qu debera la escritura reempla- zar al confesor? Es necesario ms bien volver a una mezcolanza pe- nosa de protestantismo, de catolicismo y de romanticismo para que los escritores, ponindose en busca de s mismo en este falso di- logo, traten de dar forma y lenguaje a 10 que en ellos no puede ha- blar. Aquellos que se dan cuenta de ello y reconocen, poco a poco, que no pueden conocerse sino slo transformarse y destruirse, y que prolongan esa lucha extraa por la que se sienten atrados fuera de s mismos, hasta un lugar donde sin embargo no tienen acceso, nos dejaron, segn sus fuerzas, fragmentos, adems a veces im- personales, que uno puede preferir a cualquier obra. Los contornos del secreto Para el escritor, es tentador tratar de llevar el diario de la obra que est escribiendo. Es esto posible? El Diario de Los Falsarios es posible? Interrogarse acerca de sus proyectos, sopesarlos, veri- ficarlos a medida que se desarrollan, comentarlos para s mismo, he aqu algo que no parece difcil. El crtico que, segn se dice, acom- paa siempre al creador, acaso no podra consignar su opinin? y esta misma opinin tomar la forma de un libro de bitcora en el cual se inscribiran, da tras da, los aciertos y desaciertos de la navegacin? Sin embargo, tal libro no existe. Parece que debieran permanecer incomunicables la experiencia propia de la obra, la visin por la que ella comienza, "la especie de extravo" que suscita y las relaciones inslitas que establece entre el hombre que podemos en- contrar todos los das, y que precisamente escribe un diario de s mismo, y aquel ser que vemos alzndose detrs de cada gran obra, saliendo de la obra misma para escribirla: entre Isidore Ducasse y Lautramont", As vemos por qu el escritor no puede llevar sino el diario de la obra que no escribe. Vemos tambin que este diario no puede escribirse sino tornndose imaginario y sumergindose, como quien 10 escribe, en la irrealidad de la ficcin. Esta ficcin no tiene obli- gatoriamente relacin con la obra que prepara. El Diario ntimo de 1. Pero para Lautramont tal vez exista este libro: son Los Cantos de Maldoror. Para Proust, la obra de Proust. 211 Kafka est hecho no slo de notas fechadas que se refieren a su vida, de descripciones de cosas que ha visto, de gente con quien se ha encontrado, sino de una gran cantidad de esbozos de relatos, algunos con unas cuantas pginas, la mayora unas pocas lneas, todos inacabados, aunque muchas veces ya formados y, lo que llama ms la atencin, casi ninguno tiene relacin con otro ni es la continua- cin de un tema ya puesto en obra, ni tampoco tiene relacin con los acontecimientos diarios. Sin embargo, sentimos muy bien que estos fragmentos "se articulan", como lo dice Marthe Robert, "en- tre los hechos vividos y el arte", entre el Kafka que vive y el Kafka que escribe. Presentimos tambin que estos fragmentos constituyen las huellas oscuras, annimas, del libro que se intenta realizar, pero slo en la medida en que no tienen parentesco visible con la exis- tencia de la que parecen provenir, ni con la obra cuya aproxima- cin constituyen. Por lo tanto, si aqu tenemos un presentimiento de lo que podra ser el diario de la experiencia creadora\ tene- mos al mismo tiempo la prueba de que este diario tambin estara cerrado, y ms separado, que la obra ejecutada. Porque los con- tornos de un secreto son ms secretos que el secreto mismo. La tentacin de mantener al "da" el diario de viaje de la ex- periencia ms oscura es, sin duda, ingenua. Sin embargo, ella sub- siste. Una especie de necesidad le deja siempre oportunidades. Un escritor sabe en vano que no puede volver ms ac de un punto sin ocultar, con su sombra, lo que vino a contemplar: el atractivo de las fuentes, la necesidad de captar de frente lo que siempre se apar- ta, el empeo, en fin, de entregarse a la bsqueda sin preocuparse por los resultados, es ms fuerte que las dudas, y, adems, las dudas mismas, ms que retenernos, nos alientan. Las tentativas poticas ms firmes y menos soadas de nuestro tiempo acaso no participan de este sueo? No est all, pues, Francis Ponge? S, Francis Ponge. 1. Existen otros: por ejemplo, Los Cuadernos de Malte; El Cora- zn aventurado, de Jnger; Los Carnets de Joubert; tal vez La experiencia interiM' y El Culpable, de Georges Bataille. Una de las leyes secretas de estas obras reside en que, mientras ms se profundiza el movimiento, ms tiende a aproximarse a la imper- sonalidad de la abstraccin. Asimismo, Kafka sustituye poco a poco las observaciones fechadas acerca de s mismo por consi- deraciones tanto ms generales cuanto que son ms ntimas. Y s.i se evocan los relatos de confidencia msticos, tan concretos, de Santa Teresa de Avila, si se comparan con los Sermones y Tratados de Maestre Eckhart o con los comentarios de San Juan de La Cruz, se ver que, en ellos tambin, la obra abstracta est ms prxima a la experiencia ardiente de la cual no habla sino impersonal e indirectamente. 212 IX-EL RELATO Y EL ESCANDALO EL MS "bello" de los relatos contemporneos tal vez haya sido publicado en 1941 por un autor cuyo nombre, Pierre Angli- que, permaneci desconocido. Aparecieron entonces cincuenta ejem- plares; cincuenta ms en 1945; hoy un poco ms. El ttulo es: Ma- dame Edwarda, pero cuando, al final de la lectura, se llega a la con- tratapa, uno encuentra, idntico al primero, este otro ttulo: Divinus Deus. Puse entre comillas la palabra bello. No porque la belleza est all velada: es evidentemente bello. Pero aqu lo que es bello nos hace responsables de nuestra lectura de un modo que no nos permite remunerarIa con semejante juicio Qu est en juego en estas pocas pginas? Si le tienes miedo a todo, lee este libro, pero antes que nada, yeme: si te res, quiere decir que tienes miedo. Te parece que un libro es algo inerte. Es posible. No obstante y si. como sucede a veces, no sabes leer? deberas temer . . . ? ('Eres solo? Tienes fro? sabes hasta qu punto el hombre es "tu mismo"? imbcil? y desnudo? Quisiera citar la primera frase de este relato: "En una esquina, la angustia, una angustia sucia y exaltante, me descompuso (tal vez por haber visto dos mujeres furtivas en la escalera de unos baos) ", y, en fin, el ltimo prrafo: "He terminado. Del sueo que nos dej, poco tiempo, en el piso del taxi, me despert enfermo, yo primero . . . Lo dems es irona, larga espera de la muerte . . . )) Entre esos lmites, lo que se inscribe es escandaloso? Segu- ramente. Pero la verdad del relato consiste en chocamos con un es- cndalo que, sin embargo, no sabemos en donde situar. Quisiramos poder incriminar las palabras: nunca fueron ms estrictas; o las circunstancias, el hecho de que Madame Edwarda sea una mujer 213 de prostbulo, pero esto podra ser ms bien tranquilizador o el hecho de que ciertos detalles, a considerarse como obscenos, lo sean con una necesidad que los ennoblece, hacindolos inevitables, no slo por el arte, sino por una obligacin tal vez moral, tal vez fun- damental. Ciertamente, la contradiccin tiene un gran poder escan- daloso; adems de que algunas cosas muy bajas, gestos de los que no se suele hablar se impongan de repente ante nosotros como por- tadores de los valores ms altos, esta afirmacin, en el momento mismo que nos alcanza, con una evidencia contrariante, indiscutible e intolerable, nos toca escandalosamente, sea cual fuese nuestra li- bertad en torno a lo que nos dicta la costumbre como muy bajo y. muy alto. Los esfuerzos que hacemos por aislar tericamente el punto en que el escndalo nos afecta (recurriendo por ejemplo a lo que sabemos de lo sagrado, objeto de deseo y de horror), se parecen al trabajo de los glbulos para renovar la parte lesionada. El cuerpo' se recupera, pero permanece la experiencia de la herida. Se cura la herida, no se puede curar la esencia de la herida. ((Yo balbuceaba suavemente: "Por qu haces esto?" - "Ya ves, dijo, yo soy DIOS ... )) - "Estoy loco ... JJ - "Pero no, debes mirar: mira!" Semejante dilogo, en las circunstancias en que tiene lugar, puede pasar por aberrante; tambin puede aparecer como lo ms fcil de escribir. Si no adherimos a l -y de cierta ma- nera, el autor no busca nuestra adhesin; asimismo, la suya tiene un sentido que se le escapa: as es el escndalo, de tal naturaleza que se nos escapa, mientras que no escapamos de l-, incluso si le con- testamos slo por la risa, la irona, el malestar o la indiferencia, existe, en la situacin que el relato afirma ante nosotros, una cer- tidumbre tan simple, aunque totalmente incierta, ligada a una ver- dad tan exclusiva y tan extensa que sentimos muy bien que nuestra actitud, sea cual fuere, est incluida en ella y la confirma. No existe una manera de reaccionar ante esta historia que ya no est implicada y comprendida en ella, dejando inmediatamente constancia de su ne- cesidad. Por all nos agarra el libro, ya que no podra dejarnos intac- tos, libro propiamente escandaloso, si tal es la propiedad del escn- dala que no sea posible preservarse de l, y cuanto ms uno se defien- de, ms est expuesto. En esto el autor no difiere de cualquier lector. No se puede de- cir que l, tras haber sido alcanzado por el acontecimiento cuyo relato slo nos afecta, estara as ms cerca del centro de la historia. Cual- quiera que sea la manera como sucedieran las cosas, todo se vuelve 214 grave para l a partir del momento en que las cuenta, lo mismo que para Fedra todo empieza cuando acepta romper el secreto en favor de Enana, tornndose culpable no debido a su monstruosa pasin inocente, sino culpable de hacerla culpable al posibilitarla, al dejar que pase de la pura imposibilidad del silencio a la verdad escanda- losa de su realizacin en el mundo. En todo escritor trgico existe esta necesidad del encuentro de Fedra y de Enana, ese movimiento hacia la luz de lo que no puede iluminarse, el exceso que slo se convierte en exceso y en escndalo -en las palabras. Que el libro ms incongruente, como lo califica George Bataille en su prlogo, sea finalmente el ms bello de los libros, y tal vez el ms tierno, es entonces del todo escandaloso. 215 IV A DONDE VA LA LITERATURA? I-LA DESAPARICION DE LA LITERATURA AVECES uno oye extraas preguntas, sta por ejemplo: "Cu- les son las tendencias de la literatura actual?", o tambin: "A 'dnde va la literatura?" S, extraa pregunta, pero lo ms extrao les que si existe una respuesta, sta es fcil: la literatura va hacia s misma, hacia su esencia que es la desaparicin. Quienes requieran afirmaciones tan generales pueden volverse "hacia lo que se llama la historia. Les ensear lo que significa la (clebre frase de Hegel: "El arte es cosa pasada para nosotros", frase pronunciada audazmente frente a Goethe, en el momento de la expansin romntica, y cuando la msica, las artes plsticas, la poesa aguardan obras considerables. Hegel, que inaugura su ctedra de esttica con esta pesada expresin, sabe todo eso. Sabe que las obras no le faltarn al arte, admira las de sus contemporneos y a veces las prefiere (las desconoce tambin), y, sin embargo, "el arte es cosa pasada para nosotros". El arte ya no es capaz de sobrellevar la necesidad de absoluto. Lo que cuenta absolutamente es, de ahora en adelante, la realizacin del mundo, la seriedad de la accin y la tarea de la libertad real. Slo en el pasado est el arte cerca de lo absoluto, y slo en el Museo conserva valor y poder. O bien, des- consideracin ms grave, cae en nosotros hasta convertirse en un mero placer esttico o en un auxiliar de la cultura. Esto es muy conocido. Es un porvenir ya presente. En el mun- do de la tcnica, se puede seguir alabando a los escritores y enri- queciendo a los pintores, se puede honrar a los libros y ampliar las bibliotecas; se le puede reservar un sitio al arte porque es til o porque es intil, obligarlo, reducirlo o dejarlo libre. La suerte, en este caso favorable, tal vez sea la ms desfavorable. Aparentemente, el arte no es nada si no es soberano. De ah la incomodidad del ar- 219 tista de ser todava algo en un mundo donde, sin embargo, l se ve injustificado. Una bsqueda oscura, atormentada La historia habla grosso modo as. Pero cuando se vuelve hacia la literatura o hacia las artes mismas, 10 que ellas parecen decir es muy diferente. Todo ocurre como si la creacin artstica, a medida que los tiempos se cierran a su importancia obedeciendo a movi- mientos que le son ajenos, se aproximara a s misma mediante una visin ms exigente y profunda. No ms orgullosa: es el Sturm un Drang el que cree exaltar la poesa por los mitos de Prometeo y de Mahoma; lo glorificado no es entonces el arte sino el artista creador, la poderosa individualidad, y cada vez que se prefiere el artista a la obra, esta preferencia, esta exaltacin del genio significa una degra- dacin del arte, el retroceso ante su propio poder, la bsqueda de sueos compensadores. Estas ambiciones desordenadas aunque ad- mirables, las que Novalis expresa misteriosamente: "Klingsohr, poe- ta eterno, no mueras, qudate en el mundo", o tambin Eichen- dorff: "El poeta es el corazn del mundo", no son de ninguna mane- ra semejantes a las que despus de 1850, fecha a partir de la cual el mundo moderno se encamina con ms decisin hacia su destino, anuncian los nombres de Mallarm y de Czanne, las que sostiene con su movimiento todo el arte moderno. Ni Mallarm ni Czanne hacen pensar en el artista como un individuo ms importante y visible que los otros. Ellos no buscan la gloria, ese vaco candente y radiante con que, desde el Renacimien- to, siempre dese aureolarse una cabeza de artista. Ambos son mo- destos, no orientados hacia s mismos, sino hacia una bsqueda os- cura, hacia una preocupacin esencial cuya importancia no est li- gada a la afirmacin de su persona, ni a la expansin del hombre moderno; bsqueda incomprensible para la mayora, ellos estn em- peados en ella, sin embargo, con una obstinacin y una fuerza me- tdica que slo se disimulan bajo su modestia. Czanne no exalta al pintor, ni tampoco a la pintura, a menos que sea a travs de su obra, y Van Gogh dice: "No soy un artista - qu burdo sera pensarlo incluso de s mismo", y aade: "Digo esto para mostrar cun tonto hallo hablar de artistas dotados y no dotados". En el poema, Mallarm presiente una obra que no se re- laciona con alguien que la hubiese hecho, presiente una decisin que no depende de la iniciativa de tal individuo privilegiado. Y, contra- 220 riamente al antiguo pensamiento segn e! cual e! poeta dice: no soy yo quien habla sino el dios que habla en m, esta independencia del poema no designa la transcendencia orgullosa que hara de la crea- cin literaria e! equivalente de la creacin del mundo por algn de- miurgo; no significa la eternidad o la inmutabilidad de la esfera po- tica, sino que, todo lo contrario, invierte los valores habituales que otorgamos a la palabra hacer y a la palabra ser. Esta asombrosa transformacin del arte moderno, que se pro- duce en e! momento en que la historia propone al hombre tareas y metas muy distintas, podra aparecer como una reaccin contra esas tareas y esas metas, un esfuerzo vaco de afirmacin y justificacin. Esto no es verdad, o lo es tan slo superficialmente. A veces los es- critores y los artistas responden al llamado de la comunidad con un frvolo apartamiento, al trabajo potente de su siglo con una ingenua glorificacin de sus ociosos secretos, o, tambin, con una desespera- cin que les permite reconocerse, como Flaubert, en la condicin que rechazan. O bien piensan en rescatar al arte encerrndolo en s mis- mos: e! arte sera un estado de nimo; potico significara subjetivo. Pero precisamente, con Mallarm y con Czanne, para usar sim- blicamente a estos dos nombres, el arte no busca estos vanos refu- gios. Lo que cuenta para Czanne es "la realizacin" y no los esta- dos de nimo de Czanne. El arte est poderosamente tendido hacia la obra, y la obra de arte, la obra que encuentra su origen en el arte, se manifiesta como una afirmacin completamente diferente a las obras que tienen su medida en e! trabajo, en los valores e intercam- bios, diferente pero no contraria: e! arte no niega al mundo moderno, ni al de la tcnica, ni al esfuerzo de liberacin y transformacin que se apoya en esa tcnica, sino que expresa y tal vez cumple relaciones que preceden cualquier cumplimiento objetivo y tcnico. Pero precisamente con Mallarm y con Czzanne, para usar sim- mente arriesgada en que se enjuician de nuevo y entran en el riesgo e! arte, la obra, la verdad y la esencia del lenguaje. Por eso, en el mismo tiempo, se deprecia la literatura, se extiende sobre la rueda de Ixin, y e! poeta se convierte en e! amargo enemigo de la figura de! poeta. Aparentemente, esta crisis y esta crtica slo le recuerdan al artista la incertidumbre de su condicin en la poderosa civilizacin donde tiene tan poca parte. Crisis y crtica parecen brotar del mun- do, de la realidad poltica y social, parecen someter la literatura a un juicio que la humilla en nombre de la historia: la historia es la que critica a la literatura y aparta al poeta, poniendo en su lugar al publicista cuya tarea est al servicio de los das. Esto es cierto, pero, 221 por una notable coincidencia, esta crtica fornea responde a la ex- periencia propia que llevan la literatura y el arte en nombre de s mismos y que los expone a una radical impugnacin. Cooperan en esta impugnacin tanto el genio escptico de VaIry y la firmeza de sus prejuicios como las violentas afirmaciones del surrealismo. Asi- mismo, parece que no hubiese casi nada comn entre Valry, Hofmannsthal y Rilke, Sin embargo, Valry escribe: "Mis versos slo tuvieron para m el inters de sugerirme reflexiones sobre el poeta", y HofmannsthaI: "El ncleo ms interior de la esencia del poeta es slo el hecho de que se sabe poeta", En cuanto a RiIke, no lo traicionan cuando se dice de su poesa que es la teora cantante del acto potico. En estos tres casos, el poema es la profundidad abierta sobre la experiencia que lo hace posible, el extrao movimiento que va de la obra hacia el origen de la obra, la obra misma convertida en la inquieta e infinita bsqueda de su fuente. Es de aadir que las circunstancias histricas, si ejercen su pre- sin sobre semejantes movimientos hasta el extremo de aparecer como dirigindolos (as se dice que el escritor, al tomar como objeto de su actividad la esencia dudosa de esta actividad, se limita a re- flexionar sobre la situacin poco segura a la que se est condenando socialmente), dichas circunstancias no monopolizan, pues, el poder de explicar el sentido de esta bsqueda. Acabamos de citar tres nom- bres que son ms o menos contemporneos y contemporneos de grandes transformaciones sociales. Escogimos la fecha de 1850, por- que la revolucin de 1848 es el momento en que Europa empieza a abrirse a la madurez de las fuerzas que la trabajan. Pero todo lo que se dijo de Valry, Hofmannsthal y RiIke, hubiera podido decirse, y a un nivel mucho ms profundo, de Holderlin, que, sin embargo, los precede de un siglo y para quien el poema es sencialmente poema del poema (como lo dijo, ms o menos, Heidegger). Poeta del poeta, poeta en quien la posibilidad, la imposibilidad de cantar, se hace canto, tal es Holderlin y tal es, para citar un nombre nuevo, siglo y medio ms joven, Ren Char, quien le responde y, mediante esa res- puesta, hace surgir ante nosotros una forma de duracin muy distin- ta a la duracin que capta el simple anlisis histrico. Esto no signi- fica que el arte, las obras de arte, y menos an los artistas, ignoran- do el tiempo, accedan a una realidad que se sustraiga al tiempo. In- cluso "la ausencia de tiempo", hacia la cual nos conduce la experien- cia literaria, no es en absoluto una regin de lo intemporal, y si, a travs de la obra de arte, se nos llama de nuevo a la oscilacin de una iniciativa verdadera (a una nueva e inestable aparicin del hecho 222 de ser), este comienzo nos habla, en la intimidad de la historia, de una manera tal que acaso d oportunidad a posibilidades iniciales. Todos estos problemas son oscuros. Considerarlos como claros e incluso como claramente formulables no podra sino conducirnos a acrobacias de escritura y privarnos de la ayuda que ellos nos pres- tan, o sea la de resistirnos fuertemente. Lo que se puede presentir es que la asombrosa pregunta: "A dnde va la literatura?" espera probablemente su respuesta de par- te de la historia, respuesta que en cierto modo ya est dada, pero a la vez, por una sutileza en la que estn en juego los recursos de nues- tra ignorancia, parece que en esta pregunta la literatura, aprovechan- do la historia que ella precede, se interroga a s misma e indica, cier- tamente, no una respuesta sino el sentido ms profundo, ms esen- cial, de la propia pregunta que ella detenta. Literatura, obra, experiencia Hablamos de literatura, de obra y de experiencia; qu dicen estas palabras? Parece falso ver en el arte de hoy una simple oca- sin de experiencias subjetivas o una dependencia de la esttica, y, sin embargo, no dejamos de hablar de experiencia en relacin con el arte. Parece justo ver en el afn que anima a los artistas y a los escritores, no el inters por s mismos, sino una preocupacin que exige expresarse por medio de obras. Por lo tanto, las obras deberan desempear el papel principal. Pero es as? De ninguna manera. Lo que atrae al escritor, lo que hace vibrar al artista, no es directamen- te la obra, sino su bsqueda, el movimiento que conduce a ella, la aproximacin de lo que hace posible a la obra: el arte, la literatura y 10 que disimulan estas dos palabras. De ah que un pintor, antes que un cuadro, prefiera los diversos estados de ese cuadro. Y muchas veces el escritor desea no terminar casi nada, dejando en estado de fragmentos a cientos de relatos que tuvieron el inters de conducirlo a un punto determinado y que debe abandonar para tratar de ir ms all de este punto. De ah que, por una coincidencia de nuevo sor- prendente, Valry y Kafka, separados por casi todo, prximos por su nico afn de escribir rigurosamente, se encuentren para afirmar: "Toda mi obra es slo un ejercicio". Asimismo, irrita ver cmo se sustituyen las obras llamadas li- terarias por una masa cada vez mayor de textos que, bajo el nom- bre de documentos, testimonios, palabras casi brutas, parecen igno- rar toda intencin literaria. Se dice: esto no tiene nada que ver con la 223 creacion de las cosas del arte; tambin se dice: testimonios de un falso realismo. Pero qu sabemos de ello? Qu sabemos de esta aproximacin, fallida inclusive, a una regin que escapa a las influ- encias de la cultura ordinaria? Por qu esa palabra annima, sin au- tor, que no adopta la forma de libros, que pasa y desea pasar, no nos informara sobre algo importante de lo cual lo que se llama litera- tura tambin deseara hablarnos? Y acaso no es notable, aunque enig- mtico, notable a semejanza de un enigma, que esta misma palabra, literatura, palabra tarda, palabra sin honor, que sirve ante todo para los manuales, que acompaa la marcha cada vez ms invasora de los escritores de prosa, y que designa, no la literatura, sino sus defectos y excesos (como si stos le fuesen esenciales), se convierta, justa- mente cuando la impugnacin se hace ms severa, cuando los gne- ros se desparraman y se pierden las formas, cuando, de un lado, el mundo ya no necesita literatura, y del otro, cada libro parece extra- o a todos los dems e indiferente a la realidad de los gneros, cuan- do, adems, lo que parece expresarse en las obras no son las verda- des eternas, los tipos y los caracteres, sino una exigencia que se opo- ne al orden de las esencias, la literatura, as impugnada como activi- dad vlida, como unidad de los gneros, como mundo en que se am- parasen lo ideal y lo esencial, se convierta en la preocupacin, cada vez ms presente, aunque disimulada, de quienes escriben, y, dentro de esta preocupacin, se d a ellos como lo que debe revelarse en su "esencia". Preocupacin en la que, es verdad, tal vez est en tela de juicio la literatura, pero no como una realidad definida y segura, como un conjunto de formas, y ni siquiera como un modo de actividad aprehen- siva, sino ms bien como aquello que no se descubre ni se verifica ni se justifica nunca directamente, a lo que no es posible acercarse sino apartndose, y que slo se aprehende all cuando se va ms all, mediante una bsqueda que de ningn modo debe preocuparse por la literatura, por lo que ella es "esencialmente", sino que, al con- trario, se preocupa de reducirla, de neutralizarla o, ms exactamente, de descender hasta un punto en que slo parece hablar la neutralidad impersonal. La no-literatura Estas son contradicciones necesarias. Slo importa la obra, la afirmacin que est en la obra, el poema en su singularidad apreta- da, el cuadro en su espacio propio. Slo importa la obra, pero final- 224 mente la obra est all solamente para conducir a la bsqueda de la obra; la obra es el movimiento que nos lleva hacia el punto puro de la inspiracin de donde ella proviene y adonde parece que no puede llegar sino desapareciendo. Slo importa el libro, tal como es, lejos de los gneros, fuera de las secciones, prosa, poesa, novela, testimonio, en las cuales no quiere ordenarse, negndoles el poder de asignarle su sitio y de de- terminar su forma. Un libro ya no pertenece a un gnero, cualquier libro concierne nicamente a la literatura, como si sta detentara de antemano, en su generalidad, los nicos secretos y frmulas que per- miten dar forma de libro a lo que se escribe. Todo sucedera, pues como si, habindose disipado los gneros, la literatura se atirmara sola, brillando sola en medio de la claridad misteriosa que ella pro- paga y que cada creacin literaria le devuelve multiplicndola -como si existiera, pues, una "esencia" de la literatura. Pero, precisamente, la esencia de la literatura consiste en esca- par a toda determinacin esencial, a toda afirmacin que la estabi- lice o realice: ella nunca est ya aqu, siempre hay que encontrarla o inventarla de nuevo. E incluso nunca es seguro que la palabra literatu- ra o la palabra arte respondan a algo real, posible o importante. Ya se ha dicho: ser artista es no saber nunca que ya existe un arte, ni tampoco que ya existe un mundo. Sin duda, el pintor va al museo y por ello tiene cierta conciencia de la realidad de la pintura: sabe de pintura pero su tela no sabe, o sabe ms bien que la pintura es rm- posible, irreal, irrealizable. Quien afirme a la literatura en s misma, no atirma nada. Quien la busca, slo busca lo que se evade; quien la encuentra, slo encuentra lo que est ms ac o, cosa peor, ms all de la literatura. Por eso, finalmente, cada libro persigue a la no-lite- ratura como a la esencia de lo que quiere y quisiera apasionadamente descubrir. No debe decirse, por lo tanto, que todo libro concierne nica- mente a la literatura, sino que cada libro decide absolutamente por ella. No debe decirse que toda obra extraera su realidad y su valor a partir de su poder de conformarse a la esencia de la literatura, ni tampoco de su derecho a revelar o a afirmar esta esencia. Porque una obra no puede nunca darse como objeto el asunto que la sostiene. Un cuadro nunca podra ni siquiera iniciarse si se propusiera hacer vi- sible la pintura. Tal vez el escritor se sienta llamado, por s solo, en medio de su propia ignorancia, a responder por la literatura y su por- venir, que no es tan slo una cuestin histrica, sino tambin, a tra- vs de la historia, el movimiento por el cual la literatura, aunque 225 "vaya" necesariamente fuera de s misma, pretende llegar, sin embar- go, a 10 que ella es esencialmente. Tal vez ser escritor sea la voca- cin de responder a esta pregunta que quien escribe est en el deber de sostener con pasin, verdad y dominio, aunque no pueda sorprenderla y menos an cuando se propone responderle, pregunta a la que l puede, a 10 sumo, por medio de la obra, dar una respues- ta indirecta, esa obra de la que nunca se es dueo ni se est seguro, que no responde a nada sino a s misma y que slo hace presente al arte all donde se disimula y desaparece. Yeso, por qu? 226 JI-LA BUSQUEDA DEL PUNTO CERO LIBROS, escritos, lenguaje estn destinados a metamorfosis que acep- tan ya, sin que lo sepamos, nuestras costumbres, pero que re- chazan an nuestras tradiciones; las bibliotecas nos impresionan por su apariencia de otro mundo, como si en ellas, con curiosidad, asom- bro y respeto, descubriramos de repente, tras un viaje csmico, los vestigios de otro planeta ms antiguo, petrificado en la eternidad del silencio: habra que ser muy poco familiar consigo mismo para no darse cuenta de todo esto. Leer, escribir, no dudamos que estas palabras estn destinadas a desempear en nuestro espritu un papel muy diferente al que desempearan todava a principios de este si- glo: esto es evidente, cualquier receptor de radio, cualquier pantalla nos advierten de ello, y ms an ese rumor a nuestro alrededor, ese zumbido annimo y continuo en nosotros, esa maravillosa palabra no-oda, gil, inagotable, que nos ofrece a cada momento un saber instantneo, universal, y que hace de nosotros el puro trnsito de un movimiento en el que cada uno, siempre y de antemano, ya se ha intercambiado con todos. Tales previsiones estn a nuestro alcance. Pero he aqu algo an ms evocador: mucho antes de las invenciones de la tcnica, el uso de las ondas y el llamado de las imgenes, slo con or las afir- maciones de Holderlin, de Mallarm, hubiramos descubierto la di- reccin y extensin de estos cambios de los cuales nos convencemos hoy en da sin sorpresa. La poesa, el arte, para llegar a s mismos, proyectaron y afirmaron, por un movimiento al que no son ajenos los tiempos, pero sobre todo por exigencias propias que le dieron for- ma a ese movimiento, transformaciones mucho ms considerables que aquellas cuyas formas impresionantes percibimos ahora, sobre otro plano, en la comodidad cotidiana. Leer, escribir, hablar, estas pala- bras, odas segn la experiencia en que se verifican, no dejan vislum- 227 brar, dice Mallarm, que en el mundo no hablamos, ni escribimos, ni leemos. Este no es un juicio crtico. Que el hablar y el escribir, que las exigencias contenidas en esas palabras tengan que dejar de con- venir a los modos de comprensin que reclama la eficacia del traba- jo y del saber especializado, que la palabra pueda dejar de ser indis- pensable para que la gente se oiga entre s, ello no dice la indigencia de este mundo sin lenguaje sino la eleccin que hizo y el vigor de esa eleccin. La dispersin Con una brutalidad singular, Mallarm dividi las regiones. Por un lado, la palabra til, instrumento y medio, lenguaje de la accin, del trabajo, de la lgica y del saber, lenguaje que transmite inme- diatamente y que, como cualquier buena herramienta, desaparece en la regularidad del uso. Por el otro, la palabra del poema y de la li- teratura, en que hablar ya no es un medio transitorio, subordinado y usual, sino que procura realizarse en una experiencia propia. Esta divisin brutal, esta participacin de los imperios que intenta de- terminar con rigor las esferas, hubiera debido, por lo menos, ayudar a la literatura a juntarse consigo misma, hacerla ms visible, al ofre- cerle un lenguaje que la distinga y unifique. Pero asistimos al fen- meno contrario.Hasta el siglo XIX, el arte de escribir forma un ho- rizonte estable que sus practicantes no piensan arruinar ni traspasar. Escribir en verso es lo esencial de la actividad literaria, y nada ms evidente que el verso, aunque la poesa siga siendo huidiza en este marco rgido. Casi se puede decir que en Francia al menos, y pro- bablemente durante todo el perodo clsico de la escritura, la poesa recibe como misin la de concentrar en s los riesgos del arte y sal- vaguardar as al lenguaje de todos los peligros a que lo expone la literatura: se protege la comprensin comn contra la poesa hacien- do a sta muy visible, muy particular, mbito cerrado con altos mu- ros -y, al mismo tiempo, se protege a la poesa contra s misma, fijndola fuertemente, imponindole reglas tan determinadas que lo indefinido potico se encuentra desarmado. Tal vez Voltaire siga es- cribiendo en verso con el fin de ser en su prosa el prosista ms puro y eficaz. Chateaubriand, que slo puede ser poeta en prosa, empieza por transformar a su prosa en arte. Su lenguaje se convierte en pa- labra de ultratumba. La literatura es mbito de la coherencia y regin comn mien- tras no existe, mientras no existe para s misma y se disimula. Tan pronto como ella aparece en el lejano presentimiento de lo que pa- 228 rece ser, vuela en pedazos y entra en la va de la dispersin, donde se niega a dejarse reconocer por signos precisos y determinables. Y como, al mismo tiempo, las tradiciones siguen siendo poderosas, y como el humanismo contina pidindole ayuda al arte, y como la pro- sa siempre desea luchar por el mundo, resulta de ello una confusin en la que, a primera vista, parece disparatado querer decidir de qu se trata. Por 10 general, ante ese estallido, se invocan causas limita- das y se dan explicaciones secundarias: cada quien escribira confor- me a s mismo al querer distinguirse de todos". Se recrimina la prdida de valores comunes, la divisin profunda del mundo, la di- solucin del ideal y de la razn", O bien, para restablecer un poco de claridad, se restauran las distinciones entre prosa y poesa: se aban- dona la poesa al desorden de 10 imprevisible, pero se seala que la novela domina hoy en da a la literatura, que sta, en la forma novelesca. permanece fiel a las intenciones usuales y sociales del lenguaje, que permanece, en los lmites de un gnero circunscrito, capaz de canalizarla y especificarla. A menudo se dice que la novela es monstruosa, pero fuera de algunas excepciones, es un monstruo bien educado y muy domesticado. La novela se anuncia con signos claros que no se prestan a confusin. El predominio de la novela, con sus libertades aparentes, sus audacias que no hacen peligrar al gne- ro, la discreta firmeza de sus convenciones, la riqueza de su conte- nido humanista, es, como antao el predominio de la poesa regula- da, la expresin de esa necesidad que sentimos de protegernos contra 10 que hace peligrosa a la literatura: como si, a la par del veneno, ella se apresurara a secretar para nosotros el nico antdoto que per- mite la quieta, duradera consumicin. Pero tal vez ella perezca de 10 que la hace inofensiva. Ante esa bsqueda de causas subordinadas, es preciso contes- tar que el estallido de la literatura es esencial y que la dispersin en la que ella entra seala tambin el momento en que ella se acerca a s misma. No es la individualidad de los escritores la que explica que el escritor se site fuera de un horizonte estable, en una zona francamente desunida. Ms profunda que la diversidad de los tem- peramentos, de los humores, e incluso de las existencias, es la ten- 1. Pero se censura igualmente la monotona de los talentos y la uniformidad, la impersonalidad de las obras. 2. Pero el novelista catlico y el novelista comunista no presentan, literariamente, casi ninguna diferencia, y el Premio Nobel y el Premio Staln recompensan las mismas normas, los mismos signos literarios. 229 sin de una bsqueda que vuelve a ponerlo todo en tela de juicio. Ms decisiva que el desgarramiento de los mundos es la existencia que rechaza el horizonte mismo de un mundo. La palabra experiencia tampoco ha de hacernos creer que si la literatura se nos muestra hoy en da en un estado de dispersin que no conocieron las pocas an- teriores, lo debe a esa licencia que hace de ella el lugar de ensayos siempre renovados. Sin duda, el sentimiento de una libertad ilimi- tada parece animar la mano que quiere escribir hoy en da: se cree posible decirlo todo y de cualquier manera; nada nos inhibe, todo est a nuestra disposicin. Todo, no es mucho? Pero todo es, fi- nalmente, muy poco, y aquel que empieza a escribir, en esa despreo- cupacin que lo hace dueo de lo infinito, se da cuenta, al final, que a lo sumo ha empeado todas sus fuerzas para no buscar sino un solo punto. La literatura no es ms variada que antao, tal vez sea ms montona, como se puede decir de la noche que es ms montona que el da. No est desunida, porque est ms expuesta a la arbi- trariedad de quienes escriben o porque, fuera de los gneros, las reglas y las tradiciones, se convierta en el campo libre de tentativas mltiples y desordenadas. No son la diversidad, la fantasa y la anar- qua de los ensayos los que hacen de la literatura un mundo disper- so. Hay que expresarse en otra forma y decir: la experiencia de la literatura es la prueba misma de la dispersin, es el acercamiento a lo que escapa a la unidad, experiencia de lo que no tiene ni en- tendimiento, ni acuerdo, ni derecho -el error y el afuera, lo inasible y lo irregular. Lengua, estilo, escritura En un ensayo reciente, uno de los pocos libros que se inscriben en el porvenir de las letras, Roland Barthes hizo la distincin entre lengua, estilo y escritura1. La lengua es el estado de la palabra tal como ella se da a cada uno de nosotros en conjunto, en cierto mo- mento del tiempo y segn nuestra pertenencia a ciertos lugares del mundo; escritores y no-escritores la comparten igualmente: para tolerarla con dificultad, para recibirla constantemente o rechazarla de un modo deliberado, poco importa, la lengua est ah, atesti- guando un estado histrico al que estamos entregados, rodendonos y dominndonos, ella es para nosotros lo inmediato, aunque histri- camente muy elaborada y muy lejos de cualquier comienzo. En 1. Roland Barthes: El grado cero de la escritura. 230 cuanto al estilo, sera la parte oscura, ligada a los misterios de la sangre, del instinto, profundidad violenta, densidad de imgenes, lenguaje de soledad en el que hablan ciegamente las preferencias de nuestro cuerpo, de nuestro deseo, de nuestro tiempo secreto y cerra- do a nosotros mismos. El escritor no escoge su lengua, ni tampoco su estilo, esa necesidad del nimo, esta ira suya, esa tormenta o bien esa crispacin, esa lentitud o esa rapidez que proceden de una intimi- dad consigo mismo, de las que no sabe casi nada, y que dan a su lenguaje un acento tan singular como lo da a su figura la expresin que permite reconocerla. Todo esto no es todava lo que se debe lla- mar literatura. La literatura empieza con la escritura. La escritura es el conjun- to de ritos, el ceremonial evidente o discreto por donde, indepen- dientemente de lo que se desea expresar y de la manera como se ex- presa, se anuncia ese acontecimiento segn el cual lo que se escribe pertenece a la literatura, el que lo lee, lee literatura. No es retrica, o es una retrica de una especie particular, destinada a hacernos or que hemos entrado en ese espacio cerrado, separado y sagrado, esto es, el espacio literario. Por ejemplo, tal como se muestra en un ca- ptulo denso en reflexiones sobre la novela, el pretrito simple, aje- no al lenguaje hablado", sirve para anunciar el arte del relato; indica por anticipado que el autor acept ese tiempo lineal y lgico que constituye la narracin, la cual, esclareciendo el campo de la ca- sualidad, impone la seguridad de una historia bien circunscrita que, a partir de un comienzo, va con certeza hacia la fortuna de un final, aunque ste sea desdichado. El pretrito simple, o bien el empleo privilegiado de la tercera persona nos dicen: esto es una novela, lo mismo que la tela, los colores y, antao, la perspectiva nos decan: esto es pintura. Roland Barthes quiere llegar a esta observacin: hubo una po- ca en que la escritura, siendo la misma para todos, se acoga con un inocente consentimiento. Todos los escritores tenan entonces una sola preocupacin: escribir bien, es decir, llevar la lengua comn a un grado ms alto de perfeccin o de acuerdo con lo que procuraban decir; exista para todos unidad de intencin, una moral idntica. Hoy en da no es as. Los escritores, que se distinguen por su len- 1. El idioma francs -el de hoy- slo usa el pretrito simple en el lenguaje escrito; en el hablado, cada vez ms pobre y relajado, resulta pedante y anticuado, siendo sustituido por el compuesto (i. e., tuve por he tenido). De ah que Roland Barthes 10 seale como un tiempo caracterstico de la narrativa, pero su observacin no tiene la misma validez en castellano. (N. del T.). 231 guaje instintivo, se oponen an ms entre s por su actitud frente al ceremonial literario: escribir, si es entrar en un templum que nos im- pone, independientemente del lenguaje que es nuestro por nacimiento y por fatalidad orgnica, varios usos, una religin implcita, un ru- mor que cambia de antemano todo lo que podemos decir, cargndo- lo de intenciones tanto ms operantes cuanto que no se confiesan, escribir es. pues. ante todo, querer destruir el templo incluso antes de edificarlo; es, por lo menos, antes de franquear el umbral, inte- rrorrarse sobre las servi0umbres de semejante lugar, sobre la falta origln"l oue constituir la decisin de encerrarse en l. Escribir es, finaln-ente, nezarse a trasponer el umbral. pegarse a "escribir". As se explica, as se discierne mejor la prdida de unidad de cue sufre o se enorgullece la literatura presente. Cada escritor hace de la escritura su problema y de este problema el objeto de una deci- sin oue puede cambiar. Los escritores no se separan solamente por la visin del mundo, los rasgos del lenguaie, los azares del talento, o sus experiencias particulares: en cuanto la literatura se manifiesta como un medio en donde todo se transforma (y se embellece), en cuanto uno se da cuenta que esta atmsfera no es el vaco, que esta claridad no slo ilumina sino deforma a los objetos proporcionndo- les una luz convencional, en cuanto se presiente que la escritura literaria -los gneros, los signos, el uso del pretrito y de la terce- ra persona- no es una mera forma transparente, sino un mundo apar- te en donde reinan los dolos, dormitan los prejuicios y viven, invi- sibles, las potencias que lo alteran todo, entonces es una necesidad pa- ra cada uno intentar liberarse de este mundo y una tentacin para todos arruinarlo, con el fin de reconstruirlo puro de todo uso ante- rior, o, mejor an, de dejar el sitio vaco. Escribir sin "escritura", llevar la literatura a ese punto de ausencia en el que desaparece, en que dejamos de temer esos escritos suyos que son mentiras, tal es "el grado cero de la escritura", la neutralidad que todo escritor busca, de- liberada o inconscientemente, y que conduce a algunos al silencio, Una experiencia total Esta manera de ver ' debera ayudarnos a abarcar mejor la exten- sin y la gravedad del problema planteado. Aparece en primer lugar, 1. Se trata (he aqu el punto importante) de sostener para con la literatura el mismo esfuerzo que Marx para con la sociedad. La literatura est alienada, en parte porque la sociedad con la cual est relacionada reposa sobre la alienacin del hombre; tambin lo es por exigencias que ella traiciona, pero hoy en da las trai- ciona en ambos sentidos del trmino: las confiesa y las engaa creyendo denunciarse a s misma, 232 si se sigue estrictamente el anlisis, que, libre de la escritura, de ese lenguaje ritual que tiene sus costumbres, sus imgenes, sus emble- mas, sus frmulas comprobadas, cuyos modelos aparecen bajo una forma mucho ms perfecta en otras civilizaciones -la china por ejemplo-, el escritor volvera a la lengua inmediata o tambin a esa lengua solitaria que habla dentro de l de un modo instintivo. Pero ;qu significara este "regreso"? La lengua inmediata no es inme- diata, est cargada de historia e incluso de literatura, y, sobre todo, esto es 10 esencial, tan pronto el que escribe quiere aprehenderla, cambia de naturaleza en su mano. Aqu se reconoce el "salto" que es la literatura. Disponemos del lenguaje comn y ste hace disponi- ble 10 real, dice las cosas, nos las da apartndolas, y l mismo desapa- rece en este uso, siempre nulo e inaparente, Pero, al convertirse en lenguaje de "ficcin", ste se vuelve fuera de uso, inusitado; v, sin duda, lo que designa creemos recibirlo todava como en la vida co- rriente, e incluso ms fcilmente, puesto que all basta con escribir la palabra pan o la palabra ngel para disponer inmediatamente a nuestro gusto de la belleza del ngel y del sabor del pan -s, cier- tamente, <"pero en cules condiciones? A condicin de que se hava derrumbado primero el mundo en donde slo nos es dado usar las cosas, a condicin de que las cosas se hayan alejado infinitamente de s mismas y hayan vuelto a ser la indisponible lejana de la imagen; a condicin, tambin, de que ya no sea yo mismo y de que ya no pue- da decir yo. Temible transformacin. Lo que tengo por medio de la ficcin, 10 tengo en efecto, pero a condicin de serlo, y el ser por donde me le aproximo es 10 que me desliga de m y de todo ser, 10 mismo que l hace del lenguaje no ya 10 que habla sino 10 que es, el lenguaje convertido en la profundidad ociosa del ser, el medio donde el nombre se convierte en ser pero no significa ni revela. Temible transformacin, por 10 dems inasible, antes que nada insensible, evadindose sin cesar. El "salto" es inmediato, pero 10 inmediato escapa a toda verificacin. Slo sabemos que escribimos cuando el salto se ha ejecutado, pero para ejecutarlo hay que escri- bir primero, escribir sin fin, escribir a partir de 10 infinito. Querer recuperar la inocencia o la naturalidad del lenguaje hablado (como nos invita a hacerlo, no sin irona, Raymond Queneau), es preten- der que esta metamorfosis podra ser calculada como un ndice de re- fraccin, como si se tratara de un fenmeno inmovilizado en el mun- do de las cosas, cuando es el mismo vaco de este mundo, un llama- do que slo se oye si uno mismo ha cambiado, una decisin que entrega a 10 indeciso a aquel que la toma. Yeso que Roland Barthes 233 llama estilo, lenguaje visceral, instintivo, lenguaje que se adherira a nuestra intimidad secreta, o sea, pues, 10 que para nosotros debera ser 10 ms cercano, es tambin lo menos accesible, si es cierto que, para recobrarlo, deberamos no slo apartar al lenguaje literario, sino tambin hallar y luego hacer callar la vaca profundidad de la pala- bra incesante, lo que Paul Eluard tal vez apuntara cuando dijo: poe- sa ininterrumpida. Proust habla inicialmente el lenguaje de La Bruyre, de Flau- bert: tal es la alienacin de la escritura, de la que se libera poco a poco escribiendo sin cesar, sobre todo cartas. Parece ser que es es- cribiendo "tantas cartas" a "tanta gente" como l se desliza hacia el movimiento de escribir que le ser propio. Forma que hoy admira- mos como maravillosamente proustiana y que estudiosos ingenuos atribuyen a su estructura orgnica. Pero quin habla aqu? Ser Proust, el Proust que pertenece al mundo, que tiene ambiciones so- ciales de las ms vanas, una vocacin acadmica, que admira a Ana- tole France, que es cronista mundano de Le Figaro? Ser el Proust que tiene vicios, que lleva una vida anormal, que se divierte tortu- rando ratas en una jaula? Ser el Proust ya muerto, inmvil y se- pultado, que sus amigos no reconocen, extrao a s mismo, nada ms que una mano que escribe, que "escribe todos los das a toda hora, todo el tiempo" y como fuera del tiempo, una mano que ya no le pertenece a nadie? Decimos Proust, pero sentimos perfectamente que es otro muy distinto quien escribe, no solamente algn otro, sino la exigencia misma de escribir, una exigencia que utiliza el nombre de Proust, pero no expresa a Proust, que 10 expresa slo desapropin- dolo, convirtindolo en Otro. La experiencia que es la literatura es una experiencia total, una cuestin que no tolera lmites, no acepta ser estabilizada o reducida, por ejemplo, a un asunto de lenguaje (a menos que, bajo ese nico punto de vista, todo se ponga en movimiento). Ella es la pasin mis- ma de su propia cuestin y obliga a quien atrae a entrar enteramen- te en esta cuestin. Por eso no le basta con enjuiciar el ceremonial literario, las formas consagradas, las imgenes rituales, el buen len- guaje y las convenciones de la rima, la mtrica y el relato. Cuando se encuentra una novela escrita segn todas las normas del pretrito y de la tercera persona, no se ha encontrado de ningn modo, por supuesto, a la "literatura", aunque tampoco lo que la mantendra aparte o la tendra en jaque, es decir, nada, en verdad, que impida o garantice su aproximacin. Cientos de novelas, como hoy las hay, es- critas con arte, con negligencia, con buen estilo, apasionantes, fasti- 234 diosas, son tan ajenas las unas como las otras a la literatura y ello no lo deben ms al arte que a la negligencia, al lenguaje relajado que al lenguaje sostenido. Al orientarnos, por una reflexin importante, hacia lo que ha llamado el grado cero de la escritura, acaso Roland Barthes haya de- signado tambin el momento en que se podra captar a la literatura. Pero en ese momento la literatura no sera tan slo una escritura blanca, ausente y neutra, sino la experiencia misma de la "neutrali- dad", la cual nunca se oye porque, cuando habla la neutralidad, slo quien le impone silencio prepara las condiciones de la audicin, y, sin embargo, 10 que hay que or es esa palabra neutra, 10 que siem- pre se ha dicho, no puede dejar de decirse y no puede ser odo, tor- mento que nos hacen presentir las pginas de Samuel Beckett. 235 III-Y AHORA ADONDE? Y AHORA QUIEN? )QUINhabla en los libros de Samuel Beckett? Cul es ese 1,. "Yo" incansable que, aparentemente, dice siempre la misma cosa? Qu fin persigue? Qu espera e! autor que en alguna parte ha de encontrarse? Qu esperamos nosotros que estamos leyendo? A menos que l haya entrado en un crculo donde gira oscuramen- te, arrastrado por la palabra errante, no carente de sentido sino de centro, que no empieza ni termina, sin embargo vida, exigente, que no se detendr nunca, cuya detencin no podra admitirse, porque entonces habra que hacer e! terrible descubrimiento de que, cuando no habla, sigue hablando, cuando se interrumpe, est perseverando, y de ningn modo silenciosa, porque en ella, eternamente, e! silen- cio se habla. Experiencia sin salida, aunque prosiga libro tras libro de ma- nera ms pura, rechazando los dbiles recursos que le permitiran pro- seguir. Antes que nada, es este movimiento e! que llama la atencin. Aqu nadie escribe por la satisfaccin honorable de hacer un bello libro, ni tampoco escribe a causa de esa bella instancia que creen poder llamar inspiracin: para decirnos las cosas importantes que tendra que decir, o porque fuese su deber, o porque esperase, escri- biendo, avanzar en lo desconocido. Entonces para terminar? O porque trata de sustraerse al movimiento que lo arrastra, dndose la impresin de que an lo domina, y de que, como habla, podra dejar de hablar? Pero ser l quien habla? Cul es ese vaco que se hace palabra en la intimidad abierta de! que all desaparece? En dnde cay? ((Y ahora adnde? Y ahora cundo? Y ahora quin?". En la regin del error Lucha, esto es visible. Lucha a veces secretamente, y como par- tiendo de un secreto que nos oculta, que tambin se oculta a s mis- 237 mo. Lucha no sin astucia, y, luego, con esa astucia ms profunda que consiste en revelar su juego. La primera estratagema consiste en interponer mscaras y figuras entre s mismo y las palabras. Molloy es todava un libro donde lo que se expresa trata de adoptar la forma tranquilizadora de una historia, y, por cierto, no es una historia fe- liz, no slo debido a lo que dice, lo cual es infinitamente miserable, sino porque no logra decirlo. Este errante a quien desde ya le faltan los medios para errar (pero todava tiene piernas, e incluso una bicicleta), que gira eternamente en torno a una meta oscura, disimu- lada, confesada, disimulada de nuevo, una meta que tiene algo que ver con su madre muerta, aunque siempre murindose, algo que, pre- cisamente porque lo alcanza en cuanto empieza el libro (((Estoy en el cuarto de mi madre. Soy yo quien vive all ahora"), lo condena a errar sin tregua a su alrededor, en la extraeza de cuanto se disimula y no puede revelarse, sentimos perfectamente que este vagabundo est agarrado por un error profundo y que ese movimiento golpeado se lleva a cabo en una regin que es la de la obsesin impersonal. Pero, con todo lo irregular que sea la visin que recibamos de l, Molloy sigue siendo un personaje identificable, un nombre seguro que nos protege contra una amenaza ms turbia. Sin embargo, en el relato existe un inquietante movimiento de disgregacin: el movimiento que, al no poder satisfacerse con la inestabilidad del vagabundo, an exige de l que al final se desdoble, se convierta en otro, se convierta en el polica Morn, quien lo persigue sin alcanzarlo y, en esa perse- cucin, entra a su vez en el camino del error sin fin. Sin saberlo, Molloy se convierte en Morn, es decir, en otro, es decir, de todos modos, en otro personaje, metamorfosis que no afecta el elemento de seguridad de la historia, aadindole asimismo un sentido aleg- rico, tal vez decepcionante, porque no se siente a la medida de la profundidad que all se disimula. Malone muere, aparentemente, va ms lejos. Aqu, el vagabun- do se ha convertido en moribundo, y el espacio en donde tiene que errar ya no ofrece los recursos de la ciudad con sus calles innumera- bles, con el libre horizonte de mar y de bosque que an nos otorga- ba Molloy. Slo quedan la habitacin, la cama, el palo con el cual aquel que se muere atrae y aleja las cosas, aumentando as el crculo de su inmovilidad y, sobre todo, el lpiz que lo aumenta ms todava haciendo de su espacio el espacio infinito de las palabras y las histo- rias. Malone, como Molloy, es un nombre y una figura, y tambin una serie de relatos, pero esos relatos ya no reposan en s mism?s; lejos de ser narrados para que el lector crea en ellos, se denuncian 238 en seguida en su artificio de historias inventadas: "Esta vez, ya s adnde voy ... Ahora es un juego, voy a jugar... pienso que podra con- tarme cuatro historias, cada una sobre un tema diferente." Por qu estas historias vanas? Para llenar el vaco en que Malone siente que cae; por angustia de ese tiempo vaco que va a convertirse en el tiempo infinito de la muerte; para no dejar hablar ese tiempo vaco, y el nico medio de hacerlo callar es obligarlo a decir algo cueste 10 que cueste, a decir una historia. As el libro es slo un medio de hacer trampas abiertamente; de ah el compromiso chirriante que 10 desequilibra, ese entrechoque de artificios en que se pierde la ex- periencia, porque las historias siguen siendo historias; su brillo, su habilidad sarcstica, todo cuanto les da forma e inters las desliga tam- bin de Malone, de aquel que est muriendo, las desliga del tiempo de su muerte para referirlas al tiempo habitual del relato en que no creemos y que aqu no nos importa porque esperamos algo mucho ms importante. El innominable En El Innominable, las historias, es verdad, tratan de mantener- se. El moribundo tena una cama, una habitacin; Mahood es un desecho encerrado en la tinaja que sirve para decorar la entrada del restaurante. Tambin est Worm, aquel que no ha nacido y que slo tiene a guisa de existencia la opresin de su impotencia de ser; al mismo tiempo, pasan las antiguas figuras, fantasmas sin subs- tancia, imgenes vacas girando mecnicamente alrededor de un cen- tro vaco que ocupa el "Yo" sin nombre. Pero ahora todo ha cambia- do y la experiencia entra en su verdadera profundidad. Ya no se trata de personajes bajo la tranquilizadora proteccin de su nombre personal, ya no se trata de un relato, incluso llevado en el presente sin forma del monlogo interior. Lo que era relato se ha convertido en lucha, 10 que tomaba figura, aunque fuese la de seres andrajosos y en pedazos, ahora est sin figura. Quin habla aqu? Cul es el Yo condenado a hablar sin descanso, aquel que dice: "Estoy obliga- do a hablar. No me callar nunca. Nunca"? Por una convencin tran- quilizadora, nos contestamos: es Samuel Beckett. Por ah, recogemos aparentemente lo que pesa en una situacin que, al no ser ficticia, evoca el tormento verdadero de una existencia real. La palabra expe- riencia quisiera aludir a lo que est realmente sentido. Pero, por ese lado tambin, procuramos volver a encontrar la seguridad de un nom- bre y a situar el "contenido" del libro en ese nivel personal en el que todo lo que ocurre tiene lugar bajo la garanta de una concien 239 cia, en un mundo que nos evita la peor desgracia, la de haber perdido el poder de decir Yo. Pero El Innominable es, precisamente, una vivencia bajo la amenaza de 10 impersonal, aproximacin a una pa- labra neutra que se habla a solas, que atraviesa a quien la escucha, no tiene intimidad, excluye toda intimidad y no puede hacerse callar, porque es lo incesante, 10 interminable. Quin habla, pues, aqu? Ser "el autor"? Pero qu puede designar este nombre, si de todas maneras el que escribe ya no es Beckett, sino la exigencia que 10 arrastr fuera de s, lo despose- y, lo entreg al afuera convirtindole en un ser sin nombre, El Innominable, un ser sin ser que no puede ni vivir ni morir, ni ce- sar ni comenzar, el lugar vaco donde habla el ocio de una palabra vaca y que recobra ms mal que bien un Yo poroso y agonizante. Tal es la metamorfosis que aqu se anuncia. Es en la intimidad de esa metamorfosis donde anda errante, en un inmvil vagabundeo que lucha, mediante una perseverancia que no significa poder alguno sino la maldicin de lo que no puede interrumpirse, una supervi- vencia parlante, el resto oscuro que no quiere ceder. Tal vez debiera admirarse un libro deliberadamente privado de todos los recursos, que acepta comenzar en este punto donde ya no hay continuacin posible, que se mantiene all obstinadamente, sin trampas, sin subterfugio, y que hace or durante trescientas p- ginas el mismo movimiento cortado, el pisoteo de lo que no avanza nunca. Pero se sigue siendo el punto de vista de un lector extrao, que considera tranquilamente lo que le parece ser una hazaa. No hay nada admirable en una prueba de la que no se puede escapar, nada que induzca a la admiracin en el hecho de estar encerrado y de girar en redondo en un espacio de donde no se puede salir 111 siquiera por la muerte porque para caer all ha sido necesario, pre- cisamente, caer primero fuera de la vida. Los sentimientos est- ticos aqu ya no cuentan. Tal vez no estemos en presencia de un libro, sino de mucho ms que un libro: de la aproximacin pura a un movimiento de donde salen todos los libros, a ese punto ori- ginal donde, sin duda, la obra se pierde, que siempre arruina a la obra, que en ella restaura el ocio sin fin, pero con el cual tambin necesita mantener una relacin cada vez ms inicial, so pena de no ser nada. Lo innominable est condenado a agotar lo infinito: "No tengo nada que hacer, es decir, nada particular. Tengo que hablar, es vago. Tengo que hablar sin tener nada que decir, nada sino las palabras de los dems. Sin saber hablar, sin querer hablar, tengo que hablar. Nadie me obliga a ello, no hay nadie, es un accidente, 240 es un hecho. Nada podr nunca dispensarme de ello, no hay nada, nada que descubrir, nada que disminuya lo que queda por decir, tengo que beber el mar, por lo tanto hay un mar". Genet Cmo ocurri esto? Sartre ha demostrado cmo la literatura, al expresar el "mal" profundo cuyo peso tuvo Genet que soportar, le dio a ste, poco a poco, dominio y poder, hacindole elevarse de la pasividad a la accin, de 10 informe a la figura e incluso de una poesa indecisa a una prosa suntuosa y decidida. "Nuestra Seora de las Flores", sin que el autor se d cuenta de ello, es el diario de una desintoxicacin, de una conversin; all Genet se desintoxica por s solo y se vuelve hacia el otro; este libro realiza la desintoxicacin misma: nacido de una pesadilla, producto orgnico, condensacin de los sueos, epopeya de la masturbacin, efecta, lnea tras lnea, desde la muerte hasta la vida, desde el sueo hasta la vigilia, desde la locura hasta la salud, un paso pautado con cadas. .. "Infectn- donos con su mal, l se libera del mismo, cada uno de sus libros es una crisis de posesin catrtica, un psicodrama: aparentemente, cada uno no hace ms que reproducir el anterior, pero, en cada una, este posedo domina un poco ms el demonio que 10 posee ... " Esta es una forma de experiencia que se puede llamar clsica, aquella cuya frmula asegura la interpretacin tradicional de la sen- tencia de Goethe: "Poesa es liberacin". La ilustran igualmente Los Cantos de Maldoror, ya que all se ve, por la fuerza de las me- tamorfosis, la pasin de las imgenes y la repeticin de temas cada vez ms obsesivos, surgir poco a poco, desde el fondo de la noche y por intermedio de la noche misma, a un ser nuevo que quiere encontrar en el brillo del da la realidad de su rostro: as nace Lau- tramont. Pero sera imprudente creer que la literatura, cuando parece conducirnos al da, conduzca al apacible goce de la claridad razonable. La pasin del da comn, que en Lautramont se eleva ya a la amenazante exaltacin de la trivialidad, la pasin del lenguaje comn que se destruye convirtindose en afirmacin sarcstica del lugar comn y del pastiche, 10 inducen tambin a perderse en 10 ili- mitado del da en que se desvanece. Asimismo, por Genet, Sartre vio perfectamente que, si bien ella parece abrir al hombre una puerta y facilitarle el xito del dominio, la literatura, cuando todo ha sido logrado, descubre bruscamente la ausencia de salida que le es propia o bien descubre el fracaso absoluto de ese xito y se disuelve a s 241 misma en la insignificancia de una carrera acadmica. "En el tiem- po de Nuestra Seora el poema era la salida. Pero hoy en da: des- pierto racionalizado, sin la angustia del maana, sin espanto, por qu escribira? Para convertirse en un hombre de letras? Justa- mente, es lo que l no quiere. .. Es de imaginarse que un autor cuya obra resulta de una necesidad tan profunda, cuyo estilo es un arma fraguada con una intencin precisa, un autor de quien cada imagen, cada razonamiento resume tan manifiestamente la vida en- tera, no puede de repente ponerse a hablar de otra cosa. .. El que pierde, gana: al ganar el ttulo de escritor, l pierde a la vez la necesidad, el deseo, la ocasin y los medios de escribir". Pero, ciertamente, subsiste una manera clsica de describir la experiencia literaria, en donde se ve al escritor liberarse felizmente de la parte sombra de s mismo por medio de una obra en la que se convierte, como por milagro, en la felicidad y la claridad propias de la obra, en la que el escritor encuentra un refugio, mejor todava, la apertura de su yo solitario a una libre comunicacin con el otro. Esto fue lo que afirm Freud, insistiendo en las virtudes de la su- blimacin, con esa confianza tan conmovedora que haba conservado en los poderes de la conciencia y de la expresin. Pero las cosas no son siempre tan simples, y es preciso decir que existe otro nivel de la experiencia en que se ve a Miguel Angel volverse cada vez ms atormentado y a Gaya cada vez ms posedo, al claro y alegre Nerval acabando ti la lanterne, a Holderlin muriendo para s mismo, para la posesin razonable de s mismo, por haber entrado en el movi- miento demasiado fuerte del devenir potico. Aproximacin a una palabra neutra Cmo sucede esto? Aqu no se pueden sugerir sino dos cam- pos de reflexin: el primero, diciendo que la obra de arte no es de ningn modo, para el hombre que se pone a escribir, un corral donde l reside, dentro de su yo apacible y protegido, al amparo de las dificultades de la vida. En efecto, tal vez se crea protegido contra el mundo, pero para exponerse a una amenaza mucho ms grande y ms amenazante porque lo encuentra indefenso: la misma que le viene desde afuera, por el hecho de estar en el "afuera". y no debe defenderse contra esta amenaza; al contrario, debe entre- garse a ella. Esto exige la obra: que el hombre que escribe se sacri- fique por la obra, que se convierta en otro, no que se convierta en algn otro, o sea, del viviente que era, en el escritor con sus debe- 242 res, sus satisfacciones y sus intereses, sino ms bien en nadie, en el lugar vaco y animado donde resuena el llamado de la obra. Pero por qu exige la obra esa transformacin? Se puede res- ponder: porque no cabe la posibilidad de que ella encuentre su punto de partida en 10 familiar y porque ella busca 10 que nunca an ha sido pensado, odo, visto; pero esta respuesta bien parece dejar de lado 10 esencial. Tambin se puede contestar: porque ella priva al escritor, hombre viviente, y viviente dentro de la comu- nidad en donde mantiene contacto con 10 til, en donde se apoya sobre la consistencia de b.s cosas hechas y por hacer, y en donde participa, quiralo o no, de la verdad de un proyecto comn, porque ella priva de mundo a este ser viviente, dndole como morada el espacio de lo imaginario; y esto es en parte, por cierto, el malestar de un hombre cado fuera del mundo y, en este extravo, flotando eternamente entre el ser y la nada, de ahora en adelante incapaz de morir y de nacer, calado de fantasmas, sus criaturas, en las cua- les no cree y que no le dicen nada, las mismas que evoca para nos- otros El Innominable. Sin embargo, sta no es todava la verdadera respuesta. La encontramos ms bien en el movimiento que, a medida que la obra procura realizarse, lo trae de nuevo hacia ese punto en que ella pasa por la prueba de la imposibilidad. All, la palabra no habla sino que es, en ella no comienza nada, nada se dice, pero ella es siempre de nuevo y siempre vuelve a comenzar. Esta aproximacin al origen hace cada vez ms amenazante la experiencia de la obra, amenazante para quien la soporta, amenazante para la obra. Pero, adems, esta aproximacin es la nica que hace del arte una bsqueda esencial, y Lo Innominable es mucho ms importante para la literatura que la mayora de las obras "logradas" que sta nos ofrece, porque ha sabido hacer sensible tal aproxima- cin de la manera ms abrupta, Tratemos de or "esta voz que habla, sabindose mentirosa, indiferente a lo que dice, demasiado vieja tal vez y humillada como para poder decr nunca las palabras que por fin la interrumpan". Y tratemos de bajar a esa regin neutra donde se hunde, a partir de entonces entregado a las palabras, aquel que, para escribir, ha cado en la ausencia de tiempo, all donde le es necesario morir de una muerte sin fin: " ...las palabras estn en todas partes, en m, fuera de m, vaya pues, hace un rato yo no tena espesor, las oigo, no hace falta orlas, ni hace falta una cabeza, imposible detenerlas, soy de palabras, estoy hecho de palabras, de las palabras de los dems, cules otros, el lugar tambin, el aire tambin, las paredes, el suelo, el techo, palabras, todo el universo est aqu, con- 243 migo, soy el aire, las paredes, el tapiado, todo cede, se abre, deriva, refluye, copos, soy todos estos copos, cruzndose, unindose, sepa- rndose, adonde quiera que yo vaya me vuelvo a encontrar, me abandono, voy hacia m, vengo de m, slo una parcela de m, reco- gida, perdida, fallidas palabras, soy todas estas palabras, todos estos extranjeros, este polvo de verbo, sin fondo donde posarse, sin cielo donde disiparse, encontrndose para decir, huyndose para decir, que los soy todos, los que se unen, los que se separan, los que se igno- ran, y nada ms, s, algo muy distinto, que soy algo muy distinto, una cosa muda, en un lugar duro, vaco, cerrado, seco, neto, negro, en donde no se mueve nada, no habla nada, y que escucho, y que oigo, y que busco, como una fiera nacida en jaula de fieras nacidas en jaula de fieras nacidas en jaulas de fieras nacidas en jaula. . . )) 244 IV-MUERTE DEL ULTIMO ESCRITOR ES POSIBLE imaginarse al ltimo escritor con quien desaparecera, sin que nadie lo supiera, el pequeo misterio de la escritura. Para hacer un poco fantstica la situacin, se puede imaginar que ese Rimbaud, an ms mtico que el verdadero, oye callar en s esa palabra que muere con l. Por ltimo, se puede suponer que, en el mundo \f en el crculo de las civilizaciones, se percibira de alguna manera este fin sin apelacin. Qu resultara de ello? Aparente- mente un gran silencio. Esto es 10 que se dice cortsmente cuando desaparece algn escritor: se ha callado una voz, se ha disipado un pensamiento. Cunto silencio, pues, si ya nadie hablara de ese modo eminente, esto es, con la palabra de las obras acompaadas por el rumor de su fama. Soemos con esto. Tales pocas existieron, existirn, tales fic- ciones son realidad en ciertos momentos en la vida de cada uno de nosotros. Para sorpresa del sentido comn, el da en que se apague esta luz se anunciar la era sin palabra no por el silencio, sino por el retroceso del silencio, por un desgarramiento de la espesura si- lenciosa y, a travs de este desgarramiento, por la aproximacin a un ruido nuevo. Nada grave, nada ruidoso; apenas un murmullo, que no aadir nada al gran tumulto de las ciudades que creemos sufrir. Su nico carcter: es incesante. Una vez odo, no puede dejar de serlo, y como nunca se oye de verdad, como escapa a la audi- cin, escapa tambin a toda distraccin, tanto ms presente cuanto que se alejan de l: el retumbar, por anticipacin, de lo que no se ha dicho y no se dir nunca. La palabra secreta sin secreto Esto no es un ruido, aunque, cuando se acerca, todo se con- vierta en ruido a nuestro alrededor (y es de recordar que hoy igno- 245 ramos lo que sera un ruido). Es ms bien una palabra: habla, no deja de hablar, es como el vaco hablando, un leve murmullo, in- sistente, indiferente, que sin duda es el mismo para todos, que no tiene secreto y que, sin embargo, asla a cada uno, lo separa de los otros, del mundo y de s mismo, arrastrndole por los laberintos bur- lones, atrayndole all mismo cada vez ms lejos, mediante una fas- cinante repulsin, por debajo del mundo comn de las palabras co- tidianas. La extraeza de esta palabra proviene de que parece decir algo cuando tal vez no diga nada. Es ms, parece que en ella hablara la profundidad y que lo inaudito se dejara or. A cada uno, aunque sea asombrosamente fra, sin intimidad ni felicidad, parece decir lo que podra ser para l lo ms cercano, si pudiese fijarla al menos un instante. No es engaosa, porque no promete ni dice nada, hablando siempre para uno solo, aunque impersonal, hablndolo todo en los adentros, pero esto es el afuera mismo, palabra presente en el lugar nico donde, al orla, todo podra orse, pero esto es ninguna y todas partes; asimismo, palabra silenciosa, porque est hablando el silencio convertido en esa falsa palabra que no se oye, en esa palabra secreta sin secreto. Cmo hacerla callar? Cmo orla y no orla? Transforma los das en noches, convierte las noches sin sueo en un sueo vaco y penetrante. Est por debajo de todo lo que se dice, detrs de cada pensamiento familiar, sumergiendo, engulliendo, aunque impercep- tihle, todas las honestas palabras de hombre, como tercera en cada dilogo, como eco frente a cada monlogo. Y su monotona podra hacer creer que reina por la paciencia, que aplasta por la liviandad, que disipa v disuelve todas las cosas como la niebla, alejando a los hombres del poder de amar, por la fascinacin sin objeto que sustituye a toda pasin. Entonces qu es eso? Una palabra humana? divina? una palabra que no ha sido pronunciada y que aspira a serlo? una palabra muerta, suerte de fantasma, suave, inocente y atormenta- dora, como los espectros? o la ausencia misma de toda palabra que habla? Nadie se atreve a discutir de ello, ni a mencionar el tema siquiera. Y cada uno, en medio de la soledad disimulada, busca una manera peculiar de convertirla en palabra vana, a ella que no pide otra cosa, ser vana y cada vez ms vana, pues sta es la forma de su dominacin. Un escritor es aquel que impone silencio a esta palabra, y una obra literaria es, para quien sabe penetrar en ella, una rica morada de silencio, una defensa firme y una muralla alta contra esa inmen- 246 ramos lo que sera un ruido). Es ms bien una palabra: habla, no deja de hablar, es como el vaco hablando, un leve murmullo, in- sistente, indiferente, que sin duda es el mismo para todos, que no tiene secreto y que, sin embargo, asla a cada uno, 10 separa de los otros, del mundo y de s mismo, arrastrndole por los laberintos bur- lones, atrayndole all mismo cada vez ms lejos, mediante una fas- cinante repulsin, por debajo del mundo comn de las palabras co- tidianas. La extraeza de esta palabra proviene de que parece decir algo cuando tal vez no diga nada. Es ms, parece que en ella hablara la profundidad y que lo inaudito se dejara or. A cada uno, aunque sea asombrosamente fra, sin intimidad ni felicidad, parece decir lo que podra ser para l lo ms cercano, si pudiese fijarla al menos un instante. No es engaosa, porque no promete ni dice nada, hablando siempre para uno solo, aunque impersonal, hablndolo todo en los adentros, pero esto es el afuera mismo, palabra presente en el lugar nico donde, al orla, todo podra orse, pero esto es ninguna y todas partes; asimismo, palabra silenciosa, porque est hablando el silencio convertido en esa falsa palabra que no se oye, en esa palabra secreta sin secreto. Cmo hacerla callar? Cmo orla y no orla? Transforma los das en noches, convierte las noches sin sueo en un sueo vaco y penetrante. Est por debajo de todo lo que se dice, detrs de cada pensamiento familiar, sumergiendo, engulliendo, aunque impercep- tible, todas las honestas palabras de hombre, como tercera en cada dilogo, como eco frente a cada monlogo. Y su monotona podra hacer creer que reina por la paciencia, que aplasta por la liviandad, que disipa v disuelve todas las cosas como la niebla alejando a los hombres del poder de amar, por la sin que susrtuye a toda pasin. Entonces qu es eso? Una palabra humana? divina? una palabra que no ha sido pronunciada y que aspira a serlo? una palabra muerta, suerte de fantasma, suave, inocente y atormenta- dora, como los espectros? o la ausencia misma de toda palabra que habla? Nadie se atreve a discutir de ello, ni a mencionar el tema siquiera. Y cada uno, en medio de la soledad disimulada, busca una manera peculiar de convertirla en palabra vana, a ella que no pide otra cosa, ser vana y cada vez ms vana, pues sta es la forma de su dominacin. Un escritor es aquel que impone silencio a esta palabra, y una obra literaria es, para quien sabe penetrar en ella, una rica morada de silencio, una defensa firme y una muralla alta contra esa intl1 en- 246 sidad hablante que se dirige a nosotros apartndose de nosotros. Si en ese Tibet imaginario, donde los signos secretos no se descu- briran ya sobre nadie, toda literatura viniese a dejar de hablar, lo que hara falta es el silencio, y es esa falta de silencio la que tal vez revelara la desaparicin de la palabra literaria. Ante cualquier obra maestra de artes plsticas, la evidencia de un silencio particular nos llega como una sorpresa que no siempre es un reposo: un silencio sensible, a veces autoritario, a veces so- beranamente indiferente, a veces agitado, animado y alegre. Y el verdadero libro es siempre un poco estatua. Se alza y se organiza como una potencia silenciosa que da forma y firmeza al silencio y por el silencio. Podra objetarse que en ese mundo, donde faltar de sbito el silencio del arte y se afirmar la desnudez oscura de una palabra nula y extraa, capaz de destruir a todas las otras, habr todava, si ya no hay artistas ni escritores nuevos, el tesoro de las obras antiguas, el asilo de los Museos y las Bibliotecas, en que cada uno podr, clandestinamente, ir a buscar un poco de tranquilidad y aire silencioso. Pero bien es de suponer que, el da en que la palabra errante se imponga, asistiremos a un desarreglo muy particular de todos los libros: a una reconquista, mediante ella, de las obras que por un instante la dominaron y que siempre son ms o menos sus cmplices porque ella es su secreto. En toda Biblioteca bien hecha hay un Infierno donde permanecen los libros que no deben leerse. Pero en toda obra maestra hay otro infierno, un centro de ilegibilidad en donde vela y aguarda la fuerza atrincherada de esa palabra que no es palabra, suave aliento de la eterna y machacona reflexin. De manera que los maestros de ese tiempo -no hace falta ser muv atrevido para imaginarlo- no pensarn en refugiarse en Alejandra, sino en entregar su Biblioteca al fuego. Seguramente, un gran asco de los libros invadir a cada uno: una ira contra ellos, una angustia vehemente, y esa miserable violencia que se observa en todos los perodos de debilidad que reclaman la dictadura. El dictador El dictador, nombre que induce a la reflexin. El es el hombre del dictare, de la repeticin imperiosa, el que pretende luchar contra el peligro de la palabra extraa, cada vez que ste se anuncia, me- diante el rigor de un mandamiento sin rplica ni contenido. A 10 que es murmullo sin lmite l opone la nitidez de la consigna: a la in- 247 sinuacin de lo que no se oye, el grito perentorio; al errante llanto del espectro de Hamlet, quien, bajo tierra, viejo topo, de ac para all, vaga sin poder ni destino, lo sustituye por la palabra fijada de la razn real, que manda y no duda nunca. Pero este perfecto adversario, el hombre providencial, suscitado para cubrir con sus gritos y sus frreas decisiones la niebla de la ambigedad de la palabra espectral, no es, en verdad, suscitado por sta? Acaso no es su parodia, su mscara an ms vaca que ella, su rplica men- tirosa, cuando, a ruego de los hombres cansados y desdichados, para huir del terrible rumor de la ausencia -terrible pero no engaosa-, se vuelven hacia la presencia del dolo categrico que slo pide la docilidad y promete el gran descanso de la sordera interior? As los dictadores vienen naturalmente a reemplazar a los es- critores, a los artistas y a los pensadores. Pero, mientras que la palabra vaca del mando es la prolongacin, asustada y falaz, de lo que se prefiere or gritar en las plazas pblicas antes de tener que acogerlo y apaciguarlo en s por un gran esfuerzo personal de atencin, el escritor tiene, en cambio, una tarea muy distinta y tambin otra responsabilidad: la de entrar, ms que nadie, en una relacin de intimidad con el rumor inicial. Slo a este precio puede imponerle silencio, orlo en medio de ese silencio, y luego expre- sarlo, despus de metamorfosearlo. No hay escritor sin tal aproximacin y si no sufre con firmeza dicha prueba. Esta palabra no-hablante se parece mucho a la ins- piracin, pero no se confunde con ella; conduce solamente a ese lugar nico para cada quien, el infierno a donde descendi Orfeo, lugar de la dispersin y la discordancia, en que de sbito hay que hacerle frente y hallar, en s mismo, en ella y en la experiencia de todo el arte, aquello que transforma la impotencia en poder, el error en camino y la palabra no-hablante en un silencio a partir del cual puede realmente hablar y dejar hablar en ella el origen, sin destruir a los hombres. La literatura moderna Estas cosas no son simples. La tentacin, que experimenta hoy, en da la literatura, de acercarse cada vez ms al murmullo soli- tario, se debe a muchas causas, propias de nuestro tiempo, de la historia, del movimiento mismo del arte, y tiene como efecto ha- cernos or, en todas las modernas obras maestras, 10 que estaramos expuestos a or si de repente desaparecieran el arte y la literatura. 248 por eso estas obras son nicas, por eso tambin nos parecen peli- grosas, pues han nacido directamente del peligro y apenas lo exor- cizan. Existen de seguro muchos medios (tanto como obras y estilos de obras) para dominar la palabra del desierto. La retrica es uno de esos medios de defensa, eficazmente concebido e incluso diab- licamente dispuesto para conjurar el peligro, pero tambin para ha- cerlo necesario y apremiante en los puntos justos en que las rela- ciones con l pueden hacerse livianas y provechosas. Pero la re- trica es una proteccin tan perfecta que pierde de vista su come- tido, esto es, rechazar tanto como atraer, desvindola, la inmensidad hablante, y, asimismo, ser una avanzada en medio de la agitacin de las arenas, y no una pequea fortaleza de fantasa que vengan a visitar los paseantes domingueros. Ntese que algunos "grandes" escritores tienen un no s qu de perentorio en la voz, en los confines del temblor y de la cris- pacin, que evoca, en el campo del arte, la dominacin del dictare. Parece que se recogieran en s mismos, o en alguna creencia, en su conciencia firme, pero pronto cerrada y limitada, con el fin de ocu- par el sitio del enemigo que est en ellos y que ensordecen slo por la soberbia de su lenguaje, el brillo de su voz y los prejuicios de su fe, o de su falta de fe. Otros tienen ese tono neutro, esa modestia y esa transparencia apenas turbada, por la que parecen ofrecer a la palabra solitaria una imagen dominada de lo que es y algo as como un espejo helado, para que sienta la tentacin de reflejarse en l -pero, muchas ve- ces, el espejo queda vado. Admirable Michaux, l es el escritor que, en lo ms prximo de s mismo, se uni a la voz extraa, y a quien le viene la sos- pecha de que cay en una trampa y de que lo que aqu se expresa con los sobresaltos del humor ya no es su voz sino una voz que imita a la suya. Para sorprenderla y recobrarla, emplea los recursos de un humor redoblado, una inocencia calculada, las vueltas tram- posas de los retrocesos, de los abandonos, y, en el momento de pe- recer, la punta sbita, aguda, de una imagen que atraviesa el velo del rumor. Contienda extrema, victoria maravillosa, pero desaper- cibida. Tambin existe la habladura, y lo que se ha llamado el mo- nlogo interior, el cual no reproduce en absoluto, como bien se sabe, lo que un hombre se dice a s mismo, porque el hombre no habla consigo y la intimidad del hombre no es silenciosa sino casi 249 siempre muda, reducida a unos cuantos signos espaciados. El mo- nlogo interior es una imitacin muy burda, imitando slo los ras- gos aparentes, del flujo ininterrumpido e incesante de la palabra no-hablante. No 10 olvidemos, la fuerza de sta reside en su de- bilidad; no se oye, por eso uno no deja de orla; tambin est 10 ms cerca posible del silencio y se es el motivo por el cual ella 10 destruye completamente. Por ltimo, el monlogo interior tiene un centro, ese "Yo" que refiere todo a s mismo, mientras que la otra palabra no tiene centro, sino que es esencialmente errante y siempre est afuera. Es preciso imponerle silencio. Es preciso conducirla de nuevo hacia el silencio que est en ella. Ella tiene que olvidarse un ins- tante, con el fin de poder nacer, mediante una triple metamor- fosis, en una palabra verdadera: la del Libro, dir Mallarm. 250 V-EL LIBRO QUE VENDRA 1 - ECCE LIBER EL LIBRo::qu entenda Mallarm por esta palabra? A partir de 1866, siempre pens y dijo 10 mismo. Sin embargo, lo mis- mo no es siempre lo mismo. Habra que demostrar por qu y cmo esta reiteracin constituye el movimiento que le abre lentamente un camino. Todo lo que l tiene que decir parece establecido desde el comienzo, y al mismo tiempo los rasgos comunes no 10 son sino superficialmente. Libro numeroso Rasgos comunes: el libro, que desde el principio es efectiva- mente el Libro, 10 esencial de la literatura, tambin es un libro, "simplemente". Ese libro nico incluye varios volmenes: cinco volmenes -dice l en 1866-, algunos tomos -afirma an en 1885 1 . Por qu esa pluralidad? Ella sorprende de parte de un escritor parco y que, sobre todo en 1885, no poda tener dudas en cuanto a todo lo que en l se negaba a la extensin del discurso. En su primera madurez, parece necesitar un libro de caras ml- tiples, con uno de los lados mirando hacia 10 que llama la Nada y el otro hacia la Belleza, como la Msica y las Letras -dir ms tarde "son la cara alternativa aqu tendida hacia lo oscuro; all centelleante, con certidumbre, de un fenmeno, el nico". Como se ve, esta pluralidad de 10 nico viene desde ya de la necesidad de escalonar, segn diferentes niveles, el espacio creador, y si l habla en aquella poca tan atrevidamente del plano de la Obra como 1. En 1867, l "delimita" el desarrollo de la Obra a tres poemas en verso y cuatro en prosa. En 1871, pero aqu la idea es algo dis- tinta, anuncia un volumen de cuentos, un volumen de poesa, un volumen de crtica. En el manuscrito pstumo, publicado por Scherer, prev cuatro volmenes, aptos para diversificarse en veinte tomos. 251 de una tarea ya concluda, es porque medita sobre su estructura, la cual existe en su espritu previamente al contenido". Porque, otro rasgo invariable: de ese libro, l ve primero la disposicin necesaria, libro "arquitectnico y premeditado, y no una compilacin de inspiraciones casuales aunque fuesen maravillosas"; tales afirmaciones son tardas (1885) pero desde 1868, l dice de su obra que est "tan bien preparada y jerarquizada" (en otra parte: "perfectamente delimitada") que el autor no puede sustraerle nada, ni siquiera tal "impresin", tal pensamiento o disposicin mental. De ah esta notable conclusin: de ahora en adelante, si l quiere escribir fuera de la Obra, slo podr escribir un "soneto nulo". Esto anuncia asombrosamente el porvenir, porque esa exi- gencia de reservar al Libro -que nunca ser ms que su propia reserva- parece haberlo destinado a escribir solamente poemas nu- los, es decir, a dar fuerza y existencia potica solamente a lo que es fuera de todo (y fuera del libro que es ese todo), pero tambin, por esa va, a descubrir el centro mismo del Libro . . . .sin casualidad Qu significan las palabras "premeditado arquitectnico, de- limitado, jerarquizado"? Todas indican una intencin calculadora, la aplicacin de un poder de reflexin extrema, capaz de organi- zar necesariamente el conjunto de la obra. En primer trmino, se trata de una preocupacin simple: escribir segn normas de estricta composicin; luego, de una exigencia ms compleja: escribir de un modo rigurosamente reflexionado, de acuerdo con la maestra del espritu y para garantizarle su pleno desarrollo. Pero todava existe otra intencin, representada por la palabra casualidad y la decisin de suprimir la casualidad. En principio, siempre se trata de la misma voluntad de forma regulada y reguladora. En 1866, le escribe a Coppe: "La casualidad no afecta ni un verso, esto es lo importan- te". Pero aade: "Somos varios en haber alcanzado esto, y creo que estando las lneas tan perfectamente delimitadas, debemos aspirar 1. Ms tarde, expresar como sigue la relacin que, de un volumen a varios, repite y amplifica las relaciones mltiples, presentes en cada volumen y listas para desplegarse y desprenderse de l: "Al. guna simetra, paralelamente, que, de la situacin de los versos en la pieza se liga a la autenticidad de la pieza en el volumen, vuela, adems del volumen, a varios, inscribindolos, a ellos, en el espacio espiritual, el prrafo amplificado del genio annimo y perfecto como una existencia de arte." (Oeuirres Completes, Pliade, p. 367.) 252 ante todo a que, dentro del poema, las palabras -que ya son bas- tante en s para no recibir ms impresiones desde afuera- se refle- jen unas sobre otras hasta parecer no ya tener color propio, sino ser nicamente las transiciones de una gama". Aqu tenemos muchas afirmaciones que los libros posteriores van a profundizar. Decisin de excluir la casualidad, pero de acuerdo con la decisin de excluir las cosas reales y de negar a la realidad sensible el derecho a la designacin potica. La poesa no responde al llamado de las cosas. No est destinada a preservarlas nombrndolas. Al contrario, el len- guaje potico es "la maravilla de trasponer un hecho natural en su casi desaparicin vibratoria". El libro tendr en jaque a la casualidad, si el lenguaje, yendo hasta el fin de su poder, atacando la substan- cia concreta de las realidades particulares, slo dejara aparecer el "conjunto de las relaciones que existen en todo". La poesa se con- vierte entonces en lo que sera la msica reducida a su esencia silen- ciosa: un avance y un despliegue de relaciones puras, o sea la mo- vilidad pura. La tensin contra la casualidad significa: a veces el trabajo de Mallarm para terminar, mediante la tcnica particular del verso y consideraciones de estructura, la obra transformadora de la palabra; - otras veces una experiencia de ndole mstica o filosfica, la que expuso el relato de Igitur con una riqueza enigmtica y parcialmente realizada. Limitndome aqu a puntos de referencia, slo quiero recordar que las relaciones de Mallarm con la casualidad se presentan de acuerdo con una doble tentativa: por un lado, bsqueda de una obra necesaria que lo orienta hacia una poesa de ausencia y de negacin en que no ha de figurar nada anecdtico, ni real, ni fortuito. Pero, por otro lado, estas fuerzas negativas, que tambin ac- tan dentro del lenguaje y que l parece emplear slo para llegar, corrigiendo lo vivo, a una palabra rigurosa, las experimenta direc- tamente, experiencia de importancia esencial, que podra considerarse inmediata, si precisamente lo inmediato no fuese, "inmediatamente", negado en esta experiencia. Recordemos la declaracin de 1867 a Lefbure: "He creado mi obra slo por eliminacin y toda verdad adquirida slo naca de la prdida de una impresin que, al brillar, se haba consumido y me permita, merced a sus tinieblas despren- didas, avanzar ms profundamente en la sensacin de las Tinieblas Absolutas. La Destruccin fue mi Beatriz". 253 .. despersonalizado El libro que es el Libro es un libro entre otros. Es un libro numeroso, que se multiplica como en s mismo por un movimiento que le es propio y en el que la diversidad, segn distintas profun- didades del espacio en que se desarrolla, se cumple necesariamente. El libro necesario escapa a la casualidad por su estructura y su de- limitacin, cumpliendo as la esencia del lenguaje que utiliza a las cosas convirtindolas en su ausencia y abriendo esta ausencia al de- venir rtmico que es el movimiento puro de las relaciones. El libro sin casualidad es un libro sin autor: impersonal. Esta afirmacin, una de las ms importantes de Mallarm, sigue ubicndonos en dos planos: uno, que responde a bsquedas de tcnica y de lenguaje (esto es, si se quiere, el lado Valry de Mallarm); el otro, que responde a una experiencia, la que vulgarizaron las cartas de 1867. La una no va sin la otra, pero sus relaciones no han sido dilucidadas. Hara falta un estudio minucioso para precisar todos los niveles en que Mallarm dispone su afirmacin. A veces, slo quiere decir que el libro debe permanecer annimo: el autor se limitar a no fir- marlo ("admitido el volumen no comportar ningn firmante"). No hay relaciones directas, y menos an posesin, entre el poema y el poeta. Este no puede atribuirse lo que escribe. Y lo que escribe, aun cuando fuese bajo su nombre, permanece esencialmente sin nombre. . Por qu ese anonimato? Puede verse una respuesta cuando Mallarrn habla del libro como si existiera de antemano, innato en nosotros y escrito en la naturaleza. "Creo todo esto escrito en la naturaleza como para no dejar cerrar los ojos sino a los interesados en no ver nada. Esta obra existe, todo el mundo intent hacerla sin saberlo; no hay genio ni payaso que no descubriera uno de sus rasgos sin saberlo", Estas observaciones responden a una encuesta y tal vez digan slo lo accesible a una curiosidad exterior. Con Ver- laine, l se expresa casi de la misma manera. Otra vez escribe: "Una ordenacin del libro de versos despunta innata o en todas partes, elimina la casualidad; y aun es necesaria para omitir al autor". Pero aqu ya el sentido es otro. Mallarm ha sufrido la tentacin del ocultismo. El ocultismo se le ha ofrecido como una solucin a los problemas que le plantea la exigencia literaria. Esta solucin consiste en separar al arte de algunos de sus poderes, en tratar de realizar stos aparte, transformndolos en poderes inmediatamente utilizables con fines prcticos. Solucin que Mallarm no acepta. Se 254 citan sus declaraciones de simpata, pero se omiten las reservas que siempre las acompaan: "No, os contentis, como ellos (los pobres cabalistas), por descuido y malentendido, con destacar de un Arte operaciones que le son integrales y fundamentales para cumplirlas equivocadamente, de manera aislada, sa es todava una veneracin torpe. Se borra hasta el sagrado sentido inicial . . . "1 Para Ma11arm no cabe la posibilidad de otra magia fuera de la literatura, la cual slo se cumple enfrentndose a s misma de una manera que excluye a la magia. El precisa bien que si slo dos ca- minos estn abiertos a la bsqueda mental, la esttica y la economa poltica, "la alquimia fue el glorioso, apresurado y turbio precursor, principalmente, de este fin ltimo". La palabra apresurado es nota- ble. La impaciencia caracteriza a la magia, ambiciosa de dominar inmediatamente a la naturaleza. Al contrario, la paciencia obra en la afirmacin poltica". La alquimia pretende crear y hacer. L'1 poe- sa decreta e instituye el reinado de 10 que no es y no se puede, en- seando al hombre como siendo su vocacin suprema algo que no puede enunciarse en trminos de poder (es de notar que aqu esta- mos opuestos a Valry). Mallarm, que no tuvo, adems, sino relaciones mundanas con las doctrinas ocultistas, ha sido sensible a las analogas exteriores. Saca de ellas palabras, un cierto color, y de ellas recibe la nostalgia. El libro escrito en la naturaleza evoca a la Tradicin transmitida desde el origen y puesta bajo la vigilancia de los iniciados: libro oculto y venerable que brilla por fragmentos aqu y all. Los romnticos alemanes expresaron el mismo pensamiento del libro nico y abso- luto. Escribir una Biblia -dice Novalis-, he aqu la locura que cualquier hombre sabio debe acoger para ser completo. El llama la Biblia al ideal de todo libro, y F. Schlegel evoca "el pensamiento de un libro infinito, el absolutamente libro, el libro absoluto", mien- tras Novalis pretende an utilizar la forma potica del Marchen para el proyecto de continuar la Biblia. (Pero aqu nos alejamos mucho de Mallarm. Su crtica severa de Wagner: "Si el ingenio francs, imaginativo y abstracto, es decir, potico; resplandece, no ser as: 1. Mallarm opone aqu los periodistas a los pobres cabalistas acusados de haber matado por hechizo al abad Boullan. Ahora bien, desde el punto de vista del Arte, los primeros son mucho ms culpables que los segundos, aun cuando stos estn equivocados "al separar de un Arte operaciones que le son integrales". (La magia no debe separarse del arte). 2. Prosa para des Esseintes. 255 le repugna la Leyenda, estando en ello de acuerdo con el Arte en su integridad, que es inventor"). Sin duda, hay un nivel en que Mallarm, expresndose a la manera de los ocultistas, de los romnticos alemanes y de la Natur- philosophie, est dispuesto a ver en el libro el equivalente escrito, el texto mismo de la naturaleza universal. "Quimera, haberlo pen- sado comprueba... que, ms o menos, todos los libros contienen la fusin de algunas contadas repeticiones: incluso si slo hubiese una -en el mundo, su ley- biblia como la simulan las naciones . . .1 Esta es una de sus inclinaciones, no se puede negarlo (lo mismo que suea con una lengua que fuese "materialmente la oerdad"), Pero hay otro nivel en que la afirmacin del libro sin autor cobra un sentido diferente y, a mi parecer, mucho ms importante. "La obra implica la desaparicin elocutoria del poeta, que cede la iniciativa a las palabras, movilizadas por el choque de su desigualdad "La desaparicin elocutoria del poeta" es una expresin muy pr- xima a la que se encuentra en la clebre frase: "Para qu la mara- villa de trasponer un hecho natural en su casi desaparicin vibrato- ria, aunque segn el juego de la palabra; si no es . . . )) El poeta des- aparece bajo la presin de la obra, por el mismo movimiento que hace desaparecer a la realidad natural. Ms exactamente: no basta con decir que se disipan las cosas y se esfuma el poeta, tambin hay que decir que unos y otros, aun padeciendo el suspenso de una verdadera destruccin, se afirman en esa misma desaparicin y en el devenir de ella misma -la una vibratoria, la otra elocutoria. La naturaleza se traspone por la palabra al movimiento rtmico que la hace desaparecer, incesante e indefinidamente; y el poeta, por el hecho de hablar poticamente, desaparece en esa palabra, se con- vierte en la desaparicin misma que se realiza en esa palabra, nica iniciadora y principio: fuente. "Poesia, consagracin". La "omisin de si", la "muerte como un tal", que est ligada a la consagracin potica, hace, pues, de la poesa un verdadero sacrificio, pero no en vista de turbias exaltaciones mgicas -sino por un motivo casi tcnico: es que quien habla poticamente se expone a esa especie de muerte que obra necesariamente en la palabra verdadera. 1. Pero si se compara este texto con el texto en que propone reducir todo el teatro a una obra nica y mltiple, "desplegndose paralela- mente en un ciclo de aos recomenzado", se ve que aqu est proba- blemente lejos de los propsitos romnticos y ocultistas: lo que escribimos es necesariamente lo mismo, y el devenir de lo que es lo mismo es, en su vuelta a comenzar, de una riqueza infinita. (Oeuvres Completes, p. 313). 256 "Hecho, siendo" El libro no tiene autor, porque se escribe a partir de la desapa- ricin hablante del autor. Necesita del escritor, en tanto que ste es ausencia y lugar de la ausencia. El libro es libro cuando no re- mite a alguien que 10 haya hecho, tan puro de su nombre v libre de su existencia como lo es del sentido propio de quien lo lee. El hombre fortuito -el particular-, si bien no tiene lugar en el libro como autor, acaso podra, como lector, volverse all importante? "Despersonalizado, el volumen, lo mismo que uno se separa de l como autor, no reclama acercamiento de lector. Es tal, sepa, entre los accesorios humanos, que tiene lugar solo: hecho, siendo" ..... Esta ltima afirmacin es una de las ms gloriosas de Mallarm. Condensa, en una forma que lleva el sello de la decisin, la exigen- cia esencial de la obra. Su soledad, su realizacin a partir de s misma como de un lugar, la doble afirmacin, yuxtapuesta en ella, sepa- rada por un hiato lgico y temporal, de lo que la hace ser y del ser en que ella se pertenece, indiferente al "hacer"; -la simultaneidad, pues de su presencia instantnea y del devenir de su realizacin: en cuanto ella est hecha, dejando de haber sido hecha y slo diciendo eso, que ella es. Aqu estamos tan lejos como es posible del Libro de la tradi- cin romntica y de la tradicin esotrica. Este es un libro sustan- cial, que existe por la verdad eterna de la cual es la divulgacin ocul- ta, aunque accesible: divulgacin que pone a la disposicin de quien la alcanza el secreto y el ser divinos. Mallarm rechaza la idea de sustancia, como la idea de la verdad permanente y real. Cuando nom- bra lo esencial -sea el ideal, o el sueo-, siempre se refiere a algo que slo tiene como fundamento la irrealidad reconocida y afirmada de la ficcin. De ah que para l el problema mayor sea: existe algo como las Letras? de qu manera existe la literatura? qu rela- cin hay entre la literatura y la afirmacin del ser? Tambin se sabe que Mallarm retira toda realidad al presente. " ... no existe presente, no -un presente no existe " "Mal informado aquel que se proclame su propio contemporneo rr Y, por el mismo motivo, no admite puente en el devenir histrico, todo es corte y ruptura "todo se interrumpe, efectivo, en la historia, poca transfusin". Su obra se petrifica a veces en una virtualidad blanca, inmvil; otras -y esto es lo ms significativo-, la anima una extrema disconti- nuidad temporal, expuesta a cambios de tiempo y a aceleraciones, amaines, "paradas fragmentarias", signo de una esencia completa- 257 mente nueva de la movilidad, en la que se anuncia algo as como otro tiempo, tan ajeno a la permanencia eterna como a la duracin co- tidiana: "aqu adelantando, all rememorando, en futuro, en pasado, bajo una falsa apariencia de presente". Bajo estas dos formas, el tiempo expresado por la obra, con- tenido en ella, anterior a ella, es un tiempo sin presente. Y, asimismo, el Libro nunca debe mirarse como estando verdaderamente ah. No puede tomarse en la mano. Sin embargo, si es muy cierto que no hay presente, si el presente es necesariamente inactual y en cierta me- dida falso y ficticio, ser, pues, por excelencia, el tiempo de la obra irreal, ya no el expresado por ella (ese es siempre pasado o futuro, brinco y salto por encima del abismo del presente), sino aquel en que se afirma esta obra dentro de su propia evidencia, cuando, por la coincidencia de su propia irrealidad y de la irrealidad del presente, hace existir la una por la otra, en una luz de rayo que ilumina, a partir de la obscuridad de la cual no es ms que concentracin des- lumbrante. Mallarm, al negar el presente, lo reserva para la obra, haciendo de este presente el de la afirmacin sin presencia en la cual lo que es, brilla y se desvanece a la vez (el instante que all brillan y mueren en una flor veloz, en cierta transparencia como de ter"). La evidencia del libro, su resplandor patente son, pues, tales que debe decirse de l que es, que es presente, ya que sin l nunca nada estara presente, pero, que, sin embargo, siempre est en falta respecto a las condiciones de la existencia real: siendo, pero imposible. M. Scherer dice que el manuscrito pstumo' muestra cla- ramente que el libro, contrariamente a las burlas de los crticos, no era 1. El manuscrito entregado por Mondor a Scherer, puesto en Libro con gran esmero por ste y publicado bajo el ttulo: El "Libro" de Mallarm, Primeras Investigaciones sobre documentos inditos. Aclara este manuscrito el proyecto central? Quiz, pero a condi- cin de que no vayamos a pensar que estamos materialmente ante el manuscrito del Libro. De qu se compone este "Libro"? No pre- senta un texto seguido como Igitur, ni largos fragmentos an sepa- rados, sino nfimas notas, palabras aisladas y cifras indescifrables, inscritas en hojas sueltas. Se refieren a un trabajo comn todas estas hojas y notas? Lo ignoramos. El orden en que han sido publicadas hoy tiene algo que ver con el orden en que fueron en- contradas despus de la muerte de Mallarm, orden que incluso entonces poda ser solamente una clasificacin casual o la ordena- cin accidental de un trabajo antiguo? Lo ignoramos. Ignoramos, y esto es ms grave, lo que representan esas notas conservadas por no se sabe qu decisin en relacin con todas las otras que fueron destruidas -dice H. Mondor. Por consiguiente, ignoramos el lugar que les asignaba Mallarm en el conjunto de su bsqueda: tal vez no significaran nada que no se hubiese ya vuelto un poco ajeno, 258 de ningn modo un cuento y que Mallarm pens seriamente en su realizacin efectiva. Observacin quiz ingenua. Casi todos los es- critos tericos de Mallarm aluden a ese proyecto de la Obra, la piensan constantemente, dan sobre ella puntos de vista cada vez ms profundos y tales que la Obra no realizada se afirma para noso- tros, sin embargo, de manera esencial. Quienes son indiferentes a ese tipo de garanta y siguen viendo en Mallarm a alguien que, du- rante treinta aos, enga al mundo hablando soberbiamente de la Obra nula y agitando con actitud misteriosa insignificantes pape- litos, no sern convencidos por estas ltimas pruebas. Al contrario, en estos detalles acerca de un libro inexistente, que tratan con mi- nucia todas las cuestiones materiales y financieras de su publicacin, hallarn los sntomas de un estado mrbido y perfectamente cata- logado. Es ms: aun cuando existiese el libro, yo quisiera saber cmo hara el seor Scherer para decirnos: Ecce liber y hacer que lo re- no lo que aceptaba sino lo que habra dejado de aceptar, o tambin pensamientos superficiales que se hubiesen redactado lejos de s mismo y como por diversin. En fin, ya que l slo reconoca sentido y realidad en lo que se haba expresado dentro de la propia estruc- tura y la firmeza formal de su lenguaje, estas notas informes no tenan para l ningn valor, y prohiba que se distinguiese algo en ellas: eran lo indistinto propiamente dicho. Incertidumbre en cuanto a la fecha o fechas de estas notas, a su pertenencia, a su coherencia exterior, a su orientacin e incluso a su realidad. As se presente, como la publicacin ms azarosa, compuesta de palabras fortuitas, dispersas de manera aleatoria en hojas reunidas accidentalmente, el nico libro esencial escrito como por s mismo para someter a la casualidad. Fracaso que no tiene ni siquiera el inters de ser el de Mallarm, ya que es la obra ingenua de los publicadores pstumos, muy parecidos a los viajeros que, de vez en cuando, nos traen peda- zos del Arca de No o fragmentos de piedra que representan las Tablas de la Ley quebradas por Moiss. Tal es, por lo menos, el primer pensamiento ante esos documentos presentados como un esbozo del Libro. Pero el segundo pensamiento es otro, o sea que la publicacin de estas pginas casi vacas y ms dibujadas con palabras que escritas, que nos hacen tocar el punto en que la necesidad se encuentra con la imagen de la pura dispersin, tal vez no le hubiese disgustado a Mallarm. Sin embargo, recordar, no para indignarme, sino para evocar la interesante ruptura moral a la que consienten los hombres ms honestos, cada vez que tocan el problema de las publicaciones ps- tumas, que este manuscrito se publica contra la voluntad formal del escritor. Si el caso de Kafka es ambiguo, el de Mallarm es claro. Mallarm muere de improviso. Entre la primera crisis -de la que sin embargo se repone y que todava no es ms que una amenaza incierta- y la segunda, que lo vence en unos instantes, transcurren muy pocas horas. Mallarm aprovecha el plazo para 259 conocteramos, puesto que su misma esencia es volver irreal hasta su propio reconocimiento, existiendo, adems, el conflicto infinito de su presencia evidente y de su realidad siempre problemtica. "Memorable crisis" Sin embargo, lo que se puede retener de las condiciones prc- ticas (balzacianas) -financiamiento, tiraje, cifras de venta- en las cuales el manuscrito trata de proyectar la realizacin de la obra, es que ellas confirman la extrema atencin que Mallarm acord siempre a las posibilidades de accin histrica y el devenir literario en s. Desde. hace algn tiempo, empieza a descubrirse que Mallar- m no estaba siempre encerrado en su saln de la rue de Rome. El redactar la "recomendacin en cuanto a mis papeles". Desea que todo sea destruido. "Por lo tanto, quemad: all no hay herencia literaria, mis pobres hijos". Es ms, rechaza toda ingerencia extra- a y todo examen curioso: lo que ha de ser destruido debe sustraerse previamente a todas las miradas. "No sometis ni siquiera a la apreciacin de alguin: o bien rechazad cualquier ingerencia curiosa o amistosa. Decid que all no se distinguira nada, adems, es ver- dad ... " Voluntad firme; voluntad en seguida olvidada y hecha vana. Los muertos son muy dbiles. Unos das despus, ya se acepta que Valry vea los papeles y, desde hace cincuenta aos, con una constante y sorprendente regularidad, se exhiben continua- mente textos inditos importantes e indiscutibles, como si Mallarm nunca hubiese escrito tanto como despus de su muerte. Conozco la regla formulada por Apollinaire: "Debe publicarse todo." Tiene muchos sentidos. Demuestra la tendencia profunda de lo oculto hacia la luz, del secreto hacia la revelacin sin secreto, de todo lo callado hacia la afirmacin pblica. Esto no es una regla ni un principio. Es el poder bajo cuya fuerza cae quien se pone a escribir y tanto ms drstico cuanto que se le opone o lo discute. El mismo poder confirma el carcter impersonal de las obras. El escritor no tiene ningn derecho sobre ellas y no es nada frente a ellas, siempre muerto ya y siempre suprimido. Por lo tanto, que no se cumpla su voluntad. Lgicamente, si se considera conveniente desconocer la intencin del autor despus de su muerte, tambin debera admitirse que no se le tomase en cuenta mientras vive. Pero, mientras vive, aparentemente, ocurre lo contrario. El escritor quiere publicar y el editor no lo quiere. Mas esto es slo la apariencia. Pensemos en todas las fuerzas secretas, amistosas, tercas, inslitas, que se ejercen sobre nuestra voluntad para obligarnos a escribir y a publicar lo que no queremos. Visible-invisible, all siempre est el poder, que no nos toma en cuenta para nada y que, ante nuestro asombro, nos quita los papeles de la mano. Los vivientes son muy dbiles. Cul es ese poder? No es ni el lector, ni la sociedad, ni el Estado, ni la cultura. Darle un nombre y realizarlo, en su misma irrealidad, fue tambin el problema de Mallarm. El lo llam el Libro. 260 se interrog acerca de la historia. Se interrog respecto a las rela- ciones entre la accin general -basada en la economa poltica- y la que se determina a partir de la obra ("la accin limitada"). Comprobando que "la poca" tal vez sea siempre para el escritor un "tnel", tiempo de intervalo y como el entre-tiempo, l expres la idea de que, antes de correr el riesgo en circunstancias que nunca podran ser completamente favorables las conclusiones de arte extremas con- tenidas en la integridad del libro, mejor vala jugarlas contra toda oportunidad histrica sin hacer nada por ajustarlas al tiempo, sino, al contrario, poniendo en evidencia el conflicto, el desgarramiento temporal, con el fin de extraer una luz. Por 10 tanto, la obra debe ser la conciencia del desacuerdo entre "la obra" y el juego literario, y esta discordancia forma parte del juego, es el juego mismo", Igualmente, Mallarm ha sido atento a la crisis mayor que la literatura atraviesa en su tiempo. Por fin se ha dejado de conside- rarlo como un poeta simbolista, lo mismo que ya no se piensa en relacionar a Holderlin con el romanticismo. No se trata en absoluto de la peripecia simbolista, cuando, en La Msica y las Letras, formula de la manera ms clara la crisis que fuera primero la suya treinta aos antes, a la vez que hace de ella, y con razn, una crisis his- trica, propia de la generacin reciente: " ... en medio de la con- fusin, todo a descargo de la reciente generacin, el acto de escribir se escudri hasta en los orgenes. Muy antes, al menos en cuanto al punto, yo lo formulo: - A saber si cabe escribir". Y un poco despus: "Existe algo como las letras . . . Muy pocos se han plantea- do este enigma, que ensombrece, as como lo hago, tardamente, invadido por una duda repentina respecto de lo que quisiera decir con impulso". "Intimacin extraordinaria", a la que se sabe que l responde: "S, existe la Literatura y, si se quiere, sola, exceptuando todo". El proyecto y la ejecucin del Libro estn evidentemente liga- dos a este cuestionamiento total. La literatura no podra concebirse en su integridad esencial sino a partir de la experienci que le retira las acostumbradas condiciones de posibilidad. As fue con Mallarm, puesto que l concibe la Obra en el mismo momento en que, tras haber "sentido muy inquietantes sntomas, causados nicamente por el acto de escribir", sigue escribiendo de ahora en adelante, porque el escribir deja de presentrsele como una actividad posible. "Tor- menta, lustral", Ahora bien, esta tormenta en medio de la cual se derriban todas las convenciones literarias, obligando a la literatura a buscar su fundamento all donde se encuentran dos abismos, trae 261 prctica. No se crea nada ni se habla en una forma creativa, sino mediante la aproximacin previa del lugar de extrema vacancia en el cual, antes de ser palabras determinadas y expresadas, el lenguaje es el movimiento silencioso de las relaciones, es decir, la "escansin rtmica del ser". Las palabras nunca estn all sino para designar la extensin de sus relaciones: el espacio en que se proyectan y que, apenas designado, se repliega y se recoge, por no estar en ninguna parte donde l esta". El espacio potico, fuente y "resultado" del len- guaje, nunca es como es una cosa, sino que siempre "se espacia y se disemina", De ah el inters que Mallarm tiene por todo cuanto lo conduce hacia la esencia singular del lugar, el teatro, la danza, sin ol- vidar que lo propio de los pensamientos y de los sentimientos huma- nos tambin consiste en producir un "medio". "Toda emocin sale de vosotros, ampla un medio; o sobre vosotros cae y lo incorpora. Por lo tanto, la emocin potica no es un sentimiento interior, una modificacin subjetiva, sino un extrao afuera dentro del cual esta- mos arrojados en nosotros fuera de nosotros. As -aade-, la danza: {(As esta abertura mltiple alrededor de una desnudez grande por los contradictorios vuelos en que sta la ordena, tormentosa, pla- neando all lo magnifica hasta disolverlo: central ... " Esta lengua nueva que Mallarm supuestamente se forj por no se sabe qu deseo de esoterismo -y que Scherer estudi otrora muy bien- es una lengua estricta, destinada a elaborar, segn caminos nuevos, el espacio propio del lenguaje, que nosotros, en la prosa co- tidiana como en el uso literario, reducimos a una simple superficie recorrida por un movimiento uniforme e irreversible. A este espa- cio, Mallarm le restituye la profundidad. Una frase no se desarrolla solamente de un modo lineal, sino que se abre, y por esa abertura se escalonan, se desprenden, se espadan y se recogen, en profundidades de diferentes niveles, otros movimientos de frases, otros ritmos de palabras, que estn interrelacionados de acuerdo con firmes deter- minaciones estructurales aunque ajenas a la lgica ordinaria -lgica 1. Aqu cabe sealar que la atencin de Heidegger por el lenguaje, de una ndole en extremo apremiante, es atencin por las palabras consideradas aparte, concentradas en s mismas, por tales palabras vistas como fundamentales y atormentadas hasta que se deje or, en la historia de su formacin, la historia del ser -pero nunca a las conexiones de las palabras, y menos an al espacio anterior que suponen esas conexiones y cuyo movimiento originario slo hace posible el lenguaje como despliegue. Para Mallarm, el len- guaje no est hecho de palabras ni siquiera puras: es aquello en que las palabras siempre ya han desaparecido y ese oscilante movi- miento de aparicin y desaparicin. 262 como consecuencia otra devastacin. Mallarm la presencia con una sorpresa capital: "Efectivamente, traigo noticias... An no se ha visto un caso semejante. Han echado mano al verso." "Cambian los gobiernos: la prosodia siempre queda intacta". He aqu el tipo de acontecimiento que, a su juicio, debe definir esencialmente la his- toria. La historia gira porque hay un cambio total de la literatura, la cual slo se funda impugnndose radicalmente e interrogndose "hasta el origen". Cambio que se traduce, antes que nada, por el enjuiciamiento de la mtrica tradicional. Menoscabo grave para Mallarm. Por qu? No est claro. El siempre afirm -es una de sus observaciones ms constantes- que dondequiera que hay ritmo, hay verso, y que slo importan el descubrimiento y el dominio de los puros motivos rtmicos del ser. Reconoci que, para que todo pueda llegar a la palabra, era indis- pensable la quiebra de los grandes ritmos literarios. Pero, al mismo tiempo, hablando de esta prosodia ahora menospreciada, l habla de una pausa de la poesa, del intervalo que ella atraviesa, concedin- dose un ocio, como si el verso tradicional sealara, por su carencia, la ruptura de la poesa misma. Por todo esto, vislumbramos la gran confusin que para l representa el ataque a la rima "custodio" Sin embargo, su ltima obra es un "poema". Poema esencial (y no un poema en prosa), pero que, por primera y nica vez, rompe con la tradicin: no slo consiente en la ruptura, sino que inaugura in- tencionalmente un arte nuevo, arte an por venir y el porvenir como arte. Decisin capital y obra decisiva en s misma. 2 -UNA NUEVA CONCEPCION DEL ESPACIO LITERARIO Si se admite (un poco apresuradamente) que Mallarm siem- pre ha reconocido en el verso tradicional el medio de vencer a la casualidad "palabra por palabra", se ver que hay en Un Coup de ds una estrecha correspondencia entre la autoridad de la frase cen- tral declarando invencible la casualidad y la renuncia a la forma menos azarosa que exista: el verso antiguo. La oracin Un golpe de dados nunca abolir la casualidad slo reproduce el sentido de la forma nueva cuya disposicin traduce. Pero, por eso, y en cuanto hay correlacin precisa entre la forma del poema y la afirmacin que 10 recorre sostenindolo, se restablece la necesidad. La casualidad no se libera con la ruptura del verso pautado: al contrario, siendo pre- cisamente expresado, est sometido a la ley exacta de la forma que le responde y a la cual debe responder. Aunque no vencida en eso, 263 la casualidad es, por lo menos, atrada dentro del rigor de la palabra y elevada a la firme figura de una forma en la que ella se encierra. De ah surge como una nueva contradiccin que relaja la necesidad. Juntado en nombre de la dispersin Con igual firmeza, en Un Coup de ds se indica la obra misma que constituye al poema y que no lo convierte en una realidad pre- sente o solamente futura, sino que, bajo la doble dimensin nega- tiva de un pasado incumplido y de un porvenir imposible, lo designa en la extrema lejana de un tal vez de excepcin. Invocando las cer- tidumbres que slo determinan la produccin real de las cosas, todo est dispuesto para que el poema no pueda tener lugar. Un coup de ds, cuya presencia certera est afirmada por nuestras manos, nues- tros ojos y nuestra atencin, no solamente es irreal e incierto, sino que podr ser tan slo si la regla general que otorga estatuto legal a la casualidad, se quiebra en alguna regin del ser, all donde lo que es necesario y lo que es fortuito sern vencidos por la fuerza del desastre. Obra que no est, pues, ah, sino presente en la nica coin- cidencia con lo que est siempre ms all. Un Coup de ds es tan slo en la medida en que expresa la extrema y exquisita improba- bilidad de s mismo, de esa Constelacin que, merced a un tal vez de excepcin (sin ms justificacin que el vaco del cielo y la disolu- cin del abismo), se proyecta "sobre alguna superficie vacante y superior": nacimiento de un espacio an desconocido, el espacio mis- mo de la obra. Muy prximo entonces al Libro, norque slo el Libro se identi- fica con el anuncio y la espera de la obra que l es, sin ms conteni- do que la presencia de su porvenir infinitamente problemtico, que est siempre antes de que pueda ser y que se mantiene separado y dividido para convertirse, al final, en su divisin y su separacin mismas. ((Vi!!,ilando dudando rodando brillando y meditando". Ha- bra que detenerse en estas cinco palabras mediante las cuales se pre- senta la obra en la invisibilidad del porvenir que le es propio. Cinco palabras muy limpias de cualquier provocacin mgica y que, dentro de la indefinida tensin en que parece elaborarse un tiempo nuevo, ex- hortan solamente al pensamiento para que vigile el estallido y el resplandor del movimiento potico. Desde luego, no dir que Un Coup de ds sea el Libro, afirma- cin que la exigencia del Libro privara de todo sentido. Pero, mucho ms que las notas que reanima M. Scherer, le da apoyo y realidad, 264 siendo su reserva y su presencia siempre disimulada, el riesgo de su apuesta, la medida de su reto sin medida. Del Libro, presenta el carcter esencial: presente con ese rayo que 10 divide y 10 junta, y sin embargo extremadamente problemtico, hasta el punto de que incluso hoy en da, para nosotros, tan familiares (creemos) de todo lo que no es familiar, contina siendo la obra ms improbable. Cabra decir que asimilamos con ms o menos acierto la obra de Mallarm, pero no Un Coup de ds. Un Coup de ds anuncia un libro muy distinto al libro que todava es nuestro: por l vislumbramos que lo que llamamos libro segn el uso de la tradicin occidental. en que la mirada identifica al movimiento de la comprensin con la repeti- cin de un vaivn lineal, slo tiene iustificacin en la facilidad de la comprensin analtica. En el fondo, nos es preciso reconocerlo: tenemos los libros ms pobres que pueden concebirse, y seguimos levendo. despus de alzunos milenios, como si siempre no hiciramos ms que empezar a aprender a leer. Un Couti de ds orienta el porvenir de11ibro, a la vez en el sen- tido de la mavor dispersin v en el sentido de una tensin capaz de ;1Il1fl1r la diversirlad infinita. rnediante pI rlescllbrimiento de es- tructuras ms complejas. El espritu, dice Mallarm despus de He- gel, es "dispersin voltil". El libro que recoge '11 espritu recoge, nues. un extremo poder de estallido. nna inouietnd sin lmite v que el libro no nuede contener, exc1uvendo de l todo contenido, todo sentido limitado, definido y completo. Movimiento de dispora que nunca debe ser reprimido, sino preservado y recibido como tal en el espacio que se proyecta a partir de l y al cual ese movimiento no hace ms que responder, respuesta a un vaco indefinidamente multiplicado en que la dispersin adquiere forma y apariencia de unidad. Semejante libro, siempre en movimiento, siempre al lmite de lo disperso, tambin ser siempre reunido en todas Ias direccio- nes, en nombre de la misma dispersin y segn la divisin que le es esencial, que l no hace desaparecer sino aparecer mantenindola para realizarse en ella. Un Coup de ds naci de una nueva concepcin del espacio li- terario, como para que puedan engendrarse en l, mediante nuevas conexiones de movimiento, relaciones nuevas de comprensin. Ma- llarm siempre tuvo conciencia del hecho, desconocido hasta l y acaso despus de l, de que la lengua es un sistema de relaciones es- paciales infinitamente complejas cuya originalidad no nos permite recobrar ni el espacio geomtrico ordinario, ni el espacio de la vida 265 de subordinacin-, que destruye el espacio y uniformiza el movi- miento. Mallarm es el nico escritor que pueda llamarse profundo. No 10 es de manera metafrica ni debido al sentido intelectualmen- te profundo de 10 que dice, sino que 10 que dice supone un espacio de varias dimensiones y slo puede orse segn esa profundidad espa- cial que debe aprehenderse simultneamente en diferentes niveles (adems, qu significa la frmula que empleamos tan a gusto: esto es profundo? La profundidad del sentido consiste en el paso hacia atrs -retrado-- que el sentido nos incita a dar en relacin con l). Un Coup de ds es la afirmacin sensible de este nuevo espacio. Es este espacio convertido en poema. La ficcin que obra all, slo parece tener como objeto -mediante la prueba del naufragio de donde nacen y en donde se extenan figuras cada vez ms sutilmen- te alusivas a espacios cada vez ms lejanos- alcanzar la disolucin de toda extensin real, "la neutralidad idntica del abismo", con lo cual, en el punto extremo de la dispersin, slo queda afirmndose el lugar: la nada como lugar en que nada tiene lugar. Ser entonces la eterna nada que Igitur procuraba alcanzar? una pura y definitiva vacancia? De ningn modo, sino una agitacin infinita de ausencia, el "inferior chapoteo cualquiera", los "parajes de lo indeciso en que se disuelve toda realidad", sin que esta disolucin pueda nunca di- solver el movimiento de esta disolucin, devenir incesantemente en devenir dentro de la profundidad del lugar. Ahora bien, el lugar, "abierta profundidad" del abismo, invir- tindase a la altura de la excepcin, funda el otro abismo del cielo vaco para configurarse all en Constelacin: dispersin infinita jun- tndose en la pluralidad definida de estrellas, poema en el que, al sub- sistir slo el espacio de las palabras, ese espacio irradia con un puro fulgor estelar. El espacio potico y el espacio csmico Es evidente que el pensamiento potico de Mallarm se formula de un modo privilegiado en trminos de universo, no solamente bajo la influencia de Poe (Eureka, Poder de la Palabra) sino ms bien por la exigencia del espacio creador, y creador en tanto que infinitamente vaco, con una vacuidad infinitamente movediza. El dilogo del Brindis fnebre deja vislumbrar qu calificacin, segn MaIlarm, le con- viene al hombre: es un ser de horizonte; es la exigencia de esa lejana que reside en su palabra, ampliando, incluso con su muerte, el espacio con el cual se confunde en cuanto habla: 266 La nada a ese Hombre abolido de antao: "Recuerdo de horizontes, qu es, oh t, la Tierra?" Alla este sueo; y, voz cuya claridad se altera, El espacio juega con el grito: "Yo no s!" Entre el espanto de Pascal frente al silencio eterno del espacio y el arrebato de Joubert ante el cielo constelado de vacos, Mallar- m ha dotado al hombre de una experiencia nueva: el espacio como la aproximacin de otro espacio, origen creador y aventura del mo- vimiento potico. Si al poeta le pertenecen la angustia, la inquietud de la imposibilidad, la conciencia de la nada y ese tiempo del desam- paro que es su tiempo, "tiempo del intervalo y del interregno", sera incorrecto, como se tiende a hacerlo, poner en el rostro de Ma- llarm la mscara estoica y slo ver en l al defensor de la deses- peracin lcida. Si fuese preciso escoger entre trminos de vaga fi- losofa, no sera el pesimismo lo que correspondera mejor a su pen- samiento, porque la noesa siempre se declara de parte de la alegra, de la afirmacin exaltante, cada vez que Mallarm se ve obligado a situarla. Una clebre frase, en La Msica y las Letras, expresa esta felicidad; ella dice que el "civilizado ednico", que tom la precau- cin de conservar una piedad para las veinticuatro letras, as como el sentido de sus conexiones, posee, "por encima de otros bienes, el elemento de las felicidades, tanto una doctrina como una comar- ca". La palabra comarca nos devuelve a la palabra morada. La poe- sa, dice Mallarm, respondiendo no sin impaciencia a un correspon- sal, "dota as de autenticidad a nuestra morada'": Slo residimos au- tnticamente all donde la poesa tiene lugar y da lugar. Esto es muy prximo a la expresin atribuda a Holderlin (en un texto tardo e impugnado): " .. .es poticamente como el hombre mora". Y tam- bin est ese otro verso de Holderlin: "Mas lo que permanece, lo fun- dan los poetas". Pensamos en todo esto, pero tal vez de una mane- ra que no corresponde a la interpretacin que han acreditado los co- mentarios de Heidegger. Porque, para Mallarm, 10 que fundan los poetas, el espacio -abismo y fundamento de la palabra-, es 10 que no permanece, y la morada autntica no es el refugio en donde se preserva el hombre, sino que est en relacin con el escollo, por 1. "La Poesa es la expresin, por el lenguaje humano reducido a su ritmo esencial, del sentido misterioso de los aspectos de la existen- cia; tambin dota de autenticidad a nuestra morada y constituye la nica tarea espiritual." Y, en el "ensueo de un poeta francs" sobre Richard Wagner: "El Hombre, y luego su autntica morada terrestre, intercambian una autenticidad de pruebas." 267 la perdicin y el abismo, y con esa "memorable crisis" que slo per- mite alcanzar el vaco movedizo, lugar en donde empieza la labor creadora. Cuando Mallarm da por deber al poeta y por tarea al Libro: "la explicacin rfica de la tierra", "la explicacin del hombre", qu entiende con esa palabra repetida, "explicacin"? Exactamente 10 que comprende la palabra: el despliegue de la Tierra y del hom- bre en el espacio del canto. No el conocimiento de 10 que uno v otro son naturalmente, sino el desarrollo -fuera de su realidad dada y en 10 que tienen de misterioso, de no iluminado, por la fuerza dis- persiva del espacio y por la potencia congregadora del devenir rt- mico--- del hombre y del mundo. Por el hecho de que haya poesa, no solamente algo ha cambiado en el universo, sino que ocurre algo as como un cambio esencial del universo, y la realizacin del Libro slo descubre o funda su sentido. La noesfa siempre inaugura otra cosa. En relacin con 10 real, puede llamarse irreal ("este pas no existi"); en relacin con el tiempo de nuestro mundo. "el inte- rregno" o "lo eterno"; en relacin con la accin que modifica la na- turaleza, "la accin restringida". Pero estas maneras de decir no ha- cen nada sino dejar caer de nuevo bajo la comprensin analtica el entendimiento de esta otra cosa. Aqu hace falta una observacin. Brindis fnebre, el soneto Cuando empez la sombra, Un Coup de ds constituyen tres obras en las que, con veinticinco aos de intervalo. se ponen igualmente en co- nexin el espacio potico y el espacio csmico. Entre estos poemas, hay muchas diferencias. Una de ellas llama la atencin. En el soneto, nada es ms cierto que la obra potica encendindose en el cielo como "un astro de fiesta"; con una dignidad, una realidad superiores, sol de los soles, alrededor del cual las "luces viles" de los astros rea- les no giran sino para atestiguar su resplandor. "Si, ya s. . ." Pero, en Un Coup de ds, desapareci la seguridad: tan lejana como im- probable, sustrada por la altura a donde la eleva la excepcin, no presente, sino solamente y siempre reservada en el porvenir donde podra formarse, la Constelacin de la obra se olvida de s misma antes de ser, ms que se proclama. Sera de concluir que Mallarm, invadido por la duda, casi no cree ya en la creacin de la obra, ni en su equivalencia estelar? Lo veramos acercndose a la muerte en estado de incredulidad potica? Desde luego, parecera lgico. Pero, precisamente, vemos aqu cun tramposa es la lgica cuando pretende legislar sobre otra cosa (empeada, adems, en hacer de esta otra cosa un mundo supraterrestre u otra realidad, espiritual). 268 Un Coup de ds dice, al contrario, con una firmeza mucho mayor y de un modo que nos compromete con un porvenir ms esencial, la decisin propia de la palabra creadora. Y Mallarm mismo, dejando de garantizar a la obra por las certezas que slo convienen a las cosas y evocndola nicamente bajo la perspectiva de donde su pre- sencia puede alcanzarnos, como la espera de 10 ms lejano y 10 menos seguro, se halla en una relacin mucho ms confiada en la afirmacin de la obra. Lo cual podra traducirse (incorrectamente): la duda per- tenece a la certeza potica, as como la imposibilidad de afirmar la obra nos aproxima a su afirmacin propia, la que ha sido confiada al pensamiento a travs de las cinco palabras: "vigilando dudando ro- dando brillando y meditando". La Obra y el secreto del devenir La presencia de la poesa es venidera; viene ms all del por- venir y no cesa de venir cuando est ah. En la palabra est en jue- go una dimensin temporal distinta a la que dominamos por el tiem- po del mundo, cuando esa palabra pone al descubierto, por la escan- sin rtmica del ser, el espacio de su despliegue. Con ello no se anuncia nada cierto. Aquel que se limita a la certeza o incluso a las formas inferiores de la probabilidad, no est de ningn modo en camino hacia "el horizonte", y tampoco es el compaero de viaje del pensamiento cantante, cuyas cinco maneras de tocarse se tocan en la intimidad de la casualidad. La obra es la espera de la obra. Slo en esa espera se concentra la atencin impersonal que tiene como vas y como lugar el espa- cio propio del lenguaje. Un Coup de ds es el libro que vendr. Mallarm afirma claramente, y en especial en el prefacio, que su designio es expresar, en una forma que las cambie, las relaciones del espacio con el movimiento temporal. El espacio que no es, sino que "se escande", "se intima", se disipa y reposa segn las diversas foro mas de la movilidad del escrito, excluye al tiempo ordinario. En ese espacio -el espacio mismo del libro-, el instante nunca sucede al instante segn el desarrollo horizontal de un devenir irreversible. All no se narra nada que haya sucedido, ni siquiera ficticiamente. La historia es reemplazada por la hiptesis: "Sea que. . ." El aconte- tecimiento que constituye el punto de partida del poema, no se da como hecho histrico y real, ficticiamente real: slo adquiere valor en re- lacin con todos los movimientos de pensamiento y de lenguaje que pueden resultar de l, y cuya figuracin sensible, "con retracciones, 269 prolongaciones, buidas", es como otro lenguaje instituyendo el nuevo juego del espacio y del tiempo. Esto es necesariamente muy ambiguo. Por un lado, tenemos la tentativa de excluir a la duracin histrica sustituyndola por rela- ciones de proporcin y reciprocidad, siempre muy empleadas en la bsqueda de Mallarm: "si esto es aquello, aquello es esto", leemos en las notas del manuscrito pstumo, o tambin: "dos alternativas de un mismo tema, -esto o aquello- (y no tratadas por serie, his- tricamente -sino siempre intelectualmente)", As como lament que el siglo XVII francs, en vez de buscar la tragedia en los re- cuerdos de Grecia y de Roma, no la descubriera en la obra de Des- cartes (Descartes unido a Racine: Va1ry tratar de recordar un poco superficialmente este sueo), procura tambin imitar los procedimien- tos del rigor geomtrico para liberar a la palabra de la sucesin sensi- ble y devolverle el dominio de sus propias relaciones. Pero esto es solamente una imitacin. Mallarm no es Spinoza. No geometriza a11enguaje. Sea que le basta. Por 10 tanto, "todo sucede, en resumen, en hiptesis; se evita el relato". Por qu se evita el relato? No so- lamente porque se elimina el tiempo del relato, sino porque en vez de narrar, se muestra. Esta es, como se sabe, la innovacin de la que Mallarm quisiera enorgullecerse. Por primera vez, l se repre- senta de manera sensible el espacio interior del pensamiento y del 1en- guaje. La "distancia. . . que mentalmente separa a grupos de palabras o a las palabras entre si" es tipogrficamente visible, as como la importancia de tales trminos, su poder de afirmacin, la acelera- cin de sus conexiones, su concentracin, su dispersin y, por ltimo, la reproduccin, por medio de la velocidad de las palabras y por su ritmo, del objeto que designan. El efecto tiene un gran poder de expresin: sin duda, sorpren- dente. Pero la sorpresa est tambin en el hecho de que Mallarm se opone en ello a s mismo. He aqu que l devuelve al lenguaje, cuya irreal fuerza de ausencia haba considerado, todo el ser y toda la realidad material que ese mismo lenguaje deba hacer desaparecer. El "despegue tcito de abstraccin" se transforma en un visible paisa- je de palabras. Ya no digo: una flor; la dibujo con vocablos. Contra- diccin que reside a la vez en el lenguaje y en la doble actitud de Mallarm en relacin con e11enguaje: muchas veces ha sido sealada y estudiada. Qu nos ensea adems Un Coup de ds? All est en suspenso la obra literaria entre su presencia visible y su presencia legible: partitura o cuadro que deben leerse y poema que debe ver- se, procurando, merced a esa oscilante alternancia, enriquecer la lec- 270 tura analtica por la VISIon global y simultnea, as como la VISlOn esttica por el dinamismo del juego de los movimientos, y procurando tambin ubicarse en ese vrtice donde oir es ver y leer, pero, asimis- mo, ubicndose en el punto donde, no estando hecha la juntura, el poema ocupa solamente el vaco central que representa el porvenir de excepcin. Mallarm quiere mantenerse en ese punto anterior -el canto anterior al conceptov-c- en el que todo arte es lenguaje y en el que el lenguaje est indeciso entre el ser que l expresa hacindolo desaparecer y la apariencia de ser que l junta en s mismo para que la invisibilidad del sentido adquiera all figura y movilidad hablan- te. Esta movediza indecisin es la realidad misma del espacio propio del lenguaje, del cual el poema -el libro futuro- es lo nico ca- paz de afirmar la diversidad de los movimientos y de los tiempos que lo constituyen como sentido, pero que a la vez lo reservan como fuente de todo sentido. El libro est centrado as en el entendimiento que forma la alternancia casi simultnea de la lectura como visin y de la visin como transparencia legible. Pero est tambin constan- temente descentrado en relacin consigo mismo, no slo porque se trate de una obra a la vez toda presente y toda en movimiento, sino porque en ella se elabora y de ella depende el devenir mismo que la despliega. El tiempo de la obra no est copiado del nuestro. Formado pOI ella, l obra en ella que es la menos inmvil que se pueda concebir. y decir "el" tiempo, como si aqu slo hubiese una manera de durar, es desconocer el enigma esencial de este libro y su inagotable poder de fascinacin. Aun sin meterse en un estudio preciso, sigue siendo evidente que, "bato una falsa apariencia de presente", continuamente se sobreponen distintas posibilidades temporales, y no como mezcla confusa, sino porque tal conjunto (representado casi siempre por una doble pgina), al cual conviene tal tiempo, pertenece tambin a otros tiempos, en la medida en que el grupo de conjuntos donde l se ordena hace predominar otra estructura temporal -mientras que, "al mismo tiempo", como un potente travesao medianero, retum- ba a travs de toda la obra la firme voz central en la que habla el futuro, pero un futuro eternamente negativo -({nunca abolir'-, 1. "El canto brota de fuente innata; anterior a un concepto ... " 271 el cual, sin embargo, se prolonga doblemente: por un futuro ante- rior, anulando el acto hasta en la apariencia de su no-realizacin -((no habr tenido lugar))- y por una posibilidad completamente nueva hacia la cual, ms all de todas las negaciones y apoyndose en ellas, la obra se abalanza todava: el tiempo de la excepcin a la altura de un tal vez. La lectura, la "operacin" Cabe preguntarse si Mallarm no cuenta con la lectura para hacer presente esa obra en la que se juegan tiempos que la hacen ina- bordable. Problema que no suprimi suprimiendo al lector. Al con- trario, apartado el lector, el problema de la lectura se vuelve an ms esencial. Mallarm pens mucho en esto. "Prctica desesperada" -dice. Sobre la comunicacin del libro -comunicacin de la obra consigo misma en el devenir que le es propio- el manuscrito pstu- mo nos aporta luces nuevas. El libro sin autor ni lector, que no est necesariamente cerrado, sino siempre en movimiento, cmo po- dr afirmarse de acuerdo con el ritmo que lo constituye, si no sale de modo alguno de s mismo ni encuentra, para corresponder a la mvil intimidad que constituye su estructura, ese afuera en donde es- tar en contacto con su distancia misma? El necesita un mediador. Esto es, la lectura. Esta lectura no es la de un lector cualquiera, el cual tiende siempre a aproximar la obra a su individualidad fortuita. Mallarm ser la voz de esta lectura esencial. Desaparecido y supri- mido como autor, l est, por esa desaparicin, en relacin con la esencia del Libro, que aparece y desaparece, con esa oscilacin ince- sante que es su comunicacin. Este papel de intermediario, puede compararse con el del direc- tor de orquesta o con el del sacerdote durante la misa. Empero, si el manuscrito pstumo tiende a conceder a la lectura el carcter de una ceremonia sagrada que participa de la prestidigitacin, del teatro y de la liturgia catlica, es preciso recordar ante todo que Mallarm, por no ser un lector ordinario, tiene conciencia de no ser tampoco un mero intrprete privilegiado, capaz de comentar el texto, de ha- cerlo pasar de un sentido al otro o de mantenerlo en movimiento entre todos los sentidos posibles. El no es en verdad un lector. El es la lectura: el movimiento de comunicacin por el cual el libro se co- munica consigo mismo, -en primer lugar, segn los diversos inter- cambios fsicos que la movilidad de las hojas hace posibles y nece- 272 sarios"; luego, segn el nuevo movrmiento del entendimiento que el lenguaje elabora al integrar los diversos gneros y artes; por lti- mo, mediante el porvenir de excepcin a partir del cual el libro viene hacia s mismo y viene hacia nosotros, exponindonos al juego su- premo del espacio y de los tiempos. Mallarm llama al lector "el operador". La lectura, como la poe- sa, es "la operacin". Ahora bien, ella conserva siempre para esta pa- labra el sentido que le viene de la palabra obra y, a la vez, el sen- tido casi quirrgico que recibe irnicamente de su aspecto tcnico. la operacin es supresin, en cierto modo la Aufhebung hegeliana. La lectura es operacin, es la obra que se realiza suprimindose, que se prueba confrontndose consigo misma y se suspende mientras S: afirma. En el manuscrito pstumo, Mallarm insiste en el carcter de peligro y de audacia que implica la lectura. Peligro de parecer arro- garse en torno al libro un derecho de autor que lo convertira de nue- vo en un libro ordinario. Peligro que proviene de la comunicacin misma: de ese movimiento de aventura y de prueba que no permite, ni siquiera al lector Mallarm, saber por adelantado lo que es el li bro, ni tampoco si es, ni si el devenir al cual responde el libro, cons- tituyndolo a la vez por su supresin infinita, adquiere desde ahora un sentido para nosotros y tendr alguna vez un sentido. {{Vigilando dudando rodando brillando y meditando", esta cada de los tiempos donde se expresa el intercambio indeterminado por el cual se hace la obra, encontrar al fin el momento en que todo debe terminar, el tiempo ltimo que, huyendo por delante del libro, lo inmoviliza de antemano poniendo ante l el "punto ltimo que lo consagra"? Momento en que todos los momentos se detienen en el cumplimiento final, trmino de lo que no tiene trmino. Es esto el fin? Es en ese punto de inmovilidad donde debemos desde ya mirar a toda la obra con esa mirada futura de la muerte universal, que es siempre, en algn grado, la mirada del lector? 1. El Libro, de acuerdo con el manuscrito, est formado de hojas sueltas. "As se podr -dice M. Scherer- cambiarlas de lugar, y leerlas, ciertamente no en un orden cualquiera, sino segn varios rdenes distintos determinados por leyes de permutacin." El libro siempre es otro, cambia y se intercambia mediante la confrontacin de la diversidad de sus partes; as se evita el movi- miento lineal -el sentido nico- de la lectura. Adems, el libro, desplegndose y replegndose, dispersndose y juntndose, muestra que no tiene ninguna realidad substancial: nunca est ah, desha- cindose constantemente mientras se hace. 273 En la altura tal vez Pero, por encima de esta parada y ms all de este ms all, Un Coup de ds nos ensea que todava hay algo que decir, la afir- macin cuya firmeza es como el resumen y el "resultado" de todo el libro, palabra resuelta en la que la obra se resuelve al manifestarse: "Todo pensamiento emite un Golpe de Dados". Esta sentencia, ais- lada por una lnea casi dura, como si, por medio de ella, se terminara soberanamente el aislamiento de la palabra, es difcil de ubicar. Tie- ne la fuerza conc1usiva que nos prohibe hablar ms lejos, pero ella misma est ya como fuera del Poema, como su lmite que no le per- tenece. Tiene un contenido que, poniendo en comunicacin al pen- samiento con la casualidad, el rechazo de la suerte con el llamado a la suerte, el pensamiento que se juega con el juego como pensamiento, pretende detener en una frase corta el todo de 10 que es posible. "Todo Pensamiento emite un Golpe de Dados". Esto es la clusula y esto la abertura, el invisible paso donde el movimiento en forma de esfera es, sin cesar, fin y comienzo. Todo ha terminado y todo vuelve a comenzar. El libro se afirma as, discretamente, en el devenir que puede ser su sentido, sentido que sera el devenir mismo del circulo". El final de la obra es su principio, su nuevo y su antiguo comienzo: es su posibilidad abierta una vez ms, para que los dados de nuevo echados sean el brote mismo de la palabra maestra que, impidindole a la Obra ser -Un golpe de Dados Nunca-, permi- ta la vuelta del ltimo naufragio donde, en la profundidad del lugar, todo siempre ha desaparecido ya: la casualidad, la obra, el pensa- miento, EXCEPTO en la altura TAL VEZ... 1. El condicional indica aqu que no se trata de la ltima palabra del Coup de ds sobre el sentido del devenir potico que all se juega. Ante ese poema, comprobamos hasta qu punto las nociones de libro, de obra y de arte responden mal a todas las posibilidades venideras que en l se disimulan. En la pintura, a menudo, pre- serrimos hoy que lo que ella intenta crear, sus "producciones", ya no pueden ser obras, sino que quisieran responder a algo para lo cual an no tenemos nombre. Lo mismo ocurre con la literatura. Esto hacia donde vamos tal vez no sea de ningn modo lo que nos brindar el porvenir real. Pero esto hacia donde vamos es pobre y rico de un porvenir que no debemos inmovilizar en la tradicin de nuestras viejas estructuras, 274 VI-EL PODER Y LA GLORIA Q UISIERA resumir algunas sencillas afirmaciones que posiblemen- te ayuden a situar a la literatura y al escritor. Hubo un tiempo en que el escritor, como el artista, se relaciona- ba con la gloria. La glorificacin era su obra, la gloria era la ddiva que haca y que reciba. La gloria, en el sentido antiguo, es la irra- diacin de la presencia (sagrada o soberana). Glorificar, dice tam- bin Rilke, no significa hacer conocer; la gloria es la manifestacin del ser que avanza en su magnificencia de ser, liberado de lo que lo disimula, establecido en la verdad de su presencia descubierta. Tras la gloria viene el renombre. El renombre se recibe ms estrechamente en el nombre. El poder de nombrar, la fuerza de lo que nombra, la peligrosa seguridad del nombre (es peligroso ser nom- brado) se convierten en el privilegio del hombre capaz de nombrar y hacer or lo que nombra. El entendimiento est sujeto a la reso- nancia. La palabra que se eterniza en lo escrito, promete alguna eternidad. El escritor tiene una parte ligada con lo que triunfa sobre la muerte; ignora lo provisional; es el amigo del alma, el hombre del espritu, el fiador de lo eterno. Muchos crticos, hoy todava, parecen creer sinceramente que el arte y la literatura tienen la voca- cin de eternizar al hombre. Tras el renombre viene la reputacin, como tras la verdad la opinin. El hecho de publicar -la publicacin- se convierte en lo esencial. Esto puede considerarse en un sentido fcil: el escritor es conocido por el pblico, es reputado, procura hacerse valer porque necesita lo que es valor, el dinero. Pero quin despierta al pblico, que proporciona el valor? La publicidad. La publicidad se convierte a su vez en un arte, es el arte de todas las artes, es lo ms impor- tante porque determina el poder que da determinacin a todo lo dems. 275 Aqu entramos en un orden de consideraciones que no debemos simplificar por impulso polmico. El escritor publica. Publicar es hacer pblico; pero hacer pblico no solamente consiste en trasladar algo privado al estado pblico, como de un lugar -el yo ntimo, el cuarto cerrado- a otro -el afuera, la calle- por un mero despla- zamiento. Tampoco consiste en revelar a tal persona particular una noticia o un secreto. El "pblico" no est constituido por un gran nmero o un nmero reducido de lectores, leyendo cada quien para s. Al escritor le gusta decir que escribe su libro destinndolo al amigo nico. Voto muy decepcionado. En medio del pblico, no ca- be el amigo. No cabe ninguna persona determinada, ni tampoco es- tructuras sociales determinadas, familia, grupo, clase, nacin. Nadie forma parte del pblico, y todo el mundo le pertenece, y no solamen- te el mundo humano sino todos los mundos, todas las cosas y nin- guna cosa: los otros. De ah que, cualesquiera que sean los rigores de las censuras y las fidelidades a las consignas, siempre hay, para el poder, algo sospechoso e indebido en el acto de publicar. Porque este acto le da existencia al pblico, el cual, siempre indetermina- do, elude las determinaciones polticas ms firmes. Publicar no es hacerse leer, ni dar a leer algo. Lo que es p- blico no tiene precisamente necesidad de ser ledo; eso siempre est ya conocido de antemano, conocimiento que lo sabe todo y no quie- re saber nada. El inters pblico, siempre despierto, insaciable, sin embargo siempre satisfecho, que lo encuentra todo interesante aun sin interesarse, es un movimiento que, muy equivocadamente, ha sido descrito con prejuicio denigrante. Vemos aqu, bajo una forma en verdad diluida y estabilizada, la misma potencia impersonal que, como obstculo y como recurso, est en el origen del esfuerzo lite- rario. El autor se expresa contra una palabra indefinida e incesante, sin principio ni fin, contra ella pero tambin con su exilio. Y el lec- tor termina por leer en contra del inters pblico, contra la curio- sidad distrada, inestable, universal y omnisciente, emergiendo as penosamente de esta primera lectura que, antes de haber ledo, ya ha ledo: leyendo contra ella pero, sin embargo, a travs de ella. El lector y el autor participan ambos de una palabra neutra que quisieran suspender un instante para dejar lugar a una expresin mejor entendida. Evoquemos la institucin de los premios literarios. Ser fcil explicarla por la estructura de la edicin moderna y la organizacin social y econmica de la vida intelectual. Pero si pensamos en la sao tisfaccin que, salvo contadas excepciones, no deja de experimentar 276 el escritor al recibir un premio que muchas veces 110 representa nada, lo explicaremos no por algn placer de vanidad sino por la fuerte necesidad de esta comunicacin antes de la comunicacin que es la audicin pblica, por el llamado al rumor profundo, superficial, en que todo est ligado, apareciendo, desapareciendo, en una presencia indecisa, especie de ro de Estigia que fluye a plena luz en medio de nuestras calles y atrae irresistiblemente a los vivos, como si ya fuesen sombras, vidas de volverse memorables a fin de ser mejor olvidadas. An no se trata de influencia. Ni siquiera se trata del placer de ser visto por la multitud ciega, ni de ser conocido por desconoci- dos, placer que supone la transformacin de la presencia indetermi- nada en un pblico ya definido. es decir, la degradacin del movi- miento inasible en una realidad perfectamente maneiable y accesi- ble. Un poco ms abaio, tendremos todas las frivolidades polticas del espectculo. Pero el escritor, en ese ltimo juego, siempre estar mal servido. El ms clebre es menos nombrado que el locutor co- tidiano de la radio. Y, si est vido de poder intelectual, sabe que 10 dilapida en esa notoriedad insignificante. Creo que el escritor no desea nada ni para l ni para su obra. Pero la necesidad de ser publicado -es decir, de alcanzar la existencia exterior, esta aper- tura hacia afuera. esa divulgacin- disolucin cuvo lugar son nues- tras grandes ciudades - pertenece a la obra, como un recuerdo del movimiento de donde proviene, que debe prolongar constantemente, aunque quisiere superarlo radicalmente, y al que pone un trmino, efectivamente, cada vez que se vuelve obra. Este reinado del "pblico", entendido en el sentido del "afuera" (Ia fuerza atractiva de una presencia siempre ah, ni prxima, ni lejana ni familiar, ni extraa, carente de centro, suerte de espacio que lo asi- mila todo y no guarda nada), ha modificado la destinacin del es- critor. As como se ha vuelto ajeno a la gloria, as como prefiere una bsqueda annima antes que el renombre, as como ha perdido todo deseo de inmortalidad, asimismo -lo cual, a primera vista, puede parecer menos seguro- abandona poco a poco la ambicin de poder que encarnaron dos tipos muy caractersticos, por un lado Barres y por el otro Monsieur Teste, ya sea ejerciendo una influencia, o negndose a ejercerla. Se observar: "Pero nunca la gente que es- cribe se ha mezclado tanto en la poltica. Vea las peticiones que firman, los intereses que manifiestan, el apresuramiento que ponen en creerse autorizados para juzgarlo todo, simplemente porque escri- ben." Es cierto: cuando dos escritores se encuentran, nunca hablan 277 de literatura (felizmente) pero su primera palabra se refiere siempre a la poltica. Sugerira que, por 10 general privados al extremo del deseo de desempear un papel, o de afirmar un poder, o de ejercer una magistratura, al contrario, con una asombrosa modestia en su misma notoriedad y muy alejados del culto de la persona (incluso es por este rasgo que siempre podr distinguirse, entre dos contem- porneos, al escritor de hoy y al escritor de antao), estn tanto ms bajo la atraccin de la poltica cuanto ms permanecen en el tem- blor del afuera, al borde de la inquietud pblica y en busca de esa comunicacin anterior a la comunicacin cuyo llamado se sienten constantemente invitados a respetar. Eso puede dar lo peor. Eso da a "esos curiosos universales, charlatanes universales, pedantes universales, informados de todo y opinando de todo en el acto, ansiosos de emitir un juicio definitivo sobre lo que apenas acaba de ocurrir, de manera que muy pronto no podremos aprender nada: ya lo sabemos todo". As habla Dionvs Mascolo en su ensayo "sobre la miseria intelectual en Francia?". y Mascolo aade: "La Rente aqu es informada, inteligente y curio- sa. Lo entiende todo. Entiende tan rpido todo que no se toma el tiempo de pensar en nada. No entiende nada ... Vaya usted. pues, a hacerles admitir que algo nuevo ha ocurrido a quienes ya lo han comprendido todo!" En esta descripcin se vuelven a encontrar los rasgos algo acusados v especializados, deteriorados tambin, de la existencia pblica, audicin neutra, apertura infinita, comprensin olfateante y vislumbrante en la que todo el mundo est siempre al tanto de lo que aconteci y ya ha decidido sobre todo, arruinando a la vez cualquier juicio valorativo... As, pues, aparentemente, eso da lo peor. Pero eso da tambin una nueva situacin en la que el escritor, perdiendo de algn modo su existencia propia y su cer- tidumbre personal, experimentando una comunicacin an indeter- minada y tan potente como impotente, tan completa como nula, se ve, como muy bien 10 anota Mascolo, "reducido a la impotencia", "pero reducido tambin a la simplicidad". Puede decirse que hoy, cuando el escritor se ocupa de poltica, con un impulso que desagrada a los especialistas, an no est ocu- pndose de poltica sino de esa conexin nueva, todava mal perci- bida, que la obra y el lenguaje literario quisieran suscitar al contacto con la presencia pblica. Por eso, cuando habla de poltica, ya est hablando de otra cosa: de tica; hablando de tica; de ontologa; 1. Dionys Mascolo: Carta polaca sobre la miseria intelectual en Francia. 278 de ontologa: de poesa; hablando, al fin, de literatura, "su nica pasin", para volver a la poltica, "su nica pasin". Esta movilidad es decepcionante y puede, una vez ms, provocar lo peor: esas dis- cusiones vanas que los hombres eficientes no dejan de llamar bi- zantinas o intelectuales (calificativos que, naturalmente, tambin forman parte de la nulidad charlatana cuando no sirven para disi- mular la vejada debilidad de los hombres de poder). De semejante movilidad -cuyas exigencias y riesgos, dificultades y facilidades nos mostr el Surrealismo, designado y definido precisamente por Mas- colol->, slo puede decirse que nunca es lo suficientemente mvil, nunca bastante fiel a esa angustiosa y extenuante inestabilidad que, creciendo sin cesar, desarrolla en toda palabra la negativa a detenerse en alguna afirmacin definitiva. Cabe aadir que si el escritor, debido a esa movilidad, se ve apartado de todo empleo de especialidades, incapaz de ser siquiera un especialista de la literatura, y menos an de un gnero literario particular, no por eso pretende a la universalidad que el honnete homme del siglo XVII. luego el hombre goethiano y, por ltimo, el hombre de la sociedad sin clases, para no hablar del hombre ms lejano del Padre Teilhard de Chardin, nos nroponen como ilusin y como meta. Lo mismo que la audicin pblica siempre lo ha odo todo por anticipacin, pero teniendo en jaque a toda comprensin propia, lo mismo que el rumor pblico es la ausencia y el vado de toda palabra firme v decidida, diciendo siempre all'.:o distinto a lo que se ha dicho (de ah un perpetuo y temible malentendido, del que Ionesco nos permite rer), lo mismo que el pblico es la indetermi- nacin que arruina todo grupo y toda clase, tambin el escritor, cuan- do entra bajo la fascinacin de lo que est en juego por el hecho de que "publique", buscando al lector en el pblico, como Orfeo a Eurdice en los infiernos, se orienta hacia una palabra que no ser la de nadie y que nadie oir, porque se dirige siempre a alguien ms, despertando siempre a otro y siempre la espera de otra cosa en aquel que la oye. Nada universal, nada que haga de la literatura una potencia prometeica o divina, teniendo derechos sobre todo, sino 1. "Es preciso insistir en la extrema importancia del nico movimiento de ideas que Francia haya conocido en esta primera mitad del siglo xx: el Surrealismo... Entre las dos guerras, slo l supo plantear, con un rigor que nada permite considerar superado, exi- gencias que son a la vez las del pensamiento puro y las de la parte inmediata del hombre. Slo l supo, con infatigable tenacidad, recor- dar que revolucin y poesa son una msma cosa." 279 el movrmiento de una palabra desposeda y desarraigada, que pre- fiere no decir nada antes que tener la pretensin de decirlo todo y, cada vez que dice algo, no hace sino designar el nivel por debajo del cual es preciso seguir descendiendo, si se quiere empezar a ha- blar. En nuestra "miseria intelectual", est tambin pues la fortuna del pensamiento, est esa indigencia que nos hace presentir que pen- sar consiste siempre en aprender a pensar menos de lo que se piensa, a pensar la carencia que es tambin el pensamiento v, en el hablar, a preservar esa carencia llevndola a la palabra, aunque fuese, como ocurre hoy, mediante el exceso de la prolijidad machacona. Sin embargo, cuando el escritor se entrega, con tanto impulso, a la existencia pblica, cuando le parece no tener va otro inters, ni otro horizonte, acaso no se preocupa de lo que debera ocuparle a s mismo. sino indirectamente? Cuando Orfeo baia a los infiernos en busca de la obra, se enfrenta a un ro Estigia muy distinto; el de la separacin nocturna que l debe encantar con una mirada que no la fija. Experiencia esencial, la nica donde l debe compro- meterse enteramente. De regreso al da, su papel frente a las po- tencias exteriores se limita a desaparecer, pronto despedazado por sus representantes, las Mnades. mientras que el Estigia diurno, el ro del rumor pblico donde ha sido dispersado su cuerpo, lleva la obra cantante, y no slo la lleva, sino que quiere hacerse canto en ella, mantener en ella su realidad flida, su devenir infinitamente susurrante, extrao a toda ribera. Hoy en da el escritor, creyendo bajar a los infiernos. se con- tenta con baiar a la calle, porque ambos ros, los dos grandes movi- mientos de la comunicacin elemental, tienden a confundirse, al pasar el uno dentro del otro; porque el profundo rumor original -all donde se dice algo pero sin palabra, donde se calla algo pero sin silencio- no deja de parecerse a la palabra no parlante, la au- dicin mal oda y siempre al odo, que son "el espritu" y la "va" pblicos. De ah que, muy a menudo, la obra procura ser publicada antes de ser, buscando la realizacin, no en el espacio que le es pro- pio, sino en la animacin exterior, esa vida que es de rica apariencia, pero, cuando uno quiere apropirsela, peligrosamente inconsistente. Semejante confusin no es fortuita. El extraordinario batibu- rrillo que hace que el escritor publique antes de escribir, que el p- blico forme y transmita lo que no oye, que el crtico juzgue y defina lo que no lee, que, por ltimo, el lector haya de leer lo que an no est escrito, ese movimiento que confunde, anticipndolos cada vez, 280 todos los diversos momentos de formacin de la obra, los rene tambin en la bsqueda de una nueva unidad. De ah la riqueza y la miseria, el orgullo y la humildad, la extrema divulgacin y la extrema soledad de nuestra labor literaria, que tiene por lo menos ese mrito de no desear ni el poder. ni la gloria. 281 Un poco modificados, estos textos pertenecen a una serie de pequeos ensayos publicados a partir de 1953, en la N. R. F ., baj o el ttulo de "Bsquedas". Tal vez siga otra seleccin. Lo que est en juego en esta serie de "Bsquedas" ha podido vislumbrarse aqu y all, o, en su de- fecto, la necesidad misma de mantener la bsqueda abierta en ese lugar donde encontrar significa mostrar huellas y no inventar pruebas. Cito aqu aRen Char, ese nombre, que, en el discurrir de estas pginas, habra debido evocar de cuando en cuando, si no hubiese temido oscu- recerlo o limitarlo con un pensamiento. Al concluir este volumen, inscri- bir, sin embargo, estas tres sentencias: "En medio del estallido del universo que sufrimos, prodigio! los pedazos que caen estn vivos." "Todo en nosotros debera ser slo una fiesta alegre cuando se realiza, por sus propios medios, algo que no previmos, que no aclaramos y que est a punto de hablar a nuestro corazn." "Mirar la noche apaleada a muerte; seguir satisfechos en ella." 283 INDICE r. EL CANTO DE LAS SIRENAS 7 l. El Encuentro con lo Imaginario 9 ll, La Experiencia de Proust 17 1 . El Secreto de la Escritura 17 2 . La Asombrosa Paciencia 24 n. EL PROBLEMA LITERARIO 33 l. "No cabe la Posibilidad de un Buen Final" . . . . . . . . . . . . . 35 JI. Arta/Id 43 IJI. Rousseae 51 IV. Joubert y el Espacio 59 l. Autor sin libro, Escritor sin escrito 59 2. Una primera versin de Mallarm 66 V. Claudel y el Infinito 77 VI. La Palabra Proftica 91 VJI. El Secreto del Golem 101 VIII. El Infinito Literario: El Aleph 109 IX. El Fracaso del Demonio: La Vocacin 113 IIl. DE UN ARTE SIN PORVENIR 121 l. En Ultimo Estado 123 ll. Broch 127 1. Los Sonmbulos: el vrtigo lgico 127 2. La Muerte de Virgilio: la bsqueda de la unidad 133 III. La Vuelta de Tuerca 143 IV. Musil 153 1. La Pasin de la Indiferencia 153 2. La Experiencia del "Otro Estado" 160 V. El Dolor del Dilogo 171 VI. La Claridad Novelesca 181 VII. H. H. 187 1. La Bsqueda de s mismo 187 2. El Juego de los Juegos 196 VIII. El Diario Intimo y el Relato 207 IX. El Relato y el Escndalo 213 IV. A DONDE VA LA LITERATURA? 217 1. La Desaparicin de la Literatura 219 II. La Bsqueda del Punto Cero 227 III. Y Ahora a Dnde? Y Ahora Quin? 237 IV. Muerte del Ultimo Escritor 245 V. El Libro que Vendr 251 1. Ecee Liber 251 2. Una Nueva Concepcin del Espacio Literario 263 VI. El Poder y la Gloria 275