La Noche Del Meteorit1
La Noche Del Meteorit1
La Noche Del Meteorit1
La noche del
meteorito
En mi casa hay un extraterrestre"
le dijo Valentino a Mechi I illa lo
mir como solo se puedo mirar n
los que creen en marcianos y (SI
no crea en marcianos. Slo tenia
un bicho de otro planeta en su
cuarto que es algo muy distinto.
Franco Vaccarini naci on en el
campo del partido do Lincoln pero a
los veinte aos se radic on Buenos
Aire
Estudi periodismo y asisti ni
taller literario de la escritora Hebo
Uhart, entre otros. En el gnero
juvenil, algunas de sus obras non
las novelas Los ojos de la Iguana,
Eneas, el ltimo troyano (versin
de La Eneida, do Virgilio)
A PARTIR DE 9 AOS
D E V A P
O F
E L B A R C O
Fr anco Vaccar i ni
La noche del
meteorito
E L B A R C O ^ J ^ ^ D E V A P O R
Fr anco Vaccar i ni
La noche del
meteorito
PREMIO EL BARCO DE VAPOR 2006
Vaccarini. Franco
La nochc dei meteorito / Franco Vaccarini ; dirigido por Susana Aime ;
coordinado por Laura Leibiker ; edicin literaria a cargo de Ana Luca Salgado - I
a
ed. 3
a
reimp. - Buenos Aires : Ediciones SM, 2010. 144 p.: il.; 19x12 cm. (El
Barco de Vapor. Naranja; 8)
ISBN 978-987-573-092-2
1. Narrativa Infantil y Juvenil Argentina. 1. Leibiker, Laura, coord.
il. Aime,Susana,dir. 111.Salgado, Ana Lucia,ed. lit. IV.Ttulo CDD
A863.928 2
No est permitida la reproduccin total
o parcial de este libro, ni su tra-
tamiento informtico, ni la transmisin
de ninguna forma o por cualquier otro
medio, ya sea electrnico, mecnico,
por fotocopia, por registro u otros
mtodos, sin el permiso previo y por
escrito de los titulares del copyright.
Para Mechi. Para
Valentina y Camila.
Bien parece respondi don Quijote que no
ests cursado en esto de las aventuras: ellos son gigantes;
y si tienes miedo, qutate de ah, y ponte en oracin en el
espacio que yo voy entrar con ellos en fiera y desigual
batalla.
Miguel de Cervantes Saavedra, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la
Mancha, captulo VIII.
Siento como si me estuvieran hablando en una lengua
que yo no entiendo.
Y me estn hablando a m.
Coldplay, Talk del lbum X&Y.
Titn es el decimoquinto satlite de Saturno y el segundo
ms grande de todo el sistema solar, despus de Ganmedes,
satlite de Jpiter. Fue descubierto por el astrnomo
holands Christiaan Huygens, en 1655. Si se toma en
cuenta su tamao, Titn bien podra ser un planeta: es
ms grande que Plutn y que Mercurio.
En la mitologa griega, los titanes fueron los
primeros dioses hijos de Geay Urano. Dominaron el
Universo hasta que fueron derrotados por Zeus, al
frente de la siguiente generacin de dioses.
peces, a las gallinas, a los monstruos de Gila y a
todas las lagartijas de la Tierra. En serio.
Aunque no sigo mucho el campeonato local,
me encantan los mundiales. Sufr bastante durante
el mundial de Francia, en 1998, ms que nada al
ver las arrugas en la frente que se le formaron a
pap cuando Holanda nos elimin, despus de
que Batistuta estrellara un pelotazo en el palo. Y
tena seis aos. Cuatro aos ms tarde, sufr de
verdad en el mundial de Japn-Corea del Sur. Le
ganamos un partido a Nigeria, perdimos otro con
Inglaterra (cmo se enoj pap!) y empatamos
con Suecia. Resultado: no pasamos a octavos de
final. Catstrofe.
Pap mide las etapas de su vida segn los mun-
diales de ftbol. Dice, por ejemplo: El primer au-
to me lo compr en pleno mundial de Mxico o
Me cas despus del mundial de Italia. Yo voy
por el mismo camino: esta historia la estoy
escribiendo antes del mundial de Alemania 2006.
Volviendo al acuario del museo, los pececitos
son reflasheros. Inofensivos. No pueden rasguar
porque no tienen garras y, de todos modos, el
vidrio de las peceras acta como una barrera: ellos
apenas si tienen conciencia de la gente que cruza
esa galera. A veces a algn chico se le ocurre
golpear el vidrio, pero enseguida viene un guardia,
y el pececito recupera la calma y sigue nadando
entre los corales, las anmonas y las estrellas de
mar en miniatura.
Estas cosas las s, porque voy casi todas las tar-
des al museo; es mi entretenimiento preferido.
Mis amigos ya se acostumbraron a orme hablar
sobre la coleccin de arcnidos, los paneles con
moluscos y la reproduccin sexual de las plantas.
Mi hroe es Carolus Linnaeus, un naturalista
sueco que vivi en el siglo dieciocho y con su
obra Systema Naturae ide el sistema de
ordenamiento moderno de los seres vivos. No se
crean que yo soy un erudito, slo memorizo los
carteles del museo. Aunque si hay algo sobre lo
que puedo dar ctedra es sobre los tres meteoritos
que estn expuestos en el vestbulo.
No es fcil lo mo, no converso mucho con mis
amigos, pero estoy acostumbrado. Escucho
msica, me gusta el rock. Y el ms amigo de todos
mis amigos es Gabriel, que se apasiona con el
sonido de los discos, es detallista y puede detectar
cundo entra el bajo o si el guitarrista mete la pata
con una nota. Estudia guitarra elctrica con un
profesor particular. Para m, hacer msica es un
enigma: no tengo odo. Los msicos me parecen
magos; me intriga mucho todo eso. A m me gusta
cantar por cantar, pero la gente tiende a burlarse
de los desafinados. Como si para cantar, hubiera
que hacerlo bien.
Gabriel me acompa al museo algunas veces;
otras, fuimos juntos a un recital. Yo estaba con l
y con Mechi (la grandiosa Mechi) cuando sufr el
incidente en el zoolgico. Tengo una marca en la
mano, hecha por el monstruo de Gila; apenas se
nota, una cicatriz corta, un poco ms plida que el
resto de la piel, en donde termina el pulgar. El
error fue mo, por meter la mano dentro de la
jaula. Yo no encerr al monstruo, pero los
hombres (y yo soy uno de ellos) lo alejaron de los
otros monstruos y de su ambiente natural: tena
sus razones para estar enojado!
Mi accidente en el zoolgico es apenas una
ancdota comparado con las experiencias que viv
en el Museo de Ciencias Naturales. Y todo por
culpa de mi atraccin por los meteoritos.
Mejor empiezo a poner orden en la historia, pa-
ra que se pueda entender. Si no, se me va a hacer
difcil contar lo que me pas. Y yo quiero que esto
sea un cuento bien contado.
2. Mi familia, las momias
egipcias y el desodorante de
ambientes
Me llamo Valentino Bravard y vivo sobre la
avenida Gallardo en un edificio que est buensi-
mo, un poco antiguo, con habitaciones amplias y
mucha luz. Tengo un cuarto para m solo, con li-
bros y la computadora que uso, ms que nada,
para entrar a Internet y estudiar; a veces chateo,
pero me aburre, me gusta ms jugar al solitario o a
la carta blanca. Desde la ventana se ven las
araucarias y los jacarands del Parque Centenario
y parte de la fachada del Museo de Ciencias
Naturales. Cuando el viento agita las ramas de los
palos borrachos que crecen en la vereda, hasta
puedo ver los pumas, las vicuas o los lobos
marinos esculpidos en los altorre- lieves, bajo ios
ventanales del primer piso. Tambin
veo, si me lo propongo, las tejas del Instituto
Divino Rostro, cuyas persianas, al menos las que
dan a la avenida Gallardo, estn siempre
clausuradas. Segn pap, que se siente orgulloso de
haber comprado el departamento B del piso seis,
tenemos una de las mejores vistas de la ciudad.
Pap es ingeniero agrnomo y trabaja en la pro-
vincia, visitando estancias y pueblos; es una especie
de gaucho sobre cuatro ruedas, como l dice,
orgulloso de su familiaridad con la gente de tierra
adentro. Le gustan los dichos camperos. En verano,
suele repetir una frase: Estoy ms acalorado que
mono con tricota. En invierno, la cambia por otra:
El da est fro como panza de sapo.
Vuelve a casa los viernes por la tarde, cansado,
aunque se esfuerza por preguntarme cmo me fue
en la escuela, si tuve algn examen, y as. Los s-
bados, cuando vamos en el auto a algn lado, ha-
blamos de cualquier cosa. Es fantstico charlar de
cualquier cosa con pap. De msica, del mejor co-
lor para un auto, de River. Tambin de los insectos
que arruinan cosechas: las chicharritas, las tucuras,
el picudo del algodonero y la mosca de los cuernos.
El Mal del enanismo rugoso del maz puede ser un
tema para varias cuadras. El sabe que me encantan
los animales y todos esos nombres misteriosos.
Siempre que habla conmigo, pap sentencia: Es
muy necesario distraer la mente!. Para pap, todo
lo que no es trabajo es distraccin de la mente. A
veces, jugamos al ajedrez. En medio de una
apertura siciliana, es capaz de exclamar: Qu
bueno, Valentino, distraer la mente!. Es extraor-
dinario pap.
Mam es profesora de historia. Va y viene de un
colegio a otro, acarreando libros y quejas, porque
no le gusta andar de aqu para all. Le gustara tra-
bajar en un solo colegio y estar ms tiempo en casa,
pero dice que necesitamos el sueldo para pagar la
cuota del crdito hipotecario, el mismo que nos
permiti comprar un departamento con vista.
Ceno con mam todas las noches, pero a la ma-
ana me despierta Felipa, la empleada domstica
que trabaja en casa y se encarga de que las cosas
brillen, de desempolvar los libros, de hacer las com-
pras y de planchar las camisas. Felipa tiene el pelo
negro, es muy delgada y le gusta cantar mitad en
castellano, mitad en guaran:
Por qu eres tan ingrata, jha che rojaijh
ete- cuam che yarar.
Qu tendr que ver una vbora con la ingratitud!
Con el tema de que se arrastran por el piso, siempre
estn de turno...
Por la tarde, pasamos horas enteras sin hablarnos
con Felipa. Cada tanto ella canta y me advierte de
su presencia. A veces me pide algo o me ofrece un
caramelo, que siempre lleva en sus bolsillos. Le
fascinan los dulces y a m tambin, aunque prefiero
las manzanas rojas.
Despus, cuando me voy al museo o a visitar a
un amigo, me da un beso y me toca la nariz. Le en-
canta apretar mi nariz como si fuera un timbre. Me
pide que me porte bien, como si yo todava fuera
chiquito, y sigue con sus tareas. A su manera, Felipa
tiene un humor amable. Ella es tranquila, la casa es
tranquila.
Cuando viene mam, Felipa se va.
Mam siempre vuelve acelerada de la calle; por
diez minutos, es una bola de energa. Grita, seala,
arenga, pregunta, reta y da besos. Todo al mismo
tiempo. Es su manera de sacarse de encima los bo-
cinazos del trnsito, la humedad, el gritero de los
alumnos. No saben si Alejandro Magno fue un
conquistador o una momia egipcia, jura mam.
Dios los perdona, porque es su oficio, agrega.
Una vez que comprueba que durante su ausencia
no ocurri el Apocalipsis y que en la heladera hay
comida, fumiga los cuartos con desodorante de
ambientes y se da un bao. Mam les tiene terror a
los olores. El nico olor que acepta es el perfume a
desodorante, que yo detesto. Es fantica de uno
que mata al noventa y nueve coma nueve por cien-
to de las bacterias, virus y hongos que pueden ha-
bitar en una casa.
A esa altura del da, cuando est por anochecer,
miro un programa de animales en el cable. Hay que
decir algo de mam: acelerada y todo, suele tener
buen humor. Hay dos cosas que le hacen perder el
buen humor:
a) las cucarachas;
b) no encontrar el desodorante de ambientes.
De ambas cosas, siempre soy el culpable. No
tengo ninguna relacin con las cucarachas: s que
son feas, acorazadas y hacen cric-cric, como una
papa frita, cuando un zapato las aplasta. Mam
tiene sus razones para acusarme de favorecer a esos
insectos crujientes: asegura que por culpa de mi
costumbre de dejar abierta la ventana del cuarto,
entran las cucarachas, trepndose por las paredes.
Tambin afirma que, Dios no lo permita!, un da
podra entrar una rata. Que ella se ha cansado de
ver una rata alpinista en un colegio viejo donde da
clases; los chicos de 8
o
A la llaman Petra y le
dan miguitas de pan a escondidas. Tambin hay
ratas que caminan por sobre los cables del
alumbrado, agrega mam, espantada.
Un da, cuando tena diez aos (ahora tengo ca-
torce), comet un crimen terrible: met tres aeroso-
les en una bolsa de basura y los arroj a la vereda.
Confes mi acto para salvar a un inocente: la pobre
Felipa. Por una semana, mam fue implacable: me
prohibi ver los documentales de animales, justo
cuando pasaban una serie sobre castores (yo admiro
a los castores, en serio, son geniales para hacer di-
ques en los ros).
Cuento todo esto, porque el verdadero inicio de
esta historia se puede describir de este modo: mam
entra a casa; se queja del portero porque no arregl
la luz de la entrada; me da un beso; despide a
Felipa despus del parte diario; entra al bao, busca
el desodorante y no lo encuentra. Me pregunta; le
digo que no s; revuelve toda la casa; entra otra vez
a mi cuarto; abre el armario y all estn (en perfecta
fila) tres envases de desodorante, uno en uso y dos
de reserva. No entiendo nada. Mam se enoja; le
juro que no tengo nada que ver, se lo juro de tal
manera que se le pasa el enojo; le agarra un ataque
de humanidad, me pregunta si me volv alrgico; le
aseguro que solo me disgusta el perfume a flores de
frasco, pero que ni los escondo ni los volvera a
tirar a la basura. Entonces habr sido Felipa.
Lo bueno fue que mam se convenci de mi ino-
cencia. Lo malo fue que Felipa no haba puesto los
desodorantes ah: Felipa ni toca los desodorantes,
porque sabe que los detesto...
3. La pelota de tenis
color naranja
Digamos que, hasta ahora, no escrib nada ex-
traordinario, quiz lo de las ratas y cucarachas
trepadoras. No habl de Ruperto, mi gato. Soy el
encargado de desparasitarlo, cuando le toca.
Ruperto odia tomar pastillas: siempre vende cara
su derrota. El recurso que encontr, aconsejado
por pap, fue molerle la pastilla, mezclarla con
dulce de leche y untarle la mezcla en una pata.
Ruperto, gato al fin, no tiene ms remedio que
lamerse.
El da en que comienza esta historia, lo
buscaba para su cura y lo descubr jugando con
una peloti- ta peluda: de ac para all, le pegaba
con la pata.
Me mir, lo agarr, lo unt con dulce de leche,
y empez a lamerse con un gesto rabioso, como
dicindome que haba cosas ms importantes que
hacer.
Yo no dejaba de mirar la pelotita. No la
reconoca; tengo algunas pelotitas de tenis color
verde manzana, pero esa era una pelotita peluda,
de color naranja. La tom. Entonces escuch:
Basta, bellacos!
Quin podra gritar as? La tele estaba
apagada. No haba nadie en el cuarto, salvo
Ruperto, yo... y la pelotita.
Acto seguido, entr mam echando
desodorante de ambientes. Se fue. O unas toses.
Mir la pelotita. Tosa.
Sent que el cuarto daba vueltas. Ruperto
estaba erizado; era lo que mejor saba hacer.
Pens que por suerte ya me iba a despertar, que
las pelotitas solo tosen en los sueos.
Reaccion cuando me llev un dedo a la boca.
Todava quedaban rastros del dulce de leche con
la pastilla del gato: el sabor era horrible. Ruperto
tena razn en resistirse. Pobre Ruperto!
Cof, cof!
Bueno, haba que terminar con esa locura. Me
haban pasado algunas cosas extraas en la vida.
Cuando era chico, los reyes magos me traan ju-
guetes, y el ratn Prez me pona unas monedas
en la almohada cada vez que perda un diente.
Pero eran cosas que pasaban cuando uno dorma.
Jams vi en persona a los reyes. Jams me tosi el
ratn Prez. Adems, mam no lo hubiera
permitido: le habra dado unos comprimidos para
el resfro, antes de revolearlo por la ventana.
Con la tos, la pelotita comenz a estirarse. Vi
unos bracitos de pulpo, algo parecido a una boca,
media docena de ojos. Todo eso me miraba y lo
que vea no pareca ser de su agrado. Levantando
uno de sus bracitos-tentculos, la pelotita rugi:
Permtame presentarme... Pardiez! Cof, cof!
No se incomode. Me dirijo a usted atentamente...
Cof, cof!... a fin de solicitarle un favor. Tenga a
bien escucharme...
Ruperto se subi a la cama y se aferr a lo que
le quedaba de valenta para mirar el espectculo
desde all.
Yo me desmay definitivamente.
4. Un pedido de ayuda
M e despert mam... la voz de mam:
Valentino! Ya est la comida!
Abr los ojos: estaba en el piso y Ruperto a mi
lado. De la pelotita, ni noticias.
Esa fue la cena ms desganada de mi vida. No
s lo que com, ni lo que habl con mam. Ella se
dio cuenta de que algo raro me pasaba, quiso
saber si me senta bien; le contest que no, que
me senta mal. Tuve la tentacin de decirle que
haba una pelotita parlante en el cuarto.
-Mam i, vos o pap trajeron una especie de
pelotita peluda que hay en mi cuarto?
Pelotita peluda? Habr sido Ruperto, le en-
canta despeluzar las de tenis. Pregntale a l.
No fui ms all. No le dije que la pelotita
estaba viva y hablaba. Se comprender por qu.
Bes a mam. Me lav los dientes y dud un se-
gundo antes de atravesar la puerta del cuarto.
Revis el armario como al descuido; mir abajo de
la cama; apagu el velador.
No tena sueo. Con la cabeza en la almohada,
me entretuve un rato mirando el resplandor de las
luces de la calle en la pared y en el techo. Hasta
que al lado de mi oreja, casi adentro, escuch:
Prometa no desmayarse y se lo explicar to-
do, por favor.
Era una voz muy parecida a la de la pelotita.
No prenda la luz. Atentamente. Muy agrade-
cido. Mejor as, hasta que usted se haga a la idea.
Fantstico. La pelota hablaba y, adems, me
tranquilizaba para que me hiciera a la idea de que
las pelotas hablan.
Quin es usted? le pregunt a la voz.
Ya est mejor, vuesa merced? Disculpe las
molestias. Agradezco su atencin...
Era una voz agradable, que transmita calma:
como la voz de Felipa, pero en varn. Aquello
pareca una pelotita varn.
No dije nada. Senta que se me revolvan los
pensamientos, que alguien los pasaba por una
licuado- ra y haca sopa con ellos, sopa de
pensamientos. No iba a abrir ms la boca.
Mi nombre es Sancho Fragancia Beb.
Ah, bueno! Aquello era la locura ms grande
que haba odo en mi vida. Que la pelotita peluda
me hablara era una cosa, pero que se llamara
Sancho y que el apellido fuera Fragancia
Beb, era el ms all de la locura absoluta. Ya
comenzaba a creer en un castigo divino por
abandonar mis clases de tenis, con lo cara que
haba salido la raqueta. Pero entonces escuch:
Valentino, por favor. Necesito su ayuda... su
ayuda. Gracias... Perdn. No tengo ddivas ni
mercedes para ofrecerle, solo mi amistad me
dijo, y agreg: no soy un majadero, es menester
que usted me preste atencin...
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