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LA GUERRA OLVIDADA
Historia de la guerra de Corea
oOo
Ttulo Original: The Coldest Winter. America and the Korean War 2009 Traduccin: Juanmari Madariaga 2007, David Halberstam 2009, Crtica, S.L. ISBN: 978-84-7423-695-8
Para Jean, de nuevo
Notas sobre los trminos militares
UNIDADES MILITARES ESTADOUNIDENSES
La dotacin, composicin y mando de las unidades militares vara segn el momento, el lugar y las circunstancias. Durante los primeros combates en Corea casi todas las unidades estadounidenses estaban infradotadas, por lo que los nmeros que se dan a continuacin son aproximados.
Ejrcito. 100.000 soldados. Formado por dos o ms cuerpos. Normalmente mandado por un general de ejrcito. Cuerpo de ejrcito. 30.000 soldados. Formado por dos o ms divisiones. Normalmente mandado por un teniente general. Divisin. Hasta 15.000 soldados, aunque en Corea las divisiones estadounidenses no llegaban a 12.000. Formado por tres regimientos. Mandado por un general de divisin. Regimiento. Hasta 4.500 hombres, con unidades agregadas de artillera, acorazadas y mdicas. Formado por tres batallones. Bajo el mando de un coronel. Batalln. De 700 a 850 soldados. Formado por cuatro compaas o ms. Bajo el mando de un teniente coronel. Compaa. De 175 a 240 soldados. Formada por cuatro secciones. Bajo el mando de un capitn. Seccin. 45 soldados o ms. Formado por cuatro pelotones. Mandado normalmente por un teniente. Pelotn. 10 soldados o ms. Bajo el mando de un cabo o sargento.
ARMAS Y ARTILLERA
Fusil M-1 del calibre 7,62. Fusil de 4,4 kg de peso, con un cargador de ocho proyectiles; era el arma bsica de la infantera estadounidense. Carabina M-1 del calibre 7,62. Fusil semiautomtico de can corto con un cargador de 15 o 30 proyectiles, con menor alcance y precisin que el anterior. Rifle automtico Browning del calibre 7,62. Arma de unos 8 kg de peso que requera normalmente dos hombres, uno para introducir los cargadores y otro para disparar hasta 500 proyectiles por minuto. Ametralladoras. Las ametralladoras ligeras de 7,62 mm podan disparar entre 450 y 500 proyectiles por minuto. Las ametralladoras pesadas (M-2 Browning) del calibre 12,7, aumentadas mediante cinta, iban montadas sobre camiones, tanques u otros vehculos. Disparaban 575 proyectiles por minuto con un alcance de 1.800 m. Lanzacohetes o bazucas de 60 u 89 mm. El lanzacohetes M-9 con proyectiles de 60 mm resultaba ineficaz frente al blindaje de los tanques T-34 soviticos y fue sustituido en 1950, durante el avance hacia el sur del Ejrcito Popular de Corea, por la superbazuca M-20 con proyectiles de 88,9 mm capaces de penetrar bajo la coraza de los T-34; tena un alcance de hasta 100 m. Morteros de infantera de 60 mm, 81 mm o 120 mm. Estas armas, cargadas por la boca, disparaban granadas explosivas con un ngulo elevado, capaz de batir los valles y trincheras, con un alcance de hasta 4.000 m. Obuses de 105 mm, 155 mm y 203 mm (8 pulgadas). Caones con un alcance mximo de 10, 20 y 30 km, respectivamente.
SMBOLOS MILITARES DE LOS MAPAS
Nos hemos esforzado por actualizar los smbolos que aparecen en los mapas adaptndolos a la norma MIL-STD-2525B utilizada habitualmente por el ejrcito estadounidense. Se trata de un sistema genrico que proporciona a un lector avezado informacin inmediata sobre la posicin, dotacin, tipo e identidad de cada unidad militar. En algunos casos no se dispona de informacin detallada sobre cada unidad militar y para evitar errores se ha aplicado un resumen fcilmente legible. Tambin se han realizado modificaciones no ajustadas a la norma MIL-STD-2525B con el fin de facilitar la legibilidad. Aunque esa normativa incluye cientos de smbolos militares, slo se necesitan unos pocos para discernir las unidades desplegadas por el ejrcito estadounidense en la guerra de Corea: El nombre de la unidad aparece a la izquierda de su smbolo; a la derecha, el de la unidad superior a la que pertenece y, por encima, su tipo. Por ejemplo, el smbolo del tercer batalln del Octavo Regimiento de Caballera es:
A menos que se diga otra cosa, una lnea gruesa representa una posicin o un reducto defensivo de las fuerzas de Naciones Unidas.
FIGURA 1. La pennsula de Corea antes del inicio de las hostilidades, mayo de 1950. Introduccin
El 25 de junio de 1950 alrededor de siete divisiones de lite del Inmin-gun norcoreano, * muchos de cuyos soldados haban combatido en el bando comunista en la guerra civil china, cruzaron la lnea de demarcacin establecida en el paralelo 38 entre las dos Coreas con la intencin de conquistar todo el sur en tres semanas. Seis meses antes [el 12 de enero] el secretario de Estado Dean Acheson, en un error garrafal, haba olvidado incluir a Corea del Sur en el permetro defensivo de Estados Unidos en Asia y las escasas fuerzas estadounidenses presentes en el pas, incluidas en una minscula misin asesora, no estaban en absoluto preparadas para aquel ataque. Durante las primeras semanas de la invasin la ofensiva del Inmin-gun obtuvo xitos asombrosos. Todas las noticias que llegaban del campo de batalla eran negativas. En Washington el presidente Harry Truman y sus principales consejeros trataban de discernir las intenciones del enemigo. Se trataba, como teman, de un ataque ordenado desde Mosc? Estaban actuando los soldados norcoreanos como peones de la Unin Sovitica? O no era ms que una maniobra de distraccin, la primera de una posible serie de provocaciones comunistas en todo el mundo? Inmediatamente decidieron utilizar las fuerzas estadounidenses, y ms adelante de Naciones Unidas, * para poner freno a la agresin comunista en Corea. La guerra de Corea iba a durar tres aos, no tres semanas, e iba a ser una guerra sangrienta en la que fuerzas estadounidenses y de Naciones Unidas relativamente limitadas tuvieron que hacer frente a un adversario numricamente muy superior en un terreno extraordinariamente inhspito, consiguiendo neutralizar esa ventaja numrica gracias a su abrumador armamento y tecnologa. Para los soldados estadounidenses y de Naciones Unidas el peor enemigo, a menudo ms hostil que los propios soldados norcoreanos o chinos, era el espantoso fro que llev al historiador militar S. L. A. Marshall a calificar aquella pequea guerra como la ms horrible del siglo. Las anfractuosidades del terreno contrarrestaban la ventaja armamentstica estadounidense y muy en particular el uso de vehculos acorazados, pues ofrecan innumerables cavernas y otras formas de cobijo al enemigo. El secretario de Estado Acheson deca aos despus: Si todos los sabios del mundo se hubieran congregado para determinar el peor lugar posible desde el punto de vista poltico y militar para aquella condenada guerra habran elegido por unanimidad Corea; Averell Harriman, amigo de Acheson, la resuma en el calificativo amarga. Decir que era una guerra indeseada por parte de Estados Unidos sera decir poco. El propio presidente Truman, que haba enviado a los soldados estadounidenses a luchar en Corea, evitaba llamarla guerra. Desde el principio procur minimizar la naturaleza del conflicto porque quera prevenir cualquier sensacin de una creciente confrontacin con la Unin Sovitica, y uno de los mtodos utilizados fue jugar con la terminologa. A ltima hora de la tarde del 29 de junio, cuatro das despus de que el ejrcito norcoreano hubiera cruzado el paralelo 38 y mientras las tropas estadounidenses se dirigan a toda prisa hacia Corea, Truman se reuni con los periodistas acreditados ante la Casa Blanca. Uno de ellos le pregunt si Estados Unidos estaba realmente en guerra y el presidente respondi que no, aunque lo cierto era que s. Entonces otro periodista pregunt: Se podra hablar de una accin policial bajo la bandera de Naciones Unidas?.4 S respondi Truman, se trata exactamente de eso. La idea de que los soldados estadounidenses en Corea constituan ms una fuerza de polica que un ejrcito suscit considerable amargura en muchos de ellos (cuatro meses ms tarde Mao Zedong emple una sutileza verbal semejante cuando envi a Corea a cientos de miles de soldados chinos, llamndolos voluntarios por razones parecidas a las de Truman). As pues, una pregunta informal respondida del mismo modo sirvi para definir aquella guerra y la poltica relacionada con ella; la expresin accin policial utilizada por el periodista y por Truman aquel da perdur. La guerra de Corea no iba a ser una gran guerra nacional en la que se uniera todo el pueblo estadounidense como lo haba sido la segunda guerra mundial, ni tampoco, como la de Vietnam una generacin despus, una guerra obsesionante que lo dividiera, sino un conflicto desconcertante, gris y muy distante, que se prolongaba indefinidamente sin esperanza de solucin y sobre el que la mayora de los estadounidenses, salvo los que combatan all y sus familiares cercanos, preferan saber lo menos posible. Casi treinta aos despus el cantante John Prine capt concisamente aquel estado de nimo en su cancin Hello In There, en la que mencionaba la muerte en Corea de un joven llamado Davy, sin que nadie supiera muy bien por qu. * Ms de medio siglo despus aquella guerra todava segua excluida de la conciencia cultural y poltica estadounidense y a veces pareca haber quedado hurfana en la historia. Uno de los mejores libros publicados sobre ella llevaba el idneo ttulo de The Forgotten War. Cada uno de los soldados enviados a Corea tena sus propias razones para el resentimiento: unos ya haban participado en la segunda guerra mundial, estaban en la reserva y haban tenido que abandonar de mala gana sus empleos civiles por segunda vez en menos de diez aos para combatir en el extranjero, al otro lado del ocano, mientras la mayora de sus compatriotas permanecan en sus casas. Otros veteranos de la segunda guerra mundial, que haban decidido permanecer en el ejrcito, se sentan horrorizados por el pattico estado de ste en las primeras batallas contra el ejrcito norcoreano. El ejrcito estadounidense estaba escaso de personal y tena unidades poco entrenadas y armamento anticuado o defectuoso, a lo que se sumaba el sorprendentemente bajo nivel de los mandos. A esos veteranos les desasosegaba el debilitamiento que haba sufrido el ejrcito desde el final de la segunda guerra mundial, su prdida de profesionalidad y de fuerza y el mal estado en que se hallaba al principio de la guerra de Corea. Cuanta ms experiencia tenan, ms desmoralizados se sentan por las condiciones en que deban luchar. El peor aspecto de la guerra, como escribi el teniente coronel George Russell, al mando de un batalln del 23. Regimiento de la Segunda Divisin de Infantera, era la propia Corea. Para un ejrcito que dependa tanto de su produccin industrial y del consiguiente uso de maquinaria militar, especialmente de los tanques, era el peor tipo de terreno. El territorio de pases como Espaa o Suiza es muy montaoso, pero cuenta con planicies en las que se puede aprovechar el potencial de los tanques fabricados en los pases industriales avanzados, pero en Corea, como deca Russell, al otro lado de cada cordillera [haba] otra.5 Si el pas se poda caracterizar por algn color, aada, eran todos los matices del pardo, y en caso de hacer una encuesta para decidir qu color dar a la cinta de una medalla por los servicios prestados all, la respuesta casi unnime habra sido el pardo. A diferencia de la guerra de Vietnam, la de Corea tuvo lugar antes de que se difundiera la televisin y Estados Unidos se convirtiera en una sociedad de la comunicacin. Durante la guerra de Corea las noticias ofrecidas por televisin eran breves, insulsas y con una influencia marginal: quince minutos cada noche. Dado el estado primitivo de la tecnologa, las secuencias filmadas en Corea, que por lo general llegaban a las salas de redaccin en Nueva York das despus, raramente emocionaban al pas. Era todava en gran medida una guerra en la que predominaba la imprenta, peridicos en blanco y negro, y su imagen en la conciencia estadounidense era igualmente en blanco y negro. En 2004, mientras trabajaba en este libro, entr casi por casualidad en la biblioteca municipal de Cayo Hueso, en Florida; en sus estantes haba ochenta y ocho libros sobre la guerra de Vietnam y slo cuatro sobre la de Corea, lo que refleja hasta cierto punto el destino de aquella guerra en la memoria estadounidense. Arden Rowley, un joven ingeniero en la Segunda Divisin de Infantera que pas dos aos y medio como prisionero de guerra en un campo chino, sealaba amargamente que en 2001 y 2002, aos en los que se celebraba el quincuagsimo aniversario de alguna importante batalla en Corea, se hicieron tres pelculas blicas en Estados Unidos: Pearl Harbor, Cdigos de guerra (Windtalkers) y ramos soldados, las dos primeras sobre la segunda guerra mundial y la tercera sobre la de Vietnam; si se aade Salvar al soldado Ryan, producida en 1998, el total asciende a cuatro, pero sobre la guerra de Corea no se hizo ninguna. La pelcula ms conocida vinculada con la guerra de Corea es El mensajero del miedo (The Manchurian Candidate) de 1962, * la historia de un prisionero de guerra estadounidense sometido a un lavado de cerebro en un campo chino de prisioneros y manipulado por los comunistas para intentar asesinar a un candidato a la presidencia estadounidense. Si la guerra de Corea tuvo algn reflejo en la cultura popular estadounidense fue a travs de la pelcula antiblica de Robert Altman (luego serie de televisin y videojuego) MASH (siglas de Mobile Army Surgical Hospital), sobre un hospital de campaa operativo durante aquella guerra; pero el topnimo Corea sustitua en realidad a Vietnam y la pelcula se hizo en 1970, en el momento culminante de las protestas populares contra la guerra. En aquella poca a los ejecutivos de Hollywood todava les asustaba presentar al pblico una pelcula contra la guerra de Vietnam, que era lo que pretendan Robert Altman y el guionista Ring Lardner Jr., pensando que era un tema demasiado delicado como para tratarlo de forma irreverente, y por eso decidieron situar la accin en Corea; pero cualquiera poda ver que los soldados y oficiales aparecan con las greas tpicas de los aos de Vietnam y no con el rapado propio de la poca de Corea. As pues, la brutalidad de la guerra de Corea nunca penetr realmente en la conciencia cultural estadounidense. En ella murieron alrededor de treinta y tres mil soldados estadounidenses y otros 105.000 fueron heridos. Las bajas del ejrcito surcoreano ascendieron a 415.000 muertos y cuatrocientos veintinueve mil heridos. Los gobiernos chino y norcoreano mantuvieron un riguroso secretismo sobre sus bajas, pero los funcionarios estadounidenses estimaban alrededor de un milln y medio de muertos.6 En Corea la Guerra Fra se convirti durante un tiempo en guerra caliente, incrementando las considerables (y crecientes) tensiones entre Estados Unidos y el mundo comunista y profundizando las grietas abiertas en Asia. Aquellas tensiones y divisiones entre ambos bandos del mundo bipolar se agravaron an ms cuando los errores de clculo estadounidenses provocaron la intervencin de la Repblica Popular China. Cuando todo hubo pasado y se lleg a una tregua ambos bandos cantaban victoria, pese a que la divisin final del pas apenas difera de la que exista cuando empez la guerra; pero Estados Unidos s haba cambiado; su visin estratgica de Asia no era la misma y tambin se haba alterado mucho la correlacin de fuerzas polticas en los propios Estados Unidos. Los estadounidenses que combatieron en Corea a menudo se sintieron despus muy apartados de sus compatriotas, que a su juicio no valoraban su sacrificio ni daban importancia a aquella guerra tan lejana. Esta no gozaba de la gloria y legitimidad de la segunda guerra mundial, tan reciente y en la que todo el pas pareca compartir un mismo objetivo y cada soldado era una prolongacin del espritu democrtico del pas y de sus mejores valores. La de Corea era una guerra de desgaste limitada y la poblacin estadounidense decidi pronto que de ella no poda salir nada bueno. Cuando los soldados regresaban de su perodo de servicio, vean que sus vecinos apenas se interesaban por lo que haban visto y hecho. En las conversaciones se abandonaba pronto el tema de la guerra; los acontecimientos en el frente interno, los ascensos profesionales, la compra de una nueva casa o un nuevo automvil eran temas ms atractivos. En parte aquello se deba a que las noticias que llegaban de Corea eran casi siempre sombras. Incluso cuando la guerra iba bien, no iba realmente muy bien; la posibilidad de una gran victoria rara vez pareca prxima y mucho menos una eventual victoria total, especialmente una vez que el ejrcito chino intervino en la guerra a finales de noviembre de 1950. Poco despus se difundi con gran xito entre los soldados la descripcin irnica de aquel largo equilibrio: morir por un empate (die for a tie). Aquella gran discordancia entre los combatientes y el resto de los ciudadanos estadounidenses, la sensacin de que por mucha bravura que mostraran o por muy justificada que estuviera su causa se les atribua un estatus de segunda clase en comparacin con los que haban participado en guerras anteriores, gener en ellos una gran y persistente amargura.
Primera parte
Una advertencia en Unsan
1
Aqul fue el disparo de advertencia al que el comandante supremo de las fuerzas aliadas en el Lejano Oriente, Douglas MacArthur, no prest atencin, lo que dio lugar a que una pequea guerra se convirtiera en una gran guerra. El 20 de octubre de 1950 los soldados de la Primera Divisin de Caballera estadounidense entraron en Pyongyang, la capital de la Repblica Popular Democrtica de Corea [Choson Minjujuui Inmin Konghwaguk]. Ms tarde hubo cierta controversia sobre si haban llegado primero los del Quinto Regimiento de Caballera estadounidense o los de la Primera Divisin surcoreana. Lo cierto es que los primeros haban visto frenado su avance porque todos los puentes sobre el ro Taedong en su sector haban sido volados y por eso los soldados surcoreanos entraron antes en la capital semidestruida, lo que no mengu su satisfaccin. Para ellos la conquista de Pyongyang significaba que la guerra estaba prcticamente acabada. Y para que todos supieran que el Quinto Regimiento de la Primera Divisin de Caballera haba sido la primera unidad estadounidense en llegar all, algunos de sus soldados, armados con pintura y brochas, pintaron su emblema por toda la ciudad. Hubo pequeas celebraciones privadas. El teniente Phil Peterson, observador avanzado del 99. Batalln de Artillera de Campaa y su mejor amigo, el teniente Walt Mayo, ambos destinados al tercer batalln del Octavo Regimiento de la Primera Divisin de Caballera, tambin tuvieron la suya. Despus de tanto tiempo juntos eran muy buenos amigos. Peterson pensaba que era una de esas amistades que slo el ejrcito puede forjar. Walt Mayo era un hombre de talento y sofisticado que haba estudiado en el Boston College, donde su padre enseaba msica, mientras que Peterson haba pasado por la Escuela de Aspirantes a Oficial pero su escolarizacin en Morris, Minnesota, slo haba llegado hasta el noveno grado, porque entonces pagaban cinco dlares al da a quienes trabajaban como peones en el campo. El teniente Mayo haba encontrado una botella de espumoso ruso en un gran almacn de bebidas y compartieron aquella botella de pseudo-champaa, tan spero que haca toser, en los vasos metlicos de su mochila. Concluyeron que por vomitivo que fuera, era mejor que nada. El sargento primero Bill Richardson de la compaa Love del tercer batalln sinti una oleada de alivio al llegar a Pyongyang. La guerra estaba prcticamente acabada y la Primera Divisin de Caballera podra volver a Japn. Lo saba, no slo por los rumores que haba odo, sino tambin porque desde el puesto de mando de la compaa se haba pedido a todos los soldados con experiencia en estibar buques que lo notificaran a sus superiores; aquello era una seal segura de que pronto iban a embarcar. Otra seal de que aquellos das de dura lucha haban acabado es que se les haba dicho que devolvieran la mayor parte de su municin. Todos aquellos rumores que se filtraban desde los distintos puestos de mando deban de ser ciertos. Richardson se consideraba el ms veterano de su unidad: casi todos los dems miembros de su seccin parecan ahora novatos. A menudo pensaba en los compaeros con los que haba llegado tres meses antes, un perodo que le pareca haber durado ms que los veintin aos anteriores de su vida. Algunos haban muerto, otros haban cado heridos y algunos haban desaparecido en accin. El nico miembro de su seccin, adems de l mismo, que estaba all desde el principio era su amigo el sargento Jim Walsh, al que busc para decirle: Dios mo, ya est, con esto se ha acabado!, y se felicitaron mutuamente, sin creer del todo en su buena suerte. Aquella minicelebracin tuvo lugar uno de los ltimos das de octubre; al da siguiente les volvieron a distribuir municin y les ordenaron dirigirse hacia el norte para salvar alguna unidad surcoreana que estaba siendo atacada en las cercanas. En cualquier caso, haba corrido la noticia de que habra un desfile de la victoria en Tokio y de que la Primera Divisin de Caballera, tras haber combatido con tanto xito y durante tanto tiempo en la campaa de Coreay tambin porque era la favorita de MacArthur, el comandante supremo, lo iba a encabezar. Se supona que deberan lucir su pauelo amarillo de la caballera en el desfile y se corri la voz de que deban asearse para participar en l y quitarse de encima la mugre del campo de batalla: despus de todo no se podan recorrer las avenidas del distrito de Ginza con los uniformes y cascos sucios. Planeaban pavonearse al pasar por delante del cuartel general de MacArthur en el edificio del Dai Ichi. Se lo haban ganado. El estado de nimo entre los soldados estadounidenses en Pyongyang era en aquel momento una combinacin de optimismo y puro agotamiento, tanto emocional como fsico. Se cruzaban apuestas sobre cundo embarcaran. Para los ms novatos, que acababan de llegar como reemplazo y slo haban odo historias de lo dura que haba sido la lucha desde el permetro de Pusan [Busan] hasta all, era un alivio saber que lo peor haba pasado. Un joven teniente llamado Ben Boyd, de Claremore (Oklahoma), incorporado al Octavo Regimiento de Caballera ya en Pyongyang, recibi el mando de una seccin de la compaa Baker del primer batalln. Boyd, que se haba graduado en West Point tan slo cuatro aos antes, deseaba aquel puesto, pero estaba algo nervioso por su reciente historia. Uno de los oficiales le haba preguntado: Qu, teniente, sabe qu lugar ocupa usted en esta seccin?. Boyd respondi que no y entonces el otro le dijo: Pues bien, teniente, entonces no presuma demasiado, porque es usted su decimotercer jefe desde que la seccin lleg a Corea. Boyd pens entonces que efectivamente no tena motivos para engrerse. Uno de los ltimos das que pasaron en Pyongyang recibieron otra seal prometedora: Bob Hope, el famoso cmico que haba recorrido todos los frentes durante la segunda guerra mundial ofreciendo a las tropas estadounidenses un espectculo tras otro, viaj tambin a la capital norcoreana para contar all sus chistes. Aquella noche muchos soldados de la Primera Divisin de Caballera acudieron a escucharle y a la maana siguiente se dirigieron con su nueva municin hacia el norte, a un lugar llamado Unsan donde se supona que deban proteger a una unidad surcoreana del fuego enemigo. Estaban convencidos de que todo lo que tendran que hacer era sofocar un pequeo alboroto como en los que las tropas surcoreanas, a su juicio, siempre se estaban metiendo. No se puede decir que salieran de Pyongyang especialmente bien preparados: cierto es que les haban repartido algo de municin, pero estaba la cuestin de los uniformes. Deban llevar los que vestiran en el desfile en Tokio o ropa de invierno? Alguien tom la decisin de que llevaran los ms aseados, aunque la temperatura descenda rpidamente y se aproximaba el invierno, que en Corea iba a ser uno de los ms fros en todo un siglo. Por otra parte, tanto entre los oficiales como entre los soldados rasos predominaba la sensacin de que no tenan por qu preocuparse, aun cuando se acercaban a zonas peligrosamente prximas al ro Yalu, la frontera entre Corea y la Manchuria china. Muchos de ellos haban odo hablar de la reunin que acababan de celebrar dos semanas antes Truman y MacArthur en la isla de Wake y se haba corrido la voz de que el comandante supremo en el Lejano Oriente haba prometido devolver a Washington toda una divisin de las presentes en Corea para que pudiera enviarla a Europa. El propio MacArthur se haba dejado ver en Pyongyang inmediatamente despus de su conquista por la Primera Divisin de Caballera. Al descender del avin haba preguntado: No ha venido nadie clebre a saludarme? Dnde est Kim Dientes de Conejo?.4 Se refera burlonamente a Kim Il-sung, el lder comunista norcoreano aparentemente derrotado. Luego haba pedido que si alguien de la divisin llevaba en Corea desde el principio diera un paso adelante. De los dos centenares de hombres que le rendan honores, cuatro dieron ese paso; todos ellos haban recibido alguna herida. Poco despus MacArthur subi de nuevo al avin para volver a Tokio. No pas la noche en Corea; de hecho no pas ni una noche all durante todo el tiempo que estuvo al mando.
Mientras MacArthur se diriga de vuelta a Tokio, en Washington algunos mandos tenan cada vez ms claro que planeaba enviar a sus tropas hacia el norte. El general estaba convencido de que la Repblica Popular China no intervendra en la guerra. En aquel momento sus tropas encontraban muy poca resistencia y los norcoreanos huan, por lo que fue ampliando sus rdenes, que en este caso eran mucho ms confusas de lo que deberan haber sido. Obviamente pretenda llegar hasta el Yalu, la frontera con China, ignorando los lmites que Washington crea haberle impuesto pero que en realidad tema imponerle. La prohibicin de la Junta de Jefes de Estado Mayor de enviar tropas estadounidenses a ninguna de las provincias fronterizas con China no pareca frenar en absoluto a MacArthur, lo que tampoco poda sorprender a nadie: se saba que las nicas rdenes que obedeca eran las suyas propias. Su seguridad sobre lo que hara o dejara de hacer el enorme ejrcito chino que todos saban apostado al otro lado del Yalu era mucho mayor que la de los altos funcionarios de la administracin Truman. En la isla de Wake le dijo al presidente que los chinos no intervendran en la guerra, pero incluso si lo hacan, estaba convencido de poder infligirles una de las mayores carniceras militares de la historia. Para MacArthur y la gente de su Estado Mayor, asombrosamente inconscientes de las temperaturas y la topografa de aquel pas desolado, se acercaban los ltimos momentos de una gran marcha victoriosa hacia el norte iniciada con el desembarco anfibio en Inchon tras las lneas norcoreanas. Aqul haba sido un gran xito, quiz el mayor triunfo de una carrera gloriosa, tanto ms cuanto que la haba llevado adelante contra la opinin de muchos altos mandos del Pentgono. Pero en Washington stos y los altos responsables civiles se sentan cada vez ms preocupados a medida que las tropas de MacArthur avanzaban hacia el norte. No confiaban tanto como el general en las intenciones de los gobernantes chinos (ni de los soviticos) y les desasosegaba la extrema vulnerabilidad de las fuerzas de Naciones Unidas; pero saban que su control sobre MacArthur era escaso y parecan temerle tanto como lo respetaban. Si bien el balance favoreca en aquel momento a Naciones Unidas, durante la primera fase de la guerra, despus de que el ejrcito norcoreano cruzara el paralelo 38 a finales de junio, la ventaja haba sido decididamente de los comunistas. Haban obtenido una victoria tras otra sobre las tropas estadounidenses y surcoreanas, dbiles y mal preparadas. Pero a medida que iban llegando ms y mejores tropas estadounidenses y tras el brillante desembarco en Inchon sus fuerzas se haban desbandado y hasta desvanecido despus de los duros combates de la reconquista de Sel. Aun as, el gobierno de Washington y muchos altos mandos militares, aunque complacidos por el resultado del desembarco en Inchon, se sentan inquietos por la influencia adicional que haba ganado con l MacArthur. Pese a que la Repblica Popular China haba advertido de su intencin de intervenir en la guerra, MacArthur, con quien ya era difcil tratar en las mejores circunstancias, se haba endiosado ms an despus del desembarco de Inchon. Haba asegurado que el ejrcito chino no se atrevera a intervenir y se consideraba un experto en lo que llamaba el pensamiento oriental; pero ya se haba equivocado, y mucho, sobre las intenciones y capacidad de Japn justo antes de la segunda guerra mundial. Ms tarde los altos mandos de Washington consideraran aquel momento en que las tropas de Naciones Unidas llegaron a Pyongyang y antes de que se dirigieran a Unsan como la ltima oportunidad para evitar que la guerra se ampliara, convirtindose en una guerra contra la Repblica Popular China. No menos inquietos estaban algunos de los jefes y oficiales que encabezaban el avance hacia el norte, advirtiendo en l cierta cualidad fantasmagrica al tiempo que la temperatura bajaba de forma alarmante y el terreno se haca cada vez ms escarpado y difcil. Aos despus el general Paik Sun-yup, entonces al mando de la Primera Divisin del ejrcito surcoreano y muy respetado por los militares estadounidenses, recordaba su propio desasosiego mientras avanzaban hacia el norte sin resistencia, en un aislamiento casi total, como si estuvieran demasiado solos. Al principio Paik, que se haba formado en las filas del ejrcito japons en Manchuria, no poda precisar a qu se deba su desazn, hasta que repar en la absoluta ausencia de gente, el silencio abrumador que rodeaba a sus tropas. Poco antes haba miles de refugiados dirigindose hacia el sur, pero ahora la carretera estaba desierta, como si algo importante estuviera teniendo lugar ms all de su vista y su conocimiento. Adems, cada da haca ms fro y la temperatura caa algunos grados. Algunos oficiales de inteligencia tambin se sentan preocupados. Reciban informaciones fragmentarias de diversas fuentes que les hacan pensar que las tropas chinas haban entrado ya en territorio norcoreano a finales de octubre, y en gran cantidad. El coronel Percy Thompson, G-2 (esto es, jefe de inteligencia) del I Cuerpo en el que estaba encuadrada la Primera Divisin de Caballera, considerado uno de los oficiales de inteligencia ms capaces en Corea, era muy pesimista. Estaba absolutamente convencido de la presencia china y trat de advertir a sus superiores. Desgraciadamente predominaba entre ellos, sobre todo en la Primera Divisin de Caballera, una sensacin de euforia que provena de Tokio. Thompson advirti directamente al coronel Hal Edson, al mando del Octavo Regimiento, de su sospecha de que haba una enorme presencia china en aquella rea, pero Edson y otros recibieron su apercibimiento, como observ ms tarde, con desconfianza e indiferencia. Su hija Brbara (casada con John Eisenhower, hijo del que pronto sera presidente) recordaba un dramtico cambio de tono en las cartas que le llegaban desde Corea, como si su padre se estuviera despidiendo de ella: Estaba absolutamente convencido de que les iban a atacar y de que a l lo iban a matar.5 Thompson tena sus razones para sentirse alarmado. Los informes que reciba eran muy ciertos: las tropas chinas estaban ya en el pas, esperando pacientemente en las montaas del norte de Corea a que las unidades surcoreanas y de Naciones Unidas dilataran an ms sus lneas de aprovisionamiento, ya muy estiradas. No tenan intencin de atacar de inmediato; queran que las tropas estadounidenses avanzaran ms al norte y saban que la dificultad de la marcha facilitaba en cambio su tarea. Los soldados del general Paik gritaban das antes Al Yalu! Al Yalu!,6 pero el 25 de octubre se produjo un gran ataque chino. Como escribi ms tarde Paik, era como topar de repente con un muro. Al principio los mandos del ejrcito surcoreano no tenan ni idea de lo que suceda. El 15. Regimiento de Paik se vio totalmente inmovilizado por un terrible bombardeo de fuego de mortero, tras el que el 12. Regimiento a su izquierda qued desmantelado y luego el 11. Regimiento, la reserva de la divisin, fue tambin atacado por un flanco y desde la retaguardia. La habilidad con que combata el enemigo le hizo pensar a Paik que deban de ser chinos. Actu por puro reflejo y con ello salv probablemente a la mayora de sus hombres, retirando inmediatamente la divisin, que haba cado en una gigantesca emboscada del ejrcito chino, en el pueblo de Unsan. Ms tarde contaba que haban hecho como en las pelculas del Oeste cuando los rostros plidos ponan sus carros en crculo. Otras unidades surcoreanas nos fueron tan afortunadas o no contaban con un comandante en jefe como Paik. Este no dud ni un momento de que los atacantes eran chinos. El primer da de batalla unos soldados del 15. Regimiento trajeron un prisionero al que interrog el propio Paik. Tena alrededor de treinta y cinco aos y llevaba una gruesa guerrera guateada reversible, por un lado caqui y por el otro blanca. Como escribi Paik, era una forma simple pero eficaz de camuflaje en terrenos nevados. El prisionero tambin llevaba una gorra con orejeras, gruesa y pesada, de un tipo que pronto les resultara familiar a todos, y zapatillas de caucho. En el interrogatorio se mostr sorprendentemente comunicativo: era un soldado regular del Ejrcito Popular de Liberacin chino, de la provincia de Guangdong. Le dijo a Paik de pasada que haba decenas de miles de chinos en las montaas prximas. Toda la Primera Divisin surcoreana poda estar cercada. Paik llam inmediatamente al comandante del I Cuerpo, el general Frank William Milburn, y llev al prisionero a su puesto de mando. Ahora fue Milburn el que condujo el interrogatorio, mientras Paik haca de intrprete. Ms tarde lo transcribi poco ms o menos as: De dnde es usted? Del sur de China. A qu unidad pertenece? Al 39. Ejrcito. En qu batallas ha participado? Estuve en la batalla de la isla de Hainan [en la guerra civil china]. Reside usted en Corea? No, soy chino.7 Paik estaba absolutamente convencido de que el prisionero, que haba respondido sin evasivas ni disimulo, deca la verdad. Tampoco caba dudar de la seriedad de su informacin. Desde haca tiempo se saba que el ejrcito chino haba apostado ms de trescientos mil soldados al otro lado del Yalu, dispuestos a entrar en Corea en cuanto as lo decidieran. La nica duda era si el gobierno de Beijing se estaba tirando un farol cuando advirti al mundo de su intencin de intervenir en la guerra. Milburn transmiti inmediatamente los nuevos datos al cuartel general del Octavo Ejrcito y desde all se enviaron al general Charles Willoughby, el jefe de inteligencia de Douglas MacArthur, un tipo convencido de que no haba tropas chinas en Corea y de que no iban a intervenir, al menos en una cantidad suficiente para alterar la correlacin de fuerzas. Eso era lo que crea MacArthur, y en su cuartel general la tarea del G-2 consista ante todo y principalmente en demostrar que su jefe siempre tena razn. El avance hacia el Yalu, en el que participaba una cantidad ilimitada de soldados estadounidenses, surcoreanos y de Naciones Unidas, se extenda con lneas muy delgadas por una vasta extensin de terreno montaoso basndose en la hiptesis de la abstencin china. Si desde el cuartel general de MacArthur llegaba de repente a Washington la noticia de que se haba establecido contacto con fuerzas chinas significativas, los jefes de Estado Mayor, que hasta entonces observaban casi pasivamente de lejos, podran inquietarse y tratar de imponer su criterio, con lo que MacArthur perdera su control absoluto sobre el plan y no podra llegar hasta el Yalu. Para evitarlo Willoughby estaba dispuesto, como siempre, a transmitir sus informes de forma que no afectaran a la libertad de accin de MacArthur. Cuando llegaron las primeras noticias sobre la presencia de fuerzas chinas al norte del Yalu, Willoughby se esforz por minimizarlas, afirmando que se trataba probablemente de una especie de chantaje diplomtico.8 Ahora, despus del interrogatorio del primer prisionero chino, que se haba mostrado sorprendentemente comunicativo, la respuesta que lleg de inmediato desde la oficina de Willoughby al Octavo Ejrcito fue que, aunque fuera de origen chino, se trataba sin duda de un residente en Corea que se haba presentado voluntario para combatir. Era una conclusin extravagante, destinada deliberadamente a minimizar la importancia de la confesin del prisionero; significaba que ste no saba quin era, cul era su nacionalidad, a qu unidad perteneca ni cuntos soldados la componan. Aquel juicio habra complacido sin duda al alto mando chino; era exactamente lo que quera que pensaran los mandos estadounidenses. Cuanto ms arrogantes se mostraran stos, mayor sera la victoria que estaba seguro de alcanzar una vez que se cerrara la trampa. Durante las semanas siguientes las tropas estadounidenses y sur-coreanas hicieron muchos otros prisioneros chinos que confesaban a qu unidades pertenecan y que stas haban cruzado el Yalu en gran nmero. Willoughby desfiguraba una y otra vez los datos que le llegaban desde el norte de Corea, pero mientras los mandos de la divisin, del cuerpo, del ejrcito y del Dai Ichi discutan si aquellos prisioneros eran o no verdaderamente chinos, si formaban parte de una divisin, de un ejrcito o de un grupo de ejrcitos, y qu importancia tena aquello para las tropas extremadamente vulnerables de Naciones Unidas, los soldados, los suboficiales y aun los mandos intermedios de stas permanecan ignaros de todo aquello, en particular en el Octavo Regimiento de Caballera donde estaban convencidos de estar persiguiendo a los ltimos restos del ejrcito norcoreano y de que pronto llegaran al Yalu y orinaran en l en seal de triunfo. Entre los altos mandos del Octavo Ejrcito se haba extendido una euforia muy peligrosa que reflejaba la del propio MacArthur. Dado que ste, el general ms experimentado del ejrcito estadounidense, se mostraba absolutamente confiado en el camino emprendido, no es de extraar que lo estuvieran igualmente sus subordinados, tanto en el cuerpo como en la divisin. Cuanto ms alto se suba en la escala de mando, especialmente en Tokio, mayor era el convencimiento de que la guerra haba acabado y de que lo nico que quedaba era hacer un poco de limpieza. Hubo muchas indicaciones de esa confianza excesiva: el 22 de octubre, tres das antes de la captura del primer prisionero chino, el teniente general Walton Walker, al mando del Octavo Ejrcito, pidi permiso a MacArthur para desviar los futuros envos de buques cargados de municin de Corea a Japn. MacArthur aprob la peticin y orden que seis buques cargados de proyectiles de 105 y 155 mm se desviaran hacia Hawai. El ejrcito estadounidense en Corea, aun habiendo gastado gran parte de sus municiones durante los cuatro meses anteriores, imaginaba rebosantes sus arsenales. En el sector del Octavo Ejrcito el general de divisin Laurence (Dutch) Keiser, al mando de la afamada Segunda Divisin de Infantera, convoc el 25 de octubre a todos los oficiales para una reunin especial de su Estado Mayor. El teniente Ralph Hockley, observador avanzado del 37. Batalln de Artillera de Campaa, recordaba con precisin la fecha y sus palabras. Keiser, de muy buen humor, les dijo que la divisin, que haba participado en la mayora de los combates ms duros de la guerra, estaba a punto de abandonar Corea: Vamos a volver a casa y lo haremos muy pronto, antes de Navidad. Tenemos ya la orden.9 Uno de los oficiales pregunt adonde se iran ahora. Keiser respondi que no poda decrselo, pero que sera un lugar que les gustara. Comenzaron las especulaciones: Tokio, Hawai, alguna base en Europa o quiz a Estados Unidos.
Las tropas del Octavo Regimiento de Caballera llegaron sin dificultad hasta Unsan. El sargento Herbert (Papi) Miller, ayudante de seccin en la compaa Love del tercer batalln, haba recibido filosficamente la noticia de que tenan que dejar Pyongyang y dirigirse a Unsan, en el norte, para reforzar una unidad surcoreana. Quiz le habra gustado pasar unos cuantos das ms en Pyongyang, pero sas eran las rdenes y estaban all para eso, para tapar agujeros. Nunca entendi por qu los mandos haban decidido que las tropas surcoreanas encabezaran el avance hacia el norte. No estaba preocupado por la posible intervencin china; lo que le preocupaba era el fro, porque todava vestan los uniformes de verano. En Pyongyang les haban dicho que los uniformes de invierno estaban a punto de llegar, cargados en camiones, al da siguiente o al cabo de dos das. Llevaba varios das oyendo lo mismo y los uniformes de invierno seguan sin llegar. Dado que el regimiento de Miller haba participado en tantas batallas con el consiguiente desgaste, los soldados novatos de julio y agosto haban sido sustituidos por los novatos de octubre. Miller y su buen amigo Richard Hettinger, de Joplin (Missouri), que tambin haba participado en la segunda guerra mundial, haban jurado protegerse mutuamente. Se hablaba mucho de volver a casa por Navidad, pero Miller no era tan optimista y pensaba que no podas decir que estabas en casa hasta que llegabas all. Provena de la pequea ciudad de Pulaski, en Nueva York. En la segunda guerra mundial haba servido en la 42. Divisin y como al regresar no haba encontrado un empleo decente se haba reenganchado en 1947. Lo haban destinado al Sptimo Regimiento de la Tercera Divisin de Infantera, al que sin embargo haban separado de sta para integrarlo en la Primera Divisin de Caballera, y slo llevaba seis meses de su contrato por tres aos cuando lo enviaron a Corea en julio de 1950. A su juicio, mientras que en la segunda guerra mundial todo se haca correctamente, en Corea casi todo se haca mal. Su compaa y l haban llegado al pas una maana a mediados de julio y aquel mismo da los haban enviado a toda prisa al frente, cerca del pueblo y nudo de carreteras de Taejon [Daejeon]. Haba compartido todas las vicisitudes de la compaa desde entonces y era por eso por lo que sus hombres lo llamaban Papi, aunque slo tena veinticuatro aos de edad. Durante la marcha hasta Taejon haba odo muchas bravuconadas aquel primer da a jvenes reclutas que slo conocan la guerra por las pelculas y suponan que iban a dar una buena somanta a los norcoreanos. Miller haba permanecido en silencio mientras fanfarroneaban; pensaba que era mejor sentirse as despus de la batalla que antes, pero no vala la pena decrselo, ya que era algo que cada uno tena que aprender por su cuenta. Aquella primera batalla haba sido terrible; estaban mal preparados y los soldados norcoreano eran muy eficaces y experimentados. Al da siguiente la compaa haba quedado reducida de unos ciento sesenta hombres a treinta y nueve. Miller deca: Casi nos aniquilaron aquella primera noche.10 Despus de aquello no se volvi a hablar de patear el culo a los coreanos. No es que los muchachos hubieran combatido mal, sino que estaban recin desembarcados, sin preparacin, y tenan demasiados norcoreanos enfrente. Por bien que combatieras seguan llegando ms, cada vez ms. Se deslizaban detrs de tus lneas, te cortaban la retirada y a continuacin te atacaban por los flancos. Miller pensaba que en eso eran magnficos. El primer par de oleadas llegaba con fusiles y tras ellos venan soldados desarmados dispuestos a recoger las armas de los que haban cado y seguir avanzando. En su opinin, contra un ejrcito tan numeroso cada uno de ellos necesitaba un arma automtica y el armamento estadounidense se hallaba en muy mal estado; el equipo bsico de la infantera era a menudo basura. Los fusiles de entrenamiento que les haban dado en Fort Devens, adems de anticuados, estaban muy deteriorados, escasamente cuidados y no valan un centavo, lo que pareca revelar la valoracin que la nacin tena de su ejrcito en tiempo de paz. Desde que llegaron a Corea siempre les faltaba municin. Miller recordaba que durante un encarnizado combate en los primeros das de la guerra alguien haba trado una caja de cartuchos y todos venan sueltos, de modo que tenan que llenar sus propios cargadores. Se haba preguntado qu clase de ejrcito enviaba cartuchos sueltos a soldados de infantera superados en nmero cuya vida dependa de su capacidad de fuego y pens que los oficiales de intendencia eran unos aficionados. Los norcoreanos conducan buenos carros blindados T-34 soviticos, bajo cuya coraza no podan penetrar los lamentables proyectiles de 60 mm de las viejas bazucas de la segunda guerra mundial con que contaban las tropas estadounidenses. En la segunda guerra mundial siempre sabas cul era tu objetivo y quin combata a tu derecha y a tu izquierda, pero en Corea luchabas a ciegas y nunca estabas seguro de tus flancos porque all solas tener soldados surcoreanos. El da que llegaron a Unsan Miller diriga una patrulla a unos ocho kilmetros al norte del campamento base cuando se encontraron con un viejo granjero que les dijo que en la zona haba miles de chinos, muchos de ellos a caballo. El anciano hablaba con tal simplicidad y conviccin que Miller qued convencido de que deca la verdad, as que lo llev consigo hasta el puesto de mando de su batalln, pero all nadie pareca creerle. Chinos? Miles y miles de chinos? Nadie haba visto a ningn chino. A caballo? Eso era absurdo. As pues, aquello no sirvi para nada. Bien, se dijo Miller, ellos eran los expertos en inteligencia y deban de saber de qu hablaban. Entre los soldados del Octavo Regimiento fue un joven cabo llamado Lester Urban, de la compaa Item del tercer batalln, el primero en apreciar el peligro. Era enlace de la compaa de servicio, por lo que pasaba mucho tiempo cerca del puesto de mando del batalln y procuraba enterarse de lo que decan los oficiales. Tena entonces slo diecisiete aos, meda 1,62 m y pesaba menos de cincuenta kilos, por lo que no haba podido formar parte del equipo de ftbol de su instituto en la pequea ciudad de Delbarton (Virginia occidental). Su apodo en la compaa era Peanut [Cacahuete], pero era un chico duro y rpido y por eso lo haban elegido como enlace. Dado el estado lamentable de las comunicaciones por cable y por radio en Corea los equipos rara vez funcionaban adecuadamente, su trabajo consista en llevar mensajes, orales o escritos, del batalln a la compaa. Era una tarea extremadamente peligrosa. Urban estaba orgulloso de saber cmo hacerlo y sobrevivir. Si tena que hacer cuatro o cinco viajes a un mismo lugar durante el mismo da siempre variaba de itinerario y nunca se descuidaba, pensando que quien lo haca era hombre muerto. Urban se senta algo preocupado porque al flanco no haba tropas estadounidenses, lo que aumentaba su vulnerabilidad; pero haban encontrado tan poca resistencia durante las ltimas semanas que aquella preocupacin no le agobiaba, al menos hasta que llegaron a Unsan. All su regimiento haba quedado, en sus propias palabras, tan expuesto como un pulgar ulcerado, y bastaba observarlo para percibir que sus tres batallones estaban mal situados y mal espaciados. La distancia entre ellos, pequea en el mapa en el cuartel general, era sorprendentemente grande si tenas que correr de uno a otro como l haca. El 31 de octubre Urban estaba cerca del puesto de mando del batalln cuando el teniente coronel Harold Keith Johnson, que hasta la semana anterior estaba al mando del tercer batalln del Octavo Regimiento el 3/8 pero recientemente haba recibido el mando de todo un regimiento, el Quinto de Caballera (que tambin formaba parte de la Primera Divisin), se acerc en un jeep para comprobar las defensas. Una de las ltimas cosas que haba hecho antes de salir de Pyongyang era presidir una ceremonia dedicada a las bajas del 3/8 desde que empez la guerra, unos cuatrocientos hombres. En aquella ceremonia haban participado todos los soldados que formaban parte de la unidad desde el principio, una cantidad minscula en palabras del propio Johnson. Harold Johnson era, ms que admirado, querido por la mayora de los hombres del 3/8. Llevaba con ellos desde que llegaron a Corea y pensaban que una vez entrados en combate siempre haba tomado las decisiones ms adecuadas. Tena un desacostumbrado sentido de la lealtad hacia sus hombres, cosa que los soldados reconocen y aprecian cuando valoran a un oficial, y siempre estaban valorando a los oficiales porque su vida dependa de ello. Saban que Johnson haba rechazado la oportunidad de recibir el mando de un regimiento al principio de la guerra para poder permanecer con el batalln cuando todos ellos eran novatos, porque se senta obligado hacia los hombres que haba llevado hasta all. Haba pasado por su propio y prolongado infierno. Capturado por los japoneses en la batalla de Bataan en Filipinas a principios de 1942, haba conseguido sobrevivir a la Marcha de la Muerte y haba permanecido prisionero durante ms de tres aos. En general, la estancia en un campo de prisioneros no era algo que contribuyera a la carrera de un oficial especialmente en lo que se refiere a la de Corea, donde los prisioneros estadounidenses recibieron un trato especialmente cruel y donde algunos de ellos quedaron con graves secuelas debido al lavado de cerebro, pero Johnson lleg a jefe de Estado Mayor del Ejrcito de Tierra. Lester Urban deca de l aos despus: Era el mejor, alguien nacido para mandar soldados. Creo que siempre estaba pensando en lo que poda ser mejor para nosotros y no en su propia carrera. Su experiencia en la batalla de Bataan le haca desconfiar de la sabidura tradicional y conoca mejor que la mayora de los oficiales las consecuencias de un optimismo exagerado. En aquel momento tena al Quinto Regimiento de Caballera apostado como unidad de reserva a unos pocos kilmetros al sur de su vieja unidad, pero se estaba poniendo nervioso al or hablar de una gran fuerza enemiga que se desplazaba por toda el rea y que podra cortar la carretera aislando al Octavo Regimiento del resto de la divisin, por lo que decidi dirigirse en un jeep hacia el norte para examinar la situacin por s mismo. Durante aquel trayecto le sorprendi el mismo silencio que haba impresionado al general Paik, el hecho de que no se mova nada, y tambin a l le recorri un escalofro por la espalda. Cuando finalmente lleg hasta su viejo batalln no le gust en absoluto lo que vio. Su sustituto, Robert Ormond, era novato en la tarea y a su juicio haba distribuido mal el batalln. La mayora de los hombres estaban apostados en terreno llano y ni siquiera bien atrincherados. Al contemplar el encuentro entre ambos oficiales, Urban percibi la inquietud de Johnson. Aunque a su juicio no pareca inclinado a reprender a otro oficial, le habl a Ormond en trminos sorprendentemente rudos: Tiene que sacar inmediatamente a sus hombres del valle y hacerles subir a terreno alto! Ah donde estn son demasiado vulnerables! No tienen defensa si les atacan!. (Pens que le iba a dar una azotaina all mismo, deca Urban aos despus.) Johnson supuso que Ormond haba entendido lo que le haba dicho y se horroriz al descubrir ms tarde que su consejo haba sido ignorado. Por otra parte, tampoco era solo el tercer batalln el que estaba mal situado. Despus de que pasara toda la tragedia, muchos de los mandos admitiran que todo el Octavo Regimiento estaba muy expuesto; los soldados haban acampado como si no tuvieran enemigos que temer. El teniente Hewlett (Reb) Rainer se incorpor al regimiento despus de la batalla de Unsan y una de las cosas que decidi hacer fue reunir los datos de lo que haba sucedido. Le sorprendi la forma en que el regimiento haba acampado: Lo primero que hay que sealar es que los batallones no podan apoyarse unos a otros. No estaban adecuadamente conectados. Lo segundo es que entre ellos poda pasar una divisin o dos del ejrcito chino sin que quienes pasaban la noche all se apercibieran siquiera; y as era precisamente como combata el enemigo: se deslizaba por los flancos, luego te rodeaba y a continuacin te aplastaba deca Rainer. S que el regimiento no haba recibido noticias del cuartel general sobre los movimientos del ejrcito chino, pero aun as estaba muy al norte, en lo que se podra calificar como "territorio indio"; era evidente que estaba a punto de suceder algo; y no haba forma de explicar por qu acampaban como si estuvieran en Estados Unidos jugando a la guerra. Decir que haban acampado de forma descuidada es decir muy poco. El sargento Bill Richardson, al mando de un grupo de rifles sin retroceso en la seccin de armas pesadas de la compaa Love, recordaba muy bien aquel 31 de octubre de 1950. Su grupo estaba apostado en el extremo sur de la posicin del tercer batalln, formando parte de una unidad que guardaba un puente por el que una pequea carretera cruzaba el ro Nammyon. El da antes haban recibido por fin un envo de lo que la gente de abastecimiento llamaba ropa de invierno: algunos tabardos, calcetines nuevos y poco ms. Richardson le haba encargado a uno de sus hombres distribuir los chaquetones lo mejor que pudiera eludiendo a los sargentos porque no haba suficientes para todos. Aos despus le enfureca leer que los hombres de su compaa haban sido sorprendidos durmiendo en sus sacos de dormir. Si aciago fue el ataque por sorpresa que sufrieron, se converta en una afrenta al achacarles estar metidos en unos sacos de dormir que ni siquiera tenan. Los improvisaban lo mejor que podan envolvindose en sus mantas y ponchos. Aquel da Richardson estaba de guardia en el puente cuando el teniente coronel Johnson se detuvo all en su camino de regreso desde el puesto de mando del 3/8 para advertirle con cierta cautela: Mire le dijo, tenemos informes de algunos bloqueos de carreteras en la zona. Creemos que son restos del ejrcito norcoreano y puede que suban por el ro hacia usted, dirigindose hacia el norte. Richardson no se amilan por la noticia y le respondi (mis famosas ltimas palabras): Mi coronel, si vienen por la curva del ro sern ellos los que se lleven una sorpresa. Johnson le pidi que estuviera atento, le tendi la mano y le dese buena suerte; Richardson dijo para sus adentros (al ver que Johnson iba en el jeep prcticamente desprotegido): Mi coronel, es usted quien necesita suerte. Llevaban juntos desde el entrenamiento en Fort Devens, en Massachusetts. Richardson haba servido en Europa en el ltimo tramo de la segunda guerra mundial, aunque lleg demasiado tarde para participar en combates y slo haba podido ver la devastacin que haba causado; pero en Corea particip en las batallas ms difciles y peligrosas a las que tuvo que hacer frente nunca una unidad estadounidense. Haba crecido en Filadelfia y sus padres eran comediantes. No fue un buen estudiante y con el tiempo lo enviaron a la escuela local de formacin profesional, que era la forma que tena el sistema de decirle que se olvidara del instituto en el improbable caso de que se le hubiera ocurrido tal posibilidad. Su escolarizacin formal concluy en el noveno grado, se incorpor al ejrcito y comprob que la vida militar le gustaba. Lo entrenaron profesionales habilidosos que haban pasado por lo peor de la segunda guerra mundial y le explicaron los pequeos trucos con que quiz podra salvar su vida. Durante la primavera de 1950, cuando estaba a punto de cumplirse la tercera prrroga de su alistamiento, el ejrcito, en pleno proceso de desmovilizacin tras la segunda guerra mundial, trat de deshacerse de l; pero entonces el Inmin-gun norcoreano invadi el sur y de la noche a la maana los criterios del reenganche cambiaron y los encargados de aplicarlos prefirieron que permaneciera disponible. As que a finales de junio, en lugar de recibir la licencia, se incorpor al 3/8 en Fort Devens. Richardson recordaba que inmediatamente despus de la invasin norcoreana, el 26 o el 27 de junio, el teniente coronel Johnson haba reunido a todo el batalln en un cine de campaa y en aquel momento eran tan pocos que slo haban ocupado las dos o tres primeras filas. All les pasaron una pelcula de propaganda de la infantera que conclua con la ceremonia de entrega a algunos soldados de Estrellas de Plata y de Bronce y Johnson les dijo: Chicos, aqullos de vosotros que todava no tengis una de sas la obtendris dentro de pocas semanas. A Richardson aquello le pareci una exageracin en aquel momento.14 Al cabo de unos das comenzaron a llegar soldados de todo tipo: policas militares, cocineros, almacenistas y soldados de infantera suficientes para llenar cualquier cine, y de inmediato los enviaron a Corea. Ms tarde, cuando les atacaron las tropas chinas, Richardson crea que Johnson haba tratado de advertirle de que andaban por la zona y de que en su opinin las posiciones del Octavo de Caballera estaban demasiado expuestas, en un momento en el que pronunciar la palabra mgica chinos ante un suboficial poda provocar que se desencadenara el pnico. Richardson estaba convencido de que si Johnson hubiera sido todava el jefe del 3/8 habra reforzado sus posiciones, las habra desplazado a terreno alto y se habra asegurado de que estuvieran mucho ms concentradas y se pudieran apoyar mutuamente. A su juicio Ormond podra convertirse algn da en un buen oficial, pero aqul no era el lugar ni el momento para su primer combate. El comandante Filmore McAbee, S-3 (o jefe de operaciones) del tercer batalln, estaba tan preocupado como Johnson por la forma en que haba acampado el regimiento, pero durante mucho tiempo no tuvo posibilidad de discutirlo con Johnson porque pas los siguientes dos aos y medio en un campo de prisioneros. McAbee, un experimentado oficial de combate durante la segunda guerra mundial, era jefe de una compaa en la Primera Divisin de Caballera desde que lleg a Corea. Era considerado un excelente oficial de combate pero en el momento en que atacaron las tropas chinas se senta frustrado. Tanto Ormond como su oficial ejecutivo, el comandante Vale Moriarty, eran nuevos en el mando, y por lo que saba McAbee, su experiencia era principalmente como oficiales de Estado Mayor a nivel de regimiento. Se conocan bien mutuamente y dejaron al margen a McAbee, el oficial que haba participado en ms combates. Ms tarde ste deca: Yo me senta preocupado, pero eran ellos quienes mandaban. Haba tratado intilmente de alertar a Ormond sobre la descuidada posicin del campamento; tampoco le gustaba el excesivo optimismo de los soldados, algo de lo que culpaba a los oficiales: los vea negligentes y altaneros. Se hablaba mucho de adonde iran despus de Corea y todos parecan creer que slo les quedaban dos etapas: llegar al Yalu y luego a casa. Ms tarde, cuando McAbee supo que se haba capturado algunos prisioneros chinos sin advertir hasta aquel momento a unidades como la suya, juzg que la decisin del mando de disimular o reservarse aquella informacin era una de las ms atroces de las que nunca haba odo hablar, una total abdicacin de la responsabilidad militar. Ms adelante, cuando aprendi mucho ms de las tcticas militares chinas, entendi que las posiciones tan dispersas de su regimiento lo convertan en un blanco particularmente tentador.15
Lo que ninguno de ellos saba, ni siquiera Ormond, era que antes del ataque chino haba tenido lugar en el cuartel general de la divisin un debate en el que el coronel Hal Edson, al mando del Octavo Regimiento de Caballera, propuso replegar sus tropas. Crea que estaban demasiado expuestas y que ya haba suficientes advertencias como para prestarles atencin. El 1 de noviembre, desde que amaneci, el cielo estaba cubierto por el humo procedente de bosques en llamas. Edson y otros sospecharon que aquellos incendios haban sido provocados por tropas enemigas que queran ocultar sus movimientos dificultando la observacin area estadounidense. El general Hobart Raymond Gay, al mando de la Primera Divisin de Caballera, se tomaba ms en serio que algunos de sus superiores los informes sobre los movimientos chinos en la zona y tambin se iba inquietando de hora en hora. Aquel primer da de noviembre haba establecido el puesto de mando de la divisin en Yongsan-dong, al sur de Unsan. Llevaba ya un tiempo preocupado por la forma en que se haba repartido su divisin, pues diversos batallones haban sido enviados a otras divisiones en funcin de los caprichos de la gente al mando del I Cuerpo y sin atender a la integridad de la propia divisin. Le disgustaba en particular la desproteccin en que haba quedado el Octavo Regimiento, abierto al enemigo por todos lados. Su asistente, el teniente William West, lo vea muy irritado por la forma en que se estaba llevando la guerra de Corea. Gay, jefe de Estado Mayor del Tercer Ejrcito bajo el mando del general George Patton durante la segunda guerra mundial, crea haber aprendido cmo hacer bien las cosas y no hacerlas mal, y en Corea se estaban haciendo mal desde el principio. Le enfureca el terrible estado del ejrcito cuando empez la guerra, as como los errores iniciales de MacArthur con respecto a la capacidad del enemigo y su afirmacin de que poda vencer al Inmin-gun, como haba dicho, con una mano atada a la espalda. En su opinin los mandos de Tokio sentan demasiado poco respeto al enemigo y al terreno, y muy poca curiosidad por uno u otro.16 En una ocasin le dijo a West despus de dejar el cuartel general de MacArthur: Esta condenada gente no tiene los pies sobre la tierra; vive en un condenado mundo de ensueo. Pero lo que ms le enojaba era que los oficiales de ms talento, los militares con experiencia que ms necesitaba como mandos de batalln, siempre iban destinados a las tareas de Estado Mayor en el cuartel general de MacArthur, as como lo mucho que haba crecido ste en comparacin con los cuarteles generales de la guerra anterior; mascullaba que en 1945 el cuartel general del Tercer Ejrcito slo contaba con unos pocos cientos de oficiales para ocuparse de miles de soldados, mientras que ahora, en esta guerra, haba miles de hombres en el cuartel general de Tokio para ocuparse de unos centenares de soldados sobre el terreno. Haba un oficial cuya tarea principal, al parecer, slo consista en volar peridicamente desde Tokio hasta el puesto de mando de Gay para saber lo que necesitaba. En determinado momento Gay le dio una lista de oficiales de la segunda guerra mundial asignados en aquel momento a Tokio que deseaba para mandar sus tropas; cuando el oficial de Estado Mayor volvi a aparecer por all, Gay le pregunt dnde estaban sus potenciales mandos de batalln, a lo que el oficial respondi: El general MacArthur dice que son demasiado valiosos como para prescindir de ellos. Dios mo, qu diablos es ms valioso que oficiales probados en combate para dirigir a nuestras tropas?, gru Gay.17 Tambin le molestaba todo el parloteo sobre el regreso a casa antes de Navidad y deca: Qu Navidad? La de este ao o la del prximo? Es una chchara estpida, con la que lo nico que se consigue es que los soldados piensen sobre todo en el regreso a casa y descuiden sus tareas. Ahora, temiendo que uno de sus regimientos quedara rodeado, se esforzaba por sacarlo de all y reagrupar la divisin; pero su superior Frank Milburn, comandante en jefe del I Cuerpo, se resista. Al ejrcito no le gusta utilizar la palabra retirada a menos que se vea obligado a ello; prefiere la expresin movimiento retrgrado. Milburn no quera realizar un movimiento retrgrado despus de seis semanas de continuos avances, sobre todo teniendo en cuenta la creciente presin procedente del cuartel general de MacArthur para que avanzara hasta el Yalu lo ms rpidamente posible. West saba que Gay tema cada vez ms perder al Octavo Regimiento ante un enemigo cuya existencia segua negando el cuartel general de Tokio. En aquella guerra se haba abierto una grieta con consecuencias fatales: por un lado estaban la realidad del campo de batalla y los peligros que corran las tropas, y por otro el mundo de ilusin creado desde Tokio del que emanaban todo tipo de rdenes eufricas. Esa grieta separaba a menudo al cuerpo de la divisin; el primero reciba el calor que llegaba desde Tokio y la segunda perciba la vulnerabilidad de cada regimiento cuando sus tropas quedaban demasiado expuestas. En aquella ocasin Milburn, cuando todava haba tiempo para replegar al Octavo Regimiento, se neg varias veces a dar la orden. Por la tarde del 1 de noviembre Hobart Gay estaba en su puesto de mando con el general de brigada Charles Palmer, que ejerca el mando de la artillera, cuando un informe por radio de un avin de reconocimiento L-5 capt su atencin: Es lo ms extrao que haya visto nunca. Dos grandes columnas de infantera enemiga se desplazan hacia el sureste por los caminos cercanos a Myongdang-dong y Yonghung-dong. Nuestros proyectiles caen directamente sobre ellas pero siguen avanzando.18 Se trataba de dos minsculas aldeas a menos de diez kilmetros [por aire] de Unsan. Palmer orden inmediatamente que entraran en funcionamiento ms unidades de artillera y Gay llam nervioso al I Cuerpo, pidiendo de nuevo permiso para retirar todo el Octavo Regimiento de Caballera varios kilmetros al sur de Unsan. Su peticin fue de nuevo denegada. As se perdi la ltima posibilidad real de salvar al Octavo Regimiento de Caballera y especialmente a su tercer batalln. En cierto modo la inminente batalla estaba perdida desde antes de empezar. Dos divisiones de lite chinas, con los soldados ms expertos de su ejrcito, estaban a punto de derrotar a un regimiento de lite estadounidense, mal preparado y mal situado, bajo el mando de oficiales convencidos de que la guerra de Corea estaba esencialmente acabada.
Unidades del Quinto Regimiento de Caballera mandado por Johnson, que se desplazaban hacia Unsan en misin de apoyo, se encontraron de pronto con un importante bloqueo chino. No slo no podran ayudar al Octavo Regimiento sino que no estaba claro si podran salir ellas mismas de all sin ser destruidas. Como seal Roy Appleman, un historiador extremadamente meticuloso de la guerra de Corea, al anochecer del 1 de noviembre el Octavo Regimiento estaba rodeado por tres lados por fuerzas chinas.19 Slo por el este, si el 15. Regimiento del ejrcito surcoreano se mantena en su lugar, poda contar con cierta proteccin. El teniente Ben Boyd era ahora el nuevo jefe de seccin de la compaa Baker del primer batalln del Octavo Regimiento de Caballera. Ese primer batalln, que con su unidad aneja de tanques y artillera constitua en realidad un grupo de combate, era el ms expuesto de los tres del regimiento y se hallaba situado a unos cuatrocientos metros al norte de Unsan. El jefe del batalln, JackMillikin Jr., haba sido su oficial tctico en West Point y Boyd lo consideraba digno de confianza. Por lo que saba Boyd, su batalln estaba all solo: haba sido el primero de los tres batallones del regimiento en salir de Pyongyang y no tena ni idea de si los otros dos le seguan o no. Aquella primera tarde, inmediatamente despus de llegar, ajustaron sus morteros disparando sobre algunos blancos cercanos y hubo incluso breves intercambios de fuego con el enemigo, pero no fueron muy intensos y todos haban supuesto que se trataba de norcoreanos rezagados. Aquella noche, no obstante, Boyd recibi una llamada del jefe de su compaa, al que acababan de informar en el puesto de mando del batalln, que le dijo: Hay veinte mil lavanderas en el rea.20 Boyd saba que con aquello quera decir que haba veinte mil soldados chinos en los alrededores. Era ya noche cerrada cuando oyeron en las proximidades una extraa msica, como de gaitas asiticas. Algunos oficiales pensaron por un momento que llegaba en su ayuda una brigada britnica; pero no se trataba de gaitas sino quiz de cornetas y flautas, con un sonido mucho ms estremecedor que recordaran toda su vida y que en ocasiones sucesivas reconoceran como aviso de que las tropas chinas estaban a punto de entrar en combate; de aquel modo les llegaban las instrucciones de sus mandos y transmitan sus avances al tiempo que atemorizaban al enemigo. Boyd crea haber apostado razonablemente a sus hombres, aunque no llegaban siquiera a completar una seccin. Casi la mitad de ellos eran SCA, esto es, soldados coreanos agregados al ejrcito estadounidense, con muy escaso entrenamiento y que los oficiales juzgaban de poca confianza si se produca un serio combate. Su funcin consista, ms que nada, en hacer parecer mayores de lo que en realidad eran las fuerzas de Naciones Unidas. Aquel experimento no le gustaba a nadie, ni a los jefes de compaa, ni a los soldados estadounidenses que combatan junto a los surcoreanos sin poder comunicarse con ellos, ni a estos mismos, que daban seales de preferir estar en cualquier otro lugar. Hacia las diez y media de la noche atacaron las tropas chinas. A Boyd le pareci sorprendente la rapidez con que podan venirse abajo las lneas de defensa estadounidenses, tan mal situadas y tan dbiles que los soldados chinos parecan atravesarlas a la carrera como en una competicin deportiva, comentaran ms tarde sus hombres. El puesto del mando del batalln, que poco antes pareca bien organizado, se desintegr rpidamente. Algunos supervivientes de distintas secciones trataron de improvisar un segundo permetro defensivo, pero se vieron pronto superados. Haba heridos por todas partes. Millikin trataba de hacer frente al creciente caos lo mejor que poda, pens Boyd, e intent organizar un convoy con una decena de camiones de tonelada y media cargando en ellos tantos heridos como era posible. Boyd corri hasta el capitn Emil Kapaun, capelln del ejrcito que atenda en aquel momento a varios heridos, y le propuso subir a uno de los camiones, pero l se neg. Deseaba permanecer junto a los heridos incapaces de salir de all por s solos. Saba que tendran que rendirse, pero quera ofrecerles al menos cierto auxilio. El batalln contaba con dos tanques y cuando el convoy se puso por fin en marcha Millikin iba a bordo del que iba en cabeza y Boyd iba subido al otro, que cuidaba la retaguardia. Alrededor de dos kilmetros al sur de Unsan la carretera se bifurcaba en dos ramas, una hacia el sureste y la otra hacia el suroeste, bordeando la posicin del tercer batalln y sobre el puente que guardaban Bill Richardson y su seccin de armas pesadas. Millikin se dirigi ciegamente hacia el sureste y aquella decisin result fatal. El ejrcito chino haba apostado una fuerza formidable a ambos lados de la carretera, esperando a que llegaran. En aquellos momentos y bajo un ataque enemigo tan intenso era difcil medir las distancias o el tiempo, pero Boyd estimaba que el convoy slo haba avanzado quinientos o seiscientos metros por la carretera cuando los soldados chinos comenzaron a disparar. Su capacidad de fuego era abrumadora y el convoy, con tantos heridos, casi no tena posibilidad de responder. En la confusin todos los vehculos haban apagado sus faros el conductor del tanque de Boyd se aterroriz y comenz a hacer girar salvajemente su torreta. Los soldados que iban sobre el tanque cayeron al suelo y Boyd se agazap en la cuneta buscando cobijo. Ms tarde reflexionaba que slo haba sobrevivido por la gracia de Dios. Poda or cmo se aproximaban los soldados chinos. Su nica posibilidad era fingir que estaba muerto. Le golpearon con las culatas de sus fusiles y le dieron patadas, pero afortunadamente ninguno emple su bayoneta. Finalmente le registraron los bolsillos, le quitaron el reloj y su anillo de boda y lo dejaron all abandonado. Esper lo que le pareci una eternidad, horas, y luego comenz lentamente a arrastrarse, totalmente desorientado; entre otras heridas haba sufrido una conmocin. Poda or fuego de artillera a cierta distancia, y suponiendo que eran caones estadounidenses se dirigi hacia all. Vade un ro, probablemente el Nammyon, sintiendo entonces un dolor terrible en una pierna en la que comprob que tena una gran quemadura, probablemente causada por el fsforo blanco que lanzaban las tropas chinas. Se fue desplazando cautelosamente por la noche, ocultndose lo mejor que poda de da, durante ms de una semana, quiz diez das, con un dolor constante y un hambre atroz, tratando de llegar hasta las lneas estadounidenses. Le ayud un granjero coreano que le dio algo de comida y le indic por signos hacia dnde deba dirigirse. Estaba convencido de que no lo habra conseguido sin su ayuda. Alrededor del 15 de noviembre, tras casi dos semanas, lleg por fin a una unidad estadounidense. Lo enviaron inmediatamente a un hospital y luego a otro, ya que sus quemaduras eran realmente graves. Para l, uno de los pocos afortunados, la guerra de Corea haba terminado. No tena ni idea de cuntos de su seccin haban muerto, slo saba que haban matado al jefe de su compaa. Nunca volvi a ver a ninguno de ellos.
Justo antes de que atacaran las tropas chinas, el sargento Bill Richardson de la compaa Love segua vigilando el puente de hormign, a unos treinta metros sobre lo que supona que era un ro pero que en aquel momento slo era un cauce seco, al sur de las lneas defensivas del Octavo Regimiento en lo que tcnicamente era su posicin ms meridional. El puesto de mando del batalln estaba a unos quinientos metros al norte y el resto de la compaa Love a unos trescientos cincuenta metros al oeste. Cuando comenz a or ruidos desde un cerro al sur de su posicin, Richardson le pregunt a su amigo Jim Walsh, el nico hombre con experiencia del pelotn: Oyes lo que yo estoy oyendo?. Saba que all estaba pasando algo pero no poda prescindir ni siquiera de los cuatro o cinco hombres necesarios para un reconocimiento. Llam al puesto de mando de la compaa para pedir ayuda; tuvo que hacer tres intentos antes de que cogieran el telfono y se puso furioso: Cmo podan ser tan negligentes? Desde el puesto de mando de la compaa llamaron al del batalln y desde all enviaron finalmente a un soldado de su seccin de inteligencia y reconocimiento. Lleg tranquilamente por la carretera, sin ninguna prisa. Richardson le explic de qu se trataba y el soldado desapareci; regres poco despus con un grupo de cuatro hombres que treparon por la colina haciendo tanto ruido, segn Richardson, como toda una divisin. Cuando regres la patrulla de reconocimiento tan ruidosamente como antes, el soldado que la diriga dijo: Ah no hay nadie; pero uno de sus hombres haba encontrado una herramienta para hacer trincheras y un par de guantes acolchados muy diferentes de todos los que Richardson haba visto hasta entonces, y lo ms importante era que estaban secos, lo que significaba, teniendo en cuenta la escarcha y la niebla, que los haban abandonado all recientemente. Bueno admiti finalmente el soldado, hay algunas trincheras, pero obviamente llevan ah mucho tiempo. Richardson guard silencio lleno de enojo. Se supona que el hallazgo de aquellos guantes secos era algo que cualquiera poda entender de inmediato aunque no perteneciera al S-2 (grupo de inteligencia) de un batalln. Richardson insisti en que le llevara los guantes y la herramienta a su jefe y le dijera que poda estar a punto de suceder algo, pero el otro, obviamente molesto, le respondi: Mire, si no le gusta nuestra forma de hacer las cosas, mueva usted mismo su culo hasta all. Richardson se senta ms nervioso cada minuto que transcurra. Pasadas las diez de la noche recibi una llamada para que enviara algunos hombres al batalln para una patrulla de reconocimiento, disminuyendo an ms sus fuerzas. Slo contaba con quince hombres y cinco de ellos eran SCA, ninguno de los cuales hablaba ingls. Decidi quedarse con ellos y envi a Walsh, su mejor hombre, con otros tres estadounidenses. Cuando llegaron al batalln, como supo ms tarde Richardson, slo les dijeron que cavaran unos cobijos y descansaran un rato. En su sector todo estaba todava tranquilo, pero tanto el primer como el segundo batalln estaban ya cercados. Poco despus, alrededor de las dos y media de la madrugada del 2 de noviembre, todo salt por los aires. Las tropas chinas atacaron tambin al tercer batalln del Octavo Regimiento de Caballera. Aos despus Richardson ley que se haban deslizado hasta la zona vistiendo uniformes del ejrcito surcoreano, pero no lo crey; no tenan ninguna necesidad de disfrazarse. Llegaban continuamente desde el este, que estaba totalmente abierto. El puesto de mando del batalln, que poco antes era un centro de actividad militar estadounidense, a los pocos minutos haba sido totalmente tomado y estaba lleno de soldados chinos. Al mismo tiempo, a unos trescientos cincuenta metros a la izquierda de Richardson, las tropas chinas atacaron la posicin de la compaa Love y la ocuparon, con lo que ahora podan disparar con cuatro de sus ametralladoras hacia la posicin de Richardson y pulverizarla.
Al sur el teniente Robert Kies, jefe de una seccin de la compaa Love del tercer batalln, que era nuevo en la unidad, y el sargento Herbert Miller, el amigo de Richardson al que un viejo granjero haba advertido de la presencia de tropas chinas el mismo da que lleg a Unsan, intentaban replegarse desde la cota 904, a dos o tres cerros al sureste de la posicin de Richardson. Este apenas conoca a Kies en la divisin los jefes de seccin cambiaban muy pronto, cuando lleg con la intencin de utilizar el telfono de Richardson para tratar de saber qu estaba sucediendo. Debido al pattico estado de sus comunicaciones, l y sus hombres haban quedado totalmente aislados. El telfono de Richardson no funcionaba y Kies dedujo que los soldados chinos haban cortado los cables. Decidi llevar a sus hombres hasta el puesto de mando del batalln. Miller estrech la mano de Richardson y le dese buena suerte (mucho despus contaba: No lo volv a ver hasta cincuenta y dos aos despus, en una reunin de veteranos de la divisin). En aquel momento Richardson no poda comunicarse ni siquiera con su propia compaa. Haba ordenado a uno de sus hombres que recorriera los trescientos cincuenta metros que los separaban del puesto de mando, pero lo haban herido y no haba podido llegar hasta all. Se haba arrastrado de nuevo hasta donde estaba Richardson, excusndose repetidamente a medida que se aproximaba: Lo siento, lo siento, no he podido hacerlo. Cuando Richardson lleg hasta l y abri su chaquetn, estaba totalmente empapado de sangre; aquel soldado, del que no poda ni siquiera recordar el nombre, muri en sus brazos. El puente que les haban encargado guardar estaba ahora abierto para las tropas chinas. Richardson tom a dos o tres de los hombres que le quedaban y se dirigi hacia el norte, en direccin al puesto de mando del batalln. Estaba en una zanja junto a la carretera cuando llegaron en direccin contraria dos soldados de los que haba enviado poco antes con Walsh. Uno de ellos dijo: Los dems estn todos muertos! Walsh est muerto!. Por suerte para l, aadi el soldado, se haba apartado a orinar cuando llegaron los soldados chinos y dispararon a los dems mientras le esperaban; si no, tambin lo habran matado a l. Pocos das antes Richardson haba llegado a Pyongyang con Walsh, su amigo ms antiguo en la unidad, y se haban felicitado mutuamente por haber llegado hasta all. Ahora Walsh haba muerto y el regimiento estaba siendo destrozado.
Para el comandante Filmore McAbee, S-3 del tercer batalln, lo peor era el caos y la confusin reinante. No tenan ni idea de quin les haba atacado ni de la envergadura de sus fuerzas. Aos despus deca: Eran diez mil, tan slo un centenar o un millar? Eran chinos o coreanos?. Pero haba otros dos interrogantes urgentes: Quin estaba al mando de las fuerzas estadounidenses y cules eran sus rdenes? Ormond, el comandante en jefe del batalln, haba tratado de llegar hasta el pueblo ms prximo para comprobar el estado de sus lneas defensivas, haba sido gravemente herido y estaba agonizando o muerto. McAbee no volvi a verlo nunca. Vale Moriarty, el oficial ejecutivo, haba salido de reconocimiento y tampoco haba regresado. Aos despus McAbee segua enojado por su desaparicin, ya que en su opinin deba haber permanecido all para mantener agrupado el batalln. McAbee se dirigi hacia el sur tratando de saber qu estaba pasando. En el camino fue atacado por tres soldados chinos; inmediatamente supo que lo eran por sus chaquetas y las orejeras de sus gorras. Parecan tan asombrados del encuentro como l mismo. Alzaron sus fusiles y le apuntaron. La comunicacin era imposible, as que seal hacia la carretera y sorprendentemente se encaminaron en aquella direccin sin dispararle. Pero a partir de aquel momento comenz a abandonarle la suerte. Fue herido dos veces, al parecer por soldados chinos apostados a cierta distancia de la carretera a los que nunca vio. La primera bala le roz la cabeza y luego otra le hiri en la parte alta de la espalda y crey que todo haba acabado para l; sangraba mucho por la herida de la cabeza y se senta ms dbil a cada minuto que pasaba. Saba que el fro, terrible, era en aquel momento su peor enemigo, y estaba convencido de que iba a morir all cuando un soldado estadounidense lo encontr y lo gui de nuevo al puesto de mando del batalln.
El teniente Kies, que haba quedado aislado desde que dej a Richardson en el puente, diriga su seccin hasta el puesto de mando del batalln cuando las tropas chinas comenzaron a disparar contra ellos con ametralladoras y morteros. Se agazaparon en una zanja que corra junto a la carretera, pero quedaron all atrapados entre las fuerzas chinas y las estadounidenses perdiendo muchos hombres. El sargento Luther Wise, uno de los jefes de pelotn, le dijo: Teniente, creo que estamos rodeados de chinos por todas partes!. Justo en aquel momento les alcanz una bomba de mortero que mat a Wise e hiri a Kies. Este comprob que no poda levantar un brazo, pero sigui dirigiendo lo que quedaba de su seccin hasta el puesto de mando del batalln. En aquel caos casi tropez con un oficial chino, pero lo vio primero y rpidamente hizo retroceder a sus hombres; finalmente llegaron al nuevo puesto de mando, que de hecho no era ms que el puesto sanitario del batalln. Una ametralladora china cubra todo el trayecto que les quedaba hasta all, pero Kies se percat de que su encargado disparaba de forma muy regular pausa y rfaga, pausa y rfaga, con casi exactamente el mismo nmero de disparos cada vez y sinti como si hubiera descifrado un cdigo. Tambin consider que gozaban de cierta proteccin frente a la ametralladora china porque los cuerpos amontonados limitaban el campo de visin de su encargado. Calcul el tiempo que pasaba entre cada dos rfagas y movi a sus hombres en pequeos grupos durante las pausas. Cuando llegaron al puesto sanitario slo eran doce de los veintiocho miembros originales de la seccin; si desde el principio era numricamente dbil debido a la escasez de reemplazos, ahora pareca slo un pelotn. Kies trat de ayudar al doctor Clarence Anderson, el cirujano del batalln, cuando una granada estall junto a sus pies y lo hiri de nuevo; ahora tena cuatro fracturas en una pierna y algunas heridas en la otra. Inmediatamente despus cay una bomba de mortero y mat a cinco de los hombres de la seccin de Kies que todava podan combatir. Estaba absolutamente seguro de que pocos de ellos iban a salir vivos de all, y menos l, que no poda mover ninguna de las dos piernas. El puesto de mando del batalln era un desastre. Hombres heridos, completamente aturdidos por lo que haba sucedido, se movan desordenadamente en distintas direcciones. Cuando Bill Richardson consigui llegar hasta all le sorprendi aquel caos terrible en el que los soldados estadounidenses se mezclaban con los chinos y stos parecan incapaces de entender su victoria, como si hubiera ido ms all de sus expectativas. Ahora, despus de tomar el puesto de mando del batalln, era como si no supieran qu hacer a continuacin. En aquel momento se poda uno encontrar con un soldado chino frente al puesto de mando y sin hacer nada. Un oficial mdico le dijo a Richardson que haban establecido un pequeo reducto a poca distancia en el que protegan a unos cuarenta heridos. Vio all al doctor Anderson y al padre Kapaun, pero no estaba nada claro quin estaba al mando. Ormond y MacAbee estaban gravemente heridos y nadie saba dnde estaba Moriarty. Richardson pens que se necesitaba a alguien nuevo al mando y decidi regresar a la compaa Love a ver si poda traer de all algn otro oficial. Rehizo, pues, sus pasos gritando su nombre para que no le dispararan sus propios hombres. Encontr al teniente Paul Bromser, que mandaba la compaa Love, gravemente herido, pero el teniente Frederick Giroux, oficial ejecutivo de la compaa, aunque herido, todava estaba en pie. Giroux le dijo que el asalto chino haba sido horroroso, los haban barrido y slo quedaban con vida unos veinticinco de los ciento ochenta soldados de la compaa. A continuacin le pregunt: Puede usted sacarnos de aqu?. Richardson respondi: S, pero no cruzando el puente. Tendran que volver zigzagueando de un lado a otro. Por el camino vieron a dos soldados chinos con bolsas de granadas y Richardson le dispar a uno de ellos. El otro le tir una granada y luego una ametralladora china comenz a disparar, aterrorizando a algunos de sus hombres. Cuando se aproximaban al reducto improvisado del batalln, vieron dos tanques estadounidenses y casi instintivamente algunos de ellos treparon encima; Richardson pens que los soldados estadounidenses se pegaban a los vehculos como si stos pudieran salvarlos. Estaba seguro de que los soldados chinos optaran por seguir a los tanques, as que Giroux y l convencieron a la mayora de que se bajaran. El reducto que haban improvisado, colindante con el antiguo puesto de mando del batalln, tena alrededor de doscientos metros de dimetro. Cavaron rpidamente en la blanda arcilla que el ro haba dejado a su paso, mientras los tres tanques que todava haba dentro les concedan algo ms de capacidad de fuego e intermitentes enlaces por radio con las dems unidades (ya slo funcionaban las radios de los tanques). Siguieron recibiendo disparos durante el resto de la noche, pero milagrosamente los soldados chinos, que parecan disponer de la posibilidad de aplastarlos en cualquier momento, no volvieron a emprender ningn asalto. Richardson pens que probablemente estaban tan confusos como ellos mismos aquella primera noche pero que aquella confusin no durara hasta el da siguiente. Cuando amaneci los soldados estadounidenses se relajaron ligeramente. Haban conseguido sobrevivir al primer ataque. En aquella guerra el enemigo raramente atacaba durante el da, y aunque aqulla era su primera batalla contra las tropas chinas suponan que actuaran de forma muy parecida a las norcoreanas. An quedaba, pues, algn rayo de esperanza. Uno de los ltimos mensajes que haban recibido por radio era que se diriga hacia ellos una columna de ayuda. En determinado momento el capelln Kapaun, recordado por su notable valenta y generosidad (y que recibira como recompensa por su herosmo la Cruz de Servicios Distinguidos), le pregunt a Richardson cmo le iba y si saba qu da era. Richardson le respondi que no tena ni idea. Ayer fue el Da de Todos los Santos, y hoy se conmemora a los Fieles Difuntos, le explic Kapaun. Pues bien, padre, fieles o infieles parece que pronto tambin nosotros seremos difuntos, fue su respuesta. Ms nos valdra confiar en Dios y si tenemos que morir hacerlo como fieles, replic el capelln.
El primer teniente Phil Peterson, el que haba compartido aquella botella de espumoso ruso con su amigo Walt Mayo en Pyongyang, era observador avanzado de la batera C del 99. Batalln de Artillera de Campaa, integrada en el tercer batalln del Octavo Regimiento de la Primera Divisin de Caballera, y lo haban destinado a la compaa King acampada junto al puesto de mando del batalln. Cincuenta aos despus crea que poda reproducir casi palabra por palabra la explicacin de los mandos del batalln, pocas horas antes del ataque enemigo, en relacin con los informes de que haba tropas chinas en el rea: Se supone que esos chinos estn aqu para proteger los generadores elctricos norcoreanos [un poco ms arriba del Yalu] y no hay que disparar contra ellos a menos que ellos lo hagan primero. Ningn observador avanzado debe disparar contra las instalaciones elctricas. Hasta que atacaron las tropas chinas no entendi Peterson el cinismo del alto mando con respecto a los riesgos que corran. Muchos aos despus deca amargamente: Lo que nos contaron era todo mentira. Hacia las nueve de la noche, poco antes de comenzar el ataque chino, los hombres de uno de los puestos avanzados de la compaa King trajeron un prisionero que vesta una inslita chaqueta guateada. Los soldados surcoreanos agregados a la compaa King no le entendan. Peterson estaba convencido de que haban hecho prisionero a un soldado chino. Recibieron la orden de bajar de su posicin en lo alto de un cerro y acercarse al puesto de mando del batalln; era una maniobra confusa por la noche y la compaa estaba dividida en pelotones de una docena de hombres. Entonces comenzaron a disparar las tropas chinas. El grupo de Peterson qued atrapado en una zanja junto a un arrozal, recibiendo fuego de ametralladora desde ambos lados de la zanja. Se agazap junto a un joven sargento que haba sido herido en una nalga y que pareca casi contento por ello. Le dijo a Peterson (con cierto humor negro, porque ninguno de ellos esperaba salir de all vivo): Mire, teniente, he conseguido mi herida de un milln de dlares!. As llamaban a las heridas que les garantizaban la licencia y el regreso a casa, pero en aquel momento nada pareca ms lejos. Mientras Peterson permaneca atrapado en aquella zanja, otros miembros de la compaa trataban de sacar de all los seis obuses de 105 mm de la batera. La posibilidad de evitar que aquellas piezas de artillera cayeran en manos del enemigo se estaba desvaneciendo rpidamente. Cuando decidieron escapar de all y reagrupar su pequeo convoy (alrededor de diecisis vehculos: camiones que transportaban los obuses y jeeps con algunos hombres y algo de comida) era ya demasiado tarde. Sin que ellos lo supieran las tropas chinas haban cortado ya la carretera hacia el sur y les esperaban a ambos lados. Muchos de ellos iban armados con subfusiles Thompson un arma que ya no empleaba apenas el ejrcito estadounidense y que el chino haba capturado o comprado por miles a sus enemigos del Guomindang durante la guerra civil recientemente concluida; para ellos era un arma muy valiosa en aquel momento. El fuego sobre la carretera bloqueada iba disminuyendo. El teniente Hank Pedicone, uno de los mejores oficiales de la unidad, que haba ganado la Estrella de Plata en la segunda guerra mundial, fue uno de los pocos que sobrevivieron a aquella emboscada. Ms tarde le cont a Peterson que no haban tenido ninguna posibilidad de escapar y que era terrible ver cmo toda la compaa estaba siendo destruida. Horas antes Pedicone les haba pedido a sus superiores que comenzaran el repliegue, pero le haban dicho que tenan que esperar rdenes. Pedicone les haba respondido: No podemos recibir ninguna orden porque las comunicaciones estn cortadas. Tenemos que actuar por nuestra cuenta.24 Algunos soldados y el capitn Jack Bolt, jefe de la batera, que iba a la cabeza en un jeep, consiguieron salir de all porque los soldados chinos los dejaron pasar sin disparar sobre ellos, probablemente esperando volcar un camin de los que transportaban los obuses, no slo porque era una presa mayor sino porque as podan bloquear la carretera; pero de los ciento ochenta hombres que componan la compaa sobrevivieron muy pocos. Aqul fue el ltimo convoy que trat de abandonar el rea de Unsan. Entretanto Peterson y su grupo se haban retirado lentamente hacia el puesto de mando del batalln, esperando a que se hiciera de da. Al amanecer se arrastraron hasta una pequea explanada a unos doscientos metros del puesto de mando del batalln y desde all se fueron introduciendo en pequeos grupos en el reducto.
Durante la noche del 1 al 2 de noviembre Papi Miller, su amigo Richard Hettinger y su seccin estaban a menos de dos kilmetros del puesto de mando del batalln cuando recibieron una llamada dicindoles que regresaran. El batalln y todo el regimiento haban recibido la orden de retroceder, pero para ellos llegaba un poco tarde. Acababan de pasar por un puesto avanzado cerca de un puente cuando oyeron los primeros disparos de armas automticas y a continuacin los rodearon las tropas enemigas, as que Miller llev a toda prisa a la seccin bajo el puente y cruzaron el ro, que en aquel momento no era ms que un cauce seco. Las bengalas iluminaban toda la zona. La mayora de los hombres estaban ya al otro lado cuando un fragmento de metralla alcanz a Miller en una mano. Ms tarde recordaba lo confuso que era todo, con chinos por todas partes que parecan tenerlos rodeados sin permitirles retroceder en ninguna direccin. Un momento antes tena la sensacin de que las tropas enemigas estaban muy cerca y de repente estaban justo encima de l y de sus hombres. Estos haban visto una zanja junto a la carretera y se refugiaron en ella. Miller recordaba que casi todos eran novatos, soldados de reemplazo recin llegados, y que ninguno de ellos haba visto en toda su vida un combate como aqul. Creyeron que en la zanja estaban a salvo y no lo estaban. En ningn lugar iban a estar a salvo, ni siquiera en terreno alto ni en el puesto de mando del batalln, pero Miller saba que el lugar menos seguro de todos era aquella zanja en la que ahora se amontonaban alrededor de treinta y cinco hombres, algunos de ellos de su seccin y otros de otras secciones, as que le grit a su amigo Hettinger: "Het, salgamos de aqu antes de que nos maten!", y obligaron a los dems a salir de all. Eran alrededor de las tres de la madrugada del 2 de noviembre. Miller estaba a punto de salir de la zanja cuando una granada china le destroz una pierna, desgarrndole el muslo y rompindole los huesos del pie. No poda moverse, as que permaneci all esperando al amanecer y convencido de que iba a morir. Saba que nadie lo iba a sacar de all y que lo nico que poda hacer era arrastrarse hasta el puesto sanitario del batalln, que seguramente estaba cerca aunque quiz lo hubieran tomado ya las tropas chinas. Haca tanto fro que el aliento se le condensaba y temi que los soldados chinos, al revisar los cuerpos como era seguro que lo haran, descubrieran as que estaba vivo. Trat de ocultarse bajo los cuerpos ms cercanos. Alrededor de las dos de la tarde del 2 de noviembre lo encontraron cinco o seis soldados chinos que andaban por el campo de batalla comprobando metdicamente los cuerpos, tanto chinos como estadounidenses. Uno de ellos le apunt con su fusil a la cabeza. Pens que todo haba acabado para l pero el padre Kapaun corri hacia all, empuj a un lado al soldado chino y le salv la vida. Miller crey que los iban a matar a ambos, pero la accin del capelln pareca haber impresionado al soldado chino y los dej en paz. Kapaun, ignorndolo, levant a Miller y se lo carg a la espalda; los haban hecho prisioneros pero no iba a dejar que Miller muriera all.
El ataque chino haba cogido totalmente desprevenidos a los soldados del primer batalln del Octavo Regimiento. De hecho ya haban combatido contra tropas chinas en una breve escaramuza sin saber que lo eran.25 Para Ray Davis, cabo de diecinueve aos en la compaa Dog del primer batalln, una compaa de armas pesadas, haba sido un tiroteo por azar, de los que tenan lugar de vez en cuando. Haban llegado a Unsan el 31 de octubre y formaban parte de un grupo del tamao de una compaa que atravesaba un arrozal cuando comenzaron a dispararles desde algn cerro cercano. Davis recordaba que caminaban despreocupadamente cuando comenz el fuego; la mayora de ellos ni siquiera llevaba puesto el casco. En aquel momento ambos bandos haban retrocedido; el ataque real se produjo da y medio despus. Davis formaba parte del equipo de una ametralladora pesada, apostado en un punto relativamente alto, en un monte al sur de la carretera que corra en direccin este-oeste. Era una carretera estrecha por la que slo poda pasar un carro de bueyes en la que se atestaban en aquel momento los vehculos del Octavo Regimiento de Caballera. Las tropas estadounidenses se desplazaban siempre por carretera y por eso resultaban muy vulnerables frente a aquel nuevo enemigo. Los chinos, por el contrario, lo hacan a pie y les resultaba siempre ms fcil subir a terreno alto y disparar desde all contra los estadounidenses, fatalmente sujetos por sus vehculos al fondo de los valles. Poco despus de medianoche se produjo el aplastante ataque chino. Durante casi cuatro meses Davis haba participado en batallas en las que el enemigo siempre gozaba de superioridad numrica y en las que el mayor problema para su pelotn, como en general para los encargados de las ametralladoras, era que stas solan estropearse debido a la intensidad del fuego. Davis lo saba muy bien; haba pasado de ser uno de los porteadores de la municin cuando lleg al pas, a segundo y luego primer ametrallador, y ya haba utilizado tres o cuatro ametralladoras distintas. Su capacidad de fuego siempre resultaba escasa debido al gran nmero de enemigos atacantes. Las armas bsicas de la infantera con las que haban comenzado el fusil M-1, la carabina y hasta las ametralladoras no haban sido diseadas para el nivel de fuerzas a las que tenan que hacer frente. El teniente coronel Bob Kane, jefe de su batalln, le dijo en una ocasin a Davis que en aquella guerra, antes de poder irte a casa, tenas que matar a un centenar de enemigos. Lo que nunca le explic era cmo podas demostrar que habas completado el centenar. Davis nunca haba visto nada semejante. Cuando lanzaban bengalas vea tantos soldados enemigos que le recordaban los campos de trigo cerca de la granja donde haba crecido, en el estado de Nueva York. Era una visin aterradora, miles y miles de soldados que, le pareca, se dirigan todos ellos contra l. Si matabas a uno, otro lo reemplazaba; si tumbabas un centenar lo sustitua otro centenar, lo que pareca poner un fin amargo a la broma de Kane. Davis divis hombres a caballo que parecan dirigir a los dems; cuando hacan sonar unas cornetas los soldados enemigos modificaban la direccin de su ataque. Davis saba que el puado de hombres a su alrededor dispona slo de una pequea cantidad de municiones y que por lo tanto les quedaba poco tiempo de vida. Disparaban una y otra vez, a menudo a quemarropa, y Davis pens que en una hora o dos como mucho se habran quedado sin municiones o que las ametralladoras, sobrecalentadas, habran dejado de funcionar. Alrededor de las dos de la madrugada fue por l el sargento de su seccin. Davis destruy su ametralladora con su ltima granada de termita y ambos consiguieron retroceder hasta un punto donde sus morteros, que disparaban a discrecin contra los chinos, les ofrecan alguna proteccin. Lo primero era aguantar toda la noche. Luego, cuando amaneci, trataron de reagruparse, algo sorprendidos de seguir vivos. Estaban rodeados por todas partes.
En el reducto creado a toda prisa cerca del puesto de mando del batalln, el teniente Giroux haba asumido el mando de facto de los supervivientes cercados pese a estar gravemente herido. Haba participado en la segunda guerra mundial, era un oficial de infantera experimentado y pareca saber lo limitadas que eran sus posibilidades y tener cierta idea de cmo actuar mientras les quedara cierto grado de libertad. Junto a l estaban el teniente Peterson, su amigo Walt Mayo y tambin Bill Richardson, que aunque no era oficial se haba convertido en el largo trayecto hacia el norte desde los primeros das de la guerra en un suboficial muy experimentado. Desde que oyeron el primer disparo todos ellos haban sabido que se trataba de tropas chinas y que todo su regimiento se haba convertido en el primer blanco de lo que haba llegado a ser en una guerra totalmente distinta. Los hombres atrincherados dentro del permetro haban conseguido superar la primera noche pero el panorama pareca muy sombro. Si era cierto que la ayuda vena en camino, como seguan dicindoles desde el cuartel general, no vean seales de ella. Un helicptero trat de aterrizar para llevarse algunos de los heridos, pero el fuego desde las posiciones chinas era tan intenso que tuvo que alejarse sin lograrlo tras lanzarles algunos equipos de ayuda mdica, sobre todo pequeas compresas. Los soldados desesperados que haban quedado en el interior del permetro afrontaban ahora un dilema: escapar de all o tratar de proteger a los heridos. Tambin corran el peligro de quedarse sin municin y no disponan de suficientes armas, pero una valoracin fra les deca que aquello era probablemente el menor de sus problemas: pronto habran muerto tantos hombres que habra armas en exceso para todos. Su dbil permetro defensivo estaba a unos setenta metros de tierra llana, muy abierta, del puesto de mando del batalln, adonde haban trasladado la mayora de los heridos. Al medioda del 3 de noviembre Peterson, Mayo, Richardson y Giroux se acercaron al puesto de mando con la intencin de mantener all una ltima reunin. Richardson no asisti a ella porque no era oficial, pero le contaron lo que haban debatido. Se trataba de un asunto espinoso, sobre el que no llegaban a un acuerdo: qu hacer con los heridos en el terrible momento final que todos saban que se aproximaba. Los oficiales heridos tendran que decidir si preferan quedar a merced del enemigo, tal como estaban. Bromser y Mayo le dijeron al teniente Kies que iban a tratar de escapar de all y le preguntaron si les podra acompaar; Kies les respondi que no y que deban olvidarse de l; no poda caminar y no estaba dispuesto a ser una carga para los dems. Richardson segua dndole vueltas al asunto medio siglo ms tarde, sin acabar de dilucidar cul era la decisin ms correcta. Se present voluntario para quedarse atrs con algunos hombres y proteger a los heridos tanto tiempo como pudiera, pero la oferta fue rechazada por los oficiales heridos. No se poda desperdiciar, si se poda utilizar esa palabra, en defender a los heridos y agonizantes a nadie capaz de caminar y de dirigir a los dems. Todos saban que les quedaba poco tiempo y que el siguiente asalto sera an ms duro. Podan or a los soldados chinos cavar una trinchera desde el lecho del ro directamente hacia su reducto, lo que les permitira situarse por encima de los estadounidenses sin quedar al descubierto. Richardson se dio una vuelta pidiendo granadas a todos, se las entreg a un sargento particularmente animoso, cuyo nombre nunca supo, y le encarg la tarea de frenar la excavacin de los chinos. El sargento se arrastr hasta all Richardson pens que era una hazaa endiablada, ese tipo de acciones que es ms fcil ver en una pelcula que en la vida real y efectivamente detuvo la excavacin de la zanja. Pero el lazo se iba estrechando y la chchara sobre la columna de apoyo se iba apagando. Aquel mismo da se produjo un bombardeo desde el aire por parte de aviones B-26 australianos, pero el tiempo trabajaba contra ellos. Tambin hubo un intento de reabastecerles: un pequeo avin de reconocimiento les haba arrojado un par de bolsas de lona que cayeron a unos ciento cincuenta metros del permetro. Richardson se arrastr hasta all y las recogi, pero dentro no haba casi nada, en particular de lo que ms necesitaban: municin y morfina. La prometida columna de apoyo no iba a llegar nunca. El general Hobart Gay, jefe de la divisin, que llevaba varios das pidiendo un repliegue del regimiento, haba enviado efectivamente fuerzas adicionales hacia el norte con ese fin, pero haban sido aplastadas por las tropas chinas en una emboscada perfecta para interceptar la indefectible columna de apoyo, lo que constitua un ejercicio bsico del modus operandi chino: emboscar sus tropas a la espera de las previsibles fuerzas de apoyo. En aquel caso, cuando se aproximaron a las posiciones chinas, iban faltas de artillera y respaldo areo, los dos instrumentos que les podan conceder cierta ventaja. Una de las unidades enviadas para tratar de llegar hasta los cercados era el Quinto Regimiento del teniente coronel Johnson, uno de cuyos batallones sufri doscientas cincuenta bajas. El 3 de noviembre Gay, obedeciendo rdenes de Milburn desde el I Cuerpo de retirar su divisin y sabiendo que no haba esperanza, tom la que ms tarde calificaba como la decisin ms difcil de su carrera. Puso fin a todas las operaciones de apoyo y abandon a su suerte a los supervivientes del Octavo Regimiento. Aquel mismo da otro avin de reconocimiento les hizo llegar a los asediados un mensaje dicindoles que trataran de salir de all como pudieran. No era precisamente reconfortante, pero Richardson y la mayora de los dems hombres all encerrados ya haban asumido la situacin. Cuando cay la noche las tropas chinas volvieron a atacar con fuerza. Los soldados estadounidenses cercados dispararon sus bazucas contra algunos de sus vehculos atascados en la carretera hacia el sur-suroeste, hacindolos arder. De aquel modo encendieron sus propios focos de luz, que les ayudaron mucho a defenderse. Una vez que un vehculo empezaba a arder, lo haca durante mucho tiempo. El nmero de soldados estadounidenses todava hbiles que mantenan la defensa del permetro, que al atardecer era inferior al centenar, sigui disminuyendo durante la noche. Cada hora que pasaba eran menos y con menos municin. Al amanecer el 4 de noviembre Richardson estimaba que la cuarta parte de los estadounidenses que seguan combatiendo lo hacan con subfusiles recogidos de los cadveres chinos. Aquella segunda noche haba sido tan horrible como la primera. Los haba abandonado el ltimo tanque algunos decan que se lo haban ordenado, pero haba quien crea que lo haban decidido por s mismos y con l se perdi todo contacto por radio con el exterior del permetro, lo que era de por s aterrador; de algn modo simbolizaba el hecho de que haban quedado abandonados. Uno de los recuerdos de Peterson de aquel da era el de los cuerpos de sus compatriotas amontonados alrededor de la ltima ametralladora cuando las tropas chinas concentraron su fuego sobre ella. A primera hora de la maana del da 4 se les encarg a Richardson, Peterson, Mayo y otro soldado organizar una patrulla para ver si podan salir de all. El grado no importaba mucho. Mayo y Peterson eran oficiales pero de artillera, observadores avanzados, y Giroux le hizo ver a Richardson que, aunque slo era suboficial, probablemente era el que ms experiencia tena en tcticas de la infantera y se poda confiar en su instinto. Peterson recordaba un momento terrible antes de salir del reducto. Cuando se arrastraba junto al operador de radio, tumbado y malherido, ste le haba dicho: Mi teniente, adnde va?. Peterson le respondi que iban a tratar de encontrar una salida y buscar ayuda, pero el otro comenz a suplicar: Mi teniente, por favor, no me deje aqu! Por favor, no puede abandonarme aqu en manos de los chinos!. Mirando a aquel hombre Peterson supo que su muerte slo era cuestin de horas y le dijo: Lo siento, lo siento mucho, pero tenemos que salir de aqu y buscar ayuda; a continuacin sigui arrastrndose para unirse al resto del grupo. Richardson estaba seguro de que haba alguna forma de salir hacia el este porque ninguno de los asaltos chinos provena de esa direccin; desplazndose muy lentamente llegaron al lecho de un ro lleno de chinos heridos, y sabiendo lo cerca que estaban muchos de sus hombres, especialmente los heridos, de caer prisioneros, Richardson les dijo a los que le acompaaban: No piensen siquiera en apuntarles, slo disparen. No piensen en ello. Se detuvieron en una casa donde se haban almacenado por breve tiempo las reservas estadounidenses. Ahora estaba llena de chinos heridos, que susurraban una especie de silbido fantasmagrico. Ms tarde le explicaron a Richardson que lo que decan era shui, shui, pidiendo agua. Tras aquella exploracin quedaron convencidos de que podan escapar dirigindose hacia el este y retrocedieron hasta el reducto donde les esperaban los dems. Para Bill Richardson las decisiones que tomaron entonces fueron las ms dolorosas de toda su vida. Nada de lo que sucedi durante los das siguientes o durante el resto de su vida poda equipararse a aquello. En aquel momento haba all alrededor de ciento cincuenta heridos, y no haba forma de recorrer aquel peligroso trecho por la noche, bajo el fuego enemigo y por terreno montaoso, no al menos sin comprometer la fuga de los que mal o bien podan todava caminar. Los heridos ms graves saban que la resistencia haba acabado, pero ninguno de ellos quera que lo dejaran all a merced de los chinos. Cuando regres Richardson, algunos de los que todava podan moverse se acercaron a l llorando, pidiendo que no los dejaran all, por favor, por Dios, que no los abandonaran en manos de los chinos, que los llevaran consigo, que no los dejaran morir all. Se preguntaba cmo era posible cumplir con su deber, obedecer las rdenes de sus superiores con las que en definitiva estaba de acuerdo y sacar de all tantos hombres como era posible, y sin embargo sentirse peor como ser humano. Se perdonara alguna vez lo que tuvo que hacer en aquel momento?26 Medio siglo despus todava segua hacindose aquella pregunta. Tuvo que abandonar a su suerte a muchos soldados que conoca y que haban combatido con valenta. El mando de Giroux fue muy beneficioso durante los primeros das de cautiverio, pues contribuy a establecer cierto orden y a cuidar de los heridos ms graves, pero muri poco despus en un campo de prisioneros. Kies esper con el resto de los heridos a que llegaran los soldados chinos, sabiendo que todo estaba perdido. Cuando finalmente aparecieron y uno de ellos le orden que se pusiera en pie, lo intent pero cay al suelo. Sus piernas estaban inutilizadas. Se haba quitado las botas de combate porque los pies se le estaban hinchando horriblemente. Ms tarde recordaba que los chinos separaron a los prisioneros, poniendo en un grupo a quienes todava podan andar, como el doctor Anderson y el padre Kaplan, y en otro a los dems que, como l, no podan caminar estimaba que eran alrededor de treinta los que estaban en aquel estado y que haba que transportar en camillas; cinco de ellos murieron debido a sus heridas la primera noche. Pasaron das y das sin casi nada para comer y bebiendo un agua de sabor repugnante que uno de ellos, que poda arrastrarse, les traa en un casco. No les ofrecieron cuidados mdicos, ni siquiera vendas o yodo, durante diecisis das, al cabo de los cuales una especie de enfermero les atendi someramente. Se movan despacio y por la noche. Kies recordaba que los soldados chinos los condujeron hacia el norte durante unas dos semanas y una noche oy el sonido de un ro que estaba convencido de que era el Yalu. Pero entonces, con gran sorpresa por su parte, dieron media vuelta hacia el sur y se encaminaron hacia las lneas estadounidenses. Ms tarde pens que quiz estaban cansados de transportar tantos prisioneros. Los abandonaron en una casa a unos pocos kilmetros al norte de las posiciones estadounidenses a finales de noviembre y uno de los prisioneros ms recientes, que poda caminar, consigui salvar la distancia que los separaba de ellas y establecer contacto con un puesto estadounidense desde el que enviaron vehculos para recogerlos. En total Kies haba estado prisionero casi un mes. Haba tenido suerte, ya que los que todava podan andar pasaron en Corea ms de dos aos en una cautividad brutal, en la que muchos de ellos murieron. Su grupo, originalmente compuesto por unos treinta hombres, se haba reducido a ocho cuando fueron rescatados. Tena rota la pierna izquierda por cuatro lugares y cincuenta y dos heridas provocadas por una granada de mortero por debajo de la cintura; uno de los hombres que los rescat le dijo: Tiene usted un aspecto horrible. Pero en los hospitales del ejrcito recuper la salud y pas luego dos aos como consejero en Vietnam.27
Volviendo al pequeo reducto estadounidense junto al puesto de mando del tercer batalln, los que pretendan escapar de all iniciaron la marcha poco antes de las cinco de la tarde. Eran alrededor de sesenta y una vez que llegaron al lecho seco del ro se encaminaron hacia el sur, pero era difcil avanzar. Ahora estaban tras las lneas chinas y el tamao del grupo aumentaba la probabilidad de ser descubiertos. Cuando llegaron a la carretera conocida como Ruta Principal de Abastecimiento tuvieron que cruzarla rpidamente; Richardson consigui alinearlos de forma que pudieran hacerlo todos a la vez. En determinado momento, mientras hacan un descanso, un sargento del grupo de inteligencia se desliz hasta Richardson y le susurr que si los dos abandonaban a los dems y seguan avanzando por su cuenta conseguiran llegar, casi con seguridad, hasta las lneas estadounidenses, porque eran profesionales y no los retrasaran los dems, algunos de los cuales eran claramente novatos. Tena razn y probablemente a alguno de los oficiales se le debera haber ocurrido esa idea, pero ya era demasiado tarde y Richardson saba que no poda abandonar a aquellos hombres, en aquel momento y en aquel lugar, aunque le costara la vida. En la maana del 5 de noviembre se toparon con un puesto avanzado chino y hubo un intercambio de disparos. Ahora que las tropas chinas saban dnde estaban acabaron separndose. Richardson era el nico de aquel pequeo grupo que dispona de un arma, un subfusil. Les dijo a los dems que siguieran andando y cuando ya crea que haba conseguido alejarse, los chinos lo encontraron y lo hicieron prisionero. No iba a estar en casa por Navidad como haba prometido Tokio. Por el contrario, pas dos aos y medio en diversos campos de prisioneros y lo mismo le iba a suceder a Phil Peterson, a quien capturaron de forma parecida.
En el Octavo Regimiento de Caballera hubo alrededor de ochocientas bajas entre los dos mil cuatrocientos soldados que lo componan; en el tercer batalln, que contaba con ochocientos hombres cuando comenz la batalla, slo sobrevivieron unos doscientos. Fue la peor derrota del ejrcito estadounidense en la guerra de Corea hasta aquel momento, doblemente dolorosa porque tuvo lugar despus de cuatro meses durante los que pareca que las cosas se haban puesto de su parte y que tena la victoria a la vista, y porque la haba sufrido una unidad con mucho prestigio. De repente haba aparecido, como de la nada, el Ejrcito de Voluntarios del Pueblo Chino y haba machacado a un regimiento de lite integrado en una divisin de lite. El Octavo Regimiento de Caballera perdi una tercera parte de sus hombres en Unsan y gran parte de su equipo, incluidos doce obuses de 105 mm, nueve tanques, ciento veinticinco camiones y una docena de rifles sin retroceso. Un portavoz de la divisin que habl poco despus con los periodistas les dijo, claramente trastornado: No sabemos si representan al gobierno comunista chino, pero fue una masacre al estilo indio, como la del teniente coronel Custer en Little Bighorn.28 La misma comparacin se les ocurri a otros. Papi Miller, herido, capturado y llevado a la espalda por el capelln Kapaun, formaba parte de un pequeo grupo de prisioneros que se desplazaba un poco ms hacia el norte cada noche. Durante su trayecto hasta un campo de prisioneros llegaron a un lugar que el ejrcito chino utilizaba como base temporal y all vio miles y miles de soldados chinos, quiz veinte o treinta mil. Era como una ciudad secreta en el norte de Corea llena de soldados chinos. Al contemplar aquella visin espectacular del enemigo supo lo mucho que la guerra haba cambiado, pero no poda contrselo a nadie: iba a pasar dos amargos aos en un campo de prisioneros de guerra en el que los golpeaban regularmente, les negaban los cuidados mdicos ms elementales y apenas los alimentaban. Las fuerzas de Naciones Unidas, les gustaran o no los movimientos retrgrados, retrocedieron rpidamente al otro lado del ro Chongchon donde se aprestaron a recibir otro ataque de las fuerzas chinas, pero stas se haban desvanecido tan misteriosamente como haban aparecido. Nadie saba dnde se haban metido. Haban abandonado en silencio el campo de batalla y se haban hecho invisibles de nuevo; pero no haban abandonado el pas como los mandos en Tokio queran creer. Simplemente haban retrocedido a posiciones ocultas ms al norte. All iban a esperar pacientemente a que las tropas estadounidenses cayeran en una trampa an mayor y ms lejos de sus principales bases. Lo que haba sucedido en Unsan era slo el principio. El peor golpe llegara ms al norte y ms avanzado el invierno al cabo de unas tres semanas. Lo sucedido en Unsan era una advertencia, pero en Tokio no le prestaron atencin. En Washington el presidente y sus principales asesores, que llevaban ya semanas muy preocupados por las intenciones chinas, se pusieron ms nerviosos que nunca. La Junta de Jefes de Estado Mayor, respondiendo a la preocupacin del presidente Truman, telegrafi a MacArthur el 3 de noviembre pidindole que respondiera a lo que parece una intervencin abierta en Corea de fuerzas comunistas chinas. Lo que sucedi durante los das siguientes reflejaba la creciente diferencia entre lo que quera MacArthur, que era llegar hasta el Yalu y unificar toda Corea, y lo que quera Washington, que era evitar una guerra abierta con la Repblica Popular China. La cuestin de hasta dnde estaba dispuesto a llegar el ejrcito chino se haba convertido en decisiva para Washington y de nuevo MacArthur decidi controlar la toma de decisiones a travs de la informacin que pasaba por la oficina del general de brigada Charles Willoughby. ste minimiz deliberadamente tanto el nmero como las intenciones de las tropas chinas. El 3 de noviembre evalu el nmero de soldados chinos en Corea entre un mnimo de diecisis mil quinientos y un mximo de treinta y cuatro mil quinientos (tan slo en Unsan alrededor de veinte mil soldados chinos, unas dos divisiones, haban atacado a las tropas estadounidenses y prcticamente al mismo tiempo una cantidad parecida de soldados chinos haba atacado a un batalln de marines en la costa oriental de la pennsula, provocando gran nmero de bajas). En realidad haba ya en Corea alrededor de trescientos mil soldados chinos, unas treinta divisiones. MacArthur, momentneamente conmocionado por el asalto, trat de reducir su importancia y en su respuesta al telegrama de la Junta de Jefes de Estado Mayor adopt la misma lnea que Willoughby. Telegrafi que el ejrcito chino slo estaba all para ayudar a los norcoreanos a mantener una base de accin nominal en Corea del Norte que les permitiera salvar algo del naufragio.29 Aunque se haba sentido algo trastornado en un primer momento por el ataque chino, ahora que pareca haber pasado, MacArthur cobr confianza de nuevo. El general Walton Walker, al mando del Octavo Ejrcito estadounidense del que formaba parte el Octavo Regimiento de Caballera derrotado en Unsan, envi un telegrama a Tokio tras el ataque en el que deca: EMBOSCADA Y ATAQUE POR SORPRESA DE UNIDADES BIEN ORGANIZADAS Y BIEN ENTRENADAS, ALGUNAS DE LAS CUALES ERAN FUERZAS COMUNISTAS CHINAS.30 No poda haber sido ms claro. La franqueza del mensaje de Walker no gust en el cuartel general de MacArthur, quien quera que Walker se olvidara del peligro imaginario del ejrcito chino y que siguiera avanzando hacia el norte, como si nada hubiera pasado. Incluso le reprendi duramente por sugerir detener el avance hacia el norte y pretender, como los Jefes de Estado Mayor en Washington, establecer una lnea de demarcacin en la cintura estrecha de la pennsula. MacArthur le pregunt a Walker, quien ya tema ser relevado, por qu el Octavo Ejrcito haba roto contacto con el enemigo despus de Unsan y se haba retirado tras el ro Chong-chon, empujado, dijo, por unos pocos voluntarios chinos. Le orden seguir avanzando hacia el norte y hacerlo ms rpidamente, mientras el ejrcito chino esperaba pacientemente oculto su llegada. El 6 de noviembre MacArthur hizo pblico un comunicado en Tokio diciendo que la guerra de Corea haba llegado prcticamente a su final al cerrarse la trampa al norte de Pyongyang. No todos estaban tan convencidos; a muchos altos mandos del Octavo Ejrcito, conscientes de lo que haba sucedido en Unsan, les pareca que slo haba sido una breve muestra del potencial chino. Ahora ms que nunca haba multitud de razones para el nerviosismo en Washington. Como observ ms adelante el teniente general Matthew B. Ridgway, cuando las tropas chinas atacaron por primera vez MacArthur lo entendi como una calamidad y envi un mensaje a Washington protestando por la prohibicin de bombardear los puentes sobre el Yalu y afirmando que la posibilidad de que las tropas chinas los cruzaran amenaza con la destruccin de las fuerzas bajo mi mando. Cuando la Junta de Jefes de Estado Mayor respondi a aquel mensaje sealando que la intervencin china pareca, en palabras de Ridgway, un hecho consumado, lo que seguramente exigira una dolorosa reevaluacin de todos los movimientos de las fuerzas de Naciones Unidas hacia el norte, MacArthur envi otro mensaje muy distinto al anterior con el que pretenda tranquilizar a los mandos de Washington asegurndoles que la fuerza area poda proteger a sus hombres y que stos podran destruir a cualquier enemigo que se interpusiera en su camino. As pues, el avance hacia el norte iba a proseguir de forma irremediable, alterando sustancialmente la naturaleza de la guerra de Corea. MacArthur, ante el dilema abierto entre su sueo de conquistar toda Corea y el peligro que supona para sus tropas un enemigo formidable, opt por el primero aun a costa del segundo.
En Washington los altos mandos seguan impotentes el curso de los acontecimientos. Como escribi ms tarde el secretario de Estado Dean Acheson, el control de la guerra haba pasado primero al ejrcito chino y luego a MacArthur, y pareca que Washington no poda influir en absoluto sobre el primero y slo marginalmente sobre el segundo; y hasta dnde estaba dispuesto a llegar MacArthur con la desconcertante maniobra militar que tena lugar ante nuestros ojos?. Aqul fue un momento decisivo: haban aparecido en el campo de batalla tropas extremadamente hbiles de un nuevo enemigo, haban combatido eficazmente y luego se haban desvanecido. La cautela ms elemental aada Acheson pareca advertir que podan reaparecer tan de repente y causando tanto dao como ya lo haban hecho. En Sudong, al otro lado de la pennsula, los marines integrados en el X Cuerpo tambin haban sufrido un ataque muy encarnizado en una batalla que tuvo lugar entre el 2 y el 4 de noviembre y que les haba costado cuarenta y cuatro muertos y ciento sesenta y dos heridos. En su opinin se trataba de un ataque cuidadosamente planeado, como si el ejrcito chino hubiera preparado una trampa para ellos pero no pudiera esperar a que avanzaran ms al norte y entraran ms profundamente en ella. Lo sucedido en Sudong arrojaba nueva luz sobre los acontecimientos de Unsan. Aqulla fue quiz la ltima oportunidad para interrumpir el avance hacia el norte, retroceder y evitar la guerra con el ejrcito chino; pero Washington no hizo nada. Dean Acheson escribi en sus memorias: Nos quedamos sentados como conejos paralizados mientras MacArthur llevaba adelante su pesadilla. Segunda parte
Das sombros: el Inmin-gun invade el sur
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Menos de cinco meses antes, haca el 15 de junio de 1950, seis divisiones norcoreanas se haban desplazado silenciosamente hasta la frontera con Corea del Sur, unindose a varias unidades estacionadas all. Su entrenamiento se haba intensificado y todas las transmisiones de radio haban quedado intervenidas. Procurando no llamar la atencin, los ingenieros acometieron el refuerzo de varios puentes en las principales vas que se dirigan al sur para que pudieran soportar el peso se los enormes tanques T-34 soviticos. Al mismo tiempo los trabajadores comunistas reparaban febrilmente las vas de ferrocarril en direccin norte-sur que ellos mismos haban desmontado cuando el pas qued dividido al finalizar la segunda guerra mundial. Por la tarde del 24 de junio comenz a llover y as segua a la maana siguiente, cuando 90.000 hombres, ms de siete divisiones de infantera, y una brigada acorazada del Ejrcito Popular de Corea del Norte o Inmin-gun, cruzaron el paralelo 3 8 y avanzaron hacia el sur. Era un ataque muy bien planeado con varias puntas en primera lnea. El ejrcito norcoreano utiliz las principales carreteras y vas ferroviarias para acelerar su marcha y en muchos casos se desplaz tan rpidamente y con tanto xito que sorte a las asombradas unidades del ejrcito surcoreano antes de que nadie se apercibiera plenamente de lo que estaba sucediendo. Al terminar aquel primer da uno de los asesores soviticos les felicit con el mayor elogio del que era capaz: se haban desplazado an ms rpidamente de lo que tenan por costumbre las tropas soviticas. El dirigente norcoreano Kim Il-sung estaba obsesionado desde el momento en que fue instalado por los soviticos en Pyongyang en 1945 con la idea de atacar el sur y reunificar Corea, porfiando tenazmente con la nica persona que poda darle permiso para hacerlo, el dictador sovitico Iosif Stalin. En una reunin celebrada a finales de 1949 le dijo que haba que alcanzar el sur a punta de bayoneta. La presin de Kim Il-sung sobre Stalin haba aumentado considerablemente al acercarse Mao Zedong a la unificacin de toda China bajo su bandera revolucionaria. Sus xitos parecan realzar las frustraciones de Kim. Mao estaba a punto de convertirse en un nuevo protagonista a escala mundial, mientras que Kim permaneca bloqueado en Pyongyang, sin poder enviar sus tropas al sur sin permiso sovitico. Era un dictador incompleto que gobernaba slo la mitad de un pas, por lo que presionaba incesantemente a Stalin. Intentaba convencerle de algo muy simple y aparentemente fcil: el asalto comunista contra el sur y una victoria rpida; crea que si se produca desde el norte un asalto acorazado relmpago, el pueblo del sur se alzara para dar la bienvenida a sus tropas y la guerra habra acabado al cabo de pocos das. Hasta entonces Stalin siempre haba respondido cautelosamente a las peticiones de Kim Il-sung; el ejrcito estadounidense estaba todava en el sur, aunque fuera nicamente como asesor, y Stalin no quera desafiarlo directamente. Pero Kim, que se crea su propia propaganda y despreciaba al gobierno de Syngman Rhee apoyado por los estadounidenses en el sur, segua insistiendo. Era un hombre muy peligroso, un autntico fantico absolutamente convencido de sus propias verdades. Crea que si los soviticos dejaban de poner dificultades y le permitan atacar al sur podra conquistar la regin prcticamente en un santiamn, del mismo modo que Syngman Rhee estaba convencido de que bastaba que los estadounidenses dejaran de ponerle impedimentos para conquistar el norte con facilidad. A Stalin no le disgustaba cierto nivel de tensin militar entre las dos Coreas, no demasiado severa pero suficiente para mantener el equilibrio. A veces haba animado a Kim Il-sung a seguir acosando al rgimen de Rhee. En una reunin celebrada en la primavera de 1949, le pregunt: Cmo va la cosa, camarada Kim?. Este se quej de que se le estaban poniendo las cosas difciles y haba muchos enfrentamientos en la frontera. Stalin le pregunt: Qu me dice usted? Anda acaso escaso de armas? Debera golpear a los meridionales en los dientes. Tras reflexionar un momento, aadi: Hgalo usted, castguelos. Pero la autorizacin para una invasin era algo muy diferente; Stalin no tena prisa por un conflicto abierto. Ms adelante, sin embargo, varios acontecimientos internacionales modificaron su actitud, muy en particular el discurso que el secretario de Estado Dean Acheson pronunci el 12 de enero en el Club Nacional de Prensa en Washington, que pareca indicar que Corea no formaba parte del permetro defensivo de Estados Unidos en Asia, algo que en Mosc se entendi como anuncio de que podra mantenerse al margen de cualquier conflicto que se produjera en Corea. Aquel discurso fue un error de clculo muy notable por parte de una de las figuras ms rigurosas en poltica exterior de la poca, pues afect de manera decisiva los juicios que se hacan desde el Kremlin. Al haber cado tambin China en poder de los comunistas, Acheson trataba de explicar cul deba ser la poltica estadounidense en Asia, pero acab dando una seal muy peligrosa al mundo comunista. Su viejo amigo Averell Harriman dijo aos despus: Me temo que Acheson patin en ese asunto. A finales de 1949 y principios de 1950 Kim realiz, al parecer, varios viajes secretos a Mosc para solicitar la autorizacin de Stalin mientras fortaleca su ejrcito. Los gobernantes soviticos analizaban framente durante aquellos meses todos los aspectos de su eventual invasin del sur y finalmente concluyeron que Estados Unidos no intervendra. Mao, cuando se reuni con Kim a peticin de Stalin, tambin consideraba improbable que los estadounidenses intervinieran en la guerra para salvar un territorio tan pequeo. As pues, pareca haber poca necesidad de ayuda china, pero Mao prometi que si los japoneses, todava muy temidos en la regin, intervenan en la guerra, enviara hombres y material.4 La evolucin de los acontecimientos en China tambin influy sobre la decisin de Stalin con respecto a Corea. Despus de todo, Estados Unidos no haba intervenido militarmente para salvar a su gran aliado, el gobernante nacionalista chino Chiang Kai-shek, con el que pareca hasta entonces muy comprometido, cuando toda la China continental pareca en juego. Si la guerra de Mao que haba obtenido un gran apoyo de los campesinos haba tenido tanto xito, no apoyaran los campesinos surcoreanos a Kim del mismo modo? No se haba sentado un precedente? El plan de Kim Il-sung comenz as a obtener poco a poco el apoyo de Mosc. Cuando Mao se reuni con Stalin por primera vez en Mosc a finales de 1949, examinaron el plan de guerra de Kim. Stalin sugiri reenviar a Corea a unos catorce mil soldados de nacionalidad coreana que entonces servan en el Ejrcito Popular de Liberacin chino y Mao estuvo de acuerdo. La peticin, segn escribieron los historiadores Serguei N. Goncharov, John W. Lewis y Litai Xue en su fundamental estudio Uncertain Partners: Stalin, Mao and the Korean War, mostraba que Stalin respaldaba la iniciativa coreana pero distancindose de cualquier intervencin directa.5 Estaba desarrollando un juego delicado, lanzando una luz que no era ni del todo verde ni del todo mbar sobre la invasin; y como todava no estaba muy claro que todo fuera a salir tan bien como profetizaba Kim, no quera cargar con las consecuencias de una aventura posiblemente difcil y costosa ni tampoco quera implicarse en ella de forma directa. La victoria final de Mao en la guerra civil en octubre de 1949 no hizo ms que intensificar el anhelo de Kim. Crea que ahora le haba llegado su turno. En enero de 1950, en un almuerzo ofrecido al embajador norcoreano recin nombrado en Beijing, Kim Il-sung volvi a dirigirse a varias figuras polticas importantes de la embajada sovitica, dicindoles: Ahora que China est completando su liberacin, ha llegado el momento de la liberacin del pueblo coreano del sur. Aadi que no poda dormir por la noche preocupado como estaba por resolver la cuestin de reunificar su pas. Luego se apart con el general Terenti Shtykov, gobernador sovitico de facto de Corea del Norte, y le pidi que concertara otra reunin con Stalin y despus con Mao. El 30 de enero de 1950, dieciocho das despus del discurso de Acheson, Stalin telegrafi a Shtikov para que le dijera a Kim: Estoy dispuesto a ayudarle en esa cuestin.6 Cuando Shtikov le dio a su vez la noticia a Kim, ste se mostr muy complacido. En abril de 1950 Kim visit Mosc decidido a poner fin a las dudas que le quedaban a Stalin. Iba acompaado por Pak Hon Yong, lder comunista del sur, quien prometi al dictador sovitico que los habitantes de Corea del Sur se alzaran en masa a la primera seal desde el norte (al final pag muy caro su optimismo por un levantamiento que nunca tuvo lugar. Tres aos despus del final de la guerra fue detenido en secreto y ejecutado).7 Durante un perodo de quince das, desde el 10 al 25 de abril, Kim se reuni tres veces con Stalin.8 Estaba totalmente convencido de la victoria. Despus de todo, estaba rodeado de gente que le deca lo popular que era, lo impopular que era Syngman Rhee y que el pueblo del sur ansiaba que lo invadiera, del mismo modo que Rhee estaba rodeado de gente que le aseguraba lo contrario. Pero ambos regmenes llevaban ya cinco aos en el poder y los meridionales, por muchas que fueran sus quejas contra Rhee, tambin saban lo opresivo que era el rgimen de Pyongyang. Eso fue algo que en lo que Kim no pens, pues era un autntico creyente comunista y no consideraba que su rgimen fuera opresivo. Estaba convencido de que la nueva Corea que se construa en el norte era un pas justo y autnticamente democrtico. Stalin le asegur que Estados Unidos no intervendra porque no querra arriesgarse a una guerra importante con la Unin Sovitica y la Repblica Popular China. En cuanto a Mao, el lder chino siempre haba apoyado la liberacin de toda Corea e incluso haba ofrecido tropas chinas, aunque Kim Il-sung estaba convencido de que no las necesitaba. En aquel momento Stalin le dijo que estaba de su parte pero que no podra ayudarle mucho porque tena otras prioridades, especialmente en Europa. Si Estados Unidos intervena, Kim Il-sung no deba esperar que los soviticos enviaran tropas: Si le dan una patada en los dientes no levantar ni un dedo. Tendr que pedirle ayuda a Mao.9 En su opinin, Mao, quien entenda bien las cuestiones orientales, podra ofrecerle un respaldo ms tangible. Aqulla era una tctica habitual en l. Stalin haba retirado su veto pero deseaba minimizar su propia contribucin y descargaba las eventuales complicaciones sobre otro gobierno comunista, que acababa de tomar el poder pero estaba en deuda con l. Saba que influa considerablemente sobre Mao, quien quera unificar su propio pas pero se lo impeda la presencia estadounidense en Taiwn, por lo que necesitaba ayuda sovitica si quera combatir contra el reducto del Guomindang. De hecho Mao estaba ya muy ocupado negociando con los soviticos el suministro de material areo y naval. Kim Il-sung se reuni con Mao en un encuentro secreto celebrado en Beijing el 13 de mayo de 1950. Su audacia, que los chinos consideraban de hecho temeridad, sorprendi un tanto al dirigente chino. Al da siguiente Mao recibi un telegrama de Stalin confirmando su apoyo limitado a la invasin de Kim, lo que le indujo a comprometer su propio apoyo y preguntar a Kim si quera que la Repblica Popular China enviara tropas a la frontera coreana por si acaso intervenan los estadounidenses. Kim Il-sung insisti en que no haba necesidad. De hecho, segn le dijo Mao ms tarde a su intrprete Shi Zhe, Kim le respondi de forma arrogante.10 Los gobernantes chinos estaban bastante irritados con l y en particular con sus modales. Esperaban que Kim se presentara de una forma ms modesta despus de todo representaba a un pas pequeo y estaba tratando con los gobernantes de la poderosa China, que acababan de hacer su propia revolucin, como socio menor que busca la ayuda generosa de un socio mayor, y por el contrario los haba tratado, segn crean, con poco respeto, como si se tratara meramente de una formalidad prometida a Stalin. Estaba claro que quera que los chinos intervinieran en su propia aventura lo menos posible. Confiaba en poder resolver el asunto tan rpidamente en menos de un mes que a los estadounidenses les resultara imposible desplegar sus tropas aunque quisieran hacerlo. Mao insinu que como Estados Unidos apoyaba al rgimen de Rhee y Japn era decisivo para la poltica estadounidense en el norte de Asia, no se poda descartar del todo su posible intervencin; pero Kim Il-sung no se dej impresionar por la insinuacin. En cuanto a la ayuda, le bastara la que le haban prometido los soviticos. En eso pareca llevar razn; aquellos das llegaba continuamente a Pyongyang armamento pesado sovitico (en vsperas de la invasin las fuerzas de Kim Il-sung estaban mucho mejor equipadas, no slo que las de Rhee, sino de la mayora de las unidades del Ejrcito Popular de Liberacin chino, que todava seguan utilizando armas capturadas a los japoneses y a los nacionalistas chinos del Guomindang). Mao le sugiri a Kim lo que el escritor Shen Zhihua llamaba una guerra rpida y decisiva, soslayando las ciudades para que sus fuerzas no quedaran estancadas en la guerra urbana y golpeando, en cambio, los puntos militarmente fuertes del rgimen de Rhee. Lo ms importante era la velocidad. Si Estados Unidos intervena en la guerra Mao se comprometi fatalmente, la Repblica Popular china enviara tropas; pero el gobierno norcoreano no crea que las fuera a necesitar. Cuando acab la reunin, Kim le dijo al embajador sovitico en China, N. V. Roshchin, en presencia de Mao, que Mao y l estaban por completo de acuerdo en la prxima ofensiva. Aquello no era totalmente cierto y a Mao no le complaca especialmente que aquel joven petulante, cuyo registro de xitos militares era tan escaso, lo tratara de forma tan altiva y se atreviera a hablar en su nombre. Corea segua siendo en gran medida un satlite sovitico y los dirigentes del Kremlin se esforzaban deliberadamente por minimizar la influencia de la Repblica Popular China. A medida que se acercaba el da de la invasin iban llegando a Pyongyang generales soviticos para asesorar a Kim que poco a poco se hicieron con toda la planificacin de la guerra. Consideraban que sus primeros planes de invasin eran obra de un aficionado y los redisearon sugiriendo diversas especificaciones. Los miembros prochinos del politbur coreano y de su ejrcito fueron cuidadosamente excluidos de las sesiones de planificacin ms delicadas. Parte del armamento pesado que llegaba al pas fue enviado en barco y no por ferrocarril para que no tuviera que pasar por territorio chino. Era obvio que tanto coreanos como soviticos queran minimizar el papel de la Repblica Popular China. Kim sugiri que la invasin se produjera entre mediados y finales de junio, antes de la estacin lluviosa, y Stalin se mostr finalmente de acuerdo en que se produjera a finales de mes. Los ltimos envos masivos de maquinaria militar sovitica llegaron los primeros das de junio. Cuanto ms cerca estaba el da de la ofensiva, mayor era la influencia sovitica. Kim Il-sung no se molest siquiera en informar a las autoridades chinas de que la invasin haba comenzado hasta el 27 de junio, dos das despus de que sus tropas hubieran cruzado el paralelo 38. Hasta ese momento los gobernantes chinos haban dependido de los informes enviados por radio por sus agentes. Cuando Kim Il-sung habl por fin con el embajador chino, insisti en que los sur-coreanos haban atacado primero, algo que los chinos saban que era mentira. Lo ms interesante en cuanto a los posicionamientos durante las semanas previas a la invasin es que, aunque se prevea una fcil victoria, las tensiones y rivalidades entre los tres pases eran muy serias, con profundas races histricas, y el nivel de confianza mutua era sorprendentemente bajo. Para Estados Unidos y otros pases occidentales no se trataba de una guerra civil sino de una invasin que les recordaba su incapacidad para detener la agresin hitleriana en los das previos a la segunda guerra mundial. Para los gobiernos chino, sovitico y norcoreano ese punto de vista era sorprendente. Hasta el momento haban preferido no pensar en el paralelo 38, establecido por estadounidenses y soviticos en 1945 como lnea divisoria entre las dos Coreas, como una frontera (aquello iba a cambiar rotundamente pocos meses despus, cuando las fuerzas de Naciones Unidas cruzaron el paralelo hacia el norte). Lo que haban hecho el 25 de junio slo era en su opinin un acto ms de la larga lucha del pueblo coreano por su independencia, parte de una guerra civil no concluida como la que tena lugar en Indochina y la que acababa de finalizar en China.
Durante las semanas previas a la invasin se haban percibido seales de una acumulacin de fuerzas militares, pero cuando los informes de inteligencia estadounidenses comenzaron a ser comprobados diariamente, esas seales se haban ido diluyendo de algn modo, ahogadas bajo el ruido de incontables acusaciones y contraacusaciones de mltiples incidentes en una frontera muy cuestionada que separaba a dos antagonistas agresivos e irritados. Sin embargo, si las autoridades estadounidenses les hubieran prestado algo de atencin a esa seales podran haber deducido que estaba a punto de suceder algo terrible. Un joven oficial de inteligencia estadounidense llamado Jack Singlaub, que sirvi en China a la Oficina de Servicios Estratgicos (OSS), convertida ahora en la CIA, haba entrenado a varios agentes coreanos para buscar pistas de las eventuales intenciones de Pyongyang ms all de las habituales incursiones guerrilleras y los haba enviado al otro lado de la frontera. Eran novatos en el juego y su entrenamiento no era muy completo, por lo que les haba dicho que slo se fijaran en las cosas ms simples: en primer lugar y ante todo, en cualquier desplazamiento o evacuacin cerca de la frontera, de la que se podra inferir que las autoridades comunistas preparaban algo en lo que no queran testigos; en segundo lugar, el refuerzo o ampliacin de pequeos puentes; en tercer lugar, cualquier obra que pudiera indicar una reapertura de las lneas ferroviarias norte-sur. Los agentes de Singlaub eran jvenes, pero l consideraba a algunos de ellos sorprendentemente buenos. Aquella misma primavera recibi varios informes muy valiosos de que se estaban desplazando unidades de lite adicionales hasta la frontera y sacando a los civiles de all. Tambin le dijeron que se estaban realizando muchas obras en los puentes y que algunas lneas ferroviarias cerca de la frontera estaban siendo reparadas, a menudo de noche. Singlaub estaba seguro de que bajo todos los informes que reciba sobre infinitos incidentes fronterizos, aquello indicaba que se preparaba algo importante. Su trabajo se desarrollaba con considerables limitaciones. No poda ni siquiera operar abiertamente en Corea porque era un antiguo agente de la OSS y ahora de la CIA, y tanto MacArthur como su jefe de inteligencia, el general de brigada Charles Willoughby, la odiaban. Haban mantenido a la OSS fuera de su teatro de operaciones durante la segunda guerra mundial y ahora estaban empeados en hacer lo mismo con la CIA. Parte de aquel odio provena de la muy conocida anglofobia de MacArthur y de su desprecio hacia los entendidos en asuntos orientales tan influyentes en la OSS, que de hecho la dominaban; pero haba tambin en l un aspecto ms prctico. Si su G-2 controlaba las informaciones que llegaban del teatro de operaciones, tambin podra controlar cualquier proceso de decisin referido a l. Tanto MacArthur como Willoughby preferan que el Pentgono y el gobierno de Truman dependieran totalmente de ellos en cuanto a la informacin que reciban sobre lo que suceda en aquella zona de Asia, sin que hubiera otras fuentes de inteligencia que limitaran su libertad de accin. Si controlas la inteligencia, controlas la toma de decisiones.
A George Kennan, que haba vuelto de un viaje a Tokio con mucha desconfianza sobre la calidad y competencia del personal de MacArthur, especialmente de sus oficiales de inteligencia, a los que juzgaba pomposos, demasiado ideologizados y peligrosamente confiados en su supuesta sabidura, no le sorprenda en absoluto que el alto mando en Tokio no supiera lo que estaba sucediendo. Cuando le mencion a un oficial de las fuerzas areas la vulnerabilidad geopoltica de Corea si las fuerzas regulares terrestres estadounidenses se vean obligadas a salir de all, ste le respondi que no haba necesidad de mantener all tropas terrestres porque desde Okinawa se podan lanzar bombas atmicas que eliminaran a cualquier posible enemigo. Kennan, que haba analizado la forma de combate de los comunistas chinos en su guerra civil, a quienes pareca no estorbar demasiado el poder areo del enemigo, no estaba tan seguro. Luego, en mayo-junio de 1950 parte de su gente en la Oficina de Planificacin Poltica del Departamento de Estado comenz a percibir rumores de que en el mundo comunista se estaba preparando algo muy gordo y de que pronto iba a entrar en accin una gran fuerza. Las diversas agencias de inteligencia estadounidenses, que tenan bajo la lupa a todo el mundo comunista, llegaron a la conclusin de que no se trataba de la Unin Sovitica ni de ninguno de sus satlites europeos. Quiz, pens Kennan, podra tratarse de Corea. Pero los militares parecan pensar que un ataque comunista all estaba prcticamente descartado: las fuerzas surcoreanas estaban bien armadas y entrenadas y eran claramente superiores a las del norte.
As pues, cuando los informes de los agentes de Singlaub se integraron finalmente en la cosecha conjunta, salieron de la oficina de Willoughby con la etiqueta F-6, que era la valoracin ms baja posible, considerndolos poco fiables y procedentes de agentes no dignos de confianza. De forma que cuando el Inmin- gun avanz por la maana del 25 de junio, cogi totalmente desprevenidos a los soldados surcoreanos y a sus asesores estadounidenses. Aqul no iba a ser un combate parejo: los soldados norcoreanos estaban bien entrenados y bien equipados, con armas recin fabricadas en la Unin Sovitica, que se las haba enviado especficamente para aquella ofensiva. Superaban en nmero a las tropas, a las que casi duplicaban. Cerca de la mitad de ellos, unos cuarenta y cinco mil coreanos que haban combatido en China y haban ido pasando gradualmente del Ejrcito Popular de Liberacin a unidades del Inmin-gun con la aprobacin de Mao, tenan ya experiencia de combate. En muchos casos haban luchado durante ms de una dcada y haban sobrevivido a una guerra en la que el otro bando siempre tena mejor armamento. El Inmin-gun era un reflejo excepcionalmente exacto de la sociedad autoritaria que estaba arraigando en el norte: un ejrcito controlado, disciplinado, extremadamente jerrquico y muy adoctrinado, que combata bajo el mando de un gobierno muy controlado, disciplinado y jerrquico. Su origen era mayoritariamente campesino y sus agravios muy reales: su pobreza los amargaba y estaban llenos de rencor hacia los japoneses que los haban colonizado de forma tan cruel y hacia los coreanos de clase alta que haban colaborado con ellos; y ahora los haban adoctrinado contra los yanquis que a sus ojos no haban hecho ms que sustituir a los japoneses en el sur. Todo esto los converta en soldados muy endurecidos: los dogmas en los que crean haban sido repetidamente confirmados por su experiencia propia y la de sus familias.
Los estadounidenses integrados en el pequeo destacamento poltico y militar en funciones de asesora en Sel tardaron bastante en reaccionar y en entender lo que estaba sucediendo y que alrededor de cien mil soldados norcoreanos haban cruzado la frontera. La invasin comenz a las cuatro de la madrugada del domingo en Corea, las tres de la tarde del sbado en Washington. El embajador estadounidense en Corea del Sur, John Muccio, considerado un funcionario extraordinariamente capaz del Departamento de Estado, se enter cuatro horas despus de su inicio al recibir una llamada de uno de sus principales ayudantes, el encargado de negocios en Sel Everett Drumwright, quien le dijo: Preprate para una conmocin. Los comunistas estn atacando en todo el frente.14 Syngman Rhee lo supo a las seis y media de la maana, lo que significa que durante al menos hora y media no alert a los estadounidenses. Muccio, despus de hablar con Drumwright, convoc una reunin urgente en la embajada. Por el camino se encontr con Jack James, periodista de la United Press que pretenda salir de excursin aquel da despus de trabajar un poco. Muccio le dijo que estaba tratando de contrastar la noticia de que los norcoreanos haban atravesado la frontera. Justamente cuando James entraba en la embajada se encontr con un amigo que trabajaba en la inteligencia militar y que le pregunt: Has odo algo de la frontera?. Bueno, algo, pero no mucho respondi James; sabes t algo?. Diablos, parece que han cruzado por todas partes excepto por el rea de la Octava Divisin, respondi el oficial. James se dirigi entonces a un telfono y comenz a hacer llamadas frenticamente, tratando de ensamblar unas piezas con otras. Poco despus, alrededor de las ocho y cuarenta y cinco minutos de la maana, hora de Sel, uno de los marines de guardia, el sargento Paul Dupras, le pregunt qu estaba pasando. Los norcoreanos han cruzado la frontera, respondi James. Eso no es nada; pasa todos los das, dijo Dupras. S, pero esta vez vienen con tanques, respondi James. Sigui reuniendo detalles y a las 9.50 a. m. envi su primer boletn informativo. Se haba movido por la ciudad y al regresar a la embajada, cuando uno de sus amigos de la inteligencia militar habl de informar a Washington, decidi que si se lo tomaban as tambin l deba darlo por bueno. Tuvo cuidado, dijo ms tarde, en no exagerar las cosas, porque se trataba de guerra y no haba necesidad de agravarlas ms an, y porque seguramente le llegaran muchos ms detalles durante las horas y das prximos. Aunque la United Press era famosa por su tacaera, James pag de su bolsillo el boletn con tarifa urgente. Su diligencia le permiti que su historia fuera la nica en llegar a Estados Unidos a tiempo para aparecer en los peridicos de la maana del domingo. Comenzaba con el tpico estilo del servicio de prensa: URGENTE UNPRESS NUEVA YORK, 25095 INFORMES FRAGMENTARIOS DESDE PARALELO TREINTAYOCHO INDICAN NORCOREANOS LANZARON DOMINGO MAANA ATAQUES GENERALES EN TODA LA FRONTERA STOP INFORMES A LAS NUEVE TREINTA HORA LOCAL INDICAN KAE-SONG CUARENTAS MILLAS AL NOROESTE SEL Y CUARTEL GENERAL PRIMERA DIVISIN EJRCITO NORCOREANO HAN CADO STOP SE INFORMA DE FUERZAS ENEMIGAS A TRES O CUATRO KILMETROS AL SUR DE LA FRONTERA EN LA PENNSULA DE ONJIN STOP SE SUPONE QUE HAN ENTRADO EN USO TANQUES EN CHUNCHON CINCUENTA MILLAS NOROESTE DE SEL....15 A Washington llegaban cada vez ms informes fragmentarios de la embajada, pero los boletines de la United Press alertaron a la ciudad. Cuando desde la oficina de la United Press y otras oficinas de prensa comenzaron a llamar a altos funcionarios pblicos para obtener algn tipo de confirmacin, los miembros del gobierno estaban ya avisados de que en la pennsula coreana haba comenzado una guerra que nadie deseaba.
La respuesta de MacArthur a la invasin norcoreana fue sorprendentemente lenta. Pareca casi indiferente a las primeras noticias de la invasin, tanto que preocup a algunos de los hombres de su entorno. Tampoco es que se tratara de acrrimos liberales, el tipo de enemigos jurados que l vea siempre a su alrededor dispuestos a perjudicarle por razones polticas internas; entre ellos estaba uno de los miembros ms conservadores del aparato de seguridad nacional estadounidense, John Foster Dulles, secretario de Estado republicano en la sombra que entonces trabajaba como asesor para el Departamento de Estado; y tambin John Allison, uno de los miembros de lnea ms dura del Departamento de Estado, que acompaaba a Dulles en un viaje a Sel y Tokio. Casualmente Dulles y Allison estaban en Tokio para discutir un posible tratado de paz que pusiera fin formalmente a la ocupacin estadounidense de Japn cuando se produjo el ataque norcoreano. Pocos das antes del ataque ambos haban visitado un bunker surcoreano cerca del paralelo 38, donde los fotografiaron rodeados de soldados del ejrcito surcoreano. Dulles, que vesta su tpico sombrero, tena el mismo aspecto que si fuera a una reunin de banqueros de Wall Street. El secretario de Estado Dean Acheson, al que no le gustaba el hombre que quera quitarle el trabajo y que estaba seguro de que iba a conseguirlo dieciocho meses antes, cuando Tom Dewey se present a las elecciones presidenciales, coment: La imagen de Foster con sombrero en un bunker era francamente divertida.16 Al da siguiente Dulles, un hombre muy pagado de s mismo y muy convencido de su rectitud personal y religiosa, haba hablado ante la Asamblea Nacional surcoreana diciendo: No estn ustedes solos y nunca lo estarn mientras sigan participando valerosamente en el gran designio de la libertad humana.17 Esas palabras haban sido especficamente escritas para Dulles y para esa ocasin en Washington por dos hombres que por vas diferentes surgiran en los meses posteriores como portavoces destacados de la lnea dura: Dean Rusk, el nuevo subsecretario de Estado para el Lejano Oriente, y Paul Nitze, el jefe de la Oficina de Planificacin Poltica.18 Sin embargo, pese a la intensidad de la retrica de Dulles, no haba ninguna razn real para pensar que Corea del Sur estuviera en gran peligro. Pocos das antes tanto Dulles como Allison haban recibido informacin del general Willoughby y el tema de un posible ataque norcoreano no se haba ni siquiera planteado.
Tras el ataque del Inmin-gun Dulles y Allison, que simpatizaban ideolgicamente con MacArthur pero no formaban parte de su crculo ms ntimo, tuvieron una visin inusitadamente detallada de su cuartel general en accin. Las noticias que llegaban eran muy malas desde el principio, pero MacArthur y su Estado Mayor parecan curiosamente despreocupados al respecto. Hubo una reunin informativa el domingo 25 de junio por la noche, en la que MacArthur pareca muy relajado. Los primeros informes, les dijo a Dulles y Allison, no eran concluyentes: Probablemente se trata slo de una fuerza de reconocimiento. Si Washington no me estorbara, podra machacarlos con un brazo atado a la espalda, dijo.19 Luego aadi que el presidente Rhee le haba pedido algunos aviones de caza y aunque pensaba que los coreanos no sabran utilizarlos adecuadamente, tena la intencin de enviarles algunos, slo para mejorar su moral. Allison pens que Dulles pareca momentneamente aliviado por el aura de confianza de MacArthur, pero aun as quera enviar un telegrama a Acheson y a Rusk pidindoles una ayuda inmediata a Syngman Rhee; pero cuanto ms hablaban Allison y Dulles con la gente de la camarilla de MacArthur, ms inquietos se sentan. Aquella primera noche Allison sali a cenar con un viejo amigo, el general de brigada Crump Garvin, comandante del puerto de Yokohama, quien le sorprendi confindole que haba habido informes muy serios del servicio de inteligencia del Octavo Ejrcito durante las dos o tres ltimas semanas indicando que los civiles norcoreanos que vivan cerca del paralelo estaban siendo desplazados y que el Inmin-gun estaba concentrando gran nmero de soldados junto a la frontera, y conclua: Cualquiera que hubiera ledo los informes poda decir que iba a suceder algo muy pronto. No s qu es lo que ha estado haciendo el G-2 en Tokio.20 El lunes la brecha entre la realidad sobre el terreno y la del cuartel general de MacArthur pareci ampliarse. El embajador Muccio, principal representante estadounidense del Departamento de Estado en Corea, orden la inmediata evacuacin de las mujeres y nios estadounidenses del pas. MacArthur, que todava iba con el piloto automtico, insinu que era una iniciativa prematura e insisti en que no haba razn para el pnico en Corea. Pero las noticias que llegaban eran muy malas. Aquella noche los dos visitantes de alto rango se separaron, Allison para cenar con algunos funcionarios importantes en Tokio y Dulles para asistir a una cena privada con MacArthur. La cena de gala de Allison se vio interrumpida repetidamente por las idas y venidas de periodistas y diplomticos que consultaban con sus fuentes durante la noche. Todos ellos regresaban con noticias cada vez ms sombras: el ejrcito surcoreano estaba siendo derrotado en todos los frentes. Al final de la velada Allison decidi contrastar sus noticias con Dulles, seguro de que se habra enterado de muchas ms cosas por MacArthur. Comenz dicindole: Supongo que habrs odo las ltimas noticias de Corea. Dulles no haba odo nada. Pero no has cenado con el general? S, respondi Dulles, las dos parejas solas, y despus de la cena haban visto una pelcula, lo que constitua la forma preferida de entretenimiento del general. Nadie haba interrumpido su velada. Dulles telefone entonces a MacArthur para informarle de lo que haba odo del colapso surcoreano, y el general le dijo que lo comprobara. Allison escribi ms tarde: Debi de ser una de las pocas ocasiones de la historia de Estados Unidos en que representantes del Departamento de Estado han tenido que decirle a un alto mando militar lo que estaba sucediendo en su propio patio trasero. El da siguiente trajo ms seales del desastre que se estaba produciendo ante ellos. El embajador Muccio inform que se estaba evacuando Sel y que Rhee y l estaban a punto de dirigirse a Tajn, al sur del ro Han. Aquel da Dulles y Allison deban volar de regreso a Estados Unidos. Mientras esperaban en el aeropuerto de Haneda acudi a despedirles un MacArthur transformado. Allison se alarm por el cambio que observaba en quien slo dos das antes hablaba desenfadada y confiadamente de una fuerza de reconocimiento en Corea. Ahora pareca totalmente abatido, como envuelto en su propia oscuridad. Anteriormente otros haban observado la tendencia del general a sufrir importantes cambios de humor, pero de todas formas Dulles y Allison se sintieron trastornados por su cambio de actitud. MacArthur proclam: Toda Corea se ha perdido. Lo nico que podemos hacer es sacar a nuestra gente del pas. Allison escribi ms tarde: Nunca he visto a nadie tan deprimido como el general MacArthur aquella maana del martes 27 de junio de 1950. An ms preocupante fue el comportamiento de MacArthur cuando el avin se retras por razones tcnicas. La ceremonia de despedida pareca alargarse cuando lleg un mensaje de que el secretario del Ejrcito quera mantener con l una teleconferencia a la una del medioda, hora de Tokio. En aquella poca de comunicaciones relativamente primitivas se trataba de una conversacin telefnica a travs de mecangrafos que iban tomando nota de todo. Tanto Dulles como Allison pensaron que se trataba de una cita extraordinariamente importante. Washington necesitaba desesperadamente hablar con el comandante supremo en el Lejano Oriente para saber qu deba hacerse a su juicio en una crisis tan importante como aqulla. Para responder a la convocatoria el general MacArthur tena que abandonar Haneda de inmediato, pero para su sorpresa les dijo de forma bastante despreocupada a sus ayudantes que estaba ocupado despidiendo a Dulles y que Washington poda hablar con su jefe de Estado Mayor. Dulles se horroriz y utiliz un truco para que MacArthur volviera al trabajo: hizo que lanzaran un aviso por megafona pidiendo que embarcaran en el avin. Slo entonces volvi MacArthur a su puesto de mando. A continuacin Dulles y su gente volvieron a la sala VIP a esperar algunas horas ms. Allison supo ms tarde que fue durante aquella teleconferencia cuando el gobierno de Truman decidi enviar ms aviones y barcos a Corea. No fue un comienzo agradable. A algunos les recordaba una falta de preparacin parecida por parte del mando de MacArthur antes del comienzo de la guerra con Japn, cuando haba subestimado sistemticamente la capacidad de los japoneses para atacar las posesiones estadounidenses en el Pacfico, lo que haba posibilitado, dada la escasa preparacin de su estructura de mando, que los bombarderos bajo sus rdenes en la isla de Wake fueran destruidos en tierra por los bombarderos japoneses nueve largas horas despus del ataque a Pearl Harbor. El historiador britnico Max Hastings escribi al respecto: Pocos mandos de una u otra nacionalidad podran arrastrar una responsabilidad tan grande del desastre militar estadounidense en Filipinas en 1941-1942, y sin embargo escapar sin tener que dar cuenta de ella. Pocos podran haber abandonado su puesto amenazado en Bataan escapando a un lugar ms seguro con toda su camarilla, incluso sus sirvientes personales, haciendo buena la afirmacin de que su propio valor para su pas superaba el de un sacrificio simblico junto a sus hombres. Las reglas que gobernaban a otros nunca se aplicaban realmente a Douglas MacArthur. 3
Cuando el ejrcito norcoreano cruz masivamente el paralelo 38 la atencin del general de cinco estrellas Douglas MacArthur estaba concentrada casi exclusivamente en los acontecimientos polticos que tenan lugar en Japn, donde estaba realizando un trabajo excepcional tratando de recomponer un pas derrotado y de configurarlo como una sociedad ms democrtica e igualitaria. Hasta el comienzo de la segunda guerra mundial se daba en Japn una extraa combinacin de modernidad econmica y militar con algo que casi podra llamarse feudalismo social y poltico. MacArthur se esforz con notable xito por crear fuerzas equilibradoras y promover una reforma agraria, sindicatos para los trabajadores y derechos para las mujeres. Se adaptaba perfectamente al papel: tras la derrota en el Pacfico, Japn era una nacin cuyos dioses haban fracasado y que buscaba ahora uno ms secular; MacArthur siempre haba querido ser idolatrado y ahora haba encontrado todo un pas dispuesto a considerarlo una especie de deidad. Su mandato, para un hombre que por instinto era tan autocrtico y egocntrico, haba sido sorprendentemente suave en el trato con un pas derrotado. Haba sido lo bastante sagaz como para valerse del emperador, reforzando as la autoridad de ambos. Aunque sus propios instintos eran ms conservadores que liberales y en Estados Unidos se alineaba con elementos polticos profundamente conservadores, en Japn fue una deidad estadounidense sorprendentemente liberal y moderna. Aunque haba sido y segua siendo muy crtico con respecto al New Deal, en Japn recurri con entusiasmo a un grupo de jvenes liberales a quienes dio una libertad sorprendente para reconfigurar el Japn de posguerra. Su lder Charles Kades crea que si haban dispuesto de aquella libertad se deba en gran medida a que era lo ms adecuado para crear una sociedad mejor, pero tambin en parte a que cuanto ms cambiara Japn mayor sera el papel de MacArthur en aquella creacin de su Japn. Los cambios que se estaban produciendo y el Tratado de Paz con Japn absorban casi toda la jornada de trabajo de MacArthur. Dedicaba muy poca atencin a las tropas estadounidenses bajo su mando el ejrcito de ocupacin, que para entonces constituan una fuerza militar que slo tena un somero parecido con el formidable ejrcito que haba derrotado a los japoneses en el Pacfico. No pareca preocuparle que sus tropas estuvieran debilitadas, pobremente equipadas y cada vez peor entrenadas. Dedicaba cada vez menos atencin a Corea del Sur, la parte meridional de la antigua colonia japonesa, liberada y dividida por los ejrcitos estadounidense y sovitico en 1945; Estados Unidos haba establecido su esfera de influencia en el sur y la Unin Sovitica en el norte. Corea del Sur le interesaba tan poco que slo la haba visitado una vez e incluso entonces brevemente, desde su creacin. Haba ignorado las repetidas peticiones del general John Hodge, al mando de todas las fuerzas estadounidenses en Corea del Sur, que quera que el comandante supremo de las potencias aliadas, como era denominado oficialmente MacArthur, se implicara ms en la regin. Por el contrario, MacArthur le respondi a Hodge aconsejndole que utilizara su propio criterio. No estoy lo bastante familiarizado con la situacin local como para aconsejarle de forma inteligente, pero apoyar cualquier decisin que tome usted al respecto, le dijo como respuesta a una de aquellas peticiones. Durante el perodo de 1945 a 1950 qued muy claro que MacArthur no quera tener nada que ver con Corea. Sobre su mesa de despacho haba incontables telegramas pidiendo su ayuda o consejo: Le pido urgentemente su participacin activa en mi difcil posicin.... Faubion Bowers, uno de los principales ayudantes de MacArthur aquellos das debido a su manejo del japons, recordaba que Hodge haba decidido por su cuenta ir a ver a MacArthur y lo haban tenido durante horas esperando antes de ser recibido por el general, que lo nico que le dijo fue que se ocupara por su cuenta de Corea. Ms tarde le coment a Bowers, mientras ste lo conduca a casa: No pondra mis pies en Corea. Pertenece al Departamento de Estado. La queran y la han conseguido. Tienen la jurisdiccin, y yo no. No la tocara ni con un botaln de tres metros de largo. Los condenados diplomticos hacen las guerras y nosotros las ganamos. Por qu tendra yo que salvarles la piel? No ayudar a Hodge. Que se las arreglen por su cuenta. Su nica visita all haba sido con ocasin de la toma de posesin del nuevo presidente surcoreano Syngman Rhee, a quien le dijo de pasada, aunque con grandilocuencia y sin consultar con nadie en Washington su compromiso que Estados Unidos defendera Corea del Sur en caso de que fuera atacada, como si se tratara de California. Sus admiradores y su Estado Mayor eran unnimes al describir su vigor y energa, raros en un hombre de setenta aos, pero entre quienes no formaban parte de su crculo ntimo haba serias preocupaciones por su edad y su salud. Ya cuando la derrota de Japn se hizo evidente en 1945, algunos altos mandos militares haban comenzado a preocuparse por l. El general Joseph Stilwell, cuando asisti a la ceremonia de la rendicin de Japn a bordo del USS Missouri en la baha de Tokio aquel mes de septiembre, se haba sorprendido por el temblor de sus manos. Al principio pens que eran nervios, pero el general Walter Krueger, perteneciente al Estado Mayor de MacArthur, le asegur que se trataba de Parkinson. En cualquier caso, Stilwell pens que no pareca encontrarse muy bien.4 Haba otras seales de que su salud le estaba fallando: su atencin pareca limitada y a veces tena significativos lapsus, y tardaba en comprender la seriedad de una nueva situacin. Se saba que haba perdido bastante capacidad auditiva y sus ayudantes crean que por esa misma razn el comandante supremo no acuda a las reuniones del Estado Mayor. Otros crean que a eso se deba que las audiencias concedidas a los visitantes fueran ms bien monlogos, porque no poda or lo que otros decan y no poda mantener fcilmente una conversacin. Pero anciano o no, capaz de trabajar al nivel exigido a un mando de combate o no, segua siendo un smbolo con un vasto depsito de capital poltico. Durante su larga y a menudo distinguida carrera haba tenido todo tipo de fallos, momentos en los que no haba sido precisamente un jefe brillante y se haba dejado llevar con demasiada facilidad por su vanidad, y otros haban tenido que pagar el precio de sus errores, pero en 1950 continuaba siendo una figura formidable; haba sido un mando famoso e intrpido ya en la primera guerra mundial, haba dirigido con habilidad y un uso cuidadoso de sus limitadas fuerzas su campaa contra los japoneses en el Pacfico durante la segunda guerra mundial, y cuando estall la guerra de Corea estaba haciendo un trabajo admirable en cuanto a la modernizacin de Japn. Si MacArthur se interesaba poco por Corea, su actitud hacia aquel infortunado pas era tpica entre sus compatriotas. Corea no estaba relacionada ni con el proceso poltico estadounidense ni con su psicologa. Mientras que China haba fascinado desde haca mucho tiempo a los estadounidenses, muchos de los cuales sentan un profundo aunque curioso paternalismo hacia los atribulados chinos, y Japn despertaba en ellos o bien admiracin o temor, Corea no les inspiraba ningn tipo de fascinacin, ni siquiera inters. Un misionero llamado Homer Hulbert escribi en 1906 que los coreanos ha[ba]n sido con frecuencia calumniados y raramente apreciados, vindose eclipsados por China en cuanto al nmero y por Japn en cuanto al ingenio. No son ni buenos comerciantes como unos ni buenos combatientes como los otros. Y sin embargo son de lejos la gente ms agradable de Oriente para vivir entre ellos. Sus defectos son como la estela de la ignorancia en todas partes y la mejora de sus oportunidades hara prosperar rpidamente su situacin.5 Durante las siguientes cuatro dcadas el inters de los estadounidenses por Corea no haba aumentado mucho. La Unin Sovitica entr tarde en la guerra del Pacfico y cuando sta acab de repente con el uso de bombas atmicas Corea qued dividida por el paralelo 38, sin que nadie lo hubiera previsto, por una decisin tomada de la forma ms casual en el ltimo minuto desde el Pentgono. Los primeros militares estadounidenses que llegaron all, ignorantes de lo mucho que los coreanos odiaban a sus amos japoneses y de lo cruel que haba sido la ocupacin nipona, utilizaron al principio a las fuerzas de polica japonesas para mantener el orden en Corea. Al general Hodge, el primer general estadounidense que mand all tras la guerra, un tipo brusco, spero, no le gustaban Corea ni los coreanos, que juzgaba de la misma carnada de gatos que los japoneses.6 La presencia estadounidense en Corea pudo empezar de forma casual y descuidada, pero introdujo un nuevo e importante protagonista en la historia de un pas cuya geografa, ms que su riqueza natural, lo haba convertido durante aos en objetivo de vecinos poderosos y agresivos. Lo nico nuevo en aquella vieja ecuacin, como sealaba el historiador Bruce Cumings, era lo lejos que quedaba la nueva potencia ocupante, Estados Unidos. Su presencia en los aos posteriores a 1945 se debi en gran medida a que los soviticos tambin estaban all y pronto tambin a la relacin directa de la seguridad de Corea con la de Japn. La relacin de Corea, o para ser ms precisos de Corea del Sur, con Estados Unidos, iniciada en 1945, por decirlo de algn modo, a punta de pistola, como producto de la Guerra Fra, no fue por tanto fcil. Dio lugar a un Estado-cliente irritado, todava amargado por el perodo colonial que acababa de finalizar y ms amargado an por haber sido dividido en dos bajo la torpe hegemona de una nueva superpotencia que no estaba del todo segura de querer comportarse como un imperio. Para los coreanos el final de la segunda guerra mundial y de la colonizacin japonesa no haba supuesto, como muchos esperaban, un nuevo aliento de libertad y una oportunidad para reconstruir su pas con sus propios contornos polticos. Que donde durante siglos haba habido una sola Corea hubiera ahora dos era una injusticia inaceptable a sus ojos; en lugar de poder configurar su destino en sus propios trminos, haban cado de nuevo bajo el control extranjero. Lo primero que percibi la gente del sur fue que su pas, o con ms exactitud su medio pas, estaba controlado por gente que viva a miles de kilmetros, al otro lado de un vasto ocano, y que casi no conoca el pas cuyo futuro deba ahora determinar. Desde el principio fue una relacin llena de tensiones y malentendidos. Slo la intensificacin de la Guerra Fra trajo consigo una mejora de las relaciones en funcin del valor e inters mutuo. Sin la amenaza del comunismo global, los estadounidenses no se habran preocupado nunca por Corea; la existencia de esa amenaza, en cambio, los predispona a luchar e incluso a morir por ella. Corea era un pequeo pas orgulloso que tuvo la mala fortuna de interponerse en el camino de tres potencias infinitamente mayores, ms fuertes y ms ambiciosas: China, Japn y la Unin Sovitica. Las tres queran utilizarla, bien como base ofensiva desde la que atacar a alguna de las otras dos, o como escudo defensivo para frustrar los eventuales designios agresivos de las otras dos. Mucho antes de junio de 1950 los formidables vecinos de Corea haban asumido en todo momento su derecho a invadirla en lo que consideraban una iniciativa defensiva o un paso preventivo contra sus otros dos rivales. Del mismo modo que la infortunada geografa de Polonia la situaba entre Alemania y Rusia, la geografa de Corea configuraba en gran medida su destino. A Syngman Rhee, el presidente de Corea del Sur, le gustaba citar un proverbio coreano que deca: En la pelea entre dos ballenas perecen aplastadas las gambas.7 Durante gran parte de su historia, la influencia de China haba pesado ms sobre Corea que la de los otros pases hostiles, pero la guerra chino-japonesa de 1894- 1895 seal el final temporal de la influencia china, cuando Japn, una potencia ascendente, tradicionalmente militarista y que se industrializaba con rapidez, empezaba a convertirse en un formidable candidato al dominio regional, con la creacin de un nuevo imperio japons. En 1896, Rusia cuyo enorme tamao ocultaba una profunda crisis social, poltica y econmica lleg a un acuerdo con un Japn cada vez ms agresivo para dividirse entre los dos su influencia sobre Corea (irnicamente) por el paralelo 38. Si Rusia pareca ms poderosa de lo que era realmente, Japn pareca menos poderoso de lo que era. Aquel acuerdo demostr ser una solucin muy provisional. En febrero de 1904 los japoneses volvieron a atacar a la flota rusa, a la cual destruyeron finalmente en la batalla del estrecho de Tsushima, despus de que su ejrcito hubiera infligido derrotas parecidas al ejrcito ruso en Siberia y en zonas de Manchuria ocupadas por los rusos. Ms tarde justificaron su ataque contra las fuerzas rusas en el Lejano Oriente apuntando al peligro que supona para ellos una Corea rusificada. Rikitaro Fujisawa, destacada figura poltica japonesa, comentaba la frase de un amigo suyo que afirmaba que los japoneses tenan que atacar antes que los rusos porque Corea apunta como una daga al corazn de Japn, palabras que podran haber sido fcilmente pronunciadas medio siglo despus por los gobernantes y encargados de la seguridad nacional estadounidense. Fujisawa aadi luego: Corea en posesin de Rusia, o incluso una Corea dbil y corrupta susceptible de caer fcilmente en cualquier momento en poder del guila rusa, pondra el destino de Japn en manos del poco escrupuloso "coloso del Norte". Japn no poda aceptar aquel destino. Que la guerra ruso-japonesa no fue para Japn nicamente defensiva sino por su propia supervivencia como pas independiente es demasiado obvio como para requerir ninguna elucidacin o explicacin.8 Era un forma muy elocuente de justificar una guerra ofensiva: eran los coreanos, no el diablo, quienes la haban provocado. Pareca formar parte del destino nacional de Corea carecer de la posibilidad de decidir su propio futuro. Quien hizo los oficios de pacificador en la guerra ruso- japonesa no fue un coreano sino el presidente de Estados Unidos, Theodore Roosevelt que incluso recibi un premio Nobel por sus esfuerzos, sin que le preocupara ni poco ni mucho la idea de mejorar la situacin para los coreanos. Roosevelt representaba un Estados Unidos nuevo, cada vez ms militarizado, que comenzaba a manifestar una especie de impulso imperialista subconsciente. Aos antes haba preconizado con entusiasmo la guerra hispano-estadounidense de 1898 que permiti a Estados Unidos convertir a Filipinas en su colonia. Roosevelt era un hombre de su tiempo: crea en la idea, que hizo mucho por popularizar, de la misin del hombre blanco, esto es, la obligacin de que fuertes potencias caucsicas fiables (cristianas) dominaran el mundo no blanco, menos fiable, as como en el deber paralelo del mundo no blanco de dejarse dominar. El nico pas que exceptuaba de su concepcin de los pases y pueblos asiticos como esencialmente inferiores era Japn. En una ocasin le escribi a un amigo: Los japoneses me han interesado y me han gustado siempre.9 Despus de todo eran, excepto en el tamao, el color de la piel y la forma de los ojos, peligrosamente parecidos a los anglosajones: eran partidarios del trabajo duro, la disciplina, la organizacin, la energa militar y el imperialismo agresivo. Japn impresionaba a Theodore Roosevelt como el tipo de pas que poda admirar por sus aspiraciones y hazaas, con derecho a gozar de absoluta igualdad con todos los dems pueblos del mundo civilizado.10 Todo aquello pona a Corea, en palabras de Robert Myers, escritor y antiguo oficial de inteligencia con considerable experiencia sobre los asuntos coreanos, en una situacin no muy diferente de la de un ternero recin nacido, indefenso frente al lobo imperial japons. El nico pas que poda imponer una diferencia, dada la infortunada situacin geogrfica de Corea, era el distante Estados Unidos. De hecho, ya en 1882 el reino de Corea haba firmado un tratado con Estados Unidos (y tambin con algunos pases europeos) que les exiga acudir en su defensa si era atacada. Aquella posible ayuda iba a permanecer, desgraciadamente, en el terreno puramente terico: Corea estaba demasiado lejos y en la poca de la guerra ruso- japonesa la Armada estadounidense era todava dbil; en cualquier caso, Teddy Roosevelt tena sus propias prioridades en Asia, y Corea no era una de ellas. Estados Unidos no estaba interesado en ayudar a Corea sino en asegurar su propio dominio colonial en Filipinas; por eso lleg a un acuerdo encubierto con Japn y le permiti controlar Corea de forma cada vez ms estricta, como un protectorado tras la guerra ruso-japonesa y luego, en 1910, mediante una abierta anexin por la fuerza como colonia japonesa de pleno derecho. El joven Syngman Rhee, que hablaba muy buen ingls, fue elegido por algunos de sus paisanos para visitar a Theodore Roosevelt en el verano de 1905, justo cuando el presidente estaba a punto de negociar el tratado de paz ruso-japons. Syngman Rhee quera su ayuda para detener la colonizacin japonesa de su pas. En palabras del periodista e historiador Joseph Goulden, Roosevelt le ofreci a Rhee una dosis de doble lenguaje corts y totalmente equvoco. Saba que los diplomticos projaponeses que dirigan la embajada coreana en Washington no le ofreceran ayuda a Rhee y no mencion que, mientras hablaban, el secretario de Estado William Howard Taft se diriga a Tokio para firmar un acuerdo secreto que daba a los japoneses el control de Manchuria y Corea, a cambio de lo cual Japn reconoca a Estados Unidos su soberana sobre Filipinas. No es de extraar, pues, que Rhee se volviera finalmente, a ojos de sus socios estadounidenses, tan neurtico y desconfiado. Estados Unidos lo traicion ms de una vez y le minti de forma sistemtica. Al final los japoneses, que rebautizaron Corea como Chosen, impusieron en ella un brutal dominio colonial que dur casi cuarenta aos. Estados Unidos, segn escribi ms tarde Roosevelt en sus memorias, no poda hacer por los coreanos lo que apenas era capaz de hacer por s mismo. La colonizacin japonesa de Corea sera desusadamente cruel, pero atrajo poca atencin fuera de las fronteras del pas. Syngman Rhee permaneci en Estados Unidos, recibi una notable educacin para un coreano de su generacin y se convirti en una especie de brigada de la verdad unipersonal con apenas suficientes conexiones con unos pocos estadounidenses bien situados, muchos de ellos clrigos, que le facilitaran el acceso a figuras polticas ms influyentes. Si bien esas relaciones le permitieron plantear insistentemente la cuestin de la libertad de su pas, siempre anduvo escaso de una autntica influencia. Tras licenciarse asisti a los cursos de la Universidad de Princeton como doctorando en ciencias polticas, convirtindose en uno de los favoritos de su entonces presidente, Woodrow Wilson. Rhee acuda regularmente a las reuniones sociales informales que Wilson ofreca en su casa, donde los estudiantes se congregaban en torno al piano de la familia Wilson y cantaban. Rhee no cantaba, pero le gustaba compartir la calidez de una velada estadounidense informal y Wilson pareca tenerle aprecio, pues lo presentaba a otros colegas como el futuro redentor de la independencia de Corea. Pero el Wilson que presida la Universidad de Princeton y el Wilson que presidi poco despus Estados Unidos y lo llev a la primera guerra mundial, demostraron ser dos hombres muy diferentes. En la Conferencia de Paz de Pars que se iba a celebrar una vez finalizada la guerra, Wilson esperaba crear un nuevo orden mundial que garantizara entre otras cosas el derecho de autodeterminacin de los pases colonizados. Nadie estaba ms excitado por esa perspectiva que el viejo amigo protegido de Wilson Syngman Rhee; su antiguo mentor, que pocos aos antes pareca ungirlo como lder de una nueva Corea independiente, iba a plantear, en la cumbre ms augusta que cupiera imaginar, la cuestin de la independencia para su pas; aqul era el momento que llevaba tantos aos esperando. Rhee pretenda viajar de Estados Unidos a Pars para reclamar en nombre de sus compatriotas a su gran amigo que los liberara del yugo japons; pero Wilson no quera ni verlo en Pars. Tal como estaban las cosas, necesitaba como socio en Asia a Japn, que adems haba elegido el bando bueno durante la guerra y que por lo tanto era uno de los aliados victoriosos, dispuesto a heredar los derechos alemanes en China. Rhee aprendi as la primera regla de la guerra global: los pases que acaban en el bando vencedor mantienen sus colonias; los que acaban en el bando perdedor tienen que renunciar a ellas. El Departamento de Estado no le proporcion ni siquiera un pasaporte.
As pues, en junio de 1950 haba cierta irona en el hecho de que los estadounidenses estuvieran ahora dispuestos a luchar y a morir por Corea. Lo que valoraban en Corea no era el pas en s, sino lo que poda suceder en Japn, durante dcadas opresor de Corea, si Estados Unidos no intervena para dar cumplida respuesta al desafo comunista. Los caprichos de la historia estaban convirtiendo a Japn en su nuevo aliado, como antes lo haba sido aparentemente China, que ahora se haba convertido en su enemigo. Pero el prolongado perodo de colonizacin japonesa haba supuesto un alto precio para los coreanos. Haba destruido cualquier posibilidad de evolucin poltica y modernizacin; no slo por la pura crueldad y opresin de la presencia japonesa, sino porque muchos polticos de talento haban sido encarcelados o asesinados; mientras que otros, como el propio Syngman Rhee y su futuro adversario Kim Il-sung, se vieron empujados al exilio. En el sur algunos se haban contaminado al colaborar con los japoneses. Durante la segunda guerra mundial, como ha sealado Robert Myers, la gente de los pases ocupados de Europa siempre tena la esperanza de que les llegara ayuda, contando con que los aliados, que eran poderosos, se unieran y acabaran con el dominio alemn en el continente; pero los coreanos no tenan tales esperanzas.14 Pasaron diez, veinte, veinticinco aos sin que se coaligaran las fuerzas de los pases capaces de rescatar al subyugado pueblo coreano y de expulsar a los japoneses de su pas. Hasta diciembre de 1941, cuando el gobierno japons sobrevalor sus fuerzas y decidi atacar las posesiones estadounidenses, britnicas y holandesas en el sur y sureste de Asia, no se agitaron los primeros hlitos de esperanza y aun stos eran muy leves, dado que la mayora de las primeras victorias en la guerra del Pacfico correspondi a los japoneses y cuando la marea comenz a cambiar a los coreanos les llegaban pocas noticias. Los aliados occidentales aparecieron por fin, si no para salvarlos, s por sus propias razones, y con el tiempo su xito supuso la retirada de Japn. Pero en 1945 el cinismo generado por la ocupacin haba hecho mella: mucha gente de la clase alta y media haba llegado a diversos grados de acomodacin con los colonizadores, aceptando el dominio japons y convirtindose en parte impotente y muy comprometida de la estructura de poder japonesa.15 Algunos coreanos haban comenzado incluso a admirar a los japoneses, aunque resultara cnico y dejando de lado todo lo dems, por ser los primeros asiticos capaces de derrotar a los colonizadores blancos del resto de Asia. En 1945 Corea careca prcticamente de instituciones polticas y de un liderazgo autctono. En el norte, cuando la invadi el Ejrcito Rojo, los soviticos impusieron inmediatamente de arriba abajo diversas instituciones y un nuevo gobernante, Kim Il-sung. En el sur, Syngman Rhee, que haba pasado la mayor parte de su vida en el exilio, iba a ser el caballo por el que apostaran los estadounidenses, quisiera o no. Tena entonces setenta aos y era apasionado, egocntrico, voluble, ferozmente nacionalista, patriota, visceralmente anticomunista y no menos autoritario que ellos; se le poda considerar un demcrata en la medida en que tuviera un control absoluto de todas las instituciones democrticas del pas y nadie ms pudiera desafiar su voluntad. Era lo que los japoneses y estadounidenses haban hecho de l: toda una vida de traiciones, condenas a prisin, exilio poltico y promesas rotas lo haban desfigurado y endurecido. Era un ejemplo de lo que la historia reciente de su pas poda hacer con una ambiciosa figura poltica joven, como Kim Il-sung era, de forma muy diferente, otro ejemplo del mismo resultado trgico. Rhee haba sido preso poltico en su juventud y haba estado a punto de ser ejecutado; al final consigui una licenciatura por Harvard y un doctorado por Princeton, pero su vida estuvo llena de dificultades y desilusiones que en muchos sentidos se parecan a las dificultades y desilusiones de su pas. Su estatus como exiliado esencialmente impotente se pareca al estatus de su pas como nacin hurfana y desvalida ante las grandes potencias. Tras obtener su doctorado Rhee regres por un breve perodo a Corea, antes de pasar los siguientes treinta y cinco aos en Estados Unidos. Se convirti en un mendigo profesional ante el gobierno estadounidense, lo que no supona la situacin ms saludable; apremi sin cesar a los poderosos para que liberaran a Corea del yugo colonial ponindose a la cabeza del independentismo coreano. Era un nacionalista apasionado y al mismo tiempo un incansable promotor de s mismo: cuando finalmente lleg al poder, su xito pareca confirmar su monomana. Al finalizar la guerra del Pacfico en 1945, Syngman Rhee tena una importante carta que jugar y haba esperado ms de tres dcadas para jugarla: el apoyo de Estados Unidos. Dado que los pocos estadounidenses que se iban a ocupar de Corea en la posguerra no haban dedicado prcticamente ni un pensamiento a la cuestin de su estatus, Rhee, con su largo perodo de residencia en Estados Unidos como figura pblica del independentismo coreano, se convirti en el nico candidato con apoyo estadounidense. Adems haba alimentado una larga relacin con los nacionalistas chinos, excepcionalmente bien relacionados en Washington. En Corea, como en China, la misma gente pareca estar buscando un lder que fuera a la vez nacionalista y cristiano; su nacionalismo tena que satisfacer los criterios religiosos y polticos de Occidente. El respaldo de Chiang Kai-shek equivala a un salvoconducto influyente en Washington. De hecho, Syngman Rhee acab siendo conocido, para lo bueno y para lo malo, tanto por los admiradores de Chiang como por los que lo despreciaban, como el Pequeo Chiang. A diferencia de ste era un cristiano convencido y profundamente religioso. Despus de todo se haba convertido al cristianismo en un pas muy alejado de ste y haba sufrido por su fe en muchas ocasiones. Para algunos de los estadounidenses que lo apoyaban en aquellos primeros aos, sus creencias religiosas (y las de Chiang) facilitaban mucho las cosas; aunque eran asiticos, en el fondo compartan el mismo sistema de valores. Cuando poco antes de la guerra de Corea un diplomtico estadounidense realiz un comentario crtico sobre Chiang y Rhee ante el influyente John Foster Dulles, que poco despus se iba a convertir en el secretario de Estado de Eisenhower, ste respondi reveladoramente: Bien, le dir algo: piense lo que piense sobre ellos, esos dos caballeros son los equivalentes actuales a los fundadores de la Iglesia. Son caballeros cristianos que han sufrido por su fe.16 Chiang, entre otros, haba recomendado a Rhee ante MacArthur, y cuando regres por fin a Corea para hacerse cargo de la presidencia del pas lleg en el avin del comandante supremo de las potencias aliadas en el Pacfico, lo que constitua de por s una declaracin poltica explcita. Estados Unidos tena, al parecer, a su hombre en Corea, o quiz sea ms exacto decir que su hombre los tena consigo. Roger Makins, diplomtico britnico muy proamericano, crea que en aquel momento Estados Unidos, un pas hasta entonces aislacionista que se vea arrastrado de mala gana a su nuevo papel como potencia mundial, tenda siempre a buscar como gobernante un individuo con quien se sintiera a gusto: la eleccin de Syngman Rhee responda sin duda al hecho de que era identificado y percibido como "su hombre". Se sienten mucho menos cmodos con los movimientos.17 Entre esa gente que se senta a gusto con Syngman Rhee no estaban, sin embargo, los estadounidenses que tenan que tratar con l en Corea cotidianamente, muchos de los cuales llegaron a odiarlo. El general John Hodge, comandante en jefe de las tropas estadounidenses en Corea del Sur, por lo general rudo y poco diplomtico, despreciaba a Rhee. Lo consideraba, como escribi el historiador militar Clay Blair, artero, emocionalmente inestable, brutal, corrupto y absolutamente imprevisible.18 4
En el norte Kim Il-sung haba sido instalado mucho ms previsoramente por sus patrocinadores soviticos, que llevaban puesto el ojo en Corea desde mucho antes. Lleg cuando todava no haba concluido la segunda guerra mundial, con el respaldo de Iosif Stalin y mediante la pura fuerza del Ejrcito Rojo ocupante. Debido a esto, desde el principio tuvo como modelo el sistema sovitico y estaba rodeado por asesores enviados desde Mosc. En la primavera de 1950 Kim llevaba en el poder casi cinco aos y durante al menos dos de ellos haba estado reivindicando cada vez con mayor insistencia su derecho a invadir el sur. Kim les prometa a los soviticos que la invasin contara con el respaldo de un levantamiento nacional espontneo en todo el sur. Doscientos mil comunistas y patriotas del sur tomaran las armas como un solo hombre contra Syngman Rhee, que no era, segn la expresin favorita del vocabulario comunista de la poca, ms que el perro guardin de los imperialistas estadounidenses. Pero slo una persona poda autorizar aquella invasin, y era el propio Stalin. De los tres protagonistas decisivos por la parte comunista en la guerra de Corea, Kim Il-sung era el que contaba con menos legitimacin. Stalin, aunque no haba sido el principal arquitecto de la revolucin rusa, al menos haba participado en ella desde el principio como cruel ejecutor que haba ido obteniendo cada vez ms poder de los que le rodeaban y que al finalizar la guerra mundial llevaba ya casi un cuarto de siglo al frente del totalitarismo sovitico. Haba ganado una inmensa estatura con la victoria del ejrcito sovitico sobre la Alemania de Hitler, pese a sus catastrficos errores de clculo sobre las intenciones de ste y lo que era quiz an peor, su casi suicida destruccin del Ejrcito Rojo, purgando a su alto mando y desmantelando su cuerpo de oficiales en los meses previos a la invasin de Hitler. Pero a pesar de todos sus errores de clculo, Stalin se haba convertido en el lder simblico de la Gran Guerra Patritica, como la llamaban los soviticos. Aquellos errores que casi haban permitido a la Wehrmacht derrotar a la Unin Sovitica, paradjicamente lo haban reforzado ante el pueblo sovitico as como su control personal sobre todo el pas, cuyos mitos espirituales se haban entrelazado con su propio mito sobre el liderazgo. Lleg a encarnar, no tanto las primeras derrotas de la Unin Sovitica, sino su supervivencia en Stalingrado y luego el triunfo final del Ejrcito Rojo en Berln. Aquella victoria pareca sellar por s sola su grandeza ante el pueblo sovitico, convirtindolo nada menos que en la encarnacin moderna de los legendarios zares, y de esa forma, para lo bueno y para lo malo, en la figura principal de la Unin Sovitica durante el siglo XX. Mao Zedong, lder en 1950 del gobierno revolucionario chino que lleg al poder tras aos de opresin y encarnizada guerra civil, era una figura histrica quiz an ms destacada. Fue el principal arquitecto de la revolucin china y la dirigi durante largos y difciles aos, a menudo contra enemigos temibles, salvndola de las fuerzas combinadas de Chiang Kai-shek y diversos seores de la guerra. Fue a la vez estratega poltico y militar de la guerra civil china y creador de un nuevo concepto blico que funda la poltica y la guerra y en el que los aspectos militares estaban siempre subordinados a los polticos. Su adaptacin del evangelio marxista a una sociedad campesina y su teora de la revolucin iban a tener una resonancia internacional cada vez mayor durante la segunda mitad del siglo XX, superando incluso la influencia que pudiera haber tenido Stalin durante la primera. En la dcada de 1960, cuando se hicieron pblicos los crmenes de Stalin contra su propio pueblo y los pueblos de Europa oriental, el lder sovitico pareca ms que otra cosa un estorbo para los jvenes izquierdistas idealistas de Occidente y del mundo subdesarrollado, que preferan olvidarlo ya que representaba poco ms que el poder en bruto. En cambio Mao fue durante bastante tiempo, hasta que se lleg a conocer mejor el lado oscuro de su personalidad y el terror que haba desencadenado sobre su propio pueblo, una figura mucho ms romntica, ms parecida a la encarnacin de la revolucin. Durante aquellos aos se le consideraba, mucho ms que a Stalin, el lder de los pobres del mundo frente a los ricos y poderosos. Kim Il-sung encarnaba una contradiccin, era un feroz nacionalista que haba llegado a gobernar su pas de la mano de una potencia imperialista, la Unin Sovitica. Su fervor nacionalista haba arreciado con la colonizacin japonesa, que lo haba convertido, en aquella era colonial, en un guerrillero comunista convencido, pero esto a su vez lo haba convertido casi desde el principio en instrumento, muy obediente, de la poltica sovitica. Al mirarlo haba quien no vea ms que la mano sovitica sobre su hombro, mientras que l se vea a s mismo como la pura encarnacin del nacionalismo coreano. Ciertamente la poca en la que haba madurado lo haba configurado. Para Kim Il-sung no haba ninguna contradiccin entre ser un patriota coreano, un comunista convencido y el mejor instrumento de la Unin Sovitica en Corea. Toda Corea haba sido un terreno frtil para la rebelin debido a la ocupacin japonesa. Cuando la ocupacin se prolong, en buena parte de la clase media educada se asent cierto fatalismo y muchos miembros de las clases privilegiadas hicieron a regaadientes la paz con los japoneses y prosperaron como colaboracionistas. Gran nmero de ellos aparecera tras la guerra como influyentes protagonistas, tanto en los negocios como en el ejrcito, en lo que se convirti en Corea del Sur, mientras que muchos coreanos de origen campesino, que odiaban a los japoneses y no tenan razones econmicas para el acomodo, se vieron empujados a una izquierda profundamente alienada. Despus de todo haba muchas razones para el odio, ya que la colonizacin japonesa de Corea haba sido extraordinariamente dura. Los coreanos eran considerados por los japoneses como una especie subhumana inferior, ms inferior an por haber sido conquistada tan fcilmente. Los japoneses, convencidos de su misin imperial y de su superioridad racial, se empearon en destruir casi todos los vestigios de la independencia coreana. Queran nada menos que aniquilar la cultura coreana, empezando por la lengua, y el japons se proclam como nica lengua oficial de Corea. En las escuelas las clases se daban en japons. El texto de lengua japonesa se llamaba El lector en lengua materna. Los coreanos deba adoptar nombres japoneses. La lengua coreana se iba a convertir en un dialecto regional sin ms. Pero los japoneses, como tantos otros colonialistas, iban a aprender que si se quiere que un pueblo conquistado valore realmente algo, basta con intentar suprimirlo; as cobraban significado real cosas que hasta entonces se daban por sobreentendidas: historia, lengua, religiones locales. Las divisiones sociales provocadas por la colonizacin japonesa se hicieron mucho ms profundas de lo que perciba la mayora de los extranjeros. El pas no solo estaba dividido por el paralelo 38, sino que en cierto modo la divisin atravesaba toda la poblacin y tena que ver con el lado en que cada coreano haba estado durante los tiempos duros. La particin contribuy a crear todo tipo de divisiones internas, divisiones que se iban a entrecruzar, como es natural, durante la guerra. No era slo una guerra fronteriza en la que el norte invada el sur, sino algo ms que tena que ver con los fantasmas de un pasado colonial reciente y con prolongados enfrentamientos polticos que se haban ido enconando durante dcadas. Ambos bandos pretendan ajustar cuentas que se haban ido acumulando, de formas diferentes y bajo diferentes etiquetas, durante casi medio siglo. La extraordinaria crueldad de la colonizacin japonesa casi haba erradicado del suelo patrio a los nacionalistas, y en cierta forma gran parte de la evolucin de los acontecimientos en Corea derivaba de aquel hecho: los intelectuales que permanecieron en el pas estaban en general contaminados de una forma u otra por su colaboracin con los japoneses, mientras que los que huyeron al exilio tambin estaban contaminados, o al menos profundamente afectados, por su asociacin con la potencia extranjera ya fuera la Unin Sovitica, la Repblica Popular China o Estados Unidos que los haba acogido. Cuando parte de la Corea desesperadamente pobre, ocupada y colonizada envi a Syngman Rhee a pedir auxilio a Estados Unidos, otra parte muy diferente haba generado a Kim Il-sung, cuya familia tuvo que sufrir los rigores derivados del desequilibrio econmico del antiguo rgimen. Kim se politiz desde la infancia, huy al exilio cuando todava era un muchacho y pas gran parte de su juventud luchando contra los japoneses. Representaba a su modo la rabia y la amargura de la reciente historia del pas. El nombre que Kim recibi al nacer en el pueblecito de Namri el 15 de abril de 1912, justo dos aos despus del comienzo de la colonizacin japonesa, fue el de Song-ju. Se puede entender mejor su clera y su rigidez si imaginamos a un nio de la Europa moderna que hubiera crecido en Holanda o en Francia bajo una ocupacin nazi que hubiera durado los treinta y tres primeros aos de su vida. Sus abuelos paternos vivan en un pueblo llamado Mangeyondai, que finalmente acabara siendo conocido como su hogar familiar. Ms adelante llegara a proclamar que su bisabuelo haba sido uno de los lderes de un ataque contra un buque mercante estadounidense, el General Sherman, que cometi el error de subir demasiado ro arriba por el Taedong en 1866 y a continuacin el error an mayor de detenerse, momento en que los habitantes de la aldea ms prxima se lanzaron contra el buque fondeado e hicieron picadillo a sus marineros. Que el bisabuelo de Kim participara realmente o no en aquella accin es otra cuestin, pues Kim siempre fue extraordinariamente creativo en la confeccin mejorada de su autobiografa, una tarea que se tomaba muy en serio. Su padre, Kim Hyong-jik, era de origen campesino y haba asistido, aunque sin finalizarla, a la escuela de enseanza media. Con quince aos se cas con la hija del maestro de la escuela local y luego trabaj tambin l como maestro, como mdico herborista y en ocasiones como sepulturero. Su mujer, Kang Pan, tena diecisiete aos cuando se casaron, o sea que era dos aos mayor que su marido. Su familia, entre cuyos antepasados haba maestros y pastores cristianos, era gente educada y probablemente senta menos entusiasmo por la boda, ya que la familia de Kim era ms humilde y l slo tena a su nombre menos de una hectrea de terreno. Cuando naci Kim Il-sung su padre tena slo diecisiete aos y todava viva con sus padres. Ambas ramas de su familia estaban relacionadas con misioneros cristianos, aunque para limpiar su currculo l afirm ms tarde que no eran creyentes y que su padre slo iba a la iglesia presbiteriana porque ofreca enseanza gratuita. Segn Kim, su padre sola decir: Si tienes que creer en un dios, al menos que sea coreano!. Aunque no hay forma de comprobar la veracidad de esa afirmacin, lo cierto es que en muchos lugares subdesarrollados del mundo parte de la influencia de los misioneros provena de la posibilidad que ofrecan de recibir una mejor educacin y disfrutar con el tiempo de ciertas ventajas econmicas. De lo que no cabe duda es de que su familia estaba bastante politizada: su padre y dos de sus tos fueron encarcelados en diferentes ocasiones por actividades independentistas. En 1919, cuando tena siete aos, la familia, como miles de coreanos nacionalistas, se incorpor a una gran migracin que atraves la frontera norte del pas hasta Manchuria, tratando de escapar del dominio japons. Se establecieron en la ciudad de Jiandao, donde haba una gran comunidad coreana, y el joven Kim acudi all a una escuela china en la que aprendi su lengua. Cuando cumpli once aos su padre lo envi de vuelta a Corea para que pudiera conocer mejor su propio pas y su lengua, aunque sta no se poda utilizar en pblico. Vivi durante un tiempo con sus abuelos maternos antes de regresar a Manchuria, donde ingres en una academia militar fundada por nacionalistas coreanos. Ms tarde asegurara que l era demasiado radical para aquella escuela y que la abandon al cabo de seis meses. En cualquier caso, pronto se traslad a la ciudad de Jilin, donde viva gran nmero de emigrados coreanos y tambin muchos agentes japoneses. Eran tiempos febriles para los revolucionarios. Sus amigos y l discutan, segn contara ms tarde, qu revolucin llegara primero, la que acabara con la crueldad econmica o la que pondra fin a la ocupacin japonesa, y si la revolucin se producira antes en Corea o tendran que esperar hasta que en Japn predominaran las fuerzas comunistas. Como muchos coreanos de su generacin, Kim se iba radicalizando con el paso del tiempo, al ver eternizarse las atrocidades infligidas por los japoneses. Tras la muerte de su padre, su madre comenz a trabajar como costurera mientras Kim acuda a una escuela china de enseanza media donde conoci a Shang Yue, un profesor miembro del partido comunista que se interes por l, permitindole hacer uso de su propia biblioteca (Shang fue pronto despedido debido a sus opiniones radicales y acab convirtindose en uno de los principales historiadores de la Repblica Popular China). Kim Il-sung se desplazaba cada vez ms hacia la izquierda, se convirti en miembro fundador de un grupo juvenil comunista. En el otoo de 1929, con diecisiete aos, fue detenido por las autoridades manches locales y enviado a prisin. Tuvo bastante suerte, seala su bigrafo Bradley Martin, en no ser devuelto a los japoneses. Seis meses despus fue puesto en libertad y al ao siguiente se incorpor al partido comunista chino. Se cree que fue en algn momento de aquel perodo cuando adopt el nombre de guerra de Kim Il-sung. Sus crticos aseguraban que tom el nombre de otro conocido patriota coreano, famoso por sus hazaas como guerrillero, y as disfrut de una reputacin ya construida como una especie de Robin Hood coreano. Debido a ese cambio de identidad, algunos detractores estaban convencidos de que toda la relacin de proezas de Kim como guerrillero en Manchuria haba sido falseada, pero no era as. Como en muchas otras cosas, una vez que lleg al poder exager su papel como lder guerrillero, pero haba constituido una seria preocupacin para los japoneses ya desde 1931 y durante aquellos aos haba llevado una vida difcil y peligrosa como lder guerrillero, aunque slo fuera por combatir a las tropas japonesas que pretendan capturarlo. As pues, cuando cumpli veinte aos ya haba tomado las armas contra los japoneses y en la primavera de 1932 haba creado su propio grupo guerrillero. Kim y otros como l formaban parte de lo que se llamaba el Grupo de Kapsan, por las montaas Kapsan en Manchuria, donde se haban ocultado tras huir de su pas. Los japoneses, cuya ambicin de dominar todo el oriente asitico creca con cada xito, extendieron su mandato colonial a Manchuria dndole el nuevo nombre japonizado de Manchukuo. El de Kim Il-sung era uno de los muchos grupos, unos coreanos y otros chinos, que combatan contra los japoneses. La guerra de guerrillas contra los japoneses se prolong durante casi una dcada, aunque obtuvieron pocas victorias. El ejrcito de ocupacin japons era muy numeroso, tena mejores armas yal menos as les pareca a los acosados coreanos cantidades ilimitadas de municiones. Adems solan ofrecer a los campesinos locales una alternativa lacerante: grandes recompensas si informaban sobre los guerrilleros, que a veces eran sus propios amigos y paisanos, o la muerte si no cooperaban. Entre 1934 y 1940, aproximadamente, el ejrcito japons envi cada vez ms tropas a la regin y utiliz mtodos cada vez ms brutales de persuasin contra la poblacin local. As consigui finalmente erradicar a los guerrilleros y empujarlos a la zona ms oriental de la Unin Sovitica. Durante aquel perodo la banda de Kim Il-sung se incorpor a lo que se llamaba el Ejrcito Unido Antijapons del Noreste, bajo el mando del general chino Yang Jingyu. La tarea de los guerrilleros no era tanto obtener victorias como estorbar a los japoneses y hacer un poco ms difcil cada uno de sus movimientos en China. Los hombres de Kim eran casi todos coreanos, pero se mire como se mire operaban bajo las rdenes del partido comunista chino. No cabe duda de su importancia como lder durante aquel perodo. Poco a poco fue ascendiendo de grado, siendo nombrado primero jefe de batalln y luego de divisin, pero se cree que nunca dirigi a ms de trescientos combatientes. En cualquier caso, iba ganando notoriedad. Entre los comunistas creca el respeto hacia l como jefe guerrillero valeroso y fiable; desde la perspectiva japonesa era uno de los lderes guerrilleros coreanos ms buscados de la poca; en 1935 pusieron precio a su cabeza pero sigui eludindolos. Era considerado un tipo duro y pragmtico, y desde el punto de vista de sus superiores, primero chinos y luego soviticos, ideolgicamente fiable. No se debe subestimar la importancia de esta ltima cualidad, dado que aunque haba fuertes lazos ideolgicos entre l y sus superiores, tambin haba serias diferencias nacionales, y por lo tanto inevitables sospechas. Cuando el general Yang fue finalmente capturado y muerto por los japoneses en 1940, Kim se convirti durante un breve perodo en el guerrillero ms buscado en la regin con el precio ms alto por su cabeza, doscientos mil yenes; pero como la ocupacin japonesa se consolidaba y sus fuerzas crecan cada vez ms, haba llegado la hora de la retirada. En algn momento, probablemente hacia 1940, se puso finalmente bajo el mando y la tutela sovitica. En 1942 se incorpor al Ejrcito Rojo y fue enviado a un campo de entrenamiento cerca de la ciudad de Voroshilov (hoy Ussuriysk), en la parte ms oriental de la Unin Sovitica, a menos de cien kilmetros de Vladivostok. Pronto entr a formar parte de un batalln secreto del Ejrcito Rojo, la 88. Brigada Especial Independiente de Francotiradores, cuyo trabajo consista esencialmente en localizar las fuerzas japonesas que haban entrado en territorio sovitico (aunque la Unin Sovitica y Japn no estaban formalmente en guerra). En aquella brigada fue primero capitn y luego comandante de un batalln. Dado lo autoritario que era su ejrcito, fue en todos los sentidos un ciudadano y soldado sovitico. En su unidad haba alrededor de doscientos hombres, tnicamente coreanos aunque algunos de ellos haban crecido en la Unin Sovitica. Todos ellos estaban muy politizados; el proceso de adoctrinamiento era tan importante para los soviticos como las lecciones de tctica militar; la poltica siempre estaba por encima de la capacidad militar. Durante la segunda guerra mundial Kim, al parecer, viaj en algn momento a Mosc. Los soviticos consideraban que su batalln no deba enfrentarse directamente a los japoneses sino ocuparse de otras funciones mientras la guerra se acercaba a su fin y sus fuerzas se desplazaban hacia el este. Como cualquier coreano de su generacin, Kim saba que la expulsin de los japoneses no se poda llevar a cabo sin ayuda exterior. Para l y ahora vesta el uniforme de oficial del Ejrcito Rojo la Unin Sovitica supona un respaldo mayor que el de China, que haba desempeado un papel hegemnico mayor en la historia coreana que Rusia; adems, Mosc quedaba mucho ms lejos que Beijing, por no hablar de que en 1944 la Unin Sovitica pareca un ganador seguro y que tendra un papel ms importante en la posguerra, mientras que el movimiento revolucionario de Mao estaba todava confinado, o casi, en una regin pobre del noroeste de China. Por otra parte, el modelo sovitico les pareca especialmente atractivo a los eventuales lderes comunistas del mundo subdesarrollado, pues los soviticos haban completado su revolucin, haban derrotado a sus enemigos y adems haban conseguido, al parecer, modernizar un Estado arcaico. Todo esto llev a Kim Il-sung a convertirse en un tipo especial de patriota coreano moderno y al mismo tiempo en leal amigo de los soviticos. Otros podan ver una importante contradiccin entre el nacionalismo coreano y el autoritarismo sovitico, pero l no la vea. No dudaba en absoluto de la gran causa comunista, aunque quiz habra que decir causas, las de ellos y la suya. Al principio ambas cosas parecan una y la misma: lo que era bueno para los soviticos era bueno para l y para su Corea. El rpido fin de la guerra cogi a casi todo el mundo por sorpresa, incluidos soviticos y estadounidenses. Corea qued inmediatamente dividida por el paralelo 38. Lleg el Ejrcito Rojo, pero no la 88. Brigada de Francotiradores, ya que el mrito de la liberacin deba recaer sobre tropas soviticas y no coreanas. Al ala coreana del Ejrcito Rojo se le permitira incorporarse pocas semanas despus. Al principio Kim dependa casi absolutamente de los soviticos. No tena otro mrito para su liderazgo y as era como Stalin prefera que fueran las cosas en el mundo comunista, pues era muy consciente de que los gobernantes con una base poltica real podan resultar difciles y comenzar a pensar que eran realmente independientes. Era mejor, por tanto, poner al frente del gobierno a alguien que se adecuara a tus necesidades, proclamar que era un hroe, crear para l una historia mtica, parcialmente falsa, e instalarlo en el poder. Eso fue precisamente lo que hicieron con Kim Il-sung. No necesitaba carisma, del que de hecho careca. El PCUS no necesitaba figuras carismticas en los pases satlites. El gobernante comunista de Yugoslavia, Josip Broz Tito, y Mao Zedong, de los que Stalin desconfi siempre debido a sus considerables hazaas, iban a demostrar finalmente cuan peligroso era confiar en figuras heroicas con un poderoso respaldo nacional. Con Kim Il-sung no habra problemas ideolgicos; lo haban moldeado durante aos, haba pasado todo tipo de exmenes secretos y era un autntico creyente. Lo que los soviticos decan sobre el Occidente capitalista y sobre Corea coincida con lo que l saba por su propia experiencia personal. Muchos aos despus de la muerte de Stalin y de que un cisma tras otro hubieran desgarrado el mundo comunista, Kim segua siendo el mayor estalinista en el poder: rgido, doctrinario, inflexible, un hombre que crea en todas las viejas verdades aunque muchas de ellas hubieran resultado ser falsas. En Corea, al menos, no lo eran, porque l poda, con el poder ilimitado de su dictadura, devolverles, si no la credibilidad, s la incuestionabilidad que garantizaba un Estado omnmodo. Con l consigui configurar una de las sociedades ms estrechamente controladas, estables y draconianas del mundo, una autntica sociedad estalinista. Si Iosif Stalin hubiera nacido en Corea y hubiera llegado al poder en aquella poca, habra gobernado casi exactamente como lo hizo Kim Il- sung, mantenindose en el poder hasta la muerte. Corea del Norte se convirti inevitablemente en un paraso para los hagigrafos y Kim Il-sung en su leyenda moderna. No haba halago que no pudiera utilizarse sin rubor para describir su herosmo durante la guerra, ningn obstculo que no hubiera superado, ningn batalln japons que no hubiera destruido por s solo, ningn otro guerrillero cuyas hazaas valiera la pena contar, ningn sol que se hubiera alzado sobre su pas sin su propia ayuda personal. En Corea del Norte hubo efectivamente una revolucin, pero fue impuesta al pueblo. El poder que haba entregado el pas a los comunistas no era, como en China (y pronto en Indochina), el de las ideas revolucionarias ejecutadas brillante y enrgicamente contra una potencia colonial o neocolonial durante una lucha prolongada y agotadora que exiga el apoyo de la poblacin. Por el contrario, se trataba del poder terminante del Ejrcito Rojo, y todas las decisiones importantes se tomaban en Mosc, aunque luego eran llevadas lealmente a la prctica por el gobierno de Kim. Este era joven, era valiente y haba sido bien adoctrinado. No tena otros patrocinadores; por decirlo sin rodeos, les deba todo. En su favor estaba su ausencia de pasado poltico: no haba nada que ocultar o que enmendar y careca de una base de poder propia. En cierto sentido se podra decir que haba sido creado desde cero, convertido en lo que los soviticos queran que fuera. Acab siendo algo casi nico en el mundo, un reflejo de la crueldad de su infancia, de la colonizacin japonesa y del aislamiento y paranoia que afectaba a muchos coreanos de su generacin: un patriota coreano serio, amargado, que tambin era un estrecho nacionalista xenfobo y que en el momento de su muerte estaba absolutamente aislado de casi todos los dems lderes mundiales, incluyendo los del mundo comunista. Otros candidatos que podran haber parecido tener ms opciones de dirigir Corea del Norte, al menos a ojos de los observadores exteriores poco familiarizados con la forma de operar de Stalin, fueron en muchos casos automticamente eliminados por su independencia. Quienes haban combatido en el ejrcito de Mao quiz demasiado tiempo, por notables que hubieran sido sus actividades durante la guerra, eran considerados contaminados por su proximidad a los chinos, y de otros se pensaba que sus ideas y sueos diferan demasiado de los de los gobernantes del Kremlin. Hyon Chun-hyok, destacado miembro del partido comunista coreano, pronto fue considerado demasiado independiente y fue asesinado de forma misteriosa a finales de septiembre de 1945. Iba en un camin junto a Cho Man-sik, que tambin era una figura popular, cuando le dispararon. De aquella forma se eliminaba a un poltico coreano poco fiable y se le haca llegar una clara advertencia a otro. Fue prcticamente en aquel mismo momento del asesinato de Hyon cuando se vio por primera vez en Pyongyang a Kim, que vesta el uniforme de comandante del Ejrcito Rojo.
Kim Il-sung poda ser su hombre, pero como poltico le faltaban tablas y fue una desilusin para los coreanos que deseaban que los dirigiera alguien con credenciales ms obvias y no queran que ninguna potencia extranjera, por bien recibida que hubiera sido al expulsar a los japoneses, les proporcionara un caudillo. Los soviticos decidieron presentarlo como su hombre de confianza en una cena restringida celebrada en un restaurante de Pyongyang a principios de octubre de 1945. Segn explic un general sovitico a los all reunidos, Kim era un gran patriota coreano que haba combatido valientemente contra los japoneses. Entre los participantes en la cena estaba Cho Man-sik, un nacionalista no violento mucho ms conocido al que llamaban el Gandhi coreano. Cho, sabiendo lo vulnerable que era, se mova tan hbilmente como poda en una situacin poltica que una vez ms los coreanos no controlaban. Apareci en la cena como muestra de confraternizacin con los soviticos, con el encargo de dar la bienvenida a Kim Il-sung. Aunque Cho era mucho ms popular, a ojos de los soviticos llevaba consigo demasiado equipaje del pasado y no era ideolgicamente fiable. Lo haban clasificado como nacionalista burgus, lo que no era una categora envidiable. Un nacionalista burgus era alguien que no entenda que las decisiones importantes se tomaban en Mosc. De haber sido ms obediente quiz habra tenido algn valor para ellos como figura en la cumbre, cuidadosamente aislado de las palancas reales del poder, pero como poltico independiente que era no tena ninguna posibilidad. El general Terenti Shtykov, virrey de Stalin o zar de Corea, como lo conocan en Pyongyang, pensaba que Cho era demasiado antisovitico y antiestalinista y eso fue lo que transmiti a Mosc. La cena celebrada a primeros de octubre no fue precisamente un xito. Los dems polticos coreanos presentes se sorprendieron por la juventud de Kim y su falta de gracia. Su comparecencia decisiva en pblico tuvo lugar a mediados de octubre, en una concentracin de masas en Pyongyang, y fue bastante desilusionante para la gran multitud all congregada a la que iban a presentar a un importante nacionalista coreano. La gente esperaba ver y or a un venerable lder que hubiera servido a su causa durante muchos aos y que representara su propia pasin por un pas ahora oficialmente libre de la dominacin extranjera, pero lo que tenan ante ellos era un poltico bastante inmaduro, que pronunci en tono monocorde y con una voz plana, como de pato, un discurso escrito por los soviticos. Uno de los asistentes coment que su traje era demasiado estrecho y su corte de pelo lo haca parecer un camarero chino. Pero lo que realmente molest a muchos de los presentes fueron sus lisonjas hacia Stalin y la Unin Sovitica. Todos los elogios iban dirigidos al poderoso y esplndido Ejrcito Rojo. Quienes esperaban palabras de libertad autnticamente coreanas tuvieron que or un discurso que expresaba un nuevo tipo de obediencia, palabras coreanas adaptadas a las necesidades soviticas, el tipo de repeticiones montonas que [ya] tenan harto al pueblo. Hay dos fotos muy diferentes, cada una de las cuales nos cuenta su propia verdad sobre la ocasin. En la primera se ve a Kim, joven y ansioso, flanqueado por al menos tres generales soviticos; en la segunda, la versin corregida y censurada, publicada ms tarde cuando Kim pretenda recrear su propia historia mtica de gran independencia personal, aparece en el mismo podio, desde un ngulo algo diferente, y los tres generales soviticos han desaparecido como por ensalmo. Los das de Cho Man-sik estaban contados. A principios de 1946 se haba mostrado en desacuerdo con los soviticos sobre varios asuntos importantes para un nacionalista coreano y se haba convertido as a sus ojos en algo peor que un reaccionario. El general Shtikov pidi y obtuvo el permiso de Stalin para purgarlo; poco despus fue puesto bajo lo que se llamaba amablemente custodia protectora en un hotel de Pyongyang. Nadie tena permiso para verlo y de hecho nadie volvi a verlo nunca ms. Kim Il-sung tena por fin el poder sobre medio pas, pero no era precisamente una gran figura a escala mundial, ni siquiera en el marco comunista. Careca de la legitimacin mucho mayor de Mao Zedong, que haba llegado al poder por s mismo con escasa ayuda sovitica, o de Ho Chi Minh, el lder comunista indochino que estaba organizando entonces una campaa militar contra los colonialistas franceses y acabara convirtindose en la encarnacin del nacionalismo vietnamita. Kim Il-sung, en cambio, como apuntaba Bradley Martin, iba a representar durante casi una dcada tras la liberacin de Corea el papel de capataz al servicio de sus mentores soviticos, halagndolos y cumpliendo sus instrucciones tan satisfactoriamente que obtuvo como recompensa cada vez ms poder y autonoma. Kim aprendi rpidamente a utilizar los instrumentos del Estado totalitario moderno: el poder de la polica y el miedo. Al igual que Stalin, saba dividir para conquistar y cmo quitar de en medio a sus enemigos, y conoca a fondo la gran verdad estalinista: que nadie, por leal que fuera en apariencia, poda considerarse nunca realmente fiable. Kim capt con rapidez, como Stalin y Mao antes que l, la necesidad de un culto nacional a su personalidad, casi de adoracin, y en el futuro rivalizara con uno y otro en ese aspecto. Ya una biografa publicada en 1948 lo elevaba por encima de todos los dems lderes guerrilleros coreanos que combatieron contra los japoneses. Era el mayor hroe patritico de nuestro pas y el sol de la esperanza de nuestro pueblo. Los imperialistas japoneses, aada la biografa, odiaban al general Kim Il-sung ms que a cualquier otro de los treinta millones de coreanos.4 Menos de un ao despus de regresar a Corea se public un poema, Una cancin del general Kim Il-sung, que anunciaba lo que estaba por venir: Los vientos cargados de nieve de Manchuria, / las largas, largas noches en el bosque. / Quin es el guerrillero intemporal, el patriota sin igual, / el liberador benfico de las masas que lo merecen, / el Gran Sol de la nueva Corea democrtica?.5 A principios de 1950 se haba hecho con el control absoluto de todos los resortes del poder. Su gran problema era que slo gobernaba medio pas. Ansiaba, por encima de cualquier otra cosa, utilizar su poderoso y disciplinado ejrcito, entrenado y equipado por los soviticos, para invadir a su juicio, liberar el sur, donde cientos de miles de comunistas esperaban anhelantes su llegada, y as convertir las dos Coreas en una sola. Cuando el Inmin-gun atac finalmente el 25 de junio, sus primeros xitos parecan confirmar sus profecas. Como al comienzo le iban saliendo muy bien las cosas, Kim Il-sung y sus principales funcionarios seguan tratando a los representantes de la Repblica Popular China con desdn, bordeando el desprecio. El 5 de julio Stalin sugiri a los gobernantes chinos que enviaran nueve divisiones a la ribera septentrional del ro Yalu por lo que pudiera pasar. Los chinos ya pensaban del mismo modo; no confiaban tanto como Kim Il- sung en lo que pudiera hacer el ejrcito estadounidense. De hecho, pocos das antes Zhou Enlai haba enviado a Pyongyang a uno de sus hombres de mayor confianza, Zhai Junwu, para reforzar los vnculos entre chinos y coreanos. Zhai lleg el 10 de julio y se reuni inmediatamente con Kim Il-sung, quien le dijo: Si necesita algo no tiene ms que buscarme en cualquier momento. Kim encarg a uno de sus hombres de confianza que proporcionara a Zhai informes diarios y con aquello se desembaraz de l. Los informes resultaron ser prcticamente intiles, porque no hacan ms que reproducir lo mismo que se poda conseguir en el servicio de noticias local para los extranjeros. Una propuesta de la direccin china de enviar un grupo de altos mandos del Ejrcito Popular de Liberacin para estudiar la evolucin de la campaa fue rechazada. Kim estaba seguro de que no tendra necesidad de su ayuda y de que todo le iba a salir bien. 5
Las tropas surcoreanas no estaban tan bien entrenadas o preparadas. Llegara un da en que Corea del Sur sera mucho ms fuerte, una sociedad mucho ms dinmica, pero durante aquellos primeros aos estaba menos organizada y era ms catica, y la situacin del ejrcito reflejaba la del gobierno. Entre sus generales y el resto de mandos reinaba la corrupcin. Los soldados rasos carecan de motivacin y slo disponan, en general, de armas anticuadas, restos de la segunda guerra mundial. Tenan poca artillera, casi ningn vehculo acorazado y prcticamente ningn cazabombardero, porque Washington tema que si le daba a Syngman Rhee las armas que peda, al da siguiente ordenara a su ejrcito invadir el norte. Todo aquello reflejaba el inmenso desacuerdo que exista entre Syngman Rhee, el subordinado ms irascible, beligerante e independiente que cupiera imaginar, y quienes se consideraban sus patrocinadores. Syngman Rhee, casi patolgicamente anticomunista, quera ms que ninguna otra cosa la guerra con el norte (o quiz mejor todava, obligar a los estadounidenses, ms ricos y poderosos, a que fueran a la guerra por l). Su objetivo era la imagen especular del de Kim Il-sung: crear por cualquier medio una Corea unificada, independiente y no comunista que l gobernara. Era otra ms de las difciles lecciones que Estados Unidos tendra que aprender en Asia y de las que ya haba conocido una primera versin con Chiang Kai-shek: cuanto ms dependiera de Estados Unidos un lder asitico que hubieran ayudado a instalar en aquella nueva era poscolonial, ms difciles seran las relaciones con l, porque su misma dependencia le llevara a tratar de demostrar activamente su independencia y le irritara profundamente todo lo que pudiera considerar control estadounidense. En 1950, del mismo modo que el jerrquico y autoritario Inmin-gun reflejaba la estructura sociopoltica norcoreana, el ejrcito surcoreano reflejaba la nacin trastornada que supuestamente deba defender: una sociedad subyugada y semifeudal que todava soportaba la carga de un pasado colonial, del que iba emergiendo lenta y torpemente bajo un gobernante voluble y autoritario que se crea la personificacin de la democracia. El proceso de modernizacin de Corea se ira consolidando, pero al principio de forma ms lenta en el sur que en el norte, donde lleg rpidamente pero se trataba de una modernizacin hueca, sin alma, impuesta a la poblacin desde el vrtice del Estado, una sovietizacin del aparato poltico, econmico y de seguridad del pas. En el sur fue un proceso infinitamente ms difcil y complicado. De hecho, fue precisa la invasin para ayudar a la sociedad surcoreana a encontrar forma y propsito. Cincuenta aos despus Corea del Sur sera una sociedad admirable, industrialmente vibrante y cada vez ms democrtica, mientras que Corea del Norte segua siendo un pas sovietizado, rido y autoritario, sorprendentemente parecido al que exista cuando empez la guerra. Pero en junio de 1950 Corea del Sur todava no exista realmente como nacin y su ejrcito tampoco era realmente un ejrcito. Los soldados surcoreanos eran casi todos analfabetos, chicos sacados muy a menudo contra su voluntad de las calles y granjas, a quienes les decan que tenan que ser soldados. La mayora iba a la batalla casi sin entrenamiento. El nivel de deserciones durante el primer ao de guerra era asombroso: en cuanto comenzaba la batalla gran nmero de soldados simplemente desapareca, supuestamente muertos o perdidos en accin, y apareca semanas o meses despus, por lo general sin sus armas. El cuerpo de oficiales contaba con algunos jvenes notablemente valientes, pero tambin se haba convertido, como sealaba Clay Blair, en un cobijo para demasiados oportunistas venales que se valan de su recin adquirido poder para su beneficio personal. El robo, el soborno, el chantaje y el escamoteo de material para venderlo de estraperlo eran de lo ms corriente entre ellos. Como ejrcito moderno, el surcoreano, como la propia Corea del Sur, tena todava mucho que aprender aquel da de junio. Pero en ese momento ningn responsable del ejrcito surcoreano hablaba de su escasa preparacin y dotacin; ms bien todo lo contrario. El nivel de autoengao sobre la calidad de aquel ejrcito era sorprendentemente alto entre los asesores estadounidenses y los altos funcionarios del Korean Military Advisory Group (el acrnimo formal de ese grupo, KMAG, se convirti pronto, sarcsticamente, entre los soldados, estadounidenses que combatieron junto al ejrcito surcoreano en el de Kiss My Ass Good-bye [bsame el culo, adis]. Los mismos autoengaos se repetiran de forma sorprendentemente parecida una dcada ms tarde en Vietnam, cuando demasiados oficiales estadounidenses, hombres que conocan la realidad, calificaban pblicamente al ejrcito de Vietnam del Sur como el mejor de Asia. Tanto en Corea como en Vietnam los militares estadounidenses teman con demasiada frecuencia que si decan la verdad que estaban asesorando a un ejrcito mal entrenado cuya capacidad de combate era en el mejor de los casos dudosa no obtendran ascensos. El general William Lynn Roberts, que haba acabado su perodo como jefe del KMAG pocas semanas antes de que empezara la guerra, era una rara excepcin: en marzo de 1949 escribi una carta de dos mil trescientas palabras a su superior, el teniente general Charles L. Bolte, adscrito a la Junta de Jefes de Estado Mayor, contndole el mal estado del ejrcito surcoreano; pero como Estados Unidos estaba retirando sus propias unidades de combate de Corea por razones presupuestarias, lo que se deca en pblico era muy distinto: el ejrcito surcoreano haba dado un paso de gigante y sus hombres estaban mejor equipados que los del Inmin-gun. Eso fue al menos lo que testific Bolte ante un comit del Congreso en junio de 1949. Aadi que las cosas haban mejorado hasta el punto de que las unidades estadounidenses podan retirarse sin problemas. Casi ninguno de los oficiales estadounidenses que participaban en el entrenamiento del ejrcito surcoreano crea tal cosa. Durante las semanas previas a su regreso a casa en junio de 1950, el propio Roberts se someti a la nueva posicin del Pentgono e inici una campaa de publicidad destinada a convencer a todos de la excelencia de las fuerzas surcoreanas. La mayora de sus subordinados en el KMAG saba que aquello, por desgracia, no era cierto. Un informe del KMAG enviado al Pentgono el 15 de junio de 1950, diez das antes de la invasin, sealaba que el ejrcito surcoreano se hallaba a un nivel de mera subsistencia. Gran parte de sus equipos mecnicos y muchas de sus armas eran intiles. Se podran defender frente a un ataque del Inmin-gun durante un mximo de quince das. El informe conclua: Corea est amenazada por el mismo desastre que tuvo lugar en China. En el ejrcito estadounidense para nadie era un secreto, gracias a las redes de informacin irregulares, lo mala que era la situacin, lo que llev al general Frank Keating, destinado por el Pentgono a sustituir al general Roberts, a renunciar al puesto antes de asumirlo. El general Roberts estaba preocupado sobre todo por la fuerza area norcoreana, formada por ms de un centenar de aviones soviticos, pero sorprendentemente tratndose de un antiguo jefe de tanques, no se haba preocupado tanto por sus unidades acorazadas, y haba concluido que los tanques no eran tan importantes en un pas tan poco propicio para ese tipo de guerra. Tena razn: la orografa del pas haca demasiado complicada la guerra de tanques y la superioridad estadounidense en su produccin y armamento no iba a ser, cuando avanzara la guerra, tan decisiva como en otros lugares; pero en lo inmediato estaba equivocado, ya que los tanques norcoreanos fueron, mucho ms que su fuerza area, el arma decisiva durante aquellas primeras semanas, sobre todo teniendo en cuenta que el ejrcito surcoreano careca de ellos y sus bazucas eran anticuadas e impotentes. Para la infantera, por muy bien entrenada que estuviera, no haba nada ms aterrador que combatir contra tanques sin disponer de tanques propios o armas antitanque adecuadas. A ese respecto, no eran tanto los propios sino simplemente el anuncio de que se acercaban lo que infunda el pnico a los soldados surcoreanos durante aquellos das crticos. Clay Blair escribi: En un tanquista experimentado como Roberts, que conoca de primera mano el terror que los panzer alemanes haban suscitado entre algunas unidades de infantera carentes de tanques en [la batalla de] las Ardenas, su aparente indiferencia a las fuerzas acorazadas del Ejrcito Popular norcoreano era simplemente inexplicable. El T-34 ya no era el tanque ms moderno del arsenal sovitico, estaba siendo sustituido por el T-44 y el T-54, pero aun as era un vehculo acorazado terrible y el ejrcito norcoreano dispona de ciento cincuenta. Durante las primeras semanas de guerra los T-34 consiguieron dominar cualquier batalla en la que intervinieron. Menos de diez aos antes tambin haban desempeado un papel decisivo en la defensa de Mosc frente a los nazis. El general Heinz Guderian, al mando de las divisiones alemanas de panzer que haban invadido tan fcilmente Polonia en 1939, lo calific como el mejor tanque del mundo. Cuando apareci por primera vez en la estepa rusa en 1942, los soviticos comenzaron por fin a establecer cierto equilibrio con los alemanes. Tena una silueta de baja pendiente que con frecuencia produca el efecto de desviar los proyectiles enemigos; era slido y rpido, con una velocidad mxima de cincuenta kilmetros por hora. Tambin tena unas cadenas desusadamente amplias que impedan que se atascara en el barro y el hielo y un depsito de combustible enorme, de casi ochocientos litros, que le permita recorrer ms de cuatrocientos kilmetros sin repostar. Pesaba treinta toneladas y llevaba un can de 85 mm, dos ametralladoras de 7,62 mm y un blindaje muy grueso. Frente a ellos el ejrcito surcoreano y las unidades estadounidenses estacionadas en funciones de asesora slo disponan de lanzacohetes de 60 mm que no haban sido particularmente eficaces ni siquiera durante la segunda guerra mundial. El general de brigada Jim David, que al finalizar la guerra haba realizado un estudio que arrojaba dudas sobre su eficacia, pensaba que el lanzacohetes alemn bsico era infinitamente mejor. Ahora, cinco aos despus, los proyectiles de 60 mm slo araaban la coraza de los tanques norcoreanos y a veces ni siquiera estallaban. No es, pues, de extraar que aquellos primeros das los T-34 desbordaran cualquier intento surcoreano de resistencia. Por suerte para ellos los militares estadounidenses acababan de poner a punto una nueva bazuca muy mejorada, el M-20 de 88,9 mm, cuyos cohetes se haban comenzado a fabricar el 10 de junio de 1950. El 12 de julio llegaron a Corea los primeros M-20 y los instructores que deban ensear a los soldados a utilizarlos, y a partir de entonces la inmensa ventaja de que haba gozado el Inmin-gun comenz a desvanecerse. El ejrcito norcoreano haba golpeado el eslabn ms dbil de la gran cadena defensiva establecida por una supuesta superpotencia que todava no acababa de decidir cules iban a ser sus responsabilidades reales en cuestiones de seguridad nacional. Resultaba bastante comprensible que el ejrcito surcoreano slo consiguiera mantener unas pocas posiciones frente al furioso ataque del Inmin-gun y se derrumbara muy rpidamente: el Inmin-gun se apoder de Sel, la capital surcoreana situada a unos cien kilmetros al sur del paralelo 38, el 27 de junio, cuando slo llevaba dos das de ofensiva, y las tropas surcoreanas en retirada apenas tuvieron tiempo para volar los puentes sobre el ro Han para darse a s mismas un momento de respiro.
Tercera parte
Washington decide ir a la guerra
6
La noticia de la invasin norcoreana lleg a Washington el sbado 24 por la noche, cuando el gobierno estadounidense, que no funcionaba entonces dieciocho horas al da siete das a la semana, estaba disperso. El presidente, a quien le gustaban mucho los viajes en tren, haba inaugurado un nuevo aeropuerto el Amistad de Baltimore el sbado por la maana y luego haba volado hasta su casa de Independence, Missouri. El secretario de Estado Dean Acheson estaba en su granja, en Maryland, y otras figuras clave del gobierno estaban celebrando un fin de semana muy corriente. En cuanto Acheson recibi de sus subordinados la noticia del ataque norcoreano y la verific alert a Truman: Seor presidente, tengo noticias muy graves. Los norcoreanos han invadido Corea del Sur. Truman quera regresar inmediatamente a Washington, pero Acheson se lo desaconsej porque la informacin disponible era todava muy escasa. Adems, en su opinin, un vuelo por la noche hasta Washington, al dar la sensacin de urgencia, poda despertar la alarma en otros pases. Sin embargo, insisti en que pareca un asunto muy serio. Durante las siguientes treinta y seis horas las noticias de Corea llegaron a Washington de forma muy entrecortada. Quiz una de las primeras seales importantes de lo serias que se haban puesto las cosas fue la que enviaron John Foster Dulles y John Allison, que telegrafiaron a Truman y Acheson desde Tokio el domingo por la maana opinando que si los surcoreanos no podan aguantar, Estados Unidos deba intervenir: Permanecer a la espera mirando cmo Corea es derrotada por un ataque armado no provocado detonara una cadena de acontecimientos que conduciran muy probablemente a la guerra mundial. Aquel telegrama, al llegar firmado por John Foster Dulles, serva como recordatorio de que en ese tipo de cuestiones siempre haba consideraciones polticas partidistas a tener en cuenta, aunque Truman no necesitaba que nadie se lo dijera: su respuesta era instintiva, casi primaria, sin clculos partidistas al menos en aquel primer momento. En cuanto tuvo noticia de la invasin comenz a prepararse para regresar a Washington, aunque tuvo el cuidado de no variar su agenda. Aquel domingo por la maana visit la granja de su hermano Vivan como haba planeado; luego, a media tarde, vol de regreso para la primera de una serie de reuniones maratonianas con sus principales asesores militares y civiles. A la primera decisin utilizar la fuerza area y naval destacada en Corea para proteger a los estadounidenses all presentes y a sus familias le iba a suceder antes de que concluyera la semana, al proseguir el avance norcoreano hacia el sur a una velocidad acelerada mientras que las fuerzas surcoreanas se derrumbaban, la decisin fatal de enviar tropas terrestres. Cuando regres a Washington aquella tarde del 25 de junio de 1950 Harry Truman respiraba confianza en s mismo. Ya no estaba a la sombra de Franklin Roosevelt y se haba puesto a prueba ante el pueblo estadounidense en la mayor competicin posible, una eleccin presidencial, que haba ganado para sorpresa de muchos. Se senta cada vez ms seguro de su capacidad para tomar decisiones y a gusto con la mayora de los hombres que lo rodeaban: George Marshall, Dean Acheson, Ornar Bradley y Averell Harriman, un hombre de vala excepcional que haba estado realizando trabajos para l en Europa pero que pronto iba a tener a su cargo tareas ms amplias. Estaba cada vez ms de acuerdo con Acheson, su secretario de Estado, y pronto iban a forjar una relacin prcticamente nica en los anales de la poltica moderna. Truman no dudaba de que era apto para el puesto. No arrastraba cargas del pasado ni una voz interior que le recordara lo que Franklin Roosevelt podra haber hecho o dejado de hacer. En cualquier caso, no miraba atrs. En cierto modo, las decisiones ms relevantes sobre Corea se haban tomado ya antes de que su avin tomara tierra en Washington. Sus principales consejeros saban lo que deban hacer, como lo saba l mismo. Todos los miembros del Consejo de Seguridad Nacional consideraban el cruce del paralelo 38 por los norcoreanos como una flagrante violacin de la Carta de Naciones Unidas. Un pas haba invadido a otro, y si los dirigentes comunistas al otro lado del mundo pensaban que en Washington iban a adoptar la misma actitud pasiva que con respecto a China, estaban muy equivocados. Por el contrario, entre aquellos hombres cuya visin de la seguridad nacional haba quedado moldeada por la segunda guerra mundial, se poda hablar de una reaccin puramente generacional: la accin norcoreana evocaba el recuerdo de otra, en los prolegmenos de otra guerra, cuando las democracias haban permitido al ejrcito alemn cruzar una frontera sin hacer nada. De los muchos errores cometidos por ambos bandos durante la guerra de Corea, quiz la mayor equivocacin por parte de los comunistas fue no entender que las democracias occidentales, y en particular Estados Unidos, responderan a una invasin norcoreana del sur vindola a travs del prisma de Mnich. Mientras volaba de regreso a Washington Truman pensaba, como recordara ms tarde, en la impotencia de las democracias para frenar a Mussolini en Etiopa y a los japoneses en Manchuria, y en lo fcil que habra sido para los gobiernos francs y britnico impedir la invasin de Austria y Checoslovaquia por parte de Hitler. A su juicio haban sido los soviticos los que haban impulsado quiz incluso conminado a Kim Il-sung a cruzar el paralelo 38, y crea que el nico lenguaje que entenderan era el de la fuerza. Ms tarde escribi: Tenamos que responderles en los mismos trminos. Lo que le preocupaba no era tanto Corea como la respuesta que Estados Unidos deba dar a una provocacin comunista. El prestigio de Estados Unidos se haba puesto en juego con la invasin, y el prestigio, dijo Acheson al conocer la noticia, es la sombra arrojada por el poder y posee gran importancia disuasoria. Truman era ya partidario de la lnea dura. Los cinco aos transcurridos desde que concluy la segunda guerra mundial haban sido muy difciles: se enfrentaban dos pases formidables y muy inquietos e incmodos en su nuevo papel de superpotencias, ambos esencialmente aislacionistas y cada uno de ellos gobernado por un sistema econmico que vea el del otro como su enemigo jurado; se contemplaban mutuamente de forma apocalptica, casi se puede decir que paranoica, como un depredador implacable empeado en la destruccin del adversario; y ambos sentan temor y angustia en la aterradora era atmica que se haba iniciado. En su primera reunin en Potsdam, Alemania, a finales de julio de 1945, tras la victoria de los aliados en Europa, un Truman sorprendentemente soberbio, casi exaltado, haba juzgado mal a Stalin y haba subestimado su lado oscuro. Haba entendido parte de la concepcin que tena Stalin del poder poltico (inmediatamente despus de la reunin haba dicho: Stalin es el hombre ms parecido a Tom Pendergast que conozco, refirindose al gerifalte de Kansas City que le haba dado su primer impulso en poltica), pero todava mantena el sueo de llegar a un acuerdo amigable con l.4 Ms tarde dira: Me gustaba aquel hijo de puta.5 En Potsdam todava esperaba una especie de lealtad propia del Medio Oeste, crea que si cada uno pona sus cartas sobre la mesa se podra llegar a algn tipo de acomodo aceptable y mesurado para el perodo de posguerra, quiz incluso a prolongar modestamente la relacin amistosa que los haba unido durante la guerra. Pero aquello no haba servido de nada con Stalin, un hombre que nunca pona ninguna de sus cartas sobre la mesa, y menos an ante el presidente del pas capitalista ms poderoso del mundo (Truman tampoco era en realidad tan candoroso como pretenda; mientras estaba en Potsdam tena lugar el primer ensayo nuclear con xito, algo que no se dignaba mencionar pero sobre lo que Stalin saba mucho, gracias a los espas que trabajaban para la Unin Sovitica). Stalin era un zar de un tipo nuevo, un zar del pueblo, impulsado por una paranoia secularen su caso tanto nacional como personal en sus tratos con Occidente y a quien interesaban muy poco las posibilidades de una alianza de posguerra. En 1950 el Truman que haba intentado una aproximacin amistosa hacia Stalin haba desaparecido haca mucho tiempo y lo haba sustituido un presidente mucho ms suspicaz, que crea que en Potsdam se haba comportado como un idealista inocente.6 En cuanto a Stalin, tambin l haba evaluado mal a Truman. Tras la reunin de Potsdam haba subestimado significativa y quiz peligrosamente, al igual que muchos polticos conservadores estadounidenses, al nuevo inquilino de la Casa Blanca: le haba dicho a Nikita Jruschov, entonces estrella en ascenso en la burocracia sovitica, que Truman era un monigote.7 Al terminar la guerra se haba desarrollado una especie de ajedrez entre las superpotencias, inevitable dado el vaco de poder que se derivaba del colapso de Gran Bretaa, Francia, Alemania y Japn y la desintegracin de sus imperios. La invasin norcoreana llev la Guerra Fra a su nivel ms alto hasta aquel momento, nivel que no volvi a alcanzar hasta doce aos despus con el ultimtum nuclear que las dos superpotencias afrontaron durante la crisis de los misiles en Cuba. La invasin del 25 de junio de 1950 llegaba cuatro aos despus del discurso de Churchill sobre el teln de acero y dos aos despus del bloqueo ruso de Berln que oblig a Estados Unidos a establecer un puente areo para abastecer la ciudad. En 1950 los aliados occidentales estaban completando el plan Marshall * y un ao antes se haba creado la Organizacin del Tratado del Atlntico Norte (OTAN), que Estados Unidos vea como una forma de fortalecer los pases europeos todava endebles y destrozados por la guerra pero que la Unin Sovitica haba denunciado como parte del intento de cercarla con una gran muralla de pases hostiles armados con bombas atmicas. Cuando los funcionarios ms sobresalientes del gobierno de Truman se reunieron el 25 de junio para tratar de aquilatar el eventual alcance de la invasin, ms all de que una mitad de Corea hubiera atacado a la otra media mitad, se sentan perdidos en la niebla. Durante aquella poca todo lo que suceda en la Unin Sovitica estaba rodeado por una densa capa de secreto y hasta la gua telefnica de Mosc era un documento reservado. Quienes se reunieron en torno al presidente en Washington crean que la invasin se haba decidido en Mosc y que el gobierno norcoreano no haca ms que obedecer rdenes, lo que no era cierto; aos despus, cuando se abrieron los archivos de Mosc, qued claro que haba sido decidida por el joven e impulsivo Kim Il-sung y que Stalin, siempre prudente, se haba plegado a sus deseos de mala gana. Pero en aquel momento los sovietlogos al servicio del gobierno consideraban a Corea del Norte simplemente como un pas satlite totalmente sometido al dictado del Kremlin. Aunque en gran medida lo era, en aquel caso Stalin actuaba ms como facilitador que como instigador. Lo que ms preocupaba a Washington al principio era que la invasin pudiera ser slo una finta, el primer movimiento de un plan sovitico de agresin ms amplio. En tal caso, cul podra ser el siguiente movimiento de Stalin? Tendra como objetivo Europa o quiz Oriente Medio? Acheson pensaba que a la invasin le seguira un ataque chino contra Taiwn apoyado por la Unin Sovitica, o quiz algo igualmente peligroso, un contraataque chino tras una provocacin de Chiang. Truman pensaba en cambio que el siguiente movimiento podra tener lugar en Irn, y lo mismo crea Douglas MacArthur, con el que raramente estaba de acuerdo en nada. El 26 de junio Truman, reunido con algunos de sus consejeros, se acerc a un globo terrqueo y apunt con un dedo a Irn diciendo: Ah es donde empezarn los problemas si no tenemos cuidado. Corea es la Grecia del Lejano Oriente. Si somos lo bastante duros ahora, si les hacemos frente como hicimos en Grecia hace tres aos, no darn ms pasos adelante; pero si nos mantenemos a la espera entrarn en Irn y se apoderarn de todo el Oriente Medio. Nadie puede decir hasta dnde podran llegar si no los detenemos ahora.8 Cuando el presidente lleg a Washington a primera hora de la noche del 25, le esperaban en el aeropuerto Acheson, el secretario de Defensa Louis Johnson y el subsecretario de Estado James Webb. Desde el momento en que los tres entraron con Truman en su limusina estuvo claro el derrotero que iban a seguir los acontecimientos. Truman dijo: Por Dios que voy a hacer que sepan lo que es bueno!.9 Johnson respondi inmediatamente que estaba de acuerdo, y Webb dijo simplemente que el presidente debera echar una mirada a algunas de las cosas que la gente del Departamento de Estado haba preparado para l. Haba mltiples recomendaciones como primera respuesta a las noticias todava fragmentarias que llegaban desde Corea, todas las cuales eran malas: queran que el presidente autorizara al general MacArthur a enviar al gobierno surcoreano tantas armas como necesitara; a utilizar el poder naval y areo estadounidense para cubrir las necesidades de evacuacin y evitar que los puertos de Corea del Sur pudieran ser atacados durante el proceso; a la espera de futuras decisiones del presidente, queran que la Junta de Jefes de Estado Mayor llegara a un acuerdo sobre lo que se precisara militarmente para detener al ejrcito norcoreano. Queran que la Sptima Flota se desplazara al estrecho de Formosa para impedir cualquier ataque de la Repblica Popular China contra Taiwn (y tambin para impedir a Chiang Kai- shek hacer nada que provocara al nuevo gobierno establecido en el continente). Tambin crean que Estados Unidos deba iniciar un programa de ayuda militar a los franceses en Indochina y ofrecer ayuda militar a Birmania y Tailandia. Cuando la limusina lleg a la Casa Blair, donde viva entonces el presidente, Webb se qued un momento a solas con Truman y le sugiri que separara las decisiones respecto a Taiwn y Corea, sobre todo ya que Washington pretenda presentar el caso de la invasin norcoreana ante Naciones Unidas. Las lneas que no se cruzaron aquel da quedaron cuando menos difuminadas, y no slo con respecto a Corea. En los aos inmediatamente posteriores a la segunda guerra mundial, entre las cuestiones que preocupaban a los gobernantes de Washington en su esfuerzo por poner remedio a la destruccin del viejo orden y al caos provocado por la guerra, haba probablemente dos cuestiones principales: la primera y ms obvia era la necesidad de poner lmites al expansionismo sovitico en Europa, lo que se hizo con gran habilidad y visin de futuro, pero desgraciadamente a expensas, al menos en parte, del otro gran problema de la poca, que pareca menos urgente y ms perifrico en trminos de puro poder: el fin de la era colonial, que pona a los grandes aliados de Estados Unidos ante el desafo poltico y a veces militar de sus antiguas posesiones coloniales. Washington no dispona de un anlisis en profundidad de la cuestin del nacionalismo en el mundo subdesarrollado, cubierto, como sola aparecer, bajo la envoltura del comunismo. De hecho haba dos tipos muy diferentes de comunismo que planteaban amenazas tambin muy distintas: el comunismo de lnea dura impuesto en Europa oriental por el ejrcito sovitico y el que se manifestaba en el Tercer Mundo, donde se haba convertido en un instrumento poderoso de las fuerzas anticoloniales que a menudo recurran a Mosc (como en Indochina) en busca de ayuda tras ser rechazadas por Washington. Se diga lo que se diga sobre el ataque norcoreano, se trataba de una invasin al viejo estilo; pero en Indochina, que el gobierno estadounidense comenzaba a vincular ahora con Corea y con la confrontacin ms amplia en Europa, se trataba de una pura guerra colonial. Aquella noche los principales dirigentes polticos y militares estadounidenses cenaron en la Casa Blair y despus debatieron el tema de la invasin norcoreana. Algunas cosas se iban aclarando: nadie saba hasta qu punto era profunda la penetracin norcoreana, pero se trataba claramente de una operacin importante y las fuerzas surcoreanas no se estaban defendiendo de forma adecuada; no iban a poder resistir por s solas. El primero en hablar fue el general Ornar Bradley, presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor, que un ao antes haba propuesto sacar de Corea las tropas de combate estadounidenses porque sera un escenario blico terrible y porque se consideraba de escaso valor estratgico. Dijo que haba que poner un lmite a los comunistas y que Corea sera un lugar tan bueno como cualquier otro para hacerlo. Su valor estratgico haba cambiado de la noche a la maana. Truman le interrumpi para decir que estaba totalmente de acuerdo. Desde aquel momento la suerte estaba echada. Bradley aadi que, dada la envergadura de la invasin, los soviticos tenan que estar detrs de ella. Tambin hablaron el almirante Forrest Sherman, jefe de operaciones navales, y el general Hoyt Vandenberg, jefe de Estado Mayor de la fuerza area. Ambos expresaron el optimismo y la dependencia de las fuerzas armadas estadounidenses con respecto a su superioridad naval y area, as como la fe de cada uno en el tremendo poder de su propia arma. Ni uno ni otro sentan mucho respeto por la capacidad blica del ejrcito norcoreano. Ambos confiaban en que el poder naval y areo podran derrotarlo; pero Joseph Lawton Collins (Lightning Joe), jefe de Estado Mayor del Ejrcito de Tierra, dijo que, basndose en los informes que estaba recibiendo, era probable que tambin fueran necesarias fuerzas terrestres estadounidenses. El envo de tropas terrestres era un asunto diferente y mucho ms grave. Bradley, Collins y Frank Pace, secretario del Ejrcito de Tierra, insistieron en que no era una decisin en la que el gobierno tuviera que precipitarse, aunque Bradley no tard en sealar que haba subestimado la fuerza y la capacidad del ejrcito norcoreano. Como escribira ms tarde, nadie crea que fuera tan fuerte como result ser.10 Poco a poco se fue llegando a un consenso: deba utilizarse inmediatamente la fuerza area para frenar el avance norcoreano y se presentara la cuestin ante Naciones Unidas para lograr su apoyo, aunque Estados Unidos estara dispuesto a adoptar, si fuera necesario, una decisin unilateral para frenar la invasin. Poco antes de que terminara la reunin, Webb le pidi a Truman discutir los aspectos polticos de la situacin, pero el presidente respondi abruptamente: No vamos a hablar de poltica! Yo me ocupar de los asuntos polticos!. A continuacin dio la orden de que se utilizara la fuerza area para proteger la evacuacin de empleados estadounidenses y hacer frente a los norcoreanos en el cielo del sur. Le pidi a Pace que encargara a MacArthur el envo de un equipo de estudio a Corea para averiguar lo que se necesitaba militarmente, y tambin orden a Sherman que enviara la Sptima Flota desde Filipinas al estrecho de Formosa entre Taiwn y el continente, pero dijo que no quera que se anunciara nada hasta que la flota estuviera all estacionada. La decisin relativa a las tropas terrestres se cerna como una nube oscura de tormenta sobre sus cabezas. Ninguno de los consejeros del presidente confiaba en la capacidad del ejrcito surcoreano para hacer frente a la invasin. Al da siguiente Truman escribi a su mujer, Bess (que segua en Independence), que tras el despegue haba hecho un buen viaje. La reunin que haban mantenido en la Casa Blair haba sido un xito, pero la cuestin de Corea era difcil: No me he sentido tan nervioso desde que nos cayeron en el regazo Grecia y Turqua. Esperemos que suceda lo mejor.... La idea de que Stalin hubiera aprobado la invasin sin impulsarla pareca impensable, aunque no habra supuesto ninguna diferencia. De cualquier modo, se vea como si fuera lo mismo. El titular del influyente New York Herald Tribune era: Se dice que los rusos estn invadiendo [Corea del Sur]; tanques rojos presionan sobre Sel. Para algunos de los funcionarios ms sobresalientes del mundo de la seguridad nacional, como Acheson, las noticias, por desconcertantes que fueran, parecan un don del cielo, porque hasta entonces la perspectiva del aumento masivo del presupuesto de defensa que deseaban no pareca prometedora. De hecho esperaban que sucediera algo parecido, temerosos pero tambin convencidos de que ocurrira y de que cuando ocurriera podra contribuir a despertar al pas del letargo en el que pareca haberse instalado y a afrontar los nuevos retos que tena ante s. George Kennan, el principal experto estadounidense en asuntos soviticos, no fue invitado para su gran frustracin a la cena en la Casa Blair. (Aquella cena sirvi para definir por prelacin social, por decirlo as el grupo que se iba a responsabilizar de gestionar las decisiones del Departamento durante los das siguientes, escribira ms tarde.) En sus propias palabras, haba quedado al margen. Ya haba abandonado el puesto de director de la Oficina de Planificacin Poltica del Departamento de Estado y estaba esencialmente de baja, a punto de dirigirse a Princeton para ocuparse del pasado ms que del presente o del futuro. Sin embargo, temiendo que la invasin no fuera ms que una maniobra de distraccin, Acheson le pregunt varias veces durante los das siguientes cules podran ser las intenciones de los soviticos. Kennan no crea que aquel ataque representara el inicio de una confrontacin global. Le escribi a Acheson que la Unin Sovitica no buscaba una guerra global contra Estados Unidos, pero que a sus dirigentes les complacera sin duda ver que Estados Unidos se lanzaba a una guerra en la que no obtendra honor ni beneficio o se mantena al margen de brazos cruzados (quedando as desacreditado en la regin) mientras los norcoreanos conquistaban la totalidad de la pennsula. El gran peligro para Estados Unidos, segn se desprenda de su respuesta, no estaba en Europa sino en Asia, donde los soviticos podan intentar que la Repblica Popular China actuara como su agente. As pues, Kennan no consideraba probable una guerra ms amplia y crea que el gobierno estadounidense deba ser muy prudente ponindole lmites, lo que result un consejo circunspecto y proftico por parte del principal sovietlogo del pas. Cuando los principales miembros del Consejo de Seguridad Nacional se volvieron a reunir en la Casa Blair al da siguiente, Acheson, que slo estaba por debajo del presidente en todo lo que se refera a Corea, anunci que la Sptima Flota ya haba llegado a su destino y que por tanto haba llegado la hora de ordenarle que protegiera Taiwn. Al mismo tiempo haba que decirle muy claramente a Chiang que cesara sus operaciones contra el continente. Los mandos de la Sptima Flota deban asegurarse de que as fuera. A continuacin Acheson comenz a exponer sus recomendaciones con respecto no slo a Corea sino a toda Asia. Estados Unidos deba aumentar su ayuda al gobierno de Filipinas, enredado en una guerra contra la guerrilla huk dirigida por los comunistas, y hacer lo mismo con los franceses que combatan contra el Vietminh comunista-nacionalista en Indochina. En Indochina se estaba produciendo una escalada decisiva en la guerra colonial: Estados Unidos se haba opuesto originalmente a la idea de que los franceses recuperaran su dominio en la pennsula, pero haba acabado aceptando de mala gana la presin de Pars y ahora, tras cuatro aos de guerra, cuando la opinin pblica francesa estaba comenzando a dar seales de cansancio, Estados Unidos pareca dispuesto a asumir una parte importante de su financiacin y efectivamente pronto se convertira en el principal respaldo financiero de Francia. Enviar a Indochina una importante misin militar significaba sumergirse en aguas nuevas, las de una amarga guerra colonial, sin que nadie se hubiera preocupado de prever todas sus consecuencias. Tampoco se tard tiempo en hacerlo: el 29 de julio, cuatro das despus del cruce del paralelo 38 por parte de los coreanos, ocho aviones de carga C-47 atravesaron el Pacfico llevando material a los franceses, iniciando una ayuda militar masiva y lo que poco despus se convertira en una aventura an ms comprometida y ms triste para Estados Unidos. En la reunin del lunes por la noche tambin se debati la posibilidad de utilizar en Corea tropas de Chiang. El generalsimo haba ofrecido voluntariamente a sus mejores soldados y a Truman no le disgustaba la oferta; en principio se inclinaba por aceptarla, pero Acheson se lo desaconsej enrgicamente. Desde que comenz la crisis coreana haba estado pensando en ello y no le sorprendi cuando lleg la oferta de Chiang. Entenda que lo que ste quera (una guerra ampliada que llevara a intervenir a la Repblica Popular China) y lo que quera Estados Unidos (una guerra limitada que dejara fuera a la Repblica Popular China) no eran compatibles. Ambos pases podan ser aliados pero queran cosas muy diferentes. Acheson estaba absolutamente seguro de llevar razn; en cualquier caso, saba lo suficiente del comportamiento de las tropas de Chiang durante la guerra civil como para no querer depender de ellas en aquella guerra, especialmente contra las hbiles fuerzas que acababan de derrotarlas. En la derecha haba muchos, incluido MacArthur, fascinados por la idea de utilizar las tropas de Chiang el trmino que se utilizaba era lanzarlas, pero Acheson no estaba entre ellos, ni tampoco lo estaban en definitiva los miembros de la Junta de Jefes de Estado Mayor, que tenan sus propias preocupaciones militares. Pero los adversarios polticos del gobierno queran utilizarlas y vean el inicio de la guerra de Corea como una oportunidad para perjudicar al presidente y al secretario de Estado y para replantear una cuestin sobre la que seguan atacando a Truman, la prdida de China. Su respuesta fue inmediata y visceral. El da 26 el senador Styles Bridges, una figura muy relacionada con lo que se llamaba el lobby chino, se levant en el Senado para preguntar: Seguiremos contemporizando? Esperaremos a "que se pose el polvo"? [se refera a una declaracin anterior de Acheson pidiendo esperar a que se asentara el polvo en China con la esperanza de que llegara una posibilidad de separarla de la Unin Sovitica.] Ahora es el momento de poner el lmite. El senador Bill Knowland, de California, tan vinculado al lobby chino que se le conoca como el senador de Formosa [Taiwn], aadi: Si esta nacin sucumbe ante semejante invasin descarada, habr pocas posibilidades de detener el avance del comunismo en cualquier lugar del continente asitico. Finalmente, el senador George (Molly) Malone, de Nevada, lig la situacin al caso Alger Hiss, un miembro del Departamento de Estado que acababa de ser condenado por perjurio acusado de espiar para los soviticos. Lo que haba sucedido en China y estaba sucediendo ahora en Corea, segn dijo Malone, era obra de los asesores izquierdistas del Departamento de Estado. Aunque la respuesta de Truman a la invasin norcoreana fue automtica y casi totalmente ajena a polmicas partidistas, stas tuvieron su importancia desde el principio. En la propia administracin haba divisin de opiniones sobre la cuestin de Chiang y si haba que defenderlos a l y a Taiwn. Esa cuestin no slo estaba siendo aprovechada por los adversarios ms hostiles del gobierno, sino que incluso apareca en las reuniones ms privadas de ste. Acheson crea que la de Chiang era una causa literalmente perdida y apoyarlo una poltica dudosa que acabara por daar los intereses a largo plazo de Estados Unidos, dados los cambios polticos y de estado de nimo en Asia. Pero su colega y adversario en el Departamento de Defensa, Louis Johnson, que esperaba suceder a Truman como candidato demcrata para la presidencia, era abiertamente favorable a Chiang. Algunos miembros del grupo ms ntimo de Truman lo consideraban parte del lobby chino y crean que haba prometido a la gente de Chiang en la embajada nacionalista en Washington no slo neutralizar a Acheson sino echarlo del gobierno (su principal ayudante, Paul Griffith, mantena una relacin constante con Wellington Koo, el embajador nacionalista y figura clave del lobby chino; y sin que lo supiera el resto del gobierno, nueve meses antes Koo haba organizado una cena en Riverdale, Nueva York, para la seora Chiang y Johnson).14 La relacin de Johnson con los nacionalistas chinos era algo conocido por el gobierno, pero adems significaba que las crticas a su poltica sobre China desde las filas republicanas se manifestaban tambin en sus reuniones al ms alto nivel y que todo lo que se deca en ellas era inmediatamente conocido por los dirigentes del Guomindang. Todo aquello gener una desagradable tensin en el seno de la administracin durante las primeras semanas de la guerra de Corea que haca pender sobre cualquier decisin el gigantesco peso de China; pero Louis Johnson no poda ganar aquella batalla. En trminos polticos Truman estaba mucho ms cerca de Acheson; el presidente lo admiraba y confiaba en l y en su juicio poltico, y en ltimo trmino desconfiaba de cualquier cosa que pudiera ampliar la guerra; pero tambin estaba en deuda con Johnson, que haba sido casi el nico hombre de negocios con importantes conexiones financieras que haba estado de su parte en los peores das tras la convencin del partido demcrata en 1948, cuando nadie pensaba que Truman pudiera revalidar la presidencia por s solo. Johnson haba sido el principal recaudador de fondos para Truman cuando las arcas del partido demcrata estaban vacas, y como recompensa Truman lo haba nombrado secretario de Defensa. Desde el momento en que Truman reuni a su equipo en la Casa Blair se haban manifestado profundos desacuerdos entre Acheson y Johnson con respecto a Taiwn, tema que Johnson haba planteado. Todos los dems participantes en la reunin queran concentrarse en el tema de Corea,15 pero Johnson, que contra la voluntad del presidente y de Acheson haba tratado de incluir a Taiwn en el permetro defensivo estadounidense en Asia, volvi a plantear la cuestin. La seguridad de Estados Unidos, dijo, estaba ms condicionada por lo que sucediera en Taiwn que por lo que pasaba en Corea. Acheson trat de volver a centrar la discusin pero Truman le interrumpi y propuso que pasaran a cenar. Tras la cena Johnson volvi a plantear la cuestin de Taiwn y entonces fue el propio Truman quien dijo que deban concentrarse en Corea. En aquellas conversaciones en la Casa Blair el recurso al ejrcito de Chiang qued pronto descartado y se pas a un examen mucho ms detallado de la situacin en Corea. Joe Collins seal que el ejrcito surcoreano se estaba viniendo abajo. Su jefe de Estado Mayor, segn Collins, no tena voluntad de luchar. Todos saban lo que significaba aquello: que se necesitaran tropas de combate estadounidenses. Pero incluso durante la segunda guerra mundial el gobierno estadounidense haba evitado el envo de tropas de combate al continente asitico. Ornar Bradley sugiri al presidente esperar unos pocos das antes de tomar una decisin tan comprometida. Truman pidi entonces a la Junta de Jefes de Estado Mayor que estudiara la cuestin. En determinado momento, reflexionando sobre la gravedad del caso, mir a los dems con gran solemnidad y dijo: No quiero ir a la guerra. Pero era consciente de que cada vez estaba ms prximo a tomar esa decisin. Por la maana del 27 de junio Acheson y l se reunieron con los lderes del Congreso y repasaron las decisiones tomadas hasta entonces. La respuesta de los congresistas fue en general favorable. El senador republicano por Nueva Jersey, Alexander Smith, le pregunt a Truman si iba a pedir que el Congreso aprobara una resolucin conjunta sobre la accin militar en Corea. Era una buena pregunta que, sorprendentemente, durante dos das de largas reuniones, ningn miembro del gobierno haba llegado a plantear. Crean que haba que dejar a un lado la poltica partidista, o que al menos ellos tenan que dejarla a un lado. Truman le dijo a Smith que considerara la cuestin. Aquel mismo da habl de ello con Acheson y Averell Harriman, que se haba convertido en un asesor especial de alto nivel en las horas inmediatamente posteriores a la invasin. Aunque a diferencia de Acheson provena de una familia muy rica, Harriman era siempre ms prudente con respecto a las diferencias en cuestiones polticas. Aconsej vivamente a Truman que solicitara una resolucin del Congreso. Acheson se opona: los acontecimientos, deca, pedan velocidad. Truman, que proceda del Congreso y a quien seguramente le habra molestado que un presidente decidiera sin consultarle sobre la guerra y la paz, pareca sin embargo estar de acuerdo con Acheson. No quera frenar el proceso y sus anteriores enfrentamientos con el Congreso sobre China y Chiang le hacan desconfiar del trato con sus adversarios en el Senado. Tres das despus, durante la maana del 30 de julio, Truman se reuni de nuevo con los lderes del Congreso. Esta vez el senador Kenneth Wherry, de Nebraska, que no era precisamente el favorito del gobierno, pregunt secamente por la aprobacin del Congreso (en una audiencia anterior Acheson haba tratado de golpearle en la nariz y sus propios ayudantes haban tenido que contenerle; el propio Truman sola llamar a Wherry ese obtuso sepulturero de Nebraska.16 El presidente trat de ganar tiempo: Si hay necesidad de una resolucin del Congreso acudir a ustedes, pero creo que puedo arreglrmelas con esos bandidos coreanos sin ella.17 Aqul era el momento ms apropiado para obtener algn tipo de resolucin, pero pas pronto y la unanimidad poltica que haba existido cuando tuvo lugar la invasin se evapor. Al hacerse ms difcil la guerra de lo que al principio se haba pensado, las divergencias polticas tambin se ahondaron y el apoyo comenz a fragmentarse. Como Truman no haba tratado de obtener el apoyo del Congreso, la oposicin no se senta obligada a aceptar ninguna responsabilidad por la respuesta estadounidense. Cuando el secretario del Ejrcito Frank Pace sugiri que solicitaran la resolucin, Truman le respondi: Frank, no es necesario. Todos estn conmigo. Pace respondi: S, seor presidente, pero no podemos estar seguros de que sigan estando con usted dentro de un tiempo.18 Por el momento todos parecan estar de acuerdo. Cuando lleg a la Cmara de Representantes la noticia de que el presidente haba decidido enviar armas a Corea del Sur, prcticamente toda la cmara se levant para aplaudir. Joseph Harsch, del Christian Science Monitor, uno de los mejores y ms experimentados reporteros en Washington, escribi: Nunca antes haba sentido tal sensacin de alivio y unidad en toda la capital.19 Todos los consejeros del presidente saban aquella semana que se estaban acercando cada vez ms al uso de tropas terrestres en el continente asitico, la ltima decisin que cualquiera de ellos, civil o militar, quera tomar y que cada da pesaba ms sobre ellos. No iba a bastar con el poder naval y areo estadounidense. Se le haba ordenado a MacArthur en la medida en que se poda entender como una orden que visitara Corea e informara de lo que consideraba preciso para resistir el asalto del Inmin-gun. A primera hora de la maana del 30 de junio lleg un mensaje de Tokio que todos saban por adelantado que no contendra buenas noticias. Alrededor de la una y media de la madrugada, hora de Washington, John Muccio le anunci a Acheson que MacArthur iba a pedir fuerzas terrestres. Las cosas en la pennsula se estaban poniendo muy feas; desesperadas, dijo Muccio. De forma que ya suponan que MacArthur pedira en su telegrama el envo de tropas. Hora y media despus MacArthur, que acababa de regresar de su viaje a Corea, inform a la Junta de Jefes de Estado Mayor que Estados Unidos necesitaba muchas ms fuerzas all. Estas fueron sus fatales palabras: La nica seguridad para mantener la lnea actual y la posibilidad de recuperar el terreno perdido es mediante la introduccin de fuerzas terrestres estadounidenses en el rea de combate coreana. Seguir utilizando nicamente las fuerzas areas y navales sin fuerzas terrestres eficaces no puede ser decisivo. Quera enviar de inmediato un equipo de combate regimental para conservar algunas reas disputadas y preparar tan rpidamente como fuera posible dos divisiones de sus fuerzas en Japn para emprender una contraofensiva. Deca que, de no hacerlo, nuestra misin ser innecesariamente costosa en vidas, dinero y prestigio. A lo peor [sic] podra incluso estar condenada al fracaso. Desde Washington Dean Rusk, subsecretario de Estado para el Lejano Oriente, y Joseph Collins, jefe de Estado Mayor del Ejrcito de Tierra, mantuvieron una teleconferencia con MacArthur ms o menos entre las tres y las cuatro de la madrugada; pero como eran, relativamente hablando, funcionarios de bajo nivel, y era muy temprano, todo el proceso se complic y fue muy lento. Se necesitaba una autorizacin ms alta. Lo que planteaba MacArthur desde Tokio no era una cuestin menor: se trataba nada menos que de la guerra o la paz. La respuesta no le lleg inmediatamente, hubo diversos retrasos, y eso no le gust a MacArthur: Esto es un ultraje! Cuando yo era jefe de Estado Mayor poda hacer que Herbert Hoover se levantara de la cama para hablar conmigo,20 y ahora no slo el jefe de Estado Mayor del Ejrcito de Tierra, sino hasta el secretario del Ejrcito tarda en responderme! Es algo inaceptable!. Hacia las cuatro y media de la madrugada, hora de Washington, MacArthur confirm su peticin de tropas terrestres a Collins y ste llam a Pace, quien a su vez llam a Truman. El presidente siempre se levantaba temprano. Su reloj interno de chico de granja nunca lo haba abandonado. Ya se haba afeitado cuando recibi la llamada de Pace. Justo antes de las cinco de la maana del 30 de junio de 1950, Truman aprob el uso de tropas terrestres estadounidenses en Corea. La suerte estaba echada. Pocos das antes MacArthur haba dicho que poda repeler con facilidad la invasin simplemente con que Washington lo dejara solo. Ahora deca que necesitaba dos divisiones para hacerlo; pero segua subvalorando al enemigo y sobrevalorando las fuerzas que podan combatir bajo su mando, incluidas las estadounidenses. Truman todava se preguntaba si habra un lado positivo en la oferta de tropas que le haba hecho Chiang. Llam a Acheson, Harriman, Johnson y a la Junta de Jefes de Estado Mayor para debatir una ltima vez aquella posibilidad. Dado que el ejrcito surcoreano se estaba viniendo abajo, la oferta de Chiang pareca tener cierto sentido como medida provisional. Acheson estaba convencido de que aquello provocara que la Repblica Popular China interviniera en la guerra y la Junta de Jefes de Estado Mayor no acababa de inclinarse por una u otra opcin. En toda aquella confusin hubo al menos una nota positiva: las tropas estadounidenses combatiran bajo la bandera de Naciones Unidas. Antes de que Truman aprobara el uso de tropas terrestres estadounidenses ya haba conseguido la autorizacin de la ONU, que en aquel caso result ms fcil que en dcadas posteriores. La ONU de 1950 responda todava en gran medida a los intereses de Estados Unidos y Europa occidental, y la nica disensin significativa provena de la Unin Sovitica y sus satlites. Era en cierto modo un ltimo vestigio del mundo blanco. En la votacin del Consejo de Seguridad para autorizar el uso de la fuerza en Corea, las nicas dos abstenciones fueron de pases no blancos, la India y Egipto. Desde finales de la dcada de 1950 y durante la de 1960, el fin de la era colonial y la llegada de nuevos pases independientes de frica, Asia y Oriente Medio iba a cambiar aquello de forma espectacular, disminuyendo la influencia occidental y convirtiendo Naciones Unidas en una organizacin absolutamente desdeada por las facciones polticas conservadoras de Estados Unidos y Europa occidental. Los soviticos boicotearon estpidamente las reuniones del Consejo de Seguridad sobre Corea (protestando por el mantenimiento de los delegados de Taiwn en el Consejo como representacin permanente de la Repblica de China), y al desaparecer su veto Estados Unidos obtuvo la resolucin que quera el martes 27 de junio, permitiendo as a las fuerzas predominantemente estadounidenses combatir bajo la bandera de la ONU. 7
El gobierno estadounidense haba decidido ir a la guerra en Corea y Truman iba a ser, a su pesar, el comandante en jefe de sus fuerzas armadas en una guerra que no deseaba, en un pas que sus asesores de seguridad nacional no haban considerado hasta entonces importante, y teniendo que depender desde el principio de un comandante de las fuerzas sobre el terreno que no le gustaba y que a su vez no lo respetaba. Desde el primer momento las estrellas no parecan propicias. Tres das despus de que estallara la guerra, Eisenhower, entonces presidente de la Universidad de Columbia, se dej caer por el Pentgono para hablar sobre la estructura de mando en Corea con el teniente general Matt Ridgway, entonces vicejefe administrativo del Estado Mayor, pero que era el ms respetado de la nueva generacin de mandos y quien muchos de ellos consideraban el candidato ideal para dirigir las fuerzas en Corea a las rdenes de MacArthur. En el Pentgono pocos conocan mejor la forma de funcionar de MacArthur que Eisenhower, que haba sido su ayudante en Washington y en Manila y era muy consciente de lo selectivo que era a la hora de informar a las autoridades militares y civiles de Washington. Eisenhower le dijo a Ridgway que se necesitaba urgentemente un general ms joven all para que sustituyera, como l mismo dijo, a un "intocable" cuyas acciones son imprevisibles y que decide por su cuenta qu informacin pasar a Washington y cul retener. Como el mismo Eisenhower escribi ms tarde, exista una clara demarcacin entre los asuntos militares y los polticos que casi todos los generales respetaban escrupulosamente, pero si MacArthur conoca su existencia, normalmente prefera ignorarla. Durante toda su vida haba actuado, como escribi Max Hastings, sobre la base de que las reglas bajo las que deba actuar la gente corriente a l no le ataan. El inquietante comportamiento de MacArthur durante aquellos primeros das, que Dulles y Allison haban podido constatar por s mismos cuando se produjo la invasin norcoreana, nunca estuvo al alcance de los estadounidenses corrientes y su mstica pblica permaneca intangible entre los responsables de los medios de comunicacin, tanto directores como editores, a los que haba cortejado durante mucho tiempo. Cuatro das despus del comienzo de la invasin el New York Times public un brillante editorial sobre la buena fortuna del pas al disponer de MacArthur en aquel puesto: El destino no podra haber elegido un hombre ms cualificado para disponer de la confianza sin reservas de este pas. Es un magnfico estratega y un lder inspirado; un hombre de infinita paciencia y sosegada estabilidad bajo presiones adversas, un hombre igualmente capaz de acciones atrevidas y decisivas. En aquel momento tena setenta aos y era el militar de ms alta graduacin en el ejrcito estadounidense; se deca que slo Dios estaba por encima de MacArthur, el nio prodigio de West Point cuya carrera haba comenzado con resultados que estaban entre los ms altos obtenidos all 98,14 como promedio de los cuatro aos, y que haba cumplido las promesas que esas calificaciones parecan anunciar. Siembre haba sido el oficial ms joven en alcanzar cada uno de los puestos por los que pas: no slo haba sido el jefe de divisin ms joven en Francia durante la primera guerra mundial, sino tambin el ms joven superintendente de West Point (donde su actuacin se poda calificar de liberalizadora), el ms joven jefe de Estado Mayor del Ejrcito de Tierra, el ms joven general de divisin, y el ms joven en la historia en alcanzar el grado de general supremo. Su buena prensa no era casual. No slo se trataba de su extraordinaria carrera y su larga duracin, sino tambin de la inmensa cantidad de energa que siempre haba dedicado a garantizar que su imagen fuera la adecuada, que obtuviera el mayor reconocimiento de mritos posible por cualquier victoria, mientras que a sus subordinados se les reconociera lo menos posible. Era extremadamente teatral, y en cada ocasin procuraba aparecer no slo como un gran general sino de la forma ms espectacular posible, el Gran MacArthur que actuaba nada menos que en el Gran Teatro de la Historia, como si siempre estuviera en un escenario con el mundo entero como espectador. Si el New York Times, cuya lnea editorial se podra calificar como de centro liberal, se mostraba entusiasmado en sus alabanzas a MacArthur, ms an lo haca la revista Time, cuyo fundador y editor, Henry Luce, senta autntica pasin por China y Chiang Kai-shek. Time estaba muy relacionada con lo que empezaba a conocerse entonces como el lobby chino, que consideraba que China y Chiang eran conceptos idnticos y que el gobierno les estaba proporcionando una ayuda muy escasa. La revista Time, en la cumbre de su influencia poltica y social a finales de la dcada de 1940 y principios de la de 1950, era una de las publicaciones de la poca que ms prioridad conceda a Asia en su visin del mundo, en buena medida porque el propio Luce era hijo de un misionero que haba desarrollado su trabajo de evangelizacin en China. A excepcin quiz de Winston Churchill, Chiang Kai-shek era el lder mundial preferido de Luce, mientras que Douglas MacArthur era su general favorito, probablemente porque ambos compartan la creencia en la primaca de Asia y la conviccin de que otros internacionalistas le dedicaban poca atencin. Cuando Time sac a MacArthur en la portada de su nmero del 10 de julio de 1950, inmediatamente despus de la invasin norcoreana y aparecer en aquella portada era algo extraordinariamente importante en aquellos aos, era la sptima vez que lo haca, lo que lo situaba a la par con el propio Chiang Kai-shek. El artculo dedicado a l en el interior alcanzaba, incluso para un general tan favorecido por la prensa como l, un nivel desconocido en la hagiografa periodstica: En el edificio del Dai Ichi, en otro tiempo ncleo de un imperio de seguros en Japn, oficiales de Estado Mayor con los ojos hinchados por la falta de sueo miran desde montones de papeles y susurran orgullosamente: "Dios, qu grande es!". El general Almond, su jefe de Estado Mayor, dice sin vacilacin: "Es el mayor personaje vivo"; y el general de la fuerza area George Stratemeyer afirma reverente y enrgicamente: "Es el mayor hombre de la historia".4 Evidentemente, no todos estaban de acuerdo. Si bien era palpable su xito entre los directores y editores de peridicos, los periodistas de base se sentan a veces asqueados por la ampulosidad y vanagloria de MacArthur, llegando incluso a despreciar el ambiente de adulacin que reinaba en su Estado Mayor. Una reunin con l era como asistir a una representacin teatral y la energa y el cuidado que pona en ella era proporcional a la importancia del visitante. Tal como le dijo el general Joseph Stilwell a Frank Dorn, uno de sus principales ayudantes, el problema de MacArthur era que haba sido general demasiado tiempo.5 Esto lo deca en 1944, antes de que MacArthur se convirtiera en el virrey estadounidense del Japn ocupado. Stilwell deca: Consigui su primera estrella en 1918 y eso significa que lleva ya casi treinta aos como general; treinta aos durante los que todos tratan de complacerle, le besan el culo y hacen cuanto l quiere. Eso no es bueno para nadie.
En 1950 la figura de MacArthur era tan eminente que todos tenan que obedecer sus reglas. De hecho haba creado no slo un pequeo ejrcito propio dentro del ejrcito, que slo l poda mandar, sino un pequeo mundo que slo l poda gobernar. Las rdenes e incluso las sugerencias que le llegaban desde Washington eran casi siempre ignoradas, aunque provinieran de los superiores nominales del general, que en su propia visin personal de la jerarqua no eran superiores a l y por lo tanto no tenan derecho a cuestionarlo ni a darle rdenes. Haba creado un pequeo mundo peligrosamente aislado, totalmente separado en todos los aspectos, sociales, polticos y militares, de todo y de todos los dems, en el que nadie se atreva a disentir. Los hombres que lo rodeaban lo teman; los que no lo teman no solan durar mucho en su cuartel general. Cuando llegaba al edificio del Dai Ichi un visitante al que consideraba merecedor de verlo le ofreca La Actuacin. En ella que normalmente haba ensayado por la maana frente a un espejo, envuelto en su albornoz hablaba con gran confianza y certeza sobre acontecimientos futuros que la mayora de la gente, por experta que fuera, sola afrontar con cierta cautela, sabiendo las sorpresas que a menudo nos reserva la historia. Las Actuaciones eran con frecuencia deslumbrantes, bien ensayadas pero ofrecidas como si fueran improvisadas. Era un monologuista muy dotado, pero en todo aquello se perciba cierta sensacin sofocante: todo estaba demasiado controlado, demasiado cuidadosamente calculado y orquestado, en un mundo en el que los acontecimientos nunca se podan controlar y orquestar y en el que muchas de las fuerzas en juego eran nuevas, hostiles y muy diferentes de las habituales durante el siglo anterior. Dadas las reglas oficiosas por las que se rega el Dai Ichi l hablaba y los dems escuchaban, nadie se atreva a poner en cuestin sus grandiosas declaraciones, su papel como profeta autoproclamado de todo cuanto suceda en el mundo, ya fuera en la Unin Sovitica y China o en Estados Unidos, un pas con el que haba perdido haca tiempo el contacto y al que nunca haba entendido del todo. Desgraciadamente haba una cualidad vital en cualquier general con xito de la que careca: no saba escuchar, ni tampoco quera hacerlo. Se haba demostrado claramente en 1948 cuando George Kennan fue enviado desde Washington para examinar las cuestiones de la reforma poltica y la recuperacin econmica de Japn. En aquel momento la mayora de los mandos o diplomticos de alto rango, especialmente los que se ocupaban de asuntos relacionados con la Unin Sovitica, habran agradecido tener cerca a Kennan aunque fuera slo durante un corto perodo de tiempo, aunque no estuvieran del todo de acuerdo con l. Se hallaba en la cumbre de su fama recin conseguida y era considerado el principal experto del gobierno sobre la Unin Sovitica y sus intenciones. No cabe ninguna duda de su inteligencia y la claridad de su mente, y tampoco se puede poner en duda que su conocimiento de la Unin Sovitica, Rusia y China, su historia y su poltica, era excepcional. Puede que fuera todava relativamente joven, con una carrera muy reciente, pero resultaba evidente que era una figura formidable, con un intelecto muy prctico. Pese a todo Kennan nunca pudo entenderse con MacArthur porque estaba demasiado cerca de gente a la que ste aborreca. No poda haber entre ellos un toma y daca. De hecho Kennan se sorprendi por lo que encontr en Tokio. Segn observ, MacArthur se mostraba tan distante y desconfiado hacia el gobierno en funciones que su propia tarea pareca la de un embajador encargado de iniciar las comunicaciones y establecer relaciones diplomticas con un gobierno extranjero hostil y sospechoso.6 Truman acababa de hacerse cargo de la presidencia como consecuencia de la muerte imprevista de Roosevelt, pero Douglas MacArthur no era general por casualidad. Mucho ms que la mayora de los hombres, l era lo que lo haban llevado a ser. La cosa comenz con su padre, Arthur MacArthur, una figura formidable que se haba comportado heroicamente en el ejrcito de la Unin durante la guerra civil y ms tarde haba desempeado un papel muy destacado en Filipinas durante su insurreccin. Pero an ms importante para su carrera fue el mito en que se convirti para l su padre, mito creado y orquestado por su madre, Pinky MacArthur. Tras la muerte de su marido, decepcionado por la forma en que haba acabado su carrera, Pinky se volc en la de su hijo, fomentando incansablemente su ambicin inalterable y su egocentrismo casi nico. Aunque gran parte del impulso que llev a Douglas MacArthur a ser lo que finalmente fue provena de su madre, tampoco es que Arthur MacArthur fuera precisamente un hombre modesto. Tena la desgraciada necesidad de llevar razn en todo momento. A su juicio era prcticamente incomparable, no slo en cuanto a su habilidad militar sino tambin, lo que no era menos importante, en cuanto a sus juicios polticos. Segn su asistente, el coronel Enoch Crowder, era el tipo ms llamativamente egosta que haba visto nunca..., hasta que conoc a su hijo. Su carrera fue a un tiempo brillante y en ocasiones extremadamente difcil; hubo momentos de ascenso meterico y otros en que pareca detenerse o languidecer. Cuando se retir no haba casi ningn puesto de importancia en el ejrcito que no hubiera ocupado, ningn grado que no hubiera ganado, ninguna medalla concedida por su pas que no hubiera merecido. Haba concluido su vida militar como general de tres estrellas el rango ms alto posible entonces y con la Medalla de Honor del Congreso, pero muy desilusionado con su carrera, con el ejrcito y con una estructura poltica contra la que haba luchado durante aos. Con todo derecho debera haber sido enterrado en el cementerio nacional de Arlington, pero estaba tan amargado polticamente y tan alejado de la gente que gobernaba el pas en el momento de su muerte que se neg a ser enterrado all. Arthur MacArthur fue en definitiva un gran patriota estadounidense que se fue convirtiendo de forma curiosa casi en antiestadounidense. Era como si hubiera algo oscuro en su alma y estuviera demasiado concentrado en s mismo en una profesin en la que hay que hacer grandes sacrificios y sufrir riesgos por ideales y conceptos mucho ms elevados que uno mismo. Sus xitos y recompensas, y obtuvo muchos, nunca le parecan suficientes; al final slo poda recordar lo que no haba obtenido. De su hijo tambin se han dicho cosas muy parecidas: si haba algo que no controlaba, si no se seguan sus indicaciones, estaba dispuesto a destruirlo. Muchos altos mandos obligados a colaborar en situaciones difciles con autoridades civiles han llegado a sentir aversin o al menos a desconfiar de los polticos, ya que las dos culturas son diferentes y a menudo los mejores militares son buenos precisamente porque no pueden, como los polticos, adaptarse a los acontecimientos. En el caso de Arthur MacArthur, no obstante, haba mucho ms que la normal desconfianza; se trataba de una autntica patologa. No importa lo que quisiera cualquier civil o quin fuera, Arthur MacArthur pareca sentirse obligado a oponerse. Lo que ms le importaba era cmo lo trataba Washington a l. En sus ltimos aos hablaba constantemente de los males de los polticos y aquella actitud se la transmiti a su hijo. Cuando comenz su propia carrera, Douglas MacArthur tena ante s un doble reto: no slo tena que igualar los notables logros de su padre, sino que tambin tendra que vengar todas sus desilusiones y llegar a situarse por encima de todos cuantos pudieran haberlo herido o desairado. Era mucho pedir para cualquier hombre. Las vidas y carreras de padre e hijo se prolongaron durante ms de un siglo de la vida estadounidense, un perodo crtico en el que el tamao del pas, as como su poder militar, econmico y poltico crecieron espectacularmente. Arthur MacArthur, nacido en 1845, se convirti en un hroe a los dieciocho aos en la guerra civil; su hijo Douglas naci en 1880, particip como jefe en activo en las tres grandes guerras del siglo siguiente, la primera y la segunda guerra mundial y la guerra de Corea, y muri en 1964, un siglo despus del primer acto de herosmo de su padre. Ambos vieron concluir sus carreras en dramas polticos similares: Arthur MacArthur, entonces con dos estrellas, fue finalmente expulsado de Filipinas, donde haba mandado a las tropas con xito pero se haba enfrentado innecesariamente con las autoridades civiles; medio siglo ms tarde, ciento cinco aos despus del nacimiento de su padre, Douglas MacArthur fue destituido del mando en la guerra de Corea por el presidente de Estados Unidos por rebasar repetidamente los lmites militares y convertirse en un protagonista demasiado poltico. Arthur MacArthur era hijo de un destacado y ambicioso juez de Milwaukee, que cuando estall la guerra civil trat de que su hijo ingresara en West Point. Incluso hizo que uno de los senadores de Wisconsin lo llevara a la Casa Blanca para hablar con Abraham Lincoln; pero todos los puestos estaban ocupados y por eso el juez, utilizando su red privada de relaciones polticas, consigui para su hijo un puesto como adjunto en el 24. Regimiento de Wisconsin. Con dieciocho aos Arthur MacArthur era oficial, aunque al principio en el regimiento nadie pareca entusiasmado con aquel adjunto tan joven. Obtuvo su primer reconocimiento pblico en noviembre de 1863 en la batalla del Missionary Ridge cerca de Chattanooga. Los confederados controlaban el terreno alto y haban estado machacando a gran nmero de unionistas reunidos en la llanura ms abajo, con muy poco coste para ellos. Una operacin de distraccin ordenada por los mandos de la Unin provoc an ms bajas entre las muy vulnerables tropas del norte hasta que, como si reaccionaran con rabia al indecible castigo que estaban sufriendo, los soldados de la Unin treparon temerariamente a lo alto del monte, frente a los bien atrincherados sureos, y los desalojaron de all. Quienes los haban encabezado eran los hombres del 24. Regimiento de Wisconsin y quien llevaba la bandera del regimiento cuando finalmente alcanzaron la cumbre, quiz el tercer o cuarto soldado en llegar hasta all despus de que los otros hubieran sido heridos, era Arthur MacArthur. El general Phil Sheridan, emocionado por aquella victoria por sorpresa, al parecer dijo despus que estara bien que alguien cuidara del chico de la bandera porque acababa de ganar una Medalla de Honor del Congreso, aunque de hecho Arthur MacArthur no obtuvo realmente aquella medalla hasta pasados veintisiete aos.7 Combati en trece batallas distintas durante la Marcha de Sherman que atraves Georgia, resultando herido cuatro veces, y lo hizo tan bien que lleg al grado de coronel a los diecinueve aos, siendo el soldado ms joven del ejrcito de la Unin en alcanzar ese grado, por lo que comenz a ser conocido como el coronel adolescente de la guerra civil. Era valiente, inteligente y tena un instinto natural para la batalla. Despus de la guerra dej el ejrcito, pero la vida civil pronto lo aburri y regres al servicio, aunque tuvo que renunciar al grado obtenido durante la contienda. Pronto alcanz de nuevo el grado de capitn y luego pas sin ms ascensos adicionales los siguientes veintitrs aos. Fue una poca dura con pocas recompensas, salvo quiz la propia experiencia obtenida. El pas avanzaba hacia el oeste y con frecuencia estaba al mando de las tropas destacadas en la frontera. Las condiciones eran siempre primitivas y operaba en una regin sin ley, o quiz, con mayor exactitud, en una regin en la que la nica ley era lo que l deca. La presencia poltica-civil era a menudo marginal y los lmites a su mando eran, por lo tanto, mnimos. En la medida en que haba lmites, eran impuestos a los militares sobre el terreno por los polticos de Washington, que no slo estaban lejos sino que eran considerados como ingenuos, inconscientes del mundo real en el que el ejrcito estaba haciendo el trabajo sucio de la nacin. Para los militares sobre el terreno, los polticos con los que tenan que tratar eran a la vez gente comprometida y comprometedora. Arthur MacArthur tuvo un xito extraordinario en su trabajo en la frontera y demostr gran capacidad en el uso prudente de sus tropas. Aunque su educacin formal era escasa, haba ledo mucho y tena una excepcional confianza en su capacidad intelectual. El gran margen de maniobra del que disfrut durante aquellos aos, sin apenas control de las autoridades civiles, no hizo ms que incrementar su arrogancia y desprecio hacia ellas, como seal el bigrafo de su hijo William Manchester; esa actitud le iba a causar problemas en Filipinas y, trasmitida de padre a hijo, iba a reafirmar la hostilidad de toda la familia incluida la madre hacia la clase poltica al tiempo que paradjicamente la politizaba de una forma extraa, casi inconsciente. En 1889 Arthur MacArthur fue finalmente ascendido a comandante y se traslad a Washington como vicejefe de asuntos administrativos. En 1897, en vsperas de la guerra hispano-estadounidense, fue ascendido a teniente coronel. Cuando comenz la contienda al ao siguiente esperaba ser ascendido a coronel y obtener el mando de tropas en la lucha contra los espaoles en Cuba, donde se supona que deba focalizarse la confrontacin entre Estados Unidos, que comenzaba a experimentar su fuerza econmica como principal potencia industrial del mundo, y Espaa, una potencia imperial evanescente que llevaba ms de un siglo en decadencia. Pero en lugar de ser ascendido a coronel, salt dos grados y se convirti en general de brigada; en lugar de mandar tropas en Cuba, fue enviado a Filipinas. El presidente era entonces William McKinley, un republicano de Ohio con sus propios sentimientos complejos y conflictivos sobre el nuevo papel de Estados Unidos como potencia imperial en el Pacfico. Estaba casi tan sorprendido como cualquiera al descubrir que no slo tena que aplastar una insurreccin cubana, sino que el fcil xito obtenido en el Caribe induca un paso adicional, ms amplio y complicado, en el Pacfico. Se encontr ante la tarea mucho ms difcil de imponer la voluntad de Estados Unidos a un levantamiento indgena en Asia. All los lderes locales slo queran que los imperialistas espaoles se fueran; al principio recibieron con agrado la ayuda estadounidense, pero casi de inmediato se encontraron con que Estados Unidos pretenda sobre todo formaba parte de la poca mejorar su situacin geoestratgica y slo secundariamente atender a las necesidades de los filipinos; es decir, crear para ellos un nuevo orden poltico, aunque bajo el dominio y la soberana estadounidense. Aqulla era la primera experiencia colonial real de Estados Unidos y no fue muy feliz que digamos. Los primeros disparos entre los soldados estadounidenses y los rebeldes filipinos se cruzaron en febrero de 1899, once meses antes del fin del milenio, pero en trminos del poder y las ambiciones de Estados Unidos, la brutal campaa para aplastar la insurgencia que se desarroll en Filipinas anunciaba lo que iba a suceder en el siglo siguiente. Los militares estadounidenses llegaron al archipilago casi por casualidad, ms que nada como complemento de los acontecimientos en Cuba. Cuando comenz la lucha en el Caribe, el almirante George Dewey, comandante de la flota del Pacfico, la llev hasta la baha de Manila para destruir la anticuada flota espaola, quedando casi por sorpresa con el control de los dbiles restos del imperio espaol. El ejrcito estadounidense no tena ms que alargar la mano para apoderarse del archipilago y eso fue lo que hizo. Al presidente McKinley no le gustaban particularmente aquellas islas. A un amigo le coment que no habra podido decir dnde estaban aquellas condenadas islas en un radio de tres mil kilmetros.8 Pero la aspiracin estadounidense a cierta forma de expansin, prolongacin del Destino Manifiesto del siglo XIX y expresin de la necesidad de mostrar al resto del mundo su fuerza econmica, tena su propio impulso. Si Estados Unidos necesitaba durante aquel perodo algn tipo de prueba de su creciente fuerza, una bien factible era la adquisicin de posesiones coloniales. Haba en conflicto, y no por primera vez, dos impulsos estadounidenses bsicos: uno de autolimitacin militar y poltica y otro ms ambicioso y sediento de sangre, y en aquel momento era el segundo el que predominaba. Como sealaba el Washington Post Parece habernos llegado una nueva conciencia la conciencia de la fuerza y con ella un nuevo apetito, el deseo de mostrar nuestra [...] ambicin, inters, hambre de tierra, orgullo, la pura alegra del combate, lo que sea, que nos anima con una nueva sensacin [...] El sabor del imperio est en el paladar de la gente como el de la sangre en la jungla. Significa una poltica imperial.9 Estados Unidos comenz su aventura en Filipinas como aliado de hecho casi como socio de los rebeldes que luchaban por su independencia desafiando el rgimen colonial espaol. Les asegur que su propsito no era colonial, pero con el tiempo acab llevando a cabo una cruel guerra de colonizacin. De nuevo se evidenciaban dos poderosos instintos estadounidenses: un impulso misionero que exiga que Estados Unidos asumiera la responsabilidad colonial sobre las islas a fin de civilizar a los nativos como parte de la carga del hombre blanco cristiano, y un racismo virulento que llevaba a denominar a los guerrilleros negros o gugus; este ltimo nombre provena de la corteza de un rbol local que las mujeres utilizaban para lavarse el cabello y se transform finalmente en un trmino genrico para todos los asiticos, guk, utilizado por los soldados estadounidenses en todos los conflictos en el continente, desde la segunda guerra mundial hasta las guerras de Corea y Vietnam.10 McKinley tuvo que afrontar la cuestin de si enviar tropas o no, encontrndose con que a su alrededor dominaban tendencias ms fuertes que su propia voluntad. Aunque pareca enfocar la cuestin desde convicciones muy slidas, al final le dijo a un grupo misionero, con palabras que tendran notable resonancia en futuros conflictos, que haba enviado las tropas porque no tena ninguna otra opcin aceptable. Dijo que para l haba sido una decisin muy difcil y a continuacin seal que se haba arrodillado en la Casa Blanca para pedir a Dios todopoderoso luz y orientacin. Despus de todo, dijo, no poda devolver el archipilago a los espaoles, lo que sera cobarde y deshonroso; tampoco poda ofrecrselo en bandeja a las otras dos potencias coloniales interesadas, Francia y Alemania; y ciertamente no poda dejar que los filipinos, infantiles como eran, se gobernaran a s mismos. En consecuencia, la nica opcin que le quedaba era apoderarse del archipilago de forma que los estadounidenses pudieran educar a los filipinos, mejorarlos y cristianizarlos, y con la ayuda de Dios hacer cuanto podamos por ellos como nuestros prjimos por los que muri Cristo. Pero la guerra no se pareci en nada a aquellas palabras altruistas. Los filipinos no parecan agradecer los favores que Estados Unidos pretenda otorgarles. Los militares estadounidenses tendieron al principio a subestimar a los insurgentes filipinos, que conocan el pas mucho mejor que ellos y en general contaban con el apoyo del pueblo, y que pronto tomaron las armas para luchar contra los extranjeros, no como una infantera regular sino como guerrilleros, y lo hicieron sorprendentemente bien. Los soldados estadounidenses tenan una ligera superioridad en armamento gracias a un nuevo fusil fabricado en Noruega llamado Krag-Jorgensen, que tena la ventaja de disponer de un cargador con cinco proyectiles y de utilizar plvora sin humo, lo que significaba que al disparar no sala de l la tpica nubecilla, haciendo ms difcil para los fusileros enemigos localizar el origen del disparo. Una de las canciones de las tropas estadounidenses deca: Bajo la bandera estrellada [starryflag] / civilicmoslos con el Krag. Aquella guerra colonial prefigur muchas batallas en Asia que todava estaban por llegar: los militares estadounidenses, que al principio despreciaban a sus enemigos porque no eran blancos, se sorprendan y enfurecan enormemente al comprobar su capacidad de resistencia. Despus de disparar los primeros tiros, un comandante estadounidense llam a su superior, el coronel Frederick Funston, dicindole: Venga aqu, coronel! El baile acaba de comenzar!; pero no era el baile que imaginaban. La guerra result infinitamente ms dura y ms brutal de lo que esperaba nadie. Como Arthur MacArthur, muchos de los soldados estadounidenses llegaban de las guerras con los indios en la Frontera, y tanto en un sitio como en el otro se mezclaba el tradicional odio al enemigo con los temores y odios raciales. Un soldado le dijo a un periodista: Este pas no quedar pacificado hasta que matemos a todos los negros como hicimos con los indios; otro dijo: El nico filipino bueno es el filipino muerto. Algunos mandos estadounidenses estaban muy irritados, como lo estaran sus sucesores sesenta aos despus en Vietnam, porque sus adversarios raramente combatan en terreno abierto a la luz del da, donde los soldados estadounidenses pudieran verlos. Eran cobardes, atacaban por la noche y tendan emboscadas. Cuando los rebeldes se cobijaban entre la poblacin indgena los estadounidenses solan aplicar contra sta una enorme violencia, porque no haba neutralidad civil en una guerra como aqulla. Lo que se supona que deba ser una tarea fcil y rpida se prolong durante casi cuatro aos. Cuando concluy haban participado en ella ciento doce mil soldados estadounidenses, sesenta y dos mil regulares y otros cincuenta mil voluntarios. La violencia no slo aument, sino que se hizo cada vez ms cruel. Un general de brigada estadounidense, Jacob Smith, les dijo a sus subordinados: No quiero prisioneros. Quiero que quemis y matis, y cuanto ms quemis y matis ms satisfecho estar de vosotros. Quiero que matis a todos los prisioneros capaces de empuar un arma en acciones hostiles contra Estados Unidos. Uno de sus subordinados le pidi que estableciera una edad lmite. Diez aos, dijo Smith. Diez aos?, pregunt el subordinado. Los nios de diez aos pueden emplear armas contra Estados Unidos? S, respondi Smith. La guerra se prolong durante tres aos y medio, y era cada vez menos popular en Estados Unidos. El final se vio facilitado por una atrevida incursin y la captura del lder rebelde Emilio Aguinaldo por el general Funston en 1901. En total murieron en aquella guerra cuatro mil doscientos estadounidenses y otros dos mil ochocientos fueron heridos; el nmero de soldados filipinos muertos pudo quiz llegar a veinte mil, a los que haba que sumar ms de doscientos cincuenta mil civiles. McKinley le dijo a un amigo: Si el viejo Dewey hubiera salido de all inmediatamente despus de derrotar a la flota espaola nos habramos ahorrado muchos problemas.14 El general de divisin Arthur MacArthur se convirti en comandante en jefe de las fuerzas estadounidenses en Filipinas en mayo de 1900, sustituyendo al general Elwell Otis, hacia el que senta un profundo desprecio. Lo describa como una locomotora volcada sobre la va, con las ruedas movindose a toda velocidad. l era ms agresivo, y aunque preconizaba una reforma poltica estaba dispuesto a utilizar todas sus fuerzas para destruir la guerrilla. Era natural que surgieran tensiones entre l y Washington, dada su absoluta certidumbre sobre lo que deba hacerse y la relativa ambigedad de Washington. McKinley no quera verse arrastrado a una guerra sin fin, agotadora y cada vez ms impopular, por lo que no quera dejar todo en manos de los militares sino que buscaba algn tipo de solucin poltica. En 1901 decidi finalmente enviar una comisin de cinco delegados a las islas para buscar un acuerdo poltico y eligi a su amigo William Howard Taft, abogado y juez extremadamente hbil, de Ohio, para encabezarla. Taft no quera saber nada de Filipinas; lo que realmente quera era un puesto en el Tribunal Supremo, pero tema que si rechazaba el encargo no obtendra nunca el nombramiento. Era un hombre inmenso que pesaba cerca de ciento cincuenta kilos. No le entusiasmaba en absoluto tener que ir a Manila y le dijo a McKinley cuando se reunieron: Seor presidente, me temo que pretende enviarme a Filipinas, pero pienso que debera encontrar algn otro que sienta ms simpata hacia la situacin. McKinley le respondi, segn Taft: Si a usted no le gustan [Filipinas], a m tampoco, y luego insisti en que lo que necesitaba era alguien de confianza para que lo representara all.15 MacArthur, en ese momento gobernador militar general de las islas, se enfureci ante aquel desafo potencial a su control absoluto y no le dio ninguna oportunidad a Taft. El lugar de acudir a recibir a la delegacin cuando lleg a Manila, como exiga el protocolo, envi a un ayudante al puerto; para empeorar an ms las cosas, en palabras del diplomtico e historiador Warren Zimmermann, trat de humillar a los comisionados hacindolos esperar todo el da con aquel calor que levantaba ampollas, para recibirlos a continuacin como un potentado asitico.16 Incluso reunirse con ellos representaba para l una humillacin, segn les inform. Ni Taft ni MacArthur tenan una tarea fcil y la divisin de la autoridad entre civiles y militares nunca qued del todo clara, pero MacArthur lo hizo todo mucho ms difcil con su falta de respeto hacia Taft, a quien en general se consideraba capaz, de mente abierta y trato justo. MacArthur no pareca entender que al tratar con desprecio a Taft estaba tratando con el mismo desprecio al presidente. En aquella lucha, en la que triunfaba su ego sobre su sentido comn, estaba lanzndose a s mismo, no a Taft, al abismo. La misin de Taft era poltica: se trataba ms que nada de proteger los futuros intereses estadounidenses y de esbozar alguna forma distante de independencia filipina. A veces utilizaba frases como Filipinas para los filipinos, o en ocasiones se refera a stos, con el estilo de los tiempos, como hermanitos oscuros; pero las tropas que luchaban bajo el mando de MacArthur no pensaban en sus adversarios como hermanos potenciales. Cantaban una balada que deca: Puede que sean hermanos de William Howard Taft / pero seguro que no son hermanos mos. Entre el general y el comisionado principal haba tan poco contacto informal como era posible; para poder comunicarse con MacArthur, Taft tena que escribirle cartas. Despus de haber tratado con algunos de los polticos ms capaces de Estados Unidos durante aos, le impresionaba muy poco el ego inflado de Arthur MacArthur y escribi a Washington para detallar a figuras de tanta importancia como el secretario de Guerra Elihu Root las cualidades del general que no admiraba, con palabras que tendran una extraa resonancia medio siglo despus. Arthur MacArthur careca de sentido del humor, le gusta[ba]n las generalizaciones profundas sobre la psicologa del pueblo; no presta[ba] atencin a las opiniones de los dems ni a la situacin real de un civil que slo lleva aqu un perodo de tiempo relativamente corto.17 Segn Taft, MacArthur era un hombre muy dispuesto a dar lecciones y muy poco a escucharlas. Dado que Taft no slo llevaba un encargo personal del presidente de Estados Unidos, sino que tambin era un gran amigo suyo, el comportamiento de MacArthur no slo era petulante sino miope y tremendamente autodestructivo. Tratando de demostrar quin era realmente importante en aquella lucha por el poder entre un militar y un civil, MacArthur ofendi de forma gratuita a las cuatro figuras polticas republicanas ms importantes de la poca: McKinley, Root, Theodore Roosevelt, que se convirti en candidato a la vicepresidencia con McKinley en 1900 (sucedindole al ao siguiente cuando fue asesinado), y el propio Taft, nombrado gobernador general de Filipinas en 1902 y luego secretario de Guerra, antes de obtener la presidencia en 1908. Fueron trece meses de constante resistencia de MacArthur frente a Taft hasta que fue relevado del mando. Su puesto en Manila sera el ms alto de su carrera. Ocho aos despus lleg Taft a la presidencia y en aquel momento MacArthur renunci rpidamente a su comisin militar, pero todo haba terminado tiempo atrs. Aunque fue ascendido a teniente general, entonces el rango ms elevado del ejrcito, nunca se le ofreci el puesto de jefe de Estado Mayor del Ejrcito de Tierra, el que ms deseaba. Pese a sus considerables logros, Arthur MacArthur finaliz su carrera y su vida ahogado en su propia amargura, en una rabia constante que era como un virus autoinfligido. Durante aquellos aos, como escribi William Manchester, plant una terrible semilla de conflicto entre la autoridad civil y la militar en su propio hijo: Aquella semilla tard mucho en florecer medio siglo pero al final iba a dar un fruto extraordinario. Para cualquiera que conociera con algo de retraso la historia de Arthur MacArthur y de su maltrato a Taft (y con l a su presidente), y que supiera algo de la historia de la colisin de Douglas MacArthur con su presidente, Harry Truman, aquello podra parecerle una espeluznante premonicin de acontecimientos futuros: una historia que no se repeta sino que se preceda a s misma. Arthur MacArthur vivi tres aos ms despus de su renuncia en 1909. La persona que iba a mantener viva la llama de su mito era su viuda, Pinky MacArthur, que esperaba que su hijo, el joven Douglas, vengara el honor de la familia. Constantemente le deca: Debes crecer hasta ser un gran hombre, como tu padre, y aada: o como Robert E. Lee.18 Su reto sera, pues, no slo llegar a la altura de su padre sino superar sus hazaas, convirtindola en la madre con ms xito que cupiera imaginar. Cuando finalmente fue nombrado jefe de Estado Mayor del Ejrcito de Tierra, el puesto que le haban negado a su padre, le dijo: Si tu padre pudiera verte ahora! Douglas, eres todo lo que l quiso ser!.19 8
Seguramente resulta algo extrao que una mujer nacida en otro siglo, noventa y ocho aos antes del comienzo de la guerra de Corea, y que llevaba muerta una dcada y media en 1950, pudiera influir tan profundamente sobre una guerra que tena lugar a mediados del siglo XX; pero difcilmente se puede entender a Douglas MacArthur sin entender no slo a su egocntrico padre sino tambin a su madre. Ms que cualquier otra figura de la poca incluido Franklin Roosevelt, cuya madre tambin posea un carcter dominante, Douglas MacArthur era un hijo de mam. Aunque haba obtenido la Medalla de Honor del Congreso y se mostraba valiente frente al fuego enemigo a veces incluso de forma suicida, nunca dej de ser un hijo de mam. De muy pocos militares estadounidenses se puede decir que cuando dejaron su hogar para ir a West Point, su madre se traslad tambin a esa pequea ciudad junto al ro Hudson para seguir cerca de ellos. Pinky MacArthur se instal en una habitacin en el mejor hotel de la ciudad, el de Craney, para poder vigilar a Douglas durante los cuatro aos que ste pas en la academia militar y evitar que cayera por debajo de sus expectativas y se hundiera en la mediocridad. West Point poda ser la institucin ms exigente de Estados Unidos, pero por si acaso all estaba Pinky MacArthur, por si los custodios de la academia fallaban o no acababan de darse cuenta de lo notable que era el joven que ella les haba legado. Pinky MacArthur no fue slo la diseadora clave de la carrera de su hijo sino algo ms importante: fue quien configur su psique, la creadora del egosmo casi nico que cubra y a veces disminua su gran talento. Otros personajes pblicos tendran que luchar durante cuatro dcadas contra lo que ella haba construido. Con el vocabulario de la poca se la podra haber llamado una madre escnica, esto es, una mujer inmensamente ambiciosa, que al faltarle oportunidades para su propia ambicin las transfera a su hijo y viva a travs del xito de ste. Su carrera, que antepona a cualquier cosa, era su hijo. El ascenso de ste era tambin el de Pinky; los xitos de Douglas al superar los diversos desafos que se presentaban ante l eran tambin xitos de Pinky, y los honores que l reciba, ella los senta como propios. Haba sido educado no slo para triunfar, sino para hacerlo a expensas de cualquier otra cualidad humana. Para tener xito no poda permitirse pensar en nadie ms; si lo haca, podran desplazarlo. De ese modo su madre lo educ para ser el hombre ms egocntrico y tambin el ms aislado del mundo. Desde el principio era un joven muy peculiar en cuanto a las relaciones con sus compaeros. Su primera boda aunque las bodas de los aspirantes de West Point suelen ser una importante ocasin social, que refleja los vnculos entre el novio y sus compaeros de promocin se hizo notar por la ausencia de amigos y colegas: slo acudi un autntico amigo. Aos ms tarde acabara su carrera muy alejado de los dems oficiales salvo de su propio Estado Mayor, conocido por su prctica constante de la adulacin. Era incapaz de mantener una amistad genuina, en parte porque, a su juicio, no haba quien estuviera a su altura. Pinky MacArthur pretenda, deliberadamente, no slo que vengara las afrentas inferidas a su padre, sino que compitiera con l. Educ as a un joven dotado, con talento, cerebral, alejado de los dems, una especie de genio/monstruo militar que no poda equivocarse nunca. Nunca poda cometer un error. Pese a todo su talento, era en cierta forma terrible, no reconocida, una persona incompleta. Quiz la mayor batalla, cuando comenz la guerra de Corea, no fue la de MacArthur contra Truman o contra la Repblica Popular China, sino la de MacArthur contra s mismo: la contradiccin entre su mejor lado, el autnticamente inteligente, creativo y audaz, y su lado altanero, egosta y arrogante. Col Kingseed, profesor de historia militar en West Point, seal que la duda con respecto a Oliver Cromwell, el general puritano del siglo XVII, sobre si era un hombre bueno o malo, se poda aplicar igualmente a MacArthur: era un gran hombre malo. Gran parte de esa personalidad dual era atribuible en cierta medida a Pinky MacArthur: de ella aprendi su hijo la necesidad de ser o al menos parecer perfecto, de ocultar cualquier signo de debilidad o fragilidad. Quiz lo ms notable sea que lo hizo incapaz de admitir el error. Aquella necesidad de perfeccin generaba inevitablemente cierta paranoia. La gente, a su juicio, siempre estaba al acecho para pillarlo en un renuncio o para perjudicarlo. Cmo podan ellos siempre haba un ellos, tanto en el cuartel general en Francia cuando era ms joven, como en Washington ms tarde hacerle eso a l? Viva en un mundo en el que tanto l como los miembros de su Estado Mayor slo podan recordar sus xitos, la perfeccin de sus hazaas. Si las cosas haban salido mal haba sido por culpa de otros, seguramente sus enemigos, nunca por sus propios errores. Sobre la falta de preparacin de los primeros soldados estadounidenses que llegaron a Corea, escribi ms adelante: Me preguntaba a m mismo cmo poda haber permitido el gobierno estadounidense que se llegara a una situacin tan deplorable. Recordaba los das, poco tiempo antes, cuando nuestro pas haba sido ms poderoso militarmente que cualquier otro sobre la faz de la tierra, pero en el corto espacio de cinco aos ese poder se haba desvanecido dando paso a una bancarrota de liderazgo positivo y valeroso hacia cualquier objetivo de gran alcance. No mencionaba, por supuesto, que l haba contribuido a acelerar la desmovilizacin anunciando por su cuenta que slo necesitaba la mitad de los soldados originalmente destinados a Japn bajo su mando; ni tampoco que los primeros soldados con misiones de guarnicin que llegaron a Corea, tan mal preparados, haban estado bajo su mando directo; que rara vez se haba dignado prestarles atencin salvo para la preparacin de la liga de ftbol en el ejrcito; ni que, al igual que su pas, se haba instalado cmodamente en la molicie de los tiempos de paz.
Mary Pickney Hardy era una bella muchacha del sur cuando eso tena gran importancia. Hija de un comerciante de algodn de Norfolk, conoci a Arthur MacArthur en Nueva Orleans durante la fiesta del Martes de Carnaval y se casaron en 1873, ocho aos despus del final de la guerra ms sangrienta de la historia de Estados Unidos, cuando las pasiones y prejuicios que gener estaban todava muy vivos. Dos de sus hermanos, que haban combatido con el sur, se negaron a asistir a la boda. Su vida de casada nunca fue fcil. Haba nacido con cierto lujo y estatus, una debutante de su poca, pero acept, para bien o para mal, una vida incmoda que la obligaba a trasladarse de un puesto a otro, convertida sin quererlo en una mujer pionera, a menudo en lugares remotos del oeste y suroeste donde careca de todo tipo de comodidades. Dado su origen privilegiado, era hasta cierto punto sorprendente que pudiera adaptarse a ellos. William Manchester lo atribuye a su valor y quiz a la fuerza de la disciplina social. Su hijo mayor, Arthur MacArthur III, ingres en la Armada y muri relativamente joven, en 1923; el segundo, Malcolm, muri de sarampin a los cinco aos. Douglas naci en 1880 en Fort Dodge, Arkansas, que finalmente se convirti en Little Rock. Es imposible saber hasta qu punto la muerte de su segundo hijo condicion la intensidad emocional con que Pinky MacArthur se concentr en su tercer y ltimo hijo, pero seguramente haba sufrido un dao emocional significativo, y de lo que no cabe duda es de que fue a Douglas a quien dedic sus considerables energas: era su ltima esperanza. Si su padre, un hroe nacional diecisiete aos antes de que naciera Douglas, era el ideal al que iba a consagrar su vida, una presencia constante casi mtica, podemos considerar a su madre su sargento instructor, que le recordaba las hazaas de su padre que deba igualar. El da que la Dieta japonesa aprob una ley de reforma agraria cuando l era el virrey oficioso de Japn, MacArthur se inclin hacia atrs en su silla como si mirara al cielo, aunque realmente lo que estaba viendo era una foto de su padre, que haba presionado sin xito en favor de la reforma agraria cuando estaba en Filipinas, y dijo: Cmo lo estoy haciendo, pap?. Pinky MacArthur quera que fuera a West Point, pero sorprendentemente, pese a las relaciones polticas de la familia, le haba resultado difcil ingresar all. Finalmente ella se traslad a un distrito cuyo congresista era amigo del abuelo de Douglas, pero ni siquiera eso fue suficiente; cuando fracas en su primer examen mdico debido a la curvatura de su espina dorsal, ella busc y encontr un doctor que se encarg de corregirla. Cuando el congresista, abrumado por el nmero de aspirantes con relaciones parecidas, fij un examen especial, ella contrat inmediatamente a un director de instituto para que hiciera de tutor del joven Douglas. La noche antes de su examen l estaba nervioso y preocupado, sin poder dormir. Ella se levant de la cama y le dirigi el siguiente discurso: Douglas, lo superars si no pierdes los nervios. Debes creer en ti mismo, hijo mo, o nadie creer en ti. Ten confianza en ti mismo, e incluso si no lo consigues, sabrs que has hecho cuanto has podido. Y ahora durmete. Fueron trece los jvenes que se presentaron al examen y MacArthur alcanz un 99,3; la puntuacin siguiente era slo de 77,9. Su rendimiento en West Point fue excelente; por supuesto era el primero de la clase, como caba esperar. Sus resultados lo situaron durante muchos aos en el tercer lugar ms alto que se haba registrado, y uno de los otros dos que tenan mejores resultados era el otro hroe de Pinky, Robert E. Lee. Aunque su hijo se port brillantemente durante la primera guerra mundial y as fue reconocido por sus superiores (consigui siete Estrellas de Plata y estuvo a punto de obtener la Medalla de Honor del Congreso), en particular por su hbil liderazgo de la 42. Divisin (Arco Iris), que lo convirti en el jefe de divisin ms joven en la primera guerra mundial, su carrera no era tan meterica como ella deseaba. Pinky MacArthur siempre estaba all para recordarle que haba ms laureles que conquistar, y en el caso de que otros no fueran conscientes de sus extraordinarias dotes ella se encargaba de darles publicidad. Escriba a sus superiores cartas manipuladoras, llenas de elogios a sus destinatarios, recordndoles no slo las hazaas de su hijo en Francia sino, por supuesto, tambin sus buenos resultados en West Point, empleando todas las artimaas de una vieja belleza surea. Cuando durante la primera guerra mundial le pareci que Douglas llevaba demasiado tiempo como coronel, escribi al secretario de Guerra, Newton Baker, sugirindole que lo ascendieran a general: Ese oficial es un instrumento dispuesto para grandes cosas si sabe usted utilizarlo [...] Es un oficial leal y devoto que le recomiendo, ya que creo que su ascenso servir, no slo a su propio inters, sino a una escala mucho ms amplia, al inters de nuestro amado pas en esta gran hora de prueba. Baker no le respondi, pero Pinky no se sinti disuadida. Ocho meses despus volvi a escribirle de nuevo: Me tomo la libertad de enviarle unas pocas lneas como continuacin de la pequea pltica de corazn a corazn que tuve con usted desde California con respecto a mi hijo Douglas, y el gran deseo de mi corazn de que pueda ver claro su camino para otorgarle una estrella [...] Considerando el buen trabajo que ha hecho con tanto orgullo y entusiasmo, y la relevancia que ha ganado en combate, creo que todo el ejrcito, con pocas excepciones, aplaudira que lo nombrara uno de sus generales.4 Baker se la pas al general John J. (Black Jack) Pershing, que haba sido capitn en Filipinas cuando su marido, entonces general de divisin, gobernaba el archipilago. Pershing pronto recibi lo que ella llamaba una pequea carta de corazn a corazn animada por el recuerdo de la vieja amistad por usted y los suyos y el conocimiento de la gran admiracin que senta por usted mi difunto marido [...] Conozco muy ntimamente al secretario de Guerra y su familia y s que l se siente muy ligado al coronel MacArthur y lo conoce muy bien.5 El envo de cartas no finaliz, por supuesto, cuando MacArthur fue finalmente ascendido a general en 1917, sino que aquel proceso le ense ms bien a su madre que las presiones daban resultado y cuando llevaba cinco aos como general de brigada demasiado tiempo a su juicio comenz una nueva campaa para conseguirle la segunda estrella, campaa en la que tambin particip la primera mujer de Douglas, Louise, contratando a un antiguo oficial de la Divisin Arco Iris que ahora trabajaba como abogado y estaba bien relacionado en Washington para que hiciera el trabajo por ella (No me importa lo que cueste. Haga lo que considere preciso y enveme personalmente la factura. No se lo diga a Douglas). El abogado reuni a un grupo de antiguos coroneles de la divisin de MacArthur en Francia durante la primera guerra mundial para que pidieran una entrevista con el secretario de Guerra, John Weeks, quien les dijo que MacArthur era demasiado joven para la segunda estrella. Cuando l supo lo que haba dicho Weeks, murmur: Qu se puede decir entonces de Gengis Khan al mando de sus hordas con trece aos o de Napolen al mando de su ejrcito con slo veintisis?.6 Cuando MacArthur fue nombrado superintendente de West Point se aloj en casa de su madre. Pinky no haba aprobado su primer matrimonio con una atractiva divorciada y ni siquiera asisti a la boda; de hecho fingi estar enferma mostrando una fragilidad que nunca haba manifestado antes, como seal de advertencia de que deba atenderla a ella primero y slo despus a su mujer, actitud que se repiti ms tarde cada vez que l pareca escapar a su control. Para nadie fue una sorpresa que aquel primer matrimonio de MacArthur no durara mucho tiempo, y cuando se convirti en jefe de Estado Mayor del Ejrcito de Tierra Pinky estaba de nuevo a su cuidado, sirvindole de anfitriona, y l coma cada da en casa. Su segundo matrimonio fue ms afortunado, en parte porque Pinky se encarg se seleccionar a la candidata, Jean Faircloth, que, como ella misma, era una belleza del sur que tambin lo reverenciaba y adoraba, y que cuid su papel como Seora del General, al que se refera con ese tratamiento en pblico y en privado llamaba seor jefe. Pinky MacArthur le ense a su hijo, por encima de todo, la importancia del xito, que justificaba cualquier otro sacrificio y en particular los suyos propios, y una de sus frases ms repetidas, que no olvidaba incluir en las obsequiosas cartas que escriba a los superiores de su hijo, era que el xito a nivel personal poda considerarse siempre beneficioso para el pas; lo que era bueno para Douglas MacArthur era bueno para Estados Unidos y viceversa. La sobreproteccin y control de su madre lo hicieron diferente de otros generales de su poca, hasta del ms egocntrico como George Patton. Normalmente el ejrcito, con sus rigores y privaciones en tiempo de guerra, fortalece los lazos de amistad creados desde jvenes entre militares cuyas carreras, parecidamente difciles y a veces ridas, se prolongan mucho tiempo; pero MacArthur careca de ese tipo de vnculos, esas maravillosas amistades de toda una vida. Su aura lo aislaba hasta el punto de privarle de autnticos amigos. En el ejrcito las necesidades propias deben equilibrarse siempre con el sentido del deber que obliga a obedecer las rdenes y la lealtad y respeto hacia la institucin. La lealtad funciona en los dos sentidos; no slo para que los subordinados respeten las rdenes, sino para que cada uno sepa lo que debe a sus superiores. En ese aspecto crtico Douglas MacArthur, como su padre antes que l, no pasaba el examen. 9
MacArthur era todava una figura nacional de primer orden cuando comenz la guerra de Corea, quiz tanto en el plano poltico como en el militar, y un dolo nacional, le gustara a Washington o no, como ltima conexin activa entre ambas guerras mundiales. Sus hazaas en el Pacfico durante la segunda guerra mundial se consideraban excepcionalmente brillantes. Al principio de la guerra haba estado un poco por debajo de las expectativas con respecto a las nuevas posibilidades de la fuerza area a bordo de los portaaviones y en cuanto a lo que podran o sabran hacer los japoneses como soldados y como pilotos. Durante las primeras semanas, al ver a los aviones japoneses combatir tan eficazmente contra los estadounidenses, estaba convencido y aquello reflejaba tanto su racismo personal como el nacional de que sus pilotos deban de ser blancos. Hasta el 7 de diciembre de 1941 haba hablado con demasiada seguridad de lo que los japoneses no podan hacer. Le haba dicho por ejemplo a John Hersey, entonces joven periodista de talento en la revista Time, que si intervenan en la guerra, britnicos, holandeses y estadounidenses podran derrotarlos con la mitad de las fuerzas de las que ya disponan en el Pacfico, y que sera muy fcil hundir a la flota japonesa. Pero al poco tiempo de empezar la guerra entendi una de las primeras verdades sobre Japn como cultura y como fuerza militar: que cuando controlaba la agenda y todo se haca segn sus planes era formidable y que su rgida estructura de mando pareca imbatible. Todo pareca acomodarse a aquellos planes, todos obedecan estrictamente las rdenes y no se permitan errores. Pero si el curso de la batalla se alteraba, si los japoneses perdan la iniciativa, esos mismos aspectos favorables se les volvan en su contra. Se mostraban demasiado inflexibles, incapaces de derrotar al enemigo si ste no se comportaba como lo hara el propio ejrcito japons. Como su sociedad era tan jerrquica y autoritaria y conceda tan poco valor a la iniciativa individual, carecan de la capacidad crtica necesaria para la batalla, para responder a lo desconocido. As pues, pronto se dej ver su excesiva dependencia del factor fuerza. MacArthur les dijo a sus oficiales: No dejen nunca que sean los japoneses los que ataquen. Cuando tienen un plan de ataque coordinado todos funcionan maravillosamente; pero cuando se les ataca cuando no saben lo que va a suceder ya no es lo mismo. Tambin se adapt pronto al nuevo tipo de guerra. Si al principio no haba entendido las posibilidades de la fuerza area en la guerra moderna, permitiendo que sus aviones se vieran sorprendidos en tierra en el Campo Clark el 8 de diciembre, aprendi pronto y tambin rectific pronto. Un hbil y franco piloto llamado George Kenney supo plantarse ante l y su intimidante jefe de Estado Mayor, Richard Sutherland, y explicarles para qu poda servir la fuerza area en aquel inmenso teatro de operaciones, un vasto ocano lleno de pequeas islas entre las que haba cierto nmero de bastiones japoneses. A partir del conocimiento prctico de la fuerza area que tena Kenney y de la originalidad de MacArthur confeccionaron juntos rpidamente un plan de guerra que privaba a los japoneses de sus ventajas. El dilema de MacArthur al principio era obvio: sus propias fuerzas terrestres eran limitadas y los japoneses eran capaces de defender ferozmente los atolones en los que era difcil aprovechar la superioridad tecnolgica estadounidense. La astuta respuesta a aquel dilema consisti en evitar la confrontacin con los japoneses all donde eran ms fuertes y concentrarse por el contrario en las islas en las que eran ms dbiles, creando a continuacin aerdromos en otros atolones que les permitan golpear de forma cada vez ms profunda el territorio en poder de los japoneses e ir cortando lenta pero eficazmente sus lneas de comunicacin y abastecimiento para rendirlos por hambre. En cuanto a los bastiones enemigos ms formidables, se esforzaron por aislarlos en lugar de atacarlos directamente. Cuando los japoneses concentraron ms de cien mil soldados en Rabaul, en las islas Salomn, buscando un enfrentamiento, MacArthur decidi evitarlos, ordenando por el contrario: Rendir por hambre Rabaul! La jungla y el hambre son mis aliados!.4 Fue una autntica hazaa militar. John Gunther, uno de los mejores periodistas de la poca, que haba tenido algunos problemas con el lado ms oscuro de MacArthur, escribi sobre l en aquella campaa que ocup ms territorio y con menos bajas propias que cualquier otro caudillo militar desde Daro el Grande.5 Pero haba otro aspecto sobresaliente y mucho menos atractivo de MacArthur. Ya durante la primera guerra mundial se haba dejado notar su inmenso ego, pero entonces era joven y una estrella en ascenso, lo bastante hbil como para ocultar ese lado oscuro en la mayora de las ocasiones, audaz como comandante y bueno con sus tropas, casi siempre a su cabeza. En la segunda guerra mundial todo fue muy diferente. Para entonces ya era famoso; se haba politizado y su ego estaba en constante conflicto con sus necesidades puramente militares. Ahora tena ms enemigos y no eran solamente los propios del campo de batalla, sino los funcionarios civiles y militares de Washington; cada vez senta ms necesidad de admiracin, habindose convertido en un autntico adicto a la fama. Adems estaba sometido a menos limitaciones. Al finalizar la segunda guerra mundial su aspecto ms brillante mantena un equilibrio cada vez ms frgil con su parte destructiva. Exiga la lealtad ms acendrada a sus subordinados y sin embargo era incapaz de compartir las alabanzas. Despreciaba a quienes como Eisenhower permitan a sus subordinados llevarse parte del mrito. Todos los comunicados que emanaban de su puesto de mando deban comenzar con el encabezamiento Cuartel General de MacArthur, de forma que pareca como si un solo hombre tomara todas decisiones y fuera el nico que combata. Del mismo modo, todos los anuncios de victorias en el Pacfico durante la guerra deban hacerse en su nombre. William Manchester examin en una ocasin los primeros comunicados desde el teatro de operaciones y descubri que en 109 de los 142 comunicados de prensa enviados durante los tres primeros meses de guerra no se mencionaba el nombre de ningn otro oficial. El general Robert Eichelberger, uno de los comandantes del Octavo Ejrcito de MacArthur, le dijo una vez a su propio oficial de informacin pblica que mejor hara en llevar una serpiente de cascabel viva en el bolsillo antes que mencionarlo elogiosamente en los comunicados. Cuando apareci el nombre de Eichelberger, un oficial de talento muy temerario, en The Saturday Evening Post y en Life, importantes revistas de aquella poca, a MacArthur no le gust nada, lo llam y le dijo: Se da usted cuenta de que podra rebajarlo maana al grado de coronel y enviarlo a casa?.6 La lealtad era para l una va de un solo sentido y era capaz de ser rematadamente desleal con el presidente al que serva y con los altos mandos de Washington. Poco a poco se haba ido convirtiendo en un hombre muy poltico que trataba constantemente de mejorar sus relaciones con el partido republicano. En 1944, en plena guerra mundial, impulsado por su ambicin sin freno y su profundo odio hacia Franklin Roosevelt, pareci alinearse con los enemigos polticos ms acerbos del presidente. Luego, en 1948, particip en un intento, que fracas aparatosamente, de obtener la nominacin republicana para las elecciones presidenciales, y en 1950, cuando todava estaba al mando de las tropas en Corea, tanto en la Casa Blanca como entre los candidatos republicanos a la presidencia se crea que pensaba presentarse en 1952, hubiera concluido o no la guerra. En el ala ms conservadora del partido republicano lo consideraban uno de ellos, y lo cierto es que su pensamiento poltico era muy conservador, aunque como gobernador general de Japn se haba mostrado sorprendentemente liberal. En cualquier caso, con respecto a los parmetros de la poltica estadounidense a mediados de siglo, era bastante ms conservador que liberal y su actitud corresponda a una poca muy anterior, pero quienes lo conocan bien pensaban que la ideologa era para l muy secundaria; viva en un mundo muy cerrado y su poltica estaba al servicio de su promocin personal. Si hubo una ocasin en la que se mostr con ms claridad que nunca su ideologa poltica as como su necesidad de aparecer en la escena nacional fue en la represin de la Marcha de los Veteranos de Guerra en 1932. La Gran Depresin haba ahondado las grietas existentes en la sociedad estadounidense dando lugar a una profunda divisin poltica, econmica y social. MacArthur era entonces jefe de Estado Mayor del Ejrcito de Tierra y se haba alineado entusisticamente, no slo con el gobierno de Hoover, sino con el orden poltico-econmico existente, cuestionado entonces en muchos frentes. Que se pusiera del lado del gobierno en aquella crisis no era sorprendente y quiz fue hasta inevitable; pero la forma en que se situ en el centro mismo de los acontecimientos iba mucho ms all de las exigencias de su trabajo; reflejaba su ansia de protagonismo. La Marcha lleg a Washington el 17 de junio de 1932, en el punto ms bajo de la depresin, buscando desesperadamente algn tipo de alivio para los veteranos como compensacin por sus servicios en la primera guerra mundial. Para MacArthur fue un momento poltico definitivo; por mucha fama y gloria que alcanzara como general durante la segunda guerra mundial, en el recuerdo de muchos estadounidenses que llegaron a la edad adulta durante aquellos aos nunca se borr del todo el estigma de lo que entonces sucedi en Washington. Haba millones de estadounidenses desempleados y la Marcha o Fuerza Expedicionaria, como la llamaban sus componentes de los Veteranos de Guerra pretenda presionar en favor de un proyecto de ley presentado por el congresista Wright Patman, de Texas, que habra supuesto para cada uno de ellos una bonificacin inmediata de unos mil dlares, lo que entonces era mucho dinero. Se supona que el servicio en la primera guerra mundial deba recompensarse con una prima por esa cantidad tras la muerte del soldado o en 1945, cuando hubieran pasado veintisiete aos desde el final de la guerra. El proyecto de ley de Patman tena como propsito abreviar ese plazo. A la capital llegaron quiz hasta treinta mil personas, la mayora de ellos veteranos pero tambin sus mujeres e hijos, y establecieron inmediatamente un campamento de tiendas y chabolas de cartn justo al otro lado del ro Anacostia, en la parte meridional de la ciudad. Pocos de ellos eran particularmente radicales, aunque tambin los haba, algo no muy sorprendente en aquel momento en el que muchos ciudadanos corrientes estaban perdiendo la fe en el capitalismo salvaje de la poca. Courtney Whitney, uno de los ayudantes ms cercanos a MacArthur y que sola hablar en su nombre, escribi ms tarde que entre los marchistas haba un alto porcentaje de criminales condenados por asesinato, violacin, robo, chantaje y asalto;7 para MacArthur no eran sino una chusma peligrosamente antiamericana. La administracin de los veteranos, que mantena registros muy precisos, inform ms tarde que el 94 por 100 de ellos eran veteranos y que el 67 por 100 haban servido en el ejrcito estadounidense en ultramar. Eisenhower, entonces comandante y joven ayudante de MacArthur, pensaba que los miembros de la Marcha podran estar equivocados en lo que exigan, pero que en ellos y en sus demandas se mostraba una necesidad acuciante: Estaban rabiosos, hambrientos y se sentan muy engaados. Mientras la batalla poltica en el Congreso sobre el proyecto de ley de Patman se iba caldeando, el nmero de acampados segua creciendo. Al llegar el verano la polica local se vea impotente para controlarlos. Hoover, paralizado en gran medida por la depresin, se hallaba en el nadir de su popularidad y se iba poniendo cada vez ms nervioso por la amenaza que supuestamente planteaban los manifestantes. El 15 de junio el proyecto de ley haba sido aprobado por la Cmara de Representantes, pero luego haba quedado bloqueado en el Senado. Durante el mes de julio hubo varias pequeas escaramuzas entre los miembros de la Marcha y la polica local y el da 28 la polica mat a dos manifestantes. Hoover pens que haba llegado el momento de expulsar a los veteranos de la ciudad y decidi encargar al ejrcito la tarea. En una reunin con altos funcionarios civiles y militares, entre los que estaba MacArthur, los lderes de la Marcha pidieron permiso, si el ejrcito los desalojaba de su pequeo campamento, para salir de all en formacin y con cierta dignidad. S, amigo mo, por supuesto!, respondi MacArthur.8 Eisenhower, que no quera que el ejrcito se implicara demasiado en lo que estaba seguro que sera, incluso si se llevaba a cabo con gran prudencia, un acto poltico odioso, trat de mantener a MacArthur de algn modo entre bastidores. Un general de brigada llamado Perry Miles, un hombre de considerable competencia, deba dirigir las tropas, mientras que George Patton, entonces comandante del Tercer Regimiento de Caballera Acorazada, estara presente con seis tanques como advertencia de lo que poda suceder si los marchistas trataban de resistirse. Eisenhower se horroriz cuando supo que MacArthur pretenda dirigir personalmente las fuerzas represivas. Tanto l como MacArthur haban llegado a su oficina aquella maana vestidos de civil y ste le orden volver a casa a vestirse de uniforme y envi a su propio ordenanza a que le trajera el suyo con todas las condecoraciones. Eisenhower argument valientemente que aquello sera un error, que producira un terrible hedor y que acabara perjudicando al ejrcito (Le dije a aquel estpido hijo de puta que no tena nada que hacer all, que aqul no era el lugar para el jefe de Estado Mayor del Ejrcito, contara ms tarde),9 pero MacArthur, que a menudo hablaba de s mismo en tercera persona, respondi: MacArthur ha decidido tomar el mando en esta operacin. Y aadi: En el aire se respira una revolucin incipiente.10 Eisenhower sugiri que si ambos deban estar presentes al menos no lo hicieran de uniforme, pero MacArthur rechaz la sugerencia. As pues, fueron con todas sus medallas a reunirse con los lderes de la Marcha de los Veteranos. Las rdenes del secretario del Ejrcito eran muy concretas. Hoover quera desalojar a los marchistas, pero sin que hubiera disturbios. El desalojo deba ser tan pacfico como fuera posible. Las tropas no deban cruzar el ro Anacostia ni acercarse al campamento de veteranos, al otro lado del ro. Eisenhower contara ms tarde que le haba dicho a MacArthur que haban llegado mensajeros con rdenes concretas del presidente, pero que ste respondi: No quiero orlos ni quiero verlos. Que se vayan. Si no los reciba no tendra necesidad de hacerles caso y as tendra las manos libres. Tena decidido cruzar el ro y destruir el campamento. Cuando vieron llegar a la caballera los veteranos aplaudieron creyendo que les iban a abrir un pasillo y se vieron sorprendidos por la carga, a la que respondieron con piedras. Las cosas se pusieron feas enseguida, los soldados calaron sus bayonetas y cargaron contra los veteranos, incendiando sus patticas tiendas. Eisenhower, consciente de la considerable cobertura que dara la prensa a aquel desgraciado acontecimiento, trat de sacar de all a MacArthur. En su opinin se trataba de un asunto civil que deban resolver los civiles; que ellos asumieran la responsabilidad. Pero era como tratar de alejar a una polilla de una llama: MacArthur necesitaba estar bajo la luz de los flashes. Mantuvo deliberadamente una conferencia de prensa al anochecer, en la que, a sabiendas de que haba excedido las rdenes de Hoover (generando una crisis poltica que ayudara notablemente al candidato demcrata Franklin Roosevelt a ganar las siguientes elecciones), alab al presidente por su firmeza: Si hubiera esperado otra semana, creo que las instituciones del gobierno se habran visto amenazadas. De aquella forma lo haca responsable de lo sucedido; el presidente no poda disentir de lo que al parecer se haba hecho por orden suya. Fue un momento poltico devastador para Hoover, y nadie lo entendi ms claramente que Roosevelt, que vea garantizada su eleccin. Para millones de estadounidenses corrientes, que simpatizaban en aquellos tiempos tan duros con los marchistas, fue un momento crucial; MacArthur se convirti para siempre en su recuerdo en el tipo de militar capaz de violar los derechos de la gente, alguien en quien nunca se podra confiar polticamente por ser demasiado militarista. Sin embargo, haba conseguido en cierta forma justo lo que crea que quera, ya que sus acciones y decisiones de aquel da le ayudaron a relacionarse ms estrechamente con la extrema derecha que vea la Marcha de los Veteranos como una seria amenaza para el capitalismo. Se haba convertido en el general favorito de un sector de la poblacin formidable, cada vez ms frustrado desde el punto de vista poltico y que odiaba prcticamente todas las medidas que se tomaron durante el New Deal. Se haba politizado ms de lo que ningn general debera, apartndose de los que polticamente estaban en ascenso y estrechando su relacin con los que estaban de momento en declive. Los acontecimientos de aquel da ofrecieron una perspectiva fascinante de dos generales que iban a desempear papeles decisivos en el futuro de Estados Unidos: Eisenhower, con su sutil sentido de las consecuencias polticas, su destreza poltica innata y su empata con las dificultades de la gente corriente; y MacArthur, con su afirmacin de que aquel movimiento radical amenazaba todo el orden econmico y sobre todo su necesidad de ocupar el centro de la escena y de recibir toda la atencin de la prensa, vestido con el uniforme militar y todas sus medallas. La propia percepcin de MacArthur de dnde estaba el pas (y lo que era) pareca a menudo demasiado sesgada, tanto ms a medida que envejeca mientras el pas cambiaba aceleradamente, impulsado por vastos avances tecnolgicos. Su mentalidad segua anclada en el siglo XIX y se mostraba claramente ms cmodo con los vestigios de aquella poca pasada que con las innovaciones de una era moldeada por nuevas fuerzas polticas, transformada y democratizada por dramticos cambios en la economa y en las comunicaciones. A nadie poda sorprender que discrepara de muchas de las novedades polticas que acontecan en Washington; pero en su caso todo tomaba siempre un tinte personal, como si los gobernantes que haban ideado el New Deal fueran no slo diferentes de quienes les haban precedido sino tambin enemigos, usurpadores, en buena medida porque su propia influencia haba disminuido. Sus opiniones sobre los dos presidentes demcratas bajo los que l tuvo que servir eran autnticamente venenosas, sobre todo en lo que se refiere a Roosevelt, quien con su habitual ingenio y astucia consegua manejar al general con una habilidad excepcional, para gran irritacin de este ltimo, que por fin haba dado con alguien mejor que l en la manipulacin de la imagen pblica. La opinin que tena de l Roosevelt era excepcionalmente cnica: haba que utilizarlo sin confiar en l. En una ocasin le dijo a su ayudante Rexford Tugwell que Huey Long * era uno de los dos hombres ms peligrosos del pas y Tugwell le pregunt si el otro era el padre Coughlin, famoso sermoneador radiofnico de ultraderecha. Oh, no respondi Roosevelt, el otro es Douglas MacArthur. Durante la segunda guerra mundial Roosevelt y MacArthur desarrollaron un complejo juego en el que se enfrentaban un poltico y un general sumamente dotados en un antagonismo constante. En una ocasin Roosevelt le dijo a MacArthur ste se enorgulleca en citarlo, como para demostrar que careca de ambiciones polticas: Douglas, creo que usted es nuestro mejor general, pero tambin creo que es nuestro peor poltico. Roosevelt, aristocrtico e infinitamente tortuoso, consideraba a MacArthur un halcn. Lo entenda (y tambin su ardiente ambicin presidencial) mucho mejor de lo que MacArthur entenda a Roosevelt. ste nunca consider al general una amenaza poltica seria sus relaciones con los votantes corrientes eran demasiado dbiles, pero por si acaso guardaba copias de un informe que MacArthur haba presentado justo antes del estallido de la segunda guerra mundial en el que insista que poda defender sin dificultad Filipinas y otros puntos clave del Pacfico gracias a la incapacidad del enemigo para atacar desde el aire nuestras islas y otros documentos sobre la desconcertante inaccin de MacArthur que haba permitido que los aviones bajo su mando en Filipinas hubieran sido destruidos desde el aire por los japoneses en el Campo Clark nueve horas despus de que a su cuartel general hubiera llegado la noticia del bombardeo de Pearl Harbor. En aquella relacin no haba evidentemente ninguna confianza mutua. MacArthur, que siempre haba estado por encima de sus adversarios, vea que haba topado con su igual y sufra amargamente por ello. En abril de 1945, cuando Roosevelt muri en vsperas de la victoria en Europa, la nacin se puso de luto, pero MacArthur prosigui inmutable su agenda. Al or la noticia se volvi hacia Bonnie Fellers, oficial de su Estado Mayor, y dijo: As que ha muerto Roosevelt, un hombre que nunca deca la verdad si tena una mentira a mano.14 Quienes tuvieron noticia de aquella reaccin se sintieron sobrecogidos: era difcil imaginar que un oficial del ejrcito pudiera hablar as de su comandante en jefe cuando acababa de morir. Lo que MacArthur recordaba de su trato con Roosevelt era todo negativo: los agravios y no los elogios, ni la forma en que Roosevelt haba ordenado su rescate cuando a principios de 1942 pareca atrapado en Filipinas y los japoneses haban capturado a gran parte de su Estado Mayor, o que el presidente se hubiera puesto de su parte en una disputa crucial con la Armada sobre la forma de dirigir la guerra en el Pacfico y de atacar las principales islas en poder de los japoneses. Lo ms importante para l no era lo que Roosevelt haba podido hacer por l, sino lo que no haba hecho por l, a pesar de que nada haba fortalecido tanto su propio mito como la huida de Filipinas, que fue un triunfo en cuanto a las relaciones pblicas tanto para l como para el pas. Al llegar a Australia lanz su famoso Volver. Washington quiso cambiarlo por volveremos, pero MacArthur no estuvo de acuerdo: era un compromiso y una misin personal y as apareci, tal como lo haba pronunciado.15 En aquel momento oscuro en que se necesitaba un hroe se le haba glorificado por su huida y el gobierno haba fomentado muy activamente aquella glorificacin. Sus errores de clculo al principio de la guerra, que podan haber terminado con la carrera de cualquier otro general, fueron velados y en su lugar se promocion la historia de que haba conseguido salir de all heroicamente y de que segua con vida, para volver a combatir. Nadie expres ms claramente aquel pensamiento que William (Wild Bill) Donovan, coronel retirado y abogado de Wall Street con ambiciones inmensas y enorme influencia durante aquellos das, a quien Roosevelt acababa de poner al frente de la Oficina de Servicios Estratgicos (OSS), predecesora de la CIA. Donovan dijo entonces: El general MacArthur, smbolo de nuestra nacin superado en nmero y en armamento con el ocano a su alrededor y el cielo sobre su cabeza controlados por el enemigo, luchando por la libertad.16 Aquella loa no le sirvi de mucho a Donovan; MacArthur no permiti ni a la OSS ni a la CIA operar en el rea bajo su mando durante la segunda guerra mundial y la guerra de Corea. En Europa, durante la segunda guerra mundial, muchos oficiales jvenes de talento, tanto de combate como de Estado Mayor, haban progresado en su carrera con Eisenhower; pero no se poda decir lo mismo en el caso de MacArthur en el Pacfico, donde a ningn otro oficial se le permita hacerse con un nombre propio y donde hubo muy pocos cambios en su Estado Mayor desde el principio de la guerra hasta su partida de Tokio. John Gunther escriba en noviembre de 1950: Debera haber sangre nueva en torno a MacArthur, pero l no tolera cerca a nadie demasiado grande. He odo decir que "ninguno de los hombres de MacArthur puede arriesgarse a ser de primera fila".17 Al grupo de oficiales de Estado Mayor que estaban con l desde Filipinas lo llamaban la banda de Baatan. El propio nombre reflejaba una especie de prueba de lealtad: Estuviste all, en el nadir de su carrera, cuando se acercaban los japoneses y tuvo que salir a toda prisa hacia Australia? Aparte de Ned Almond, jefe de Estado Mayor en Tokio, eran pocos los oficiales de su crculo ms ntimo que no hubieran estado junto a l en aquel momento decisivo. Al principio de la guerra de Corea, una proporcin muy alta de aquel grupo de hombres llevaba con l desde finales de la dcada de 1930. Era un grupo muy exclusivista: cualquiera que no formara parte de l era sospechoso. A Robert Sherwood, distinguido autor de teatro que represent a Roosevelt de forma oficiosa durante la guerra, le horroriz lo que hall en aquel cuartel general, el odio contra todos los dems instrumentos y escenarios de la guerra. Sherwood lleg all en 1945 llevando la noticia del cruce por los aliados del puente de Remagen sobre el Rin, que fue un gran momento en la guerra contra Alemania; pero cuando se lo cont a Charles Willoughby, ste le respondi secamente: Aqu nos importa un rbano lo que suceda en Europa. Sherwood escribi al presidente que aquello era una prueba inconfundible de una aguda mana persecutoria. Oyendo hablar a aquellos oficiales de Estado Mayor, cabra pensar que el Departamento de Guerra, el Departamento de Estado y posiblemente la propia Casa Blanca estn bajo el dominio de "comunistas e imperialistas britnicos".18 Roosevelt siempre crey que MacArthur estaba completamente aislado de la poltica interna estadounidense, prisionero de sus sueos ms que de la cambiante realidad poltica y econmica del pas. En 1936 estaba convencido de que Alf Landon iba a derrotar a Roosevelt y se enfad con Eisenhower, su jefe de Estado Mayor, que tambin provena de Kansas y que estaba seguro de que Landon no tena ninguna posibilidad. Le mostr a MacArthur una carta de un amigo suyo de Abilene en la que ste deca que Landon no poda ganar ni siquiera en su propio estado. MacArthur calific a Eisenhower y a otro oficial de Estado Mayor que tambin dudaba del xito de Landon como gente temerosa y mezquina que temen expresar juicios que son obvios por las pruebas disponibles.19 Landon slo venci en dos estados, perdiendo en otros cuarenta y seis entre ellos Kansas. En 1994, en plena guerra del Pacfico, ya se deca que MacArthur conspiraba contra Roosevelt. Algunos de los enemigos ms apasionados de ste en la derecha republicana le presionaban para que se presentara a las elecciones. Uno de ellos, el congresista republicano por Nebraska, A. L. Miller, vea la candidatura de MacArthur como la nica esperanza de salvar el pas y le escribi: Estoy convencido de que a menos que se pueda frenar el New Deal esta vez, la forma de vida americana est condenada para siempre. Mucho de lo que se poda leer en las cartas de Miller le escribi varias podra ciertamente haber sorprendido a la mayora de las figuras polticas o militares de la poca como la obra de un fantico chalado con quien no convena relacionarse; MacArthur, en cambio, inici un intercambio epistolar con l, dicindole: Comparto sin reservas la sabidura y visin de Estado de sus comentarios y refirindose oscuramente al siniestro drama de nuestro caos y confusin actuales. Casualmente aquello suceda cuando al pas en guerra le iba extraordinariamente bien y la gente corriente de todos los estratos asuma los naturales sacrificios con buena voluntad y determinacin. Las cartas entre Miller y MacArthur seguan cruzando el Pacfico en los dos sentidos. El congresista le escriba, por ejemplo: Esta monarqua que se est estableciendo en Estados Unidos destruir los derechos de la gente corriente, y MacArthur le responda: Su descripcin de la situacin en Estados Unidos es de hecho muy sobria y debera suscitar la atenta consideracin de cualquier autntico patriota.20 Lo que haca mella en l eran sobre todo los elogios; la necesidad de ser alabado era demasiado grande para que pudiera resistirla. Aqul era el resquicio en su armadura, por el que se poda llegar a convencerlo, y Miller, emocionado por el hecho de que un gran patriota pareciera pensar exactamente lo mismo que l, acab haciendo pblicas las cartas, con gran embarazo de MacArthur, cuando todava no haba acabado la guerra. El general dijo entonces que las cartas eran privadas, lo que era cierto, y que en ningn caso pretendan ser crticas hacia ningn dirigente o filosofa poltica, lo que por supuesto no lo era; pero le perjudicaron mucho. Presionado por su amigo y partidario el senador Arthur Vandenberg, que todava segua siendo aislacionista, MacArthur anunci que no quera que su nombre apareciera en la convencin republicana. Vandenberg pensaba que si el nombre del general se someta a votacin los resultados podan ser humillantes; pero un delegado lo present por su cuenta y mientras que Tom Dewey recibi mil cincuenta y seis votos, MacArthur slo consigui uno. Seguramente 1944 no fue un ao feliz para l en el plano poltico; en cualquier caso, su deseo de presentarse a las elecciones no haba desaparecido. En mayo de 1946 Eisenhower, entonces jefe de Estado Mayor del Ejrcito de Tierra, visit al general MacArthur en Tokio y habl con l de la poltica presidencial. MacArthur le anim a presentarse a las elecciones y Eisenhower le devolvi la pelota diciendo que lo hiciera l. MacArthur le confes que se senta demasiado viejo para unas elecciones presidenciales; pero Eisenhower, que entenda su ambicin peculiar y su vanidad mucho mejor que el propio MacArthur, le mencion a Truman a su regreso a Washington que podra tener que enfrentarse a l en las elecciones de 1948. De hecho en 1947, cuando la democratizacin de Japn iba excepcionalmente bien, el general hizo saber a sus admiradores que aunque no buscaba la nominacin republicana, aceptara una propuesta si se le ofreca, pues consideraba que sera su deber. La verdad es que haba puesto unas esperanzas sorprendentemente altas en las elecciones de 1948, pero estaba demasiado desconectado de lo que realmente suceda en Estados Unidos; llevaba fuera ms de una dcada, pero su idiosincrasia le habra permitido alejarse de sus compatriotas incluso sin salir del pas. La incorporacin de varios millones de estadounidenses a la clase media iba a tener importantes consecuencias polticas para ambos partidos, ya que antiguos votantes demcratas, al gozar de un nivel de vida ms alto, comenzaron a verse a s mismos como independientes y a votar de forma ms conservadora; pero por el momento las lneas del New Deal, basadas en las diferencias econmicas ms elementales, seguan manifestndose en las elecciones a escala nacional. La gente que instaba a MacArthur a presentarse crea que el New Deal no era sino la primera etapa de un pausado y peligroso camino hasta el comunismo. Su apoyo era mayor en el Medio Oeste, especialmente en la regin donde ms influa el Chicago Tribune del coronel Robert McCormick, el principal aislacionista de la poca. Los seguidores ms entusiastas y apasionados del general MacArthur eran aislacionistas aunque l no lo fuera, nativistas, racistas, antisemitas y antiobreros. Estaban absolutamente convencidos de ser los autnticos representantes de lo que llamaban americanismo. El general de divisin George Van Horn Moseley, buen amigo de MacArthur y que comparta sus posiciones, le escribi en vsperas de la campaa de 1948: Hay muchos enemigos dentro de nuestras fronteras que [...] le temen [...], miembros del CIO, comunistas, judos y mofetas como Walter Winchell [columnista medio chismoso y medio poltico] y Drew Pearson [columnista liberal que haba tenido algn encontronazo con MacArthur tiempo atrs]. John McCarten, destacado ensayista de la poca, escribi en el American Mercury: Puede que no sea culpa suya, pero seguramente para su desgracia los peores elementos de la derecha poltica, incluidos los lunticos ms sobresalientes, estn brindando por MacArthur. Cuando le insistieron en que se presentara en 1948, respondi con su tpica prosa: Dira, con toda humildad, que soy infiel a mi concepcin de la buena ciudadana si me echara atrs debido a los azares y responsabilidades que conlleva aceptar cualquier puesto pblico al que pudiera llamarme el pueblo estadounidense.24 No se poda ser ms noble al respecto. La gente que le instaba a presentarse a las elecciones de 1948 eran polticos aficionados posedos por su propia pasin, sentido justiciero e irritacin. Toda la gente que conocan coincida con ellos polticamente; su mundo, ya fuera en sus oficinas como en sus clubes, era un lugar donde se oan pocas voces discrepantes. No saban prcticamente nada de cmo hacer funcionar la maquinaria de la poltica local. El examen que sirvi de prueba para la candidatura de MacArthur fue el de Wisconsin, en el corazn del Medio Oeste, donde haba pasado algn tiempo siendo adolescente y donde su familia tena races, en la medida en que poda tenerlas una familia militar. Estaba en pleno territorio del Chicago Tribune. Robert Wood, viejo conocido y lder consagrado del comit aislacionista Amrica Primero, era su principal apoyo y seguidor. Estaba seguro de que MacArthur obtendra al menos veinte de los veintisiete delegados de Wisconsin. Dado que era un candidato in absentia, esperaba promocionar la idea de que su hroe patriota estaba demasiado ocupado sirviendo a su pas para hacer campaa para el puesto que mereca por derecho. Crea que saldra bien parado en Wisconsin, precisamente porque no poda hacer campaa all. Aqulla deba ser la primera etapa de una larga campaa in absentia. Pero nada fue bien, ni siquiera con los antiguos militares. MacArthur nunca haba sido lo que se conoce como un general de sus soldados, y ni siquiera los veteranos, segn las encuestas, estaban con l. De hecho, quienes haban servido bajo su mando preferan por un buen margen a quien ahora se haba convertido en su bestia negra personal, Dwight Eisenhower. Se supona que Wisconsin sera el sitio donde comenzara la campaa, pero de hecho acab all. Hatrold Stassen, antiguo gobernador de la vecina Minnesota, gan cmodamente con el 40 por 100 de los votos y diecinueve delegados; Thomas Dewey, quien al final conseguira la nominacin, obtuvo el 24 por 100 y ningn delegado; y MacArthur, en el que se supona que deba ser un estado propicio para l, obtuvo el 36 por 100 y slo ocho delegados. Al da siguiente el embajador William Sebald, el principal diplomtico estadounidense en Tokio, lleg al edificio del Dai Ichi para mantener una reunin con l. El general de divisin Paul Mueller, jefe de Estado Mayor de MacArthur, alz inmediatamente una mano para desaconsejrselo y le advirti: El general est hoy de muy mal humor y muy desilusionado,25 por lo que Sebald decidi que sera mejor dejarlo para otro da. Pero aun si las elecciones para la nominacin en 1948 haban resultado un desastre total, demostraron que al final de su carrera Douglas MacArthur todava aspiraba a la presidencia.
Las relaciones entre el presidente y el general estaban condenadas al fracaso desde el principio. MacArthur no respetaba a Truman, y a ste le desagradaba MacArthur y desconfiaba de l. En su diario escribi en 1945: Y qu hacer con el Sr. Prima Donna, Generalsimo con cinco estrellas MACARTHUR? Es peor que los Cabot y los Lodge, que por lo menos hablaban entre s antes de decirle a Dios lo que deba hacer. Mac habla con Dios directamente. Es una pena que haya tipos como se en posiciones clave. No entiendo por qu diablos no llam Roosevelt a Wainwright * a casa permitiendo que MacArthur se convirtiera en un mrtir [...] Con Wainwright tendramos un autntico general y un luchador y no un actor y un charlatn como tenemos ahora. No entiendo cmo un pas puede producir hombres como Robert E. Lee, John J. Pershing, Eisenhower o Bradley y al mismo tiempo gente como Custer, Patton o MacArthur.26 A ojos de MacArthur, las credenciales de Truman no podan ser menos impresionantes. Era un poltico profesional, lo que ya era bastante malo, pero adems demcrata, o peor an, demcrata liberal, y era el heredero designado del odiado Franklin Roosevelt. Cmo poda un hombre como aqul, que slo haba llegado a capitn de la Guardia Nacional en la primera guerra mundial, que se convirti luego en un poltico de capacidad limitada, y por tanto una figura mucho menos relevante que l, y que haba logrado tan poco en la vida, estar por encima de MacArthur en la cadena de mando? Para l era una pregunta sin respuesta. Cada uno de ellos era para el otro incomprensible e incognoscible, al ser su origen, su formacin y su carrera tan diferentes y su concepto de la lealtad y del deber antitticos. Casi desde el momento en que Truman se convirti en presidente en abril de 1945 hubo problemas entre ambos. El senador Tom Connally, de Texas, presidente del Comit de Relaciones Exteriores del Senado, haba advertido ya a Truman en contra de que fuera MacArthur quien aceptara la rendicin de Japn. Truman escribi en su diario: [Connally] dice que Douglas se presentar contra m en las elecciones del 48 si le doy alas. Le dije a Tom que no quiero presentarme en el 48 y que en ese aspecto me da igual lo que haga Doug.27 El presidente y sus asesores militares crean que MacArthur haba comenzado a comportarse deslealmente casi desde el momento en que concluy la guerra en el Pacfico. La primera cuestin que los haba enfrentado haba sido la del nmero de soldados a mantener en Japn. Desde que finaliz la guerra el presidente y sus asesores se esforzaban en frenar la carrera por disminuir el tamao del ejrcito, haciendo frente a la natural urgencia de las familias estadounidenses para tener a los chicos en casa y sin uniforme. Sobre esa cuestin les pareca que MacArthur haba exagerado anunciando desde Tokio el 17 de septiembre de 1945 que, como la ocupacin de Japn iba tan bien, le bastaran doscientos mil soldados, menos de la mitad del medio milln que habra sido destinado a la tarea en un principio. Aquello haba dado armas a los crticos del gobierno y segn la gente de Washington MacArthur lo haba hecho deliberadamente, en un momento en que el gobierno se senta acosado por las presiones cada vez mayores en favor de la desmovilizacin. En opinin de Bradley y Eisenhower volvan as a salir a flote los peores aspectos del general, que nunca consultaba con sus superiores, expresaba de forma abierta sus opiniones polticas y pona su criterio y sus intereses por encima de cuestiones de seguridad nacional extremadamente serias. Cualquier otro general que hubiera hecho algo parecido habra sido relevado al instante del mando o al menos severamente amonestado, pero contra MacArthur nadie poda alzar ni un dedo; siempre haba que tratarlo de forma especial. Ya durante la guerra, los planes del Pentgono eran enviados inmediatamente como rdenes a todos los puestos de mando excepto al de MacArthur, que los reciba slo como recomendacin;28 nadie quera incurrir en su ira. Pero cuando complic la desmovilizacin, Truman se enfureci y lleg a considerar seriamente su relevo. Eben Ayers, uno de los ayudantes del presidente, escribi en su diario: El presidente expres su descontento con MacArthur y dijo que iba "a hacer algo con ese tipo", que en su opinin no haca ms que tocar las pelotas. Dijo que estaba cansado de perder el tiempo en memeces.29 Pero las consecuencias de una confrontacin en toda regla habran sido demasiado serias. En cualquier caso, aquello presagiaba el inminente conflicto entre ambos. Al final, a peticin de Truman, George Marshall le tir ligeramente de las orejas envindole un telegrama en el que indicaba que su declaracin dificultaba el mantenimiento del reclutamiento obligatorio en tiempo de paz y con l la presencia de una fuerza estadounidense adecuada en el extranjero. En el futuro, escriba Marshall, cualquier declaracin parecida deba consultarse previamente con el Departamento de Guerra. * 30 Aquel incidente espole las repetidas invitaciones que Truman envi a MacArthur en septiembre y octubre de 1945 para que viajara a Washington, se reuniera con el presidente, fuera honrado por una nacin agradecida y quiz recibiera una Cruz de Servicios Distinguidos, y pronunciara un discurso ante una sesin conjunta del Congreso. Una sugerencia como aquella del comandante en jefe de las fuerzas armadas, recientemente elevado a la presidencia en trgicas circunstancias antes de que acabara la guerra, nunca era slo una sugerencia aunque as fuera disfrazada; se trataba sustancialmente de una orden; pero MacArthur no quiso entenderla as y declin la invitacin. Por muy general de cinco estrellas que fuera, ningn oficial poda hacer algo as: si el presidente te convocaba, tenas que ir. Desde el principio haba mostrado, pues, su falta de respeto hacia Truman, actuando como si fueran iguales (como mucho) y en su caso no hubiera cadena de mando. Su excusa fue que estaba demasiado ocupado en Tokio y adujo el riesgo que conllevaba una ausencia, debido a la situacin extremadamente peligrosa e intrnsecamente inflamable que existe aqu. Cuando Truman recibi aquella respuesta se puso lvido: el propio MacArthur acababa de decir que slo necesitaba la mitad de los soldados asignados porque las cosas iban muy bien. Era adems muy consciente de lo que estaba haciendo; a uno de sus ayudantes le dijo: Pretendo ser el primer hombre en nuestra historia que se niegue [a viajar a Washington a peticin del presidente]. Les voy a decir que tengo mucho trabajo que hacer y no puedo permitirme el viaje. Lo que le dijo a su gente en privado fue an ms fatuo: si dejaba Japn ahora, insista, un sesmo recorrera todo el pas y otros lugares de Asia, que se sentiran abandonados. Tambin les dijo a algunos de sus ayudantes que regresara a casa cuando le pareciera bien y cuando conviniera a sus propias necesidades, quiz con un regreso emotivo ligado a una convencin republicana. Cuando un amigo le sugiri que aqul poda ser el momento adecuado, se dispar toda su irritacin y paranoia: No crea ni por un instante que voy a ir all ahora! En otro momento podra haberlo hecho, pero el presidente, el Departamento de Estado y Marshall me han estado atacando. Podran haber vencido, pero los rojos salieron contra m y los comunistas me abuchearon y aquello me elev a un pinculo sin el que me podran haber machacado. Gracias a los soviticos estoy en la cumbre. Me gustara ponerles una medalla en el cu.... La evolucin de la carrera de ambos hombres como presidente y general no poda ser ms diferente: MacArthur era ya un gran hroe nacional antes de la segunda guerra mundial, cuando Truman todava iba de fracaso en fracaso; a principios de la dcada de 1930, cuando MacArthur haba desobedecido las rdenes de Hoover y haba aplastado la Marcha de los Veteranos, no haca falta mucha imaginacin para contemplar a Truman, entonces en el punto ms bajo de su carrera, como uno de sus miembros. Su mayor mrito hasta aquel momento, formar parte de la fuerza expedicionaria estadounidense en Francia durante la primera guerra mundial como capitn de la Guardia Nacional de Missouri, ocupara apenas una nota a pie de pgina comparado con las extraordinarias hazaas de MacArthur en aquella misma guerra; y sin embargo todo aquello haba cambiado sustancialmente en 1945: uno era presidente de la nacin y el otro slo general. Truman se senta incmodo desde el principio con la idea de que el comandante supremo en el Lejano Oriente quedara fuera de su alcance. No hay duda de que pens varias veces en relevarlo; pero cuando alguien le sugiri, despus de que MacArthur hubiera proclamado que no necesitaba las tropas asignadas, que quiz haba llegado el momento de sustituirlo, el presidente respondi: Espere un minuto. E-s-p-e-r-e un minuto. Aqul era el gran as que guardaba en la manga MacArthur: que las eventuales consecuencias polticas de relevarlo pudieran ser enormemente significativas gracias a la formidable base poltica que posea y que l mismo haba configurado de forma deliberada. Cuando John Foster Dulles regres a Washington despus de sus reuniones con MacArthur durante los primeros y sombros das de la guerra de Corea, le recomend a Truman un cambio en el mando. MacArthur, dijo, pareca demasiado viejo, y le haban inquietado sus titubeos. Pero Truman se senta atrapado; le dijo a Dulles que tena las manos atadas porque MacArthur llevaba demasiado tiempo activo polticamente e incluso haba sido mencionado como posible candidato republicano a la presidencia. No poda destituirlo, aadi Truman, sin provocar una reaccin tremenda en el pas, ya que MacArthur haba adquirido una estatura de hroe.34 Era una confesin desconcertante: el presidente de Estados Unidos estaba a punto de ir a la guerra en un pas muy distante con sus fuerzas armadas bajo el mando de un general que no slo le disgustaba, sino del que desconfiaba, pero al que tema sustituir por razones polticas. MacArthur se vea a s mismo como un gran vnculo vivo con un magnfico pasado estadounidense. Slo Washington y Lincoln estaban a su altura (en una ocasin dijo: Mis dos mayores consejeros ahora son quien fund Estados Unidos y quien lo salv. Si estudian sus vidas podrn encontrar en ellas todas las respuestas).35 Cuando asumi el puesto de comandante supremo de las fuerzas aliadas en el Pacfico, una de las primeras cosas que hizo fue colgar un retrato de Washington tras su mesa de despacho, y cuando la guerra acab, segn Sidney Mashbir, oficial de inteligencia, salud al retrato dicindole: Seor, no llevaban guerreras rojas pero los hemos derrotado igualmente.36 Su odio hacia el Capitolio y los hombres que gobernaban aquellos das era palpable. Faubion Bowers, su secretario militar en Tokio y partcipe de sus pensamientos ms ntimos durante los largos monlogos que mantena en su automvil, pensaba que MacArthur odiaba a todos los presidentes. Para l Roosevelt era Rosenfeld, y a Truman lo llamaba ese judo de la Casa Blanca. Bowers le pregunt una vez extraado: Qu judo de la casa Blanca?. Truman respondi MacArthur. Se puede deducir de su nombre, pero basta mirarle la cara. Un da MacArthur trat de quitarle la idea de que le disgustaban todos los presidentes, dicindole Hoover no estaba tan mal.37 En cualquier caso MacArthur era proclive a la paranoia y como la mayora de los paranoicos se ganaba enemigos con facilidad. Durante la primavera de 1949 tanto el Departamento de Estado como el de Defensa trabajaban en un plan, impulsado probablemente por Dean Acheson, que permitira disminuir de forma notable su poder en Japn. La idea consista en separar en Tokio el rea poltica de la militar, llamando finalmente a MacArthur de regreso a casa para recibirlo entusisticamente y nombrando a dos sustitutos menos ideologizados para las dos tareas; Maxwell Taylor, una estrella en ascenso en el ejrcito desde la segunda guerra mundial que entre 1945 y 1949 haba ocupado el puesto de superintendente en West Point, se encargara de la parte militar. Pero a MacArthur le lleg algn rumor de aquella idea, contact con sus poderosos aliados de Washington y le hizo llegar su opinin a Ornar Bradley, presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor, en lo que este ltimo calific ms tarde como una amarga diatriba; rara vez he ledo algo parecido; su tono tan encendido sorprendi a Bradley, quien afirmaba no haber percibido hasta entonces la profunda desconfianza del general MacArthur hacia nuestro Departamento de Estado en general y Dean Acheson en particular. De hecho, segn Bradley, tambin lo consideraba a l un traidor que lo haba vendido al Departamento de Estado.38 Las relaciones entre Truman y MacArthur fueron empeorando a partir de entonces. Casi nunca estaban en la misma onda ni parecan tener los mismos objetivos. Vean la guerra a punto de iniciarse en contextos muy diferentes y tenan ideas muy distintas sobre lo que constituira una victoria aceptable y sobre qu parte de los recursos de la nacin deba dedicarse a alcanzarla. As y todo, a partir del 25 de junio de 1950 sus vidas iban a entrelazarse como rara vez lo han estado las de un general y un presidente en la historia de Estados Unidos. Truman vera su presidencia seriamente perjudicada por su incapacidad para controlar a MacArthur, mientras que el lugar que ocupara el general en la historia se vera seriamente perjudicado por su falta de respeto al presidente y por no saber tomarle la medida. 10
Estados Unidos iba a entrar en guerra sin ninguna preparacin. Las primeras unidades estadounidenses que entraron en combate iban pobremente armadas, insuficientemente entrenadas y con frecuencia mal dirigidas. El poderoso ejrcito que haba logrado cinco aos antes la victoria en dos grandes escenarios blicos, Europa y Asia, no era ms que la sombra de s mismo. El gobierno estadounidense haba tratado de reducir drsticamente el gasto militar y en Corea aquello demostr inmediatamente sus efectos. La culpa del mal estado del ejrcito era de todos: del presidente, que quera mantener bajos los impuestos, saldar la deuda de la ltima guerra y mantener el presupuesto de defensa lo ms bajo posible; del Congreso, que quera reducir el presupuesto an ms; y del comandante supremo de las fuerzas aliadas en el Pacfico, Douglas MacArthur, bajo cuyo mando las tropas haban sido tan escasamente entrenadas y que haba dicho cinco aos antes que no necesitaba realmente todas las tropas que Washington le haba asignado. Pero sobre todo era a Truman a quien caba atribuir toda la responsabilidad en una cuestin como aqulla: el ejrcito de aquel pas inmensamente prspero y rico en un mundo todava pobre y destrozado por la guerra, estaba descoyuntado. Le haban concedido unos fondos tan escasos, una financiacin tan pobre, que las unidades de artillera no haban podido practicar adecuadamente por falta de municin; las unidades acorazadas hacan una especie de pseudoentrenamiento porque carecan de gasolina suficiente para llevar a cabo autnticas maniobras; y a los soldados de bases famosas como Fort Lewis se les deca que no utilizaran ms de dos hojas de papel higinico cada vez que visitaban las letrinas. Haba tan pocos repuestos para los vehculos que algunos soldados salan a comprar equipo por su cuenta a precios muy bajos, utilizando su propio dinero, para despiezarlo y contar con repuestos. Si hubo alguna mejora en el armamento, fue casi nicamente en la fuerza area y en las armas destinadas a ella, no en las empleadas por la infantera. La segunda guerra mundial haba llevado a rastras a un pas adormilado y aislacionista al estatus de superpotencia. Estados Unidos, fuera del alcance de las bombas enemigas, se haba convertido en el gran arsenal de la democracia. Sus enormes fbricas, cuya modernidad era entonces la envidia del mundo desarrollado, producan formidables armas de guerra a una velocidad sorprendente. Al principio de la segunda guerra mundial muchos crticos haban temido que los estadounidenses no fueran buenos soldados por haberse ablandado debido al xito material del pas. Tambin se dudaba si al ser Estados Unidos tan democrtico, sus hombres seran capaces de hacer frente a los de pases tan totalitarios como Alemania y Japn. Pero el ejrcito estadounidense, uno de cuyos pilares eran la dureza, astucia y habilidad de los suboficiales, tambin reflejaba el proceso democrtico y alentaba en consonancia con ello la capacidad para pensar por uno mismo y asumir responsabilidades; la combinacin de unos y otros factores dio lugar a un ejrcito envidiable con soldados de primer orden. En el frente occidental del escenario europeo la poderosa Wehrmacht alemana haba sido derrotada por muchachos procedentes de hogares estadounidenses corrientes, capaces de valerse de la creciente ventaja tecnolgica de su pas, mientras que en el oriental haba sido la ferocidad correosa del Ejrcito Rojo la que haba permitido vencer al Tercer Reich. En el Pacfico los soldados japoneses haban combatido tenazmente, pero tambin all la combinacin de la fuerza, la superior tecnologa estadounidense, la hbil campaa de MacArthur orientada a aislar ms que a destruirlas posiciones ms slidas del enemigo, y la propia limitacin de los recursos japoneses haba permitido alcanzar la victoria. Pero ahora llegaban casi diariamente noticias de unidades estadounidenses en retirada y de constantes avances norcoreanos. Haban sobrestimado los estadounidenses en la nueva era de posguerra la capacidad de sus tropas? Haban pensado acaso que el tipo de fuerza combatiente de la que dispona Estados Unidos a principios de 1944 era definitivo y que ipso facto se haba convertido en un pas tan poderoso superior que siempre producira las mejores armas y podra lanzar a la batalla a los mejores soldados? Crea Estados Unidos que los dems pases, conscientes de su superioridad, se comportaran consecuentemente abstenindose de cuestionarla? Algo as exista ciertamente al principio de la guerra de Corea incluso entre los altos mandos militares que saban que su ejrcito era demasiado pequeo y no se hallaba en buen estado. Las expectativas estadounidenses en cuanto a la capacidad de combate de su ejrcito superaban con mucho la realidad. Cuando el ejrcito norcoreano cruz la frontera, los estadounidenses esperaban que, fueran cuales fueran las deficiencias del suyo, no les llevara mucho tiempo acabar con la incursin. En cuanto los norcoreanos supieran que estaban luchando contra estadounidenses, la guerra cambiara y las buenas noticias sustituiran a las malas. MacArthur no era el nico que pensaba que poda derrotar a los norcoreanos con un par de divisiones; eso pensaban tambin los principales dirigentes militares y polticos, y lamentablemente muchos de los soldados. Todo aquello reflejaba cierto tipo de creencia racista en la superioridad de los caucsicos sobre los asiticos en el campo de batalla. Era un juicio del que los japoneses, con sus victorias al principio de la segunda guerra mundial, haban quedado exentos, pero sus triunfos se explicaban, desde el pensamiento estadounidense, no porque fueran asiticos sino porque eran fanticos, mientras que ahora se trataba slo de coreanos. Cmo podran derrotar a los estadounidenses? La respuesta de algunos mandos aquellos primeros das era bastante preocupante. A finales de julio el general de divisin Bill Dean fue dado por desaparecido y finalmente result que haba sido capturado por el ejrcito norcoreano despus de dirigir personalmente la defensa de Taejon; pero pocos das antes de su captura Keyes Beech, del Chicago Daily News, se haba encontrado con l en un pequeo campo de aterrizaje y Bill Dean le haba dicho: Reconozcmoslo; nuestros enemigos tienen algo de lo que nuestros hombres carecen y es que estn dispuestos a morir. Beech estaba de acuerdo. Tambin l haba sido marine en la segunda guerra mundial y escribi ms tarde que los soldados estadounidenses enviados a Corea no estaban espiritual, mental, moral ni fsicamente preparados para la guerra. Los soldados rasos, en su mayora de origen humilde y que ahora en Tokio disponan de sirvientes y llevaban una vida confortable, que tenan que entrar en combate sin un mnimo entrenamiento, y casi de la noche a la maana, cuando el da anterior presuman con arrogancia de lo fcil que iba a ser aquello y lo pronto que iban a estar de vuelta en Japn, se vieron atrapados en un desastre de primera magnitud. El ejrcito estadounidense no era capaz de mantener las lneas, las avanzadillas norcoreanas demostraban estar mucho mejor preparadas para el combate y mejor armadas que los estadounidenses, que se vean obligados una y otra vez a replegarse. A finales de junio la guerra se estaba convirtiendo en un desastre por mucho que el ejrcito estadounidense se esforzara por acelerar la formacin de nuevas unidades destinadas a Corea y el envo de aviones, tanques y bazucas capaces de frenar los T-34. La primera gran sorpresa durante aquellos primeros das haba sido lo bien que combatan los soldados norcoreanos; la segunda, lo mal que lo hacan los soldados del ejrcito surcoreano, que haban sufrido un colapso prcticamente total en la mayora de los frentes. La siguiente gran sorpresa al menos para los mandos estadounidenses era el escaso rendimiento en las primeras batallas de los soldados enviados a Corea; ms que una sorpresa era una autntica conmocin. La Operacin Corazones Azules, elaborada por el general de divisin Edward Mallory (Ned) Almond, jefe de Estado Mayor de MacArthur y su colaborador ms estrecho, reflejaba una opinin excesivamente optimista de la capacidad de combate de los soldados estadounidenses, as como la preferencia de MacArthur por un ataque anfibio inmediato tras las lneas surcoreanas en un lugar llamado Inchon. Aquel plan, consistente en un desembarco anfibio de la Primera Divisin de Caballera en Pohang, adonde todava no haba llegado la invasin norcoreana, pareca diseado como si sta fuera una nube de mosquitos que poda espantarse con facilidad. El desembarco se iba a llevar a cabo el 16 de julio, dos semanas despus de que llegaran a suelo coreano, torpe y apresuradamente, los primeros soldados estadounidenses, pero dada la lamentable situacin de las tropas en Japn, la operacin era totalmente impracticable en un momento en el que la mera supervivencia estaba ms que cuestionada. Sin embargo, evidenci la confianza casi absoluta que tena el mando en Tokio en el comportamiento de sus tropas frente a las norcoreanas. La Operacin Corazones Azules fue descartada rpidamente y las tropas recibieron un encargo mucho ms inmediato: impedir que el ejrcito norcoreano expulsara a todas las fuerzas estadounidenses de la pennsula. Pero la propia concepcin del plan reflejaba la poca atencin que el alto mando haba dedicado a las fuerzas presentes en las dos Coreas; los subsiguientes planes elaborados en Tokio tampoco eran mucho mejores. Las decisiones tomadas durante aquellos primeros das reflejaban el racismo consustancial a los mandos estadounidenses. Cualquier oficial experimentado saba que por razones psicolgicas era importante obtener buenos resultados en las primeras batallas contra el ejrcito norcoreano, combatir bien desde posiciones firmes y maximizar su potencial superioridad en material y armamento. Pero en un momento en que era decisiva una planificacin hbil, sta se demostr no slo descuidada sino incompetente. La primera unidad enviada a Corea fue la 24. Divisin, aunque todos la consideraban la ms dbil y la peor preparada de las cuatro divisiones presentes en Japn, y el motivo fue que su base en la isla de Kyushu, la ms meridional de Japn, era la ms cercana a la pennsula coreana. Pero su lejana de Tokio supona tambin que le tocaban los ltimos restos de todo lo que llegaba al pas, ya fueran oficiales, hombres o equipo. Sus jefes de regimiento y de batalln eran de segundo o de tercer orden, lo que iba a significar un importante problema en todas las unidades durante los primeros meses de guerra. Segn uno de sus jefes de seccin, estaba literalmente al final de la cola de abastecimiento,4 y en opinin de un oficial de operaciones del 34. Regimiento, su equipamiento era una desgracia nacional. Buena parte de la municin para sus morteros era defectuosa. Sus ametralladoras del calibre 7,62 se atascaban con facilidad y no eran muy precisas. En cuanto a bazucas, dispona de las antiguas de 60 mm. Ms tarde uno de sus oficiales escribira que era bastante triste, casi criminal, el envo a Corea de tales unidades infradotadas, mal equipadas y poco entrenadas.5 Los veteranos de la segunda guerra mundial haban desaparecido y haban sido sustituidos por soldados que, como observaba T. R. Fehrenbach, jefe de una compaa en Corea, combatan en una guerra que no entendan. No saban ni quines eran sus aliados ni quines sus enemigos y odiaban el pas al que los haban enviado. Los voluntarios en el perodo inmediatamente posterior a la segunda guerra mundial se haban alistado, en palabras de Fehrenbach, por cualquier razn imaginable menos la de combatir.6 El ejrcito que Estados Unidos envi a Corea aquellos primeros das era, en opinin de Ned Almond, apto para el combate en un 40 por 100, aunque aquella estimacin, sealaba Clay Blair, era ms bien optimista.7 La 24. Divisin, como la mayora de las unidades estadounidenses en Japn, en lugar de contar con tres batallones por regimiento, tenas slo dos, y lo que es peor, el jefe de la divisin, sin respeto ninguno por el enemigo, envi en un primer momento slo dos regimientos, ambos incompletos, ya que el tercero estaba de maniobras en otra parte de Japn, y en vez de agrupar todas sus tropas en un lugar donde pudieran concentrar sus esfuerzos y su fuego, las reparti en unidades ms pequeas y las situ de manera que podan ser inmediatamente superadas en nmero, fcilmente cercadas e incapaces de resistir el asalto masivo del Inmin-gun. Dadas las fuerzas contra las que tenan que combatir, pese a algunos momentos de extraordinaria valenta, estaban condenadas no slo a fracasar sino a fracasar en muy breve plazo, y sus batallas se convertan con demasiada frecuencia en derrotas, lo que alentaba considerablemente al ejrcito norcoreano y desalentaba a otras unidades estadounidenses que acababan de llegar. Nada de aquello suceda por casualidad. Era la consecuencia directa de la gran victoria que haba tenido lugar cinco aos antes y del deseo de desmovilizar el ejrcito de la noche a la maana. Cuando Bob Eichelberger entreg el Octavo Ejrcito a Walton Walker, era muy consciente de su debilidad: Ya no es ms que una organizacin de abastecimiento sin soldados de combate, es slo una cascara vaca.8 El eventual respeto hacia cualquier ejrcito asitico adquirido durante la segunda guerra mundial en las batallas contra los japoneses haba desaparecido. Los destinos en Japn se haban considerado casi un regalo que llevaba aparejados todos los placeres anejos a la condicin de vencedor y la posibilidad de vivir con cierto lujo en un pas asitico muy pobre y con poca responsabilidad militar. A los recin llegados de Estados Unidos se les daba la bienvenida y se les deca que Japn era un gran lugar en el que podran follar cuanto quisieran sin gastar mucho dinero y que podran disfrutar de grandes ventajas cambiando en el mercado negro. Los soldados vivan mucho mejor que en casa. La mayora de ellos tena, como se deca entonces, un apao. En un Japn devastado, empobrecido y arrasado, todos, incluso los soldados de menor rango, podan encontrar un sirviente que se encargara de tener a punto su uniforme y de lustrar sus botas. El poder personal de cada soldado o cabo estadounidense momentneamente rico (o al menos ms rico de lo que nunca haba esperado ser en su pueblo de origen en Ohio o Tennessee), viviendo entre japoneses convertidos en mendigos, pareca subrayar el innato racismo estadounidense y demostrar que el mundo blanco era mejor en todos los aspectos. Sus soldados ganaban las guerras; los del mundo no blanco les limpiaban los zapatos y las mujeres del mundo no blanco se convertan en sus novias. Para aquel ejrcito la ocupacin resultaba tan fcil que los soldados podan no aparecer los lunes cuando se pasaba lista y a menudo el personal de oficina de la compaa tena que hacer maravillas para que las unidades todava parecieran aptas para el combate. No era ningn secreto que aquellas tropas no estaban en condiciones de afrontar una batalla. El general de divisin Anthony Clement (Tony) McAuliffe, que en 1945 haba estado al mando en Bascogne durante la batalla de las Ardenas, haba recibido el mando de las tropas estacionadas en el sur de Japn en 1948 y lo haba odiado cada minuto. Keyes Beech lo haba visitado y le haba preguntado si le gustaba su puesto, a lo que McAuliffe respondi que le gustaba mucho, pero a ellos [los soldados] no les gusto yo. De hecho, soy para ellos el mayor hijo de puta de este lugar. La nica excusa para mantener un ejrcito, en paz o en guerra, es que est dispuesto para el combate, pero este ejrcito no es bueno para nada [...] Estoy removiendo este lugar de arriba abajo y comprobando que todos los hombres salgan de maniobras. Quiero que duerman a la intemperie y que se mojen los pies. Su estancia al frente de la divisin no dur mucho y su espritu, aada Beech, no era contagioso.9 sas fueron las tropas que desembarcaron en Corea convencidas de que iban a derrotar rpidamente al Inmin-gun. El coronel John H. Michaelis, el primer jefe del regimiento en apostar all sus tropas, ponderaba horrorizado su rendimiento durante los primeros meses. A principios de octubre le dijo a Robert (Pepper) Martin, del Saturday Evening Post Cuando llegamos no saban disparar ni conocan siquiera sus armas. No tenan entrenamiento suficiente ni siquiera en el manejo de los fusiles ms antiguos. Haban pasado demasiado tiempo oyendo charlas sobre las diferencias entre comunismo y americanismo y apenas ninguno arrastrndose sobre la barriga mientras balas reales silbaban sobre ellos. Los haban atendido y mimado, les haban dicho que condujeran con prudencia, que compraran bonos de guerra, que dieran algo de dinero a la Cruz Roja, que evitaran las enfermedades venreas y que escribieran a sus madres, sin que nadie se entretuviera en explicarles claramente cmo limpiar una ametralladora cuando se atasca. Aada que se haban acostumbrado tanto a viajar por carretera que casi haban perdido el uso de sus piernas: Si se les enviaba en misin de reconocimiento se suban a un camin de tres cuartos de tonelada y nunca se apartaban de la calzada.10 Si tropas como aqullas reflejaban el estado de nimo dominante en Estados Unidos, las norcoreanas reflejaban igualmente el de su pas, que trataba de pasar de la noche a la maana de la opresin colonial a la modernidad mediante una cruda rplica del modelo sovitico. Eran soldados de lite airados y endurecidos en la batalla, llevaban muy poca carga encima, estaban en mucho mejor estado fsico que los estadounidenses, y podan aprovechar mucho mejor que stos los productos autctonos para alimentarse y satisfacer sus necesidades. El historiador militar Roy Appleman estimaba que alrededor de una tercera parte de ellos, y con seguridad la mayora de sus oficiales y suboficiales, haba combatido junto a los comunistas chinos en las difciles batallas contra el Guomindang. Para ellos aquella guerra era una prolongacin de la anterior, la guerra contra los japoneses. Estaban muy bien adoctrinados y se poda constatar casi un automatismo en cuanto a su certidumbre y la forma en que muchos de ellos, cuando eran capturados, proclamaban sus creencias polticas; en eso superaban incluso a sus colegas de la Repblica Popular China, por fervientes comunistas que stos fueran. La inmensa mayora era de origen campesino, guardaba vivo el odio contra la colonizacin japonesa y crea que los estadounidenses y sus tteres de Sel eran agentes del pasado ms que del futuro; los estadounidenses eran ahora aliados de los japoneses, as como de la vieja clase dominante coreana, por lo que no hacan sino mantener viva la lucha que les haba obligado a dejar su tierra nativa aos antes. Los mandos del ejrcito surcoreano eran para ellos la misma gente que haba colaborado con los japoneses, y cabe decir que en buena medida era cierto. Se haban entrenado duramente y eran soldados disciplinados y motivados. Se camuflaban excepcionalmente bien, se mantenan alejados de las carreteras y a menudo se desplazaban a pie por el terreno ms duro, algo que los estadounidenses no hacan. Como los comunistas chinos que los haban entrenado y junto a los que haban combatido, tendan a evitar la batalla frontal. Preferan realizar un primer contacto breve, y luego situarse al flanco de sus adversarios surcoreanos o estadounidenses, a los que atacaban luego desde la retaguardia aprovechando su ventaja numrica. Tambin solan enviar como avanzadilla pequeos grupos, disfrazados de campesinos que huan del Inmin-gun, para reconocer las posiciones estadounidenses y concentrar luego sobre ellas un fuego de mortero sorprendentemente preciso. Saban desde el principio contra quin combatan y por qu. El enemigo eran los extranjeros blancos, imperialistas y capitalistas, los hijos de Wall Street, y por supuesto sus marionetas en el sur. Los estadounidenses no estaba tan convencidos, pese a las charlas peridicas sobre los peligros del comunismo, de contra quin o por qu combatan. Al llegar a Japn no contaban con la posibilidad de tener que ir a la guerra y menos en un lugar llamado Corea. Un cabo del 34. Regimiento de Infantera llamado Larry Barnett deca: Cuando lleg a mi unidad la noticia aquel domingo, la reaccin en mi compaa fue: "Dnde est Corea?", y a continuacin: "Dejemos que esos putos limones se maten entre s". Esto no era nada bueno, porque el 34. Regimiento as como el 21. fueron las primeras unidades destinadas a luchar en Corea. Ambos formaban parte de la fatdica 24. Divisin, a la que se orden trasladarse a Corea tan pronto como fuera posible y ocupar la parte central de la pennsula hasta que se encontrara con el ataque enemigo, lo que en principio pareca probable que sucediera cerca del pueblo de Suwon, justo al sur de Sel; pero el general William Dean, jefe de la 24. Divisin, cometi un error trascendental y en lugar de concentrar sus limitadas fuerzas en una posicin slida desde la que poder maximizar su capacidad de fuego, decidi imprudentemente dividirlas. Aquella decisin reflejaba la actitud arrogante de los mandos estadounidenses hacia su nuevo enemigo. La unidad de avanzada, la primera que dej Japn para dirigirse a Corea, fue el Equipo de Combate del 21. Regimiento dirigido por el teniente coronel Charles B. Smith. Los hombres de Smith llegaron a Pusan, un puerto en el extremo sureste del pas, en un puente areo que por culpa del mal tiempo y del nmero limitado de aviones de transporte disponibles dur dos das. El ltimo de ellos aterriz en Pusan por la maana del 2 de julio y aquel mismo da por la tarde todo el equipo de combate embarc en un tren para llegar a la maana siguiente a Taejon, a un poco ms de medio camino entre Pusan y lo que se supona que sera el frente. En Taejon el teniente coronel Smith se reuni con el general de brigada John Church, un viejo oficial de escasa vitalidad al que MacArthur haba puesto al mando del equipo de reconocimiento enviado a Corea para averiguar qu se necesitaba y dnde. El reconocimiento de Church no haba dado buenos resultados, pues estaba atrapado entre el ataque norcoreano, excepcionalmente coordinado y coherente, y la masiva y catica retirada surcoreana. Pero ni siquiera el hecho de verse obligado a retirar inmediatamente su puesto de mando de Suwon a Tajeon, a una distancia de ciento cincuenta kilmetros, ante el acoso del Inmin-gun, haba disminuido un pice su altanera. Lo nico que necesitaban, le dijo a Smith, eran unos pocos soldados capaces de plantar cara sin temor a los tanques, y eso bastara para endurecer la resistencia del ejrcito surcoreano. Seal un mapa y le dijo a Smith que trasladara a su equipo hasta Osan, a unos veinte kilmetros al sur de Suwon, as que Smith y sus hombres tomaron un tren que los llev hasta Ansong. Los aplausos con que los recibieron los coreanos que esperaban en la estacin de Ansong les hicieron sentirse orgullosos por un momento, como hroes que llegaban al rescate de un pueblo aterrorizado, pero poco despus un oficial, el teniente William Wyrick, dedujo que los aplausos de los coreanos haba miles y miles de ellos huyendo hacia el sur no iban dirigidos tanto a ellos como al propio tren, que rpidamente abordaron para dirigirse hacia Pusan. Casi en aquel mismo momento lleg a Taejon el general de divisin Dean y se hizo cargo del mando de las fuerzas estadounidenses en Corea relevando a Church. A continuacin dio la orden al 34. Regimiento de dirigirse a Pyongtaek, en la carretera principal Sel-Pusan y a unos veinte kilmetros al sur de Osan, con lo que qued separado unos quince kilmetros del 21. Regimiento. Otros pensaron que sera ms sensato mantener juntas todas las tropas estadounidenses y concentrarlas unos sesenta y cinco kilmetros ms al sur, aprovechando la barrera natural del ro Kum, pero Dean crea que su misin iba a ser, en sus propias palabras, corta y fcil, ya que los norcoreanos no tendran muchas ganas de combatir contra soldados estadounidenses, y por eso dividi sus fuerzas en tres grupos, lo que constituy un error fatal En Japn se les haba dicho a los soldados del 34. Regimiento cuando embarcaban hacia Corea que llevaran consigo los uniformes de gala de verano que deberan vestir pocos das despus en el desfile de la victoria en Sel. El teniente coronel Harold (Red) Ayres, que mandaba un batalln del 34. Regimiento de Infantera, les dijo a sus hombres: Se supone que hay soldados norcoreanos al norte de nuestras posiciones. Estn escasamente entrenados, slo la mitad de ellos tienen armas y no tendremos dificultad en detenerlos.14 Los soldados corrientes eran igualmente arrogantes: lo nico que tenan que hacer era derrotar a unos pocos guks, o como se deca entonces, darles una leccin y regresar a la buena vida de Tokio. En todo aquello se palpaba, segn el capitn Fred Ladd, entonces asistente del general Almond, un profundo racismo que impregnaba todo el ejrcito estadounidense: La creencia de que los guks no podran hacer frente a los estadounidenses. Y aada: Era difcil decir si iba de arriba abajo o de abajo arriba, o en ambas direcciones.15 (Ladd iba a constatar casi las mismas manifestaciones en Vietnam trece aos despus, cuando asesoraba a una divisin.) Cuando el 34. Regimiento se diriga hacia sus posiciones en Pyongtaek aparecieron algunos ingenieros del ejrcito surcoreano con la intencin de volar los puentes; los estadounidenses les regaaron por su espritu derrotista y les quitaron los explosivos. El primer encontronazo que estaba a punto de tener lugar entre estadounidenses y norcoreanos iba a ser para los primeros un desastre de primera magnitud, un ejemplo de libro de lo que sucede cuando un pas posedo por la arrogancia del poder afronta una nueva realidad. El 4 de julio Smith llev a unos quinientos cuarenta hombres, lo que era de hecho casi un batalln aunque quiz se podra hablar de dos compaas reforzadas a unos pocos kilmetros al norte de Osan. La mayor parte de su artillera estaba todava en Pusan. Llegaron a sus posiciones alrededor de las tres de la madrugada del 5 de julio. Estaba lloviendo y todos estaban cansados y con fro. Aquella misma maana el sargento Loren Chambers, vicejefe de seccin, vio que ocho tanques T-34 se acercaban por la carretera desde Suwon. El jefe de su seccin, el teniente Philip Day, pregunt qu era aquello. Chambers respondi: Son tanques T-34, seor, y no cre que vayan a mostrarse muy amigables con nosotros. Los tanques iban acercndose, seguidos por una larga columna de soldados de infantera y a continuacin por una visin an ms aterradora, otros veinticinco tanques norcoreanos. Cuando la avanzadilla de la columna enemiga, que ms tarde se estim en unos diez kilmetros de longitud, se acerc a menos de dos kilmetros, los estadounidenses comenzaron a disparar sus morteros. Algunos tanques fueron alcanzados, pero aun as seguan acercndose. Los estadounidenses esperaron hasta que los tanques estuvieron a tan slo setecientos metros de distancia y entonces dispararon sus rifles sin retroceso, con los que tambin hicieron varios blancos, pero los tanques continuaban acercndose. Luego fracasaron las bazucas. En determinado momento el sargento Chambers llam por telfono pidiendo fuego de mortero de 60 mm. La respuesta que le lleg fue que no llegaran tan lejos. El pregunt entonces: Bien, y qu pasa con los de 81 mm?. La respuesta fue: No los hemos trado con nosotros. Luego pregunt por los morteros de 107 mm, y le dijeron que no podan disparar. A continuacin pregunt por la artillera, pero todava no haba comunicacin con ella. Y qu pasa con la fuerza area? La fuerza area no saba dnde estaba el equipo de combate de Smith. Bueno, dijo finalmente Chambers, podis enviarme al menos una cmara para que les haga unas fotos?.16 Advirti de que corran un serio peligro de ser rodeados. A partir de aquel momento los soldados estadounidenses comenzaron a retirarse tan rpidamente como pudieron. Algunos simplemente corriendo, otros arrojando sus armas, y algunos incluso quitndose las botas porque descalzos podan correr ms rpidamente por los campos de arroz. El 34. Regimiento haba establecido su puesto de mando no lejos de la avanzadilla de Smith. Ahora los norcoreanos se acercaban a l. Denis Warner, corresponsal del Telegraph de Londres y del Herald de Melbourne, haba conseguido que lo agregaran al primer batalln del 34. Regimiento cerca de Pyongtaek, la unidad que mandaba Red Ayres. Estaba all con l la maana del 5 de julio cuando lleg el general de brigada George Barth, supuestamente al mando de la artillera de la divisin. Como no disponan de artillera all en primera lnea, Dean le haba encargado las reas avanzadas. Warner contempl cmo Barth bajaba de su jeep, se diriga a los periodistas reunidos all y deca: Bueno, muchachos, ya est todo en marcha. Tengo ah fuera el primer proyectil para el general MacArthur. Dijo que haba dado rdenes de disparar cuando los norcoreanos estuvieran a menos de kilmetro y medio. Warner recordaba que todos los oficiales estadounidenses parecan muy optimistas sobre lo que iba a suceder a continuacin. Ayres dijo: Esos bastardos comunistas van a dar la vuelta y a salir corriendo en cuanto se den cuenta de que tienen enfrente a nuestros muchachos. Estaremos de vuelta en Sel para el fin de semana.17 Warner se pregunt, como muchos otros corresponsales de guerra antes que l en situaciones parecidas, si sera mejor permanecer all para contemplar la batalla que iba a tener lugar o regresar para escribir que los soldados estadounidenses estaban ya combatiendo contra los norcoreanos. Decidi permanecer all. Observ un panorama sombro, casi una seal clsica de alarma: un desfile incesante de campesinos que se desplazaban hacia el sur por carreteras atestadas, refugiados que huan del Inmin-gun. La visin de los campesinos huyendo hacia el sur era un claro aviso para cualquiera que supiera algo sobre la guerra, una especie de paja al viento. Lo que ms le preocup fue ver que el nmero de soldados surcoreanos que huan era mucho mayor que el de campesinos. Comenz a caminar hacia el norte junto a otros corresponsales de guerra, pero pronto encontraron a un soldado de caballera surcoreano montado en lo que a Warner le pareci algo parecido a un pony Shetland, gritando en coreano: Tanku! Tanku!. A continuacin vio su primer tanque enemigo, avanzando lenta y majestuosamente. Inmediatamente se dio la vuelta y se dirigi al puesto de mando de Ayres, pero ste pareca dudar de lo que Warner acababa de ver con sus propios ojos y le dijo: No tenemos tanques aqu. No es nuestro, es suyo, respondi Warner.
Ayres insisti en que los puentes de por aqu no soportaran el peso de un tanque de ese tamao. As que Warner volvi con un equipo de bazucas enviado por Ayres (quiz para seguirme la corriente). Pronto aparecieron dos tanques norcoreanos. Los hombres de las bazucas se acercaron tanto como pudieron y dispararon, viendo cmo sus proyectiles rebotaban en los tanques. En aquel momento todava no haba llegado al cuartel general de Ayres la noticia de la destruccin del equipo de combate de Smith. Fue entonces cuando comenzaron a aparecer algunos de los supervivientes contando que la mayor parte del batalln se haba perdido. Poco despus deca Walker Ayres y sus hombres tambin huan. El cuartel general de Barth tambin fue abandonado durante la noche, minutos antes de que los tanques lo reventaran a caonazos. Al amanecer del 6 de julio los tanques estaban en Pyongtaek, ocho kilmetros ms al sur. A la hora del almuerzo estaban en Songwan y antes de que hubiera acabado el da haban llegado hasta Chonan avanzando casi sesenta kilmetros en 36 horas.18 Al acabar el segundo da, mientras las tropas estadounidenses se retiraban precipitadamente, el general Dean haba destituido a Barth como jefe de la lnea ms avanzada y haba hecho lo mismo con uno de los jefes de regimiento.
Las cosas empezaron, pues, muy mal para el ejrcito estadounidense, cuyas tropas, mal preparadas y mal desplegadas, apenas pudieron frenar la feroz carrera hacia el sur del ejrcito norcoreano; como mucho unos pocos das. Durante la primera semana de combate el Inmin-gun destruy prcticamente dos regimientos estadounidenses; alrededor de tres mil hombres haban muerto o estaban heridos o desaparecidos en accin, dejando tras de s armas suficientes como para armar uno o dos regimientos norcoreanos. Fueron das terribles. El estado de nimo en Washington y Tokio era cada vez ms sombro. Aumentaba el temor de que si los soldados estadounidenses no eran capaces de soportar aquella presin en una guerra limitada hubiera que recurrir al uso de bombas atmicas, temor que fue sabiamente presentado en un editorial del New York Times el 16 de julio: Nuestras emociones, cuando vemos a nuestros soldados superados en nmero y en armamento en Corea, deben ser una mezcla de compasin, pena y admiracin. Ese es el sacrificio que les habamos pedido, justificado nicamente por la esperanza de que lo que estn haciendo ahora sirva para mantener limitada esa guerra y de que la muerte de un pequeo nmero de vctimas evite la carnicera de millones. Es una terrible alternativa de la que no podemos congratularnos, ni siquiera entenderla serenamente; pero no hay por qu ponerse histricos. No tenemos por qu aceptar una guerra generalizada y el colapso de la civilizacin. De entre las muchas ilusiones estadounidenses que murieron aquellas primeras semanas de la guerra de Corea, quiz la ms importante fue la de la omnipotencia de la bomba atmica, supuesta arma definitiva que permita prescindir de las dems. Aquella idea haba ido arraigando en la mentalidad de la seguridad nacional desde la segunda guerra mundial, en parte porque era un arma efectivamente formidable y en parte porque permita reducir considerablemente el presupuesto de defensa. Tan slo un ao antes Ornar Bradley, cuyo sentido comn por lo general era excepcional, haba afirmado ante el Congreso que los desembarcos anfibios pertenecan esencialmente al pasado: Francamente, la bomba atmica, empleada de forma adecuada casi permite desechar esa posibilidad [la de una invasin anfibia]. Con aquellas primeras derrotas dolorosas el pas supo que todo su sistema de defensa era una ilusin y que la bomba atmica era un tipo de arma prcticamente intil en una guerra limitada y que el equilibrio de poder con la Unin Sovitica poda dar lugar en la periferia de ambas superpotencias a una mayor dificultad para controlar tensiones regionales. Se llegaba as a una nueva verdad: la bomba atmica era un arma tan poderosa y tan terrible que en muchas situaciones era moralmente rechazable. Era un arma colosal, casi inutilizable. Serva, eso s, como gran disuasor, ya que difcilmente ningn pas atacara a un miembro del club atmico sin pensrselo dos veces; pero el monopolio inicial de Estados Unidos y la forma instantnea con la que haba puesto fin a la guerra del Pacfico, haban fomentado una ilusin en lo que se refera al presupuesto de defensa estadounidense: que se poda mantener un arsenal militar barato, con un solo tipo de flecha. Si las bombas arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki parecan haber inaugurado un captulo nuevo en la historia de la guerra, haciendo supuestamente obsoletas todas las dems armas y creando un mundo en el que la supremaca militar perteneca nicamente a los pases ms ricos y tecnolgicamente ms avanzados, las derrotas en las batallas coreanas de principios de julio de 1950 acabaron con aquella creencia. El mundo militar pareca haber cambiado completamente en agosto de 1945; pero ahora estaba claro que quiz no haba cambiado tanto. Cuando el pas percibi los lmites del arma atmica, la popularidad de la guerra de Corea y del gobierno de Truman iniciaron un continuo declive. Quiz no era mucha la gente que quera sustituir el reciente internacionalismo, todava no muy arraigado, por el antiguo aislacionismo, pero eso no significaba que gustaran la forma en que iban las cosas ni los gobernantes al mando en Washington. Si aqul era el nuevo destino internacional de Estados Unidos con el que tenan que convivir, no era precisamente el que habran preferido.
Julio de 1950 fue uno de los peores meses de la historia militar de Estados Unidos: una larga e ignominiosa retirada salpicada de pequeas pero terribles batallas y momentos ocasionales de gran valenta a cargo de unidades estadounidenses, superadas en nmero y en armamento, que se vean una y otra vez desbordadas por la fuerza, tamao y habilidad del ejrcito norcoreano. Las lneas estadounidenses se mostraban invariablemente demasiado delgadas en lugares crticos, en los que un nmero limitado de soldados trataba intilmente de frenar a las tropas norcoreanas hasta que otras unidades, que en aquel momento se disponan a partir desde Estados Unidos hacia Corea, pudieran llegar all; el ejrcito estadounidense trataba de ganar tiempo con la moneda ms preciada, las vidas de sus jvenes, mientras el pas comenzaba a movilizarse para aquella nueva guerra. La situacin de las fuerzas estadounidenses en Japn en vsperas de la guerra era tan desesperada que, cuando empez, a soldados que haban sido declarados culpables de delitos relativamente graves y que estaban a punto de regresar a Estados Unidos esposados, se les ofreci la alternativa de combatir en Corea borrando sus antecedentes.19 Segn el teniente William West, asistente del general Hobart R. Gay, jefe de la Primera Divisin de Caballera, poco antes de que estallara la guerra de Corea los oficiales estadounidenses con destino en Tokio tenan que dedicar buena parte de su tiempo a aleccionar a muchos de sus hombres para su comparecencia ante un tribunal militar.20 A primeros de julio MacArthur comunic a la Junta de Jefes de Estado Mayor que necesitaba once batallones, tan slo para mantener las lneas. Haba cierta desesperacin en la forma en que se tradujo aquella necesidad en Estados Unidos: el To Sam te necesita, ahora (o ayer) para la guerra de Corea. Los marines que haban combatido en la segunda guerra mundial y que haban regresado felizmente a su vida civil vean con gran disgusto que, aun no habindose presentado voluntarios para la Reserva de la Infantera de Marina y aunque se crean civiles, estaban todava a disposicin del cuerpo segn sus viejos contratos con el To Sam y se vieron arrancados de su vida civil por segunda vez en menos de una dcada. Tambin creca la presin del reclutamiento obligatorio, ya que no se haban presentado tantos jvenes en los centros de reclutamiento voluntario como en diciembre de 1941 despus de Pearl Harbor, y los soldados en servicio activo se vean de repente encuadrados en unidades de combate y enviados a Corea sin apenas entrenamiento. El capitn Frank Muoz, que mandaba una compaa en los primeros combates, sealaba: Cuando atac el ejrcito norcoreano, conectamos la aspiradora y sacamos hombres de todas partes, de las oficinas, los hospitales y los almacenes, y pronto tenamos miles de ellos. Al principio se hablaba de seis semanas de entrenamiento antes de enviarlos a Corea, pero result que no haba tiempo para hacerlo; luego se habl de diez das de entrenamiento al llegar a Corea, pero tambin aquello qued descartado; finalmente se habl de tres das de entrenamiento especial una vez que llegaran a Pusan, pero all tampoco haba tiempo, ya que los norcoreanos se aproximaban cada vez ms; as que se les entregaban sus armas en cuanto llegaban a puerto directamente desde Estados Unidos, y en la mayora de los casos se les enviaba inmediatamente a posiciones de combate, a menudo sin haber apuntado con sus fusiles ni calibrado y comprobado sus morteros y sin haberle quitado apenas a sus ametralladoras Browning M2 de 12,7 mm la grasa sinttica que las protega de la corrosin. En el Pentgono creca el nerviosismo sobre la eficacia del mando, especialmente sobre el teniente general Walton Walker, al frente del Octavo Ejrcito, lo que significaba en aquel momento comandante en jefe de todas las fuerzas terrestres estadounidenses (y pronto de Naciones Unidas) en Corea. Por eso a principios de agosto el Ejrcito de Tierra envi a su estrella en ascenso, el teniente general Matthew Bunker Ridgway, como parte de un equipo especial de alto nivel de tres hombres para reunirse con MacArthur, escuchar sus peticiones y conocer sus necesidades, al tiempo que le expresaban las preocupaciones de Washington, especialmente con respecto a las relaciones con Chiang Kai-shek. Mientras Averell Harriman, que encabezaba el grupo, se entrevistaba con MacArthur tratando de salvar la brecha que lo separaba del gobierno con respecto a Chiang y China, Ridgway se ocupaba de inspeccionar el trabajo de Walker en Corea. La ltima vez que haba estado en un cuartel general en combate haba sido durante las ltimas semanas de la segunda guerra mundial en Europa, cuando mandaba el XVIII Cuerpo Aerotransportado, la lite de la lite; naturalmente le horroriz lo que vio en Corea. Demasiados oficiales clave de Walker, a su juicio, no haban destacado precisamente en aquella guerra y ahora se les estaba ofreciendo una ltima oportunidad para que pudieran retirarse con un rango y un nivel de paga ligeramente ms alto. Era como si el alto mando en Washington y Tokio estuviera ofreciendo bonos en nombre de los viejos tiempos, en lugar de enviar a los mejores oficiales de una nueva generacin. Walker estaba de acuerdo y tambin estaba furioso con la calidad de los hombres que haban puesto bajo su mando, mientras que los mejores oficiales que llegaban a Asia parecan ser succionados inmediatamente para trabajar en el cuartel general de Tokio en lugar de mandar tropas en el campo de batalla. Segn la opinin de Ridgway, Walker era un general bueno y decente; si se le daba una unidad de tanques y rdenes concretas nadie sera mejor que l para la tarea; pero tambin crea que aquel puesto le vena grande y que el Estado Mayor del Octavo Ejrcito que lo rodeaba era ostensiblemente dbil y mal organizado. Le sorprendi la pasividad del jefe de Estado Mayor de Walker. Parte de los jefes de regimiento eran casi ancianos sin experiencia de combate. En cuanto a los propios soldados, no estaban a su juicio ni mucho menos a la altura de sus predecesores durante la segunda guerra mundial. En su informe, prcticamente todo era negativo. Las tropas carecan con frecuencia de la mnima formacin en los fundamentos de la infantera y parecan incapaces de una accin ofensiva. Estaban presos de su maquinaria y muy en particular de sus vehculos, que les servan de poco en el deficiente sistema de comunicaciones coreano. No contraatacaban; no cavaban adecuadamente las trincheras; los intentos de camuflaje eran descuidados, los campos de fuego mal diseados y las comunicaciones entre las unidades endebles. Ridgway estaba sorprendido al ver que el ejrcito estadounidense estaba enviando soldados jvenes al combate de una forma que los pona en gran peligro. Aquello violaba segn l uno de los postulados ms elementales del credo de la infantera. Ridgway crea que Walker deba ser sustituido, pues a su juicio careca de la capacidad de mando y de la perspectiva necesarias para cambiar las cosas, pero tampoco quera presentar una recomendacin demasiado enrgica. Era evidente que se senta incmodo ante el relevo de un mando desesperadamente agobiado cuyas tropas se vean en peligro de ser arrojadas al mar. Se preguntaba si una decisin as no tendra como consecuencia perjudicar la moral ya muy deteriorada de los soldados estadounidenses, y tambin le preocupaba que lo pudieran considerar un oportunista, que si criticaba a Walker era porque quera para s mismo su puesto. Sin conocer la profunda grieta que ya separaba a MacArthur y Walker, le preocupaba la eventual reaccin del primero si le sugera la sustitucin del segundo. Acaso su permanente susceptibilidad con respecto a lo que llegaba de Washington lo llevara a considerarlo un mero pen de Truman u otro oportunista? Decidi hablar primero con Harriman, que haba asumido difciles y delicadas misiones de alto nivel desde la dcada de 1930. Tambin Harriman, como el general Lauris Norstad del Ejrcito del Aire, que era el tercer miembro del equipo, crea que Walker deba ser relevado, pero le preocupaba mencionarlo en aquel momento a menos que en sus ltimas conversaciones fuera el propio MacArthur quien planteara el tema; tambin Norstad crea que cualquier discusin al respecto deba ser iniciada por el comandante supremo. No deba parecer que haban llegado desde Washington para criticar sus rdenes. Harriman le sugiri a Ridgway que lo mejor era discutir primero el asunto de la sustitucin de Walker con los mandos de Washington, incluido el propio presidente, y luego realizar la sugerencia a travs de los canales adecuados. Paradjicamente, como seal ms tarde Clay Blair, el propio MacArthur haba perdido su confianza en Walker y estaba pensando en relevarlo, y crea que Ridgway era el mejor candidato para el puesto. Si hubiera sustituido a Walker en aquel momento, escriba Blair, los acontecimientos en Corea habran seguido un curso diferente y ms favorable para el ejrcito estadounidense,24 ya que Ridgway habra podido plantar cara a MacArthur, algo de lo que era incapaz Walker, habra sido ms independiente que ste de Tokio, habra estado mucho mejor conectado con Washington y casi seguramente habra sido ms prudente en el avance hacia el norte despus de cruzar el paralelo 38. En el camino de regreso a Washington Lauris Norstad le plante a Ridgway la cuestin del mando del Octavo Ejrcito, dicindole: Creo que usted debera ocupar ese puesto. Pero Ridgway, que tema que se pudiera pensar que aprovechaba su mejor posicin y su influencia en el Pentgono para usurpar el puesto de otro general, se resista: Por favor, no digas eso. Parece como si hubiera venido aqu en busca de un puesto y no es as.25 Ridgway haba observado algo ms, pero le costaba hablar de ello. As como lo haba enardecido la informacin que haba ofrecido MacArthur sobre sus planes para un desembarco anfibio tras las lneas enemigas en un lugar llamado Inchon despus de todo se haba especializado en el mando de unidades aerotransportadas y le gustaba la idea de un asalto por sorpresa en un lugar inesperado para el enemigo, le preocupaban las dificultades que se derivaran de tener al mando a un general tan encumbrado y tan distanciado fsicamente de un campo de batalla cruel, amargo y ajeno. De hecho, el mando casi cay en manos de Ridgway en aquel momento. Harriman presion enrgicamente en su favor, haciendo llegar su recomendacin a Truman, al secretario de Defensa Louis Johnson, al presidente de la Junta de Jefes de Estado Mayor Ornar Bradley y al jefe de Estado Mayor del Ejrcito de Tierra Joseph Collins. Todos estaban de acuerdo en que sera un nombramiento ideal, porque pondra al mando al mejor general joven del ejrcito y podra tener la ventaja colateral aunque nadie lo dijo abiertamente de disminuir el margen de maniobra de MacArthur para actuar por su cuenta. Ridgway era un militar con tanto carcter que ni siquiera alguien tan engredo como MacArthur se atrevera a hacerle jugarretas; pero Collins pensaba proponerlo como vicejefe de Estado Mayor en 1951 y tema que en Corea estuviera tan ocupado que no podra sacarlo de all.26 Era una forma curiosa de considerar el mando en la nica guerra caliente en la que Estados Unidos estaba implicado; reflejaba sin duda una creencia profundamente arraigada en Washington de que aqul poda ser slo el primer asalto de un combate ms largo y de que el enemigo preparaba un golpe mayor en Europa. Entre los que pensaban as estaba el propio Ridgway. 11
As pues, Walton Walker no iba a ser sustituido en aquel momento, aunque no tena importantes valedores ni en Washington ni en Tokio, donde a menudo quedaba fuera de las decisiones vitales y donde la gente de MacArthur se rea de l en privado. Como deca su piloto Mike Lynch, que tambin era su gran confidente, Walker estaba luchando en dos frentes: contra el ejrcito norcoreano y contra el alto mando de Tokio. Saba lo que se preparaba y que estaba peligrosamente cerca de ser relevado, pero posea una cualidad excepcional que Ridgway haba percibido, pese a todas sus limitaciones, y era su tenacidad de bulldog. Ambos generales haban discutido mientras las tropas de Walker se vean sistemticamente rechazadas hasta el ro Naktong. El gran interrogante de aquellos tristes das era si podran mantener el permetro de Pusan o si simplemente seran expulsados de la pennsula. En aquella reunin Ridgway le haba preguntado a Walker qu hara si le hacan retroceder ms, y Walker le haba respondido que no retrocedera ms. Ridgway insisti: Eso es lo que les dice usted a las tropas, pero qu har usted realmente si lo desalojan de la lnea del Naktong?. Walker le haba replicado desafiante: General, no me desalojarn de la lnea del Naktong. Haba al menos un aspecto en el que Walker era afortunado, y era que no tena mucho tiempo para preocuparse por lo que pensaban de l en Washington o en Tokio. Estaba demasiado ocupado desplazando desesperadamente las tropas cada da, tratando de detener el ltimo avance norcoreano, y no le quedaba tiempo para la autocompasin. Una crisis segua a otra. Cada jefe de divisin, cada jefe de regimiento y cada jefe de compaa se quejaba de que tena pocas tropas. Cada noche de julio el Inmin-gun pareca a punto de romper las lneas estadounidenses en cuatro o cinco puntos diferentes. La tarea de Walker consista en ir tapando agujeros, decidiendo cul de ellos pareca ms importante. Rara vez le haban servido una mano tan mala a un general estadounidense. Que sus tropas estuvieran tan mal preparadas era en parte culpa suya, porque hasta el 25 de junio l era uno de los comandantes en Tokio, pero durante las primeras semanas tambin se vean terriblemente superadas en nmero por un enemigo que adems luchaba en su propio terreno. La lnea de abastecimiento de Walker era desesperadamente larga, llegando de hecho hasta California. Haba escasez de todo: soldados, mandos, y a veces lo ms importante de todo, municin. Se hallaba en territorio hostil y muy montaoso en el que poco le serva su experiencia al mando de tanques, de los que adems el otro bando tena ms y mejores. Otro inconveniente an peor era su aislamiento en el mando: MacArthur y su cada vez ms poderoso jefe de Estado Mayor, Ned Almond, lo miraban con suficiencia cuando no con abierto desprecio. A Walker le pareca a veces que era el ltimo estadounidense en el Lejano Oriente en conocer determinadas decisiones vitales. Todo el Estado Mayor de Tokio captaba la falta de respeto con que lo trataban MacArthur y Almond, y como suele suceder copiaba su actitud.
Walker ni siquiera poda disponer de los oficiales de combate que necesitaba. En Washington algunos se haban quejado, igual que Ridgway en su viaje de vuelta, de la escasa calidad del personal de Estado Mayor del Octavo Ejrcito, pero cuando atracaba en Yokohama un envo de tropas, antes de que desembarcaran los oficiales, sus expedientes eran examinados en el cuartel general de MacArthur, que se reservaba a los mejores y dejaba el resto para el Octavo Ejrcito. Era como un conducto mal dispuesto que haca llegar el talento al lugar equivocado. Walker no era dado a quejarse; siempre haba aceptado el carcter caprichoso de la toma de decisiones en el ejrcito, pero les hizo saber a sus amigos su malestar por las burlas sobre su Estado Mayor en el mismo cuartel general que se negaba a enviarle los oficiales que peda. Quera tener por ejemplo consigo a James M. Gavin (Slim Jim), famoso general al mando de la 82. Divisin Aerotransportada durante la segunda guerra mundial y uno de los jvenes oficiales de ms talento y carisma del Ejrcito de Tierra, y se enoj al saber que se lo negaban.4 Durante la segunda guerra mundial George Marshall se haba espantado por la edad avanzada de muchos de sus jefes de regimiento y haba pedido oficiales ms jvenes y vigorosos; no quera que ningn jefe de regimiento tuviera ms de cuarenta y cinco aos; pero en Corea, donde la tarea de mando exiga gran resistencia fsica debido al cruel clima y la naturaleza de la guerra, volva a pasar lo mismo. En vsperas de la guerra slo uno de los nueve jefes de regimiento, John Michaelis, con treinta y siete aos, satisfaca el requisito de Marshall; de los dems, uno tena cincuenta y cinco, otro cincuenta, cuatro cuarenta y nueve y dos cuarenta y siete. Al principio Michaelis era de lejos el mejor jefe del regimiento en Corea y su 27. Regimiento de Perros Lobo se utiliz en casi todas las situaciones crticas, como si se tratara de una brigada antiincendios. Durante aquellas primeras semanas, cuando las unidades estadounidenses se vean a veces rodeadas por los soldados norcoreanos, Michaelis tuvo tanto xito, en opinin de otros mandos, gracias a su formacin como oficial paracaidista, y a los paracaidistas se les enseaba a no preocuparse si se vean rodeados. Aquello era en cierto sentido su hbitat natural y estaban acostumbrados a esperar que los reabastecieran por aire. Los oficiales al mando de otras unidades, cuando se vean rodeados y aislados, solan caer en el pnico y retroceder de forma demasiado rpida; al replegarse, la disciplina de las unidades se relajaba, lo que haca que muy a menudo cayeran en emboscadas norcoreanas bien preparadas. Michaelis y sus hombres se preocupaban en primer lugar y sobre todo por la integridad de la unidad. La capacidad de sus hombres para ampararse mutuamente y para crear con su armamento campos de fuego protectores se consideraba ms importante que un eventual cerco temporal. Aquella guerra iba a ser para Walker la amarga culminacin de una carrera militar sorprendentemente rica que le haba permitido, como a muchos otros oficiales dotados, superar su escasa formacin acadmica y su origen de clase. Haba crecido en Belton, en el centro de Texas, y era uno ms de aquellos muchachos que haban decidido, en una poca en la que haba muchas menos opciones, que la milicia poda darles la oportunidad de salir de una pequea ciudad y de llevar una vida algo ms entretenida. Tras graduarse en la academia militar local intent ingresar en West Point, pero como slo tena quince aos lo haban enviado al Instituto Militar de Virginia. Sus resultados all no haban sido muy brillantes quincuagsimo segundo en una promocin de noventa y dos, pero en junio de 1907 consigui un nombramiento del Congreso para West Point y se incorpor a la promocin de 1911. Pero en Texas eran tiempos muy duros; su padre le escribi una carta pidindole que regresara a casa y le ayudara a llevar la tienda de paos de la familia, por lo que en octubre dej West Point y regres con la promocin de 1912. Tampoco esta vez destac; se gradu el septuagsimo primero de una clase de noventa y seis, cuando el Ejrcito estaba a punto de expandirse considerablemente debido a la primera guerra mundial. Poco antes de aquello form parte del 19. Regimiento, dedicado a pelear sin mucho xito contra Pancho Villa en una serie interminable de escaramuzas en la frontera con Mxico.5 1 Durante la primera guerra mundial Walker dirigi como capitn una compaa de ametralladoras y mereci dos Estrellas de Plata en la ofensiva de Meuse- Argonne con la que finaliz la guerra, con lo que dio un salto notable en lo que hasta entonces era una carrera bastante corriente. Era un oficial con nervio y dotado para la ofensiva, lo que impresion a sus superiores, convencindolos de que nunca les iba a fallar. No era brillante pero siempre se poda confiar en l. Era del tipo de hombres con los que se poda construir un buen ejrcito, y su origen de clase, al que se daba tanta importancia en West Point, importaba muy poco en el campo de batalla, donde lo que contaba era el instinto, el valor y el sentido del deber. Se llevaba bien con sus colegas, uno de los cuales era Leonard (Gee) Gerow, el mejor amigo de una joven estrella en ascenso en aquella poca llamada Dwight Eisenhower. En 1925 Walker fue admitido en el curso de la Escuela de Mando de Fort Leavenworth, creada tras la guerra para facilitar al ejrcito la seleccin de los oficiales destinados a convertirse en generales y si era necesario acelerar su carrera. En aquella poca no exista lo que ahora se llama va rpida, pero lo ms parecido en una institucin en la que en tiempo de paz las carreras progresaban muy lentamente fue lo que comenz en Fort Leavenworth. En el mismo curso que Walker estaban Gerow y Eisenhower, primero de los 245 asistentes, que comenzaba ya a destacar muy por encima de los dems. Walker qued el 117, pero aun as consigui buenos destinos. En 1935, cuando el ejrcito todava estaba reduciendo el cuerpo de oficiales, fue admitido en el Colegio de Guerra del ejrcito. Se gradu en 1936 y recibi lo que pareca un nombramiento muy corriente, el de oficial ejecutivo de la Quinta Brigada de Infantera en el cuartel de Vancouver en el estado de Washington. En realidad haba tenido suerte, porque al mando estaba el joven general de brigada George Catlett Marshall. El cerebral y austero Marshall, que pareca la quintaesencia del militar de Estado Mayor pero posiblemente era tambin un estupendo oficial de combate nadie lo saba todava porque no haba tenido la oportunidad de demostrarlo, pareci acoger con agrado al enrgico, belicoso y obviamente intrpido Walker. All naci una genuina amistad y en 1939, cuando Marshall, a punto de convertirse en el general ms importante de todo el Ejrcito de Tierra, lleg a Washington para hacerse cargo de su puesto como jefe de los planes de guerra, vivi durante un tiempo con la familia de Walker. Aquello signific para l una ventaja y una desventaja: una ventaja para su carrera, al ser algo as como un hombre de Marshall, pero una desventaja ms tarde cuando lleg a Japn y Corea, debido a la fobia que senta MacArthur hacia Marshall desde la segunda guerra mundial. Pero si de algo careca Walker era de carisma. Cuando lleg a Japn tena ya cerca de sesenta aos, era bajo de estatura y un tanto rechoncho. En una ocasin alguien le dijo a George Patton, con quien Walker haba servido distinguidamente en la segunda guerra mundial: Est un poco gordo, no?. Patton respondi: S, pero combatiendo es un pequeo hijo de puta.6 Su mandbula era blanda y redonda, su rostro y su cuerpo nada nervudos. Siempre tena algo de sobrepeso, alrededor de ochenta kilogramos para una talla escasa. Segn un escritor britnico, se pareca al mueco del anuncio de neumticos Micheln.7 Si Hollywood hubiera hecho el reparto, le habra aadido varios centmetros de altura o al menos lo habra adelgazado ensanchando sus hombros. El ejrcito siempre prefiere que sus generales sean altos, pues se cree que eso ayuda a la funcin de mando, pero el que no lo sea debe al menos parecer tan brioso como un gallo de pelea para ponerse a la altura de otros ms crecidos que pudieran sentir la tentacin de mirarlo de arriba abajo. En plena batalla Walker no pareca un general sino alguien recin arrancado a la vida civil destinado a convertirse en el inadaptado de la compaa. Lo que haca su tarea an ms difcil era su malsima relacin con la prensa, ya que siempre se mostraba desconfiado y huidizo, incluso con periodistas que lo apreciaban y que estimaban que estaba trabajando en circunstancias desusadamente difciles. En alguna ocasin, por ejemplo con Frank Gibney de la revista Time, en quien confiaba, se franqueaba explicando sus dificultades con unas tropas de tan baja calidad: Qu me dan para combatir?.8 Pero normalmente mantena ocultas su irritacin y sus frustraciones. Tena un control absoluto de su ego, lo que su hijo Sam Wilson Walker (merecedor de una Estrella de Plata en Corea) subrayaba as: Era condenadamente bueno, porque sirvi bajo los dos mayores egomanacos que el ejrcito estadounidense haya producido nunca, George Patton y Douglas MacArthur.9 Aceptaba las cartas que le haban servido, la batalla tal como era. No se quejaba. Durante la segunda guerra mundial haba estado al mando de la Tercera Divisin Acorazada y del XX Cuerpo en el Tercer Ejrcito de Patton, al que Walker en sus cartas a su mujer, llamaba Georgie en su nica muestra de sarcasmo hacia su afamado superior. De hecho, aquel puesto con Patton era el que Eisenhower pretenda, pero cuando su talento, dotes y encanto lo llevaron al mundo de la planificacin con Marshall, fue Walker quien recibi el preciado nombramiento de una divisin acorazada. Gracias a su combatividad se convirti en uno de los grandes favoritos de Patton. Este, que nunca fue prdigo en elogios, le escribi en una ocasin: De todos los cuerpos que he mandado el suyo fue siempre el ms dispuesto a atacar.10 Era intrpido e implacable en el mando, con tcticas tan audaces como las de su superior, pero sin intentar atraer la atencin sobre s mismo ni crear un culto hacia su propia persona. Era lo bastante inteligente como para saber que en el mundo de George Patton slo haba sitio para una superestrella. Cuando aparecan los periodistas, tratando de presentarlo como el preferido de Patton, invariablemente les daba esquinazo. Sin embargo, Eisenhower lo situaba al mismo nivel que Matt Ridgway y Relmpago Joe Collins en la guerra y cuando sta acab estaba a punto de recibir un importante nombramiento en el Pacfico. No se haca ilusiones sobre s mismo; era un buen militar que haca su trabajo, sobresaliente cuando lo diriga un superior verdaderamente dotado. En principio haban pensado en John Hodge para el puesto de mando en Corea, pero ste haba ofendido a Syngman Rhee y a otros coreanos con su insensibilidad casi sin par hacia su recuerdo de la ocupacin japonesa. Walker lleg a Tokio como comandante en jefe del Octavo Ejrcito en septiembre de 1948. Ya antes de que empezara la guerra de Corea haba tenido que aguantar all una especie de suficiencia. Dado que MacArthur y su gente ms ntima consideraban casi enemigos a los generales que haban combatido en Europa (disponiendo de los hombres y el material que a su juicio habran debido enviarse al Pacfico), Walker llevaba consigo varias marcas invisibles que despertaban la hostilidad de la Banda de Bataan. En primer lugar, no era un hombre de MacArthur y haba combatido en el escenario equivocado; tambin tena amigos equivocados: Marshall como patrocinador, y Gerow y Eisenhower como compaeros (fue uno de los pocos militares invitados a la boda del hijo de Eisenhower en 1947). En Tokio nunca cay bien y nunca fue aceptado. Los ms antiguos del crculo ntimo de MacArthur pensaban que no haba que tomarlo en serio, especialmente el nuevo jefe de Estado Mayor de MacArthur, el general de divisin Edward (Ned) Almond, para el que la segunda guerra mundial haba sido una desilusin y para quien era sin duda su ltimo nombramiento importante. Almond iba a ser un protagonista destacado de la guerra de Corea y su rivalidad singularmente desafortunada con Walker dej un sello indeleble sobre lo que sucedi all. Tampoco l haba sido desde el comienzo un hombre de MacArthur; al principio haba estado ms cerca de Marshall y ahora trataba de demostrar al comandante supremo de las Fuerzas Aliadas en el Pacfico y a quienes lo rodeaban que l era su sbdito ms leal, como un recin convertido a la Iglesia Catlica tratando de demostrar que era ms catlico que el Papa. Almond era tan belicoso como Walker y mucho ms astuto. Adems trataba de recuperar el tiempo perdido; en su opinin, tal como los militares hablan de esas cosas, no haba tenido una buena guerra en Europa, ya que haba estado al mando de la 92. Divisin, una unidad formada por negros en un ejrcito todava segregado, cuyos oficiales eran todos sureos (porque se supona, tal como solan decir ellos mismos, que saban manejar a los negros). Aquella haba sido una de las ltimas manifestaciones de una relacin arcaica, feudal, en un ejrcito supuestamente moderno, igualitario y democrtico. A los soldados de su divisin los llamaban sardnicamente Los fusileros galopantes de Eleanor Roosevelt, despus de que la entonces primera dama mostrara su inters por su bienestar y rendimiento. Tratados casi siempre como ciudadanos de segunda clase por oficiales a los que en su pas vean como su cruz, a menudo se haban comportado efectivamente como soldados de segunda clase. Almond, virginiano nacido en diciembre de 1892 que arrastraba todos los prejuicios tradicionales de su lugar de origen y su poca, haba finalizado la guerra an ms racista que cuando la empez. Su mando en Corea estuvo marcado por todo tipo de casos gratuitos de racismo, comportndose como una especie de dinosaurio poltico en un ejrcito que comenzaba en aquel momento a desagregarse. Hasta el comienzo de la segunda guerra mundial haba sido paradjicamente una especie de favorito de Marshall y la concesin del mando de la 92. Divisin reflejaba precisamente la fe que ste tena en l, creyendo que si alguien poda hacerse cargo de un puesto tan difcil y hacerlo funcionar sera Almond. Al comenzar la guerra estaba a la altura al menos en su propia opinin de hombres como Bradley, Collins, Patton y Ridgway, y cuando acab se senta bastante amargado y pensaba que el destino le haba jugado una mala pasada al situarlo al mando de la 92. Divisin. Siempre tuvo un ego enorme, a la altura, segn sus amigos, del de Patton. En el fondo nunca pens realmente que ningn otro general fuera mejor que l y los deficientes resultados de su mando en un momento profesional tan crtico supusieron una profunda desilusin que lo llev a pensar que lo haban estafado. Cualquier cosa que le sucediera en Tokio o en Corea, le dijo una vez a MacArthur, nunca sera peor que la situacin por la que ya haba pasado al mando de la 92. Divisin. En el ejrcito la gente ambiciosa como l, ya sean graduados de West Point o del Instituto Militar de Virginia, como era su caso, siempre se est comparando con sus colegas: quin llega antes a coronel, quin consigue primero el mando de un batalln, quin alcanza antes una estrella de general y, por supuesto, quin recibe antes el nombramiento para mandar una divisin. Los dems generales de su edad haban progresado en aquella guerra pica, haban conseguido puestos de mando importantes, se haban comportado como caba esperar y haban entrado a formar parte de la memoria colectiva del pas y de su orgullosa victoria, mientras que a l le haban puesto al mando de una divisin de negros en un experimento social que lamentablemente haba fracasado y estaba muy amargado por el resultado. No pensaba que tuviera que compartir ninguna crtica con sus hombres; en su opinin toda la responsabilidad recaa sobre ellos y solamente sobre ellos. Tena una enorme confianza en s mismo, era temerariamente intrpido y a veces pareca desafiar a la muerte; de hecho algunos de quienes sirvieron con l en Corea pensaban que la deseaba. Sus amigos crean que anidaba en l un componente trgico cuando lleg al cuartel general de Tokio. No era slo que sus esperanzas de convertirse en un gran general en la segunda guerra mundial se hubieran visto frustradas debido a la naturaleza del puesto que se le haba asignado; era algo mucho ms cruel, alojado muy profundamente en su interior. En trminos personales la segunda guerra mundial le haba hecho pagar un precio terrible: un da horrendo de 1944 supo por una carta de su mujer que haba perdido en combate a su hijo y a su yerno. El joven Ned Almond, de la promocin de 1943 en West Point, haba muerto con la 45. Divisin en el Valle del Po en Italia y su yerno Thomas Galloway, de la promocin de 1942 en West Point, piloto de combate casado con su nica hija, haba sido dado por perdido sobre Normanda durante el desembarco y aquella carta confirmaba su muerte. La noticia fue especialmente dura para Almond porque siempre haba presionado a su hijo, primero para ir a West Point y luego para incorporarse a la infantera. Cuando el joven Ned lleg a la zona de combate, Almond escribi a su jefe dicindole que no lo tuviera trabajando en las oficinas y que le diera una compaa de fusileros. La noche que le lleg la carta, Bill McCaffrey, uno de los principales oficiales de Estado Mayor de Almond, le pregunt si quera un sedante. McCaffrey haba pasado ya antes por una situacin parecida cuando el hijo del teniente general Willis Crittenberger, jefe del IV Cuerpo del Quinto Ejrcito, haba muerto cruzando el Rin. Crittenberger se encerr en su habitacin durante dos das y dej que sus subordinados dirigieran la unidad. McCaffrey pens que quiz Almond necesitaba un retiro parecido y algo que le ayudara a dormir, pero le respondi: No, no quiero ningn sedante y estar al mando de la divisin maana. En ningn caso deba McCaffrey contar lo que haba sucedido. No quera que nadie hiciera tonteras con su divisin, ni tampoco ninguna muestra de simpata. Almond termin la guerra como general de dos estrellas, cuando la mayora de quienes consideraba sus iguales tenan ya tres o cuatro. Pero ni siquiera entonces, en el nadir de su carrera, nadie que tratara con l poda subestimarlo. Todo lo llenaba con su presencia, y todo lo que haca tena que hacerlo rpida y perfectamente. Para quienes trabajaban bajo su mando siempre haba una orden ms que obedecer, un pelotn ms que mover y un papel ms que mecanografiar, sin un solo fallo o habra que mecanografiarlo de nuevo. Cada soldado de cada pelotn tena que estar perfectamente situado y cada oficial tena que conocer el nombre de cada uno de sus soldados, por muy recientemente que hubiera llegado. En 1945 aquella obsesin pareca ya nimia y obsoleta: la guerra haba terminado y el gobierno estadounidense haba decidido reducir el tamao de su ejrcito; los puestos de mando escaseaban y si algn enemigo se atreva a amenazar a Estados Unidos siempre quedaba la bomba atmica. Qu necesidad haba pues de un general de dos estrellas que haba tenido ya su gran oportunidad? Aunque haba estado en Europa, en 1946 pidi que lo destinaran al cuartel general de MacArthur. La alternativa era la agregadura militar en Mosc, que para l tena poco atractivo. El puesto disponible en Tokio era el de G-1, o jefe de personal, lo que normalmente no era un trampoln para el poder, pero en aquel cuartel general patticamente dbil demostr sus cualidades desde que lleg, y en particular una desusada competencia en un Estado Mayor de acmilas incompetentes. MacArthur no tard mucho en entender que Almond, hubiera estado en Europa o no, fuera o no un hombre de Marshall, era ms eficaz que cualquier otro oficial de los que tena a su alrededor y tambin que estaba ansioso por dar un ltimo empuje a su carrera; se dio cuenta de que Almond estaba a su disposicin y de que, aunque no hubiera estado en Bataaan, poda convertirse en su hombre. A principios de 1949, cuando el jefe de Estado Mayor de MacArthur, Paul Mueller, cumpli su perodo en el cargo y regres a casa, Almond, que ya era indeciblemente valioso para su superior, consigui el puesto. No era un puesto de mando de combate, pero quiz llegara a serlo algn da. La tarea real de un jefe de Estado Mayor suele ser la de actuar como hijo de puta para su superior. Todos y cada uno deban salir de all pensando que ste era un buen hombre que adoptara decisiones justas (y favorables) sobre todas las cuestiones, inmensamente grandes o infinitamente pequeas, siempre que pudiera, por eso estaba all su jefe de Estado Mayor para denegar todas las peticiones de cosas que MacArthur no quisiera hacer o tratar, y as hacer sentir a todo el mundo que MacArthur, ms benigno, lo habra aceptado si se hubiera conseguido superar la muralla que supona el malvado Almond.
Almond iba a ser un destacado protagonista durante los meses siguientes. La poltica del mando se fue haciendo cada vez ms importante a medida que se desarrollaban el esfuerzo blico y la estrategia: no slo Tokio se enfrentaba a Washington, sino que en el seno del propio alto mando en Tokio se libraba una lucha constante por ser el favorito de la camarilla; y Almond result ser un jugador muy superior a Walton Walker en la poltica del cuartel general. En cierta forma la lucha constante entre ambos reproduca en miniatura una contienda, ms amplia y permanente, entre el ejrcito estadounidense y el ejrcito de Douglas MacArthur. De los muchos apodos de Almond (El gran A, Ned el terrible), probablemente el ms difundido entre los oficiales de alto rango en Tokio era el de Ned el Ungido, con lo que se quera decir que el brazo de MacArthur siempre estaba sobre su hombro y que l era su ayudante principal, al que nunca haba que desafiar del mismo modo que l nunca desafiaba a su superior. Se supona que siempre hablaba en nombre de MacArthur, o al menos hablaba en su nombre con la frecuencia suficiente para que nadie quisiera ser quien descubriera cundo no lo estaba haciendo. Almond se convirti con el tiempo en el reflejo de MacArthur, y llev directamente a Corea la previsin de ste de lo que se supona que iba a suceder all y se esforz por ponerla en prctica, se adecuara o no a la realidad coreana. Almond era ms astuto e infinitamente ms poltico que Walker, quien no era ms que el representante de un ejrcito estadounidense bajo el mando de Ornar Bradley desde Washington, mientras que Almond se convirti muy hbilmente en la figura nmero dos de otro ejrcito estadounidense, ms o menos autnomo, bajo el mando de Douglas MacArthur desde Tokio. Entendi desde el principio que, dada la falta de talento de los dems miembros del Estado Mayor (a quienes el resto del ejrcito vea como un puado de gilipollas), MacArthur necesitaba al menos un profesional de alto nivel que hiciera funcionar el cuartel general. Este era un criadero de lisonja y poltica retrgrada, en cuyo centro estaba el propio general. Algunos de sus miembros utilizaban literalmente la frase cercano al trono para designar la relativa proximidad de cada uno de ellos a MacArthur;14 pues bien, al cabo de un ao de su llegada a Tokio Almond era sin duda el ms cercano al trono. Tambin era lo bastante listo como para no formar parte de ninguna de las muchas camarillas ni ponerse de parte de una contra otra. Lo ms importante fue que entendi que slo se poda alcanzar una conexin genuina con MacArthur a travs de una total devocin, lealtad y obediencia. Los enemigos de MacArthur tenan que convertirse en sus propios enemigos. La entrega deba ser total y cada movimiento deba ser correcto. No poda mostrar jams ni una duda sobre la grandeza de MacArthur. Tena que ser una prolongacin suya ms perfecta que el propio MacArthur. Estaba dispuesto para el examen. Segn J. D. Coleman, militar e historiador que sirvi a sus rdenes, tena un instinto natural para agradarle,15 con lo que aluda a su brillante capacidad, no slo para decirle a MacArthur lo que quera or, sino para anticipar lo que quera incluso antes de que el mismo general supiera que lo quera. Una de las cosas que le gustaban a Bill McCaffrey de la actitud anterior de Almond era su irreverencia, pero sta se fue esfumando desde que lleg a Tokio. Durante la segunda guerra mundial le haba hablado en una ocasin de forma tan insolente a Crittenberger, el jefe del IV Cuerpo, que McCaffrey temi por su suerte; le haba quitado prcticamente el telfono de las manos porque no se poda hablar de aquel modo a un superior.16 Pero el Almond de Tokio era, en opinin de McCaffrey, una persona nueva que se haba enamorado de su jefe. Si haba algo que molestara a quienes servan a sus rdenes en Tokio y ms tarde en Corea era su total sometimiento a MacArthur, junto con su destreza cortesana, su fra altivez hacia sus pares y su dureza con sus subordinados, excepto un puado de favoritos especiales, sus chicos, del mismo modo en que l era ahora el chico de MacArthur. Algunos de aquellos chicos y ninguno se benefici ms de su amistad que Jack Chiles, que pas de S-3 a mandar un regimiento gracias a su apoyo saban lo difcil y selectivo que era. Chiles dijo de l: Poda precipitar una crisis en una isla desierta en la que no hubiera nadie ms cerca.17 A pocos observadores neutrales les gustaba; Keyes Beech, que gan el premio Pulitzer por sus crnicas de la guerra de Corea y que sola sentirse a gusto con los militares, sentenciaba: Era mezquino y vengativo, y no muy inteligente; uno de los mayores hijos de puta que he conocido nunca, con uniforme o sin l. El problema en el trato con MacArthur es que con l era todo o nada y haba que jugar con su equipo al completo.18 Almond se encontr pronto tragndose algunas de sus viejas opiniones simplemente para adecuarse a la Banda de Bataan. Antes de la segunda guerra mundial se haba quejado a menudo ante McCaffrey de un oficial que trabajaba como agregado en Latinoamrica llamado Charles Willoughby, al que deca despreciar. Varias veces haba dicho de l que era pomposo, que se daba demasiada importancia y siempre estaba equivocado en todos sus informes, juicio que compartan muchos otros oficiales profesionales. Ahora, de la noche a la maana, comenz a defenderlo como un militar brillante. McCaffrey observaba aquel proceso de rehabilitacin y meneaba desconcertado la cabeza. Conociendo la vulnerabilidad de Walker, Almond se esforz por disminuir an ms su influencia en Tokio. Aunque slo era general de divisin, se atreva a hablar ante Walker, que era teniente general [con tres estrellas], de sus cinco estrellas, atribuyndose las de MacArthur. Llamaba por telfono al puesto de mando de Walker y le hablaba sin ms ceremonia de forma perentoria. Walker haca cuanto poda por defender su terreno y de vez en cuando preguntaba: Es usted quien dice eso o habla en nombre de MacArthur?.19 Pero era una batalla perdida: apenas poda hablar directamente con MacArthur, siempre tena que pasar por Almond. Walker era consciente de que todo aquello suceda con la aprobacin sustancial de MacArthur y por eso soportaba sus frustraciones lo mejor que poda. Nunca se enfrentaba a Almond, nunca peda que se prestara ms atencin a sus propuestas y nunca se quejaba subrepticiamente a sus amigos de Washington de lo difcil que era su situacin.
Segn el asistente de Walker, Joe Tyner, Almond se esforzaba a diario, de formas muy diversas, por convertir la vida de Walker en una especie de infierno. La mayora de las veces ste callaba, pero en alguna ocasin su irritacin por el trato que se le daba le hizo estallar. Tyner recordaba por ejemplo algo que sucedi un ao antes de que empezara la guerra. Haba una cena en casa de Almond. Justo antes de sentarse a cenar, Walker ech una rpida mirada a la mesa y descubri que haba un error en la forma en que se haba dispuesto el lugar de cada invitado. El protocolo militar dictaba que Walker se sentara en el lugar de honor, pero Almond se lo haba asignado a lord Alvary Gascoigne, el embajador britnico en Japn, hacia quien MacArthur pareca sentir simpata. Walker le dijo inmediatamente a Tyner: Trae el automvil! Nos vamos de aqu!. Tyner, al darse cuenta de lo enfadado que estaba su general y de la posibilidad de que se abriera una seria grieta que luego sera difcil de cerrar, trat de ganar tiempo diciendo: Mi general, le he dicho al chfer que se fuera. Luego busc a toda prisa a uno de los ayudantes de Almond, le explic el problema de la precedencia en la mesa y le inform de que Walker, muy enfadado, estaba a punto de irse. Se modific inmediatamente el orden en la mesa y Walker se qued a cenar; haba ganado una pequea batalla, pero iba perdiendo la guerra.20 As pues, durante las primeras semanas de guerra, mientras el gobierno estadounidense se esforzaba por mejorar apresuradamente sus fuerzas en casa, Walker, al mando de un ejrcito debilitado, trataba contra toda esperanza de frenar una formidable fuerza enemiga. Al empezar agosto, tambin comenzaron a cambiar las condiciones del campo de batalla, favoreciendo ms a Walker. El Inmin-gun estaba empujando a los soldados estadounidenses y sus aliados surcoreanos hacia una pequea esquina del pas en la que, con mucho menos terreno que defender, sus lneas de comunicacin y de abastecimiento comenzaron por fin a estabilizarse. El ejrcito norcoreano le estaba proporcionando a Walker, con sus propias victorias, un campo de batalla cada vez ms compacto en el que poda agrupar rpidamente sus fuerzas y aprovechar su mejor informacin y capacidad de fuego. Por el contrario las lneas de comunicacin y de abastecimiento norcoreanas, extraordinariamente estiradas, iban siendo cada vez ms vulnerables a los ataques areos, al mismo tiempo que el ejrcito estadounidense haca llegar cada vez ms aviones. El implacable bombardeo de la fuerza area estadounidense se estaba cobrando ya su peaje. Los soldados norcoreanos capturados hablaban de su creciente escasez de equipo, municiones y reservas mdicas as como de soldados con experiencia, en la medida en que soldados novatos estaban cubriendo los huecos que dejaban los veteranos de algunas unidades de lite norcoreanas: el Inmin-gun segua todava avanzando, pero cada una de sus victorias pareca ms prrica. Tambin iban llegando ms tropas de lite estadounidenses y de Naciones Unidas a lo que se conoca como permetro de Pusan. Por primera vez, si los soldados estadounidenses aguantaban y combatan, sabran qu unidades tenan a sus flancos. La batalla real, deca Walker a sus subordinados y a sus tropas aquellos penosos das, consista en intercambiar distancia por tiempo, confiando en frenar al Inmin-gun hasta que pudieran llegar ms soldados estadounidenses y aliados. La nica cuestin vital era: Podr este ejrcito tembloroso, debilitado y exhausto resistir lo suficiente en este campo de batalla ms pequeo hasta que lleguen unidades de lite estadounidenses de refresco y hasta que MacArthur aunque de eso no hablaba realizara su atrevido desembarco anfibio, su gran jugada en Inchon prevista para el 15 de septiembre? A finales de julio, cuando la ltima de sus unidades cruz el ro Naktong y comenz a establecer posiciones defensivas all, Walker les dijo a algunos de sus subordinados: Ya no habr ms retiradas, repliegues ni reajustes en las lneas, o como los queris llamar. Ya no hay otras lneas a las que nos podamos retirar. Esto no se va a convertir en Dunquerque o Bataan. Una retirada de [el puerto de] Pusan sera una de las mayores carniceras de la historia. Debemos combatir hasta el final y debemos hacerlo en equipo. Si algunos de nosotros morimos, moriremos combatiendo juntos. El propio Walker se haba opuesto a que el desembarco se realizara en Inchon: pensaba que era una apuesta demasiado arriesgada y que exiga demasiadas tropas de sus defensores debilitados. Su posicin sell en cierta forma su destino con su superior, ya que oponerse abiertamente al desembarco en Inchon era como ser desleal a MacArthur, y el desprecio de ste hacia Walker aument varios grados. Una de las cosas que ms preocupaba a Walker era su desventaja numrica: durante seis semanas cruciales, aquella misin privara a sus fuerzas ya debilitadas, que trataban desesperadamente de no ser expulsadas de la pennsula, de dos valiosas divisiones as como de gran parte del apoyo areo y naval. Desgraciadamente para Walker, aquella operacin no era slo un ambicioso plan de desembarco anfibio en Inchon, era un test de fe y de lealtad que todos los subordinados de MacArthur deban asumir. No haba trmino medio. La actitud de Walker estaba a favor de un desembarco anfibio en un lugar menos lejano de la costa coreana no era de adhesin incondicional, y su disidencia reforzaba la posicin de Almond, que se convirti en la fuerza impulsora principal en el alto mando, organiz la planificacin del desembarco en Inchon y se encar cuando fue preciso a los mandos de la Armada, entre los que haba varios expertos en desembarcos anfibios que tambin tenan considerables dudas sobre un desembarco peligroso en un lugar tan difcil. Pocos hombres pasaran un examen de lealtad con resultados tan brillantes como Almond en aquel momento con MacArthur, ni fracasar tan rotundamente como Walker. A raz del desembarco en Inchon Almond se convirti en el subordinado ms prximo a MacArthur y de hecho, para sorpresa (e irritacin) de la Junta de Jefes de Estado Mayor, consigui algo inslito en el Ejrcito: el mando de la fuerza anfibia en Inchon, lo que le permita ocupar dos puestos, el de comandante en jefe del X Cuerpo, la fuerza que iba a desembarcar en Inchon, y el de jefe de Estado Mayor del comandante supremo de las fuerzas aliadas en el Lejano Oriente. Walker, el hombre cuyo mando se haba dividido al entregar una parte muy considerable de l a su enemigo jurado, saba que en cierto modo haba fracasado a ojos de su superior. Deca: No soy ms que un general confederado derrotado. Mientras en Tokio se desarrollaba febrilmente la planificacin del desembarco en Inchon, en el sureste de la pennsula coreana el permetro de Pusan se estaba convirtiendo en escenario de una de las batallas ms sangrientas de aquella o cualquier otra guerra en la que hubiera participado el ejrcito estadounidense. Quedara en un lugar muy alto junto a las peores batallas de la guerra civil y algunas de las terribles campaas en las islas del Pacfico. La exigencia de victoria iba creciendo en ambos bandos al comenzar agosto; el ejrcito estadounidense aportaba fuerzas de refresco a un campo de batalla que se iba contrayendo y el ejrcito norcoreano, consciente de que no haba llegado hasta Pusan en tres semanas, como haba prometido Kim II-sung a Stalin, senta la necesidad urgente de obtener su ltima victoria antes de que la llegada de tropas estadounidenses pudiera tener un efecto pleno. La intervencin estadounidense en la guerra haba pillado a Kim Il-sung desprevenido, pero segua sobrestimando la capacidad de su propio ejrcito y subestimando la ventaja que disponer de un mejor armamento acabara dando ms pronto o ms tarde a los estadounidenses, as como el nmero de bajas que infligira a sus tropas. Los eslganes que haca llegar la direccin norcoreana a sus mandos sobre el terreno, Resolver el problema antes de agosto y Agosto ser el mes de la victoria, reflejaban la opinin de Kim Il-sung de que la guerra haba alcanzado un punto crtico decisivo y el temor creciente de que la guerra pudiera acabar en empate o incluso en derrota. Aunque Kim Il-sung segua siendo optimista, sus colegas chinos estaban mucho ms preocupados. A su juicio el avance del Inmin-gun hacia el sur, al final, haba fracasado y la marea de la guerra estaba a punto de invertirse. Kim Il-sung segua todava hablando de victorias, pero los dirigentes chinos estaban cada vez ms convencidos de que ya haba sido derrotado. En asuntos como aqul eran mucho ms sofisticados y desde el principio tenan poca confianza en el liderazgo de Kim Il-sung. En su opinin el ejrcito estadounidense no solamente haba detenido el avance del Inmin-gun, sino que estaba reforzando con nuevos soldados y equipo sus destacamentos en el pas. Estaba a punto de tomar la ofensiva. Si eso suceda, y estaban convencidos de que as sera, tambin ellos se veran implicados en aquella guerra.
Cuarta parte
La poltica de dos continentes
12
Ya antes de que empezara la guerra de Corea, el gobierno de Truman se hallaba en una situacin crtica en dos cuestiones: la primera, menos explosiva polticamente, era que muchos de los principales funcionarios de la administracin crean que el presupuesto de defensa era muy insuficiente, que las responsabilidades globales recientemente adquiridas por Estados Unidos eran mucho mayores que la disposicin del pas a financiarlas y que era preciso duplicar como mnimo, e incluso triplicar, ese presupuesto. El presidente, muy conservador en el gasto, se haba opuesto hasta entonces a tal incremento. La otra cuestin, mucho ms delicada, era el rpido deterioro de la colaboracin durante la guerra mundial entre los dos grandes partidos a medida que se haca patente el declive del gobierno de Chiang Kai-shek en China. Ms adelante esa cuestin se formulara como la prdida de China, dando por sentado que se poda perder un pas; la responsabilidad atribuida a los demcratas iba a pesar no slo sobre el gobierno de Truman sino sobre todo el partido durante las dos generaciones siguientes. Uno de los mitos ms arraigados de la poltica estadounidense durante las dcadas de 1950 y 1960 era que las querellas en cuestiones polticas cesaban a la orilla del ocano, como si la poltica exterior de Estados Unidos fuera una especie de rea sacrosanta, separada y situada por encima de la mezquindad habitual, de los intereses en conflicto del electorado de uno y otro partido y de las pasiones que generaban. No haba nada ms lejos de la verdad. Durante los aos de guerra no se haban borrado las diferencias, aunque se atenuaran debido al peligro que suponan Alemania y Japn, pero el bipartidismo volvi a cobrar fuerza en cuanto acab la guerra y el propio hecho de que los republicanos, alejados del gobierno durante una generacin, se hubieran sentido privados de voz y de poder, acabara dando alas al resentimiento acumulado durante tanto tiempo contra el partido gobernante. No se puede entender la ruindad que acab predominando en la poltica estadounidense como teln de fondo de la guerra de Corea y que llev a una parte del partido republicano a acusar a los principales arquitectos del victorioso esfuerzo de la guerra y de la poltica exterior de posguerra de actuar de consuno con los enemigos del pas, sin captar en su totalidad la profunda transformacin del panorama poltico del pas durante los cuatro mandatos presidenciales de Franklin Roosevelt, cuya revolucin econmica y social era lo que haba marginado, al menos de momento, al partido republicano. En cierta medida, lo que haba arrebatado a los republicanos su carcter de partido mayoritario era el puro carisma del propio Roosevelt y su extraordinaria capacidad, mucho mayor que la de cualquier otro poltico importante del pas, para sacar partido del instrumento tecnolgico ms reciente de la poca: la radio. Su dominio del medio radiofnico, su capacidad para utilizarlo para llegar al electorado de la forma ms ntima posible, se haba demostrado como un activo poltico incomparable con el que transform la propia naturaleza de la presidencia creando un vnculo emocional directo, antes desconocido, con el pueblo. El presidente dej as de ser una figura formal, distante e inalcanzable, con una actitud incmoda y rgida en las fotografas ocasionales publicadas en los diarios, y se cre un nuevo tipo de relacin, por unidireccional que fuera, entre l y el pueblo; en su nueva encarnacin el presidente era un amigo de la gente corriente, una figura poltica clida y amable que entraba en los hogares mediante las ondas, tan atento a las necesidades y temores de los estadounidenses como el mdico de familia, que tambin visitaba a la gente en su casa. Ni siquiera necesitaba pronunciar discursos, sino lo que ms bien se podan considerar como charlas junto a la chimenea que comenzaba diciendo amigos mos, con lo que forjaba una relacin totalmente nueva con millones de votantes. Se convirti as, sustancialmente, en el primer presidente de los medios de comunicacin, el creador de lo que se acabara llamando la poltica de los medios, que treinta aos despus dara lugar a la presidencia televisiva. El efecto acumulativo de su voz, su inigualable habilidad poltica, la amarga Depresin que haba hundido a tantos estadounidense en la miseria y lo haba catapultado a l a la presidencia, su programa econmico y poltico del New Deal, en apariencia revolucionario, y por supuesto el efecto galvanizador de la segunda guerra mundial, dej simplemente pasmados a los republicanos, asociados a la clase ms rica en una poca de catstrofe econmica. Ningn otro presidente estadounidense se haba mantenido en la Casa Blanca durante ms de dos mandatos, pero Franklin Roosevelt, debido a la particular confluencia de fuerzas muy diversas, obtuvo la presidencia cuatro veces seguidas. Su legislacin del New Deal concedi cierto poder a los estratos ms vulnerables de la sociedad y facilit la sindicalizacin en el lugar de trabajo, con lo que se convirti en representante de un partido poltico favorable a las necesidades y derechos de los trabajadores en un pas cuya economa era todava esencialmente industrial. Reforz su influencia sobre el pas gracias a su planteamiento de guerra global durante la campaa de 1940, con la que obtuvo su tercer mandato, y en 1944 volvi a ganar como presidente de guerra, pese a su mala salud y su declive fsico cuidadosamente ocultado al pueblo. La combinacin de dos acontecimientos trascendentales la Depresin y la guerra le permiti extender su notable dominio de la escena poltica mucho ms all del momento en que su fortuna, en tiempos polticos ms normales, habra comenzado a eclipsarse. A los republicanos les pareca en 1944 como si hubiera sido presidente desde siempre y pudiera seguir sindolo indefinidamente. Cuando se present a las elecciones presidenciales por tercera vez, la inminencia de una guerra mundial no slo haba daado seriamente al partido de la oposicin, sino que lo haba sumergido en una especie de esquizofrenia. Roosevelt era, despus de todo, un internacionalista, que fue preparando gradualmente al pas para la entrada en un nuevo conflicto global aterrador, acudiendo en ayuda de la acosada Inglaterra, su mejor y ms estrecho aliado. Sobre esas cuestiones el partido republicano estaba, notablemente escindido, atrapado en divisiones profundas, incurables y en buena medida geogrficas. Parte de su direccin representaba a un ala de la lite internacionalista tradicional y reflejaba las opiniones de los financieros de Wall Street y State Street, todos ellos hombre trasatlnticos. Crean que, volens nolens, Estados Unidos no poda mantenerse al margen de una guerra como aqulla y que deba elegir, ponindose por supuesto al lado de las democracias occidentales. Aquello situaba a parte de la direccin republicana ante la necesidad de respaldar el internacionalismo de Roosevelt o apoyar una figura ligeramente ms conservadora que sobre muchas de las grandes cuestiones de la poca, opinara de forma muy parecida al propio presidente; pero la otra ala del partido republicano era muy diferente, era de origen mucho ms plebeyo y se haca portavoz de los arraigados temores aislacionistas de las pequeas ciudades estadounidenses a verse arrastradas a las constantes disputas y guerras de una Europa corrupta, y lo que era peor an, de hacerlo por apoyar a los britnicos. Ese sentimiento predominaba sobre todo en el Medio Oeste, donde los crculos gobernantes de muchas pequeas ciudades odiaban con vehemencia casi todo lo que Roosevelt haca en el plano interno y en particular su New Deal, que esos crticos calificaban apasionadamente, por utilizar su trmino favorito, como socialista. Esa ala aislacionista del partido poda muy bien ser mayor en nmero que la internacionalista, y con seguridad era ms influyente a escala local, pero haba perdido la primaca, frente al ala internacionalista en la convencin de 1940, debido principalmente al ascenso de Hitler. En ella fue nominado candidato a la presidencia Wendell Willkie, el denominado abogado descalzo de Wall Street, lo que constituy un importante triunfo para los internacionalistas. Pero si aquello ya haba sido un duro golpe para la gente de las pequeas ciudades del Medio Oeste, los que saban que ellos eran los verdaderos republicanos y que el partido deba ser suyo, y que sus valores eran ms autnticos porque eran ms estadounidenses, volvieron a perder en la convencin de 1944, esta vez ante Tom Dewey, el gobernador de Nueva York, que los derrot de nuevo en 1948. Para los dirigentes republicanos del centro del pas, la voz de su candidato presidencial en aquellas elecciones haba sonado como la de gente incapaz de alejarse de los demcratas, un tenue eco, primero de Roosevelt y luego de Truman. Quien lea el Chicago Tribune pensar que soy descendiente en lnea directa de FDR, dijo una vez Dewey del principal peridico y portavoz de los aislacionistas. Mientras tenan lugar aquellas abrumadoras campaas de Roosevelt, la derecha republicana se haba sentido impotente y llena de rabia. Cuantas ms veces perda, ms frustrada e irritada se senta. Sus representantes haban llegado una y otra vez a la correspondiente convencin nacional confiados en sus grandes verdades, viendo finalmente que la nominacin les era arrebatada por la lite de los grandes estados industriales respaldada por unos pocos pero poderosos editores internacionalistas, entre los que destacaba Henry Luce, el propietario de las revistas Time y Life, que entonces se hallaba en la cumbre de su poder meditico. La amargura con que salieron de las convenciones de 1940 y 1944 era muy real; resultaba muy difcil saber con quin estaba ms indignada la derecha republicana, si con Roosevelt y los demcratas o con el ala internacionalista de su propio partido. Para ellos, los internacionalistas eran falsos republicanos, esnobs del este, lo bastante hbiles como para robarles la nominacin, pero no lo suficiente como para ganar las elecciones. Una vez concluida la segunda guerra mundial y con Roosevelt muerto, el ala derecha crey que haba llegado por fin el momento de reconquistar el poder, tanto en el seno del partido como a escala nacional. Las elecciones a medio mandato del ao 1946 les dieron la primera oportunidad para intentarlo. Su causa, tal como la vean ellos, era nada menos que el propio americanismo, la proteccin de unos robustos valores tradicionales que haban dado lugar a gente exactamente igual a ellos, frente a Estados Unidos de sus enemigos, en el que prosperaba gente proclive a lo que entendan como socialismo o comunismo, muy subsidiada por el gobierno. B. Carroll Reece, congresista por Tennessee y presidente del partido republicano, dijo justo antes de las elecciones: Este ao los estadounidenses tendrn que optar entre comunismo y republicanismo; a lo que el senador por Nebraska Kenneth Wherry aadi: Las prximas elecciones no son como las dems. Se trata de una cruzada. En cierto modo, para parte del pas, efectivamente era as. Harry Truman, presidente per accidens e inesperado heredero de Roosevelt, tuvo probablemente suerte de que las elecciones de 1946 no fueran presidenciales, dado el estado de nimo del pas y la ansiedad general que reinaba bajo la superficie. A diferencia de otros pases, tanto aliados como enemigos, extenuados y en ruinas tras combatir en guerras suicidas dos veces en un cuarto de siglo, Estados Unidos, cuyo territorio quedaba protegido en aquella poca frente a las bombas enemigas por la barrera que suponan dos grandes ocanos, haba salido de la guerra como la nica potencia econmica global, rico en un mundo pobre e infinitamente ms vigoroso que cinco aos antes. Pero se haba visto arrastrado a regaadientes por fuerzas exteriores, pateando y berreando, hasta el cnit de su poder, y bajo la superficie lata un sorprendente grado de ansiedad, as como resentimientos acumulados, muy en particular sobre la forma de abordar la paz cada vez ms compleja y difcil que ahora reinaba y el gran salto en la responsabilidad global que lleg con ella. Sobre la poltica estadounidense haba comenzado a pesar la nueva amenaza del comunismo sovitico, que de aliado se haba convertido repentinamente en adversario. Para algunos dirigentes del partido republicano, alejado del poder durante un perodo muy largo, aquello no era demasiado sorprendente: los soviticos haban sido un aliado casual e incluso haba quienes pensaban que la participacin en la guerra haba sido desde el principio un error; de nuevo se haba combatido para salvar a los britnicos. Una vez finalizada, pocos estadounidenses parecan dispuestos a asumir las serias obligaciones internacionales no pretendidas y sus riesgos que acompaaban al hecho de convertirse en superpotencia y reemplazar a Gran Bretaa como lder de la alianza occidental, y menos an a participar indefinidamente, como los arquitectos de la poltica exterior en Washington parecan demandar, en las interminables contiendas poltico-militares que tenan lugar en Europa. Muchos estadounidenses queran una relacin menos estrecha, no ms, con las democracias europeas. A los republicanos les fue muy bien en las elecciones al Congreso de 1946. El eslogan con el que los demcratas haban presionado durante la guerra pidiendo el apoyo a Roosevelt no se cambia de caballo a media carrera haba tenido mucho xito, pero ahora ya no era ms que un recuerdo. Los republicanos, presentando un programa de una reduccin general del 20 por 100 en los impuestos, obtuvieron once escaos ms en el Senado y cincuenta y cuatro en la Cmara de Representantes. La coalicin rooseveltiana entre los sindicatos en el norte y el aparato partidario de las grandes ciudades con los oligarcas conservadores del sur pareca a punto de hacerse pedazos, permitiendo el regreso, o as esperaban al menos los republicanos, a la normalidad tradicional estadounidense. Estados Unidos es ahora un pas republicano, dijo el senador Styles Bridges, de New Hampshire, que pronto se convertira en un miembro importante de lo que se conocera como el lobby chino. Parte de los republicanos recin elegidos haban hecho campaa no tanto contra el partido demcrata sino contra el comunismo y la subversin. Las elecciones aadieron a las filas de los senadores del partido a John McCarthy por Wisconsin, Bill Jenner por Indiana, John Bricker por Ohio, Harry Cain por Washington y James Kem por Missouri. Algunos de ellos, unindose a los conservadores ya presentes en el Senado, como Kenneth Wherry, iban a insistir machaconamente en el tema de la influencia de los comunistas y subversivos sobre el gobierno, que adems les serva en parte para ocultar su vulnerabilidad en cuestiones econmicas. The New Republic, entonces una revista tradicionalmente liberal,4 deca tras las elecciones: Inclinad la cabeza, chicos; el conservadurismo se ha apoderado de Estados Unidos. El resto del mundo se mueve hacia la izquierda, pero Estados Unidos se mueve hacia la derecha. Lo que estaba en juego era nada menos que el papel que deba asumir Estados Unidos en el mundo de posguerra. Estaba dispuesto o no a aceptar el liderazgo global de las democracias occidentales? Y cunto le iba a costar esa primaca en trminos de impuestos? Sobre esa cuestin ambos partidos tenan sus dudas. A ninguno de los dos le entusiasmaba la idea de tener que pagar el exorbitante precio que supondra dirigir todo Occidente. El partido republicano, el ms ardientemente anticomunista, predicaba la reduccin de las fuerzas armadas confiando en el monopolio nuclear del pas y rehua el compromiso en la reconstruccin de una Europa semidestruida y por ello mismo muy vulnerable, se crea entonces, a la subversin comunista interna. La verdad es que en vsperas de la guerra de Corea el Departamento de Defensa estadounidense estaba hecho unos zorros. Su presupuesto se haba visto recortado; sus fuerzas armadas eran demasiado pequeas; y su equipamiento el ms avanzado del mundo tan slo cinco aos antes era cada vez ms deficiente. La gente al mando de lo que ya se iba conociendo como seguridad nacional del pas estaba seriamente dividida sobre las necesidades a cubrir. En el momento en que el ejrcito norcoreano cruz el paralelo 38, el secretario de Estado Dean Acheson, al que la derecha republicana atacaba de forma virulenta por su supuesta blandura con el comunismo, trataba tan hbilmente como poda de obtener de la burocracia un compromiso para aumentar de forma considerable el gasto en defensa. Aunque ya era el miembro ms influyente del equipo de seguridad nacional del presidente, no tena en absoluto asegurado el xito. La razn era en parte la actitud del propio Truman, que si bien era un halcn en la mayora de los asuntos relacionados con la Guerra Fra, tambin lo era en todo lo referido al presupuesto, y odiaba el gasto deficitario. Segn deca James Forrestal, secretario de la Armada de 1944 a 1947 y luego de Defensa de 1947 a 1949, y uno de los miembros ms conservadores del gobierno demcrata, Truman era el hombre ms rgido que haya conocido nunca en lo que se refiere al dinero, y crea como yo que no podemos hacer naufragar nuestra economa tratando de ganar la "guerra fra". Cabra calificarlo como un populista del Medio Oeste intrnsecamente escptico, que deseo tifiaba de la gente con grandes ttulos inclinados a vanagloriarse, como en su opinin tendan a hacer muchos generales. Los militares, segn crea, estaban demasiado acostumbrados a gastar el dinero de los contribuyentes. Su propia experiencia como capitn de artillera durante la primera guerra mundial le haca desconfiar de los galones, especialmente de los oficiales de West Point, que en su opinin se tomaban a s mismos demasiado en serio. Truman era un chico de pueblo que haba crecido en una poca econmica muy dura que lo haba hecho muy conservador en cuestiones fiscales: no se debe gastar lo que no se tiene. Sus opiniones a ese respecto se haban endurecido durante su trabajo en el Senado, cuando encabez un comit dedicado a controlar el despilfarro de los militares al principio de la segunda guerra mundial: Ningn militar sabe nada de dinero. Lo nico que saben es gastarlo, y les importa un rbano si estn sacando de l el rendimiento adecuado o no, dijo en una ocasin. Con el tiempo se estrecharon mucho sus relaciones con algunos oficiales de alta graduacin como Ornar Bradley, pero su actitud bsica nunca cambi. Como le dijo a su futuro bigrafo Merle Miller, la mayora de ellos son como caballos con orejeras; no ven ms all de sus narices.5 Truman odiaba apasionadamente el dficit presupuestario. En Independence (Missouri), adonde se traslad su familia cuando el pequeo Harry tena seis aos para que pudiera ir a la escuela, las deudas contradas por su padre le costaron la prdida de la granja familiar. Lo que quera al terminar la guerra era comenzar a pagar la inmensa deuda al menos as pareca en aquella poca de 250 millardos de dlares que el pas haba acumulado durante el cuatrienio anterior. En cuanto concluy la guerra redujo el presupuesto de defensa de unos noventa y un millardos de dlares a un poco ms de diez millardos anuales, y esperaba rebajarlo pronto an ms, hasta seis o siete millardos de dlares anuales.6 Con otras palabras, a los altos funcionarios de seguridad nacional les iba a resultar muy difcil convencerle de la necesidad de aumentar el presupuesto militar para asumir el nuevo papel que deseaban para su pas. Evidentemente, Marshall y Acheson eran partidarios de ese aumento del presupuesto militar, y normalmente el secretario de Defensa debera haber estado de su parte, pero quien ocupaba el puesto en aquel momento, Louis Johnson que haba sustituido a Forrestal a causa de su delicado estado de salud era una excepcin. Era un enemigo jurado personal y profesionalmente de Acheson, celoso de su influencia sobre Truman y decidido a destruirlo polticamente aunque sufriera su propio presupuesto. La clave de este comportamiento de Louis Johnson era su propia ambicin poltica. Soaba con suceder a Truman como candidato demcrata para la presidencia en 1952, y pretenda hacerlo presentndose como el secretario de Defensa que haba conseguido reducir el gasto militar. De forma que al finalizar el invierno de 1949- 1950, Acheson se haba convertido en su mayor obstculo, y sus crticos del partido republicano, que disfrutaban atacando a la administracin por sus errores en poltica exterior, especialmente en China, no estaban dispuestos a facilitarle las cosas. Se supona que Estados Unidos deba tratar implacablemente a sus enemigos, pero no pareca haber prisa en la discusin sobre cmo pagarlo. Esto colocaba a Dean Acheson en la extraa situacin de verse atacado por ser blando con el comunismo, y al mismo tiempo se le impeda el tipo de gasto que crea necesario para detener la amenaza comunista en Europa y otros lugares. Dado que el aumento del gasto militar era un campo de minas poltico porque exigira seguramente impuestos ms altos, actu con precaucin. Su principal ayudante era un joven llamado Paul Nitze que comenzaba a ascender en el rea de la seguridad nacional y sustitua a George Kenoan como jefe de la Oficina de Planificacin Poltica que constitua el comit de expertos ms influyente del Departamento de Estado. A Acheson le pareca de lnea ms dura que Kennan y ms acorde por tanto a su propia poltica (Nitze sustituy formalmente a Kennan en La Oficina de Planificacin en enero de 1950, pero de hecho la diriga desde haca varios meses). Acheson y Nitze caminaban prcticamente de puntillas en su intento de convencer a la burocracia de su plan para una transformacin completa de la poltica de defensa. El plan se plasmaba en un documento que se conocera como Documento 68 del Consejo de Seguridad Nacional, o NSC-68, un documento pionero en la redefinicin de las necesidades de defensa de Estados Unidos. Trataron de mantener en secreto mientras pudieron el alcance del cambio que planeaban para que no se enteraran Johnson y sus potenciales aliados, en particular de su previsible coste. Acheson quera obtener tantos apoyos como fuera posible en los altos niveles de la burocracia para el principio de un mayor compromiso de defensa antes de que nadie empezara a hablar del precio, y no quera reunirse con Louis Johnson antes de tenerlo todo bien atado. De hecho actuaba a sus espaldas. Paradjicamente Acheson, el secretario de Estado, acabara obteniendo el apoyo prcticamente unnime de la Junta de Jefes de Estado Mayor para su propuesta de elevar el presupuesto, dada la impaciencia de los militares ante los escasos fondos destinados a La defensa durante cinco aos. Uno de los principales argumentos en favor de las reducciones haba sido el de que el monopolio nuclear estadounidense le permita al pas restringir los gastos en las dems partidas, pero ese monopolio atmico haba concluido en el otoo de 1949, con lo que volvan a aparecer en primer plano cuestiones largamente demoradas. La refriega entre militares y civiles acerca del presupuesto haba comenzado ya en 1945. Todo el pas, y en particular ambos partidos polticos, se haban lanzado a una carrera indecente por reducir las fuerzas armadas cuando concluy la segunda guerra mundial. Tanto la derecha como la izquierda haban favorecido una desmovilizacin tan rpida como fuera posible. El pas en guerra, que haba acumulado casi de la noche a la maana el ms poderoso arsenal militar de la historia de la humanidad, reflejaba un aspecto de Estados Unidos; la desmovilizacin reflejaba otro, slo que en ambos casos se trataba del mismo pas. El problema de una gran democracia como Estados Unidos, seal en una ocasin George Kennan, era que casi siempre se mantena como un gigante dormido, desatento a lo que ocurra a su alrededor hasta que se despertaba repentina y tardamente, y se pona tan irritado con lo que descubra que comenzaba a sacudirse los problemas de forma salvaje. En 1946 Dwight Eisenhower, entonces jefe de Estado Mayor del ejrcito, fue invitado al Capitolio para reunirse con J. Parnell Thomas, uno de los ms duros congresistas de la poca, y en aquel momento presidente del comit de asuntos militares de la Cmara de Representantes. Thomas, un reflejo fascinante de la poca, era representante de Nueva Jersey por el partido republicano y un ardiente anticomunista, y haba declarado repetidamente que Roosevelt y el New Deal saboteaban el sistema capitalista. Como presidente del Comit de Actividades Antiamericanas de la Cmara obtuvo cierta fama en la caza de comunistas en Hollywood, pero pronto acabara en prisin junto a algunos de ellos (que como l mismo haban invocado la Quinta Enmienda para negarse a testificar) en Danbury (Connecticut) por incluir empleados fantasmas en la nmina de su oficina cuyos supuestos salarios iban a engrosar su patrimonio. Eisenhower sospechaba que su reunin con Thomas dara lugar a una agria discusin con un importante miembro del Congreso sobre la forma de reducir el nivel de las fuerzas estadounidenses perjudicando lo menos posible al pas, pero se encontr en una emboscada de primera magnitud: all estaba Thomas rodeado por un grupo de atractivas esposas de militares ansiosas por tener de vuelta en casa a sus maridos, y sobre una mesa un gran nmero de zapatos de beb; de repente apareci un fotgrafo y a las pocas horas llegaba a todas las redacciones del pas una foto en la que aparecan todas aquellas mujeres, los zapatos de beb, un sonriente Thomas y un furioso Eisenhower.7 Al final de la guerra Estados Unidos tena 12 millones de hombres y mujeres en el ejrcito. La tasa de desmovilizacin era abrumadora: cada da abandonaban el servicio 15.000 personas. Cuando aparecieron problemas logsticos en el regreso a casa de las tropas desde el extranjero se extendieron las protestas con el eslogan si no hay barcos no habr votos.8 A principios de 1947 el nmero de militares se haba reducido a 1,5 millones de personas, y el presupuesto anual de defensa, que haba alcanzado en tiempo de guerra un mximo de 90.900 millones de dlares, se haba reducido a 10.300 millones. Por aadidura, el impresionante material militar de la segunda guerra mundial no se estaba modernizando. Al cabo de pocos aos buena parte de l estaba anticuado o era inservible. Estudios posteriores del ejrcito mostraron que en el momento en que las divisiones norcoreanas irrumpieron en el sur, el 43 por 100 de los hombres alistados bajo el Mando del Lejano Oriente poda clasificarse, en trminos de capacidad e inteligencia, como de clase 4 o clase 5, las dos categoras ms bajas de la clasificacin general del ejrcito. En opinin de los altos mandos militares, el pas estaba dando la espalda a sus responsabilidades. El general Albert Wedemeyer, observando la carrera de la desmovilizacin,9 coment: Estados Unidos ha combatido [en la segunda guerra mundial] como en un partido de ftbol, tras el cual el ganador abandona el campo y se va a celebrarlo. Como dijo George Marshall, no era una desmovilizacin, sino una demolicin.10 En palabras del general Omar Bradley, el ejrcito tena slo una divisin la 82. Aerotransportada que pudiera considerarse remotamente preparada para el combate. En aquellos aos, en opinin de Bradley, el ejrcito estadounidense, despus de haber disminuido tan rpidamente justo antes de la guerra de Corea, no poda abrirse camino ni para salir de una bolsa de papel. Los presupuestos militares se iban convirtiendo en documentos cada vez ms brutales. Lo que se reduca, como sealaba Cabell Phillips, corresponsal de seguridad nacional para el New York Times, no eran michelines sino msculo y hueso. A finales de 1948 las tres armas presentaron, para ir preparando el presupuesto para el ao fiscal 1950, sus propias previsiones de gasto. El total era de 30 millardos de dlares, que James Forrestal, el primer secretario de Defensa, consigui reducir, trabajando durante horas, a 17 millardos; pero Harry Truman, ms preocupado por la economa nacional que por el gasto militar (y muy consciente de las desastrosas consecuencias para su partido de cualquier aumento de impuestos), decidi que no poda superar los 15 millardos de dlares. Al final fueron 14.200 millones. La competencia entre las distintas armas por los limitados fondos disponibles fue salvaje. El papel de la Infantera de Marina fue brutalmente reducido; algunos militares decan, como Bradley, que en el futuro no habra necesidad de misiones anfibias, lo que limitara igualmente el papel de la Armada. Si alguna de las tres armas pareca favorecida en aquel momento era la Fuerza Area, que contaba en su arsenal con la bomba atmica. Pareca algo caracterstico de aquella sociedad democrtica particular, que haba interiorizado una sensacin de seguridad basada en la proteccin que le ofrecan los dos grandes ocanos. Durante la guerra de Corea George Marshall, que haba sido la figura ms importante en la puesta a punto del ejrcito al principio de la segunda guerra mundial, estaba convencido de que Estados Unidos no haba aprendido todava la leccin. Cuando Truman se reuni con MacArthur en la isla de Wake a mediados de octubre de 1950, Marshall no hizo el viaje, pero se sorprendi por la euforia que pareca dominar a los que volvieron de all. Frank Pace, el secretario del ejrcito, le cont entusiasmado el optimismo de MacArthur en cuanto a lo prximo que estaba el final de la guerra y lo pronto que retornaran las tropas, dicindole: General Marshall, el general MacArthur cree que la guerra habr acabado para el Da de Accin de Gracias y que las tropas regresarn a casa antes de Navidad. Para sorpresa de Pace, Marshall no pareca complacido: Pace, eso es muy preocupante. Pace pens que Marshall no le haba entendido, por lo que le repiti la buena nueva de que el final de la guerra estaba prximo. Ya le he odo le dijo Marshall, pero un final demasiado precipitado de la guerra no nos permitira alcanzar una comprensin total de los problemas que afrontamos. Pace, todava extraado, le pregunt si quera decir con eso que el pueblo estadounidense deba entender mejor todas las consecuencias de la Guerra Fra. Eso era, le dijo Marshall, exactamente lo que pensaba. General Marshall, para el pueblo estadounidense ha sido una guerra muy difcil y larga, le respondi Pace. Pero Marshall no estaba de acuerdo. Ya haba pasado por ello al final de la segunda guerra mundial: al momento de haberse terminado, los tanques se oxidaban en el Pacfico, los chicos volvan a casa para recuperar sus empleos civiles, y se haba permitido que la fuerza militar que se haba construido de forma penosa, se desvaneciera. Pero haba momentos y momentos, argumentaba Pace, y desde entonces ha pasado mucha agua bajo los puentes. Me juzgara usted un ingenuo si le dijera que el pueblo estadounidense ha aprendido la leccin?. No, Pace, no dira que es usted ingenuo, sino que es increblemente ingenuo, le respondi Marshall.
La persona que ms haba insistido en los altos niveles de la burocracia en ajustarse a las nuevas necesidades al principio de la Guerra Fra era Forrestal, cuya salud mental, bajo la presin de las reducciones, de su propia preocupacin por las intenciones soviticas y seguramente de algn desajuste psquico personal, haba comenzado a deteriorarse. Trabajaba tantas horas que, como dijo Eisenhower, no las aguantara ni un caballo. Forrestal haba sido de los primeros en adoptar una lnea dura con respecto a los soviticos, y en julio de 1945 incluso haba planteado la cuestin, muy poco popular entonces, de si la derrota que Estados Unidos infligiera a Japn deba ser completa. Tema que si quedaba demasiado poco del antiguo Japn se produjera un vaco poltico en el noreste de Asia que sera colmado rpidamente, no slo por los soviticos, sino quiz tambin por el poder creciente de los comunistas chinos, que estaba seguro de que venceran en su guerra civil. Queremos realmente destruir la base industrial de Japn, como muchos de los principales estrategas pretenden?, se preguntaba Forrestal, cada vez ms melanclico en su juicio de que el presupuesto de defensa de Estados Unidos no corresponda a una visin realista de la Unin Sovitica y ni siquiera a su propia retrica, y de que sta exceda a su capacidad militar. A esa melancola poltica se aada un serio declive de su salud mental, y a finales de 1948 sus mejores amigos estaban cada vez ms preocupados por l. Se mostraba progresivamente ms paranoico y demacrado y pareca acosado. El cuello de la camisa pareca venirle cada vez ms grande. No poda dormir; el color de su rostro era ceniciento. Estaba absolutamente seguro de que los soviticos controlaban su telfono. Durante sus ltimas semanas en la Secretara de Defensa llamaba a Truman varias veces al da para plantearle el mismo tema. Era obvio que estaba al borde de un colapso nervioso total. El propio Forrestal senta que se vena abajo. A principios de febrero de 1949 le dijo a Truman que abandonara su puesto el 1 de junio; pero Truman saba que no durara tanto. El 1 de marzo de 1949 llam a Forrestal y le pidi su dimisin. Cuatro semanas despus Louis Johnson, que tanto haba ayudado a Truman en la recaudacin de fondos para la campaa electoral de 1948, sustituy a Forrestal y ste fue hospitalizado. El 22 de mayo se quit la vida saltando desde una ventana del 16. piso en el hospital naval de Bethseda, convirtindose as en una de las primeras vctimas de las presiones de la atmsfera de la Guerra Fra. El nombramiento de Louis Johnson se demostr como uno de los peores y ms sectarios de Truman. Johnson era un matn, lleno de certidumbres y no de matices, que a su modo estaba emocionalmente tan fuera de control como Forrestal. Consigui ganarse el odio perpetuo de los militares de ms alta graduacin, no slo por la brutal reduccin de su presupuesto, sino por su trato grosero y el poco respeto que les mostraba. Lo que retrospectivamente ira quedando cada vez ms claro sobre aquellos aos era la situacin crucial de la historia de Estados Unidos que le haba tocado en suerte a Truman y su gobierno. Lo quisiera o no, estaba pasando de ser un pas poderoso pero que todava lo ignoraba y que vacilaba en el uso internacional de su musculatura industrial, a convertirse en superpotencia. Los debates sobre el futuro, la batalla en el seno de la administracin sobre el NSC-68 y hasta los excesos de la poca de McCarthy eran en cierto modo manifestaciones de aquel cambio espectacular, que iban acompaadas, como no poda ser de otro modo, por grandes pesares. La presidencia de Franklin Roosevelt haba tenido lugar durante el ascenso de Estados Unidos a la cumbre del poder mundial y su muerte haba coincidido con el momento culminante de ese ascenso, la victoria sobre Alemania. Todo el conflicto sobre el gasto en defensa durante la presidencia de Truman, en el que al principio slo una lite relativamente reducida pugnaba por un nuevo tipo de alianza militar y econmica con las democracias de Europa occidental, mientras que una marea nacional cada vez ms poderosa porfiaba contra ese mismo internacionalismo, era en realidad un asunto ya resuelto por la fuerza de los acontecimientos. Truman fue el primer presidente que tuvo que afrontar las consecuencias y contradicciones de la gran victoria obtenida en la segunda guerra mundial y el poder (y la responsabilidad) que haba otorgado a su pas. No slo tena que conducir el gobierno en pos de un nuevo tipo de internacionalismo sino que tena que afrontar una reaccin poltica nacional inestable y a veces hostil mientras el pas iba aceptando lentamente sus nuevas responsabilidades. La alternativa bsica a dirimir se planteaba entre un mayor internacionalismo o la prolongacin del aislacionismo tradicional, y quiz algo igualmente importante era cunto estaba dispuesto a pagar el pas a ese respecto. Es ese trasfondo el que hay que tener en cuenta, as como la insistencia de Truman en la primaca de una estrecha alianza con la Europa democrtica, que habra que reconstruir y fortalecer, a la hora de entender la cada de China, el ascenso de Mao y ms adelante la Guerra de Corea, al igual que las tensiones polticas que esos acontecimientos desencadenaron en el propio Estados Unidos. Dean Acheson fue sin duda el personaje que desempe un papel ms importante en el debate sobre el NSC-68. En realidad ste no lleg al gran pblico y se trat ms bien de una brega entre diferentes fuerzas en el seno de la burocracia que colisionaron sobre la cuestin de qu deba hacer Estados Unidos en la posguerra, hasta dnde deba llegar su poder y hasta qu punto deba asumir el papel tradicional de Gran Bretaa como lder de Occidente. Incluso antes de ser nombrado secretario de Estado, Acheson se haba convertido en el protagonista decisivo del momento, y quiz durante medio siglo, en cuestiones de seguridad nacional, y en el arquitecto ms importante de la estrategia que llev a Estados Unidos a asumir el liderazgo de las potencias occidentales, as como la poltica de contencin y coexistencia con la Unin Sovitica. Cuatro dcadas despus, cuando sta se derrumb, en gran medida por su propio peso y por la incapacidad de su economa para funcionar de forma moderna, los medios tendieron instintivamente a atribuir mayor protagonismo a Ronald Reagan, cuya poltica contribuy a empujar a un adversario parcialmente en bancarrota hasta el borde del colapso econmico; pero con mayor propiedad el triunfo de la poltica occidental corresponda al diseo elaborado por una prolongada cadena de lderes polticos estadounidenses que haba permitido detener los avances soviticos en Europa, y uno de los principales entre ellos fue Dean Acheson. Su poca, los aos ms decisivos e importantes de la Guerra Fra, durante los que se consolidaron las principales alianzas estadounidenses de posguerra, impulsadas por una formidable necesidad de seguridad colectiva, podra ser descrita sin exageracin como la Era de Acheson. Ningn otro poltico domin como l, sin llegar a la presidencia, la toma de decisiones en poltica exterior de Estados Unidos durante aquel perodo. George Marshall, la figura ms influyente en ese terreno durante la segunda guerra mundial como consejero de Roosevelt, se senta ya exhausto y su salud comenzaba a declinar. Tras la muerte de Forrestal, Acheson dominaba el panorama desde la Secretara de Estado. Sus propuestas, muy influidas por la debacle de la poltica posterior a la primera guerra mundial, fueron decisivas en la creacin de las alianzas militares y econmicas que vertebraron el mundo occidental, vinculando ms que nunca a Estados Unidos con Europa. No por casualidad titul sus memorias, con cierta inmodestia, Present at the Creation. Tena ciertamente una idea muy clara de cul deba ser la poltica estadounidense en un momento en que se arriaba la bandera britnica: dar primaca a la alianza con Europa. Por ello tambin fue el principal blanco de quienes, por una razn u otra, se sentan a disgusto con aquella apuesta, bien porque abominaran del New Deal, porque aborrecieran a los britnicos, porque prefirieran el aislacionismo o porque se inclinaran por conceder la prioridad a Asia (y China). Era en gran medida un miembro de la lite gobernante, sin dudas en cuanto a su derecho a marcar un rumbo (o el que crea ms adecuado). Pero aquella perspectiva que para l y otros como l era tan clara, todava no haba sido asumida ampliamente por los millones de estadounidenses que esperaban una normalidad al viejo estilo, lo que provoc muchas e importantes contradicciones en el comportamiento estadounidense hacia el resto del mundo. La poltica exterior de Estados Unidos durante los primeros aos posteriores a la segunda guerra mundial, como seal en cierta ocasin el propio Acheson, podra resumirse en tres propsitos: 1. Traer a los chicos a casa;14 2. No seamos Santa Claus; 3. No nos dejemos atropellar. Desde un principio tuvo que trabajar en un terreno minado. Fue nombrado secretario de Estado el 21 de enero de 1949, al da siguiente de la toma de posesin de Truman, pero los republicanos lo consideraban ya un peligro desde mucho antes. Las sesiones congresuales previas a su confirmacin como subsecretario de Estado haban sido desacostumbradamente polmicas, ocasin de confrontacin entre el gobierno y el ala derecha republicana. Los partidarios de dar prioridad a China siempre haban tenido la sensacin de que Acheson era su enemigo jurado y MacArthur pareca pensar que uno de sus principales objetivos era cortarle las alas, lo que en gran medida era cierto (cuando MacArthur anunci que tena ms soldados de los que necesitaba, Acheson la tom con l, diciendo que las autoridades de la ocupacin [de Japn] no eran quienes diseaban la poltica, sino meramente sus instrumentos, una declaracin que molest mucho a MacArthur).15 Esto suscit una agria controversia durante las sesiones para dar el visto bueno a su nombramiento como subsecretario, al que se haban opuesto varios republicanos muy conservadores porque, como deca el senador Kenneth Wherry, haba manchado el nombre de MacArthur. Doce senadores votaron a favor de la propuesta de Wherry de rechazar el nombramiento, pero fue rpidamente derrotada y ste se aprob por sesenta y nueve a uno. El ncleo del resentimiento contra l, segn dijo veinticuatro aos ms tarde Acheson, era la relacin de Truman con MacArthur. Si hubiramos podido prever el futuro, habramos reconocido aquella escaramuza como el comienzo de la lucha que llev a la destitucin de MacArthur el 11 de abril de 1951.16 En la nueva poca de confrontacin entre los partidos, Acheson se convirti en el blanco perfecto de los crticos ms conservadores del gobierno. Que stos le achacaran una supuesta complicidad con la izquierda era paradjico y reflejaba el espritu de los tiempos. I. F. Stone, quien s se identificaba con los valores de la izquierda, sealaba: Slo la muy distorsionada visin de la Guerra Fra pudo presentar a Acheson como algo distinto de lo que era en realidad: un "conservador ilustrado", por utilizar una descripcin brbara y condescendiente. Quin recordaba aquellos das de virulento macartismo cuando al incorporarse al gobierno como subsecretario del Tesoro Acheson haba sido denunciado por los partidarios del New Deal como un caballo de Troya de Wall Street, un agente encubierto de los grandes banqueros?.17 Acheson posea un gran intelecto, algo de lo que era muy consciente, a lo que se una un riguroso sentido de la justicia que a veces le cre considerables problemas. Su padre, Edward Campion Acheson, emigr a Canad siendo muy joven y combati a los indios en los territorios del noroeste antes de incorporarse al servicio eclesistico como pastor episcopaliano. As pues, el afn justiciero y la disposicin a empuar las armas en su nombre estaban bastante arraigados en el hogar, muy tradicional y acendradamente anglofilo, del pequeo Dean. Edward Acheson se haba casado en Canad con Eleanor Gooderham, hija de un prspero destilador de whisky y presidente de un banco, y con el tiempo, despus de dirigir como prroco la iglesia de Middletown, fue nombrado obispo de Connecticut. As pues, la familia en la que naci Dean Acheson en 1893 era relativamente prspera y bien relacionada, pero no demasiado rica. Tras sus primeros estudios en Groton y en Yale, donde no se puede decir que destacara, ingres en la Escuela de Derecho de Harvard, donde por primera vez se dedic a estudiar en serio. Se gan la proteccin del gran profesor y futuro juez del Tribunal Supremo Flix Frankfurter y fue durante un tiempo secretario privado de otro juez del Supremo, Louis Brandis. Frankfurter, una especie de centro de intercambio en un solo hombre que reuni a muchos de los talentos que trabajaran para el New Deal, fue quien puso en contacto a Acheson, que por aquel entonces trabajaba como asesor jurdico de empresas en Washington, con Roosevelt, quien lo nombr subsecretario del Tesoro en 1933. Adems de Frankfurter, le sirvi como aval su estancia en Groton, donde tambin haba estudiado Roosevelt. Acheson destacaba por su educacin, su presencia y sus modales, si no por su riqueza, y no se recataba en hacer gala de ello; su actitud de superioridad, tanto intelectual como social, irritaba a menudo a quienes pareca considerar mortales inferiores. No sola tener dudas sobre s mismo sino que era el tipo de hombre que crea que hacer lo adecuado con la gente adecuada y con la finalidad adecuada era lo ms justo y noble, algo que estaba por encima de la poltica de partido, pero que los tratos parecidos realizados por quienes se oponan a l reflejaban la falta de honor y de carcter propia de quienes a sus ojos eran gente con motivos cuestionables. Trataba con muy poco tacto a demasiados miembros del Congreso, como si el propio proceso poltico los hubiera contaminado. Sola hablarles como un maestro de escuela obligado a ensear a un nmero excesivo de alumnos indisciplinados. Como dijo Walter Judd, congresista republicano por Minnesota, antiguo misionero en China y una de las figuras clave del lobby chino, los trataba con cierta altanera, como si lamentara tener que distribuir preciosas perlas a los cerdos.18 Para sus crticos era, con sus modales esnobs, su traje de corte britnico hecho a medida y su mostacho de la Guardia Real, la mismsima encarnacin de todo lo que reprochaban a Washington, al gobierno y al New Deal. El senador Hugh Butler de Nebraska deca: Cuando veo sus modales insolentes, su traje britnico y su newdealismo, me entran ganas de gritar: "Fuera, fuera, representas todo lo que ha ido mal en Estados Unidos durante aos".19 Su bigote pareca un escollo. Su viejo amigo Averell Harriman le aconsej que se lo afeitara porque despertaba resentimiento: Se lo debes a Truman, le dijo.20 Acheson era, ms que nada, un hombre del Atlntico. Desde el principio de la segunda guerra mundial haba sido apasionadamente partidario de la intervencin y en 1940, cuando muchos de sus contemporneos juzgaban que un tercer mandato sera poco democrtico, no haba dudado en apoyar a Roosevelt. Probablemente a ninguna otra figura del gobierno le result ms fcil que a Acheson la transicin de Roosevelt a Truman, quien lo nombr subsecretario de Estado en 1945, pocos meses despus de asumir la presidencia. Acheson se convirti casi inmediatamente en uno de sus hombres de confianza. Desde el principio advirti, como pocos, la fuerza de carcter, la determinacin y, cuando era necesario, la temeridad de Truman. Lo que ste quera esencialmente en Europa el tipo de estabilidad que los vencedores no haban sabido proporcionar tras la primera guerra mundial era exactamente lo mismo que quera Acheson. Otro factor a su favor era que Truman, muy inexperto en poltica exterior, lo necesitaba a su lado mucho ms que Roosevelt; y a Acheson a su vez le gustaba lo directo que era Truman, algo que le resultaba un alivio tras lo que consideraba una constante presencia manipuladora de Roosevelt. En una ocasin Acheson le dijo a John Crter Vincent, uno de sus asesores sobre asuntos chinos en el Departamento de Estado: Ese chico tiene ms redaos de lo que t piensas. Llamar "ese chico" al presidente poda sonar un tanto petulante, pero lo que subrayaba de hecho era que vala la pena trabajar con l. En cualquier caso, la sorprendente facilidad de trato entre Truman y Acheson era en muchos sentidos un modelo admirable de relacin entre presidente y secretario de Estado. Acheson dijo en una ocasin: l es el nico de quien puedo estar seguro. Pero si aqulla fue la Era de Acheson, no slo reflejaba sus aspectos positivos sino tambin los negativos. En los asuntos que mejor entenda la necesidad de estabilizar las democracias europeas y de reforzarlas econmicamente para resistir el potencial expansionismo sovitico Estados Unidos tuvo sustancialmente xito; pero en aquellos de los que saba o se ocup menos como lo que significara para la poltica exterior occidental y estadounidense una era anticolonial, tuvo mucho menos xito. Acheson era un hombre autnticamente conservador, en el antiguo sentido de la palabra, y le preocupaba muy poco el profundo cambio del antiguo rgimen que comenzaba a gestarse en el mundo subdesarrollado, un reto que en forma diferente y con fuerza cada vez mayor acabara obsesionando a sus sucesores durante los siguientes treinta aos. Uno de sus problemas en el trato con el mundo subdesarrollado era la ausencia en ste de hombres con los que le resultara fcil hablar, hombres de su estilo como los haba en Gran Bretaa, o en menor medida en Francia y tambin en Alemania. En el Tercer Mundo no haba ningn Anthony Edn, Jean Monnet o Konrad Adenauer, y no poda considerar su igual en modo alguno a alguien como Ho Chi Minh. En 1952, por ejemplo, cuando la represin francesa en Indochina estaba comenzando a fracasar debido a la habilidad militar y poltica del Vietminh, Acheson segua ofuscado por los acontecimientos. Los franceses, desesperados, haban tratado de presentar como lder indgena legtimo a un playboy frvolo y aristocrtico llamado Bao-Dai. Lamentablemente para ellos, ste prefera los placeres del sur de Francia a los paseos por los arrozales de su propio pas, y a los vietnamitas volcados en una guerra revolucionaria les interesaba muy poco, como era previsible, actuar bajo su direccin. En aquel momento, apuntaba David McLellan, uno de los bigrafos de Acheson, ste decidi que quien se equivocaba era el pueblo vietnamita, comentando: Parecen carecer, con el fatalismo tpicamente oriental, de inters por los asuntos pblicos. Por lo que podemos ver, Francia les ha concedido ms autonoma de la que pueden administrar. Sin embargo, lo que impulsaba al Vietminh era justamente lo contrario, el deseo apasionado y la voluntad decidida de liberar su pas del yugo colonial, y los mandos franceses nunca hablaron de fatalismo pasivo al referirse a sus oponentes, sino que empleaban ms bien la palabra fanatismo. Aquella actitud era en parte puramente generacional. Acheson era un hombre de su poca y su pas, cuando los jvenes de buena cuna llegaban a las grandes universidades del pas para aprender las bases intelectuales del colonialismo en conferencias ofrecidas por profesores que insistan en la superioridad de los anglosajones frente a la debilidad del resto del mundo. La leccin ms bsica era que el mundo estaba gobernado por los que merecan gobernar. En las universidades de Harvard y Yale no se hablaba del ansia de los colonizados por liberarse, sino de la innata generosidad que las potencias coloniales ofrecan a quienes tenan la fortuna de ser colonizados. Se enseaba a menudo en cursos pseudocientficos que el cerebro de la gente de los pueblos no blancos era ms pequeo que el de los caucsicos; que alguien perteneciente a aquella generacin y aquella clase se pusiera de parte de los colonizados frente a los colonizadores se habra estimado un rasgo de izquierdismo o una prueba de blandura inadmisible, y en Acheson no haba ni un pice de una cosa ni de otra. Pretenda aplicar lo que consideraba realpolitik. Tal como l lo vea, la China de Chiang estaba acabada, aniquilada. Cuando Mao y el partido comunista tomaron el poder en el continente, Acheson pareci aceptar al principio que no eran simples marionetas de los soviticos y que Estados Unidos podra tratar algn da con ellos. En febrero de 1949 estim que la guerra civil haba acabado y que cualquier ayuda adicional a Chiang podra consolidar el apoyo del pueblo chino a los comunistas y perpetuar el engao de que sus intereses coinciden con los de la Unin Sovitica. Eso mismo opinaban tambin la mayora de los expertos en asuntos chinos y en particular George Kennan. Pero la poltica de la poca estaba cambiando. Prcticamente en aquel mismo momento el senador Vandenberg visitaba la Casa Blanca y adverta contra cualquier cese de la ayuda a Chiang. Pocos das despus, cincuenta y un miembros del Congreso pidieron una revisin de la poltica estadounidense sobre China. A finales de febrero Acheson se reuni con los lderes del Congreso para hablar de China, tratando de ganar tiempo y margen de maniobra. Habl de los peligros de seguir apoyando a Chiang declarando Dejemos que se asiente el polvo. Al da siguiente Pat McCarran, demcrata por Nevada pero que tambin era uno de los dirigentes del lobby chino, sabiendo que tena pillado a Acheson, pidi una ayuda para Chiang de 1.500 millones de dlares. El mandato de Acheson como secretario de Estado coincidi con el cuatrienio quiz ms difcil y tumultuoso de la historia del pas en lo que se refiere a su poltica exterior. En el mismo momento en que tomaba posesin de su cargo, el gobierno de Chiang se hunda en el continente y el propio generalsimo hua a Taiwn (Acheson jur su cargo el mismo da en que Chiang parti hacia Taiwn. Acheson seal ms tarde, con su humor mordaz: Nos cruzamos en el camino, yo entrando y l saliendo).24 Las cosas empeoraron an ms aquel otoo. En el espacio de pocas semanas los soviticos ensayaron su primera bomba atmica y los comunistas chinos entraron en Beijing y proclamaron la creacin de su nuevo gobierno, anatema para un vasto sector del pueblo estadounidense. Aquellos dos eventos no slo sealaban un cambio fundamental en el equilibrio de la seguridad global, sino que transmitan ondas de choque psicolgicas a todo el sistema poltico estadounidense. Estados Unidos ya no estaba solo en el club atmico, y prcticamente al mismo tiempo China, un pas amado por millones de estadounidenses debido a los programas misioneros desarrollados all, el pas que se supona que deba ser su gran aliado en Asia, se haba pasado al comunismo. Nada cambi tanto la perspectiva estadounidense sobre la defensa como la primera explosin atmica sovitica. El 3 de septiembre de 1949 un avin de reconocimiento estadounidense a larga distancia, utilizado regularmente para investigar en la estratosfera cualquier indicio de actividad atmica sovitica, regres de su misin informando de un nivel de radiactividad desacostumbradamente alto. Un filtro situado en su avin haba registrado 85 pulsos radiactivos por minuto cuando la actividad normal de fondo debera haber estado en torno a los cincuenta. Un segundo filtro mostr 153 pulsos por minuto. Dos das despus otro avin, que volaban de Guam a Japn, registr ms de mil pulsos por minuto. Los especialistas nucleares estadounidenses concluyeron que los soviticos haban llevado a cabo en secreto una explosin atmica, presumiblemente entre el 26 y el 29 de agosto, en algn lugar de Siberia. La bomba fue inmediatamente denominada Pepe Uno en honor de Iosif Stalin. Como la libra esterlina acababa de devaluarse y Truman tema que las dos noticias juntas pudieran desatar el pnico en los mercados financieros del mundo, el anuncio de la prueba nuclear sovitica se retras hasta el 23 de septiembre. Truman habl deliberadamente de una explosin y no de una bomba, pero el efecto fue inmediato y polticamente escalofriante. Cuando J. Robert Oppenheimer, el padre de la bomba atmica estadounidense, testific ante el Congreso poco despus, el senador Arthur Vandenberg le pregunt nerviosamente: Doctor, qu haremos ahora?. Permanecer fuertes y unidos a nuestros amigos, respondi Oppenheimer.25 Pero l mismo era ahora un hombre marginado: poda haber capeado una serie ininterrumpida de controles de seguridad durante su brillante perodo como jefe del Proyecto Manhattan, pero su ambigedad sobre lo que haba creado y las consecuencias humanas de las bombas de Hiroshima y Nagasaki y sus vacilaciones sobre la conveniencia de llevar adelante el proyecto de la bomba de hidrgeno le costaron pronto su propia participacin en el desarrollo del nuevo proyecto. Como si la explosin de Pepe Uno y la partida de Chiang hacia Taiwn no hubieran sido suficiente, Acheson agrav significativamente sus propias dificultades a finales de enero de 1950 al insistir en su amistad y lealtad hacia Alger Hiss, antiguo funcionario del Departamento de Estado que acababa de ser juzgado por segunda vez por perjurio, aunque en el fondo estaba la cuestin bastante ms seria de si haba espiado para los soviticos durante la segunda guerra mundial. Fue un gesto de gran arrogancia por parte de Acheson y una declaracin absolutamente gratuita en defensa de un hombre acusado de un grave delito, devastadora polticamente, no slo para l sino tambin para el gobierno del que formaba parte. El caso Hiss llevaba ya dos aos llamando la atencin del pblico. Ms tarde se dijo que reflejaba todas las grietas y oscilaciones de una generacin, parte de la cual, abandonando la izquierda liberal tras perder su fe en el sistema capitalista debido a la Depresin y al ascenso del fascismo, se haba integrado en el partido comunista o al menos le serva como acompaante. Seguramente se exageraba y a pesar de los descalabros de la democracia durante aquel perodo la mayora de los liberales de izquierda siguieron siendo ciudadanos leales y no se unieron al partido comunista ni se convirtieron en agentes suyos. Si al principio mucha gente pareca estar de parte de Alger Hiss ms que de Whittaker Chambers, su principal acusador, antiguo comunista y articulista de la revista Time, en la confrontacin entre ambos, era por el mayor atractivo personal de Hiss y por el desagrado que muchos sentan hacia la incipiente caza de brujas que iba cobrando impulso en buena parte del pas. Hiss, segn Alistair Cooke, el periodista britnico que normalmente se ocupaba de Estados Unidos con excepcional perspicacia, era un personaje de Henry James, producto de la distincin de las capas altas del Nuevo Mundo, una figura amable y clida ms vivaz y franca que el prototipo ingls ms mordaz, mundano y seguro de s mismo.26 Al principio, sobre el papel, Alger Hiss pareca un candidato muy dotado para incorporarse a la lite de la costa este, con perfecta compostura y modales, slo que un poco rgido y austero. Pareca destinado a una gran carrera entre los dirigentes del pas: Escuela de Derecho de Harvard, meritoriaje con Oliver Wendell Holmes por recomendacin de Flix Frankfurter, a cargo de puestos importantes, aunque no decisivos, durante el New Deal; pero las pruebas fueron demostrando poco a poco que haba espiado para la Unin Sovitica desde la dcada de 1930 y durante la segunda guerra mundial. Mientras que Hiss pareca superficialmente agraciado, Chambers era lo contrario: reconcentrado, oscuro, desaliado y paranoico. Haba sobrevivido a una infancia y una adolescencia terrorficas, con un padre alcohlico que se haba ido de casa por un amante homosexual cuando l era pequeo. Era un hombre de convicciones absolutas, autntico creyente en las doctrinas del partido cuando ingres en l y quiz an ms creyente cuando lo abandon, amargamente decepcionado. En su juventud crea que el partido predicaba las grandes verdades del mundo; luego, ms viejo y desilusionado, pareca creer que ese mismo partido encarnaba las grandes mentiras del mundo. Como editorialista de la revista Time, se le consideraba un hombre de talento aunque de difcil trato. Del mismo modo que durante su militancia en el partido comunista haba combatido la indiferencia de su entorno, cuando lo abandon mantena la misma actitud militante y pareca creer que cualquier corresponsal de Time que no compartiera sus premoniciones de hecho fatalistas sobre un enfrentamiento global eran compaeros de viaje de los comunistas. Era el editorialista perfecto para una revista como la suya, que sola publicar peridicamente advertencias muy pesimistas sobre la decadencia de Occidente. El ensayista Murray Kempton, que se ocup destacadamente del caso Hiss, observ en una ocasin: No haba nadie que pudiera hacer sonar como Chambers la seal de alarma avisndonos de que la civilizacin occidental se hallaba al borde del abismo.27 Chambers aseguraba que haba conocido bien a Hiss cuando ambos pertenecan al partido, y aunque ste lo neg, pronto se hicieron evidentes ciertas incoherencias y verdades parciales en su historia, reunidas cuidadosamente por un joven congresista de California llamado Richard Nixon, ayudado por el director del FBI J. Edgar Hoover. Como sealaba Homer Bigart en el New York Herald Tribune, en la historia de Hiss haba demasiadas cosas que no concordaban.28 El jurado decidi por ocho votos contra cuatro que haba cometido perjurio, y el 22 de enero de 1950 un segundo jurado lo declar culpable. En aquel momento Acheson llevaba un ao como secretario de Estado. En el pasado haba mantenido una buena amistad con Donald Hiss, hermano de Alger, y en 1939, haca ms de una dcada, Adolf Berle, entonces jefe de seguridad del Departamento de Estado, haba advertido que tanto Alger Hiss como su hermano Donald eran comunistas. Alger Hiss haba trabajado en el Departamento de Estado durante la guerra como director de la Oficina de Asuntos Polticos Especiales, que se ocupaba principalmente de cuestiones relacionadas con la fundacin de la ONU; Donald Hiss haba sido ayudante de Acheson durante la guerra y ms tarde haban trabajado en el mismo despacho de abogados. Cuando Berle le plante la cuestin de los hermanos Hiss, Acheson respondi que conoca a la familia y a esos dos chicos desde la infancia y poda poner la mano en el fuego por ellos.29 Despus de la guerra, cuando Hiss tuvo su primer encontronazo con Chambers, Acheson le ayud encubiertamente a preparar una declaracin pblica que deba presentar ante el Comit de Actividades Antiamericanas de la Cmara, pero eso no se supo entonces. Cuando Acheson fue nombrado secretario de Estado, el Comit de Relaciones Exteriores del Senado, aunque en principio estaba a su favor, se sinti un poco molesto por su relacin con Hiss. Algunos miembros del comit llegaron a sugerir que Acheson hiciera una declaracin, que ellos mismos ayudaron a redactar, expresando su anticomunismo. Los republicanos quiz no habran sido tan complacientes si hubieran sabido que anteriormente haba aconsejado a Hiss. El martes 25 de enero, tres das despus de que el segundo jurado declarara culpable a Hiss, Acheson deba dar una conferencia de prensa. No se trat de una emboscada periodstica; Acheson saba exactamente lo que iba a suceder. Aquella misma maana le dijo a su mujer, Alice, que seguramente le preguntaran por Hiss, y que no tena intencin de traicionarlo. Ella le pregunt: Qu otra cosa podras decir?, a lo que l respondi: No creas que es una cuestin tan simple. Podra convertirse en una tormenta y causarme problemas. Ella le pregunt entonces si estaba seguro de que iba a hacer lo correcto. Es lo que tengo que hacer,30 le respondi l. Su equipo estaba al tanto. Su asistente personal, Lucius Batlle, as como Paul Nitze, quien era por aquel entonces su aliado profesional ms estrecho en el Departamento de Estado, le pidieron que desviara las preguntas sobre Hiss. Batlle en particular tema que la tozudez de Acheson y su clera creciente por las acusaciones que se le hacan desde la derecha poltica, combinadas con su caracterstica predisposicin justiciera, lo llevaran a dar un paso imprudente. Acheson les dijo a Batlle y Nitze que pensaba leer el Sermn de la montaa, y aquello no sonaba nada bien. Era, dijo Batlle aos ms tarde, como si se estuviera preparando para un combate. En una reunin de sus asesores aquella misma maana, el subsecretario James Webb le pregunt qu iba a decir y le recomend prudencia. Acheson repiti que invocara el captulo veinticinco del Evangelio de San Mateo, en concreto el versculo trigsimo sexto. Carlise Hummelsince, otro alto funcionario del Departamento de Estado, le seal que las palabras tenan diferente significado segn quien las oyera. Fue Homer Bigart, del Herald Tribune, quien le pregunt: Seor secretario de Estado, tiene usted algo que decir sobre Alger Hiss?. Acheson comenz diciendo que el caso estaba todava en los tribunales y que por lo tanto sera impropio comentarlo. Su equipo suspir aliviado pensando que haba conseguido sortear el embrollo; pero Acheson prosigui: Supongo que con su pregunta esperaba obtener alguna otra cosa de m. Me gustara dejarle claro que cualquiera que sea el resultado de la apelacin que puedan presentar al respecto el seor Hiss y sus abogados, no pienso darle la espalda. Ah estaba; no le dara la espalda a Alger Hiss, al que ahora buena parte de los estadounidenses consideraban no slo perjuro, sino comunista. Para un poltico ya sometido a un estrecho cerco, aquella respuesta a una pregunta sobre alguien que realmente no le importaba mucho, que acababa de ser condenado por perjurio y acusado de espionaje, era la mxima arrogancia. Finalmente aconsej a los periodistas que leyeran en la biblia el pasaje Mateo 25,36, en el que Cristo pide a sus seguidores que entiendan que quienquiera que d la espalda a alguien con problemas se la da a El mismo: Estaba desnudo y me veststeis; enfermo, y me visitasteis; en la crcel y vinisteis a verme. Cuando Acheson hizo aquella declaracin el Senado estaba reunido y Karl Mundt, republicano conservador de Dakota del Sur, deca en aquel momento que Hiss y su acento de Harvard haban provocado la cada de China (algo sobre lo que Hiss no haba podido influir en absoluto). Justo entonces entr en la sala del Senado Joe McCarthyy le interrumpi: Me pregunto si el senador conoce la fantstica declaracin que el secretario de Estado ha hecho hace pocos minutos. James (Scotty) Reston, columnista del New York Times y amigo de Acheson, qued asombrado; todo lo que tena que decir, pensaba, es que no le dara una patada a un hombre cado, y la mayora de los estadounidenses lo habran entendido. El historiador Eric Goldman observ: Aquello fue un regalo tremendo y totalmente innecesario a los que insistan en que quienes diseaban la poltica exterior del gobierno de Truman eran hombres blandos con el comunismo. Su respuesta poda juzgarse valiente, pero tambin era sorprendentemente altanera y supona un desastre poltico para el gobierno. El propio Truman pensaba que Hiss era culpable. Cuando estaba a punto de comenzar su segundo juicio le haba dicho a Harry Nicholson, su agente preferido del servicio secreto: Dean Acheson dice que Alger Hiss es inocente, pero tras leer las pruebas en los peridicos, creo que ese hijo de puta es culpable y espero que lo cuelguen.34 Las cuestiones de seguridad se haban convertido ya en algo ms poltico y en el debate cada vez ms acre entre los partidos la derecha republicana acusaba sin recato a los demcratas de propiciar la traicin. Difcilmente habra podido imaginar un mejor regalo poltico que la comparecencia de Acheson en relacin con el caso de espionaje ms publicitado del pas, comprometiendo al mismsimo ncleo del gobierno. Como era tpico en l, Richard Nixon pronunci pronto un discurso, diciendo: Los traidores en el seno de nuestro propio gobierno han cargado los dados en favor del lado sovitico de la mesa diplomtica.35 Otro periodista le haba preguntado poco antes a Truman si pensaba que el caso Hiss tena como finalidad distraer la atencin de cuestiones ms importantes y el presidente haba compartido esa opinin, pero ahora, segn Robert Donovan, aunque l mismo no hubiera pronunciado aquellas palabras pareca como si las hubiera avalado, y debido a la respuesta imprudente de Acheson tambin le alcanzaba la pestilencia.36 Estaba a punto de nacer una virulenta plaga poltica que acabara conocindose como macartismo. El 9 de febrero de 1950, quince das despus de la conferencia de prensa de Acheson y cinco meses antes de la invasin norcoreana, el senador por Wisconsin Joseph McCarthy, impaciente por ganar fama y a quien le haban sealado que la infiltracin comunista en el gobierno poda ser una cuestin interesante, tom la palabra en un debate que se celebraba en Wheeling (Virginia Occidental) y asegur que dispona de los nombres de 205 miembros del partido comunista que todava trabajaban en el Departamento de Estado. Aunque ste haba sido advertido, dijo McCarthy, no haba hecho nada al respecto. Mencion los millones de personas que haban pasado a vivir bajo el comunismo en los ltimos seis aos, debido en particular a la cada de China, y a continuacin estableci un vnculo entre Hiss y Acheson: Como ustedes saben, muy recientemente el secretario de Estado proclam su lealtad hacia un hombre culpable de lo que siempre se ha considerado el ms abominable de los crmenes, la traicin al pueblo que le dio una posicin de gran responsabilidad, alta traicin. Las acusaciones de McCarthy asociaban diferentes hebras que la extrema derecha vena utilizando desde haca aos: que la cada de China se haba debido no a abrumadoras fuerzas histricas imposibles de revertir, sino a la subversin a niveles muy altos en Washington, en particular entre los expertos en asuntos chinos del Departamento de Estado muchos de ellos relacionados con Hiss, desleales o desesperadamente ingenuos. 13
Nada mostraba con mayor claridad las contradicciones que se vivan en Estados Unidos a medida que se desplazaba a regaadientes de su aislacionismo tradicional al papel de superpotencia internacionalista, que la brega casi desesperada de Dean Acheson por aumentar espectacularmente el presupuesto de defensa tras haberse convertido en el blanco principal de un ala derecha cada vez ms exasperada. A principios de 1950 Acheson ya haba encargado a Paul Nitze la redaccin del documento clave sobre la cuestin, documento que acabara conocindose como NSC-68 y para el que luego tratara de obtener la aprobacin de la burocracia. Su eleccin no era sorprendente: la estrella de Nitze estaba en ascenso y sus ideas coincidan en gran medida con las del propio secretario de Estado. Nitze era originalmente un hombre de Forrestal. Uno de sus primeros y ms importantes patrocinadores haba sido George Kennan, quien propuso ofrecerle, impresionado por su inteligencia, la vicepresidencia de la Oficina de Planificacin Poltica. Se trataba de un comit de expertos del Departamento de Estado muy influyente en aquellos das. All era donde las mejores cabezas del Departamento ponderaban las eventuales consecuencias de diversos acontecimientos, en una poca en la que todava se consideraban importantes tales consecuencias, y pensaban a largo plazo sobre cuestiones que pronto se haran urgentes. Pero Acheson haba rechazado la sugerencia, pues pensaba que Nitze, que haba trabajado originalmente (como Forrestal) para Dillon Read, una de las principales casas de inversin de Wall Street, estaba al servicio de los banqueros. Acheson cambi al final de opinin y durante el verano de 1949, cuando Kennan le volvi a preguntar por Nitze, le dio su permiso. Acheson y Nitze se fueron aproximando cada vez ms en lo profesional y lo personal, mientras que Kennan cay en desgracia. Cuatro aos antes era una superestrella en el Departamento de Estado con sus brillantes anlisis sobre las intenciones soviticas, pero ahora, a medida que se agravaba la Guerra Fra y se iban endureciendo las lneas, tanto internacionalmente como en la poltica interna, Kennan quedaba cada vez ms marginado en el Departamento y su influencia iba decreciendo de forma constante. Su declive coincida con el cambio de naturaleza del debate y Acheson ya no mostraba inters en escuchar sus complicadas disquisiciones por muy profundas y valiosas que pudieran ser, ya que el gobierno, lo percibiera o no, se estaba viendo arrastrado por la fuerza de los acontecimientos y estaba cruzando, casi sin darse cuenta, lo que hasta entonces se consideraban barreras. A medida que aumentaba la influencia de la derecha poltica y se incrementaba el asedio al que se vea sometido el gobierno, el valor de Kennan se depreciaba rpidamente. En el otoo de 1949 recibi la orden de informar a uno de los secretarios regionales del Departamento en lugar de hacerlo al propio Acheson, con lo que vea cortado su acceso al secretario de Estado y con l su poder y su influencia, pues la noticia se difundira en el Departamento. Pocas semanas despus le pidi a Acheson que lo relevara de sus deberes en la Oficina de Planificacin Poltica tan pronto como fuera posible y pidi una baja indefinida. Kennan no fue oficialmente sustituido por Nitze hasta enero de 1950, pero ste haba asumido ya sus funciones en noviembre. Su lnea era mucho ms dura que la de Kennan en casi todas las cuestiones y se senta cada vez menos influido por ste, con la notable excepcin de Corea, asunto en el que ambos se opusieron a la decisin de MacArthur de cruzar hacia el norte del paralelo 38 en octubre de 1950, pues crean que el riesgo era demasiado grande para ganar muy poco a cambio. En todas las dems cuestiones las opiniones de Nitze se parecan mucho ms a las de Acheson y en las dcadas posteriores se convirti en su discpulo ms fiel. Sobre la cuestin bsica del NSC-68 la triplicacin del presupuesto de defensa que quera Acheson, Nitze apoyaba al secretario de Estado, mientras que Kennan se opona enrgicamente a l, pues crea que reflejaba un profundo desacierto sobre las intenciones soviticas y que militarizara la poltica exterior estadounidense provocando una escalada constante de la carrera armamentstica entre las dos superpotencias. Todo esto le produjo una melancola cada vez mayor, siendo Kennan un hombre desacostumbradamente pesimista en pocas ms favorables, y aument sus ganas de abandonar Washington y volver a Princeton, donde los logros intelectuales se trataban como un fin en s mismo y donde podra dedicarse a escribir. Tambin se senta inmensamente frustrado por la menor importancia que se conceda a sus ideas y por la evidente decisin de sus superiores de optar por un curso poltico que crea equivocado basndose en una apreciacin demasiado simplista del adversario, en la que todo el mundo comunista apareca como un monolito controlado por Mosc, en lugar de verlo como un complicado universo con sus propias fracturas, que en su opinin acabaran revelndose, todas ellas de carcter nacionalista. La suya fue, en aquella poca, la voz principal contra la idea de un comunismo monoltico, una voz que nadie pareca querer escuchar. Segn su propia explicacin sardnica, se haba convertido en el verano de 1949 en el bufn de la corte al que se permite decir cosas horribles para animar la discusin, valorado como un tbano intelectual capaz de espolear a sus colegas ms lentos, pero al que nadie toma totalmente en serio cuando llega el momento de las decisiones trascendentales. Ninguno de los miembros del gobierno que trataron con George Frost Kennan pensaba que era fcil colaborar con l. Era un hombre complicado y difcil, ambicioso pero incapaz de asumir las cargas que acompaan a la influencia. Era tmido y poco comunicativo, ms historiador que diplomtico, casi demasiado alambicado para ocupar un puesto en un lugar como el Departamento de Estado, donde normalmente las decisiones se toman con cierta urgencia. Deseaba una especie de perfeccin poltica en un mundo en el que las decisiones se tomaban bajo una tensin terrible, y que por lo tanto solan ser imperfectas. Tras una distinguida carrera como uno de los ms destacados intelectuales en la esfera pblica estadounidense, a menudo pareca mantener una serie de complicadas discusiones, no slo con sus colegas y superiores en la seguridad nacional, con los ms halcones que l y con aquellos cuyas opiniones no comparta, sino consigo mismo. Era como si los matices y ambigedades de la poltica fueran en ocasiones demasiado sutiles hasta para l, y cada punto de disentimiento tena que ser compensado por un contrapunto. Si en ocasiones se senta muy incmodo cuando le escuchaban, era autnticamente desgraciado cuando no lo hacan. Pareca ms frustrado que cualquier otra figura pblica de su poca, ms an que Acheson, por la tosquedad del debate poltico en la democracia estadounidense, como si pensara que elaborar una poltica exterior matizada y prudente para una democracia tan amplia e indisciplinada era la ms desesperante de las tareas, que su cultura era simplemente demasiado burda y zafia y sus representantes polticos demasiado primitivos. Al convertirse finalmente en uno de los principales opositores a la guerra de Vietnam, como quince aos antes lo haba sido del cruce del paralelo 38 en Corea, incluso algunos de los que le admiraban llegaron a pensar que no slo era una paloma, sino que era blando en trminos simplistas de poltica exterior. Pero sera igualmente fcil argumentar de forma convincente que era la ltima figura de la realpolitik y que si no quera utilizar la fuerza en Vietnam, no era porque sintiera ninguna simpata hacia las fuerzas indgenas que desafiaban la poltica estadounidense en una guerra anticolonial, sino ms bien porque no crea que los vietnamitas (ni su pas) fueran lo bastante importantes en el gran juego geopoltico para que valiera la pena el derroche de vidas y capital estadounidenses, especialmente en guerras que casi con seguridad perdera. Estaba convencido de que sucederan cosas horribles si Estados Unidos trataba de aplicar su poder all donde no pareca aplicable. Lugares como Vietnam y China estaban fuera de su alcance (y preocupacin) mientras que otros lugares, ms prximos y queridos, quedaban fuera del alcance de la Unin Sovitica. De hecho, crea que ya se estaba alcanzando espontneamente en el mundo un equilibrio de poder pese a la retrica de las dos grandes potencias, y que a largo plazo ese equilibrio favoreca a Estados Unidos. El mayor poder era para l (como, paradjicamente, para Iosif Stalin) la capacidad industrial, que poda convertirse cuando se quisiera en capacidad militar. El nico mundo que deba preocupar a Estados Unidos era el de las potencias industrializadas, que por supuesto era casi por completo blanco y occidental, siendo Japn prcticamente el nico pas importante de Asia incluido en l. Si Kennan haba estado a favor de responder a la invasin norcoreana, era slo por la importancia que daba a Japn en el gran juego geoestratgico, y porque crea que la unificacin de Corea bajo un gobierno comunista, sin que Estados Unidos hiciera nada por impedirlo, poda desmoralizar a los japoneses. Dos das despus del cruce del paralelo 38 por las fuerzas norcoreanas, le dijo al embajador britnico en Washington que, aunque Corea no era estratgicamente significativa, la importancia simblica de su preservacin era tremenda, especialmente en Japn. En realidad George Kennan era un hombre muy poco sentimental que miraba el mundo de la forma menos sentimental posible. Era un hombre taciturno y ensimismado, muy dado al pesimismo sobre los acontecimientos polticos y a menudo, para alguien tan inteligente y sabio, sorprendentemente insensible al estado de nimo de quienes lo rodeaban. Cuando decidi casarse con una joven noruega, haba escrito a su padre lo que se podra considerar la nota ms lacnica de todos los tiempos en lo que se refiere a describir un joven impulso romntico: Posee una autntica simplicidad escandinava y no derrocha muchas palabras. Tiene la rara capacidad de mantenerse en silencio con gracia. Nunca la he visto alterada por nada que se parezca a un cambio de humor, y ni siquiera yo la pongo nerviosa. A diferencia de otros importantes polticos de la poca, la mayora de los cuales provenan de una lite estadounidense ya privilegiada, Kennan proceda de una familia muy modesta de clase media; su padre era recaudador de impuestos en Milwaukee. Pero a su modo era un esnob considerable, decididamente incmodo con respecto al pueblo llano que, en su opinin, poda estorbar la capacidad de la lite para tomar decisiones en una democracia. Ni siquiera a sus amigos de toda la vida como el distinguido sovietlogo Chip Bohlen, un hombre inusitadamente sensible al mutable estado de nimo de Kennan, les resultaba fcil tratar con l. Cuando finalmente abandon el Departamento de Estado tras veintisiete aos de servicio, le sorprendi que nadie acudiera a despedirle. Casi no haba hecho amigos, haba compartido muy pocos pensamientos privados, nunca se haba apartado de su camino para mostrar inters por aquellos con quienes trabajaba. Pero no cabra dudar de su originalidad como analista de poltica exterior. Como la historia se haba convertido en su autntica pasin, tenda a ver el mundo en trminos de fuerzas histricas profundas, que en su opinin constituan el carcter de una nacin de una forma que casi trascenda la conciencia de quienes coyunturalmente la gobernaban, como si esos impulsos histricos estuvieran insertos en ellos ms profundamente de lo que saban y constituyeran el autntico ADN de cada nacin. Para l los soviticos eran realmente los rusos, y sus nuevos gobernantes, slo una moderna encarnacin de los zares, revestidos de una retrica ms igualitaria, albergaban naturalmente los temores, la paranoia y el aislamiento con respecto a sus vecinos que haban caracterizado esencialmente el pasado del pas. Crea que era importante entender lo que estaba sucediendo tras la segunda guerra mundial, ms como reflejo de los impulsos y temores rusos tradicionales que como ambiciones globales de un Estado marxista abiertamente agresivo. Ya a finales de la dcada de 1930, cuando todava era un joven agregado de embajada en Mosc, haba descrito el carcter ruso como configurado por el constante temor a las invasiones extranjeras [y] la suspicacia histrica hacia otras naciones. Tampoco se poda subestimar la influencia de la Iglesia Bizantina, su intolerancia y sus sistemas polticos intrigantes y despticos. En 1943, cuando la mayora de los funcionarios de Washington todava albergaban mucho optimismo con respecto a la capacidad de Estados Unidos para mantener la alianza con la Unin Sovitica despus de la guerra, Kennan se haba apresurado a argumentar, dada la actitud que prevaleca entre la mayora de sus superiores, que les esperaban tiempos duros y que, por razones histricas, sera difcil tratar con los soviticos cuando acabara la guerra. Pero entonces, cuando sta todava no haba acabado, casi nadie, salvo quiz el propio embajador en Mosc Averell Harriman, le haba querido escuchar. Harriman, descendiente de una gran familia de potentados del ferrocarril, fue una figura decisiva en la poltica internacional durante la dcada de 1940, enviado especial de Roosevelt ante Churchill y Stalin. Quiz no era un gran intelectual pero saba escuchar y era un fenomenal sintetizador de las ideas de otros y presumiblemente una de las dos o tres figuras pblicas ms capaces de una poca que en su caso duraba ya cuatro dcadas. Harriman qued impresionado por Kennan incluso cuando ste era un agregado relativamente joven en la embajada en Mosc. En 1946 Kennan envi a Washington su famoso largo telegrama, un sorprendente anlisis en ocho mil palabras en el que explicaba convincentemente lo difcil que iba a ser tratar con los soviticos, citando sus antecedentes rusos y la cruel historia de su pas. Haba telegrafiado las palabras justas en el momento justo, tratando de explicar a Washington por qu iba a ser tan difcil tratar con Mosc y coincidiendo con el discurso de Winston Churchill en Fulton, Missouri, en el que proclam que sobre la mitad de Europa haba cado un teln de acero. Kennan propuso lo que pronto se conocera como poltica de contencin con respecto a la Unin Sovitica. Aquel artculo fue publicado en la prestigiosa revista Foreign Affairs, firmado sucintamente por Mr. X, y caus sensacin primero en Washington y luego a escala nacional. Kennan se convirti as de repente en la gran estrella de la diplomacia. Ms tarde escribi: Con l me gan una reputacin, y ahora mi voz se haca or.4 Su teora de la contencin se convirti durante un tiempo en el fundamento de la poltica de Washington hacia Mosc, y su telegrama marc el final de una poca en la que todava exista mucho idealismo sobre el futuro de la alianza mantenida durante la guerra. Su estrellato no dur mucho tiempo; era demasiado independiente y demasiado insensible a los vaivenes de la poltica cotidiana. En 1948, retrotrayendo las tensiones en poltica exterior a lo que consideraba sus races histricas, Kennan pensaba que la reaccin de Washington frente a los soviticos haba llegado demasiado lejos y que su ejrcito, por poderoso y grande que fuera, no iba a invadir Europa. Stalin lo haba intentado una vez en Finlandia en 1939 y se haba quemado los dedos. Kennan tambin prevea tensiones inevitables en las relaciones entre la Repblica Popular China y la Unin Sovitica, debidas en gran medida a las grandes diferencias entre sus historias respectivas. Estaba convencido de que la nueva China orgullosa de su propia revolucin, con gobierno comunista o no, no deseara seguir siendo un satlite sovitico durante mucho tiempo. En esto le apoyaban otros expertos del Departamento de Estado como John Davies, que vea China bajo la misma lupa que Kennan haba aplicado a Rusia. Si Stalin era de facto un zar, con los temores y ambiciones propios de los zares, Mao no era sino el ltimo de una largusima sucesin de emperadores chinos, con sus mismos temores y ambiciones. Zares rusos y emperadores chinos, de esto estaba Kennan absolutamente seguro, no se llevaran nunca bien. En 1947 escribi: Los dirigentes del Kremlin descubrirn de repente que ese movimiento oriental fluido y sutil que pensaban tener en la palma de la mano se les ha escapado entre los dedos y que slo les queda de l la tradicional inclinacin ceremonial china y una risita corts.5 Pero en el gobierno no suele dar buen resultado tener razn demasiado pronto, especialmente cuando se le ve a uno en el bando de las palomas. Las palabras de Kennan eran profticas y se demostrara muy pronto que estaba acertado cuando se agudizaron las tensiones entre los dos grandes pases comunistas a principios de la dcada de 1960, con continuas escaramuzas a lo largo de la frontera chino- sovitica. Pero en 1949-1950, con un gobierno cada vez ms acosado, que tena que afrontar simultneamente las desconcertantes noticias de Pepe Uno y de la partida de Chiang Kai-shek hacia Taiwn, sus reflexiones sobre las futuras tensiones entre Rusia y China no eran exactamente lo que Acheson deseaba or. En 1949 David Bruce, otra de las brillantes figuras en alza en el Departamento de Estado, seal que su amigo Acheson no poda soportar leer los telegramas de Kennan, pues los consideraba demasiado largos y farragosos, y en ltimo trmino demasiado literarios. La poca ya no era para l tan buena como cuando envi el largo telegrama, pero nada explicaba mejor lo rpidamente que se haba intensificado la Guerra Fra y cunto se haban agravado los ataques internos contra la poltica del gobierno, que el hecho de que Kennan hubiera pasado de ser una superestrella a convertirse en una figura marginal en slo tres aos. El problema que supona para Acheson no era slo que fuera prolijo y discutidor, sino que en casi todo lo que deca llevaba razn y que segua insistiendo en sus propuestas de siempre en condiciones polticas muy diferentes, propuestas que Acheson habra seguido con gusto de no impedrselo los cambios polticos de la nueva poca. Acheson era demasiado orgulloso para admitirlo, ni entonces ni ms tarde en sus memorias, pero en las discrepancias de Kennan, en su renuencia a ajustarse al cambio acontecido en la correlacin de fuerzas polticas, haba algo as como un mudo reproche al secretario de Estado, un hombre al que no le gustaba or reproches ni estaba dispuesto a admitir que se haba equivocado en alguna de sus decisiones. Tampoco se trataba nicamente de las discrepancias con respecto a la Unin Sovitica y China; haba otras cuestiones en las que Acheson y Kennan no estaban de acuerdo, como la de si seguir adelante o no con la fabricacin de la bomba de hidrgeno (la Sper, como se la llamaba entonces), ardientemente defendida por Edward Teller, antiguo miembro del Proyecto Manhattan ahora enfrentado a Robert Oppenheimer. Cuando Truman propuso que un comit especial estudiara la cuestin de la Sper, Acheson eligi para encabezarla a Nitze, partidario de Teller, lo que significaba que aquel comit especial estara casi con seguridad a favor de seguir adelante. Para Nitze la cuestin de la Sper era de tipo pragmtico: Funcionara? Teller le haba convencido de que s lo hara. Para Kennan, cada vez ms cercano a Oppenheimer en su angustia por lo que haba provocado su propia arma en Hiroshima y Nagasaki, no era simplemente una cuestin prctica o cientfica sino tambin moral. Pensaba que la Sper era ni ms ni menos que una catstrofe moral en potencia. Tanto Oppenheimer como Kennan crean que con la decisin de desarrollar la bomba de hidrgeno se desencadenara una carrera de armamentos sin lmites entre las dos superpotencias que ni una ni otra poda ganar y que en definitiva se agravaran los peligros globales sin aadir ningn grado perceptible de seguridad. Cuando el comit de Nitze aconsej, como caba esperar, que Estados Unidos prosiguiera la fabricacin de la Sper, tambin sugiri que se emprendiera una importante revisin del panorama global de seguridad nacional. En aquello se vea la mano de Acheson: era el estudio que quera para emprender su transformacin largamente deseada de la poltica de seguridad nacional. Nitze iba a estar a cargo de la tarea. El 31 de enero de 1950, seis das despus de la observacin de Acheson sobre Hiss, Truman dio la orden para llevar a cabo esa revisin exhaustiva. All donde Kennan vea la poltica sovitica sobre todo como defensiva, por muy profundamente arraigada que estuviera su paranoia nacional, Nitze ofreca una visin muy diferente: En conjunto sealaba, las recientes iniciativas soviticas no slo reflejan una creciente militancia sino que sugieren una osada esencialmente nueva, que cabra conceptuar como temeraria.6 Lo que estaba afirmando de hecho era que Estados Unidos, como gran potencia, no poda basar su poltica en las suposiciones de Kennan sobre la Rusia zarista, por brillante que fuera su autor. Qu sucedera si estaba equivocado? Despus de todo, se trataba de un diplomtico y un historiador, no de un especialista en estrategia, y si su opinin sobre la Unin Sovitica estaba equivocada, Estados Unidos habra basado toda su poltica de seguridad sobre una suposicin de verdades histricas y podra acabar siendo indeciblemente vulnerable. Para Acheson y sus aliados, el documento NSC de Nitze posibilitara por fin el proceso de compatibilizar la fuerza militar estadounidense con su retrica y con el papel asumido en el mundo de posguerra; Estados Unidos seguira hablando en voz alta, pero respaldara sus palabras con algo ms que un solo bastn, la bomba atmica quiz inutilizable; ahora dispondra de una respuesta militar ms flexible. Para Kennan, en cambio, lo que Nitze y Acheson proponan supona una militarizacin de la poltica estadounidense; de hecho, la creacin de un Estado basado en la seguridad nacional, que absorbera gran parte de los recursos financieros del pas y potenciara inevitablemente en su rival sovitico el deseo de mantenerse a la par en el terreno militar dando prioridad a las necesidades de defensa. La bomba atmica sovitica, escribi, no cambiaba realmente el equilibrio de poder: Por lo que podemos ver en cualquier conflicto destacado en el momento actual, ese sentimiento es en gran medida producto de nuestra propia imaginacin. Durante aquellos meses tuvo lugar un debate muy serio y de muy largo alcance, sobre todo en el seno de la burocracia. Acheson y Nitze avanzaban tan discretamente como les era posible. La persona clave que estaban dejando al margen en su proyecto era Louis Johnson, el secretario de Defensa. Mientras la Junta de Jefes de Estado Mayor le contaba quedamente a Nitze sus necesidades, Acheson evitaba como poda que Johnson tuviera noticia de aquellas conversaciones. Aos despus Ornar Bradley escribira que el conflicto entre Acheson y Johnson haba creado una situacin rara, embarazosa y paradjica, en la que los tres altos jefes militares [el mando supremo de los marines todava no formaba parte de la Junta] y su presidente estaban ms estrechamente alineados con las opiniones del secretario de Estado que con las del secretario de Defensa.7 Los jefes de Estado Mayor constataban que Acheson y Nitze estaban mucho ms atentos a sus problemas que el propio Johnson. El precio mnimo para elevar el nivel de la defensa estadounidense a la altura deseada, pensaba Nitze, estaba en torno a cuarenta o cincuenta millardos de dlares anuales. Tanto l como otros polticos y militares de la lnea dura crean adems que, de no hacerlo, Estados Unidos no podra llevar adelante su poltica militar y de defensa y que los soviticos podran dominar el mundo. Cuando Acheson supo el precio estimado, lo que llamaban el coste a tanto alzado, de alrededor de cincuenta millardos de dlares, le dijo a Nitze: Paul, no introduzca esa cifra en el informe. Hace bien en decrmela a m y yo se la transmitir al presidente, pero no pongan ninguna cifra en el informe.8 Finalmente, el 22 de marzo de 1950 se reunieron con Johnson y con la Junta de Jefes de Estado Mayor en la oficina de Nitze para dar las ltimas pinceladas al documento. La reunin comenz de forma bastante pacfica; Johnson le pregunt a Acheson si haba ledo el borrador, y obtuvo una respuesta afirmativa. Johnson, por supuesto, no lo haba ledo. De hecho no haba odo hablar de l hasta aquella misma maana. De repente entendi que haba quedado completamente marginado del juego y que aquello era una emboscada. Acheson y su mano derecha Nitze eran obviamente los autores del proyecto, haban estado en estrecha comunicacin con los jefes de Estado Mayor y tambin era obvio que pretendan dar a los militares no slo muchas de las cosas que l haba retirado de su presupuesto, sino ms de lo que nunca haba imaginado. Se dio cuenta de que estaba totalmente aislado. Como escribira ms tarde Acheson, de repente se inclin hacia delante, con un crujido de las patas de la silla, y dio un puetazo sobre la mesa, ponindome los pelos de punta.9 Grit que Acheson y Nitze estaban tratando de mantenerlo al margen y que no lo tolerara, que no se sometera a una humillacin como aqulla. Es una conspiracin a mis espaldas con la intencin de subvertir mi poltica. Los jefes y yo nos marchamos, dijo. Poco despus acudi a la oficina de Acheson para argumentar su posicin una vez ms y comenz gritando que haba sido insultado. Acheson no le respondi y pidi que llamaran a Truman para decirle lo que haba sucedido. Al cabo de una hora Truman devolvi la llamada y le dijo a Acheson que siguiera adelante con el documento. El presidente todava no aprobaba el NSC-68 los acontecimientos que estaban a punto de producirse en Corea acabaran de convencerlo, pero Acheson y Nitze recibieron en cierto modo un espaldarazo. Seis meses despus Truman se deshizo de Johnson y lo sustituy por George Marshall. Acheson estaba convencido de que Johnson andaba muy trastornado en aquel momento. El NSC-68 fue un documento definitivo. Confirm la respuesta estadounidense a la dureza de la Guerra Fra, elevando su desconfianza hacia los soviticos al nivel de la desconfianza sovitica hacia Estados Unidos y poniendo en marcha un ciclo de desconfianza y gastos en defensa cada vez mayores en ambos lados. Defini el conflicto global en trminos casi puramente ideolgicos, algo bastante llamativo en un documento tan secreto que slo deban conocer las ms altas instancias: La Unin Sovitica, a diferencia de otros aspirantes previos a la hegemona, est animada por una fe fantica, antittica a la nuestra, y trata de imponer una autoridad absoluta al resto del mundo, al principio Truman se haba mostrado evasivo con respecto al NSC-68 y se senta muy incmodo por los costes implcitos que supona. Entonces comenz la guerra de Corea, convirtiendo en caliente la Guerra Fra, y la fuerza de los hechos se sobrepuso a los inconvenientes financieros. El debate sobre el NSC-68 qued as convertido en una cuestin acadmica, superado por los acontecimientos. El presupuesto de defensa se triplic, como sugera el NSC-68, debido a la guerra. El propio Truman nunca tuvo que tomar una decisin sobre el documento. De hecho, a finales de otoo de 1951, cuando se elaboraba el presupuesto del Pentgono para 1952, ste se haba cuadruplicado de 13 millardos de dlares antes de la guerra de Corea a 55 millardos. Corea sealara Acheson aos despus en un seminario en Princeton, nos salv.10 14
Harry Truman era, aparte de otras cosas, un hombre resuelto. Incluso los incondicionales de Roosevelt, que durante los primeros das de su presidencia miraban de arriba abajo a aquel hombre aparentemente gris que haba sustituido a su amado lder, comenzaron pronto a constatarlo. Algunos de los ms prximos a Roosevelt lo haban abandonado inmediatamente, pues crean que no podan concederle su lealtad; otros llegaron a respetarlo y entendieron que su compromiso era con el puesto y no con el hombre, y que Truman era, a su modo, un hombre poco corriente. Aunque fue el ltimo presidente estadounidense, hasta la fecha, que no haba pasado por la universidad, haba ledo mucho de joven, por lo que contaba con una buena formacin, y era un serio historiador autodidacta, aunque aficionado. Quiz lo ms importante de todo fue que una vez que lleg a la presidencia no tuvo dudas sobre sus tareas. Puede que no formara parte de sus ambiciones ni lo hubiera siquiera considerado, pero estaba decidido a cumplir lo que se esperaba de l y a hacerlo de la mejor manera posible. Ya antes de ser elegido como candidato directo a la presidencia en 1948 se pudo constatar que no iba a amilanarse como si no mereciera el puesto y esperara que lo devolvieran al pequeo despacho donde todava se ocultan los vicepresidentes. El pas mereca algo mejor. Adems, entenda que si gobernaba as, como una especie de sustituto provisional de un gran hombre, acabaran devorndolo sus enemigos, algunos de los cuales eran enemigos institucionales de la presidencia, otros enemigos ideolgicos, y otros ambas cosas a la vez. No quera entrar a formar parte de la lista de los devorados, a los que la historia juzga tan duramente. Despus de tratar con gente corriente durante toda su vida, en pocas buenas y malas de las que haba habido muchas, estaba convencido de su capacidad para entender y juzgar a los dems, y percibir en quin se poda confiar y en quin no. Aquellos largos aos tambin le haban enseado a elegir a la mejor gente posible, reunir la mejor informacin posible, hacer las preguntas idneas, estimar las eventuales consecuencias y luego tomar la decisin ms adecuada y mantenerla. Tambin saba, mientras volaba hacia Washington la maana despus de la incursin norcoreana, que sus decisiones durante los das siguientes giraran en torno a la guerra y la paz, y que el de Corea resultara, a la hora de juzgar su presidencia, el reto ms difcil que tendra que afrontar. En junio de 1950 ya llevaba cinco aos como presidente, con dos triunfos personales que haban reforzado enormemente su confianza en s mismo. Aunque estaban en cierto sentido vinculados, el primero la sorprendente victoria sobre Tom Dewey en las elecciones de 1948 haba sido el ms notable. Su triunfo electoral, que al principio pareca muy improbable, le ayud a despejar la va para su otros gran triunfo, el que logr sobre la imagen todava poderosa de Franklin Roosevelt, y que le concedi una presidencia propia (y el creciente respeto de otros polticos, la prensa y los historiadores, que se ganan la vida juzgando la presidencia de otros). Sera muy fcil subestimar esa liberacin de la carga de ser el sucesor de Roosevelt y de haber llegado tan alto casi por casualidad. De hecho, nunca dej que la grandeza de su predecesor le pesara demasiado, aunque haba sido una figura relativamente menor en el Senado y prcticamente invisible como vicepresidente. Lyndon Johnson, el siguiente vicepresidente que reproducira su itinerario al llegar a la presidencia debido al asesinato de John F. Kennedy (cuyo mandato se limitaba a tres aos frente a los doce de Roosevelt), haba sido antes en cambio una figura descollante en el Senado; pero a diferencia de Truman nunca escap del todo de la carga psicolgica y emocional de las comparaciones con su predecesor y de la forma en que haba llegado a la presidencia. Al principio se le subestimaba: careca de la gran personalidad de Roosevelt, y para un pas acostumbrado a una voz presidencial clida, confiada, aristocrtica y seductora, la suya era decepcionante, plana y metlica, con poca intimidad emocional. Sus discursos eran aburridos, speros y sin matices. Algunos consejeros le sugirieron que tratara de imitar a Roosevelt y de mostrarse ms afable, pero era lo bastante sagaz como para saber que se no era un buen camino y que no poda emular al gran maestro. Todo lo que poda hacer era mostrarse sincero y esperar que el pueblo estadounidense no lo juzgara por lo que no era. Era muy consciente de que las comparaciones con Roosevelt no le favoreceran, y al principio era un blanco fcil para ciertas burlas que podan llegar a ser crueles. Errar es trumano, deca por ejemplo custicamente Martha Taft, la esposa del senador republicano Robert Taft; y otra: Estoy siendo suave con Harry. Uno de los chistes favoritos del momento, segn la columnista Doris Fleeson, era: Me pregunto qu hara Truman si estuviera vivo. Richard Strout escribi en The New Republic: Pobre Truman y pobre pueblo estadounidense. Cuando lleg a la presidencia, Truman tena ya sesenta aos. Era un hombre maduro sin grandes ambiciones. Sus padres eran granjeros y tambin l haba trabajado en el campo de joven; en 1948 hizo las delicias de las multitudes del Medio Oeste cuyo apoyo fue una de las claves de su sorprendente victoria dicindoles que poda sembrar un campo de trigo de 64 hectreas sin dejar ni un surco en barbecho. A continuacin aadi que haba segado al viejo estilo, con cuatro muas de Missouri, no con uno de esos estrambticos tractores. Durante su ltimo ao en el instituto los Truman se haban quedado sin granja a raz de la Depresin, y todas sus posibilidades de ir a la universidad se haban esfumado. Haba intentado entrar en West Point, su nica posibilidad de acceder a una educacin superior, pero fue rechazado debido a su escasa visin (era ciego como un topo, seal ms adelante). Su nico intento empresarial, dirigir y llevar una mercera, slo dur tres aos y acab en fracaso. Pas mucho tiempo tratando de convencer a su futura suegra, que provena de una de las familias ms ricas de Independence y que se mostraba cada vez ms suspicaz, de que mereca la mano de su hija Bess y que sta no tendra que arrepentirse nunca de haberse casado con l. No se puede decir que tuviera mucho xito y le result ms fcil convencer de su vala a millones de estadounidenses que a la seora Gates Wallace. Lleg al Senado en 1934, cuando ya tena cincuenta aos, como representante excepcionalmente honrado de la corrupta camarilla de Tom Pendergast, el cacique demcrata de Kansas City, a la que su dedicacin poltica confera cierto grado de prestigio y legitimidad. Era un hombre de pueblo con virtudes pueblerinas. Durante gran parte de su vida llev un anillo triple masnico de oro * y un pequeo emblema que mostraba que haba combatido en la primera guerra mundial. Se senta a gusto en el mundillo de los notables de pueblo y era miembro de la Legin Americana, de los Veteranos de Guerras en el Extranjero y de la Muy Leal Orden de los Alces. De aquella curiosa mezcla de decepciones y relativamente pocos xitos (al menos si se compara con la mayora de los presidentes estadounidenses) haba extrado sus propias fuerzas. El general Ornar Bradley escribi despus de sus primeros encuentros: Me gustaba lo que vea. Era directo, nada pretencioso, enrgico y de pensamiento claro.4 No era muy dado al autoengao y poco artificioso, muy trabajador y siempre bien preparado. No malgastaba el tiempo de los dems ni le gustaba que malgastaran el suyo. A diferencia de Roosevelt (a quien le gustaba confundir a la gente incluso cuando no necesitaba hacerlo), Truman era relativamente simple y mucho menos manipulador. Poda decirse que era tal como se mostraba. George Marshall siempre se haba sentido incmodo con Roosevelt y algunas de las jugarretas que gastaba a sus principales consejeros. Hubo un momento de tensin entre ellos cuando el presidente trat de intimar verbalmente con Marshall, quien pensaba que cuanto ms formal fuera la relacin con un poltico, ms probable era que fuera honrada. Roosevelt lo llam por su nombre de pila, dando un primer paso en lo que era claramente un proceso de seduccin, pero inmediatamente comprendi su propio error al constatar la frialdad de la respuesta. A partir de entonces le llam general o general Marshall, no George. Por esa razn prefera claramente a Truman, porque no tena que ir tanteando el terreno sorteando minas polticas. En el Senado Truman se haba mostrado muy consciente de sus propias limitaciones. Muchos de sus colegas tenan mejor formacin, mayor riqueza y ms xito; conocan mundos de privilegio y sofisticacin que l slo poda conjeturar. Como dijo uno de sus amigos del instituto, Charlie Ross, ms tarde periodista en el St. Louis Post Dispatch y que acabara siendo su secretario de prensa: Creo que lleg al Senado con un gran complejo de inferioridad, pero era mejor de lo que l mismo crea. Cuando lleg a la presidencia Estados Unidos estaba cambiando con rapidez, hacindose infinitamente ms meritocrtico, bajo el impulso de poderosas fuerzas igualitarias desencadenadas por la segunda guerra mundial y nuevas oportunidades generadas por ellas, como la reciente ley que permita acceder a la universidad a cualquiera que hubiera estado en el ejrcito. Truman, en cambio, era el producto de las condiciones mucho menos igualitarias que prevalecan en torno al cambio de siglo, que no siempre permitan a los hombres y mujeres de talento hacer una carrera acorde con su capacidad y ambicin. Era, pues, un hombre de su poca y de su ambiente. Su bigrafo David McCullough lo explicaba as: Bastaba que abriera la boca para revelar sus orgenes. No es que proviniera de un lugar concreto, sino de una franja especfica de la sociedad estadounidense, con un autntico trasfondo de pionero y un espacio determinado en la imaginacin estadounidense. Su Missouri, como le gustaba sealar, era el de Mark Twain y Jesse James. Si Franklin Roosevelt pareca salido de las pginas de una novela de Edith Wharton, aada McCullough, Harry Truman poda ser un personaje de Sinclair Lewis.5 En realidad se saba muy poco de l, ni siquiera quienes lo haban propuesto para la candidatura demcrata en 1944 lo conocan bien. Si lo haban propuesto no era tanto porque lo apreciaran sino porque les disgustaban mucho ms otras opciones, en particular la de Henry Wallace, que entonces ocupaba el puesto de vicepresidente. Como seal el que fuera secretario de Prensa de la Casa Blanca durante la transicin de Roosevelt a Truman, Jonathan Daniels, saban lo que no queran, pero no saban lo que se iban a encontrar.6 Era quiz el reflejo ms fiel del hombre corriente que lleg a la presidencia en la era moderna. Roy Roberts, director del Kansas City Star e integrante del ncleo de gerifaltes del partido republicano, lleg a decir durante los primeros das de la presidencia de Truman: Qu prueba de democracia ser si funciona!.7 Y eso era exactamente, una prueba de democracia. Era tambin un buen poltico, con un fino sentido de lo que haba en la mente de la gente corriente, de sus necesidades y de sus temores, porque durante mucho tiempo su vida haba sido muy parecida. Cuando se vio catapultado a la presidencia por la muerte de Roosevelt, se quej repetidamente a sus amigos de lo poco que le gustaba la Gran Prisin Blanca, como l mismo la llamaba, y en determinado momento pareci dispuesto a ofrecer su apoyo a Dwight Eisenhower en las elecciones de 1948 si ste aceptaba la nominacin por el partido demcrata. Le cost adaptarse, en particular porque la presidencia le oblig a cambiar de estilo de vida y lo separ de su familia Bess y su hija Margaret siempre estaban en Independence y l aoraba su presencia, pero nunca haba rechazado los trabajos duros y cuanto ms observaba a quienes pensaba que podan sustituirle, ms seguro estaba de que a su pas le convena que siguiera en la Casa Blanca. Si para justificar su poltica deba presentarse a las elecciones de 1948, se presentara; al fin y al cabo no era un sacrificio tan enorme y en su carcter haba algo de gallo de pelea. No iba a tirar la toalla sin disputar el combate y con el tiempo el pueblo estadounidense lo percibi as y le premi por ello. Sus races rsticas no eran muy diferentes de las de muchos de los republicanos que entonces se convirtieron en sus enemigos polticos ms acerbos, pero su propia odisea personal haba sido en muchos aspectos ms dura, por lo que dudaba seriamente de algunas de las verdades supuestamente incontrovertibles que enarbolaban. En la poltica estadounidense de aquella poca mucha gente votaba todava con el bolsillo, y los demcratas, debido al New Deal, todava tenan en sus manos las riendas de la economa, incluso en gran parte del pas profundo. En una pequea ciudad de ocho mil habitantes poda haber mil trabajadores de cuello azul, casi todos ellos demcratas; slo un puado de residentes en la ciudad propietarios, gerentes y sus tradicionales aliados locales como el banquero, el abogado y el mdico votaba preferentemente a los republicanos. La mayora de los estadounidenses corrientes viva considerablemente mejor que un par de dcadas antes y no crea que las mejoras que haba obtenido fueran a llevarlos, como parecan insinuar los republicanos, al socialismo sovitico. Pocos trabajadores pensaban que les sera posible prosperar con un gobierno republicano. Un canto demcrata de la poca deca: Te prometen el cielo, te prometen la tierra; pero cunto vale una promesa republicana? Por eso, cuando llegue el da de las elecciones, conserva lo que tienes desde hace veinte aos; no dejes que te lo quiten. * Las diferencias culturales que a mediados de la dcada de 1960 iban a acabar rompiendo la coalicin demcrata entre trabajadores de cuello azul, descendientes de las grandes oleadas de inmigracin desde Europa, gente de color y polticos blancos del sur monopartidista todava no haban cobrado tanta relevancia. Los trabajadores acababan de sindicarse, seguan teniendo gran peso en el pas y estaban agradecidos por sus recientes mejoras econmicas. En vsperas de las elecciones presidenciales de 1948 Truman no crea que la base econmica de la poltica hubiera cambiado mucho. En cualquier caso era muy conservador en el terreno fiscal y durante sus tres primeros aos en la presidencia se esforz por evitar el aumento de la carga impositiva. Adems, tena un sexto sentido para aprovechar cualquier fisura en el partido republicano, en particular las diferencias entre lo que se deca en sus convenciones nacionales de cara al gran pblico y las propuestas mucho ms conservadoras que hacan sus dirigentes en el Congreso. A su entender los congresistas republicanos se hallaban muy alejados del estadounidense medio de las reas urbanas y perifricas cada vez ms influyentes de los grandes estados, y eso les haba llevado a bloquear sus propuestas sociales sobre la vivienda, las ayudas a la educacin y los cuidados mdicos, mientras que en su convencin nacional pedan que se aprobaran. De manera que decidi arrojar luz sobre aquella especie de esquizofrenia poltica, y cuando fue nominado para las elecciones de 1948 anunci que en cuanto se abriera el nuevo perodo de sesiones pedira al Congreso que aprobara las propuestas que presentaban los republicanos en su plataforma. Fue un golpe maestro y tambin decisivo. A los republicanos no les gust que les emplazara aquel petulante Ayax de los montes Ozark,8 como lo denomin el senador Styles Bridges. Al inicio de la campaa de 1948 la tarea que se presentaba ante l pareca insuperable. Tena en su contra hasta los gerifaltes de las grandes ciudades. Al saber que Eisenhower no mostraba inters en la nominacin demcrata, Frank Hague, el cacique de Jersey City (Nueva Jersey) dijo: Truman, Harry Truman. Oh, Dios mo!.9 Todo aparentaba conspirar contra l: a ojos de muchos pareca contraerse, tanto poltica como humanamente, en el vasto espacio dejado por su predecesor, y los demcratas llevaban demasiado tiempo en el poder. Tambin haba que tener en cuenta los inevitables escndalos: algunos de los amigos en los que haba confiado se haban alimentado demasiado bien del erario pblico. Aquellos escndalos, aunque no alcanzaban personalmente a Truman, evocaban las manipulaciones de la camarilla de Pendergast. El ala liberal de su propio partido, encabezada por Jimmy Roosevelt, el hijo ms liberal del fallecido presidente, haba tratado desesperadamente de convencer a Eisenhower, aunque la mayora de la gente a la que le gustaba Ike no tena ni idea de lo que pensaba polticamente y a pesar de la clara negativa del mismo Eisenhower a la nominacin. Nadie pareca querer que Truman encabezara la candidatura: No queremos participar en la carrera sobre una mua coja de Missouri,10 dijo Ben Laney, gobernador de Arkansas. Las elecciones de 1948 resultaron decisivas hasta un punto que nadie percibi en aquel momento, y tambin fatales debido a la amargura que gener en un partido que sufra su quinta derrota abrumadora. Al iniciarse la campaa los republicanos aparecan como favoritos. En la convencin republicana, en la que se celebraba la victoria de otoo incluso antes de que hubiera acabado el verano, Clare Boothe Luce, la esposa del editor ms poderoso del pas, dijo que Truman estaba condenado al fracaso. Cualquier experto respetable le habra concedido la victoria a Tom Dewey, a quien todos consideraban admirable aunque no les gustara. Al principio de la campaa el alto mando republicano decidi incluso que sera un despilfarro del dinero del partido seguir haciendo sondeos al ser tan previsible el resultado. Una de las principales firmas encuestadoras, la de Elmo Roper, anunci a principios de septiembre que tambin dejara de hacerlos porque las elecciones estaban decididas: Thomas E. Dewey se puede dar por elegido [...], por eso no puedo pensar en nada ms tonto o intelectual-mente ms estril que actuar como un locutor deportivo que pretende estar presenciando una carrera competida. Todo aquello tuvo un efecto considerable sobre el propio Dewey. Cuando otro republicano lo visit en su granja de Pawling, Nueva York, Dewey le mostr la declaracin de Roper y dijo: Mi tarea consiste ahora en evitar que nada perturbe la actual situacin. As pues, el principal objetivo de la campaa no era definir qu cambios traera consigo una victoria republicana en las circunstancias de mediados de siglo, sino mantener la correlacin de partida evitando errores. Esto fue, evidentemente, un terrible error, por fragmentado que pareciera el partido demcrata. Se haba escindido en tres corrientes, por lo que al menos sobre el papel pareca inusitadamente vulnerable: la extrema izquierda presentaba a Henry Wallace y los demcratas del sur o dixicratas a Strom Thurmond, de Carolina del Sur. Ni uno ni otro parecan importarle mucho a Truman, y aunque ciertamente le pusieron las cosas ms difciles, la imagen de un partido dividido era mucho ms perjudicial que la propia escisin. (Para la cena del da de Jefferson y Jackson en Washington, en febrero de 1948, el senador Olin Johnston, demcrata por Carolina del Sur, pidi una gran mesa, que, gracias a que su mujer estaba en el comit organizador, le toc directamente enfrente del podio. Pero como la cena no iba a ser segregada, los Johnston mantuvieron la mesa, pero asegurndose de que quedara vaca, lo que supona un insulto deliberado al presidente en funciones. Uno de los miembros del clan lo explic as: Hemos pagado 1.100 dlares para que nadie se siente ah.) Lo que ms contrariaba a Truman al aproximarse la campaa de otoo era que las arcas del partido demcrata, aunque llevaba en el poder diecisis aos, estaban vacas, y nadie estaba dispuesto a asumir la presidencia del comit de finanzas, lo que pareca corroborar lo escasas que eran las posibilidades de los demcratas. El 1 de septiembre de 1948, cuando slo faltaban dos semanas para el inicio de la campaa, Truman convoc a la Casa Blanca a ochenta lumbreras del partido hombres con influencia y acceso al dinero para explicarles sus problemas financieros. Slo aparecieron cincuenta. El presidente pidi un voluntario para presidir el comit de finanzas y nadie dio un paso al frente. Al da siguiente Truman llam a Louis Johnson y le pidi que se hiciera cargo de la tarea. Johnson acept; era un ejemplo clsico de cierto tipo de personajes en Washington, un comerciante en neumticos que se haba hecho a s mismo, muy engredo con respecto a sus capacidades y posibilidades polticas, para las que no vea lmites, por lo que tenda a ocupar agresivamente cualquier vaco de poder que tuviera a su alcance, hasta el punto de pretender optar a la presidencia cuando concluy la de Truman. La base poltica de Johnson se hallaba principalmente en la Legin Americana, en la que haba ocupado un alto cargo y cuyas opiniones sobre poltica exterior sola reflejar. Jean Kearney, quien trabaj para el comit nacional demcrata durante aquel verano, dijo de l: Le apasionaban las apuestas. Emprendi la tarea de recaudar dinero para Truman, aada, de forma calculadora y con sangre fra: pensaba que Truman poda ganar y actu como un agente de apuestas promocionando al mismo tiempo su propio estatus como abogado de Washington y figura nacional.14 En aquel momento las apuestas por Truman haban cado tanto como si hubiera abandonado la carrera y los demcratas se hallaban sin dinero, cargados de deudas. Johnson firm al incorporarse un taln personal por 100.000 dlares que permiti al partido pagar sus deudas y que el tren de Truman, que deba iniciar una gira por el pas el 17 de septiembre, saliera en la fecha prevista y llegara ms all de Pennsylvania, que durante un tiempo haba parecido la ltima estacin de la gira. Johnson hizo un trabajo notable como presidente del comit de finanzas, y recaud ms de dos millones de dlares en dos meses. Cuando concluy la campaa Truman le estaba muy agradecido, por lo que le encomend la cartera de Defensa cuando Forrestal se hundi emocionalmente.15 La falta de dinero al comenzar la campaa de 1948 era ms grave que las divisiones ideolgicas en el partido. La campaa de Wallace favoreci de hecho a Truman frente a las acusaciones de izquierdismo que se le hacan, ya que nadie lo atacaba ms duramente que los comunistas y sus compaeros de viaje. En cuanto a los dixicratas, se presentaban nicamente en cuatro estados del sur, por un total de 39 votos electorales. La mayor baza de Truman aquel ao fue que nunca perdi la fe en s mismo ni en el pueblo estadounidense e hizo una campaa vigorosa en trminos simples y directos, en la que los asuntos econmicos ocuparon el primer plano. Antes de que iniciara su campaa el vicepresidente Alben Barkley le haba dicho: Sal ah y dales caa. Segn se cuenta, Truman le respondi: As lo har, Albert, les voy a dar caa y les har ver el infierno.16 Aquella frase se haba filtrado de algn modo y a las multitudes les encantaba. En cada parada siempre haba alguien que le gritaba: Dales caa, Harry!, y eso fue justamente lo que hizo, obteniendo una respuesta entusistica del pueblo estadounidense. Aunque no era Roosevelt, haba encontrado el papel perfecto, el del desvalido intrpido que se enfrenta a los matones en el callejn con la espalda contra la pared. No es que hubiera buscado deliberadamente esa imagen, pero le iba que ni pintada tanto a l como a la poca. Todos estaban seguros de que estaba acabado excepto l mismo. En aquella campaa de 1948 consigui presentarse a ojos de sus compatriotas como no lo haba hecho durante los tres aos y medio anteriores. Fue una de las ltimas campaas polticas realizadas desde el tren, en una gira a toque de silbato con parada en pequeas ciudades en las que el candidato se senta a sus anchas con la multitud que se reuna en torno al furgn de cola. Para l era una situacin muy cmoda y muy autntica; su perspicaz colega demcrata Sam Rayburn, presidente de la Cmara, seal: Le va muy bien desde el tren porque es como uno de ellos. Se re con ellos y no de ellos.17 Su valiente campaa se desarroll a ras de suelo, tan cerca de los votantes que le pas casi desapercibida a los medios de comunicacin y a los jerarcas del partido republicano (e incluso a muchos de su propio partido). Los republicanos estaban demasiado convencidos de que ganaran, dados los pobres resultados de los demcratas en las elecciones a medio mandato de 1946, y haban interiorizado el mito de la incompetencia de Truman; tampoco les ayud la desastrosa campaa de Dewey. Segn Clarence Buddington Kelland, delegado por Arizona en el comit nacional republicano, se mostr altanero, pagado de s mismo y jactancioso,18 en una campaa en la que pareca que l fuera el presidente en funciones y Truman el aspirante y los demcratas un partido minoritario. Sus discursos eran aburridos y llenos de lugares comunes. Algunos de sus ayudantes, como Herbert Brownell, reprocharon a su mujer que le censurara los ataques partidistas porque quera verlo tan presidencial como fuera posible, por encima de la baja poltica. Si era cierto, tampoco habra sido la primera vez que ella intervena decisivamente en la configuracin de su imagen pblica. Otros ayudantes le haban recomendado durante aos que se afeitara su caracterstico bigote, que si le haba beneficiado como fiscal de distrito en Manhattan frente a la mafia, ahora le haca parecer fro y duro como candidato a la presidencia. Brownell se lamentaba aos despus: Su rostro era demasiado pequeo y el bigote demasiado grande;19 pero a la seora Dewey le gustaba, de forma que el bigote permaneci en su sitio. De hecho Dewey era un hombre excepcionalmente capaz y bien preparado para la presidencia tras seis aos como gobernador de Nueva York, puesto para el que fue elegido tres veces y desde el que tambin Roosevelt haba escalado a la presidencia. Con cuarenta y seis aos era todava joven y de aspecto moderno, el primer candidato presidencial nacido en el siglo XX. Haba comenzado su carrera poltica como fiscal en Nueva York, empeado en acabar con la criminalidad organizada, y quiz, pensaban algunos crticos, se era su problema. Aquel papel exiga una tenacidad glida, pero la actitud que poda ser muy valiosa para un fiscal ante un jurado no tena por qu serlo para un candidato presidencial, del que se esperaba cierta humanidad instintiva, tangible. Alice Roosevelt Longworth, en una descripcin sarcstica muy a propsito, lo llam el hombrecito de la tarta de boda. Segn uno de sus amigos durante mucho tiempo, era fro como una ventisca en febrero. Incluso en su tren de campaa, rodeado por otros jefes republicanos, sola excusarse para poder almorzar solo. En cierto momento un fotgrafo le dijo: Sonra, gobernador, a lo que respondi: Crea que lo estaba haciendo.20 Su estilo, o falta de estilo, personal no era de todos modos su nico problema; otro, quiz ms grave, eran las terribles fracturas del partido republicano. Para los aislacionistas era el smbolo viviente de todo lo que haba equivocado en su partido. El Chicago Tribune del coronel Robert McCormick lo odiaba por su internacionalismo y por su derrota en las elecciones de 1944 y lo menospreciaba constantemente. En lo que result la decisin ms cargada de consecuencias de su campaa, se neg a enarbolar y a convertir en tema central de su programa el nico asunto con el que se los podra haber ganado, el de la subversin. De hecho, en un debate clave con Harold Stassen durante las primarias en Oregn, se opuso a ilegalizar el partido comunista. Segn dijo y era un hombre de ley y orden, eso slo servira para llevar a los comunistas a la clandestinidad. Otros destacados republicanos, en busca de carnaza y sabiendo que tenan problemas econmicos, le animaron a blandir la acusacin de la presencia comunista en Washington. Cuando William Loeb, editor de derechas de New Hampshire, y el senador Styles Bridges, que era el hombre de Loeb en el Senado y dirigente de la campaa nacional republicana, le pidieron a Dewey que utilizara la cuestin de la subversin contra Truman y los demcratas, l les escuch atentamente y a continuacin, segn Hugh Scott, uno de sus ayudantes de campaa, dijo que la mencionara; pero le pareca una bajeza acusar al presidente de Estados Unidos de ser blando con el comunismo. Al senador Styles Bridges le dijo que no iba a dedicarse a mirar bajo las camas. Su campaa fue muy sosa. Mientras que Truman reuna a multitudes cada vez mayores, Dewey segua pronunciando los mismos discursos curiosamente aspticos, desapasionados. Su campaa, escribi el Courier Journal de Louisville, Kentucky, poda resumirse en estas cuatro afirmaciones histricas: la agricultura es importante; nuestros ros estn llenos de peces; no se puede tener libertad sin autonoma; tenemos el futuro por delante. Sin embargo, la victoria pareca segura. Los medios de comunicacin, lo que en aquellos das anteriores a la televisin significaba fundamentalmente la prensa, contribuyeron a convertir la victoria de Truman en una gran sorpresa porque sus miembros emplearon mucho tiempo entrevistndose mutuamente sin atender a lo que estaba sucediendo ante sus ojos. A mediados de septiembre, por ejemplo, Joseph Alsop, entonces un importante columnista del influyente New York Herald Tribune, presenci dos acontecimientos: el discurso de Truman en el concurso nacional de arado en Iowa, ante una audiencia entusiasta de 75.000 personas, una arenga aguda, centrada y al ataque, y poco despus un discurso de Dewey ante una audiencia decepcionantemente pequea de alrededor de ocho mil personas en la Universidad Drake, tambin en Iowa. Cualquier periodista atento a los matices polticos del momento podra haber apreciado que algo estaba cambiando, pero Alsop permaneci ciego. Segn su crnica, haba algo triste en el contraste entre los comienzos de campaa respectivos aqu en Iowa. El espectculo de Truman fue pobre y carente de xito, mientras que el de Dewey fue opulento, estaba organizado hasta el ltimo detalle y exudaba confianza. La contienda era demasiado desigual; una vez concluida uno senta incluso cierta simpata hacia el obstinado presidente. A mediados de octubre Newsweek encuesto a cincuenta cronistas polticos dispersos por todo el pas. Todos ellos predijeron una victoria de Dewey. La gente de Truman tuvo noticia de ello antes de que se publicara, pero el titular Cincuenta expertos en poltica predicen un gran victoria de Dewey era desolador. El nico que no pareci inmutarse fue el propio Truman, quien dijo: Oh, esos condenados siempre se equivocan. Olvidadlo, chicos, y pongmonos a la tarea. En vsperas de las elecciones la prensa todava se equivocaba. Alistair Cooke, del Manchester Guardian, titul su ltimo artculo previo a las elecciones Harry Truman Estudio de un fracaso, y la gente que publicaba el boletn Kiplinger Letter, entonces muy influyente, dedic su nmero de octubre a Lo que har Dewey como presidente. Al final Truman gan por un margen relativamente amplio: 24,1 millones de votos frente a 21,9 millones para Dewey; venci en 28 estados, con 303 votos electorales, mientras que Dewey gan en 16, con 189 votos electorales, y habra ganado incluso en el estado de Nueva York, del que Dewey era gobernador, si Wallace no le hubiera sustrado cierto nmero de votos de la izquierda. Fue una de las mayores sorpresas de la historia poltica estadounidense. El presidente recin reelegido se present ante los fotgrafos alzando un ejemplar del Chicago Tribune con el titular Dewey derrota a Truman. Los cmicos tuvieron material para chanzas; Groucho Marx, por ejemplo, coment: La nica forma de que un republicano llegue ahora a la Casa Blanca es casndose con Margaret Truman. Para los republicanos fue el apocalipsis. Pese a la desaparicin de Roosevelt, los demcratas, guiados por el pequeo mercero que tanto despreciaban, haban vuelto a ganar y adems haban obtenido nueve escaos ms en el Senado. La victoria poda considerarse milagrosa, pero tendran que pagar por ella un precio enorme y la poltica exterior o con mayor precisin la lealtad y seguridad en lo que se refera a la poltica exterior acabara situndose en el terreno ms propicio para los republicanos. Muchos de sus adversarios tardaron en captar la habilidad poltica de Truman, con la que haba conseguido ganarse a la inmensa mayora de los sectores tradicionalmente demcratas al tiempo que ganaba terreno a los republicanos en los estados agrcolas. Tuvo que dejar la Casa Blanca antes de que percibieran su gran talento. Las palabras de Bob Taft (No me lo puedo explicar. Volver a enviar a la Casa Blanca a ese paleto es algo que desafa el sentido comn), ofrecen ciertas claves de su triunfo.24 Walter Lippmann, el conocido columnista poltico, pensaba que no posea el alma, el espritu o la fe de un autntico newdealer, pero que haba sabido mantener hbilmente la alianza poltica forjada por Roosevelt. Para los republicanos ms conservadores la idea de que pudiera triunfar, cuando era tan claro que les haba llegado la hora de la revancha, no les entraba en la cabeza (uno de los mejores libros sobre aquellas elecciones se titulaba precisamente Out of the Jaws of Victory). Despus acusaron a Dewey y al ala liberal de su partido por haber planteado otra campaa de equiparacin a los demcratas, aunque es probable que, en aquellas circunstancias, si hubieran presentado a su favorito, Robert Taft, la diferencia habra sido an ms amplia. Retrospectivamente no cabe subestimar el inmenso impacto de la victoria de Truman sobre el partido republicano y la desesperada necesidad que gener de encontrar un asidero para recuperarse; al final fue la cuestin de la cada de China o ms en general la subversin en Washington. Sigue siendo una incgnita fascinante qu habra sucedido de haber ganado Dewey, si se habra prolongado, con pequeos ajustes, la colaboracin en poltica exterior entre los dos partidos que se mantena esencialmente desde haca casi una dcada, y si las graves acusaciones de traicin contra importantes funcionarios se habran atemperado. Si Dewey hubiera sido presidente y John Foster Dulles su secretario de Estado, les habra perseguido la derecha republicana tan cruelmente como lo hizo con Truman y Acheson? Podra haber evitado el pas las horribles acusaciones fratricidas del perodo conocido como macartismo, pero que en realidad respondan a un sentimiento ms profundo que el deseo de notoriedad del senador de Wisconsin? Habra dispuesto Dewey como comandante en jefe de las fuerzas armadas de mayor margen de maniobra durante los aos siguientes en su trato (y eventual relevo) con el obstinado hroe republicano MacArthur? O habra mostrado ste mayor respeto a Dewey que a Truman, al ser consciente de que su influencia poltica era menor? Mientras los demcratas celebraban la victoria de Truman, pocos se detuvieron a ponderar lo que podan significar cuatro derrotas electorales seguidas para el partido minoritario, algunas de cuyas figuras ms importantes pensaban entonces que poda seguir sindolo para siempre. Para los republicanos la derrota significaba que deban dejar de portarse de forma educada. Si estaban polticamente bloqueados por una economa estadounidense de cuellos azules y el ascenso y la pujanza poltica de los sindicatos, no volveran a tratar con ligereza la cuestin de la subversin. Los nuevos emblemas y ejes de sus campaas iban a ser el patriotismo y el anticomunismo, y en aquel empeo recibieron una ayuda considerable de fuerzas exteriores incontroladas y en particular de la cada del gobierno de Chiang Kai-shek, que finalmente les proporcion el argumento definitivo. La poltica nacional se iba a hacer mucho ms amarga con las acusaciones contra los demcratas de haber prevalecido durante veinte aos gracias a la traicin. 15
Todo aquello la irrupcin de la cuestin china en la escena poltica estadounidense, el debate cada vez ms polarizado sobre la poltica exterior y el hecho de que el gobierno demcrata, por dura que fuera su actitud en opinin de algunos crticos de izquierda, fuera acusado de lenidad con el comunismo hizo que la guerra de Corea nunca se considerara de forma aislada, como una pequea guerra en un pequeo pas; nunca se trat slo de Corea; siempre se relacionaba con algo infinitamente mayor, esto es, con China, cuya cada dio lugar a un debate poltico interno muy amargo. Cuando el gobierno de Truman comenz a enviar tropas a Corea, quedaba por responder una cuestin muy inquietante, la posibilidad de tener que enfrentarse al ejrcito de la Repblica Popular China, algo que el propio presidente y la mayora de la gente que lo rodeaba teman y que el alto mando de las tropas de ocupacin en Japn y algunos de sus seguidores parecan esperar con anhelo. El presidente Truman se vio as implicado en una guerra difcil con las manos atadas. Tambin estaba, aunque nadie quera admitirlo, a la defensiva en el plano poltico, por lo que no tena eleccin sobre quin iba a estar al mando de las tropas. El propio gobierno estaba inmerso en una controversia constante sobre China desde el momento en que se incorpor a l Louis Johnson y comenz a contradecir a Acheson, impugnando su propuesta de ayuda a Taiwn por considerarla escasa. Cuatro das despus de que el ejrcito norcoreano cruzara la frontera, el senador y lder republicano Robert Taft pronunci un discurso muy emotivo en el Senado, atacando a Truman por no solicitar la aprobacin del Congreso para ir a la guerra. Tambin dijo que la invasin norcoreana mostraba que la poltica de Acheson en Asia estaba sustancialmente equivocada y que el gobierno era blando con el comunismo, y pidi la dimisin o destitucin de Acheson. Pocas horas despus del discurso de Taft, Averell Harriman, a quien Truman haba hecho volver de Europa para ayudar a Acheson, se encontraba en el despacho de Johnson. Son el telfono y Johnson respondi a la llamada; era el propio Taft. Johnson le mencion con aprobacin su discurso (en especial las palabras sobre la dimisin o destitucin de Acheson). Era algo que haba que decir, le coment. Harriman estaba absolutamente escandalizado: era como hallarse tras las lneas enemigas, escuchando a sus dirigentes. Se sorprendi an ms cuando Johnson le sugiri a Harriman que si se pona de su parte lo propondra como secretario de Estado, y se lo cont inmediatamente a Truman. Aquello fue el comienzo del fin para Johnson como secretario de Defensa. Pero si bien podan sobreponerse con facilidad a Johnson partidario acrrimo de Chiang Kai-shek y hostil por tanto a sus decisiones al respecto, a quien los generales despreciaban y que no contaba a pesar de su propia valoracin con una gran habilidad poltica, el caso de MacArthur, comandante supremo de las fuerzas estadounidenses al otro lado del Pacfico, era muy distinto. Pareca desear una confrontacin con el gobierno. Una de sus primeras escaramuzas con Truman tuvo lugar incluso antes de que comenzara la guerra de Corea, cuando la revista Life de Henry Luce, importante crtico de la poltica del gobierno hacia China, public a finales de diciembre de 1948 un artculo titulado MACARTHUR DICE QUE LA CADA DE CHINA PONE EN PELIGRO A ESTADOS UNIDOS en el que informaba que MacArthur haba enviado un telegrama de diecisis pginas a la Junta de Jefes de Estado Mayor, que haba supuesto una conmocin histrica para nuestros generales. Los soviticos se hallaban ahora, en su opinin, en condiciones de apoderarse de Japn. Frente a hechos que parecen tan claros, cmo puede haber sido Washington tan incauto con respecto a las consecuencias de una victoria comunista en China? Era un texto fascinante, en el que el principal general estadounidense en Asia se alineaba junto a los peores enemigos del gobierno en el asunto poltico ms delicado que caba imaginar. No auguraba nada bueno para el futuro. El siguiente enfrentamiento tuvo lugar a finales de julio de 1950. En el gobierno haba habido algunos rifirrafes internos con respecto a Taiwn, cuando la Junta de Jefes de Estado Mayor comenz a cambiar de opinin sobre el valor estratgico de la isla a unos ciento cincuenta kilmetros de la costa continental de China, tras el inicio de la guerra de Corea. En fuentes de la inteligencia militar se deca ms tarde result una impresin totalmente equivocada que se estaba reuniendo en un puerto del continente una inmensa flota de cuatro mil buques, posiblemente como preparacin para una invasin de Taiwn. Esto despert gran preocupacin. Acheson no quera emprender ninguna accin que relacionara la intervencin estadounidense en Corea con Chiang Kai- shek y que pudiera extender la guerra, y todava se opona a proporcionarle ayuda. En su opinin cualquier ayuda a Taiwn supona un apoyo a Chiang y constituira una decisin poltica fatal para Estados Unidos. Sin embargo, Truman estaba comenzando a realizar sus propios ajustes polticos; sugiri que se enviara un equipo de anlisis para calibrar las necesidades de una eventual defensa de Taiwn. Los jefes de Estado Mayor le pasaron entonces la sugerencia a MacArthur, quien decidi que l mismo encabezara el equipo. Los jefes de Estado Mayor se pusieron entonces algo nerviosos y le sugirieron que enviara a alguien quiz un oficial de alto rango para aquel anlisis preliminar, ya que las Secretaras de Estado y de Defensa todava estaban estudiando las condiciones bsicas; de otro modo poda parecer ms una visita de Estado que un intento de evaluar las necesidades militares. Pero MacArthur no tena ninguna intencin de esperar ni de ceder la primaca al secretario de Estado. Despeg casi inmediatamente, dejando tras de s en Tokio al principal representante de la Secretara de Estado, Bill Sebald, y llevando consigo un enorme grupo de militares adictos, tan grande que necesit dos gigantescos C- 545. Durante el trayecto envi un mensaje por radio al Pentgono diciendo que si la Repblica Popular iniciaba una invasin tratara de utilizar tres escuadrillas de F-80 para detenerla. Aquello encendi todas las alarmas en Washington y muy especialmente la de Acheson, que pens que MacArthur haba enviado ya las tres escuadrillas a Taiwn, excediendo de forma considerable su capacidad de mando. Pero no fue el nico que se irrit y tambin le sirvi de recordatorio a la JU-JEM, que jugaba su propio juego en favor de un compromiso no tanto con Chiang como con Taiwn, de que no poda controlar a MacArthur como lo habra hecho en el caso de cualquier otro general en el teatro de operaciones. Ornar Bradley escribi ms tarde que habra sido mejor que el propio Truman ordenara a MacArthur retrasar el vuelo. MacArthur aterriz en Taiwn el 29 de julio, cuando ya haban transcurrido cinco semanas desde la invasin norcoreana. La gente de Chiang estaba encantada; lo recibieron casi con honores de jefe de Estado y tanto l como Chiang lo entendieron as. Bes galantemente la mano de la seora Chiang y llam a ste mi viejo compaero de armas, aunque no se haban encontrado nunca antes. Lo ms importante fue que aunque no haba tcnicamente ningn cambio de poltica, todo aquel viaje pareca un cambio de poltica, o al menos el surgimiento de un aspecto nuevo. Supuso una ayuda considerable para la maquinaria de relaciones pblicas de Chiang Kai-shek, quien dijo que Estados Unidos y China iban a hacer causa comn contra sus enemigos comunes. Como dijo Ornar Bradley, la propaganda nacionalista tuvo como efecto neto la impresin de que Estados Unidos era, o iba a ser, un aliado militar mucho ms estrecho de Chiang en la lucha contra el comunismo en el Lejano Oriente y que incluso podramos armarlo para su "regreso al continente". Truman y Acheson estaban tan furiosos como caba esperar. Era una seal, la primera de las muchas que llegaran, de que Douglas MacArthur no slo tena su propia poltica sino que se senta con derecho a practicarla, de que siempre haba tenido su propia agenda y sta no era necesariamente la misma que la del presidente. Truman estaba convencido de que MacArthur haba aprovechado el viaje para alentar al lobby chino y para incrementar la presin sobre l desde la derecha. Al saber lo irritado que estaba el presidente y mientras la prensa se haca eco de la clera provocada por su viaje, MacArthur agrav an ms la situacin diciendo que su visita haba sido deliberadamente malinterpretada por los que en el pasado han defendido de modo invariable una poltica derrotista de contemporizacin en el Pacfico. Esto era otra bofetada para Acheson. No cabe ninguna duda de la importancia que Washington atribuy a aquel viaje. Truman envi inmediatamente un equipo de tres hombres a Tokio y Corea para asegurarse de que no volviera a suceder y al mismo tiempo para saber cmo se desarrollaba la guerra y conocer las necesidades del mando. Ese era el equipo que diriga Matt Ridgway cuando realiz su evaluacin de Walton Walker, pero la figura clave era Averell Harriman, que ya era el principal mediador de Truman. Su tarea consista en mejorar las relaciones entre Washington y MacArthur, saber lo que necesitaba en trminos de hombres y material y hacerle llegar dos mensajes del presidente. Como el propio Harriman seal ms tarde, el primero era que iba a hacer cuanto pueda para darle lo que necesite en el terreno militar; y en segundo lugar quiero que le diga que no deseo que nos meta en una guerra con los comunistas chinos. Tambin deba tratar de descubrir lo que poda haber prometido MacArthur a Chiang y advertirle de que se mantuviera alejado de l. Pero mientras Harriman volaba a Tokio se hizo pblica una historia procedente del cuartel general de MacArthur, citando una fuente fiable, de que ste le iba a decir a Harriman que la guerra de Corea sera intil a menos que Estados Unidos combatiera a los comunistas all donde se atrevieran a mostrar las uas en toda Asia. Las conversaciones entre Harriman y MacArthur tuvieron un xito muy limitado. Segn inform ms tarde el primero al presidente, MacArthur poda aceptar sus instrucciones, pero su falta de entusiasmo era perceptible. Como soldado obedecera, inform Harriman, pero sin plena conviccin. Dada la capacidad de Harriman para juzgar a la gente, aqulla no era una buena seal. En cierto sentido era una figura tan importante como MacArthur, llevaba casi tanto tiempo como ste en el campo de las relaciones internacionales y no se senta en absoluto intimidado por el general. Al llegar, cuando MacArthur le llam por su nombre de pila Averell, cunto me alegro de verte, le haba devuelto inmediatamente el tratamiento; si l era Averell, el otro sera Douglas. Para Harriman estaba claro que MacArthur pensaba que cualquier transigencia hacia Mao y la Repblica Popular China supona una poltica de contemporizacin, aunque todava no lo dijera tan claramente. Esto sucedera ms tarde. Tambin le dijo a Harriman que en su opinin Estados Unidos estaba siendo demasiado duro con Chiang y que deba dejar de patearlo.4 Pero aunque no estimaba en mucho su ejrcito sobre eso no haba desacuerdo, estaba esencialmente en las antpodas sobre la cuestin general de China, que haba comenzado a preocupar muy seriamente a Washington. Por razones bastante difciles de explicar explic Harriman a Truman a su regreso, no creo que lleguemos a un pleno acuerdo sobre la forma de tratar las cosas en Formosa y con el Generalsimo. Aceptaba la posicin del presidente y actuara de acuerdo con ella, pero sin gran conviccin. Tiene la extraa idea de que deberamos respaldar a cualquiera que luche contra el comunismo, aunque no me explic por qu ni de qu modo podra contribuir eficazmente el Generalsimo a la contencin de los comunistas chinos.5 El 8 de agosto tuvo lugar una ltima reunin entre MacArthur y el equipo procedente de Washington, cuando todava no se haba intensificado la guerra. Los norcoreanos presionaban hacia el permetro de Pusan. En aquel encuentro MacArthur, sorprendentemente optimista, mencion su plan para un desembarco por sorpresa tras las lneas norcoreanas en un puerto llamado Inchon, situado bastante al norte en la costa occidental de Corea. Era una reedicin de la Operacin Corazones Azules que se haba propuesto durante los primeros das de la guerra, ahora muy ampliada y mejorada. El desembarco en Inchon, previsto para el 15 de septiembre, se haba convertido no tanto en un plan de batalla como en una obsesin para MacArthur. Vena pensando en l casi desde el momento en que los norcoreanos haban cruzado la frontera hacia el sur. A primeros de julio hubo una reunin de su Estado Mayor en la que encarg a varios de sus subordinados que planearan un desembarco anfibio e hicieran propuestas al respecto. Se sugirieron varios lugares; un oficial de Estado Mayor haba seleccionado un puerto justo detrs de las lneas de los norcoreanos; otro un lugar a unos diez kilmetros al norte, todava al alcance de la artillera estadounidense; un tercer oficial, un joven comandante llamado Ed Rowny present el plan ms atrevido, sugiriendo un punto unos veinticinco kilmetros ms al norte en la costa oriental. MacArthur no se dej impresionar. Todos ustedes son unos pusilnimes, dijo. A continuacin se acerc a una pizarra y escribi en francs Rowny lo recordaba claramente aos despus porque era el gran MacArthur y aqulla fue una gran actuacin, mejorada todava ms por el uso inesperado del francs: De qui objet? [Cul es el objetivo?]. Con un enorme lpiz graso rode Inchon, el puerto de Sel, muy al norte de lo que haban sugerido los dems. Ah es donde deberamos desembarcar, en Inchon, directamente a la garganta. Los ms jvenes mencionaron la dificultad de las mareas y la posibilidad de que el puerto pudiera estar minado, pero MacArthur descart todas las objeciones: No se dejen aconsejar por sus temores; es simplemente una cuestin de voluntad de poder y de coraje.6 A continuacin les dijo que prepararan un plan para desembarcar en Inchon. MacArthur apremi a Harriman y Ridgway en favor del desembarco. Normalmente habra necesitado cuatro divisiones para semejante operacin, pero las fuerzas estadounidenses estaban tan mermadas por la desmovilizacin de posguerra, que lo hara con dos, la Sptima de Infantera y la Primera de Marines. Fue, en opinin de Ridgway, una brillante presentacin de una estrategia muy original, y la apoy con entusiasmo, convirtindose as en el primer miembro del equipo de seguridad nacional de Washington en sumarse al plan de Inchon. Tambin qued impresionado por la preocupacin de MacArthur sobre lo que supondra para sus tropas la dureza del prximo invierno en Corea, un invierno mucho peor, estaba convencido, que cualquiera que hubiera conocido en Alemania. Cuanto antes golpearan en Inchon, dijo MacArthur, sera mejor. Una vez que llegara el invierno, sera tan duro que las bajas por otras causas podan exceder a las derivadas de la batalla.7 Ni Harriman ni Ridgway olvidaran ms tarde la paradoja de su argumentacin, dado que a finales de noviembre MacArthur no vacilara en enviar al norte, hasta el ro Yalu, el Octavo Ejrcito y el X Cuerpo, vestidos con uniformes de verano con una temperatura mortalmente baja. Entendieron que MacArthur poda argumentar apasionadamente en favor o en contra de cualquier cuestin, segn le convena a sus propsitos inmediatos o no. Para Harriman, la original presentacin del desembarco en Inchon envolva el gran dilema que supona para los lderes civiles MacArthur con su doble personalidad: por un lado, un brillante e imaginativo general con mucho talento, pero tambin un militar indisciplinado, siempre al borde de la insubordinacin y con una agenda diferente a la de sus superiores. Todos ellos saban que en l era como una segunda naturaleza retener ciertas informaciones sustanciales. Cmo se poda aprovechar lo mejor de un hombre que constantemente pareca promover sus propias ideas polticas y que simplemente no obedeca las reglas a las que se sometan los dems jefes militares y nunca era del todo franco? Se le podan confiar misiones comprometidas? Poda contarse con que pusiera todo su talento al servicio de planes decididos por otros? El viaje de Harriman y Ridgway haba puesto de manifiesto el dilema que supona para sus superiores; el embrollo que haba creado con Chiang y la brillantez del plan de Inchon. En una observacin casual que subrayaba el dilema, Harriman le dijo a Ridgway que era decisivo dejar a un lado consideraciones polticas y personales y que nuestro gobierno pueda tratar con el general MacArthur como el gran activo nacional que es.8 Sin embargo, aunque el balance genrico del encuentro se pudiera considerar positivo, abundaban tambin seales perturbadoras para el futuro. Si bien las relaciones entre Mosc y Beijing, aliados fraternales en la constelacin comunista, pronto se iban a demostrar notablemente difciles, lo mismo caba decir de la tormentosa relacin entre el comandante supremo estadounidense en Tokio y sus superiores civiles y militares en Washington. Los civiles saban que con MacArthur siempre se estaba al borde de un incidente. En aquella ocasin no tuvieron que esperar mucho, ya que ocurri antes de que hubieran trascurrido tres semanas. Le haban pedido al general que hablara, o que al menos enviara un discurso para ser ledo, en la asamblea anual de los Veteranos de Guerra, que, como la Legin Americana, no era precisamente una asociacin de palomas. Habl de nuevo sobre Taiwn, cuyo valor estratgico, dijo, no haba que subestimar. Desde la isla, Estados Unidos poda dominar con su fuerza area cualquier puerto asitico, desde Vladivostok hasta Singapur, y prevenir cualquier movimiento hostil en el Pacfico. Era una declaracin curiosa, como si estuviera proporcionando municin a los pases enemigos al hacer tan pblico un tema tan delicado. Aquello que Taiwn era una gran base militar para Estados Unidos era exactamente lo que decan los soviticos, tanto en nombre propio como de la Repblica Popular China, en Naciones Unidas y lo que Washington quera encubrir para limitar el mbito de la guerra de Corea. Pero MacArthur fue an ms all incordiando a Washington una vez ms y habl, no tanto como el comandante supremo en la regin, sino como uno de los principales crticos polticos del gobierno: Nada podra ser ms falaz que el argumento de quienes predican la contemporizacin y el derrotismo en el Pacfico de que la defensa de Formosa nos alejara de los pases de Asia continental [...] Quienes hablan as no conocen Oriente. No entienden la pauta del pensamiento oriental, que tiende a respetar y seguir un liderazgo agresivo, resuelto y dinmico. Si esto no era un ataque al propio Truman, lo menos que se poda decir es que era una bofetada a Acheson. Truman se puso de nuevo furioso. Aunque el discurso ya se haba hecho pblico y haba sido transmitido telegrficamente, todava no se haba ledo en la asamblea de los Veteranos de Guerra. Truman convoc a su consejo y le dijo a Louis Johnson que comparta la valoracin de MacArthur que le transmitiera al general la orden presidencial de retirarlo. Lo entiende usted?, le pregunt el presidente. Si, seor, lo entiendo, respondi Johnson. Vaya y hgalo, eso es todo, concluy Truman (quien sospechaba que Johnson estaba implicado de algn modo en todo aquello). Pero ya en su despacho Johnson vacil; no le complaca la idea de ordenar a MacArthur que se tragara su propio discurso. Llam a Acheson y le sugiri formas de suavizar las rdenes de Truman, como si el discurso de MacArthur no fuera ms que una opinin personal que cualquiera tena derecho a manifestar. Acheson le record que era una orden del presidente. Durante todo el da se sucedieron largas llamadas telefnicas entre los principales protagonistas, excepto Truman. Finalmente, a media tarde, ste telefone a Johnson y le dict el mensaje que deba transmitir a MacArthur: El presidente de los Estados Unidos le ordena que retire su mensaje a la asamblea nacional de Veteranos de Guerra, porque varias frases con respecto a Formosa entran en conflicto con la poltica estadounidense y su posicin en la ONU.9 A MacArthur no le qued otra opcin que acatar la orden, por agraviado que se sintiera. Pero del mismo modo que el discurso se haba hecho pblico y luego haba sido retirado, el incidente quedaba atrs pero segua presente. Ms tarde, despus de que MacArthur y Truman tuvieran su ltimo encontronazo y el presidente lo relevara, ste murmur que debera haberlo hecho mucho antes, justo en el momento del discurso ante los Veteranos de Guerra. La campana haba doblado a muerto para Louis Johnson, al que el presidente le pidi dos semanas despus su dimisin. Johnson rompi en lgrimas cuando Truman le repiti la peticin. Segn el bigrafo de Truman, David McCullough, el suyo fue posiblemente el peor nombramiento que hizo Truman,10 y Acheson dijo de l que estaba tan chiflado como una regadera. Durante su breve permanencia en el puesto consigui ofender a casi todos los miembros del gobierno, incluidos el presidente, el secretario de Estado, la mayora de los miembros del gabinete y casi todos los jefes militares con los que se cruz en su camino. Los generales de mayor rango, que a menudo se peleaban entre s sobre los puestos de posguerra, se unieron como un solo hombre en aquel momento: todos ellos odiaban a Louis Johnson, en quien crean ver una caricatura de sus peores pesadillas sobre los polticos civiles. Johnson denigraba constantemente su capacidad y la necesidad de lo que hacan. Pensando en la bomba atmica, en diciembre de 1949, le escribi a un almirante (usando lo que el escritor Robert Heinl llamaba su caracterstico tacto): Almirante, la Armada ya no sirve para nada [...] No hay razn para mantener una Armada ni un Cuerpo de Infantera de Marina. El general Bradley me dice que los desembarcos anfibios son cosa del pasado y que nunca volveremos a realizarlos. Eso demuestra la obsolescencia de la Artillera de Marina. Por otra parte, la Fuerza Area puede hacer ya todo lo que antes haca la Armada, de manera que sta tambin sobra. Era odiado en los altos crculos militares debido a sus presiones para reducir an ms un ejrcito ya muy disminuido. En el momento en que fue destituido en septiembre de 1950, cuando la guerra de Corea duraba ya tres meses, en el Pentgono circulaba un chiste mordaz: La Junta de Jefes de Estado Mayor haba informado a Johnson de que finalmente podra renunciar a sus implacables demandas de reduccin de tropas, ya que en Corea mataban cada da a un nmero suficiente de soldados como para reducir el contingente militar al nivel deseado. Casi todos los que haban tenido algo que ver con l lo despreciaban. Ornar Bradley escribi ms tarde en sus memorias que sin ser consciente de ello, Truman haba sustituido a un demente por otro, refirindose a Forrestal y Johnson respectivamente. Pero el hecho de que hubiera facilitado la destitucin de Johnson, prevista de todos modos para antes de fin de ao, era quiz la menos importante de las consecuencias de aquel conflicto. Haba agriado las relaciones entre el presidente y el general, quien se haba visto obligado a dar un paso atrs y respetar la orden de Truman, algo tan desagradable como extrao para l. Fue tambin una clara advertencia para la Casa Blanca, como lo haba sido la visita a Taiwn, de que MacArthur actuaba por su cuenta, tanto militar como polticamente. Mostr la falta absoluta de acuerdo en torno a la poltica en Asia, incluidos los objetivos de la guerra que se estaba librando en Corea, y la amenaza, mucho ms que probable, de que se convirtiera en un serio oponente en la cuestin que ms les preocupaba, China. No era una pequea fractura: el presidente y el secretario de Estado queran alejarla cuanto fuera posible de la guerra en Corea, y al general, aunque quiz no quisiera relacionarles directamente aunque hay abundantes indicios de lo contrario, empezando por su propia declaracin de que cada noche se arrodillaba y rezaba por que China entrara en la guerra, al menos era evidente que no le quitaba el sueo esa posibilidad. Para sustituir a Johnson Truman recurri a George Marshall, agotado por sus anteriores tareas, cuya salud era algo delicada, y al que le faltaban slo unos meses para cumplir setenta aos. Al parecer esperaba retirarse a una especie de puesto honorfico como el de presidente de la Cruz Roja. Truman, intuyendo el destino de Johnson, ya haba sondeado a Marshall para averiguar si estaba dispuesto a asumir el puesto. Respondi que lo hara, pero slo durante seis meses, con Bob Lovett, una figura muy respetada del mundo de la seguridad nacional, como nmero dos y destinado a reemplazarlo. Est usted seguro de que quiere que lo haga yo?, le haba preguntado al presidente. Puede que prefiriera sopesar de nuevo el hecho de que mi nombramiento pueda repercutir negativamente sobre usted y su gobierno. Todava me acusan de la cada de Chiang en China, y me gustara ayudarle, no perjudicarle. Ms adelante, mencionando la conversacin en una carta a su mujer, Truman le deca: Puedes imaginar algn otro capaz de decir eso? Yo no puedo y l es uno de los grandes.13 En el momento del inicio de la guerra de Corea, la muerte de una China y el nacimiento de otra pesaba cada vez ms sobre el gobierno estadounidense; si en 1948 los republicanos andaban en busca de una cuestin que les devolviera a la palestra, en 1949 sus plegarias tuvieron respuesta. El colapso del rgimen de Chiang acabara siendo el primer paso importante hacia una terrible colisin en el campo de batalla entre Estados Unidos y China tan slo veinte meses despus. El 3 de noviembre de 1948, el da antes de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, las fuerzas del Guomindang se retiraron de Shenyang, la mayor ciudad de Manchuria, dejando por primera vez una ciudad importante (y el control de gran parte del rea circundante) en manos del Ejrcito Popular de Liberacin de Mao Zedong. La suerte estaba echada. El ejrcito de Chiang Kai-shek estaba al borde del colapso y cada nueva derrota pareca asegurar que la siguiente sera mayor y an ms rpida. A veces divisiones nacionalistas enteras se rendan para integrarse inmediatamente en el Ejrcito Popular de Liberacin. Otras divisiones simplemente desaparecan, dejando a sus enemigos equipo militar estadounidense por valor de millones de dlares. A partir de entonces los gobiernos de Estados Unidos y de la nueva China revolucionaria, aparentemente sordos y mudos cada uno de ellos a los impulsos polticos y militares del otro, fueron dando pasos tambaleantes en una especie de danza lenta hacia una confrontacin militar que ninguno de los dos quera. Durante los cuatro aos anteriores se haban podido observar muchos signos del declive de Chiang, pero debido a la propaganda de muchos periodistas favorables a su rgimen, el final de ste haba resultado una conmocin inesperada para millones de estadounidenses. La amada China, un pas del que se les haba dicho durante la segunda guerra mundial que estaba habitado por buenos asiticos, industriosos, obedientes y dignos de confianza (mientras que Japn lo estaba por malos asiticos, negligentes, taimados e indignos de confianza), se haba pasado de repente al comunismo. Primero Rusia, un pas aliado durante la segunda guerra mundial, se haba convertido en enemigo; ahora, y esto resultaba quiz an ms perturbador, tambin China se haba convertido en enemigo y en aliado de la Unin Sovitica. Para millones de estadounidenses pareca casi una traicin, ominosa porque cuando el inmenso territorio y la poblacin china se aada a los de la Unin Sovitica, el mundo pareca infinitamente ms peligroso. Si ambos pases se pintaban de rosa en un mapa geopoltico gigante del mundo, como se sola hacer ahora por razones polticas, * ese mapa pareca de repente mucho ms amenazador. Como las emociones que generaba China entre millones de estadounidenses eran ms intensas que las generadas por cualquier pas de un peso semejante, y como los demcratas haban ganado cinco elecciones seguidas y los republicanos buscaban un motivo caliente para recuperar terreno, las consecuencias polticas de la cada de China iban a ser terribles. La cuestin que se planteaba ahora como confrontacin entre los partidos era: Quin haba perdido China? Por debajo estaba la suposicin y la gran equivocacin histrica de que China siempre haba estado en el mismo campo que Estados Unidos, y que ahora lo haba abandonado. La cada de Chiang Kai-shek y del Guomindang, aunque en aquel momento pocos lo entendieran o quisieran entenderlo, estaba incluida en la dramtica alteracin de la estructura de poder mundial que haba tenido lugar durante los seis aos de guerra mundial. Esta haba sido algo ms que la lucha catastrfica entre dos bandos, los Aliados y el Eje; como la primera, la segunda guerra mundial iba a tener consecuencias globales de gran alcance.
La China presente en el pensamiento de millones de estadounidenses era un pas ilusorio, poblado por laboriosos y obedientes campesinos que amaban Estados Unidos y a los estadounidenses y que lo que ms deseaban era parecerse a ellos. Aquellos campesinos humildes anhelaban supuestamente convertirse al cristianismo y olvidar, pese a los considerables obstculos que hallaban en su camino, lo que millones de estadounidenses suponan un pasado odiado. Crean, no slo que amaban (y entendan) a China y a los chinos, sino que era su deber americanizarlos. Con la ayuda de Dios, levantaremos Shanghai hasta que se parezca a Kansas City, deca el senador Kenneth Wherry, de Nebraska, uno de los republicanos ms crticos con el gobierno por su poltica hacia China (y que una vez se refiri a la Indochina francesa como Indigo-China).14 Mucho antes de que Chiang huyera a Taiwn y estableciera all su peculiar rgimen personal, ya haba dos Chinas: de un lado, la de la opinin pblica estadounidense, una China como los estadounidenses queran que fuera, y de otro la real, inmersa en un proceso de descomposicin que era la triste realidad cotidiana de los estadounidenses que vivan all. La China ilusoria era un aliado heroico, gobernado por el bravo, industrioso, cristiano y proestadounidense Chiang Kai-shek y su bella esposa Mayling, perteneciente a una de las familias ms ricas y mejor relacionadas, tambin cristiana y educada en Estados Unidos y que pareca haber sido elegida directamente en un concurso para una importante campaa de relaciones pblicas. Los objetivos del Generalsimo y su mujer, as como sus valores, haban parecido siempre exactamente los mismos que los de Estados Unidos, pero la realidad era por supuesto totalmente diferente. En cierto modo, lo que sucedi despus de la segunda guerra mundial fue el ms cruel de los sarcasmos: la influencia de todos aquellos miles de misioneros estadounidenses que se haban trasladado a China con tanta fe durante un siglo iba a ser mayor sobre la poltica de su propio pas que sobre China, el pas que pretendan cambiar y cuya cultura poltica apenas intuan. Como escribi ms tarde John Melby, uno de los miembros con ms talento de la embajada estadounidense en Chongqin, la capital china durante la guerra, millones y millones de nios estadounidenses haban llevado fielmente durante aos unas monedas a la escuela dominical para envirselo a los pobres y desastrados chinos. Sus padres haban odo a los misioneros de regreso al hogar hablar de sus iglesias y evocar no slo las maravillas de China y los chinos, sino el gran reto que planteaban a quienes deseaban cumplir los designios del Seor.15 La China que exista en realidad era un pas semifeudal fragmentado poltica y geogrficamente, de pobreza casi insoportable, gobernado en su mayor parte por seores de la guerra regionales de crueldad excepcional. Era un pas de unos quinientos millones de personas gobernado, si es que se puede utilizar esa palabra, por una administracin nacional corrupta e insegura, intereses depredadores forneos, una cantidad infinita de seores de la guerra y una diminuta oligarqua egosta que tambin actuaba como gobierno. Los dirigentes de Occidente, en busca continua de ventajas comerciales, preferan sin duda aquella China dbil y vulnerable, pero su larga guerra civil reflejaba un intento histrico por parte de China de redefinirse a s misma como nacin, autnticamente unificada y quiz fuerte, dejando de ser presa, como haba sido durante tanto tiempo, de la avidez de las potencias de Occidente y de los seores de la guerra. Estaba destrozada por ms de dos dcadas de guerra civil intermitente y por la brutalidad infligida a su pueblo durante la ocupacin japonesa. Ahora que la segunda guerra mundial haba concluido, Chiang y su gobierno representaban para ella una carga y no una ayuda para resolver los retos hercleos que le planteaban unos problemas internos y externos tan graves. En trminos histricos, estaba madura para la cosecha. Haban sido muchas, por supuesto, las advertencias de que Chiang acabara por ser derrotado. Ya durante la segunda guerra mundial, cuando se supona que el enemigo principal contra el que combatan todos eran los japoneses, la contienda entre los nacionalistas de Chiang y los comunistas de Mao no ces. Cientos de informes, enviados tanto por civiles como por militares, por personas ideolgicamente comprometidas con Chiang y por otras a las que horrorizaba, reflejaban la opinin general de que los comunistas contaban con mejores dirigentes, tanto polticos como militares, y con mayor legitimidad poltica. Al concluir la segunda guerra mundial muy pocas personas que hubieran estado all y conocieran la evolucin de los acontecimientos militares pensaban que Chiang pudiera resistir. Algunos miembros de la seguridad nacional, como James Forrestal, pensaban que sus probabilidades de vencer eran tan escasas que Estados Unidos deba tener cuidado de no debilitar tanto a Japn que luego no pudiera utilizarse como un baluarte en el norte de Asia contra los comunistas. Cuando concluy por fin la segunda guerra mundial y comenz a intensificarse la guerra civil, los informes que llegaban a Washington se hicieron an ms pesimistas. Chiang se haba replegado, como caba prever, y su base era cada vez ms estrecha y su poltica cada vez ms represiva. Hasta una figura tan favorable a Chiang como el general Claire Chennault, que haba dirigido durante la guerra mundial las unidades areas que combatieron en China y que durante toda su vida apoy vigorosamente al Generalsimo, escribi a Roosevelt cuando se aproximaba el final de la guerra mundial que si se produca una guerra civil, como era probable, el rgimen [comunista] de Yenan tena muchas posibilidades de salir victorioso, con o sin ayuda sovitica.16 Probablemente una fecha tan buena como cualquier otra para el comienzo de la segunda guerra mundial fue julio de 1937, cuando las tropas chinas se enfrentaron a los invasores japoneses cerca de Beijing, casi en la frontera entre China y Manchuria. Aquello puso fin a cualquier esperanza del surgimiento de una China moderna y semidemocrtica bajo el Guomindang, el partido nacionalista de Chiang Kai-shek, que era lo que muchos estadounidenses deseaban an mucho despus de que se convirtiera en la ms desesperada de las causas. Lo que se produjo entonces en China, bajo las fuerzas concurrentes de la invasin japonesa y la constante corriente subterrnea de la guerra civil, fue la transformacin ms poderosa y completa de un orden social, econmico y poltico que el mundo moderno haya contemplado. Fue todo un cataclismo, impulsado al principio por fuerzas externas, pero que fue alcanzando la dimensin de un desafo global de una China todava no nacida y potencialmente letal en sus normas y odios residuales, hacia otra China, a la vez dbil, cruel y brbara a su modo: un reto de un conjunto de hombres violentos y autcratas hacia otro conjunto de hombres despiadados y autcratas que haban gobernado mal y con la brutalidad ms elemental durante demasiado tiempo, imponiendo con dureza y codicia inigualables un sistema de opresin ms que de autoridad al pueblo chino. Sus escasos beneficiarios eran ricos, poderosos y vivan por encima de las leyes, que, en cualquier caso, se haban puesto en vigor mediante la fuerza de las armas. La inmensa mayora pobre viva as lo que pareca una condena a perpetuidad sin esperanza. Todos los aspectos insoportables de su vida cotidiana estaban marcados por algn tipo de injusticia y por la ausencia de una dignidad elemental. Aquella China probablemente agonizaba incluso antes de que las primeras tropas japonesas ocuparan Manchuria. El propio ascenso de Chiang reflejaba la fragmentacin del antiguo rgimen. No era tanto un lder, como lo presentaban los medios estadounidenses, como un dictador que sobreviva manteniendo el equilibrio entre intereses enfrentados. Su apodo entre los occidentales, como sealaba Barbara Tuchman en su libro sobre el colapso de China era Tentetieso, aludiendo al pesado mueco con base semiesfrica imposible de tumbar. En 1927 reforz sus vnculos polticos al casarse con una rica heredera de la familia Soong, la ms influyente de China en trminos de riqueza y relaciones con poderosos intereses en Occidente. Mayling Soong, la ms joven de la familia, era cristiana, educada en Wellesley y polticamente ambiciosa. Chiang haba tratado antes de casarse con su hermana mayor, viuda de Sun Yat-sen, primer presidente de la Repblica China, pero haba sido rechazado. Para casarse con Mayling tuvo que librarse de otras dos mujeres y convertirse al cristianismo, lo que no le supuso un problema. Con el tiempo lleg a ser conocido por los estadounidenses como el Generalsimo o Gimo, y ella, no siempre con cario, como Missimo. Su matrimonio reforz mucho sus relaciones polticas con Estados Unidos y con quienes aumentaban la esperanza de algo muy improbable, un lder nacionalista chino moderno, cristiano y capitalista. La lucha ms feroz de Chiang durante aquellos aos fue con los comunistas, que tuvieron la buena fortuna de desafiar la autoridad sin tener que gobernar. Todo lo que tenan que hacer era explotar las mltiples quejas y miserias del pas y lo hicieron con considerable habilidad, defendiendo brillantemente las reivindicaciones de los campesinos contra Chiang Kai-shek y los seores de la guerra relacionados con l. La China de Chiang se fue desmoronando poco a poco, pese a la gran cantidad de ayuda y asesoramiento militar estadounidense y a todo tipo de advertencias, tanto periodsticas como diplomticas y militares, de que deba cambiar su forma de gobierno. Los asesores polticos y militares estadounidenses que le urgieron a utilizar sus recursos de manera ms juiciosa fracasaron lamentablemente; si ellos pretendan que encarnara un liderazgo audaz al estilo estadounidense, lo que a l le preocupaba era sobrevivir hasta el da siguiente, y la corrupta estructura poltico-militar de la que ellos le pedan que prescindiera era precisamente la clave de esa supervivencia. Si tena algn talento especial, era el de mostrarse de acuerdo con los consejos de sus asesores estadounidenses tampoco quera, como es lgico, herir sus sentimientos para luego seguir haciendo exactamente lo mismo que haba hecho siempre. Su huida a Taiwn en 1949 no fue una sorpresa para quienes lo rodeaban. El general Joseph Stilwell (Pepe Vinagre), su principal asesor militar estadounidense durante la segunda guerra mundial, haba concluido ya en 1942 que Chiang era un intil, reacio a emplear su ejrcito contra los japoneses, pero no era el nico. El apodo con el que lo conocan muchos de los soldados estadounidenses que combatieron en China reflejaba su disgusto y su frustracin; lo llamaban Chancro Jack. Aunque Stilwell haba viajado tres veces a China y dominaba la lengua, no era precisamente el representante estadounidense ideal para tratar con un rgimen tan dbil y un lder tan frgil. Era un hombre muy poco diplomtico, nervioso, irascible y blasfemo, y segn su bigrafa Barbara Tuchman, que en muchos sentidos lo admiraba, poda mostrarse rudo, custico o incluso deliberadamente grosero. Deca lo que pensaba, sin mucha reflexin o tacto, y no haba diferencias entre sus opiniones privadas sobre el lder chino y lo que le contaba a cualquiera que estuviera dispuesto a escucharle. Haba concluido desde haca tiempo que Chiang era prcticamente intil como instrumento de la poltica estadounidense. En una ocasin el joven periodista de la revista Time Teddy White le haba pedido una explicacin de la debacle de las tropas chinas durante una batalla y respondi: Tenemos como aliado a un hijo de puta ignorante, analfabeto y rstico llamado Chiang Kai-shek.17 Una descripcin ms exacta habra sido que Estados Unidos estaba fracasando porque trataba de crear de la noche a la maana una China a imagen y semejanza de Estados Unidos, lo que era un empeo ilusorio. Cualquier otro lder que Estados Unidos promoviera le acabara fallando a su propio pueblo, a Estados Unidos o, como sucedi en este caso, a ambos. El sueo no se hizo realidad porque desde un principio era inviable. Stilwell informaba regularmente a Washington que Chiang era un aliado militar incompetente, al que le faltaba capacidad o voluntad para dar los pasos precisos para que su ejrcito pudiera enfrentarse a los japoneses, pero sus informes no se tenan en cuenta; aunque el jefe del Estado Mayor del Ejrcito, George Marshall, estaba de su parte, Chiang contaba con un mejor aliado, el propio Franklin Roosevelt, que tema que si lo presionaban demasiado pudiera llegar a una paz por separado con los japoneses que les permitiera desplazar a otras zonas de Asia sus ejrcitos, empantanados durante tanto tiempo en China. Al prolongarse la guerra, la actitud de Chiang Kai-shek y la gente que lo rodeaba hacia sus aliados occidentales, y en particular hacia Estados Unidos, degener en un cinismo total. Como escribi ms tarde Barbara Tuchman, utilizar a unos brbaros para combatir a otros brbaros era un principio tradicional del Estado chino, principio que ahora ms que nunca pareca no slo aconsejable sino justificado. Segn un residente extranjero, muchos chinos opinaban que su gobierno haca bien en permanecer pasivo tras cinco aos de resistencia y que "tena derecho a obtener tanto como pudiera de sus aliados mientras stos combatan". El ejercicio de ese derecho, indicaba, se convirti en el principal esfuerzo de guerra del jefe del gobierno.18 El ejrcito de Chiang Kai-shek slo era poderoso sobre el papel. En la vida real era cada vez ms ficticio. Supuestamente contaba con trescientas divisiones, pero Stilwell crea que en promedio ms del 40 por 100 de sus fuerzas eran soldados fantasmas que seguan en las listas para que sus mandos pudieran recibir y embolsarse personalmente su paga. Al principio de la segunda guerra mundial, cuando China supuestamente luchaba por su supervivencia, los asesores estadounidenses se sentan horrorizados por el proceso de reclutamiento. Un oficial estadounidense del equipo de Stilwell, el coronel David D. Barret, escribi al respecto: Los soldados tienen un equipamiento muy pobre. No cuentan con atencin mdica ni transporte. Muchos de ellos estn enfermos. La mayora de ellos son reclutas obligados mediante procedimientos escandalosos. Slo alistan a los desgraciados sin dinero o influencia.19 La quimera de tantas y tan grandes divisiones tena una finalidad; Chiang Kai-shek compraba con ellas influencia en un mundo feudal y corrupto que se desmoronaba a su alrededor. Entenda mucho mejor que los estadounidenses que si hubiera hecho lo que stos pretendan, muy pronto habra perdido el poder. Aquella larga, amarga y extenuante confrontacin slo poda tener un resultado: en el otoo de 1944 Stilwell, tras haberle dicho a la cara tantas verdades a Chiang, se haba convertido en un husped incmodo y tuvo que regresar a Estados Unidos. Roosevelt haba decidido mantener su apoyo a Chiang aunque fuera un instrumento desesperadamente ineficaz de la poltica estadounidense. Haba dos razones para ello: en primer lugar, que mantena a China en la guerra; y en segundo lugar, la visin romntica que Roosevelt tena de China, que le haca creer que si trataba a Chiang como el gran lder de una gran nacin, presentndolo como tal en las conferencias a alto nivel entre los dirigentes del mundo, con el tiempo llegara a serlo. Aunque Chiang hubiera vencido en su partida de pquer personal con Stilwell, no por eso haban dejado de ser profticas las previsiones de este ltimo. Todo lo que vena anunciando se hizo realidad; el derrumbe cada vez ms precipitado del gobierno de Chiang no era sino la manifestacin ms espectacular del profundo proceso histrico que permiti a China escapar al control de las potencias extranjeras, por ricas y poderosas que fueran. Ningn militar haba tenido ms xito durante la guerra, en tareas muy variadas y agotadoras, que George Marshall, pero la misin con que lo envi el presidente a China a finales de 1945, para que mediara entre nacionalistas y comunistas, tena el fracaso asegurado y el propio Marshall era muy consciente de ello, porque era demasiado sagaz como para no entender que ninguno de los dos bandos le iba a escuchar y que las fuerzas con las que trataba eran irreconciliables. Tena sesenta y cinco aos en aquel momento y acababa de obtener el retiro del ejrcito, fsicamente exhausto y con el deseo de disfrutar de su granja en Leesburg, Virginia. Pero Harry Truman, angustiado por los acontecimientos en China y temiendo lo que pudieran representar para las tensiones polticas en Estados Unidos si la cuestin no mejoraba, le dijo: General, quiero que vaya a China en mi nombre. As pues, justo antes de la Navidad de 1945, John Crter Vincent, jefe de la Oficina de Asuntos del Lejano Oriente en el Departamento de Estado, le acompa hasta el avin y cuando ste despeg se volvi hacia su hijo de diez aos y le dijo: Hijo mo, ah va el hombre ms valiente del mundo. Va a tratar de unificar China.20 Aquel viaje fue tan desastroso que Marshall pareca envejecer a ojos vistas ante sus propios ayudantes. Segn John Melby, que le acompa como intrprete, pareca muy cansado, muy triste y probablemente muy enfermo. Era como si presintiera el desastre que se aproximaba en China y las toxinas que iba a descargar en el sistema poltico estadounidense. En mayo de 1946 tuvo una conversacin con Eisenhower, quien tambin haba viajado a China. A peticin de Truman, Eisenhower sonde a Marshall sobre la posibilidad de sustituir a Jimmy Byrnes como secretario de Estado, una enorme responsabilidad para un hombre ya agotado tras un servicio pblico muy prolongado. Por Dios, Eisenhower, aceptara cualquier empleo con tal de salir de ste!, le respondi inmediatamente Marshall. Al conocer el fracaso de su misin, Stilwell dijo: Pero qu esperaban? Ni siquiera George Marshall puede caminar sobre el agua. Para Marshall era un caso desesperado. Lo nico que quera, ms que cualquier otra cosa, era evitar el envo de tropas de combate estadounidenses para apoyar a Chiang, como pedan algunos dirigentes del Guomindang. Como le dijo a Walton Butterworth, a quien confi en 1947 la Oficina de Asuntos del Lejano Oriente del Departamento de Estado: Butterworth, no podemos dejar que nos atrapen ah. Necesitaramos quinientos mil soldados para empezar y eso slo sera el principio. Luego hizo una pausa y aadi: Y cmo los podramos sacar de all?. Pero pese a todas las opiniones sensatas que esa gente responsable haba dicho sobre el deterioro de la situacin en China, cuando concluy la segunda guerra mundial caba entender que los extranjeros pensaran que la posicin de Chiang Kai-shek todava pareca envidiable. Mantena el apoyo del nuevo gobierno estadounidense, aunque sus miembros ms influyentes dudaban de su viabilidad. Era un lder mundial reconocido y la simptica imagen que la mayora de los estadounidenses tenan de l, gracias a los esfuerzos de una brillante mquina propagandstica, era la de un gran lder asitico. En el verano de 1945 su ejrcito y su partido, el Guomindang, controlaban las principales ciudades de China, toda su base industrial aunque devastada y ms de tres cuartas partes de su poblacin total, estimada por aquel entonces entre cuatrocientos y quinientos millones de habitantes. Oficialmente tena ms de dos millones y medio de hombres en armas, y esas armas eran relativamente modernas, proporcionadas por Estados Unidos. Los comunistas contaban con menos de la mitad de soldados y slo dominaban un rea rural empobrecida del noroeste de China, pero todo tipo de observadores extranjeros y chinos, tanto civiles como militares, crean que la fuerza de Chiang era absolutamente ilusoria y que su gobierno estaba al borde del colapso. Las finanzas del pas estaban hechas unos zorros. Funcionaban como un embudo dorado para un puado de personas a las que iba a parar todo el dinero que llegaba al pas. Era evidente que aquella situacin no poda durar, y quienes podan la aprovechaban para acumular tanto dinero como pudieran en el plazo ms breve posible. Los adversarios del gobierno comentaban abiertamente que las altas autoridades almacenaban lingotes de oro para su propia seguridad en el futuro. Marshall haba advertido a Chiang poco despus de llegar de que una parte demasiado grande del presupuesto del pas entre el 80 y el 90 por 100 iba a parar al ejrcito y de que el colapso financiero poda llegar antes que la victoria militar. Si el gobierno chino, le dijo a algunos de los ministros de Chiang, pensaba que los contribuyentes estadounidenses iban a colmar el vaco que eso crea, se puede ir al infierno. Al hacerse aquello cada vez ms obvio, la nica respuesta del gobierno fue aumentar la oferta monetaria; imprimir papel moneda, como se deca entonces. Pero Chiang no era del todo consciente de su propia vulnerabilidad. Ahora, con los japoneses derrotados, segua convencido de su gran influencia sobre los dirigentes estadounidenses, dispuesto como estaba a combatir al nuevo enemigo del pas, el Ejrcito Popular de Liberacin comunista. Mientras, T. V. Soong, probablemente el hombre ms poderoso (y rico) del gobierno del Guomindang, los despreciaba pblicamente. Viaj a Nanjing a decir a sus colegas chinos que no se preocuparan por ellos. Yo me puedo ocupar de esos bobos,24 les dijo. Estados Unidos, por su parte, pareca dispuesto a desempear el papel que le haba asignado Chiang Kai-shek. Cuando las fuerzas japonesas en China se rindieron, los mandos estadounidenses las convirtieron en una especie de polica provisional que conservaba sus cuarteles y sus armas, hasta que las autoridades nacionalistas, como receptoras de la rendicin, pudieron hacerse cargo de ellas, evitando as que las capturaran los comunistas. Luego ayudaron a transportar en aviones y barcos medio milln de soldados nacionalistas desde el suroeste de China hasta posiciones clave en todo el pas (incuestionablemente el mayor movimiento de tropas por aire de la historia mundial,25 se ufanaba el general Albert Wedemeyer, que era el principal jefe militar estadounidense en la regin despus de que la abandonara Stilwell). En varios lugares del noreste de China los mandos estadounidenses enviaron como avanzadilla destacamentos de sus propios marines, quiz a un total de cincuenta mil, para mantener el control hasta que llegaran las tropas nacionalistas. As, con la ayuda estadounidense, las fuerzas de Chiang Kai-shek pudieron hacerse cargo de alrededor de un milln doscientos mil soldados japoneses y de su equipo, ardientemente codiciado por el Ejrcito Popular de Liberacin.26 Aunque la guerra civil pareca ir bien, la verdad era muy diferente. Nadie era ms consciente de ello que George Marshall. En octubre de 1946, cuando se aproximaba el final de su estancia en China como representante especial de Truman, advirti repetidamente a Chiang de que no convena perseguir a los comunistas hasta sus bases en el norte y noroeste del pas, ya que corra el peligro de dispersar demasiado sus fuerzas y de ponerse as en manos de Mao. Adems, teniendo en cuenta el tipo de guerra a la que estaba acostumbrado el Ejrcito Popular, trat de hacer ver al Generalsimo que aunque se estuviera retirando no se haba rendido. Las consecuencias eran obvias: pretendan atacar a las fuerzas nacionalistas cuando stas se hallaran lejos de sus bases y de sus lneas de abastecimiento. Como caba esperar, Chiang no le escuch. Nunca lo haba hecho. Se vanagloriaba de victorias que no eran victorias, de que el Ejrcito Popular de Liberacin rehuyera el enfrentamiento en campos de batalla por l proyectados, cuando en realidad aquello formaba parte de una estrategia comunista ms amplia. Chiang le prometi a Marshall que destruira a los comunistas en ocho o diez meses, y a continuacin, tras rechazar todos sus consejos, le pidi, al ms distinguido ciudadano-soldado estadounidense de su generacin, un hombre exhausto y desesperado por volver a casa, que permaneciera en China como su asesor militar personal. Marshall le respondi con una enftica negativa: si no poda influir sobre Chiang como representante personal del presidente estadounidense, menos podra hacerlo estando a su sueldo (puede que su confianza en m fuera ilimitada, pero eso no le impeda despreciar mis consejos, reflexionaba mordazmente Marshall aos ms tarde).27 Pese a la fuerza aparente de Chiang y el Guomindang, los comunistas podan sentirse bastante satisfechos en aquel momento. Aunque los hubieran obligado a retroceder a las cavernas del empobrecido Yenan, haban tenido un xito sorprendente en sus ataques guerrilleros contra los japoneses, y an ms en sus esfuerzos por forjar una estrecha relacin con la vasta poblacin campesina china. Conscientes de los cada vez ms graves problemas de los nacionalistas, estaban absolutamente convencidos de su propio destino y de su inevitable victoria, ms pronto que tarde. En Estados Unidos poderosos lderes religiosos, hombres de fe muy profunda, se indignaban por la posibilidad de su victoria, pero los comunistas, a su modo, tambin eran hombres de fe muy profunda; la poltica y la guerra se haban entrelazado en ellos en algo as como un fervor religioso, una certidumbre inconmovible de que constituan una fuerza destinada a vencer. Mao y quienes lo rodeaban estaban diseando lo que en aquel momento pareca un nuevo tipo de guerra, basado no tanto en la fuerza de las armas como en la confianza del pueblo. 16
Chiang Kai-shek apenas esper a que concluyera la guerra mundial para desencadenar su ofensiva contra el Ejrcito Popular de Liberacin, que por su parte esperaba que hiciera exactamente lo que hizo: perseguirlo y extender sus lneas de comunicaciones, confiando en que le seguira llegando la ayuda estadounidense. Era como si estuviera siguiendo un guin que los comunistas hubieran escrito para l. Un dirigente del partido comunista dijo por aquella poca: Nos complace que Estados Unidos sigua armando al Guomindang, porque en cuanto reciban nuevas armas se las quitaremos. En total, Estados Unidos envi al Guomindang ayuda por valor de 2.500 millones de dlares desde el final de la guerra mundial hasta 1949, cuando Chiang huy a Taiwn. De hecho, durante la guerra se despilfarr y rob tanta ayuda militar que algunos de los estadounidenses que transportaban el equipo sobre el Himalaya desde la India, en una misin de abastecimiento especialmente peligrosa dadas las condiciones de la aviacin en aquella poca, en lugar de hablar del To Sam hablaba del To Idiota. Sobre el papel, el Ejrcito Popular de Liberacin era relativamente pequeo y estaba escasamente armado, pero contaba con una buena direccin, disciplina y motivos para luchar. Se haba forjado en una prctica muy dura. Primero fue la Larga Marcha, un trayecto de ms de 10.000 kilmetros durante 370 das desde el sur de China hasta Yenan iniciado en octubre de 1934 y que entre otras cosas haba propiciado el ascenso de Mao Zedong en el partido; luego la prolongada lucha por la supervivencia contra los japoneses durante la guerra de independencia, en la que se haba ejercitado en una forma de combate que se adecuaba perfectamente a sus fuerzas y minimizaba sus debilidades. Haba luchado contra los japoneses con gran habilidad utilizando tcticas de guerrilla en pequeas unidades mviles, golpeando nicamente cuando contaban con una ventaja numrica abrumadora y desvanecindose cuando las unidades del enemigo eran mayores y ms fuertes. Ahora, perseguido por fuerzas del Guomindang, si no mayores mejor armadas, realiz ajustes parecidos en un campo de batalla cambiante que rediseaba para que se adecuara a sus propsitos y no a los del enemigo. No se apoderaba de ciudades ni combata en frentes estabilizados; operaba desde bases tan distantes que resultaban casi inalcanzables para fuerzas convencionales. Al principio sus unidades slo pretendan apoderarse de las armas de las tropas nacionalistas. Sesenta aos despus, cuando las fuerzas estadounidenses combaten en Iraq contra la guerrilla urbana, a esa forma de lucha se le ha dado un nuevo nombre: guerra asimtrica. Pese a la vulnerabilidad de sus posiciones en 1945, la moral del Ejrcito Popular era alta. Al cabo de poco tiempo los observadores extranjeros pudieron percibir una dinmica militar nueva. John Melby, uno de los funcionarios ms jvenes del Departamento de Estado, anotaba en su diario ya en diciembre de 1945: Uno de los grandes misterios que no puedo desentraar es por qu un grupo de gente conserva la fe mientras que otro con el mismo origen y experiencia la pierde. Los comunistas han sufrido durante aos un castigo increble, han cometido sus propias atrocidades, y aun as han mantenido su integridad, su fe en su destino y la voluntad de prevalecer. El Guomindang, en cambio, ha pasado por asombrosas tribulaciones, ha cometido excesos, ha sobrevivido a una importante guerra con un prestigio increble y ahora lo est arrojando todo por la borda a una velocidad impresionante porque ha perdido la fe revolucionaria, sustituida por la fetidez de la corrupcin y la decadencia. Casi desde un principio la tctica de los comunistas triunf, mientras que la de los nacionalistas fracas. Durante el otoo de 1946, a medida que se intensificaba la guerra civil, los asesores estadounidenses de Chiang se mostraban casa vez ms pesimistas, pero como militares tradicionales sobreestimaban el valor de la maquinaria militar estadounidense en una guerra como aqulla y subestimaban el xito de la estrategia comunista, por simple que sta fuera. Pensaban que las fuerzas de Chiang acabaran empantanadas en otra larga guerra que conducira finalmente a un incmodo empate, quiz con una divisin geogrfica del pas, en el que los comunistas se quedaran con el norte y los nacionalistas con el sur. No entendan la dinmica particular de una guerra poltica como aqulla, en la que las fuerzas y su equilibrio no permanecan estticos. En cuanto la dinmica dej de favorecer a los nacionalistas y esto sucedi muy pronto, comenz a favorecer aceleradamente a los comunistas. Nadie anticip la velocidad y habilidad con la que los comunistas chinos podran transformar su guerra de guerrillas contra los japoneses en una campaa de guerra mvil,4 escriban John Fairbanky Albert Feuerwerker en su History of China. De hecho, s haba una persona que lo entenda. Cuando las fuerzas de Chiang se hallaban en su mejor momento y haban alcanzado algunos xitos, Mao no perdi su confianza ni su fe esencial en que sus fuerzas estaban infinitamente ms prximas al campesino medio que las de Chiang. Durante el verano de 1946, cuando se produjo un breve alto el fuego, el distinguido historiador britnico Robert Payne visit a Mao en su reducto en Yenan. Hacia el final de una prolongada entrevista, Mao le pregunt, visiblemente cansado, si tena ms preguntas que hacerle. Payne respondi: Slo una ms: Cunto tiempo tardaran los comunistas chinos en conquistar todo el pas si se rompe el armisticio?. La respuesta de Mao fue: Un ao y medio. Lo dijo, segn Payne, con tranquilidad y absoluta conviccin, y se demostr sorprendentemente exacto. A mediados de 1948 la guerra estaba prcticamente ganada y las fuerzas de Chiang se replegaban a toda velocidad. Pero en aquel momento haba parecido una baladronada.5 Al principio haba habido, al menos en apariencia, algunas victorias de los nacionalistas, que les arrebataron a los comunistas algunos pueblos y ciudades; pero siempre qued la duda de si se trataba de autnticas victorias o si formaban parte de una estrategia comunista ms amplia consistente en provocar y esperar. Los nacionalistas tomaban ciudades y permanecan en ellas; los comunistas tenan que desplazarse constantemente y eran muy mviles. Aprendieron a ser raudos y a moverse sobre todo de noche. Perfeccionaron el arte de la emboscada. Utilizaban tcticas de ocultacin y engao que parecan situarlos en todas partes y en ninguna,6 como seal un historiador estadounidense. A menudo fingan un asalto frontal contra una unidad nacionalista mientras mantenan su fuerza principal a la retaguardia de sta en posiciones bien camufladas, dispuesta para infligir un golpe imprevisto y decisivo a las tropas nacionalistas cuando se retiraban aterrorizadas (tctica que emplearan de nuevo con bastante xito contra las tropas estadounidenses al principio de la guerra de Corea). Con frecuencia atacaban de noche, cuando los nacionalistas estaban menos preparados. Gracias a sus buenas relaciones con los campesinos y a los hombres infiltrados en las unidades de Chiang contaban con una informacin excelente. Parecan conocer de antemano cualquier movimiento que los nacionalistas fueran a hacer. Cuando perdan hombres en una batalla podan, gracias a su mayor habilidad poltica, reclutar otros muy pronto entre su abundante base campesina. En mayo de 1947 la ofensiva de Chiang se haba estancado. Sus lneas de abastecimiento eran demasiado largas y sus unidades, mal mandadas, estaban demasiado dispersas y se vean atrapadas en las ciudades conquistadas, empantanadas y vulnerables antes de que sus mandos ni siquiera lo percibieran, por lo que su moral iba disminuyendo da tras da. Hacia el final del verano de 1947 Mao y su gente estimaban que Chiang haba dedicado 218 de sus 248 brigadas a aquella ofensiva y que ya haba perdido ms de 97, lo que supona unos ochocientos mil hombres. Algunos estadounidenses, de regreso a su pas, estaban cada vez ms irritados con Chiang. El senador demcrata Tom Connally, que presida el Comit de Relaciones Exteriores del Senado, preguntaba: Si es un Generalsimo, por qu no saca conclusiones generales?.7 El Ejrcito Popular de Liberacin reciba muy poca ayuda de la Unin Sovitica, lo que acab convirtindose en fuente de tensiones entre Mao y Stalin. Los nacionalistas, en cambio, dependan cada vez ms de Estados Unidos. No pareca preocuparles que las unidades en desbandada abandonaran sus armas a merced del enemigo, fabricadas en Estados Unidos en cantidades alarmantes: su solucin era pedir ms. A mediados de 1947 Wellington Koo, el extraordinariamente sinuoso e intrigante embajador nacionalista en Washington, se present un da sin avisar ante George Marshall. El entonces secretario de Estado, exasperado por los calamitosos resultados del ejrcito de Chiang y harto de los problemas polticos que gente como Koo le causaban al gobierno estadounidense, le dijo que Chiang era el caudillo militar peor aconsejado de la historia. Esto no le impidi a Koo pedir ms armas. Estn perdiendo ustedes alrededor del 40 por 100 de sus reservas ante el enemigo, le dijo Marshall, y aadi sarcsticamente: Si el porcentaje llegara al 50 por 100 tendramos que estudiar si es prudente seguir abasteciendo a sus tropas.8 Como coment Mao lacnicamente ms tarde, Chiang era nuestro oficial de abastecimiento.9 Cuando cayeron Weifang y Jinan en 1948, el general David G. Barr, ltimo asesor militar estadounidense en el ejrcito de Chiang, coment: Los comunistas disponan de una parte mayor de nuestros equipos que los nacionalistas.10 Cuando la ciudad de Shenyang, en Manchuria, estaba a punto de caer a finales de octubre de 1948, John Melby y el coronel Dave Barret, agregado militar, se dirigieron al aeropuerto de la capital, Nan-jing, con la intencin de tomar un avin hacia el norte para inspeccionar la zona desde el aire, pero no haba aviones que volaran hacia el norte. Todos haban sido requisados para transportar a los generales nacionalistas, sus novias y sus riquezas. Barret le dijo entonces a Melby: John, ya hemos visto todo lo que tenamos que ver. Cuando los generales comienzan a evacuar sus lingotes de oro y sus concubinas, es que el fin est prximo. Pero una cosa era el obvio y triste colapso del rgimen, y otra, que haca la situacin poltica en Estados Unidos mucho ms peligrosa y explosiva, que aquella gente extraordinariamente influyente, de regreso a Estados Unidos, se negaba por diversas razones y lealtades polticas a decir la verdad o alteraba sus informes para hacer ver que Estados Unidos le haba fallado a Chiang, y no que ste le haba fallado a su aliado, a su gente y a s mismo. Lo que indignaba a John Melby y a muchos otros que trataban de informar verazmente sobre la cada de Chiang era la duplicidad de varias figuras estadounidenses, que hablaban de una forma sobre Chiang y sobre su derrota cuando estaban en China y luego, a su regreso a Estados Unidos, percibiendo la presin poltica favorable a Chiang en su entorno, cambiaban de discurso, negndose a atribuirle ninguna responsabilidad, y se convertan en voces poderosas al servicio del lobby chino, acusando de todos los errores al gobierno y a los encargados de asuntos chinos en el Departamento de Estado, que venan advirtiendo desde haca tiempo de los fallos de Chiang y de una futura victoria comunista. Era como si hubiera una verdad que contar en China, rodeados por otros estadounidenses y chinos que saban hasta qu punto era pattica la guerra que libraban las fuerzas de Chiang, y otra que contar en Estados Unidos, rodeado por amigos conservadores que queran ver reforzadas sus verdades. Un caso paradigmtico, en opinin de Melby, era el del general Albert Wedemeyer. En el verano de 1977 George Marshall, aliviado por la autorizacin para abandonar China, haba enviado a Wedemeyer, un viejo amigo de Chiang, a recoger datos para un informe. Wedemeyer, por lo general considerado como un oficial de Estado Mayor extraordinariamente capaz, era un feroz anticomunista y por tanto un riesgo calculado por parte de Marshall, que esperaba que a pesar de todo subordinara su ideologa a su sentido de la realidad. El viaje de Wedemeyer representaba tambin la esperanza de Marshall de que la reaccin de alguien tan conservador y partidario de Chiang como Wedemeyer, tras comprobar la terrible realidad sobre el terreno, ayudara a atenuar la presin de la derecha sobre el gobierno estadounidense. De hecho, la gira de Wedemeyer dio buen resultado a corto plazo, pero a largo plazo fue contraproducente. Pocos das despus de su llegada a China, Wedemeyer telegrafi a Marshall que los nacionalistas eran espiritualmente insolventes. El pueblo haba perdido la confianza en sus dirigentes. Los comunistas, en cambio, contaban segn l con un espritu excelente, casi un fervor fantico. Haba constatado que el gobierno era corrupto, reaccionario e ineficiente. Ms tarde, cuando le preguntaron por qu le haba ido tan mal a los nacionalistas, Wedemeyer dijo: Falta de espritu, ante todo falta de espritu. No era falta de pertrechos. En mi opinin habran podido defender el Yangts con bastones si hubieran tenido la voluntad de hacerlo. El 22 de agosto de 1947, justo antes de su regreso, Wedemeyer deba hablar en una reunin de ministros nacionalistas. Su viejo amigo Chiang le haba dicho que fuera claro, pero tambin, jugando con su doblez habitual, haba llamado inmediatamente al embajador estadounidense, John Leighton Stuart, sugirindole que Wedemeyer midiera sus palabras y no fuera demasiado crtico con el ejrcito chino. Stuart, sin embargo, le dijo a Wedemeyer que el tiempo se estaba acabando y que no tena que andarse con sutilezas, de forma que Wedemeyer fue brutalmente claro. El gobierno, dijo, contaba con poco apoyo en el pueblo; sus errores haban permitido el triunfo de los comunistas y estaba espiritualmente en bancarrota. Fue un momento devastador. Un alto funcionario chino se ech a llorar abiertamente. Para la noche siguiente se haba fijado una cena de despedida en la residencia de Stuart, pero en el ltimo minuto el Generalsimo avis que no podra asistir por encontrarse enfermo, pero que le representara su mujer. Wedemeyer no estaba dispuesto a soportar aquella afrenta, por lo que cancel la cena.14 Pero al poco tiempo de regresar a Estados Unidos resucit en l el furibundo anticomunista y proclam, como lo vena haciendo el lobby chino, que si Chiang haba sido derrotado se deba a la falta de ayuda y la traicin de los asesores estadounidenses. En diciembre de 1947 compareci ante el Comit de Asignaciones del Senado, y su presidente, Styles Bridges, que tambin formaba parte del lobby chino, le pregunt por Chiang. Segn dijo Wedemeyer, el Generalsimo era un personaje educado y ustedes, los caballeros presentes en este comit, lo admiraran y respetaran. Bridges insisti: Era urgente enviarle ms pertrechos militares? Wedemeyer, que desde China haba recomendado que no se enviara ms ayuda, respondi afirmativamente. Y pensaba Wedemeyer que Estados Unidos haba mantenido sus promesas a Chiang? No, seor, no lo creo.15 La realidad y la poltica en China eran claramente diferentes de la realidad y la poltica en Washington. El final de la guerra civil en China se produjo de forma increblemente rpida. El 5 de noviembre de 1948, tres das despus de la sorprendente victoria de Truman en las elecciones presidenciales, la embajada en Nanjing aconsej a todos los estadounidenses presentes en el pas que lo abandonaran. Prcticamente al mismo tiempo Anastas Mikoyan, enviado especial del siempre cauto Iosif Stalin, aconsej a Mao que no se apresurara en cruzar el Yangts con su ejrcito, si no quera provocar que Estados Unidos interviniera en la guerra civil china. El 21 de enero de 1949 Chiang entreg el control nominal del gobierno nacionalista a sus secuaces y huy a Taiwn con sus reservas de oro, convirtindose, como deca un boletn del Departamento de Estado en un refugiado en una pequea isla de la costa de China, tras renunciar al mayor poder militar que ha tenido ningn gobernante en toda la historia de China.16 El 21 de abril de 1949 el Ejrcito Popular de Liberacin cruz el Yangts y tres das despus tom Nanjing, la capital del Guomindang. El final de la guerra estaba prximo. Truman, Acheson y Marshall eran conscientes desde 1947 de lo que queran en China, desengancharse cuanto pudieran y participar lo menos posible en la guerra civil en curso, evitando al mximo las eventuales repercusiones sobre la poltica interna. Al igual que la cada del rgimen zarista durante la primera guerra mundial, el colapso de Chiang fue provocado por poderosas fuerzas histricas que iban mucho ms all de la influencia de la poltica estadounidense; el pas se estaba pudriendo y a duras penas se mantena unido, aplastado por el peso adicional de una guerra mundial catastrfica. Sin embargo, entre el colapso de la Rusia zarista y el de la China nacionalista haba una diferencia significativa: en Estados Unidos nunca haba habido un poderoso lobby ruso que movilizara a la opinin pblica en los aos posteriores a la desaparicin de la familia Romanov. La Iglesia Ortodoxa rusa, en la medida en que estaba presente en Estados Unidos, no estaba relacionada personalmente con los estadounidenses corrientes como lo estaban las iglesias de los misioneros protestantes y catlicos en China. Los estadounidenses nunca haban considerado a Rusia como algo entraable, por lo que no poda perderse, mientras que China era algo muy querido por los estadounidenses, algo que haban perdido. Y as la cada de Chiang propici la abertura de una grieta en el tejido poltico estadounidense. En el frente poltico interno nadie estaba interesado en hablar de trgica inevitabilidad. Lo que quera el gobierno era un poco de tiempo para que Truman pudiera un da negociar con los nuevos dirigentes chinos y comprobar si se diferenciaban, por poco que fuera, de Mosc. Eso podra haber dado lugar a una nueva poltica abocada al reconocimiento de la Repblica Popular China, algo que, segn se crea entonces equivocadamente, Mao y los dems miembros de su gobierno ansiaban. No iba a ser as. 17
El colapso de la China de Chiang se convirti pronto en una cuestin poltica acuciante en Estados Unidos. Normalmente la cada de un rgimen como aqul habra ocupado un lugar muy modesto en la poltica estadounidense, pero aquella coyuntura era muy particular. Tras la huida de Chiang a Taiwn en 1949 se habl mucho de que Estados Unidos lo haba traicionado. Las informaciones sobre el inminente colapso haban sido escasas y polticamente sesgadas: Chiang contaba con poderosos aliados en el periodismo estadounidense, como Henry Luce o Roy Howard, de la cadena Scripps-Howard, que haban censurado eficazmente las noticias enviadas por sus corresponsales. Era una calamidad idnea para los republicanos. La cada de Chiang era para ellos una manifestacin obvia de la supuesta subversin en Washington que haban decidido enarbolar tras la derrota de Dewey. Adems, la pervivencia de su rgimen en Taiwn, convertida en reducto de la Repblica de China, significaba que aquella cuestin estaba destinada a perdurar. Paradjicamente, los mismos que haban advertido acertadamente que Chiang sera derrotado se hallaban ahora a la defensiva, acusados de socavar su rgimen por su propensin izquierdista. Los encargados de China en el Departamento de Estado se vieron obligados a dispersarse y ocultarse rpidamente en lugares tan distintos y distantes como era posible, si queran evitar que sus carreras quedaran ms daadas an, slo por haber informado correctamente. El nico militar importante que podra haber explicado las razones de la derrota de Chiang, Joe Stilwell, haba muerto en octubre de 1946. El gobierno se encontr en una situacin particularmente difcil: sus crticos republicanos estaban relacionando hbilmente la cuestin de Chiang con la principal preocupacin para Truman y Acheson, la seguridad colectiva en Europa, por lo que su pretensin de impulsar el plan Marshall para reconstruir una Europa occidental arruinada les obligaba a implicarse ms de lo que deseaban en la cuestin China: su poltica en Europa dependa de la aprobacin de quienes les culpaban de la cada de China. El gobierno estaba perdiendo muy rpidamente la batalla de la propaganda y por tanto tambin la poltica. Cuando en 1949 Acheson autoriz al Departamento de Estado a redactar un libro blanco sobre China y a hacerlo pblico una historia documentada y definitiva sobre la derrota de Chiang pese a la enorme ayuda que Estados Unidos le haba proporcionado, result un fracaso a ambos lados del Pacfico. En Estados Unidos se consider como un ltimo puntapi a un rgimen tambaleante, y sac de sus casillas al lobby chino; y en China Mao lo present como una demostracin incontestable elaborada en Washington, no en Beijing de que Estados Unidos haba saboteado constantemente su China, y de que era un enemigo jurado de la Repblica Popular. Por eso el gobierno abandon el juego, aprobando las mociones de ayuda a Chiang aun sabiendo que nada bueno poda salir de aquello, con el fin de no pillarse los dedos en el colapso final que inevitablemente se producira. Cabe decir que aquella impresin la tenan no slo los demcratas, sino tambin algunos republicanos. En 1948, cuando el senador conservador por Iowa Bourke Hickenlooper le pregunt a Arthur Vandenberg, su lder poltico, si una ayuda de 570 millones de dlares a Chiang servira realmente para algo, ste le respondi, segn Thomas Christensen: Al menos as el colapso de China no caer sobre los hombros del gobierno estadounidense. Lo ms importante, en opinin de Vandenberg, era la opinin pblica, que propugnaba la ayuda incluso a una China agonizante: Hemos decidido resistir a la agresin comunista, y sin embargo estamos ignorando totalmente aquella regin y dejando que se desintegre por completo, sin ofrecerle siquiera un gesto de ayuda. La huida de Chiang a Taiwn no fue pues el final, y no lo fue por razones polticas. El gobierno estadounidense no poda desprenderse de Chiang como quera, porque su prestigio poltico en Estados Unidos se haba hecho demasiado fuerte. Sin que lo entendiera ni deseara un bando ni otro, Estados Unidos y la Repblica Popular China haban comenzado ya a encaminarse casi inexorablemente hacia una confrontacin militar. Si el gobierno estadounidense se vea criticado en su propio pas por hacer demasiado poco, en Beijing, en la nueva China, se le acusaba de haber concedido demasiada ayuda a Chiang para salvarlo. A ojos de Mao y sus colegas, las decisiones del gobierno estadounidense no eran inocentes. Su presencia haba sido constante durante toda la guerra civil; haba financiado a Chiang desde 1941 hasta 1949; en 1945 los aviones y buques estadounidenses haban transportado sus tropas hasta las fronteras septentrionales de China para hacerse cargo de la rendicin japonesa, algo que no corresponda a un observador neutral. Los estadounidenses no lo vean as: en su opinin, la ayuda a Chiang fue la mnima que Estados Unidos poda realmente ofrecer; pero para Mao y su pueblo fue una escandalosa interferencia en su pas y su guerra. Para ellos Estados Unidos haba actuado exactamente como caba esperar que actuara un rico pas capitalista. Todo esto dio cuerpo a una nueva fuerza en la poltica estadounidense, el lobby chino. Era una laxa alianza de gente unida por razones muy diferentes, desde miembros muy poderosos y extremadamente ricos de la familia de Chiang que trabajaban en Washington o estaban destinados all hasta influyentes polticos conservadores y amigos periodistas. Era a la vez amorfa, pero muy real, y muy concentrada. Su influencia llegaba, por diversas razones, mucho ms all de sus contactos directos. En su momento se convirti en el lobby ms poderoso que haban operado nunca en Washington en favor de intereses extranjeros. Lo que pretenda en un principio era muy simple: una ayuda masiva a Chiang durante tanto tiempo como fuera posible. A finales de la dcada de 1940, ante la perspectiva cada vez ms probable de que vencieran los comunistas, quera que Estados Unidos siguiera considerando al rgimen de Chiang como la autntica China, y bloquear cualquier reconocimiento de la Repblica Popular por parte de Washington y mantenerla fuera de la Organizacin de Naciones Unidas; y finalmente quera que se mantuviera la ayuda a Chiang en Taiwn. Su objetivo, ahora que Chiang haba perdido la guerra, era que Estados Unidos actuara como si de hecho hubiera vencido. Lo que realmente esperaba era que algn da un cataclismo muy improbable devolviera triunfante al continente a las fuerzas de Chiang bajo la bandera estadounidense; algo as, digamos, como una guerra entre Estados Unidos y la Repblica Popular China. Hubo quienes se integraron en el lobby chino debido a un sincero amor a la China tradicional al menos tal como se la imaginaban y a la creencia de que de algn modo Chiang, a pesar de sus incontables errores, era su nico lder posible frente a los comunistas. En otros casos, las razones para apoyar al Generalsimo eran innobles y egostas, a veces poco ms que los beneficios que sola tener el hecho de trabajar para el Guomindang. Para mucha gente, aquella cuestin era una oportunidad para poner fin al prolongado perodo de hegemona del partido demcrata. Algunos, como el congresista Walter Judd, que haba sido mdico misionero de joven, o como Henry Luce, cuyo padre tambin haba sido misionero, no eran simplemente partidarios de dar prioridad a China, sino partidarios de Chiang, hombres que crean como artculo de fe que la nica gran verdad de aquella lucha era que Chiang y China eran la misma cosa. A muchos de ellos no les gustaba la poltica que daba la primaca a Europa que haba dominado la poltica exterior estadounidense durante mucho tiempo y pretendan desviar el foco esencialmente anticomunista de Estados Unidos hacia el Pacfico, donde crean que estaba su futuro. Para los que daban prioridad a China y que haban crecido all como hijos de misioneros, la fuerza de atraccin de aquel pas era profunda e incesante, y lo sentan de algn modo como su propio hogar y su pas natal en la misma medida que Estados Unidos. Adems, el fracaso de Chiang equivala al de sus propios padres, que haban dedicado su vida a llevar el cristianismo a China (como de hecho, al menos en sentido estricto, as haba sido). Durante el otoo de 1946, en uno de sus viajes a China, Luce haba sido abordado por John Melby, quien le sugiri que su compromiso singular con Chiang ms que con China era un error. Luce rechaz inmediatamente la sugerencia de Melby con una respuesta excepcionalmente reveladora: Debe usted recordar que nacimos aqu, y eso es todo lo que sabemos. Nos comprometimos para toda la vida con la misin del avance del cristianismo en China, y ahora usted nos ataca por ello. Nos est pidiendo que admitamos que hemos gastado en vano nuestra vida, que ha sido ftil. No es eso pedirle demasiado a alguien?. As era, concedi Melby, pero haba que hacerlo porque el mundo y China haban cambiado, porque la China que ellos conocan estaba dejando de existir. Pero era ese tipo de pasiny de nostalgia el que alimentaba en gran medida el xito del lobby chino. Gran parte de su actividad poltica estaba dirigida inicialmente desde la embajada china en Washington, y a finales de 1948, cuando la seora Chiang lleg a Estados Unidos para una estancia prolongada, desde la casa de su cuado en Riverdale, Nueva York. Los dos cuados de Chiang, T. V. Soong y H. H. Kung (as como Wellington Koo, el embajador en Washington), eran muy hbiles en aquel juego. T. V. Soong le advirti en una ocasin a John Patn Davies, un oficial muy dotado del servicio exterior y uno de los ms capaces expertos en asuntos chinos, que no haba ningn memorial enviado desde China al Departamento de Estado al que no tuviera acceso en el plazo de dos o tres das. Esos destacados nacionalistas a veces parecan entender la forma de funcionar de Washington mejor que los propios estadounidenses y tenan aliados en todos los departamentos del gobierno, as como entre poderosos senadores republicanos e incluso entre algunos demcratas renegados como Pat McCarran, de Nevada. Sin embargo, su aliado ms importante, el hombre ms importante del lobby, el que dio coherencia a un grupo que de otro modo se podra haber considerado al margen de la poltica y le aport legitimidad, no era un poltico, sino el editor ms importante de la poca, Henry Luce. En la alianza pro-Chiang nadie tena ms peso que l: le ofreci un altavoz a escala nacional percibido como procedente del centro poltico ms que de la extrema derecha, y se esforz por suprimir cualquier opinin contraria a la suya propia. Como era muy sectario y un republicano apasionado llamaba al partido mi segunda iglesia, a los demcratas liberales no les quedaba otra alternativa que la defensiva. Entre los que daban prioridad a China algunos tenan escasa credibilidad poltica, pero Luce consigui modificar el equilibrio de fuerzas y sembrar dudas sobre los centristas, cuyas opiniones ms realistas sobre lo que estaba sucediendo en China aborreca. Entre los dems miembros del lobby chino no tena muchos aliados polticos; la mayora de ellos eran aislacionistas y l era posiblemente el principal internacionalista republicano de aquella poca, por lo que se convirti en su enemigo jurado en las convenciones republicanas de 1940,1944,1948, y con el tiempo en la de 1952. Pero persegua con ferocidad a cualquiera que se opusiera a l en la cuestin china, aplastando sin vacilacin a quien se atravesara en su camino. Atac carreras polticas, diplomticas y periodsticas sin muchas vacilaciones ni preocupacin por la moral habitual o la tica periodstica. Quienes sufran por lo que escriba en su revista se merecan en su opinin lo que les pasaba por alejarse de su verdad, mostrarse en desacuerdo o ponerle dificultades. Sus padres haban sido misioneros en China y era brillante, inusitadamente desmaado en las relaciones sociales pero con una gran inteligencia sin refinar y una inquieta curiosidad natural. En la escuela preparatoria de Hotchkiss, y luego en Yale, no haba sido muy buen estudiante ni se haba entendido bien con nadie; sus padres no pertenecan a la lite de los de sus compaeros de clase. Siempre iba mal trajeado, con ropa de un estilo pasado de moda de una poca muy lejana, copiado fielmente en tejido espeso por sastres chinos. No le gustaba nada que le llamaran por su apodo, Tintn Luce. En una ocasin le dijo a la novelista Pearl Buck que haba odiado la escuela preparatoria y la universidad, al sentirse tan pobre y tan diferente de los dems. Su creciente fama como editor le fue dando cada vez ms confianza en sus verdades, entre las que destacaba su visin de lo que Estados Unidos poda y deba ser en el siglo XX; fue l quien puso en circulacin el eslogan, que tuvo mucho xito, del siglo americano. En l se mezclaban extraamente diversas facetas que no parecan encajar del todo: como periodista se senta calvinista, pero cuando decida lanzarse contra quien se opona a sus ideas se pareca ms a un brutal seor de la guerra chino que no haca prisioneros. Al principio de su carrera periodstica no pareca tan interesado en revitalizar sus lazos con China; le haba costado mucho llegar a su posicin y era como si pretendiera olvidar sus orgenes y mostrarse ms estadounidense que sus compatriotas, a los que no haba conseguido cautivar de joven. Pero en 1932, cuando ya tena treinta y cuatro aos y se haba convertido en un afamado director y editor, visit China y reanud aquellos lazos. La familia Soong, la ms rica de China (y quiz pronto del mundo, gracias a la ayuda estadounidense), jug hbilmente con l; eran mucho ms expertos en manipular a occidentales influyentes, dicindoles las cosas adecuadas y consiguiendo lo que queran, que a la inversa. Luce concluy en aquel momento fatal que toda la poblacin china poda llegar a ser como aquella notable familia: sofisticados, cristianos, capitalistas y aparentemente agradecidos; y que la tarea de conducir a China hasta aquel destino maravilloso alejndola de su cruel pasado era precisamente la misin de Estados Unidos durante el siglo americano. Tras aquella visita volvi de China posedo de su misin en el mundo. Ningn tema era para l ms obsesivo ni se mostraba en ninguno ms sectario. Cuando Luce y su mujer, la escritora y poltica Clare Boothe Luce, visitaron al general Chiang y a su mujer Missimo en 1941, escribi que haba conocido a dos personas, un hombre y una mujer, que sern recordadas durante siglos y siglos por encima de todos los actuales habitantes del planeta.4 Luce hizo ms que ningn otro estadounidense por difundir y popularizar la idea romntica del modernismo que supuestamente representaba Chiang. Ningn otro estadounidense influy tanto en la creacin del mito de que la China de Chiang quera ser como Estados Unidos. Si el gobierno de Chiang hubiera tenido siquiera en parte el xito, la eficacia y la nobleza que le atribuan las publicaciones de Luce, y si Chiang hubiera tenido siquiera una pequea parte del talento que Luce le atribua, no habra habido crisis alguna en China y los comunistas habran sido fcilmente derrotados. Nada poda disuadirle, no slo de que China deseaba un destino configurado por los estadounidenses, sino igualmente de que Chiang y su familia eran las personas ms indicadas para dirigir el proceso. Cualquier poltico estadounidense que se atreviera a ponerse por medio estaba condenado a la exclusin; cualquier informacin que sus talentosos reporteros de Time y Life aportaran revelando los fallos sistemticos de Chiang y el continuo ascenso de los comunistas sera con seguridad censurada. Por muchas y convincentes que fueran las pruebas del fracaso de Chiang, nada poda cambiar su opinin, y por el contrario atacaba cada vez ms airadamente a quienes las recogan. Durante mucho tiempo confi en que la guerra de Corea fuera la ocasin para devolver a Chiang al continente. Su hermana, Elisabeth Moore, le cont a su bigrafo Alan Brinkley: Harry no cejaba en su bsqueda de una oportunidad para derrocar el rgimen comunista en China. Saba que Estados Unidos no poda declararle simplemente la guerra, pero pensaba que las guerras que ellos iniciaran podran darnos la oportunidad de invadir China. Hasta cierto punto deseaba realmente que la guerra de Corea se convirtiera en una guerra de Estados Unidos contra China, y a principios de la dcada de 1950 hablaba de Vietnam del mismo modo.5 Una cuestin fascinante es si se le poda considerar un autntico miembro leal del lobby chino. Todo el mundo estaba de acuerdo en que era de lejos su miembro ms influyente; pero muchos diran tambin que l y los dems miembros del lobby chino eran extraos compaeros de cama. Segn Alan Brinkley, para ellos era ms un intermediario que un autntico miembro. Era una genuino internacionalista, mientras que ellos eran casi todos aislacionistas en la mayora de las cuestiones.6 Seguramente preferan al coronel Robert McCormick, el principal aislacionista de la poca, alguien que para Luce era un enemigo poltico, incesantemente ridiculizado en las pginas de sus publicaciones. Y McCormick tambin odiaba a Luce, que haba contribuido destacadamente a la nominacin republicana, primero de Wendell Willkie, luego de Tom Dewey (dos veces), y finalmente de Dwight Eisenhower. Lo que sin embargo los vinculaba en un abrazo bastante coyuntural era China. El odio de Luce hacia Acheson a causa de China se hizo casi patolgico. En privado se refera a l como ese bastardo. Cuando los norcoreanos cruzaron el paralelo 38 se sinti vindicado y orden a sus editorialistas elaborar lo que John Shaw Billings, el primer director de Life y durante ms de dos dcadas una de las figuras ms importantes del imperio de Luce, calific como un editorial de autoalabanza que insista, partiendo de la idea "ya lo dije yo", en la necesidad de dar la vuelta a la poltica de Truman hacia China. Desde el momento en que comenz la guerra de Corea Time tena a Acheson en el punto de mira, y en enero de 1951 dijo de l: La gente pensaba de Dean Gooderham Acheson que era un compaero de viaje [de los comunistas], un idiota dedicado a sembrar "semillas de gilipollez", un cabezahueca incapaz de entender nada o un belicista que estaba llevando a Estados Unidos a una guerra mundial, aunque tambin haba quien pensaba los menos, que era un gran secretario de Estado. Tanto Time como Life, aunque ms sofisticados que la mayora de sus competidores, podan convertirse, cuando se trataba de algo verdaderamente importante con ocasin de las elecciones presidenciales por ejemplo, en instrumentos directos de la voluntad de su dueo. Pero en pocos asuntos era tan claro el sesgo poltico de las publicaciones de Luce como en lo que se refera a China. Luce las puso al servicio de los que le daban la primaca al pas chino, entre otras cosas, censurando los informes que llegaban de all escritos por quien era probablemente el mejor periodista de la poca, Theodore White. Puede que Luce no pudiera convertir la noche en da, pero lo que s poda hacer era recibir los artculos de White en los que describa derrota tras derrota y convertirlos en informes de victoria tras victoria. White se haba acostumbrado ya a que le reescribieran de arriba abajo sus informes. Lleg a poner un letrero a la puerta de su oficina que deca: Cualquier parecido entre lo que se escribe aqu y lo que se publica en la revista Time es pura coincidencia. Mantena una batalla constante con Luce: ambos amaban China, pero White pensaba que Chiang era un fiasco absoluto y crea que China tena que reencontrarse a s misma y reaparecer en una nueva encarnacin. Durante el otoo de 1944, cuando el enfrentamiento entre Chiang y Stilwell haba alcanzado su punto culminante y Roosevelt decidi relevar a este ltimo, el general convoc a dos influyente periodistas en los que confiaba, White y Brooks Atkinson, del New York Times, para mantener una larga entrevista sobre su destitucin y explicar por qu juzgaba tan desesperada la situacin de China. Para White y Atkinson aqul fue un gran momento periodstico: Ese hijo de puta ignorante nunca ha querido combatir verdaderamente a los japoneses [...] Todos y cada uno de los fallos garrafales de esta guerra se pueden atribuir a Chiang.7 El noticin era tan sensacional que Atkinson parti pocos das despus en el avin del general, para eludir a los censores, y gan el premio Pulitzer por su artculo; el informe en trece pginas de White fue rehecho de cabo a rabo convirtindolo, en sus propias palabras, en un texto tan extravagantemente favorable a Chiang que slo poda engaar a la opinin pblica estadounidense, que era lo que pretenda Luce y lo que yo quera evitar.8 El gobierno estaba a la defensiva en todo lo que se refera a China y la subversin desde el momento en que finaliz la segunda guerra mundial. Truman, bajo la presin de la derecha, endureci los controles de lealtad y seguridad del gobierno. En Asuntos Exteriores, los que se encargaban de China fueron adecuadamente reconvenidos por unos acontecimientos sobre cuya inminencia haban advertido. Retrospectivamente seran considerados como uno de los grupos ms brillantes y talentoso del servicio de Asuntos Exteriores que el Departamento de Estado haba empleado nunca para analizar un acontecimiento extranjero. Pero a finales de la dcada de 1940 fueron dispersados, enviados a Liverpool, Dubln, Suiza, Per, la Columbia britnica, Noruega y Nueva Zelanda. Uno de los ms dotados, Ray Ludden, recorri en poco tiempo Dubln, Bruselas, Pars y Estocolmo; lo enviaban a cualquier lugar fuera de Asia. Desde 1949 no haca ms que perder el tiempo dijo en una ocasin. No poda conseguir ni un empleo como lacero.9 Con el tiempo su tragedia personal se convirti en la tragedia del pas, al cerrar los ojos el gobierno en un rea que acabara siendo tan importante, y en la que, al ser las fuerzas en juego tan inestables y revolucionarias, era vitalmente importante discernir lo desagradable de lo amenazante. En octubre de 1950, cuando las fuerzas estadounidenses cruzaron el paralelo 38 hacia el norte, no quedaba en su puesto ninguno de los encargados de asuntos chinos, ni tampoco estaran all quince aos despus, cuando se tomaron las decisiones clave sobre la intervencin en Vietnam. Al principio la purga se dirigi contra funcionarios de rango medio y relativamente bajo, pero en 1948 la gente del lobby chino se mostraba exasperada y deseosa de ganar una apuesta mayor. Quiz el mejor modo de entender aquel perodo en que el debate poltico se hizo tan acerbo y atroz, es observar que la direccin del lobby chino decidi volcar sus energas contra George C. Marshall. Este haba sentido inters por China desde que era joven, haba servido all como oficial y siempre haba mantenido aquel inters, de forma que cuando la seora Chiang lleg a Estados Unidos a finales de 1948 para defender su causa en Washington y ante la opinin pblica estadounidense, se aloj en casa de los Marshall en Virginia. Marshall se haba apartado a regaadientes de Chiang, no por un enfrentamiento personal sino porque era obvio que su rgimen estaba agonizando sin esperanza de resurreccin y porque Marshall situaba los intereses de Estados Unidos por encima de los de Chiang. A su entender el gobierno estadounidense se hallaba ante la ms fatal y difcil de las decisiones, renunciar a un aliado y aceptar como vencedor en la guerra civil china a una direccin extraa y hostil que probablemente hara del mundo un lugar ms escabroso. Que su patriotismo se viera ahora puesto en duda debido al colapso de Chiang explica ms sobre aquella poca que sobre el propio Marshall. En 1945, al finalizar la segunda guerra mundial, si haba un estadounidense que pareciera estar por encima de cuestiones partidistas y haberse ganado la gratitud de todo el pas era George Marshall, el ms desinteresado y menos ideologizado de los hombres, el mejor de nosotros, en palabras de Truman. Haba sido el principal arquitecto de la movilizacin sorprendentemente rpida de Estados Unidos durante la segunda guerra mundial; haba recibido un exiguo, pattico, endeble y mal equipado ejrcito que reflejaba la inocencia y el aislacionismo del pas en 1941 y lo haba convertido en la poderosa fuerza que cruz el canal de la Mancha tan slo dos aos y medio despus. Muchos estadounidenses estaban de acuerdo con el presidente en que Marshall era, al final de la guerra, el mayor estadounidense vivo; algunos militares, como Matt Ridgway, pensaban que era el mayor estadounidense que haba vestido el uniforme desde George Washington. La amplia y profunda brecha que haba provocado China en la poltica estadounidense se manifestaba, slo cinco aos despus, en la crtica a Marshall por sus decisiones con respecto a la ayuda a Chiang, que cuestionaba no slo su juicio sino incluso su patriotismo. Durante la segunda guerra mundial Time siempre haba sido generoso en sus alabanzas a Marshall, por lo que la acusacin contra l necesitaba una explicacin, por parte de sus enemigos, de su distanciamiento del Generalsimo. La respuesta, presentada en primera instancia por Wellington Koo desde la embajada en Washington, era simple: Marshall se haba dejado vencer por la amargura y la decepcin al fracasar de forma tan lamentable en su misin en aquel pas. Era una respuesta pobre y paradjica, porque si haba habido nunca un funcionario pblico que separara el deber del inters propio se era Marshall, pero ni siquiera aquello iba a bastar. Luce le hizo saber en un artculo de portada en marzo de 1947 que estaba a punto de sufrir un nuevo examen. Si hubiera seguido favoreciendo la ayuda a Chiang no habra habido lmites en los adjetivos empleados para describirlo: lo habran presentado como el ms espartano de los hombres, fro, resuelto, experimentado, dispuesto a hacer en tiempo de paz lo que haba hecho tan hbilmente durante la guerra. En vez de eso, Time present una nica y ominosa pregunta: Es Marshall lo bastante grande para la gigantesca tarea que tiene por delante?.10 Era una advertencia: si no te sumas a nosotros iremos contra ti y te quitaremos de en medio. Y haba una coda adicional vitalmente importante: si Luce y el lobby chino podan perjudicar o al menos neutralizar la reputacin de alguien tan ilustre como Marshall, tendran la veda abierta para atacar a cualquiera. A mediados de mayo de 1947 Luce se reuni con Wellington Koo y parte de aquella conversacin lleg a odos de Marshall. Para entonces Koo saba por su propia conversacin con Marshall pocos das antes que el secretario de Estado tema que la causa nacionalista estuviera ya perdida. De hecho fue Koo quien decidi que tenan un problema con l. Luce era ms optimista, porque Marshall haba sido su aliado en muchas otras batallas. Le dijo a Koo que estaba seguro de que entenda la amenaza del comunismo mucho mejor que los dems miembros del gobierno de Truman, y que tambin entendera lo que Luce llamaba la gran incoherencia entre su poltica hacia China y la actual poltica estadounidense a nivel mundial. Koo contaba que Luce le haba dicho: O bien [Marshall] modifica la poltica hacia China armonizndola con la poltica mundial estadounidense o quedar desacreditado. Si no la cambiaba aada Koo que le haba dicho Luce, la revista Time, que l controlaba, sealara las incoherencias. Pero Luce crea que George Marshall cambiara la poltica, que era demasiado inteligente para no hacerlo. Cuando Marshall rechaz las presiones del lobby chino y del imperio de Luce, se dijo que aunque no era un izquierdista o comunista, haba encubierto a otros en el Departamento de Estado que s lo eran. Peor an, estaba recibiendo su informacin sus lecciones sobre China de la gente equivocada; o como lleg a decir el senador por Indiana William Jenner, un McCarthy en pequeo: El general Marshall no slo est dispuesto, sino que desea colaborar con los traidores. La verdad es que se no es un papel nuevo para l, ya que el general George C. Marshall es una mentira viviente. Cuando alguien le mencion las palabras de Jenner, Marshall dijo: Jenner? Jenner? No creo que lo conozca. No, definitivamente no lo conozco. Si desacreditar a la gente que a su juicio estaba desacreditando a Chiang era una parte del intento de Luce de mantener vivo en la poltica estadounidense el apoyo a su rgimen, la otra parte era igualmente artera, y tambin en este caso la idea parti de Koo. La gente de la embajada china era consciente, no slo de su alejamiento cada vez mayor del gobierno de Truman, sino del escaso apoyo con que contaba ste en la cuestin ms decisiva para su propia visin de una poltica exterior ilustrada: mayor seguridad colectiva en Europa. Todos los funcionarios de la administracin estaban empeados en estabilizar las economas europeas destrozadas por la guerra mediante el plan Marshall, y Grecia y Turqua mediante lo que se conocera como doctrina Truman, como baluarte frente al eventual expansionismo sovitico. Koo propuso vincular la cuestin de la ayuda a China al resto de proyectos de ley en poltica exterior. A partir de entonces no habra ninguna ayuda a Grecia o Turqua, ningn dinero para la recuperacin europea, sin una sustancial ayuda a China. Styles Bridges, senador por New Hampshire, uno de los portavoces ms enrgicos del lobby chino, pregunt durante una sesin del Senado: Somos acaso hombres en Europa y ratones en Asia?. Expresaba as perfectamente la posicin de los que daban primaca a Asia, ejerciendo una especie de chantaje poltico sobre el gobierno de Truman, cada vez ms acosado y falto de un amplio apoyo nacional para sus planes de ayuda al extranjero. La cuestin especfica y concreta utilizada contra Truman era China, pero se trataba de un asalto ms amplio. Gran parte del odio que se haba ido acumulando lo haba hecho en el Medio Oeste, entre gente instintiva, y de hecho apasionadamente anglfoba y a la que durante la guerra mundial le haba parecido que Estados Unidos se vea arrastrado a solucionar un problema que le era ajeno y que todos los esfuerzos estadounidenses subsiguientes para reconstruir la exhausta Europa de posguerra suponan ponerse al servicio de Gran Bretaa. Esos conservadores del Medio Oeste no vean la reconstruccin de Europa como parte de un nuevo inters propio en un mundo en el que, debido al nuevo armamento, el ocano Atlntico se haba contrado. Eran, como los llamaba Thomas Christensen, profesor de Princeton, asialacionistas. Era como si cada partido tuviera su propio ocano. El Pacfico, escribieron Richard Rovere y Arthur Schlesinger en 1951, era desde haca tiempo el ocano republicano; el Atlntico, el demcrata. Hasta Bob Taft, normalmente opuesto a cualquier vinculacin con el extranjero, pareca en favor del Pacfico: Creo muy firmemente que en ltimo trmino el Lejano Oriente es an ms importante para nuestra paz futura que Europa. Los republicanos que protestaban contra la poltica del gobierno con respecto a China haban tenido escasa influencia en la poltica estadounidense durante el perodo ms reciente. Los demcratas, como sealaba sagazmente John Spanier, destacado politlogo, nunca haban involucrado a ningn importante congresista republicano en la elaboracin de su poltica hacia China. Cuando las fuerzas de Chiang comenzaron a descomponerse, el senador Brien McMahon, demcrata por Connecticut y miembro del Comit de Relaciones Exteriores del Senado, decidi comprobar si haba habido alguna crtica desde las filas republicanas en el Senado hacia la poltica oficial durante los aos clave de 1947 a 1949, y no encontr ni una sola sugerencia por su parte;14 tampoco se haba levantado nunca ningn republicano en la Cmara de Representantes ni en el Senado para proponer que se enviaran tropas de combate estadounidenses para apoyar a Chiang. Tampoco haban respondido a la pregunta que el senador Tom Connally, de Texas, uno de los defensores de Truman, haba planteado a su colega republicano Arthur Vanderberg: Enviara usted a sus propios hijos a combatir en la guerra civil china?.15 Vanderberg, una figura republicana decisiva durante aquel perodo, estaba ya forcejeando con su partido cuando ste comenz a escindirse aquellos das. Era uno de los republicanos de centro que se estaban poniendo muy nerviosos por la forma en que la extrema derecha explotaba la cuestin de China aunque viera que Chiang segua hundindose. Advirti a algunos de sus colegas que aquello poda convertirse en un arma de dos filos si el partido republicano llegaba al poder. As, en septiembre de 1948, el potencial secretario de Estado si vencan los republicanos, escribi al senador Bill Knowland, figura destacada entre los que daban la primaca a China, advirtindole que no presionara demasiado sobre aquel problema porque los republicanos podran heredarlo pronto. Estas fueron sus palabras: Es fcil simpatizar con Chiang como yo siempre he hecho y sigo haciendo, pero algo muy distinto es planear una ayuda eficaz a menos que se trate del envo de tropas de combate estadounidenses, cuando prcticamente todas sus divisiones, entrenadas y equipadas por nosotros, se rinden sin disparar un tiro.16 As pues, la prdida de China no era ms que la parte visible del iceberg, la cuestin que poda ayudarles a recuperar el control del pas, convirtindolo de nuevo en el Estados Unidos de siempre, el que prevaleca en el momento del cambio de siglo, con slidas prcticas comerciales y virtudes aejas, en las que ellos eran ejemplares. No deban dinero y no dependan del gobierno para gastarlo. Eran los ciudadanos de bien en una poca en que el liderazgo era casi exclusivamente blanco, masculino y protestante, casi todos ellos profesionales en una poca en la que la clase media era todava muy escasa. Pertenecan a clubes cvicos en los que casi todos se lamentaban de que Estados Unidos abandonara su tradicional americanismo. El New Deal y las fuerzas que haba promovido era el enemigo, o como haba dicho el senador por Nebraska Hugh Butler antes de las elecciones de 1946: Si el New Deal sigue controlando el Congreso tras las elecciones, deberemos ese control al partido comunista. Aquellos hombres eran instintivamente nativistas, esto es, partidarios de favorecer los intereses de los habitantes nativos por encima de los de los inmigrantes, algo que consideraban una fortaleza, no una debilidad. Nunca les haban gustado ni confiaban en quienes haban elegido a Franklin Roosevelt y Harry Truman, el Estados Unidos de las grandes ciudades en las que abundaban los catlicos, judos, negros y sindicalistas. Desconfiaban de cualquiera o cualquier cosa que fuera diferente, y ahora vean llegado el momento de tomarse la revancha. El Estados Unidos de Roosevelt les resultaba ajeno y lo peor era que ellos haban dirigido el pas durante casi dos dcadas. Tanto Truman como Acheson eran conscientes de lo que estaba en juego y despreciaban a los dirigentes de la reaccin. Acheson los llamaba primitivos y Truman animales.17 Truman saba desde el principio que la cuestin china era un fracaso, tanto en la poltica interna como en la internacional. En una reunin del gabinete en marzo de 1947 se haba quejado amargamente de los aliados chinos. Como escribi en su diario, Chiang Kai-shek no prevalecer. [Los] comunistas lo derrotarn porque son fanticos. [Enviar ms ayuda] sera como verter dinero en una madriguera de ratas en la situacin actual.18 De hecho, estaba furioso con Chiang y su gobierno desde el momento en que tom posesin de la presidencia. En su opinin, haba heredado una poltica errnea y un aliado deshonesto y traicionero. Haba habido algunas investigaciones gubernamentales secretas sobre el destino del dinero, y haban descubierto una inmensa especulacin monetaria sospechosa por parte de familiares de Chiang. Los nacionalistas, le dijo en una ocasin Truman a David Lilienfhal, partidario del New Deal y defensor del poder pblico que haba contribuido a crear la autoridad del Valle de Tennessee, no eran sino gnsteres y estafadores. Le apostara a usted que ms de mil millones de dlares [de la ayuda] estn hoy da en los bancos de Nueva York.19 Lo que enfureca literalmente a Truman era la implacable presin poltica ejercida sobre el gobierno estadounidense por los nacionalistas chinos sin que se esforzaran militarmente lo ms mnimo. Aquello un gobierno que no combata, pero le atacaba polticamente y exiga de forma constante ms armas, que sus tropas no se molestaban en emplear iba contra sus convicciones ms arraigadas. El 24 de noviembre de 1948 se produjo un encuentro particularmente revelador de Truman con el embajador Koo que reflejaba (con una frase que se hara famosa en otra guerra que estaba por llegar) la enorme falta de credibilidad que afectaba ahora a los nacionalistas. Cuando se reuni con Koo, Truman era muy consciente de que no estaba tratando nicamente con el representante de un pas extranjero con problemas, sino con un importante enemigo poltico, de que Koo, pese a sus suaves maneras, lideraba de facto gran parte de la oposicin poltica, y de que la embajada que encabezaba Koo haba colaborado estrechamente con Tom Dewey, a quien acababa de derrotar. La actitud de Koo tampoco podra haber sido peor, y su desdn hacia el presidente estadounidense era obvio: Le habl en americano, no en ingls, y nos entendimos perfectamente,20 anot ms tarde en su diario. No era el momento ideal para que el representante de un rgimen agonizante pidiera ms ayuda militar. Truman no pareca nada receptivo. Saba Koo, le pregunt, que acababa de recibir informacin de que treinta y dos divisiones chinas se haban rendido a los comunistas cerca de Xuzhou? Y que haban abandonado casi todos sus pertrechos en poder de los comunistas? Koo admiti que no saba nada de aquello. Sobre el tema de la ayuda, Truman le dijo que saba que el pueblo chino haba sufrido mucho y que hablara con Marshall, pero que no poda ofrecerle ms. Lo que ninguno de los dos dijo era que treinta y dos divisiones significaban entre doscientos cincuenta mil y trescientos mil soldados perdidos, con su correspondiente armamento, y que aqul no era un incidente aislado. Tan pronto como dej la Casa Blanca, Koo contrast la informacin con su amigo George Yeh, viceministro de Asuntos Exteriores. Le pregunt cmo les haba ido en la batalla de Xuzhou. No demasiado mal, le respondi Yeh; pero el presidente Truman acababa de decirle que treinta y dos divisiones se haban rendido all, replic Koo. Cul era la verdad? Bueno, vale, admiti Yeh. Esa era la verdad, as eran las cosas aquellos das, en los que el ejrcito nacionalista se iba viniendo abajo. Durante los ltimos meses antes de la victoria final de los comunistas, el general de divisin David G. Barr, jefe del grupo de ayuda militar estadounidense, particip en las sesiones de planificacin del Estado Mayor de Chiang como un general chino ms (pidindoles entre otras cosas que destruyeran su armamento antes de replegarse, de manera que no fuera capturado por los comunistas, una de las muchas sugerencias a las que nadie prest atencin). Al ltimo embajador estadounidense en China, John Leighton Stuart, no se le permiti reunirse con los dirigentes comunistas, pues eso habra podido suscitar crticas en el propio Estados Unidos. Pero si Chiang perdi China, gan, en cambio, si no a todo Washington, s el suficiente apoyo poltico como para mantenerse en el poder en Taiwn. En 1952, inmediatamente despus de la eleccin de Eisenhower como presidente, Koo, todava embajador de Chiang, ofreci una gran cena a la que acudieron algunos de los personajes ms importantes que otorgaban primaca a China: Henry Luce, los senadores William Knowland, Pat McCarran y Joe McCarthy y el congresista Walter Judd. En determinado momento, poco antes de que terminara la velada, todos se alzaron y brindaron por Chiang con su grito de batalla favorito: De vuelta al continente!.
Quinta parte
Alea jacta est: los norcoreanos presionan hacia Pusan
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En Corea creca la alarma. A primeros de agosto de 1950 las fuerzas norcoreanas se preparaban para un asalto final contra las unidades de Naciones Unidas, todava muy exiguas, alineadas tras el ro Naktong, pero la ofensiva del Inmin-gun pareca demorarse. El mando de la ONU pensaba que el Naktong ofreca la mejor barrera tras la que sus tropas podan tomar aliento mientras llegaban al pas nuevas fuerzas procedentes de Estados Unidos. El historiador Roy Appleman describa el Naktong como un enorme foso que protega casi tres cuartas partes del permetro de Pusan. Este tena una extensin considerable y durante las siguientes semanas se produjeron cientos de pequeas escaramuzas y algunas no tan pequeas. Appleman describa el permetro de Pusan como un rectngulo de unos ciento sesenta kilmetros de norte a sur y unos ochenta de este a oeste, limitado por el mar del Japn al este, el Estrecho de Corea al sur y el propio ro Naktong al oeste y al norte. Era un ro lento y fangoso, de menos de dos metros de profundidad y entre cuatrocientos y ochocientos metros de anchura (casi tan ancho como el Missouri, explicaba el cabo Charles [Bush] Hammel, del Segundo de Ingenieros, que haba crecido a unos ochenta kilmetros del Missouri y que particip en la construccin de un puente sobre el Naktong en vsperas del ltimo gran empuje norcoreano, de forma que fue el Ejrcito Popular el primero en utilizarlo). Sin la proteccin natural que ofreca el Naktong, las fuerzas estadounidenses no podran haber resistido; para ellas fue, ms que una barrera, el reducto donde Walker pudo concentrarlas y por primera vez proteger sus flancos. Dentro del permetro las cosas iban mejorando. El estado de las carreteras y lneas ferroviarias permita, por primera vez, transportar rpida y eficazmente unidades de reserva hasta el lugar de la accin. As Walker tuvo un poco ms fcil el cierre de los huecos abiertos en sus lneas. Por otra parte, a mediados de julio haban salido de Estados Unidos hacia Corea los primeros contingentes de la Segunda Divisin de Infantera, y prcticamente al mismo tiempo llegaron algunos miembros de la Primera Brigada Provisional de Marines, unidad que acab convirtindose en la Primera Divisin de Marines y que iba a encabezar el desembarco en Inchon. Todo esto supuso un cambio en el equilibrio de fuerzas: la capacidad de combate de las unidades estadounidenses estaba a punto de mejorar espectacularmente y el tiempo empezaba a correr contra los norcoreanos. A finales de agosto todos los miembros del mando estadounidense saban que se aproximaba un golpe del Inmin-gun. El ejrcito norcoreano que se preparaba para atacar desde el norte y oeste del Naktong era todava formidable, unas trece divisiones de infantera, con un promedio de alrededor de siete mil quinientos hombres por divisin, ms una divisin acorazada de casi un millar de hombres y dos brigadas acorazadas de quinientos hombres cada una. Pero todas las ventajas con que haba contado pocas semanas antes comenzaban a esfumarse. Las fuerzas areas de Naciones Unidas, por ejemplo, realizaban en agosto el doble de misiones de apoyo a sus tropas que en julio, machacando a los norcoreanos, privndoles de alimentos, municin y apoyo logstico as como de la posibilidad de tomar un descanso. A finales de agosto, cuando se iniciaron las batallas decisivas a lo largo del Naktong, los mejores das del Ejrcito Popular haban quedado atrs, aunque pocos lo percibieran. En palabras de T. R. Fehrenbach, al mando de una unidad de infantera, el Inmin-gun estaba ya sangrando mortalmente. Como dijo aos despus Yoo Sung Chul, general norcoreano retirado: Se supona que la guerra de Corea deba durar slo unos das, as que no hicimos planes para el caso en que las cosas fueran mal. Si se inicia una guerra sin planificar los posibles fracasos, te puedes encontrar con serios problemas.4 Cuando Kim Il-sung lanz sus trece divisiones a la batalla final del Naktong el 31 de agosto, las fuerzas de ambos bandos estaban sorprendentemente equilibradas y todava seguan llegando al pas unidades estadounidenses de lite. Por ejemplo, el ltimo en llegar de los tres regimientos de la Segunda Divisin de Infantera, el 38. Regimiento, arrib a Pusan el 19 de agosto. Eso significaba que frente a los 100.000 norcoreanos dispuestos para lo que esperaban que sera la batalla final y su asalto al puerto de Pusan, haba casi 80.000 soldados estadounidenses del Octavo Ejrcito preparados para defender el permetro. La capacidad del Octavo Ejrcito para resistir durante los dos meses anteriores representaba un logro personal inmenso para Walton Johnnie Walker. Durante aquellas siete semanas desde finales de julio hasta mediados de septiembre a aquel intrpido general, menospreciado tanto en Tokio como en Washington, tanquista en un terreno poco favorable al uso de los tanques, obligado a combatir con fuerzas ostensiblemente menores que las que haba mandado en Francia y Alemania, le haba salido casi todo bien. Si la historia militar estadounidense ha minusvalorado alguna de sus guerras durante el pasado siglo, ha sido la de Corea; si algn aspecto de aquella guerra se ha subestimado, ha sido la serie de pequeas batallas que se desarrollaron a lo largo del Naktong en julio, agosto y septiembre de 1950; y si no se le han reconocido los merecimientos debidos a alguno de sus jefes, ha sido con seguridad a Walker, precisamente por aquellas batallas. Como dijo en una ocasin su piloto Mike Lynch, fue el comandante olvidado de una guerra olvidada.5 Si la guerra de Corea nunca atrajo en demasa la atencin de la opinin pblica estadounidense, la batalla del Naktong a lo largo del permetro de Pusan qued muy ensombrecida por otras mayores que se produciran ms tarde; pero en aquel momento terrible Walton Walker demostr ser un gran comandante. Con fuerzas escasamente preparadas y equipadas y con muy pocos hombres consigui poco a poco frenar el avance de un adversario feroz y astuto, mientras el pas al que representaba comenzaba lentamente a aceptar sus nuevas responsabilidades. Cuando ordenaba a sus hombres que resistieran y murieran, quera decir exactamente eso, y se inclua a s mismo en aquella orden. Si era preciso sera el ltimo estadounidense que permaneciera en pie cuando los norcoreanos avanzaran hacia Pusan. A primeros de septiembre estaba con Lynch su compaero inseparable en Taegu, una ciudad insignificante para el resto del planeta antes de que comenzara la guerra, pero que en aquel momento era un punto crtico. Si los norcoreanos tomaban Taegu su ejrcito podra a continuacin atacar Pusan, que slo estaba a setenta kilmetros al sur. Walker se dirigi a Lynch y le dijo: Usted y yo podemos morir en las calles de Taegu luchando contra esos tipos. Mi plan es que, si avanzan, permanezca a mi lado, y estaremos juntos hasta el ltimo minuto.6 Walker era incansable e indomable, volaba en su diminuto avin de reconocimiento, a veces slo a unos cientos de pies sobre el suelo, casi desafiando a las ametralladoras del enemigo a que lo derribaran. De vez en cuando se asomaba por la ventanilla, gritndoles a sus tropas por un megfono. Si pensaba que se estaban retirando o cayendo en el pnico, les gritaba para hacerlos volver a sus puestos y luchar, maldita sea! Volaba tan bajo que Lynch quitaba a veces de la cubierta del aparato las tres estrellas que indicaban que aqul era el avin personal de un teniente general. A medida que se fue desarrollando gradualmente la guerra de Corea y otros comandantes, muy en particular Matt Rigdway, ocuparon el primera plano, Walton Walker se difumin en el trasfondo. Lo que qued en el recuerdo, si es que se recordaba algo, era que haba cado en una gigantesca emboscada china junto al ro Chongchon a finales de noviembre y primeros de diciembre, una imprudencia que perjudic seriamente su reputacin, aunque no se le pudiera achacar a l la responsabilidad. Era injusto, porque en la batalla del Naktong supo reagrupar hbilmente a sus unidades, sacando un batalln de un regimiento y pasndolo a otro, utilizando a los marines y al 27. de Perros Lobo como apagafuegos para contener los eventuales avances norcoreanos. Utiliz con destreza ciertas ventajas clave sobre su enemigo: mayor movilidad en aquel terreno gracias al acceso a un sistema ferroviario simple pero valioso y unas carreteras estrechas pero eficaces. Los norcoreanos se hallaban all en inferioridad de condiciones: no podan desplazar sus fuerzas con la rapidez suficiente como para aprovechar sus avances momentneos. Parte de su fracaso en aquel momento se debi a un plan de batalla insuficiente y a su incapacidad para concentrar de forma adecuada sus fuerzas y para comunicarse eficazmente y desplazar sus fuerzas tan rpido como requera cada batalla. Esas desventajas frente a un ejrcito tan avanzado tecnolgicamente como el estadounidense iban aumentando a medida que llegaban ms materiales al pas, lo que incrementaba el ritmo del combate. Los mandos estadounidenses pensaban que aquellas limitaciones no se deban tanto a la debilidad de su equipo de comunicaciones sino a la jerarquizacin excesiva de su ejrcito. Para algunos otros mandos del Octavo Ejrcito, Walker pareca ms un mago que un comandante, por lo fina que era su apreciacin de dnde iban a dar el prximo golpe los norcoreanos. No es que fuera adivino, pero saba escuchar muy bien: los norcoreanos utilizaban cdigos de radio extremadamente primitivos y no los cambiaban con mucha frecuencia, as que los estadounidenses los tenan pillados. A menudo Walker saba por adelantado exactamente dnde planeaba atacar el Inmin-gun, y aquello era una informacin muy valiosa. Tambin saba inspeccionar el terreno. El y Lynch volaban sobre las posiciones enemigas tan bajo y con tanta frecuencia que tena una idea asombrosamente buena de la disposicin de sus tropas y de cunto cambiaba de un da a otro. Sin embargo, si haba una palabra para describir la situacin, Walker pensaba que era desesperada. Siempre le faltaban hombres y tema constantemente un avance comunista. Comenz a dirigirse cada da al coronel Eugene Landrum, su jefe de Estado Mayor, dicindole: Landrum, cuntas reservas ha conseguido para m hoy?.7 Lo que necesitaba eran ms hombres y siempre repeta la misma peticin: ms hombres, ya que la posibilidad de que los norcoreanos pudieran atacar tambin por mar era muy real. El nico lugar en el que Walker haba subestimado significativamente la capacidad del Ejrcito Popular era en el llamado Recodo del Naktong, donde el ro se curvaba brevemente hacia el oeste antes de dirigirse hacia el este. Se trataba de un pequeo recodo de unos ocho kilmetros de norte a sur y unos seis o siete de este a oeste, donde poco despus iba a tener lugar una de las batallas ms duras de toda la guerra. Como los estadounidenses haban triturado a la Cuarta Divisin norcoreana en aquella zona y haban recibido informes muy precisos de los prisioneros sobre lo muy debilitada que haba quedado, supusieron que la capacidad de ataque norcoreana era muy limitada all. Lo que no saban era que las fuerzas enemigas en el recodo del Naktong incluan no slo parte de la Cuarta, sino tambin de otras dos divisiones, la Segunda y la Novena. Walker haba situado all dos de los tres batallones del 23. Regimiento de la Segunda Divisin de Infantera, habiendo prestado el tercero a la Primera Divisin de Caballera. Decir que sus lneas eran muy delgadas habra sido muy poco. El sargento Harold Graham serva entonces como jefe de seccin en la Compaa Charley del primer batalln del 23. Regimiento de la Segunda Divisin de Infantera estadounidense. Haba sido recomendado para una condecoracin y estaba a la espera de que le llegara, pero acab herido tan severamente la primera noche de la ofensiva del Inmin-gun en el recodo del Naktong que su carrera militar prcticamente acab all. Graham estimaba que la divisin, escasa de fuerzas, agotada por los combates anteriores y a falta de un regimiento, totalizaba alrededor de nueve mil hombres, en lugar de su contingente ordinario de 18.000. Tena que cubrir un frente de casi sesenta y cinco kilmetros y los cuatrocientos o quinientos hombres que formaban el primer batalln del 23. Regimiento cubran entre cinco y siete kilmetros. No creo que nunca hayamos tenido unas lneas ms delgadas antes de un ataque importante, deca Joe Stryker, jefe de una seccin de la Compaa Charley que haba sido asignado al regimiento como oficial de comunicaciones unos das antes y que fue uno los pocos sobrevivientes de aquella batalla (ms tarde escribira abundantemente sobre lo que all haba sucedido). Era un alambre, dira yo, pero el ms pequeo y delgado que quepa imaginar, deca. Aquellas cifras asombrosas describan no tanto una autntica posicin defensiva sino una criba humana gigantesca. Si cada soldado del batalln hubiera contado con su propio helicptero aquello habra sido factible, pero en la realidad era una tarea desesperada. Y as haba sido, recordaba Stryker, desde el momento en que llegaron a Corea. Cuando le haban encomendado una de sus primeras posiciones de combate cerca del frente, poco despus de su llegada, haba hecho lo que se supone que siempre hay que hacer en una situacin como aquella: explorar las unidades amigas a cada lado y establecer comunicacin con ellas. Tom un jeep y condujo sin parar cerca de ocho kilmetros. Finalmente divis a dos soldados, que pertenecan a la 24. Divisin y se mostraron emocionados al verlo: le saludaron como si se les hubiera aproximado toda la Segunda Divisin. Apenas tuvo valor para decirles que estaba posicionado a ocho kilmetros de distancia. Mientras los hombres del 23. Regimiento esperaban el ataque, su sensacin de aislamiento era ms intensa que de costumbre. Ms tarde el coronel Paul Freeman, al mando del regimiento, dedujo que aunque los informes de Walker sobre lo que hacan los norcoreanos se haban demostrado en general extraordinariamente precisos, en aquel momento y en aquella zona algo se les haba pasado. A finales de agosto los hombres del primer batalln del 23. Regimiento tenan la impresin de que estaba a punto de suceder algo. Slo llevaban dos das en la ribera oriental del Naktong cuando atacaron los norcoreanos. El segundo batalln se haba desplazado tras ellos, primero al pueblecito de Miryang, desde donde se organizaba la defensa del Naktong, y luego a un pueblo llamado Changnyong, an ms cerca del ro. Durante la noche del 31 de agosto se fueron recibiendo tantos informes sobre los movimientos norcoreanos al otro lado del ro que por toda la lnea se extendi la idea de que se producira un ataque aquella misma noche o la siguiente.8
A veces determinada unidad est destinada a intervenir en algo tan grande que parece haber entrado en el camino de la historia. As le sucedi a la compaa Charley aquella noche. Muy superada en nmero, afront el ltimo gran empuje del Ejrcito Popular norcoreano. Si muchas de las unidades estadounidenses situadas a lo largo del Naktong eran endebles, ninguna lo era ms ni estaba en mayor peligro que el 23. Regimiento, y ninguna unidad del 23. Regimiento estaba ms en peligro que la compaa Charley, cuyos miembros, los pocos que sobrevivieron, acabaron refirindose a ella como la difunta compaa Charley. El teniente Joe Stryker segua asombrado, al cabo de muchos aos, por el desequilibrio entre las dos fuerzas que se encontraron en el recodo. A su juicio fueron dos divisiones norcoreanas, quiz entre quince y veinte mil hombres, las que se lanzaron sobre la zona ocupada por la compaa Charley, y entre ocho y diez mil los que atravesaron el ro precisamente por aquel lugar. Normalmente, sealaba Stryker, una compaa con una dotacin de unos doscientos hombres cubre un sector de alrededor de un kilmetro; pero el primer batalln, del que formaba parte la compaa Charley, deba cubrir un frente de quince kilmetros, lo que significa que cada una de sus tres compaas, ninguna de las cuales estaba al completo, tena que cubrir entre cinco y seis kilmetros; cada seccin, con menos de setenta hombres, tena que cubrir dos kilmetros, y cada pelotn de entre veinte y veinticinco hombres unos seiscientos metros, siete campos de ftbol.9
Las estimaciones de Stryker coinciden con las memorias del sargento Graham, que estaba a cargo de la segunda seccin de la compaa Charley con un pelotn de morteros y fusiles sin retroceso, y con las del sargento Erwin Ehler, al mando de la cuarta seccin, que dispona de un pelotn de armas pesadas. La seccin de Graham estaba en el centro de la posicin de la compaa Charley. A su izquierda estaba Ehler con la cuarta seccin y a su derecha la compaa B. de su batalln. A la izquierda de Ehler y su seccin estaba el camino hacia Changnyong, y a continuacin tropas del Noveno Regimiento de Infantera, que tambin formaba parte de la Segunda Divisin. Los huecos entre las lneas eran terribles. Estbamos tan alejados unos de otros que ni siquiera sabamos dnde diablos estaban los dems,10 recordaba Ehler, gravemente herido aquella noche. La segunda seccin de Graham tena a su cargo un frente de alrededor de dos kilmetros. A su derecha haba un vaco de otros dos kilmetros, y a continuacin empezaba la posicin de la compaa B, que tambin formaba parte del primer batalln. Como escribi ms tarde el sargento Graham, durante el da podamos cubrir los huecos [entre nosotros] disparando, pero por la noche era imposible. Nadie saba mejor lo patticamente delgada que era aquella lnea que el capitn Cyril Bartholdi, al mando de la compaa Charley. Era un experimentado oficial emparentado lejanamente con el hombre que haba diseado la Estatua de la Libertad; haba estado al mando de tropas en la segunda guerra mundial y era muy consciente de la vulnerabilidad de sus hombres en aquel punto y de que no haba forma de frenar el empuje norcoreano que todo el mundo esperaba. A su entender formaban parte de un endeble alambre que estaba all sobre todo para advertir al resto del Octavo Ejrcito. Su tarea consistira en sealar el ataque norcoreano, frenarlo en la medida de lo posible, informar sobre su envergadura y esperar que los hombres de la retaguardia en algn cuartel general distante pudieran aportar suficientes tropas y capacidad de fuego como para frenar el ataque. Aquella misin cruel, tal como la entenda, poda significar que todos ellos fueran a morir all. La tarde del 31 de agosto los hombres de las distintas unidades del 23. Regimiento, incluida la compaa Charley, observaron que las tropas enemigas se agrupaban al otro lado del Naktong y que en algunos lugares parecan estar construyendo balsas. Era bastante evidente que se aproximaba el ataque; de hecho pareca como si se hubiera iniciado ya. El Naktong poda ser una valiosa lnea defensiva, pero no era perfecta. Se saba que los norcoreanos acostumbraban a deslizarse por la noche utilizando una especie de puentes ocultos bajo el agua formados por sacos de arena sobre el fondo, prcticamente invisibles debido a la cantidad de fango que haba. Luego, cuando comenzaba la batalla, sus hombres y sus vehculos disponan as de una forma de cruzar ms fcilmente, y algunos estadounidenses teman, mientras esperaban el golpe, que tales puentes estuvieran ya construidos. El primer asalto del Inmin-gun se dirigi contra la compaa Baker. A las 8.30 p. m. el teniente William Glasgow de la compaa Baker inform sobre un espectculo extrao: pareca como si incontables soldados enemigos se dirigieran con antorchas hacia el ro; aquellas antorchas, segn informaba, parecan formar las letras V y O. Nadie adivinaba lo que significaban aquellas letras (si lo eran realmente); quiz no eran sino seales direccionales primitivas con las que se orientaba a diferentes unidades en el sector de la derecha. Los prisioneros que hicieron los estadounidenses fueron de poca ayuda a ese respecto. Lo ms que pudieron sacar de ellos fue que los norcoreanos, que todava tenan mucha confianza en s mismos, esperaban alcanzar Pusan en tres das. Luego, comenz el bombardeo de la artillera norcoreana. De repente los estadounidenses tuvieron ante s una visin aterradora: soldados norcoreanos hasta donde la vista poda alcanzar iban llegando hasta el ro y lo cruzaban. Al cabo de quince minutos los observadores de la compaa Charley estimaron que haban cruzado el Naktong ms de mil trescientos norcoreanos; en el sector de la compaa Baker, segn se estim ms tarde, hubo cuatro cruces distintos de alrededor de un batalln cada uno, lo que totalizaba una divisin. En el sector de la compaa Charley se produjo un asalto parecido. Cruzaban el ro como millones de hormigas y caan sobre nosotros cuando apenas los habamos visto, deca Terry McDaniel, sargento de abastecimiento, sobre aquella noche. Para los estadounidenses que esperaban fatalmente, tan aislados, tan superados en nmero, aqul era un espectculo aterrador: una fuerza de combate por la que sentan gran respeto se lanzaba sobre ellos de forma abrumadora. La oleada inicial norcoreana caus gran nmero de bajas. Rusty Davidson, un oficial administrativo incorporado al servicio activo como lo haban sido muchos otros, recordaba: Al principio ofrecan un gran blanco, y en nuestra seccin alguien grit que iba a ser como cazar pavos, pero haba tantos, y nosotros ramos tan pocos, que pronto nos dimos cuenta de que los pavos ramos nosotros. En el puesto de mando del batalln esperaban el golpe, pero no tan duro ni en un terreno que ninguno de ellos habra elegido. Desgraciadamente no haba otra opcin. De haber tenido la posibilidad, habran compartido el sector varias divisiones, los aviones de la fuerza area les habran dado la bienvenida a los norcoreanos desde el aire y mucha artillera estadounidense habra estado apuntando hacia las vas de llegada ms probables. Pero el batalln contaba con muy poca artillera y casi ninguna cobertura area. Era esencialmente un mando desnudo. La estrategia, en la medida en que se poda hablar de ella ms que otra cosa se podra hablar de instinto, consista en tratar de mantener abiertas las carreteras que conducan hacia Pusan por la ribera oriental del recodo del Naktong, haciendo tiempo para que llegaran otras fuerzas estadounidenses y de Naciones Unidas. Pero en realidad estaban all solos. George Russell, de vuelta al cuartel general del batalln, recordaba: Nuestras lneas eran verdaderamente endebles, pero se rea incluso al utilizar esa palabra. Tena que haber una palabra mejor, deca, y a continuacin aada: endebles hasta hacerse invisibles.14 A medianoche la compaa Baker que mandaba Glasgow inici la retirada, pero la compaa Charley estaba totalmente rodeada, tan aislada y debilitada que algunos soldados norcoreanos se haban deslizado tras ella y ya se estaban dirigiendo hacia el puesto de mando del batalln, al que llegaron a primeras horas de la maana del 1 de septiembre. Rpidamente lo rodearon y lo aislaron, dejndolo incomunicado durante los tres das siguientes. En cuanto lleg la noticia del ataque con las antorchas, el coronel Paul Freeman, al mando del 23. Regimiento, orden que su artillera comenzara a disparar. El fuego fue muy preciso las antorchas evidentemente ayudaban y por un momento frenaron al Ejrcito Popular, pero al final ni siquiera el fuego preciso de la artillera pareca importar demasiado. En el puesto de mando del batalln se vean atrapados entre dos necesidades en conflicto: mantener los distintos puestos avanzados tanto tiempo como fuera posible y retirar tantos hombres como fueran necesarios de manera que pudieran combatir otro da. Al percibir que las posiciones de su batalln y del regimiento tambin se vean amenazadas y que estaba en juego el camino hacia Pusan, Freeman comenz inmediatamente a organizar una fuerza de bloqueo, sealando a las unidades en posiciones ms avanzadas que se mantuvieran all el mayor tiempo posible y lo mejor que pudieran. Recurri inmediatamente a la reserva del regimiento enviando a la compaa Ford, reforzada con elementos de la compaa How, bajo el mando del comandante Lloyd Jenson, oficial ejecutivo del segundo batalln. Su tarea consista, si era posible, en abrirse camino hasta el teniente coronel Claire Hutchin del primer batalln, y si no lo consegua en poco tiempo, tratar de establecer una posicin de bloqueo desde el Naktong hasta la carretera hacia Changnyong. Freeman se hallaba en una posicin muy poco envidiable. Haba comenzado la batalla contra una fuerza mucho mayor con slo dos batallones en lugar de los tres acostumbrados bajo su mando. Uno de stos estaba ya completamente aislado las bajas iban claramente a ser devastadoras, y el otro no poda llegar hasta l. Debido al mal tiempo no se poda emplear la fuerza area, y la artillera del regimiento andaba, como siempre, escasa de municin. La posicin de Jenson, que trataba de bloquear la va principal hacia Changnyong, se convirti inmediatamente en el principal reducto defensivo del regimiento y all se inici una batalla que durara dos semanas. George Russell, que durante la segunda guerra mundial haba combatido en crueles batallas contra los japoneses en el Pacfico, pens que nunca haba visto una batalla tan dura e implacable. Era el tipo de guerra ms primitivo imaginable. Los estadounidenses combatan con fiereza, temiendo que los pudieran llegar a echar de la pennsula, y los norcoreanos con la misma intensidad, sabiendo que si fracasaban all aqul sera su ltimo gran golpe y podran ser rechazados hacia el norte. Paul Freeman orden a la compaa George que creara una posicin de bloqueo que finalmente permiti al primer batalln retroceder el 3 de septiembre y reagruparse en un lugar conocido como el interruptor (cerca de un antiguo centro de comunicaciones del batalln al que llamaban la centralita). Las posiciones estadounidenses se estabilizaron as significativamente cuarenta y ocho horas despus del primer ataque. El 3 de septiembre qued claro que la Segunda Divisin norcoreana se haba agrupado en la carretera principal y que Freeman estaba empleando a casi todos sus soldados para bloquearla e impedir que se dirigiera directamente hacia Pusan. Como observ ms tarde l mismo, las decisiones que tuvo que tomar de inmediato durante las primeras horas de batalla fueron las ms crueles de toda su vida como comandante. Saba que tena que sacrificar ciertas unidades para ganar tiempo, y aun as su propio cuartel general del regimiento se vio desbordado el 1 de septiembre y a duras penas lo pudo trasladar seiscientos metros hacia la retaguardia.
En la lnea a lo largo del Naktong el final estaba llegando rpidamente. Los norcoreanos haban rodeado rpidamente a la compaa Charley y comenzaban a abatir a sus hombres disparando sobre ellos. Los estadounidenses situados en aquellos diminutos puestos avanzados sentan aquella primera noche como si se fuera apretando en torno a su cuello un lazo corredizo. A medianoche no quedaba prcticamente nada de la compaa. El cabo Berry Rhoden, recin nombrado jefe de pelotn a sus dieciocho aos y cuya ocupacin previa en la Florida rural era la destilacin ilegal de bebidas alcohlicas, estaba al frente de un equipo de siete hombres con fusiles sin retroceso; aquella noche le toc contemplar la destruccin de toda su compaa. Como no disponan de cable de comunicaciones suficiente hasta el puesto de mando del primer batalln del teniente coronel Hutchin, haban apaado una lnea de comunicaciones hasta el puesto avanzado de Rhoden con una derivacin hasta el puesto de mando del capitn Bartholdi, a varios cientos de metros de distancia, con lo que su puesto se convirti en una especie de nudo de comunicaciones improvisado y pudo or los ltimos gritos angustiados desde una unidad de primera lnea que estaba siendo asaltada y la triste respuesta de un cuartel general impotente que no poda hacer nada para ayudarla. Era algo sobrecogedor, ms an teniendo en cuenta que su propia posicin estaba a punto de sufrir un destino similar. Oy al capitn Bartholdi pedir al batalln permiso para retirar a sus hombres: No podemos resistir! Repito que no podemos resistir! Nuestra nica posibilidad es dispersarnos y que cada hombre cuide de s mismo!. Rhoden transmiti el mensaje de Bartholdi, preguntndose si podran enviar a otro batalln al rescate, o si la fuerza area acudira quiz en el ltimo minuto. Record que eso era lo que siempre suceda en las pelculas; pero no aquella noche, y no en la orilla oriental del Naktong. l y sus hombres haban luchado valientemente, pero al cabo de tres cuartos de hora de batalla haban comenzado a quedarse sin municiones, as que cuando Bartholdi pronunci aquellas ltimas palabras desesperadas, pidiendo permiso para replegarse, hablaba tambin por el pelotn de Rhoden. Desde el batalln lleg sin embargo la siguiente orden: Mantengan sus posiciones a cualquier precio! No se pueden retirar. Repito que es imperativo mantener las posiciones a cualquier precio! No deben replegarse!. Rhoden transmiti el mensaje al capitn Bartholdi y recibi una ltima respuesta suya pidiendo fuego de artillera o al menos bengalas, pero no lleg ni una cosa ni otra. Luego se interrumpieron las comunicaciones; evidentemente, los norcoreanos haban cortado los cables. Rhoden oy un chisporroteo y dedujo que los norcoreanos los estaban uniendo, tratando de localizar su posicin, as que cort el cable en su extremo. Que aquellos hijos de puta tiraran de un cable que no llevaba a ninguna parte. Decidi que era hora de sacar a su pelotn de all.15 El sargento Graham, al mando de la primera seccin de la compaa Charley, pens que lo mejor que poda hacer era retirar a sus hombres hasta una posicin ms segura desde la que pudiera ampliar su campo de fuego, aun sabiendo que las posibilidades de salir de all eran mnimas. Era un soldado reenganchado que nunca se haba casado, como si pensara, igual que muchos suboficiales, que si el ejrcito quisiera que estuvieras casado, te habra dado una mujer. Sus hombres, para quienes era simplemente el toro, un apodo genrico que se sola dar a los sargentos ms recios, lo consideraban un magnfico suboficial. Hasta entonces siempre haba evitado el contacto personal con ellos: no pretenda ser uno de esos suboficiales duros pero amables; para l bastaba con ser rudo. Aos ms tarde le explic a alguno de ellos que lo haca porque tema el apego emocional; en situaciones apuradas en el campo de batalla no le servira de ayuda a nadie y poda limitar su libertad para tomar la mejor decisin en cada caso. Ya es bastante malo cuando matan a algunos de tus hombres, pero es mucho peor cuando matan a tus amigos. Graham era, segn sus subordinados, uno de aquellos sargentos que constituan el ncleo ms slido del ejrcito. El toro Graham era lo mejor que podan desear, capaz de organizar extraordinarias barreras de fuego, sin caer nunca en el pnico y sin pensar nunca primero en s mismo; si haba alguien que pudiera sacarlos de una situacin tan desesperada era l. Aquel combate, como percibi rpidamente Graham, se iba a basar menos en el valor que en la municin, de la que andaban muy escasos. Poda captar fcilmente los sonidos de la batalla y en determinado momento, cuando qued en silencio el puesto vecino del teniente Wilson, supo que los norcoreanos lo haban aniquilado, lo que significaba que la presin sobre sus hombres an iba a aumentar. Fue entonces cuando decidi tratar de replegarlos. Por mucho que quisieran los mandos del batalln, no podan frenar durante ms tiempo al enemigo; les faltaba municin para hacerlo. Slo les quedaba una cinta para la ametralladora, a algunos de los fusiles automticos M-1 se les haban agotado los proyectiles y sus hombres pedan aullando ms. No les quedaba apenas otra cosa que sus bayonetas (Graham haba arrojado ya la suya o se le haba desprendido del fusil; nunca pudo recordar qu le haba sucedido exactamente), pero no les iban a servir de mucho frente a buenos soldados armados con fusiles automticos. As pues, reuni a sus hombres. En aquella colina haba perdido una docena de ellos, quiz quince; quin poda estar seguro en la locura de aquel combate? Nunca supo cuntos haba perdido exactamente, pues algunos volvieron a aparecer varios das despus. Cuando todo haba pasado, lo nico de lo que estaba orgulloso era de que no los hubieran matado a todos. Se replegaron hacia el puesto de mando de la compaa Charley, donde encontraron al capitn Bartholdi, al teniente Wilson y quiz siete hombres de su seccin, y trataron de consolidar sus fuerzas. Lo que ms necesitaban, si queran abrirse camino, era municin. Buscaron entre los pertrechos de los cadveres, pero no haba mucha: puede que alguien se les hubiera adelantado. En el mando de la compaa el tiempo corra muy aprisa. Disponan de un quad 50 esto es, cuatro ametralladoras del calibre 50 unidas, montadas en un camin y una dual 40 (un arma antiarea formada por dos caones gemelos de 40 mm, tambin montada sobre un camin). Durante unas horas seran eficaces contra el ataque del enemigo, pero slo era cuestin de tiempo; el final era inevitable. Al hacerse ms intenso el fuego enemigo apenas conseguan subir a los heridos a un jeep de abastecimiento. Entonces, justo antes de que amaneciera, los norcoreanos consiguieron capturar el quad 50 y el dual 40 y girarlos contra la posicin estadounidense, a muy corta distancia, mientras ellos trataban de escapar de all entre impactos de proyectiles a su alrededor. De algn modo Graham y parte de los hombres que le quedaban consiguieron llegar hasta la cumbre de un cerro cercano, pero se encontraron con que los norcoreanos estaban ya sobre otro ms alto, disparando sobre ellos. All fue donde Graham fue herido por primera vez, directamente en el culo, pero de algn modo consigui mantenerse en pie.16 No quedaban muchos en el grupo, quiz unos veinticinco incluyendo al capitn Bartholdi, el teniente Wilson, el sargento Robert Agnew, el cabo primero Jessie Wallace y los cabos David Ormand y Arnold Lobo, el mdico. Los dems pensaban que Ormand no durara mucho; era el radiotelegrafista del capitn y un poco antes le haban disparado sobre la radio que llevaba a la espalda. Bartholdi tuvo que arrastrarse y llevarlo, tirando de sus piernas, hasta una posicin ms segura. Graham recordaba luego que trataron de abandonar aquella colina y finalmente se resguardaron en una zanja, mientras el capitn trataba desesperadamente de encontrar en sus bolsillos algo de municin. All fue donde Graham fue herido por segunda vez, tambin en el trasero pero en una direccin distinta. Estaba sangrando como un cerdo, pens. Casi inmediatamente dej de sentir una pierna as que se quit los calzoncillos y le pidi a Ormand que los doblara y los utilizara para parar la prdida de sangre, a medias dentro y a medias fuera del cinturn, un vendaje improvisado de batalla, que es lo mejor que se puede hacer en situaciones como aqulla. En esos momentos el fuego enemigo era brutal. Por lo que Graham recordaba todos estaban heridos y pocos de ellos podan todava moverse. En la zanja haba quiz veinte soldados muertos cerca de l; apenas poda establecer la diferencia entre los vivos y los muertos. Alguno de los que todava seguan vivos le pregunt qu podan hacer: correr, combatir o rendirse? En una guerra distinta de aqulla rendirse podra haber sido una opcin aceptable, pero haban odo todo tipo de historias autnticas, como supieron despus de prisioneros estadounidenses con las manos atadas con alambre a la espalda a los que haban disparado en la cabeza y abandonado en una cuneta. Pero cmo podan combatir, pens, cuando no tenan absolutamente nada de municin? Graham respondi que se estaba muriendo y no poda decirles qu hacer. Estaban abandonados a su suerte. Lo ltimo que vio de ellos es que se disponan a rendirse. Escuch atentamente y al dejar de or disparos se sinti aliviado de que al menos no los hubieran ejecutado de inmediato. Ms tarde supo que haban matado a Wilson y Lobo; Wallace, Ormand y Agnew fueron finalmente rescatados por las fuerzas estadounidenses. Graham permaneca all, sangrando mucho y en espera de la muerte. Pens: Esos limones me han jodido. Los dos primeros grupos de norcoreanos que aparecieron lo dieron por muerto. El tercer grupo descubri que estaba todava vivo y le quitaron todo cuanto llevaba: botas, calcetines, encendedor, reloj, incluso su muy temida libreta negra con la condenada lista de su compaa, los nombres y las faltas triviales que haban cometido. Ya no lo necesitaba; en cualquier caso, la mayora de ellos estaban muertos, y l estaba a punto de acabar igual. Uno de los coreanos le pregunt: T, oficial?; No, yo soldado, respondi. Pero enseguida pareci abandonarle la buena suerte. Uno de los miembros del grupo era un listillo, un oficial que pareca un poco ms inteligente y miserable que los dems. Golpe a Graham entre los ojos con la culata de su fusil, ordenndole que se levantara. Graham trat de indicarle que no poda hacerlo debido a sus heridas. El coreano le apunt con su bayoneta y se burl pinchndole en los genitales. Graham sacudi la cabeza y volvi a indicar con gestos que no poda levantarse. Tena el uniforme empapado de sangre por debajo de la cintura. El oficial lo dej por un momento para comprobar el estado de los dems estadounidenses cados. Algunos de los soldados coreanos comenzaron a burlarse de Graham preguntndole en un ingls primitivo su edad y si tena sed. Les pidi algo de agua pero se la negaron, aunque parecan ms tratables que el oficial. Cuando volvi ste Graham pens que haba llegado su hora. Pero los coreanos, decidiendo evidentemente que sus heridas eran demasiado graves como para ocuparse de l se limitaron a quitarle las chapas de identificacin y lo abandonaron all. Milagrosamente, al cabo de unas doce horas Graham se sinti lo bastante fuerte como para comenzar a arrastrarse. Durante las doce noches siguientes se arrastr hacia donde supona que podan estar sus compatriotas, ocultndose durante el da y desplazndose dolorosa y lentamente por la noche. Durante las primeras veinticuatro horas le pareci que slo haba avanzado un centenar de metros. Finalmente encontr una especie de bastn y lo utiliz como muleta. Bebi agua de algn regato e incluso lami el roco de la hierba. Cuando consigui llegar al cuartel general de su batalln le haba crecido una larga barba y el bigote se le curvaba en las puntas. Estaba tan demacrado que daba miedo; haba perdido cerca de veinticinco kilos. El pequeo grupo de oficiales que estaba all cuando lleg, entre los que se hallaba el teniente coronel Claire Hutchin, lo miraron como si hubiera aparecido un fantasma. El comandante Butch Barberis le alarg una cerveza que acababa de abrir y Graham le dijo: Es lo mejor que he probado nunca.17 Para l haba acabado la guerra de Corea. De la compaa Charley slo haban sobrevivido entre quince y veinte hombres, que consiguieron regresar al puesto de mando al da siguiente. En una situacin como aqulla una compaa tena normalmente seis oficiales, pero en la Charley slo quedaban tres y a dos de ellos los mataron al da siguiente. Al capitn Bartholdi le fue peor que a Graham: estaba con un grupo de hombres cuando los hicieron prisioneros los norcoreanos; durante casi dos semanas tuvieron que caminar de noche, atados unos a otros con alambres, haciendo tres o cuatro kilmetros en cada etapa. Los norcoreanos trataron de dividirlos por clase y rango, decididos a ser mucho ms duros con los oficiales, que en su opinin eran los autnticos representantes de la clase capitalista. Durante el da solan interrogarlos mientras esperaban: Proviene usted de una familia rica o pobre?, les preguntaban. Si alguno deca que su familia era rica lo golpeaban, as que todos acabaron diciendo que eran pobres. Tambin les preguntaban: Le gusta a usted MacArthur? No, responda el prisionero. Le gusta a usted Truman? No, era la respuesta obligada. A Bartholdi sus hombres lo conocan como capitn Bart, y ahora para protegerlo le llamaban simplemente Bart, pero al cabo de casi dos semanas de cautividad los norcoreanos les amenazaron con matarlos a todos si su oficial no daba un paso adelante. Bartholdi lo hizo y a partir de entonces no dejaron de golpearlo, hasta que lo mataron y lo abandonaron en una fosa comn junto con los cuerpos de un buen nmero de coreanos. La mayora del resto de prisioneros estadounidenses fue rescatado al da siguiente por una unidad de tanques. A Bartholdi se le concedi pstumamente la Estrella de Plata. Sobre la compaa Charley haba cado todo el peso del ataque norcoreano y sus bajas haban estado en proporcin al ataque sufrido. Aunque la reconstituyeron, siempre pareci ser un poco menos afortunada que las dems compaas y sus bajas solan ser siempre un poco ms numerosas. Los oficiales del regimiento acabaron amenazando a los hombres dicindoles: Si sigue jodiendo acabar en la compaa Charley.18
Como balance global de aquellos crueles combates cabra decir que de algn modo haban frenado el avance norcoreano y que ste haba fracasado en cierta medida al no alcanzar su objetivo. Toda una divisin norcoreana estaba a la espera cerca del recodo del Naktong e inexplicablemente no haba participado en la batalla sino que se haba detenido para reagruparse y aquella pausa bast para dar una nueva oportunidad a las fuerzas de Walker, ya que aquella noche haba habido ms de una compaa Charley a lo largo del Naktong. Nadie saba mejor que Walker lo escasas que eran sus reservas y cunto tardaran las tropas que llegaban ahora al pas en acostumbrarse a aquellas condiciones de batalla. Una unidad de lite, la Segunda Divisin, con una historia excepcionalmente brillante, no sera una unidad de lite probada en combate, al menos en Corea, hasta que hubiera estado algn tiempo en el frente. De los oficiales que llegaban ahora al pas como jefes de seccin y de compaa era imposible decir quin tena el talento e instinto necesarios para la batalla hasta que se vieran bajo el fuego enemigo, porque aquello no se poda ensear en West Point, en el Instituto Militar de Virginia ni en el Cuerpo de Adiestramiento de Oficiales de la Reserva. Sobre todo se trataba de instinto, algo que slo se adquiere en la prctica. Walker no dudaba de que ms pronto o ms tarde aquellas nuevas divisiones acabaran por saber combatir, pero se necesitaba tiempo y se era su recurso ms escaso. Como deca Mike Lynch, pareca estar tapando agujeros con todos sus dedos y nunca eran suficientes. Ms tarde los militares estadounidenses valoraran que los comandantes del Ejrcito Popular haban fracasado en su ltimo gran asalto al permetro de Pusan sobre todo porque no haban sabido distribuir adecuadamente sus tropas. Si hubieran concentrado sus fuerzas y atacado en gran nmero en pocos lugares quiz habran tenido ms xito (aunque, por supuesto, en caso de hacerlo habran ofrecido un mejor blanco a la artillera y la aviacin estadounidenses). Pero Walker no poda sentirse demasiado satisfecho por aquel juicio ex post facto; en aquel momento se haba sentido desbordado por los incesantes ataques norcoreanos. El 1 de septiembre, recordaba Lynch, haba sido uno de los peores das. Haban volado a baja altura sobre el sector ocupado por el Noveno Regimiento (de la Segunda Divisin) y haban visto a una compaa estadounidense que se retiraba por el fondo de un barranco a pesar de que no la presionaba ninguna fuerza enemiga. Lo peor de todo, en opinin de Walker, es que iban dejando atrs posiciones defensivas perfectas desde las que podran haber frenado a los norcoreanos. As que le dijo a Lynch que descendiera tanto como pudiera, y ste hizo descender el aeroplano hasta una altura de menos de cien metros, retrajo las aletas, apag el motor y plane a unos quince metros por encima de los soldados estadounidenses (esperando, como siempre, que el motor volviera a ponerse en marcha). All estaba el general de tres estrellas del Octavo Ejrcito, inclinndose tanto por la ventanilla que apenas se poda decir que siguiera dentro del avin, gritando por su megfono: Stop! Retroceded, hijos de puta! No os estn atacando! Retroceded, tenis magnficas posiciones!. Los soldados no le obedecieron, lo que hizo que Walker se enfureciera an ms. Era una contrariedad adicional en un momento crucial, y se trataba de soldados de una divisin supuestamente de lite recin llegada de Estados Unidos. Le dijo a Lynch que volara hacia el cuartel general del general de divisin Laurence (Dutch) Keiser, que era quien estaba al mando de la Segunda Divisin. Basndose en sus observaciones desde el aire y otras informaciones fragmentarias, dedujo que el Inmin-gun haba atacado a la Segunda Divisin y le haba hecho un agujero justo en medio de su sector, de unos diez kilmetros de anchura y trece de profundidad, como concluy ms tarde. En aquel momento le pareci que la Segunda Divisin estaba en peligro de quedar cortada por la mitad. Como otros miembros del mando, ya tena serias dudas sobre Keiser, que en aquel momento tena cincuenta y cinco aos y ya era un poco viejo para un puesto tan exigente. Haba una sensacin creciente de que aquella guerra haba llegado demasiado tarde para l, que no pareca muy dispuesto a abandonar el cuartel general de su divisin y que dependa demasiado de sus subordinados. En aquella situacin tan difcil, estaba, como dijo de modo ms bien delicado Clay Blair, operando desde un puesto de mando bien protegido. A veces hombres que son excepcionalmente bravos en una guerra cuando son jvenes, no envejecen bien como soldados, y eso pareca pasar con Keiser. Perteneca a la promocin de 1917 de West Point y haba mandado un batalln y ganado una Estrella de Plata en la primera guerra mundial, donde todo le haba ido bien y se haba mostrado valiente, pero durante los treinta y tres aos siguientes haba cambiado. Llevaba alejado del combate ms de tres dcadas, ya que no haba tenido mando de tropa durante la segunda guerra mundial. En el otoo de 1948 se haba incorporado a la Segunda Divisin como vicecomandante y en febrero de 1950 haba conseguido su segunda estrella y el mando de la divisin, ayudado sin duda por su estrecha amistad con su compaero de promocin Lighting Joe Collins, entonces jefe de Estado Mayor del Ejrcito. Lynch, que a menudo expresaba sin reservas lo que Walker pensaba para sus adentros, crea que Keiser se haba acobardado al envejecer y que las exigencias de aquella guerra lo superaban.19 Aquella maana pareca sentirse completamente abrumado por las circunstancias. La llegada de Walker a su cuartel general dio lugar a una escena brutal, una de sas que slo suceden en los peores momentos del combate, cuando dos hombres se ven al borde del abismo y no hay margen para un error. Walker estaba ya enfurecido cuando entr y vio el mapa de Keiser, un mapa soado que no tena nada que ver con el frente fracturado que acababa de sobrevolar. La divisin se estaba viendo en parte superada y el general que estaba al mando ni siquiera pareca saberlo. Dutch, dnde est tu divisin?, fue lo primero que pregunt Walker. Dnde estn las reservas? Cmo las ests disponiendo? Deberas mantenerlas en Yongsan! Si no lo haces podramos perder Miryang, y entonces perderamos tambin Pusan. Ests en el centro de todo esto y no sabes lo que est sucediendo. Keiser, que indic que todava estaba esperando que regresaran sus enlaces para decirle dnde estaban las diferentes unidades, se quej de que los caminos estaban atestados de tropas, lo que estaba retrasando a sus hombres. Por supuesto que estn atestadas de tropas, pens Lynch. Son tus propios condenados soldados los que las estn obstruyendo! Keiser trat de explicar a Walker dnde estaba su divisin, pero nada de lo que dijo era acorde con lo que el propio Walker acababa de ver. No es as en absoluto le interrumpi Walker; acabo de volar sobre la lnea del frente. Justamente entonces lleg uno de los oficiales de enlace de Keiser alegando como excusa por llegar tarde que lo haba retrasado un coronel apostado en un cruce de caminos, que ordenaba a cuantos llegaban all retirndose que dieran la vuelta, diciendo: Ningn hijo de puta que pueda combatir atravesar esta lnea. S dijo Walker, conozco a ese coronel, es mi G-3. *
A continuacin le dio una orden tajante a Keiser: O tomas el control de esa divisin o lo tomar yo, y har que te expulsen del ejrcito! No estoy dispuesto a perder esta batalla. Antes de irse le explic a Keiser dnde quera exactamente que se situaran sus tropas. Keiser quiso acompaarle hasta su avin, pero Walker se deshizo de l: Ests muy ocupado y no necesito que nadie me acompae. Al llegar al avin, en lugar de subir, se sent un momento, tratando obviamente de recuperar la calma. Lynch supuso que quera un momento de tranquilidad hasta que le mir y vio que estaba llorando. No puedo dejar que destruyan este ejrcito, pero estoy perdiendo todas las unidades y no s qu hacer para impedirlo.20 A Lynch le pareci que estaba totalmente exhausto. No abatido, derrotado o hundido, slo agotado, absolutamente extenuado, y se pregunt cunto ms podra sacar el ejrcito de un hombre en una situacin como aqulla antes de que se viniera abajo. Walker necesitaba tropas de refresco para cubrir los huecos, pero no se las enviaban privilegiando el inminente desembarco en Inchon. La mayor parte de los soldados procedentes de Estados Unidos estaban siendo asignados a la Sptima Divisin, destinada a formar parte de la fuerza de desembarco de MacArthur, y tambin estaba a punto de perder a los marines, que iban a ser la principal fuerza de asalto en Inchon. Llevaba varios das discutiendo con Tokio, tratando de mantener bajo su mando el Quinto Regimiento de Marines (parte de la Primera Divisin de Marines), y haba alcanzado un acuerdo provisional en ese sentido, pero slo hasta el 4 de septiembre y bajo la condicin de no emplearlo mientras pudiera en la defensa de Pusan. Despus de todo, el desembarco en Inchon, previsto para el 15 de septiembre, era el quehacer principal y slo faltaban dos semanas. MacArthur quera que aquellos soldados estuvieran frescos para un asalto tan peligroso, de forma que Walker dispona de ellos ms en teora que en realidad; pero si hubo un momento en que se sinti al borde del abismo fue aqul. Tras observar el castigo que estaba sufriendo la Segunda Divisin, llam al general de brigada Eddie Craig, al mando de los marines, y le dijo que iba a necesitar que protegieran el camino hasta Miryang y que deban comenzar a hacerlo ya. Tambin llam al cuartel general de MacArthur y habl con el general de divisin Doyle Hickey, vicejefe de Estado Mayor, que actuaba como G-3, tan involucrado como Almond en la planificacin de Inchon. Le pidi muy emotivamente permiso para utilizar a los marines, con una especie de ultimtum del tipo de los que haban hecho famoso al propio MacArthur: Si pierdo a los marines le dijo a Hickey, a quien todos consideraban extraordinariamente imparcial no podr hacerme responsable de la seguridad del frente. Aquellas palabras podan helar a cualquier alto mando. Poco despus le lleg la respuesta de Hickey, dicindole que MacArthur haba aprobado su empleo en Pusan y que el control sobre los marines de Walker poda extenderse, si era necesario, ms all del 4 de septiembre. Los ejrcitos, sean grandes o pequeos, en la disyuntiva entre la derrota y la victoria dependen ms que nada del liderazgo que ejerzan los oficiales jvenes. Uno de los muchos que ayudaron a salvar a Walker y al Octavo Ejrcito en aquellos terribles das fue un teniente del Segundo Batalln de Ingenieros de la Segunda Divisin llamado Lee Beahler. Con sus ingenieros cre hbilmente una pequea pero eficaz fuerza de bloqueo que detuvo casi milagrosamente a los norcoreanos en Yongsan cuando parecan a punto de tomarlo. Al llegar la noche del 1 de septiembre no pareca haber ninguna posibilidad de mantener la posicin, pero Beahler y sus ingenieros, a los que se unieron otras unidades del ejrcito y los marines, consiguieron hacerlo. La batalla de Yongsan dur dos semanas ininterrumpidas y feroces; para quienes combatieron all, y que nunca podran olvidarlo, fue como una guerra dentro de la guerra, una guerra sin fin. Para los soldados y los marines, que oan una y otra vez lo importante que era Yongsan, una vez que lo tomaron fue una notable desilusin: dos calles que se cruzaban, una de este a oeste y otra de norte a sur, y nada ms. Si hubiera sido una ciudad estadounidense, como dijo uno de los ingenieros, lo primero que se le habra ocurrido a cualquiera habra sido largarse inmediatamente de all. Cuando finalmente entraron en Yongsan se sentan asombrados de que se hubiera vertido tanta sangre, coreana y estadounidense, por algo que pareca de tan escaso valor. Caba comprender los muertos por Pars o por Roma mas de trescientos mil soviticos murieron en la batalla final por Berln, pero una lucha tan enconada por aquel diminuto pueblo desconcertaba a los soldados estadounidenses y pareca subrayar el delirio que generaba aquella guerra. Pero la importancia de Yongsan resida en la carretera que llevaba desde all hasta Miryang, a unos veinte kilmetros de distancia, y ms all hasta Pusan, donde poda perderse definitivamente la guerra. Tras el ultimtum de Walker, Keiser haba transferido el Segundo Batalln de Ingenieros, que ya haba participado en muchas acciones como una unidad de infantera, al debilitado Noveno Regimiento. Lee Beahler estaba al mando de la compaa Dog de ingenieros. La odisea que lo haba llevado a Corea en julio de 1950 no haba sido del todo feliz: haba combatido en la segunda guerra mundial y al regresar al Colegio de Minas de Texas haba echado en falta, con cierta sorpresa, la camaradera y determinacin que haba conocido en el ejrcito, por lo que en 1946 decidi solicitar el reingreso. Por los misteriosos vericuetos propios del funcionamiento del ejrcito le haban ofrecido varios destinos posibles en el extranjero y aunque expres su preferencia por Europa, al final lo haban enviado a Corea, un pas que pronto le disgust, en parte debido al hedor que lo impregnaba todo procedente de los excrementos humanos convertidos en fertilizante instantneo, un efluvio que repugnaba igualmente a muchos otros estadounidenses. Tampoco haba encontrado particularmente simptico al pueblo coreano, escarmentado tras largos aos de rgimen colonial e incrdulo de que la presencia estadounidense fuera a representar una autntica mejora. Algunos compaeros de armas le dijeron que Japn era mucho ms agradable y que los japoneses, ahora derrotados y dispuestos a imitar a sus conquistadores, se mostraban mucho ms amistosos. En esto haba sin duda cierta injusticia: el pueblo que haba infligido a sus vecinos los horrores coloniales ms crueles resultaba ser, finalizada la guerra, mucho ms simptico que sus vctimas para la mayora de los estadounidenses. Durante sus dos aos de estancia en Corea nada le haba complacido, y cuando se cumpli su perodo de servicio all se sinti feliz por volver a casa, pero en junio de 1950, recin casado y con su mujer embarazada, recibi la orden de regresar a Corea como ingeniero de combate en una guerra que no tena muy buenas expectativas. Ansiaba volver a casa y la situacin de las unidades estadounidenses, incluida la suya propia, le haca sentirse mucho peor an. En el preciso momento de partir de Estados Unidos las autoridades militares haban abierto las puertas de Fort Lewis con una oferta de luchar-en-Corea-o-ser-juzgado-en-casa, y al final tuvo que cargar con algunos hombres acusados de graves crmenes. Aun as, al aproximarse a Yongsan su compaa slo contaba con dos tercios de sus fuerzas, unos ciento cincuenta hombres (hubo un momento, durante la cruel batalla en Yongsan, en que un joven soldado que se haba distinguido durante un ataque norcoreano, mugriento y extenuado, le agradeci haberlo sacado de la prisin militar; Beahler pens a raz de aquello en el complejo itinerario que recorran los guerreros modernos). El Noveno Regimiento, al que haban encargado la toma de Yongsan, se hallaba en aquel momento en una situacin terrible. Algunos de sus hombres haban emprendido, por orden del cuartel general, un ataque exploratorio imprudente justo cuando una fuerza norcoreana muy superior comenzaba a cruzar el Naktong. La llamada Operacin Manch el Noveno Regimiento era conocido como Regimiento Manch consista en cruzar el ro y hostigar a los comunistas, y la orden provena al parecer del cuartel general de Keiser. Ms tarde muchos de los miembros de la divisin la consideraron una orden demencia! procedente de un mando que pretenda mostrarse agresivo slo por las presiones que le llegaban de arriba. De hecho, la divisin contaba con informes que confirmaban el considerable tamao de la fuerza norcoreana. La vulnerabilidad de las fuerzas estadounidenses porque no haba nada ms difcil que cruzar un ro aument cuando se vieron atrapadas en una pinza por los norcoreanos que haban cruzado primero. En lugar de recibir el ataque cuando todava conservaban fuertes posiciones defensivas, muchos de los soldados de primera lnea del Noveno Regimiento haban quedado al descubierto, y las unidades que haban cruzado ya el Naktong eran pequeas y estaban dispersas, como las del 23.. Lee Beahler haba desconfiado de la Operacin Manch desde el primer momento. En la segunda guerra mundial haba aprendido lo difcil que era cruzar un ro. Todo aquello no hizo sino confirmar lo que ya sospechaba casi desde el momento en que lleg a Corea: que estaba bajo el mando de superiores que en demasiados casos no saban tanta estrategia como se supona. Cuando se discuti por anticipado el asalto, haba preguntado al coronel John G. HUI, al mando del regimiento, si sus hombres estaban entrenados en el cruce de ros, y Hill le haba respondido que no necesitaban un entrenamiento especial. Beahler insisti en que s lo necesitaban y que lo saba porque haba estado all cuando la 36. Divisin haba tratado de cruzar el Rpido, en Italia, uno de los grandes desastres de la guerra, pues el ro, adems de hacer honor a su nombre, bajaba crecido y los alemanes estaban bien atrincherados en la otra orilla. Hill haba rechazado las objeciones de Beahler; no tena ni idea de lo difcil que era la operacin, con los hombres tan vulnerables en los botes, especialmente sin haber practicado ese tipo de asaltos. En opinin de Beahler, Hill pareca pensar que cruzar un ro era como llamar a un taxi. Al or cmo el coronel rechazaba sus advertencias, que atendan sobre todo a la seguridad de los hombres, el respeto de Beahler hacia l desapareci. Se pregunt entonces, y no por primera vez, por la responsabilidad de los mandos, que supuestamente deban saber lo que estaban haciendo pero que saban muy poco y nunca escuchaban a los que podan saber ms. As pues, los norcoreanos cogieron desprevenido al Noveno Regimiento, en medio de la corriente o a la orilla del ro. Parte de los subordinados de Hill, incluido su S-3, murieron casi inmediatamente, y tambin el asistente de Keiser Tom Lombardo, un famoso jugador de ftbol americano de West Point. Cincuenta y cuatro aos ms tarde Lee Beahler recordaba as aquel momento, cuando vio aproximarse al ro las antorchas de los soldados norcoreanos que se disponan a cruzarlo: Sent un estremecimiento adivinando lo que iba a suceder, lo brutal que iba a ser aquello para nuestras fuerzas, y todava tengo aquella sensacin cuando pienso en aquellos das. Beahler devolvi inmediatamente a la mayora de sus hombres al batalln para evitar que fueran diezmados a la orilla del ro. Durante aquella noche y a la maana siguiente se palpaba el terror. Al segundo da Beahler fue testigo involuntario de algo parecido a un colapso nervioso en el escalafn ms alto del regimiento. No conoca la agria conversacin que haba tenido lugar entre Walton Walker y Laurence Keiser, pero durante la maana del 2 de septiembre pudo ver cmo relevaban al coronel Hill, jefe del regimiento. El general Sladen Bradley, vicecomandante de la divisin, mucho ms cercano a los acontecimientos que Keiser, apareci en el cuartel general del regimiento para informarse de lo que suceda. Estaba claramente rabioso por la falta de control que constataba a su alrededor. Coronel, dnde est su primer batalln?, pregunt. Hill le respondi que no lo saba, que no tena noticia de l desde medianoche. Bien, coronel Hill, dnde est su segundo batalln? Hill tampoco saba dnde estaba. Entonces Bradley le dirigi una fra mirada, que Beahler recordaba muy bien, y dijo: Coronel, al parecer la situacin est fuera de control, y asumo el mando del regimiento. Pocos minutos despus Bradley se dirigi a Beahler y le dio instrucciones para que su compaa de ingenieros, convertida en una unidad ms de infantera, se dirigiera inmediatamente a Yongsan. Le dijo que deba mantener Yongsan durante veinticuatro horas, hasta que llegaran los marines y se hicieran cargo del pueblo. Beahler supo tambin que al mando del batalln estaba ahora el comandante Charley Fry, porque el anterior, el teniente coronel Joe McEachern, igual que el coronel Hill, no haba sabido apreciar lo delicada que era la situacin. Durante la segunda guerra mundial McEachern haba trabajado al parecer como ingeniero en la autopista panamericana y por eso no tena formacin de combate. Todava pensaba que estaba all para construir carreteras, no para disparar contra los comunistas norcoreanos. Cometi el error de discutir con Bradley sobre sus rdenes, cuando ste le haba dicho que sus hombres deban morir si era preciso para impedir el avance norcoreano. McEachern haba protestado: Pero, seor, esos hombres son especialistas, no son hombres de infantera. Tiene usted que entender que son tcnicos. No me ha entendido usted, coronel? No he sido acaso claro? He dicho resistir hasta morir y eso es lo que quiero decir, y combatirn como soldados de infantera, le haba respondido Bradley, y temiendo que hubiera ms oficiales que no entendieran lo crtica que era la situacin y albergaran dudas lo relev del mando, sustituyndolo por el oficial ejecutivo del batalln. Bradley le pregunt: Comandante Fry, entiende usted la orden?. S, seor, respondi Fry inmediatamente. El general Bradley envi entonces al coronel Hill, relevado del mando, a ayudar a Beahler en su defensa de Yongsan, pero a ste le pareci que no era una gran ayuda; podan haberlo destituido como comandante del regimiento pero segua siendo coronel de infantera, mientras que Beahler slo era primer teniente e ingeniero, lo que haca difcil la relacin entre ambos, aunque Beahler era el ms experimentado de los dos; haba participado en el desembarco en Salerno, Italia, que haba sido una de las batallas ms sangrientas de la segunda guerra mundial. La campaa de Italia haba sido dura y no todas las batallas haban acabado felizmente para los estadounidenses; hubo algunas derrotas, y a su parecer era en ellas donde se adquira ms experiencia y sabidura; en particular haba aprendido que una de las claves para el xito es conocer los puntos fuertes y dbiles del enemigo. Esa regla de oro le haba ayudado a ganarse el respeto de sus hombres en las pocas semanas que llevaban juntos en Corea. El sargento Gino Piazza, uno de sus jefes de pelotn, se preguntaba a ese respecto: Por qu son algunos oficiales mejores que otros? Bueno, porque han desarrollado su intuicin, se anticipan a los acontecimientos y responden a ellos con acierto. Saben prever las situaciones de peligro antes de que se produzcan y atienden a sus hombres. Tienes la sensacin de que no actan nicamente por inters propio y por obtener ascensos y medallas, sino tambin para proteger a quienes estn bajo su mando. En ese aspecto era uno de los mejores. Fuimos muy afortunados en tenerlo. El coronel Hill quiso establecer inmediatamente una lnea defensiva justo en medio de un arrozal frente a Yongsan. Beahler era muy consciente de sus propias limitaciones: poda ser un buen oficial de ingeniera, pero no era experto en las tcticas de infantera. Sin embargo, apreci inmediatamente que el plan de Hill llevaba al desastre y que poda costarle toda su compaa. No saba quin le haba enseado a Hill tcticas de infantera, pero luchar desde un arrozal abierto, sin lmites naturales que protegieran las posiciones defensivas individuales, era una locura, agravada an ms por el hecho de que no hubiera unidades estadounidenses flanquendolos a la derecha ni a la izquierda, contra un enemigo cuya tctica favorita consista en rodear a su enemigo por un flanco para envolver su posicin defensiva. El sargento Piazza pensaba: Si alguien hubiera querido elegir el lugar perfecto para que los norcoreanos nos acribillaran, habra elegido aqul. Beahler protest vigorosamente ante Hill. Quera llevar a sus hombres a lo alto de una colina tras el pueblecito, o al sur de la carretera que llevaba a Pusan, a su espalda ms que situndose frente a ella, un lugar infinitamente superior para defenderse de un enemigo superior en nmero. Conservar Yongsan no significaba nada, slo el control de cinco o seis cabaas; lo que estaba en juego era la carretera que parta de all, y el cerro bloqueaba esa carretera desde Yongsan. Mientras discuta con el coronel Hill, Beahler record a Custer en Little Big Horn. Haba cuestionado alguien sus disparatadas rdenes? Saban los soldados del sptimo de Caballera que su enloquecido comandante los estaba poniendo en peligro? Haba entendido alguno de sus oficiales que la vanidad de su comandante disminua sus posibilidades de sobrevivir? En aquel momento Beahler no saba lo que suceda a su alrededor ni cul era la estrategia general; lo nico que saba es que no iba a desplegar a sus hombres en un arrozal abierto, desprotegidos frente a los caones, morteros y tanques norcoreanos y el nmero abrumadoramente superior de soldados del Ejrcito Popular. Pero all estaba Hill, todo un coronel, dicindole que deba combatir desde aquella planicie. Slo si los norcoreanos golpeaban con demasiada fuerza poda retirarse hacia el cerro, le dijo. Era una orden demente, pens Beahler. Los coreanos atacaban casi siempre de noche, y alejarse de un enemigo ms numeroso en medio de la batalla, incluso bajo la luz del da, es un movimiento militar especialmente difcil; hacerlo por la noche sera mucho peor. Estaba en juego la vida de todos sus hombres. De qu servira sobrevivir para testificar ante un consejo de guerra que se haba opuesto a la decisin que le haba costado su compaa? Decidi que no haba tiempo para desperdiciarlo discutiendo. Estaba en su derecho; la responsabilidad era suya. Adems, el coronel Hill acababa de darle la excusa. Sargento Nations! grit a su sargento Kenneth Nations No podemos resistir el ataque! Lleve a la compaa a lo alto del cerro! El coronel Hill no dijo nada. Poco despus apareci el propio general Bradley y pregunt: Qu unidad es sta?. La compaa Dog del Segundo de Ingenieros, seor, respondi Nations. Crea que estaran ustedes frente al pueblo, dijo Bradley. No, seor, el jefe de la compaa me dijo que los llevara a todos a lo alto del cerro; como puede ver usted mismo, general, es una posicin mucho mejor. Muy bien, sargento, siga con su tarea,24 concluy Bradley. As aprovecharon la proteccin natural que les ofreca el cerro y formaron una especie de defensa ligera en herradura frente a la carretera. Cuando los hombres terminaron de excavar sus trincheras lleg el sargento Nations, ech una mirada y les dijo que cavaran ms hondo. Refunfuamos mucho en aquel momento, pero poco despus le habra besado el culo por obligarnos a hacerlo, recordaba Butch Hammel, cabo de la compaa de Beahler. Al otro lado del camino estaba la compaa Able del Segundo Batalln de Ingenieros, a la que se haban unido durante el da algunos rezagados de otras compaas pero que segua estando, como la compaa Dog, muy por debajo de sus fuerzas habituales.
Aquella noche cay una niebla muy espesa y mucho antes de ver a los norcoreanos pudieron or sus silbidos y sus voces; en la oscuridad cada orden pareca de algn modo amplificada, en una lengua que les sonaba dura y staccato, y a continuacin oyeron el terrible rumor sordo de los tanques enemigos. Poco antes de la batalla lleg el teniente Beahler y les advirti que no dispararan hasta que vieran efectivamente a los coreanos, ya que de otro modo podran estar disparando contra sus propios compatriotas. La primera seccin, la ms prxima a Yongsan, fue la primera en recibir el ataque. Los hombres de la seccin de Hammel podan or las detonaciones mucho antes de tener a la vista nadie a quien disparar. En determinado momento se levant la niebla y pudieron ver de repente la parte de la colina donde estaba situada la primera seccin y pudieron abrirse, cogiendo a los norcoreanos por sorpresa. Luego la batalla se desplaz hacia las posiciones de Hammel. Lo ms evidente en un combate como aqul, en opinin de Hammel, era el constante temor; quien diga que no lo siente en una situacin como aqulla miente. Cada soldado deba afrontar una opcin terrible: no quieres ms que vivir hasta el da siguiente, escapar de all como sea, pero tampoco quieres que tus compaeros piensen que eres un cobarde. Slo el deshonor que te espera si huyes, si dejas abandonados a tus compaeros, te impide intentarlo, y slo por eso permaneces donde ests y sigues disparando. Todo lo dems que te hubieran enseado sobre luchar por tu pas y contra el comunismo, desapareca en cuanto se iniciaba la batalla. Hammel recordaba que uno de sus sargentos recibi un tiro en el cuello aquella noche. No era una herida tan terrible, pero el sargento se dej llevar por el pnico y comenz a correr hacia la retaguardia de sus posiciones. Alguien de la siguiente trinchera le dispar y tuvieron que gritarle: No tires! Es de los nuestros! Es de los nuestros!. El sargento tuvo la suerte de sobrevivir. Todos fueron bastante afortunados, pensaba Hammel, porque consiguieron rechazar a los norcoreanos, aunque quiz no todos, ya que doce de ellos murieron y dieciocho cayeron heridos. Fueron casi tres horas de combate desnudo, a corta distancia, y el precio haba sido muy alto; pero el teniente Beahler haba situado perfectamente a sus hombres, sin ponerse l mismo a cubierto ni una sola vez durante la batalla. Se desplazaba con calma de una posicin a otra, asegurndose de que sus hombres estaban bien y de que disponan de suficiente municin. En toda mi vida nunca vi un hombre tan valiente ni tan fro bajo el fuego,25 afirmaba Hammel ms de cincuenta aos despus. Cuando ocuparon sus posiciones en la colina aquella noche algunos porteadores coreanos les haban ayudado a transportar el material y Gino Piazza estaba furioso. En aquel momento tena veintitrs aos y aunque no haba estudiado mucho en la escuela, entenda claramente algunas cosas, en particular que no se puede obtener algo por nada en una zona de guerra. No confiaba en los coreanos en situaciones como aqulla en las que nadie habra puesto la mano en el fuego por ellos. En su opinin los soldados estadounidenses deberan haber transportado sus propios trastos hasta lo alto del cerro. Conoca demasiados casos en los que el Inmin-gun haba infiltrado a sus hombres tras las lneas estadounidenses, disfrazndolos de civiles. Habra sido demasiado fcil convertirlos en porteadores que podran luego volver a cruzar las lneas con las coordenadas exactas de las posiciones estadounidenses. Piazza haba tenido un enfrentamiento a gritos con uno de los oficiales ms jvenes, al que le dijo que dejara en paz a los condenados coranos, a lo que el oficial le respondi que aqullos eran buenos muchachos, amistosos. De mi culo, pens Piazza. No sabes nada de ellos, nada! Si uno de esos tipos te sonre, te dice dos palabras en ingls y te ofrece cargar con tus cosas, piensas que es un buen chico. Condenados estadounidenses cndidos que van por la vida queriendo que alguien haga el transporte pesado por ellos. Piazza haba procurado alejarlos, pero al da siguiente, pese a la peor niebla que haba visto en Corea, el enemigo lanz con notable precisin proyectiles de mortero sobre sus posiciones. Piazza, furioso, estaba convencido de que aquellos simpticos y serviciales porteadores coreanos eran espas del enemigo con mucho talento, y cinco de los doce hombres de su pelotn estaban ahora muertos. La batalla haba sido muy dura para su pelotn y Piazza haba combatido con rabia, como si quisiera vengar a sus hombres muertos por los morteros norcoreanos. Un joven de apenas dieciocho aos llamado Ronnie Taylor, procedente de Oakland, Misissippi, al que Piazza pensaba que deba proteger por ser tan joven, tena un horrible agujero en el pecho y le peda: No me dejes morir! No me dejes morir! Tienes que sacarme de aqu!. Piazza le haba asegurado que estaban tratando de hacerlo, pero saba que nadie iba a acercarse a la colina durante aquella batalla y por eso haba disparado y disparado incesantemente acunando a la vez en sus brazos a Taylor, atendiendo a sus ltimos jadeos. En aquel momento, contaba, salt, agarr su M-1 y carg contra unos norcoreanos que avanzaban, gritando con cada rfaga el nombre de cada uno de los cados de su pelotn. Recordaba fascinado cuntos hombres l mismo incluido haban reaccionado as, y que mientras unos se venan abajo otros se sobreponan al castigo. Uno de sus hombres haba recibido lo que a ojos de Piazza pareca una herida bastante leve, en realidad slo un rasguo, pero se haba derrumbado e insista: Voy a morir, y efectivamente muri. As de extraa es la psicologa de la guerra, reflexionaba Piazza. Aquel soldado se haba convencido a s mismo de que deba morir. Tuvieron la suerte de que Beahler los hubiera situado en un terreno alto, porque al menos dos batallones del Ejrcito Popular llevaron a cabo tres asaltos al cerro, el primero muy temprano y luego otros dos durante la maana. El cabo Jesse Haskins contaba: Llegaban y seguan llegando sin parar, y nosotros les disparbamos continuamente, una autntica lluvia de fuego. En un momento dado empec a preguntarme si podramos matarlos a un ritmo suficiente. Pareca haber infinitos y seguan llegando, nada los detena, cada vez haba ms y era como si nosotros no estuviramos all, como si no les importara que los matramos. Si no hubieran estado perfectamente situados, sin duda todos los ingenieros habran muerto.26 Hubo un momento, cuando la municin comenz a escasear, en que pensaron que iban a ser aniquilados; pero un chico de otra seccin les acerc toda una caja de granadas, el arma perfecta para defender la colina. Los estadounidenses, sin morteros ni artillera, haban utilizado sus bazucas como lanzacohetes y sus ametralladoras pesadas, as como su quad 50, que result ser una de las armas ms eficaces de la guerra. Era esencialmente un arma antiarea con gran capacidad de fuego, que se utiliz en aquella guerra para neutralizar la superioridad numrica del enemigo; no slo para matar enemigos, lo que haca eficazmente, sino para aterrorizarlos. Los soldados la llamaban la trituradora de carne. Ms tarde, cuando acab la batalla, las laderas de la colina estaban cubiertas de cadveres de coreanos. Beahler pens que la quad 50 haba inclinado la balanza en su favor. Haban tenido la suerte de disponer de ella, porque no haban recibido ayuda de la artillera desde el cuartel general. En determinado momento Beahler la solicit y haba llegado un solo proyectil, y a un punto equivocado. Trat de que corrigieran la puntera, pero le respondieron que los artilleros eran demasiado novatos y no conocan bien todava el sistema de direccionamiento del fuego. Entre los miembros de la compaa Dog que tenan razones para agradecer la experiencia de Beahler estaba un joven oficinista de la compaa llamado Vaughn West, al que haban incluido en el servicio aquella noche como infantera de combate. Haba cavado su primera trinchera y estaba razonablemente satisfecho, ya que haba sido un trabajo muy duro en una montaa tan rocosa; pero el sargento le dijo que cavara ms profundo (a partir de aquella noche nunca tuvieron que volver a decrselo). Aunque lo haban destinado al trabajo administrativo era el mejor tirador de la compaa y una vez haba ganado un permiso de fin de semana en los ejercicios de tiro. De vez en cuando Beahler desafiaba a otros oficiales a una pequea competicin sugiriendo como por casualidad que sus hombres eran tan buenos tiradores que hasta el oficinista de su compaa poda derrotar al mejor tirador de cualquier otra. Entonces apareca West y casi siempre ganaba la apuesta para Beahler. Lo que se grab en su memoria aquella noche fueron los terribles gritos de los heridos. En un punto ligeramente ms alto de la ladera haba un joven recluta al que haban alcanzado en el rostro. En medio de la batalla West oy sus gritos y luego, bajo la luz instantnea de unas bengalas lo vio, con la cara destrozada, arrastrndose y llamando a su madre. West supo inmediatamente que no haba forma de salvarlo.27
Las bajas fueron numerosas pero podran haber sido an peores. Alguien le dijo ms tarde a Vaughn West que cuando Beahler vio la lista de bajas llor y luego alguien en el batalln, con estpida jactancia machista, hizo una observacin despectiva sobre el poco aguante de un jefe de compaa que se vena abajo y lloraba, pero West pens que cuando pierdes a tantos hombres en la batalla quiz sea una reaccin inevitable.28 Los hombres de la compaa Dog del Segundo de Ingenieros haban bajado de la colina aquella maana y tras un breve descanso les haban ordenado volver a subir para una segunda noche. A Beahler no le gust, pero rdenes son rdenes. Sus hombres estaban agotados. Ninguno haba dormido durante das, o al menos as pareca; pero si aquella loma haba sido valiosa la primera noche probablemente lo sera igualmente la segunda, pensaba, y por otra parte haba corrido la noticia de que los marines estaban a punto de llegar. Sin embargo, cuando se disponan a subir all de nuevo no iban precisamente muy entusiasmados. Entonces vieron llegar un tanque con cuatro marines a bordo muy lozanos, mientras que los ingenieros parecan, recordaba Piazza, autnticos ancianos sin espritu guerrero, que era justamente lo que los marines esperaban en cualquier caso de los perritos del ejrcito. Un joven teniente de la Infantera de Marina, obviamente disgustado por el aspecto desganado de los ingenieros, grit: Yrganse, maldicin, yrganse! Caminen como soldados!. Y para avergonzarlos, prosigui: Saben quin defendi ese cerro y fren a los coreanos esta maana? Fueron los ingenieros^.. Piazza lo mir framente y dijo: Y quin mierda crees t que somos? Fuimos nosotros quienes lo hicimos!. Entonces se irguieron un poco, aceleraron la marcha y emprendieron la subida de la colina. Afortunadamente para ellos los norcoreanos no volvieron a atacar aquella segunda noche y poco despus los marines y otras unidades los hicieron retroceder. El coronel Hill estaba furioso con Beahler por desobedecer sus rdenes y trat de llevarlo ante un consejo de guerra, pero en cambio le concedieron la Cruz de Servicios Distinguidos, la segunda medalla del ejrcito. Al or que Hill segua queriendo acusarle el general Bradley le aconsej abandonar la idea; llevar ante un consejo de guerra a un hombre que haba salvado a la mayor parte de su compaa y haba ganado la medalla de Servicios Distinguidos slo servira para aparecer como un estpido. El propio Beahler nunca se mostr demasiado orgulloso de su medalla, en parte porque tambin haban premiado a Sladen Bradley con otra por aquella noche y su mencin deca que se haba hecho cargo de una unidad de ingenieros desorganizada, la haba reagrupado y haba enviado a sus hombres a lo alto de la colina. Los que dan las medallas, concluy Beahler, a menudo hablaban con lengua de serpiente.29 Cinco das despus de aquella batalla una picadura de mosquito le provoc una encefalitis B. Fue trasladado a un hospital en Japn, donde su peso descendi hasta los cuarenta kilos. Todava se estaba recuperando cuando tres meses ms tarde el Segundo Batalln de Ingenieros fue atacado en un lugar muy septentrional de Corea llamado Kunuri. La noticia de que all haban muerto o desaparecido muchos amigos suyos fue excepcionalmente amarga para el teniente Beahler. Aquella picadura de mosquito probablemente le haba salvado la vida.
Durante el segundo da de la ofensiva norcoreana a lo largo del Naktong, Paul Freeman convoc a sus oficiales de mayor graduacin a una reunin en el puesto de mando del Segundo Batalln. El comandante George Russell, oficial de operaciones del Primer Batalln, recuerda que se reunieron en una especie de albaal bajo la carretera, con agua hasta las rodillas debido a la lluvia que aquel da haba sido la ms intensa que nadie poda recordar. El coronel Freeman estaba a la vez exaltado y exhausto. Todos estaban agotados; ninguno haba dormido los ltimos das. Freeman habl de lo difcil que era resistir sin apoyo areo a las hordas asiticas que los desbordaban. Russell sonri al or aquella expresin, hordas asiticas, que ahora todo el mundo utilizaba. Qu es lo que encuentra tan divertido?, pregunt Freeman irritado. No puede ser tan terrible, dijo Russell; pero s lo era, pens ms tarde; era realmente espantoso.30 El agotamiento era inevitable. El 3 de septiembre Freeman y su debilitado regimiento haban sufrido el ataque de varias divisiones durante tres das con sus noches, y ya estaban cansados mucho antes de que comenzara. Llevaban en primera lnea desde que haban llegado al pas a primeros de agosto. Para Freeman, que haba perdido la oportunidad de estar al mando de una unidad de combate durante la segunda guerra mundial y desde entonces esperaba una segunda oportunidad, das como aqul le ofrecan ms de lo que nunca hubiera deseado. En 1949 estaba preocupado por su carrera y la creciente probabilidad de que sus superiores acabaran clasificndolo como oficial de Estado Mayor y no de combate. Entonces estall la guerra. Hasta aquel momento haba trabajado como experto en planificacin y haba obtenido la aprobacin de sus superiores de Washington, pero inmediatamente despus de la guerra su carrera se haba detenido, o eso le pareca. En un ejrcito que disminua de tamao de forma tan rpida haba pocas posibilidades de obtener el mando de un regimiento el puesto que deseaba, y las pocas que haba parecan destinadas a oficiales que ya haban mantenido esa experiencia. Paul L. Freeman tena cuarenta y tres aos cuando comenz la guerra de Corea y corra el riesgo de ser superado en la carrera al generalato por otros oficiales que se haban distinguido en combate durante la segunda guerra mundial. Era reflexivo, inteligente y cuidadoso, pero nada carismtico. No era alto, de fsico imponente ni de modales altivos, como algunos de sus colegas favorecidos para el liderazgo, pero s un hombre inslitamente agraciado y ms an a medida que envejeca y su abundante cabello se volva completamente blanco. Para ganarse el respeto y afecto de sus subordinados tendra que trabajar duramente; su estilo y aspecto teatral no iban a hacerlo por l. El capitn Hal Moore, algo ms joven que Freeman (ms tarde se distinguira en la batalla del Valle de la Drang en Vietnam y alcanzara las tres estrellas de teniente general), deca de l: Era un oficial absolutamente sobresaliente, en particular en cuanto a su inteligencia, su respeto a los dems, sobre todo a la gente bajo su mando, y su meticulosidad. Quienes sirvieron con l saban que siempre iba a ser cuidadoso y juicioso en los riesgos que asumira con sus vidas y eso no era poco. Saba escuchar y prestar atencin a todo lo que le rodeaba y no malgastaba el tiempo ni la energa de los dems. Cualquier joven oficial con mando en Vietnam poda retrotraerse a las batallas en las que Freeman haba participado en Corea y comprobar que todo lo haba hecho bien. Freeman llevaba en el ejrcito desde nio; su padre haba sido uno de los primeros graduados en la Escuela Mdica del Ejrcito en 1904, y luego cirujano de regimiento. En 1907, cuando l naci, su padre estaba destinado en Filipinas y cuando sala con las unidades de caballera simplemente meta los instrumentos de su oficio en las alforjas de su caballo. El joven Paul Freeman creci en cuarteles y campamentos del ejrcito en Asia y Estados Unidos, se enamor de la vida militar y nunca consider seriamente la posibilidad de otra carrera. Quera ir a West Point, pero no le fue demasiado bien en el instituto. Su familia, despus de tantos aos en el extranjero, tampoco tena amistades influyentes, por lo que un nombramiento desde el Congreso pareca poco probable. Sin embargo fue a una escuela privada, trabaj duramente y perdi por los pelos un nombramiento presidencial de doce hombres entre doscientos; l era el decimotercero. Su padre fue entonces destinado a la Isla del Gobernador en el puerto de Nueva York; siguieron llamando a los congresistas de Nueva York que podan tener acceso a vacantes y finalmente dieron con uno que representaba a un distrito donde abundaban los inmigrantes recin llegados, principalmente judos de lengua yiddish de los guetos de Europa oriental que sentan un terror histrico a los militares, pues en los pases de los que procedan slo aparecan en los pueblecitos donde vivan para hacer redadas o pogromos, por lo que sus hijos no solan pretender el ingreso en West Point para incorporarse a lo que desde su perspectiva pareca el Cuerpo de Cosacos del Nuevo Mundo. As que obtuvieron con sorprendente facilidad el nombramiento del congresista. Freeman no se distingui como estudiante en West Point. Estaba por debajo de la media de la clase y no era tampoco un atleta. Se gradu en 1929, un momento difcil para entrar en el ejrcito. El pas se hallaba entre dos guerras y Wall Street estaba al borde de la bancarrota. Los ascensos, que siempre eran lentos, se hicieron ms lentos que nunca; le cost cinco aos y cuatro meses pasar de segundo a primer teniente. Las familias de los militares, a menos que dispusieran de riqueza heredada las hijas de familias prsperas siempre resultaban interesantes para los jvenes cadetes ms apuestos, vivan al borde de la ruina ahorrando cuanto podan. Cuando Franklin Roosevelt lleg a la presidencia en 1933, una de sus primeras y ms fciles reducciones de gastos fue la de la paga de los militares, imponiendo un recorte del 10 por 100 para todos ellos, de modo que el cheque mensual de los recin casados Paul y Mary Ann Fishburn Freeman se redujo de 125 a 112,50 dlares, mientras que el permiso de dos meses y medio con paga que solan concederle a los oficiales en tales circunstancias se convirti en un solo mes y sin paga. Pero eran penalidades compartidas; todos los dems oficiales de su promocin vivan del mismo modo, y aquello slo serva, como tantas otras cosas en el ejrcito, para reforzar los vnculos mutuos entre unos y otros. A pesar de su escaso rendimiento en West Point, Paul Freeman era brillante e impresion a sus superiores desde el principio, incluido su futuro jefe de divisin en Corea, el joven Laurence Keiser, que fue su oficial tctico en la academia y estaba al mando de su compaa cuando Freeman se incorpor al Noveno Regimiento de la Segunda Divisin de Infantera en el Fuerte Sam Houston en Texas tras su graduacin. Freeman haba tratado al principio de incorporarse a la recientemente formada Fuerza Area del Ejrcito (que no se convirti en un arma separada hasta la segunda guerra mundial). Para los jvenes oficiales apareca como el arma del futuro. Pero Freeman no super el examen ptico, ya que la visin de su ojo derecho era un poco inferior a 20/20. Aquello supuso el problema ms serio de su carrera para un joven brillante que pretenda distinguirse en tiempo de paz Qu poda intentar a continuacin? Se present voluntario para ir a China con el 15. Regimiento de Infantera, una unidad legendaria en aquellos aos semicoloniales, cuando las grandes potencias occidentales todava podan repartirse China territorialmente y apostar all sus tropas. En aquella unidad haban servido militares estadounidenses muy destacados como George Marshall y Joseph Stilwell. Freeman se dej llevar por su espritu de aventura y por sus recuerdos de infancia en Filipinas, cuando sus padres comentaban los das mgicos de su visita a la extica China. Lleg all en septiembre de 1933, cuando tenan lugar los primeros incidentes de lo que se convertira en una trgica guerra mundial. Japn estaba a punto de apoderarse de las cinco provincias septentrionales de China Manchuria y de convertirlas en Manchukuo como protectorado japons. As comenz un nuevo captulo fascinante de la educacin de Freeman, la observacin de cmo un pas en otro tiempo grande, ms colonizado y feudal de lo que la mayora de los estadounidenses pensaban, presionado desde el exterior y desde el interior, acabara hundindose desde dentro. Aunque estudi la lengua (y saba lo suficiente como para interrogar a los prisioneros chinos durante la guerra de Corea), Freeman era muy consciente de que nunca lleg a conocer realmente aquel pas. Ms tarde reflexionara que haba pasado all los ltimos das del imperio y que los nicos chinos que haba conocido eran un puado de gente muy rica que perteneca a los mismos clubes y disfrutaba con los mismos deportes polo y carreras de caballos que los occidentales. Algunos de aquellos clubes ni siquiera admitan miembros chinos. Saba que no haba conocido las dificultades que atravesaba la gran masa del pueblo. Freeman pas la mayor parte de la segunda guerra mundial profundizando su conocimiento de Asia. Su esposa, embarazada, volvi a casa en el otoo de 1940 al aumentar la tensin ante la evidente amenaza del ejrcito japons, decidido a incrementar su presencia en Asia (Freeman no conoci a su hija hasta que tena tres aos y medio de edad). Tras el bombardeo de Pearl Harbor trabaj en la coordinacin de actividades en el tringulo China-Birmania-India, un teatro de operaciones lleno de grietas en el que estadounidenses y britnicos no se entendan mutuamente y en el que dos jefes militares estadounidenses, Joe Stilwell y Claire Chennault, se entendan an menos, junto con representantes de distintas procedencias geogrficas que trataban de realzar su respectiva importancia. Se horroriz ante el xito de la propaganda nacionalista china, segn la cual, como dira ms tarde, todos y cada uno de los chinos desnudaban su pecho para luchar desesperadamente contra los japoneses. Aquello no era cierto en absoluto [...] Una vez que entramos en guerra decidieron que ya no tenan por qu seguir combatiendo. Tambin pudo contemplar desde muy cerca la victoria de Chiang sobre Stilwell, quien saba demasiado sobre China para su propio bien, segn seal Freeman ms tarde. Poco despus fue llamado a Washington, donde se convirti en uno de los principales ayudantes de Marshall para la zona del Pacfico, una importante atalaya desde la que pudo observar la discusin de Douglas MacArthur con los almirantes de la Armada sobre los peligros de dividir el mando una vez iniciada la batalla. MacArthur habl brillantemente contra aquella divisin, una paradoja que no se le escap a Freeman, cuyos hombres fueron diezmados cuando MacArthur hizo algo que pareca impensable y dividi su mando en Corea. Desesperado por salir de Washington y obtener por fin un puesto de mando en el frente, en noviembre de 1944, cuando ya estaba muy cerca el final de la guerra, fue finalmente enviado a Filipinas como jefe de Estado Mayor de la 77. Divisin, pero volvi a ser llamado a Washington antes de que acabara el ao para trabajar en los planes para la invasin de Japn. Aunque Freeman haba sido un hbil y valioso planificador durante la guerra, su alejamiento de los puestos de combate no favoreci su promocin una vez finalizada sta y su carrera pareca estancada. En aquellos das el Ejrcito de Tierra encomend a una Junta de Revisin la evaluacin de los mritos de cada oficial durante la segunda guerra mundial y de sus posibilidades de ascenso en el futuro. La escala utilizada atribua la mxima puntuacin a los puestos de mando de combate mientras que los puestos administrativos en el propio pas eran los menos valorados. Segn los criterios de la Junta de Revisin la hoja de servicios de Freeman no sala nada favorecida; l mismo se valoraba en aquellos trminos como un oficial poco distinguido.34 En 1949, cada vez ms preocupado por el futuro de su carrera, visit a un colega que se ocupaba de tales casos y que se lo explic como un crculo vicioso: Freeman tena el grado de coronel y varios aos de experiencia, lo que le daba la posibilidad de mandar un regimiento y de acudir al Colegio de Guerra Nacional, pero debido a la desmovilizacin posterior a la guerra haba pocos puestos disponibles a ese nivel y los mandos de divisin preferan concedrselos a oficiales con experiencia de mando durante la guerra, naturalmente de regimientos. En cuanto al Colegio de Guerra, tambin estaba bloqueado para l porque slo podan entrar los oficiales que haban servido de forma provechosa al mando de un regimiento. As pues, pareca probable que Freeman acabara su carrera como agregado militar en China. Pero tena algunos amigos poderosos; despus de todo haba pasado gran parte de la guerra trabajando a un nivel relativamente alto para George Marshall. Cuando visit a su asesor, Pie Dillard, un ao despus, las cosas haban cambiado mgicamente. En aquella segunda reunin le dijo con cierto retintn: Bueno, parece que ha tenido usted suerte, y efectivamente se le haba asignado el mando de un regimiento y concedido el acceso al Colegio de Guerra. Como dispona de casa en Washington, donde tena ste su sede, prefiri realizar primero el curso, pero el ejrcito tena sus propias prioridades y le ordenaron hacer las maletas y presentarse en su regimiento. Los recursos financieros de un oficial del Ejrcito de Tierra eran siempre algo escasos, por lo que vendi la casa la firma del contrato se realiz el 25 de junio de 1950 antes de encaminarse a Fort Lewis para asumir el mando del 23. Regimiento de la Segunda Divisin. Acababa de incorporarse a su unidad cuando sta embarc rumbo a Corea. Bajo su mando, el 23. Regimiento (como la propia Divisin) iba a participar y sobresalir en algunas de las batallas ms feroces de la guerra. Desde el principio, debido en parte a su conocimiento de China y a lo que vena sucediendo desde 1945, Freeman vea para s la guerra con considerable melancola; sta era la palabra que utilizaba en las cartas que diriga a su mujer. Expresamente le peda que no dijera a nadie lo que pensaba (Por Dios, no le cuentes esto a nadie; es slo para ti y los amigos ms cercanos). Tema que de otro modo sus dudas y preocupaciones, por privadas que fueran, se juzgaran como una actitud inaceptable por parte de un jefe de unidad con mando de tropa. Slo le deca lo dura que era la lucha y lo deprimido que estaba, pero su recelo sobre aquella guerra no difera mucho de lo que pensaban otros muchos oficiales con mando en Corea. La realidad de la guerra pareca diluir en parte la fuerza militar natural de Estados Unidos. En sus cartas haba un tenue asomo de lo que ms tarde se denominara el Club de Nunca Jams, la sensacin que se iba apoderando de los militares que combatan en Corea de que las fuerzas terrestres estadounidenses no volveran nunca a combatir en el continente asitico, debido en parte a las terribles dificultades logsticas, pero ms an a la abrumadora desproporcin numrica. Conviene sealar que ya opinaba as antes de que el ejrcito chino interviniera en la guerra y que en sus cartas se constataba la preocupacin de que as acabara sucediendo ms pronto o ms tarde. Se senta abrumado por la sensacin de que las proporciones de aquella guerra eran de algn modo equivocadas, si se tena en cuenta lo que el otro bando poda todava poner en la balanza comparado con lo que Estados Unidos poda permitirse en una guerra que resultaba evidentemente perifrica para sus propios intereses de seguridad nacional. El 9 de agosto, poco despus de llegar, escribi que Corea era uno de los lugares ms duros a los que han sido enviados nunca nuestras tropas y [hemos llegado] demasiado pocos y demasiado tarde. Ninguno de nosotros puede entender el optimismo y la complacencia de los informes de nuestro cuartel general. El enemigo no ha mostrado ningn signo de debilidad. El terreno y el clima eran terribles. En cuanto a mi trabajo al mando del regimiento, soy un modelo de optimismo y entusiasmo. Trato de hacerlo lo mejor posible como soldado profesional.35 Dos semanas y media despus, justo antes del ltimo ataque norcoreano al permetro de Pusan, escribi: Nos hemos atrincherado en la ladera de la colina como una bandada de topos. Las moscas y mosquitos son terrorficos y los muertos que no podemos enterrar estn comenzando a heder. Nunca saldremos de aqu. El agua es escasa y los que nos traen la comida tienen que recorrer quince kilmetros para llegar hasta nosotros. En sus cartas insista en la extenuacin general. No disponan de tiempo libre ni de un lugar donde descansar o dormir, ni siquiera para comer. Los estadounidenses preferan combatir durante el da; los norcoreanos, que no disponan de fuerza area, por la noche. De ah que a los estadounidenses les resultara imposible dedicarla al sueo. Incluso en los raros momentos de paz tenan que estar alerta, preguntndose cundo podra llegar el siguiente ataque. Se extendi la idea de que los que roncaban demasiado fuerte corran el riesgo de no volver a despertar nunca. En la batalla del Naktong, aunque los estadounidenses haban detenido el principal empuje norcoreano durante las primeras cuarenta y ocho horas y fueron reforzando poco a poco sus posiciones defensivas, la intensidad del combate nunca disminuy, ni siquiera a partir del 16 de septiembre, cuando se inici el contraataque estadounidense en el rea del Naktong coincidiendo con el desembarco de MacArthur en Inchon el da anterior. Probablemente fue el 8 de septiembre cuando el Inmin-gun estuvo ms cerca de desbordar las lneas del 23. Regimiento, atacando su puesto de mando desde la retaguardia y llegando casi hasta el punto donde la posicin de la compaa Fox, que estaba a cargo de su defensa, era ms delgada. Fue una noche terrible, con una lluvia intensa e ininterrumpida que favoreca a los norcoreanos. El primer teniente Ralph Robinson, que tericamente era adjunto del batalln pero que acababa de ser ascendido a jefe de la compaa Fox porque sta haba perdido la semana anterior a todos sus oficiales, reaccion brillantemente. Aunque los norcoreanos haban penetrado ya profundamente en las posiciones de la compaa, Robinson consigui deslizarse a travs de sus lneas bajo la lluvia y un intenso fuego, llegar hasta la compaa Able, tomar su seccin de reserva y regresar con ella. As pudo recomponer la lnea defensiva y rechazar a los norcoreanos. Sus superiores juzgaron ms tarde el resultado como asombroso. Tras la batalla del Naktong, los asistentes del 23. Regimiento estimaron que entre el 2 y el 15 de septiembre ste haba sufrido un mnimo de diecisiete importantes ataques comunistas, todos ellos dirigidos contra el centro de sus posiciones. Freeman escribi a su mujer en una carta diez das despus de la batalla del Naktong que ha llovido muchsimo durante los ltimos tres das, por lo que no hemos tenido apoyo areo (de hecho tampoco es que nos ayuden mucho cuando el tiempo es mejor). Nuestra artillera est ciega sin los aviones y no podemos hacer otra cosa que esperar y aguantar. Ya hemos rechazado trece ataques importantes, diez de ellos por la noche. Las noches son lo peor. Los coreanos caen sobre nosotros en bandada y proseguimos la matanza. El resto del tiempo estamos bajo un fuego continuo. Pueden cruzar el ro a voluntad. Todos estamos indignados con nuestra fuerza area. Nuestras prdidas son terribles. Cuento ahora con menos del 40 por 100 de los hombres que tena el 31 de agosto, cuando comenz esta batalla. Casi todos los jefes de compaa han muerto o estn heridos [...] Toda esta situacin nos amarga. Combatimos desesperadamente con todas nuestras fuerzas; no slo porque sabemos que nuestra causa es justa, sino tambin porque de ello depende nuestra supervivencia; pero todo parece intil y estpido. Para liberar Corea del Sur estamos destruyendo el pas y a su pueblo ms de lo que puedan hacerlo los norcoreanos. Todos los coreanos nos odian. Aqu todos son enemigos. No podemos confiar en nadie. Y conclua: Estoy cada vez ms convencido de que estamos atrapados en una hermosa trampa en la que tendremos que hacer frente a la totalidad de las fanticas hordas asiticas. Parece que todo nuestro ejrcito regular se est viendo atenazado y machacado. No veo manera de salir de esto ni de ponerle fin. No podemos lograr una derrota militar sobre estos fanticos orientales. Siguen llegando y cayendo sobre nosotros. Para ellos la vida es barata. No dependen del abastecimiento o las comunicaciones como nosotros. Cada vez estoy ms convencido de que cometimos un gran error lanzando nuestras fuerzas a este pozo sin fondo. Esas eran las palabras de un jefe del ejrcito que no haba tenido una noche de sueo decente durante semanas. Hasta el papel sobre el que escriba, sealaba, estaba empapado por la lluvia. Al final crea que la batalla a lo largo del Naktong haba valido la pena, pese a todas las penalidades y bajas que haban sufrido. En cierto modo haban sido increblemente afortunados. Los norcoreanos no haban sabido apreciar lo frgiles que eran las posiciones estadounidenses. No tenan aviones de reconocimiento con los que estimar lo escasas que eran las fuerzas que los separaban de Pusan. Las prdidas estadounidenses, sin embargo, haban sido terribles. En los batallones primero y segundo del 23. Regimiento, segn el registro de ste, la proporcin de muertos y heridos superaba el 50 por 100. Durante la primera quincena haban cado los comandantes de todas las compaas de fusileros de esos dos primeros batallones. En algunas compaas, segn indicaba el informe oficial, haban sido sustituidos entre tres y cinco veces. Freeman nunca pudo olvidar aquellos espantosos das a orillas del Naktong ni las duras decisiones que se haba visto obligado a tomar, sacrificando algunos jvenes para que otros pudieran sobrevivir. Diecisiete aos despus, durante una visita a Fort Benning como general de cuatro estrellas poco antes de su retiro, descubri que todava estaba all destinado, ahora ya encanecido, el sargento Berry Rhoden, que en Corea estaba asignado a la compaa Charley. Freeman siempre haba permanecido en contacto con quienes haban combatido en el 23. Regimiento en Corea y se haban encontrado varias veces para recordar aquellos das. Ahora le pidi a Rhoden que le acompaara en su recorrido ceremonial. Con ellos iba otro general, de dos estrellas, y Rhoden disfrut de la conversacin entre ellos, de general de cuatro estrellas a general de dos estrellas, algo que para un suboficial supona un raro privilegio. En determinado momento Freeman se dirigi a su colega y le dijo: Querra presentarle a un miembro de su personal, el sargento Berry Rhoden. Es un viejo compaero mo. Sobrevivi a unas circunstancias terribles cuando tom la decisin ms dura que nunca haba tenido que tomar como oficial del ejrcito. Tuve que sacrificar a toda su compaa por el bien del regimiento y todas las dems unidades del permetro de Pusan. Tena que ganar tiempo para que otras unidades formaran una fuerza de bloqueo, y fue su compaa la que nos dio ese tiempo que necesitbamos. Fue un momento terrible y una decisin brutal, la decisin ms dura que nunca he tomado. No sobrevivi casi ninguno de los miembros de aquella unidad. Debe cuidar de l. Era un recordatorio ms para Rhoden de que ni uno ni otro haban podido olvidar aquel momento.36
La resistencia del Segundo de Ingenieros y la llegada de los marines para ayudar a bloquear los caminos hacia Miryang no pusieron fin a la batalla de Naktong- Pusan, que no concluy hasta el desembarco en Inchon e incluso entonces, pese a la amenaza de verse totalmente aisladas, algunas unidades norcoreanas siguieron combatiendo con una rara tenacidad que recordaba a los veteranos los combates contra los japoneses en las islas del Pacfico cuando se aproximaba el final de la segunda guerra mundial. Bolsas aisladas de resistencia, en las que los coreanos se atrincheraban en posiciones bien guardadas en los montes circundantes, aguantaron durante das. Lee Beahler dijo de alguno de aquellos combates: Atacamos tan duramente la cota 610 que tras la batalla pareca haberse convertido en la cota 609. Walton Walker fue uno de los primeros en apreciar el cambio durante la batalla del Naktong. A primeros de septiembre le haba preocupado constantemente la idea de si haba llegado el momento de abandonar totalmente la defensa del Naktong y retroceder hasta lo que se conoca en el cuartel general como la Lnea Davidson, una posicin establecida tres semanas antes por orden del general MacArthur para el caso en que el Octavo Ejrcito no pudiera resistir. Era ms pequea, ms delgada y ms fcil de defender que la Lnea del Naktong, y mucho ms prxima al propio Pusan. La noche del 4 de septiembre Walker orden a Gene Landrum, su jefe de Estado Mayor, que preparara instrucciones para que todas las unidades se retiraran hasta la Lnea Davidson. Al da siguiente le pidi a Lynch que volara sobre la lnea del frente; y all donde iban, las tropas les saludaban al reconocer las tres estrellas recientemente vueltas a pintar sobre el avin. Walker estaba impresionado; la moral de sus hombres haba mejorado, y basndose en esa apreciacin decidi que tratara de resistir en el Naktong. Los norcoreanos no se haban hundido, pero su gran ofensiva haba fracasado y ahora estaban muy dispersos, atrapados en posiciones estratgicamente vulnerables y con lneas de abastecimiento demasiado dilatadas; sus tropas de lite estaban muy daadas tras dos meses de combates muy duros contra un adversario que haba ido obteniendo gradualmente ventaja en material, armamento, artillera y fuerza area y ahora recuperaba fuerzas da a da, transportando hombres y material hasta el frente. El sueo de una carrera de tres semanas hasta Pusan se haba desvanecido tan completamente como el de que doscientos mil comunistas se alzaran en el sur para unirse a la batalla. Haban arrojado los dados el 31 de agosto en una jugada de todo o nada y se haban quedado cortos. Por lento que pareciera, se estaban convirtiendo, sin que nadie pudiera percibirlo al principio, en un ejrcito a la defensiva. De repente eran ellos los que luchaban para resistir y no retroceder. El teniente Jack Murphy fue uno de los que se beneficiaron pronto de aquel cambio. Acababa de graduarse en West Point, en la promocin de 1950, y lo haban enviado a Corea pocas semanas despus de la graduacin, interrumpiendo su luna de miel, para darle el mando de una seccin en el Noveno Regimiento de la Segunda Divisin de Infantera. Haba participado en duros combates desde el momento en que lleg, justo a tiempo para el gran asalto norcoreano a lo largo del Naktong. Al cabo de veinticuatro horas de su llegada al frente se haba visto envuelto en duros combates por los que le haban concedido la Estrella de Plata, y al sargento de su seccin,37 Loren Kaufman, el mejor soldado que conoci nunca, la Medalla de Honor del Congreso. La batalla del Naktong, pensaba Murphy, haba sido un combate indeciblemente duro, en el que al perdedor no le esperaba otra cosa que una muerte violenta. Para los combatientes, cada da era un triunfo o un desastre porque pareca como si en cada momento la balanza se pudiera inclinar en un sentido o en otro: los hombres exhaustos de ambos ejrcitos tropezaban unos con otros en pequeas escaramuzas que a menudo acababan con las bayonetas como rbitros de la victoria, que en cualquier caso nunca era clara ni grande. Sobrevivir un da ms era todo. El problema de tomar una pequea colina era que, ms pronto o ms tarde, algn oficial superior iba a encontrar otra pequea colina que tomar, en la que hasta entonces nadie se haba fijado pero que permita controlar un sucio camino por el que nadie se haba preocupado hasta entonces, por el que, si no era vigilado y controlado, los comunistas podran llegar a una pequea ciudad portuaria llamada Pusan, de la que nadie fuera de Corea haba odo hablar nunca hasta el 25 de junio de 1950 y por la que la mayora de los estadounidenses seguiran sin preocuparse, a menos, por supuesto, que los comunistas entraran en ella. La batalla del Naktong incluy mil pequeos combates, muchos de ellos de un salvajismo inigualable, muchas Batallas del Recodo en miniatura, en palabras de George Russell, que reproducan los principales elementos de aquella famosa batalla, excepto su envergadura y su lugar en la historia; pero si aquellas batallas no eran lo bastante importantes como para merecer un gran historiador, s ofrecan suficiente historia como para llenar el resto de la vida de un hombre, congelada de forma cruel y permanente en su memoria. Murphy llevaba ya dos semanas en la lnea del frente cuando lo transfirieron de una seccin de la compaa George al mando de la compaa Fox, que haba perdido todos sus oficiales, y no le gust mucho aquel cambio. Haba llegado a apreciar a sus hombres, sus chicos, durante aquel difcil perodo de dos semanas. Las relaciones, que nacan de la nada y se iban construyendo da a da con cada nuevo combate, se haban hecho increblemente intensas; era como si todos hubieran nacido el mismo da en el mismo hospital del mismo pueblo, como si se hubieran conocido toda la vida y nunca hubieran tenido otros amigos. Pero Murphy no tena otra posibilidad: sus superiores queran que se hiciera cargo de la compaa Fox y eso es lo que hara. De algn modo perciba que algo grande se estaba preparando en el bando de Naciones Unidas. Ninguno de los que all combatan con su misma graduacin saba nada de Inchon ni del desembarco que all se preparaba, pero se hablaba de que estaba a punto de suceder algo grande. Alrededor del 13 o el 14 de septiembre, nunca pudo recordar exactamente qu da, le ordenaron aproximarse al Naktong con sus hombres y tomar un cerro a un poco ms de tres kilmetros del ro, donde los norcoreanos parecan estar muy bien atrincherados. Siempre que los estadounidenses se acercaban a la base del cerro caa sobre ellos una lluvia de fuego de mortero. La compaa Fox haba perdido all a su comandante al principio del combate y se era el puesto que deba asumir Murphy, entonces con veinticuatro aos. No era un asalto fcil: en la ladera parecan abundar lugares muy escarpados en los que los norcoreanos podan esconderse y desde los que podan disparar a voluntad. Murphy se tension cuando comenz el asalto, convencido de que el fuego de mortero del enemigo destrozara su compaa, pero avanzaron a lo largo de un campo relativamente abierto y no sucedi nada. Lo que debera haber sido un violento campo de batalla permaneca en silencio. Se pregunt si los norcoreanos estaban a la espera de que sus hombres se aproximaran ms antes de abrir fuego, pero no hubo resistencia ni siquiera cuando sus hombres iniciaron el ascenso. Cuando finalmente alcanzaron la cumbre indemnes, Murphy pudo mirar hacia abajo en la direccin por la que haban subido y ver lo enormemente vulnerables que haban sido l y sus hombres, y al mirar en la otra direccin comprendi la razn del silencio: los norcoreanos se retiraban arrastrando sus armas pesadas. Para Murphy, que esperaba la peor batalla de su joven carrera, la subida a una empinada colina bajo el fuego de armas pesadas, pareca un pequeo milagro con el que se les regalaba nada menos que la vida.38 Justo entonces recibi una llamada de sus superiores dicindole que regresara al puesto de mando porque haba sucedido algo. Ese algo, como pronto supo, era el desembarco en Inchon. Cuando el Ejrcito Popular se vino abajo lo hizo pobremente, como un ejrcito convencional. No tena tanta experiencia en ese tipo de situacin como el Vietminh cuando luchaba contra los franceses en Indochina, que ya estaba muy acostumbrado a hacer frente a la mayor potencia de fuego y area de su enemigo occidental. El Vietminh, segn lo vea Murphy, era experto en desaparecer de un campo de batalla que ya no le era favorable y se habra dispersado inmediatamente dividindose en pequeas unidades junto al Naktong y deslizndose hacia las colinas sobre todo por la noche. Pero el Inmin-gun sigui al principio rondando los caminos y durante un da o dos la fuerza area pudo disparar sobre l a discrecin. Cuando la compaa Fox comenz a perseguirlo, Murphy no haba visto nunca nada parecido: cuerpos y vehculos ennegrecidos a lo largo de todo el camino.
Sexta parte
MacArthur invierte la situacin: el desembarco en Inchon
19
Inchon iba a ser para Douglas MacArthur su ltimo gran xito y fue un xito slo suyo. Fue una apuesta brillante y arriesgada, con la que seguramente se salvaron miles de vidas estadounidenses como l haba predicho. La haba propuesto y defendido casi en solitario frente a las dudas de los principales planificadores de la Armada y contra los deseos de la Junta de Jefes de Estado Mayor. La operacin era puro MacArthur: audaz, original, impredecible, alejada de las formas convencionales, y tambin resultara muy afortunada. Fue por eso por lo que dos presidentes, pese a tener graves reservas personales y profesionales sobre l, lo mantuvieron sin embargo en su puesto. Su bigrafo Geoffrey Perret escribi: Hubo un da en la vida de MacArthur en el que se mostr como un genio militar: el 15 de septiembre de 1950. En la vida de cada gran general hay una batalla que sobresale sobre el resto, la prueba suprema del generalato que lo sita entre los dems militares inmortales. Para MacArthur fue la batalla de Inchon. Haba apreciado desde un principio el gran valor de Inchon, que le ofreca la mejor posibilidad para emplear su tecnologa ms desarrollada cuando sus tropas todava eran muy escasas y se cerna sobre ellas la amenaza de ser expulsadas de la pennsula. Desde el primer momento estaba decidido a evitar una estrategia en la que las fuerzas estadounidenses quedaran atrapadas en tcticas de infantera tradicionales en un terreno difcil frente a un enemigo numricamente superior. Finalmente prevaleci su opinin y todo result tal como l haba prometido, aunque estaba tan fascinado por conquistar Sel lo que sera un soberano triunfo en trminos de relaciones pblicas que ni l ni sus subordinados establecieron una red adecuada para bloquear la retirada de las tropas norcoreanas, lo que disminuy en parte la trascendencia de su victoria. El mayor defecto en su plan fue la amplitud de su xito, que le proporcion mayor influencia en Washington y sobre los jefes de Estado Mayor. Al haber propuesto y defendido su plan frente a todos los dems, a partir de entonces era difcil poner en duda su criterio en otras cuestiones. Haba acertado en Inchon y quienes haban dudado de l se haban equivocado, argumentaban ahora sus partidarios cuando los que dudaban se ponan cada vez ms nerviosos al verlo llevar sus tropas cada vez ms cerca del Yalu. La suerte le haba sonredo contra todo pronstico, y eso haca ms difcil detenerlo cuando trataba de seguir adelante en una ofensiva cada vez ms arrolladora. Durante los primeros das de la guerra Douglas MacArthur haba cometido el error de subestimar la capacidad del Ejrcito Popular (haba pronosticado jactanciosamente lo que sucedera si le dejaban llevar a Corea una sola divisin, la Primera de Caballera: Veramos a esos pobres tipos correr hasta la frontera de Manchuria tan rpidamente como si escaparan del diablo). Pero pronto entendi que estaba luchando contra una fuerza con mucho aguante, implacable, valiente y bien dirigida, tan capaz y resistente, le dijo a Averell Harriman en una reunin temprana en Tokio, como los mejores soldados que haba conocido nunca. Aquella valoracin modific inmediatamente su estrategia; por eso, mucho antes de que las tropas estadounidenses se vieran cercadas en el permetro de Pusan (en peligro de convertirse en algo as como vacas en el matadero, dijo ms tarde MacArthur), ya pensaba en un desembarco anfibio que le permitiera desplegar la superior tecnologa estadounidense de una forma que le diera la vuelta a la guerra con un solo golpe decisivo. Siempre recordaba las lecciones de la primera guerra mundial. Crea que los generales britnicos, franceses y alemanes haban traicionado a sus hombres una y otra vez hacindolos avanzar en cargas sin esperanza contra el mismsimo ncleo de los emplazamientos de ametralladoras y caones enemigos. En aquella guerra, haba credo siempre, soldados con corazn de len estaban bajo el mando de generales con cerebro de asno. Cuando todo acab y se evaluaron las horrorosas bajas, era casi imposible decir quin haba salido vencedor y quin perdedor en las diversas batallas del frente occidental. Parte de su creencia de que Europa era un lugar decadente, menos importante que Asia para el futuro de Estados Unidos, se basaba en lo que haba observado durante la primera guerra mundial. Los generales del bando ganador haban descuidado tanto a sus hombres como para hacerle creer que representaban una era acabada. La primera guerra mundial le haba enseado los peligros de los enfrentamientos frontales. Durante su hbil campaa en el Pacfico, saltando de una isla a otra a gran distancia con bajas mnimas, sola atacar aqullas donde no se concentraban ms fuertemente los japoneses, aplicando una estrategia basada en lo que haba aprendido durante la primera guerra mundial. Su inmensa complejidad humana se reflejaba en que sus exageradas sentencias a lo Kipling podan sonar como las de un guerrero sediento de sangre que amaba la excitacin de la batalla casi como un fin en s mismo, mientras que cuando se planeaba una batalla real poda mostrarse sorprendentemente cauto en lo que se refera a las vidas de sus hombres. Haba empleado el poder areo y naval estadounidense para golpear a los japoneses cuando menos lo esperaban, aislando y cercando a sus avanzadillas y posiciones ms fuertes en lugar de enfrentarse a ellas, y ahora pretenda hacer exactamente lo mismo de nuevo en Corea. Ya el 4 de julio pensaba en un desembarco tras las lneas del Ejrcito Popular. No saba lo escasamente entrenadas, equipadas y dirigidas que estaban las primeras oleadas de soldados estadounidenses que envi a Corea; no estaban en absoluto preparadas para una compleja operacin anfibia. Al principio la operacin, denominada Cromita, iba a tener lugar el 22 de julio, pero era un plazo imposible y qued aparcada, pero no la idea de un desembarco anfibio. El 7 de julio, cuando el teniente general Lem Shepherd, comandante en jefe de las fuerzas navales en el Pacfico, visit Tokio, MacArthur le expres melanclicamente su deseo de contar con una divisin de marines, con los que podra desembarcar tras las lneas norcoreanas. Seal el mapa de Corea: Desembarcara ah [...] en Inchon. Entonces Shepherd le sugiri que la solicitara; despus de todo, una divisin de marines les vendra bien a ambos: MacArthur necesitaba soldados y los marines necesitaban misiones que cumplir. La presin para reducir el presupuesto de defensa haba nublado su futuro institucional, y por el momento parecan carecer de un patrocinador poltico adecuado; tanto el Ejrcito de Tierra como la Fuerza Area parecan dispuestos a usurpar su papel tradicional. MacArthur era muy consciente de la vulnerabilidad de los marines: estaba seguro de que Shepherd saltara de la silla ante su sugerencia, como haba hecho. Le prometi a MacArthur que la Infantera de Marina podra tener a su disposicin una divisin para el 1 de septiembre. Cuanto ms pensaba MacArthur en el desembarco anfibio, ms convencido estaba de que el lugar ms adecuado era Inchon. Estaba en la costa oeste, a unos doscientos cincuenta kilmetros al noroeste de Pusan, muy por detrs de las lneas norcoreanas. Era el puerto principal de Sel, a unos veinte o veinticinco kilmetros de distancia, dependiendo de lo directa que fuera la carretera, e incluso ms cerca de Kimpo, el principal aeropuerto del pas. Su ensenada era tambin el lugar donde con mayor facilidad poda suceder un desastre. Un desembarco anfibio est siempre cuajado de peligros, pero Inchon pareca mucho peor que cualquier otro lugar para intentarlo. Hicimos una lista de todos los inconvenientes naturales y geogrficos posibles, e Inchon los tena todos,4 deca el capitn de corbeta Arlie Capps, uno de los miembros del Estado Mayor del almirante James Doyle, el principal planificador anfibio de la Armada. Casi todos estaban de acuerdo en que Inchon pareca un lugar creado por algn genio del mal que odiaba a la Armada. No tena playas, slo acantilados y embarcaderos. La pequea isla Wolmi-do (Cumbre de la Luna), que cerraba la entrada al puerto, dispondra presumiblemente de una guarnicin al completo, y su situacin casi en medio de la bocana, le permita una vigilancia eficaz y divida en dos la zona del eventual desembarco; adems, las corrientes en el interior de la baha eran notoriamente rpidas y peligrosas. Pero ninguno de esos factores era la peor de las amenazas de Inchon; la peor eran las mareas. Dejando a un lado las de la baha de Fundy, aqullas podan ser las ms altas del mundo, pues alcanzaban hasta diez metros. Con la marea baja, como escribi Robert Heinl en su documentado y minucioso informe de la campaa, Victory al High Tide [Victoria con la marea alta], cualquiera que tratara de desembarcar tendra que caminar ms de mil metros, y en otros puntos hasta cuatro kilmetros, sobre un suelo embarrado, con la empalagosa consistencia de un turrn blando recin hecho.5 Ms que una playa era una explanada ideal para el fuego cruzado. Si haban minado el puerto, como efectivamente haban hecho ya en algunos puertos coreanos con la ayuda sovitica, sera un desastre sin paliativos. Si hubo nunca un lugar ideal para las minas, era Inchon,6 dijo el almirante Arthur Struble, el jefe de la Armada de ms alta graduacin en el Pacfico. Y lo que era peor, el intervalo durante el que poda tener lugar la operacin era increblemente corto. En el perodo inmediato slo haba dos das en los que la marea sera lo bastante alta como para permitir que las lanchas de desembarco llegaran a los acantilados y muelles de Inchon: el 15 de septiembre, cuando la marea alcanzara 9,5 metros, y el 11 de octubre, cuando la altura de la marea volvera a alcanzar 9,15 metros. Haba un problema adicional: la marea alta de la maana del 15 de septiembre tendra lugar a las 6.59, justo cuarenta y cinco minutos despus del amanecer; la segunda marea alta tendra lugar a las 7.19 de la tarde, treinta y siete minutos despus del ocaso. Ninguna de las dos horas era ideal para algo tan complicado como un desembarco anfibio. La fecha de octubre no era ms atractiva: MacArhur no estaba dispuesto a esperar otro mes ms con las tropas atrapadas en el permetro de Pusan, dando a los comunistas ms tiempo para minar el puerto de Inchon. Tendra que ser, pues, durante la maana del 15 de septiembre; para MacArthur era todo o nada. Casi todos los dems estaban horrorizados, especialmente la gente de la Armada encargada de planificar y ejecutar el desembarco. En Washington la Junta de Jefes de Estado Mayor desconfiaba y MacArthur era muy consciente de ello. Tcnicamente eran sus superiores, pero l los vea como pequeos burcratas, hombres que haban alcanzado el poder acomodndose a polticos a los que despreciaban. Saba que si quera salir triunfante en Inchon deba vencer en dos batallas, y la primera era contra ellos. Para l no iba a ser una sorpresa que la Junta de Jefes de Estado Mayor se opusiera al desembarco, y aunque esa sospecha se deba en parte a su paranoia, haba tambin razones serias para temerlo. Le disgustaba y no senta respeto por Ornar Bradley, el presidente de la Junta, debido a su amistad con Eisenhower (un demrito), el amparo de Marshall (otro demrito), y a que haba combatido, en su opinin, sin gran habilidad u osada en Europa (un tercer demrito) a pesar de disponer de fuerzas mucho mayores que las que a l le haban concedido en el Pacfico (un cuarto demrito); para concluir, ahora se hallaba muy cerca de Truman (el ltimo demrito). Si sus relaciones eran terribles, la mayor enemistad, como siempre, era por parte de MacArthur. Uno y otro haban acumulado agravios durante aos. MacArthur estaba seguro de que Bradley lo odiaba por haber vetado un importante puesto de mando para l durante la planificacin de la invasin de Japn. No haba pruebas de ello, pero s muchas sospechas de que a Bradley, como a otros altos mandos en el mundo de la seguridad nacional de posguerra, le intranquilizaba que una figura tan importante como MacArthur estuviera fuera de su alcance. MacArthur crea (con buenas razones) que en 1949 Bradley haba conspirado con otros, bajo la direccin de Dean Acheson, para limitar su poder en Japn dividiendo su cargo. Le haba llegado la onda y estaba furioso. Ms tarde el almirante James Doyley, que realiz la mayor parte de la planificacin para el desembarco en Inchon, le mencion a MacArthur la falta de entusiasmo que haba mostrado Bradley cuando ambos se encontraron en Tokio. MacArthur respondi: No es ms que un granjero.7 Los jefes de Estado Mayor tenan dudas, motivadas en parte por el riesgo de la operacin, una empresa muy aventurada en la que deba participar una proporcin muy grande de las tropas estadounidenses disponibles (el propio MacArthur habl de que la apuesta por Inchon era de 5.000 a 1); pero algunas dudas provenan tambin de rivalidades internas. El caso es que por diversas razones, unas ms nobles y otras menos, casi todo el mundo se opona al plan. Entre las excepciones estaban Averell Harriman y Matt Ridgway, y con el tiempo el propio Truman, que al final dio su aprobacin al hombre que haba propuesto la operacin. El principal planificador del desembarco en Inchon, el almirante Doyle, tambin tena sus dudas; y como a muchos otros que tuvieron que tratar con Ned Almond, convertido en la mano derecha de MacArthur en Inchon, le disgust pronto su estilo perentorio y matn y su tendencia a evitar que MacArthur oyera cosas que debera haber odo. Para poder seguir adelante, crea Doyle, MacArthur deba conocer todos los riesgos posibles, y as se lo dijo a Almond. ste le respondi: El general no est interesado en los detalles;8 pero Doyle, irritado, no se ech atrs. Debe ser consciente de los detalles, insisti el almirante. Con el tiempo consigui lo que se propona y se asegur de que MacArthur los conociera, porque en ellos estaban los peligros. Era como si Almond tratara de impedir que Doyle hiciera su trabajo, porque el general era siempre el gran MacArthur, un hombre por encima de los detalles mundanos. Esos detalles menudos si determinado plan funcionara o no podan ser estudiados y resueltos por sus subordinados, que eran hombres de menor talla. Aquella grandeza estaba implcita en la forma en que MacArthur trataba con todo y con todos. Ahora se preparaba para una de las grandes actuaciones de su vida, con la que iba a tratar de convencer a la Armada y otros vacilantes de seguir adelante con el desembarco en Inchon. Se necesitaba una gran actuacin ante los representantes de la Armada y la Junta de Jefes de Estado Mayor y se dispona a ofrecrsela. Siempre haba sido un hombre muy teatral. Durante la primera guerra mundial sola vestir pantalones de montar, un suter de cuello de cisne y una bufanda de metro y medio; sus hombres le llamaban el galn combatiente. No slo le gustaban las cmaras, sino que era adicto a ellas. Estaba muy atento a su posicin, asegurndose siempre de que su famoso mentn formara el ngulo correcto para las fotografas. De hecho, al hacerse mayor, sus asistentes no slo censuraban las fotos nuevas, asegurndose de que siempre lo presentaran en actitud heroica, sino que trataban de imponer ciertas reglas bsicas para el ngulo de las tomas. No slo deban fotografiarlo, siempre que fuera posible, desde el lado derecho, sino que un fotgrafo de Stars and Stripes [Barras y estrellas] recibi la orden de hacerlo en posicin genuflexa para sacarlo ms mayesttico. Siempre llevaba su rada gorra de campaa; era su marca de fbrica y a ningn fotgrafo se le permiti nunca mostrar que estaba parcialmente calvo ni su peinado de cdigo de barras. En su despacho necesitaba usar lentes, pero no le gustaba ponrselos en pblico y menos an que lo fotografiaran con ellos. Siempre haba sido muy consciente de sus actuaciones. William Allen White, el famoso editor de Emporia, Kansas, escribi tras reunirse con l durante la primera guerra mundial: Nunca haba conocido un hombre tan vivaz, cautivador y carismtico [...] Era todo lo que Barrymore y John Drew desearan ser.9 Bob Eichelberger, su principal ayudante en el mando durante la segunda guerra mundial, y que se ocupaba de la censura de la correspondencia en aquella poca, recuerda que MacArthur firmaba sus cartas a su mujer como Sarah, en recuerdo de la gran actriz Sarah Bernhardt. En cierta ocasin una mujer le pregunt a Eisenhower: Conoce usted al general MacArthur?. No slo lo conozco, seora le respondi Eisenhower, sino que estudi con l arte dramtico durante cinco aos en Washington y cuatro en Filipinas.10 MacArthur crea que la mstica cierto misterio y distancia de los mortales era poder, y la cultivaba minuciosamente. Ningn desconocido poda acercarse demasiado a l, al menos no antes de que estuviera preparado para su actuacin. Quera proyectar hacia el gran pblico el ms calculado de los autorretratos, eligiendo tan cuidadosamente como fuera posible cada palabra utilizada para describirlo. Durante la segunda guerra mundial, cuando se iba a publicar un perfil suyo que lo calificaba como distante, trat de que los censores cambiaran ese trmino por austero. No se permita ninguna intimidad con sus subordinados, y quera siempre aparecer por encima de los dems generales. Eisenhower, al convertirse en su principal ayudante en Filipinas en los aos treinta, se sorprendi al descubrir que MacArthur se refera a veces a s mismo en tercera persona, diciendo cosas como: MacArthur se acerc al senador.... Durante algunos aos se consideraba y se presentaba como la encarnacin viva de la historia de su pas, el hombre de la historia. Era un honor ser recibido por l, y quien lo disfrutaba deba admirarlo como un monumento vivo. En su entorno haba que observar ciertos rituales diarios; por ejemplo, en los almuerzos que se servan regularmente en Tokio para los V.I.P. que lo visitaban, la seora MacArthur era la encargada de recibir a los invitados, que por supuesto llegaban antes que l, y cuando finalmente haca su entrada, ella deca con mucha reverencia: Bueno, aqu tenemos por fin al general. Entonces l la saludaba, en palabras de un testigo, como si no la hubiera visto en aos. Ese era, pues, el brillante, original y temperamental caudillo que iba a presidir el 23 de agosto la ms importante sesin informativa sobre el desembarco en Inchon, casi dos meses despus del primer ataque norcoreano, en el propio cuartel general de MacArthur en Tokio. Desde Washington llegaron Joe Collins, jefe de Estado Mayor del Ejrcito de Tierra, Forrest Sherman, jefe de operaciones navales, y el teniente general Idwal Edward, vicejefe de operaciones de las Fuerzas Areas. Hoyt Vandenberg, jefe de Estado Mayor de las Fuerzas Areas, no acudi a aquella reunin. Algunos de los observadores ms atentos a las fricciones entre las distintas armas dedujeron que no quera legitimar con su presencia una operacin encomendada esencialmente a la Armada y la Infantera de Marina. Estos, a quienes correspondera encabezar el desembarco si se aprobaba la operacin en Inchon, no fueron invitados a la reunin, ni se expusieron nunca sus preguntas y dudas, que se convirtieron en algo as como un asunto delicado. Para empezar, el almirante Doyle y sus hombres informaron con mucho detalle durante casi hora y media a los mandos all reunidos; hablaron primero nueve miembros distintos de su Estado Mayor para explicar todos y cada uno de los aspectos tcnicos y militares del desembarco; luego tom la palabra el propio Doyle y dijo: General, nadie me ha preguntado ni he presentado voluntariamente mi opinin sobre ese desembarco; pero si me preguntaran, lo mejor que podra decir es que no es imposible. Despus de lo cual volvi a sentarse. Joe Collins volvi a sugerir que consideraran la posibilidad de realizar el desembarco en algn lugar menos peligroso como Kunsan o Posung-Myon, ambos al sur de Inchon. Su cautela no sorprendi a MacArthur; era justamente lo que esperaba. A continuacin tom la palabra, iniciando una actuacin que haba preparado cuidadosamente. Conoca las reservas de cada uno de los participantes en la reunin y su blanco principal era el almirante Sherman, que hasta entonces no haba dicho nada. Sin su aprobacin, sin la cooperacin de la Armada, no habra desembarco en Inchon. Puede que las reservas de Joe Collins fueran profundas, pero el representante del Ejrcito de Tierra en Washington no se iba a oponer a su general ms sobresaliente, el comandante supremo de las potencias aliadas en Japn. Aqulla era su oportunidad soada: una sala llena de importantes generales, en principio opuestos a su plan, a los que deba convencer. Al empezar, escribi ms tarde, oy la voz de su padre que le deca: Doug, los consejos de guerra propician la timidez y el derrotismo.14 Explic por qu, a su juicio, un desembarco ms seguro pero ms al sur no aportara grandes beneficios. El desembarco anfibio es el instrumento ms poderoso del que disponemos. Para emplearlo debidamente, debemos golpear con dureza y a fondo! Las dificultades que ofreca el desembarco en Inchon eran reales pero no insuperables. Estaba seguro de que podran vencerlas. Todos los argumentos que haba odo contra el desembarco, dijo, eran en realidad argumentos en favor de su xito. Haba una probabilidad muy alta de que el enemigo estuviera absolutamente desprevenido. Pensarn que nadie sera tan temerario como para intentarlo. Se compar con James Wolfe en Quebec en 1759. Como las orillas del ro San Lorenzo al sur de la ciudad eran muy escarpadas, el marqus de Montcalm, a cargo de su defensa, haba situado casi todas sus tropas al norte; pero Wolfe se aproxim desde el sur, al frente de una pequea fuerza, y tras escalar los acantilados cogi por sorpresa a las tropas de Montcalm. Fue una gran victoria, que prcticamente puso fin a las guerras coloniales anglo-francesas en Norteamrica. Como Montcalm, los norcoreanos considerarn prcticamente imposible un desembarco en Inchon, y como Wolfe, los coger por sorpresa. Tena gran confianza en la Armada, dijo haciendo borrn y cuenta nueva de lo que haba sido un choque histrico de voluntades durante la campaa del Pacfico. En cualquier caso, insisti, puede que yo tenga ms fe en la Armada que ella misma. La Armada y dijo esto como si no hubiera nadie ms que Sherman en la sala nunca me ha fallado en el pasado y no me fallar en esta ocasin. En Kunsan, coment, sabiendo que era el lugar de desembarco preferido por Joe Collins y Walton Walker, nos quedaramos a medias, sin poder rodearlos. Se podra establecer un enlace relativamente cmodo con el Octavo Ejrcito, pero slo servira para situar ms tropas en un permetro de Pusan ms amplio, donde a su juicio seran singularmente vulnerables. Y quin asumir la responsabilidad por esa tragedia? Evidentemente, no yo. Jur que asumira toda la responsabilidad por la operacin de Inchon si fracasaba (Bill McCaffrey, uno de los miembros del Estado Mayor de Almond, seal ms tarde: Yo no me habra tomado demasiado en serio aquella promesa.15 Tambin haba dicho que los chinos no entraran en guerra, y cuando lo hicieron, dejando en evidencia su error, y nos golpearon con terrible dureza, no acept ninguna responsabilidad y critic a todo el mundo excepto a s mismo). Si estaba equivocado con respecto al desembarco, dijo MacArthur a su audiencia, estara all al mando y asumira las decisiones. Si vemos que no se puede hacer nos retiraremos. En aquel momento Doyle disinti: No, general, eso no es posible. Una vez iniciado el desembarco, seguiremos adelante.16 Entonces MacArthur mir directamente a Sherman y habl de su afecto hacia la Armada. Haca mucho tiempo, en los momentos ms tenebrosos de otra guerra, dijo, la Armada haba llegado a Corregidor y lo haba salvado y llevado a un lugar seguro para que pudiera seguir dirigiendo las fuerzas aliadas contra los japoneses. Y luego, poco a poco, la Armada lo haba llevado a la victoria en la guerra del Pacfico. Ahora, en el ocaso de mi carrera, me va a decir la Armada que no me llevar a Inchon y me va a abandonar? En la fila trasera de aquella sala llena de galones estaba un joven oficial del ejrcito llamado Fred Ladd, ayudante de Almond. Sonri para s cuando MacArthur hizo aquella ltima observacin: los tena agarrados, pens. Ningn militar de alta graduacin podr oponerse a un reto personal tan comprometido.17 Entonces habl por primera vez el almirante Sherman: General, la Armada le llevara all.18 MacArthur haba vencido. Ha hablado usted como un autntico Farragut, respondi, sabiendo que tena la partida ganada. Cuando dijo aquello, el almirante Doyle, furioso por la forma en que se estaban dejando de lado sus serias objeciones, se dijo a s mismo: Ha hablado como un autntico John Wayne.19 Luego, tan teatralmente como siempre, MacArthur baj la voz, obligndoles a esforzarse para captar sus palabras: Casi puedo or el tictac del minutero del destino. Debemos actuar ahora o moriremos [...] El desembarco en Inchon salvar cien mil vidas. Haba vencido y lo saba. Sherman puso fin a la reunin diciendo: Muchas gracias. Ha sido una gran exposicin de una gran causa. El almirante Doyle coment ms tarde: Si MacArthur se hubiera dedicado al arte escnico, nunca habramos odo hablar de John Barrymore. Sherman se haba comprometido, aunque al da siguiente, ligeramente repuesto de la presentacin de MacArthur y de su desafo personal, sinti que sus dudas se renovaban. Deseara tener el optimismo de ese hombre, le dijo a un amigo. Collins tampoco estaba del todo convencido, pero convencidos o no, los jefes de Estado Mayor haban dado su aprobacin y cinco das despus se la telegrafiaron a MacArthur (Mike Lynch le pregunt ms tarde a Walker cmo los haba convencido, y ste le respondi profticamente: Les ha hecho pensar a todos en Corea como una isla y en Sel como objetivo final; una vez que la tomemos, la guerra habr concluido). Sin embargo, el 28 de agosto los jefes de Estado Mayor reunidos de nuevo en Washington estaban todava nerviosos les preocupaba que una parte tan relevante de sus limitados recursos quedara comprometida en un plan en el que tantas cosas podan salir mal, y enviaron un ltimo mensaje de cautela a MacArthur insistiendo en Kunsan. El reaccion con su clsico estilo, sin llegar a reconocer nunca haberlo recibido ni que hubiera existido; simplemente sigui adelante, aunque con un secretismo cada vez mayor, asegurndose de que los planes exactos del desembarco no llegaran a Washington hasta que la operacin estuviera ya en marcha, y lo hizo deliberadamente, abstenindose de comunicar lo que estaba haciendo hasta que fue demasiado tarde para detenerlo. En palabras de Clay Blair, sigui una cadena asombrosa de engaos y medias palabras.20 Esper y esper y el 8 de septiembre envi a Washington varios volmenes enormes con sus planes finales bajo el cuidado de un joven oficial de Estado Mayor, el teniente coronel Lynn Smith, sugirindole que no se apresurara demasiado en llegar. Smith obedeci, y cuando la Junta de Jefes de Estado Mayor esperaba a un alto mando les lleg un teniente coronel prcticamente en el ltimo minuto. Lo condujeron de inmediato a una sala donde estaban reunidos los jefes de Estado Mayor y comenz a informarles. Joe Collins le pregunt: Hoy es el da D, no es as?. Smith respondi que as era. Collins le pregunt a qu hora se iniciara el asalto. El desembarco comenzar dentro de seis horas y veinte minutos, a las 17.30 hora de Washington, respondi Smith. Muchas gracias dijo Collins ser mejor que prosiga con su informe. A largo plazo, aquella jugarreta en el ltimo momento lo perjudic ante los jefes de Estado Mayor. No estaba jugando con autoridades civiles, lo que (dentro de ciertos lmites) era permisible, sino con sus colegas, generales de cuatro estrellas que se sentan tan responsables como l de las vidas de los jvenes bajo su mando y del xito de la operacin. Aquello, en la cultura militar, era imperdonable. Ocho meses despus, cuando Truman destituy a MacArthur, aqulla fue, como seal Joseph Goulden, una de las principales razones de que el presidente contara con el apoyo unnime de la Junta de Jefes de Estado Mayor. Era su forma de desquitarse con MacArthur por su engao sobre la planificacin del desembarco en Inchon.
En un desembarco anfibio el elemento sorpresa suele ser vital, pero en aquel caso pareca extraamente ausente. En Tokio todos parecan saber lo que iba a suceder, cundo y dnde. En el club de prensa de Tokio, el mayor nudo de rumores sobre la guerra, se hablaba de la Operacin por Todos Sabida para referirse al desembarco. La cuestin de quin estara al mando en Inchon haba quedado respondida casi tan pronto como la aprobacin lleg de Washington. Tanto all como en Tokio la mayora de los altos mandos esperaban que le correspondiera al teniente general Lem Shepherd, experimentado comandante de la Infantera de Marina. MacArthur le deba en cualquier caso su apoyo en la consecucin de una divisin de marines y Lem Shepherd, como marine, se desviva por los desembarcos anfibios. Para todos result, pues, una sorpresa que l no fuera el elegido. El comandante en jefe sera el general de divisin Ned Almond, que de all en adelante tendra dos puestos. Segn John Chiles, miembro del Estado Mayor de Almond, cuando Joe Collins conoci la noticia se enfureci; salt de su silla y exclam: Qu?. A Collins no le gustaba Almond y menos an la demostracin de que MacArthur no slo se haba hecho con el mando del desembarco en Inchon, arrebatndoselo al Octavo Ejrcito, sino que se lo haba dado a Almond, su mano derecha, sin consultar siquiera con los jefes de Estado Mayor (entre algunos mandos, tanto en Corea como en Washington, el desembarco en Inchon se conoci a partir de entonces como operacin tres estrellas, considerndolo, entre otras cosas, como un intento evidente de conseguir la tercera estrella para Almond). Los jefes de Estado Mayor entendieron con cierto retraso que MacArthur estaba de hecho menospreciando, no slo a Walton Walker, sino a ellos mismos. Ningn otro general se habra atrevido a hacer algo semejante, menos an sin consultarles; era un clsico ejemplo de macarthurismo, una actuacin que escapaba al alcance y aprobacin de sus superiores; se complaca en meterles el dedo en el ojo. Era tambin una iniciativa muy poltica, ya que pona parte del mando en Corea en manos de alguien que le deba una lealtad total, y fuera del alcance de los jefes. Shepherd poda ser un buen oficial, un hombre anticuado con lealtades anticuadas, pero ah estaba el problema; su lealtad a MacArthur no le habra impedido ser igualmente leal a los jefes de Estado Mayor y a los marines. Eso lo converta a ojos de MacArthur en un hombre de lealtades divididas, algo que juzgaba inaceptable en aquel momento. En el Pentgono nadie estaba satisfecho con la iniciativa y los marines la consideraban un desastre. Ya desconfiaban de Almond al ver postergados a Shepherd, comandante en jefe de los marines en el Pacfico, y al general O. P. Smith, de la Primera Divisin de marines, del que suponan que deba estar al mando del desembarco desde la decisiva reunin de planificacin a finales de agosto. Algunos marines estaban tambin furiosos por la forma en que Almond haba tratado a Smith, un oficial muy respetado, en su primera reunin. Smith pensaba que le iba a informar el propio MacArthur, pero cuando lleg se encontr con que quien le iba a recibir era Almond, que adems le hizo esperar una hora y media. Aquello iba a ser su primera leccin para entender cul era la verdadera estructura de mando. Para empeorar an ms las cosas, Almond haba irritado al veterano oficial de marines llamndole hijo, un trmino particularmente humillante, especialmente para un general de marines de cincuenta y seis aos que haba visto muchos ms combates que Almond y que slo era diez meses ms joven que l.24 Cuando Smith trat de explicarle lo difcil que poda ser un desembarco anfibio, Almond no le hizo ningn caso; todo aquello, le dijo, era puramente mecnico. Adems, segn anot Smith en su diario, Almond le dijo que el enemigo no contaba con ninguna presencia organizada en la zona. Aquella altanera no poda dejar de molestarle, pero decidi disimularlo temiendo que cuanto ms irritado se mostrara ms se podran ahondar las grietas entre el mando de los marines y el del ejrcito de tierra.25 Algunos de los subordinados de Smith tambin se sentan agraviados. La condena ms suave fue la del coronel Alpha Bowser, el G-3 de Smith, que juzgaba a Almond voluble y frivolo.26 Inchon supona una gran apuesta: el enemigo deba estar completamente dormido para que funcionara, dado lo estrecha que era la entrada al puerto. Pero los grandes generales, crea MacArthur, son los que asumen grandes riesgos. Justo antes de su propio da D convoc a algunos de los corresponsales de guerra en Tokio y los invit a asistir al desembarco a bordo del Mount McKinley, su cuartel general (el remite tendra entonces, por supuesto, su impronta: desde el cuartel general de MacArthur...). Justo antes de que el barco dejara el puerto de Sasebo para dirigirse hacia Inchon hubo otra reunin informativa, conjuntamente con el almirante Doyle. MacArthur estaba exultante. Pretenda cortar las lneas de abastecimiento norcoreanas. En la historia de la guerra, dijo, la derrota de un ejrcito se deba, nueve veces de cada diez, al bloqueo de sus lneas de abastecimiento. Un periodista le pregunt si tema una intervencin china. La idea no pareca molestarle en absoluto, y su respuesta fue muy parecida a la que le dio a Truman en la isla de Wake un mes despus: dijo que era consciente de la gran diferencia demogrfica; aun si alistramos a 150 millones de estadounidenses, todava podan enfrentarnos cuatro asiticos por cada uno de ellos. No quera por tanto desafiarlos en su propio terreno, pero tena un plan para neutralizarlos mediante la fuerza area, aprovechar las ventajas estadounidenses y mermar las del adversario, y anular su abrumadora superioridad numrica: Si intervienen los chinos, nuestra fuerza area convertir el Yalu en el ro ms ensangrentado de toda la historia. Lo que quiz no entendan ni l ni los que a su alrededor haban elaborado aquella planificacin era que la estrategia de combate del Ejrcito Popular de Liberacin chino limitaba, al menos en parte, la eficacia de la fuerza area estadounidense.27 Cuando finalmente atac, cogi a MacArthur por sorpresa; su fuerza area serva de muy poco y casi no hubo sangre china en el Yalu, que haba cruzado haca tiempo sin ser detectado. 20
MacArthur tuvo suerte en Inchon, en parte porque Kim Il-sung no era un adversario demasiado sagaz. Por alguna razn se haba negado a considerar la posibilidad de un desembarco anfibio en su retaguardia. Los dirigentes chinos, en cambio, eran muy conscientes de la acumulacin de fuerzas estadounidenses en Japn durante las semanas que precedieron al desembarco. Teniendo en cuenta que a finales de la dcada de 1940 y principios de la de 1950 Japn era un nido de espas, que no se cuidaba mucho la seguridad en sus puertos y que muchos estibadores japoneses eran comunistas fervientes, el gobierno chino saba que gran parte del equipo que llegaba era del tipo utilizado en un desembarco anfibio. A primeros de agosto Mao Ze-dong estaba muy preocupado por las noticias sobre la ofensiva norcoreana. La rpida victoria en el sur prometida por Kim Il-sung no se haba materializado. Mao saba que la resistencia estadounidense en el rea de Pusan se haba endurecido a finales de agosto y primeros de septiembre, pero que lo que parecan ser dos divisiones de sus mejores tropas todava seguan en Japn y que un desembarco anfibio era muy posible. Era evidente que se estaba preparando algo. Mao haba pasado gran parte de su vida luchando contra adversarios que disponan no slo de fuerzas ms numerosas sino tambin de mejor armamento, y por eso el espionaje y la informacin militar siempre haban sido decisivos para su xito; el ejrcito chino haba aprendido a eludir a sus enemigos cuando stos eran ms fuertes y a atacar nicamente cuando eran ms dbiles, y una vez entrado en batalla siempre estaba dispuesto a retirarse para poder luchar otro da. Mao se tom muy en serio lo que estaba sucediendo y lo que presenta que estaba a punto de suceder. Por eso a primeros de agosto, mucho antes del desembarco, encarg a Lei Yingfu, uno de los hombres ms capaces de su Estado Mayor, y al secretario militar Zhou Enlai, investigar lo que preparaban los estadounidenses y dnde podan atacar. La suya era una misin de pura inteligencia militar. Para los militares chinos a cargo de aquel estudio haba algunas cosas muy claras. Aparte de que algunas de las unidades estadounidenses estuvieran practicando desembarcos anfibios, los puertos japoneses hervan de buques estadounidenses y aliados de todo tipo de calado y procedencia. Adems, el comandante supremo MacArthur haba basado su campaa en el Pacfico en los desembarcos anfibios, practicados una y otra vez. Lei examin todos los elementos disponibles y concluy que los estadounidenses estaban preparando un trampa al Inmin-gun y que iban a desembarcar por sorpresa muy por detrs de sus lneas. Crea que no slo pretendan romper el cerco al que se haban visto sometidos en el permetro de Pusan, sino que con el desembarco anfibio esperaban desmantelar al mismo tiempo gran parte del ejrcito norcoreano. Estudi sus mapas, trat de pensar como un estadounidense y concluy que slo haba seis puertos donde se poda producir el asalto anfibio y que MacArthur, dado su carcter agresivo, preferira muy probablemente el de Inchon. El 23 de agosto, una semana antes de que se iniciara el asalto final del Ejrcito Popular a lo largo del Naktong (casualmente el mismo da de la teatral actuacin de MacArthur ante los jefes de Estado Mayor en la sala de guerra del Dai Ichi), Lei present los resultados de su estudio a Zhou Enlai, quien qued muy impresionado y se los transmiti inmediatamente a Mao. Lei, convocado por Mao, le ofreci un formidable informe y un memorial de tres pginas sobre MacArthur y sus tcticas, su forma de pensar y su personalidad. Mao le encarg entonces a Zhou Enlai que transmitiera aquellas valoraciones a Kim Il-sung. Algunos de los asesores soviticos de ste ya le haban advertido en el mismo sentido, pero ninguno de ellos pudo convencerlo, lo que tampoco era muy sorprendente, ya que despus de todo si haba llegado al poder no era por su brillo en el campo de batalla, sino por su capacidad de supervivencia en una poca polticamente muy cruel y gracias a su obediencia ideolgica. Se mantuvo en el poder gracias a la generosidad del Ejrcito Rojo y no haba aprendido tantas lecciones para alcanzarlo como Mao Zedong o Ho Chi Minh. Basndose en sus predicciones, Mao estaba seguro de que el papel de China en la guerra estaba a punto de cambiar. A mediados de agosto crea que el ejrcito norcoreano haba alcanzado la cota ms alta de su xito en el sur. El 19 y el 23 de agosto se reuni con Pavel Yudin, importante asesor sovitico. En aquellas reuniones le dijo a Yudin que si Estados Unidos segua enviando tropas a Corea, el Inmin-gun no podra resistir y necesitara ayuda directa de la Repblica Popular. En agosto y a primeros de septiembre Mao se reuni con Lee Sang Cho, representante norcoreano en China. En aquellas reuniones se pavone ligeramente aprovech la oportunidad para devolver a los coreanos la condescendencia con que lo haban tratado al principio de la guerra extendindose en algunos errores militares norcoreanos; esencialmente, que no hubieran atendido a sus consejos. Tampoco haban preparado suficientes fuerzas de reserva, a pesar de combatir en un frente tan dilatado. Se haban esforzado demasiado en conquistar territorio en lugar de destruir a sus enemigos. Luego mencion la vulnerabilidad de lugares como el aeropuerto de Kimpo y sugiri que el gobierno norcoreano estudiara la posibilidad de replegarse y reforzar su defensa en lugares especialmente vulnerables. Incluso seal el mapa y mencion especficamente Inchon como el objetivo ms probable. Pero Kim, para sorpresa de los dirigentes chinos, no tom ninguna decisin, ni siquiera la de minar el puerto de Inchon. Mao entenda lo que estaba sucediendo en el frente, pero los dirigentes norcoreanos no. Uno de los problemas en un sistema totalitario como el de Corea del Norte era que las malas noticias no solan llegar con demasiada exactitud desde el frente hasta el alto mando. Esto puede suceder tambin en una sociedad democrtica, pero es mucho ms probable en regmenes muy jerarquizados como el de Corea del Norte. La gravedad de las noticias se vea mitigada escalafn a escalafn a medida que ascenda hasta el alto mando. As, el 4 de septiembre, cuando el emisario de Mao, Zhai Junwu, le dijo a Kim que la guerra estaba atascada en un empate en el rea de Pusan, el lder coreano no le crey. Su gran ofensiva no haba hecho ms que empezar, le dijo al representante chino, y pronto saldra del punto muerto. Cuando Zhai mencion la posibilidad de un ataque de Naciones Unidas por detrs de las lneas coreanas, Kim respondi: Creemos que en el momento actual no es posible un contraataque estadounidense; no poseen suficiente apoyo para las tropas y por tanto un desembarco en los puertos de nuestra retaguardia sera muy difcil. Zhai, asombrado por su respuesta, regres a Beijing el 10 de septiembre, cinco das antes del desembarco en Inchon, y luego volvi de nuevo a Pyongyang para transmitir la peticin de Zhou a Kim de que realizara una retirada estratgica. Pero Kim Il-sung respondi: Nunca he considerado la posibilidad de una retirada. Zhou se enfad con la respuesta y el 18 de septiembre, tres das despus de que hubiera tenido lugar el desembarco en Inchon sin encontrar prcticamente resistencia, se reuni con un importante representante sovitico para sugerir una vez ms que los norcoreanos se replegaran, reagruparan sus unidades ms al norte y esgrimieran contra los occidentales la amenaza de una entrada china o sovitica en la guerra.
En cuanto al desembarco trece mil hombres llegaron a los acantilados y rompeolas y la carrera inmediatamente iniciada hacia Sel, fueron no slo como MacArthur haba planeado sino como ni siquiera se haba atrevido a soar. Las condiciones del desembarco resultaron mejor de lo esperado, y la resistencia relativamente escasa; la planificacin de Doyle haba sido inteligente y minuciosa, y los dioses de la batalla favorecieron a las fuerzas estadounidenses con un factor adicional, la falta de previsin de Kim Il-sung. La ciudad de Inchon, con su puerto, sobresale ligeramente de la baha como un pulgar truncado. A unos quince kilmetros al este estaba el aeropuerto de Kimpo, y a otros ocho o diez kilmetros ms al este, dependiendo de la carretera escogida, estaba el propio Sel. Dos regimientos de marines, el Primero y el Sptimo, iban a tomar Inchon y a continuacin Kimpo, para desplazarse luego hacia el este cruzando el ro Han y tomar el propio Sel. Pronto se iba a establecer un enlace con el Octavo Ejrcito de Walker, que para entonces probablemente habra roto el cerco de sus posiciones en el Naktong y se estara dirigiendo cada vez ms rpido hacia el norte. En un primer momento las prdidas de los marines fueron relativamente escasas; ni un solo muerto en el asalto a la isla de Wolmi-do, a la entrada del puerto, y slo veinte al final del primer da. Sin embargo, a medida que las fuerzas de Naciones Unidas se desplazaban hacia Sel, la resistencia coreana se endureci. Esto suscit tensiones entre Almond, al mando del X Cuerpo, y O. P. Smith, comandante de la Primera Divisin de Marines integrada en ese cuerpo. Almond comenz a exigir resultados inmediatos que Smith, tratando de completar una misin cada vez ms peligrosa sin sacrificar innecesariamente las vidas de sus hombres, consideraba poco realistas. Smith (y muchos otros jefes de la Infantera de Marina) llegaron a la conclusin de que Almond era un comandante visionario que slo escuchaba la voz de los que estaban por encima de l, al que no le preocupaban las vidas de los hombres bajo su mando y s en cambio, quiz demasiado, las relaciones pblicas. La semilla de esa escisin haba germinado haca tiempo. A los mandos de los marines les pareci desde el principio que Almond, que no haba participado en toda su vida en un desembarco anfibio, minimizaba los peligros y dificultades, no respetaba sus necesidades ni escuchaba a sus subordinados. No poda haber dos jefes militares ms opuestos. Almond era casi deliberadamente temerario; Smith, el menos carismtico de los mandos de los marines, era discreto y profesoral (de hecho su apodo, que nadie se atreva a emplear ante l, era El Profesor). La tensin entre ambos reflejaba en parte el carcter tan diferente del mando en el Ejrcito de Tierra y en la Infantera de Marina. El gran tamao del ejrcito haca que las relaciones entre los mandos y sus hombres fueran a menudo impersonales, mientras que la Infantera de Marina era pequea y las relaciones entre oficiales y soldados ms estrechas e intensas. O. P. Smith era an ms atento que el promedio de los jefes de los marines. Era ya vicecomandante de su Primera Divisin en octubre de 1944 durante el desembarco en la isla de Peleliu, donde tuvo lugar una de las batallas ms crueles y mortferas de la guerra del Pacfico. Se haba producido un importante error de clculo y los marines se haban encontrado al desembarcar con unos nueve mil japoneses bien atrincherados y dispuestos a resistir. Ese tipo de experiencia deja marcado a un militar para siempre. Las relaciones entre los jefes militares, que ya haban comenzado de mala manera, empeoraron an ms desde el momento del desembarco. De hecho aquellas desavenencias acabaron convirtindose, en palabras del historiador de la Infantera de Marina Edwin Simmons, en materia de leyendas.4 Simmons, que combati en Inchon y en el embalse de Chosin como joven oficial de marines, pensaba que la tensin provena en parte de la diferente forma en que se haban desarrollado los combates durante la segunda guerra mundial. El ejrcito que combati a los alemanes en Europa haba podido emplear una capacidad de fuego muy superior, y a menudo, cuando una unidad alemana se vena abajo, parte de sus hombres se rendan y el resto se replegaban rpidamente, permitiendo a los aliados importantes avances. En el Pacfico, en cambio, la Infantera de Marina y el Ejrcito de Tierra haban soportado una guerra mucho ms aperreada, y cuando los japoneses se retiraban lo hacan tan lentamente que los avances aliados parecan a veces medirse en metros, y eran relativamente pocos los japoneses que se rendan.5 Smith haba advertido a Almond que la facilidad del desembarco en Inchon era engaosa, que slo haban vencido a pequeos destacamentos de retaguardia, pero que tomar Sel podra ser una cuestin muy diferente. Basndose en algunos reconocimientos preliminares, haba indicios suficientes de que la ciudad estaba defendida por miles de soldados norcoreanos de lite, y respondan a la realidad. El G-2 [oficial de inteligencia] de MacArthur * haba estimado originalmente que slo haba entre seis y siete mil soldados enemigos en el rea de Inchon-Sel, pero cuando las fuerzas de Naciones Unidas desembarcaron en Inchon, Kim Il-sung haba enviado all a toda prisa otros veinte mil soldados, toda una divisin y tres regimientos. Al final haba entre treinta y cinco y cuarenta mil soldados defendiendo Sel, algunos de ellos relativamente novatos, pero capaces de combatir con arrojo. El camino hasta Sel, como seal lacnicamente ms tarde Smith, era una de esas operaciones de rutina ms fciles de leer en los peridicos que sobre el terreno.6 La superioridad numrica estadounidense era muy ajustada. Su ventaja principal resida en el material y la capacidad de fuego. Los norcoreanos tenan la ventaja de luchar a la defensiva. En un entorno urbano, en el que hay que combatir calle por calle, no era un activo pequeo, y significaba que habra que luchar casa por casa, y que debido a la utilizacin de armamento pesado por parte de los estadounidenses gran parte de la ciudad acabara en ruinas. Pero al frenarse la ofensiva, cuando cada centenar de metros se hizo ms difcil, la presin sobre Smith aument y Almond se mostraba cada vez ms exigente, reflejando la presin de MacArthur. No estaba satisfecho con el ritmo que imprima Smith y se convirti de facto en un proceso que se repetira en otras batallas que todava estaban por llegar en jefe mximo de la divisin, sobrevolando sus unidades en su pequeo avin de reconocimiento y dando rdenes directamente a los comandantes de regimiento, de batalln e incluso de compaa, sin pasar por el mando de la divisin. Estaba convencido de que era un brillante oficial tctico y volaba sobre el campo de batalla enviando por radio sus rdenes a cualquiera de las unidades que divisaba. Smith protest por la intrusin de Almond, dicindole en determinado momento: Si me da usted rdenes, tratar de llevarlas a la prctica;7 pero aquello no sirvi para nada. Almond, cuyo nombre en clave era Fitzgerald, sigui dirigiendo a los hombres de Smith, y ste acab por indicar al coronel Alpha Browser, su oficial de operaciones, que no deba aceptar ms rdenes de Fitzgerald sin confirmacin de la divisin.8
Lo que agrav las tensiones entre ambos hombres fue el convencimiento de Smith de que la presin de Almond estaba mal orientada y reflejaba, ms que la necesidad de una victoria ms rpida para cortar en dos al ejrcito norcoreano, una obsesin por las relaciones pblicas y la constante necesidad de gloria del cuartel general de MacArthur. A este respecto el mando supremo en Tokio y Washington estaban muy enfrentados: Smith, Walker y la Junta de Jefes de Estado Mayor, que observaba a distancia desde Washington, crean que lo ms prudente era rodear Sel, aislarla y desplazarse rpidamente hacia el este para unirse con las fuerzas de Walker, que se dirigan hacia el norte. Eso, esperaban, significara no slo una importante victoria sino la posibilidad de encerrar en una bolsa a buena parte del ejrcito norcoreano. Para ellos la obsesin de MacArthur y Almond por Sel iba en contra del propsito mismo del desembarco, ya que poda dejar escapar a gran parte del ejrcito norcoreano. Pero saban que MacArthur deseaba que la conquista de Sel se produjera antes de la fecha simblica del 25 de septiembre, cuando se cumpliran tres meses desde que los norcoreanos haban cruzado el paralelo 38. MacArthur haba elegido en un principio el 20 de septiembre como fecha para la toma de Sel, pero Almond lo haba disuadido. Para Smith, Almond estaba arriesgando innecesariamente a sus marines por un par de lneas adicionales en los peridicos estadounidenses, simplemente porque aquello era lo que quera el comandante supremo, pero l no se dejaba impresionar; para l no era ms que un montaje. En el cuartel general de MacArthur creca entretanto la frustracin con respecto a Walton Walker y el Octavo Ejrcito, que estaba teniendo problemas en alejarse de sus posiciones en el Naktong; pero aquella frustracin no era nada comparada con la que senta el propio Walker. Cuando recibi su primer informe sobre el desembarco en Inchon el 17 de septiembre y supo la escasa defensa que le haban concedido, se puso furioso. Han gastado ms municiones en matar a un puado de novatos en Wolmi-do e Inchon que las que me han dado a m para derrotar al 90 por 100 del ejrcito norcoreano,9 le dijo a un amigo tras leer el informe. Era muy consciente de que sus hombres estaban teniendo problemas en varios lugares para alejarse de sus posiciones a lo largo del Naktong. El ro, en su opinin, haba servido a sus tropas como barrera defensiva contra el avance norcoreano, pero al igual que las haba protegido frente al Inmin-gun, ahora las frenaba en su persecucin de los norcoreanos. Lo que ms le irritaba era la presin que ejercan sobre l sus superiores y la falta de equipo, especialmente para construir puentes, ya que ste haba sido enviado, casi en su totalidad, al X Cuerpo para ayudarle a cruzar el ro Han, donde todos los puentes haban sido destruidos. Le indignaba que aquellas decisiones fueran tomadas esencialmente por la oficina de Estado Mayor, esto es, por el cuartel general de Almond, lo que significaba, a su entender, que los dados estaban cargados contra l. MacArthur y su Estado Mayor no le prestaban ninguna atencin. En una reunin del alto mando mantenida a bordo del Mount McKinley el 19 de septiembre, en la que estuvieron presentes tambin varios mandos de la Armada y los Marines (prcticamente una reunin pblica, observ Clay Blair), MacArthur haba expresado muy abiertamente y de forma muy personal su frustracin con respecto a Walker, hablando de sustituirlo por alguien ms enrgico. Para Walker aquello era como convertir la afrenta en escarnio. Llam a Doyle, el jefe de Estado Mayor en funciones, y trat de explicarle la razn de que sus tropas se desplazaran tan lentamente: ltimamente parecen haberse olvidado de nosotros y en lo que se refiere a nuestro equipo de ingeniera nos hallamos en muy mala situacin [...] No quiero que piense que remoloneamos, pero tenemos un ro enfrente y los dos puentes que se conservan no nos sirven de mucho.10 En el mismo momento en que MacArthur se quejaba de Walker, tambin los marines frenaban su marcha al encontrar mayor resistencia de la que esperaba Tokio. Almond quera una garanta de que Smith y los marines llegaran a Sel en la fecha prevista, pero ste explicaba ms tarde: Le dije [a Almond] que no poda garantizarle nada. Dependa de la resistencia del enemigo. Haramos cuanto pudiramos y lo ms rpidamente que pudiramos. Aqulla no era la respuesta que Almond esperaba; si Smith hubiera pertenecido al Ejrcito de Tierra es muy probable que hubiera sido relevado en aquel mismo momento. Pronto apareci con su propio plan de batalla destinado a acelerar las cosas, pero que, en opinin de Smith, fragmentara peligrosamente las fuerzas estadounidenses en unidades demasiado pequeas, en lugar de maximizar su mayor capacidad de fuego. Un aspecto del plan de Almond le puso particularmente nervioso: la posibilidad de que las tropas estadounidenses llegaran a la ciudad desde distintas direcciones y acabaran, en el caos de la batalla, disparndose mutuamente. Rechaz el plan de Almond sin pensarlo dos veces, ya que le pareca la obra de un aficionado. Aquella discrepancia era algo muy serio un jefe de divisin se opona al plan de su jefe de cuerpo, y se acercaba peligrosamente a la insubordinacin. Algunos marines llegaron a los alrededores de la capital el 25 de septiembre y as Almond pudo hacer pblico un comunicado diciendo que Sel haba sido tomada, aunque probablemente no opinaban as quienes seguan combatiendo all. Un periodista de Associated Press dijo al da siguiente en su informe: Si la ciudad ha sido liberada, los norcoreanos que permanecen en ella todava no lo saben. De hecho se sigui luchando duramente hasta el 28 de septiembre. Los estadounidenses vencieron al final gracias a su impresionante capacidad de fuego, pero para ello tuvieron que dejar la ciudad en ruinas. El periodista britnico Reginald Thompson describi la conquista de Sel como un infierno horrsono de estruendo y destruccin con el atronador descenso en picado de los bombarderos y los lvidos destellos de los disparos de los tanques, el feroz crepitar de los edificios de madera que ardan en llamas, los postes del telgrafo y las lneas de alta tensin derrumbndose convertidos en un caos de cables...; poca gente ha sufrido una liberacin tan terrible. El dao que aquella cruel e innecesaria batalla hizo a las relaciones entre Almond y los marines iba a tener graves consecuencias. Almond haba entregado Sel a MacArthur en la fecha prevista; haba mostrado, escribi Clay Blair, las mismas cualidades que ya haba exhibido durante la segunda guerra mundial. Era exigente, arrogante e impaciente y tenda a fragmentar sus unidades y a hacerlas avanzar sin contar con reservas suficientes y sin preocuparse demasiado por sus flancos. Era, escribi Blair ms tarde, temerario hasta la imprudencia, y esperaba lo mismo de los dems. Pero esa actitud era interpretada por muchos de sus subordinados como indiferencia insensible a las bajas y al bienestar de sus hombres [...] Insisti ms en la rpida conquista del territorio (Sel) por razones psicolgicas o publicitarias que en la creacin de una fuerte lnea para evitar que los soldados del Ejrcito Popular se retiraran hacia el norte. De las diversas crticas que se le hicieron tras el xito inicial en Inchon, sta era la ms seria, ya que demasiados soldados norcoreanos consiguieron escapar de lo que debera haber sido una trampa. Walton Walker, asqueado, llamaba en privado al X Cuerpo La brigada de relaciones pblicas. Pero si el desembarco en Inchon no fue el xito estratgico total que podra haber sido, fue en muchos aspectos una victoria espectacular y un triunfo personal para MacArthur, la cota ms alta de su carrera. Rompi la moral del Ejrcito Popular y abri a las fuerzas de Naciones Unidas toda Corea del Sur. El enorme xito del desembarco en Inchon cambi el carcter del mando de MacArthur. En primer lugar haba algunas cuentas a saldar. Los que haban estado a favor del desembarco en Inchon seran premiados, y los que lo haban cuestionado tendran que pagar su falta de confianza. Inmediatamente despus de la liberacin de Sel el piloto de Walker, Mike Lynch, pudo contemplar, sin acabar de crerselo, cmo MacArthur descenda de su avin en el recin liberado aerdromo de Kimpo, pasaba por delante de Walton Walker, el general de tres estrellas que haba hecho frente con coraje al asalto contra sus fuerzas en Pusan (una de las batallas ms feroces que se han visto nunca), lo ignoraba por completo y luego saludaba calurosamente a Almond: Ned, hijo mo, le dijo. Aquel desaire era un claro castigo a Walker por haberse alineado demasiado tiempo junto a Joe Collins y los dems Jefes de Estado Mayor a propsito del desembarco en Inchon, pero lo peor estaba por llegar, algo que tuvo graves consecuencias para el conjunto de las fuerzas de Naciones Unidas. Walker haba supuesto que despus del desembarco en Inchon el X Cuerpo se reincorporara al Octavo Ejrcito. Ahora descubri que eso no iba a suceder. Almond iba a mantener el mando sobre el X Cuerpo as como su puesto de jefe de Estado Mayor. MacArthur planeaba dividir el mando cuando se dirigiera hacia el norte.
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FIGURA 10. La reconquista de Sel, 16-28 de septiembre de 1950.
La decisin de dar el mando del X Cuerpo a Almond molest a muchos altos mandos en Tokio y en Washington, pero se consider al principio una iniciativa coyuntural, debida a las inusuales circunstancias del momento. Despus de todo, Walker se haba visto apartado al tener que resistir el ataque en Pusan y el cuartel general de MacArthur no contaba con demasiados talentos que desperdiciar; pero ahora Almond permanecera al mando del X Cuerpo como unidad separada que no tendra que informar en absoluto a Walker. ste tendra que competir ahora con Almond en la carrera hacia el norte, mientras se planeaba otro desembarco anfibio para el X Cuerpo, esta vez en Won-san, en la costa oriental al norte del paralelo 38. MacArthur estaba aprovechando su gran victoria en Inchon para tomar un control an ms estricto de todas las fuerzas aliadas. Pero a partir de aquel mismo momento, de forma fatal, las cosas comenzaron a ir mal. En lugar de transportar abundantes pertrechos al recin conquistado Inchon para la prxima batalla, se estaban retirando de all hombres y suministros. En lugar de dirigirse hacia el este desde Sel para crear unas pinzas gigantescas con las que atrapar a los norcoreanos en retirada, las fuerzas de MacArthur dedicaron aquel momento crtico para acondicionar lenta y torpemente el X Cuerpo con el fin de tenerlo dispuesto para el prximo desembarco, que partira de Pusan en direccin a Wonsan. Aunque las tropas de Walker se esforzaban por dar caza a los soldados norcoreanos que huan hacia el norte, se concedi prioridad en las carreteras a la Sptima Divisin parte del X Cuerpo que se diriga hacia Pusan, en el sur, disponindose a participar en el siguiente desembarco anfibio. As, en la estrecha carretera por la que deban transitar los convoyes de abastecimiento, los que se desplazaban hacia el norte tenan que dejar paso a la Sptima Divisin en su marcha hacia el sur, violando una regla militar bsica: no perder nunca el contacto con el enemigo. El desembarco en Wonsan fue un desastre previsible desde el principio. La Armada estaba horrorizada por la idea. El almirante Turner Joy, que estaba al mando, no quera participar en l, temiendo acertadamente que el puerto de Wonsan estuviera minado. Trat de ver a MacArthur en Tokio para protestar, pero no lo recibi. El asalto anfibio sobre Wonsan se iba a convertir en una operacin ridcula; habra sido mucho ms rpido y fcil que alguna de las unidades del ejrcito de Walker se hubiera dirigido all de forma convencional, pero tal como se plane, todo fue mal. Se produjo un retraso tras otro, de forma que las tropas de Naciones Unidas llegaron antes a Wonsan por tierra. De forma ignominiosa, las tropas surcoreanas de las divisiones 3. y Capital llegaron all el 10 de octubre, prcticamente sin oposicin. Al da siguiente Walker vol a la ciudad portuaria junto con el general Earl Partridge, que estaba al mando de la fuerza area. Al encontrar el aeropuerto abierto, Partridge comenz a utilizar al personal para enviar pertrechos a los surcoreanos. Finalmente, el 19 de octubre llegaron al puerto de Wonsan los buques que traan a los marines, pero el almirante Joy estaba en lo cierto y result que el Ejrcito Popular haba distribuido unas doscientas minas en el puerto; como la Armada slo dispona de doce dragaminas, los marines tuvieron que permanecer a bordo mientras los dragaminas limpiaban lentamente el puerto. Aquella prolongada espera provoc pronto el mareo de muchos de los marines; luego les afect una oleada de disentera. En un buque de transporte gigantesco haba setecientos cincuenta marines enfermos. Conscientes de que las tropas surcoreanas ya haban tomado la ciudad acabaron llamando a su desembarco Operacin Yo-yo. El ltimo insulto para aquellos soldados tan orgullosos se produjo cuando Bob Hope, el famoso comediante que sola entretener a los soldados en las zonas de combate, lleg a Wonsan y ofreci un espectculo supuestamente destinado a los marines, que todava permanecan en el puerto en sus barcos. All, en un escenario improvisado en el hangar de Wonsan, brome diciendo que era la primera vez que venca a los marines en tierra. Es maravilloso veros aqu a todos, le dijo a la audiencia relativamente pequea formada por la tripulacin de mantenimiento, surcoreanos y algunos oficiales de la Armada. Os invitaremos a todos nuestros desembarcos.14 Hasta el 25 de octubre, dos semanas despus de la llegada del ejrcito surcoreano, no pudieron desembarcar los marines. Pero el mayor peligro y tanto en Tokio como en Washington lo saban casi todos no era el desembarco en Wonsan, sino la divisin del mando. De todas las reglas no escritas en la doctrina del ejrcito estadounidense, sta era quiz la ms sacrosanta. Era algo que simplemente no se poda hacer. Cuando los militares estadounidenses pensaban en la divisin del mando, recordaban inmediatamente la aniquilacin del sptimo de Caballera de George Armstrong Custer en Little Big Horn. En el futuro, junto con Custer, recordaran a Douglas MacArthur y Ned Almond y la tragedia final junto a los ros Chongchon y Yalu, porque fue all donde Douglas MacArthur introdujo sus tropas en un terreno peligroso, hostil e indeciblemente difcil (precisamente cuando la climatologa, como l mismo haba predicho, comenzaba a volverse contra ellos), con lo que de hecho estaba duplicando la vulnerabilidad de las dos partes de sus fuerzas. Aquello reflejaba muchas de las peores cualidades de MacArthur, pero ms que nada su menosprecio hacia su enemigo potencial, el Ejrcito Popular de Liberacin chino. Este ya haba estudiado cuidadosamente su carcter, pero l no se haba dignado devolverles el favor y los hombres bajo su mando iban a sufrir amargamente esa desatencin. Tampoco se trataba de una pequea cuestin tcnica. Cuando MacArthur permiti a Almond encargarse de dos tareas, nadie poda creer lo que estaba haciendo. En palabras de Jack Murphy, que entonces no era ms que un joven teniente pero ms tarde se convertira en un serio estudioso de la guerra, representaba quiz el mayor conflicto de intereses a alto nivel en el ejrcito estadounidense del que yo tenga noticia.15 Aquellas dudas pesaban sobre gran parte de la estructura de mando mientras los soldados estadounidenses se desplazaban hacia el norte. Despus de todo, muchos hombres haban entrado en las salas de mando de distintas unidades y haban visto mapas en los que aparecan sealadas las posiciones de las fuerzas chinas que esperaban al otro lado del Yalu. Durante la batalla del Naktong Murphy haba sido llamado al cuartel general del Octavo Ejrcito y all haba visto un mapa gigante en el que su mirada se sinti atrada por tres pequeos rectngulos rojos a lo largo del Yalu. Alguien le dijo entonces que cada rectngulo representaba una unidad comunista china. Murphy pens que eso significaba que haba all tres divisiones, lo que ya era un buen nmero de soldados chinos, hasta que supo que cada marca representaba, no una divisin o un cuerpo, sino un ejrcito, o como sus amigos de la inteligencia le informaron, unas veintisiete divisiones (tres divisiones por cuerpo, tres cuerpos por ejrcito), esto es, entre doscientos cincuenta y trescientos mil soldados. Por muy dura que hubiera sido la batalla del Naktong, bastaba mirar aquel mapa para saber que les esperaba algo mucho peor.16 Por qu MacArthur dividi su mando, y luego impuls sus alas tan confiadamente hacia una regin que peda a gritos mayor precaucin, es algo que nadie entendi bien del todo. Nada de lo que ms tarde dijo o hizo explica convincentemente aquella decisin; y tampoco lo explica nada de lo que escribieron los miembros de su propio Estado Mayor o los periodistas que simpatizaban con l. Para Matt Ridgway, dado que la decisin no tena sentido militarmente, tena que haber otra explicacin, especialmente si se tiene en cuenta que MacArthur no se comportaba de forma casual y que sus movimientos siempre eran tan polticos como militares. Ridgway sugiri cuatro dcadas ms tarde que de aquella forma MacArthur, consciente de la gran influencia que tena despus del desembarco en Inchon, estaba creando de hecho un mando separado de un ejrcito separado, an ms lejos del alcance de Washington, de la Junta de Jefes de Estado Mayor y de Walton Walker. Pretenda reducir el papel y la independencia del mando del Octavo Ejrcito que le haban asignado, esto es, de Walker, y crear un sistema propio sobre el que tendra ms control. En opinin de Ridgway, Almond no era sino el instrumento en realidad un pen de aquella estrategia con la que MacArthur pretenda arrebatar el poder a los jefes de Washington, y stos comenzaron a entender lo que estaba haciendo demasiado lentamente y demasiado tarde. La divisin del mando le daba mucha ms capacidad de decisin y se la quitaba a Washington sobre el terreno. Almond hara cualquier cosa que l quisiera sin preguntarle siquiera. Si MacArthur deseaba tener all a alguien que siguiera sus rdenes con lealtad ciega, Almond era el hombre indicado. Walker era otra cuestin, porque no estaba tan sometido a MacArthur. La campaa de Inchon haba mostrado atisbos de independencia por su parte. La divisin del mando, crea Ridgway, estaba deliberadamente destinada a disminuir la independencia de Walker y a limitar as la influencia de Washington sobre los acontecimientos en Corea. Significaba que Walker ya no iba a ser el nico alto mando del ejrcito bajo MacArthur, y que su margen de maniobra se vera sustancialmente recortado; ahora era uno de los dos comandantes, de hecho slo un glorioso comandante de cuerpo que tendra que consultar con Almond, en su papel de jefe de Estado Mayor, muchas cuestiones. Adems, como se vea obligado a competir con Almond en la carrera hasta el Yalu, le resultara mucho ms difcil cuestionar las rdenes que lo empujaban hacia el norte y tendra que estar a la defensiva con su superior, explicndole por qu sus tropas no se desplazaban tan rpidamente como las de Almond. En trminos polticos, pensaba Ridgway, en trminos de controlar el terreno y aumentar significativamente su poder en Tokio, era una iniciativa maestra aunque peligrosa y una victoria decisiva en la guerra que MacArthur estaba llevando a cabo contra Washington. Los jefes de Estado Mayor, crea Ridgway, tardaron demasiado en captar todas sus consecuencias.17 21
Al llegar el otoo de 1950, el sueo de Chiang Kai-shek de regresar al continente careca ya de ningn viso de probabilidad, especialmente porque ninguno de los dos bandos en el Congreso, ni siquiera los partidarios ms enardecidos de Chiang, queran asumir la responsabilidad de enviar soldados estadounidenses, quiz millones de ellos, para combatir en China. Pero el sueo de tal regreso todava daba rditos polticos, ofreciendo a los adversarios del gobierno un motivo inagotable para disparar libremente sobre l. Sus aliados de la embajada nacionalista china en Washington los alentaban, aunque no siempre les transmitan las noticias que podan significar un problema para Estados Unidos. Durante las semanas que precedieron a la entrada de China en la guerra hubo grandes movimientos de tropas del Ejrcito Popular de Liberacin hacia la frontera chino-coreana. Importantes funcionarios nacionalistas, tanto en Taiwn como en la embajada en Washington, tenan noticias muy precisas sobre esos movimientos y lo que es an ms importante, una intuicin bastante segura de lo que pareca dispuesto a hacer el gobierno de la Repblica Popular. Saban cmo respondera ste a la situacin en Corea cuando se aproximaran a su frontera los ejrcitos estadounidense y surcoreano, porque ellos habran respondido de la misma forma; pero de hecho su pronstico se basaba en algo ms que en el instinto: algunos de sus antiguos colegas durante la guerra civil que se haban incorporado al Ejrcito Popular despus de que sus unidades se rindieran, les transmitan por radio lo que saban de los planes de sus mandos comunistas. As pues, los dirigentes nacionalistas chinos tenan datos muy precisos, procedentes tanto de antiguos oficiales nacionalistas incorporados ahora al Ejrcito Popular como de trabajadores del sistema ferroviario chino que seguan simpatizando con el Guomindang, as como de otros sectores de la antigua estructura estatal. Prevean con bastante exactitud la colisin que estaba a punto de producirse desde el da en que las fuerzas de Naciones Unidas cruzaron el paralelo 38, y cada nuevo dato que reciban lo confirmaba (lo sabemos, en parte, porque algunos de los cables recibidos al respecto fueron finalmente dados a conocer por un disidente de la embajada en Washington). La entrada de la Repblica Popular China en la guerra de Corea prometa un conflicto que deseaban ardientemente, y cualquier esperanza de regreso al continente se basaba en aquel momento en la guerra con la nueva China; era su nica posibilidad. Por eso no se apresuraron a alertar a sus aliados estadounidenses sobre lo que iba a suceder con el fin de que no pudieran evitar las consecuencias de tal choque. Dado que los funcionarios de la embajada nacionalista en Washington saban ms en general de la poltica estadounidense que sus colegas en Taiwn, se esforzaron por convencerlos de que se mantuvieran tranquilos y demoraran la transmisin de la informacin que posean al gobierno estadounidense. No cabe subestimar la importancia de la embajada nacionalista en Washington, dado por un lado el talento de su personal y por otro el peso de la derecha poltica estadounidense dispuesta a convertirse en portavoz de sus aspiraciones. En 1948, en la medida en que exista todava un gobierno nacionalista en China, su atencin se diriga ms a Washington que a la propia China y sus seguidores eran sobre todo polticos y periodistas estadounidenses, no chinos corrientes. Era en Washington donde sus representantes ms avispados, hombres como T. V. Soong y Wellington Koo, operaban con gran habilidad. En mayo de 1949 Eric Sevareid, de la CBS, que haba cubierto la informacin sobre China durante la segunda guerra mundial, inform que el gobierno nacionalista se ha desintegrado prcticamente. Su cuartel general real, de tenerlo, est aqu en Washington, donde sus asociados y simpatizantes estadounidenses tratan desesperadamente de lograr otro gran programa de ayuda estadounidense a China. Las fuerzas que propiciaban la colisin entre Estados Unidos y China eran ms poderosas de lo que la gente a un lado y otro del Pacfico crea, y Taiwn se haba convertido, casi sin que lo percibieran los estadounidenses, en el gran nudo de la situacin desde el momento en que Chiang se traslad all, de forma que, incluso antes de que se proclamara la Repblica Popular China, Estados Unidos haba comenzado ya a descartar la posibilidad de tratar con ella. No la reconoci a pesar de que sus principales aliados, incluidos los britnicos, comenzaran a moverse en esa direccin, quedando as ms aislado en muchos sentidos que la propia Repblica Popular, al tiempo que la empujaba inexorable y cada vez ms firmemente en brazos de Stalin. Adems, la amistad con Chiang implicaba defenderlo y protegerlo, lo que en definitiva significaba tambin defender y proteger la isla de Taiwn. Durante los aos previos al enfrentamiento en el continente, la Junta de Jefes de Estado Mayor haba juzgado que esa isla no era decisiva para la seguridad nacional estadounidense. En marzo de 1949 nada menos que el propio MacArthur haba dicho: No hay ninguna razn militar por la que necesitemos Formosa como base, declaracin deliberadamente difundida por el Departamento de Estado (lo que no le gan precisamente a Dean Acheson la simpata del comandante supremo en el Pacfico). Pero la poltica estratgica puede cambiar, por supuesto. Taiwn tena ciertamente ahora mayor valor que antes, pero la modificacin sustancial de aquella poltica, la decisin de defender a Chiang y Taiwn, iba a tener graves consecuencias. El gobierno poda considerarla un ajuste relativamente leve a necesidades muy diferentes en Asia, pero Mao y sus seguidores no lo vean as. Para ellos era una afrenta decisiva que les impeda unificar el pas. Estados Unidos se haba interpuesto de hecho entre ellos y la complecin de su revolucin, al tiempo que cortaba todos los canales posibles de comunicacin con ellos. Aquello significaba que uno y otro bando carecan de margen de maniobra. En Washington el gobierno de Truman reaccionaba por instinto y haca lo que sus altos funcionarios pensaban que era un pequeo ajuste geopoltico; para los comunistas victoriosos en el continente, aquella decisin les imposibilitaba la liberacin de toda China. A sus ojos era nada menos que la agresin de un enemigo jurado implacable. Desde el momento en que Chiang abandon el continente, pocas cosas preocuparon tanto a la embajada en Washington y al lobby chino como evitar que Estados Unidos reconociera a la Repblica Popular. Tuvieron tanto xito que el reconocimiento de China se convirti en un perdurable problema interno, que los demcratas temieron siquiera tocar durante ms de dos dcadas. Sera el presidente Richard Nixon, el mismo que de joven impuls la idea de que los demcratas favorecan el acceso al poder poltico de los comunistas, y que por eso era en cierta medida inmune a la acusacin de hacerles el juego a los rojos, quien rompera el hielo en febrero de 1972 con una visita a China que ningn poltico demcrata podra haber llevado a cabo sin ser calificado de instrumento o compaero de viaje de los rojos, entre otros por el propio Richard Nixon. Hasta entonces los estadounidenses tuvieron ante s una incgnita curiosa, que los suma en la perplejidad: Cul era la verdadera China? La vasta nacin continental con quinientos, seiscientos y pronto setecientos millones de habitantes, o la pequea isla frente a su costa con unos ocho millones de habitantes, seis millones de ellos taiwaneses y dos millones recin llegados del continente? Durante mucho tiempo no hubo una respuesta clara a esta pregunta en Estados Unidos. Las decisiones que haban de tomarse eran las ms graves que cabe imaginar: Eran Taiwn y Chiang tan importantes como para justificar que se abriera un captulo nuevo y ms peligroso en las relaciones de Estados Unidos con un pas tan importante, que acababa de hacerse adulto en una nueva encarnacin en Asia, no muy bien recibida? Deba realmente mantener su lealtad a un lder derrocado que haba defraudado sistemticamente a su propio pueblo, haba recibido con desprecio los consejos militares, polticos y econmicos estadounidenses, y haba sido el principal abastecedor de armas de sus enemigos? Vala la pena arriesgarse a echar en brazos del principal enemigo de Estados Unidos aquel formidable pas, una nacin en ascenso, que poda llegar a ser peligrosa, y que algn da acabara siendo una gran potencia? Vala la pena reforzar la creencia de Mao Ze-dong de que Estados Unidos no era sino la nueva potencia imperial que aspiraba a dominar su pas? Estaba el gobierno estadounidense dispuesto a hacer exactamente lo que Mao en cierto sentido quera, fomentando su paranoia y contribuyendo a endurecer su actitud y su poltica contra Estados Unidos? sos eran los interrogantes reales del momento, y la respuesta a todos ellos era, casi con seguridad, negativa; pero tambin haba cuestiones de seguridad nacional que en aquel momento aparecan difuminadas, pues haba tensiones y emociones de la poltica interna que tenan ms peso que ellas. As que Estados Unidos, en definitiva, sigui apoyando un gobierno ya fenecido. Nadie apreciaba ms claramente la futura colisin que John Melby, el joven experto en China que haba sido tan acertado con respecto a muchas otras cosas tras ser testigo del hundimiento de la China nacionalista. Era una figura fascinante: en 1945 haba sido enviado a China desde la embajada estadounidense en Mosc, por indicacin especfica de Averell Harriman, entonces embajador en la Unin Sovitica, para vigilar de cerca las operaciones soviticas en aquel pas. Melby se convirti pronto en uno de los crticos ms exasperados e impacientes de Chiang desde la embajada estadounidense. Entendi inmediatamente que la popularidad y el xito de los comunistas no tena nada que ver con la Unin Sovitica y que era su capacidad para responder a las reivindicaciones populares y al nacionalismo latente en el pas lo que los haca tan formidables. Nunca dud de que las relaciones entre Estados Unidos y la China de Mao seran extremadamente difciles, pero tampoco de que vala la pena intentarlo. En junio de 1948, un ao antes del colapso final del rgimen de Chiang, escribi profticamente en su diario: Estados Unidos, con todo su poder, no podr contener la marea asitica, pero cierta prudencia por nuestra parte podra hacer quiz que esa marea fuera un poco ms amistosa hacia nosotros de lo que es ahora.4 La decisin, pocos das despus de que los norcoreanos invadieran el sur, de enviar la Sptima Flota al estrecho de Taiwn fue fatal, mucho ms de lo que poda imaginar el gobierno estadounidense. Mao saba que no poda vencer a las fuerzas militares navales y areas estadounidenses, as que cuando finalmente decidi enfrentarse a Estados Unidos fue en Corea, mucho ms accesible para su colosal ejrcito terrestre. El Ejrcito Popular de Liberacin poda cruzar el Yalu a pie mientras que no poda cruzar a nado el estrecho de Taiwn. Si Estados Unidos haba trazado su lnea en ese estrecho, Corea era de lejos el lugar ms conveniente para que Mao trazara la suya.
Sptima parte
Las fuerzas estadounidenses cruzan el paralelo 38 y se dirigen hacia el norte
22
Por parte estadounidense, la decisin de cruzar el paralelo 38 y dirigirse hacia el norte vino dada en cierto modo por la fuerza misma de las cosas. Cuando se vieron ante ella, los altos funcionarios civiles crean que podran controlarla, pero acab desbordndoles. Tras la invasin norcoreana del sur, Truman, Acheson y su gente del Departamento de Estado no haban dedicado mucho tiempo a pensar lo que sucedera si la marea de la guerra se inverta y las fuerzas del Inmin-gun se replegaban. De hecho, durante sus dos primeros meses como gabinete de guerra se haban concentrado en la pura supervivencia, sin considerar apenas el problema, entonces muy abstracto, de lo que habra que hacer si de repente se abra el camino hacia el norte. Ahora, despus del desembarco en Inchon, esa cuestin haba cobrado la mayor actualidad y se haba despertado el apetito de una victoria mayor. Quienes haban controlado tan cuidadosamente las decisiones en la reunin mantenida en la Casa Blair a finales de junio estaban perdiendo las riendas al asomar esa posibilidad. Las diferencias cruciales entre los principales dirigentes militares y civiles y MacArthur sobre la agenda en general y la actitud hacia China, soterradas hasta cierto punto cuando el Ejrcito Popular amenazaba con hacerse con todo el pas, comenzaron ahora a aflorar. Como haban sido los comunistas los que haban comenzado la guerra al cruzar lo que Estados Unidos consideraba una frontera, como haban muerto ya all tantos estadounidenses, y como el comandante supremo siempre haba ambicionado esa posibilidad, la decisin estaba esencialmente tomada. Cuanto ms xito tenan las fuerzas estadounidenses en el sur, ms difcil era poner un lmite a su avance hacia el norte. Cualquiera que tratara de hacerlo sera acusado de contemporizador. De hecho, el senador por California, Bill Knowland, uno de los portavoces ms enrgicos del lobby chino en el Senado, ya haba lanzado esa recriminacin. La fuerza retrica acumulada durante varios aos de Guerra Fra en palabras que resuman un mundo dividido en blanco y negro en trminos morales, contribua a impulsar el avance hacia el norte, aunque lo que estaba en juego exiga pensar en matices de gris. Cada vez era ms difcil quedar satisfecho con un xito parcial, truncado, con el antiguo y siempre insatisfactorio statu quo. Haba evidentemente razones de tipo militar: habra sido difcil justificar un alto en el paralelo 38 a la espera de que el enemigo reagrupara sus fuerzas y volviera a atacar. La decisin ms lgica desde el punto de vista militar, que fue la que adopt finalmente la Junta de Jefes de Estado Mayor, supona avanzar un trecho limitado ms all del paralelo 38, reunir una capacidad area significativa, localizar una franja de terreno que se pudiera defender fcilmente con la artillera, cavar trincheras, imposibilitar cualquier nuevo asalto y a continuacin proponer un alto el fuego; pero eso habra significado aceptar la idea de una victoria limitada en una guerra limitada y negociar con gente con la que los estadounidenses se negaban a hablar. MacArthur no era el nico que quera seguir avanzando hacia el norte; si los dems miembros del alto mando se haban visto a menudo en dificultades con l, sobre esa cuestin solan sin embargo pensar lo mismo: entre los militares es prcticamente una condicin gentica que cuando existe una posibilidad de avanzar, hay que hacerlo. La decisin de proseguir hacia el norte suscit un debate que nunca lo fue realmente, ya que las fuerzas proclives a cruzar el paralelo 38 eran demasiado potentes y en el Departamento de Estado se haba producido una modificacin decisiva con la lenta pero sistemtica erosin de la influencia de George Kennan. Cuando se tom la decisin de cruzar el paralelo 38 su opinin ya haba dejado de pesar en la balanza. Para l el riesgo de que la Unin Sovitica o la Repblica Popular China optaran por la guerra era demasiado grande para tratar de unificar toda Corea. Paul Nitze, muy influido por Kennan a ese respecto, estaba de acuerdo con l. Kennan estaba seguro de que Estados Unidos se encaminaba hacia una importante crisis, de que Washington no podra controlar a MacArthur y de que estaba a punto de suceder algo terrible. Esa era su pesadilla: crea que Estados Unidos se estaba sobreesforzando militarmente por algo que no tena tanta importancia y que no mejorara en absoluto su situacin geopoltica, y que al hacerlo corra un terrible riesgo; pero para entonces ya haba quedado fuera de juego. Adems no era el nico que se vea marginado. Acheson haba ido haciendo sus propios cambios y apuntalndolos en la seccin del Lejano Oriente casi desde que se hizo cargo de la Secretara de Estado. La mayora de los expertos en China y la gente que se encargaba de los asuntos relacionados con ella haban sido relevados, aunque a Acheson no le gustara admitirlo. Era demasiado orgulloso para dejar ver que retroceda en alguna cuestin por razones polticas. Estaba agotado por el esfuerzo continuo contra quienes se oponan a sus opiniones al respecto, tratando de argumentar el razonamiento bastante abstracto de que el comunismo en China y Rusia poda ser diferente (por aquella poca mostr su frustracin en una reveladora conversacin con el primer ministro britnico Clement Attlee, a quien coment que haba sido probablemente ms calumniado que nadie por tratar de distinguir entre las intenciones soviticas y las chinas, y que pensaba que ya no era posible actuar sobre la base de una eventual escisin entre los dos grandes pases comunistas). A medida que Acheson se iba deshaciendo de los entendidos en China, iba entrando en el Departamento de Estado gente ms conservadora. El equipo de estudios sobre Asia, es especial, cambi muy rpidamente. Dean Rusk, un burcrata circunspecto, centrista-conservador, se convirti en el hombre clave del gobierno para los asuntos de Asia. Era justo la figura invertida de Kennan; si ste haba aportado al gobierno grandes conocimientos sobre Rusia y China pero era prcticamente insensible a la realidad ms acuciante de la poltica interna estadounidense, Rusk prestaba mucha ms atencin a esta ltima y mucha menos a la poltica exterior, y eso era exactamente lo que Acheson quera en un momento en que haba que hacer concesiones. Haba aceptado voluntariamente la degradacin relativa que supona pasar de subsecretario de Estado a secretario adjunto para los asuntos del Lejano Oriente. Acheson se lo agradeci dicindole: Esto te valdr el Corazn Prpura y la Medalla de Honor del Congreso. Rusk se mostr extremadamente convencional en todo lo relativo a China. Ms tarde, durante la guerra de Vietnam, fue uno de los principales representantes de la lnea dura contra el comunismo asitico, pero en el verano de 1950 ya comenzaba a apuntar maneras en el Departamento de Estado con opiniones que en aquel momento no le podan causar problemas polticos; crea que el ascenso de Mao representaba un cambio histrico, un desplazamiento en el equilibrio de poder en favor de la Rusia sovitica y en perjuicio de Estados Unidos. A diferencia de Kennan, Rusk vea el mundo comunista como una entidad monoltica. Fue uno de los primeros en proponer la incorporacin de John Foster Dulles al Departamento de Estado a pesar de su militancia republicana, y cuando se produjo llegaron rpidamente a un acuerdo sobre la importancia de defender Taiwn. El 18 de mayo de 1950 Dulles present un borrador sugiriendo que Taiwn era un lugar tan bueno como cualquier otro para establecer all la lnea fronteriza; doce das despus Rusk habl en favor de la misma posicin. Ambos presentaron la isla como un atractivo reducto que haba que defender porque Estados Unidos poda desplegar desde all eficazmente su poder naval y areo de largo alcance y los soviticos (y los chinos) no podan trasladar all con facilidad sus fuerzas terrestres. La controvertida reincorporacin de Dulles al Departamento de Estado * reflejaba sin duda la actitud defensiva de Truman y Acheson frente al ascenso de la oposicin republicana. Haba sido el candidato a secretario de Estado en el gobierno en la sombra republicano y el principal asesor de Dewey en cuestiones de poltica exterior, y se le supona muy conectado con las fuerzas polticas del internacionalismo oriental. La derrota de Dewey en 1948 fue para l una amarga desilusin. Lo nombraron entonces para un escao vacante en el Senado por Nueva York, aunque insista en que no se presentara a las elecciones; luego decidi presentarse y perdi en unas elecciones especiales frente a Herbert Lehman, el popular ex gobernador, por casi doscientos mil votos de alrededor de cinco millones emitidos. Tras aquel fracaso Dulles, que quera volver al mundo de la poltica (y tener una mayor visibilidad pblica), y a la espera de futuras elecciones presidenciales, insinu a los demcratas la posibilidad de asumir algn papel en el Departamento de Estado, lo que, segn les explic, permitira frenar algunos de los portavoces de la derecha republicana como los senadores Styles Bridges y Robert Taft, si Truman [le] permita plantear algunas acciones en positivo contra "la amenaza comunista".4 En el Departamento de Estado no todos lo recibieron con alegra era famoso por su arrogancia, pero Acheson, que no era precisamente uno de sus admiradores, acab decidiendo que aqul poda ser un movimiento tctico inteligente. Cuando se lo mencion por primera vez a Truman, ste salt indignado de la silla: Dulles haba dicho cosas muy duras sobre su poltica interna durante la campaa de 1948. Pero Acheson, aleccionado por Arthur Vandenberg, el principal internacionalista republicano, esper el momento oportuno para volver a planterselo a Truman, y Dulles fue finalmente asignado a la elaboracin del tratado de paz con Japn junto con John Allison, quien haba trabajado de joven para el servicio exterior en Japn, haba pasado un corto perodo de tiempo internado despus de Pearl Harbor y haba acabado convirtindose en el jefe de la oficina de Asia Septentrional, un puesto afortunado que le haba permitido escapar al fuego cruzado de la poltica con respecto a China. En las reuniones a alto nivel la incorporacin de Dulles produjo un efecto inmediato. En opinin de George Kennan, slo debera haber participado en las reuniones directamente relacionadas con el tratado de paz con Japn; su presencia, sorprendentemente dominante en determinadas circunstancias, reflejaba el cambio en la poltica interna e inclinaba el debate hacia una lnea ms dura, haciendo sentir directamente a los presentes la creciente presin de la derecha. A primeros de julio Kennan haba comenzado ya a sentir que los acontecimientos estaban escapando al control del gobierno. El 10 de julio la India haba hecho llegar al gobierno estadounidense una propuesta de paz para Corea, hacindole saber adems que la Repblica Popular China se mostraba interesada en ella. Constaba de tres puntos: cese de las hostilidades, retirada de ambos bandos al sur y al norte del paralelo 38, respectivamente, e incorporacin de la Repblica Popular China a Naciones Unidas. Pareca una seal prometedora pero los soviticos estaban claramente disgustados, lo que no era sorprendente. Para Kennan era una propuesta muy interesante. Crea que la incorporacin de China a la ONU no supona ningn problema importante para la seguridad nacional, ya que los soviticos ya pertenecan a ella y disponan de capacidad de veto; la propuesta tena adems el beneficio adicional de crear una grieta entre la Repblica Popular China de la Unin Sovitica. Pero fue rechazada enrgicamente por Dulles, ya que en su opinin y la de otros crticos supondra recompensar la agresin: la opinin pblica entendera que hemos aceptado dar algo a cambio de nada. Para Kennan, las razones polticas para rechazar la propuesta india eran muy obvias y el 17 de julio escribi en su diario: Espero que algn da la historia vea en esto un ejemplo del dao que ha hecho a nuestra poltica exterior la irresponsable e intolerante influencia sobre el Congreso del lobby chino y sus amigos.5 En julio de 1950 Rusk, Dulles y Allison formaron algo as como una trinidad en el Departamento, y los tres comenzaron a argumentar a favor de cruzar el paralelo 38, en un momento en que casi ningn otro miembro de la burocracia gubernamental pensaba siquiera en el tema. En unas memorias sobre sus aos en el servicio exterior (Ambassador from the Prairie; or, Allison in Wonderland), Allison negaba que hubiera desempeado ningn papel en la decisin de cruzar el paralelo 38, pero quiz se mostraba demasiado modesto, ya que durante aquel importante perodo escribi cosas muy duras y muy emocionales, actuando claramente como avanzadilla de Dulles y Rusk, quienes a continuacin presentaron otros documentos en la misma lnea. Sus memorandos parecan a menudo destinados a desacreditar las propuestas de tendencia paloma procedentes de la Oficina de Planificacin Poltica del Departamento de Estado, donde aun a pesar de Paul Nitze la mayora de los expertos estaba preocupada por las intenciones soviticas y chinas. Ya el 1 de julio, al regresar de Tokio, Allison le haba dicho a Rusk por escrito que las fuerzas estadounidenses deberan no slo cruzar el paralelo 38 sino seguir directamente hasta la frontera con Manchuria y Siberia, y una vez all propondramos unas elecciones para toda Corea supervisadas por la ONU. Esto suceda cuando la cuestin ms elemental era todava no ser expulsados de la pennsula ms que reconquistarla. El 13 de julio Allison escribi otro memorando apasionado a Rusk, con ocasin de las declaraciones de un oficial estadounidense que de forma bastante casual haba dicho a los periodistas que las fuerzas estadounidenses slo queran llegar hasta el paralelo 38 y detenerse all. Esto enfureci a Allison: Si yo fuera un soldado surcoreano y hubiera odo la declaracin del portavoz del ejrcito estadounidense, estara muy tentado de abandonar mis armas y volver al trabajo de la tierra. Al da siguiente Foster Dulles envi a Nitze una nota an ms irritada que la de Allison, en la que insista en que el paralelo 38 nunca pretendi ser y nunca debera ser una frontera poltica. Respetarlo ahora, sealaba, proporcionara asilo al agresor [y] perpetuara las fricciones y el peligro siempre presente de una nueva guerra. Si poda ser obliterado, tanto mejor, en inters de "la paz y la seguridad" en el rea, escribi Dulles. Rusk tuvo un papel muy destacado en aquel momento, como protagonista y como reactivo de prueba; fue el primer portavoz real de la lnea dura en los asuntos asiticos a ese nivel de un gobierno demcrata y contribuy de forma muy notable a modificar la actitud de Acheson y el Departamento de Estado hacia los acontecimientos que tenan lugar en Corea. Los viejos expertos sobre China podran haber desaconsejado cualquier iniciativa que incitara al gobierno chino a intervenir en la guerra, pero ya no estaban presentes y Rusk tena pocas dudas sobre la prosecucin de la ofensiva hacia el norte. Ms tarde, cuando el ejrcito chino atac a las fuerzas estadounidenses en el extremo norte de Corea, les dijo a sus colegas que aquello no debera pesar sobre nuestra conciencia, ya que esos acontecimientos no son sino el resultado de planes bien trazados y no fueron provocados por nuestras acciones. Segn la historiadora Rosemary Foot, aquello era una racionalizacin fantstica, destinada presumiblemente a tranquilizar al gobierno en un momento de desolacin.6 Retrospectivamente parece claro que todo aquello estaba de algn modo organizado, y que la gente de tendencia ms halcn como Rusk quera desactivar las propuestas de la Oficina de Planificacin Poltica, gente que pensaba, como Kennan, que proseguir hacia el norte era un error trgico. Para este ltimo cualquier intervencin en Corea era, en trminos puramente racionales, un error, y diversas dificultades logsticas llevaban a considerarla imprudente; pero dadas otras necesidades, entre ellas la estabilizacin de Japn, quiz era un error necesario, por decirlo as. Pero si las fuerzas de Naciones Unidas proseguan hacia el norte, el peligro que representaban los enemigos al acecho, ya fueran chinos o soviticos, ira creciendo, convirtiendo la empresa en algo insensato desde el punto de vista militar,7 debido a la forma del pas, que se extenda como un champin, y a los crecientes problemas logsticos para las fuerzas estadounidenses, mientras que el bando enemigo contara con mayores posibilidades. La idea de avanzar ms all del cuello de la pennsula le aterrorizaba, pero el Departamento pareca moverse en direccin opuesta. El 15 de julio, en un memorndum a Rusk, Allison mostraba su ms enftico desacuerdo con un documento de Herbert Feis, aliado de Kennan en la Oficina de Planificacin Poltica, que sugera la existencia de un gran peligro de intervencin sovitica o china si Estados Unidos prosegua su ofensiva al norte del paralelo 38. Segn Allison, ste siempre haba sido un lmite arbitrario, que slo se haba mantenido debido a la intransigencia sovitica; Estados Unidos, a su juicio, deba adoptar la determinacin de que los agresores no queden sin castigo, y un liderazgo vigoroso y audaz de Estados Unidos a ese fin debera tener un efecto saludable en otras reas de tensin en el mundo. Se indicara as a cualquier eventual agresor en otros lugares, que por supuesto sera el mismo que el agresor encubierto en Corea, que no se puede embarcar en actos de agresin con la seguridad de quien asume slo un riesgo limitado, el de ser rechazado hasta la lnea donde comenz su ataque. Eran palabras muy fuertes. Una semana despus un borrador de la Oficina de Planificacin Poltica escrito por George Butler, otro aliado de Kennan, apuntaba de nuevo el peligro de que soviticos o chinos intervinieran en la guerra. Los comunistas, deca Butler, difcilmente permitiran la existencia, tan cerca de sus fronteras, de un Estado ttere prooccidental. Aquel borrador provoc el ms emocional y militante memorando que haba escrito Allison hasta el momento, enviado el 24 de julio a Nitze. En primer lugar hablaba de la vergenza que caera sobre Estados Unidos si se detena en el paralelo 38, de su prdida de prestigio a ojos del pueblo coreano si aceptaba el estatus de preguerra como divisin de posguerra. Si eso suceda, el pueblo coreano perdera toda confianza en el valor, inteligencia y moralidad de Estados Unidos y yo, por ejemplo, no lo culpara por ello. La cosa se puso entonces realmente fea. Allison utiliz la palabra ms explosiva y emocional de aquella poca, la que se haba cernido sobre todas los discusiones de seguridad nacional desde la segunda guerra mundial, la palabra contemporizacin. Tratando de desacreditar a los seguidores de Kennan en la Oficina de Planificacin Poltica, dijo que el borrador [de Butler] supone que podemos ganar tiempo con una poltica de contemporizacin porque es eso lo que el borrador recomienda, una poltica timorata destinada a evitar la guerra con los soviticos. Deberamos reconocer que hay un grave peligro de conflicto con los comunistas soviticos y chinos hagamos lo que hagamos, pero no llego a ver qu ventaja obtenemos con un abandono de los principios morales y de nuestro deber de dejar claro de una vez para siempre que la agresin no es rentable, que quien viola las opiniones decentes de la humanidad debe asumir las consecuencias y que el que esgrime la espada perecer por la espada. Era algo muy fuerte y la posibilidad de detonar una guerra an mayor no pareca preocupar a Allison: Es cierto que esto puede significar una guerra a escala global, y as deberamos decrselo al pueblo estadounidense y explicarle el porqu y qu significar para l. Pero si todo el derecho legal y moral est de nuestra parte, por qu tendramos que vacilar?.8 De esta forma introduca en la burocracia gubernamental un debate sobre los mismos temas que aireaban las voces crticas de la derecha, y todo esto mostraba que al cambiar la situacin poltica interna, algunos adversarios del gobierno estaban ahora dentro de l. Al ir quedando clara la ruta que el secretario de Estado quera seguir, la oposicin de la Oficina de Planificacin Poltica se fue atenuando gradualmente. Pocos das despus del emotivo memorando de Allison, la Oficina dio a conocer otro ms suave que tambin respaldaba la idea de una Corea unificada e independiente, con lo que todos parecan ponerse de acuerdo. Aquellos intercambios de opiniones todava tenan lugar a un nivel relativamente bajo de la administracin; los niveles ms altos estaban demasiado ocupados con las malas noticias que llegaban desde Corea como para prestar atencin a esa cuestin. Inmediatamente despus de la invasin norcoreana, Acheson haba hablado a ese respecto en trminos muy vagos, diciendo que la intencin de Estados Unidos era devolver al sur sus fronteras anteriores; pero en julio comenz a emplear una formulacin diferente: no se poda esperar que las tropas avancen hasta la lnea marcada por un supervisor y se detengan all.9 Durante julio y agosto se respet el acuerdo de no hablar del asunto pblicamente. Si le preguntaban a Truman o a Acheson qu iba a suceder cuando las tropas estadounidenses alcanzaran el paralelo 38, eludan la cuestin. Pero el Congreso, ms cercano a las preocupaciones del pueblo estadounidense y con menor responsabilidad directa, se mostraba ms favorable a los halcones. Varios congresistas hablaban abiertamente de contemporizacin, recriminando al gobierno, e insinuaban que se haba tomado ya la decisin de no cruzar el paralelo 38. Los supervivientes de Hiss en el Departamento de Estado que llevan sobre su pecho la Cruz de Yalta esperan que el Congreso se eche atrs antes de alzar el teln para representar el siguiente acto de la tragedia de la contemporizacin con los rojos,10 dijo el representante Hugh Scott, de Pennsylvania, casi una semana despus del desembarco en Inchon. No cruzar el paralelo, remarcaba Bill Knowland, sera un ejemplo obvio de contemporizacin. Pareca que todos, en particular la opinin pblica, deseaban una victoria mayor. Una encuesta Gallup realizada a mediados de octubre mostraba que el 64 por 100 de los estadounidenses quera que se persiguiera a los norcoreanos ms all del paralelo 38. Las encuestas sobre tales cuestiones, como demostr ms tarde el caso de Vietnam, eran particularmente engaosas; todo el mundo prefera una poltica ms agresiva mientras no tuviera que asumir sus consecuencias. Un asunto muy diferente sobre el que no se les haba preguntado es si el 64 por 100 del pueblo estadounidense quera una guerra abierta con China. Si Acheson hubiera tratado de detener el avance hacia el norte o incluso de frenarlo, se habra visto envuelto en una importante disputa al nivel ms alto de la burocracia y en un terreno muy desventajoso que nominalmente corresponda a los militares, dado que la Junta de Jefes de Estado Mayor tambin quera seguir adelante, al menos durante un tiempo, hasta que las fuerzas de MacArthur se encontraran con divisiones chinas o soviticas. Al menos en un primer momento, cuando se lleg al paralelo 38, aquellos generales no hacan sino ceder a un impulso irresistible; cuando se tiene una victoria al alcance, se sigue adelante, o al menos se sigue adelante hasta que las tropas propias topan con un enemigo distinto, mayor y ms peligroso. Para ellos aquel momento era particularmente dulce al haberse visto precedido por grandes humillaciones; ms que una victoria, era algo as como una redencin. Por ms que los polticos algunos polticos siguieran con sus advertencias de mal agero, a ellos les correspondan las decisiones en el campo de batalla, y eso fue lo que hicieron: avanzar. Mucho despus Ornar Bradley repas el memorando de la Oficina de Planificacin Poltica que haba escrito George Butler, advirtiendo de una posible intervencin sovitica o china, y seal: Ledo retrospectivamente alrededor de treinta aos despus, se puede calificar como un documento lleno de sensatez. Uno de los problemas que limit su influencia, segn Bradley, que aprovech la ocasin para responsabilizar a los civiles, fue que Dean Acheson y sus principales asesores en cuestiones del Lejano Oriente, Dean Rusk y John Allison, compartan la actitud de los halcones en cuanto a cruzar el paralelo 38. Pero en aquel momento la cuestin pareca muy diferente. Las victorias eran tangibles, mientras que las razones por las que los militares deban frenar su avance y respetar a un ejrcito que todava no se haba mostrado en el campo de batalla eran abstractas. Quiz al acercarse a la frontera con China algunos altos mandos pensaron que deban estudiar el asunto con ms detenimiento. Al presidente no se le ocultaba la gravedad de las decisiones polticas que se deban tomar: saba que haba tropas chinas apostadas en la frontera, pero el enemigo norcoreano no slo haba sido derrotado sino que hua del campo de batalla. Si el gobierno decida no perseguirlo, la acusacin de blandura con el comunismo en Asia tendra graves repercusiones polticas. Ahora ya no se tratara de Chiang, sino que el nuevo grito de guerra, an ms estridente y polticamente cargado de consecuencias sera: Dejen actuar a MacArthur! Faltaba menos de un mes para las elecciones a medio mandato. Veinticinco aos despus el entonces secretario del Tesoro, John Snyder, escribi una carta a James E. Webb, el influyente nmero dos de Acheson a cargo de la subsecretara de Estado, en la que deca: Recuerdo que el presidente Truman tena pocas opciones cuando tom la decisin de proseguir el avance hacia el norte ms all del paralelo 38. Aquella decisin no haca sino ratificar en cierto modo otras anteriores. Las rdenes que Washington hizo llegar a MacArthur eran sorprendentemente ambiguas. Deba cruzar el paralelo 38, pero tambin evitar cualquier acto que comprometiera a Estados Unidos y a Naciones Unidas en una guerra ms amplia contra la Unin Sovitica o China. Deba interrumpir el contacto si sus tropas se encontraban con fuerzas soviticas o chinas. Al acercarse a la frontera china slo deba utilizar tropas surcoreanas; tampoco deban entrar sus tropas en las provincias coreanas limtrofes con la Unin Sovitica o China. Se trataba, por supuesto, slo de un trozo de papel, y no muy bien escrito que digamos. Charles Burton Marshall, miembro destacado de la Oficina de Planificacin Poltica que particip en su redaccin, deca ms tarde: Yo era muy consciente de que nos estbamos guaseando con la pulcritud de las frases. Aos despus Acheson escribira en sus memorias que si hubieran podido adivinar los pensamientos de MacArthur cuando cruz el paralelo 38 todos habran tenido ms precaucin, pero era una manifestacin poco sincera por su parte. Ya saba que MacArthur actuaba como un soberano, por utilizar las palabras del propio Acheson, y que le encantaban las rdenes ambiguas. Tambin saban que su objetivo en Corea era ms grandioso que el de sus superiores; pero se vean arrastrados por la marea de acontecimientos y desbordados por el prestigio adquirido por el general en Inchon, que se sumaba al cambio de situacin poltica que haca cada vez ms poderosos a sus adversarios. MacArthur no era slo el lder de la oposicin militar, sino quiz tambin el de la poltica. El gran secreto de la guerra de Corea es que lo teman ms de lo que estaban dispuestos a admitir. Lo teman en la derrota y ms an en la victoria. Cuando el 27 de septiembre se tom finalmente la decisin oficial de seguir adelante y cruzar el paralelo 38, el joven ayudante de Acheson, Lucius Battle, le llev las rdenes del Pentgono para que las firmara. Con la autosuficiencia propia de los jvenes, Battle insinu que eran demasiado vagas para alguien como MacArthur. Acheson estall Battle anot ms tarde que nunca lo haba visto antes tan enfadado y le pregunt: Qu edad tiene usted, Battle, por Dios bendito?. Battle le respondi que treinta y dos. Y pretende usted tener mejor criterio que toda la Junta de Jefes de Estado Mayor?14 A continuacin firm las rdenes. Battle pens que haba sido un momento singular, en el que el secretario de Estado haba mostrado hasta qu punto era prisionero de los acontecimientos. Aos despus Averell Harriman lo resumira de esta forma: Habra supuesto un esfuerzo sobrehumano decir que no. Psicolgicamente era casi imposible no seguir adelante para completar el trabajo.15 Como otros importantes dirigentes civiles, Harriman haba entendido que Inchon haba sido una victoria doble para MacArthur, no slo contra los norcoreanos sino tambin contra sus enemigos en Washington. Acheson le haba dicho, inmediatamente despus del desembarco en Inchon: Ahora no habr forma de parar a MacArthur.16 Frank Gibney, un joven corresponsal de guerra para la revista Time, pensaba que Inchon haba sido la victoria ms cara que nunca haba obtenido el ejrcito estadounidense, porque condujo a la deificacin de MacArthur y propici las derrotas que se produjeron a continuacin.17 Acheson comenz a llamarle el brujo de Inchon. Aunque en aquel momento nada pareca interponerse en su camino, cabe preguntarse por qu se apresur a anunciar la reconquista del Sel cuando todava se luchaba en sus calles. Cuando por fin le entreg el control de la capital a Syngman Rhee, ste le dijo: Lo admiramos y lo queremos como el salvador de nuestra raza.18 Era el vencedor y el profeta, y ahora tena una nueva divisa: Una Corea unida no comunista; se era su objetivo ltimo. Tampoco vea ninguna amenaza seria contra sus fuerzas. Estaba convencido de tener en sus manos el control de toda Corea. Al columnista halcn Joseph Alsop, que estuvo con l inmediatamente despus del desembarco en Inchon, le pareci que descartaba cualquier posibilidad de que el ejrcito chino pudiera intervenir en la guerra. De hecho le haba dicho MacArthur, si permaneces aqu no hars ms que perder tu valioso tiempo.19 Como escribira ms tarde Matt Ridgway, pareca tener al alcance de la mano una victoria total, una manzana dorada que simbolizara con su belleza la coronacin de una brillante carrera militar. Con ese premio a la vista, MacArthur no iba a permitir que nadie lo demorara o reconviniera y se lanz hacia el norte persiguiendo a un enemigo evanescente, cambiando sus planes cada semana para acelerar su avance sin considerar las oscuras seales de un posible desastre.20 Si despus del desembarco en Inchon, deca Matt Ridgway, MacArthur hubiera sugerido que un batalln conquistara una posicin caminando sobre el agua, muchos habran estado dispuestos a intentarlo. Pero eso no significaba que todos estuvieran realmente de acuerdo. En Washington aumentaba el desasosiego, primero entre los civiles y luego tambin entre los militares, a medida que MacArthur dilataba sus rdenes y la marcha hacia el norte se vea acompaada, primero por amenazas chinas de que intervendran en la guerra si lo consideraban preciso y luego por la aparicin de los soldados chinos. A la gente de Washington le preocupaba tambin las energas fsicas y emocionales de MacArthur para dirigir una guerra a gran escala como aqulla. Les llegaban constantes informes de que le faltaba el vigor suficiente para seguir al mando, lo que explicara por qu no pasaba mucho tiempo en el pas (un requisito esencial para un caudillo serio). Algunos oficiales del Pentgono haban odo a sus colegas sobre el terreno lo distanciado que estaba de la situacin real en Corea. Les preocupaban tambin sus procesos mentales y sobre todo su decisin de dividir el mando y el calamitoso desembarco anfibio en Wonsan. Algunos das pareca en muy buen estado, pero otros se le vea cansado y confuso. Su Estado Mayor, segn decan los informes, trataba esforzadamente de presentarlo ms animado de lo que estaba. En la mayora de las fotos todava pareca notablemente joven, pero a veces asomaba otra realidad, cuando no poda controlar el ambiente y su actuacin se tambaleaba. El periodista britnico Reginald Thompson recordaba que durante la ceremonia con la que se celebr la liberacin de Sel se haba visto obligado por el protocolo a quitarse momentneamente la gorra, y pareca curiosamente humano, viejo e incluso digno de lstima sin aquella gorra. Sin embargo, hasta entonces todo haba funcionado bien. Su bigrafo Clayton James, que lo admiraba, escribi: Si Napolen Bonaparte hubiera examinado la carrera de MacArthur hasta la vspera de la guerra de Corea, sin duda habra concluido que haba superado la prueba principal para un general: la fortuna. Despus del desembarco de Inchon esa fortuna comenz, no obstante, a esfumarse. 23
Aunque se multiplicaban las seales enviadas, sus supuestos destinatarios parecan incapaces de interpretarlas. Las advertencias sobre la eventual intervencin china no eran recibidas, por una parte porque nadie quera hacerlo, por otra porque quienes las podran haber entendido haban sido apartados de los puestos de influencia, y por ltimo porque en determinado momento el gobierno chino eligi un mensajero equivocado. Se trataba de Kavalam Madhava Panikkar, el embajador indio en Beijing. Era un experimentado diplomtico con una gran formacin intelectual, pero no, seguramente, el tipo de diplomtico con el que Washington estaba acostumbrado a tratar. El gobierno de Truman lo consideraba inaceptablemente inclinado hacia la izquierda y juzgaba que sus mensajes reflejaban sus prejuicios polticos y no la realidad (al menos la realidad tal como la vea Washington con sus particulares prejuicios). Panikkar era un buen escritor, autor de varios libros, entre ellos Asia y la dominacin occidental: un examen de la historia de Asia desde la llegada de Vasco da Gama (1498-1945) * alabado por el notorio historiador britnico B. H. Liddell Hart, pero su presencia en el mundo diplomtico resultaba algo inslita a ojos occidentales, como representante de un pas asitico recin independizado de su amo colonial; evidentemente vea los acontecimientos que tenan lugar en Asia a travs de ese prisma, muy diferente del de sus colegas occidentales. Aunque la repblica india, a diferencia de la China de Mao, tena como base una constitucin democrtica, su poblacin no era blanca y su gobierno se mostraba extremadamente sensible a cualquier asomo de intrusin poscolonial desde Occidente. Su principal preocupacin, y lo mismo se puede decir de Panikkar, no era la Guerra Fra como para los pases europeos, sino el conflicto ms amplio entre colonizadores y colonizados, entre el Primer y el Tercer Mundo. Para la mayora de los diplomticos occidentales la Guerra Fra era la cuestin histricamente trascendental de la poca, mientras que la aspiracin de los pueblos no blancos al fin del colonialismo era colateral; para hombres como Panikkar, en cambio, el gran acontecimiento histrico del momento era el inminente fin del colonialismo y la Guerra Fra era secundaria. Para l la victoria de Mao en China formaba parte de una revuelta anticolonial global, perspectiva radicalmente diferente de la de Washington. Puede que no fuera el mensajero que Washington habra preferido, pero el mundo estaba cambiando y con l la esfera diplomtica. Aunque Washington desconfiara de l y lo considerara un izquierdista, Panikkar era el autntico prototipo del intelectual indio de su poca, educado en la India y en Oxford; de joven trabaj como periodista * y con el tiempo se convirti en un gran historiador. Era muy amigo de Jawaharlal Nehru, el primer jefe de gobierno de la India independiente, con poderosos lazos forjados durante la lucha por la independencia. Ni Nehru ni l se identificaban con la perspectiva ms radical de Mao, quien a su vez vea a Nehru como una figura demasiado comprometida como para ser un autntico revolucionario, mientras que a Nehru le disgustaba lo que juzgaba insensibilidad de Mao hacia la vida humana. Tampoco simpatizaba con el comunismo y odiaba su falta de respeto hacia los derechos individuales, pero le pareca entender las fuerzas que impulsaban la revolucin china y le disgustaban las que, en su opinin, trataban de frenarla. Panikkar lleg como embajador a China en abril de 1948, a tiempo para contemplar las ltimas boqueadas del rgimen de Chiang, y le horroriz la corrupcin reinante. Como l mismo observ, debido a la inflacin se necesitaba una maleta llena de dlares chinos para ir de compras. Senta cierta simpata hacia Chiang, al que vea como un hombre de pensamiento medieval, en sus propias palabras un gran hombre nacido con un siglo de retraso, pero muy poca hacia la seora Chiang, una persona consciente de su propia superioridad... [e] imbuida de la actitud de una reina. Aunque la China de Chiang dependa totalmente de la ayuda estadounidense, a Panikkar le diverta la actitud de condescendencia patronal que los altos funcionarios de Chiang mostraban hacia los estadounidenses. Para los lderes del Guomindang, Estados Unidos no era ms que un gran pas brbaro cuyos dlares y pertrechos necesitaban con urgencia, pero cuya cultura no apreciaban particularmente. A finales de julio de 1950, cuando habl por primera vez con el primer ministro Zhou Enlai sobre Corea, ste le asegur que China no tena intencin de intervenir en la guerra, pero a finales de agosto, y ms an tras el desembarco en Inchon, el estado de nimo en Beijing comenz a cambiar y varios dirigentes chinos pronunciaron una serie de amenazas cada vez ms ominosas. En su opinin, despus del desembarco en Inchon la percepcin de la amenaza estadounidense haba cambiado y con ella su desentendimiento. Ya el 23 de septiembre, una semana despus del desembarco en Inchon, Nieh Yenrong, el jefe de Estado Mayor chino, le dijo a Panikkar que la Repblica Popular no iba a permanecer indiferente mientras las tropas estadounidenses llegaban hasta su frontera. Panikkar le pregunt si conoca las consecuencias de lo que estaba diciendo, obteniendo la siguiente respuesta: Todos sabemos lo que puede pasar, pero la agresin estadounidense debe ser detenida a cualquier precio. Los estadounidenses nos pueden bombardear, destruir nuestra industria, pero no pueden derrotarnos en tierra. Panikkar advirti que Estados Unidos, con su podero militar, poda hacer retroceder a China un siglo. Le respondi: Lo hemos calculado todo. Pueden incluso lanzar bombas atmicas sobre nosotros. Y qu? Pueden matar a varios millones de personas, pero sin sacrificios no se puede mantener la independencia de una nacin. El problema para Estados Unidos, aadi Nieh, era que la mayora de los chinos viva en el campo. De qu les pueden servir, pues, las bombas atmicas?4 Nieh le estaba ofreciendo as a Panikkar una versin sorprendentemente exacta de lo que el propio Mao pensaba entonces. Por aquellos das, en sus conversaciones con distintos agregados militares occidentales en Beijing, Panikkar oy hablar de trenes cargados de soldados que se dirigan hacia el norte. Sus datos, pese a las dudas occidentales, demostraron ser muy precisos. Pero la advertencia ms seria se produjo durante la noche del 2 de octubre. Panikkar llevaba hora y media dormido cuando lo despertaron dicindole que el jefe de Asuntos Asiticos del Ministerio de Asuntos Exteriores chino estaba en el recibidor. Cuando baj, ste le comunic que le esperaba para una reunin el propio Zhou Enlai. Pidi diez minutos para vestirse, preguntndose si iba a ser detenido y deportado. A las doce y veinte de la madrugada, una hora inusitada para acudir a una reunin tan crtica, Panikkar sali de su casa. Cuando vio a Zhou lo encontr muy sombro. La reunin fue muy breve y el mensaje escueto: Si los soldados estadounidenses cruzaban el paralelo 38, le dijo a Panikkar, China se vera obligada a intervenir. Panikkar le pregunt a Zhou si haban llegado noticias de que lo hubieran cruzado. El primer ministro chino respondi afirmativamente, aunque no saba exactamente dnde haba ocurrido. Si haban sido nicamente tropas surcoreanas, dijo Zhou, la cosa no sera tan grave; lo nico que le preocupaba eran los soldados estadounidenses. Con aquello dio la reunin por concluida. Al llegar a casa Panikkar escribi inmediatamente un informe completo de lo que haba sucedido para sus superiores en Nueva Delhi, que a su vez informaron al resto del mundo diplomtico. El 8 de octubre oy decir en la radio que la ONU le haba dado permiso a MacArthur para proseguir hacia el norte. Aquella noche Panikkar escribi en su diario: As pues, Estados Unidos ha elegido deliberada y conscientemente la guerra, con Gran Bretaa como aliado. Es una trgica decisin, ya que estadounidenses y britnicos son muy conscientes de que un arreglo por la fuerza militar de la cuestin coreana tropezar con la resistencia china, y de que los ejrcitos concentrados ahora junto al Yalu intervendrn decisivamente en la guerra. Probablemente es eso lo que, al menos algunos de ellos, quieren. Probablemente creen que sta es su oportunidad para ajustarle las cuentas a China. En cualquier caso, el sueo de MacArthur se ha hecho realidad. Slo espero que no se convierta en una pesadilla.5 Edmund Clubb, viejo experto en asuntos chinos y una persona muy conservadora, era el director de la Oficina de Asuntos Chinos del Departamento de Estado. La declaracin de Zhou a Panikkar le lleg a travs de los britnicos y pensaba que haba que tomrsela muy en serio, que no era una baladronada; pero entre sus superiores predominaba la sensacin de que Clubb haba sido demasiado alarmista en el pasado y de que en aquel momento no haba por qu prestarle demasiada atencin. El gobierno estadounidense hizo un intento de ponerse en contacto con el chino, mediante una conexin de bajo nivel entre Loy Henderson, el embajador estadounidense en la India y el embajador chino, pero el gobierno chino rechaz aquella iniciativa. Tendra que haber sido Panikkar. Los britnicos acabaron tomando muy en serio sus advertencias, pero la mayora de los diplomticos occidentales desconfiaba de l. El embajador estadounidense en La Haya telegrafi a Washington para transmitirle la mala opinin que en los Pases Bajos otra antigua potencia colonial que acababa de retirarse a regaadientes de Indonesia, su colonia ms importante se tena de Panikkar. Segn los diplomticos holandeses, haba aconsejado enrgicamente al primer ministro indio Nehru que se opusiera a la declaracin de la ONU que acusaba de agresin a los norcoreanos. La CIA crea que Panikkar era un instrumento involuntario que estaba siendo utilizado por los chinos, pero que la amenaza de stos no iba en serio. Acheson tampoco estaba impresionado; para l Panikkar no era ms que el portavoz de Beijing y no un diplomtico serio. Sus advertencias eran meras elucubraciones provocadas por el pnico.6 En opinin de Acheson, la idea de que la Repblica Popular China deseara realmente una guerra contra Estados Unidos y Naciones Unidas era extremadamente improbable. Para ella sera una pura locura intervenir en la guerra cuando su problema real era la larga frontera con la Unin Sovitica y cuando deseaba ardientemente entrar en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.7 Pocos gobernantes de la poca tenan una mente ms poderosa y lgica que Dean Acheson, que tena la habilidad de un gran abogado. Estaba convencido de saber lo que era bueno para los chinos, y de que en aquel momento de su historia, de eso estaba seguro, una guerra contra Estados Unidos no tena ningn sentido; pero entre sus muchas habilidades no se hallaba la de pensar como un revolucionario chino. A finales de septiembre, despus de que el Inmin-gun iniciara una retirada desordenada hacia el norte, el Ejrcito Popular de Liberacin chino comenz a dar muestras de que se estaba preparando para la intervencin. La decisin del gobierno chino, que iba a provocar indudablemente una cantidad terrible de bajas, pero le iba a permitir llegar a un empate con Estados Unidos y Naciones Unidas, estaba dictada por sus propias razones, no por amor a los norcoreanos. Su respeto hacia ellos y hacia Kim Il-Sung era en aquel momento muy bajo, ya que, en su opinin, no haban tenido que esforzarse demasiado para liberar su pas, mientras que el partido comunista chino, despus de todo, haba obtenido una gran victoria combatiendo durante dcadas contra un enemigo numrica y tecnolgicamente superior. Adems, Mao y los dems dirigentes chinos estaban todava muy irritados por la arrogancia de Kim Il-sung. Les haba escandalizado la indiferencia de Kim Il-sung a sus advertencias sobre un posible desembarco anfibio en Inchon. Cualquier jefe militar chino que hubiera desatendido unos datos tan precisos como le haban proporcionado habra sido destituido inmediatamente. A primeros de agosto, cuando las fuerzas del Ejrcito Popular chino comenzaron a concentrarse al norte del Yalu, el gobierno chino envi a uno de sus jefes de cuerpo, Deng Hua, a visitar a sus homlogos coreanos. Deng lleg hasta la ciudad fronteriza de Dandong, cerca de la desembocadura del Yalu. y descubri que no poda seguir ms all. Los coreanos no estaban dispuestos a permitirle acercarse ms al frente de batalla. El gobierno chino decidi enviar sus tropas a Corea porque Mao crea que eso era bueno para la nueva China y necesario para el futuro de la revolucin, tanto interna como internacionalmente. Tambin tema que de no intervenir se interpretara que la Repblica Popular, pese a toda su retrica, no era tan diferente de la vieja China, un gigante impotente cuando tena que hacer frente a los ejrcitos de los opresores occidentales. As pues, casi desde el mismo momento en que qued claro que la ofensiva de Kim Il-sung estaba condenada al fracaso, Mao inici la planificacin del envo de tropas chinas a Corea. A primeros de julio, cuando el ejrcito de Kim Il-sung todava estaba obteniendo grandes xitos en el campo de batalla, Mao haba ordenado sin embargo la creacin de lo que se convertira en el Ejrcito de Defensa de la Frontera Noreste, que se iba a situar a lo largo de la frontera con Corea, incluyendo tres ejrcitos o ms del Cuarto Grupo de Ejrcitos, que contaba con algunas de las mejores tropas chinas. Finalmente la fuerza acumulada lleg a 36 divisiones, lo que significaba aproximadamente (con las unidades de apoyo) unos setecientos mil soldados. Tambin se le sumaron siete divisiones de artillera y algunas unidades antiareas. Mao crea en cierto modo inevitable la intervencin china en la guerra y quera ser tan realista como fuera posible al calcular el precio que tendra que pagar. El 31 de agosto Zhou Enlai presidi una reunin sobre las fuerzas a emplear en la que los principales dirigentes hablaron, no slo de lo que necesitaran, sino de lo que costara en trminos de bajas potenciales el primer ao de una guerra contra Estados Unidos, estimando que podran alcanzar alrededor de sesenta mil muertos y ciento cuarenta mil heridos.8 Fue Mao Zedong en persona quien tom esencialmente las decisiones durante las semanas posteriores al desembarco en Inchon. Crea con firmeza en la revolucin y a pesar de haber empezado con fuerzas muy pequeas haba obtenido grandes xitos durante los largos aos de la guerra civil; la mayora de sus juicios, por implacables y exigentes que fueran, haban resultado acertados. Estaba convencido de que entenda al pueblo chino a los campesinos mejor que nadie. Crea en el derecho de China a ser de nuevo una gran nacin; que la fuente de su fuerza era su revolucin; y que sta haba triunfado porque haba recurrido a la pureza del campesinado chino y haba sabido invertir su sufrimiento poltico secular convirtindolo en fuerza militar. Sus hombres haban sido mejores soldados que sus oponentes nacionalistas, mejor armados, gracias a su mayor confianza y fuerza de voluntad. Como principal arquitecto de la nueva China, Mao pretenda ahora que la revolucin siguiera siendo fiel a s misma. La creencia en una corriente privilegiada de la historia y en uno mismo como su figura principal encarnando la propia Historia es sin duda un aliento y un sostn poderoso, pero tambin tiene sus puntos dbiles. Lo que Mao conoca sobre los campesinos chinos y su sufrimiento, o sobre la crueldad del antiguo rgimen, lo conoca a fondo; de lo que no saba, en cambio, no saba nada en absoluto y a menudo era incapaz de aprenderlo. Un xito como el suyo tiende a generar una terrible megalomana. Las grandes revoluciones exigen probablemente a alguien con un inmensa conviccin de invencibilidad y una impasibilidad absoluta ante el precio que otros tienen que pagar para que su visin se cumpla; eso era lo que permita a hombres como Mao y Stalin racionalizar el sufrimiento por el bien de la causa, pero para ellos no haba lmites ni restricciones y lo que comenz como un gran sueo se convirti casi inexorablemente en una gran pesadilla; con el tiempo Mao acabara hacindose responsable de crmenes monstruosos, no slo contra los enemigos extranjeros de China, ni siquiera contra los disidentes internos, sino contra muchos ciudadanos leales que haban participado bajo su direccin en la guerra civil y luego en la de Corea. Pero para entender las decisiones de Mao en aquella coyuntura crtica es importante pensar en l siempre, no slo como arquitecto de una revolucin, sino tambin como su guardin, alguien que crea que el objetivo de sus enemigos internos y externos era destruir su revolucin y que tena que aplastarlos antes de que ellos lo aplastaran a l.
El 7 de septiembre de 1950, una semana antes del desembarco en Inchon, Zhai Chengwen, el asesor poltico chino en Pyongyang, fue convocado al Ministerio de Asuntos Exteriores, donde Zhou le pregunt qu tipo de dificultades podran encontrar las tropas chinas en Corea. Zhai respondi que seran sobre todo de naturaleza logstica. Tendran que resolver el problema del transporte desde distintos lugares de China a sus bases junto al Yalu, y luego desde aquellas bases hasta el campo de batalla. Cuando abandon Beijing, Zhai pensaba que su gobierno haba tomado ya la decisin de intervenir. Estaba en lo cierto, pero slo en lo que se refera a Mao. Durante lo que quedaba de septiembre se resolvieron dos importantes tareas: llevar las tropas hasta Manchuria y poner de acuerdo al resto de los dirigentes con la opinin de Mao sobre la necesidad de intervenir en la guerra. Si haba algo de oposicin era ante todo en el ejrcito, e incluso all, debido a la subordinacin de ste al partido, era silenciosa. El militar de ms alto rango era Lin Biao, y tanto la mayora de los chinos como los observadores extranjeros esperaban que si China intervena en la guerra fuera l quien estuviera al mando. De hecho, durante meses se crey que as era, debido al hermetismo de los comunistas chinos y a las deficiencias del servicio de inteligencia estadounidense; pero al parecer Lin no apoyaba plenamente la intervencin. Le obsesionaba la idea de que sus hombres se vieran expuestos a la impresionante capacidad de fuego del ejrcito estadounidense. En determinado momento le pregunt a Zhai si los norcoreanos tenan fuerza de voluntad suficiente para luchar en una guerra de guerrillas prolongada contra sus enemigos, lo que indicaba sus dudas sobre un ataque frontal del ejrcito chino contra las fuerzas estadounidenses, dudas que compartan otros importantes miembros del alto mando militar chino y ms calladamente algunos miembros del politbur; pero slo cabe especular hasta dnde habra llegado su oposicin de haber sabido que sus tropas no contaran con cobertura area sovitica. Desde primeros de julio hasta finales de septiembre, Mao y otros dirigentes trataron una y otra vez de convencer a Lin para que se pusiera al mando de las tropas destinadas a combatir en Corea y cada vez que se lo planteaban Lin alegaba sus problemas de salud, pero muchos lo interpretaban como renuencia a participar en una intervencin sobre la que tena serias reservas. A primeros de septiembre Mao pronunci un discurso en una importante asamblea del partido que dejaba ver su decisin de intervenir. A su juicio, Estados Unidos resultara ser ms dbil de lo que cualquiera imaginaba. La evidente injusticia de su guerra de agresin socavara la moral de sus tropas y su rendimiento en el campo de batalla. Adems estaba muy fracturado poltica y econmicamente y aislado de otros pases, lo que lo haca vulnerable a la opinin mundial. Poda producir mucho acero y armamento, pero eso no le bastara, ya que sus lneas de abastecimiento estaban demasiado dilatadas, desde Berln hasta Corea, como consecuencia de la ampliacin de su permetro geopoltico, que cubra dos vastos ocanos. Evidentemente, sus prejuicios polticos condicionaban la imagen que se haca de Estados Unidos: si los jvenes estadounidenses no haban combatido muy eficazmente durante sus primeras semanas en Corea, no era, en su opinin, porque la superpotencia atmica hubiera descuidado su armamento no nuclear, sino porque aquellos chicos de procedencia obrera luchaban por intereses capitalistas en los que no crean, y les faltaba la pureza de corazn y motivacin que s posean en cambio los soldados chinos. El nivel de su capacidad de combate durante los primeros das de la guerra, dijo, estaba por debajo del de alemanes y japoneses durante la segunda guerra mundial. No tema a la bomba atmica estadounidense; si la empleaban, dijo, respondera con granadas de mano.9 Su decisin de que China interviniera en la guerra tampoco le fue fcil. Dorma muy mal y a menudo permaneca trabajando hasta altas horas de la madrugada, fumando sin parar, examinando mapas de Corea y China como si quisiera extraer de ellos alguna verdad definitiva; pero la fatal decisin estaba ya tomada: China tena que intervenir en la guerra. Taiwn era crucial en todas sus reflexiones. Tanto para l como para la totalidad del partido comunista, segua formando parte de China. MacArthur se haba referido a la isla como un portaaviones insumergible, lo que la haca aparecer como una propiedad estadounidense. Para Mao aquello significaba que una parte legtima de territorio chino era considerada por su enemigo jurado como un arma que apuntaba contra su pas, y que por tanto todava no se haba librado la ltima batalla de la guerra civil china, algo que pocos dirigentes estadounidenses entendan. Sin embargo, un ataque anfibio contra una isla bien defendida protegida por la terrible Sptima Flota era casi inconcebible para un ejrcito tan primitivo. Ya se haba intentado contra alguna otra isla a finales de la guerra civil y haba salido mal, debido a la escasa potencia area y naval de los comunistas chinos, y se haba convertido en una de las peores derrotas del Ejrcito Rojo durante aquella guerra. Mao no dejaba de pedir a los soviticos aviones e instructores para construir su propia fuerza area tan rpidamente como fuera posible, pero por el momento no poda atacar Taiwn. Aquello haca an ms atractiva la intervencin en Corea, donde el ejrcito chino gozaba de una gran ventaja logstica. Aunque las tropas estadounidenses que se dirigan hacia el norte tuvieran bases de aprovisionamiento abundante en Japn, seran muy difciles de reabastecer al estar muy dispersas, y muy vulnerables debido a la naturaleza del terreno y el clima. El ejrcito chino contara adems con una gran ventaja numrica; Mao poda poner fcilmente en juego un ejrcito cuatro veces mayor que el estadounidense y estaba convencido de que sus tropas combatiran bravamente y con gran disciplina. Tampoco senta mucho respeto por el ejrcito de Corea del Sur como fuerza de combate; en cuanto al estadounidense, esperaba evitar la confrontacin directa cuando la buscara el enemigo para atacarle cuando se hallara en su momento ms expuesto y vulnerable. Crea que la confrontacin era inevitable, pero quera elegir l el lugar y el momento. Adems, en sus resoluciones con respecto a Corea pesaban decisivamente sus clculos de poltica interna: Si derrotaba a los estadounidenses en Corea, y estaba convencido de que as sera, reforzara considerablemente su control poltico sobre toda China despus de una guerra civil tan dura y prolongada. Muchos miembros del politbur del partido comunista pensaban que aqul era precisamente el momento menos propicio para entrar en una guerra, porque la nacin estaba exhausta y todava dividida, sus finanzas hundidas y su economa en ruinas. La guerra contra un pas rico y poderoso como Estados Unidos slo poda ayudar a los enemigos internos del gobierno chino, por lo que cualquier iniciativa ambiciosa como aqulla deba posponerse. Eso era adems lo que los dirigentes de los servicios de inteligencia occidentales, incluida la Agencia Central de Inteligencia estadounidense, crean que los chinos deban pensar; as es como ellos pensaran de haber sido chinos. En todo aquello era crucial el dominio de Mao sobre el politbur. Los dems miembros de ste eran aparentemente sus pares, pero l era el primero entre iguales. Era la encarnacin del nuevo liderazgo chino, y ellos lo saban y se inclinaban ante l; en su opinin era el que posea mayor perspicacia para la guerra y la poltica; poda ver ms all que los dems, o en palabras de Chen Jian, un joven historiador de la Universidad de Virginia, era como un gran jugador de ajedrez compitiendo con otros que slo despus de un movimiento o dos consiguen ver lo que l ya haba previsto. Tras aquella decisin qued consagrado como el Gran Timonel, al que los dems miembros del politbur consideraban dotado de la capacidad de premonicin porque conoca al pueblo chino mejor que ellos.10 Despus de preguntarse qu hacer exactamente en Corea, poco a poco lleg a ver la guerra como un activo potencial, una forma de mostrar al pueblo chino que China era efectivamente una nueva potencia revolucionaria en un escenario global, lo que tambin facilitara la ampliacin y profundizacin del control del partido. En todo esto se demostrara finalmente acertado; pese a los terribles costes financieros y en recursos humanos, la decisin de intervenir en la guerra de Corea convertira finalmente a Mao, para sorpresa de los analistas occidentales, en el gran lder visionario que l mismo crea ser, por encima de todos los dems. Pretenda demostrar a todos los chinos que Estados Unidos haba sido siempre su enemigo y que no haba una va intermedia. Los chinos ms prximos a Estados Unidos y otras potencias extranjeras eran la gente ms rica del pas, y por tanto sus enemigos; una guerra contra Estados Unidos contribuira a su juicio a aislarlos. La guerra era, adems de otras cosas, una forma de ganarse al pueblo chino, y le ayudara a politizarlo. Ms tarde bromeaba diciendo que en aquel momento slo estaban a favor de intervenir en la guerra una persona y media y que la media, deca condescendientemente, era Zhou Enlai. Haba otras razones adicionales para intervenir en Corea. As se demostrara que la nueva China no se iba a dejar intimidar y explotar por potencias extranjeras. Mao estaba seguro de que convencer de esa idea a la gran mayora del pueblo chino no sera tan difcil y tena una apreciacin muy matizada de lo mucho que odiaban la dominacin extranjera de su pas en el pasado. La guerra de propaganda haba empezado ya haca tiempo. El Departamento de Estado haba publicado en agosto de 1949 un Libro Blanco sobre China destinado a aliviar la presin interna en los propios Estados Unidos, a mostrar que la administracin haba hecho todo cuanto haba podido por ayudar a un gobierno nacionalista autodestructivo, y que la culpa del colapso de Chiang era slo suya; pero era demasiado voluminoso y complicado para los ciudadanos corrientes, y slo sirvi para irritar ms an a los crticos, para los que equivala a hacer lea del rbol cado. En cuanto se public, Styles Bridges, Bill Knowland, Pat McCarran y Kenneth Wherry hicieron una declaracin pblica calificndolo como una excusa en 1.054 pginas para una poltica de inaccin. Mao capt inmediatamente su gran valor como arma de propaganda: la argumentacin de Acheson y los autores del Libro Blanco lo mucho que Estados Unidos haba hecho por Chiang era exactamente lo que l quera demostrar. Era un regalo cado del cielo, una prueba documentada absoluta de lo insidiosamente que el gobierno estadounidense haba manipulado y armado al gobierno de Chiang slo por su propio bien. Los estadounidenses, deca, nunca fueron nuestros amigos, y con esa idea bsica lanz una feroz campaa de propaganda por todo el pas, que asombr a Washington, como proclama de que los nuevos dirigentes chinos no iban a apresurarse a buscar la amistad del coloso occidental. El propio Mao escribi cinco artculos atacando el Libro Blanco y organiz personalmente la campaa nacional de denuncia, convirtiendo por un momento su residencia en una rplica china de la avenida Madison. * Mao confiaba de hecho demasiado, como se vera ms adelante en que su ejrcito prevalecera sobre la superior tecnologa de Estados Unidos. No haba en sus palabras doble lenguaje, ni un asomo de hipocresa. Lo que deca a ese respecto lo crea realmente y nunca cambi de opinin sobre la inminente confrontacin con Estados Unidos, aunque a mediados de octubre se produjo un vivo debate en el politbur sobre esa cuestin. Fue entonces cuando qued claro que Stalin no estaba dispuesto a cumplir la promesa de proporcionar cobertura area a las tropas chinas. Durante todo el mes de septiembre los dirigentes chinos haban discutido prolongadamente con los soviticos sobre lo que stos estaban dispuestos a ofrecer. Stalin se mostraba intranquilo temiendo una confrontacin ms amplia con Estados Unidos. Le haba sorprendido la rpida respuesta estadounidense a la invasin norcoreana, que haba despertado en l mayor cautela. Tanto el gobierno sovitico como el chino haban advertido a Kim Il-sung sobre la posibilidad de un desembarco en Inchon. La idea de una gigantesca base militar estadounidense en la frontera con Manchuria era una pesadilla ms para Stalin y pareca cada vez ms probable que la guerra pudiera terminar as. Al venirse abajo el Inmin-gun, Kim Il-sung comenz a aumentar la presin sobre Stalin pidindole ayuda para salvar su ejrcito y su pas, a pesar de la advertencia previa sovitica de que no le ofrecera tropas de combate; sin embargo, le dijo Stalin, quiz el gobierno chino s estara dispuesto a hacerlo. El 21 de septiembre, una semana despus del desembarco en Inchon, el general Matvei Zajarov, representante personal de Stalin en Pyongyang, urgi a Kim Il-sung para que pidiera ayuda china. Los dirigentes norcoreanos teman la dependencia de China a la que aquello poda dar lugar, pero todas las noticias que les llegaban del campo de batalla eran malas y evidentemente no haba otra alternativa. Una semana despus el politbur norcoreano mantuvo una sesin de emergencia en la que valor por unanimidad que si caa Sel no habra forma de detener a las fuerzas de Naciones Unidas y evitar que cruzaran el paralelo 38, por lo que necesitaban ayuda. Kim Il-sung fue entonces a ver a Terenti Shtykov, el embajador sovitico, y le pidi que volviera a tratar con Stalin el tema de las tropas soviticas. Shtykov se neg, y segn sus propias palabras, un confuso, perdido y desesperado Kim Il- sung y su ministro de Asuntos Exteriores, Pak Hon Yong, decidieron enviar ellos mismos una carta a Stalin. El 1 de octubre ste les respondi que lo mejor que podan hacer era pedir ayuda al gobierno chino. Aquella misma noche Kim Il-sung habl con el embajador chino y le pidi el envo de tropas chinas. Tambin quera saber si, en el caso de que sucediera lo peor, la Repblica Popular China le permitira establecer un gobierno en el exilio en la parte noreste de su pas. Entre los tres pases comunistas se estaba desarrollando un juego muy delicado. El gobierno norcoreano, que poco antes haba desechado la ayuda china, ahora la necesitaba desesperadamente. Los dirigentes chinos haban decidido, gracias a la insistencia de Mao, intervenir en la guerra, pero no queran hacerlo todava porque deseaban maximizar el apoyo sovitico, y muy en particular su cobertura area. A finales de septiembre la Unin Sovitica acept aparentemente suministrar cobertura area a las tropas chinas y con ello se pusieron en movimiento las fuerzas que iban a conducir a una terrible colisin entre Estados Unidos y China.14 El 30 de septiembre, dos semanas despus del desembarco en Inchon, la Segunda Divisin surcoreana cruz el paralelo 38, y una semana despus, el 17 de octubre, tropas de la Primera Divisin de Caballera estadounidense tambin la cruzaron y se encaminaron hacia Pyongyang, y pocos das despus, a primeros de noviembre, se produjo en Unsan, de forma involuntaria, su primer choque con el ejrcito chino.
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FIGURA 11. Avance de las tropas de la ONU e invasin de Corea del Norte.
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Si hubo alguna paradoja especialmente lacerante en lo que sucedi a continuacin, fue que las mismas dudas que los expertos en China del Departamento de Estado haban apuntado en sus informes (que haban irritado tanto al lobby chino) no slo su certidumbre de que el rgimen de Chiang estaba a punto de caer, sino sus dudas sobre la lealtad a largo plazo de Mao a la Unin Sovitica eran compartidas nada menos que por Iosif Stalin. El dirigente sovitico, la figura ms importante del mundo comunista, el hombre que manipulaba hbilmente las necesidades y temores de sus dos aliados, la Repblica Popular China y la Repblica Popular Democrtica de Corea, no confiaba demasiado en Mao. Prefera una Corea comunista unificada que le estuviera agradecida y dependiera estrechamente de l, a una Corea dividida. Tambin deseaba una Corea tan fuerte como fuera posible frente a Japn, un pas enemigo de Rusia desde haca dcadas y al que, estaba convencido, Estados Unidos comenzara pronto a rearmar. Como desconfiaba de Mao, tambin estaba dispuesto a atizar las tensiones entre China y Estados Unidos, y una guerra entre ambos pases le convena enormemente. En 1949 Iosif Stalin dominaba, como hemos dicho, todo el mundo comunista y llevaba ms de un cuarto de siglo al frente de la Unin Sovitica como nico heredero superviviente de la revolucin rusa. Otros lderes podran haber sido ms brillantes, ms carismticos, mejores oradores, estrategas ms originales, pero l era el apparatchik por excelencia del partido y quien mejor pareca entender la verdad perdurable de aquella revolucin: que en lo referente a la consolidacin del poder conservarlo y asegurarse de que ningn enemigo te pudiera hacer lo que acababas de hacerle, lo que ms importaba no eran las ideas sino el poder policial. En el mundo de la poltica, tal como la entenda Stalin, o cazabas o eras cazado. Si tuvo xito y sobrevivi fue porque era quien tena menos ilusiones (y quiz la mayor paranoia), quien antes entendi cundo haba concluido la primera etapa de la revolucin y haba comenzado la segunda: la consolidacin del poder. Supo reducir el sistema a su verdad ms elemental: haba enemigos por todas partes y haba que aplastarlos, no slo antes de que te atacaran, sino antes de que llegaran a pensar que deban o podan atacarte. Esa era su mayor fuerza, la oscuridad sin matices de su alma: entendi antes que los dems aquella verdad y emprendi su materializacin con mayor sangre fra y menos restricciones morales que nadie. Se puede considerar hasta cierto punto inevitable la rivalidad entre las dos superpotencias en los aos posteriores a la segunda guerra mundial: se trataba de dos pases esencialmente aislacionistas impulsados contra su voluntad al estatus de gran potencia, cuyos sistemas polticos y econmicos diferan profundamente, cada uno de ellos con su propia tensin paranoide histrica y que vivan ahora en un mundo nuclear; pero un aspecto considerable de la tensin entre ambos era el propio liderazgo de Stalin, que hizo que durante la Guerra Fra todo pareciera an ms peligroso y amenazador dada su escasa humanidad y su gran crueldad. Haba establecido un rgimen de terror, en el que no importaba si habas cometido o no un crimen; siempre se poda encontrar un crimen que podras estar a punto de cometer o que habras cometido de haber podido. No importaba si eras un comunista absolutamente leal y un estalinista convencido, un autntico creyente y practicante del culto de su personalidad. Siempre haba alguien espindote, dispuesto a traicionarte, aunque slo fuera para salvarse l mismo. Su gobierno estaba regido por el miedo y en ltimo trmino por la locura. A finales de la dcada de 1930, en plena carrera hacia la agresin blica del eslavfobo Hitler, Stalin purg y prcticamente destruy el cuerpo de oficiales y jefes del Ejrcito Rojo, eliminando a tres de los cinco mariscales, quince de los diecisis generales con mando de ejrcito, sesenta de los sesenta y siete generales con mando de cuerpo y ciento treinta y seis de los ciento noventa y nueve generales de divisin. Esto equivala esencialmente a destruir las defensas del pas y prepar el terreno para la invasin alemana que acabara producindose en 1941. Sus crmenes contra su propio pueblo estaban ms all de toda medida. Cunta gente sacrific realmente? Unos pocos millones, diez, quiz hasta cuarenta millones? Milovan Djilas, ex vicepresidente comunista de Yugoslavia y supuesto heredero de Tito que rompi con el comunismo, fue encarcelado y acab escribiendo uno de los retratos ms perspicaces de Stalin, deca de l: Era uno de esos estadistas dogmticos y fervorosos capaces de destruir nueve dcimas partes de la raza humana para "hacer feliz" a la dcima parte restante. Djilas lo consideraba el mayor criminal de todos los tiempos: Para Stalin era posible cualquier crimen porque no haba ninguno que no hubiera cometido. Cualesquiera que sean los criterios que utilicemos [...] le corresponder la infamia de haber sido el mayor criminal de la historia, en el que concurran la insensibilidad de Calgula con el refinamiento de Borgia y la brutalidad de Ivn el Terrible. Las relaciones entre Mao y Stalin, que se remontaban a los preliminares de la guerra civil china, siempre haban sido de casi total desconfianza y sospechas mutuas. Ambos acabaran incluidos en el panten de los mayores genocidas gestados por un sistema brutal en una poca excepcionalmente violenta. Su antipata y desconfianza mutua no era sorprendente. Si de Stalin se puede decir que encarnaba el lado ms oscuro del espritu humano, Mao, lder de una faccin poltica en precario durante la dcada de 1920, destinada aparentemente a perecer a manos de enemigos ms poderosos, lleg al poder completando una de las hazaas polticas ms notables del siglo XX; pero la habilidad de su ascenso se vio con el tiempo superada por su dureza, su crueldad y finalmente por la creciente insania que mostr durante sus ltimos aos en el poder. Sola decir que la revolucin no es una cena elegante, algo de lo que acabara dando abundantes muestras, as como de la corrupcin personal y los desvaros que acompaaron su poder absoluto. Ambos lderes se consideraban comunistas, pero tambin eran, a su modo, nacionalistas fervientes. En las pocas ocasiones en que se encontraron, seguramente hablaron del comunismo fraternal que una a sus respectivos pases y a las masas del mundo, pero la verdad era que cada uno de ellos vea en el otro un enemigo potencial. Desde la perspectiva de Mao, la Unin Sovitica era una fuerza conservadora que atenda nicamente a lo que favoreca a Rusia y que se esforzaba muy poco por ayudar a los aliados potenciales que no haban alcanzado todava el poder. Ya durante la dcada de 1920, cuando luchaba sin xito contra las fuerzas de Chiang, crea que los soviticos favorecan al Guomindang, y luego, a medida que se acercaba al poder, aborreca cada vez ms a su protegido Gao Gang, miembro del politbur y secretario del partido en Manchuria. Acostumbraba a decir que durante la guerra civil los comunistas chinos haban pedido repetidamente armas a los soviticos sin conseguir, en palabras de Mao, ni siquiera un pedo.4 Para Mao los soviticos podan ser comunistas, pero eran en primer lugar y ante todo rusos. Crea que a Stalin le gustaba Chiang porque era dbil y a travs de l podra dominar China. Para Stalin, Mao poda ser comunista, pero lo consideraba demasiado heterodoxo y falto de races en el proletariado casi inexistente en China; su idiosincrasia era demasiado campesina. En el fondo Stalin no crea en los comunistas chinos; durante la segunda guerra mundial dijo que se parecan mucho a los rbanos: rojos por fuera pero blancos por dentro. Cada uno de ellos tena una larga lista de agravios contra el otro. Una caracterstica notable de su relacin era que siempre que uno de ellos deseaba algo, invariablemente resultaba inconveniente para el otro en aquel momento, aunque hasta los aos cincuenta el socio ms necesitado casi siempre fue Mao. El hecho de que los soviticos no hubieran proporcionado a los chinos mucha ayuda durante la segunda guerra mundial era conocido en Estados Unidos, porque los dirigentes comunistas de Yenan se quejaban abiertamente de esa falta de ayuda ante los visitantes, diplomticos y periodistas occidentales, as como ante los miembros de la Misin Dixie, el Grupo de Observacin del Ejrcito estadounidense, creado a instancias de la Oficina de Servicios Estratgicos, enviado a China para colaborar con los comunistas e impulsarlos a combatir ms esforzadamente contra los japoneses, que en general los admiraban por su capacidad militar y en privado despreciaban a las fuerzas de Chiang. Desde el final de la Guerra Fra se han hecho pblicos muchos documentos secretos estudios encargados por Leonid Brezhnev, presidente del Soviet Supremo y luego primer secretario del PCUS durante los peores aos del conflicto chino-sovitico, que reflejan tensiones an mayores de lo que se crea entre Mao y Stalin y que por lo tanto habran ofrecido, al menos potencialmente, mayores oportunidades a la poltica exterior de Estados Unidos de no haber estado tan condicionada por su apoyo a Chiang. Era inevitable que las posibilidades de paz quedaran arrumbadas en aquel momento de la oscilante historia de las relaciones entre Estados Unidos y China? Con algo ms de prudencia y un poco de suerte geopoltica, los gobiernos de Truman y Mao podran haber llegado quiz a un acuerdo, por incmodo y difcil que fuera, ganando algo de tiempo hasta que se atenuara la guerra de nervios. Retrospectivamente resulta paradjica la conviccin, compartida por casi todos los expertos y protagonistas de la poltica exterior estadounidense, de que el mundo comunista era monoltico. Los clculos errneos por ambas partes contribuyeron a hacerlo ms monoltico de lo que era en realidad. Un triste resumen de aquel perodo sera que, en cierta medida, estadounidenses y chinos acabaron plegndose por un tiempo a los designios de Stalin. Las tensiones entre Stalin y Mao, siempre considerables, se haban intensificado an ms a medida que se acercaba la victoria final sobre el Guomindang. Stalin nunca se apresuraba en arriesgar los recursos, los intereses o la sangre sovitica en beneficio de otros partidos comunistas. Slo confiaba en lo que conquistaba con su ejrcito y controlaba con su polica secreta. La idea de un gran Estado comunista en su frontera, en un pas histricamente hostil, gobernado por un partido que haba llegado al poder sin su ayuda y que no le deba nada, no le complaca demasiado y vea en Mao un rival potencial incluso antes de que lo fuera realmente. Siempre lo haba mantenido a cierta distancia; lo invit por primera vez a Mosc en julio de 1947, precisamente en un momento que pareca, al menos a ojos de los observadores extranjeros, el nadir de su gloria, cercado como estaba por los ejrcitos de Chiang a la ofensiva. Mao declin la invitacin, pues crea que si la aceptaba Stalin tratara de obtener de l ciertas concesiones a las que no estaba dispuesto a transigir. A finales de 1947, cuando se produjo un vuelco que favoreca a los comunistas, Stalin comenz a respaldar a Mao ms abiertamente, pero sin ofrecerle prcticamente ninguna ayuda material. En enero de 1948 confes a Milovan Djilas que se haba equivocado anteriormente al incitar a Mao a la conciliacin con Chiang Kai-shek. A Estados Unidos, aadi Stalin, le preocupaba sobre todo Europa, y aunque nunca permitira una victoria de los comunistas griegos en la guerra civil en curso, Asia era para ellos secundaria. A su juicio era muy improbable que el gobierno estadounidense enviara fuerzas militares al continente asitico.5 En mayo de 1948 Mao, convencido de que tena la victoria militar al alcance de la mano, envi un mensaje a Mosc expresando su deseo de reunirse con Stalin, con el fin de apresurar el reconocimiento del bloque sovitico en el momento en que el rgimen de Chiang se viniera abajo; pero Stalin le respondi que la guerra revolucionaria en China se halla en su fase decisiva y su lder militar hara mejor en no abandonar su puesto. Esperaba que el presidente Mao reconsiderara sus intenciones.6 Segn Serguei N. Goncharov, John W. Lewis y Litai Xue, a Mao aquella carta tan obsequiosa de Stalin le pareci una afrenta, ya que caba presuponer que, como jefe supremo del Ejrcito Popular de Liberacin, conoca mucho mejor que el dirigente sovitico si aqul era o no un momento adecuado para viajar a Mosc y no necesitaba admoniciones al respecto.7 A finales de 1948 Mao volvi a insinuar repetidamente su deseo de llevar a la prctica aquella visita a Mosc siempre diferida por Stalin, quien a modo de compensacin envi a China, en enero de 1949, a Anastas Mikoyan uno de sus hombres de confianza, exigiendo un secreto absoluto al respecto, ya que todava tema las eventuales consecuencias si Estados Unidos decida intervenir en el ltimo momento. En cuanto a Mao, molesto con la ltima advertencia de Stalin de que no se apresurara en cruzar el Yangts, lo que senta en aquel momento hacia l era, ms que nada, desprecio. Durante aquel perodo era muy consciente de que Stalin sospechaba de l. En privado bromeaba si sa es la palabra diciendo que no disfrutaba de su confianza y que en Mosc era considerado un derechista y oportunista. Sin embargo, necesitaba la aprobacin de Stalin y quera ser recibido con cierto honor en la capital sovitica. En abril de 1949 volvi a decirle al teniente general Ivan Kovaliev, representante personal de Stalin en China, que quera visitar Mosc. Esta vez, aunque Stalin volvi a darle largas, la respuesta de Mosc fue mucho ms clida, saludndolo como lder de una gran revolucin comunista. Kovaliev seal ms tarde que Mao pareca muy aliviado por el tono cordial de la respuesta. Segn Kovaliev, elev las manos y grit tres veces: Larga vida al camarada Stalin!.8 En diciembre de 1949 consigui por fin la ansiada invitacin para visitar Mosc, pero slo como uno de los muchos lderes del mundo comunista y no para celebrar su victoria en China, por extraordinaria que hubiera sido, sino para conmemorar la permanencia de Stalin en el poder con ocasin de su septuagsimo aniversario. Parte del problema consista en que Mao no representaba en absoluto el lder que los soviticos habran preferido para China. Estaba demasiado orgulloso de sus logros y de ser chino, era demasiado independiente y pareca creer que por haber dirigido su gran revolucin ya deba ser considerado una figura de primer nivel. En su visita a Mosc, se mostrara lo bastante agradecido? Para vencer haba tenido que decidir por su cuenta, pero esa misma independencia de criterio pona muy nerviosos a los dirigentes soviticos, que ni siquiera estaban del todo convencidos de que fuera un autntico comunista. Segn le inform a Stalin el ministro de Asuntos Exteriores V. M. Molotov, era inteligente pero segua siendo un campesino: Por supuesto, est lejos de ser marxista; me confes que nunca haba ledo El Capital.9 Al leer la traduccin al ruso de las opiniones tericas de Mao, Stalin se haba mostrado sorprendido: Qu clase de marxismo es ste? Esto es feudalismo!.10 En privado crea que Mao poda caer en lo que denominaba tendencias derechistas y moderarse en el futuro frente a Estados Unidos. Aunque la victoria del Ejrcito Popular de Liberacin pareca cada vez ms prxima, las desavenencias entre ambos lderes no parecan atenuarse. Los soviticos trataban de saber lo que Mao pensaba de Tito, el lder yugoslavo que estaba a punto de ser expulsado de la rbita de Mosc por su notoria disidencia e independencia. Teman un eventual paralelismo entre Tito, que ya haba roto con Mosc, y Mao. De hecho, siempre sospecharon que Mao era un partidario de Tito encubierto, y con el tiempo se convirti efectivamente en un adversario mucho ms temible que el propio Tito. Pero fueran cuales fueran las reservas de Mao acerca de Stalin, la Repblica Popular China necesitaba cierta legitimacin internacional y no haba ninguna otra potencia que pudiera drsela. Aunque Stalin segua manteniendo en privado su desconfianza, el 2 de octubre de 1949, al da siguiente de la proclamacin del nuevo rgimen, la Unin Sovitica fue el primer pas en reconocerlo.
Si ya haba tendencias histricas que socavaban la posibilidad de una autntica alianza, la relacin entre la Repblica Popular China y la Unin Sovitica result mucho ms difcil desde el primer momento por la megalomana de Stalin y por la ausencia de partidos de oposicin en ambos pases, en los que la adulacin se haba convertido en una forma de arte. En 1949 Stalin ya era desde haca mucho el Padrecito de los Pueblos, beneficiario de un constante culto a su personalidad que lo abarcaba todo, mientras que Mao era relativamente novato en ese tipo de culto, si tenemos en cuenta que en la Unin Sovitica llevaba practicndose ms de veinte aos. El historiador Walker Laquer sita su nacimiento en diciembre de 1929, con ocasin del quincuagsimo aniversario de Stalin. Leonid Leonov, un destacado escritor sovitico de la poca, escribi sobre aquel lder inigualable que llegar el da en que toda la humanidad lo reverenciar y la historia lo reconocer como punto de partida de una nueva era, que sustituir a la de Jesucristo. Pero Mao pronto iba a rivalizar con l en el arte de la autoglorificacin totalitaria. Puede que al principio dudara de la conveniencia del culto a la personalidad, pero pronto entendi su profunda verdad; como muchos otros dictadores, descubri que lo que era bueno para el lder era bueno igualmente para la revolucin. Adems, al consolidarse cada vez ms claramente como lder nico de toda China, lleg a verse a s mismo como una especie de emperador de los tiempos modernos. Su favorito entre sus predecesores imperiales, segn su mdico Li Zhisui, era el emperador Zhou, un mtico tirano aborrecido por la mayora de los chinos debido a su espantosa crueldad, que se complaca en mutilar los cuerpos de sus potenciales rivales y luego mostrar sus miembros como advertencia para otros. En cualquier caso, Mao estaba absolutamente convencido de su papel especial en la historia y de su propia grandeza, de la que hablaba constantemente. A este respecto, el doctor Li escribi: Fue el mayor lder, el mayor emperador de todos los tiempos, que supo unificar el pas y luego transformarlo, el hombre que devolvi a China su pasada grandeza.14 En muchos sentidos demostrara parecerse mucho a Stalin. Cada vez desconfiaba ms de cuantos le rodeaban y estaba convencido de que conspiraban contra l, por lo que poco a poco se fue deshaciendo de todos sus potenciales rivales, por muy leales que fueran con l, con el partido o con la revolucin. Al crecer e intensificarse el culto de su personalidad, cuanto ms lo idolatraban los campesinos chinos ms se iba distanciando de ellos en cuanto a su estilo de vida. Ningn jefe de Estado de una sociedad capitalista ha vivido con ms privilegios ni disfrutado de una parte tan importante de sus recursos. En cada capital de provincia se construy una villa para l; siempre estaba viajando de un lado a otro, temiendo un atentado de sus enemigos, y nunca permaneca en un lugar demasiado tiempo. Ningn jefe de Estado de una sociedad libre ha mostrado nunca semejante voracidad sexual, deleitndose incesantemente con jvenes campesinas deseosas de servir a su lder, y en l a su pas, en cualquier cosa que sugiriera. Como escribi Andrew Nathan, profesor de la Universidad de Columbia, en la introduccin al libro de Li Zhisui, le servan mujeres a voluntad, como si se tratara de comida.15 Con el tiempo el culto a su personalidad lleg a proporciones an ms grotescas que el de Stalin. Su cruce a nado del ro Yangts se present, como escribi Laquer, como un hito histrico. No slo era el mayor marxista de todos los tiempos, sino el mayor genio que haba vivido nunca. Nunca se haba equivocado, todo lo que deca era verdad y cada frase que pronunciaba vala por diez mil sentencias [de cualquier otro]. Todo esto quedaba resumido as en un poema: El padre es entraable, / la madre es entraable, / pero ninguno de los dos lo es tanto como el presidente Mao.16 Los das de su visita sumisa a Mosc fueron muy amargos para Mao y lleg a odiar a Stalin por el trato humillante que ste le haba dado. No era un hombre que aceptara con facilidad un trato despectivo ni que olvidara o perdonara fcilmente, pero slo pudo devolver aquella humillacin al sucesor de Stalin, Nikita Jruschov. Durante la cumbre mantuvo con ste una reunin en su piscina, obligando al lder sovitico, que no saba nadar, a llevar puesto un chaleco salvavidas durante las sesiones. Aqulla haba sido su forma, le cont a su mdico, de pincharle un alfiler en el culo.17
En diciembre de 1949 Mao viaj por fin a Mosc. Harrison Salisbury, corresponsal del New York Times que gan el premio Pulitzer por sus reportajes desde Mosc durante aquellos das, recordaba el muro de silencio con que Stalin haba rodeado durante los meses anteriores la noticia de la inminente victoria de Mao. Prcticamente no se mencionaba en la prensa: Una breve nota en la ltima pgina de Pravda, unos pocos prrafos en Izvestia. La palabra "China" apenas apareca. Ahora, cuando estaba a punto de llegar a Mosc, hubo pruebas ms palpables de la fra acogida sovitica. El septuagsimo aniversario de Stalin iba a dar lugar evidentemente a una gran celebracin en el mundo comunista, que ste no estaba dispuesto a compartir con ningn otro acontecimiento o personaje. El 6 de diciembre Mao se puso en camino hacia la capital sovitica. La guerra apenas haba acabado y tema eventuales ataques por parte de disidentes nacionalistas. Viaj en un vagn blindado, con centinelas apostados cada cien metros a lo largo del trayecto. En Shenyang, la mayor ciudad de la regin del noreste, Mao descendi del tren con intencin de comprobar si haba carteles de bienvenida y result que haba muy pocos, pero s muchos de Stalin encargados sin duda por Gao Gang, a quien Mao consideraba un disidente prosovitico. Se puso furioso y orden que el vagn que llevaba los regalos de Gang para Stalin fuera desenganchado del tren y se le devolvieran los regalos. La llegada de Mao a Mosc el 16 de diciembre no fue precisamente apotesica. Fue recibido, no como el lder de una gran revolucin que incorporaba al mundo comunista uno de los pases ms grandes del mundo, sino ms bien, como escribi el historiador Adam Ulam, como si se tratara, por decirlo as, del jefe del partido blgaro.18 V. M. Molotov y Nikolai Bulganin, miembros del politbur, acudieron a la estacin a recibirlo. Mao haba dispuesto un hermoso buf para el encuentro y pidi a los dos lderes soviticos que brindaran con l, pero ellos rehusaron excusndose en razones de protocolo aducidas por Molotov. Tambin se negaron a sentarse y a compartir la comida. Entonces Mao les pidi que lo acompaaran a la residencia donde se prevea que residiera durante su estancia en Mosc, y de nuevo obtuvo una negativa.19 Para l no haba prevista ninguna celebracin importante; era como si le estuvieran indicando su lugar en la constelacin estalinista, esto es, en el universo comunista real; si bien era un hermano, deba saber que siempre habra un Hermano Mucho Mayor que todos los dems. Uno de los ayudantes de Jruschov le dijo a su jefe que haba llegado a Mosc alguien llamado Matsadn. Quin?, pregunt Jruschov, perplejo. Ya sabe usted, ese chino, respondi su ayudante.20 As es como lo vean: Ese chino. Y as es como lo trataron: la recepcin de la delegacin china se celebr, no en la sala principal del Kremlin sino en el viejo Hotel Metrpolis, el lugar acostumbrado para los encuentros con visitas de segunda categora de los pases capitalistas, en palabras de Ulam. Las cosas no mejoraron tras aquella primera recepcin. Durante das lo mantuvieron aislado, esperando a que Stalin encontrara un momento para recibirlo. Nadie ms poda reunirse con l hasta que lo hubiera hecho el Lder Mximo, y ste se tom su tiempo. Al llegar a Mosc, Mao haba anunciado que China deseaba una asociacin con Rusia, pero tambin insisti en que quera ser considerado como un igual. Al parecer se trataba, por el contrario, de darle a diario una leccin. En palabras de Ulam, se haba convertido, en un cautivo ms que un invitado. Como tal, gritaba a las paredes, convencido de que Stalin haba llenado la casa de micrfonos: Estoy aqu para algo ms que comer y cagar. Odiaba la comida rusa. En determinado momento Kovaliev, su contacto, se present a visitarlo. Mao seal hacia el exterior, hacia Mosc, y dijo: Mal, mal!. Kovalev le pregunt a qu se refera, y Mao le dijo lo muy enfadado que se senta con el Kremlin. Kovaliev insisti en que no tena derecho a criticar al Jefe y que ahora tendra que escribir un informe al respecto. Cuando por fin se reunieron, ambos demostraron una notable capacidad de desencuentro. Stalin le pregunt a Mao, por ejemplo, por qu haba tardado tanto el Ejrcito Popular de Liberacin en apoderarse de Shanghai, cuando tena la ciudad cercada, a lo que Mao le respondi: Y por qu deberamos haberlo hecho? De haber tomado Shanghai, habramos tenido que asumir la responsabilidad de alimentar a sus seis millones de habitantes. Para Stalin aquello era una prueba irrefutable de que Mao favoreca a los campesinos por encima de los obreros y estaba dispuesto a dejar que estos ltimos sufrieran hambre en Shanghai para no tener que exigir una contribucin adicional a su base campesina. Aquel viaje a Mosc fue en casi todos los sentidos un desastre y Mao recordara durante mucho tiempo el trato vejatorio que haba sufrido. En cuanto a ayuda econmica y militar, slo consigui en aquel primer viaje la irrisoria suma de trescientos millones de dlares en armas soviticas durante cinco aos, o sea, sesenta millones de dlares anuales. Para empeorar an ms las cosas, le pidieron a cambio determinadas concesiones territoriales. La falta de generosidad de los soviticos indign a Mao, quien dira aos despus: Era como quitarle comida de la boca a un tigre. Siendo como era muy consciente del alcance histrico de su gran triunfo, se haba visto obligado a aceptar la humillacin sovitica sin quejarse, pero eso no significaba que no le hubiera dolido. Ulam escribi: No es extrao que Mao concibiera entonces, si no lo albergaba ya, un profundo aborrecimiento hacia la Unin Sovitica.24
El 30 de septiembre de 1950 Kim Il-sung, alarmado por los acontecimientos en el sur y tras el rechazo de su peticin de tropas por parte de los soviticos, acudi a una recepcin en la embajada china en Pyongyang en la que se celebraba el primer aniversario de la creacin de la Repblica Popular China. All les pidi a los representantes de Beijing que enviaran al XIII Cuerpo del Ejrcito chino para combatir en Corea. Al da siguiente envi a Mao junto con Pak Hon Yong, que haca las funciones de lder comunista surcoreano, una carta pidindole tropas. Para acelerar el proceso Pak vol a Beijing con la carta, que afirmaba que el norte habra ganado la guerra de no haber sido por la intervencin de Estados Unidos, de la que se haba derivado una situacin muy grave. Para nosotros es difcil afrontar la crisis sin ms fuerzas que las nuestras, deca la carta, y conclua con una peticin urgente de tropas chinas.25 El 2 de octubre Mao comenz a reunirse con el comit permanente del politbur, esto es, la lite de la lite. Advirti que cualquier retraso, aunque fuera de un solo da, poda ser decisivo para el futuro. La cuestin no era, dijo, si deban o no enviar tropas, sino cundo y quin sera su comandante en jefe. Lin Biao, al mando del Cuarto Ejrcito y que conoca muy bien el terreno, era el candidato ms lgico, pero haba solicitado permiso para recibir tratamiento mdico en la Unin Sovitica, tanto con el fin de atender a su salud como para evitar que se le asignara esa tarea, por lo que Mao decidi poner al frente de las tropas a Peng Dehuai. Como Lin, era un viejo camarada llevaban combatiendo juntos desde 1928 en el que tena confianza; le pareca el hombre ms adecuado porque comparta sus opiniones polticas y aunque albergara dudas no iba a rechazar el puesto, por terribles que fueran los peligros que acechaban a l y a sus hombres.26 Quienes rodeaban a Mao pensaban que era emocionalmente insensible a la prdida de vidas humanas en una guerra como aqulla. Se trataba simplemente de un precio que haba de pagar. China tena cientos de millones de habitantes y se encaminaba hacia la grandeza; poda sacrificar muchos ms que otros pases. Poda incluso aceptar la posibilidad del uso de armas nucleares por Estados Unidos. Lleg a aterrorizar a Nehru dicindole que la bomba atmica era un tigre de papel. Tambin le dijo que no hay por qu temer a la bomba atmica. China tiene millones de habitantes y no se les puede bombardear a todos. Si algn otro puede lanzarnos una bomba atmica, yo tambin puedo. La muerte de diez o veinte millones de personas no es algo que debamos temer.27 Si su perspectiva poltica exiga una guerra, la pregunta importante que haba que responder era: Cundo debe intervenir China? Cundo estarn listas las fuerzas que estamos reuniendo a lo largo de la frontera de Manchuria? Los dirigentes que participaron en la reunin del 2 de octubre, presidida por Mao, eligieron como fecha el 15 de octubre, dos semanas despus. Casualmente era tambin la fecha elegida por Truman y MacArthur para su primera reunin, que iba a tener lugar en la isla de Wake. Tras la reunin del 2 de octubre Mao envi un largo mensaje a Stalin explicndole la decisin china. Las tropas chinas se organizaran como Ejrcito de Voluntarios, con el fin de evitar una guerra generalizada con Estados Unidos, que estara constituido en principio por doce divisiones. Esperaba contar con una ventaja numrica de cuatro a uno en el campo de batalla, suficiente para neutralizar la superior capacidad de fuego estadounidense. Supona adems que su ventaja en morteros sera de uno y medio a uno o incluso de dos a uno, aunque no dispondran de artillera pesada. En un primer momento la estrategia de las tropas chinas sera esencialmente defensiva, mientras iban conociendo cmo combata su nuevo enemigo. Le dijo a Stalin que no prevea una guerra muy larga; tampoco pensaba que los estadounidenses se atrevieran a invadir la China continental. Por ltimo le peda oficialmente la prometida cobertura area sovitica para sus tropas. Al mismo tiempo sigui explicando sus planes a los miembros del politbur, escuchando sus divergencias y convenciendo gradualmente a sus colegas. El 4 de octubre se reuni el pleno del politbur. Mao pidi a los presentes que expusieran los inconvenientes que vean en la intervencin. Varios de los miembros participantes tenan muchas reservas: crean que China estaba exhausta econmicamente y que no poda permitirse otra guerra; mencionaron tambin la vulnerabilidad de sus tropas frente al superior armamento estadounidense. Mao no trat de imponer su opinin: Todo lo que habis dicho tiene su parte de razn concluy finalmente. Pero cuando otro pueblo est en crisis, cmo podemos permanecer al margen con las armas envainadas? Eso me pone muy triste.28 Decidieron reunirse de nuevo al da siguiente. Para la segunda parte de la reunin del politbur Mao hizo venir a Peng desde la frontera de Manchuria. En la maana del 5 de octubre se reuni con l y con Deng Xiaoping, otro viejo camarada de confianza, tambin veterano de la Larga Marcha, miembro del Comit Central y que haba estado al mando de las fuerzas del Ejrcito Popular en una de las ltimas batallas de la guerra, cuando se captur Chongqing el 1 de diciembre de 1949. En aquella reunin privada Mao habl de la profundizacin de la crisis en Corea y dijo que el tiempo era ahora un factor decisivo. Los estadounidenses estaban avanzando con rapidez, prcticamente sin oposicin. Era de vital importancia actuar antes de que llegaran al Yalu. Era consciente, dijo, de los peligros y riesgos que correran. En realidad slo hablaba con Peng, un veterano de guerra endurecido que era admirado por todos como soldado pero quiz no tanto como poltico. De su temperamento marcial da prueba que al llegar de Beijing desde la frontera de Manchuria cuando fue conducido a uno de los mejores hoteles de la capital, se hubiera sentido incmodo con la blandura de la cama y se hubiera tendido a dormir sobre el suelo. Su medio natural eran las penalidades de la guerra. Entre sus colegas hacan bromas diciendo que slo estaba casado con la revolucin. Peng era, pues, el hombre de Mao, un general de origen campesino. Sobre cuestiones polticas siempre dejaba la iniciativa a Mao, primero como hermano mayor, luego como maestro y por ltimo como lder.29 Mao lo llamaba viejo Peng, y l era prcticamente el nico de los dirigentes que poda utilizar la misma frmula: viejo Mao. Algunas veces, cuando Mao pareca elevarse a alturas demasiado tericas sobre cuestiones militares, Peng poda incluso burlarse amistosamente de l llamndolo maestro de escuela. Pero no era en absoluto un lacayo de Mao y pocos aos despus de que concluyera la guerra de Corea pag su independencia de criterio cuando se enfrent a Mao en varias cuestiones polticas, por lo que acab su vida como enemigo de Mao, y por tanto del pueblo, despus de haber sido encarcelado, humillado y torturado durante la Revolucin Cultural. Pero a mediados de la dcada de 1950 todava confiaba lo bastante en su propio papel como para hablar al mdico de Mao sobre los problemas de la dentadura de ste. El presidente Mao nunca visitaba a su dentista, nunca se cepillaba los dientes y beba innumerables tazas de t, lo que daba a sus dientes un tinte verdoso.30 Peng coment: Los dientes del presidente parecen cubiertos de pintura verde; pero mejorar la salud dental de Mao era ya una causa perdida. Peng tambin era de origen campesino, pero su infancia haba sido mucho ms dura que la de Mao. Era un hombre con un sentido pragmtico y habilidoso de la tctica en un ejrcito recin creado que casi siempre se iba a ver superado en nmero y armamento si combata como una fuerza tradicional. En 1934 desafi la destructiva estrategia del lder militar del partido, un rgido prusiano llamado Otto Braun, enviado a China por Mosc. En opinin de Peng, la estrategia de Braun era desesperadamente convencional y muy inadecuada para la frgil situacin militar de los comunistas. Su victoria sobre Braun en aquel conflicto sobre la estrategia a seguir fue probablemente el primer gran triunfo de la Larga Marcha que vincul a Peng y a Mao; aqulla haba sido la prueba suprema, ms de diez mil kilmetros de huida y combate incesante contra las tropas de Chiang, los seores de la guerra locales, el terreno abrupto, un clima indeciblemente duro y el hambre nunca saciada. De los ochenta mil hombres que la iniciaron desde el sureste de China slo llegaron un ao y tres das despus a la distante, inhspita y empobrecida provincia de Shaanxi alrededor de ocho mil. En una de las ltimas batallas de la Larga Marcha, despus de ms de veinte das de duros combates, cinco regimientos de la caballera nacionalista, entre cuatro y cinco mil hombres, atacaron a los comunistas en un lugar llamado Wuqi. Mao orden a Peng que derrotara a sus perseguidores y no les dejara entrar en el campamento base. Como premio por su victoria Mao le escribi un poema: Altas montaas, peligrosos desfiladeros, profundos barrancos / la caballera enemiga transita a voluntad a lo largo y a lo ancho; / Quin se atreve a detenerlos, a horcajadas sobre su caballo y con el fusil en ristre? / Slo nuestro general, Peng Dehuai. (Peng contaba que luego cambi la ltima lnea del poema por Slo nuestro heroico Ejrcito Rojo y se lo devolvi a Mao). Entender a Peng y sus victorias equivale a entender el nimo que alentaba a cada uno de los soldados del Ejrcito Rojo, los agravios que los haban impulsado a incorporarse a l. Sus creencias eran simples y forjadas por un tipo de vida muy duro; estaba convencido de que los ricos eran crueles, de que los pobres estaban indefensos frente a ellos, de que en cada minuto de la vida cotidiana china haba una brutalidad elemental y de que vala la pena morir por cambiarla. Nacido en 1898 en una familia campesina de aterradora pobreza, su madre haba muerto cuando era pequeo y su padre no poda trabajar debido a una grave enfermedad. Los ocho miembros de la familia vivan de lo que les daba media hectrea de tierra rida y accidentada. El propio Peng tuvo que dejar de ir a la escuela a edad muy temprana para poder ayudar a sobrevivir a la familia. Siempre fue muy consciente de las injusticias ms bsicas y de la pura crueldad de la vida: el ms pequeo de sus hermanos haba muerto de hambre a la edad de seis meses. De nio lo haban enviado con su abuela a pedir limosna, algo que odiaba y que se neg a hacer nunca ms. Prefera introducirse en el bosque a cortar lea que venda por unos cntimos. Aos ms tarde contaba con gran amargura el recuerdo que tena de su abuela, disponindose con sus setenta aos a salir para pedir limosna, a pesar de la nieve y el viento, apoyndose en un bastn y acompaada por dos de sus hermanos, uno de ellos de menos de cuatro aos. Cuando regres con algo de arroz, contaba Peng, su abuela se neg a comer lo que haba conseguido pidiendo. De muchacho hizo todo tipo de pequeos trabajos por minsculas sumas de dinero: cort lea, pesc en los ros de los alrededores y acarre carbn. A los diez o doce aos no lo recordaba exactamente trabajaba como vaquero para un rico propietario de la regin. A los trece se convirti, en sus propias palabras, en obrero infantil en una mina de carbn, dando vueltas a una gran rueda que serva para drenar la mina. Tambin acarreaba carbn por unas monedas, un trabajo terrible para un nio, ms desesperante an por el hecho de que la mina fue a la quiebra y perdi un ao de paga. Aquel trabajo, deca mucho ms tarde, le dej la espalda encorvada para el resto de su vida. Al regresar a casa con la mitad del dinero prometido en el bolsillo, descalzo porque no poda comprarse ni siquiera unas sandalias de paja, con los pies agrietados, su padre le dijo: Ests muy sucio y plido. No pareces ya un ser humano. Has trabajado dos largos aos para ese hijo de puta por nada. Luego, se ech a llorar. Sus aos de adolescencia haban sido an ms duros. Recordaba que durante una larga sequa los seores y comerciantes de la regin acumulaban el arroz y otros cereales para hacer subir los precios. Peng particip en las protestas de los campesinos contra la subida de precios y se vio obligado a huir de su pueblo cuando iba a ser detenido. Finalmente, poco antes de su decimoctavo cumpleaos, en marzo de 1916, se incorpor como recluta al ejrcito provincial de Hunan. Como soldado ganaba seis yuanes al mes, de los que poda enviar a su familia tres que apenas le bastaban para mantener una endeble subsistencia. As fue como se introdujo en el mundo militar en el que permanecera el resto de su vida, primero en el ejrcito regular, sobreviviendo a las luchas entre los seores de la guerra, y ms adelante al servicio de Chiang Kai-shek. Con el tiempo se fue politizando cada vez ms, especialmente cuando los soldados, como suceda muy a menudo en el ejrcito de Chiang, no reciban su paga. Al principio crea que Chiang era un verdadero revolucionario y que pretenda crear una China nueva y ms justa; al ir desvanecindose aquella fe se fue acercando a los comunistas. Como muchos otros, escriba a finales de los aos veinte, se haba alistado para hacer la revolucin, para borrar del mapa a los seores de la guerra, a los funcionarios corruptos, a los dspotas locales y a los potentados malvados, y para lograr una reduccin de la renta que los campesinos deban pagar por el usufructo de la tierra. Pero ahora ya no hay revolucin ni paga y ya no se oye hablar de reducir los intereses ni la renta de la tierra, sino que se nos ordena "erradicar el comunismo" y aplastar las organizaciones campesinas Y quin nos ordena hacerlo? Chiang Kai-shek! Un soldado gana 6,50 yuanes al mes; como debe pagar 3,30 yuanes por la ropa y la comida, le quedan 3,20 yuanes, pero incluso sos se los retienen. Qu suerte miserable la nuestra! No nos podemos permitir ni un sombrero de paja ni fumar el tabaco ms grosero, y menos an alimentar a nuestros padres, mujeres e hijos. Al ir ascendiendo en el ejrcito se senta orgulloso de poder dirigir sus tropas contra algn seor de la guerra particularmente explotador. Al final fue arrestado por ello, pero consigui escapar con la ayuda de algunos soldados. Su vida entera lo haba ido radicalizando. A mediados de febrero de 1928 se incorpor finalmente al partido comunista. Aunque era prcticamente analfabeto, entendi rpidamente el tipo de guerra que las fuerzas comunistas tenan que desarrollar para aumentar su fuerza. En 1934 su pensamiento segua estrechamente unido al de Mao y junto a ste se convirti en uno de los arquitectos de una estrategia militar que exiga a los comunistas una gil guerra de guerrillas, sin desafiar nunca frontalmente a los nacionalistas y sabiendo desplazarse con rapidez y golpear de modo letal all donde el enemigo era ms vulnerable. Cuando Mao le pregunt a Peng si estaba dispuesto a ponerse al mando de las fuerzas chinas en Corea, en la peticin haba cierto grado de formulismo. A continuacin le pidi que hablara aquella tarde en el politbur en favor de la intervencin, como efectivamente hizo. Peng ya llevaba un tiempo valorando cmo se podan enfrentar en Corea los soldados chinos a los estadounidenses con su aterradora capacidad de fuego. Les dijo a los miembros del politbur que toda China estaba en peligro si las tropas estadounidenses llegaban al Yalu, que podran cruzarlo e invadir China, por lo que era necesario utilizar el ejrcito para detenerlos. Estaban obligados a hacerlo. Aquellas palabras modificaron el estado de nimo de los reunidos en favor de la intervencin. Peng le proporcion as a Mao el apoyo crtico que necesitaba, el acuerdo de los generales que conduciran a las tropas en la batalla. Ahora ya no era slo Mao quien crea que Corea no era un problema aislado, sino un nudo de tensiones globales entre los mundos comunista y capitalista; que la misin de las tropas enviadas por la Repblica Popular no era slo salvar Corea, sino promover una revolucin mundial ms amplia, especialmente en Asia; y que China no quera que Estados Unidos dispusiera de un rea de estacionamiento gigantesca en su frontera. Pese a la superioridad tecnolgica estadounidense, China vencera gracias a su mayor poblacin y su mayor fuerza moral. Lo que en aquellas reuniones quedaba siempre en el aire no siempre mencionado pero siempre presente era la cuestin de Taiwn. De hecho, para los dirigentes chinos, su pas ya estaba en guerra con Estados Unidos, dado su apoyo al gobierno del Guomindang en la isla. Si China era demasiado dbil como para atacar Taiwn, el ejrcito estadounidense que se haba puesto al alcance de las tropas de tierra chinas en Corea del Norte era la alternativa obvia. El 8 de octubre Mao le notific a Kim Il-sung que el gobierno chino enviara efectivamente tropas para ayudarle. Aquel mismo da se dio la orden de transportar las tropas chinas a Corea: A fin de ayudar al pueblo coreano en su guerra de liberacin, repeler la invasin de los imperialistas estadounidenses y sus perros guardianes, y defender los intereses del pueblo coreano, el pueblo chino y el de todos los pases orientales, se ha ordenado que el Ejrcito de Defensa de la Frontera Noreste se convierta en Ejrcito de Voluntarios del Pueblo Chino y que ste se desplace inmediatamente al territorio de Corea para ayudar a los camaradas coreanos en su lucha contra los invasores y obtener una gloriosa victoria. La fecha para la invasin segua siendo el 15 de octubre. Peng regres inmediatamente a su cuartel general en la frontera y comenz a examinar sus necesidades. Segn los datos recogidos por sus informantes haba un total de cuatrocientos mil soldados de Naciones Unidas en el pas, incluido el equivalente a diez divisiones de combate en la lnea del frente, esto es, alrededor de ciento treinta mil hombres. Peng decidi entonces que si deseaba disponer de una amplia ventaja numrica como factor clave necesitaba ms tropas de combate. En lugar de cruzar la frontera con dos ejrcitos y dos divisiones de artillera, planeaba ahora comenzar con cuatro ejrcitos y tres divisiones de artillera, lo que significaba que necesitaba al menos setecientos camiones y seiscientos conductores ms. La cobertura area sovitica era decisiva para los planes militares chinos, pero los detalles de la ayuda militar sovitica eran sorprendentemente nebulosos, a pesar de la proximidad del da D. El 9 de octubre Peng se reuni con los jefes de los diferentes ejrcitos bajo su mando, que le preguntaron insistentemente sobre el tema. Sus preguntas eran directas y concretas, pero ni l ni Gao Gang, el mandatario poltico de la regin, pudieron responderles. A mitad de la reunin telegrafiaron a Mao, preguntando: Cuntos bombarderos puede enviar el mando a Corea una vez que nuestras tropas inicien sus operaciones all? Cundo se enviar [la fuerza area], y quien estar al mando?.34 Esos interrogantes acuciaban, no slo a los jefes de divisin y regimiento, sino a cada jefe de compaa y de seccin del Ejrcito de Voluntarios chino, y tambin preocupaban, y mucho, a los dirigentes en Beijing. Las tropas chinas estaban ya junto a la frontera, dispuestas a cruzarla, sin que llegara ni una seal de los soviticos; en el ltimo momento se supo que se echaban atrs y no iban a cumplir su promesa. Prcticamente en el mismo instante en que los comandantes de Peng pedan respuestas, sus homlogos civiles se las pedan a los soviticos. El 8 de octubre Zhou Enlai y el principal intrprete de Mao, Shi Zhe, volaron a Mosc para precisar los trminos de la ayuda sovitica. Llegaron all el 10 de octubre junto con otros colegas chinos, entre ellos Lin Biao, e inmediatamente se dirigieron a la residencia de Stalin junto al mar Negro. All conferenciaron con los principales dirigentes soviticos: Stalin, Georgi Malenkov, Lavrenti Beria, Lazar Kaganovich, Nikolai Bulganin y Anastas Mikoyan, as como el ministro de Asuntos Exteriores V. M. Molotov. Las apuestas en el gran juego de pquer iniciado varias semanas antes haban subido y entre aquellos hombres duros y cnicos se desarroll una interaccin verdaderamente complicada. Ninguno de los dos bandos crea lo que el otro deca. Cuando, por ejemplo, los enviados chinos le dijeron a Stalin que realmente no queran enviar tropas a aquella guerra ya que su pas estaba exhausto tras la guerra civil, Stalin saba que no era cierto y que el gobierno chino le haba asegurado ya a Kim Il-Sung que acudira en su ayuda. Stalin comenz la reunin diciendo lo peligrosa qu a su juicio era la situacin en Corea y pregunt a sus camaradas chinos qu pensaban al respecto. Zhou, que conoca mejor que nadie el grado de compromiso al que haba llegado Mao y hasta dnde pensaba llegar, respondi que sera mucho mejor para China no tener que intervenir. La guerra civil, dijo, le haba resultado muy costosa y China se estaba recuperando todava. Pero si los coreanos no conseguan ayuda pronto, respondi Stalin, no podran sobrevivir ms de una semana. El gobierno chino debera ponderar qu podra significar para la seguridad nacional de su pas el control estadounidense de Corea del Norte (como si no llevara hacindolo desde haca meses). La Unin Sovitica, explic a sus huspedes, no poda enviar tropas, en parte porque no deseaba una confrontacin directa con Estados Unidos, pero la Repblica Popular China, sugiri, poda y deba hacerlo. La Unin Sovitica le proporcionara gran cantidad de material sobrante de la segunda guerra mundial y proteccin area sobre el territorio noreste de China y las regiones costeras, incluidas las fuerzas apostadas en la ribera norte del Yalu. Esto no era en absoluto lo que los enviados chinos esperaban or, ya que la contienda iba a tener lugar al sur del Yalu, no al norte. A ese respecto, Stalin dijo que la Unin Sovitica necesitara ms tiempo para prepararse para una guerra area contra los estadounidenses al sur del Yalu. Aquella reunin maratoniana, desde las siete de la tarde hasta las cinco de la madrugada, no signific, pues, un gran xito para los representantes chinos, cuyo gobierno recordara durante mucho tiempo que los soviticos se haban desdicho de su promesa en el momento ms crtico. Los lmites de la camaradera haban quedado al descubierto en una fase muy temprana del conflicto. As quedaron marcadas las posiciones, con lo que Stalin conservaba la ltima carta. Saba que los chinos iban a intervenir, ms por razones propias que por amor hacia los coreanos, y saba que dependan de su tecnologa area y naval si pretendan asaltar en algn momento Taiwn. Mao se puso furioso con la retractacin sovitica. El 12 de octubre, tres das antes del da sealado para que las tropas chinas cruzaran el Yalu, envi un telegrama a Peng dicindole que suspendiera por el momento el cumplimiento de las rdenes recibidas anteriormente. Todas las tropas deban permanecer en sus posiciones. La direccin del partido tena que reflexionar. Sin la esperada cobertura area resultara una operacin ms difcil, pero Mao estaba seguro de que su ejrcito podra llevarla a cabo aunque tuviera que sufrir, probablemente, muchas ms bajas. Peng tambin estaba muy irritado por la decisin sovitica, ya que eran sus hombres los que iban a sufrir las consecuencias. Al parecer amenaz con dimitir como comandante en jefe, pero ni siquiera eso afect seriamente al plan de Mao. Es muy posible que desde antes sospechara que los soviticos no iban a respetar su compromiso. En cualquier caso, sus decisiones siempre se haban basado en lo que le convena, a su juicio, a China, no a los soviticos o a los coreanos. Mao iba a enviar finalmente tropas porque no hacerlo supona reconocer que la Nueva China, su China, era impotente para defender sus fronteras. Por eso defendi enrgicamente de nuevo ante sus colegas la necesidad de la intervencin, con cobertura area sovitica o sin ella. Argument que al menos recibiran gran cantidad de material militar de los soviticos y que stos se haban comprometido a defender la integridad territorial china. Le pidi a Peng que no dimitiera como comandante en jefe. Crea que, aun sin cobertura area sovitica, podra vencer a los estadounidenses al tener a su favor, como factor decisivo, la moral ms elevada de sus tropas. Cuando acab la reunin, se haba decidido de nuevo intervenir en la guerra, atacando primero a las tropas surcoreanas. Mao le dijo a Zhou en un telegrama: En resumen, creemos que debemos intervenir en la guerra. La recompensa puede ser muy alta, mientras que no hacerlo nos podra acarrear graves perjuicios.35 Zhou deba seguir negociando con los soviticos, le dijo, para tratar de maximizar su ayuda. Las tropas chinas mantendran posiciones esencialmente defensivas en las reas montaosas del extremo norte. La nueva fecha fijada para cruzar el Yalu fue el 19 de octubre. El 16 de octubre Peng se reuni con sus jefes de divisin para supervisar los planes y reforzar su moral. Les dijo que si no combatan a los estadounidenses all, podran tener que hacerlo en suelo chino. Pero se haba presentado ante ellos sin la garanta de la cobertura area sovitica y apreciaba bastante incomodidad entre sus subordinados. Varios oficiales de alto rango le haban enviado un cable expresndole sus reservas sobre el combate contra los estadounidenses sin proteccin area. El enemigo decan poda concentrar gran nmero de aviones, caones y tanques para realizar duros ataques contra nosotros sin ninguna preocupacin. El terreno hara difcil establecer posiciones defensivas debido al fro y al suelo helado; si el enemigo lanzaba una ofensiva general nos sera prcticamente imposible mantener las posiciones. Proponan que esperara al menos hasta la primavera y decan hablar en nombre de la mayora de los mandos de las diversas unidades.36 Debido a aquellas discrepancias, Peng vol a Beijing el 18 de octubre. Mao escuch su informe sobre la inquietud de los mandos, pero no vea ninguna posibilidad de alterar el curso de los acontecimientos ni el calendario previsto. La decisin estaba tomada y las tropas deban comenzar a cruzar el Yalu durante la noche del 19; lo haran cada da desde el anochecer hasta poco antes del amanecer. Para ir ganando experiencia, la primera noche slo cruzaran dos o tres divisiones. Peng vol de regreso a Dandong, y les dijo a sus subordinados que cualquier nueva protesta contra aquella decisin sera considerada una insubordinacin. La colisin entre dos grandes pases, Estados Unidos y China, era ya inevitable. Durante la noche del 19 de octubre comenz el cruce del Yalu. Se produjo sin problemas, aunque no se puede decir que todos los soldados estuvieran entusiasmados con la operacin. Algunos de los que haban servido anteriormente en el ejrcito nacionalista conocan el puente por el que cruzaron el Yalu con el nombre de la puerta del infierno. Haba otra cuestin que aclarar, y era quin estara al mando de la operacin. Mao haba decidido que fuera Peng, pero Kim Il-sung pensaba que los chinos le dejaran mandar sus tropas. Era obvio que haba que hacerle saber la realidad de las cosas, que de ningn modo un dirigente coreano, y menos an aquel que los chinos despreciaban, poda estar al mando de tropas chinas. El propio Peng juzgaba muy duramente el planteamiento del combate contra el sur lanzado por los norcoreanos. En un informe escribi: No vemos ms que aventurerismo! El plan militar ha sido extremadamente ingenuo. El da 19 Pyongyang dio la orden de defenderse hasta la muerte. Como consecuencia treinta mil soldados coreanos no pudieron escapar [de las tropas de Naciones Unidas que avanzaban contra ellos]. Durante un tiempo los chinos se abstuvieron de darle a Kim Il-sung la noticia de que ya no era el jefe supremo en aquella guerra, puesto que ahora le corresponda al alto mando chino. 25
El 15 de octubre, cuando ya llevaba cinco aos y medio como presidente, Harry Truman se reuni por fin con Douglas MacArthur. En aquel momento las tropas estadounidenses se precipitaban hacia el Yalu y a las tropas chinas les faltaban cuatro das para cruzar el ro dirigindose hacia el sur. Truman haba querido encontrarse con MacArthur desde el momento en que asumi la presidencia, pero el general haba rechazado ya dos veces lo que de hecho eran rdenes presidenciales de regresar a Washington. Ahora, despus del desembarco en Inchon, la Casa Blanca crea que era un buen momento para reunirse, ya que haba tambin un sustrato poltico: las elecciones a medio mandato que iban a tener lugar a mediados de noviembre; el desembarco en Inchon haba sido un gran xito y Truman y la gente que lo rodeaba, despus de haberse sentido tan preocupados durante los primeros das de la guerra, ahora trataban de compartir la gloria que rodeaba a MacArthur. Truman, un hombre con gran sentido comn, siempre haba pensado que le iba bien con la gente cuando tena la posibilidad de sentarse a charlar. Crea tener cierta habilidad en adivinar lo que pensaba el otro cuando se encontraban cara a cara, y que el otro poda ver que jugaba limpiamente, que no malgastaba su tiempo y que sobre los asuntos serios deca lo que pensaba. As haba conversado con los generales Eisenhower y Bradley, pero no con MacArthur, en quien lo que perciba sobre todo era su grandiosidad. Dos das antes de la reunin, mientras se diriga a Wake, le escribi una nota a su prima Nellie Noland en la que le deca: Maana tengo que hablar con la mano derecha de Dios. Al final, el factor que ms pes en la decisin de la Casa Blanca fue el poltico. George Elsey, estrecho colaborador personal de Truman, algunos de cuyos discursos tambin escriba, era quien haba tenido la idea de la reunin y presionaba para que se celebrara. Se la haba sugerido por primera vez a Truman a finales de septiembre, inmediatamente despus de la reconquista de Sel, durante un crucero por el Potomac. Haba un precedente: cuando faltaba poco para el final de la segunda guerra mundial, Roosevelt haba viajado a Honolul con el fin de arreglar las diferencias que haban surgido entre el almirante Chester Nimitz y MacArthur. Al principio Truman no pareca muy convencido pero finalmente lo acept, segn su consejero especial Charles Murphy, debido a las presiones de sus colaboradores ms estrechos. Evidentemente, nadie hablaba abiertamente de la poltica subyacente al encuentro, pero tampoco nadie poda negar su importancia. Algunos funcionarios de la Casa Blanca, en particular Matt Connelly, el secretario del presidente, la consider un error y as se lo dijo a Truman, quien le pregunt la razn. Connelly le respondi: Cundo va el rey a visitar al prncipe?. Dean Acheson, que segua considerando a MacArthur una fuerza hostil, pens que un viaje semejante, en el que se mezclaran la poltica y los planes inmediatos era una decisin particularmente errnea. Cuando Truman le pidi que le acompaara, se resisti: Aunque el general MacArthur tiene muchas de las caractersticas de un soberano extranjero y es de tan difcil trato como cualquiera de ellos, le dije, no me pareca prudente reconocerlo como tal.4 De los jefes de Estado Mayor slo acudi Bradley. El general Marshall, por aquel entonces secretario de Defensa, no quiso ir, en parte porque su propia relacin con MacArthur era muy mala, pero tambin porque no le gustaba mezclar la poltica con la seguridad nacional. Al principio Honolul pareca el lugar ms lgico, pero MacArthur insisti en que no deba alejarse demasiado tiempo de su cuartel general, as que en su lugar se eligi la isla de Wake, a unos siete mil quinientos kilmetros de Washington y tres mil de Tokio (una de las razones reales por las que MacArthur no quera ir tan lejos era que no le gustaba volar de noche). Tampoco es que MacArthur estuviera muy entusiasmado con el viaje hasta Wake. Durante el trayecto desde Tokio se mostr de muy mal humor, refunfuando constantemente ante John Muccio, el embajador estadounidense en Corea, lo mucho que le disgustaba que le obligaran a hacer aquel viaje, que le pareca una prdida de tiempo, por razones de poltica interna. No saban que todava estaba dirigiendo una guerra?5 Una estrella como MacArthur no poda soportar que otra estrella venida de Washington, especialmente si perteneca al otro partido, compartiera sus aplausos. Volar tan lejos para reunirse con el presidente violaba su sentido oficioso de la jerarqua: eran los dems los que deban acudir adonde l estaba. Sin embargo, la reunin tuvo lugar efectivamente el 15 de octubre de 1950, por ms resentido que se mostrara MacArthur. El encuentro dio lugar a muchas historias, algunas de ellas falsas, en particular la de que MacArthur trat deliberadamente de retrasar la llegada de su propio avin de forma que Truman aterrizara primero y tuviera as que esperar su llegada; pero otras s eran ciertas, como la de que el general no salud militarmente al presidente. Entre los sorprendidos por aquella deliberada falta de respeto estaba Vernon Walters, un joven oficial que por aquel entonces exhiba sus dotes como traductor y que ms adelante iba a aparecer como una figura cercana a varios polticos republicanos, entre ellos Richard Nixon. Walters pens que era la segunda seal de que MacArthur no crea que ninguno de los polticos de Washington estuviera por encima de l. La primera se haba evidenciado cuando ni siquiera se molest en saludar al secretario del Ejrcito, Frank Pace. Walters escribi ms tarde: Para m, tal como me haban enseado, el secretario del Ejrcito era el jefe de todos los militares estadounidenses, fuera cual fuera su rango o graduacin.6 Pero el desaire ms ostensible fue sin duda la ausencia de saludo militar al presidente. Aquello eran una ruptura del protocolo muy grave. Segn Walters, Truman hizo como si no se hubiera dado cuenta. Aquello era lo bueno de ser presidente: si uno decide ver algo, entonces ha sucedido, pero si prefiere no verlo, es como si no hubiera sucedido. Para nadie fue una sorpresa que la reunin comenzara en una atmsfera de desconfianza mutua; pero tambin caba decir que, al menos superficialmente y casi todo era superficie, transcurri sin mayores encontronazos. Despus de todo, tena lugar en el mejor momento de la guerra hasta entonces; pero en la agenda haba una cuestin muy seria, especialmente para los llegados de Washington: las previsibles intenciones chinas. El rumor que llegaba desde Beijing y no slo va Panikkar de que China podra intervenir en la guerra inquietaba sobremanera a Washington. El presidente y quienes lo rodeaban se preguntaban hasta qu punto se poda tomar en serio. Las primeras palabras de Truman, recordaba ms tarde Walters, fueron: Todos los servicios de informacin coinciden en que los chinos estn a punto de intervenir.7 La Casa Blanca tena ventaja en cuanto a la cobertura de la reunin por los medios. Truman llevaba consigo a la lite del cuerpo de prensa de la Casa Blanca, pero a MacArhur no se le permiti traer a sus periodistas preferidos de Tokio, especialmente a los reporteros del servicio telegrfico de la Associated Press, la United Press y el International News Service, despectivamente llamados la guardia de palacio por otros periodistas de Tokio,8 que a menudo pensaban que sus historias parecan escritas por miembros del Estado Mayor de MacArthur o por el propio general. El hecho de que hubieran tenido que quedarse en Japn no haca ms que incrementar la irritacin de MacArthur; el control de la imagen estaba por una vez fuera de su alcance y eso no mejoraba su estado de nimo. La sede de la reunin difcilmente podra haber sido ms primitiva; sin embargo, ambos hombres parecan hallarse relativamente cmodos, o dicho quiz con mayor precisin, ambos procuraron comportarse educadamente. En su primera reunin MacArhur pregunt si poda fumar su pipa y Truman le respondi que s, aadiendo que probablemente ningn hombre vivo haba recibido tanto humo en el rostro.9 De hecho en Wake hubo dos reuniones: una privada entre Truman y MacArthur, en la que hablaron de las intenciones chinas, y otra ms larga a la que acudieron todos, cuyo tema principal fue tambin China y si la guerra acabara pronto o no. Existe una transcripcin excelente de la reunin principal. Vernice Anderson, una experimentada secretaria que trabajaba para Phillip Jessup, funcionario del Departamento de Estado, estaba sentada en el exterior de la sala donde tuvo lugar, y como la puerta haba quedado abierta decidi tomar notas. De ah sali un registro estenogrfico completo de la conversacin, que cobr mucha importancia pocos meses despus, cuando la guerra se intensific mucho ms all de lo previsto y MacArthur pretendi eludir toda responsabilidad por sus previsiones equivocadas sobre la intervencin de China en la guerra. La victoria, segn le asegur MacArthur a Truman, era ya cosa hecha en Corea. Tras una breve discusin sobre el futuro de una Corea unificada tras la guerra, Truman le plante a MacArthur la cuestin decisiva: Qu probabilidad haba de que se produjera una intervencin china o sovitica? MacArthur respondi: Muy escasa. Si hubieran intervenido en el primer o segundo mes, eso s habra sido decisivo. Ahora ya no tememos su intervencin. No los esperamos de brazos cruzados. Los chinos tienen trescientos mil hombres en Manchuria, de los que, dijo, entre cien y ciento veinticinco mil estaban situados a lo largo del Yalu y slo lo podan haber atravesado cincuenta o sesenta mil. No disponen de fuerza area, mientras que nosotros tenemos ahora bases para la nuestra en Corea; si los chinos trataban de llegar a Pyongyang se producira la mayor carnicera de la historia de la humanidad. En cuanto a las amenazas procedentes de Beijing, segn recordaba Dean Rusk, MacArthur se mostr muy despectivo: no entenda por qu [los chinos] se haban metido en aquel embrollo, y ahora deban sentirse avergonzados por ello. A continuacin MacArthur habl del prximo desembarco del X Cuerpo en Wonsan y de que Pyongyang caera en una semana y la resistencia norcoreana habra concluido definitivamente antes del Da de Accin de Gracias. Esperaba poder retirar en Navidad al Octavo Ejrcito. Ornar Bradley le pregunt si haba alguna posibilidad de liberar a una de las divisiones que combatan en Corea para enviarla a Europa. MacArthur respondi que s y sugiri la Segunda Divisin de Infantera, a la que le encantara ese nuevo destino tras haber combatido muy duramente en el permetro de Pusan. Pronto se inici el papeleo para trasladar a la Segunda Divisin fuera de Corea. Ni Truman ni ninguno de los miembros de su equipo presionaron demasiado a MacArthur acerca de los detalles. Lamentablemente, esto se aplica tambin a un tema muy delicado, las instrucciones que le haban dado con respecto al rea cercana a la frontera y qu se deba hacer ante eventuales seales de una presencia china o sovitica en la zona. Las noticias eran tan buenas que nadie quera saber ms. Era como si lo que no decan o no saban no les perjudicara, de forma que nunca se discuti qu sucedera si el ejrcito chino acababa interviniendo realmente en la guerra y consegua hacer frente de algn modo a la fuerza area de MacArthur. Todos ellos, en nombre de los buenos modos y la buena poltica, eludieron las cuestiones ms arduas. MacArthur poda ser encantador cuando quera, y aunque haba ido gruendo durante todo el viaje desde Tokio hasta Wake debido a la explotacin de su imagen por razones polticas, ahora estaba de muy buen humor y se mostraba muy agradecido, diciendo al presidente que ningn otro general en la historia haba recibido ms apoyo de la Casa Blanca.10 Truman, por su parte, no fue menos evasivo en lo que se refiere a las difciles y peligrosas cuestiones que tenan por delante, especialmente las planteadas por la posible intervencin del ejrcito chino en la guerra. Nadie le record a MacArthur la prohibicin de enviar tropas de Naciones Unidas a las provincias cercanas a Manchuria. Todo aquello era deliberado. En determinado momento, cuando la reunin pareca transcurrir demasiado aprisa, Dean Rusk trat de frenarla un poco, temiendo que los periodistas escpticos, atenindose a la brevedad del encuentro, escribieran que aquello confirmaba que no se trataba ms que de relaciones pblicas. Pas una nota al presidente sugiriendo que fueran un poco ms despacio y le lleg esta respuesta: No, quiero salir de aqu antes de que nos veamos en problemas. Al final, antes de separarse, Truman entreg una Medalla por Servicios Distinguidos al general (la quinta), sta por el valor y devocin al deber y una habilidad diplomtica superlativa. En el camino hasta el aerdromo, MacArthur le pregunt a Truman si se iba a presentar de nuevo a las elecciones y Truman respondi preguntndole si l tena planes polticos. Ninguno, respondi MacArthur: Si hay algn general que se presente contra usted, su nombre ser Eisenhower, no MacArthur. Eisenhower, dijo Truman, no saba absolutamente nada de poltica: Su gobierno hara parecer al de Grant un modelo de perfeccin. En definitiva, la reunin haba sido equvoca en casi todos los sentidos. Se haba minimizado una amenaza potencialmente enorme contra las fuerzas de Naciones Unidas, sin discutir apenas cmo afrontarla. MacArthur haba estado ms acertado acerca de la reunin de lo que nadie quera reconocer: se trataba fundamentalmente de compartir la gloria del desembarco en Inchon en las ltimas semanas antes de las elecciones a medio mandato. Cuando se disponan a abandonar Wake, ambas partes hicieron declaraciones optimistas: Nunca he mantenido una conferencia ms satisfactoria desde que soy presidente, les dijo Truman a los periodistas aquel mismo da. Se elabor un comunicado firmado por ambos dignatarios, como si fueran seal un periodista all presente, los jefes de diferentes gobiernos. El general, seal John Gunther, pareca impaciente y con prisa por salir de all. Sac su reloj de bolsillo, lo mir, lo frot cuidadosamente y volvi a guardarlo en el bolsillo. Se neg a hablar con los periodistas, dicindoles: Todos los comentarios tendrn que pedrselos a los publicistas del presidente; poda considerarse un comentario un tanto mordaz, seal Gunther, ya que los presidentes tienen secretarios de prensa, no publicistas. Acheson escribi ms tarde al respecto: Uno y otro podan pensar que se haba alcanzado un acuerdo, pero cada uno de ellos tena una idea diferente de cul era ste. Uno de los problemas era que los dos tenan una opinin diferente sobre si la intervencin china en la guerra era algo bueno o malo. Pocas semanas despus, cuando todo se haba agravado, Matt Ridgway, que haba seguido desde Washington con creciente pesimismo el desarrollo de los acontecimientos, recordaba el momento en que Averell Harriman y l haban visitado a MacArthur a primeros de agosto de 1950. Se haba suscitado el tema de Taiwn y el tono de MacArthur se haba acalorado mucho de repente. Si los chinos eran lo bastante insensatos como para lanzar un ataque contra la isla, l mismo se precipitara all, tomara el mando personalmente y les infligira una derrota tan aplastante que quedara registrada como una de las batallas decisivas de la historia, un desastre tan grande que conmovera toda Asia y quiz hara desaparecer el comunismo. Luego hizo una pausa y coment que dudaba que fueran tan insensatos, antes de aadir: Rezo cada noche por que lo hagan. Lo imploro de rodillas. Pocos militares estadounidenses, pens Ridgway, rezaran pidiendo una guerra en el continente asitico contra un pas cuya poblacin rondaba los seiscientos millones de habitantes. Al principio haba pensado que slo se trataba de una de las baladronadas de MacArthur, un anciano que pretenda un lugar an mayor en la historia. Ms tarde, tratando de entender el mpetu con que se haba precipitado hacia el norte, escribi: Por supuesto, nadie puede adivinar ahora si fue la imagen que tena de s mismo como el guerrero que derrotara espada en mano al dragn comunista lo que impuls su temeraria carrera hasta la frontera con Manchuria, pero sospecho que aadi brillo a sus sueos de victoria.14 De las dos fuerzas que se enfrentaran pronto en el campo de batalla, slo el ejrcito chino saba ahora lo que iba a suceder a continuacin. Los estadounidenses permanecan felices y casi deliberadamente ignorantes, tanto en lo poltico como en lo militar. El desarrollo de los acontecimientos en Corea nunca iba a volver a ser tan positivo. Truman pronto encontrara a MacArthur tan hostil y suspicaz como siempre; en cuanto a ste, acabara escribiendo que la reunin en Wake lo convenci del cambio extrao y siniestro que haba tenido lugar en Washington, lo que se reflejaba en un menor deseo del gobierno de combatir el comunismo. En cuanto al propio Truman, en una entrevista con Jim Lucas en 1954 MacArthur dijo: Ese pequeo bastardo cree honradamente que es un patriota.15
Desde el principio haba sido obvio que los objetivos de Estados Unidos en la guerra no estaban claramente definidos y que haba diferencias muy significativas al respecto en Tokio y en Washington. Ya el 13 de julio, cuando Joe Collins y Hoyt Vandenberg lo visitaron en Tokio, MacArthur haba hablado muy abiertamente de que su primera misin era destruir las fuerzas norcoreanas, pero que luego pretenda reunificar Corea. Y aadi: Podra ser necesario ocupar toda Corea, aunque en este momento eso no pasa de ser una especulacin. Ahora se era su objetivo: el hecho de que los polticos de Washington hubieran querido compartir su gloria convenci a MacArthur de que era ms poderoso que nunca, lo que a su vez le haca cada vez ms difcil autolimitarse. De todos los errores militares estadounidenses durante el siglo XX, la decisin de Douglas MacArthur de enviar sus tropas inmediatamente hacia el Yalu fue sin duda el ms sobresaliente (la guerra de Vietnam fue un error poltico y sus principales responsables fueron civiles). Ante l se haban desplegado todo tipo de alarmas, alarmas que prefiri no atender. As fue como sus tropas, con el mando dividido, las comunicaciones a menudo peligrosamente frgiles y unas condiciones meteorolgicas que empeoraban cada da, siguieron avanzando hacia el norte, mientras el ejrcito chino las observaba y esperaba pacientemente en las montaas, preparndose ya para bloquear las estrechas vas de retirada. El mismo general que haba argumentado la conveniencia del desembarco en Inchon basndose en la vulnerabilidad de las lneas de abastecimiento norcoreanas permita ahora que sus propias lneas de abastecimiento se dilataran peligrosamente en un territorio que no controlaba. El mismo general que haba decidido desembarcar en Inchon con el fin de concluir la guerra rpidamente y evitar que sus tropas tuvieran que luchar durante el cruel invierno coreano estaba ahora dispuesto a enviarlas cada vez ms hacia el norte justo cuando llegaba el invierno a Manchuria. Matt Ridgway dira casi cuarenta aos despus: Una de las cosas que me resultaban ms difcil de entender y de perdonar como jefe militar era la absoluta ceguera del mando en Tokio a las condiciones en que tendran que combatir nuestros hombres.16
De los muchos pecados profesionales que cometi MacArthur en aquel momento, incluyendo su soberbia y su vanidad, ninguno fue mayor que su absurda subestimacin del enemigo. La China que crea conocerpese a su larga estancia en Asia, apenas haba pasado tiempo all formaba parte del mundo del siglo XIX. Como sealaba Bruce Cummings, historiador de la guerra de Corea, MacArthur pensaba que todos los asiticos eran obedientes, sumisos, infantiles y dispuestos a seguir un liderazgo resuelto.17 A finales de la dcada de 1940 aquello era evidentemente cierto en lo que se refiere a Japn, porque los japoneses, tras su desastrosa derrota en la guerra, pretendan aprender de los vencedores; pero gran parte del continente se vea recorrida por una revolucin incipiente. Lo que haba sucedido en la guerra civil china reflejaba mejor que nada aquellos cambios, algo que MacArthur nunca pudo entender. Esto se deba en parte a su propio carcter y a lo que se haba convertido en una especie de mstica. No se haca preguntas, ya que eso supondra que haba algo que no conoca, sino que apareca como un orculo, a quien los dems acudan a escuchar. El general David G. Barr, ltimo agregado militar estadounidense en el gobierno del Guomindang, testigo del ascenso de Mao y muy experto en la tctica de los comunistas chinos, estaba al mando de una divisin en Corea cuando intervino el Ejrcito de Voluntarios chino. Conoca mejor que la mayora de los militares estadounidenses por qu haban vencido los comunistas en China, pero MacArthur no estaba dispuesto a dejarle informar a los dems jefes de regimiento y de divisin. La China que albergaba la mente de MacArthur no se haba visto afectada por la revolucin. Pareca no preocuparle por qu y cmo haba llegado Mao al poder y le interesaban muy poco las fuerzas desencadenadas por la revolucin. Mostraba una curiosidad sorprendentemente escasa sobre la naturaleza de su enemigo y sobre las razones de su xito en el pasado. Pese a toda la informacin disponible antes de que el ejrcito chino atravesara el Yalu, pese a todo lo que se extraa de los prisioneros capturados, la oficina de informacin de Charles Willoughby saba tan poco sobre el bando enemigo que a finales de diciembre, un mes despus del gran ataque chino, MacArthur todava pensaba que el comandante en jefe chino era Lin Biao, no Peng Dehuai.18 Pareca creer que la victoria de los comunistas en la guerra civil no tena mayor importancia. En septiembre de 1949, un mes antes de que se constituyera la Repblica Popular China, les dijo a los representantes del Congreso que como fuerza militar los comunistas estaban groseramente sobrevalorados. La forma de derrotarlos, dijo en aquella ocasin, era golpearlos donde son ms dbiles, en concreto en el aire y en el mar. Todo lo que haba que hacer, aadi, era poner quinientos cazas bajo el mando de algn viejo experto como el general Chennault.19 l haba empleado hbilmente su poder areo en el Pacfico contra los japoneses, como una especie de artillera a larga distancia, y pareca creer que podra utilizarlo del mismo modo contra el ejrcito chino. Aquella fe en la supremaca de la fuerza area estadounidense por encima de todas las cosas se demostrara pronto como un error militar que iba a obsesionar, si no al propio MacArthur, s a los hombres bajo su mando. Era como si creyera que el ejrcito chino avanzara hacia las lneas estadounidenses bajo la luz del da en formacin de batalla, permitiendo a la fuerza area estadounidense barrerlo de este mundo. Joe Collins escribi ms tarde que lo haba cegado el xito con que haba utilizado la fuerza area durante la segunda guerra mundial, pero en aquel caso se haba tratado de objetivos japoneses inmviles, algo muy distinto del ejrcito chino tal como iba a combatir en aquella guerra.20 Segn Collins, en su cuartel general casi nadie tena, lamentablemente, experiencia directa del campo de batalla. MacArthur tena su propio mantra sobre las fuerzas en juego. Se vanagloriaba de su comprensin de lo que llamaba psicologa oriental, o con una frase que usaba repetidamente, la mente de los orientales. Segn l los asiticos respetaban a los hombres poderosos, fuertes e inconmovibles en sus decisiones. Uno de los grandes mitos de la guerra de Corea, deca Mike Lynch, quien despus de la muerte de Walton Walker se convirti en piloto de Matt Ridgway y pudo observar a muchos de los protagonistas desde muy cerca, era el supuesto conocimiento que tena Douglas MacArthur del pensamiento oriental. Habamos conocido a los ricos hombres de negocios de Manila, a los cobardes y corruptos dirigentes del ejrcito de Chiang Kai-shek y a los sumisos japoneses en Tokio, pero no sabamos nada de los norcoreanos, endurecidos en mil batallas, ni de los enfervorecidos chinos que haban expulsado a Chiang. Fue un error clsico no aplicar la regla ms bsica de los mandos militares: conoce a tu enemigo. De hecho, MacArthur no saba tanto sobre Asia. No haba estado en el continente desde 1905 y prestaba poca atencin a los acontecimientos que no le agradaban. El pas asitico que mejor conoca era Filipinas, tan diferente de los dems pases asiticos como puede serlo Nueva York de Texas. All lo haban tratado como a un hroe nacional y estaba muy bien relacionado con la clase dirigente, que le haba recompensado con generosidad; a finales de 1941 el presidente filipino Manuel Quezn, antes de ser evacuado a Australia, transfiri seiscientos cuarenta mil dlares estadounidenses a MacArthur y un puado de miembros de su Estado Mayor, en uno de los arreglos financieros ms desconcertantes en la guerra, con el fin de asegurarse su apoyo en el futuro. Carol Morris Petillo coment secamente aquel regalo con estas palabras: Rara vez, si es que alguna, han recibido unos militares estadounidenses una prueba tan evidente de alta estima. De aquella suma, medio milln de dlares le correspondieron al propio MacArthur (algo as como diez millones de dlares actuales, libres de impuestos); Richard Sutherland, su muy despreciado jefe de Estado Mayor, recibi setenta y cinco mil dlares; el lugarteniente de ste, Richard Marshall, cuarenta y cinco mil; y Sid Huff, otro ayudante de MacArthur, veinte mil. El Departamento de Guerra estaba al tanto del asunto, lo que significa que George Marshall y seguramente el propio Roosevelt tenan noticia de la transaccin, pero ninguno de ellos trat de impedirla. Poco despus Quezn le hizo una oferta parecida a Eisenhower, en aquel entonces un importante jefe militar en Washington, supuestamente por su servicio en las islas de 1935 a 1939; Eisenhower, de forma prudente y graciosa, rechaz la oferta de Quezn y distribuy un memorando entre sus oficiales explicndoles lo que haba sucedido. Como muchos otros generales antes que l, MacArthur crea que cualquier guerra sera muy parecida a la anterior aunque fuera contra un enemigo totalmente distinto, y no captaba las diferencias entre los dos grandes ejrcitos asiticos a los que tuvo que combatir en dos guerras muy dispares. En la segunda guerra mundial los japoneses haban empleado un ejrcito tradicional en una guerra convencional, y su vulnerabilidad no provena de la capacidad individual de sus soldados, sino de las limitaciones de su base industrial. Era sta la que los haca vulnerables frente al poder tradicional, y muy particularmente a la fuerza area, mientras que el ejrcito de la Repblica Popular China, un pas mucho menos industrializado, conoca muy bien sus vulnerabilidades y defina en funcin de stas su estrategia. Su forma de combatir reflejaba la condicin primitiva de su economa industrial. Su capacidad para desplazar grandes contingentes sin que fueran detectados trasladando divisiones enteras ms de veinticinco kilmetros por la noche, sin que se encendiera Un solo cigarrillo, y ocultndolas luego durante el da en cuevas excavadas a mano, cogi absolutamente desprevenidos a MacArthur y a sus subordinados inmediatos. As, mientras sus tropas avanzaban hacia el Yalu, el ejrcito chino iba preparando cuidadosamente lo que acabara convirtindose, de hecho, en la mayor emboscada de la era moderna. Su objetivo era que MacArthur desplazara su ejrcito hacia el norte, alargando y haciendo cada vez ms precarias sus lneas de abastecimiento. Cuando Lei Yingfu inform a Mao a finales de agosto sobre el probable desembarco de MacArthur en Inchon, el dirigente chino le acos con preguntas, no slo sobre sus tcticas en el pasado, sino tambin sobre su personalidad. Lei respondi que era famoso por su arrogancia y su tozudez, lo que satisfizo ostensiblemente a Mao: Muy bien! Muy bien! dijo. Cuanto ms arrogante y ms tozudo sea, mejor. Y aadi: No es difcil derrotar a un enemigo arrogante.24 Ahora era el Estado Mayor de MacArthur, en gran medida prolongacin de su ego, el que desempeaba un papel crtico, asegurndose de que sucediera cualquier cosa que a l le pluguiera y que cualquier cosa que le incomodara quedara minimizada. Clark Lee, periodista del servicio telegrfico, y Richard Henschel, fotgrafo de guerra, que haban cubierto juntos las campaas de MacArthur durante la segunda guerra mundial, escribieron en una ocasin que su Estado Mayor era como una imagen deformada de su personalidad, acentuando sus peores rasgos sin reflejar ninguna de sus buenas cualidades. Algunos de ellos decan, se comportaban como si lo hubieran rescatado personalmente de la cruz en la que lo haban clavado Marshall, el almirante King y Harry Hopkins [los principales personajes polticos del momento en Washington] y hubieran decidido que nada volvera a herirle nunca.25 Siempre haba sido as. Tiempo atrs, en una discusin con el general Marshall, MacArthur haba comenzado una frase diciendo: Mi Estado Mayor..., y Marshall le interrumpi: Usted no tiene Estado Mayor, general, lo que usted tiene es una corte.26 Para Joseph Alsop, columnista que sin embargo simpatizaba con MacArthur, su Estado Mayor en Tokio se pareca mucho a lo que haba ledo sobre la corte de Luis XIV. El edificio del Dai Ichi, escribi, confirmaba una regla bsica de los ejrcitos en guerra: cuanto ms se aleja uno del frente, ms holgazanes, aduladores e insensatos encuentra. Nadie tena a su alrededor ms aduladores que MacArthur, y siempre le hablaban de forma zalamera y reverente, y siempre he pensado que aquellos halagos fueron lo que lo estropearon definitivamente.27 Durante el otoo de 1950, su universo era pequeo pero errtil. Si l sonrea, ellos sonrean; si frunca el ceo, ellos tambin. Si las cosas salan bien, se deba a que era un gran hombre; si no, a que tena enemigos jurados en Washington. El historiador William Stueck describi aquella situacin de forma muy grfica: Se haba rodeado de gente incapaz de perturbar el mundo de ensueo y autoadoracin en el que haba decidido vivir.28 En ninguna otra ocasin le afect tanto la debilidad de su Estado Mayor como en Corea, y rara vez provoc tantos de sus errores un solo hombre: su G-2 [jefe de informacin y anlisis] Charles Willoughby. No haba ningn rea del cuartel general de MacArthur en la que el abismo entre el talento requerido para la tarea y los prejuicios y engreimiento de quien estaba a su cargo fuera tan notable como en el caso de Willoughby o sir Charles, lord Willoughby, el barn Von Willoughby o el prncipe regente Charles, como a veces lo llamaban los oficiales que no haban participado en la batalla de Bataan en Filipinas. David Barret, que estuvo al mando de la Misin Dixie, lo consideraba un grave distorsionador; en privado lo llamaba el Prncipe de Pilsn. Carleton West, un joven oficial de inteligencia que provena de la OSS, deca que su apellido quedaba mejor si se pronunciaba con V, por lo prusiano, autoritario y arrogante que era.29 Roger le pregunt una vez al doctor Roger Egeberg, del Estado Mayor, cree usted que tengo realmente un acento muy prusiano?30 Pero Egeberg crea que en realidad se senta muy orgulloso de ello. MacArthur lo llamaba en ocasiones mi adorable fascista. Willoughby no era slo el principal encargado de la inteligencia militar de MacArthur; cuando se incorpor a la guerra en Corea, pretenda controlarlo todo. La mayora de los mandos deseaban tener acceso a tantas fuentes de informacin como fuera posible; MacArthur, en cambio, se esforzaba por limitar y controlar las fuentes de su informacin. Su mayor deseo era no tener cerca voces que disintieran, y conceda la mayor importancia a que los informes de inteligencia fueran acordes con lo que l pretenda hacer desde el principio. Por eso las informaciones que Willoughby le haca llegar estaban deliberadamente deformadas. Las estimaciones muy profesionales que evidenciaban una creciente presencia china podran haberle impedido hacer lo que ms deseaba: llegar hasta el Yalu. Hasta poco despus del catastrfico fracaso de Willoughby sobre el paradero y las intenciones del ejrcito chino no se le permiti a la CIA intervenir en la regin. Willoughby, nacido en Prusia, era un hombre de extrema derecha, todo ideologa y casi nunca hechos, en palabras de Frank Wisner, jefe del Directorio de Planes de la CIA. A veces no pareca totalmente asimilado: en una ocasin le dijo a Robert Sherrod, que trabajaba para la revista Time durante la segunda guerra mundial, que Estados Unidos debera luchar contra otro enemigo: La poltica de Washington no tiene sentido. Deberamos entregar Inglaterra a los alemanes. Nuestra guerra est ms all [en Asia]. Su gran hroe adems de MacArthur era el dictador espaol Francisco Franco, un autntico fascista a quien haban apoyado los nazis en su carrera hacia el poder a finales de la dcada de 1930 y a los que l luego ayud subrepticiamente durante la segunda guerra mundial. Ya cuando ocupaba el puesto de G-2 de MacArthur trabajaba en una biografa de Franco. John Gunther se sorprendi cuando Willoughby, durante la segunda guerra mundial, tras mostrarse amargamente custico sobre la direccin militar y poltica estadounidense en Europa, levant repentinamente su copa en el transcurso de una cena para brindar por el segundo jefe militar ms grande del mundo, Francisco Franco, quien no era precisamente un aliado, ni siquiera un amigo, de Estados Unidos. Frank Gibney, que acompa a Willoughby como periodista para Time, sealaba que siempre estaba hablando de los dos grandes generales, y resultaba difcil en cada momento distinguir a cul de los dos se refera, si a MacArthur o a Franco. Si deca que acababa de recibir otro maravilloso envo de vino del general, caba imaginar que se trataba probablemente de Franco, puesto que el vino era mucho ms propio de Espaa que del Dai Ichi.34 En ningn otro cuartel general podra haber alcanzado Willoughby un puesto tan importante, y cuanto ms alto suba, ms prusiano pareca. En ocasiones llevaba incluso un monculo, aunque como deca uno de sus colegas, se pareca mucho ms a Eric von Stroheim, el director de cine, que a Gerd von Rundstedt, el jefe de Estado Mayor alemn durante la segunda guerra mundial. Gibney pensaba que haba algo pattico en los modales de Willoughby, en su intento deliberado de parecer ms aristcrata de lo que en realidad era: Acuda por ejemplo un da de mucho calor al Tokyo Club, acompaado por su claque, los coroneles de su oficina, dispuesto a jugar al tenis; miraba a su alrededor y si te vea deca: "Hombre, Gibney, me alegro de verte hoy por aqu; bueno, dicen que slo los perros locos y los ingleses salen al medioda un da de sol, pero aqu estoy yo tambin". Y lo ms idiota era que la claque de coroneles rea como si hubiera dicho algo divertido, y de repente temas por los informes de inteligencia que llegaban al alto mando de Tokio y de all a Washington.35 Su origen era hasta cierto punto incierto. Sus afirmaciones de que descenda de un aristcrata alemn y una madre estadounidense se consideraban en general falsas, y la mayora de la gente crea que su nobleza era inventada. En cualquier caso no se esforzaba por aclarar los misterios de su pasado. En el Who's Who in America y en la biografa que entreg al ejrcito, deca haber nacido en Heidelberg, Alemania, el 8 de marzo de 1892, y que sus padres eran el Freiherr (barn) T. von Tschieppe-Weidenbach y Emma von Tschieppe-Weidenbach (nacida Emma Willoughby, en Baltimore). Pero en el registro de Heidelberg de esa fecha slo est anotado el nacimiento del Adolf August Weidenbach, hijo de August Weidenbach, fabricante de sogas, y Emma Langhuser, alemana y no estadounidense. Segn Frank Kluckhohn, de la revista The Reprter, en los archivos alemanes no constaba el derecho de nadie con el apellido de Willoughby a ostentar delante la partcula von como prueba de nobleza. Uno de los amigos de juventud de Willoughby confirmaba que tanto su padre como su madre eran alemanes y que el nombre Willoughby no era sino una torpe traduccin de Weidenbach, que significa arroyo del sauce [willow brook] en alemn. Kluckhohn le pregunt a Willoughby sobre esta circunstancia y la respuesta inmediata fue que de hecho era hurfano y nunca haba conocido a su padre, y se atuvo a la versin del Who's Who. Al parecer lleg a Estados Unidos en 1910, con dieciocho aos, y se incorpor al ejrcito como Adolf Charles Weidenbach. En tres aos lleg a sargento, dej el ejrcito, fue al Gettysburg College, realiz algunos estudios acadmicos en la Universidad de Kansas y luego ense lenguas en escuelas de seoritas del Medio Oeste. En 1916 se reincorpor al ejrcito, sirvi en la frontera mexicana y finalmente fue enviado a Francia, pero no particip en la primera guerra mundial, tras la cual sirvi durante un tiempo como agregado militar en Venezuela, Colombia y Ecuador, donde lo conoci Ned Almond, quien al parecer lleg a odiarlo. Finalmente se convirti en historiador militar y oficial de inteligencia. No se sabe cmo conect a mediados de la dcada de 1930 con MacArthur mientras enseaba en Fort Leavenworth, en Kansas, un lugar adonde el ejrcito enviaba a sus oficiales ms prometedores para darles una formacin adicional, y en 1940 se uni a MacArthur en Filipinas, convirtindose pronto en el experto en inteligencia de su Estado Mayor. A partir de entonces una de sus principales tareas fue amplificar el mito de MacArthur y durante la segunda guerra mundial y los aos de Tokio y Corea trabaj en un monumental estudio sobre la carrera militar de MacArthur que deba llenar tres mil pginas, aunque el libro que se public finalmente no llegaba a las cuatrocientas cincuenta. Si bien el Estado Mayor de MacArthur se mostraba siempre unido frente a cualquier desafo que viniera de fuera, en su interior haba varias fracciones casi siempre luchando entre s por ganarse el favor especial del general; Willoughby y Courtney Whitney, otro favorito de MacArthur que como abogado realizaba adicionalmente para l ciertos trabajos legales, competan continuamente por el primer puesto de la clase. Whitney le haba sido muy til durante los aos en Filipinas gracias a sus relaciones con los niveles ms altos de la sociedad de Manila, pero Willoughby saba lo que MacArthur quera or y se esmeraba en presentarlo en el escalafn ms alto de la historia. En 1947 le escribi: No hay ninguna figura contempornea que se le pueda comparar [...] En ltimo trmino se le cobra apego a un gran lder, a un hombre y no a una idea, a un Malbrough [sic], a un Napolen, a un Robert E. Lee. Por debajo de todo eso hay viejas alianzas dinsticas [...] Un caballero puede servir a un gran seor. Eso sera un buen final para mi carrera [...] y por lo que veo en el mundo, los grandes seores abandonan el primer plano y llevan a cabo una amarga lucha de retaguardia contra los subhumanos, la masa sin rostro azuzada por el ltigo ruso.36 La propia presencia de Willoughby en el Estado Mayor de MacArthur demostraba, en opinin de muchos altos mandos de Washington, que ste diriga un ejrcito propio, fuera del alcance del Alto Estado Mayor. Para ellos Willoughby era un residuo de la primera guerra mundial, el tipo prusiano que lo nico que necesitaba era un casco rematado en punta, en palabras de Clayton James, el bigrafo de MacArthur. La intensidad de sus querencias ideolgicas contrariaba a otros miembros del Estado Mayor de MacArthur. En las querellas internas sobre el futuro de la democracia japonesa, Willoughby se mostraba intensamente apasionado, y trataba de desacreditar a los liberales del New Deal a los que sola ver como compaeros de viaje de los comunistas. Tambin era una especie de censor periodstico autonombrado, siempre alerta frente a cualquier transgresin de su cdigo con respecto a la ocupacin o la persona de MacArthur. Joseph Fromm, del U.S. News & World Report, deca: Varios de nosotros informamos sobre las disensiones en el seno de la burocracia aquellos das, una cuestin seria y muy interesante porque en aquella brega se decida la direccin que adoptara el nuevo Japn. Haba, pues, que informar sobre las dos fuerzas principales en pugna en el cuartel general de MacArthur, los reformadores y los tradicionalistas. Willoughby estaba absolutamente convencido de que, como mencionaba frecuentemente en mis informes esas disensiones, algo que ni a l ni a MacArthur les gustaba, yo era comunista. Recuerdo que un da me llam para una reunin especial a solas y fue una escena autnticamente enloquecida. Slo quera hablar de Lenin y Marx, de hombre a hombre, con las cartas boca arriba. Quera que confrontramos con franqueza nuestros argumentos, l como anticomunista y hombre de la ley y yo, en su opinin, como ferviente comunista y por lo tanto fuera de la ley, pero ambos igualmente sofisticados, hombres de mundo, y confiaba en que al final su juicio sobre el comunismo prevalecera sobre el mo.37 Aos despus Fromm obtuvo su ficha apelando a la Ley sobre Libertad de Informacin y qued asombrado de la cantidad de basura que haba en aquel informe, toda ella recopilada por Willoughby y su personal del G-2, folios y folios llenos de bazofia, casi toda increblemente falsa: El tipo de acusaciones que podan arruinar la carrera de cualquiera si se tomaban en serio. Lo que aquello daba a entender sobre sus responsables, la cantidad de tiempo perdido y la incapacidad del aquel personal para afrontar la realidad, dejaba sin habla.38 Como en el caso de otros fanticos de ambos extremos del espectro poltico, Willoughby tenda a explicar las cosas como resultado de supuestas conspiraciones: lo que haba sucedido en la China continental no era un acontecimiento histrico en el que fuerzas reprimidas durante mucho tiempo haban encontrado un medio de expresin poltico moderno, sino obra de conspiradores. En una carta al Comit de Actividades Antiamericanas de la Cmara de Representantes de mayo de 1950, un mes antes de que empezara la guerra, aseguraba que cerebros comunistas estadounidenses planearon la comunistizacin de China. Se trataba de compaeros de viaje, escriba, que haban interiorizado un fanatismo inexplicable en favor de una causa ajena, la yihad comunista del paneslavismo, para sojuzgar al mundo occidental.39 Se alineaba estrechamente junto a algunas de las personas ms extremistas que trabajaban sobre la cuestin de la subversin en Estados Unidos. Ya en 1947 haba iniciado sus propias investigaciones sobre los estadounidenses que trabajaban en Japn, no muy dismiles, como apuntaba Bruce Cummings, de las que iba a impulsar tres aos despus el senador Joseph McCarthy. Willoughby mantena una relacin constante con el Comit de Actividades Antiamericanas y con Alfred Kohlberg, a quien se consideraba la figura central del lobby chino, as como con el FBI, al que pasaba informaciones no contrastadas sobre quienes le parecan peligrosos izquierdistas, entre ellos miembros del Departamento de Estado que se haban mostrado pesimistas sobre las posibilidades de Chiang. Parte de lo que envi acab finalmente en manos de McCarthy,40 quien lo utiliz en sus investigaciones sobre los expertos en China durante la guerra. Ms adelante, despus de que MacArthur fuera destituido, Willoughby apareci pblicamente vinculado con la extrema derecha estadounidense y comenz a escribir artculos cada vez ms virulentos, racistas y antisemitas. Cuando Eisenhower estaba a punto de obtener la nominacin republicana en 1952, Willoughby le dijo a MacArthur que aquello demostraba que los republicanos formaban parte de una astuta conspiracin para perpetuar el vampirismo de los gobiernos de Roosevelt y Truman. Aqul era el prisma intelectual a travs del cual tenan que pasar todas las informaciones militares en Tokio. La clave para la importancia de Willoughby no estaba en sus propias y evidentes insuficiencias, sino en que representaba las debilidades psicolgicas ms profundas del gran general al que serva, necesitado de tener cerca a alguien que estuviera de acuerdo con l siempre y lo adulara constantemente. Willoughby era despreciado por muchos otros militares de alto rango. Bill McCaffrey dijo en una ocasin: Siempre tema que un da lo encontraran muerto porque estaba seguro de que en tal caso vendran a detenerme, ya que lo odiaba y haba sido muy franco al respecto.41 El teniente coronel John Chiles, jefe de operaciones [G-3] del X Cuerpo y uno de los subordinados de ms confianza de Almond, deca: MacArthur no quera que el ejrcito chino interviniera en la guerra de Corea. Willoughby produca informes sobre cualquier cosa que quisiera MacArthur [...] y en este caso falsific los informes de inteligencia que le llegaban [...] Deberan haberlo metido en la crcel.42 Su puesto nunca fue tan importante como a finales de octubre, a medida que llegaban informes cada vez ms fiables sobre la llegada de tropas chinas al extremo septentrional de Corea. Willoughby se empe entonces en demostrar que, o bien no estaban all, o que si estaban slo haba un pequeo nmero de voluntarios. Hizo cuanto pudo por minimizar las abrumadoras pruebas de que haba sido el ejrcito chino el que haba derrotado al surcoreano y al Octavo Regimiento de Caballera cerca de Unsan entre finales de octubre y primeros de noviembre. Muchos de los que combatieron all estaban convencidos de que su negativa a transmitir rpidamente las pruebas aportadas por los primeros prisioneros chinos y su renuencia a aadir una seria nota de advertencia a sus informes fueron directamente responsables de las derrotas infligidas, no slo al Octavo de Caballera en Unsan sino al Octavo Ejrcito poco despus, as como de la prdida de tantos soldados y en algunos casos de sus largos perodos de prisin en campos chinos y coreanos. Para ellos se acercaba peligrosamente a la representacin del mal, porque a pesar de vociferar sobre los peligros del comunismo y de la Repblica Popular, acab hacindoles el juego al facilitar el envo de las fuerzas de Naciones Unidas a una emboscada tan terrible como aqulla. Segn Bill Train, un brillante joven oficial del G-3 de bajo nivel que se esforz por amordazar su certidumbre durante aquellas semanas crticas, era un farolero, que pretenda saber lo que estaba haciendo, pero que en definitiva produca informes absolutamente intiles, vacos. Nada. Todo estaba equivocado! Todo! Lo que hizo durante aquellos das fue luchar contra la verdad, tratando de evitar que llegara de los niveles ms bajos a los ms altos, donde tendran que haber tomado medidas al respecto.43 Difcilmente se puede sobrevalorar la importancia y valor de un buen oficial de inteligencia en tiempo de guerra. Estudia lo desconocido y trabaja en la oscuridad, tratando de intuir el desarrollo futuro de los acontecimientos. Cubre un terreno delicado donde se entrecruzan con la realidad los prejuicios o el sesgo cultural instintivo, y debe apostar por la realidad aunque eso signifique quedar prcticamente solo. Los oficiales de inteligencia tienen a menudo el triste deber de decir a sus superiores cosas que no quieren or. Un gran oficial de inteligencia trata de hacer al menos parcialmente cognoscible lo desconocido; trata de pensar como el enemigo y escucha con atencin a aquellos con los que est en desacuerdo, simplemente porque sabe que tiene que poner en cuestin su propio sistema de valores a fin de entender el carcter y los proyectos del enemigo. Charles Willoughby no slo fracas en todos los sentidos en ese papel, sino que era su anttesis. No era inofensivo, como una especie de coronel Blimp estadounidense, jubilado desde haca tiempo y dedicado a aburrir a otros ancianos en un club de segunda categora con el triste lamento de que nada es tan bueno como en su juventud y de que los jvenes ya no son tan valientes como cuando l era soldado. Carleton Swift, un joven oficial de inteligencia de treinta y un aos, pensaba que lo habran considerado simplemente un bufn si las consecuencias de sus actos no hubieran sido tan mortalmente serias.44 Swift, miembro de la CIA (procedente de la OSS), operaba como cnsul en la embajada estadounidense en Sel con cobertura del Departamento de Estado, por lo que quedaba fuera del alcance de Willoughby. Su arrogancia estaba totalmente alejada de la incertidumbre la prudencia que se supone que deben poseer los buenos oficiales de inteligencia. Era como si siempre tuviera razn y siempre la hubiera tenido. De l brotaba certidumbre tras certidumbre. Era como si tras cada una de sus sentencias hubiera un signo de admiracin. Si deca que algo no sucedera, entonces no poda suceder. Deca cosas como: "Sabemos que van a hacer esto y aquello, y sabemos que no van a hacer esto y aquello". Lo peor es que no se poda plantarle cara, porque siempre dejaba claro que hablaba en nombre de MacArthur y que quien lo cuestionara estaba enfrentndose a MacArthur, algo que obviamente no estaba permitido; as que para los oficiales de inteligencia sobre el terreno resultaba muy difcil hacer llegar al Alto Estado Mayor algo sobre lo que l ya tuviera una opinin formada.45 Swift haba sido uno de los jvenes oficiales de la OSS que haban tratado con Ho Chi Minh en Vietnam durante la segunda guerra mundial, cuando Estados Unidos todava lo consideraba un amigo, y luego haba estado en Kunming durante la guerra civil china y haba vuelto con un saludable respeto hacia la capacidad militar del Ejrcito Popular de Liberacin. Todava tena algunas buenas fuentes en China y le haban transmitido informaciones muy fiables del masivo movimiento de tropas chinas hacia la frontera de Manchuria. Crea que el trato con las propias fuentes durante aquellos das deba basarse sobre todo en el instinto y la confianza. Saba que a lo largo del Yalu se estaba agrupando un gran contingente del ejrcito chino y que los mandos haban avisado de la inminente intervencin en la guerra; lo mejor era tomarse en serio aquellas advertencias, dado que todos los informes que reciba de sus agentes indicaban que seguan adelante los planes para intervenir en la guerra. Luego, entre mediados y finales de octubre, Swift comenz a recibir informes sobre el cruce de tropas chinas a Corea. Sus agentes eran todos chinos, o con el vocabulario racista de la poca, rasgados (por sus ojos). La calidad de los informes era variable, pero en general haba bastante material como para que cualquier oficial de inteligencia le prestara atencin. Swift no estaba solo, pues oa historias parecidas a sus amigos en la inteligencia militar, historias que ms tarde atribuy a la toma de prisioneros chinos en la regin de Unsan, interrogados por el personal del general Paik Sunyup y los estadounidenses; pero tambin saba que aquello no iba a afectar a Willoughby. El ejrcito chino no iba a intervenir en la guerra. l lo saba, y nunca se equivocaba!.
De hecho, Willoughby no slo estaba impidiendo que el servicio de inteligencia militar enviara sus mejores datos al alto mando en Corea, sino que tambin estaba bloqueando otras fuentes de inteligencia y vigilaba cuidadosamente una pequea operacin de la CIA organizada aquel ao en Tokio. De acuerdo con la Armada, un pequeo grupo de la CIA se haba establecido en la base que tena en Yokosuka la Sptima Flota, bajo la direccin de un viejo agente de la OSS que haba trabajado previamente en Europa llamado William Duggan. Desde finales de septiembre hasta bien avanzado octubre, Duggan recibi datos muy precisos de sus colegas de Taiwn sobre lo que estaba a punto de hacer el ejrcito chino. Algunos antiguos miembros del Guomindang, ahora incorporados al Ejrcito Popular de Liberacin, disponan todava de sus viejos transmisores de radio. A veces conseguan esconderse durante la noche y transmitir a Taiwn dnde se encontraban y con qu misin. Todos aquellos mensajes decan lo mismo: nos dirigimos hacia el norte, a la frontera de Manchuria; los oficiales creen que se ha tomado ya la decisin de cruzar el Yalu. De repente, a finales de octubre, las transmisiones por radio cesaron, quiz porque ya estaban en Corea y quienes las realizaban estaban sometidos a un mayor control; pero no haba duda de que los informes anteriores constituan una advertencia muy seria. Un joven agente de la CIA en Taiwn llamado Bob Myers pasaba a sus superiores la informacin que recoga de los nacionalistas con los que trabajaba y saba que haban llegado a Duggan. Lo que no supo hasta ms tarde era que Willoughby estaba al tanto y haba amenazado con cerrar su diminuta oficina y expulsarlo de Japn si no dejaba de intentar puentearlo y de enviar sus informes a instancias ms altas.46 Entretanto, en el seno del Octavo Ejrcito estaba teniendo lugar una feroz batalla burocrtica sobre los datos de inteligencia recibidos. El infortunado G-2 del Octavo Ejrcito, Clint Tarkenton, se vea atrapado entre Willoughby por encima y las crecientes dudas entre los agentes que trabajaban sobre el terreno en Corea del Norte. Bill Train, joven oficial del G-3 de la Primera Divisin de Caballera, convencido de que el ejrcito chino haba entrado masivamente en el pas y de que se estaba fraguando una tragedia, deca de l: Era un hombre de Willoughby, no de Walker, y no se debe subestimar la importancia de ese dato. Hay que recordar el enorme poder que tena Willoughby en la estructura general de mando.47 [Por otra parte], se trataba del mando de MacArthur, no del ejrcito estadounidense, y si alguien puenteaba a Willoughby no era slo que lo fueran a echar de all, sino que probablemente perdera su carrera. De forma que Tarkenton sigui la lnea marcada desde Tokio en el informe emitido por Willoughby en un memorando del 28 de octubre, tres das despus de la captura del primer prisionero chino en el rea de Unsan: El momento propicio para tal intervencin pas hace tiempo; es difcil creer que tal iniciativa, en caso de haberse planeado, se hubiera demorado hasta un momento en que las fuerzas norcoreanas han quedado reducidas a un nivel muy bajo de efectividad.48 Train, sin embargo, estaba muy alarmado por lo que haba sucedido en Unsan. Le haban encargado parte del trabajo de inteligencia porque la seccin G-2 andaba escasa de efectivos. Ahora, al prestar ms atencin, vea pruebas innegables de lo que pareca una entrada a gran escala del ejrcito chino en Corea. No era algo de lo que cupiera burlarse, como haca el equipo de Willoughby; era algo que daba escalofros e incitaba a obtener ms informacin. Tcnicamente las tareas de inteligencia no entraban siquiera en el rea de Train, pero cmo se podan hacer planes como G-3 sin saber siquiera dnde estaba el enemigo? Ya antes de que el ejrcito chino atacara en Unsan, se senta como si estuviera reuniendo las piezas de un rompecabezas, en el que cada pieza aadida permita hacerse una imagen cada vez ms clara. Los soldados estadounidenses que se dirigan al norte se movan en un rea llena de fantasmas, pero poco a poco aquellos fantasmas iban cobrando perfil. Train estaba sorprendido por la forma en que los oficiales de inteligencia por encima de l minimizaban sistemticamente o descartaban de forma abierta aquellas informaciones. Lo menos que podan hacer era tratar de contrastarlas. Pero por el contrario minimizaban ostensiblemente la envergadura del enemigo dejando claro que no queran ms informacin. Siempre que Train y su jefe en el G-3, John Dabney, descubran algo que pareca indicar una gran presencia china, la gente de Willoughby le quitaba importancia.49 Lo que haca la brega tan desigual era que Tarkenton no era un aliado; tampoco era del todo un adversario, pero se vea atrapado como en unas pinzas entre un jefe dogmtico y autoritario y una realidad indeseada. Train deca aos despus: La situacin de Tarkenton era insoportable. Su jefe Willoughby era un perdonavidas que conoca su poder y le gustaba utilizarlo; controlaba aquel grupo, tanto en Tokio como, dado que Tarkenton era su hombre, en el G-2 del Octavo Ejrcito, y poda supervisar a su antojo las valoraciones de inteligencia. Fuera cual fuera su opinin real, Tarkenton estaba sometido a su yugo.50 Ms tarde Dabney tambin dijo que Tarkenton estaba excesivamente influido por Willoughby.51 Para cualquier dato que le ofrecieran sobre la presencia china, Willoughby tena una respuesta. Si el ejrcito surcoreano informaba que haba matado a treinta y seis chinos durante una escaramuza y que tena all todava los cuerpos, Willoughby explicaba que aquello no era sino una forma oriental de salvar la cara, que el ejrcito surcoreano haba combatido tan mal que tena que reivindicar cierto nmero de chinos muertos como cuestin de orgullo. Si Train le ofreca pruebas que parecan apuntar a la presencia de cinco o seis divisiones chinas en un rea determinada, la respuesta era invariablemente que se trataba de unidades diferentes y ms pequeas de distintas divisiones chinas, ahora agregadas a una unidad norcoreana. As pues, una parte del ejrcito, cmodamente instalada en Tokio, daba por imposible la intervencin china en la guerra, mientras otra parte tena que combatir a un enemigo tan peligroso en condiciones terribles. El 30 de octubre, por ejemplo, tras el primer ataque en Unsan, Everett Drumwright telegrafiaba al Departamento de Estado desde la embajada en Sel, reflejando fielmente la valoracin del G-2, que el equivalente a dos regimientos chinos, quiz tres mil hombres, les haban atacado en el norte; se trataba de un honrado intento de responder a la cuestin ms acuciante en aquel momento para sus superiores. Al da siguiente envi otro telegrama mencionando un nmero ms pequeo, slo dos mil soldados chinos. El 1 de noviembre, despus de que los interrogatorios de bajo nivel evidenciaran que haba soldados de varios ejrcitos chinos, Tarkenton, siguiendo la lnea de Willoughby, afirm que eso se deba a la presencia de unidades ms pequeas de esos ejrcitos, no a que stos hubieran penetrado en Corea.52 El 3 de noviembre, cuando fue quedando clara la situacin real en Wonsan, Willoughby elev ligeramente sus cifras. S, el ejrcito chino haba entrado en el pas, un mnimo de diecisis mil quinientos soldados y un mximo de treinta y cuatro mil. El 6 de noviembre Tarkenton estimaba el nmero total de soldados chinos alineados contra el Octavo Ejrcito y el X Cuerpo en veintisiete mil. En realidad estaba ya cerca de doscientos cincuenta mil, y segua aumentando. El 17 de noviembre MacArthur le dijo al embajador Muccio que no haba ms de treinta mil soldados chinos en el pas, mientras que al da siguiente Tarkenton situaba su nmero en torno a cuarenta y ocho mil. El 24 de noviembre, el da fijado para el inicio de la importante ofensiva de las tropas de Naciones Unidas para llegar hasta el Yalu en lugar de establecer fuertes de posiciones defensivas a la vista de la considerable presencia china, Willoughby estimaba un nmero mnimo de cuarenta mil y un mximo de setenta y un mil. En aquel momento haba ya 300.000 soldados chinos esperando pacientemente que las fuerzas de Naciones Unidas entraran todava ms en su trampa. En el interior del G-2 haba importantes discrepancias. No slo haba sobre el terreno cierto nmero de oficiales de inteligencia subalternos, absolutamente seguros de que Willoughby estaba equivocado sin remedio, sino que el teniente coronel Bob Ferguson, tericamente por encima de Tarkenton y que supuestamente deba ser el jefe del G-2, comparta esa certeza. Ferguson, que haba llegado a Corea despus de que Tarkenton asumiera su puesto, trat sin xito de hacerle cambiar de opinin. Desgraciadamente no era con un hombre con lo que estaba forcejeando, sino con todo un sistema, y Ferguson era un advenedizo. Como dijo Train, era la cosa ms triste en la que nunca particip, porque casi se poda ver venir todo lo que iba a suceder, casi se saba lo que iba a suceder, mientras todos aquellos jvenes se introducan en aquella condenada trampa.53 Para Walton Walker ola a chamusquina, pero se estaba viendo arrastrado por el poder del mando que haba por encima de l. Al principio haba eludido ante los corresponsales de guerra la posibilidad de que hubiera tropas chinas en el pas. Cuando el ejrcito surcoreano hizo sus primeros prisioneros chinos, a Tom Lambert, de la Associated Press, que era uno de los mejores periodistas all presentes en aquel momento, y Hugh Moffet, de Time, les haba llegado el rumor de que al menos uno de los prisioneros era chino. Condujeron unos treinta kilmetros hasta el cuartel general del regimiento coreano, donde un oficial coreano, que hablaba chino e ingls, estaba interrogando a un prisionero que vesta una guerrera acolchada y un uniforme muy diferente de los que hasta entonces haban visto. El prisionero era efectivamente chino y lo reconoca abiertamente; se supona que todos ellos eran voluntarios, dijo, pero l no era voluntario. Al da siguiente Lambert y Moffet viajaron en jeep hasta el cuartel general de Walker, donde encontraron al comandante en jefe del Octavo Ejrcito en lo que les pareci todava una fase temprana de denegacin. Bueno, puede que sean chinos dijo Walker, pero recuerden que tambin hay un montn de mexicanos en Los ngeles pero no por eso diran ustedes que Los ngeles es una ciudad mexicana.54 De hecho estaba extremadamente nervioso desde el momento en que fueron capturados los primeros soldados chinos. El 6 de noviembre, justo despus de evaluar el dao causado al Octavo Regimiento de Caballera, Willoughby haba volado a Pyongyang para una reunin y Walker se haba dirigido a l dicindole: Charles, sabemos que el ejrcito chino est aqu; usted tiene que decirnos para qu. La respuesta, como sealaba su bigrafo Wilson Heefner, no poda considerarse una verdadera respuesta. En aquel momento Walker se senta muy marginado. Mientras celebraban la reconquista de Sel, les haba dicho a su asistente Joe Tyner y a su piloto Mike Lynch que aqul era un gran da porque por fin iba a saber cules eran los planes para el futuro. Aquel mismo da, ms tarde, haba regresado muy confuso. Nadie se haba molestado en decirle cul sera el prximo paso. Una vez que cruzaron el paralelo 38, habra preferido cavar trincheras a unos ciento cincuenta kilmetros al norte, en una lnea a lo largo del estrecho cuello de la pennsula que iba prcticamente desde Pyongyang hasta Wonsan, dejando fuera alrededor de dos terceras partes del pas, que sin embargo constituan una regin en su mayora deshabitada y desrtica. Aquella penetracin habra sido ms fcil de asegurar, defender y abastecer y habra hecho que cualquier intento chino o norcoreano de recuperar el terreno fuera vulnerable a la fuerza area de Naciones Unidas. Para llegar hasta el Yalu slo quedaban unos quinientos kilmetros, pero aquello no iba a suceder. En realidad Walker ya no era el comandante en jefe del Octavo Ejrcito. Ahora slo tena bajo su mando alrededor de la mitad, se vea puenteado en todas las decisiones importantes, y era muy consciente de la competicin por llegar al Yalu antes que Almond y el X Cuerpo. Nada de aquello era casual, pensaba Matt Ridgway. Washington poda estar a la defensiva, pero MacArthur tambin saba que haba tres palabras mgicas que podran alertarlo si provenan de su cuartel general: Masiva intervencin china. Si haba pruebas de que un nuevo enemigo haba aparecido en un momento decisivo de la guerra, los militares, incluidos Marshall y los jefes de Estado Mayor, as como los polticos, saldran de su pasividad y pondran lmites mucho ms estrictos a la absoluta discrecionalidad de que haba gozado hasta entonces. As pues, la segunda batalla real en la carrera hacia el norte despus de la batalla de Unsan era poltica, por encima de los cargos ms altos de la inteligencia. 26
En el trasfondo operaba todava una fuerza paralela, la de la poltica interna estadounidense. El intento de Truman de compartir parte de la gloria del desembarco en Inchon con su viaje a la isla de Wake fracas. El 7 de noviembre, tres das despus de que el ejrcito chino hubiera recuperado Unsan, y cuando el alto mando de la Primera Divisin de Caballera empezaba a captar todo el alcance de la derrota, los estadounidenses fueron a las urnas para votar en las elecciones a mitad de mandato. Los demcratas, con la carga de una guerra que ya era muy impopular, obtuvieron muy malos resultados: perdieron cinco escaos en el Senado y veintiocho en la Cmara de Representantes. Las elecciones era la primera vez que el pas poda votar desde que empez la guerra impulsaron el ascenso de Joe McCarthy, quien haba pronunciado su primer discurso sobre la subversin en febrero de 1950, como senador por Wisconsin. Para muchos estadounidenses la propia guerra pareca revalidar ahora sus acusaciones, mientras que otros simplemente haban expresado su hartazgo de los demcratas. El beneficiario ms inmediato fue el propio McCarthy: durante un perodo de alrededor de tres aos tras aquellas elecciones experiment un sensacional ascenso poltico, basado en la fcil repercusin de sus acusaciones, en la empata que supo despertar en el pas y en la plataforma que le ofrecieron los medios de comunicacin siempre tan irreflexivos para realizar una acusacin tras otra, dedicando muy poca atencin a su verificacin. Rojos dirigen el Departamento de Estado, afirma McCarthy. El senador denuncia indulgencia. Si lo haba dicho un senador, era noticia. La comprobacin nunca le interes; tampoco realiz, todo hay que decirlo, ningn estudio serio de lo que los comunistas hacan o dejaban de hacer en Estados Unidos. Esto no fue nada provechoso, porque a ms largo plazo dificult el estudio de las redes soviticas de posguerra en Estados Unidos, y si sus eventuales xitos provenan de la gente, relativamente escasa, que se incorpor al partido comunista durante los aos de la depresin porque haban perdido su fe en la democracia, o del diminuto ncleo de hombres y mujeres que realmente espiaban para los soviticos. El estudio serio del comunismo o del espionaje no era la especialidad de McCarthy. Como dijo en una ocasin George Reedy, quien sigui sus pasos durante aquel perodo: Joe no sabra encontrar un comunista en la plaza Roja; era incapaz de distinguir a Karl Marx de Groucho Marx. Era el gran matn poltico de la poca, un populista que aprovechaba los temores generados por la nueva e incierta era atmica. Se ufanaba de haberse convertido, en su opinin, en la encarnacin misma del patriotismo. En una conferencia de prensa les dijo a los periodistas: Si os oponis a McCarthy, chicos, es que sois comunistas o chupapollas. Se convirti en el portavoz perfecto para la derecha. Era extremadamente valioso para los republicanos ms sosegados, como un cerdo en un campo de minas, en palabras del escritor Murray Kempton, quien deca: Slo podemos ganar "escarbando", y el que mejor sabe hacerlo es un cerdo.4 El senador Robert Taft le dijo en una ocasin que no se preocupara si algunas de sus acusaciones resultaban infundadas. Lo nico que deba hacer era seguir hablando, y si un caso no resultaba, seguir adelante y empezar con otro.5 En las elecciones de 1950 McCarthy obtuvo dos victorias importantes. Su primer adversario que deba batir aquel ao fue el senador Millard Tydings, un anticuado aristcrata que representaba al partido demcrata por Maryland, al que Roosevelt haba tratado anteriormente de purgar por lo muy conservador que era. Le haban escandalizado las acusaciones imprudentes y sectarias de McCarthy, y durante el verano de 1950 haba formado un subcomit y las haba examinado, investigando al investigador, por decirlo as. El comit critic finalmente a McCarthy por su comportamiento y exoner a la mayora de las personas denunciadas por l. Las acusaciones de McCarthy, deca el comit, representaban quiz la campaa ms inicua de falsedades y verdades a medias en toda la historia de la Repblica.6 Tydings pretenda ser reelegido en 1950 y McCarthy inici su persecucin. Viaj repetidamente desde Washington hasta Maryland e incluso utiliz una foto trucada que pretenda mostrar juntos a Tydings y Earl Browder, el secretario del partido comunista estadounidense. Tydings fue derrotado con un margen sorprendentemente amplio de cuarenta mil votos, pero el vencedor real no fue John Marshall Butler, el candidato opositor, sino McCarthy. Su otro enemigo que deba batir fue Scott Lucas, de Illinois, el lder de la mayora demcrata. El momento elegido por McCarthy no pudo ser mejor: la maquinaria demcrata en Chicago, tan sensible a las victorias estatales, ola mal por varias razones y Lucas era ms vulnerable de lo que imaginaba. McCarthy realiz ocho viajes a Illinois durante la campaa para las elecciones al Senado y critic a Lucas entre otras cosas por sus relaciones con Dean Acheson, un nombre cargado de mala fama en gran parte del Medio Oeste. Los estados rurales de Illinois y Wisconsin parecan compartir los mismos temores, y McCarthy reuna a grandes multitudes entusiasmadas en todas partes donde apareca. Everett McKinley Dirksen, el oponente de Lucas, representaba, segn dijo McCarthy a aquellas multitudes, una plegaria por Estados Unidos. Lucas tambin perdi las elecciones. De repente McCarthy se convirti en una importante figura nacional. Debido a la relevancia de las cuestiones en disputa, las elecciones representaron un importante retroceso para el gobierno de Truman y sus aliados en el Congreso. De la noche a la maana McCarthy se haba convertido en el gran inquisidor nacional. El senador William Fulbright, de Arkansas, dijo: Resultaba difcil imaginar el cambio en su estatus [de McCarthy] cuando regres a Washington. Los republicanos lo vean como el nuevo mesas. Los demcratas estaban aterrorizados. Era el mismo McCarthy, tan odioso como siempre, pero las cosas haban cambiado radicalmente.7 Aquellas importantes novedades polticas en Estados Unidos tuvieron tambin un gran efecto en Corea y en Tokio, ya que en el momento ms crtico en cuanto a las decisiones que se deban tomar con respecto a la guerra de Corea, el presidente se vea coartado por el cambio de marea en la poltica interna, algo de lo que era muy consciente el general MacArthur. La poltica relacionada con aquella guerra fue siempre difcil para Truman, y ahora se haba vuelto ms difcil que nunca. El 8 de noviembre, el da despus de las elecciones, la Junta de Jefes de Estado Mayor, reflejando el creciente temor de que el ejrcito chino hubiera intervenido en la guerra (y una gran desconfianza en los informes de Willoughby), telegrafi a MacArthur sugirindole de nuevo que, a la vista de lo que haba sucedido en Unsan, reexaminara sus planes; pero el 9 de noviembre replic con dureza a Washington. No pretenda, como ellos queran, establecer una lnea de separacin en el estrecho cuello de la pennsula. Saba que Gran Bretaa (y Francia) preferan esa solucin, como muchos de los altos mandos militares estadounidenses sobre el terreno, incluido Walker. Aquello supona una contemporizacin, dijo, y le pareca que su precedente histrico era la decisin tomada en Mnich. Confiaba en que su fuerza area pudiera detener cualquier avance de las fuerzas chinas e impedir que entraran en Corea (no saba que la mayor parte de las fuerzas enemigas estaba ya en el pas y que era demasiado tarde para que su fuerza area bloqueara las vas de acceso). A continuacin aada: Renunciar a cualquier parte de Corea frente a la agresin de los comunistas chinos representara la mayor derrota del mundo libre en los ltimos aos. De hecho, ceder ante una proposicin tan inmoral llevara a la quiebra nuestro liderazgo e influencia en Asia y hara insostenible nuestra posicin, tanto poltica como militarmente. Seguiramos as los pasos de los britnicos, quienes con su contemporizacin en el reconocimiento [de la Repblica Popular China] han perdido el respeto del resto de Asia sin ganar el de China.8 Aqul era, pues, el momento decisivo. Unsan y el ataque contra el Octavo Regimiento de Caballera deberan haber suscitado una reconsideracin general de los planes en marcha, y el mando en Tokio estaba an ms nervioso quiz que Washington porque eran sus hombres los que estaban en peligro. Representaba la ltima oportunidad real para reexaminar la guerra antes de que atacara todo el ejrcito chino. En trminos militares, los soldados de MacArthur estaban dejando atrs un punto de no retorno. Unsan y el ataque al Octavo Regimiento de Caballera supusieron, no slo un momento decisivo en el campo de batalla, sino tambin una importante derrota para Washington en su guerra particular contra el general MacArthur. Dean Acheson y el general Ornar Bradley describieron ms tarde lo mal que le haban aconsejado a Truman en aquel momento sus asesores. Se haban sentido intimidados por el comandante supremo en el Pacfico, pese a su propia impresin de que estaban perdiendo el control. De hecho le permitieron proseguir hacia el norte, al menos mientras las cosas le fueran bien, pero no entrar en guerra con el ejrcito chino. Su ltima gran ofensiva se producira tal como estaba planeada.
En los niveles ms altos del Dai Ichi, preparados como estaban para la ltima ofensiva a finales de octubre, justo antes del ataque contra Unsan, se viva un autntico sentimiento de euforia. El enemigo haba huido prcticamente del campo de batalla. El 23 de octubre la revista Time public una historia de portada extremadamente halagadora sobre Ned Almond, resaltando la huida de los norcoreanos y el hecho de que las fuerzas de Naciones Unidas estuvieran al parecer persiguindolos. Almond no slo apareca como un hroe militar excepcional, que casi posea un toque mgico con los soldados rasos (Cmo te llamas? De dnde eres? Cunto tiempo llevas en el ejrcito?), sino que tambin aprovechaba la oportunidad para alabar de forma extravagante a MacArthur. Hasta que lo conoci, recordaba Bill McCaffrey, su subordinado ms prximo, las dos nicas figuras militares para las que Almond haba tenido palabras amables elevndolos sobre el Pedestal de la Fama, eran George Marshall y Robert E. Lee; ningn otro alcanzaba su talla. Ahora hablaba de MacArthur como el mayor genio militar del siglo XX. Desgraciadamente no podra compararlo, le dijo a Time, con los mayores genios militares de la historia, porque es difcil comparar los momentos actuales con la poca de Napolen, Csar o Anbal. El recuerdo de Napolen, mientras se preparaban para una campaa que poda tener que afrontar el peor tiempo invernal que hubieran conocido y contra el ejrcito del pas ms poblado del mundo, no dejaba de tener su irona, de la que al parecer Almond no era consciente. McCaffrey pensaba que tratar con Almond durante aquellos das era como tratar con un hombre enamorado. l estaba ms cerca de Almond que nadie, haba sido su lugarteniente durante la segunda guerra mundial y le permita discutir con l ms que a cualquier otro subordinado, como si fuera su hijo predilecto. McCaffrey segua siendo muy pesimista con respecto a la expedicin hacia el norte, pero Almond no quera ya escuchar ninguna objecin, por obvios que fueran los peligros que arrostraban. En los grandes mapas colgados en los puestos de mando haba clavadas muchas banderitas rojas, cada una de las cuales representaba una divisin china, con lo que pareca haber cientos de miles de soldados chinos a lo largo del Yalu. McCaffrey, que llegara ms tarde a teniente general, haba llegado a Tokio con el grado de coronel para hacerse cargo del Estado Mayor del X Cuerpo como segundo de Almond una semana antes del desembarco en Inchon, y cada vez que miraba en el cuartel general aquel mapa gigante poda ver en l el curso serpenteante del Yalu y a lo largo de l aquellas banderitas rojas que representaban decenas de divisiones chinas, quiz treinta o ms. La primera vez que vio aquel mapa entendi inmediatamente los peligros que presagiaba: todas aquellas divisiones chinas esperando all en las montaas, mientras que las lneas de abastecimiento de las fuerzas de Naciones Unidas se alargaban y adelgazaban cada vez ms. Le pregunt a Bob Glass, el G-2 del cuerpo: Qu pasar si intervienen?. Glass le respondi: Almond dice que no tenemos que preocuparnos. MacArthur lo ha tenido todo en cuenta y no les conviene intervenir, as que no lo harn. Pero los peligros, pensaba McCaffrey, eran a la vez obvios y aterradores. El pas se extenda espectacularmente a medida que se avanzaba hacia el norte, hacindose cada vez ms vastos y desplegndose en una especie de desierto montaoso con pocas carreteras decentes. Algunas de aquellas montaas tenan entre dos mil y dos mil quinientos metros de altura. McCaffrey deca: Cada kilmetro hacia el norte significaba un kilmetro ms de anchura en el frente, haca ms fro y las carreteras eran peores; cada kilmetro hacia el norte contrarrestaba nuestra ventaja bsica, que era la tecnologa. Cada da se iba haciendo ms peligroso. Se multiplicaban las seales de peligro, y justo por debajo del nivel de los generales que haban combatido en Filipinas, los jefes y oficiales del Dai Ichi se estaban poniendo francamente nerviosos; pero no podan discutir con Almond. Cuando McCaffrey trat de exponerle sus dudas, inmediatamente le reproch su falta de fe y lleg a decirle: Tambin estuvo usted en contra del desembarco en Inchon. Creo que sigue subestimando al general MacArthur. A primeros de diciembre, despus del ataque chino, McCaffrey se encontr con Swede Larsen, ayudante de Joe Collins y amigo suyo desde haca mucho tiempo. Le dijo: Por Cristo, Swede, qu estabais haciendo en Washington? Es que no os disteis cuenta de que estbamos desparramados por todo el norte de Corea? Es que nadie lo vio?. Larsen le respondi: Bill, te has parado a pensar que eso habra sido como decirle a MacArthur despus del desembarco en Inchon que sus ideas estratgicas son las de un chiflado? Eso no era posible.
Seguramente ni siquiera el propio MacArthur haba volado nunca tan alto. El coronel John Austin, miembro del Estado Mayor del I Cuerpo, recordaba la imagen de la visita de McCarthy a su cuartel general en aquel momento, erguido y con total confianza en s mismo, en la cumbre de su poder. Era, deca ms tarde Austin, como ver caminar a la historia. Rara vez haba parecido tan confiado en s mismo un jefe militar; a los oficiales reunidos les dijo: Seores, la guerra est acabada. El ejrcito chino no intervendr en esta guerra. En menos de dos semanas el Octavo Ejrcito estar junto al Yalu a lo largo de todo el frente. La Tercera Divisin estar de regreso en Fort Benning para la cena de Navidad. Nadie puso objeciones en aquel momento, le dijo Austin al escritor Robert Smith: habra sido como dudar de un anuncio realizado por Dios en persona. Se supona que la ofensiva final hacia el norte deba iniciarse el 15 de noviembre, pero Walton Walker se haba sentido excesivamente presionado y consigui retrasar la fecha alegando lo limitadas que eran sus reservas; Frank W. (Shrimp) Milburn, al mando del I Cuerpo, tena municin para un solo da, combustible para un da y medio y raciones alimenticias para tres o cuatro. Para entonces Walker estaba absolutamente convencido de que haba como mnimo tres divisiones chinas en su rea y estaba muy preocupado por cada kilmetro que recorran hacia el norte desde Pyongyang. Ms tarde le confi a un periodista que se haba desplazado tan pausadamente como haba podido desde que cruz el ro Chongchon; tan lentamente que haba recibido duras reconvenciones de su superior. Tambin haba tratado de establecer posiciones que pudieran ser tiles en caso de que el ejrcito chino contraatacara y tuviera que retroceder. Ms tarde estaba convencido de haber salvado una parte considerable de su ejrcito gracias a aquellas precauciones. Tambin estaba completamente seguro, le dijo a un amigo periodista, de que iba a ser relevado del mando por Tokio por avanzar tan lentamente y por su renuencia a obedecer las rdenes recibidas.9 La fecha fue primero pospuesta al 20 de noviembre, y luego al 24. Aquella maana Walker se reuni con MacArthur cuando ste visit los diferentes cuarteles generales del Octavo Ejrcito, pero careca del optimismo de su superior, quien frente a los periodistas del servicio telegrfico que lo acompaaban volvi a declarar que todos estaran en casa antes de Navidad. El encuentro ms memorable fue el que tuvo lugar en el cuartel general del FX Cuerpo, donde su jefe John Coultertrol le dijo que sus tropas estaban encontrando muy poca resistencia, a lo que MacArthur respondi: puede usted decirles que cuando lleguen al Yalu podrn todos regresar a casa. Quiero reafirmar mi compromiso de que podrn celebrar las Navidades en casa.10 Luego parti en su avin, dicindole al piloto que pasara sobre la frontera china para poder examinar el rea. Walker observ cmo despegaba el avin de MacArthur y a continuacin, frente a Tyner y Lynchs, dijo simplemente: Mierda!. Ambos se sorprendieron, en primer lugar porque Walker nunca discuta las rdenes de MacArthur, y en segundo lugar porque nunca utilizaba ese tipo de palabras. No era un buen momento para el comandante en jefe del Octavo Ejrcito. Sus fuerzas seguan avanzando y se senta cada vez ms preocupado: estaban separados del X Cuerpo al este, con lneas demasiado delgadas, y cuanto ms avanzaban hacia el norte, ms delgadas se hacan. Slo un cuerpo del ejrcito surcoreano protega su flanco oriental y era muy comprensible su nerviosismo. Estaban a punto de regresar a Pyongyang cuando Walker decidi de repente que quera visitar el cercano puesto de mando de la 24. Divisin. All busc al general John Church, que mandaba la divisin, y se lo llev aparte. Quera enviar un mensaje al coronel Dick Stephens, al mando del 21. Regimiento de Infantera, que era la unidad que encabezaba el avance hacia el norte: Dgale a Dick que en cuanto perciba el menor asomo del ejrcito chino retroceda inmediatamente. Pero en Tokio la euforia aumentaba sin cesar. Cuando algunas unidades el 17. Regimiento de la Sptima Divisin llegaron al Yalu el 21 de noviembre, lo celebraron de forma curiosamente inocente: todos los mandos, incluidos Almond y David Barr, que encabezaba la Sptima Divisin de Infantera, se acercaron a orinar al ro. MacArthur, con la victoria obviamente a su alcance, envi a Almond un mensaje por radio: Mis felicitaciones ms cordiales, Ned, y dile a Barr que la Sptima Divisin se ha llevado el premio. Para los hombres del 17. Regimiento que constituan la avanzadilla y que pasaron su primera noche junto al Yalu con temperaturas por debajo de treinta bajo cero, era un horror. El general Joseph Relmpago Collins, jefe de Estado Mayor del Ejrcito, escribi ms tarde sobre la carrera hacia el Yalu: MacArthur pareca marchar como un hroe griego de la antigedad hacia un destino cruel e inexorable. O como dijo Matt Ridgway, empleando la analoga ms trgica que cualquier militar americano poda utilizar: Como Custer en Little Big Horn,14 [MacArthur] no tena ojos ni odos para las informaciones que pudieran disuadirlo del rpido cumplimiento de su objetivo, la destruccin del Ejrcito Popular de Corea [del Norte] y la pacificacin de toda la pennsula. Para Geoffrey Perret, el bigrafo de MacArthur que escribi que el desembarco en Inchon haba sido el mayor golpe de genio del general, el resto fue pura tragedia: La conclusin ms brillante para la vida de MacArthur habra sido morir como un soldado en las aguas de Inchon, en el pice de su gloria, con su leyenda no slo intacta sino magnificada ms all incluso de su fastuosa imaginacin. Desde all slo poda ir en una direccin: hacia abajo.15
Los hombres del Dai Ichi haban retocado los informes de inteligencia para permitir a las fuerzas de MacArthur llegar hasta donde queran militarmente, esto es, hasta las orillas del Yalu, pero con ello establecieron un precedente peligroso para sus sucesores. En aquel primer caso fueron los militares los que manipularon los datos de la inteligencia, o con mayor precisin un ala dura del ejrcito false deliberadamente los datos de que dispona en los informes que enviaba al alto mando y a los civiles de Washington. Aquel proceso se iba a repetir dos veces en aos posteriores, y en ambas iban a ser los civiles los que embaucaran a los militares sin que stos supieran reaccionar adecuadamente, con lo que pusieron a los hombres bajo su mando en situaciones de combate inaceptables (el libro en el que un joven oficial de talento, H. R. McMaster, examinaba cmo el alto mando militar haba cado en la trampa tendida por los gobernantes civiles durante la guerra de Vietnam se llamaba precisamente Dereliction of Duty [Negligencia en el cumplimiento del deber]). Todo aquello reflejaba algo sobre lo que haba advertido George Kennan, la intromisin de la poltica partidista interna en los clculos de seguridad nacional, y mostraba hasta qu punto el gobierno estadounidense haba comenzado a tomar decisiones funestas basndose en verdades limitadas y en informes de inteligencia muy deficientes, a fin de proteger sus intereses polticos. En 1965 el gobierno de Lyndon Johnson adulter las razones para enviar tropas de combate a Vietnam, exagerando la amenaza que Hanoi supona para Estados Unidos y mitigando deliberadamente las serias advertencias de la inteligencia militar sobre las consecuencias de la eventual intervencin estadounidense (y la velocidad y eficacia con que podan contraatacar el FNL y el ejrcito norvietnamita a su fuerza expedicionaria), comprometiendo as a Estados Unidos en una guerra colonial sin esperanza ni posibilidad de ganar. Ms tarde, en 2003, el gobierno de George W. Bush valorando inadecuadamente las eventuales consecuencias en Oriente Medio del derrumbe de la Unin Sovitica, calcul mal la posible respuesta de la poblacin iraqu, e ignorando las advertencias del miembro ms capaz de su equipo de seguridad nacional, Brent Scowcroft, y deseando por sus propias razones derrocar a Saddam Hussein, minti al Congreso, a los medios de comunicacin, a la opinin pblica, y lo ms peligroso de todo, a s mismo, con informes de inteligencia gravemente falseados, y envi tropas al corazn de las ciudades iraques con resultados desastrosos.
Octava parte
El contraataque chino
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El capitn Jim Hinton, al mando de la 38. compaa de tanques, que formaba parte de la Segunda Divisin, constituida por veintids carros de combate, estaba preocupado desde el primer momento. La diferencia entre lo que imaginaba el alto mando en Tokio y la realidad que l poda contemplar en Corea a medida que la Segunda Divisin se desplazaba hacia el norte lo dej asombrado. En el edificio del Dai Ichi, Corea se vea como un lugar distante, en cierta medida ordenado y en general manejable, un mapa que se poda colgar en la pared, en el que las distancias no eran tan grandes y entre cada dos divisiones slo haba uno o dos centmetros; pero all, a medida que la Segunda Divisin se aproximaba hacia el ro Chongchon, se pareca ms a un infierno militar imposible de manejar, cerros que se convertan en altas montaas, vientos que soplaban cada vez ms fuerte, temperaturas que caan casi de hora en hora, cada da ms fro, slo que el da siguiente sera an ms fro y te hara aorar el fro de anteayer. Mantener los tanques en funcionamiento con aquel tiempo era de por s un gran trabajo. Tema que el fro pudiera agarrotar sus mquinas, que en el momento en que las necesitara ms desesperadamente los motores se negaran simplemente a arrancar. Su compaa dispona de lo que llamaban un Little Joe, un generador que poda mantener cargadas las bateras de los tanques, pero aquella operacin haca muchsimo ruido y pareca prolongarse indefinidamente, por lo que Hinton prefera no utilizarlo a menos que fuera imprescindible. Decidi en cambio que alguien pusiera en marcha los motores cada hora, para mantenerlos cargados. Dios, qu fro haca! A veces, incluso con los motores en marcha, el tanque no se mova porque las cadenas estaban congeladas y pegadas al suelo. Entonces haba que hacer que otro carro le diera un pequeo empujn amistoso. Se preguntaba si los tipos que trabajaban en el Dai Ichi y que los haban enviado a Corea haban imaginado nunca algo parecido all, donde el tiempo era siempre lo bastante fresco en verano y clido en invierno, controlable slo con mover un dedo. Ciertamente, sus mandos no saban el mundo en el que los haban metido. MacArthur como saban muchos de los soldados especializados en ironas, no haba pasado ni una sola noche en Corea. La gente del Dai Ichi, pensaba Hinton, eran hombres de mapas que luchaban en una guerra distinta en un lugar alejado. Los mapas tenan sus propias distorsiones y eran casi invariablemente benignos para quienes los miraban, haciendo que sus rdenes parecieran ms factibles ms racionales de lo que eran realmente. En el ejrcito, como decan los hombres sobre el terreno, nada se mova tan rpidamente como un lpiz graso a lo largo de un mapa. Las comunicaciones desde el cuartel general hasta el nivel de divisin podan parecer razonables, dado especialmente que aquel ejrcito perteneca al pas tecnolgicamente ms avanzado del planeta, pero sus equipos se revelaban en realidad relativamente primitivos y poco fiables para los hombres de las unidades ms pequeas, aisladas unas de otras. Durante su avance hacia el norte Hinton pensaba que todo estaba demasiado tranquilo. Se haban producido algunas pequeas escaramuzas, pero siempre les segua el silencio, con su propio corolario de temor; era el silencio casi antinatural de un aislamiento total. Hinton, tanquista veterano, llevaba varios das haciendo vuelos de reconocimiento en un pequeo L-19 en busca de seales del enemigo, pero nunca pudo ver nada. Poco a poco la quietud y el vaco llegaron a molestarle, como haban inquietado a algunos de los hombres ms experimentados justo antes del ataque en Unsan contra el Octavo Regimiento de Caballera. La cuestin ms importante la noche antes de que atacaran los chinos a finales de noviembre, recordaba, era si haba que dormir con las botas puestas o si se las poda quitar. Con las botas, decidi. Estbamos cada vez ms aislados, cada da un poco ms recordaba Hinton, y por tanto ramos cada vez ms vulnerables. Cada da que pasaba estbamos ms dispersos y ms lejos de otras unidades. Aislados de nuestra propia gente, no slo de otras divisiones que supuestamente haba a nuestros flancos, sino de la gente de nuestra propia divisin, entre regimiento y regimiento, y en cada regimiento entre batalln y batalln y entre compaa y compaa. Sabamos que estbamos a merced del enemigo, esto es, obligados a confiar en que el ejrcito chino no atacara. Era una sensacin espeluznante: pareca que el terreno nos iba devorando. Nuestra divisin pareca ir desvanecindose en aquel vasto paraje. Si el enemigo atacaba, pensaban Hinton y muchos otros, iba a ser increblemente difcil cerrar lneas y formar un firme puo defensivo. Aquella ofensiva, valor ms tarde, pareca como si hubiese sido planeada para los estadounidenses por los propios chinos.
El teniente Paul O'Dowd era un observador avanzado del 15. Regimiento de Artillera de Campo, pero en Corea lo haban ido destinando a diversas unidades y ahora se hallaba agregado al Noveno Regimiento de Infantera en la Segunda Divisin. Era uno de los pocos oficiales estadounidenses que saba lo que haba sucedido en Unsan; que el ejrcito chino haba destruido all todo un regimiento estadounidense de lite. Ahora, cuando se desplazaban hacia el norte desde Pyongyang, volaba regularmente en un pequeo aparato de observacin buscando seales de las tropas chinas, tratando de saber dnde se haban metido despus de aquel primer golpe en Unsan. Despus de haber machacado a los estadounidenses aquel da parecan haber desaparecido. O'Dowd se enorgulleca de su visin a larga distancia. Se necesita buena visin para ser un observador avanzado; pero la del capitn Valdez, que pilotaba el avin de reconocimiento, era an mejor, como la de un halcn. Valdez era tan peculiar como dotado; si reciban fuego de tierra y un par de rfagas alcanzaban el avin, cuando volva a la base lo repasaba buscando agujeros de bala, y siempre que encontraba uno pintaba a su alrededor un corazn prpura. Ms tarde Valdez podra divisar a los chinos a gran distancia, cuando O'Dowd no poda ver nada, pero inmediatamente despus de la batalla de Unsan pasaron un da tras otro patrullando sin observar el menor rastro de ellos. Su avioncito no tena calefaccin y para disponer de mejor visibilidad a veces abran la cabina aunque aquello supusiera una congelacin casi inmediata, pero aun as no vean nada. Era muy extrao, pens; todo un ejrcito desaparecido. A veces Valdez vea lo que le parecan huellas de pisadas en la nieve, y volva volando muy bajo y efectivamente all haba huellas que parecan conducir a una cabaa, as que llamaba pidiendo que dispararan sobre ella, pero cuando caan los proyectiles all no haba nadie. Ms tarde supieron por sus agentes en China que los soldados chinos llevaban parkas blancas, y cuando los aviones estadounidenses volaban sobre ellos se tumbaban boca abajo, sin moverse, y los observadores no vean nada desde el avin por aguda que fuera su visin. Aquellos das el coronel Charley (Chin) Sloane, al mando del Noveno Regimiento, estaba muy atento al reconocimiento areo, muy consciente de lo peligroso que era. Cuando regresaban despus de tres o cuatro horas de observacin sola tener para ellos chocolate caliente mientras esperaba ansiosamente noticias de los chinos. Eran das muy largos y fros, pensaba O'Dowd, y no vean ni un solo soldado chino; pero estaba absolutamente seguro de que estaban all. Tenan que estar. Aquello pona muy nervioso a hombres como Sloane: un ejrcito que acaba de aniquilar a una de tus mejores unidades desaparece de la faz de la tierra. Tambin les estaba destrozando los nervios a los mandos de la divisin. John Carley era un joven capitn encargado de operaciones en el G-3; haca cinco aos que haba salido como oficial de West Point, demasiado tarde para participar en la segunda guerra mundial. Ahora estaba en una guerra mucho ms pequea, pero tan belicosa como cualquiera pudiera desear. Aunque la Segunda Divisin no haba tenido ningn encuentro significativo con tropas chinas, a su G-2 llegaba un flujo continuo de informacin sobre escaramuzas de otras unidades con ellas. La cuestin que rondaba su cabeza y la de otros muchos oficiales de inteligencia era: Dnde diablos se han metido? Si en Unsan haban aparecido tantos y tan rpidamente, no podran hacerlo de nuevo? Se estaban adentrando en lo que los coreanos llamaban El Pas de los Tigres, presumiblemente porque en otro tiempo los haba por all. Las montaas que los rodeaban eran enormes. A finales de noviembre el fro haca crujir contra el viento la pantalla del pequeo avin que sola utilizar Carley en sus operaciones de reconocimiento. Y lo que es peor, a finales de noviembre, desde alrededor del da 20, una permanente neblina azul oscureca el paisaje y pareca que no se iba a levantar nunca. Carley no era experto en meteorologa, pero de joven haba visto una niebla parecida en Richton, Mississippi, cuando sala a cazar con los amigos en las fras madrugadas y hacan hogueras para mantener el calor. Ms tarde dedujo que las patrullas chinas hacan hogueras inmensas por toda la regin para dificultar la vigilancia estadounidense desde el aire. l y otros jvenes oficiales del G-2 y el G-3 eran dolorosamente conscientes de lo frgiles que eran sus lneas de abastecimiento y de que la divisin se iba desplazando hacia el norte por una estrecha carretera de grava con bruscas curvas serpenteantes. Tales carreteras eran lugares perfectos para una emboscada. Aos despus, deca: Imagina lo vulnerables que ramos; bamos avanzando y alejndonos cada vez ms de nuestra retaguardia, como sobre una rama cada vez menos capaz de soportar nuestro peso.4
El nico oficial superior que pareca compartir su ansiedad era el teniente coronel Ralph Foster, el G-2 de la Segunda Divisin. Era un hombre meticuloso, impasible frente a las presiones desde arriba, y cuya preocupacin, como la de Carley, iba aumentando de da en da. Haba comenzado a sentirla ya a primeros de noviembre y a mediados de mes se haba convertido en una especie de Casandra de la divisin. Sus mapas mostraban la orilla norte del Yalu salpicada de banderas rojas que indicaban las divisiones chinas y luego el ejrcito chino haba atacado en Unsan. Dutch Keiser, al mando de la divisin, no comparta sus temores. Malcolm MacDonald, un joven capitn que trabajaba en el G-2 de Foster, vea a su jefe cada vez ms frustrado por su incapacidad para convencer a Keiser. Los hombres de la seccin de inteligencia eran conscientes de la inmensa presin que ejerca sobre l el alto mando para que siguiera avanzando; pero para Foster era como si alguien los estuviera observando y esperando para atacarles en el momento ms adecuado. Tal como l deca, podas sentir la tensin en el cuartel general. Sabamos que estaba a punto de suceder algo horrible, pero no podamos hacer nada para impedirlo.5
A primeros de noviembre el segundo teniente Sam Mace, al mando de la cuarta seccin de la trigsimo octava compaa de tanques de la Segunda Divisin, la unidad que mandaba Jim Hinton, tom a sus tanquistas, sus carros y algunos hombres de infantera y realiz una larga patrulla de reconocimiento. Para entonces ya estaban muy al norte de Pyongyang. Mace lo recordaba como el da de la msica. Haba comenzado de forma bastante rutinaria. Hubo una breve escaramuza con algunos soldados norcoreanos, pero la mayor capacidad de fuego de los tanques los dispers con relativa facilidad. Capturaron a ocho de ellos, todos menos uno, heridos. Los hombres de Mace vendaron a los heridos, ataron al que no lo estaba y los dejaron a todos en una cabaa, prosiguiendo hacia el norte para completar la misin original. Hasta entonces todo haba sido bastante rutinario, pero luego sucedieron dos cosas que dejaron perplejo a Mace e hicieron que alguien que ya era normalmente bastante cauto y minucioso lo fuera an ms. La cautela, le gustaba pensar, era lo que lo haba mantenido hasta entonces vivo. Jim Hinton, el jefe de su compaa, consideraba a Mace un gran soldado, posiblemente el mejor que nunca haba servido con l. Poda hacer de todo, arreglarlo todo y adaptarse a cualquier circunstancia. Era fsicamente muy fornido y nunca pareca cansarse, lo que era importante porque en el combate no puedes ceder a las preferencias naturales de tu cuerpo; y era tan inteligente como fuerte. Mace era un suboficial reenganchado y Hinton llevaba aos animndole a convertirse en oficial, pero l siempre lo haba rehusado, en opinin de Hilton, porque tema tener que competir con graduados universitarios, mientras que l no haba pasado del cuarto grado. Haba sido gravemente herido en la batalla del Naktong, trasladado a un hospital donde le sacaron de la espalda setenta y ocho fragmentos de metralla, tantas que las enfermeras hicieron apuestas sobre cul sera el nmero final. Estaba en posicin fetal cuando la metralla lo alcanz y aquello, a juicio de Mace, era lo que le haba salvado la vida. Mientras estaba en el hospital, Hinton haba seguido adelante con el papeleo para convertirlo en oficial, y cuando Mace regres a la compaa se encontr convertido en teniente. Acept el ascenso en buena medida porque estaba cansado de tratar con oficiales que, con la excepcin de Hinton, no saban absolutamente nada sobre la guerra y seguan mirndolo de arriba abajo debido a su rango, y tambin, por supuesto, por los beneficios que gozaban los oficiales y con los que los suboficiales reenganchados slo podan soar. Cuando los soldados chinos les atacaron el 25 de noviembre llevaba slo treinta y seis horas como oficial. A Mace le pareci que ya haba pasado antes por todo aquello. Haba crecido durante la Depresin en Virginia occidental, la regin ms pobre del pas en una poca de mucha escasez. Su padre, un virginiano sin educacin, pareca maldito porque adems, al ser claustrofobia), no poda trabajar en las minas, que era el nico lugar donde los virginianos pobres podan obtener empleo. Siempre estaba buscando trabajo, obligado a trasladarse de pueblo en pueblo con su familia y a aceptar los empleos peor pagados, cuando los haba. Por eso Sam Mace haba tenido que abandonar la escuela en el cuarto grado; haban vivido en pueblos demasiado pequeos para tener escuela. No es de extraar que hubiera ingresado en el ejrcito: se alist en 1939 con slo quince aos. En aquellos das, deca, aceptaban a cualquiera. Era tanquista desde los das en que el cambio de los caballos a los carros de combate no haba hecho ms que empezar. Su ejecutoria como soldado haba sido excelente desde el principio, pero tambin era un poco indmito en aquellos primeros das y por eso su graduacin haba oscilado constantemente entre sargento y cabo, dependiendo de su comportamiento cuando estaba de permiso. Le gustaba decir que era una de las grandes autoridades estadounidenses en emboscadas, porque se haba visto implicado en tres espectaculares: la de Kunuri haba sido probablemente la ms importante de todas ellas, pero la batalla de las Ardenas en la segunda guerra mundial estuvo muy cerca de ser una emboscada y l haba estado all, y todava estaba por llegar una terrible en un lugar que los estadounidenses bautizaron como Valle de la Masacre, a mediados de febrero de 1951. La batalla de las Arderas permaneca en su memoria: l formaba parte de una unidad acorazada bien alimentada y feliz cuando los alemanes contraatacaron a unos treinta kilmetros al noreste de un lugar llamado Bastogne en diciembre de 1944, cuando todos a su alrededor estaban convencidos de que la guerra ya haba acabado. Recordaba lo espesa que era la niebla en aquel momento. Entonces era cabo, de nuevo degradado de sargento, y estaban justo por donde pretendan pasar los panzer alemanes. Al principio del primer da su unidad contaba con diecisiete carros de combate, y al final del da los haban perdido todos menos dos. l haba conseguido escapar de all cuando su carro fue alcanzado y haba combatido como infante durante das en una especie de infierno que nunca haba experimentado, con un constante bombardeo de la artillera en el que cada proyectil provocaba su propio terror. All haba sufrido un fro insoportable y en Corea lo recordaba a menudo, porque entonces haba pensado que el fro alemn era el peor del mundo pero el de Corea result ser mucho peor que el de las Ardenas, duraba ms y se te meta en los huesos como nunca lo hizo el fro de las Ardenas. All podas creer que se acabara un da u otro, pero en Corea nunca llegabas a creerlo. A primeros de noviembre de 1950, cuando avanzaban al frente de la Segunda Divisin, la cautela que Mace haba aprendido en las Ardenas permaneca anclada en su carcter. Desconfiaba de todo lo que no pudiera ver personalmente y de los oficiales descuidados. A su alrededor todos podan pensar que aquello era como un paseo, pero a l le pareca que haban penetrado profundamente en territorio indio y que en la guerra no hay paseos. Despus de atar a los prisioneros coreanos, los hombres de Mace treparon a varios cerros antes de llegar a un pequeo puente sobre un desfiladero seco. All es donde se supona que deban dar la vuelta. Sus fusileros estaban esparcidos en un amplio permetro, pero Mace estaba tenso porque constituan un blanco estupendo y no tena ni idea de lo que haba frente a ellos. Cada metro que avanzaban era otro metro hacia lo desconocido. Al dar con el puente se vieron en un amplio y profundo valle cubierto por lo que pareca una versin coreana de junperos, crecidos all slo para ocultar a sus ojos potenciales soldados enemigos. Entonces comenz la msica, la ms extraa que nunca haba odo, recordaba Mace. Orden que todos sus tanquistas apagaran sus motores para poder or ms claramente aquel sonido extrao, casi obsesivo. Era de lo ms singular. Pareca dirigirse directamente a m y mis hombres. Como si el enemigo nos estuviera observando y dndonos una serenata y rindose de nosotros todo al mismo tiempo. Era el propio valle el que nos estaba dando aquella serenata, que pareca no llegar de ninguna parte, quiz directamente de los rboles. Se me eriz el vello de la nuca. Ms tarde, despus de que los soldados chinos atacaran al Octavo Ejrcito a lo largo de un amplio frente y todos supieran que utilizaban la msica como un medio para transmitir rdenes, Mace qued convencido de que lo que haba odo era el comandante chino, que los observaba desde algn lugar all arriba en los montes, indicando a sus soldados que aunque tenan rodeados a los hombres y los tanques de Mace, todava no haba llegado el momento de atacar.6 Cuando Mace y sus hombres regresaron a la cabaa donde haban dejado a sus prisioneros, el nico que no estaba herido intent de repente escapar, por lo que le dispararon. Les extra su intento; despus de todo, se haban portado bien con los prisioneros, dndoles a todos ellos ayuda mdica de emergencia. Tras recuperar el cuerpo del huido, lo registraron en busca de papeles pero no llevaba ninguno. Esto era un tanto extrao porque la mayora de los coreanos solan llevar consigo un montn de cartas. Luego, bajo su uniforme coreano encontraron otro uniforme, el de un soldado chino, y lo que estaban seguros que era una camisa de oficial. Ya antes de que lo desnudaran los coreanos asignados a su unidad haban insistido en que era chino. Primero la msica, luego aquel cadver que poda ser el de un oficial chino; todo aquello era intranquilizador, pens Mace. Ms avanzado el da le transmiti al servicio de inteligencia que pensaba que haban matado a un soldado chino, pero nadie pareca muy interesado en el asunto.7 A partir de entonces, cuanto ms avanzaban hacia el norte ms precauciones tomaba. En aquel momento la Segunda Divisin era la unidad situada ms a la derecha del Octavo Ejrcito. Al este tenan los montes Nangnim, y ms al este, estaba el X Cuerpo, sin capacidad de ayuda en el caso de que alguna unidad resultara atacada, por ms que tericamente se supusiera que la prestara. (De forma parecida, el general O. P. Smith, al mando de la Primera Divisin de Marines, integrada en el X Cuerpo, vea con mucha preocupacin la desproteccin en que se hallaba su flanco izquierdo). A finales de noviembre el tercer batalln del 38. Regimiento, del que formaban parte Mace y sus cinco tanques, estaba situado en el flanco derecho de la Segunda Divisin cuando lleg a una aldea formada por unas quince cabaas llamada Somin-dong. Mace haba dispuesto sus tanques lo mejor que poda para proteger las tres compaas del batalln. Le extraaba que hubieran acercado tanto el puesto de mando del batalln a las compaas de fusileros, a tiro de piedra por decirlo as; pero hasta entonces nadie esperaba problemas. De hecho, el ejrcito chino esperaba pacientemente, conocedor de cada movimiento de las fuerzas de Naciones Unidas, de la posicin de cada unidad y sobre todo de qu unidades del ejrcito surcoreano las apoyaban por los flancos. De los trescientos mil hombres que ya haban entrado en Corea sin ser detectados en tan slo un mes, se estima que ciento ochenta mil estaban esperando a lo largo de la parte occidental del frente, en el rea donde se encontraban el I y el IX Cuerpo bajo el mando de Walton Walker, y que los otros ciento veinte mil estaban situados un poco ms al este, a la espera de que el X Cuerpo de Ned Almond avanzara hacia el norte. La enorme cantidad de maquinaria que transportaban las fuerzas de Naciones Unidas las converta en un blanco muy visible, mientras que el Ejrcito de Voluntarios chino, formado por unas treinta divisiones, permaneca sustancialmente invisible. En palabras del historiador militar S. L. A. (Slam) Marshall, era como un fantasma que no arrojaba sombra.8
Era como si una parte del ejrcito, la que no estaba bajo el mando directo de Douglas MacArthur, supiera que el encuentro era inminente, mientras la otra parte segua avanzando. El Da de Accin de Gracias el general Alfred M. Gruenther visit a Dwight Eisenhower, su viejo jefe en Europa, en la residencia de ste en la Universidad de Columbia. El hijo mayor de Gruenther, Dick, de la promocin de 1946 en West Point, estaba al mando de una compaa en la Sptima Divisin, algunos de cuyos hombres se hallaban muy al norte encaminndose hacia el Yalu. El 17 de noviembre, cuatro das antes de que sus jefes llegaran al ro y orinaran en l, Dick Gruenther (que estaba seguro de que ya estaban combatiendo contra el ejrcito chino) fue gravemente herido en el estmago en una de las pequeas escaramuzas que precedieron a su ataque principal. Al Gruenther, el antiguo jefe de Estado Mayor de Eisenhower en Europa, acababa de completar un perodo como director del equipo formado por un centenar de personas al servicio de la Junta de Jefes de Estado Mayor, por lo que era muy consciente de las seales de advertencia que MacArthur prefera ignorar. Al hijo de Eisenhower, John Sheldon Doud, le haba parecido extrao que Al Gruenther fuera a visitarles el Da de Accin de Gracias, en lugar de permanecer con su familia, pero ms adelante pens que si estaba all era porque Eisenhower era todava el hombre con quien se poda hablar gozaba de aquel estatus especial cuando algo serio iba mal en las alturas. John recordaba el nubarrn que pareca cernirse sobre aquella celebracin del Da de Accin de Gracias, que l mismo no llegaba a entender del todo. Gruenther le dijo a su padre que las fuerzas estadounidenses estaban demasiado expuestas y eran demasiado vulnerables. Cuando se fue, Eisenhower se dirigi a su hijo y le dijo: Nunca me he sentido tan pesimista con respecto a esa guerra. John Eisenhower enseaba en aquella poca en West Point, y cuando abandon la residencia de su padre para dirigirse a la Academia conect la radio del coche y oy en el noticiario que MacArthur prometa que la guerra habra acabado antes de Navidad. Al da siguiente atac el ejrcito chino.9 Fue durante la noche del 25 de noviembre. Rara vez ha tenido un ejrcito tan grande la sorpresa de su parte contra sus enemigos. Dispona de informaciones muy precisas sobre las posiciones estadounidenses, saba que en la costa oeste los marines en la vertiente oriental de los montes Nangnim contaban con un mando ms prudente penetraban ciegamente en la trampa que les haban tendido. Cuando el ejrcito chino atac, qued claro que lo que haba impulsado a las fuerzas de MacArthur era, ms que una estrategia, una apuesta: que el ejrcito chino no iba a intervenir en la guerra. La apuesta se haba perdido y otros hombres iban a tener que pagar ahora aquella terrible arrogancia y vanagloria. Peor an, la apuesta se basaba en parte en un pattico farol, en el que crean muy pocos mandos estadounidenses: que el ejrcito surcoreano se haba convertido en una fuerza de combate aceptable, capaz de aguantar el ataque chino. En realidad los soldados surcoreanos estaban absolutamente aterrorizados ante aquella perspectiva, y como era predecible casi todos ellos huyeron y desaparecieron ante la primera seal de asalto (en el caso de un regimiento, como seal Slam Marshall, alrededor de quinientos hombres desaparecieron con casi todas sus armas, pero algunos de los oficiales consiguieron regresar a Sel, y llevaron a Syngman Rhee una botella llena de agua del Yalu). Los mandos estadounidenses sobre el terreno saban que el ejrcito surcoreano no estaba todava preparado para combatir si intervena el ejrcito chino, pero para los hombres del Dai Ichi los mapas en los que las unidades estadounidenses aparecan tan dispersas tenan sin duda mejor aspecto si se inclua en ellos las del ejrcito surcoreano. Su inmediata desaparicin de posiciones clave en los flancos de las unidades estadounidenses y de Naciones Unidas significaba que el ejrcito chino contaba con una serie de vas prcticamente francas para llegar hasta el ncleo de las posiciones estadounidenses. El mando estadounidense en Tokio tampoco haba hecho previsiones ni preparado a sus tropas para la forma de combatir del ejrcito chino, esto es, la ausencia de ataques frontales y los desplazamientos por la noche a pie a lo largo del flanco de su enemigo, localizando sus posiciones peor defendidas y apostndose en su retaguardia a fin de cortarle cualquier intento de retirada. Nadie haba estudiado lo bien y lo rpido que se podan mover, incluso por la noche, aun por donde no haba carreteras. Iban mucho menos cargados de armas pesadas, municin y alimentos que los estadounidenses, y aquella liviandad era su fuerza (y acabara siendo tambin su debilidad). En el Dai Ichi haba prevalecido la creencia errnea de que de algn modo el ejrcito chino resultara un blanco fcil para la fuerza area estadounidense; la idea de que sus tropas desapareceran durante el da no haba entrado en sus clculos. El ejrcito chino, en cambio, conoca muy bien sus propias debilidades. No haca muchas cosas, pero las que haca solan salirle bien. Durante aquellos primeros das, antes de que Ejrcito estadounidense supiera cmo combatir contra l, consigui convertir los supuestos puntos fuertes estadounidenses el armamento pesado que haba que trasportar por carretera, cuando las carreteras siempre se hallaban en los valles en debilidades. Pero para cualquiera que hubiera dedicado algo de atencin a lo que haba sucedido en China durante los aos posteriores a la segunda guerra mundial, haba pocas sorpresas en su forma de hacer la guerra. 28
El coronel Paul Freeman, al mando del 23. Regimiento, estaba convencido de que sus hombres se estaban enfrentando a tropas chinas casi desde el momento que cruzaron el paralelo 38 hacia el norte. Cuando les atacaron finalmente, estaba absolutamente seguro de que las tenan a su alrededor desde haca por lo menos dos semanas, observando a sus hombres en silencio. Sus propias patrullas de reconocimiento informaban de un tipo muy desacostumbrado de contacto con el ejrcito chino, una especie de aparecer-amagar-y-esperar. Unos diez das antes de que atacaran, uno de sus oficiales ms experimentados, el capitn Sherman Pratt, haba realizado una patrulla de reconocimiento con una compaa y se haba dirigido hacia Kanggye, un poco ms al norte de donde se encontraba el regimiento. Cuando llevaban recorridos unos ocho kilmetros comenzaron a ver figuras en el horizonte por encima de ellos, pero siempre a distancia. Pratt y algunos de sus hombres dedujeron de sus uniformes que deban de ser chinos, as que detuvo su patrulla, orden a sus hombres que no dispararan ni un tiro y dieran la vuelta a sus vehculos por si tenan que escapar de all rpidamente y no avanz mucho ms hacia el norte. Luego, cuando regresaron a su cuartel general, inform a Claire Hutchin, el comandante de su batalln, y a Freeman sobre lo que haban visto. Al da siguiente Freeman envi otra patrulla y esta vez los soldados estadounidenses sobrepasaron el punto que los chinos parecan estar ofreciendo como lnea de demarcacin, y stos abrieron fuego. Varios soldados estadounidenses resultaron heridos y la patrulla se vio obligada a replegarse, dejando tras de s algunos de ellos. Al tercer da Freeman envi otra patrulla en busca de los heridos del da anterior, a los que encontraron junto a la carretera atados y envueltos en mantas. Hubo otras seales de la presencia china cuando se acercaba el Da de Accin de Gracias. Freeman estaba convencido de que haba chinos observndolos por todas partes, y tambin lo estaban sus oficiales de inteligencia; pero como anot ms tarde, al parecer nadie se quera dar por enterado en el cuartel general del Lejano Oriente. Gracias a los aos que haba pasado en China durante la guerra, Freeman hablaba chino, saba cmo combatan los hombres de Mao y se haba tomado muy en serio su amenaza de intervenir en la guerra. Su estado de nimo era muy pesimista. Pensaba para s que cruzar el paralelo 38 haba sido un error catastrfico, que el mando estadounidense estaba poniendo en peligro todo el Octavo Ejrcito, y que haba acabado por hacerle el juego a los soviticos, lanzndose a una guerra en Asia imposible de ganar mientras los soviticos esperaban tranquilamente el desenlace. Sus previsiones eran, paradjicamente, casi exactamente las mismas que las de George Kennan. El pesimismo de Freeman, cada vez ms profundo desde que su divisin y su regimiento se dirigieron hacia el norte, era patente en las cartas que escriba a su mujer y en sus cautelosas palabras a sus propios jefes de batalln, advirtindoles de que estuvieran preparados cada noche para lo peor. Sus cartas constituyen un registro fascinante del pensamiento de un mando clave, atrapado en un momento terrible, convencido de que sus superiores estaban haciendo un mal clculo de proporciones picas sin que l pudiera hacer nada para cambiarlo. El 25 de septiembre, cuando casi todos los dems estaban eufricos por lo bien que iba el avance desde la lnea del Naktong, Freeman permaneca muy cauteloso. En una carta escrita aquel mismo da deca: Todava siento mucha aprensin y temo que los manches avancen sobre nosotros desde el norte. Incluso antes de que las fuerzas de Naciones Unidas cruzaran el paralelo 38, Freeman estaba muy preocupado porque aquel avance hacia el norte no dependa tanto de la fuerza estadounidense evidentemente limitada como de las intenciones de los dirigentes chinos, que ya haban dicho que se disponan a intervenir en la guerra. La respuesta, al menos en lo que le ataa el final de las dudas que albergaba sin manifestarlas abiertamente, lleg con la derrota en Unsan. Sus cartas reflejaban su estado de nimo y se iban haciendo cada vez ms pesimistas. El 7 de noviembre escribi a su mujer que se encontraba bien fsicamente, excepto en lo que se refera al brutal fro norcoreano, que en cualquier caso se poda aguantar, pero emocionalmente estaba deshecho: No veo ninguna solucin para el monstruoso aprieto en que se encuentran nuestras fuerzas. Seguramente alguien tendr una salida, y espero que algn milagro nos saque de esta situacin insostenible. Me parece increble que nuestros mandos hayan cado con tanta ingenuidad en la trampa, sin ningn plan ni ninguna certeza de que el ejrcito chino no iba a intervenir. Desde aqu yo no veo ninguna solucin. El 11 de noviembre el 23. Regimiento deba avanzar hasta un punto de encuentro y a partir de all realizar el ltimo empuje hasta el Yalu. Freeman estaba convencido de que los haba abandonado cualquier tipo de pensamiento o plan racional. Escribi: Es la situacin ms monstruosa que puedo imaginar para Estados Unidos. Parece como si nos hubiramos plegado al juego sovitico y estuviramos hundiendo nuestro poder en la cinaga asitica. No me gusta una pizca. La ms pesimista de sus cartas fue la que escribi el 13 de noviembre, once das antes de que comenzara la ofensiva estadounidense y doce antes del contraataque chino. El mayor error de clculo, dados los lmites de las fuerzas disponibles y los peligros que afrontaban, haba sido, en su opinin, la decisin de cruzar el paralelo 38, en lugar de establecer all una fuerte lnea defensiva: Aun en los oscuros das del Naktong, luchando por sobrevivir, siempre poda ver un rayo de esperanza, una solucin. Cuando atravesamos el paralelo 38 me pareci una aventura increble que asumiramos tal riesgo por nada. Ahora siento como si nos hallramos en una especie de combinacin de la segunda cruzada, la marcha de Napolen sobre Mosc y Bataan. No veo que esto pueda acabar de otra forma que en la tercera guerra mundial, y sacrificar todas nuestras fuerzas aqu sera un monstruoso error. Incluso si llegramos hasta el Yalu pagando un precio muy alto y superando obstculos logsticos que podran equivaler a los que encontramos en Birmania, estaramos arriesgando demasiado sin ninguna posibilidad de salir de all. Es un enredo imposible y me siento muy desmoralizado al respecto. La noche antes de que las fuerzas de Naciones Unidas comenzaran su gran ofensiva Freeman y Claire Hutchin fueron a cenar con Dutch Keiser, el comandante en jefe de la divisin, que era un viejo amigo de Freeman. Tanto ste como Hutchin se manifestaron incapaces de entender lo que estaba sucediendo. Todo lo que saban indicaba que el ejrcito chino estaba presente en el rea y que poda atacar en cualquier momento. Lo peor que podan hacer las fuerzas de Naciones Unidas era lanzarse a una ofensiva. La nica explicacin para hacerlo frente a una amenaza como la que afrontaban, dijo Freeman, era que el general MacArthur tuviera, segn sus propias palabras, alguna informacin muy, muy secreta de que los chinos no iban realmente a resistir, sino [que nos iban] a permitir que llegramos hasta el ro. Quiz, aadi, aquella informacin secreta revelara que el ejrcito chino estaba all contra su voluntad, y que lo que realmente queran es que los estadounidenses los hicieran retroceder y volver a cruzar el ro a la orilla china. Aquella idea, aadi lacnicamente aos despus, result definitivamente falsa. Debido a su desasosiego, Freeman mantuvo su regimiento tan concentrado como pudo y les dijo a sus jefes de batalln que deban estar muy alerta por la noche. La primera noche del ataque chino el 23. Regimiento resisti muy bien. Sus posiciones defensivas eran en general fuertes e infligieron gran nmero de bajas al ejrcito chino haciendo alrededor de un centenar de prisioneros, la cifra ms alta, por lo que recuerda Freeman, en toda la guerra. Como hablaba chino pudo interrogar a los prisioneros y descubri que la mayora de ellos hablaban el mismo dialecto del norte. Pas el resto del da tratando de concentrar su regimiento y aquella misma noche las tropas chinas atacaron de nuevo y acabaron apoderndose del puesto de mando del regimiento, aunque ste pudo recuperarlo al da siguiente. Lo que ms le sorprendi a Freeman en los interrogatorios a los prisioneros chinos fue que pocos de ellos parecan desear estar all. Muchos manifestaban su temor a la mquina de guerra estadounidense. Aquel temor, sealaba Freeman, pronto comenz a desaparecer a la vista de los pobres resultados del ejrcito estadounidense durante aquellos primeros das, a diferencia de lo que podra haber sucedido si hubiera estado bien atrincherado y preparado cuando atac el ejrcito chino. 29
El capitn Alan Jones era el S-2 (equivalente al G-2 de una divisin) del Noveno Regimiento, situado en el flanco oriental de la Segunda Divisin cuando atacaron las fuerzas chinas. Aunque la resistencia haba sido en general escasa, durante los das anteriores al 25 de noviembre se haban producido un nmero creciente de escaramuzas con supuestas unidades chinas. Como deca Jones, mi mapa estaba lleno de manchas rojas. La tensin entre los oficiales de inteligencia era a su juicio muy patente, y sospechaba que era igualmente intensa entre las unidades de infantera que constituan la punta de lanza del Octavo Ejrcito. No era la primera vez que Alan Jones, de la promocin de 1943 en West Point, estaba a punto de sufrir un ataque abrumador del enemigo con un fro que pasmaba. Al igual que Sam Mace, Jones estaba en las Ardenas como joven oficial de la 106. Divisin, cuando el ejrcito alemn contraatac de repente sorprendiendo a las fuerzas aliadas que ya se crean victoriosas en su ltima gran ofensiva de la guerra. A su padre, el general Alan Jones, que mandaba la 106. Divisin, no le haba complacido demasiado tenerlo en la misma unidad, pero el joven Alan no haba querido permanecer en una unidad que no pareca destinada a combatir y haba pedido que lo enviaran a otra en el frente. Consigui eso y ms. La vspera de la batalla su padre se senta preocupado por lo extendida que estaba su divisin. Sus temores se confirmaron cuando los panzer alemanes la desbordaron por ambos lados. Un mensaje del alto mando ordenando el repliegue se vio demorado por la congestin en la radio y el 423. Regimiento donde estaba el joven Alan, atacado por sorpresa, haba combatido lo mejor que poda antes de quedarse sin municiones y tener que rendirse. Alan Jones Jr. estuvo preso de los alemanes cuatro meses y medio y jur que nunca volvera a ser prisionero de guerra, juramento que repiti con renovado fervor tras aterrizar en Corea y or las historias que circulaban sobre las atrocidades norcoreanas contra los prisioneros de guerra estadounidenses y surcoreanos. Jones pensaba que el coronel Chin Sloane, al mando del Noveno Regimiento, haba situado razonablemente bien sus limitadas fuerzas. Sus tres batallones estaban en terreno alto, no demasiado separados, y en condiciones normales podran haberse apoyado mutuamente; pero no haba nada normal en lo que sucedi aquella noche. Su flanco oriental, formado por soldados surcoreanos, se hundi casi inmediatamente, y luego fueron atacados por una oleada tras otra de soldados chinos. Fue como si de repente hubiera un tipo nuevo de guerra iniciada con el ataque contra el primer batalln; algo ms que una prueba, pens ms tarde Jones. El ataque ms intenso se produjo hacia medianoche. Jones estaba en el puesto de mando del regimiento en aquel momento, as que pudo or los informes que llegaban de los tres batallones, uno tras otro, sin caer en el pnico pero s agudos, estridentes, cargados de horror en cada una de sus palabras: Nos estn atacando [...] Dios mo, estn por todas partes [...] Estamos resistiendo, pero estn por todas partes [...] Cada vez que los detenemos llegan ms [...] No podemos seguir resistiendo, son demasiados [...] Este puede ser el ltimo mensaje que reciban de nosotros [...] No era una voz sino varias, que iban cambiando a medida que los radiotelegrafistas resultaban heridos, pero todas ellas sumadas componan el sonido de un regimiento estadounidense aplastado por fuerzas chinas mucho mayores. En el alto mando del regimiento, aislado, no haba forma de valorar lo que estaba sucediendo, slo caba percibir que estaba ms all de su comprensin. El coronel Sloane se port muy bien en aquellas primeras horas, pens Jones. No perdi ni un momento la calma, no cay nunca en el pnico, e hizo cuanto pudo por replegar lo que quedaba del regimiento hacia la divisin, a un lugar que esperaban que estuvieran ms a cubierto llamado Kunuri.
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FIGURA 12. El ataque chino contra la Segunda Divisin junto al ro Chongchon, 25-26 de noviembre de 1950.
Hay desastres militares que por terribles que parezcan slo duran un instante. A determinada unidad, mal situada o mal dirigida, le puede suceder algo horrendo y sufre un gran castigo, pero con un poco de suerte todo acaba ah, dada la capacidad del ejrcito para desplazar a sus hombres y proteger a los que estn siendo atacados; pero aquel desastre era de un tipo distinto: iba agravndose de hora en hora, como si tuviera vida propia. Durante las primeras horas varias compaas de los regimientos 38. y 9. fueron prcticamente barridas, lo que dio lugar a una presin insoportable sobre las unidades cercanas y los batallones y regimientos a los que pertenecan, poniendo en peligro a toda la Segunda Divisin; no era exactamente como las tpicas fichas de domin, pero sa era una descripcin razonablemente precisa de lo que estaba empezando a suceder.
En la punta del dedo ms alargado que representaba la Segunda Divisin estaba el Noveno Regimiento, en su extremo estaba la compaa Love del tercer batalln, y su seccin ms avanzada era la segunda, bajo el mando del teniente Gene Takahashi, de Cleveland, Ohio. Takahashi a quien sus hombres llamaban Tak, no Gene haba pasado su adolescencia durante la segunda guerra mundial, debido a su origen japons, en un campo de internamiento en California. Impresionado por las hazaas en Europa del muy condecorado 442. Equipo de Combate Regimiental, formado mayoritariamente por nipo-estadounidenses de segunda generacin [nisei] muchos de los cuales provenan de los campos de internamiento, tambin quera demostrar su devocin a su pas y en 1945 se haba alistado voluntariamente, con diecisiete aos, en el ejrcito estadounidense. Lo nico que le exigieron sus padres cuando les pidi su aprobacin fue que no hiciera nada que pudiera deshonrar el apellido Takahashi. Era un oficial poco corriente al mando de una unidad poco corriente: un nipo-americano al mando de una seccin en la que todos los soldados eran negros, ya que aunque el ejrcito estaba tericamente desegregado, durante los primeros meses de la guerra de Corea todava haba algunas unidades como aqulla. Su rendimiento en aquel momento, cuando el ejrcito evolucionaba rpidamente, sola depender de quines fueran sus oficiales, sobre todo si eran blancos o excesivamente inflexibles en el cumplimiento de las normas. A Takahashi sus soldados le parecan buenos; algunos se resistan a las rdenes directas y siempre importaba mucho el tono en que se dieran, pero el trato con ellos le hizo consciente de los matices a tener en cuenta y en particular de la necesidad ocasional de tener que explicar algunas rdenes; estaba seguro de que aquello haba mejorado su rendimiento como oficial. En cuanto a los prejuicios de aquella poca, Takahashi los conoca bien, no slo por el tiempo que haba pasado en el campo de internamiento, sino tambin por un perodo anterior en Corea. En 1947, siendo todava un joven oficial de la Sexta Divisin, haba experimentado aquellos prejuicios lo suficiente como para no olvidarlos en toda una vida. Su superior era un graduado de West Point, un capitn que odiaba estar en Corea, odiaba a los coreanos y de hecho pareca disgustarle cualquiera con aspecto asitico. Descargaba sus frustraciones y prejuicios sobre Takahashi asignndole las tareas ms duras. Si haba alguna especialmente desagradecida, miserable, que requera mucho tiempo y que aunque se hiciera bien no otorgaba mritos, siempre le tocaba realizarla a Takahashi. Para aquel capitn cualquier nipo-americano segua siendo un japons, y estaba claramente decidido a expulsar a Gene Takahashi del ejrcito. Aunque parezca extrao, Takahashi pensaba que aquella experiencia lo haba convertido en un mejor oficial. Tena que planear su tiempo eficientemente. Cuanto ms dura era una tarea y mejor la realizaba, ms enfadaba a su superior, que lo cargaba con ms trabajo an. El resultado, cuando Takahashi descubri que el capitn no poda quebrarlo, fue una creciente confianza en s mismo, la sensacin de que no haba tarea en el ejrcito, por desagradable que fuera, que no pudiera llevar a cabo. Su conclusin era que no se deban subestimar las ventajas de la adversidad. Takahashi pensaba que la compaa Love, a raz de la dura batalla del Naktong, haba mejorado notablemente su rendimiento como unidad de combate. Luchara bien en condiciones normales, esto es, si los hombres estaban bien situados y saban lo que podan esperar, pero no necesariamente si el ataque se produca por sorpresa y los coga desprevenidos. En su opinin, sus hombres mostraban un mayor nivel de desconfianza y cautela ante lo desconocido que los blancos y crea que aquello era en cierta medida reflejo de la poca, cuando el ejrcito todava estaba en parte segregado segn la raza. Muchos de aquellos soldados incluido l mismo se haban incorporado al ejrcito para demostrar algo a su pas y contrarrestar esos mismos prejuicios. Para algunos de aquellos hombres, que pretendan probar que esos prejuicios eran injustos y se los encontraban profundamente arraigados en el sistema de mando del ejrcito, la milicia resultaba muy dura. Hasta cierto punto la compaa Love reflejaba la personalidad de su comandante, el capitn Maxwell Vails, un oficial muy decente. Era una fuerte figura con los pies en la tierra y con capacidad para percibir el estado de nimo de sus hombres, quienes tambin lo apreciaban y respetaban, lo que no era poco; pero adems haba que valorar su capacidad militar en situacin de combate, para decidir qu hacer cuando sucedan cosas desagradables (y en aquella guerra sucedan casi constantemente). Eso era lo que, en esencia, distingua a un gran oficial de uno corriente o incluso medianamente bueno. Algunos de los hombres pensaban y tambin Takahashi que cuando sus superiores tenan ante s una tarea peligrosa, como descubrir si haba norcoreanos escondidos en lo alto de determinado cerro algo as como hurgar con un palo en una colmena, era ms que probable que se la asignaran a la compaa Love. En lo que se refera a la mayor parte de los hombres de la compaa Love, a mediados de noviembre era como si la guerra hubiera prcticamente acabado. Cuando comenz la gran ofensiva an estaban todos bastante animados. El primer da cruzaron el ro Chongchon por un lugar llamado Kujang-dong, dejando tras de s la mayor parte de su impedimenta, incluyendo las literas, municiones extra y granadas. Los camiones y jeeps no podan seguir adelante debido al estado y la naturaleza del terreno, pero esperaban que los alcanzaran poco despus. Takahashi se culp ms tarde por no haber insistido en que los hombres llevaran tantas granadas como pudieran; si hubiera cargado a cada hombre con ellas la situacin podra haber sido muy distinta cuando les atacaron los chinos. Ni siquiera llevaban consigo sus capas; las haban dejado en el ltimo puesto de mando, ya que no crean que fueran a alejarse mucho. El Chongchon no era muy profundo, slo les llegaba a la cintura, pero estaba muy fro. Cruzar no fue difcil, pero cometieron un error: llevaban puestos sus pantalones, mientras que los soldados chinos, ms expertos en eso haban aprendido mucho durante la Larga Marcha se los quitaban para cruzar los ros, con lo que el fro y la humedad no empapaba su ropa y no duraba tanto. Los miembros de la compaa Love pasaron muchas horas de aquel helado da empapados mientras trepaban una alta montaa a unos dos o tres kilmetros del ro, antes de acampar para pasar la noche. Lo nico que alert a Takahashi por el camino fue una serie de trincheras casi perfectas de casi un metro de profundidad, absolutamente iguales entre s, como si las hubiera hecho algn experto jardinero. Sus autores saban cmo hacer las cosas. Los estadounidenses excavaban sus trincheras de forma ms descuidada, porque siempre contaban con disponer de mayor capacidad de fuego, y el Inmin-gun no era mucho mejor; pero aquellas trincheras sugeran que haba un nuevo competidor en liza. A media tarde del 24 de noviembre la compaa Love estableci su campamento justo al este del Chongchon. Estaban en un punto relativamente elevado a unos cinco kilmetros al norte de la aldea de Kujang-dong, ms presente en los mapas que en la realidad, aunque ms tarde, cuando trataron de precisar dnde haba tenido lugar el ataque y dnde haban muerto tantos amigos, al menos pudieron sealar su situacin en el mapa. A Takahashi, que discuti brevemente con el capitn Vails sobre el tema, no le gustaba cmo haba situado a los hombres. Pensaba que su permetro era demasiado recto y no estaba concentrado en lo que le parecan las vas obvias de aproximacin. El teniente Dick Raybould, un joven observador avanzado del 37. Regimiento de Artillera de Campo, cuya tarea consista en apoyar a la compaa, estaba de acuerdo con l. Le pareca que el capitn haba sido demasiado descuidado en el posicionamiento de sus hombres. Raybould, que era nuevo en la compaa, tambin se sorprendi cuando estableci su puesto de mando al pie de un cerro, quiz demasiado cubierto, le pareci. Y lo que era peor, crea que Vails haba asignado diferentes sectores a sus tres jefes de seccin y haba dejado que stos decidieran por s mismos donde acampar, creando as un permetro defensivo que no reflejaba el contorno de la colina. No tenan buenos campos de fuego cruzado y podan ser vulnerables a movimientos desde el flanco. Takahashi estaba de acuerdo; quera un permetro ms ajustado, ms parecido a un crculo para adaptarse al contorno del cerro, pero no haba podido cambiar la opinin de Vails. A Raybould tambin le parecieron un error los fuegos que encendieron. En su opinin, era como ofrecer al enemigo varios faros para encontrarte. Los vio al anochecer y volvi al puesto de mando para quejarse, descubriendo que el mayor de todos ellos era el que calentaba al mando de la compaa, una enorme hoguera. Un teniente novato no discute con su capitn, pero ms tarde Raybould estaba seguro de que aquellos fuegos les haban venido muy bien a las fuerzas chinas. Takahashi no estaba tan convencido de que fueran un error. Al caer la oscuridad sus hombres todava tenan la ropa hmeda y los haba enviado de dos en dos hasta un lugar donde haba encendido una pequea hoguera para que se la pudieran secar. Estaban situados muy al este, casi en el extremo oriental del Octavo Ejrcito si se excepta a la compaa King, que deba de estar a unos dos kilmetros y medio al este. Cuando comenz el ataque, en la compaa Love haba alrededor de ciento setenta hombres, unos cuarenta y cinco en la seccin de Takahashi. El contingente de la compaa King era probablemente parecido. Ms hacia el este, protegiendo el flanco oriental del Octavo Ejrcito, haba un cuerpo surcoreano. Cuando les dijeron a Takahashi y los dems oficiales y suboficiales que los surcoreanos cuidaran su flanco izquierdo se haban levantado al cielo muchos ojos. Para aquellos hombres, que llevaban combatiendo ya tres meses, aquello poda significar fcilmente un colapso instantneo que abrira una va de acceso directo a sus propias unidades. En ese tipo de decisiones se evidenciaban las diferencias entre el Dai Ichi, donde se haca la planificacin, y la propia Corea, donde se combata. Aquella noche muchas cosas disgustaron a Takahashi y le hicieron sentirse inquieto. En primer lugar, no poda establecer contacto con la compaa King. Se supona que deba estar all cerca, en el vasto y abierto espacio inexplorado que colindaba con ellos, pero no haban podido establecer contacto por radio con ella y las patrullas que haban enviado no la haban localizado. Esto ya era de por s chocante; significaba que una gran unidad enemiga se poda deslizar fcilmente entre las compaas Love y King, si es que esta ltima estaba realmente all. Ms tarde Dick Raybould oy que el ataque chino se haba producido en la zona donde la compaa King haba situado un puesto avanzado de tres hombres, y que stos, al ver cuntos chinos haba por all, no haban disparado temiendo que los mataran de inmediato, as que no hubo disparos de advertencia. Alrededor de las ocho de la tarde dos soldados asiticos se acercaron a la seccin de Takahashi con las manos en alto. Parecan aterrorizados y gritaban algo en un ingls casi incomprensible sobre un ejrcito enorme que se encaminaba hacia all, algunos de ellos al parecer a caballo. Slam Marshall escribi ms tarde que aquellos dos hombres eran del ejrcito surcoreano, pero Takahashi siempre pens algo distinto. Llevaban uniformes de un tipo que no haba visto nunca antes, y luego estaba el problema de la lengua: la mayora de los coreanos hablaban bastante bien japons por haber vivido bajo su rgimen colonial, y aquello le permita a Takahashi un acceso lingstico relativamente fcil, pero aquellos dos hombres no hablaban ni una palabra de japons. Empleaban una especie de lengua de seas internacional. Les dijeron a los hombres de Takahashi que se fueran de all, que los iban a matar a todos. Era algo muy inquietante y ms tarde Takahashi pens que se trataba de soldados chinos que trataban de aterrorizar a sus hombres. Takahashi estaba convencido ya en aquel momento de que iban a ser atacados y de que el ataque vendra desde su izquierda, por lo que decidi situar all sus ametralladoras. El ataque comenz alrededor de las once de la noche. Tras la primera descarga se oy una voz preguntando si eran la compaa King. Takahashi estaba seguro de que eran soldados chinos aunque hablaran en ingls; aparentemente haban confundido las dos compaas. Entonces se produjo un gran asalto. Takahashi se dio cuenta desde el principio de que los chinos les superaban ampliamente en nmero y ms tarde pens que haba sido al menos un batalln chino, y quiz hasta un regimiento, el que haba asaltado exactamente el punto donde estaba situada su segunda seccin. Los soldados chinos dominaron la posicin rpidamente. Lo ms aterrador no era slo que llegaran contra ellos tantos chinos a la vez, sino or el ruido que hacan muchos otros que pasaban por su lado, del que deducan que les estaban cortando sus vas de escape. Takahashi tena un buen ametrallador a su izquierda, un sargento llamado Bly, y supo que su situacin era desesperada cuando Bly advirti que no poda mantener la posicin. Son demasiados!, grit. Desde el momento en que comenz el asalto, Takahashi no volvi a saber nada de los dems oficiales de la compaa Love. Saba que dependa exclusivamente de sus propias fuerzas; si caa, tambin caera su unidad. All fue donde Raybould, que lo conoca slo desde el da antes, lo vio por primera vez en accin, sintindose profundamente asombrado ante aquel bravo oficial que trataba de reagrupar a sus hombres en un momento desesperado; lo que ms le impresion fue su gran serenidad. Ninguno de ellos saba que el capitn Vails estaba herido y probablemente muerto. Lo nico que Raybould poda ver era a aquel hombre pequeo y delgado tratando de infundir nimos a una unidad en extremo peligro. Gritaba sin parar: Reunos conmigo! Reunos conmigo!. Eso era lo que un lder innato hace en el peor momento, pens Raybould. La seccin de Takahashi estaba prcticamente deshecha, pero por extrao que parezca, los pocos hombres que quedaban de su seccin y algunos de otras secciones le seguan, retirndose hasta un punto ms alto.4 Takahashi era consciente de que iba perdiendo hombres cada minuto, pero al menos ofrecan resistencia. Llevaban defendiendo aquella posicin un poco menos de una hora cuando se vieron obligados a retroceder hasta un lugar ms elevado. All fue donde sus hombres y los de la primera seccin ofrecieron su ltima resistencia.
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FIGURA 13. El ataque chino contra la compaa Love, 25-26 de noviembre de 1950.
Era como si se les hubiera asignado, ms que una batalla, un destino fatal. Para seguir frenando a los soldados chinos habran necesitado muchas ms granadas, bengalas y municiones. El sargento primero Arthur Lee, jefe de pelotn y uno de los mejores hombres de Takahashi, manejaba una ametralladora justo a su izquierda. Si tena que morir enfrentndose a lo que le pareca todo el ejrcito chino, le agradaba tener cerca a Lee. Se hicieron mutuamente una seal con la cabeza, como queriendo indicar que ambos iban a morir all, pero al menos iban a morir como soldados. Trataban de hablar y de sealar el lugar preciso por donde llegaban los soldados chinos, cuando de repente Takahashi oy salir de la garganta de Lee un gorgoteo. Haba sido alcanzado en el cuello y se estaba ahogando en su propia sangre. Los dems seguan disparando y el ejrcito chino lanzaba una carga tras otra, aproximndose a su pequeo reducto, hasta que finalmente expulsaron a todos los estadounidenses del cerro. Casi todos estaban muertos. Haban resistido terribles asaltos durante varias horas, pero la compaa Love, que el da antes era una buena unidad, slida y competente, haba desaparecido. Takahashi les dijo a los pocos hombres que quedaban a su alrededor que trataran de huir de all como pudieran. Trat de levantar a Lee pero ya estaba muerto. Ms tarde Takahashi y Raybould entendieron que las compaas Love y King formaban la avanzadilla no slo de la divisin o del cuerpo, sino de todo el Octavo Ejrcito, que haban tenido que sufrir todo el empuje del ataque chino, y que resistir durante unas horas haba sido algo as como un milagro, y que igual de milagroso haba sido que cualquiera de ellos saliera de all vivo. Pero aquella conclusin y el poco consuelo que ofreca, no estuvo a su alcance hasta mucho ms tarde. La ltima visin que tuvo Raybould del combate en lo alto de aquel monte fue la de soldados chinos que hacan prisioneros a los ltimos estadounidense que quedaban. Trat de llevar consigo algunos hombres, pero la mayora preferan seguir una pendiente menos inclinada para descender de la montaa. Raybould estaba seguro de que era all donde les estaran esperando los soldados chinos, as que se desliz hasta un lugar en que la pendiente era mucho mayor. La clave para sobrevivir, se repeta continuamente, estaba en tomarse su tiempo, no caer en el pnico, descender lentamente y no ofrecer nunca su silueta al enemigo. Al final se encontr con algunos rezagados de la compaa King y regresaron juntos hasta el Chongchon. Gene Takahashi trataba de descender la colina cuando cuatro o cinco soldados chinos lo rodearon y lo hicieron prisionero. Primero le quitaron el reloj y los cigarrillos. Trat de que le devolvieran el reloj, un regalo de su madre por su graduacin, pero un soldado chino le puso el fusil junto a la cabeza y all acab la discusin. Luego le indicaron por seas que deba gritar para atraer a otros estadounidenses. Takahashi grit en japons a los dems que no se acercaran. A continuacin lo llevaron al puesto de mando de su batalln, donde todos parecan fascinados al ver a un hombre con rasgos orientales que vesta el uniforme estadounidense. Pareca ponerlos nerviosos; quiz representaba una advertencia de que Japn tambin haba intervenido en la guerra. Para entonces haban capturado tambin al sargento mayor Clemmie Simms, un suboficial fuerte y muy profesional, como los que constituyen el ncleo de un verdadero ejrcito, a quien slo le faltaban tres meses, recordaba Takahashi, para disfrutar del retiro. La experiencia de Takahashi fue sin duda bastante excepcional, pues fue prisionero en tiempo de guerra de dos de los mayores ejrcitos del mundo, el estadounidense y el chino, aunque el perodo de detencin en este ltimo caso fue muy breve. Primero los alejaron de la batalla, dirigindose probablemente hacia el norte. Temiendo que pudieran fusilarlos al pie de la colina, trataron de comunicarse por seas para huir. Takahashi empez a cantar una cancin de reclutas, una especie de rap primerizo, sustituyendo la letra original por instrucciones sobre cmo y cundo liberarse y huir de sus captores. En el momento adecuado Simms salt sobre su hombre, Takahashi sobre el suyo y consiguieron escapar. Mientras corra, Takahashi oy disparos por donde deba de estar Simms. No volvi a verlo de nuevo. Mucho despus de que la guerra hubiera acabado apareci su nombre en una lista de prisioneros muertos en un campo chino en marzo de 1951. Gene Takahashi estaba confuso y asustado porque saba que estaba detrs de las lneas chinas, y se senta avergonzado por haber perdido a tantos hombres y haber sido luego capturado. Se movi con mucha precaucin, slo por la noche, hasta que finalmente dio con soldados estadounidenses cerca de Kunuri dos das despus. All encontr al resto de sus soldados, pero no haba quedado casi ninguno con vida. Lo que Bruce Ritter recordaba de aquellos das era que el puro terror del ataque chino puso al descubierto lo que haba dentro de cada soldado como ninguno de ellos habra esperado ni deseado. Era como observar el interior del alma de cada uno de ellos: toda la bravuconera de fachada haba desaparecido y todo lo que la mayora de los hombres prefiere ocultar a sus semejantes estaba all al desnudo, susceptible de inspeccin. Algunos de los hombres con los que combati se comportaron con valor y honor en aquellos momentos cruciales, mucho ms all del que caba esperar, arriesgando su vida, por ejemplo, para transportar heridos que no conocan de nada; mientras que el jefe de una seccin que hasta entonces pareca un oficial totalmente decente se vino abajo sin ningn pudor, en un momento de absoluta cobarda.5 Ritter era radiotelefonista en la compaa Able del primer batalln del 38. Regimiento de Infantera, integrado en la Segunda Divisin. Era una tarea difcil, extremadamente peligrosa. A los francotiradores norcoreanos les gustaba disparar sobre los radiotelefonistas; en su unidad haban matado a tres en un corto espacio de tiempo. La radio tena una larga antena, una especie de baliza para el enemigo, inventada, le pareca a Ritter, slo para sealar a sus mejores tiradores dnde concentrar exactamente el fuego, por lo que sus compaeros procuraban mantenerse a cierta distancia de l. Ritter estaba convencido de que no haba llegado a este mundo para trasportar una radio; en aquella poca meda un metro y cincuenta y cinco centmetros y pesaba cincuenta y cinco kilos. La radio que transportaba era bastante pesada; como acostumbraban a decir, pesaba diecisiete kilos a primera hora del da y unos treinta al anochecer. Ritter tena entonces veintitrs aos, cumplidos pocas semanas antes, durante la batalla del Naktong, y todava era cabo; el ascenso haba llegado demasiado tarde, en parte, sospechaba, porque era tan canijo que apenas pareca un soldado. Haba estado ya antes en Corea, hablaba algo de coreano y poda defenderse como intrprete; pero cuando algn superior descubra lo valioso que era, lo mataban o lo ascendan. Aquel primer da de la contraofensiva china la mayor parte de la divisin estaba acampada en Kunuri y su compaa reforzada, cerca de doscientos treinta hombres, estaba a unos cuarenta kilmetros al norte. Su punto de partida haba sido un pueblo llamado Unbong-dong y se supona que deban caminar unos diez kilmetros en dos das hasta la cota 1.229, que en realidad era toda una montaa; pero llevaban disparndoles desde el medioda del primer da y aquello les haba retrasado. Andaban escasos de fusileros y por eso Ritter se haba convertido en uno de ellos dejando de ser radiotelefonista, con lo que su probabilidad de sobrevivir haba aumentado exponencialmente. Cuando llevaban recorrida una tercera parte de la distancia hasta su objetivo, el fuego sobre ellos era tan intenso que tuvieron que detenerse y tomar posiciones a la espalda de la cota 300. El suelo estaba helado y sus trincheras no eran profundas ni bien protegidas. Comenzaron a hacer turnos de una hora; a una hora de sueo, si tenas suerte, le segua una hora de vigilancia. La suya era la unidad ms avanzada de la divisin, y haban dejado unos cinco kilmetros atrs el resto de su batalln. El ejrcito chino les atac hacia medianoche, asustndolos con el sonido de las cornetas y silbatos al tiempo que multitud de soldados enemigos aparecan de repente frente a ellos. La compaa consigui mantener su posicin alrededor de tres cuartos de hora antes de verse obligada a replegarse. Retroceder era muy difcil en aquellas circunstancias, a oscuras y teniendo que transportar muchos heridos. Ritter recordaba cmo se escabulleron hasta otro cerro y trataron de establecer un permetro defensivo, pero haba demasiados chinos y tuvieron que retroceder de nuevo. A su juicio haban pasado otros cuarenta y cinco minutos y sus bajas eran abundantes. Comenzaron a arrastrarse hacia atrs, hacia donde se supona que estaba acampado su batalln; en aquel momento formaban una unidad improvisada de veinte o veinticinco hombres de distintas compaas. Ritter no conoca a nadie en su nuevo grupo y no estaba claro si haba alguien al mando. Situaciones como aqulla se estaban viviendo esa misma noche en muchas otras unidades del Octavo Ejrcito. En medio del caos, tambalendose en la oscuridad, con el sonido de las armas chinas cada vez ms cerca, Ritter se encontr con un grupo an ms pequeo, cuatro estadounidenses y dos surcoreanos, katusas, que transportaban un soldado herido sobre una manta sin agarradera ninguna, lo que propiciaba los resbalones en el suelo helado. Ritter recordaba con horror muchas cosas de aquel da y aquella noche, pero presenci una escena de gran cobarda que qued impresa en su cerebro como definitoria de aquellas circunstancias. Todava recordaba el nombre del herido: Willard Smith, de Anderson, Tennessee. Su herida era grave, pero Ritter estaba seguro de que vivira si conseguan sacarlo de all. Su propia retirada se vea dificultada por el transporte de Smith, pero aquello era lo que se supone que tenas que hacer si te retirabas: llevarte a los heridos. Con ellos haba un oficial, un joven teniente, pero no estaba realmente al mando; ninguno lo estaba. Todos estaban exhaustos, sin haber podido dormir ms de una hora en todo el da y sin comida. No tenan ni tiempo para pensar en lo asustados que estaban. Podan or el avance de los soldados chinos a cierta distancia y los disparos parecan acercarse. Finalmente, hacia el amanecer, llegaron a la orilla del Peang Yong Chon, un afluente del Chongchon. Fue all donde el joven teniente se vino abajo y dijo: Lo dejaremos aqu. Podemos enviar un helicptero por l maana. Fue un momento terrible, en el que un hombre mostraba al desnudo su terror frente a aquellos a los que se supona que mandaba. Los otros cuatro estadounidenses miraron al teniente y supieron que estaba mintiendo, que no habra helicptero para recoger un cadver helado en un lugar que nadie sera capaz de encontrar. Lo que les propona era dejar que Smith se muriera all solo. Ninguno de ellos pensaba correctamente, todos estaban agotados, pero saban que aquella sugerencia era un deshonor, renunciar a salvar la vida de otro para proteger la propia. Va usted a dejarlo aqu para que se muera?, pregunt Ritter. El teniente no respondi. No tena que hacerlo. Les estaba ofreciendo una posibilidad para salvarse. Al diablo, pens Ritter. Se supone que debes hacer lo correcto aun cuando se desvanece toda esperanza y vayas a morir hacindolo. Nada le haba parecido nunca ms claro: era como declarar el tipo de hombre que eras. As que los cuatro hombres se pusieron de acuerdo en seguir transportando a Smith, con rdenes o sin ellas. Los dos coreanos siguieron con ellos. Muchos aos despus, retrospectivamente, Ritter todava se sorprenda de que todos se hubieran puesto de acuerdo tan rpidamente. A menudo reflexionaba sobre ello. Todos teman morir, y de alguna forma era como si aquella decisin llevara consigo un juicio, quiz el ltimo, y definieras tu vida con tu respuesta. El teniente se alej y dej que Ritter y los otros tres llevaran solos a Smith. Lo ms extrao del combate, conclua Ritter, era que reduca a aquellos hombres destrozados a lo esencial. Algunos parecan fuertes y rudos o al menos eso trataban de aparentar, pero cuando entrabas en combate todo aquello cambiaba. Algunos de ellos no eran despus de todo nada duros, y por el contrario, algunos que parecan enclenques y blandos resultaban ser muy buenos soldados, fuertes por dentro aunque no lo fueran en apariencia. Quin poda saber por adelantado quin era autnticamente valiente y quin no? Ritter nunca lleg a resolver esa incgnita, pues la respuesta siempre era muy diferente. Al ir cargados con Smith caminaban muy lentamente. Tenan tanta hambre como cansancio. En determinado momento Ritter se acerc a una diminuta aldea esperando encontrar algo de comida. Una joven coreana sali de una cabaa y le pidi algo de arroz, pero ella le dio una escudilla caliente de maz, o al menos eso le pareci. Puede que aquello los salvara. Seguan disparndoles pequeas patrullas chinas, probablemente avanzadillas. Al pie de una colina toparon con un pequeo grupo de chinos que comenzaron a disparar. Uno de los cuatro porteadores, George White, result herido en un pie. Ahora tenan que moverse an ms lentamente debido a la herida de White. Los coreanos les ayudaron a trasportar a Smith y Ritter iba detrs, como retaguardia, armado con el nico fusil automtico [Browning] del grupo, un arma valiosa debido a su gran capacidad de fuego. As de mal estaba la cosa, pens, tena que mantener alejado a todo el ejrcito chino con un arma que nunca haba disparado antes. Se preguntaba si alguna vez se haba desplazado de forma tan lenta un grupo de soldados. Finalmente atravesaron un largo valle y encontraron a un compaero del cuerpo, con el que dejaron a Smithy White.6 Durante mucho tiempo Ritter tuvo regularmente noticias de White, que siempre firmaba sus cartas diciendo: Gracias por el paseo. Trat de establecer contacto con Smith y le escribi dos veces, pero nunca volvi a saber nada de l. Al teniente que los haba abandonado no le fue bien. Dos das despus fue capturado por el ejrcito chino y muri en uno de sus campos de prisioneros. Ritter y otros miembros dispersos de unidades fragmentadas se retiraron combatiendo durante ms de dos das, hasta encontrarse finalmente con los supervivientes de un batalln destrozado. No conoca a ninguno de ellos. Recordaba que haban topado con algunos tanques en medio de una aldea machacada por los morteros chinos. Los tanquistas les dijeron a los soldados de a pie que subieran a los tanques. Ritter trep a uno de ellos, feliz porque el motor sonaba y le dara calor. Las bombas de los morteros chinos caan cada vez ms cerca y Ritter reflexionaba sobre lo bien que los utilizaban, cuando una de aquellas bombas cay muy cerca, una esquirla le dio en la frente y comenz a sangrar mucho. Al principio no vea nada; tambin sufri una conmocin, o as le pareci. Al quedar ciego comenz a invadirle el pnico, convencido de que iba a morir. Justo entonces apareci un amigo, el cabo Seldon Monaghan, quien le dijo: Bien, veo que todava no ha aprendido a mantener protegida su estpida cabeza, no?. Aqulla era la frase ms adecuada en aquel momento y lo calm. Monaghan lo vend entonces de manera que pudiera ver algo y le ayud a volver a subir a un tanque, que lo llev a una unidad medicalizada. Se supona que deban transportarlo a Pyongyang, pero el avin no pudo aterrizar all y lo llev a un hospital en Japn, de forma que se perdi la desesperada retirada desde Kunuri. Le pareci que haba tenido mucha suerte en aquel corto espacio de tiempo, y adems le concedieron la Estrella de Plata por a sacar de all a White.
La noche del ataque chino el veterano tanquista Sam Mace se haba quitado las botas lo que siempre exiga una meditada decisin en una situacin como aqulla: botas puestas o botas quitadas, y tras envolver en la guerrera su pistola, para protegerla de la humedad, acababa de meterse en su saco de dormir improvisado con unas mantas del ejrcito, sin colchoneta ni guata ni ms resguardo contra el fro. De repente cay el primer obsequio chino, un proyectil de fsforo blanco. Mace mir su reloj: eran las doce y diez de la madrugada del 26 de noviembre. Su primer pensamiento fue que haba sido un mortero M2 de 107 mm y se pregunt por qu sus compaeros estaban disparando morteros tan descuidadamente, hasta que se dio cuenta de que era un ataque del enemigo. Agarr sus botas y salt a su tanque en calcetines. Aunque estaba oscuro poda ver gente que corra por la aldea; entonces oy cmo dos de sus tanques arrancaban al otro lado del pueblo y junto con otros vehculos del batalln se dirigan al sur. El bombardeo duraba ya casi una hora y desde la torreta examinaba el terreno circundante con su mira telescpica, dedicando especial atencin a un cerro cercano donde estaba situada la primera seccin de la compaa Love que mandaba el teniente John Barbey. Entonces su artillero le dio un golpecito en la rodilla, mir afuera y vio cmo unos cincuenta hombres descendan del cerro por un sendero estrecho como un camino de cabras, tan empinado que tenan que ayudarse unos a otros para mantener el equilibrio, formando una cadena humana. Cuando llevaban recorridos dos tercios del camino, Mace grit: Si sois soldados estadounidenses, mejor harais en decirlo!. No hubo respuesta, as que le dijo a su artillero que esperara hasta que llegaran a la base del cerro y entonces les lanzara un proyectil explosivo con su can de 76 mm. Al mismo tiempo Mace dispar con su ametralladora del calibre 50 y entre los dos barrieron todo el grupo. Cuando todo termin haba un enorme montn de cadveres enemigos en la base del cerro.7 Mace le dijo entonces al artillero que fijara su can hacia aquel paso. Media hora despus el artillero volvi a hacerle una seal, susurrndole: Mira, ah vienen de nuevo. Esperaron hasta que el enemigo todava no saban que eran chinos llegara a la base por segunda vez y abrieron fuego de nuevo. El enemigo lo intent una tercera vez y volvieron a barrerlos. En determinado momento Mace vio lo que pareca un soldado que se arrastraba hacia su tanque llevando algo, quiz un saquito con explosivos, apunt contra l la ametralladora y lo mat. Al da siguiente se preguntaron por qu no haban sido advertidos por disparos desde la posicin de Barbey, pero ms tarde supieron que los soldados chinos se haban deslizado hasta los hombres apostados en la colina y los haban acuchillado mientras dorman. Cuando amaneci examinaron los cuerpos y no les parecieron coreanos: eran ms oscuros y ms altos, de un metro ochenta en promedio. Manches, dijo alguien. Todos llevaban armamento estadounidense y nunca haban visto armas en mejor estado; todos los paquetes estaban igualmente inmaculados, atados con una especie de cuerda que pareca hecha de alguna fibra de arroz. Record la disciplina con la que haban bajado la ladera de la colina, como si lo hubieran practicado repetidamente, y pens que ahora se enfrentaban a un ejrcito muy profesional. Los soldados chinos haban inhabilitado uno de sus tanques, por lo que Mace reuni a sus hombres, la mayora de ellos heridos, los hizo subir a un jeep y los envi en direccin oeste. Durante los dos das siguientes la compaa de Mace mantuvo un combate constante con fuerzas chinas. Al final del segundo da Mace haba conseguido llegar con los dos tanques que le quedaban hasta la aldea de Kujang-dong, donde le haban dicho que se encontrara con algunos miembros del 38. Regimiento que se reuniran all. Para entonces haba incorporado a su unidad otros dos tanques. Justo antes de llegar a la aldea aparecieron alrededor de sesenta y cinco soldados de infantera estadounidenses, entumecidos y con aspecto de andar perdidos, tratando de hallar el camino. La mayora de ellos eran del 38 Regimiento pero de diferentes compaas y hasta de distintos batallones. En un mundo que de repente haba perdido su coherencia y seguridad, pareca como si slo hubiera seguridad dentro de los carros. Uno de sus oficiales, tambin tanquista, pidi que le dejaran entrar y Mace finalmente acept, aunque no le complaca lo ms mnimo. Llegaron a Kujang-dong muy lentamente, recorriendo quiz tres kilmetros por hora. Sobre cada carro iban alrededor de quince hombres. Normalmente a Mace no le gustaba llevar fusileros sobre los tanques, sobre todo por la noche, ya que limitaba su visin y el movimiento de la torreta si se gira el can en redondo, se golpeara a los fusileros que van encima; pero en aquel caso no parecan aplicarse las reglas ordinarias. Se supona que el pueblo estaba bajo control estadounidense, pero lo encontraron en silencio cuando entraron en l, lo que ya de por s era una advertencia. De repente todo estall a su alrededor: haban cado directamente en una emboscada casi perfecta. En cada casa pareca haber soldados chinos disparando con una o dos armas automticas y tenan a la columna de Mace totalmente rodeada. Fue un momento terrible, ya que la regla nmero uno para un tanquista en combate es salvar su carro. Mace le dijo a su conductor que acelerara y tuvo que hacer girar la torreta, aunque saba que llevaba gente encima. Estaba obligado a hacerlo, aunque saba que la mayora de los hombres que estaban sobre el tanque iba a morir. Huyeron de all, quiz a unos veinte kilmetros por hora, mientras la muerte se enseoreaba del entorno. Desde la torreta abierta poda or los gritos de los soldados de infantera cuando eran alcanzados o caan, algunos de ellos para ser aplastados por los tanques que le seguan. Por la maana la coraza de sus tanques estaba cubierta de un lgamo espumoso y rosado, como si alguien los hubiera pintado con una mezcla de sangre, vsceras y sesos inmediatamente congelada por el fro. La emboscada haba durado slo dos o tres minutos pero le pareci una eternidad, y cincuenta aos despus todava poda or los gritos de aquellos hombres y ver aquel color sobre sus tanques. Durante las dos noches siguientes Mace combati de forma constante con diferentes unidades chinas. Finalmente, el da 29 recibi la orden de regresar a Kunuri para unirse a la divisin. Se sinti aliviado ante la perspectiva de volver con su propia gente y con toda la proteccin que puede proporcionar una divisin, pero Kunuri no era el paraso sino el caos. Pareca como si hubiera desaparecido cualquier tipo de mando. Mace no tuvo tiempo para descansar; tenan que reabastecer sus tanques, limpiar los caones y prepararse para lo que ya intuan que iba a ser el peor tramo, la retirada desde Kunuri. Le pareca no haber dormido durante semanas. En el puesto de mando de la divisin haba visto al coronel George Peploe, al mando del 38. Regimiento, durmiendo sobre un catre. Un jefe de regimiento durmiendo en el cuartel general de una divisin, era algo que dejaba muy claro hasta qu punto estaba rota la maquinaria militar estadounidense. Como todos los dems estaba muerto de hambre y como todos los dems senta mucho fro. La temperatura era inferior a veinte grados bajo cero y aquellos das nadie se ocupaba siquiera de calcular la velocidad del viento. Durante cinco das haban pasado por una especie de infierno y a Mace le pareca que los viejos suboficiales saban captar mejor que sus mandos lo que suceda: la divisin haba reaccionado con desesperante lentitud al ataque del ejrcito chino. En aquellas pequeas unidades tan duramente golpeadas, los soldados crean estar ganando tiempo para sus batallones y regimientos, y sobre todo para su divisin. Pero haba gente en la divisin y en el cuerpo prestndoles atencin? El teniente Charley Heath, adscrito al puesto de mando del regimiento, siempre recordara la furia en la voz del coronel Peploe cuando hablaba con un mando superior dos das despus de que comenzara el gran ataque: S, diablos, les haban atacado fuerzas chinas, y s l conoca la diferencia entre un chino y un coreano y si cualquiera de ellos quera dejarla divisin e ir a su puesto de mando con un intrprete podra comprobar la exactitud de lo que estaba diciendo porque tena algunos prisioneros, y le gustara darles la oportunidad de comprobar que eran chinos, y aunque no hubiera un intrprete, tena un montn de chinos muertos para demostrar que tena razn. Heath nunca haba visto a uno de sus jefes tan enfadado. Por todos los cielos dijo Peploe cuando colg el telfono, es increble que esa condenada gente de la divisin no quiera aceptar que s distinguir a un chino cuando lo veo.8
La esperanza de Mace de que al llegar a la divisin se hallara a salvo result una gran desilusin. Lo peor en el cuartel general de la divisin era el temor que flotaba en el aire.9 El miedo era el terrible secreto del campo de batalla, crea Mace, que afectaba tanto a los ms valientes como a los ms cobardes, y que adems era contagioso y poda destruir una unidad incluso antes de que comenzara la batalla. Debido a esto, los mandos se ocupaban ante todo y en primer lugar de combatirlo; los mejores podan rastrearlo, sabiendo que siempre estaba all, y convertirlo en un activo; los mandos ms dbiles tendan a dejarlo crecer. Los mismos hombres que podran combatir valientemente bajo un mando decidido lo dejaran todo y saldran corriendo con otro que dejara traslucir su propio miedo. Los grandes caudillos no son slo hombres muy dotados para tomar sabias decisiones tcticas, sino hombres que ofrecen una sensacin de confianza, de que se puede hacer y de que es un deber y un privilegio combatir en determinadas circunstancias. As fluye idealmente la fuerza de cualquier unidad, de arriba abajo. El jefe comunica su fuerza a sus subordinados inmediatos, y desde all se extiende a toda la cadena de mando. En Kunuri pareca como si no hubiera nadie al mando. Los oficiales supuestamente encargados parecan perdidos y desorientados. En opinin del jefe inmediato de Mace, Jim Hilton, el general Laurence Keiser, comandante en jefe de la divisin, haba quedado paralizado por el ataque chino. Ya antes de aquel momento haba sido una especie de comandante fantasma, que prefera dejar que fuera el vicecomandante de la divisin, el general de brigada Sladen Bradley, el que ejerciera directamente el mando y revisara las tropas. Si Keiser se dejaba sustituir por Bradley era, segn algunos oficiales, porque era muy consciente de que todo aquello le superaba y de que estaba demasiado viejo para ocupar un puesto de mando en aquella guerra, con aquel fro, frente a aquel enemigo. Cuando la divisin se descompuso, Keiser no tena ni idea de cmo volver a reagruparla. La suya era la ltima pesadilla para el comandante en jefe de una gran unidad: el ejrcito chino le presionaba y estaba en peligro de perder toda su divisin. La creencia general entre los soldados de la divisin era que l y otros altos mandos haban perdido ya tres das hasta comprender la magnitud del ataque chino. l y sus superiores haban tardado mucho en entender que aqul era el gran ataque y que no menos de veinte divisiones chinas podan estar operando en el sector occidental. Aun as, el 29 noviembre todos saban en Kunuri que el ejrcito chino se acercaba de hora en hora, como un lazo que se iba estrechando en torno a su cuello colectivo, y que el tiempo le favoreca en la misma medida en que eran muchos y podran bloquear todas las vas de escape. Aquella iba a ser la decisin ms importante de la carrera de Keiser. Llevaban combatiendo contra el ejrcito chino cuatro y en algunos casos cinco das, y los informes de la inteligencia militar eran patticos. No parecan saber de dnde provenan las divisiones chinas ni cuntas podan ser. Y lo que era an peor, nadie pareca estar seguro de cul poda ser la decisin ms apropiada en aquellas circunstancias. Jim Hinton estaba de acuerdo con Mace: la confusin en el puesto de mando se extenda como un virus. La divisin dispona de varios aviones de reconocimiento ligeros, pero por lo que Hinton poda decir, no haban realizado ltimamente ningn reconocimiento. Mace se sinti sorprendido cuando se dio cuenta de que toda la divisin estaba ahora en peligro y de que slo podan contar con sus propias fuerzas. Estaba convencido de que haba pocas probabilidades de que acudiera en su apoyo una misin de rescate. Se hablaba de una columna britnica que haba salido para ayudarles, pero tena sus dudas. Ni siquiera en los peores das de la batalla de las Ardenas, cuando tiritaba por el terrible fro de Bastogne y los alemanes los machacaban con su artillera pesada, haba dudado de que finalmente acudiran fuerzas aliadas en su auxilio. All eran entonces tan condenadamente eficientes y poderosos, que cuando las cosas iban mal pronto volvan a ir bien. Pero ahora no tena esa sensacin. Keiser era bastante incapaz, pero Mace estaba convencido de que el autntico problema era el alto mando y de que la parlisis se extenda hacia abajo. A partir de aquel momento, y durante el resto de su vida, Mace se neg a mencionar a Douglas MacArthur por su nombre; lo llamaba simplemente l en sus cartas y artculos para los grupos de veteranos, y de palabra el gran Ego.10 Si hubo una grieta en Corea en aquellas crticas horas era la que poda apreciarse entre los soldados en el campo de batalla, castigados muy duramente, y los jefes en Tokio, renuentes a admitir que haban cado en una trampa catastrfica. En el campo de batalla la fisura separaba a los jefes de la divisin, que trataban por imposible que fuera de imaginarse los peligros que corran sus hombres, y los del cuerpo, que respondan todava a las esperanzas y vanidades de sus superiores en Tokio. Cualesquiera que fueran los errores y deficiencias de Laurence Keiser y cabe decir que era un jefe totalmente inadecuado, los del cuerpo eran peores. 30
A las cuatro y media de la tarde del 29 de noviembre, cuando comenzaba a atardecer, Laurence Keiser envi un mensaje por radio al alto mando del cuerpo diciendo que su situacin en Kunuri era peligrosa. Los soldados chinos se mostraban cada vez ms audaces y ahora haban comenzado a combatir tambin a la luz del da. Pero los miembros de la estructura de mando por encima de l en el IX Cuerpo eran an ms vacilantes y puede que fueran incluso ms culpables de lo que sucedi durante aquellos dos das crticos, cuando tuvieron la ltima y la mejor oportunidad para sacar de all a la divisin hasta cierto punto indemne. El comandante en jefe del cuerpo, John B. Coulter, estaba como paralizado y tard mucho en responder a la catstrofe excepto por la decisin de desplazar su propio puesto de mando ms al sur, hasta Pyongyang. El cuerpo corra el peligro de perder toda una divisin y Coulter, casi un figurn que obedeca a Tokio en todo, se vea desbordado por los acontecimientos. Sus fuentes de informacin eran deficientes, le costaba intuir lo que suceda en el campo de batalla y tena demasiado miedo a las rdenes, para entonces ya obsoletas, que le llegaban desde el cuartel general de Tokio. Pareca temer ms que cualquier otra cosa lo que pensaban all. El alto mando del cuerpo debera haber sido fuente de juicio y orientacin, y si haba necesidad, de tropas adicionales; pero en realidad la mayor parte de las indicaciones que dio durante aquellas horas vitalmente importantes resultaron equivocadas; su influencia fue ms negativa que positiva. El general John B. Coulter, conocido como el nervioso John por muchos de sus subordinados, era el ms timorato de los tres comandantes de cuerpo. Para nadie era un secreto que no estaba a la altura de la tarea. Cuando Matt Ridgway tom el mando del Octavo Ejrcito un mes despus, Coulter fue el primer comandante de cuerpo que relev, aunque su sustitucin se disfraz como un ascenso porque a los generales siempre haba que protegerlos y se le concedi la tercera estrella junto con la Medalla por Servicios Distinguidos. Se le asign un puesto en el Estado Mayor, como oficial de enlace de Ridgway con Syngman Rhee y el ejrcito surcoreano. Siempre haba sido un hombre de MacArthur. Se haba graduado en la academia militar del oeste de Texas en San Antonio en 1911, la vieja escuela de MacArthur antes de West Point; haba servido en Mxico con el general Jack Pershing antes de la primera guerra mundial, y luego en la 42. Divisin (Rainbow) de MacArthur durante la guerra, en la que haba estado al mando de un batalln en St. Mihiel. Durante la segunda guerra mundial haba estado al mando de la 85. Divisin (Custer), que haba combatido junto a la 92. Divisin de Ned Almond en Italia. En 1948 MacArthur lo llev consigo al Lejano Oriente como comandante en jefe de la Sptima Divisin; luego fue vicecomandante de las fuerzas estadounidenses en Corea y comandante del I Cuerpo en Japn. Regres por un breve perodo a Estados Unidos, pero al producirse la invasin norcoreana MacArthur lo volvi a llamar y le dio el mando del I Cuerpo del Octavo Ejrcito, con lo que oficialmente estaba bajo el mando de Walton Walker pero en realidad atenda ms a las indicaciones de MacArthur y Almond. A Walker no le haba gustado nada la orientacin que Coulter le haba dado al I Cuerpo durante la batalla del Naktong, pero siempre es difcil tratar con un subordinado que est bajo la proteccin directa de tu superior. Walker trat de resolver aquel problema dando el mando del I Cuerpo a Frank W. (Shrimp) Milburn en el momento del desembarco en Inchon, lo que significaba dejar prcticamente en la reserva a Coulter durante la marcha hacia el norte; su nueva unidad, el IX Cuerpo, ni siquiera estuvo operativa hasta el 16 de septiembre, y cuando lo estuvo le asignaron operaciones de limpieza. En el ejrcito la mayor responsabilidad de un mando es prestar atencin a cualquier unidad que se halle en peligro. De todas las unidades del Octavo Ejrcito que todava combatan en la parte occidental de la pennsula de Corea el 30 de noviembre, slo la Segunda Divisin tena serios problemas. Coulter era quien tena acceso a las fuerzas adicionales y derecho a pedir a su superior Walton Walker un refuerzo si lo consideraba necesario. Cuando comenz el ataque chino los mandos del Di Cuerpo pensaron que aquello era serio pero no apocalptico. Crean que si haba unidades estadounidenses en peligro era slo porque el ejrcito surcoreano se haba replegado, dejndolas as momentneamente sin cobertura. Segn Coulter no era ms que un problema local. El 27 de noviembre, ms de dos das despus, el mando de la Segunda Divisin comenzaba a sentirse molesto con las rdenes que llegaban del mando del cuerpo sugiriendo pequeas retiradas que no permitan a sus regimientos o batallones separarse del ejrcito chino, reagruparse y consolidar sus fuerzas en un lugar ms ventajoso. De hecho se estaban desplazando de posiciones vulnerables a otras igualmente vulnerables. Al llegar la maana del da 30 Keiser llevaba ya tres das de agrio debate con el cuerpo. Le pareca que las rdenes que reciba eran inadecuadas, movimientos de repliegue de siete u ocho kilmetros como mucho, cuando l habra preferido llevar la divisin ms atrs para poder reagruparla. Haba discutido por ejemplo una orden anterior de retirarse a Won-ni, que estaba slo a dos kilmetros y medio al norte de Kunuri. Era un movimiento a medias, pensaba Keiser, peligroso de ejecutar y que no garantizaba a su divisin ninguna seguridad adicional. Correra el mismo peligro y estara igual de aislada una vez que llegara a Won-ni. Aquella orden reflejaba la gran distancia existente entre la realidad del campo de batalla y las ilusiones que mantenan los mandos en Tokio. Durante aquellos primeros das el alto mando de MacArthur todava trataba de minimizar la importancia de lo que haba sucedido, ya que una retirada a gran escala trastornara su ltimo gran sueo. Como dira Dick Raybould muchos aos despus sobre el caos que penda sobre su divisin, fracasamos porque estbamos condenados a fracasar. Pero lo que suceda en aquel momento era demasiado obvio y no slo la mayora de los altos oficiales y mandos en Corea, sino tambin los periodistas, eran mucho ms conscientes que los mandos de Tokio de la gravedad de la catstrofe. El 28 de noviembre Homer Bigart, del New York Herald Tribune, que pronto iba a recibir su segundo premio Pulitzer por sus reportajes sobre la guerra de Corea, escribi: Las fuerzas de Naciones Unidas estn pagando ahora el precio por la imprudente decisin de lanzar una ofensiva al norte del cuello de la pennsula. Era una iniciativa estpida porque no se dispona de fuerzas suficientes como para cerrar la larga frontera coreana con China y Rusia. Aun sin la intervencin abierta de la China Roja, el ejrcito de Naciones Unidas era demasiado dbil como para mantener guarniciones dispersas a lo largo del ro Yalu. Bigart aada que poda mantenerse como frontera el estrecho cuello de la pennsula si las divisiones se desplazaban hacia el sur con la suficiente rapidez, pero el panorama general es muy sombro. Ms tarde se acus a Laurence Keiser del deficiente rendimiento de la Segunda Divisin de Infantera en su da ms trgico, el 30 de noviembre de 1950, pero muchas de aquellas acusaciones deban haber cado sobre niveles ms altos. Sin embargo, Keiser era el comandante en jefe de la divisin y los mandos tienen que pensar por s mismos y por sus soldados, y haba aceptado sin rechistar el encargo de llevarla hasta el Yalu por evidentes que fueran los riesgos que corra. Desde el principio haba subestimado los peligros que afrontaban sus tropas y se haba burlado de los que trataban de advertirle. Inmediatamente despus de Unsan concedi una entrevista en la que dijo que el ejrcito chino todava no haba comprometido a sus mejores y ms leales tropas en Corea, que los que haban aparecido eran voluntarios forzosos sin deseos de combatir y que no suponan mayor peligro que los rojos coreanos. En cuanto a sus hombres, eran duros como bayonetas, dispuestos a cualquier misin. Pronto iba a lamentar aquellas palabras.
Para entender lo que no hizo Keiser y lo que podra y debera haber hecho un buen jefe de divisin, basta compararlo con lo que hizo el general de divisin O. P. Smith, al mando de la Primera de Marines en el X Cuerpo de Ned Almond. Aquella divisin de marines deba avanzar en la parte oriental del frente hasta la frontera con Manchuria, cerca del embalse de Chosin, y luego desplazarse hacia el oeste y establecer contacto con el resto de las tropas del Octavo Ejrcito. Smith tambin tena rdenes muy perentorias de Almond de avanzar rpidamente hacia el embalse de Chosin y el Yalu. Roy Appleman escribi, bastante generosamente, en su informe sobre la retirada de los marines desde el embalse de Chosin, que su [de Almond] mayor debilidad como comandante en Corea fue su conviccin de que MacArthur no poda estar equivocado. Nadie haba acusado nunca a Almond de falta de agresividad. Maury Holden, el G-3 de la Segunda Divisin, deca a ese respecto: Cuando haba que ser agresivo, Almond lo era verdaderamente; pero cuando haba que ser prudente, l segua siendo agresivo.4 Nada se poda interponer en su camino. En el sector oriental iba a manifestarse, pues, una gran divergencia entre Almond, en el papel de pen de Tokio, y Smith, como heraldo de la realidad del campo de batalla. Incluso antes de que discreparan sobre el uso de los marines en el rea de Chosin-Yalu, Smith se resista y desconfiaba profundamente de Almond. Ya antes haban tenido sus roces, por supuesto. Cuando se preparaba el desembarco en Inchon, Almond haba fanfarroneado ante Smith, experto en desembarcos anfibios, sobre lo fciles que eran, aunque nunca haba participado en ninguno. El da del desembarco Almond haba permanecido en cubierta a bordo del Mount McKinley, el buque insignia de MacArthur, junto con Victor Krulak, un alto mando de los marines, observando cmo salan hacia la costa las barcazas, inmensos tractores anfibios esenciales para llevar a tierra las tropas y sus equipos. Cuando Krulak le coment de pasada a Almond lo maravillosas que eran aquellas mquinas, Almond respondi: S, vale. Pero pueden realmente flotar?. Krulak recordaba: Inmediatamente fui y se lo dije a diez personas, porque no quera que se olvidara. Al hombre al mando de la fuerza de desembarco en Inchon no se le ocurra otra cosa que preguntar: "Pueden flotar realmente esas cosas?".5 Ya antes de que comenzara el avance final hacia el norte, Almond estaba, en palabras de Martin Russ, que combati en Corea y escribi dos libros excepcionales sobre aquella guerra, en lo ms alto de la muy larga lista de personajes odiados [por los marines].6 Para ellos era una cuestin de orgullo que sus oficiales compartieran en la mayor medida posible las dificultades de los soldados rasos, que no tuvieran ms comodidades o mejor comida. Para ellos Almond representaba una cultura militar totalmente diferente y muy anticuada. Su remolque personal estaba lleno de comodidades y lo que es ms importante, dispona de calefaccin en un pas en el que todo a su alrededor estaba condenadamente helado. El confort era muy importante para l y disfrutaba de un nivel de bienestar sorprendentemente alto. En el remolque tena incluso una baera y casi siempre pareca haber agua caliente (Smith, cuando le ofrecieron algo parecido, lo rechaz). Almond dispona adems de una tienda individual con un calefactor en el aseo. Siempre coma bien; le enviaban regularmente desde Tokio las mejores chuletas, junto con verduras frescas y los vinos ms finos. Sus subordinados lo saban, por supuesto, y les disgustaba. Nada se transmite ms rpidamente entre los soldados obligados a combatir en un ambiente infernal como aqul que las murmuraciones sobre el estilo de vida suntuoso de un oficial superior. Como deca alguno, era como tener al mando a un general de la primera guerra mundial. El 9 de octubre dio una cena memorable a la que invit a Smith y a sus tres jefes de regimiento. Los cuatro marines se haban escandalizado por todo aquel lujo: les haban servido reclutas vestidos de blanco y sobre la mesa, cubierta con un fino mantel, brillaban la vajilla de porcelana y los cubiertos de plata. Lewis (Chesty) Puller, uno de los jefes de regimiento y una figura legendaria en el cuerpo, lo consideraba un dispendio inadmisible en una zona de guerra. Entre los marines, deca Puller, la oficialidad prefera comer raciones fras y utilizar sus camiones para transportar municiones. Segn su estimacin, en el cuartel general del X Cuerpo trabajaban tres mil hombres, lo suficiente para formar un regimiento adicional.7 Para los marines, los buenos oficiales simplemente no hacan cosas as y mantenan el respeto de sus hombres. En cierto modo, la locura porque sa es la palabra adecuada que impulsaba la ofensiva final de MacArthur se mostraba ms claramente en el frente oriental que en el occidental, en el que pese a que los generales podan no ser tan buenos como Smith, el propio Walker, que desconfiaba de aquella operacin, se negaba a presionar demasiado a sus hombres, e incluso cuando orden a sus generales avanzar les advirti de los peligros que les esperaban. Pero Almond era el chico de MacArthur, leal por encima de todo, testarudo y arrogante, decidido a hacer que la realidad del campo de batalla coreano se adecuara a los sueos del comandante supremo en el Dai Ichi. Por eso tena tanta importancia la confrontacin que iba madurando entre Almond y Smith; en realidad se trataba de una brega entre Smith y MacArthur, con Almond como intermediario impaciente que exiga a sus subordinados cumplir unas rdenes que brotaban de la locura, mientras que Smith desempeaba el desgraciado papel de subordinado empeado en presentar el campo de batalla tal como era realmente y en proteger al mximo las vidas de sus hombres. Cuando le ordenaron avanzar hacia el Yalu lo ms rpidamente posible (la expresin empleada era como un tiro), Smith sigui tomndoselo con calma. La zona asignada a su divisin, en la que tena que dominar al ejrcito chino, equivala a unos dos mil quinientos kilmetros cuadrados [un cuadrado de cincuenta kilmetros de lado] y llena de escarpadas montaas, con un fro insoportable. Absolutamente convencido de que estaba plagada de soldados chinos, no tena la menor intencin de fragmentar su divisin tal como le peda Almond. Cuando le atacara el ejrcito chino, algo de lo que estaba seguro que iba a suceder, no quera que sus regimientos estuvieran tan dispersos que no pudieran ayudarse mutuamente. Trat de convencer a Almond de que la gran capacidad de fuego de la Primera Divisin de Marines estaba asociada a su empleo conjunto, pero sac la impresin de que, cualesquiera que fueran las cualidades de Almond, escuchar a sus subordinados no era una de ellas. Smith demor el cumplimiento de sus rdenes cuanto pudo, acercndose peligrosamente a la insubordinacin frente a un superior conocido por el carcter explosivo de su temperamento. Si hubiera sido un oficial del Ejrcito de Tierra y no de los Marines, no cabe duda de que Almond lo habra relevado. Al final sus precauciones y su obstinacin no slo salvaron a la Primera Divisin de Marines de una destruccin total, sino tambin el mando de Almond. El general de divisin Oliver Prince Smith fue de hecho uno de los grandes hroes silenciados de la guerra de Corea. Otros marines pensaban que le deban haber concedido la Medalla de Honor del Congreso,8 pero a diferencia de los de Chesty Puller, sus actos heroicos carecan de calidad dramtica y fuera de la Infantera de Marina eran pocos los que conocan su nombre. Era un verdadero profesional, desconfiado frente a la altivez, casi deliberadamente falto de carisma, y lo ms importante de todo, respetuoso hacia sus adversarios. Su aspecto, escribi Martin Russ, le habra permitido representar en una obra de aficionados el papel de un pequeo farmacutico, a quien las seoras mayores consideraran apuesto con unos pocos kilos de ms.9 Su carrera haba sido excepcional, pero tambin lenta: haba pasado diecisiete aos como capitn. En septiembre de 1944, durante la campaa del Pacfico, particip en la batalla de Peleliu como vicecomandante de la Primera Divisin de Marines. Peleliu era una pequea isla de escaso valor estratgico, pero cost mucho conquistarla. Meda aproximadamente siete kilmetros de largo en direccin norte-sur y tres de ancho en direccin este-oeste y se trataba de una isla coralina en la que era prcticamente imposible cavar una trinchera decente. En opinin de muchos mandos de los marines, aquella batalla fue uno de los principales desastres si no el mayor de la guerra del Pacfico; segn el coronel Harold Deakin, miembro del Estado Mayor del general William Rupertus, que era quien estaba en aquel momento al mando de la Primera Divisin de Marines, fue la peor campaa en la historia de la guerra; mucho peor que la de Iwo Jima o las dems. Los japoneses, entonces a la defensiva, se haban ocultado durante el prolongado ataque areo y de la artillera que precedi al desembarco, para aparecer despus y combatir con gran valor y fiereza. Rupertus comparta muchos de los defectos de Almond: era vanidoso, impetuoso y desdeoso del enemigo. Antes de la batalla dijo que podra haber algunas bajas, pero que sera corta y rpida. Dura, pero breve. Lo conseguiremos en tres das, puede que incluso en dos.10 Pero en realidad les cost todo un mes de avance metro a metro, trinchera a trinchera. Segn estimaron los marines ms tarde, les haba costado casi mil seiscientas municiones, ligeras y pesadas, matar a cada uno de los diez mil soldados japoneses presentes en la isla. Por eso cuando Smith trataba con Almond se senta como si estuviera en Peleliu de nuevo. Smith no tena ninguna intencin de perder a la Primera Divisin de Marines frente al ejrcito chino en algn desierto helado por seguir ciegamente unas rdenes que a su juicio no guardaban ninguna relacin con las condiciones reales del campo de batalla. La retirada de los marines desde el embalse de Chosin fue ciertamente alguno de los grandes momentos de la historia del cuerpo y en gran medida su xito se debi a Smith, ms por lo que no hizo que por lo que hizo. Cuando finalmente hizo avanzar a sus tropas dej por el camino varios depsitos de reservas, que como seal ms tarde el jefe de operaciones de la divisin Alpha Bowser, iban a salvar las vidas de miles de soldados y puede que la propia Primera Divisin de Marines como tal. El da que los marines iban a iniciar su participacin en el gran avance hacia el norte era el 27 de noviembre, pero durante casi tres semanas Smith haba tratado de cambiar un plan de batalla del que desconfiaba profundamente. Pensaba que en Tokio todos se haban vuelto locos; primero haban separado al X Cuerpo del Octavo Ejrcito, y ahora trataban de separar entre s todos sus regimientos, haciendo cada uno de ellos ms vulnerable y ponindolo as a merced del ejrcito chino. A Almond, pensaban los marines, le gustaba repartir fuerzas grandes en otras ms pequeas. Como sealaba Bowser, pretenda disear en los mapas de Corea que manejaba, con grandes flechas y amplias barridas, grandes operaciones similares a las que los aliados haban realizado en Europa, aunque a escala ms limitada. El ejrcito chino, segn le haban dicho a Smith desde Tokio, no podra desplazarse hacia el oeste por aquellas regiones montaosas supuestamente impenetrables. Pero l no crea, para empezar, que sus tropas debieran operar all; una vez que hubo pasado la batalla coment: La regin en torno a Chosin nunca se pens para operaciones militares. Hasta Gengis Khan la habra evitado.14 Pero Smith tena rdenes de seguir avanzando. Comunic a sus subordinados el peligro que en su opinin estaban corriendo aunque tampoco es que necesitaran advertencias adicionales, y orden que todas las unidades permanecieran por la noche agrupadas y alerta, en posiciones defensivas perfectas, como si cada noche se fuera a producir el ataque del ejrcito chino. Aunque tena sus dudas sobre lo que estaban haciendo, tambin tena cierto respeto nervioso por la mstica de MacArthur. Cuando el general decidi avanzar de todas formas hacia el Yalu, Smith le dijo a un colega: Bueno, le sali bien en Inchon, as que probablemente tambin le saldr bien aqu.15 Sin embargo, aadira Smith ms tarde, esta vez no le sali bien. Nadie iba a poder acudir a rescatar a Smith. A primeros de noviembre ya crea que el ejrcito chino estaba preparando probablemente una gran trampa para las fuerzas estadounidenses. El 29 de octubre, poco ms o menos el mismo da del ataque a Unsan, una unidad del ejrcito surcoreano captur a diecisis soldados chinos en el sector de Smith. Formaban una seccin de abastecimiento de municiones, eran ms altos que la mayora de los chinos y considerablemente ms oscuros, vestan guerreras de guata y hablaban abiertamente de su unidad. Formaban parte del 370. Regimiento en la 124. Divisin del 42. Ejrcito en el noveno Grupo de Ejrcitos. Haban cruzado la frontera con Corea el 16 de octubre, dijeron, y aadieron que haba al menos tres divisiones chinas las 124., 125. y 126. del 42. Ejrcito en el rea. Almond se acerc a interrogarlos, consigui que hicieran algunos ejercicios de orden cerrado y no pareci impresionado. Estaban desaliados y exhaustos; no haban comido en varios das. Segn el historiador de los marines John Hoffman, utiliz para describirlos la expresin lavanderos chinos, a la que recurra con frecuencia, y les dijo a quienes le rodeaban que no parecan muy inteligentes.16 Segn Hoffman, los marines no eran tan optimistas. Cuando lleg por fin Charles Willoughby e interrog a los prisioneros, concluy que formaban parte de un grupo relativamente pequeo de voluntarios chinos, quiz diez mil hombres; de hecho, una mnima fuerza que no caba confundir en ningn caso con un gran ejrcito chino.17 El Sptimo Regimiento de Marines del coronel Homer Litzenberg, uno de los tres regimientos de Smith, reemplaz a la unidad del ejrcito surcoreano que haba capturado a los chinos e inmediatamente fue atacada en Sudong por un gran contingente de fuerzas chinas, al menos una divisin y quiz ms; aqulla fue la primera batalla significativa entre los marines y el ejrcito chino en el frente oriental y dur desde el 2 hasta el 4 de noviembre. Durante un buen rato nos vimos como Custer en Little Big Horn y pensamos que no bamos a salir de all vivos; era muy duro, deca el comandante James Lawrence, quien durante un tiempo ocup el puesto de oficial ejecutivo de un batalln y recibi la Cruz de la Armada por su herosmo.18 Los marines consiguieron por fin hacer retroceder al ejrcito chino, pero a costa de muchas bajas: cuarenta y cuatro muertos, ciento sesenta y dos heridos y un hombre perdido en accin. Aunque la ferocidad de la batalla no hizo reflexionar a Tokio ni a Almond, Smith se senta ms preocupado que nunca. Crea que era su deber frenar cuanto fuera posible la cada en aquella trampa y al menos, como l deca, no quedar demasiado aislados, por lo que las tensiones con Almond siguieron aumentando. Nuestra divisin de marines era la punta de lanza del X Cuerpo, sealaba el coronel Bowser, jefe de operaciones de Smith. El general Almond haba empezado ya a notar que apenas avanzbamos. De hecho no hacamos otra cosa que explorar el terreno, deliberadamente. Recurrimos a todos los trucos imaginables para retrasar nuestro avance, esperando que el enemigo se mostrara antes de que nos dispersramos ms an de lo que ya estbamos. Al mismo tiempo reforzamos nuestros depsitos de abastecimiento a lo largo del camino.19 El 5 de noviembre los marines hallaron a un soldado chino durmiendo en una cabaa. Todo lo que deca pareca autntico y no exagerado. Formaba parte de la 126. Divisin y pareca disponer de abundante informacin; una de las caractersticas del ejrcito chino era que, debido al nuevo espritu igualitario, los soldados rasos solan saber mucho de las operaciones en curso gracias a las charlas de los comisarios polticos. El prisionero les dijo a los marines que haban cruzado el Yalu veinticuatro divisiones chinas. El 7 de noviembre se le hizo llegar esta noticia a Almond y durante unas horas Smith pens que aquella informacin, aadida a lo que haba sucedido en Unsan, haba servido para hacerle reflexionar. Por primera vez pareca aceptar la idea de Smith de concentrar a la Primera Divisin de Marines; pero entonces lleg desde Tokio la orden de acelerarlo todo y Almond orden a Smith que avanzara ms rpidamente. En el puesto de mando chino, entretanto, Peng Dehuai propona situar doscientos cincuenta mil soldados chinos frente a los ciento treinta mil hombres de Walker, lo que supona una proporcin de 1,92 a 1, mientras que en el frente oriental se situaran ciento cincuenta mil soldados chinos frente a cien mil de Naciones Unidas, en una proporcin de 1,67 a 1. Por el momento ya estaban en la ribera meridional del Yalu, bien ocultos en cuevas. Era como si con sus encontronazos anteriores estuvieran provocando a las fuerzas estadounidenses y de Naciones Unidas, golpeando y desapareciendo. Como le deca a su Estado Mayor el general Shung Shih-lun, comandante en jefe del Noveno Grupo de Ejrcitos y del conjunto de las fuerzas chinas en el frente oriental: Para pescar un gran pez, primero hay que dejarle que pruebe el cebo.20 A mediados de noviembre las fuerzas de Naciones Unidas todava estaban, en palabras de un alto mando chino, lejos de las zonas de combate que habamos prefijado. El 15 de noviembre Smith se reuni con Almond y ste le volvi a exigir que avanzara ms rpidamente. Los marines haban llegado a Hagaru, en el extremo sur del embalse de Chosin, y Almond quera que siguieran ahora hasta Yudam-ni, a unos veinte kilmetros al noroeste, mientras que otro regimiento de marines se desplazaba hacia el este. El tercer regimiento estaba ochenta kilmetros al sur y la divisin, por tanto, demasiado fragmentada. Tenemos que recorrer rpidamente ese tramo, dijo Almond. Smith exclam inmediatamente: No!, pero Almond, segn el general de brigada Ed Craig, vicecomandante de la divisin, pretendi no haberle odo y abandon la reunin, despus de lo cual Smith dijo: No iremos a ningn sitio hasta que reagrupe a la divisin y se haya construido el aerdromo [que quera a medio camino entre la costa y el embalse de Chosin para poder evacuar a los heridos si se produca el previsible ataque del ejrcito chino]. Aquel mismo da, todava molesto por la negativa de Almond a entender los peligros que les acechaban y por su insistencia en fragmentar la divisin, Smith hizo algo muy inusual: escribi al comandante en jefe de la Artillera de Marina, Clifton Cates, quejndose de las rdenes recibidas, detallando uno por uno los eventuales riesgos y advirtiendo que podra perderse toda la divisin. Entre otras cosas le deca que las fuerzas chinas que haban atacado a Litzenberg se haban retirado hacia el norte, pero no haba dado orden de perseguirlas. Su propio flanco izquierdo, deca, estaba demasiado desprotegido. La unidad ms prxima del Octavo Ejrcito estaba a ciento treinta kilmetros de distancia. Sus propias tropas no podan apoyarse mutuamente. No me gusta nada la perspectiva de estirar una divisin de marines a lo largo de un camino montaoso de doscientos kilmetros desde Hamhung hasta la frontera con Manchuria. Estaba muy preocupado por las rdenes que le daban sus superiores: Confo muy poco en el juicio tctico del X Cuerpo y no me parece realista su planificacin. Se estn dividiendo continuamente las unidades asignndoles misiones que las aslan unas de otras. Una y otra vez he tratado de decirle al comandante del cuerpo que la Primera Divisin de Marines es un instrumento poderoso que perder su efectividad si est dispersa. Tambin se mostraba muy preocupado por el fro y las montaas: Creo que una campaa de invierno en las montaas de Corea es pedir demasiado a un soldado o marine estadounidense y dudo de la posibilidad de trasladar tropas a esa rea durante el invierno o de poder evacuar a los heridos y enfermos. A mediados de noviembre consigui por fin una de las cosas que ms deseaba, un pequeo aerdromo cerca de Hagaru, pero incluso aquello haba sido difcil. Lo haba pedido conjuntamente con el general de divisin Field Harris, a cargo de las operaciones areas de los marines. Un da Almond le haba preguntado a Harris si deseaba algo, y ste le haba pedido una pista donde pudieran aterrizar aviones de transporte para traerles provisiones y llevarse a las bajas. Qu bajas?, le pregunt Almond a Harris, quien pronto perdera a su propio hijo cerca de Chosin. Ms tarde le explicaba a Bemis Frank, historiador de la Infantera de Marina: Ese es el tipo de cosas que te soliviantan. No admita ni siquiera la posibilidad de tener bajas. En aquella operacin tuvimos 4.500.24
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FIGURA 14. La principal campaa china en el occidente de la pennsula, 25-28 de noviembre de 1950.
Smith estaba ya seguro de que el ejrcito chino les estaba preparando una gigantesca trampa, y haba ciertas pruebas empricas que lo demostraban, como que no hubieran volado el puente en el paso de Funchilin. La distancia por carretera desde Hungnam, el puerto donde desembarcaban los marines, hasta Yudam-ni, el punto ms avanzado que alcanzaron y donde les atac el ejrcito chino, era de ciento veinticinco kilmetros. El camino era al principio relativamente llano, hasta llegar a Sudong, donde el ejrcito chino haba atacado por primera vez a los marines el 2 de noviembre, a unos sesenta kilmetros de Hungnam. Justo al norte de Sudong y al sur de Kotori, la carretera se haca cada vez ms difcil, elevndose rpidamente, casi ochocientos metros en menos de quince kilmetros, hasta un tramo espantoso conocido como el paso de Funchilin, convirtindose, como escribi Matt Ridgway, en un estrecho saledizo aterrador, con una pared imposible de escalar a un lado y un abismo al otro.25 En cierto punto la nica forma de seguir hacia el norte era sobre un puente de hormign que cubra cuatro gigantescos conductos que llevaban agua desde el embalse de Chosin hasta una planta hidroelctrica. La montaa era tan empinada y el paso tan estrecho que, dada la naturaleza pavorosa del terreno y las abrumadoras limitaciones logsticas, bastaba con volar el puente de Funchilin para poner fin a la ofensiva estadounidense, extremadamente dependiente del equipo motorizado. Pero el ejrcito chino que se diriga hacia el norte no haba volado el puente. Para Smith, aquello era como el perro que no ladra, una seal inequvoca de que el ejrcito chino quera que las fuerzas estadounidenses lo cruzaran era prcticamente una invitacin envenenada pero no significaba nada para Almond, que tanto desprecio senta hacia su enemigo. El comandante (ms tarde general de divisin) James Lawrence, que era el oficial ejecutivo cuando atac el ejrcito chino, deca: Smith estaba seguro de que queran que lo cruzramos y de que lo iban a volar inmediatamente despus, aislndonos as completamente. Pero aun reconociendo su perspicacia, resulta difcil entender que cualquier otro oficial que pusiera un poco de atencin no llegara a la misma conclusin. Almond senta tan poco respeto hacia el ejrcito chino que era como si no le importara.26 El 26 de noviembre Smith haba ganado esencialmente su victoria ms importante. Haba reagrupado a su divisin consolidndola hasta un nivel que consideraba aceptable. Almond le presionaba para que situara a sus hombres en Yudam-ni, justo al oeste del Chosin, y llev all efectivamente dos regimientos que ahora estaban ms prximos entre s que antes, aunque todava separados por el propio embalse. Smith no estaba del todo satisfecho, pero al menos la situacin haba mejorado. Cuando Craig le mencion el grado de fragmentacin todava existente, todo lo de que dijo fue: Eso es lo que quiere el Ejrcito de Tierra. Al este de Yudam-ni, donde estaba el Sptimo Regimiento de marines, el embalse apuntaba como un largo carmbano hacia Hagaru, en su extremo sur. All situ Smith un batalln del Primer Regimiento de Marines que mandaba Puller; otro de sus batallones estaba en Kotori, a unos diecisiete kilmetros al sur de Hagaru en la ruta principal de abastecimiento, y otro en Chinhungni, diecisis kilmetros ms al sur. Los hombres de Puller estaban encargados de mantener abierta aquella carretera. Poda no ser una situacin ideal, dado que sus exploradores haban localizado al menos seis divisiones chinas en el rea, pero aun con un par de grietas la divisin podra combatir como tal. Por el modo en que lo vea el coronel Bowser, se podra entender nuestra distribucin de fuerzas como un largo y fro pseudpodo cubierto de nieve, que meda entre cien y ciento veinte kilmetros de largo, dependiendo de cmo lo midieras.27 A diferencia de Keiser y algunos otros generales del Ejrcito de Tierra, Smith haba planeado largamente la respuesta en caso de que apareciera el ejrcito chino.
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FIGURA 15. El sector de la Infantera de Marina estadounidense hasta el 27 de noviembre de 1950.
La velocidad con que avanzara la ofensiva del Dcimo Cuerpo en el este era un dato importante. Comenz el 27 de noviembre, dos das despus del masivo ataque chino contra el Octavo Ejrcito. Los marines haban odo algunos de los primeros informes pero no conocan la magnitud del desastre. El plan esencial en el este era no obstante bastante extrao; obra de locos, llegara a decir Bill McCaffrey. Los marines del X Cuerpo deban dirigirse hacia el oeste hasta Mupyong-ni, a setenta u ochenta kilmetros de distancia, por una ruta casi intransitable y cuya existencia era ms que nada terica. Mupyong-ni era un pueblo muy arriba del Chongchon, y por tanto en el sector asignado al Octavo Ejrcito; llegar hasta all supondra enlazar con los hombres de Walker. De esa forma rodearan tericamente a las eventuales tropas chinas en el rea y les cortaran la retirada, y en opinin de los estrategas del Dai Ichi cortaran tambin todas las lneas de abastecimiento chinas. Dada la delgadez de las lneas estadounidenses, lo abrupto del terreno, con alturas que alcanzaban los dos mil metros, y la atroz meteorologa, a menudo a veinte grados bajo cero, aquel plan era una pura insensatez. La gente del Dai Ichi no entenda que las que se iban a ver rodeadas y aisladas eran las propias fuerzas de Naciones Unidas, recluidas en el lugar ms inalcanzable del pas, y que en el caso improbable de que los marines, con todos sus vehculos, trataran realmente de llegar hasta Mupyong-ni por lo que no era ms que un camino de bueyes, en aquel momento del ao helado, entre altos picos montaosos, seran un blanco perfecto para las fuerzas chinas. Pero para MacArthur el enlace del X Cuerpo con el Octavo Ejrcito simbolizaba la victoria, el momento culminante de una campaa que coronaba su carrera, la prueba de que haba conquistado el pas y vencido al enemigo. Nada ni nadie podra disuadirlo. No le importaba en absoluto que incluso en el caso de que los marines consiguieran llegar hasta Mupyong-ni, ese logro carecera de valor militar, porque apenas podran controlar la tierra que pisaban. Aos despus Bill McCaffrey coment: Los planes no se parecan en nada al pas real. Durante aquellos das reinaba en el alto mando la insania. Desde el momento en que nos dirigimos hacia el Yalu aquello era como un manicomio gobernado por los locos. Slo se poda entender la magnitud de aquella enajenacin desde el norte de Corea, una vez que el ejrcito chino atac en masa, vindonos desbordados una y otra vez por cantidades inmensas de soldados. Y todo lo que nos llegaba desde Tokio era puro delirio, una locura total. El nico problema real era si podramos sacar de all al menos a una parte de nuestra gente, y sin embargo las rdenes eran de seguir avanzando. Despus del desembarco en Inchon, aada McCaffrey, MacArthur estaba tan grillado como una regadera. Se supona que el regimiento en cabeza deba ser el Quinto de Marines de Ray Murray, que ya se encontraba demasiado aislado para su propio bien. Sobre el proyectado avance hacia el oeste, Murray escribi ms tarde: Era increble. Cuanto ms piensas en ello, ms irreal parece. Bueno, en cualquier caso aqullas eran las rdenes y es lo que empezamos a hacer.28 Era, como deca el propio jefe de Estado Mayor de Almond, Nick Ruffner, un plan demente.29 Segn Clay Blair, fue la operacin peor preparada y ms desgraciada de toda la guerra de Corea.30
El reconocimiento de la magnitud y extensin de la ofensiva china a ambos lados de la pennsula se demor porque el mando en Tokio segua sin querer admitir su trgico error de clculo. Walton Walker tambin tard en reaccionar, obstaculizado por fuerzas y sentimientos encontrados, y cuando capt toda la gravedad de la situacin dispona de poca influencia para modificarla. Durante algunos das pens que todava haba tiempo para sacar de all a sus fuerzas y establecer una lnea defensiva en el cinturn ms estrecho de la pennsula, a la altura de Pyongyang, pero su homlogo en la costa este, Almond, segua propugnando entusisticamente la ofensiva. Seguramente pensaba que aqulla era su ltima gran oportunidad para entrar en la historia, la que haba esperado tanto tiempo, y le cost mucho aceptar que haba fracasado y decrselo a su superior. El 28 de noviembre, tres das y medio despus del inicio de la contraofensiva china, todava se negaba a admitir la catstrofe en que se haba convertido aquella operacin y segua ordenando a sus subordinados en el X Cuerpo que avanzaran. A medioda se dirigi en helicptero al cuartel general de Smith en Hagaru para echarle una de sus famosas arengas. Smith le dedic tan poca atencin como pudo; estaba ocupado reagrupando su divisin de marines, peligrosamente cerca de verse rodeada, con la esperanza de poder evacuarla hacia el sur. Para los marines haba algo delirante en el comportamiento de Almond, como si estuviera al frente de una gran marcha triunfal, cuando de hecho corra el peligro de una total aniquilacin. Parte de la razn, estaban convencidos, era su racismo subconsciente, que le impeda admitir la capacidad del enemigo. Segn el comandante Jim Lawrence, oficial ejecutivo de un batalln durante aquellos das, los despreciaba como soldados y crea que huan de nosotros porque deban hacerlo, no porque nos estuvieran tendiendo una trampa, mientras que nosotros, los que llevbamos combatiendo contra ellos desde primeros de noviembre, sabamos lo buenos que eran. De ah sus alusiones a las "lavanderas" chinas. Era puro racismo. Era como si la nica persona del X Cuerpo que no supiera lo buenos combatientes que eran y lo peligrosa que era nuestra situacin, fuera su comandante en jefe. Almond visit tambin el puesto de mando del coronel Allan MacLean en el 31. Regimiento de Infantera encuadrado en la Sptima Divisin, que era la otra unidad del X Cuerpo en situacin ms comprometida frente al ejrcito chino. Anteriormente haba dado rdenes que haban fragmentado peligrosamente la Sptima Divisin, alejando al mismo tiempo sus unidades de las de los marines. Aquellas rdenes, como indicaba Clay Blair, iban a tener trgicas consecuencias. En el momento de la visita de Almond el regimiento del coronel MacLean se estaba viendo ya sometido a una intensa presin de un gran contingente de soldados chinos al este del embalse de Chosin. Si hubo algn momento apropiado para retirarse y tratar de establecer contacto con los marines un poco ms al sur, fue aqul. Pero Almond quera que siguieran avanzando. MacLean, que muri al da siguiente cuando trataba de sacar de all al 31. Regimiento, no estaba en el puesto de mando sino con su unidad ms amenazada; pero el teniente coronel Carlos Faith, al mando de un batalln del 31. Regimiento, s estaba all. Almond pareca ignorar el hecho de que una parte importante de sus fuerzas estaba siendo aniquilada. Faith, que morira tres das despus mientras evacuaba su batalln de aquella posicin desesperada y que recibira por ello pstumamente la Medalla de Honor del Congreso, trat de explicar lo desesperada que era realmente su posicin: estaban siendo atacados por dos divisiones chinas al completo. Pero Almond dijo: Eso es imposible. No hay dos divisiones chinas en toda Corea!. El enemigo que les atacaba, dijo, no eran ms que restos de las fuerzas chinas que huan hacia el norte. Seguiremos atacando y ustedes deben seguir hasta el Yalu. Que no les detenga un puado de condenados lavanderas chinos! A continuacin le orden que recuperara el terreno elevado que haba perdido la noche anterior. Luego porque no haba nada que le gustara ms que el reparto de medallas sobre el terreno anunci que quera imponer tres Estrellas de Plata, una de ellas a Faith y otras dos a quienes l propusiera. Faith no daba crdito a lo que oa, pero llam a un teniente herido y le pidi que se acercara y se pusiera firme para recibir su medalla. Justo entonces pas por all el sargento George Stanley, de la compaa de servicio en el puesto de mando. Faith le orden que se acercara y frente a unos pocos hombres de su compaa tuvo lugar la pattica ceremonia de la imposicin de la medalla. Una vez finalizada, Almond sali de all en su helicptero. Un momento despus apareci tambin el oficial de operaciones de Faith, el comandante Wesley Curtis, y pregunt: Qu ha dicho el general?. Ya le ha odo, que no son ms que restos que huyen hacia el norte, dijo enfadado Faith mientras se arrancaba la medalla y la arrojaba a la nieve. Uno de los oficiales le oy decir: Qu mierda de parodia!.34 Cuando Almond lleg a su cuartel general aquel da, encontr un mensaje que le ordenaba regresar a Tokio. Walton Walker recibi un mensaje idntico. En Tokio tuvieron inmediatamente una lgubre reunin con MacArthur, que comenzaba lentamente a entender lo que haba sucedido. En palabras de Clay Blair, el vino de la victoria se haba avinagrado. La operacin diseada por MacArthur haba sido desmantelada y derrotada por un "puado de lavanderas chinos" sin apoyo areo, sin tanques ni comunicaciones modernas y con muy poca artillera e infraestructura logstica. Sus rdenes tras el desembarco en Inchon, aada Blair, haban propiciado una marcha ciega y arrogante hacia el desastre.35 Durante la tarde del 28 envi a la Junta de Jefes de Estado Mayor un mensaje en el que deca que ahora afrontaban una guerra totalmente distinta. Este mando ha hecho todo lo humanamente posible con la capacidad disponible, pero ahora afronta una situacin muy por encima de su control y de sus fuerzas. Aquel mensaje era el primero de los que se conoceran en Washington como Documentos para la Posteridad de MacArthur. Se estaba quitando de encima cualquier responsabilidad por la catstrofe, achacndola en primer lugar al destino y luego a los civiles de Washington.
Casi al final Almond haba querido llegar hasta Mupyongni, como si fuera prisionero, pensaba Bill McCaffrey, no slo de las rdenes de Tokio sino tambin del mito de MacArthur. McCaffrey casi perdi la vida en aquella locura. Justo antes del ataque chino Almond le haba ordenado que tomara un pequeo nmero de hombres y estableciera lo que llamaban un puesto de mando provisional, pequeo y coyuntural, a unos doscientos metros del cuartel general de los marines en el embalse de Chosin. Le haba ordenado que mantuviera ese pequeo puesto de mando separado de los marines pero que lo utilizara para transmitirles las rdenes del cuerpo, para presionarles ms con el fin de que avanzaran hacia el oeste, porque Smith se negaba absolutamente a moverse considerando asesinas aquellas rdenes. McCaffrey estara all como delegado del cuerpo y para acicatear a los marines. Su tarea, pens, consista en transmitir rdenes enloquecidas a hombres que saban que lo eran, y que seguramente moriran si las obedecan. Casi tan pronto como estableci el puesto de mando, se le orden que regresara a Hungnam. Mientras conduca su jeep alejndose de la zona, uno de los marines en el ltimo puesto avanzado le salud gritando: Seor, cuide su culo al salir de aqu; hay chinos por todas partes!. Al llegar a Hungnam tom un bocado y se fue a la cama absolutamente exhausto. Alrededor de medianoche lo despertaron; al telfono estaba el teniente coronel que haba dejado a cargo del pequeo puesto de mando, con una voz desesperada: El ejrcito chino les estaba atacando y arrollando... El puesto de mando estaba a punto de caer en sus manos... Qu deba hacer? McCaffrey le respondi que tratara de llegar hasta el cuartel general de los marines, pero mientras lo deca la radio enmudeci. No se volvi a saber nada de ninguno de los hombres que haba dejado en aquel pequeo puesto avanzado. McCaffrey pens ms tarde que quiz l era el nico superviviente.
El alto mando se reuni en Tokio durante la noche del 28 de noviembre, tres das despus de que se iniciara el ataque chino. La reunin comenz poco antes de las diez de la noche y dur casi cuatro horas. MacArthur fue quien ms habl, y como seal Blair, todava subestimaba la envergadura de las fuerzas chinas en unos cien mil hombres. Pareca pensar que slo haba seis divisiones chinas, unos sesenta mil soldados, frente al X Cuerpo, cuando en realidad eran al menos doce alrededor de ciento veinte mil hombres, y otras dieciocho o veinte cerca de doscientos mil hombres en la parte occidental. Walker era considerablemente ms realista que Almond o MacArthur. Crea que tenan que replegarse pero que con suerte podran mantener una lnea defensiva en la cintura de la pennsula, cerca de la capital norcoreana. Almond, prisionero de sus errores de clculo anteriores, todava quera proseguir la ofensiva, pero era demasiado tarde. Haba llegado el momento de salvar lo que quedaba de ambas unidades si era posible. El alto mando dio finalmente la orden de retirada el 29 de noviembre, con la batalla ya muy avanzada, cuando cada da y cada hora que pasaban favorecan al ejrcito chino y perjudicaban al estadounidense, y muy en particular a la Segunda Divisin de Infantera. Si hubo un momento simblico que reflejara lo desconectado que estaba el cuartel general del Dai Ichi de lo que suceda en el campo de batalla, fue durante aquella reunin, cuando Pinky Wright, el G-3 en funciones de MacArthur, sugiri, en medio de la crisis, que la Tercera Divisin del ejrcito estadounidense, recin llegada a Corea y que Almond haba mantenido hasta el momento como reserva, cruzara los montes Taebaek para unirse a la fuerza de Walker. Era una sugerencia verdaderamente asombrosa; cualquier oficial de la reserva destinado a un instituto de enseanza media estadounidense podra haber presentado una idea mejor. Aquello, como reconoci incluso Almond, no era factible, ya que no haba carreteras hacia el oeste. Cualquier unidad estadounidense que tratara de cruzar aquellos montes sera una presa fcil para el ejrcito chino.36 31
En la parte occidental de la pennsula la decisin de retirar las fuerzas de Naciones Unidas supuso poco alivio para la Segunda Divisin. Laurence Keiser todava tena su divisin al frente, ofreciendo proteccin a otras unidades estadounidenses que se retiraban, pero la propia divisin corra un peligro cada vez mayor. Si el 30 de noviembre iba a ser el da trgico del anonadamiento de la divisin de Keiser, el 29 fue un da perdido, durante el que no consigui, pese a numerosas llamadas, hacer entender a su superior en el cuerpo lo desesperado de su posicin y comenzar la retirada, o al menos averiguar qu posibilidades tena. Durante la maana del 29 el X Cuerpo le dio finalmente permiso a Keiser para replegarse hacia el sur por la carretera hacia Sunchon, a unos veinte kilmetros al sur de Kunuri, y le asegur que el camino estaba abierto. Tambin le dijeron que en aquel momento una brigada turca iba a su encuentro por aquella misma carretera como columna de apoyo. A John Coulter le gustaban mucho los turcos, aunque no supiera casi nada de su capacidad de combate. Parecan muy fornidos y sus inmensos mostachos les daban un aspecto de feroces guerreros, por lo que, sin hacerlos pasar por ningn tipo de entrenamiento los haba convertido en reserva del cuerpo y ahora los enviaba a la batalla en un momento decisivo. Resultaron en general soldados muy novatos, bajo el mando de oficiales poco formados, con serios problemas para hacerse entender tanto por estadounidenses como por coreanos. Al principio de la batalla haban capturado supuestamente doscientos soldados chinos, lo que constituy una noticia esplndida en un momento muy malo y haba significado para todos un alivio, pero al final result que se trataba de doscientos soldados del ejrcito surcoreano en retirada, absolutamente humillados por haberse rendido a sus propios aliados. Ahora, enviados al norte para defender un sector al sureste de la Segunda Divisin, los turcos no eran exactamente la fuerza de apoyo que necesitaba Keiser. El ejrcito chino que los esperaba los machac rpidamente y muchos de ellos, segn informaba Paul Freeman del 23. Regimiento, simplemente huyeron: Los turcos parecan decididos a luchar, pero tras echar una mirada a la situacin se les pasaron las ganas y corrieron en todas direcciones. Todo aquello ayudaba muy poco a Keiser, que durante todo el da 29 fue recibiendo mensajes contradictorios sobre si la ruta hacia el sur estaba o no abierta. A las 4.30 p. m., cuando empezaba a oscurecer, haba enviado un mensaje por radio al cuerpo dicindole que la situacin en Kunuri comenzaba a agravarse, que la brigada turca que supuestamente deba reforzar su flanco oriental haba fracasado totalmente, y que su propio 38. Regimiento, situado en ese flanco, estaba siendo muy duramente atacado y no poda resistir ms. Su peor temor era que sus hombres no pudieran abrirse camino hasta Suchon, donde las tropas chinas ya se estaban reagrupando, como evidenciaba su destruccin de la fuerza de apoyo turca. Keiser peda permiso para intentar escapar por una ruta alternativa, en lugar de hacerlo por la carretera principal, que tema que estuviera bloqueada por el ejrcito chino; pero la nica respuesta que recibi era que deba atenerse a las rdenes que se le haban dado. Al amanecer del 30 de noviembre Coulter llevaba ya cerca de cuatro das intentando entender con exactitud cul poda ser el destino de la Segunda Divisin, aunque el ejrcito chino estuviera agrupando unidades cada vez mayores al sur, dispuestas presumiblemente a cortarle el camino; pero haba avanzado muy poco: haba estado muy ocupado desplazando su propio puesto de mando a un lugar ms seguro durante el da 29 y por eso Keiser no haba podido localizarlo. Haban sido los miembros de su Estado Mayor en gran medida impotentes quienes se haban visto obligados a responder a las 11amadas cada vez ms desesperadas de Keiser (Paul Freeman escribi ms tarde que Coulter simplemente haba huido del campo de batalla). Sus ayudantes se haban limitado a transmitir informaciones intiles indicndole, por ejemplo, que el batalln Middlesex britnico avanzaba hacia el norte para ayudarle, cuando en realidad estaba atascado muy al sur de lo que los estadounidenses acabaran llamando finalmente El Paso, un cuello de botella crtico en la carretera, a unos nueve kilmetros al sur de Kunuri. Quiz ms que ninguna otra cosa, la escualidez de la fuerza enviada como apoyo lo deca todo en aquel triste cuento de siempre demasiado poco y demasiado tarde. Mientras que la divisin estadounidense atrapada con vas de escape escasamente practicables tena que hacer frente a seis divisiones chinas cada vez ms prximas, sin ms ayuda que los novatos soldados turcos, Coulter haba enviado un batalln britnico. Durante la noche del 29 Keiser era muy consciente de que sobre su divisin se cerna una catstrofe. De sus tres regimientos, el noveno y el 38. no estaban ya en realidad en condiciones de combatir. Tena tres opciones. La primera habra exigido un sentido de anticipacin excepcional agrupando de antemano la divisin, algo as como poner los carros en crculo, y utilizar la terrible capacidad de fuego de la Segunda Divisin contra el ejrcito chino abastecindola desde el aire, hasta que el enemigo tuviera que retirarse. Eso habra significado convertirla de hecho en una divisin aerotransportada, coyunturalmente aislada tras las lneas enemigas, pero a la que se poda reabastecer indefinidamente. Segn le sugiri pocos meses despus el teniente coronel John Hctor, uno de los oficiales de artillera de Keiser, a uno de sus subordinados, Ralph Hockley, eso es lo que deberan haber hecho. Al final, basndose en algunas de las lecciones aprendidas en Kunuri que se convertiran en parte decisiva de la futura estrategia estadounidense, es lo que se hizo efectivamente dos meses y medio despus en Chipyongni bajo la direccin de Matt Ridgway y el mando sobre el terreno de Paul Freeman; pero antes de que atacara el ejrcito chino nadie le haba dedicado ni un momento de reflexin a esa posibilidad y el 29 de noviembre los acontecimientos ya haban dejado obsoleta esa opcin. En realidad, pues, a Keiser slo le quedaban dos opciones: dirigirse hacia el sur, hasta Sunchon, como le haba ordenado el alto mando del cuerpo, o hacia el oeste, la nica va de salida todava practicable, hasta Anju, aunque no estaba del todo claro si esa carretera estaba abierta o no. Paradjicamente la haba construido en su mayor parte el ejrcito estadounidense, a partir de poco ms que una senda, a peticin de Hobart Gay, el comandante de la Primera Divisin de Caballera. A primeros de noviembre, cuando sta deba dirigirse hacia el norte despus de la batalla de Unsan y su puesto de mando todava estaba en Kunuri, Gay, cada vez ms preocupado por la presencia china, haba ordenado en determinado momento a los ingenieros que mejoraran el camino hasta Anju para que su divisin pudiera disponer de l, porque nunca se sabe cundo necesitars una va adicional de salida si vuelven a atacar, como le dijo al teniente Jack Murphy, a quien trataba de convencer para que le sirviera de ayudante. Pero la informacin de la que dispona la Segunda Divisin segua siendo asombrosamente deficiente. Durante la maana del 29 de noviembre Keiser se haba desplazado en jeep hasta el puesto de mando de cuerpo, a unos pocos kilmetros al oeste del suyo propio, y haba regresado en un avin de reconocimiento ligero porque el trfico por aquella carretera era muy intenso. Su visita al puesto de mando del cuerpo no le haba servido de gran ayuda, ya que el general Coulter no estaba all. Desde el avin haba visto las carreteras atestadas de gente que se desplazaba hacia el sur. Al principio haba credo que eran refugiados, en cuyo caso haba cierta esperanza de que sus tropas tambin pudieran escapar; pero ms tarde pens que tambin podan ser muy bien soldados chinos. Cuando lleg de vuelta a Kunuri la presin iba aumentando a medida que se acercaban las fuerzas chinas y sigui recibiendo informes contradictorios sobre cul poda ser la va de escape ms segura y cul estaba autorizado a usar. El da 30, como el 29, el alto mando del cuerpo segua sin darle permiso para salir hacia el oeste, al tiempo que segua envindole informes ilusorios sobre la presencia del ejrcito chino en la carretera hacia el sur y sobre la fuerza de apoyo britnica, cuyo nombre en clave era Nottingham, que supuestamente se estaba abriendo camino hacia el norte. Nadie le dijo a Keiser que la carretera estaba ahora en mucho peor estado debido a las carroceras de los vehculos que los turcos haban utilizado, bloqueando lo que ya antes era un camino bastante estrecho. El mando del cuerpo pensaba que las posiciones chinas estaban a unos diez kilmetros al sur de donde realmente estaban, y el mando de la divisin pensaba lo mismo. Uno y otro pensaban que el equipo de apoyo britnico segua avanzando, cuando en realidad estaba totalmente detenido. Y lo que es peor, el mando de la divisin pensaba durante la maana del 30 que las lneas chinas eran relativamente endebles y que mediante una fuerte embestida an podran abrirse camino. El capitn Alan Jones, oficial de inteligencia del Noveno Regimiento, lo describa as: Caba la esperanza de que [el ejrcito chino] estuviera acampado en un lugar relativamente pequeo, lejos de la carretera, y de que cuando llegramos all podramos hacerlos retroceder o atravesar sus lneas.4 Ni los mandos del cuerpo ni los de la divisin saban si la carretera hacia Anju, en el oeste, estaba abierta. Henry Becker, jefe de la polica militar en la divisin, haba informado errneamente que estaba bloqueada, pero aun si se encontraba abierta, Keiser no estaba seguro de contar con permiso para escabullirse por ella.
La prueba ms clara de su vulnerabilidad y del poco tiempo que les quedaba fue el primer ataque chino contra el puesto de mando de la divisin durante la noche del 29. Al anochecer el jefe de la compaa de servicio haba pasado revista a las unidades en torno a la escuela que serva como cuartel general, para advertirles de un posible ataque aquella misma noche. El capitn Malcolm MacDonald, asistente del G-2, carg el radiotelfono y parte de su equipo y se aposent en un edificio cercano a la escuela. Alrededor de las ocho comenz el fuego de mortero y ametralladora. MacDonald lo observaba, fascinado. Poda ver los fogonazos de las armas chinas a unos trescientos metros de distancia. Uno de los primeros proyectiles de mortero cay cerca de una tienda prxima, incendindola y ofreciendo as a los soldados chinos una buena visin del campamento. Probablemente no era ms que una compaa y sin duda un ensayo, pero cost cerca de una hora hacerlos retroceder y subray lo peligrosa que era la situacin de la divisin y la escasa distancia entre ellos y el enemigo, que se haca ms corta de hora en hora. No era algo que pudiera tranquilizarlo. Se poda esperar que tropas enemigas se deslizaran hasta el cuartel general de un regimiento, pero hasta el cuartel general de una divisin? Nunca haba odo nada parecido.5 En algn momento durante la tarde del 29 haba llamado el general de divisin Frank Milburn, comandante en jefe del I Cuerpo y amigo personal de Keiser, para preguntarle si le poda ofrecer alguna ayuda. Su sector estaba al oeste del de Keiser. Haba odo que la carretera hasta Suchon estaba cortada. Le pregunt cmo le iba. Mal haba respondido Keiser. Estn cayendo bombas hasta en mi puesto de mando. Bueno, sal por donde yo estoy,6 le haba dicho Milburn, refirindose a la carretera hasta Anju. Era una invitacin tentadora, pero habra que conseguir el permiso del mando del IX Cuerpo. Poco antes haba salido de la divisin por la carretera hacia el oeste, con aprobacin del cuerpo, parte de su armamento pesado, estableciendo contacto con los hombres del I Cuerpo que se desplazaban hacia el sur. Pero tratar de llevar toda la divisin por aquella carretera era algo muy diferente. Entretanto hubo un torbellino de rumores sobre qu va estaba abierta y cul cerrada, y el mando de la divisin pareca seguir ciego. Aquella misma noche, despus del ataque con morteros contra su cuartel general, Keiser volvi a llamar una vez ms al cuerpo insinuando si no sera mejor tomar la carretera hacia Anju, pero no hicieron caso, as que alrededor de la una de la madrugada del 30 de noviembre, convoc a su Estado Mayor y les dijo que Coulter acababa de ordenarle abrirse camino por la carretera hacia Suchon. ste haba volado aquella misma tarde sobre la carretera y no le haban parecido demasiado fuertes las lneas chinas. Confiaba, haba aadido, en que la Segunda Divisin pudiera romperlas y atravesarlas. Con aquello no haba ms que discutir. La carretera hacia el sur poda ser estrecha y con altos terraplenes a ambos lados, el lugar ms adecuado para una emboscada; poda estar atestada de vehculos estadounidenses abandonados, lo que frenara el trfico, y todo ello significaba atravesar el infierno, pero ahora tenan una orden concreta.
A primera hora de la maana del da 30 el Segundo Batalln de Ingenieros esperaba su turno en el convoy que deba dirigirse hacia el sur, que se mova a una velocidad patticamente lenta. A ninguno de los oficiales del batalln le alegraba la decisin tomada; todos saban, como acostumbran a saberlo los soldados, que haba mucho peligro en aquella carretera y que ste se iba haciendo cada vez mayor. Los informes que llegaban eran cada vez ms ominosos y los ingenieros eran muy conscientes de que su maquinaria excepcionalmente pesada sera el primer objetivo que deban batir. El capitn Larry Farnum, que actuaba a la vez como S-2 y S-3 (oficial de inteligencia y de operaciones, equivalentes en un regimiento o un batalln a lo que en una divisin es el G-2 o el G-3) del batalln porque su superior no confiaba en el terico S-3, haba ido preguntando por su cuenta en las unidades de reconocimiento tratando de averiguar qu ruta era la mejor, dado que por su carga de maquinaria pesada los ingenieros estaban ms amenazados. Haba llegado a la conclusin de que la carretera hasta Anju estaba todava abierta, mientras que la que se diriga al sur estaba cerrada y cualquier intento de abrirse camino por la fuerza siendo una divisin tan pesada conducira a un resultado desastroso. Saba que varios intentos de alejar a los soldados chinos apostados a lo largo de la carretera haban fracasado anteriormente. La situacin, en su opinin, estaba fuera de control. Farnum se dirigi por su cuenta al cuartel general de divisin a primera hora de la tarde del da 30 y expuso sus razones para dirigirse mejor hacia el oeste. Pidi que al menos permitieran que la maquinaria pesada saliera hacia el oeste. Pero el coronel Maury Holden, G-3 de la divisin, le respondi enfticamente que haba recibido rdenes y no poda ignorarlas. Cuando Farnum insisti, Holden, a quien muchos consideraban el oficial ms capaz de la divisin, slo pudo decirle que eran rdenes, y que las rdenes son rdenes. El problema, le dijo Holden a Farnum, era Tokio. Hablar con el mando del cuerpo, dijo, era como hablar con Tokio, porque all todos acataban sumisamente los deseos de MacArthur. Pero como era entonces un capitn un tanto descarado y haba tanto en juego le pidi a Holden que lo intentara una vez ms, y ste, con un gesto de resignacin volvi a transmitir la peticin por radio, diciendo: Usted y yo sabemos cul va a ser la respuesta. Habl brevemente con el mando del cuerpo y sacudi de nuevo la cabeza. Luego se dirigi a Farnum y le dijo que tena que irse, que iban a cerrar el campamento; su jeep ya estaba cargado y los altos mandos de la divisin, rodeados de armas antiareas y tanques, se dirigan hacia el sur. Como consecuencia del desmantelamiento de su cuartel general, las comunicaciones entre las distintas unidades de la Segunda Divisin, que ya eran malas, empeoraron an ms.7 As fue como los hombres de la Segunda Divisin comenzaron su retirada de Kunuri. Estaban cercados y agotados ya antes de partir, y muchas de sus unidades muy daadas. De los tres regimientos, el nico que no haba sufrido demasiado durante los cinco das anteriores era el 23. de Paul Freeman. Se le asign la defensa de las lneas frente a las vastas fuerzas chinas que se iban agrupando al norte de Kunuri. Cuando Keiser envi sus debilitados batallones del Noveno Regimiento a despejar los bordes de la carretera hacia el Sur, el ejrcito chino estaba ya a menos de dos kilmetros de su cuartel general y haba establecido posiciones de fuego a lo largo de un tramo de diez o doce kilmetros de la carretera. Ya estaba atrincherado en terreno alto y ni siquiera tropas de refresco con gran respaldo habran podido desalojarlo con facilidad. Puede que no dispusiera de armas pesadas, slo morteros y ametralladoras, pero los manejaban bien y sus metralletas ligeras arrojaban mucho fuego a corta distancia. Segn muchos oficiales estadounidenses era la mejor arma bsica de la infantera en Corea. No tena la precisin del fusil M-1 o la carabina, pero proporcionaba mucha ms capacidad de fuego y de forma mucho ms rpida. La metralleta * era un arma formidable en aquella guerra: como deca el capitn Hal Moore (que acabara su carrera como teniente general), sonaba como una lata de canicas cuando la sacudas, pero en modo automtico lanzaba muchos proyectiles y la mayora de los choques en Corea se produca a corta distancia y en breve lapso de tiempo, por lo que era decisivo quin responda ms rpido. En situaciones como aqulla superaba nuestro armamento. Un choque de patrullas a corta distancia conclua muy rpidamente y por lo general lo perdamos por culpa de aquel arma.8 A primera hora del da Keiser haba tratado de limpiar las crestas a ambos lados de la carretera, asignando la tarea a dos batallones del Noveno Regimiento (cada uno de ellos a un lado). Pero sobrestim la fuerza del regimiento, muy golpeado; ambas unidades, segn Alan Jones, disponan de menos de la mitad de su fuerza habitual como mximo trescientos hombres en un batalln que debera haber alcanzado entre ochocientos y ochocientos cincuenta, y muy probablemente menos en buenas condiciones. Nadie estaba seguro del nmero de soldados chinos, pero es posible que hubieran comenzado el da con una divisin cubriendo la carretera, y llegaban ms a medida que pasaban las horas. El segundo batalln del Noveno Regimiento de Infantera, bajo el mando del comandante Cesidio (Butch) Barberis, haba sido atacado repetidamente por fuerzas chinas desde el da 25, probablemente de forma ms dura que cualquier otro batalln de infantera de la divisin. Hacia el final del primer da del ataque chino, la compaa George del segundo batalln, que normalmente contaba con alrededor de doscientos hombres, tena setenta y tres muertos o heridos y la compaa E haba quedado reducida a un puado de hombres. Los hombres de Barberis estaban exhaustos: durante los tres primeros das haban cruzado el Chongchon cuatro veces. Haban recibido una significativa racin de whisky antes del ataque chino y cada vez que sus hombres cruzaban el ro insista en que se cambiaran los calcetines y luego les daba un trago de whisky all mismo, y un segundo para la cantimplora. Cuando el batalln lleg a Kunuri, Barberis, que todava segua al mando, estaba herido, y slo ciento cincuenta de los novecientos setenta hombres originales los que tena cuando cruzaron por primera vez el Chongchon estaban en condiciones de combatir. A aquella unidad patticamente disminuida se le asign ahora la tarea de despejar de soldados chinos bien atrincherados uno de los lados de la carretera. Pero no lo iban a conseguir. Mucho antes de llegar al punto de reunin, Barberis mir hacia arriba y vio movimiento en lo alto, a lo lejos. Puso en funcionamiento la radio y pregunt quin estaba all arriba en la cresta y le dijeron que era el ejrcito surcoreano. Mir con sus prismticos de campaa y observ dos ametralladoras que, como dijo: me apuntaban directamente a la garganta. Al coronel Sloane, que era quien le haba asignado la tarea, le haban dicho unas horas antes que poda haber por all dos compaas chinas, pero segn Malcolm MacDonald, el oficial de inteligencia, eran por lo menos dos regimientos, alrededor de seis mil hombres. Barberis llam a Sloane y le dijo: Estoy a cuatro mil metros de mi punto de reunin y veo soldados enemigos. Creo que nos hemos pillado los dedos. Entonces comenzaron a disparar las ametralladoras chinas. A nuestro alrededor se abri el infierno, explicaba Barberis. Su unidad fue pronto atacada tambin desde el otro lado de la carretera. Llam a Sloane, quien le dijo que regresara para estudiar la situacin. Entonces comenzaron a caer granadas de mortero y Barberis fue herido por segunda vez. La retirada hacia el sur apenas haba comenzado y la carretera estaba ya llena de muertos y vehculos destrozados.9
Fue el propio Keiser el que orden al capitn Jim Hinton, al mando de la 38. compaa de tanques, que tomara sus carros y se dirigiera hacia el sur. Hinton tena sus tanques alineados al comienzo de la columna cuando Keiser se acerc a l y le dijo: Tenemos un bloqueo ah abajo, de unos doscientos o cuatrocientos metros. Cree usted que puede abrirse camino?. Hinton le respondi, pensando casi en el instante en que sus palabras salan de su boca lo gilipollas que era, con treinta y cinco aos y ms chulo que un ocho: Bueno, general, llevamos abriendo caminos cinco das, as que creo que podemos hacerlo de nuevo.10 En realidad dudaba mucho de que pudieran seguir el camino hacia el sur. Haba hecho su propio reconocimiento a lo largo de tres o cuatro kilmetros por la carretera de Anju, la que iba hacia el oeste y que muchos de los oficiales preferan, y le pareca abierta. Para ser una carretera coreana no estaba mal, al menos algo ms ancha que la mayora. Lo nico que entenda en medio de toda aquella incertidumbre era que quienes daban las rdenes aquel da no tenan ni puetera idea de lo que estaban haciendo. El bloqueo de carretera que Keiser le haba mencionado, supuestamente de trescientos o cuatrocientos metros de largo, en realidad era de varios kilmetros. Hinton decidi pedirle a Sam Mace que encabezara el convoy, una fcil eleccin ya que era su mejor hombre. As que le orden que tomara sus cinco tanques y despejara la carretera hacia el sur hasta Suchon. Se pusieron en marcha, Mace al frente y Hinton en un jeep dos o tres vehculos por detrs, seguido por ms tanques y luego la infantera cargada en camiones de dos toneladas y media. Haban avanzado varios cientos de metros cuando los soldados chinos abrieron fuego desde ambos lados. Hinton recibi una herida en la mueca. Su oficial ejecutivo le dijo que all eran un blanco muy fcil y l respondi que para decirle algo tan obvio ms vala que se callara y corrigi la orden que le haba dado a Mace. Ahora se trataba de avanzar lo ms rpidamente posible, o con una expresin menos acadmica, de mover el culo. Hinton pens amargamente: Un bloqueo de carretera de cuatrocientos metros como mucho, que te lleve el diablo. Pareca como si aquello fuera a durar eternamente. Haban cado directamente en una de las mayores emboscadas de la historia militar estadounidense. Mace pensaba exactamente lo mismo. Le haban dicho que se encaminaran hacia el sur despejando el camino hasta encontrarse con una unidad acorazada britnica que se diriga hacia el norte. Bueno, si haba un pequeo bloqueo l se poda encargar de despejarlo. Pero la carretera era muy estrecha, y para bloquearla bastaba un solo tanque estropeado o un camin pesado volcado. Al lado izquierdo haba un alto talud que pareca que ni pintado para una prolongada emboscada. Los cinco tanques de Mace deban encabezar un convoy con camiones intercalados y soldados de infantera subidos a los tanques para controlar la carretera y contrarrestar, si era necesario, el fuego chino desde lo alto. Desde el principio los tanques de Mace recibieron muchos disparos desde la ladera de una colina. Era un proceso muy lento y peligroso, tenan que poner en marcha los tanques y volverlos a parar, dejando en el exterior a los soldados de infantera para que devolvieran el fuego chino; Mace tena la sensacin de que sus hombres y l se haban convertido de algn modo en protagonistas de una pieza escrita por el enemigo. Entre los soldados de infantera estaba el teniente Charley Heath del 38. Regimiento. Cuando llevaban unos cuatrocientos metros recorridos Mace se encontr con un vehculo M-39 abandonado que bloqueaba la carretera. Ya haban encontrado otros vehculos abandonados en el camino y hasta el momento haba podido deshacerse de ellos a caonazos. El M-39 era bastante mayor y sus cadenas estaban atascadas, pero Mace era uno de esos hombres que parecen saber lo que tienen que hacer en cada momento. Pidi a gritos que alguien las desatascara y de repente apareci Charley Heath, ofreciendo un blanco fcil a cualquier soldado chino situado en las alturas. He ah un buen to, pens Mace, y le grit instrucciones sobre cmo mover las palancas para soltar las cadenas. En aquel momento surgi una amistad para toda la vida en lo que ambos juzgaban un curioso lugar, en aquella odiosa carretera olvidada de Dios, mientras el ejrcito chino disparaba desde ambos lados y caan los hombres a su alrededor. Heath se sinti como un cebo para los soldados chinos hasta que finalmente consigui desbloquear las palancas y soltar las cadenas, y Mace empuj el M-39 hacia un lado. Al volver hacia su tanque Heath sufri una conmocin cuando un cazabombardero estadounidense lanz un cohete demasiado cerca; apenas poda ver porque los ojos comenzaron a sangrarle como efecto de la explosin. Sin embargo haba conseguido quitar de en medio el M-39 y regresar vivo. Afortunado Charley, se dijo, al menos hasta ahora. Poco despus, Mace hizo girar su tanque en un recodo muy cerrado y se qued petrificado. Frente a l, a unos cinco kilmetros segn su estimacin, poda ver el tramo de carretera llamado El Paso, cortado a lo largo de unos quinientos metros por lo que pareca un gran montculo. Los bordes de la carretera eran muy empinados y abruptos a ambos lados y el paso muy estrecho. Al acercarse ms, pareca como si cualquier soldado enemigo pudiera alcanzarte casi con la mano desde ambos lados y tocar los vehculos estadounidenses. Mace pens que si los soldados chinos conseguan averiar seriamente uno o dos de sus tanques podran detener todo el convoy estadounidense e impedirle avanzar. Cuando finalmente introdujo su tanque en El Paso, se pregunt por un instante si aquello no sera lo ltimo que haca en su vida, pero sorprendentemente el mundo no estall a su alrededor. El Paso estaba ya obstruido por vehculos los restos del convoy turco desbaratado el da antes carroceras de jeeps, plataformas para el transporte de armas pesadas, camiones de dos toneladas y media, un gran montn de metal intil que los chinos podran utilizar ahora contra los estadounidenses. En aquel momento Mace senta quiz ms indignacin que temor, porque aquella basura llevaba all evidentemente cierto tiempo y nadie haba dicho ni una palabra. Se preguntaba para qu mierda servan los reconocimientos areos. El cuerpo tena muchos aviones de reconocimiento. Por qu no habra dispuesto la divisin de alguno? As pues, se puso a despejar la carretera lo mejor que pudo. Era una tarea miserable y peligrosa, pero ms tarde pens que haba tenido suerte aunque la verdadera suerte habra sido no tener que estar all en Corea, porque los chinos no se haban apostado todava a ambos lados de la carretera y el fuego era por tanto menos intenso de lo que llegara a ser pasadas unas horas. Mace y otro conductor del tanque apartaron a empellones del camino todos los obstculos, quiz treinta o cuarenta vehculos. De no haberlo hecho, el desastre de aquel da podra haber sido mucho peor. Cuando terminaron el trabajo de limpieza se pregunt por un instante por qu Keiser no haba enviado a sus propios hombres y haba utilizado los tanques de Mace como vehculos de reconocimiento, o por qu no haba enviado al menos un avin ligero de reconocimiento para observar desde arriba su avance. Cuando finalmente pudieron atravesar El Paso, Mace y sus hombres eran los nicos miembros de la Segunda Divisin que saban lo peligrosa que era la ruta hacia el sur y cuntos chinos estaban ya apostados all, con al menos cuarenta ametralladoras, estaba seguro, as como incontables morteros montados al borde de la carretera. Saba tambin que los britnicos no les iban a servir de ninguna ayuda, pero no haba forma de enviar un aviso al cuartel general de Keiser, porque la radio de su tanque no tena conexin con la del mando. Era el prembulo perfecto para el desastre que se iba a producir a continuacin. Mace encontr una posicin britnica y estadounidense justo al sur de El Paso. Los estadounidenses crean que los britnicos no se haban esforzado demasiado por abrirse camino, y los britnicos crean a su vez que los estadounidenses esperaban de ellos un milagro. Un coronel estadounidense corri hacia l y le dijo a Mace que diera la vuelta con sus tanques, pero l respondi que no poda hacerlo porque no haba espacio suficiente en la carretera. Haba hecho cuanto haba podido por despejarla. A continuacin observ que el convoy se arrastraba cada vez ms lentamente, mientras que el ruido de la batalla se intensificaba a medida que los chinos bombardeaban El Paso con armas cada vez ms pesadas. Algunos de los estadounidenses que salieron vivos de all parecan tan trastornados que le hicieron pensar a Mace en muertos vivientes. Pens que lo que durante algn tiempo haba sido un pequeo infierno se estaba convirtiendo en uno mucho mayor.
El capitn Alan Jones, S-2 del Noveno Regimiento, haba contemplado cmo el da se iba convirtiendo en una pesadilla casi minuto a minuto. Los informes de la inteligencia haban sido desgraciadamente premonitorios. Las comunicaciones entre distintas unidades y los mandos haban ido empeorando a lo largo del da, especialmente desde el momento en que estos ltimos abandonaron el puesto de mando y se dirigieron hacia el sur. Al igual que haban llamado El Paso a un tramo particularmente estrecho, los estadounidenses encontraron un nombre muy adecuado para los diez kilmetros que separaban Kunuri de Sunchon: los llamaron Las Horcas Caudinas recordando la batalla entre romanos y samnitas en un angosto valle de los Apeninos. Lo primero que percibi Jones al entrar en las Horcas Caudinas fue el total desplome del orden y la jerarqua. En el ejrcito se supone que la estructura lo es todo y aquel da haba desaparecido. Una vez perdida era muy difcil recuperarla. Demasiadas unidades se haban desintegrado y cada vez haba menos estructura de mando. Lo que estaba contemplando ante s era nada menos que la destruccin de gran parte de una divisin estadounidense, algo que nunca podra olvidar. Cuando un vehculo resultaba alcanzado bloqueaba la carretera para los que venan detrs, y algunos soldados tenan que intentar apartarlo mientras el ejrcito chino segua disparando sobre ellos. Los cuerpos yacan en medio del camino algunos posiblemente vivos todava; no haba manera de saberlo, y el conductor del siguiente camin no tena otra opcin en aquel estrecho pasaje que pasar por encima de ellos. A veces un conductor vacilaba y su vehculo se converta inmediatamente en el siguiente blanco, y el convoy se retrasaba mucho ms. Los soldados parecan desbordados por la situacin, como paralizados. Algunos de ellos se haban acurrucado a lo largo del borde de la carretera y a Jones le resultaba difcil a veces saber quin estaba muerto, quin herido y quin simplemente paralizado por el terror: eran hombres cuyos cuerpos todava funcionaban pero cuyo espritu les haba abandonado. Era difcil estimar qu hora era, pero Jones crea que se haban puesto en camino alrededor de las dos de la tarde. Sus rdenes eran simples. El coronel Sloane le haba dicho que llegara a Sunchon y estableciera all un punto de reunin para el resto del regimiento. El jeep de Jones haba sido alcanzado muy al principio y su conductor estaba herido, pero consigui meterlo en otro vehculo. Cuando regres a su propio jeep comprob que el motor haba dejado de funcionar; consigui arrastrarlo a un lado del camino y comenz a caminar. A veces consegua reunir a algunos hombres de diferentes unidades en torno suyo en una miniunidad improvisada a toda prisa capaz de devolver el fuego en pequeos espasmos de combate, pero luego el grupo volva a desintegrarse y un poco ms all volva a formarse de nuevo otra unidad bajo su mando. Los hombres, deshechos, vacos fsica y espiritualmente y sin mando, se vean atrapados en algo demasiado grande para ellos; algunos podan devolver el fuego, pero al desaparecer la estructura de mando dependan de su voluntad individual de combatir. Lo nico que haba decidido era que deba seguir caminando para salir de all y poder seguir luchando, si no mora en el intento. No iba a dejar que lo capturaran de nuevo. Haba caminado alrededor de seis kilmetros cuando mir hacia arriba y vio que un chino le apuntaba con su ametralladora. No era frecuente, pens Jones, que pudieras verle la cara a quien trataba de matarte. No haba duda de que era chino y lo que manejaba era una ametralladora estadounidense del calibre 30; estaba a menos de cien metros de distancia, a media altura de la ladera de una colina. Jones pudo ver los fogonazos que salan de la boca del arma al tiempo que saltaba en busca de un hueco donde ocultarse a un lado de la carretera, pero un proyectil le alcanz en un pie. En otras circunstancias aquello no habra sido una herida terrible, pero le destroz el pie y sangraba mucho, y cuando trat de ponerse un torniquete perdi el conocimiento.
Ahora slo poda apoyar un pie. Estaba convencido de que iba a morir, cuando pas por all un jeep en el que iban el capitn Lucan Truscott III, el capitn John Carley y un tercer oficial. Vieron a Jones sangrando Carley recordaba el color prpura de la herida, y se detuvieron. Truscott llev a Jones hasta el jeep y el tercer oficial le vend el mun. De algn modo llegaron hasta Sunchon, aunque Jones no recordaba apenas el resto del viaje. Nunca supo el nombre del oficial que lo haba vendado. Das despus lo llevaron en avin hasta un hospital en Japn. Al cabo de ms de cincuenta aos Jones viva en un hogar especial para militares retirados cerca de Fort Belvoir y un da vio a un recin llegado y le pregunt si quera que almorzaran juntos. Result que ambos eran veteranos de Corea y ambos haban pertenecido a la Segunda Divisin. De hecho ambos se haban visto atrapados en las Horcas Caudinas. En determinado momento Bill (Hawk) Wood mir a Jones y le pregunt: Dgame, no ser usted el oficial a quien le vend un pie aquel da camino de Suchon?. 32
Malcolm MacDonald, el joven oficial de inteligencia sorprendido junto al cuartel general de la Segunda Divisin cuando ste haba sido atacado por los soldados chinos durante la noche del 29, comenz al da siguiente a recorrer el rea y en los alrededores encontr el cuerpo de un joven amigo suyo, el teniente William Fitzpatrick; durante el asalto de la noche anterior haba recibido una bala en la cabeza. MacDonald haba visto muchos muertos aquellos das, pero la muerte de alguien que conoca y con quien se llevaba bien pareci marcar aquel da desde el principio. Aquella misma maana, ms tarde, estaba fuera del puesto de mando con un joven analista de fotografas areas, el soldado John McKitch, cuando los francotiradores chinos comenzaron a disparar de nuevo. McKitch fue herido en la parte superior de un brazo; con un poco menos de viento hubiera recibido la bala en la cabeza, pens MacDonald, y con un poco ms la habra recibido l en el vientre. El hecho de que los francotiradores dispararan sobre ellos era una seal inequvoca de que haba llegado el momento de largarse de all, y efectivamente pocos minutos despus lleg la orden de abandonar el lugar. Cada soldado cogi su arma, sus municiones, un paquete de primeros auxilios y una cantimplora con agua. Tuvieron que dejar all sus petates y sus sacos rticos de dormir (los pocos que los tenan). MacDonald sali de all en el jeep del teniente coronel Ralph Foster, el G-2 de la divisin, y emprendieron lo que deba ser un corto viaje, bajo un fuego constante que les obligaba a detenerse continuamente. Aos despus MacDonald pensaba que aqul fue un da de muchas lgrimas. Algunos lloraban y otros quiz habran tenido que hacerlo. En determinado momento, cuando estaban llegando a El Paso, el convoy se detuvo y MacDonald camin hacia la cabeza de la columna para saber la razn de aquel alto. Por el camino vio a Butch Barberis, comandante del segundo batalln del Noveno Regimiento, de pie a un lado de la carretera. Caan balas por todas partes, pero Barberis pareca inmune al peligro y sin temor alguno al ejrcito chino, sin mover ni una pestaa. Se conocan desde que eran jvenes oficiales, ms o menos de la misma edad, en Fort Lewis antes de la guerra, y MacDonald siempre haba pensado que Barberis era quiz el oficial ms intrpido que conoca. Estaba all de pie como si despreciara el fuego enemigo, alentando a sus tropas, y entonces MacDonald se dio cuenta de que estaba llorando. Mac le dijo su amigo, he perdido todo mi batalln. Durante aquella retirada, cuando pensabas que ya haba pasado lo peor todava quedaba por delante algo peor an, algo que te iba a obsesionar durante el resto de tu vida. Cuando llegaron a El Paso, el convoy comenz a cobrar velocidad y MacDonald, que ahora diriga una subseccin, condujo tan rpido como pudo porque la seguridad estaba en la velocidad y la muerte en cada interrupcin. Cuando lleg a una curva cerrada, a una velocidad que para aquella carretera era considerable, vio un camin de dos toneladas y media volcado sobre el costado, y junto a l un montn de soldados hacindole seales para que parara, pidindole a l a o a cualquier otro del convoy que los llevara. Era como si toda la escena tuviera lugar a cmara lenta. No necesit orlos para saber lo que decan, crean que iban a morir a menos que alguien les ayudara. MacDonald pens que aqul era el peor momento del peor da de su vida. Tema que si paraba, el ejrcito chino aprovechara la ocasin para detener el convoy y bloquear de nuevo la carretera. Tena una misin que cumplir, conducir un jeep ya muy cargado de heridos y facilitar que siguieran avanzando los vehculos que le seguan, as que apret los dientes y sigui conduciendo. Aos despus recordaba: Rec por aquellos pobres soldados abandonados all junto a la carretera y ped que me perdonaran. Cuando alcanz por fin un pequeo vado al final de El Paso, que los chinos cubran con una ametralladora devastadoramente precisa, estaba convencido de que no lo iba a poder cruzar, pero entonces lleg un B-26 descargando napalm y se llev por delante la ametralladora. Le cost asumir que finalmente iba a sobrevivir. Estaba seguro de que ninguno de los hombres que haban salido de Kunuri aquel da volvera a ser nunca el mismo.
Keiser dej su puesto de mando a primera hora de la tarde. Cuando lo abandon era muy consciente de que su divisin estaba atrapada en una trampa de proporciones monstruosas. El y los dems oficiales haban dejado sus camionetas para que transportaran a los heridos. No se encontraba bien; llevaba varios das resfriado y sali envuelto en una parka. El viaje no perdon a los generales ms que a los soldados rasos. En determinado momento vio a Maury Holden, su G-3, arrodillado tras un jeep y disparando hacia la posicin china ms prxima junto al comandante Bill Harrington, asistente del G-2. De repente ste cay sobre Holden; un disparo le haba atravesado el corazn. A pesar del fuego constante, Keiser y su grupo se desplazaban a una velocidad razonable hasta que alcanzaron El Paso. All el convoy se detuvo, as que Keiser y los dems tuvieron que salir de sus jeeps, contemplando la misma destruccin fsica y emocional que haban visto muchos otros. Por primera vez percibi toda la magnitud de la tragedia. Le sorprendi que fueran tan pocos los soldados estadounidenses que devolvan los disparos. Se movi entre ellos, gritando: Quin est al mando aqu? [...] No pueden hacer nada?. Finalmente decidi reconocer El Paso por s mismo. Comenz a caminar y tuvo que pasar por encima de un cuerpo atravesado en su camino. Cansado, no consigui levantar suficientemente el pie y choc por error con el cuerpo, que de repente dijo: Condenado hijo de puta!. Aquel exabrupto sorprendi a Keiser, que antes de proseguir su camino se excus por lo sucedido: Perdone, amigo, lo siento. Aquello era un epitafio para aquel da. Haba muchos muertos a su alrededor y entendi que no importaba la poca ayuda que haba conseguido del cuerpo. Era su responsabilidad. Aquello era la destruccin de su divisin y era intensamente personal. El cabo Jake Thorpe, guardaespaldas de Keiser, que haba dedicado su vida a protegerlo, haba muerto aquella misma tarde mientras manejaba la ametralladora del jeep. Al principio haban colocado su cuerpo en la parte trasera del jeep, pero finalmente, como haba tantos heridos yaciendo junto a la carretera, tuvieron que dejarlo para hacer sitio a alguno de ellos. Fue muy duro dejar abandonado el cuerpo del hombre que haba dado su vida para protegerlo.
Cuando Gene Takahashi consigui atravesar por fin las Horcas Caudinas, se sinti sorprendido por lo que le haba sucedido a su compaa, su batalln y su regimiento. Saba de antemano que iba a ser malo, pero haba sido mucho peor de lo previsto. La compaa Love haba quedado reducida a una docena de hombres. Por lo que saba, l era el nico oficial que quedaba con vida; todos los dems haban muerto o estaban gravemente heridos o desaparecidos en accin. Cuando se reunieron pocos das despus cerca de Sel, slo quedaban diez hombres de los ciento setenta que componan la compaa Love. De los seiscientos hombres del batalln de Takahashi slo haban sobrevivido entre ciento veinticinco y ciento cincuenta. Las compaas Love y King, que componan la avanzadilla de la divisin cuando comenz el ataque chino, haban sido aniquiladas; el tercer batalln apenas exista y las fuerzas del Noveno Regimiento se haban reducido a la mitad.
Mientras las dems unidades de la Segunda Divisin estaban siendo destrozadas en el camino hacia Suchon, Paul Freeman trataba de salvar su regimiento. Durante los das posteriores al primer ataque chino, parte de su frustracin se deba al hecho de que haba adivinado lo que iba a suceder y sus superiores no le haban prestado atencin. Le cont a Reginald Thompson, del Daily Telegraph de Londres, lo bien que haban combatido los soldados chinos pese a lo limitado de su armamento: Sin cobertura area ni artillera nos estn haciendo parecer un poco idiotas en este condenado pas.4 Durante la maana del da 13 su 23. Regimiento era la ltima barrera entre lo que quedaba de la Segunda Divisin y las enormes fuerzas chinas que se acercaban desde el norte. Su tarea consista en defender el permetro de Kunuri mientras fuera posible y luego seguir al Noveno y al 38. por la carretera hacia Suchon, pero sospechaba que el camino hacia el sur era desesperado. Paul O'Dowd, el observador avanzado del 15. Batalln de Artillera de Campaa, observ que Freeman pasaba mucho tiempo con sus oficiales de artillera. Siempre estaba comprobndolo todo, preguntando lo que oan, y haba una buena razn para ello porque cuando todas las dems formas de comunicacin desaparecan, la artillera sola disponer an de las mejores comunicaciones. Para ellos era imprescindible, si no queran correr el riesgo de disparar sobre sus propios soldados; as que disponan de sus propios aviones de reconocimiento y sus informes desde el campo de batalla eran muy buenos, al menos en relacin con las comunicaciones entonces existentes. Saban desde el principio que la carretera hacia el sur slo llevaba a la muerte. O'Dowd, que vena estudiando a Freeman, supo inmediatamente lo que suceda y concluy que era un oficial condenadamente inteligente. Otros jefes de divisin tendan a considerar la artillera como una unidad a la que se daban rdenes, sin tener que escucharla. Pero Freeman, que s les escuchaba, decidi relativamente pronto aquel mismo da salir por la carretera hacia Anju, la que Shrimp Millburn haba ofrecido a Keiser. Al medioda del da 30 la posicin de Freeman ya era desesperada. Saba que le quedaba muy poco tiempo. Poda de hecho ver los enjambres de tropas chinas que haban cruzado el Chongchon y le comunic a la divisin su creciente vulnerabilidad. Lo que empeoraba su situacin cada vez ms era lo difciles que eran sus comunicaciones con la divisin mientras Keiser se desplazaba. Pronto slo pudo comunicarse con ella a travs de la radio del jeep de Chin Sloane, pasndole mensajes que ste, al mando del Noveno Regimiento, transmita lo mejor que poda a Keiser. Luego perdi incluso esa conexin. A primera hora de la tarde Freeman segua pidiendo permiso para salir hacia el oeste. Finalmente consigui comunicar con el coronel Gerry Epley, jefe de Estado Mayor de la divisin, que le dijo que no poda cambiar la orden. Las comunicaciones empeoraron todava ms a medida que avanzaba la tarde. Poco despus Freeman consigui establecer comunicacin con Sloane y le pregunt si Sladen Bradley, el vicejefe de la divisin, podra llamarle: necesitaba desesperadamente permiso para cambiar la orden. Hacia las dos y media Bradley le llam y Freeman argument la necesidad de dirigirse hacia el oeste. La decisin tena que tomarse inmediatamente y tenan que moverse antes de que cayera la noche: lo nico que frenaba el ejrcito chino era la superior capacidad de fuego estadounidense, principalmente su artillera. Con la oscuridad el enemigo podra moverse a su voluntad y el regimiento de Freeman estara condenado. Deseaba salir por la carretera hacia Anju unas dos horas antes del anochecer. Alrededor de las cuatro de la tarde, Bradley, que no haba conseguido hablar con Keiser, llam de nuevo y le dio permiso para hacer lo que creyera mejor para su regimiento. Freeman pregunt entonces a los jefes de las unidades que todava permanecan en el rea de Kunuri si queran partir con l; unos lo hicieron y otros no. Iba oscureciendo y todos saban lo malo que era aquello. Paul O'Dowd se encontraba con los soldados de artillera que para entonces estaban cargando sus caones, preparndose para el ltimo desplazamiento. Todos saban que si se dirigan hacia el sur lo iban a pasar muy mal, pues tenan dos aviones de reconocimiento sobre la carretera y los informes que llegaban describiendo lo sucedido eran aterradores. Para O'Dowd sonaba como una masacre; pero por el momento slo tena una tarea, conseguir sacar de all aquellos caones. El teniente coronel John Keith, del 15. Batalln de Artillera de Campaa, le haba dicho que cargara sus caones y eso es lo que estaba haciendo, convencido de que haban disparado sus ltimos proyectiles en la zona de Kunuri. Justo entonces uno de sus observadores avanzados, el primer teniente Patrick McMullan, apareci gritando: Preparad los caones para disparar! Jodidos chinos!. Preparad los caones para disparar! Hay chinos por todas partes!. O'Dowd nunca haba visto a McMullan tan fuera de control; lleg a pensar que poda estar borracho, porque algunos soldados de otras unidades haban estado bebiendo aquel da. Preparad los caones para disparar! Jodidos chinos!5 O'Dowd le dijo: Estamos en orden de marcha, que era la frase que utilizaban para el momento en que ya estaban dispuestos para salir; pero poco a poco iba recibiendo ms informacin: los chinos parecan disponerse a atacar a plena luz del da y se vean miles de ellos. Justo entonces se aproxim el coronel Freeman y pregunt a O'Dowd qu pasaba, y ste le explic lo que haba visto McMullan. Freeman orden: Pongan los condenados caones en posicin de disparo!. All estaban todos aquellos chinos, quiz a menos de cinco kilmetros, una multitud tan vasta como haba dicho McMullan. Freeman les dijo a sus hombres que deban frenarlos aunque no consiguieran salir de all ellos mismos, aunque se quedaran all para siempre. El regimiento, recordaba ms tarde Freeman, descarg todas sus armas y municiones y los soldados lo pusieron todo delante de ellos. All es donde iban a realizar su ltima accin, pens, y posiblemente a morir. Los artilleros haban descargado los grandes 105 de los camiones y apuntaban todos en la misma direccin: dieciocho obuses en total, los ltimos caones de Kunuri. A aquello se le sola llamar en la artillera un frente sovitico. Paul O'Dowd haba combatido en dos guerras, haba sobrevivido a lo peor de la batalla del Naktong y nunca haba visto algo como aquello. Todos los miembros de la unidad cocineros, oficinistas y mecangrafos ayudaron a sacar los proyectiles de los camiones y llevarlos hasta los caones. Dispararon todo lo que tenan durante lo que parecieron a O'Dowd alrededor de veinte minutos, aunque probablemente fueron ms. Disponan de muchas municiones, ya que otras dos unidades de artillera haban abandonado all las suyas. Disparaban tan rpidamente que los caones se estaban sobrecalentando y se les caa la pintura. El sistema de retroceso de los caones estaba a punto de estropearse, pens O'Dowd, pero no haba tiempo para preocuparse de aquello. Slo estaba un poco asustado de que los caones se calentaran tanto que llegaran a reventar. Fue un momento apocalptico. El ruido de los dieciocho caones que no dejaban de disparar los ensordeca. Cuntos proyectiles dispararon en aquel breve intervalo? Tres mil, cuatro mil, cinco mil? Quin poda saberlo? Y entonces, de repente, todo acab. Haban disparado su ltimo proyectil. Despus de todo aquel ruido, el silencio era atronador. Destruyeron los caones con cargas de dinamita, de manera que el ejrcito chino no pudiera utilizarlos. Haban detenido el ataque chino y algo ms importante, crea Freeman, el ejrcito chino se haba atrincherado en posiciones defensivas, porque una descarga de artillera como aqulla anunciaba a menudo una carga de la infantera. Las ltimas rdenes que dio Freeman fueron: Salgamos pronto de aqu, y que nadie se detenga!. El camino hacia Anju estaba totalmente abierto y el 23. Regimiento lo recorri sin encontrar apenas resistencia china. 33
Si la Segunda Divisin iba en la retaguardia del Octavo Ejrcito en su retirada hacia el sur, el Segundo Batalln de Ingenieros constitua la retaguardia de la Segunda Divisin. Gino Piazza, que haba combatido tan eficazmente con la compaa Dog del Segundo de Ingenieros durante lo peor de la batalla del Naktong, pensaba que el 30 de noviembre de 1950 haba sido el peor da de toda su vida. Por primera vez estaba convencido de que iba a morir. Por lo que l saba, muchos de los oficiales de ms alta graduacin haban dejado atrs a sus hombres. Varios oficiales del Segundo Batalln de Ingenieros haban salido en grupo. Recordaba a un joven segundo teniente, John Sullivan, que le gustaba particularmente a Piazza y que haba decidido permanecer con ellos porque pensaba que eso es lo que deban hacer los oficiales, pero haba recibido otras rdenes, por lo que tuvo que decir adis a Piazza y a los dems, y lo hizo con lgrimas en los ojos. Demasiados de los oficiales cuya tarea era incorporar el Segundo de Ingenieros al convoy se haban comportado, en opinin de Piazza, como unos condenados cobardes a los que no les importaban un ardite sus hombres: Era el momento de la verdad, cuando ms se necesita a los oficiales, y se empeaban en separarlos de los soldados rasos y en sacarlos de all como fuera, haciendo valer sus privilegios de oficiales por encima de todo!. Algunos mandos de la infantera parecan olvidar con frecuencia que los ingenieros no se mueven con rapidez. Durante ms de una semana antes de que el ejrcito chino se lanzara al ataque, el coronel Alarich Zacherle, que mandaba a los ingenieros, haba solicitado repetidamente a la divisin que tomara una decisin sobre la pesada maquinaria que tenan que transportar: excavadoras y camiones pesados cargados con equipo de construccin de puentes, que era lo que los ingenieros hacan fundamentalmente. Zacherle haba tratado de recordarles que en cualquier convoy militar eso converta a los ingenieros en los ms lentos y en el blanco ms fcil, retrasando a todos los dems. Solicit permiso para evacuar la maquinaria pesada cuatro o cinco das antes de que atacara el ejrcito chino. Estaba convencido de que no iban a construir nada nuevo tan al norte; nunca habra una pista de aterrizaje estadounidense junto al ro Yalu. Un da tras otro, cuando Piazza le preguntaba a Zacherle si haban tomado ya una decisin sobre el equipo pesado, el coronel slo sacuda la cabeza negativamente. Piazza pensaba, por la forma de responder de su coronel, que ste crea que los mandos superiores no saban qu diablos estaban haciendo y que por eso estaban atascados ahora con toda aquella maquinaria pesada. La noche antes de la retirada final Zacherle haba visitado a Gerry Epley, jefe de Estado Mayor de la divisin, para averiguar qu estaba pasando, y ste le invit entonces a salir de all junto con otros mandos de la divisin. Zacherle se sinti sorprendido por la oferta. Respondi con una negativa, arguyendo que deba estar junto a sus hombres. Pens que eso es lo que deba hacer y luego se sinti al menos, as pensaban algunos de sus hombres muy afectado por el dao infligido a su unidad. El Segundo Batalln de Ingenieros haba perdido ms de doscientos de sus 900 hombres durante las primeras 72 horas del ataque chino. Zacherle siempre se haba ocupado personalmente de los pormenores del mando y estaba orgulloso de conocer por su nombre o al menos eso crea a cada uno de los hombres del batalln. En otras circunstancias tal actitud habra servido para elevar la moral, pero ahora su afecto y su compromiso le haca las cosas mucho ms duras. As pues, los ingenieros iban a tener que salir en retaguardia y cargar con todo su equipo pesado hasta que se les indicara su lugar cerca del final de aquel largusimo convoy. Estaban todos formados, con la compaa Dog a la cabeza y la compaa de servicios a continuacin, seguida por las compaas Able, Baker y Charley. A medida que avanzaba la tarde, sin embargo, aumentaba la sensacin de que la situacin era desesperada y llegaban sin cesar noticias de que los chinos estaban atacando ferozmente el convoy a tan slo dos o tres kilmetros de all. Piazza pensaba que no hacan ms que esperar pacientemente su turno para incorporarse al creciente desastre, con su propio jeep a la cabeza. Les haban dicho que les sealaran su lugar en el convoy alrededor de las cuatro de la tarde, pero el convoy se mova cada vez ms lentamente y el tiempo pasaba. Pronto anocheci y no se haban movido; la oscuridad iba cubrindolo todo. Pas el 503. de artillera de campaa con sus caones pesados, y a continuacin iban los ingenieros. Justo entonces se pusieron por delante de ellos cinco grandes camiones de dos toneladas y media de una de las unidades de artillera. Normalmente Piazza se habra enfurecido con quien hiciera aquello, pero en aquel momento se lo tom con ms calma y pens: Bueno, eso es lo que querais, no? Pues vais a tener hasta hartaros. A continuacin se introdujo con su jeep en el convoy a la cabeza del Segundo Batalln de Ingenieros. Todos estaban mortalmente asustados. Tan slo haban avanzado unos treinta minutos, con los camiones de la artillera por delante, cuando los artilleros toparon con un pequeo corte en la carretera en un punto en el que haba cerros a ambos lados, y de repente, en palabras de Piazza, el infierno se desat sobre ellos. Era como si el ejrcito chino hubiera estado esperando a la artillera y sus transportes todos aquellos grandes caones en enormes camiones que se movan muy lentamente, para atacar con sus morteros perfectamente apuntados. La tormenta de fuego fue abrumadora: los artilleros haban cado en una trampa perfecta dentro de una trampa. Los camiones saltaron por los aires uno tras otro. Cinco de ellos haban entrado en la trampa y los cinco ardan ahora. Todos aquellos hombres, con algunos de los cuales Piazza haba tomado copas durante aos, saltaron por los aires sin ms: un momento antes estaban tan vivos como l y ahora estaban muertos. Si tratabas de imaginar el peor escenario posible para tus compaeros, sera sin duda aqul. En la vida real, pens, se supone que te despiertas y descubres que slo era una pesadilla, pero de aqulla no haba forma de despertar. No podas avanzar ni retroceder y justo delante de ti agonizaban cientos de hombres a los que menos de una hora antes casi habas maldecido por meterse delante de ti en el convoy.
A Gino Piazza le pareca que el convoy estaba completamente atascado. Entonces oy nuevas rdenes: Abandonen sus vehculos y renanse a un lado de la carretera! Abandonen sus vehculos y renanse a un lado de la carretera!. Nadie saba de dnde provenan las rdenes ni quin las haba dado, pero los hombres del Segundo Batalln de Ingenieros comenzaron a abandonar sus vehculos y a trepar por el cerro que tenan a su derecha. Piazza quera hacer volar los camiones, que transportaban un montn de maquinaria y equipos de comunicaciones que no quera que cayeran en manos del ejrcito chino, pero le dijeron que la fuerza area volara hasta all al da siguiente y los bombardeara desde el cielo por ellos. Por primera vez desde que estaba en Corea Piazza se senta autnticamente desesperado. Senta que su deseo de sobrevivir, que le haba ayudado a mantenerse firme durante la batalla del Naktong, le estaba abandonando. Nunca haba sido especialmente religioso, pero comenz a rezar. Sus plegarias eran muy especficas: rezaba por las nimas del purgatorio. Se remontaba as a su infancia en Brooklyn; era la oracin que su madre pronunciaba siempre que suceda alguna desgracia. Su explicacin era muy simple: si has vivido una buena vida, entonces irs al cielo, pero si no, y probablemente Gino Piazza, con sus infinitos errores e imperfecciones, no la haba vivido, entonces, cuantas ms oraciones ofrecieran por las almas del purgatorio menos sufriran, y quiz te ayudaran tambin a ti cuando llegaras all. Paradjicamente pareca funcionar, o al menos a l le sirvi en ese momento y lo calm. Entendi que en aquel caos nadie lo iba a salvar, as que tena que salvarse por s solo. Si los chinos queran su culo, decidi, iban a tener que acercarse a cogerlo. Haba muchos soldados trepando por aquella colina, cientos y hasta un millar. Nadie pareca estar al mando, por lo que decidi asumirlo. Form un grupo y se dirigi con ellos a la cima, y el grupo pareca crecer minuto a minuto porque nadie ms pareca estar al mando. Los chinos los vieron y barrieron el rea con fuego de ametralladora, incitando a algunos de ellos a volver montaa abajo. Unos pocos suboficiales que ayudaban a Piazza trataron de detenerlos, ya que en la carretera se convertiran en un blanco perfecto, pero era demasiado tarde: los domin el pnico cuando la ametralladora comenz a disparar. Piazza dudaba de que hubiera sobrevivido alguno de ellos.
Lo que ms recordaba Alarich Zacherle del da en que el ejrcito chino captur a gran parte de su unidad era la mala calidad de las comunicaciones. Nadie pareca poder establecer contacto con nadie. No era culpa de los operadores de radio permanecan junto a sus transmisores pese al peligro que supona para su propia seguridad sino de las deficiencias en el equipo y el mando. Se supona que ste deba venir cerca del final del convoy, con el 23. Regimiento justo detrs de l, pero pese a los repetidos intentos las distintas unidades no conseguan ponerse en contacto entre s. Pasado el tiempo, mucho despus de que Zacherle hubiera regresado de su estancia durante dos aos y medio en un campo de prisioneros, se reuni finalmente con Paul Freeman, quien le asegur que haba tratado de hablar con l varias veces para decirle que el plan original iba a ser abandonado, que su regimiento saldra de all por la carretera hacia el oeste y que los ingenieros deban ir con ellos. Fue un encuentro tenso, porque la unidad de Freeman haba salido relativamente indemne, mientras que muchos de los hombres de Zacherle haban muerto o haban sido capturados. Qu diablos, nos habra gustado ir con usted!, le dijo Zacherle a Freeman y le asegur que no le guardaba rencor. Lo que haba sucedido aquel da, en su opinin, eran vicisitudes propias de la guerra.4 En el puesto donde esperaban los ingenieros, Zacherle saba que todo estaba a punto de acabar. La carretera no estaba abierta ni se iba a abrir, y menos para el equipo pesado, de eso estaba seguro. Antes del final dio incluso la orden de volar parte de la maquinaria ms pesada, los camiones y excavadoras; utilizaron granadas de fsforo para quemarla. Luego, ya muy avanzada la tarde, mientras se acercaba el ejrcito chino, quemaron las banderas de la unidad. Ni l ni los dems oficiales queran que el ejrcito chino las capturara y alardeara de ello. Estaban en una caja de madera y Zacherle orden que vertieran sobre ella una dosis extra de gasolina. Quemar las banderas lo deca todo. Tenan que ponerse ya en marcha. Los ingenieros eran ms vulnerables que otras unidades: se les conoca como ingenieros de combate y podan ser utilizados como infantera, pero no contaba con armas automticas ni morteros. En cualquier enfrentamiento con el ejrcito chino aquello sera una grave desventaja. Bob Nehrling, encargado de asuntos administrativos en el Segundo Batalln de Ingenieros, tambin saba que todo estaba perdido. Haban empezado el da formando parte de una fuerza de bloqueo del cuartel general de la divisin y constituan una unidad, concluy ms tarde Nehrling, que poda ser sacrificada. Alguien, all en lo alto de la cadena de mando, lo haba decidido as. Nehrling estaba con un grupo de alrededor de treinta y cinco oficiales de Estado Mayor del batalln y Zacherle les haba dicho que iban a tener que escapar de all como pudieran, pero en su opinin no tenan ninguna posibilidad. Apenas haban avanzado desde su punto de agrupamiento junto a la carretera cuando de repente aparecieron chinos por todas partes, tan sorprendidos de encontrarlos all como lo estaban ellos de verse rodeados. Los soldados chinos que los capturaron se dirigan hacia el sur, de forma que durante un tiempo tambin ellos caminaron hacia el sur, en un grupo de prisioneros que iba aumentando a medida que los chinos capturaban rezagados del Noveno Regimiento y del 38.. Pronto eran alrededor de veinte oficiales de infantera y de ingenieros; para ellos comenzaba un perodo terrible que muy pocos superaran.5
Piazza confiaba en su instinto, en gran medida porque no tena otra cosa en que confiar. Haba oscurecido y nadie llevaba una brjula. Piazza tena la vaga sensacin de que deban caminar hacia el sureste y conoca el terreno mejor que los dems porque haba hecho anteriormente algn reconocimiento, buscando minas en el rea. Consigui localizar la direccin que quera observando dos estrellas el tipo ms primitivo de brjula y pronto encontraron los restos de una va ferroviaria que iba en aquella misma direccin y que podan seguir. Su grupo de unos quinientos hombres como mximo y doscientos como mnimo reciba disparos constantemente. Piazza, con una carabina y varios cientos de cartuchos, procuraba no disparar a menos que tuviera un blanco seguro. Cuando amaneci le quedaban muy pocas municiones, de lo que se deduca que haba estado disparando durante toda la noche. Algunos de los oficiales de su grupo seguan queriendo girar a la derecha como si les afectara una especie de resaca, en una direccin que seguramente los devolvera al sitio de donde haban partido, pero gradualmente, de esa forma misteriosa en que funcionan esas cosas, Piazza tom el mando de aquella destartalada unidad. Pareca el nico con la suficiente confianza en s mismo. Finalmente dieron en un claro con otro grupo mandado por un oficial que quera atrincherarse para pasar all la noche, pero Piazza discuti con l, insistiendo en que no podan detenerse; carecan de municin y armamento suficientes para hacer frente a los soldados chinos que estaban a punto de darles alcance. Al final hicieron lo que Piazza propona. En determinado momento miraron hacia abajo desde un punto ms elevado y vieron un tnel de la va que seguan. Algunos queran continuar por l, como si un tnel fuera un lugar perfecto donde ocultarse. Piazza se los desaconsej, pero hubo quienes decidieron hacerlo de todos modos. A su juicio, sera precisamente all donde los chinos miraran primero. Lo que pareca seguro no lo era; lo que pareca difcil y poco seguro probablemente lo era ms. En cualquier caso, la seguridad quedaba muy lejos, en algn otro rincn del mundo. Finalmente encontraron la carretera principal de Kunuri a Su-chon. Algunos queran bajar inmediatamente, porque pareca mucho ms fcil caminar por ella, pero para Piazza representaba lo que les resultaba familiar a los soldados estadounidenses y los reconfortaba. Tuvo que rechazar aquel impulso que sentan tanto l mismo como los hombres bajo su mando. Cuando algunos soldados se apartaron del grupo y se encaminaron por su cuenta a la carretera, los chinos abrieron fuego inmediatamente sobre ellos. Poco a poco Piazza fue compartiendo las funciones del mando con otros suboficiales, de manera que tendran cierta estructura aunque l fuera herido. Incluso encontr a un oficial, el teniente Wilbur Webster, del 82. Regimiento de Artillera Antiarea subordinada entonces a la infantera, y le sugiri que tomara el mando, pero Webster le dijo: No, sargento, usted lo est haciendo muy bien. As que siguieron avanzando lentamente por terreno alto, resistiendo la tentacin de seguir un camino ms fcil, y finalmente alcanzaron a su destino. Con Piazza llegaron alrededor de trescientos hombres y l pens que despus de todo las oraciones por las nimas del purgatorio parecan haberle servido de algo.
Quiz ninguna unidad de la Segunda Divisin recibi un castigo tan duro como el Segundo Batalln de Ingenieros. Cuando tras la retirada se reunieron cerca de Sel, pareca como si cada hombre representara toda una seccin o pelotn. Gino Piazza, que se convirti en una especie de historiador oficioso del grupo, crea que en el batalln haba alrededor de novecientos hombres cuando se desplazaba hacia el norte, de los que slo quedaban en la formacin final doscientos sesenta y seis. Quiz se haban perdido aquel da hasta quinientos hombres; ahora era un batalln fantasma. No se poda estar seguro de las cifras, crea Piazza, porque algunos haban quedado retrasados en posiciones de retaguardia y no haban sufrido el ataque del ejrcito chino, pero en cualquier caso haba sido un da terrible. El Segundo Batalln de Ingenieros, reflexionara ms tarde Piazza con una amargura irrefrenable, pag un precio enormemente alto por la estupidez y arrogancia de otros.
Aquella misma tarde Paul Freeman comenz a desplazar su regimiento hacia el oeste en direccin a Anju. Cuando todo hubo pasado le hicieron algunas crticas encubiertas por haber seguido una ruta diferente y no haber protegido la retaguardia del convoy, pero quienes saban lo que haba sucedido aquel da pensaban que haba hecho lo correcto; que por terrible que hubiera sido el destino de otras unidades del convoy, la presencia del regimiento de Freeman no habra supuesto ninguna diferencia, porque el ataque no provena de la retaguardia sino que lo haba provocado la propia retirada, cuando el ejrcito chino apostado en la carretera comenz a disparar en cuanto la divisin se puso a su alcance. La mayora de los observadores pensaban que Freeman no slo haba hecho lo correcto sino que haba realizado un trabajo excepcional respondiendo a las nuevas circunstancias del campo de batalla y salvando lo que de otro modo habra sido una unidad condenada. Cuando el 23. Regimiento sali hacia el oeste desde Kunuri caa la noche. No podan adivinar en qu momento atacara el ejrcito chino y cortara la carretera hacia Anju; slo saban que si eso llegaba a suceder se veran pegados a la carretera y en desventaja numrica. Por suerte el principal puente en el camino hasta Anju estaba todava en manos del ejrcito estadounidense. Una compaa del Quinto Equipo de Combate Regimental, unidad encuadrada en el I Cuerpo, haba sido enviada all para cubrir la retirada de ste. Al mando estaba un joven capitn llamado Hank Emerson, que cobr posteriormente gran fama durante la guerra de Vietnam, donde recibi el apodo de El Tirador, como uno de los comandantes ms audaces del ejrcito estadounidense. En aquel momento las rdenes de Emerson absolutamente espeluznantes, dado el gran nmero de chinos que se desplazaban hacia el sur consistan en tratar de mantener aquel puente hasta que se hiciera de noche. Slo dispona de una compaa para hacerlo. Hacia su posicin se dirigan varias divisiones chinas y el fro era otro enemigo mortal que se deba tener en consideracin (todava recordaba con exactitud, ms de medio siglo despus, que aquel da la temperatura descendi hasta los veintitrs grados bajo cero). Mientras esperaba comenz a reflexionar sobre algo que le obsesionara durante toda su carrera: Cmo se sentiran los soldados de una unidad de infantera convencidos de que sus superiores haban decidido que eran ms o menos prescindibles en el contexto de la necesidad ms amplia de la supervivencia del resto de la divisin? Eran como una especie de vctima sacrificial ofrecida a los dioses de la batalla? Mientras caa la oscuridad y aumentaba el fro, la tensin de Emerson creca. En el momento en que pensaba que ya iba siendo hora de abandonar aquel lugar, un pequeo avin de reconocimiento estadounidense fue derribado en las proximidades, como seal indeseable de lo cerca que estaba el ejrcito chino.6 Emerson y sus hombres recibieron la orden de rescatar a los aviadores derribados. De repente, alzaron la vista y vieron que se aproximaba desde el este una inmensa caravana de tropas estadounidenses en direccin a su puente. No haba recibido ningn aviso de sus superiores de que tal cosa pudiera suceder; por lo que l saba, estando como estaban las comunicaciones, en el I Cuerpo nadie saba que fuera a pasar por all aquel contingente. Era como una vasta patrulla perdida que sala de la nada; los hombres parecan exhaustos, pero en cierto modo decididos y orgullosos. Algunos de ellos, los que podan, caminaban; otros se amontonaban en los camiones y en lo alto de los tanques, algunos encima de otros. La columna se alargaba hasta el horizonte. Al pasar le dijeron que formaban parte del 23. Regimiento de Infantera. Lo que mejor recordaba de aquel da aparte de que cuando consigui establecer comunicacin por radio con sus superiores stos le dieron la orden de entregar al 23. de Infantera todos los camiones, lo que significaba que sus propios hombres deberan regresar en el exterior de sus tanques era que el comandante del 23. Regimiento vena en el ltimo vehculo, un jeep con una ametralladora montada. Emerson entendi inmediatamente que aquel comandante se haba convertido voluntariamente en uno de los miembros ms vulnerables de su unidad en caso de un ataque del ejrcito chino. Pens que eso era lo que deba hacer un buen comandante. Este, que no era otro que Paul Freeman, se detuvo brevemente para hablar con l y se mostr muy calmado, muy en su papel de mando, como si aquello, conducir un regimiento por una carretera secundaria para escapar de tres o cuatro divisiones chinas, fuera algo que haca cada da. Freeman le pregunt: Hijo, qu unidad es la que protege este puente?. Emerson pens que el otro no tena ms idea de quines eran que l de quin le hablaba. Seor, es la compaa A del Quinto Equipo de Combate Regimental, respondi. Bien, hijo, Dios bendiga a la compaa A del Quinto Equipo de Combate Regimental. Es de agradecer lo que estis haciendo aqu. Freeman sigui adelante y poco despus se retir tambin la compaa A. Las ltimas unidades acosadas por los chinos desde el lado oeste de la pennsula se dirigan ahora hacia el sur en busca de posiciones ms seguras y con suerte si sa era la palabra se preparaban para combatir otro da ms. Aqul fue uno de los peores das de la historia del ejrcito estadounidense y con seguridad el peor de la historia de la Segunda Divisin de Infantera, y al final la peor semana de la historia de la divisin. El balance de bajas rompa el alma. En aquellos ltimos das de noviembre el Noveno Regimiento haba perdido 1.474 hombres (incluidas las bajas por otras razones, lo que sola querer decir por congelacin); el 38. Regimiento, 1.178; y el 33., 545. El Segundo Batalln de Ingenieros haba perdido 561 hombres en combate. Un regimiento de infantera poda llegar a contar hasta con 3.800 hombres; cuando le lleg el momento de reagruparse, al Noveno slo le quedaban 1.400 hombres, al 38. 1.700 y al 23. 2.200.
El teniente Charley Heath no se haba atrevido a pensar que saldra de all vivo, pero como haba partido con el primer grupo de tanques fue uno de los primeros en llegar y haba podido observar la llegada del resto de la divisin a Suchon. Cada unidad pareca en peor estado que la anterior, pues la presencia china a lo largo de las Horcas Caudinas haba ido aumentando, y oy mencionar el nombre de muchos amigos que haban muerto aquel da; pero haba una escena que recordara siempre: el comandante de su regimiento, el coronel George Peploe, all de pie llorando. Haba habido momentos en que les haba parecido a sus subordinados insoportablemente altanero, pero el Peploe que tena ante s era un hombre diferente; era como si lo hubieran herido, pero todas las heridas fueran por dentro. Permaneca all de pie, llorando, incapaz de parar, cuando uno de los jefes de batalln, el teniente coronel Jim Skeldon, se acerc a l y trat de consolarle, ms por razones emocionales que fsicas. Pero Peploe no poda dejar de llorar, y entonces Skeldon, en el acto ms tierno al final del da ms violento que uno y otro haban conocido, se quit el casco y lo mantuvo en alto para ocultar a Peploe de la vista de los dems, de manera que nadie ms pudiera verlo llorando. Aunque Peploe haba sobrevivido a la muerte de muchos de sus hombres, tambin para l haba sido una especie de muerte.7 34
La actuacin del mando de la Segunda Divisin fue funesta. Los marines, en cambio, estaban mucho mejor preparados, porque O. P. Smith haba previsto lo que iba a hacer el ejrcito chino, si bien la conexin entre sus regimientos no era perfecta y seguan estando expuestos a quedar separados. Por otra parte, estaban ms alejados de su base en el puerto de Hungnam de lo que habra deseado Smith. Las unidades ms avanzadas cerca de Yudam-ni eran todava demasiado vulnerables y estaban mucho ms separadas del resto de lo que a Smith le pareca conveniente, pero al menos su conexin no se haba roto gracias a la resistencia ejercida frente a Almond. Por preocupante que fuera su situacin, habra sido mucho peor si se hubieran lanzado ciegamente hacia el oeste para enlazar con el Octavo Ejrcito, como exigan originalmente las rdenes que haban recibido. Su subsiguiente repliegue heroico hasta Hungnam tuvo muy poco que ver con la suerte su xito se debi sobre todo al gran valor individual y al excepcional mando de las pequeas unidades, pero s hubo dos aspectos en los que fueron afortunados. El primero, que el ejrcito chino atacara cuando lo hizo en lugar de esperar un da o dos ms, cuando el Quinto Regimiento de Marines bajo el mando de Ray Murray podra haber estado mucho ms alejado hacia el oeste, y por tanto ms separado del Sptimo Regimiento de Litzenberg y del resto de la divisin; y el segundo, el deficiente sistema de comunicaciones del ejrcito chino, que le dificultaba adaptarse a las cambiantes condiciones de la batalla. Como dijo el coronel Alpha Bowser ms tarde, si las comunicaciones hubieran sido ms modernas, la Primera Divisin de Marines nunca habra regresado del embalse de Chosin.
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FIGURA 17. Salida del embalse de Chosin, 27 de noviembre-9 de diciembre de 1950.
La retirada desde el embalse de Chosin fue uno los grandes momentos de su historia, una obra maestra de direccin por parte de sus oficiales y una muestra inolvidable de valor por parte de los soldados, que tuvieron que combatir contra una fuerza mucho mayor en un terreno montaoso muy abrupto y con un fro insoportable que a veces llegaba a cuarenta grados bajo cero. De todas las batallas de la guerra de Corea es probablemente la ms celebrada, merecidamente, y tambin de la que ms se ha escrito. Cuando la noticia lleg a Washington y luego a todo el pas, dando a conocer la situacin de la Primera Divisin de Marines, aparentemente aislada y rodeada por un gigantesco nmero de soldados chinos, se generaliz el temor de que fuera aniquilada. El propio Ornar Braley estaba casi seguro de que la divisin se perdera. Cuando comenz la retirada haba frente a ella seis divisiones chinas, lo que significaba alrededor de sesenta mil soldados. Durante las dos semanas que dur la batalla, en la que los marines se abrieron camino hasta Hungnam, Smith crea que haban tenido que vrselas con siete divisiones chinas y parte de otras tres. Murieron cerca de cuarenta mil soldados chinos y el nmero de heridos supervivientes pudo llegar a veinte mil. Desde el 27 de noviembre hasta el 11 de diciembre, cuando comenz la batalla principal contra el ejrcito chino, las bajas de los marines fueron de 561 muertos, 182 desaparecidos, 2.824 heridos, y otros 3.600 sufrieron daos de otro tipo, sobre todo la congelacin de algn miembro. El pequeo nmero de soldados perdidos en accin, comparado con el de muertos y heridos, atestigua la disciplina de los oficiales y soldados. El valor de la divisin al combatir en una isla tras otra en el Pacfico era ya conocido antes de que comenzara la guerra de Corea. All se haba distinguido durante la batalla del Naktong, deteniendo los avances de los norcoreanos cada vez que stos rompan las lneas de Naciones Unidas, y se haba portado de forma excelente tras el desembarco en Inchon en la batalla por reconquistar Sel; pero la retirada desde el embalse de Chosin fue su mayor reto. Cabe dudar de que ninguna otra divisin estadounidense hubiera podido escapar de lo que pareca una trampa casi totalmente cerrada. Uno de sus encargados de informar a los medios, el capitn Michael Capraro, deca: Era la divisin ms fuerte del mundo. Se pareca a un doberman, un perro peligroso que tira de la cadena deseando hundir sus colmillos en el enemigo de su dueo, preferiblemente si el color de su piel era amarillo. Algunos de los jefes de divisin del Ejrcito de Tierra estaban preocupados por el ejrcito chino durante la marcha hacia el norte, pero la mayora de ellos se haban portado como Dutch Keiser y no haban dominado su miedo; el comportamiento de Smith fue muy distinto. Entre otras cosas haba dejado claro a todos los oficiales de la divisin lo que deban hacer cuando atacara el ejrcito chino: combatir desde terreno elevado, movindose por sendas de montaa si era necesario, y sin pegarse a las carreteras como esperaban los soldados chinos. La artillera sera su mejor arma, capaz de equilibrar fuerzas. Se desplazaran primordialmente durante el da y trataran de atrincherarse por la noche. Todo aquello significaba que estaban preparados emocional y estratgicamente para la batalla que tenan por delante, a diferencia de la mayora de unidades del Ejrcito de Tierra. El fro era un enemigo incluso ms cruel que el ejrcito chino. Lo cubra todo y nunca aminoraba, y como si el fro natural que registraba el termmetro en las tierras altas de Manchuria no fuera bastante, casi todo el tiempo se hallaban en una especie de tnel de viento que haca an ms intensa la sensacin trmica. Llegaron a parecerse a aquellos Viejos Marineros * cuya navegacin los haba llevado demasiado cerca del polo, todos ellos con barba de varios das. Slo haba que ver los carmbanos que colgaban de ellas. El fro haca que los hombres desearan abandonarlo todo y rendirse; haca difcil que quisieran seguir viviendo y combatir al da siguiente. Pero as y todo siguieron presentando batalla da tras da. Aos despus, cuando uno de los suboficiales visit a Chesty Puller en su casa a las afueras de Washington, ste le salud diciendo: Qu, sargento, ya te has descongelado?. No les gustaba considerar aquello una retirada; no era como si hubieran encontrado un enemigo que se desplazaba hacia ellos desde el norte y hubieran tenido que retirarse hacia el sur. Un periodista le pregunt a Smith durante el combate qu pensaba de la retirada desde Chosin de los marines y ste exclam indignado: Qu retirada ni qu demonios? Simplemente atacamos en otra direccin.4 Evidentemente, el ejrcito chino haba volado el puente de El Paso de Funchilin inmediatamente despus de que lo cruzaran los marines en su camino hacia el norte, como haba previsto Smith, y durante un tiempo aquello pareci una condena a muerte inapelable quiz estaban atrapados all sin remisin, pero la fuerza area hizo un buen trabajo transportando las piezas de un puente prefabricado y milagrosamente funcion; pudieron hacerles llegar bastantes secciones por aire y de algn modo los ingenieros consiguieron volver a ponerlo en pie. As pudieron los marines cruzar cuando regresaban hacia el sur, una hazaa de ingeniera y talento a la altura del valor de los combatientes. La Primera Divisin de Marines, totalmente rodeada, haba conseguido en un ejemplo espectacular de pura fuerza militar abrirse camino. Durante la batalla quedaron fuera de combate al menos cuatro divisiones chinas. En la guerra de Corea hubo varias situaciones militarmente siniestras, pero aqulla no fue una de ellas. Cuando Ed Simmons, que combati all, escribi cincuenta y un aos despus sus vivencias de la retirada de Chosin, recordara que durante sus ciento cuarenta aos de historia los marines haban recibido doscientas noventa y cuatro Medallas de Honor del Congreso, de las que cuarenta y dos fueron concedidas durante la guerra de Corea, y de estas ltimas catorce fueron otorgadas por diversas acciones durante la retirada de Chosin, siete de ellas pstumamente. Pero el mando de Smith, su sentido casi proftico de la batalla que estaba por venir, no se gan la admiracin de los hombres cuyo Cuerpo haba salvado. Almond no se dign a alabar su labor, ya que eso habra significado admitir sus propios errores de clculo y su ceguera frente a las fuerzas que lo haban emboscado. Aos despus todava deca: En lneas generales creo que el general Smith, ya desde el desembarco en Inchon y la fase de preparacin, fue demasiado cauteloso en la ejecucin de las rdenes que reciba.5 Pero en definitiva, pese a todo aquel herosmo inigualable, se trataba de una retirada: haban avanzado demasiado en direccin al norte, haban sido atacados por una fuerza gigantesca y se haban visto obligados a retirarse. Smith y los marines, aunque estaban orgullosos de su retirada, lo saban. La nica persona que se neg a admitir que haba sido un error catastrfico fue MacArthur. Los marines prepararon subsiguientemente un informe de lo que haba sucedido y se lo enviaron a MacArthur, y ste objet el uso del trmino retirada. Smith cuenta que dijo: En toda mi experiencia nunca estuve tan satisfecho de una operacin como lo estoy de sta;6 a continuacin comentaba: Qu es lo que podas hacer con un hombre como aqul?.
El ataque contra la Segunda Divisin en la parte occidental de la pennsula haba tenido en cambio consecuencias espantosas, y aun a pesar de momentos de gran valor, predominaron el caos y la confusin y la falta casi total de direccin desde el alto mando. En conjunto, lo que sucedi durante aquellos das en la parte occidental con el X Cuerpo, cuando lo atacaron las fuerzas chinas, fue, en palabras de Dean Acheson (un observador no del todo desinteresado, por el odio que senta hacia MacArthur), la mayor derrota sufrida por el ejrcito estadounidense desde la batalla de Bull Run durante la guerra civil. Los miembros de la Segunda Divisin que sobrevivieron eran, segn otros veteranos de aquella guerra, algo diferentes de otros veteranos. Al igual que muchos de los soldados que combatieron en Corea, volvieron a casa muy cambiados. Los que vivieron aquella semana, la semana del ataque chino en las Horcas Caudinas, eran despus muy diferentes de los dems veteranos de Corea. No solan presumir de aquello y ms bien se mostraban reacios a hablar de sus experiencias, incluso entre ellos. Parecan retraerse cuando alguien pretenda alabarlos o presentarlos como hroes; se consideraban nicamente supervivientes. Al igual que sus unidades haban sido diezmadas, tambin ellos haban sufrido diversos daos. Muchos haban perdido ciertamente algo importante: un da eran soldados con incontables amigos, parte de un ejrcito que llevaba ventaja en una guerra que la mayora de ellos odiaban, convencidos de que prcticamente haba acabado un perodo muy difcil de su vida y por tanto proclives al optimismo, y una semana despus muchos de sus amigos haban desaparecido o muerto, a menudo de forma indescriptible y ante sus propios ojos. Muchos de ellos no soportaban nicamente la carga normal del superviviente, esa incomodidad de haber sobrevivido cuando otros que admiraban o quiz consideraban mejores soldados haban muerto, sino una sensacin secreta, que no se atrevan a expresar a nadie ms, de que durante aquellos siete das, cuando tantos de sus amigos haban muerto o haban sido capturados, haba habido un momento, quiz un breve instante, en el que podran haber sido un poco ms valientes, con lo que quiz otros habran sobrevivido. Salir de all vivos les haba supuesto en lo inmediato el alivio de vivir un da ms, pero a menudo, cuando reflexionaban sobre lo que haba sucedido, sobre lo que haban contemplado y hecho, tambin sentan una desconfianza infinita en s mismos.
Laurence Keiser saba, desde que acab el da, que probablemente se necesitara un chivo expiatorio y que l era la opcin ms obvia. De hecho fue relevado del mando cuatro das despus: un anuncio desde Tokio indicaba que sufra una grave enfermedad. Pocos das despus llam a Slam Marshall, el historiador militar que estaba en Corea realizando entrevistas para lo que se convertira en su libro The River and the Gauntlet, y le cont lo que haba sucedido exactamente. Haba recibido un mensaje del alto mando del Octavo Ejrcito informndole de que estaba enfermo con neumona y deba presentarse en un hospital en Tokio. Keiser supo en aquel mismo instante que estaban a punto de apretar el lazo en torno a su cuello y hacerle responsable de la derrota. Le dijo a Marshall que estaba muy resentido por haberse convertido en la cabeza de turco para el error de MacArthur. As que se dirigi a Sel para ver a Lev Allen, jefe de Estado Mayor del Octavo Ejrcito. La conversacin entre ambos transcurri como sigue: Allen le pregunt: Qu diablos est usted haciendo aqu? No tiene neumona?. Como puede ver, no tengo neumona, as que corte el rollo. Pero va usted a cumplir la orden, no?. S, porque se trata de una orden, pero no quiero que me tome el pelo al respecto. Entonces Keiser se levant para irse. Allen todava dijo algo ms: Dicho sea de paso, el general Walker dice que se ocupar de usted proporcionndole un puesto en su cuartel general. Dgale al general Walker que se meta el puesto en el culo,7 respondi Keiser. Pero aquello no era ms que el principio. Laurence Keiser era el blanco ms fcil. En la propia Corea casi todos los mandos estaban muy desacreditados. Puede que a Walton Walker no le gustara la idea de dirigirse al norte, pero el mbito de la derrota subrayaba sus propias limitaciones como mando impotente frente a sus superiores. Estaba convencido de que lo iban a relevar del mando y de que tambin l servira como chivo expiatorio. A diferencia de Walker, Almond estaba protegido polticamente en Tokio y sus fuerzas se haban salvado de una destruccin completa, pero slo gracias a la prctica insubordinacin de O. P. Smith. Despus de que Chesty Puller le ayudara a sacar su regimiento de Hungnam, un periodista de la revista Time le haba preguntado cul era la mayor leccin que se poda extraer de la batalla y Puller haba respondido inmediatamente: No volver nunca a formar parte del X Cuerpo.8 Pocas semanas despus, cuando Matt Ridgway lleg a Corea para asumir el mando, se reuni con O. P. Smith y lo nico que ste le pidi fue que no volvieran a poner nunca a los marines bajo el mando de Almond, peticin a la que Ridgway accedi gustosamente.
Pocas semanas despus de la retirada de Kunuri por la carretera hacia Anju, Paul Freeman fue entrevistado por Keyes Beech, periodista del Chicago Daily News, quien le record su estancia en China como joven oficial durante la dcada de 1930. Entonces haba visto de cerca al ejrcito chino, cuando nadie se lo tomaba demasiado en serio, y ahora estaba combatiendo contra l. Qu pensaba al respecto? Freeman le respondi: No son los mismos chinos. 35
Durante los das que siguieron a la retirada desde Kunuri, la gran pregunta que todos se hacan no era si haba sido o no un desastre, sino hasta qu punto poda agravarse a partir de entonces. Hasta dnde tendran que retirarse? Cuando Walton Walker se reuni con MacArthur durante la noche del 28 de noviembre, todava confiaba en que si se retiraban hasta el cinturn ms estrecho de la pennsula y creaban all un arco de este a oeste, Pyongyang-Yangdok-Wonsan, podran resistir el embate chino. Ms adelante el propio Truman habl de esa lnea y dijo que all es donde se deberan haber instalado desde el principio. El arco pareca relativamente estrecho, especialmente comparado con los espacios mucho ms amplios al norte, donde el pas se expanda, pero aun as eran doscientos kilmetros que haba que cubrir con siete divisiones estadounidenses, lo que significaba que cada divisin deba abarcar un sector de alrededor de treinta kilmetros, y estaba bastante al norte; las carreteras eran terribles y sera extremadamente difcil abastecer a muchas de las unidades, en tanto que el ejrcito chino podra deslizarse fcilmente entre ellas y aislarlas. Ahora afrontaban por fin toda la realidad a la que haban dedicado tan poca atencin durante las seis semanas anteriores; pero cuando el primer xito chino se hizo evidente, el mito de la batalla, tan importante para los soldados, se puso de repente de su parte: eran muchos, fanticos e intrpidos frente a sus enemigos; combatan brillantemente por la noche; podran rodear una posicin de Naciones Unidas e introducirse en ella antes de disparar un tiro. El factor miedo, que haba pesado sobre el ejrcito chino antes de que comenzara la batalla debido a la abrumadora superioridad del armamento estadounidense, ahora pesaba sobre las fuerzas de Naciones Unidas. El virus ms peligroso que puede infectar a un ejrcito el temor al enemigo se propagaba ahora en el Octavo Ejrcito. Y si hasta haca muy poco se haba subestimado la capacidad militar del ejrcito chino, ahora se magnificaba. Si antes se haban dirigido despreocupadamente hacia el norte, ahora se sentan incapaces de subsanar cualquier eventual brecha en sus posiciones. Lo que estaba teniendo lugar en la parte occidental de la pennsula no era una retirada sino una autntica desbandada de un ejrcito desconcertado debido a la imprudencia de sus mandos. Pareca como si no hubiera nadie al frente. La gente del Dai Ichi, cuya ilusin de una rpida victoria total haba quedado desbaratada, estaba helada. En cierta forma era como si la crisis se hubiera apoderado del propio MacArthur: siempre habra pretendido que quienes lo rodeaban lo consideraran omnisciente, pero ahora que haba sido derrotado en el campo de batalla por un ejrcito asitico mandado por generales de origen campesino, era como si hubiera perdido la confianza, no slo en sus propias fuerzas sino incluso en s mismo. Antes de la intervencin del ejrcito chino en la guerra, hablaba de alcanzar la mayor victoria de la historia de la cristiandad y de ros enrojecidos por la sangre china. Ahora, hablaba, en trminos no menos apocalpticos, de ampliar la guerra (y de emplear la bomba atmica) o de abandonar inmediatamente toda la pennsula coreana. No estaba en absoluto dispuesto a admitir los errores que haba cometido y tratar de recomponer su maltrecho ejrcito. Hasta entonces haba aludido repetidamente al concepto chino de perder la cara, la vergenza y desconfianza que cae sobre quien incumple sus promesas; y ahora era l mismo, por muy caucsico que fuera, quien haba perdido la cara, no slo ante el mundo entero sino ante sus propias tropas, y quiz lo ms importante, ante s mismo. Ms tarde Ornar Bradley y Matt Ridgway comentaron sus cambios de humor durante aquel perodo, que si siempre haban sido considerados como un problema por otros comandantes y autoridades civiles, ahora eran ms pronunciados que nunca. Para nadie fue una sorpresa que MacArthur no asumiera la responsabilidad por la derrota; hablaba ms bien como si l hubiera sido la principal vctima de la poltica de Washington. Y an peor, no se atreva a visitar a sus hombres all donde haba tenido lugar la derrota, como si al hacerlo tuviera que hacer frente a quienes saban hasta qu punto les haba fallado. Se mantena bajo la cubierta protectora del Dai Ichi junto a su Estado Mayor y no visit Corea hasta el 11 de diciembre, dos semanas despus del ataque chino. Algunos de sus telegramas a Washington durante aquellos das traslucan la ms desbordada fantasa: aseguraba que el X Cuerpo, en gran peligro en la costa este cuando lleg el ejrcito chino, no estaba, como saban todos en Washington, luchando por la supervivencia, sino en una misin ofensiva que haba destruido entre seis y ocho divisiones chinas que de otro modo habran machacado al Octavo Ejrcito. Matt Ridgway deca ms tarde: Cuando llegaban mensajes como aqul era como si hubiera entrado la locura en la sala. Hubo un momento, justo antes del ataque chino, en que como escribi su bigrafo William Manchester, MacArthur pareca un coloso que cruzaba Corea a largas zancadas, hasta que la nmesis de su soberbia le venci. Y luego, despus de que sucediera lo peor, no poda soportar que su carrera concluyera con un fracaso. De repente les pareca a los observadores externos, incluso a quienes le atribuan cierta buena voluntad, un anciano desesperadamente perdido. El general britnico Leslie Mansergh, que lo visit por entonces, observaba que pareca de mucha ms edad que sus setenta aos: eran evidentes las seales de nerviosismo y tensin. Le pareci totalmente desconectado de la realidad del campo de batalla; cuando insista en los esfuerzos y xitos combinados de todas las tropas de primera lnea aguantando hombro con hombro y muriendo si era necesario para vencer al comunismo, lo vi como fuera de lugar. No creo que hubiera podido hacer aquellos comentarios de haber dispuesto de todos los datos que yo inevitablemente supe ms tarde, y de los que muchos estadounidenses no se habran sentido orgullosos. Pens entonces, y es algo en lo que se insisti ms tarde, que la guerra de Corea se analizaba en Tokio omitiendo los hechos ms desagradables.4 Clayton James, autor de una biografa en general muy favorable, escribi: Se mostraba deprimido y de mal genio en el cuartel general en Tokio y pasaba muchas noches insomne, paseando por el pasillo de su casa. Su estado de nimo oscilaba brutalmente de extremo a extremo, pasando de un entusiasmado optimismo que le haca pensar en la posibilidad de ganar la guerra antes de la Navidad [de 1950], a predicciones alarmistas, al poco rato, de que sus tropas se veran obligadas a retirarse a Japn a menos que recibieran un poderoso refuerzo. Segn sealaba James sobre aquel perodo, nadie a su alrededor poda plantearle determinados temas, como su dudosa eleccin de Almond como comandante en jefe del cuerpo o su decisin de escindir sus fuerzas. Se irrit considerablemente cuando la prensa le tom el pelo por calificar lo que poco antes era una grandiosa ofensiva que permitira a los chicos regresar-a-casa-antes-de-Navidad, como un reconocimiento en profundidad, que haba tenido xito porque desencaden prematuramente el contraataque chino.5 Sus cambios de humor siempre haban constituido un problema, del que era muy consciente la gente que trataba con l en Washington. Ornar Bradley juzgaba que su brillante pero quebradiza mente se haba chascado cuando se dio cuenta de que sus superiores civiles en Washington no le iban a permitir una guerra abierta contra China, una guerra ms amplia en la que pudiera obtener la victoria final y redimirse.6 Matt Ridgway lo describi como un hombre capaz de mostrarse brillante y totalmente lcido y al minuto siguiente, durante la misma conversacin como si le hubiera dado a un interruptor, sumergirse en un mundo privado que slo l entenda (y habitaba), en el que las derrotas no eran derrotas y las victorias de sus adversarios no eran en realidad victorias.7 Dean Acheson, valorando su comportamiento durante las semanas posteriores a la intervencin del ejrcito chino, citaba a Eurpides: Los dioses enloquecen primero a aqullos a los que quieren perder.8 Durante aquellos das posteriores al ataque chino y a medida que iba quedando clara la magnitud de la derrota, a los periodistas que trataban con el alto mando les pareca a veces surrealista el contraste entre lo que suceda en Corea y lo que se pensaba en Tokio. Joseph Fromm, el periodista del U. S. News & World Report presente en la lista de enemigos de Charles Willoughby, recordara mucho tiempo despus una escena peculiar durante aquellos das. Alrededor de una semana despus de la derrota de Kuniri, Willoughby ofreci una conferencia de prensa en Tokio. All estaba el jefe de la inteligencia en el estrado, tan lleno de certidumbre como siempre, al parecer inconmovible ante la derrota, tratando de demostrar que l y su personal del G-2 haban estado acertados todo el tiempo sobre los movimientos del ejrcito chino y de hecho lo haban estado siguiendo desde el momento en que sali del sur de China y saban exactamente lo que planeaba hacer. Incluso cuando MacArthur realiz su famosa declaracin comprometindose a devolver a los chicos-a-casa-antes-de-Navidad, saba que gran nmero de soldados chinos haban cruzado ya el Yalu y que haba tropas de ms de treinta divisiones a ambos lados de la frontera a poca distancia de las fuerzas estadounidenses. Un periodista le pregunt por qu haba proseguido entonces su ofensiva, si saba que el ejrcito chino los superaba en una proporcin de tres a uno, y Willoughby respondi: No podamos contemplarlo pasivamente. Tenamos que atacar y conocer el perfil del enemigo. En su opinin, al mando no le haba sorprendido en absoluto el contraataque chino. Fromm deca aos despus: Regres a mi oficina y pens: ahora dicen que siempre lo haban sabido y que nunca se equivocaron, y que no les sorprendi porque era inconcebible que les pudieran sorprender, pero cualquiera que hablara con los chicos que combatan all los habra odo maldecir, porque ellos no conocan en absoluto al ejrcito chino tan profundamente como lo conocan MacArthur y Willoughby. Es una locura, una pura locura. Algunos estn locos de atar.9 Poco a poco comenz a emerger una nueva lnea desde Tokio. Si las cosas haban ido mal era porque Washington haba bloqueado a MacArthur, impidindole atacar las bases chinas al otro lado del Yalu. No esper mucho para lanzar su propia defensa en revistas amigas con directores amigos. El 1 de diciembre, diez das antes de atreverse a visitar a sus hombres en Corea, apareci un largo artculo en el U.S. News en el que criticaba al gobierno por no dejarle perseguir en caliente al ejrcito chino bombardeando sus bases en Manchuria. Eso, deca, le impona un enorme handicap [militar], sin precedentes en la historia. En Washington lo consideraron otro Documento para la Posteridad de MacArthur. Truman estaba furioso, como caba esperar. El 6 de diciembre impuso una mordaza general, exigiendo que cualquier declaracin sobre Corea fuera contrastada previamente con el Departamento de Estado. Pero de todas las reglas dictadas en aquel momento, aqulla era la que MacArthur tena menos intencin de obedecer. Ms tarde Bradley juzgaba que aqul fue otro momento crtico en el que la Junta de Jefes de Estado Mayor le fall al presidente. Washington se senta impotente, obligado a recibir las malas noticias sin poder hacer nada para cambiar las condiciones del campo de batalla. A Bradley le pareca que MacArthur estaba arrojando la toalla sin el menor esfuerzo por combatir. En Washington saban que el ejrcito chino no se haba esforzado por perseguir a Walker cuando ste inici la retirada hacia el sur, y Bradley se preguntaba: Por qu retroceda entonces tan rpidamente el Octavo Ejrcito? Por qu no haba viajado MacArthur a Corea para frenar a Walker y alentar a las tropas con su famosa retrica? Era una desgracia.10 El ejrcito estadounidense se senta derrotado. Walker probablemente debera haber sido relevado en aquel mismo momento; su posicin era insostenible desde haca mucho tiempo. Se necesitaba obviamente un nuevo hombre al mando en el campo de batalla, ya fuera Matt Ridgway o Jim van Fleet, otra estrella en ascenso que haba conseguido poner orden entre las fuerzas anticomunistas en Grecia. Adems, habra que haber ordenado a MacArthur que uniera sus dos fuerzas, el Octavo Ejrcito y el X Cuerpo. Bradley sealaba que en las altas esferas slo Dean Rusk pareca impulsar ese tipo de decisiones para contrarrestar el pesimismo que se haba instalado en los militares (Rusk preguntaba por qu no se poda concentrar nuestros mejores esfuerzos y nimo para combatir. Los britnicos, deca, lo haban hecho repetidamente durante la segunda guerra mundial; por qu no podan hacerlo igualmente los estadounidenses?). Aqul fue el momento ms sombro para el gobierno de Truman. La guerra, que el presidente crea prcticamente acabada, no slo se haba ampliado, sino que el alto mando en Tokio se mostraba como el adversario ms serio del gobierno, tanto en el terreno poltico como en el militar, acusando a la administracin de falta de apoyo e incluso de la derrota. El propio Truman, que normalmente saba contener los nervios durante las conferencias de prensa, haba resbalado el 30 de noviembre, al inicio de la contraofensiva China cuando contest a una pregunta sobre lo que iban a hacer las fuerzas estadounidenses en Corea diciendo que haran lo que fuera necesario para responder al reto. Otro periodista le pregunt: Incluye eso la bomba atmica?. Truman podra haber eludido fcilmente la respuesta, pero contest: Eso incluye todas las armas de las que disponemos. Entonces otro periodista le pregunt: Significa eso que se est considerando la posibilidad del uso de la bomba atmica?, y Truman respondi: Siempre se ha considerado la posibilidad de su uso. Luego empeor an ms las cosas cuando dijo que aquello era algo que los militares tendran que decidir y aadi que la decisin sobre el uso de todas esas armas le correspondera al mando militar en la zona. Aquello aterroriz a mucha gente tanto ciudadanos estadounidenses como de los pases aliados pues se supona que MacArthur, el comandante supremo, tendra la ltima palabra en cuanto al uso del arma atmica. El gobierno fue rectificando lenta y torpemente las palabras del presidente. La Junta de Jefes de Estado Mayor era especialmente dbil aquellos das. Oficiales por lo general valientes e independientes se burocratizaban rpidamente en cuanto entraban a formar parte de la junta. Aquello reflejaba uno de los grandes secretos de la cultura militar, la posibilidad de que quienes se haban mostrado muy audaces en la batalla, intrpidos cuando haca falta, se volvieran blandos y cautelosos en cuanto alcanzaban el pinculo de su carrera. Eso, que fue verdad en Corea, lo sera an ms en Vietnam. En la milicia haba, al parecer, dos tipos diferentes de valor el coraje en la batalla y la independencia o capacidad en la institucin y a menudo no coincidan en las mismas personas. El alto mando quera que MacArthur concentrara sus fuerzas, devolviera el X Cuerpo al Octavo Ejrcito y creara un mando unificado en el que fueran tropas estadounidenses las que protegieran los flancos de su fuerza principal. Crean que su mayor movilidad, combinada con la limitada capacidad logstica del ejrcito chino, permitira a las tropas de Naciones Unidas replegarse sesenta u ochenta kilmetros, reagruparse y establecer as una lnea defensiva mucho ms firme respaldada por la aviacin y la artillera si el ejrcito chino segua avanzando. Excepto en lo que se refiere a la difcil tarea de sacar a los marines del rea en torno al embalse de Chosin, aquello resultaba factible, crean, porque en casi todas partes el ejrcito chino haba perdido el contacto tras su ataque inicial. Ya el 29 de noviembre la Junta de Jefes de Estado Mayor haba telegrafiado a MacArthur sugirindoselo. Se trataba slo y ah estaba el meollo de la cuestin de una sugerencia, no de una orden, y l la rechaz directamente, respondiendo el 3 de diciembre: No existe posibilidad prctica ni tampoco necesidad de unir las fuerzas del Octavo Ejrcito y del X Cuerpo. Los jefes de Estado Mayor quedaron atnitos. No podan entender qu lgica militar tena aquello, excepto que su sugerencia poda considerarse como una condena implcita de la decisin de MacArthur de dividir sus fuerzas. El telegrama de ste era un recordatorio de que incluso cuando se equivocaba, el general MacArthur nunca se equivocaba. Sus telegramas estaban ahora plagados de predicciones pesimistas. A menos que dispusiera de muchos ms soldados, sus fuerzas se veran pronto obligadas a retirarse a cabezas de playa. Los jefes de Estado Mayor estaban muy preocupados por el creciente tono de pesimismo se podra hablar incluso de pnico que reflejaban aquellos telegramas. Bradley repas ms tarde algunos de ellos, dejando comentarios irritados en los mrgenes, y su amarga valoracin de aquel perodo era que MacArthur nos haba tratado como a nios.
La intervencin del ejrcito chino en la guerra y las terribles derrotas de las fuerzas de Naciones Unidas en el norte no propiciaron una mayor prudencia en Estados Unidos, sino que por el contrario agudizaron la brecha poltica existente al dar alas a los ms halcones entre los partidarios de dar prioridad a China, que seguan confiando ciegamente en las decisiones de MacArthur y sometieron al gobierno a una presin an mayor que hizo descender en picado la popularidad de Truman. Para los miembros del lobby chino aquello era una demostracin irrefutable de que la poltica estadounidense en Asia haba fracasado; Henry Luce poda argumentar que siempre haba llevado razn mientras que Acheson se haba equivocado. Luce esperaba que el gobierno se mostrara ahora algo ms resuelto en Asia. Como escribi Robert Herzstein, uno de sus bigrafos, siempre haba considerado la intervencin en Corea no como una operacin policial o un atolladero, sino como una ocasin prometedora para iniciar la liberacin de China. Ahora se mostraba ms agresivo que nunca. John Shaw Billings, un viejo amigo de Luce que mantena un registro meticuloso de los sentimientos y pensamientos de ste, anot en su diario el 5 de diciembre, mientras tena lugar la terrible retirada desde Kunuri: Luce quiere una gran guerra, quiz no en este momento, sino ms adelante.14 Estaba ms convencido que nunca de que su previsin de una importante confrontacin en Asia era acertada y de que se poda derrotar a los comunistas si el gobierno no estorbaba. Al mismo tiempo, a medida que se iba fortaleciendo su certidumbre en la inevitable confrontacin entre Occidente y los comunistas, Luce y algunas de las personas ms destacadas de su entorno comenzaron a preocuparse por la ubicacin de sus oficinas, pensando que los comunistas podran acabar lanzando sobre Estados Unidos bombas atmicas. Las oficinas de Time-Life estaban a unos tres kilmetros de distancia de la Union Square de Manhattan, el lugar ms probable, en su opinin, como blanco de una bomba atmica, por lo que se hablaba muy en serio de trasladarlas a varios kilmetros de distancia, al Upper West Side de Manhattan,15 e incluso a Chicago. Tampoco le afect a Luce la pobre actuacin de MacArthur ante los comits conjuntos del Senado y quera convertirlo en Hombre del Ao de Time para 1951, pero se lo desaconsej su director.
Quienes tomaban las decisiones al ms alto nivel en Washington recordaban las semanas que siguieron al contraataque chino como el perodo ms oscuro de su trabajo para el gobierno, un momento de parlisis. Se sentan bajo un ataque constante y quienes deberan haber ayudado y dirigido el resurgimiento de sus fuerzas militares se haban convertido en sus principales crticos. Slo llegaban malas noticias. La ausencia de liderazgo era aterradora y en Washington no pareca haber nadie capaz de colmar el vaco. Resultaba particularmente inquietante que ya no se tratara de las dbiles tropas que Estados Unidos haba enviado a Corea cuando empez la guerra; ahora eran las mejores de las que dispona el pas, y aun as haban sido derrotadas; y ahora Estados Unidos se enfrentaba al pas ms poblado del mundo, cuyas fuerzas, supuestamente mal armadas, parecan de repente invencibles. Aquella era una situacin horrenda: la guerra era mucho mayor, el enemigo ms poderoso, el apoyo poltico interno haba menguado mucho y segua disminuyendo da tras da. En general, los hombres que trabajaban para el gobierno eran considerados como los ms capaces de su generacin. Un libro muy vendido en aquellos das, dedicado a ellos, llevaba como ttulo The Wise Men [Los hombres sabios]; pero todos ellos, aunque durante octubre y noviembre hubieran intuido que iba a suceder algo terrible, haban permanecido en silencio, congelados, mientras MacArthur segua dando rdenes. Ni ellos ni los civiles que haban viajado a la isla de Wake le haban hecho nunca las preguntas difciles cuando importaba, en buena medida porque la marea poltica iba en su contra. Aunque nunca haban confiado en l, haban actuado como si se tratara de una especie de profeta, autorizado a hablar no slo en su propio nombre y el de sus subordinados, sino tambin en el de los militares chinos. Ahora, mientras l se explayaba en Tokio, volvan a parecer impotentes para detenerlo. Pero no fueron slo los jefes de Estado Mayor y los gobernantes civiles como Dean Acheson quienes se mostraron impotentes para contener a MacArthur en aquel momento; fue tambin el funcionario pblico ms respetado de la poca, George Catlett Marshall, quien tras una envidiable ejecutoria como secretario de Estado y un retiro demasiado breve, acababa de convertirse en secretario de Defensa. Entre los altos dirigentes era el ms respetado y experimentado, y la mayora de los hombres que servan a Truman lo vean ms como una figura paternal que como un igual. Era la figura ms tranquila y ms modesta de la poca: nunca elevaba la voz, nunca daba rdenes irritadas, nunca amenazaba ni presionaba a la gente. Su fuerza provena de su cordura y su sentido del deber, que eran absolutos, de su control casi nico de su propio ego y su capacidad para separar lo sustancial de los secundario. Debido a su tremenda autodisciplina y sus estoicas cualidades personales, resultaba fcil subestimar todo su valor. A menudo lo juzgaban como alguien primordialmente hbil como gestor y no se prestaba suficiente atencin a su gran capacidad intelectual, que le encantaba disimular. Puede que George Kennan fuera un ejemplo ms clsico de intelectual dotado al servicio de una burocracia, y que Acheson, con su ingenio cortante y su formidable habilidad verbal, fuera ms convincente en cualquier debate pblico, pero Marshall posea una desacostumbrada fuerza intelectual y un sentido excepcional de las consecuencias de los actos. En cierto modo se haba autoeducado durante su larga y difcil carrera, pero haba aprovechado cada puesto que desempe, por humilde y descorazonador que fuera, para analizar las fuerzas que se entrecruzaban a su alrededor. Haba alcanzado as el ms raro de los dones y el ms difcil de encontrar en el mundo, la sabidura. Su inteligencia era del tipo ms pragmtico que quepa concebir, nunca ostentosa, y siempre dejaba claro que para l el sentido del deber era ms importante que el puro fulgor; eran muchos menos los admiradores de Marshall que los de MacArthur, pero de una forma tranquila y reservada, Marshall saba cmo poner en funcionamiento las grandes fuerzas de la historia, algo que MacArthur no sola saber hacer. Su declive durante aquel perodo fue muy gravoso para el equipo de Truman. En aquella coyuntura crtica, como tras la derrota en Unsan, Marshall se mostr sorprendentemente pasivo. Fue probablemente su momento ms desmayado en una carrera muy larga y distinguida. A algunos les extraaba su silencio. Quiz, pensaban, su larga y desgraciada relacin personal con MacArthur, que se remontaba a la primera guerra mundial, era parte del problema. Quiz le costaba algo ms poner lmites a MacArthur que a cualquier otro oficial, por miedo a convertirse en la caricatura que ste difunda de l; pero tena que haber algo ms. Era la propia naturaleza del puesto de secretario de Defensa, tal como l lo entenda, esto es, que su tarea consista en apoyar a los jefes uniformados, y no en imponerles su voluntad? Significaba eso acaso que era mucho ms libre para hacer frente a MacArthur cuando estaba al frente de la secretara de Estado que desde la de Defensa? O le resultaba incmodo usurpar los poderes de la Junta de Jefes de Estado Mayor? Se haba convertido en una debilidad su propia fuerza, su modestia, su sentido de la jerarqua? Ciertamente haba algo de todo esto: pero tampoco se debe perder de vista que en 1950 Marshall ya no era el mismo que durante la segunda guerra mundial, que las aplastantes jornadas y cargas de los aos de guerra y posguerra se haban cobrado su tributo, que su salud no era buena y que ya no era fsica o intelectualmente tan fuerte como antes. Lo que empeoraba an ms aquella situacin era su estatus particular entre los militares: instintivamente se inclinaban ante l, esperaban sus seales, y ahora no las haba. En opinin de algunos dirigentes de Washington, los cambios de humor de MacArthur se reflejaban en sus estimaciones acerca de la envergadura de las fuerzas chinas que tena que afrontar. Tpicamente pasaba en cuestin de horas de una grave subestimacin a una significativa sobrestimacin. Los nmeros que Willoughby y l mismo daban de las tropas chinas antes de su ataque eran absurdos unos sesenta mil, pero ahora MacArthur le deca a Joe Collins, que haba ido a visitarle, que tena que hacer frente a quinientos mil soldados y que su fuerza area era prcticamente intil debido al santuario manch. La impotencia de Washington irrit al teniente general Matt Ridgway ms que a ningn otro. Le haba inquietado el impulso de MacArthur hacia el norte desde que se inici, juzgando que los peligros eran demasiado grandes y los soldados de infantera tendran que correr un riesgo demasiado alto. Pareca como si se hubiera pensado muy poco en las eventuales consecuencias. Ahora, cuando el frente se hunda sobre ellos, los soldados seguan corriendo peligro sin que hubiera una estrategia clara para evitarlo, a Ridgway le espantaba la incapacidad de MacArthur para ponerse a la altura de la situacin as como la ausencia de objetivos y de mando en Washington, hacindose cmplices sus superiores de aquel extrao vaco. Entre los altos mandos militares en Washington, Matt Ridgway fue el ms franco cuando MacArthur pareci venirse abajo. Cada vez llegaban peores noticias y en Washington nadie pareca dispuesto a asumir la responsabilidad. Los jefes de Estado Mayor seguan enviando sugerencias a MacArthur, quien las reciba con un desprecio absoluto y segua pidiendo tropas. Pareca querer cuatro divisiones ms que no haba de dnde sacar. Pocas semanas antes todos crean que la mejor consecuencia del xito del desembarco en Inchon era que podran devolver una divisin a Europa. Lo ltimo que deseaban, con las fuerzas militares tan dispersas en todas partes, era enviar ms tropas a Corea. George Marshall haba manifestado en una reunin: Queremos evitar un despliegue permanente en Corea, y a continuacin aadi esta reflexin: Pero cmo podemos retirarnos con honor?. Matt Ridgway pensaba que haba demasiadas reuniones en las que no se decida nada y en las que todos esperaban que fuera otro el que tomara la iniciativa. Los dems generales, escribi, estaban todava intimidados de forma casi supersticiosa por aquella imponente figura militar que muchas veces haba estado en lo cierto cuando todos los dems se equivocaban.16 El domingo 3 de diciembre los principales dirigentes militares y de seguridad nacional, incluidos los jefes de Estado Mayor, Acheson y Marshall, se reunieron en otra larga sesin sin llegar a un acuerdo, deca Ridgway, para enviar una orden capaz de corregir, segn sus propias palabras, una situacin que iba evolucionando de mala a desastrosa. Finalmente Ridgway pidi permiso para hablar y dijo ms tarde se pregunt si haba sido demasiado directo que llevaban demasiado tiempo debatiendo y que era hora de tomar alguna decisin. Se lo deban a los soldados que combatan en Corea, y a Dios, al que debemos responder por la vida de esos hombres; dejemos de hablar y empecemos a actuar. Cuando concluy nadie habl, aunque el almirante Arthur David, que haba sustituido a Al Gruenther como jefe de personal de la junta, le pas una nota en la que le deca: Estoy orgulloso de conocerle. A continuacin se interrumpi la reunin. Ridgway comenz a hablar con Hoyt Vandenberg, el jefe de Estado Mayor de la Fuerza Area, al que conoca desde que l era instructor y Vandenberg un joven cadete en West Point. Ridgway le pregunt a su viejo amigo: Por qu no envan los jefes de Estado Mayor alguna orden a MacArthur dicindole lo que debe hacer?. Vandenberg mene la cabeza: De qu servira? No obedecera las rdenes. Qu podemos hacer?. En aquel momento Ridgway, segn sus propias palabras, estall: Se puede relevar a cualquier mando que no obedezca las rdenes, no es as?. Nunca olvidara la mirada que le lanz Vandenberg: Sus labios se separaron y me mir con expresin desconcertada y sorprendida, se alej sin decir una palabra y no volv a tener ocasin de comentar aquello con l.17
Entretanto el ejrcito de MacArthur segua retirndose a toda velocidad; algunos lo llamaron La Gran Desbandada. Cubrieron doscientos kilmetros en diez das, aunque las fuerzas del ejrcito chino, al menos de momento, tenan poca capacidad ofensiva para obtener ninguna ventaja. Aquella carrera hacia el sur representaba la desintegracin total de una fuerza de combate, y como escribi Max Hasting se pareca al colapso del ejrcito francs en 1940 o del britnico en Singapur en 1942.18 Un oficial britnico escribi ms tarde que huan ante una amenaza desconocida del ejrcito chino, mal armado y que avanzaba a pie o a caballo.19 Los supervivientes de la Segunda Divisin iban dejando atrs, a medida que retrocedan hacia el sur, enormes hogueras visibles desde kilmetros de distancia, en las que ardan grandes cantidades de equipo recin llegado al pas y que segua llegando cuando comenz la gran ofensiva, para que no cayera en manos del ejrcito chino. Algunos soldados vestan todava sus uniformes de verano, y al or que los de invierno, que por fin haban llegado, estaban siendo quemados, trataron de acercarse a los almacenes, pero la polica militar los hizo retroceder a punta de pistola. A principios de diciembre los restos de la Segunda Divisin se reagruparon en Pyongyang. All desapareci cualquier esperanza de atrincherarse y establecer una fuerte lnea defensiva en un arco hasta Wonsan, o incluso de retirarse de forma ordenada. En la estacin de ferrocarril de Pyongyang hubo disturbios. Los soldados estadounidenses, confusos y desesperados, que deseaban salir de all cuanto antes, tuvieron que esperar dos das en los vagones de pasajeros sin que quedara disponible ninguna locomotora. Entretanto miles de refugiados coreanos aterrorizados y enojados llegaban a la ciudad con la esperanza de huir hacia el sur. En su irritacin comenzaron a saquear cuanto tenan a la vista. La bsqueda de una locomotora pareca interminable. Parte de la gente del cuartel general trataba de proteger los archivos de la divisin, pero pronto qued claro que si conseguan salir de all, lo nico que podran llevar consigo seran las tropas, por lo que comenzaron a quemarlos, as como el dinero de la paga de los soldados. Aquello gener una terrible sensacin de vergenza entre quienes esperaban en los vagones. Finalmente, a primera hora de la tarde del 4 de diciembre apareci una locomotora y cuatro horas ms tarde parti el tren.
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FIGURA 18. Avance del ejrcito chino, enero de 1951.
El 7 de diciembre encontraron un rea de estacionamiento en Yeongdeungpo [sic], en los alrededores de Sel. Estaban mal en todos los sentidos. Sam Mace escribi: Pasar por todo aquello fue terrible, el terror cuando atacaron los chinos, la espantosa travesa de El Paso, pero fue durante el caos despus de que nos separramos de ellos y retrocediramos hacia el sur, incapaces de reagruparnos, cuando me avergonc de mi ejrcito; no de los hombres de mi unidad ni de los de mi divisin, no por el infierno que habamos pasado, sino por los jefes militares que estaban al mando. Saba que volveramos a combatir y que podramos hacerlo bien si nos dirigan bien, pero aqul fue un momento de absoluta desgracia y vergenza.20 36
Walton Walker siempre conduca de forma imprudente. Tanto l como su chfer solan ir a mucha velocidad por las terribles, estrechas y heladas carreteras coreanas; pero hasta la maana del 23 de diciembre de 1950 aquello slo pareca una peculiaridad menor de un general bajo demasiada presin al que le haba tocado un papel que le vena grande. Walker, su chfer, su ayudante y su guardaespaldas iban pues en un jeep, como de costumbre a gran velocidad, en direccin norte por una carretera en la que se apiaban los vehculos que se dirigan al sur. De repente se cruz en su camino un camin de transporte de armas de una divisin surcoreana y no les dio tiempo a evitar el accidente. El jeep volc y los cuatro hombres cayeron en una zanja. Los otros tres sobrevivieron pero Walker muri casi instantneamente. En el momento de su muerte estaba agotado y convencido de que estaba a punto de ser relevado del mando. Aquello habra sido una forma particularmente poco gloriosa de concluir una carrera. Estaba totalmente deprimido: todo lo que haba hecho por mantener unidas sus tropas en el permetro de Pusan se olvidara y lo que marcara su epitafio sera el desastre a lo largo del Yalu. En realidad iba a conseguir su cuarta estrella y paradjicamente un gran elogio del propio Douglas MacArthur, pero le llegaran pstumamente. Quien lo iba a relevar, Matthew Bunker Ridgway, era un poco ms joven que los generales de la generacin de Eisenhower-Bradley-Patton. Vena ascendiendo desde el final de la segunda guerra mundial y estaba a punto de asumir el mando de un cuerpo aerotransportado en la guerra contra Japn, un nombramiento muy estimable, cuando sta finaliz. Ya haba aparecido en la portada de la revista Time, lo que en aquella poca supona una especie de consagracin. Era una rara figura, tan bueno en todo lo que haca que tanto en Washington como en Tokio prcticamente todos estuvieron de acuerdo en que era el hombre adecuado de hecho el nico para suceder a Walker. Cuando recibi la noticia de la muerte de ste, MacArthur pidi inmediatamente que lo reemplazara Matt Ridgway. Su valoracin en Washington era quiz an ms alta. Si Truman y los jefes de Estado Mayor hubieran podido elegir a su propio hombre al principio de la guerra, seguramente habra sido Matt Ridgway el que habra obtenido el mando en Tokio. Era lo mejor que tena el ejrcito estadounidense. Se haba convertido, incluso antes de asumir el mando en Corea, en el modelo con el que se comparaban los dems oficiales: Era tan bueno como Ridgway? Era ms joven?. Era valiente, resuelto e implacable, el hombre perfecto para asumir el mando en un momento y un lugar difciles en una guerra que iba de mal en peor, y para recomponer un ejrcito que se estaba desmenuzando. No iba a disfrazar las cosas para sus superiores, ni a gastar mucha energa en cumplidos. Su manera de comportarse con sus superiores, sus subordinados y con quienes combatan bajo su mando evidenciaba que estaban metidos en un asunto muy serio y que no haba tiempo que perder. Jack Murphy, el joven licenciado en West Point que obtuvo la Medalla de Honor del Congreso en sus primeros das en el Naktong y que acab convirtindose en historiador aficionado de la guerra, deca: Si Matt Ridgway hubiera estado all desde el principio, al mando del Octavo Ejrcito, ste no se habra dejado dominar por Tokio y no se habra producido la derrota de Kunuri, ni se habra desatado el pnico cuando atac el ejrcito chino, ni les habra sorprendido que les atacara un ejrcito tan grande. Habran tenido al frente un general que conoca el terreno y las dificultades que ste generaba, y no un mando a distancia en otro pas que diriga una guerra muy diferente y mucho ms confortable, pero que en realidad no saba lo que estaba sucediendo. No se habran amaado los informes con los datos que se reciban sobre el ejrcito chino y habran tenido mucho antes un servicio de informacin de primer grado y mejores mandos de cuerpo, divisin y regimiento. Los soldados rasos lo admiraban aunque no lo amaran. Saban que no iba en broma, que senta una autntica preocupacin por ellos y sus dificultades, que se pondra de su parte si presentaban quejas legtimas y que si hubiera sido su comandante desde el principio, seguramente no se habran dirigido hacia el norte con uniformes de verano (en caso de haberse dirigido hacia el norte). Ahora se iba a hacer cargo del mando del Octavo Ejrcito. Ridgway lo supo durante la noche del 22 de diciembre, pero no se lo dijo a su mujer hasta el da siguiente; luego hizo un ligero equipaje y se dirigi a Tokio. Si algn oficial haba sido particularmente adecuado para una tarea determinada en la historia militar estadounidense, se era Matt Ridgway cuando le encargaron la recomposicin del Octavo Ejrcito. Era un hombre duro, sin sentido del humor, ferozmente agresivo, tan exigente consigo mismo como con los dems. No se poda pensar en l sino como un soldado, y no precisamente un soldado en tiempo de paz. Aunque careca de la grandiosidad de MacArthur, tena su propia mstica y su propia apreciacin muy personal de su papel en la historia. Crea que l y los hombres bajo su mando descendan directamente de los acampados en Valley Forge, * y que les deban mucho a los que les haban precedido en el uso del uniforme. Era como si George Washington y quienes combatieron con l por la independencia estuvieran siempre observndolos. Ridgway hablaba a veces de forma casi mstica de los que haban luchado en la revolucin o en la guerra civil estadounidenses y de la necesidad de estar a su altura. Aunque era ferozmente anticomunista no se senta, como MacArthur, al frente de una cruzada ideolgica. El enemigo era el enemigo y haba que analizarlo sobre la base de sus puntos fuertes y dbiles. Si la ideologa haca mejores y ms comprometidos a los soldados norcoreanos o chinos, haba que prestar atencin a ese hecho. Cuando supo que el ejrcito norcoreano haban cruzado el paralelo 38, inmediatamente se pregunt si aquello representaba, en sus propias palabras, el principio de la tercera guerra mundial [...] Armagedn, la ltima gran batalla entre Oriente y Occidente. Inmediatamente les dijo a sus ayudantes que estuvieran atentos a cualquier movimiento desacostumbrado de las tropas soviticas en todo el mundo. Al mismo tiempo presion a sus superiores, Bradley y Collins, para que pidieran una movilizacin cuando menos parcial: Si se toma esa medida y no estalla la guerra habremos perdido dinero, pero si no se toma y estalla la guerra nos arriesgamos a un desastre. En cierto sentido Ridgway era muy halcn, pero a diferencia de MacArthur aceptaba que aqulla era una guerra limitada, que los civiles que la dirigan estaban sometidos a presiones que los militares no podan captar y que el principal campo de batalla poda estar a miles de kilmetros de Corea, muy probablemente en Europa Central, donde la Unin Sovitica haba situado tantas divisiones acorazadas. En agosto de 1950, sabiendo que aumentaba la presin para relevar a Walton Walker, Joe Collins le haba preguntado a Matt Ridgway qu puesto de mando prefera. Ridgway le haba respondido inmediatamente que si su pas se encaminaba a la tercera guerra mundial, preferira combatir en Europa; pero en agosto, cuando qued claro que la de Corea era una guerra aislada, su actitud cambi. Slo la posibilidad de que el relevo de Walker provocara una desconfianza an mayor entre las fuerzas estadounidenses le haba impedido asumir antes el mando. Era un hombre imponente, vigoroso y atltico, sin un gramo de grasa en exceso, y aunque slo meda 1,75 m, la fuerza de su personalidad le haca parecer mucho ms alto. Sus hbitos eran espartanos. Tema el declive de Estados Unidos debido a su materialismo cada vez ms patente; advirti que sus conciudadanos ya no caminaban y se hacan ms blandos cada ao. Paradjicamente, sus opiniones no eran muy diferentes de las de los mandos chinos que lanzaron su exitoso ataque contra las tropas estadounidenses. Crea que la prdida de fibra moral haba contribuido al desalentador rendimiento de los jvenes estadounidenses en Corea; en su opinin dependan demasiado de sus mquinas y su tecnologa. Lo primero que hizo cuando asumi el mando fue sacarlos del relativo confort de sus jeeps y camiones y hacerles patrullar tal como haban hecho sus predecesores, trepando los montes a pie; as compartiran con el enemigo por lo menos el fro. Ridgway se caracterizaba por su determinacin; tena un sentido innato del mando para saber lo que motivaba a los combatientes y lo que no. Hubo al menos tres momentos en su carrera en los que destac entre sus pares por su inteligencia y su carcter. El primero fue cuando dirigi el asalto aerotransportado contra las defensas alemanas en Francia en junio de 1944. El tercero en 1954, cuando las tropas de lite francesas se vieron cercadas por el Vietminh en Dien Bien Phu y su gobierno pidi ayuda al estadounidense. En aquel momento, siendo jefe de Estado Mayor del Ejrcito de Tierra, escribi un memorando tan convincente en cuanto al ingente coste que supondra la intervencin estadounidense en la guerra de Indochina (y su potencial falta de popularidad entre los vietnamitas) que el presidente Eisenhower, al leerlo, la descart. Y el segundo fue cuando se hizo cargo del Octavo Ejrcito a finales de diciembre de 1950 y en tan slo dos meses lo revigoriz, frenando as una poderosa ofensiva china que amenazaba expulsar a las fuerzas de Naciones Unidas hasta el mar u obligar a Estados Unidos a utilizar armas atmicas. Pero hubo un momento anterior, quiz an ms instructivo como muestra perfecta de su carcter, segn pensaba el historiador militar Ken Hamburger. En junio de 1944 ya era el Gran Ridgway y la gente tena que escucharle, pero en septiembre de 1943, cuando su estatus en los altos escalafones de la jerarqua militar era todava relativamente bajo, haba conseguido desalentar a sus superiores de lo que seguramente habra sido un trgico asalto aerotransportado sobre Roma. En plena campaa italiana, cuando Italia formaba parte todava formalmente del Eje con Alemania y Japn, el primer ministro Pietro Badoglio acababa de firmar una paz por separado con los Aliados y sugiri que una divisin aerotransportada estadounidense se lanzara en paracadas sobre Roma para enlazar con el ejrcito italiano y alentarlo a volver sus armas contra los alemanes. Se design a la divisin de Ridgway para realizar la operacin, pero a l le ola mal todo el plan, ya que no haba forma de verificar las palabras de Badoglio: Haran sus subordinados lo que prometa? Y aun en caso de que lo hicieran, supondra eso alguna diferencia, dada la formidable fuerza de las tropas alemanas en la capital italiana? Ridgway pensaba que el riesgo para sus hombres era inaceptable, por lo que trat de hacer llegar su opinin hasta el vrtice de la estructura de mando, un tanto improvisada, que pareca demasiado dispuesta a dar por buena la palabra de Badoglio. Se aproximaba el da fijado para su misin y todos sus superiores parecan de acuerdo con ella, aunque sorprendentemente nadie se preguntaba por la capacidad de Badoglio para materializar su plan. Cuando Ridgway trat de disuadir a sus superiores, en un primer momento se mostraron muy poco receptivos a sus preocupaciones. En el ltimo minuto Ridgway envi a uno de sus ayudantes, Maxwell Taylor, en una arriesgada misin tras las lneas alemanas, para reunirse con los italianos y valorar la situacin. Crea que los ojos y odos de Taylor eran mejores que las promesas de Badoglio. Taylor inform a su regreso que las dudas de Ridgway estaban justificadas: los italianos no estaban en condiciones de luchar como haban prometido y su divisin aerotransportada podra resultar totalmente destruida. Cuando sus hombres ya estaban a bordo de los aviones y los motores calentndose, se anul la operacin. Aquella noche Ridgway comparti una botella de whisky con un amigo y sobrecogido por lo cerca que haban estado del desastre, comenz a llorar. Hamburger pensaba que lo que haba hecho en aquel momento, poniendo toda su carrera en juego, evidenciaba a un soldado poco comn, cuyo valor fuera del campo de batalla era tan grande como en l.4 Su cdigo del honor era inmutable. Haba sido destinado al mando del XVTII Cuerpo Aerotransportado en la batalla final contra Japn, pero la guerra termin antes de que asumiera el puesto. MacArthur lo invit a la ceremonia de rendicin en el navo de guerra Missouri, pero rechaz aquel gran honor arguyendo que slo les corresponda a quienes haban combatido en el Pacfico. No se trataba sin embargo de falsa modestia por su parte y saba que era un buen militar. Cuando Bill Sebald, el embajador estadounidense en Japn, le present el borrador del discurso que Ridgway deba pronunciar a su llegada a Tokio en 1951, cuando finalmente sustituy a MacArthur como comandante supremo de las fuerzas estadounidenses en el Lejano Oriente y se convirti en algo as como el gobernador general de facto de Japn, vio que Sebald haba escrito con la debida humildad y quit la frase, diciendo Bill, slo soy humilde ante mi Dios, y no ante el pueblo japons ni ningn otro.5 Sus subordinados difcilmente satisfaran sus exigencias, que se basaban en postulados muy simples: la infantera deba salir a patrullar; deba saber cul era su campo de fuego; deba ser inteligente y agresiva; y deba ganar la batalla al enemigo. No se andaba con circunloquios ni amenazaba con relevar a sus subordinados sino que simplemente los destitua. Nunca cay en la vanagloria de la guerra ni trat de endulzar sus dificultades. Cuando llam a su primera iniciativa ofensiva en Corea Operacin Asesina, recibi una nota de Joe Collins insinuando que aquel nombre poda dificultar las relaciones pblicas del ejrcito, pero Ridgway no se dejaba conmover por ese tipo de objeciones ni por ninguna otra. Aquel nombre, le haban dicho, pareca demasiado sanguinario y carente de sex-appeal, pero en sus propias palabras, no entenda por qu no se poda reconocer que el objetivo de la guerra era matar al enemigo [...] Por naturaleza me opongo al intento de "vender" la guerra a la gente como un asunto slo medianamente desagradable y que requiere muy poca sangre.6 Saba que era responsable del recurso nacional ms preciado, la vida de miles de jvenes muy queridos por sus padres. En una ocasin dijo: En el campo de batalla todas las vidas son iguales, y un fusilero muerto supone una prdida tan grande a los ojos de Dios como un general muerto. La base de la civilizacin occidental es la dignidad que reconoce al individuo, y cada oficial debe recordarlo. De eso no se debe deducir que no combatiera al enemigo con toda ferocidad, complacindose hasta cierto punto al ver el campo de batalla cubierto de enemigos muertos, ya que la alternativa era verlo cubierto de cadveres estadounidenses. Tras la batalla de Chipyongni, cuando los soldados chinos fueron finalmente derrotados y las fuerzas estadounidenses mataron a miles de ellos empleando a discrecin la artillera y la fuerza area, un jefe de compaa dijo que el campo de batalla estaba cubierto de picadillo chino. A Ridgway le gust la frase y la mencionaba de vez en cuando al hablar con otros comandantes. Entre su concepto del mando y el de MacArthur haba una notable diferencia, debida no slo a su distinto temperamento sino tambin al cambio de poca. Gran parte de la energa de MacArthur se dedicaba a cultivar su imagen como gran general, como si para los soldados rasos combatir bajo su mando los hiciera tambin a ellos grandes. La idea del liderazgo de Ridgway se adecuaba mejor a una poca ms igualitaria; no pretenda imponer su voluntad a sus hombres, sino permitirles hallar dentro de s mismos algo que les diera ms confianza y los convirtiera en combatientes ms resueltos. Lo que les hara luchar bien sera su confianza en s mismos y no tanto su confianza en l. Su tarea consista en ensearles a hallar esa cualidad en s mismos. Al igual que MacArthur, no obstante, conoca la importancia del mito y saba fomentar el suyo propio. Su apodo, Tetas de Hierro, se basaba en la creencia de que llevaba colgadas del pecho dos granadas (a un lado llevaba efectivamente una granada, pero lo que llevaba al otro era un paquete con ayuda mdica de emergencia). En cualquier caso, el mensaje era claro: Matt Ridgway siempre estaba dispuesto al combate. Le preocupaba la guerra de Corea desde que empez; de hecho, era como su heraldo ante la Junta de Jefes de Estado Mayor. Durante los primeros das de la guerra, cuando las bazucas utilizadas por los soldados estadounidenses se mostraron incapaces de penetrar bajo la coraza de los tanques T-34 soviticos, se ocup personalmente de preparar la nueva bazuca 3,5, poniendo a punto todo su proceso de fabricacin y distribucin y asegurndose mediante sus propios hombres de que cualquier retraso en el proceso fuera rpidamente resuelto y corregido. Cre una especie de sistema de superabastecimiento cuando todava no exista la compaa Federal Express, que pronto permiti superar la ventaja decisivamente importante del ejrcito norcoreano que era su blindaje, facilitando as su derrota en Pusan. No formaba parte de ninguna camarilla en el ejrcito y era un hombre de Marshall, al que dedic su libro sobre Corea presentndolo como el ms destacado militar estadounidense desde George Washington.7 Ridgway lleg a Corea el 26 de diciembre de 1950. Lo primero que recordaba era el fro: Te congelaba los huesos.8 Antes haba pasado por Tokio donde se reuni con MacArthur, quien le dijo: El Octavo Ejrcito es tuyo, Matt, haz lo que consideres necesario.9 Aquella frase sealaba sin ms el final de una fase de la guerra de Corea: hasta entonces todo se haba dirigido desde Tokio; ahora el mando era suyo. La cuestin era: Podra evitar que sus tropas fueran expulsadas de la pennsula? Como la guerra de Corea era tan demoledora y sus resultados tan insatisfactorios, no fueron muchos los militares que salieron de ella como hroes. Las guerras deprimentes que acaban en empate pueden dar nombradla entre los militares a algunos de ellos, pero es difcil que alcancen el reconocimiento de la opinin pblica ms amplia. Para George Allen, uno de los hombres ms capaces de la CIA, que haba informado a Ridgway regularmente, ste era nada menos que el general estadounidense ms subestimado de la generacin de posguerra,10 a pesar de ser superior en muchos aspectos a sus contemporneos: Mark Clark, Joe Collins, Ornar Bradley, Maxwell Taylor, Arthur Radford, Arleigh Burke y tantos otros. As pues, en aos posteriores Ridgway era valorado, no tanto por los estadounidenses corrientes, que le haban dado la espalda a la guerra, sino por quienes lucharon all y saban lo que haba hecho. El general Ornar Bradley, un hombre franco del Medio Oeste poco inclinado a los superlativos, escribi aos despus sobre su actuacin en Corea: En tiempo de guerra no sucede a menudo que un solo mando pueda suponer una diferencia decisiva, pero en Corea Ridgway demostr ser la excepcin. Su brillante, enrgico e inflexible liderazgo dio la vuelta a la guerra como no lo haba hecho la de ningn otro general en nuestra historia militar. Al llegar a Corea Ridgway empez casi inmediatamente a visitar las posiciones de primera lnea. Le horroriz lo que constat: una actitud derrotista por parte de los mandos, baja moral y una ausencia casi total de informacin militar de importancia. Un jefe de cuerpo de los que visit ni siquiera saba el nombre de un ro cercano. Ms tarde coment as aquella ignorancia: Dios todopoderoso! Cmo poda haber una inteligencia decente cuando todas las unidades estadounidenses haban roto el contacto con el enemigo y huan apresuradamente hacia el sur? Lo que les dije esencialmente a los mandos fue que sus antepasados en la infantera se revolveran en sus tumbas si pudieran ver lo dependiente de las carreteras que era aquel ejrcito, lo a menudo que olvidaba mantener el control del terreno alto a lo largo de su marcha y buscar el contacto en su frente, lo poco que saba sobre el terreno que pisaba y lo inusual que era que tratara de sacar ventaja de l. Se pona enfermo al ver a su ejrcito con la moral rota, no en retirada sino huyendo, como deca Harold (Johnny) Johnson, que haba estado en Unsan. Pensaba que los jefes de cuerpo eran asombrosamente dbiles y los de divisin o regimiento demasiado viejos y con frecuencia mal preparados para aquella guerra. Antes de asumir el mando ya le haba hablado a Joe Collins de la necesidad de ser duro con los mandos: Hay que ser implacable con los generales, porque todo depende de su liderazgo.14 Lo que ms le irritaba era el aspecto de los mapas que vea en los distintos puestos de mando. Pareca que cada unidad estadounidense estaba rodeada por banderitas rojas que indicaban divisiones chinas, pero muchas de esas unidades no tenan ni idea de cuntos soldados chinos tenan a su alrededor, porque no hacan salir patrullas de reconocimiento. No conocer la posicin y fuerza del enemigo era a su entender el mayor pecado que poda cometer un mando. Cambi todo aquello rpidamente. Aquellos das estaba en todas partes; visit cada puesto de mando, no slo los de divisin y de regimiento, sino a veces tambin los de batalln y de compaa, aterrizando con su pequeo avin pilotado por Mike Lynch donde nadie le haba llamado, apareciendo a menudo donde no exista siquiera una pista de aterrizaje. Lo que quera era que las unidades ms adelantadas avanzaran hasta encontrar al enemigo. Deban patrullar, patrullar, patrullar; repeta una y otra vez: Lo que os ata a las carreteras es vuestro amor al confort. Encontrad al enemigo y fijadlo en su posicin! Encontradlos! Obligadlos a ponerse a la defensiva! Acabad con ellos!.15 Promulg nuevas reglas con respecto a los mapas. Miraba el mapa local, donde aparecan una o dos banderitas rojas, y preguntaba cundo era la ltima vez que la unidad haba entrado en contacto con los soldados chinos. Al principio la respuesta habitual era de cuatro o cinco das, ya que la mayora de las unidades estadounidenses se mantenan de hecho tan lejos como podan del ejrcito chino. Con un gesto de desprecio, Ridgway se acercaba y arrancaba las banderitas del mapa. La nueva regla deca que una banderita roja slo poda permanecer en el mapa si la unidad haba hecho contacto con la unidad china que representaba durante las ltimas cuarenta y ocho horas. El corolario implcito de aquella regla era igualmente simple: si el comandante en jefe del Octavo Ejrcito, conocido y temido por su rigidez, regresaba y encontraba la misma situacin, era muy probable que desapareciera no slo la banderita roja, sino igualmente el jefe de la unidad. Su idiosincrasia le permita el tipo de trato con Tokio que Walton Walker slo poda soar. Si quera tener consigo un oficial que todava estaba en Tokio o incluso en Estados Unidos, aquel comandante, teniente coronel o general de brigada estaba en camino al da siguiente. A diferencia de los mandos de Washington no tema un enfrentamiento con MacArthur si era preciso. Los generales de Washington se haban sentido hasta entonces intimidados por MacArthur, pero ahora quien mandaba en Corea era Ridgway, y MacArthur, en Tokio, haba quedado en cierta forma marginado. Ridgway poda mantenerlo all como cortesa, pero no caban dudas sobre quin estaba al mando. Para los dirigentes de Washington, civiles y militares, aquel cambio era un gran alivio. Ridgway poda tener sus exigencias muchas ms unidades de artillera, por ejemplo, pero entenda los problemas que tena que arrostrar Washington, el hecho de que Corea slo formaba parte de un rompecabezas geogrfico ms amplio. Por primera vez desde que empez la guerra, Washington y el mando en Corea compartan la visin de que aqulla era una guerra limitada y por tanto hablaban el mismo lenguaje. 37
Con la llegada de Ridgway, MacArthur, cuyas fuerzas haban sido derrotadas por el ejrcito chino junto a los ros Chongchon y Yalu, no slo haba perdido su gran apuesta sino tambin el mando. Poda reprochar a Washington los lmites que le haba impuesto; poda llamarlo victoria arguyendo que sus tropas no haban hecho ms que una gigantesca patrulla de reconocimiento; pero los militares de nivel alto y medio, que entendan lo que realmente haba sucedido a finales de noviembre y primeros de diciembre, saban exactamente quin era el causante del desastre. MacArthur hablaba ahora con ms pesimismo del necesario: peda un mnimo de cuatro divisiones ms y toda una campaa area contra el territorio chino a fin de destruir su capacidad industrial. Casi todo lo que quera supona una guerra an ms amplia, cuando lo que queran por el contrario el gobierno, sus aliados europeos y seguramente el pueblo estadounidense, era que se acabara la guerra. Lo que Washington deseaba era algn tipo de empate de la mejor tecnologa estadounidense frente a la mayor demografa china. El problema ms inmediato era: Podran aguantar las tropas de Naciones Unidas o se convertira Corea en otro Dunkerque? La colisin entre el general y el presidente, que acechaba desde el principio, estaba ahora a punto de tener lugar, con toda su fuerza, en un momento terrible. El general quera ampliar la guerra y el presidente, temiendo eventuales confrontaciones militares en otros lugares, quera limitarla y luego ponerle fin. MacArthur haba pasado fatalmente de ser un militar que al menos en apariencia cumpla las rdenes del presidente y sus superiores, a convertirse en un poltico disidente, armado con los excepcionales poderes e influencia que le daban su largo servicio, su uniforme y sus formidables aliados polticos en el Congreso y en los medios de comunicacin. El enfrentamiento era hasta cierto punto inevitable y durante las primeras semanas despus de la intervencin china se produjo una escalada de incidentes. MacArthur, desplazado del principal puesto militar por la llegada de Ridgway, se lanz ahora a una campaa propia, mostrndose tan desobediente como poda hacerlo un jefe con mando de tropa al tratar con los polticos civiles, promoviendo soluciones que los mandos militares de Washington, Londres y otras capitales aliadas consideraban catastrficas. Para Ridgway era obvio desde que lleg a Tokio que MacArthur estaba desarrollando una agenda totalmente divergente de la suya. Los dos generales pasaron juntos hora y media el 26 de diciembre de 1950, durante la cual haba hablado casi todo el tiempo MacArthur. Pronto qued claro lo que deseaba el comandante supremo en el Lejano Oriente. Ridgway dira ms tarde: Era evidente que MacArthur quera una guerra total contra la China comunista y no le poda convencer ningn argumento en contra [...] Actuaba a regaadientes de acuerdo con la poltica marcada, pero nunca la acept. Quera una guerra con China. Aquello qued cada vez ms claro durante las semanas siguientes. En un primer momento quera utilizar las tropas de Chiang en un ataque contra el continente, dicindole a Ridgway que la va estaba abierta porque la mayor parte del ejrcito de Mao se haba trasladado a Corea. Le dijo: China est totalmente abierta en el sur. Ridgway, que a su modo tambin era un halcn, estuvo de acuerdo por un momento con l, aunque la cuestin de que China estuviera abierta a una invasin en el sur era muy dudosa. En aquel momento el Ejrcito Popular de Liberacin era tan grande que Mao poda permitirse enviar medio milln de hombres a Corea y aun as mantener un gran nmero de soldados como reserva precisamente all donde Chiang poda decidir atacar; e incluso si la va estuviera abierta, una cuestin totalmente distinta era si las tropas derrotadas de Chiang podan intentar la invasin. En el pasado MacArthur haba mostrado poco respeto por el ejrcito del Guomindang, aunque le pareca que su gobierno no haba tratado personalmente a Chiang con el debido respeto. Si en ciertos aspectos Ridgway era ms halcn que otros altos mandos militares o que los miembros del gobierno, si tena una opinin an ms oscura y siniestra de los comunistas que muchos de los ardientes anticomunistas con los que trabajaba, tambin conoca los lmites en los que se tena que mover. Washington quera llevar a la Repblica Popular China a la mesa de negociacin sin invertir muchos ms recursos en Corea (Acheson le haba dicho a Bradley en otro momento: Estamos combatiendo contra el pas equivocado. Estamos luchando contra el segundo equipo, cuando el enemigo real es la Unin Sovitica). Ridgway saba que se sera su trabajo y que costara mucha sangre, que tena que hacer pagar al ejrcito chino un precio tan alto que la victoria le pareciera tan inalcanzable como ya le pareca a Washington. Crea que poda cumplir aquella misin. Estaba convencido de que los soldados estadounidenses, bien dirigidos, podan combatir mejor que hasta el momento, por ejemplo en Kunuri, y no crea que el ejrcito chino pudiera expulsarlos de la pennsula como teman muchos en Tokio y en Washington. Como escribi Clay Blair comentando el xito de Ridgway en las semanas posteriores, paradjicamente iba a socavar profundamente la posicin de MacArthur y sus propias opiniones sobre cmo afrontar la amenaza planteada por el comunismo mundial. Se iba convertir de hecho en instrumento de lo que muchos podran llamar "contemporizacin". Si iba a haber un lmite implcito del nmero de divisiones de las que podra disponer, lo compensara con mayor capacidad de fuego, especialmente ms artillera, y por eso haba pedido rpidamente que se la enviaran. Le extraaba dada la enorme ventaja que ofreca potencialmente la artillera y los lmites que impona a la forma de combatir de los ejrcitos chino y norcoreano que hasta entonces el ejrcito estadounidense no hubiera aprovechado su ventaja en caones de gran calibre. Pidi el envo de otros diez batallones de artillera de la Guardia Nacional y la reserva. El uso de la artillera como factor clave en el tipo de guerra de aniquilacin que planeaba era obvio. Despus de todo, Estados Unidos era rico en armamento y municiones pero no quera tener muchas bajas; mientras que el ejrcito chino sufra limitaciones insalvables en el uso y transporte de armamento pesado y en cualquier caso sera vulnerable frente a las fuerzas areas estadounidenses. Ridgway pretenda equilibrar la demografa de la forma ms cruda y cruel posible, con caones de largo alcance. Las nuevas unidades de artillera fueron enviadas a Corea tan pronto como fue posible. En principio se supona que sus miembros deban pasar un perodo de entrenamiento en Japn, pero las urgencias de la guerra hicieron que desembarcaran inmediatamente en Corea. Ridgway crea desde el primer momento que poda desarrollar una estrategia que l mismo denominaba de picadora de carne. El 11 de enero, a las dos semanas exactas de haber llegado al pas, escribi a su amigo Ham Haislip, vicejefe de Estado Mayor del Ejrcito de Tierra: El poder est aqu. Tenemos la fuerza y los medios suficientes, a menos que se produzca una intervencin militar sovitica. Mi problema principal, el que domina todos los dems, es despertar espiritualmente las capacidades latentes de este mando. Si Dios me lo permite conseguiremos ms, mucho ms, de lo que nuestra gente cree posible y quiz podamos infligir una derrota aplastante al ejrcito chino que su pas recordar durante mucho tiempo, por indiferente que sea al sacrificio de vidas humanas. A mediados de enero, cuando Joe Collins lleg atravesando Asia para ver a MacArthur y a Ridgway, le dijo a Almond que pronto tendra su tercera estrella. Era como la ltima cinta en el sombrero, un obsequio final para MacArthur. Collins lleg con otro miembro de la Junta de Jefes de Estado Mayor, Hoyt Vandenberg, de las Fuerzas Areas. Su primera parada fue para visitar a MacArthur el 15 de enero. Si pocas semanas antes sus fnebres telegramas les causaban terror, ahora no era ms que un anciano al que tenan que controlar pero al que ya no teman y en cuyas estimaciones y predicciones ya no crean. Cuando Collins y Vandenberg abandonaron Tokio para ver a Ridgway en Corea, lo encontraron en un estado de nimo sustancialmente ms optimista de lo que esperaban, creyendo, como haba escrito a Haislip, que la tarea era factible y que poda llevarla a cabo. Su confianza era contagiosa y quienes no la compartan pronto se iban a encontrar desplazados a otros puestos. Estaba convirtiendo al Octavo Ejrcito tan rpidamente como poda en una fuerza de combate efectiva. Entenda algo que pocos podan captar en aquel momento. Las divisiones 2., 7. y 25. haban sufrido un nmero muy alto de bajas, pero el dao fsico causado al Octavo Ejrcito en conjunto era menor de lo que todos imaginaban; el mayor dao haba sido psicolgico o emocional. Aquellas divisiones haban perdido ciertamente mucho equipo, pero ste se poda sustituir. La sorpresa que haba supuesto caer en una gigantesca trampa china y querer combatir contra un enemigo nuevo en un terreno tan mal elegido haba magnificado la sensacin de desastre y la derrota resultante haba aplastado la moral del ejrcito. Eso era lo que tena que reconstruir, el aspecto espiritual o psicolgico de su ejrcito. Collins telegrafi a Bradley aquella misma noche comunicndole su opinin, muy positiva, de la visita. Segn observ J. D. Coleman, que particip en la guerra y luego escribi una crnica de la batalla de Wonju, era la primera buena noticia que se reciba en el Pentgono en dos meses. Bradley habl ms tarde de un giro de ciento ochenta grados. Por primera vez comenzbamos a pensar que el ejrcito chino no nos podra expulsar de Corea, a pesar de las limitaciones autoimpuestas con que estbamos combatiendo.4 Cuando Collins regres a Washington, inform a Truman sobre lo bien que lo estaba haciendo Ridgway y sobre la mejora de la moral del ejrcito. Vandenberg y l haban encontrado a MacArthur envejecido y quejumbroso, soando con una guerra que no tenan intencin de iniciar. Ridgway no estaba nada intimidado por las victorias chinas iniciales y la enorme envergadura de sus fuerzas; pareca conocer los puntos fuertes y dbiles de cada unidad y estaba lleno de confianza en lo que podan hacer sus fuerzas. As era como haba combatido en la segunda guerra mundial, con su propia unidad al frente a fin de hacerse una imagen tan inmediata y precisa como fuera posible de lo que suceda y de lo que sus unidades podan necesitar; una divisin aerotransportada, despus de todo, no era un lugar en cuyo puesto de mando se pudiera descansar mucho. Como dijo en una ocasin su lugarteniente en la segunda guerra mundial Jim Gavin, quien tambin gan fama al mando de unidades aerotransportadas, Ridgway siempre se situaba en primera lnea: Estaba all todo el tiempo, duro como el pedernal y lleno de energa, rechinando los dientes; tanto que yo pensaba que iba a sufrir un ataque cardaco antes de que acabara la guerra. A veces pareca como si para l se tratara de una cuestin personal: Ridgway frente a la Wehrmacht. Se paraba en medio de la carretera a orinar y yo le deca: "Matt, qutate de ah. Te van a matar". Pero l segua all, desafiante. Hasta con su pene lo era.5 Cuando Ridgway comenz a cambiar la estructura de mando y a deshacerse de algunos de sus jefes de divisin y de cuerpo, la gran pregunta entre muchos de los miembros del alto mando era qu iba a hacer con Almond. Varios de los mandos del Octavo Ejrcito (y por supuesto los jefes de los marines) lo consideraban hasta cierto punto culpable de los desastrosos acontecimientos que haban sucedido en el norte y esperaban que fuera relevado de inmediato. Pero Almond iba a permanecer en su puesto. Al menos combata con agresividad, y Ridgway tenan gran necesidad de jefes agresivos, pero a partir de entonces iba a tener que jugar lealmente; con Matt Ridgway no valan jugarretas ni trucos. Podra mantener el mando del X Cuerpo durante un tiempo Ridgway estaba espantado de lo dbiles que eran sus otros jefes de cuerpo, pero tendra que renunciar a su puesto como jefe de Estado Mayor. Ni Ridgway ni Joe Collins (por razones algo diferentes) queran un bao de sangre en la cumbre, ni tampoco queran incomodar innecesariamente a MacArthur. Almond era todava su mano derecha y si tena que haber una confrontacin entre ellos, que fuera por algo ms importante; as que Almond permaneci en su puesto y todos lo observaban expectantes. Conseguira su tercera estrella MacArthur se haba esforzado mucho por ello, pero le iban a cortar las alas.6 Bill McCaffrey estaba con Almond cuando se encontr por primera vez con Ridgway. Aquella reunin fue muy larga y no muy feliz. Almond entr solo con Ridgway, mientras McCaffrey esperaba fuera. Por su aspecto cuando sali de all, ste poda decir que Almond se senta muy maltratado. Aunque segua siendo jefe de cuerpo, haba perdido todas sus dems prerrogativas; acababan de explicarle de forma muy clara las nuevas reglas en el mando y que ya no iba a poder seguir discordando del mando supremo del Octavo Ejrcito.7 Los cambios en las fuerzas de combate comenzaron, evidentemente, por los mandos ms altos. El general de divisin John Coulter del IX Cuerpo, que haba obtenido tan pobres resultados en Chongchon, fue aparentemente ascendido, se le concedi una tercera estrella y lo enviaron al Estado Mayor en Tokio. En el ejrcito era costumbre que cuando un alto mando fracasaba en el combate, se haca un gran esfuerzo por proteger su reputacin minimizando su sensacin de haber cado en desgracia, en parte para mostrar que el ejrcito no cometa errores. Ridgway no sustituy inmediatamente al jefe del I Cuerpo, Frank Milburn, que era un viejo amigo suyo, pero muchos lo crean en parte responsable del desastre de Unsan, as que Ridgway traslad su propio puesto de mando al de Milburn, con el fin de alentarlo a ser ms agresivo. All su presencia dominaba la escena. Los oficiales del cuartel general lo llamaban El hombre que vino a cenar y Un honor que no merecamos. A diferencia de MacArthur, que nunca pasaba la noche en Corea y que contemplaba la guerra primordialmente en trminos tericos, Ridgway estaba all todo el tiempo. Quera que los combatientes supieran que comparta sus sentimientos y dificultades y que los mandos supieran que no le podan engaar. Su presencia los someta a todos a un examen constante. El jefe de Estado Mayor del cuerpo comentaba sobre aquel perodo: Oh, Dios mo! Acuda a todas las reuniones cada maana [...] Estaba todo el da con las tropas y cuando volva por la noche tena que informarle de nuevo sobre cada detalle, darle cuenta hasta de los menores cambios, como la forma de drenar el agua en nuestro sector. Aunque Milburn sigui en su puesto durante un tiempo, Ridgway relev a sus subordinados ms cercanos con la intencin de hacerle entender el mensaje. Mantuvo muy pronto una reunin con el coronel John Jeter, el G-3 del cuerpo, e inmediatamente le dio a conocer su disgusto. Durante aquella reunin informativa Jeter fue repasando una lista de eventuales posiciones a las que retirarse. Ridgway le pregunt cules eran los planes de ataque y Jeter le respondi que no los haba. Poco despus todos supieron que Jeter haba sido destituido y la noticia se difundi por todo el Octavo Ejrcito.8 Probablemente no era equitativo relevar a Jeter y no hacerlo con Milburn, pero por aquel entonces nada en Corea era equitativo. Pronto tres jefes de divisin estaban de regreso a casa. Recibiran alabanzas por cuanto haban hecho, se les concederan medallas y nuevos puestos honrosos, pero el Octavo Ejrcito no iba a seguir retirndose. Ridgway pretenda que avanzaran, les gustara o no, con lo que se gan el apodo de Wrongway [camino equivocado] Ridgway. Otra cosa que iban a hacer era conocer a su enemigo, dejando atrs los das de absoluto desprecio racista hacia los asiticos. A Matt Ridgway le apasionaba, ms que a la mayora de los mandos estadounidenses de la poca, la informacin de inteligencia. El ejrcito estadounidense siempre se haba tomado a la ligera ese tipo de funciones; los oficiales asignados a esas tareas solan tener una carrera mediocre, sin ser lo suficientemente buenos para los preciados puestos de mando. A menudo los encargados de puestos inferiores eran muy buenos, pero sus superiores no gozaban del respeto de sus homlogos. Aquello quiz se deba a la propia naturaleza del ejrcito estadounidense moderno: tena tanta fuerza y material que cuando se lanzaba a la batalla, la inteligencia sola tratarse como una cuestin secundaria, dando por supuesto que se poda superar y derrotar a cualquier enemigo por la fuerza. Haba varias razones para la obsesin de Ridgway por la inteligencia. Una de ellas era de su propia capacidad intelectual; era ms inteligente que la mayora de los altos mandos. En parte se trataba de un conservadurismo innato, su creencia de que cuanto mejor sea tu informacin, menos hombres tendrs que sacrificar; haba aprendido aquello combatiendo con tropas aerotransportadas que se lanzaban en paracadas tras las lneas enemigas con una capacidad de fuego limitada y casi siempre tenan que enfrentarse a fuerzas enemigas muy superiores en nmero. Evidentemente, su desconfianza ante la propuesta de la toma de Roma del mariscal Badoglio reflejaba la necesidad de los jefes de unidades aerotransportadas de disponer de la mejor informacin posible. George Allen, quien como joven agente de la CIA en Vietnam inform a Ridgway diariamente durante vanas semanas cuando la guerra de los franceses en Indochina estaba llegando a su punto culminante en 1954, comentaba ms tarde que nunca haba tratado con un hombre tan exigente, ni siquiera Walter Bedell Smith, el tipo duro de Eisenhower en Europa que ms tarde se incorpor a la CIA. Allen pensaba que si Ridgway sola ver un panorama general tan preciso era gracias a su insistencia en disponer de hasta los menores detalles.9 Fue su posterior informe sobre lo que significara intervenir en la guerra de Indochina entre medio milln y un milln de hombres, cuarenta batallones de ingenieros y un aumento significativo del reclutamiento obligatorio lo que mantuvo a Estados Unidos fuera de la guerra durante un tiempo. Uno de sus colegas dijo que Charles Willoughby no habra durado ni una hora en el Estado Mayor de Ridgway. La vuelta de la CIA, que MacArthur y Willoughby haban mantenido fuera de Corea, fue bien recibida. Empezando por el cuartel general del Octavo Ejrcito y pasando por todos los mandos, pronto iba a haber un saludable respeto hacia el enemigo. El ejrcito chino tena caractersticas peculiares en el campo de batalla y tambin dispona de buenos soldados. Algunas unidades eran claramente mejores que otras, algunos jefes de divisin mejores que otros, y era vital saber cules eran y dnde estaban. Ridgway pretenda estudiarlos. Ya no se iba a hablar a la ligera de la mentalidad oriental. Las preguntas seran: Cuntos kilmetros pueden desplazarse cada noche? Hasta qu punto son inflexibles sus rdenes una vez que comienza la batalla? Cunta municin y comida lleva consigo cada soldado, esto es, cunto tiempo puede combatir sin reabastecimiento? Ridgway iba a separar la realidad en el campo de batalla de las discusiones tericas sobre la naturaleza del comunismo. La pregunta esencial era: Cmo podemos inclinar a nuestro favor la balanza en el campo de batalla? Ridgway pretenda ahora desempear un papel al menos equivalente al del ejrcito chino en la eleccin del campo de batalla. Durante un tiempo, lo primero que haca cada da era volar en un pequeo avin, con Lynch como piloto, tan bajo como podan, buscando al enemigo. Con un ejrcito chino tan numeroso tena que haber seales de l, pruebas de que exista, pero no vean prcticamente nada. Sin embargo, a diferencia de lo que haba sucedido en noviembre despus de Unsan, eso suscitaba mayor respeto hacia el ejrcito chino por su capacidad de desplazarse de forma prcticamente invisible. Ridgway comenz a hacerse una imagen de cmo eran los militares chinos y cmo combatan, y por tanto tambin de cmo combatirlos. Los soldados chinos eran buenos, sin duda, pero no eran superhombres sino seres humanos corrientes de un pas muy pobre con recursos limitados. No slo operaba con gran desventaja tecnolgica, tambin estaban sus debilidades logsticas y de comunicaciones. Las cornetas y flautas que anunciaban sus ataques podan ser aterradoras en medio de la noche, pero la verdad era que slo con los instrumentos musicales no podan reaccionar rpidamente a los cambios repentinos en el campo de batalla. Si realizaban un avance, a menudo carecan de capacidad para aprovecharlo inmediatamente. Aquello era una notable limitacin; significaba que tenan que verter mucha sangre sin obtener beneficios en la misma proporcin. Adems, algunas limitaciones logsticas estaban insertas en todos sus ataques; las municiones y alimentos que portaban eran limitados. El ejrcito estadounidense podra reabastecer a sus soldados de una forma casi inconcebible para el chino y mantener as durante ms tiempo cada batalla. Ridgway pas sus primeras semanas en Corea exigiendo a todos informacin sobre la mquina blica china. A mediados de enero le pareci que ya conoca buena parte de lo que necesitaba. Aquella guerra, concluy, no iba a basarse primordialmente en la conquista de terreno como un fin en s mismo, sino en seleccionar las mejores posiciones posibles, afianzarse all y golpear a las fuerzas enemigas infligindoles el mayor nmero de bajas posible. El trmino operativo clave sera prrico. Lo que pretenda ahora era una confrontacin continua en la que cada batalla causara grandes prdidas al ejrcito chino. Si alcanzaban un alto nivel, hasta un pas con un depsito demogrfico tan gigantesco como China tendra que sentir el dolor de la prdida de buenos soldados. Quera acelerar la llegada de ese momento, hacer que sus adversarios supieran que no iba a haber ms victorias fciles a su alcance ni iban a tener de nuevo de su parte el factor sorpresa. Si la guerra iba a consistir en triturar al enemigo, la cuestin era cul de los dos bandos iba a ser ms eficaz en esa tarea. Lo primero de lo que se dio cuenta Ridgway fue del desastre que supona replegarse cuando atacaba el ejrcito chino. La clave de su filosofa ofensiva consista en cercar una unidad, provocar el pnico y luego, desde posiciones ventajosas ya establecidas en su retaguardia, diezmarla cuando se retiraba. En la retirada todos los ejrcitos son vulnerables, pero las unidades estadounidenses, por la gran carga de material que deban transportar por las estrechas y sinuosas carreteras coreanas, lo eran excepcionalmente. Ridgway entendi que lo que el ejrcito chino haba hecho en Kunuri era muy parecido a su modus operandi contra el Guomindang durante la guerra civil sin que sin embargo nadie le hubiera prestado mucha atencin. Concluy que el desastre de Kunuri no haba sido tan enorme porque los soldados chinos fueran tan magnficos, ni siquiera por su abrumadora ventaja numrica. Incluso tan al norte y tan vulnerables como eran. Si las unidades estadounidenses hubieran estado bien protegidas por la noche, si cada unidad hubiera tenido campos de fuego cruzado con unidades al flanco fiables (en lugar de confiar en el ejrcito de Corea del Sur para protegerlas), el resultado de la batalla podra haber sido muy diferente. Incluso en Kunuri, el ejrcito estadounidense podra haber reabastecido a sus tropas por aire hasta agotar al chino. El largo entrenamiento de Ridgway al frente de unidades aerotransportadas fue decisivo para la estrategia que elabor ahora. Pretenda crear fuertes islas propias, mantener la integridad de las unidades con grandes campos de fuego y dejar que el enemigo atacara. Crea que era por eso por lo que el coronel John Michaelis, con su 27. Regimiento de Perros Lobo, haba tenido mucho ms xito que otros jefes de regimiento en la primera parte de la guerra. Michaelis tena formacin aerotransportada y no le importaba que su unidad estuviera aislada siempre que se preservara su integridad, ya que siempre la podran reabastecer desde el aire. Ridgway quera que el Octavo Ejrcito volviera a desplazarse hacia el norte, en particular por razones de moral. A mediados de enero inici el proceso, enviando la unidad de Michaelis hacia Suwon. Llam a aquella primera accin ofensiva Operacin Perro Lobo en su honor. Michaelis ya conoca a Ridgway antes de Corea, pero no muy a fondo. Sin embargo le haba impresionado su feroz mirada as es como ms tarde la describira, que lo atravesaba de parte a parte. Ridgway llevaba en Corea muy pocos das cuando lo convoc. Michaelis, para qu son los tanques?, le pregunt. Para matar, seor, respondi ste. Lleve sus tanques a Suwon, le dijo Ridgway. Muy bien, seor, replic Michaelis. Ser fcil llevarlos all. Volverlos a traer ser ms difcil porque ellos [los soldados chinos] siempre cortan la carretera una vez que hemos pasado. Ridgway respondi: Quin ha hablado de volverlos a traer? Si puede mantenerse all veinticuatro horas, enviar toda la divisin. Si la divisin puede mantenerse all otras veinticuatro horas, enviar todo el cuerpo. Aquello, pens Michaelis, era el comienzo de una nueva fase de la guerra, que le daba la vuelta a todo lo que haba sucedido hasta entonces.10 Sin que los dirigentes chinos lo percibieran, se estaba recomponiendo en Corea una fuerza de Naciones Unidas muy diferente. Novena parte Aprendiendo a combatir contra el ejrcito chino: los Tneles Gemelos, Chipyongni y Wonju
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El ejrcito chino se iba a encontrar con una estructura de mando y por tanto con un ejrcito estadounidense muy diferente en las tres batallas que tuvieron lugar a mediados de febrero de 1951 en los Tneles Gemelos, Chipyongni y Wonju. Pero ya antes de que los dos ejrcitos colisionaran all, en la estructura de mando china haban aparecido fisuras significativas. Se haban insinuado por primera vez durante las discusiones entre los dirigentes polticos y militares chinos, en septiembre y octubre de 1950, cuando Mao ponderaba la oportunidad de la intervencin. Ya entonces Lin Biao se haba mostrado reticente temiendo que el ejrcito chino no pudiera hacer frente a la capacidad de fuego muy superior de los estadounidenses. Argument que la capacidad de fuego de una divisin estadounidense era entre diez y veinte veces mayor que la de una china. l y otros mandos militares hicieron una observacin adicional: dada la impresionante base industrial de Estados Unidos y la capacidad limitada de la Repblica Popular para mantener una guerra moderna, haba una diferencia tan grande entre ambos que el reabastecimiento de equipos por s slo podra provocar una crisis. Ya de por s, el hecho de que Lin planteara esa objecin antes de excusarse y rechazar el mando alegando problemas de salud reflejaba la gran incomodidad de muchos jefes militares chinos, as como la primaca casi total de los polticos. Por supuesto, todos eran polticos y los militares lo entendan as; su doctrina bsica dejaba claro que primaban las urgencias polticas y que las militares estaban subordinadas a ellas. As es como haban vencido en su dura y larga guerra civil. Sus insuficiencias para reponer el armamento no haba sido un problema; siempre haban podido capturar armas adicionales a las fuerzas de Chiang. Toda su doctrina estaba basada en verdades polticas casi inconmovibles, pero aquella guerra haba tenido lugar en suelo chino, donde su facilidad para ganarse y mantener la lealtad de los campesinos, a los que durante mucho tiempo se les haban negado la dignidad elemental y derechos econmicos bsicos, les daba una ventaja incomparable. Pero no estaba claro si esa misma dinmica funcionara en un pas extranjero, aunque se tratara de un pas asitico con una poblacin campesina maltratada de forma parecida y aunque en el norte, al menos, la Repblica Popular China fuera considerada un pas hermano. Si la poltica, como crea Mao, tena sus verdades especiales que ellos conocan mejor que nadie, los militares como Peng Dehuai, por politizados que estuvieran, saban que el campo de batalla tiene sus propias peculiaridades. Las verdades polticas y militares se haban ensamblado perfectamente durante la guerra civil china pero no iba a suceder lo mismo en Corea, donde a ojos de muchos coreanos los soldados chinos constituan simplemente otro ejrcito extranjero y su aparicin conllevaba reminiscencias coloniales. Tras las batallas a lo largo del Chongchon Mao senta cada vez ms confianza en sus fuerzas, pero el mariscal Peng, en cambio, era muy consciente de que gran parte de aquel xito provena del hecho de que las tropas estadounidenses hubieran cado estpidamente en una trampa. Se senta muy preocupado durante el avance hacia el sur de sus tropas, ya que carecan de cobertura area y sus limitaciones logsticas estaban claras desde el principio. Para Mao, en cambio, los soldados estadounidenses se haban comportado como l haba predicho, como peones capitalistas empujados a su pesar a una guerra que no deseaban. Ahora, cuando el ejrcito chino avanzaba hacia el sur y Mao presionaba en favor de una estrategia ms agresiva, Peng sacuda la cabeza, se volva a su adjunto, el comandante Han Liquin, y se quejaba de que Mao pareca ebrio de xito. Para Peng, mucho ms conservador, ya se haban podido detectar seales muy serias de las dificultades que tenan por delante. Alimentar a su vasto ejrcito ya era un problema: durante gran parte de diciembre haban subsistido en gran medida gracias a las raciones que los soldados estadounidenses haban abandonado, pero sus soldados ahora estaban, o al menos as le pareca, hambrientos. Si seguan avanzando hacia el sur el problema de alimentarlos y de suministrarles municin ira empeorando de da en da. Cuando sus fuerzas haban cogido desprevenidos a los estadounidenses en el ro Chongchon, e incluso cuando conseguan aislar a una unidad estadounidense, a menudo les resultaba difcil acabar con ella, en parte por el control del cielo que mantenan los estadounidenses (aquel control haba dado lugar a ciertos chistes entre los servidores de los caones antiareos estadounidenses). Cuando volaban por encima de su cabeza cazas o bombarderos, siempre los identificaban como B- 2. Como todava no exista tal bombardero en las fuerzas areas estadounidenses, algn soldado que todava no estaba en el ajo poda preguntar sorprendido: Qu diablos es un B-2? y la invariable respuesta era: Sera demasiado malo si no fueran los nuestros. * La capacidad de fuego estadounidense era, como hemos dicho, excepcional, y debido a la disponibilidad de fuerza area y a la movilidad de sus fuerzas terrestres, el ejrcito estadounidense podra acudir al rescate de las unidades aisladas de una forma desconocida para el ejrcito chino. Incluso en Kunuri haban podido escapar muchos ms soldados estadounidenses de lo que esperaban los planificadores chinos, si se tiene en cuenta la sorpresa total que stos consiguieron y la incompetencia del mando estadounidense; pero fue durante lo que los mandos chinos llamaron la Cuarta Campaa, o Cuarta Fase, cuando quedaron en evidencia su vulnerabilidad y las tensiones entre los mandos sobre el terreno y los polticos que tomaban las decisiones. La Primera Campaa dur desde el 24 de octubre hasta el 5 de noviembre y se concentr en la destruccin de las fuerzas del ejrcito surcoreano que encabezaban el avance hacia el norte, y a continuacin del Octavo Regimiento de Caballera en Unsan; la Segunda Campaa fue el ataque a lo largo del Chongchon y contra los marines en el embalse de Chosin a finales de noviembre y primeros de diciembre. La Tercera Campaa tuvo lugar a primeros de enero tras un largo debate entre Mao y Peng, que pretenda posponerla pensando que a sus agotadas tropas se les estaba exigiendo demasiado por razones polticas. Incluy un rpido avance hacia el sur tras los estadounidenses en retirada, durante la cual Sel, la capital del sur, cambi de manos por tercera vez en seis meses. Cuando concluy aquella campaa las tropas chinas se hallaban bastante al sur, a la altura del paralelo 37. La Cuarta Campaa, que supuestamente deba comenzar en enero, sera la mayor, la que Mao esperaba que las llevara otros ciento cincuenta kilmetros hacia el sur y las dejara en condiciones de atacar Pusan. Pero a medida que el ejrcito estadounidense se retiraba hacia el sur de la pennsula, las tropas del ejrcito chino comenzaron a experimentar problemas parecidos a los que antes haban aquejado a sus enemigos, y muy en particular el de las dilatadas lneas de abastecimiento en un pas con carreteras y vas ferroviarias muy primitivas. Como carecan de fuerzas areas y martimas, para ellos era un problema significativamente ms serio. En su avance hacia el norte el ejrcito estadounidense haba podido utilizar camiones y trenes sin temor a ser atacado desde el aire; si era necesario podan transportar las municiones y alimentos ms necesarios por aire o por mar. Pero el ejrcito chino no slo tena menos vehculos motorizados para abastecer a su vasto ejrcito, sino que los camiones y trenes constituan un blanco perfecto para la fuerza area estadounidense, cada vez ms dotada. Ahora le tocaba a Mao quedar distanciado del campo de batalla y verlo, como le haba sucedido a MacArthur, no como era realmente, sino como deseaba que fuera. Mao haba entendido equivocadamente la fcil victoria inicial en el norte, a diferencia de algunos de sus comandantes, que juzgaban que no podra repetirse tan fcilmente. Como seal el historiador Bin Yu, Mao, estimulado por las victorias chinas iniciales, pretendi alcanzar con rapidez objetivos que estaban ms all de la capacidad de [sus] fuerzas. Aquello dejaba sobre los hombros de Peng la carga de afrontar la realidad. En cierto modo Peng era el reflejo perfecto de Ridgway; no podan haber sido ms semejantes en lo que los impulsaba y en la forma en que vean y dirigan a sus hombres. No sera difcil imaginar que con cierto cambio en los antepasados una versin estadounidense de Peng podra estar al mando de las fuerzas de Naciones Unidas, mientras que una encarnacin china de Ridgway estara al mando de las chinas. Al igual que Ridgway, Peng era un soldado de soldados, enormemente popular entre sus hombres porque era muy sensible a sus necesidades. Cuanto ms xito tena, ms fiel permaneca a lo que haba sido. A veces, cuando sus tropas recorran largas distancias a pie y los campesinos, o culis, como los llamaban los occidentales, servan principalmente como porteadores transportando una pesada carga sobre largas varas, tomaba la de uno de ellos y haca un turno, lo que impresionaba mucho a las tropas y serva para recordar a todos a sus hombres y a l mismo dnde haban comenzado, y lo que era igualmente importante, porqu lo haban comenzado. Era un hombre sin ninguna ambicin personal, lo que le ganaba el afecto de sus soldados. Durante la Larga Marcha sus hombres lo haban transportado largas distancias en camilla dos veces, por pura devocin personal, cuando cay vctima de una alta fiebre. En una ocasin, cuando estaba muy enfermo en Sichuan, sus hombres se negaron a abandonarlo; cuidarlo y transportarlo era su forma de agradecerle el trato tan humano que siempre lo haba caracterizado.4 Era muy directo y tan franco como Ridgway. Le diverta cuando alguno de sus antiguos colegas, en lo que al principio no era ms que un ejrcito campesino, comenzaba a darse aires despus de la derrota del Guomindang. l segua prefiriendo baarse en agua fra, aunque hubiera agua caliente disponible, porque siempre lo haba hecho as y porque eso era lo que hacan los campesinos. Su modo de vida era de una simplicidad casi monstica y le disgustaban las comodidades no deseadas. Prefera curarse las enfermedades con hierbas ms que con los frmacos modernos prescritos por los mdicos y siempre coma muy despacio, deliberadamente, porque segn deca le gustaba pensar en los das de la guerra civil, cuando siempre estaban hambrientos. Ahora que dispona de suficiente comida, pretenda saborearla.5 Peng era bastante ms astuto de lo que pensaban otros miembros del politbur. No le engaaron sus primeros xitos a lo largo del Chongchon. Ya antes de que comenzara la guerra crea que, dadas las peculiares caractersticas de la pennsula coreana, a uno y otro ejrcito les llevara mucho tiempo obtener suministros regulares desde el otro extremo del pas, y le dijo a su Estado Mayor: La guerra de Corea se decidir por el abastecimiento.6 Por eso haba tenido xito en una discusin con Mao argumentando que cuando atacaran a los estadounidenses deberan hacerlo desde posiciones tan al norte como fuera posible.
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FIGURA 19. La disputa por el corredor central.
Saba pues, durante los que para l fueron los das faustos de noviembre y diciembre, lo pronto que podan llegar das peores. Tras el xito de la Segunda Ofensiva a finales de noviembre evalu muy cuidadosamente la fuerza residual de las unidades estadounidenses derrotadas y el precio que sus propias tropas haban debido pagar, especialmente en torno al embalse de Chosin. Los marines haban contraatacado con una ferocidad que desmenta las ideas de Mao sobre lo que podan hacer los soldados de un ejrcito capitalista. Cuando Peng hablaba con sus subordinados del cuartel general poda detectarse cierta nota sarcstica en su voz al mencionar algunos expertos autoproclamados en el arte de la guerra, algunos expertos militares o alguna gente que entiende la conduccin de la guerra en trminos dogmticos.7 Se enfureci cuando tanto los rusos como los norcoreanos presionaron intensamente en diciembre para que sus tropas persiguieran con mayor agresividad a los estadounidenses. La Unin Sovitica no aportaba soldados, y en cuanto a los norcoreanos, los estaba rescatando de sus propios errores increbles y su pobre mando. Odiaba la presin que ejercan no tanto sobre l sino sobre Mao, sugirindole que los soldados chinos deban desplazarse ms rpidamente, como si estuvieran mostrando al mundo que no eran tan buenos comunistas, o tan bravos como lo habran sido los soviticos en parecidas circunstancias. La preocupacin que expresaba constantemente ante su Estado Mayor era la necesidad de provisiones. Al principio mandaba un ejrcito de unos trescientos mil hombres, pero ese nmero haba ido aumentando en previsin de futuras batallas. Como l haba predicho, la logstica era una pesadilla: en diciembre dispona como mucho de trescientos camiones para transportar pertrechos a sus hombres, que adems tenan que viajar en la oscuridad, con los faros apagados, haciendo entre treinta y cuarenta kilmetros cada noche. El suministro de municiones y comida se convirti en la mayor vulnerabilidad de su ejrcito. En el lado chino gran parte del apoyo logstico se realizaba no en camiones sino mediante porteadores a pie, que transportaban la comida y otros pertrechos hasta los hombres de Peng en el sur, recorriendo a menudo enormes distancias, y esos mismos hombres se llevaban consigo de vuelta al norte a los heridos. En aquellas circunstancias, una vez cruzado el paralelo 38 gran parte de su ejrcito se mantena con una dieta que estaba slo ligeramente por encima del nivel de la desnutricin. El aprovisionamiento sobre el terreno no daba para mucho: cuando se desplazaban de un lado a otro por la pennsula coreana ambos bandos destruan las cosechas, algo que perjudicaba ms a las fuerzas chinas que a las estadounidenses, que no tenan que alimentarse de lo que encontraban. Un invierno rtico cruel haca an ms difcil a las tropas chinas la utilizacin de eventuales fuentes locales de alimentos; si los soldados de Mao haban sido durante la guerra civil, utilizando su famosa frase, el pez que nada en el ocano del campesinado chino, ahora nadaban en aguas ms hostiles. Los campesinos coreanos se sentan tan desalentados al verlos como se haban sentido al ver llegar a los soldados estadounidenses o surcoreanos, ya que nada bueno poda suceder cuando la guerra llegaba a sus aldeas. En consecuencia, la desnutricin era un serio problema. Los soldados de Peng tenan que combatir el hambre, con la frase empleada aquellos das, con un puado de harina seca y un poco de nieve.8 Cuando sus compaeros moran, a menudo registraban sus cuerpos en busca de balas y cualquier alimento que pudieran encontrar. Cuando el ejrcito chino inici su Tercera Campaa en la Nochevieja de 1950, los alimentos que llegaban de China slo cubran la cuarta parte de las necesidades mnimas del ejrcito.9 Debido a los bombardeos estadounidenses las bajas entre los conductores de camiones eran ms elevadas que entre el resto de los soldados. Las tropas se hallaban en un estado permanente de agotamiento. En febrero llevaban ms de dos meses combatiendo continuamente en condiciones difciles y viviendo esencialmente de lo que encontraban, pero la fuerza area de Naciones Unidas les dejaba pocas posibilidades de descansar, incluso en reas alejadas de la lnea del frente. Haca mucho fro para los estadounidenses y sus mandos lanzaban una advertencia tras otra sobre el cuidado que deban tener con sus calcetines y sus pies, pero era mucho peor para el ejrcito chino: sus hombres utilizaban una especie de zapatillas de deporte altas y aquello converta la congelacin en un problema constante para ellos. Con el tiempo muchos soldados chinos no podan meter sus pies hinchados en aquellas zapatillas y simplemente se los envolvan en trapos para salir a combatir. As, incluso antes de que comenzara la Tercera Campaa, con su gran ejrcito todava al norte de Sel y mientras Mao exiga reconquistar la capital del sur por su valor propagandstico, Peng haca cuanto poda por demorar la ofensiva para que sus hombres pudieran descansar y reagruparse. El 8 de diciembre de 1950 telegrafi a Mao pidiendo una pausa hasta la primavera; adems quera mantener el rea de combate por encima de Sel. Crea que las fuerzas estadounidenses y de Naciones Unidas no se haban visto tan perjudicadas como se crea en las batallas en el norte y que ahora estaban cada vez mejor atrincheradas. Poda resultar demasiado costoso atacarlas y superar su muralla defensiva al sur de Sel. Para Peng no tena sentido desde el punto de vista militar arriesgar tanto por la pequea victoria poltica que supondra la liberacin de la capital, pero Mao pensaba algo muy diferente y lo mismo suceda con los soviticos y Kim Il-sung. Si originalmente Mao haba considerado la decisin de intervenir en la guerra como una forma de proclamar ante el resto del mundo especialmente del mundo comunista que llevaba tanto tiempo bajo la hegemona de la Unin Sovitica que haba una nueva China dispuesta a hacer valer su opinin, ahora se estaba convirtiendo poco a poco en prisionero de su propio orgullo y vanidad. De esta forma el xito excepcional de las primeras batallas se estaba convirtiendo en una carga para Peng. Como al ejrcito chino le haba ido tan bien en ellas, ahora se esperaba de l cada vez ms. Los soviticos seguan presionando a Peng a travs de su embajador en Corea para que siguiera avanzando hacia el sur. Dado que los soviticos no haban cumplido su promesa de ofrecer cobertura area, Peng estaba harto de sus exhortaciones. En su opinin manifestaban una insolente audacia sovitica a costa de vidas chinas; pero Mao quera prcticamente lo mismo que los soviticos, sabiendo que el mundo entero estaba atento a Corea y que para l la conquista de Sel supondra una victoria poltica incontestable. Adems, valoraba despectivamente al ejrcito estadounidense: sus primeras derrotas le haban convencido de que era an ms dbil que el ejrcito del Guomindang que l haba derrotado.10 En aquel momento algunos de los aliados de Estados Unidos e incluso dirigentes del gobierno de Truman hablaban de negociar un alto el fuego en el paralelo 38, pero Mao tena sus dudas. Que sus enemigos desearan un acuerdo era para l la demostracin palpable de que saban que iban perdiendo y queran evitar una derrota total. Tal acuerdo precipitado era, en su opinin, una trampa. El 13 de diciembre envi a Peng un telegrama sealando el riesgo poltico de no perseguir al enemigo. Si se detena ahora, le avisaba Mao, al resto del mundo desconfiara de la fuerza china. El 19 de diciembre Peng le envi un telegrama de respuesta, advirtiendo contra un optimismo excesivo y poco realista de otros [refirindose a los soviticos y a Kim Il-sung, y quiz implcitamente al propio Mao] en cuanto a una victoria ms rpida. l propona por el contrario un perodo de descanso al que seguira la siguiente campaa importante. Mao quera que esa campaa comenzara a primeros de enero, unas seis semanas antes del momento preferido por Peng. Se realiz algn ajuste a las necesidades de ste, pero como escribi Bin Yu, el compromiso final reflejaba principalmente la opinin de Mao, de forma que los objetivos polticos definidos por Mao tendan a estar por delante de la capacidad del Ejrcito de Voluntarios del Pueblo Chino. Mao consigui al final lo que quera. La vspera de Ao Nuevo las tropas chinas llegaron hasta el paralelo 37, pero esta vez la retirada estadounidense fue ms ordenada y tuvieron relativamente pocas bajas. Ridgway llevaba en Corea pocos das cuando comenz la ofensiva y estaba furioso con el rendimiento del ejrcito surcoreano. En su historia de la guerra de Corea [The Korean War] escribi: Era un espectculo desalentador. Los soldados del ejrcito surcoreano eran transportados en camiones hacia el sur de forma desordenada, sin armas, sin mandos, en una retirada total. Algunos llegaban a pie o en vehculos requisados de cualquier tipo. Slo tenan un objetivo: alejarse tanto como pudieran de las tropas chinas. Haban abandonado sus fusiles y pistolas y tambin toda su artillera, morteros, ametralladoras y todo tipo de armas pesadas. Si haba algo que le alegraba era que, a diferencia de lo que haba sucedido durante la retirada desde Kunuri, el ejrcito estadounidense haba perdido ahora muy poco equipo. La cuestin ms importante era: Podran mantener la lnea por encima de Sel? Ridgway concluy a regaadientes que no poda ignorar el tipo de presin que el enemigo ejerca sobre los puentes provisionales construidos por los ingenieros estadounidenses sobre el ro Han. No poda arriesgarse a dejar aislada parte de su ejrcito en la ribera norte del Han cuando era tan fcil destruir esos puentes. Su decisin era difcil, especialmente para un general que siempre deseaba atacar y que ahora ms que nunca quera infundir cierta energa positiva en sus hombres; pero tuvieron que abandonar Sel y dirigirse hacia el sur. El 3 de enero le dijo al embajador John Muccio que informara al presidente Syngman Rhee de que iba a tener que evacuar su gobierno y encaminarse hacia el sur de nuevo, y adems deba hacerlo muy rpidamente porque los puentes quedaran cerrados para todo el mundo excepto el personal militar a media tarde de aquel mismo da. El 4 de enero Sel volva a arder de nuevo y los puentes sobre el ro Han haban sido volados. La Tercera Campaa pareca ahora otro gran xito e inevitablemente increment la presin que ya se vena ejerciendo sobre Peng para que obtuviera ms victorias, as como la creencia de algunos dirigentes de Beijing de que estaba siendo demasiado cauto. La idea de que los soviticos pudieran considerar apocada a la direccin china horrorizaba a Mao. El equilibrio entre los dos pases iba a cambiar significativamente durante la dcada siguiente, cuando el primer ministro sovitico Nikita Jruschov inici la campaa de desestalinizacin y el partido comunista chino se envolvi en el manto del purismo marxista-leninista, pero en aquel momento China era todava un socio menor poco fiable y los dirigentes soviticos se crean con el derecho a juzgar a los chinos, de forma que les resultaba fcil acicatear a Mao. Los representantes soviticos en Beijing seguan presionndole para que el ejrcito chino acosara al estadounidense y lo mismo haca Kim Il-sung, que fue a ver a Peng en su cuartel general para insistirle en esa urgencia. Peng se esforz por controlar su indignacin. Le respondi que el ejrcito estadounidense todava no estaba derrotado y que mantena sus fuerzas mejor organizadas de lo que Kim Il-sung pareca creer. Poda simplemente estar tratando de atraer al ejrcito chino mucho ms al sur con el fin de sorprenderlo con otro desembarco anfibio (con lo que le recordaba de forma no muy corts los errores cometidos en el pasado). Sin embargo, la reconquista de Sel pareca una victoria propagandstica significativa y en China se celebraron enormes concentraciones para festejarla. A finales de enero Mao telegrafi a Peng sus instrucciones para la prxima campaa, entre las que figuraba la de liquidar entre veinte y treinta mil soldados enemigos. Era como si no hubiera entendido ni una palabra de lo que Peng le vena advirtiendo durante las ltimas semanas, atrapado como estaba en sus propios sueos de gloria. 39
A principios de febrero los ejrcitos chino y estadounidense se dirigan a una confrontacin definitiva en lo que se conoca como el corredor central de Corea. Ahora era Ridgway el que la deseaba mientras que Peng pareca algo intranquilo, aunque si tena que producirse el choque, prefera con mucho que el principal escenario fuera el corredor central con su terreno montaoso. Si venca, sera poco lo que podran hacer las fuerzas de Naciones Unidas para detenerle. Pretenda que sus tropas pudieran trepar de nuevo a las montaas por la noche, dejando a los estadounidenses calentitos en sus vehculos en las carreteras al fondo de los valles; as iba a comenzar la Cuarta Fase de la ofensiva china, con el control del rea de Wonju-Chipyongni como objetivo. El servicio de informacin de Ridgway iba mejorando poco a poco, pero la informacin que reciba era todava muy fragmentaria, si se tiene en cuenta lo mucho que haba en juego. Tena la sensacin de que se acercaba una importante ofensiva china y que podra tener lugar en la regin del corredor central o al borde de sta; pero no estaba seguro de dnde se producira exactamente ni cul sera la envergadura de las fuerzas atacantes, por lo que deseaba una informacin ms precisa. De hecho, quera algo ms. Haba desplazado ya a la Segunda Divisin a la zona, ahora como parte del X Cuerpo bajo el mando de Almond, sustituyendo a la Primera de Marines, cuyo comandante haba dejado claro que no quera volver a estar de nuevo bajo el mando de Almond. Ridgway planeaba un importante ataque en el oeste con el X Cuerpo y quera que la Segunda Divisin cubriera su flanco derecho, lo que situaba al 23. Regimiento de Paul Freeman en el extremo oriental, donde iba a desempear un papel decisivo en la inminente batalla.
Una de las primeras cosas que hizo Ridgway al llegar a Corea fue recomponer la Segunda Divisin. Walton Walker haba sustituido a Laurence Keiser por el general de divisin Bob McClure, pero Almond lo despreciaba y slo permaneci treinta y siete das al mando de la divisin. Durante ese breve perodo, una de las cosas que orden fue que todos los miembros de la divisin se dejaran crecer la barba. John Carley, entonces capitn destinado al G-3 de la divisin, recordaba que McClure haba visto algunos soldados turcos con barba y le pareci que les daba un aspecto temible muy belicoso y que los estadounidenses deban dejrsela tambin, as que tuvimos que hacerlo y la mayora de nosotros la odibamos. Almond era un general muy atildado y quera que los uniformes y el rostro de los soldados tuvieran un aspecto aseado y por eso las barbas y McClure desaparecieron muy pronto. Desde mediados de diciembre la divisin, ahora estacionada en Yeongdeungpo, se iba recomponiendo poco a poco. Desde Estados Unidos llegaban tropas de refresco y mejor equipo. Un batalln de soldados franceses, la mayora de la Legin Extranjera, fue asignado al 23. Regimiento el 11 de diciembre, aumentando as inmediatamente su fuerza. Tambin se le aadi la Primera Compaa de Rangers, y el 38. Regimiento recibi un batalln de soldados holandeses. El 15 de diciembre, unas dos semanas despus de haber sido duramente machacada en Kunuri, la Segunda Divisin fue declarada de nuevo apta para el combate. A finales de diciembre operaba en el rea de Hoengseon-Wonju y sus oficiales de inteligencia recibieron informes de que Wonju podra ser el siguiente gran objetivo del ejrcito chino. Wonju era la parte ms meridional de lo que se convertira en un sector aproximadamente triangular muy disputado del corredor central, del que los pueblos de Hoengseon y Chipyongni [Jipyeong-ri] eran los otros dos vrtices. De todos los pueblos de la zona Wonju era el ms importante al constituir un nudo ferroviario y de carreteras. Ansil Walker, que combati en Chipyongni, sealaba que si el ejrcito chino hubiera llegado a controlar aquel sector triangular, habra obtenido una base formidable desde la cual atacar Taegu [Daegu], a unos ciento cincuenta kilmetros hacia el sur, que ya haba sido un lugar muy disputado en la anterior batalla del Naktong. Sera como un cuchillo que apuntaba a Pusan. As era, de hecho, aproximadamente, como el mariscal Peng afrontaba la inminente batalla. Durante su ltima reunin con su Estado Mayor el 27 de diciembre se haba esforzado por elevar el nimo de sus hombres, algunos de los cuales se encontraban un tanto preocupados por tener que combatir contra los estadounidenses ahora que podan estar mejor preparados. Cuando atacaran esta vez, dijo Peng, los imperialistas huirn como ovejas. Nuestro problema no es Sel; es Pusan. No se trata de hablar, sino de llegar hasta all!. Con esto, como observ su ayudante, el comandante Liquin, el estado de nimo de los presentes en la sala mejor ostensiblemente. Entonces Peng se aproxim a un mapa y dijo: Aqu, en Wonju, es donde se decidir la batalla. Una victoria en Wonju nos llevara directamente hasta Daegu. Estaba claro que hablaba con mayor confianza y presuncin de lo que realmente senta. A mediados de enero el puesto de mando de Ridgway reciba continuamente informes de que los soldados enemigos estaban ocupando la zona. Al principio Ned Almond, en cuyo sector tuvo lugar la mayor parte del combate y al que no le apasionaba tanto la inteligencia como a Ridgway, pens que eran norcoreanos, pero resultaron ser preponderantemente chinos, que se desplazaban (como solan hacer hasta entonces) por la noche y a pie, lejos de los caminos y carreteras, lo que durante bastante tiempo no permiti hacerse una idea precisa de la envergadura de la fuerza que se estaba agrupando. El 25 de enero Ridgway, que ya llevaba un mes en el pas, lanz su primera ofensiva importante, a la que llam Operacin Trueno. Tropas del I y del IX Cuerpo avanzaron cautelosamente, casi hombro con hombro, de forma que los soldados chinos no pudieran deslizarse entre ellos ni atacar sus flancos. Ridgway no quera ninguna brecha en sus lneas ni ceder ninguna seccin significativa de ellas al ejrcito surcoreano. El objetivo de la Operacin Trueno era limitado; quera que sus fuerzas avanzaran treinta kilmetros hacia el norte y alcanzaran la ribera meridional del ro Han. Quera que lo hicieran con precaucin y gradualmente, sin incorporar nuevas unidades hasta que la ofensiva estuviera en marcha. No deseaba avanzar ms hacia el norte y adems descubri que haba subestimado el nmero de soldados chinos en el sector y que en lugar de hallarse a la ofensiva se encontraba a la defensiva. La Operacin Cerco, a cargo del X Cuerpo bajo el mando de Almond, deba iniciarse el 5 de febrero. Desde antes Ridgway estaba preocupado por la creciente presencia china en la regin del corredor central, al este de la cual deba desarrollarse la mayor parte de la Operacin Trueno. Saba que sus fuerzas eran inferiores all y quera evitar que Wonju y Chipyongni cayeran en poder del ejrcito chino. En consecuencia, el 28 de enero comenz a enviar unidades del 23. Regimiento para sondear el rea de Chipyongni, empezando por un lugar que llamaban los Tneles Gemelos. A finales de enero haba quedado dispuesto el escenario para dos batallas picas: la primera de ellas, el asedio a las posiciones en Chipyongni del 23. Regimiento por parte de fuerzas muy superiores del ejrcito chino; la segunda, a pocos kilmetros de distancia, en Wonju, donde los Regimientos 38. y Noveno de la Segunda Divisin y parte del 187. Equipo de Combate Regimental se enfrentaron a cuatro divisiones chinas. Ambas fueron duras batallas en las que hasta las ltimas horas no estuvo claro quin saldra victorioso, especialmente en Wonju, donde parte del 38. Regimiento fue tan duramente castigada que las tropas estadounidenses bautizaron la zona como Valle de la Masacre. A pesar de la distancia que las separaba, las dos batallas estaban relacionadas. La de Chipyongni fue la que ms resonancia tuvo entre los mandos aliados en Corea y pronto se convirti en modelo de cmo combatir contra aquel nuevo y formidable enemigo, mientras que la de Wonju, aunque acab en victoria, todava reflejaba el hecho de que algunos mandos como Almond seguan subestimando gravemente la capacidad del enemigo.
A primeros de enero Ridgway haba asignado la defensa de Wonju al 23. Regimiento, poniendo as por primera vez al coronel Paul Freeman y su regimiento bajo el mando de Almond. La relacin entre ambos no iba a ser agradable. Las fuerzas de Freeman estaban teniendo ya las primeras escaramuzas alrededor de Wonju, cuando el 9 de enero ste tuvo su primer encuentro con Almond. Una numerosa fuerza enemiga estaba bien atrincherada en un monte justo al sur del pueblo. La divisin haba asignado dos batallones para el combate, uno de ellos del 38. Regimiento bajo el mando de Jim Skeldon. Ese batalln estaba a la izquierda de la carretera principal, abrindose camino hacia el monte, mientras que un batalln del 23. Regimiento combata a la derecha de la carretera. Cuando Almond y Freeman tuvieron su primer encuentro la batalla no iba particularmente bien. Las fuerzas del ejrcito estadounidense eran con toda probabilidad demasiado escasas para aquella tarea. Almond era un jefe que se caracterizaba, mucho ms que la mayora de sus colegas, por tener sus favoritos, los Chicos de Almond. Cuando le servan bien se esforzaba por buscarles buenos puestos que le garantizaran no slo talento sino lealtad, pero con otros oficiales de capacidad comparable que no formaban parte de Sus Chicos se mostraba muy duro. Freeman no era uno de ellos, y al principio le sorprendi que su superior pareciera querer mostrarle de inmediato su desagrado. Aunque Bob McClure era todava nominalmente el jefe de la divisin, pronto le qued claro a Freeman que el verdadero jefe era Almond, que se ocupaba no slo del cuerpo sino tambin de la divisin. Freeman se haba ido aproximando al lugar del enfrentamiento para averiguar lo que estaba sucediendo exactamente cundo se encontr con Almond, McClure, Nick Ruffner (el G-3 del cuerpo que pronto iba a sustituir a McClure) y Alexander Haig, un joven asistente de Almond (que posteriormente iba a ser general de cuatro estrellas, secretario de Estado con Ronald Reagan y candidato a la Casa Blanca en 1988), reunidos en una colina desde la que se dominaba la parte de la batalla en la que participaban las tropas de Skeldon. Almond le pregunt: Quin est al mando aqu?. El coronel Skeldon, le respondi Freeman. Almond quera saber dnde estaba, y Freeman le dijo que estaba en el cerro ms prximo. No est usted al mando aqu?, insisti Almond. No, contest Freeman; l estaba al mando de otra unidad, un poco ms alejada. Y qu est usted haciendo aqu?, insisti Almond. Quera saber si poda ayudarles, respondi Freeman. Almond pregunt entonces: Bueno, por qu no se est utilizando una fuerza mayor para recuperar Wonju?. Freeman respondi que les haban ordenado que utilizaran slo dos batallones. Era muy consciente de que con aquello atribua la responsabilidad a McClure; pero justo en aquel momento cay una granada de mortero enemiga que interrumpi aquel a modo de interrogatorio y todos se echaron cuerpo a tierra. Freeman agradeci la interrupcin. Finalmente Almond y su equipo decidieron abandonar el lugar. Cuando bajaban de la colina se encontraron con uno de los sargentos de Freeman y Almond aprovech la ocasin para indagar algo ms, iniciando en un intento bastante simpln a juicio de Freeman una pequea conversacin sobre el clima coreano: Hace tanto fro que esta maana se me congel el agua de mi remolque. Es usted condenadamente afortunado en tener un remolque y un lavabo con agua,4 respondi el sargento. El hielo haca peligroso el descenso de la colina y Almond resbal y cay de culo. Freeman extendi la mano para ayudarle pero Almond se la rechaz: Si necesitara su ayuda, se la pedira. Freeman pens para s que haba sido un primer encuentro glorioso. Al final del descenso del cerro la cosa empeor an ms. Haba un soldado cortando lea y lo estaba haciendo muy mal. Almond le dijo que si no pona cuidado se poda cortar un pie. El soldado respondi: Ya me gustara; quiz as me sacaran de este condenado lugar. Freeman pens que haba perdido ms puntos. Otro soldado estaba atrincherado detrs de un rbol. Almond le orden salir, le pidi su fusil y sentenci que desde all tena un campo de fuego muy reducido, de lo que se quej amargamente a Freeman. A partir de aquel momento en el puesto de mando de Almond prevaleci la opinin de que Freeman era blando y timorato, que no estimulaba lo suficiente a sus soldados. Pareca destinado al relevo en cuanto Almond pudiera ocuparse de ello. Muy diferente era la opinin que tenan de su jefe los hombres del 23. Regimiento, pero eso no importaba; a partir de entonces Freeman fue un hombre marcado en el cuartel general del cuerpo. A l, en cambio, como a muchos otros subordinados de Almond, le pareca que ste confiaba demasiado en la superioridad de sus propias opiniones tcticas a todos los niveles, pensando que poda dirigir a la vez, mejor que cualquiera de sus subordinados, las diversas compaas, batallones y regimientos. Esa era tambin, casi exactamente, la opinin del general de los marines O. P. Smith. A diferencia de otros oficiales de alto rango con los que tuvo que tratar Freeman, Almond no saba escuchar; pareca creer que slo haba una forma de cumplir las rdenes: actuar cada vez ms rpidamente, cualesquiera que fueran las deficiencias o las consecuencias. Todo aquello convirti a Freeman en objeto de murmuraciones en el preciso momento que su regimiento era prcticamente la punta de lanza del cuerpo y el ejrcito chino se dispona a atacar. Matt Ridgway pretenda una importante confrontacin con el ejrcito chino y Paul Freeman la encontr para l, aunque de forma involuntaria, cuando los dos grandes ejrcitos colisionaron finalmente a mediados de febrero. 40
En cierto modo hubo dos batallas distintas en Chipyongni. Primero fue la de los Tneles Gemelos, entre los dos ejrcitos que se concentraban, en la que las fuerzas chinas aventajaban numricamente a las fuerzas de Naciones Unidas. Luego se desencaden la batalla de Chipyongni. Una y otra formaban parte de un enfrentamiento ms amplio por el control de las vas de comunicaciones que llevaban al sur a travs del corredor central. El propio Chipyongni [Tipyeong-ri] estaba alrededor de ochenta kilmetros al este de Sel, a unos sesenta y cinco kilmetros al sur del paralelo 38 y a unos veinticinco kilmetros al noroeste de Wonju. Los Tneles Gemelos estaban alrededor de cinco kilmetros al sureste de Chipyongni, en palabras del historiador Ken Hamburger, que describi con excepcional claridad ambas batallas. All, sealaba, la va del ferrocarril gira bruscamente de sur a este y atraviesa dos tneles antes de dirigirse de nuevo hacia el sur; en este punto el terreno consiste en dos cadenas montaosas paralelas que corren de norte a sur a un centenar de metros por encima del fondo de un valle. Las dos cadenas montaosas convergen hacia el norte, donde se cierran formando una herradura con una sola carretera estrecha que conduce a Chipyongni. Cuando esa carretera sale del valle cruza la va ferroviaria de este a oeste entre los dos tneles que dan su nombre a la zona. Las dimensiones del fondo del valle, sealaba Hamburger, son unos quinientos metros de este a oeste y alrededor de un kilmetro de norte a sur y lo bordean varios montes de alrededor de quinientos metros de altura. Los mandos estadounidenses estaban comenzando a considerar decisivo el control de Chipyongni porque les ayudara a dominar el acceso a Wonju, un importante nudo de comunicaciones donde tanto Ridgway como Peng crean que se iba a desarrollar una de las batallas cardinales del corredor central. A finales de enero, cuando las fuerzas de Ridgway en el oeste comenzaban su primera operacin importante, se le orden a la Segunda Divisin proteger su flanco oriental y al mismo tiempo dirigirse a la zona de Chipyongni y tratar de localizar al 42. Ejrcito chino. Los exploradores de Ridgway crean que se ocultaba en algn lugar en el corredor central pero todava no se haba manifestado, porque aqulla era una de las grandes diferencias durante el primer ao de guerra entre los dos ejrcitos y su forma de maniobrar: en vsperas de la batalla, a pesar de tener frente a ellos una fuerza formada por nueve divisiones, los mandos estadounidenses no las haban localizado todava; por el contrario, ocultar una divisin estadounidense en suelo coreano habra sido como intentar ocultar un hipoptamo en una tienda de mascotas. En la batalla de los Tneles Gemelos hubo tres fases: un reconocimiento y luego dos combates de violencia cada vez mayor. La Operacin Trueno del Octavo Ejrcito, la principal iniciativa de Ridgway en su intento de llevar la iniciativa en la guerra, se inici el 26 de enero, y el primer reconocimiento del rea de los Tneles Gemelos tuvo lugar al da siguiente bajo el mando del teniente Maurice Fenderson. Este, que era nuevo en el 23. Regimiento, haba llegado justo despus de la batalla de Kunuri, algo que agradeca al cielo. Se le asign la primera seccin de la compaa Baker que mandaba el capitn Sherman Pratt, y como bienvenida se le encarg el reconocimiento de una zona al este donde segn se le dijo haba una va de ferrocarril y dos tneles. Haba informes dispersos de que algunos soldados chinos operaban en el rea. Todo lo que tena que hacer era llegar hasta all y comprobarlo; segn le dijeron, no sera muy difcil.
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FIGURA 20. Los Tneles Gemelos, rea de Chipyongni-Wonju, enero-febrero de 1951.
En realidad era una tarea espeluznante: ya el punto de donde parti su patrulla motorizada estaba muy dentro del territorio enemigo y muy al norte de las lneas estadounidenses. En cada momento tema una posible emboscada. Con slo diecisiete aos, recin salido del instituto, haba combatido en la segunda guerra mundial en la 70. Divisin, sobre todo tratando de seguir a George Patton cuando sus tanques atravesaban Francia. Aquella carrera, de pura resistencia fsica, no poda ser ms diferente de la patrulla que ahora diriga. Estaba a punto de quedarse aislado de otras unidades estadounidenses y de experimentar a fondo la soledad en la guerra. Si suceda algo malo quedara abandonado a sus propias fuerzas. Su patrulla lleg al punto sealado, a menos de dos kilmetros al sur de los tneles, con mucha cautela. All vieron soldados, casi con seguridad chinos, y se produjo un breve tiroteo. Fenderson recibi la orden de regresar a la base, lo que hizo de inmediato pensando que haba hecho bien su trabajo y tambin que haba tenido suerte. Al da siguiente, por orden de Almond, Freeman envi un grupo mayor para reconocer el rea, poniendo en marcha la siguiente fase de la batalla de los Tneles Gemelos. Los hombres de su grupo de combate deban patrullar el rea sin enfrentarse, en la medida de lo posible, a una fuerza enemiga mayor que la suya. Pertenecan a dos compaas distintas, la reconstituida compaa Charley del 23. Regimiento, mandada por el teniente James Mitchell, y una compaa del 21. Regimiento de la vecina 24. Divisin, bajo el mando del teniente Harold Mueller. Casi la mitad de los soldados de la compaa Charley eran novatos, algo poco sorprendente dada la gran cantidad de bajas que la compaa haba sufrido durante los ltimos meses. Muchos de ellos acababan de salir del campamento al que llegaban los soldados de reemplazo y pocos estaban entrenados en combates de infantera. Las dos unidades deban reunirse en el pueblo de Iho-ri para encaminarse desde all a los Tneles Gemelos, a unos veinticinco kilmetros de distancia. Era una fuerza combinada relativamente pequea: cuatro oficiales y cincuenta y seis reclutas. El armamento era bastante pesado para una unidad tan minscula: ocho fusiles automticos, dos ametralladoras pesadas y cuatro ligeras, un lanzacohetes, un mortero de 60 mm, y dos rifles [antitanque] sin retroceso de 57 y 75 mm. En un eventual enfrentamiento casi la mitad de los miembros de la unidad tendran que estar a cargo de un arma pesada o ayudando. Tambin tenan dos camiones de 750 kg y nueve jeeps. Un avin de enlace volaba por encima de ellos para descubrir las posiciones chinas invisibles a nivel de tierra. El avin dispona de mejores comunicaciones con su base que los hombres sobre el terreno y su conexin con stos era dbil. El capitn Mel Stai, asistente del oficial de operaciones del batalln, se haba incorporado tambin a la unidad. Se supona que deba volver al cuartel general del batalln cuando la patrulla saliera de Iho-ri, pero decidi por su cuenta seguir con ellos hasta los Tneles Gemelos. En su jeep llevaba la nica radio capaz de contactar con el avin de reconocimiento. Avanzaron lentamente durante todo el da porque haba mucha nieve sobre la carretera helada y tambin una niebla pesada muy propia del invierno coreano. El avin de reconocimiento sirvi de poco durante gran parte de la maana. Llegaron a los Tneles Gemelos alrededor del medioda, muy retrasados con respecto al plan previsto. Mitchell esper en el extremo sur del valle que llevaba a los tneles hasta que llegaron Mueller y sus hombres. Hasta entonces todo haba ido relativamente bien. Mitchell haba dejado sus jeeps a una distancia de unos cincuenta metros del convoy y los camiones con el armamento pesado ms atrs, de forma que si atacaban a los jeeps pudieran llegar pronto en su ayuda. Fue en ese momento, como escribi ms tarde Hamburger, cuando se cumpli una variante de la ley de Murphy y todo lo que poda ir mal comenz a ir mal. Se haban detenido justamente en un cruce donde la carretera principal se diriga al norte, hacia los tneles, y una desviacin lateral hacia el este, hasta el pueblecito prximo de Sin-chon. Como la patrulla iba de retraso, el capitn Stai se ofreci voluntario para llegar a Sinchon por su cuenta e inspeccionarlo, permitiendo que el cuerpo principal siguiera sin interrupcin hacia el norte. Condujo hasta el pueblo, dej su vehculo al lado de la carretera y avanz llevando consigo, por supuesto, la nica radio compatible con la del avin de reconocimiento. Aquello fue un error terrible. Su jeep qued pronto destruido, el conductor muerto y nunca volvieron a saber de Stai. Las comunicaciones entre la patrulla en tierra y sus ojos y odos en el cielo haban quedado cortadas. A bordo del avin de reconocimiento el comandante Millard Engen, oficial ejecutivo del batalln, haba localizado un gran nmero de soldados enemigos que se dirigan rpidamente hacia los estadounidenses desde la cumbre de la cota 453 que dominaba la va de acceso desde el sur hasta el rea de los Tneles Gemelos. Trat enseguida de avisar por radio al teniente Mitchell para que salieran del valle de inmediato, pero como es obvio no lo consigui. Pronto no habra necesidad de advertirles, ya que los soldados chinos les atacaron por sorpresa. El avin de reconocimiento regres para repostar combustible, pero antes comunic por radio al cuartel general del regimiento que la patrulla estaba en peligro de ser aniquilada. De hecho, desde el momento en que entraron en el valle haban quedado rodeados por una fuerza considerablemente mayor. El soldado Richard Fockler, atrapado junto con otros miembros de la patrulla cuando atacaron los chinos, recordara ms tarde que estaban a punto de almorzar cuando cay cerca de ellos el primer proyectil de mortero y casi de inmediato se oyeron las detonaciones de otras armas. Los conductores recibieron la orden de dar la vuelta inmediatamente a sus vehculos, pero la carretera era tan estrecha que si ya era difcil para los jeeps maniobrar, mucho ms lo era para los camiones. Apenas consiguieron dar la vuelta a los vehculos en la direccin correcta cuando el jeep que iba a la cabeza fue alcanzado. El conductor, recordaba Fockler, se aterroriz y el jeep se le cal, bloqueando al resto del convoy. Entonces comenz a disparar contra ellos una ametralladora china; se oa el crepitar de los disparos de un arma automtica contra un blanco metlico, seguido por el peor ruido inimaginable, crea Fockler, una especie de estertor agnico, el sonido del refrigerante que se derramaba del radiador. Cuando los soldados chinos comenzaron a disparar se produjo al parecer un breve desacuerdo entre Mitchell y Mueller. En opinin de este ltimo su nica posibilidad de evitar una aniquilacin total era subir a un terreno ms alto la colina que acababan de dejar al este y atrincherarse all. Por un instante Mitchell crey que todava podan abrirse camino por la carretera. Entonces Mueller le grit: Tenemos que subir hasta lo alto de ese cerro! Los chinos vienen por el otro lado! Esa es nuestra nica posibilidad!.4 Los chinos pensaron al parecer lo mismo, as que unos y otros comenzaron a correr hacia la colina en una carrera en la que el tiempo se haba convertido en el factor decisivo, por lo que los estadounidenses, para avanzar ms deprisa, dejaron tras de s la mayor parte de su armamento pesado. Al final slo llevaban consigo un lanzacohetes, una ametralladora ligera y algunos de los fusiles automticos. Aquel da cumpla casualmente veintin aos un joven llamado Laron Wilson, conductor de la compaa de servicios del tercer batalln del 23. Regimiento de Infantera que haba sido asignado temporalmente a la compaa Charley. La patrulla iba a ser fcil, le haban asegurado, porque el reconocimiento del da anterior apenas haba localizado enemigos por aquella zona. Wilson se senta de todas formas un poco inquieto porque salir de patrulla siempre conllevaba cierto peligro e iba a hacerlo sin conocer a ningn otro miembro de la unidad. Cuando se encontr con los hombres que deba conducir de la 24. Divisin cuatro soldados, ninguno de ellos estadounidense, con una ametralladora ligera se sinti muy solo. Ni siquiera conoca a los otros conductores del 23. Regimiento, lo que incrementaba su sensacin de soledad: se supona que siempre debas conocer a los hombres con los que ibas porque en ltima instancia luchabas por ellos tanto como por ti mismo. En cualquier caso no era un asunto que pudiera tomarse a la ligera all donde estaban operando, pues en cualquier momento podan verse rodeados por el ejrcito chino sin enterarse siquiera hasta que fuera demasiado tarde. Lo nico que percibi con bastante envidia fue que todos los hombres de la 24. Divisin vestan las parkas reversibles que acababan de llegar al pas. Eran ms clidas y uno de los lados era blanco, lo que ofreca un mejor camuflaje en la nevada Corea. Wilson se haba incorporado al ejrcito en 1948 nada ms salir del instituto en Salt Lake City. Siempre haba querido ser soldado. Cuando era chico y los soldados desfilaban por la calle principal de la ciudad durante la segunda guerra mundial, siempre iba a contemplarlos. Le gustaba el aspecto de aquellos poderosos convoyes que se dirigan a la cercana base del ejrcito. En el instituto se haba incorporado al programa de entrenamiento a cargo de los Oficiales de la Reserva porque estaba convencido de que el ejrcito sera su carrera. Llevaba en el 23. Regimiento ms de un ao. La ltima noche que haba pasado en Estados Unidos antes se embarcarse a finales de julio haba sido su primer aniversario de boda. Le haban dado permiso para pasar la noche con su mujer en un motel cercano, pero aquello haba irritado mucho a su sargento primero, que al no estar casado no crea que ningn soldado serio debiera estarlo, ni tener mujer ni ninguna otra cosa que no le hubiera asignado el ejrcito. Cuando se encaminaba hacia los Tneles Gemelos Wilson no haca ms que pensar en que acababa de ser padre: su hija Susan haba nacido tan slo tres semanas antes. Era difcil sobrellevar aquello al estar tan lejos, pero inmediatamente le haba hecho sentir que tena mucho por lo que sobrevivir.5 Haba combatido en la batalla del Naktong y haba conseguido salir con vida de Kunuri. Tena mucha fe en el coronel Freeman y una confianza especial en el capitn John Metts, al mando de la compaa de servicios, el tipo ms sereno que nunca haba conocido. Durante aquellas horas finales en Kunuri, cuando todo pareca venirse abajo, le haba encargado a Wilson que desmontara una cocina de campaa. Justo entonces, cuando el ejrcito chino se acercaba cada vez ms y la tensin se haca insoportable, apareci el capitn Metts. Wilson le prepar un plato de comida y algo de caf para combatir el fro y l tambin se sirvi un caf. De repente los chinos comenzaron a disparar e hicieron dos agujeros en el tubo de la chimenea de la cocina, justo a su lado, y Wilson se tir rpidamente al suelo, vertiendo el caf sobre su cuerpo. Metts ni siquiera se movi y todo lo que dijo fue: Bueno, dos balas ms por las que no tenemos que preocuparnos. De algn modo haban conseguido escapar por la carretera hacia Anju. Su jeep dej de funcionar en el camino y lo engancharon a un tanque. No era la forma ms elegante de escapar, pens, pero haba dado resultado. El recorrido de aquel da hasta los Tneles Gemelos desde Iho-ri haba sido relativamente tranquilo hasta que entraron en el valle. Entonces Wilson oy el sonido de las trompas y cornetas chinas. Muchos aos despus todava crea recordar claramente cmo se sucedieron los acontecimientos: haban odo los instrumentos chinos antes de ver al enemigo, aunque otros no lo recordaban as. De repente se vieron atrapados en un terrible caos, en el que el enemigo los haba visto mucho antes de que ellos vieran al enemigo, el peor momento posible. Un oficial estadounidense les gritaba que se apresuraran, que dieran vuelta a los jeeps para poder salir de all a toda prisa. Supuso que era el teniente William Penrod, que iba al frente del convoy, quien percibi claramente que los chinos haban establecido una fuerza de bloqueo en el lugar exacto por donde haban entrado ellos al valle y que por tanto haba que dirigirse cuanto antes a la cumbre de la colina. Entonces oy a Mueller gritar lo mismo. Todos los oficiales haban entendido que los chinos los superaban en nmero de forma abrumadora y estaban a punto de descubrir lo grave que era su situacin. Comenzaron a subir por la ladera norte de la colina, donde la nieve era ms densa y el suelo ms resbaladizo, cuando los soldados chinos llegaron a la ladera sur. Penrod le haba dicho a Wilson que llevara dos cajas de municiones, alrededor de diez kilos en cada brazo. Hubo un par de veces en que, cargado como iba, no saba qu hacer. Pero Penrod estaba resultando un oficial magnfico, alentando a los dems cuando lo nico que queran realmente era dejarlo todo (aunque aquello significara la cautividad en una prisin china y probablemente la muerte). En la falda de la colina Wilson vio un pequeo grupo de hombres, siete u ocho ms tarde supo que se trataba del grupo de Fockler, todos ellos novatos en el regimiento y en su primera patrulla de combate. Penrod les grit: Subid pronto, maldita sea! Subid!. Pero no se movieron, lo que sorprendi a Wilson, que instintivamente pensaba siempre que la seguridad estaba en el nmero. Para los soldados estadounidenses en la falda de la colina aqul era el peor escenario posible: era su primer combate y nueve de ellos, todos nuevos en el regimiento, incluido Fockler, estaban separados del resto de la unidad, sin saber qu hacer, absolutamente aterrorizados, sin nadie al mando. Se dirigieron a un grupo de cabaas porque les pareci que les ofrecera algn tipo de proteccin. Ms tarde se dijo que algunos de ellos haban cado en el pnico y haban rechazado la orden de subir al monte. Vctimas difamadas, pensaba Fockler, que no crea que se hubieran negado a obedecer las rdenes, sino que simplemente no llegaron a orlas. La verdad es que combatimos como demonios, deca, y muchos de ellos murieron en la confusin de la batalla. No saba casi nada de los dems porque eran nuevos y se haban incorporado recientemente al regimiento sin conocerse entre s. Haba un chico de Carolina del Norte recin casado del que Fockler slo recordaba que le haba dicho que todava no haba acabado de pagar su anillo de boda. Allan Anderson, de Massachusetts, dej caer por error su arma cuando comenz la batalla, retrocedi para recogerla, recibi un disparo y muri. Richard Norman, al que recordaba porque cumpla diecisiete aos, fue alcanzado por una granada y su amigo Rudolph Scateni, de Chicago, le vend la herida; ambos murieron unas horas despus. Robert Walsh, del norte de Nueva York, que comparti por un breve instante una posicin defensiva con Fockler, muri tambin aquel mismo da. Thomas Miller, de California, que combati duramente y juraba que haba matado a quince enemigos, tambin muri. Los siete, todos ellos murieron el 29/1/51, deca Fockler medio siglo ms tarde como si repitiera una jaculatoria sobre el peor da de su vida: Todos muertos el 29/1/51... Todos muertos el 29/1/51.... Slo Fockler y el compaero de Miller en el fusil automtico, Guillermo Untalan, nacido en Guam y con aspecto asitico Los chinos pensaban que era uno de los suyos y lo dejaron escapar, salieron de all vivos, aunque el primero estaba herido. Fockler pudo localizar finalmente dnde se encontraba la mayora de los miembros de la unidad, y junto con un amigo, el soldado Clement Pietrasiewicz, trat de cruzar otra vez desde la aldea a la colina; pero estaba herido en la pierna derecha y pocos minutos despus ambos fueron capturados por los soldados chinos: Me pareci que nos rodeaba todo un regimiento, pero probablemente no era ms que un pelotn, deca Fockler. Trat de ponerse en pie para rendirse y cuando lo hizo Pietrasiewicz se rindi tambin, dicindole a Fockler: Estaba esperando a ver lo que hacas t. Debido a su herida, Fockler no poda caminar por s solo, as que Pietrasiewicz le sirvi de muleta. Cuando se iban acercando a la aldea vieron un grupo de soldados chinos y Fockler dijo: Mira, Pete, mira todos esos camilleros. Pietrasiewicz le respondi: No para ti, Fockler, no para ti. Fue lo ltimo que le oy decir. Los separaron en la aldea y Fockler no volvi a verlo nunca ms. Estaba seguro de que lo haban internado en un campo de prisioneros y despus de la guerra, cuando comenzaron a publicar las listas de soldados repatriados, busc su nombre, pero finalmente los que mantenan el registro de la divisin le dijeron que nunca se haba vuelto a saber nada de Pietrasiewicz. Fockler, convertido en prisionero de guerra, permaneca tumbado en el suelo. Los soldados chinos se acercaron a ver si tena un reloj que le pudieran quitar, pero no se interesaron por su cartera: pens que para ellos un reloj tena valor pero una cartera no. Luego vio cmo se dedicaban a destruir los vehculos que los estadounidenses haban abandonado. Tomaron paja del tejado de las chozas, la distribuyeron sobre los jeeps y camiones, echaron gasolina por encima y le prendieron fuego. Luego se fueron. Ninguno pareca muy interesado en Fockler, as que se arrastr hasta una de las chozas, se meti bajo un montn de paja y esper a que lo mataran o lo rescataran. Al da siguiente sigui arrastrndose durante lo que le parecieron kilmetros y kilmetros hasta la carretera; cincuenta y dos aos despus visit como turista Corea del Sur, comprob la distancia y descubri que slo eran unos dos kilmetros y medio. Cuando se diriga hacia lo que esperaba que fueran amigos un caza norteamericano se lanz sobre l y le dispar, as que se meti en una zanja y esper all, pasando otra noche solo. Al da siguiente comenz a arrastrarse de nuevo hasta que finalmente lo vio un capitn estadounidense que pasaba en un jeep.6
Mientras que los soldados que haban quedado aislados iban cayendo muertos, el resto del equipo de combate trepaba por la colina bajo un constante fuego de ametralladora desde otro cerro donde los soldados chinos ya haban tomado posiciones. Laron Wilson se cans rpidamente de trepar, necesitaba descansar con mayor frecuencia y el fuego enemigo se iba haciendo cada vez ms intenso. Cuando llevaba alrededor de dos terceras partes del ascenso se detuvo, convencido de que era incapaz de dar ni un paso ms. Fue entonces cuando el teniente Penrod descendi hasta donde l estaba, dicindole que tena que conseguirlo y que tenan que subir ms arriba. Sin saber de dnde sacaba la energa pero s que si ceda estaba muerto con seguridad, se esforz por seguir subiendo. Cuando alcanz el reducto improvisado en la cumbre estaba exhausto, con la ropa empapada en sudor en aquel horroroso fro, y slo estaba seguro de algo, de que si los chinos no lo mataban lo hara el fro y que probablemente iba a quedar congelado hasta morir en aquella colina. Pero haba conseguido llegar hasta all impulsado por la adrenalina ms all de las limitaciones fsicas normales. Mejor an, haba conseguido traer consigo las municiones, aunque al trepar slo pensaba en dejarlas abandonadas. Ms tarde se sentira satisfecho de haberlas cargado hasta all arriba, porque aquella misma noche, muy pronto comenz a faltarles municin y de no haber sido por aquellas dos cajas adicionales todos habran muerto. Alrededor de cuarenta de ellos haban conseguido subir a la cima del cerro con una ametralladora ligera, ocho fusiles automticos y una bazuca. El fusil automtico Browning era uno de los mejores amigos de infantera, muy valorado por los soldados que combatieron en Corea, porque se poda utilizar para un solo disparo o como arma automtica. Lo manejaban dos hombres, uno disparando y otro alimentndolo con cargadores de veinte proyectiles; Wilson se dedicaba a esta segunda tarea. El compaero que disparaba provena de otra unidad, y ms tarde no poda recordar su nombre (era el soldado William Stratton).7 Wilson se preguntaba, aos despus, si lo haba llegado a saber durante aquellas largas horas, cuando sus vidas estaban tan estrechamente ligadas. Podan realmente haber combatido all, literalmente hombro con hombro, sin decirse mutuamente sus nombres? Y le haba mencionado siquiera Wilson que aquel da, posiblemente el ltimo de su vida, era su cumpleaos? Lo nico que saba del otro, aparte de que llevaba una parka almohadillada blanca, lo que significaba que perteneca al 21. Regimiento, era que disparaba estupendamente. Los chinos lanzaban un asalto tras otro, sus cabezas asomaban cuando trataban de penetrar en el reducto y Stratton, que estaba a la espera, no tena ms que disparar, casi en el ltimo milisegundo. Tenan ocho cargadores para disparar, ciento sesenta proyectiles que deban durar hasta lo que podra ser su ltimo minuto de vida, y hasta el momento no haba desperdiciado ninguno. Bendito sea por eso, pens Wilson. Los soldados chinos seguan disparando hacia ellos y finalmente alcanzaron en la mano derecha a Stratton, arrancndole un par de dedos, pero ni siquiera entonces dej de disparar. Wilson le ayud vendndole la mano, y continu disparando. En medio de todo aquel salvajismo y de la desesperacin de aquel combate, Stratton segua maldiciendo con el duro lenguaje de los soldados, proclamando que ahora su herida vala un milln de dlares, que se haba acabado la guerra para l y que quera los nombres y el nmero de telfono de todos los dems para poder llamar a sus seres queridos cuando volviera a Estados Unidos, especialmente los de sus novias. Ms tarde, mientras los chinos seguan disparando cada vez ms intensamente, segua acercndose a los dems, varios de ellos heridos, dicindoles que lo iban a conseguir, que tenan que mantener la confianza y no rendirse mentalmente. Nada poda detenerlo. Cuando ya no poda seguir utilizando la mano derecha cambi a la izquierda. Cuando varios chinos atacaron su posicin se puso en pie y vaci el cargador contra ellos. Entonces recibi otro disparo, que impact en el pecho. Otro soldado se acerc hasta l y logr arrastrarlo hasta el centro del permetro. All una granada china hizo explosin entre sus piernas, y Stratton grit de dolor. Por Dios, haced que se calle!, dijo el teniente Mitchell. Me acaban de arrancar las piernas!, aull Stratton. Ya lo s, pero de todos modos cllate, respondi Mitchell. Poco despus Stratton fue alcanzado por cuarta vez y muri.8 Casi todos los que se encontraban en aquel diminuto reducto recibieron alguna herida aquella noche. Penrod y Mueller fueron uno por uno dicindoles que no gritaran cuando fueran alcanzados y que no gimieran por sus heridas para no dar a conocer a los chinos la vulnerabilidad de su posicin, algo que podra alentarlos. Al anochecer los hombres de la colina cobraron nimos cuando un avin de reconocimiento del ejrcito seal algunas de las posiciones chinas a los cazas estadounidenses que barran el rea con cohetes, napalm y fuego de ametralladora. Luego el pequeo avin regres y les lanz algo de municin y suministros mdicos. La mayor parte cay fuera del permetro, pero una caja de municiones cay dentro. El piloto pas una y otra vez por encima de ellos tratando de arrojar ms municin, tan lentamente que podan ver su rostro. Wilson lo aadi a su panten de hroes, gente que arriesgaba su vida una y otra vez para ayudar a otros a los que no conocan de nada, impulsados por un excepcional cdigo del honor personal. Finalmente el piloto se aproxim volando muy bajo y dej caer una cinta amarilla en la que se lea: Columna amiga se acerca desde el sur. Estar con vosotros pronto.9 Pero qu significaba pronto y cunto de pronto era pronto? Si no era muy pronto no estaran con vida para verlo. Saban que cuando cayera la oscuridad los soldados chinos volveran de nuevo una y otra vez y que siempre seran demasiados; aquella noche, como haban previsto, lo hicieron, con ametralladoras, granadas y subfusiles. Mitchell desplaz finalmente a sus hombres hacia atrs desde la cima de la cumbre, en parte porque tenan tan poca municin que no quera despilfarrarla en mero ruido; slo disparaban cuando vean asomar la cabeza de algn chino. En el cuartel general del 23. Regimiento, cuando el coronel Freeman supo que la patrulla haba topado con un importante destacamento chino orden inmediatamente un ataque areo. El piloto del avin de reconocimiento le dijo que haba al menos dos batallones chinos, incluso quiz un regimiento, atacando a su pequea patrulla. Aquello supona una lucha de dos o tres mil contra sesenta. Freeman orden inmediatamente al teniente coronel Jim Edwards, que mandaba el segundo batalln, situado unos quince kilmetros ms cerca que el resto del regimiento de los Tneles Gemelos, que preparara una fuerza de apoyo. Edwards eligi a uno de sus mejores oficiales jvenes, el capitn Stanley Tyrrell, que mandaba la compaa Fox. Le cost casi dos horas reunir a los hombres y el material necesario, especialmente las armas pesadas: una seccin de morteros de 81 mm y otra de ametralladoras pesadas. Edwards le orden a Tyrrell que fuera duro pero inteligente, que tratara de rescatarlos aquella misma noche pero que antes se asegurara de que sus propios soldados disponan de una posicin defensiva slida. Si era necesario deba acampar durante la noche y atacar por la maana. Tyrrell sali con un total de ciento sesenta y siete soldados y oficiales. El asalto de Tyrrell fue casi perfecto; en palabras de Paul Freeman, una de las acciones ms brillantes por parte de una pequea unidad en toda la campaa de Corea.10 Su columna lleg a la zona alrededor de las cinco y media de la tarde. En cuanto sus hombres llegaron al rea los soldados chinos les dispararon con dos ametralladoras desde la cota 453, al otro lado del valle. El chfer de Tyrrell cay en una zanja y exclam: Hara mejor usted en meterse en la zanja, capitn. Si no, los chinos lo van a alcanzar. Al diablo con los chinos!, respondi Tyrrell. Decidi que tena que tomar la cota 453, la ms alta entre las que rodeaban el valle, antes de hacer cualquier otra cosa; de otra forma sus hombres podan quedar divididos. Prepar dos secciones para atacar el monte desde distintos flancos y utiliz su tercera seccin para establecer una barrera de fuego de mortero y de ametralladora pesada por delante de los soldados atacantes, de manera que una oleada de muerte los precediera en su subida al monte. Su intensidad de fuego, inusitada para una fuerza tan pequea, desbord a los soldados chinos, que abandonaron la cumbre del cerro. Durante la guerra de Corea hubo muchas ocasiones en que el ejrcito chino luchaba hasta el ltimo hombre, pero eso no sucedi aquel da en la cota 453. Los flancos de la fuerza de apoyo de Tyrrell se reagruparon alrededor de las diez y media de la noche. Tyrrell estableci inmediatamente un fuerte permetro defensivo en la colina que ocupaban, que le dara buena cobertura de fuego cuando acudiera a ayudar a los supervivientes del cerro prximo. Pretenda originalmente aguantar durante toda la noche en lo alto de la cota 453 y atacar por la maana, pero un mdico que haba entre los cercados consigui deslizarse entre las lneas chinas y llegar hasta la posicin de Tyrrell. La situacin de los asediados, le dijo, era desesperada; carecan de municiones y tres cuartas partes de ellos estaban ya muertos o gravemente heridos. Al recibir aquella noticia Tyrrell decidi proseguir el ataque durante la noche.
Desde lo alto de la colina prxima algunos haban observado al anochecer el polvo que levantaban los que probablemente eran los jeeps y camiones de una columna estadounidense, pero Wilson dudaba de que llegaran a tiempo. Los soldados chinos parecan estar cada vez ms cerca, a veces a slo diez o doce metros, y eran tantos y tan pocos los estadounidenses que cada uno de sus asaltos debilitaba las defensas. Varios heridos haban muerto o agonizaban y los que hasta entonces podan disparar resultaban heridos y quedaban incapacitados para devolver el fuego. Los vivos buscaban balas con que disparar en los uniformes de los muertos. Wilson pens que su cumpleaos estaba resultando un desastre. Cmo se puede llegar al momento en que finalmente eres adulto y puedes tomar una copa en cualquier estado de la Unin, y que tu vida acabe ah? Lo que ms le dola era que nunca iba a poder ver a su hija. Una vez, cuando los chinos asaltaban la colina, Wilson le quit el seguro a su ltima granada, pero cuando se alejaron, como la municin era tan valiosa, volvi a dejarla a un lado sin lanzarla. Despus pens que incluso poda haberse quedado dormido momentneamente en aquella posicin. Recordaba como en una duermevela la ltima parte de la noche antes de que llegaran los hombres de Tyrrell, algo mitad real y mitad soado. Crea que algunos chinos haban logrado penetrar en el permetro y que uno de ellos le haba dado una patada en las costillas. En su recuerdo los chinos haban llegado a la cumbre, y el teniente Penrod les haba dicho a sus hombres que fingieran estar muertos; al cabo de un rato los chinos se haban ido. Pero no estaba nada seguro de que lo que recordaba tuviera algn contenido de verdad, aunque al da siguiente le dola mucho la espalda, como si efectivamente alguien le hubiera dado una patada all. Recordaba el sonido de los disparos cuando los hombres de la primera compaa de Tyrrell comenzaron a subir la colina y luego el silencio, un silencio tan mortal que temi que la columna de apoyo hubiera sido barrida. Entonces, alrededor de las once de la noche, oy voces en ingls todava sin poderlos ver que gritaban que no dispararan, que eran soldados estadounidenses. Alguien en la cumbre grit: Quin ha ganado la Copa Rose?. * Pero estaban en Corea, as que nadie saba qu equipos haban jugado la final y menos an quin demonios haba sido el ganador. Tardaron casi cuatro horas en reunir a todos los hombres vivos, heridos y muertos y bajarlos de la colina, y Wilson segua llevando consigo su granada sin el seguro. En determinado momento resbal y la granada se le cay, pero rpidamente la cogi, la arroj tan lejos como pudo y nadie result herido. De los sesenta hombres que haban iniciado la patrulla, trece haban muerto, cinco haban desaparecido (presumiblemente estaran tambin muertos) y treinta estaban heridos, muchos de ellos gravemente. Slo doce volvieron ilesos y uno de ellos era Laron Wilson, que vivi mucho ms all de su vigsimo primer cumpleaos. A partir de entonces, siempre que llevaba soldados en su jeep, trataba de asegurarse de que al menos uno de ellos llevaba un fusil automtico Browning. Los supervivientes, agradecidos por su rescate, hicieron ms tarde una pancarta que deca: Cuando ests en peligro, llama a Tyrrell!. 41
Al da siguiente Almond orden al 23. Regimiento volver al rea de los Tneles Gemelos. Quera accin y la quera de inmediato; quera despejar la zona de soldados chinos y quera prisioneros. Para entonces ya no era una figura bien recibida en el cuartel general del regimiento ni estaba al mando de la divisin, pero segua actuando como si el jefe nominal de sta, Nicle Ruffner, no existiera. Muchos mandos de la Segunda Divisin ya lo juzgaban como lo haban hecho los miembros de la Primera de Marines. J. D. Coleman, quien combati a sus rdenes en Wonju y luego escribi una excepcional historia de aquella batalla, apuntaba su inclinacin a intimidar, entrometerse e interferir constantemente en la cadena de mando normal. Tena un ego enorme y en todo momento trataba de demostrar su superioridad, ya fuera ante otros mandos o ante los soldados rasos. En el momento de la batalla de los Tneles Gemelos el mando de la Segunda Divisin haba recado en Ruffner, quien antes haba sido G-3 de Almond en el X Cuerpo, y su vicecomandante era George Stewart, algo inslito porque no era uno de los Chicos de Almond y ste no confiaba en l. El desgraciado encuentro con el ejrcito chino en el embalse de Chosin no pareca haber afectado a Almond y sorprendentemente tampoco le haba infundido mayor respeto al enemigo. Muchos admiradores de Ridgway, aun entendiendo sus razones para no relevar a Almond, crean no obstante que permitir que permaneciera al mando del X Cuerpo haba sido uno de sus grandes errores durante los primeros meses. Como observ Ken Hamburger, en la Segunda Divisin Almond se haba ganado una bien merecida fama de autcrata, propenso a meter miedo a sus subordinados. Despus de que Almond diera la orden de volver a los Tneles Gemelos, el 23. Regimiento se reagrup a unos diez kilmetros de la zona. A Paul Freeman no le gustaba nada aquella orden, que juzgaba imprudente. En la costa occidental Ridgway desplazaba sus fuerzas en una lnea relativamente apretada, tratando de no exponer a ninguna unidad y cuidando siempre sus flancos; pero all, a juicio de Freeman, se haca avanzar a su regimiento muy por delante de las lneas de Naciones Unidas y muy lejos del alcance de la artillera de la divisin, y tambin el apoyo areo pareca problemtico debido al mal tiempo. A veces la mejor leccin que se aprende en el campo de batalla es la modestia, pero sta no pareca dominar en el X Cuerpo, donde lo que se peda era audacia. Tal como lo vea Freeman, la audacia de Almond slo beneficiaba al ejrcito chino y le irritaba particularmente que las tropas que se iban a arriesgar fueran las suyas. Las rdenes recibidas le obligaban prcticamente a penetrar de forma directa en el valle, pero l ya estaba empezando a pensar que el mejor mtodo contra el ejrcito chino consista en reconocer el terreno, asegurarse de que el enemigo estaba al alcance de la artillera propia, atrincherarse en buenas posiciones en terreno alto y luego, si era posible, dejar que fuera el enemigo el que se aproximara. Ridgway, combativo pero cauto, ya estaba desarrollando una estrategia parecida a lo que los franceses denominaran pronto atraer y destruir. Su descontento con la orden que enviaba a su regimiento de nuevo a los Tneles Gemelos, tan lejos del alcance de la artillera de la divisin, era palpable. El general de brigada George Stewart, vicecomandante de la divisin, quien tambin tema estar a punto de ser relevado, estaba al mando del 23. Regimiento cuando lleg la orden y recordara ms tarde que Freeman haba dicho, amargado, van a matar a todo mi regimiento.4 Stewart le dijo que no tenan otra opcin que aceptar las rdenes que les haban dado, pero dada la sensacin de peligro que ambos perciban, decidi acompaar al 23. Regimiento hasta los Tneles Gemelos. Tambin l crea que Almond estaba actuando de forma imprudente y que sus rdenes estaban dictadas por la prisa ms que por el buen juicio, pero pensaba que Freeman, aunque excepcionalmente capaz, se encaraba a veces en exceso con sus superiores cuando pensaba que sus hombres corran un riesgo innecesario. As pues, Freeman envi dos batallones la unidad francesa recientemente incorporada y su tercer batalln a lo que iba a ser la segunda fase de la batalla de los Tneles Gemelos. Les adjunt una compaa de servicios del regimiento, una batera de morteros, una compaa de tanques y una compaa mdica, adems del 37. Batalln de Artillera de Campaa y una unidad de artillera antiarea, cuyas armas solan causar enormes bajas, antes entre los soldados norcoreanos y ahora entre los chinos. Freeman situ la artillera a unos cinco kilmetros al sur de los Tneles Gemelos y dej all gran parte de los vehculos convirtiendo a sus conductores en soldados de infantera para proporcionar a los caones pesados un cinturn extra de proteccin. Tena que economizar sus fuerzas y no poda dedicar ms soldados a proteger los caones. Saba que antes de entrar en el valle era necesario tomar y controlar la cota 453, que dominaba el rea y que en aquel momento estaba desocupada. Sus tropas escalaron lentamente sus laderas, cubiertas de hielo y nieve, llevando consigo gran cantidad de equipo. Das o semanas antes quiz se habran quejado de tener que trepar tan cargados, pero a aquellas alturas de la guerra ya nadie se quejaba; haban aprendido a sus expensas que el camino duro era el mejor y que quienes permanecan en las carreteras tenan ms probabilidades de caer en una emboscada y morir. Tambin haban aprendido a llevar consigo municin extra aunque eso significara raciones ms escasas, y a cavar profundas trincheras incluso en lo que a veces pareca hielo y tierra congelada, dura como la roca. Y lo que ya se haba vuelto habitual en condiciones normales resultaba ms imperioso que nunca hallndose como se hallaban a treinta kilmetros de distancia de cualquier otra unidad amiga, en un lugar en el que el da antes se haba producido una violenta emboscada. Conocan ya la propensin del enemigo a montar trampas para los estadounidenses perezosos poco dispuestos a alejarse de las carreteras y poco a poco, casi sin que nadie se diera cuenta, la Segunda Divisin y el 23. Regimiento como muchas otras unidades estadounidenses destinadas a Corea se estaban empezando a convertir en unidades de combate hbiles y bien entrenadas. La derrota en Kunuri ocultaba la aceleracin de aquel proceso y si bien la Segunda Divisin, por ejemplo, haba llegado al pas en condiciones fsicas patticas y carente de adiestramiento, los mltiples enfrentamientos subiendo y bajando los montes en torno al recodo del Naktong haban cambiado todo aquello. El estado fsico de la mayora de los soldados haba mejorado espectacularmente. Poco a poco se estaban endureciendo tanto como los que haban luchado en la batalla de las Ardenas o en Iwo Jima. Aqul era uno de los grandes misterios de la guerra, la conversin de soldados novatos y asustados en veteranos expertos en el combate, duros y encanecidos (pero todava temerosos). Algunos, una pequea parte, nunca lo conseguan; continuaban siendo novatos, convertidos en una carga para s mismos y para quienes los rodeaban, sin llegar a madurar nunca como soldados. No podan o no estaban dispuestos a salir de su cascara civil. Pero la mayora, le gustara o no, sufra esa transformacin. Podan lamentarlo luego, cuando regresaban a casa y aquello se haba convertido en una parte de su vida que no queran recordar, pero la guerra llegaba a ser por un tiempo todo su universo, pequeo y brutal, alejado de todo lo que les haban enseado en el mundo que haban dejado atrs. Lo definitivo era que no haba otra opcin. Nadie entenda del todo aquel extrao proceso quiz el ms primitivo de la tierra que converta en combatientes encallecidos a civiles corrientes amantes de la paz y respetuosos de la ley, y menos an la rapidez con que poda producirse. Soldados totalmente inexpertos, que apenas recordaban el entrenamiento bsico recibido, en el que las balas podan silbar sobre sus cabezas pero no estaban destinadas a herirlos, se vean de pronto inmersos en un campo de batalla como el del Naktong, en situaciones aterradoras en las que cualquier error podra ser fatal para ellos y para sus amigos, y se endurecan casi de repente, convirtindose en soldados experimentados que tenan muy presentes las reglas elementales de la supervivencia y capaces de combatir casi por instinto. Cmo se reconoce un soldado norcoreano o chino? Qu aspecto tiene?, preguntaba un joven soldado de reemplazo llamado Ben Judd a un viejo veterano al incorporarse al 23. Regimiento, justo antes de la batalla de Chipyongni; el otro le haba respondido: Lo sabrs en cuanto los veas, lo que Judd entendi como sabidura ancestral.5 Harold Martin, veterano corresponsal de The Saturday Evening Post, deca sobre aquellos soldados tan novatos pocos meses antes pero que lucharon tan eficazmente en los Tneles Gemelos y luego en Chipyongni: Gran parte de su sabidura consiste en el saber hacer que cada soldado va acumulando cuando sobrevive a un enfrentamiento tras otro; en esas cosas simples que se ensean en los libros, pero que ningn soldado aprende hasta que le han disparado: mantenerse fuera de la lnea del horizonte; dispersarse en el ataque, en lugar de agruparse como codornices; cavar una trinchera profunda cuando se est a la defensiva; tratar al equipo de comunicaciones con tanta ternura como se tratara a la novia; mantener los calcetines secos y las armas limpias; y no disparar hasta que el enemigo est lo bastante cerca como para matarlo.6 Lo mismo le haba sucedido a Freeman. Primero haba tenido que combatir en su magn su pesimismo y sus propias dudas, compartidas por otros oficiales con los que hablaba: Era un hombre de oficina esto es, capaz de bravuconadas en la retaguardia pero siempre dispuesto a permanecer all, o un autntico guerrero? Era un planificador o un combatiente? Ahora aquellas dudas haban tenido respuesta: haba mandado bien a sus hombres en la batalla de Naktong, privando al ejrcito norcoreano de lo que ms deseaba, el nudo de carreteras que le permitira llegar hasta Pusan. Luego los haba sacado de Kunuri en buen estado, rehuyendo en la prctica las rdenes que los habran llevado a las Horcas Caudinas en las que seguramente habran muerto muchos de ellos. Haba logrado lo ms difcil para cualquier oficial, la confianza de sus hombres aun en la batalla. Al principio no saban nada de l como comandante; ahora sentan un creciente orgullo por lo que haban realizado, que lo inclua a l mismo. Aquella confianza provena en parte de su apreciacin de que se concentraba tanto en cuidar de ellos como en su propia carrera, lo que acababa convirtindose en un factor decisivo. Los soldados siempre estaban atentos a cualquier muestra significativa de que un mando pensaba ms en su propia carrera que en sus vidas; era como si cualquier oficial en el que predominara esa preocupacin despidiera un olor especial que hasta los soldados ms jvenes y ms novatos podan detectar. As, cuando llegaron a los Tneles Gemelos lo hicieron con la desconfianza derivada de combates anteriores, sabiendo que se hallaban tras las lneas enemigas. Si ms adelante los hombres del 23. Regimiento tuvieron la impresin de estar operando por su cuenta, era porque efectivamente as era; constituan una avanzadilla aislada desacostumbradamente expuesta y que poda contar con poco apoyo adicional. Almond haba aparecido en el cuartel general a ltima hora de la tarde del 31 de enero, enojado por el hecho de que Freeman todava no hubiera establecido contacto con el ejrcito chino y ms an porque no hubiera entrado directamente en el valle abrindose camino hasta Chipyongni, lo que confirmaba su opinin, cada vez ms firme, de que Freeman era un comandante demasiado timorato. Otros mandos, incluido el general Stewart que ya se haba enfrentado al ejrcito chino y saba lo fcilmente que podan ocultarse varias divisiones durante el da, de forma que aun estando a poca distancia no se dejara ver ni uno solo de sus soldados, pensaba que era mucho mejor avanzar con precaucin que con audacia y mejor acabar el da en la cumbre de la cota 453 que apresurarse a entrar en el valle de Chipyongni y llegar all ya oscurecido, demasiado tarde para subir a un terreno alto. Los Tneles Gemelos constituan un lugar excepcionalmente difcil de defender. Lo ms preocupante era el hecho de que las dos alturas decisivas de la zona estuvieran alejadas entre s, incapaces de apoyarse mutuamente, de forma que los atacantes, si disponan de un nmero suficiente de soldados y as suceda casi siempre en el caso del ejrcito chino podran aislarlas la una de la otra. George Stewart simpatizaba con Freeman y consideraba tcticamente correcto inclinarse por la prudencia, pero l mismo era muy vulnerable en la cadena de mando. Su puesto en la divisin se lo haba asignado Bob McClure, por lo que se le consideraba amigo de un ex jefe cado en desgracia; tambin saba que, debido al carcter dominante de Almond, la divisin precisaba de alguien que no estuviera bajo su control; pero entenda igualmente la necesidad de andar de puntillas porque se hallaba en el terreno de Almond y si algo iba mal las acusaciones caeran sobre l y sera destituido. De hecho pensaba que Almond tambin poda destituirlo aunque no pasara nada malo. Pero ahora se atrevi a decirle a Almond que Freeman estaba acertado al ser prudente en una situacin como aqulla y que la cautela con que se desplazaba se deba sin duda a la envergadura de la fuerza que haba encontrado la patrulla enviada el da antes y la alta probabilidad de que en el rea hubiera fuerzas an mayores. Adems, dijo, haban decidido permanecer en la cota 453 porque haban tomado posiciones a una hora bastante avanzada y deban estar en terreno alto por la noche. Pero Almond estall de agresividad y orden a Stewart que atacara inmediatamente Chipyongni; era como si necesitara hacer algo, cualquier cosa, antes de abandonar el puesto de mando y dejar su propia marca en aquella accin. A Stewart le disgust aquella orden pero decidi que no tena otra opcin que cumplirla para proteger a Freeman y protegerse a s mismo. Como ms tarde observ, era una orden ridcula, pero tom un tanque y avanz hasta Chipyongni. All no encontr fuego enemigo y como no quera disparar contra las cabaas y escuelas coreanas sin una razn particular, dispar unos pocos proyectiles a los edificios del pueblo y luego regres al puesto de mando de Freeman.7 Freeman estaba ya entonces furioso con Almond e irritado tambin con Stewart, pues al disparar haba revelado al ejrcito chino que estaban de nuevo junto a los Tneles Gemelos y que se dirigan a Chipyongni. Era como si Stewart hubiera lanzado una bengala diciendo venid por nosotros. Para sus adentros Stewart estaba de acuerdo: los disparos sobre Chipyongni no haban mejorado su seguridad y muy posiblemente la haban disminuido. Como Freeman, siempre se pregunt si la subsiguiente batalla de los Tneles Gemelos se habra desarrollado como lo hizo si no se hubiera acercado a Chipyongni y no hubiera disparado aquellos tiros intiles al aire.8 El capitn Sherman Pratt, uno de los jefes de compaa, recordaba cmo aquella misma tarde Freeman haba estallado hablando con el teniente coronel Jim Edwards, uno de los jefes de batalln: No me importa que el jefe del cuerpo est por ah y no tiene por qu decirme lo que debo o no debo hacer. Como cortesa debera hacerme llegar sus rdenes a travs del jefe de divisin, pero pretende ocupar ambos puestos. Lo que no puedo aceptar es que me diga cmo debo hacer las cosas, especialmente si creo que su propuesta pone en peligro mi mando y mi misin. Pratt, veterano de la segunda guerra mundial, nunca haba visto a un oficial tan enojado con un superior. Si Almond quiere ser jefe del regimiento, qu diablos, que solicite una reduccin de grado para convertirse en coronel y que venga y lo sea, haba aadido Freeman, y luego, todava lleno de rabia, salt a su jeep y sali de all.9 Fue una suerte que Freeman hubiera hecho subir inmediatamente a sus hombres a terreno alto y que prepararan fuertes posiciones defensivas, porque su unidad, poco ms de medio regimiento con unas reservas limitadas, fue pronto atacada por ms de una divisin de soldados chinos. Ken Hamburger comentaba: Es dudoso que el regimiento se hubiera podido mantener aquella noche [en terreno bajo] en Chipyongni con slo dos batallones frente al tipo de asalto que sufri en los Tneles.10 Si la primera fase de la batalla de los Tneles Gemelos fue un enfrentamiento relativamente breve en el que Tyrrel pudo rescatar a los supervivientes, la segunda fase fue en cambio una gran confrontacin entre una unidad de Naciones Unidas de mediano tamao y una fuerza china mucho mayor sin intencin de replegarse. Los dos batallones del 23. regimiento estaban en relativamente buen estado para combatir, contando con alrededor del 80 por 100 de su fuerza nominal, lo que significaba que Freeman dispona de unos mil quinientos hombres dispuestos a luchar, frente a unos ocho o diez mil soldados chinos. Su batalln francs era nuevo en el pas pero sus hombres tambin eran soldados experimentados, en su mayora veteranos de la Legin Extranjera. Casi todos haban participado ya en batallas, muchos de ellos en Indochina, y los mandaba el general Ralph Mondar, una de las figuras ms carismticas de la guerra de Corea. En realidad se apellidaba Magrin-Vernery, era hijo de un noble hngaro y una francesa y slo tena diecisis aos cuando se alist en la Legin Extranjera (mintiendo sobre su edad). Era ya sargento cuando entr en St. Cyr, la academia militar francesa anloga a West Point, en la que se gradu en 1914, justo a tiempo para participar en la primera guerra mundial. Haba combatido en ella distinguidamente y tambin en la segunda guerra mundial (cuando los alemanes ocuparon Francia escap a Inglaterra y dirigi una unidad acorazada de la Legin Extranjera en el norte de frica). Haba sido herido trece veces a lo largo de su carrera, caminaba con una pronunciada cojera y utilizaba un bastn de paseo que nunca pareca retardar su paso. En 1950 era ya general de tres estrellas cuando Francia decidi enviar un batalln a Corea bajo la bandera de Naciones Unidas; pidi el derecho a mandarlo solicitando una reduccin de rango a teniente coronel para no violar la cadena de mando. Aunque en Pars sus superiores juzgaban que era demasiado viejo para ir a Corea, l pensaba que un hombre nunca es demasiado viejo para luchar por una causa en la que cree, y con eso gan la discusin. Mandaba con entusiasmo, proclamando que los franceses, que ya llevaban cinco aos de guerra colonial en Indochina, tenan suerte de poder combatir al comunismo aunque fuera en un lugar alejado como Corea. Las unidades estadounidenses se sentan seguras luchando junto a los franceses, sin tener que preocuparse nunca por sus flancos. Si haba algn problema, ste consista en que los franceses eran un tanto demasiado animosos; les gustaba atacar a bayoneta calada y se ufanaban de ello. Afortunadamente para ellos los soldados de Naciones Unidas tuvieron suficiente tiempo para ajustar sus morteros de forma que cubran cualquier va de aproximacin probable. A algunos de los oficiales franceses, no obstante, les preocupaba que sus hombres pudieran estar demasiado cansados para trepar hasta la cumbre y establecer all sus posiciones. Haca, naturalmente, mucho fro. Freeman y Mondar, que normalmente se llevaban bien, tuvieron sin embargo un roce por los fuegos que los soldados franceses haban encendido para mantener el calor. Freeman estaba horrorizado y llam a Mondar para pedirle que los apagaran. Mondar dijo que lo hara por la maana pero Freeman insisti: Hgalo ahora!. Pero mon colonel, son fuegos muy pequeos, protest Mondar. Grandes o pequeos, que los apaguen, diablos y que lo hagan inmediatamente! Ya han hecho saber su posicin a cualquier rojo en un radio de cien kilmetros! replic Freeman. Mondar intent una vez ms mantener las hogueras: Mon colonel, indudablemente es como usted dice, pero si saben dnde estamos nos atacarn y entonces los mataremos. Freeman no respondi esta vez y pronto los fuegos franceses estaban apagados.
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FIGURA 21. Batalla de los Tneles Gemelos, 31 de enero-1 de febrero de 1951.
Durante la noche hubo algunos disparos aislados, posiblemente tanteos chinos. Alrededor de las cuatro y media de la madrugada se oyeron sonar las cornetas y trompas chinas e inmediatamente se produjo el ataque. Al principio nada pareca favorecer a las tropas de Naciones Unidas; los soldados chinos aprovecharon la ventaja que les ofreca la espesa niebla durante las primeras horas para acercarse todo lo que pudieron a las posiciones francoamericanas antes de ser localizados; incluso cuando se levant al fin la niebla, el oscuro cielo que la sustituy resultaba casi impenetrable para el apoyo areo. Freeman, al or los primeros sonidos del ataque chino, convencido de que lo haba provocado la incursin del tanque de Stewart en Chipyongni, se dirigi irritado a l: Le dije que esto era lo que iba a suceder. Y aadi: Qu quiere que haga ahora?. Stewart respondi, con cierto fatalismo, ya que realmente no tenan muchas opciones: Matemos tantos chinos como podamos. Para los soldados estadounidenses era un extrao ataque: se produjo a una hora muy avanzada de la madrugada, desaprovechando las horas de oscuridad, y se prolong durante la tarde, mucho despus de la hora en la que el ejrcito chino sola alejarse. Ms tarde, revisando la batalla, Freeman concluy que ste se haba visto sorprendido, al menos en parte, por la aparicin de una fuerza estadounidense relativamente grande y haba vacilado en cerrarle el acceso a Chipyongni. Haba varias indicaciones de que las tropas chinas no estaban bien preparadas para su ataque y de que la decisin se tom en el ltimo momento forzada por la llegada inesperada de tantos soldados estadounidenses. Una prueba de ello era la tardanza en el inicio del ataque y otra la evidente escasez de municin adecuada para sus armas pesadas. Aqulla fue una de las batallas ms duras en las que hubiera participado nunca el 23. Regimiento. Durante bastante tiempo todos temieron lo que Freeman haba temido desde el principio, el aislamiento de sus hombres del resto de la divisin. Ruffner, su jefe nominal, llamaba a Stewart cada media hora para preguntar si las cosas iban realmente tan mal como hacan pensar los informes que reciba. A Stewart aquellas llamadas le sugeran una evidente falta de respeto de la divisin y del cuerpo hacia Freeman y a l mismo y su renuencia a ayudar a la unidad atacada. En un determinado momento, cuando Ruffner dio a entender sus dudas, Stewart le dijo que se hallaba sobre la sangre de su operador de radio que acababa de morir; luego sac el micrfono por la ventana de la cabaa en la que estaba para que Ruffner pudiera or los sonidos ensordecedores de la batalla. Ruffner le prometi que la ayuda estaba a punto de llegar y Stewart le respondi que as lo esperaba, pero no le gust la conversacin, ya que lo que le preguntaba su superior en el fondo, en medio de una batalla feroz, era si deca la verdad. Los soldados chinos parecan estar una y otra vez a punto de tomar las posiciones francesas y estadounidenses. Freeman tena que desplazar constantemente a sus soldados, a los que se les haban acabado prcticamente las reservas; todos administrativos, conductores, cocineros, mecnicos... disparaban sin cesar y pronto comenz a preocuparle seriamente la escasez de municiones, ya que el regimiento no haba sido totalmente reabastecido desde la batalla anterior cerca de Wonju. Mondar y l se mantenan en comunicacin constante; a las dos de la tarde el ejrcito chino estaba a punto de dominar una de las fortificaciones que estaba a cargo de una compaa francesa, cuyo jefe, el comandante Maurice Barthelemy, acababa de transmitir por radio que no poda mantener la posicin y haba recibido permiso para replegarse con lo que quedaba de su compaa. Mondar se reuni con Freeman y decidieron concentrar sobre la colina, all donde combatan los franceses, toda la capacidad de fuego disponible: los caones de sus dos tanques, todos los morteros que tenan y los caones gemelos de 40 mm que en otras guerras servan como armas antiareas y que en palabras de Freeman eran el arma ms dulce para limpiar a fondo una cresta. Entretanto Mondar le comunic al jefe de su tercera compaa que mantuviera la posicin hasta el ltimo hombre, por muchos soldados chinos que atacaran y decidi un ltimo contraataque desesperado. Durante diez minutos los soldados estadounidenses dispararon todas las armas de que disponan hacia la cresta vecina mientras los hombres de Barthelemy atacaban a la bayoneta. Aterrorizados por la intensidad del ataque, los soldados chinos finalmente se retiraron a la carrera. Stewart, que observaba desde el puesto de mando, estaba sorprendido. Magnfico, se dijo a s mismo. Mondar, a su lado, estaba impresionado por la sangre fra del general estadounidense, que segua fumando con calma su pipa. Lo que l no saba admiti Stewart ms tarde era que aquel da romp a mordiscos la boquilla de tres pipas. Pero aquello fue slo un respiro momentneo. Aunque todava era de da el cielo estaba pesadamente nublado y los soldados chinos, deseosos de vengar sus enormes bajas sufridas, siguieron atacando. Avanzada la tarde aparecieron de nuevo dispuestos a aplastar lo que quedaba de las fuerzas de Naciones Unidas desalojndolas como fuera de su ltima fortificacin en el tnel oriental, donde estaba situada la compaa Item. Las tropas de Naciones Unidas, tras sufrir gran nmero de bajas, estaban absolutamente exhaustas y casi sin municiones, pero el nmero de atacantes no pareca disminuir. Aqul fue el momento ms crtico de todo el da y pareca que, pese a todo el valor mostrado, iban a ser derrotadas. El oficial de enlace areo estadounidense que estaba junto a Stewart le pregunt qu iba a suceder a continuacin. Stewart respondi que en menos de veinte minutos estaran todos muertos y le pregunt, a su vez, qu pasaba con el apoyo areo. El oficial de enlace respondi que haba varios aviones por encima pero que no podan atravesar la espesa capa de nubes. Justo entonces miraron hacia arriba y por encima de ellos apareci un pequeo claro de cielo azul. Y no podran hacer algo con eso?, volvi a preguntar Stewart. El oficial de enlace transmiti inmediatamente a los aviones por radio: Estamos directamente bajo un claro entre las nubes y necesitamos ayuda!. Los aviones descendieron en picado, haciendo creer a los soldados estadounidenses en una especie de milagro. Como en una batalla de Hollywood,14 escribi Freeman. Vieron llegar los Marine Corsair, aviones de la segunda guerra mundial utilizados por primera vez en Guadalcanal en febrero de 1943 y perfectos para aquel tipo de operaciones, con sus seis ametralladoras del calibre 50, ocho cohetes y espacio para bombas de 300 kg. Lo que los haca ideales para una operacin como aqulla era su capacidad para mantenerse sobre el objetivo ms tiempo que los cazas a chorro ms modernos. Los pilotos de la Infantera de Marina dieron varias vueltas en crculo para asegurarse de haber discernido claramente las posiciones de la compaa Item y de los atacantes chinos y a continuacin empezaron a bombardear las de estos ltimos. Freeman escribi ms tarde: Qu hermoso apoyo areo!. Primero las cortamargaritas de 300 kg, que estallaban justo por encima de donde se agrupaban los soldados chinos que se disponan a lanzar el que habra sido con seguridad su ltimo ataque. Luego los cohetes, y a continuacin las ametralladoras del calibre 50, en una pasada tras otra. Freeman lleg a contar hasta veinticuatro. Finalmente las tropas chinas comenzaron a retirarse y all concluy la batalla. Doscientos veinticinco soldados de Freeman haban muerto o desaparecido o se hallaban gravemente heridos. Encontraron mil trescientos cadveres chinos en torno a sus posiciones. Las prdidas totales chinas se evaluaron grosso modo en unos tres mil seiscientos muertos y heridos, casi la mitad de la 125. Divisin china, como supieron ms tarde por el nico prisionero capturado (la batalla haba sido demasiado intensa para hacer ms prisioneros y adems ste estaba gravemente herido). Aquella divisin formaba parte del XLII Ejrcito chino. Durante semanas Matt Ridgway lo haba estado buscando y ahora Paul Freeman lo haba encontrado para l.
A ltima hora de la tarde la fuerza area les lanz ms municiones y otros pertrechos y finalmente lleg como fuerza de apoyo el primer batalln del 23. Regimiento, que haba recorrido todo el camino a pie. Freeman y Mondar teman que el ejrcito chino pudiera atacar de nuevo aquella misma noche; pero por el momento se haba retirado. El regimiento pas el da consolidando sus posiciones, y luego, el 3 de febrero, recibi su siguiente orden: avanzar hasta Chipyongni, a unos seis kilmetros de distancia, y ocupar aquel pueblo de vital importancia. 42
La batalla de Chipyongni fue en definitiva la que Matt Ridgway pretenda desde que lleg a Corea. Fue una de las batallas decisivas de la guerra, porque en ella el ejrcito estadounidense aprendi por fin cmo hacer frente al chino. Las tcticas empleadas all por Paul Freeman y sus hombres se estudiaron durante aos en la Escuela de Mando de Leavenworth como ejemplo de comportamiento frente a un enemigo numricamente superior. Pero pese a su importancia militar y a que en aquel pequeo pueblo se pusiera fin a la sensacin casi mtica de la superioridad o incluso invencibilidad china, fuera del mundo de quienes combatieron all o de los analistas de aquella guerra poco se supo de aquella batalla o de otras similares en Corea. Por aquel entonces haba surgido entre los soldados estadounidenses cierto humor mordaz que haca referencia a la magnitud del ejrcito chino y al nmero de soldados que podan tumbar en una batalla, con bromas como: Cuntas hordas le tocan a cada pelotn? o Ayer me atacaron dos hordas y las mat a ambas; pero tras la batalla de Chipyongni haba una sensacin nueva, no slo entre los mandos sino entre los propios soldados rasos, de que si mantenan las posiciones adecuadas con el campo de fuego adecuado y las rdenes adecuadas, sera el ejrcito chino, peor armado, el que estara en desventaja. E igualmente importante era que tambin lo supieran los mandos chinos. Chipyongni era una de las muchas aldeas coreanas cuyo nombre slo se recuerda por la batalla que tuvo lugar all, sin que en ella hubiera sucedido nunca nada de mayor importancia. Era un pueblecito muy tpico, con un molino, una escuela y un templo budista; a lo largo de la calle principal corra un canalillo de desage, sin ms alcantarillado, lo que da idea de su humildad, al menos a ojos occidentales. Cuando lleg all el 23. Regimiento a tomar posiciones, el molino haba sido demolido, la escuela y el templo destruidos y la mayora de los habitantes haban huido, lo que era tambin tpico de las reas rurales coreanas en aquel momento, con ejrcitos enfrentados que iban y venan y que cada vez que pasaban por el pueblo decretaban una requisa que lo dejaba todava ms pobre. Pero para ambos bandos tena una importancia estratgica desproporcionada porque controlaba el paso por ferrocarril de este a oeste, y por carretera de norte a sur por la parte central del pas, donde haba pocas rutas alternativas. Para sorpresa de Freeman sus hombres pudieron entrar en Chipyongni sin encontrar resistencia. Por alguna razn desconocida el ejrcito chino, que dispona de abundantes tropas en el sector, dej que los estadounidenses lo tomaran sin tratar de impedrselo. Aunque su defensa acab siendo citada en los libros de texto como ejemplo del uso de fuerzas limitadas, al principio Paul Freeman se senta algo inquieto por su situacin. Habra preferido con mucho, como le dijo al capitn Sherman Pratt, tomar una serie de montes en torno al pueblo mucho ms altos que los que finalmente ocuparon, pero dado el limitado nmero de soldados que tena a su disposicin, eso habra significado una dispersin poco deseable. Su primera decisin fue ms tarde considerada por los expertos en infantera como poco corriente, pero brillante. La regla ms elemental para un jefe de infantera, especialmente a la defensiva frente a un enemigo muy superior en nmero, es controlar las alturas. En principio, los montes ms altos del rea habran permitido crear una barrera defensiva casi impenetrable, pero habra tenido que apostar hombres a lo largo de un crculo de casi veinte kilmetros de largo y unos seis kilmetros de dimetro, lo que habra requerido una divisin, no un regimiento. Para el ejrcito chino habra sido mucho ms fcil romper en cualquier punto un crculo tan amplio, arrollando toda la lnea defensiva cuando y como quisiera. Por eso Freeman decidi prudentemente concentrar su defensa en las colinas ms bajas pero ms cercanas, lo que le daba un permetro defensivo rectangular de menos de dos kilmetros de profundidad por unos tres kilmetros de longitud. En casi todos los lados haba suficiente terreno elevado como para que supusiera un serio problema para cualquier tropa atacante. En cierta forma estaba estableciendo un tipo de defensa que muchos mandos estadounidenses llevaban considerando desde que fueron atacados por primera vez por el ejrcito chino a lo largo del Chongchon. Igualmente importante era que de aquel modo sus caones pesados podran apoyarse unos a otros y sus unidades de reserva podran acudir rpidamente en ayuda de una posicin en peligro. Tambin esperaba aprovechar la gran debilidad del ejrcito chino, que no era otra que su falta de piezas de artillera pesada. Era evidente que los soldados chinos ocuparan las cotas altas, pero la distancia a la que se encontraban le dara ventaja a la artillera de largo alcance estadounidense. En cuanto a las ametralladoras, el ejrcito chino dispona de gran cantidad de ellas, pero emplazadas en terreno elevado y mediando gran distancia no le serviran apenas de nada. Supona que tambin emplearan morteros y que seguramente lo haran con eficacia, pero con suerte la fuerza area de Naciones Unidas los podra ir eliminando, siempre que el cielo no se cubriera en exceso. La otra ventaja decisiva de la que dispona Freeman era el factor tiempo. Era el primer mando estadounidense que dispona de tiempo en aquella guerra y de cierta idea de cmo aprovecharlo. Sus tropas llegaron a Chipyongni el 3 de febrero y el ataque chino no se produjo hasta el 13, con lo que dispuso de diez das preciosos para acondicionar sus posiciones. En el 23. Regimiento todo el mundo era conscientes de su vulnerabilidad y de que sus vidas dependan de lo bien que hicieran sus trincheras (aunque el historiador militar Roy Appleman las recorri en agosto de 1951 y le sorprendi que no fueran ms profundas). Se midieron los campos de fuego para morteros y piezas de artillera, marcando con precisin todas las vas potenciales de acceso. Se desplegaron minas y alambre de espino hasta agotar las reservas. Y se despej una pequea franja de terreno como aerdromo, lo que les permitira, si era necesario, recibir refuerzos y pertrechos y evacuar a los heridos. Freeman pensaba que por primera vez dispona de municin suficiente, aunque pronto se percat de que estaba equivocado. Cada da enviaba patrullas de reconocimiento y los aviones estadounidenses sobrevolaban la zona tratando de detectar los movimientos del ejrcito chino en los montes cercanos. Mientras esperaban su ataque surgi una complicacin: las fuerzas surcoreanas que trataban de abrirse paso hacia el norte desde la cercana Wonju, a unos quince kilmetros al sureste, se haban venido abajo, y las unidades estadounidenses y holandesas que combatan junto a ellas estaban ahora en peligro de verse vencidas y aniquiladas. Aquel intento de avanzar hacia el norte iniciado el 5 de febrero pareca prcticamente fracasado el 14. Algunos mandos de la divisin, incluido George Stewart, pensaban que aquel intento de avance surcoreano en el rea de Wonju formaba parte de un plan de Almond bastante extrao y mal planteado: haba enviado las tropas surcoreanas hacia el norte como avanzadilla, lo que haba sorprendido a todo el mundo por su deficiente rendimiento hasta entonces. Cuando, como era previsible, el ejrcito chino las aplast se estimaba que haba al menos cuatro divisiones chinas en el rea, al romper las lneas surcoreanas haba abierto grandes brechas hacia las posiciones estadounidenses y holandesas, poniendo en grave peligro toda el rea de Wonju y probablemente tambin la de Chipyongni, de forma que mucho antes de que comenzara la batalla all, sus defensores se hallaban en una situacin muy vulnerable, ya que no slo la batalla de Wonju era prioritaria para la fuerza area, sino que, a menos que se equilibrara all la balanza, el ejrcito chino podra llegar a tener las manos libres para enviar a Chipyongni un mayor nmero de fuerzas, quiz hasta cuatro divisiones ms. El 10 de febrero las pequeas patrullas que Freeman enviaba cada da a reconocer el rea descubrieron que herva de chinos y que su terreno se iba contrayendo de hora en hora. La fama de Freeman como uno de los tres o cuatro jefes de regimiento estadounidenses ms distinguidos en la guerra de Corea, basada en gran medida en sus decisiones en Chipyongni, no deja de ser paradjica, ya que durante los das que precedieron a la batalla ansiaba replegarse temiendo la inmensa acumulacin de fuerzas chinas en torno a su permetro. El 12 de febrero estaba convencido de que sus hombres se iban a ver pronto rodeados por una fuerza abrumadora, lo que ya era bastante malo, pero an peor era que las fuerzas estadounidenses de dos de los batallones del 38. Regimiento estaban quedando aisladas justo al norte de Wonju y caba la posibilidad de que el resto del X Cuerpo no pudiera mantener en su poder la ciudad. Dos columnas de apoyo una de ellas la Brigada de la Commonwealth britnica enviadas para reforzar a Freeman haban sido duramente rechazadas y les haba resultado imposible avanzar. Para Freeman, su posicin destacada en cua, enfrentada en solitario a lo que le pareca la totalidad del ejrcito chino enviado a Corea, sobresala como pidiendo castigo. Cuando pidi permiso para replegarse, le dijeron que Ridgway quera que resistiera all. A medida que se iba acercando el momento del ataque chino, todos los mandos del 23. Regimiento saban que por encima de ellos estaba teniendo lugar una discusin muy seria. Todas las dems unidades de Naciones Unidas en el rea se estaban retirando, pero el 23. Regimiento tena la orden de permanecer all, y as lo sealaba en particular el despacho recibido el 12 de febrero, que el oficial de operaciones del regimiento registr as: Debemos resistir por orden de Scotch (el nombre en clave de Ridgway). Aquel mismo da el comandante John Dumaina, oficial de operaciones del regimiento, le comunic al capitn Pratt que Freeman deseaba replegarse pero dudaba si podra hacerlo ahora, debido al gran nmero de soldados chinos que tenan a su alrededor: No creo que pudiramos retirarnos aunque lo intentramos. El ltimo informe de Shoemaker [el comandante Harold Shoemaker, oficial de inteligencia del regimiento, que iba a morir en Chipyongni] es que la carretera hacia el sur, nuestra nica va de escape, hierve de chinos y est cerrada. Incluso si nos dieran permiso para replegarnos, tendramos que pasar por otras Horcas Caudinas para salir de aqu. Creo que vamos a permanecer aqu y a defendernos. Aquello pareca decidirlo todo; estaban ya cercados y el abastecimiento les llegaba por aire. Los soldados del 23. Regimiento enviados a Chipyongni saban ya que tendran que labrarse su destino por s mismos. Estaban abandonados a su suerte. Pero en el puesto de mando de la divisin Freeman y Ruffner todava esperaban que sus rdenes cambiaran. Hasta Almond estaba de acuerdo, en parte debido a los crecientes fracasos de otras unidades bajo su mando. Hacia el medioda del 13 de febrero lleg en avin para reunirse con Freeman, consciente de que la batalla en torno a Wonju iba muy mal, lo que aumentaba el peligro en Chipyongni. Encontr a Freeman muy nervioso, hablando de la posibilidad de perder todo su regimiento en aquella batalla. Pidi permiso para retroceder durante la maana del da 14 hasta Yoju [Yeoju], a unos veinticinco kilmetros al sur, aunque creca la probabilidad de que el ejrcito chino hubiera cortado la carretera. Su posicin, segn dijo, era muy frgil. Contaba con la aprobacin para hacerlo de Ruffner, el jefe de la divisin, y ahora Almond pareca estar tambin de acuerdo. Dentro del permetro del 23. Regimiento se extendi rpidamente la noticia de que se iban a retirar. De hecho el comandante de la batera antiarea del regimiento, convencido de que iban a hacerlo pronto y creyendo que tenan demasiada municin para llevrsela consigo pidi permiso para disparar una parte hacia las distantes colinas. El teniente coronel Frank Meszar, oficial ejecutivo del regimiento, le dijo que esperara otro da hasta estar seguros. Cuando Almond lleg de regreso al cuartel general del X Cuerpo, Freeman haba cambiado de opinin: no crea que pudiera esperar otro da ms y quera salir de all el mismo da 13. Inmediatamente despus de su reunin, envi un mensaje al puesto de mando de la divisin: Almond ha estado aqu hace hora y media y le he solicitado retirarme hasta Yoju. Le dije por la maana, pero he cambiado de opinin y preferira hacerlo esta misma tarde [...] Pasen esa peticin al cuartel general del X Cuerpo y enven la respuesta tan pronto como sea posible.4 Ahora la decisin estaba en manos de un solo hombre, el que haba deseado aquella batalla particular. Ridgway permaneci imperturbable ante las peticiones que le llegaban desde Chipyongni. Le prometi a Freeman que si resista y luchaba conseguira que una fuerza de apoyo llegara hasta all. Si era necesario, afirm, enviara a todo el Octavo Ejrcito a rescatarlos. Como veterano de unidades aerotransportadas, estaba convencido de que las tropas de Freeman, bien atrincheradas y con gran capacidad de fuego, podran ser abastecidas con municiones y otros pertrechos por aire. Aqulla era, pues, la batalla de prueba que ansiaba; quiz imperfecta, pero uno nunca consigue la batalla perfecta. Si las cosas iban bien, permitira dominar con la mayor capacidad de fuego estadounidense la abrumadora superioridad numrica del ejrcito chino en un terreno prcticamente elegido por ste, y como tal deba, segn esperaba Ridgway, constituir una prueba decisiva para el resto de la guerra. Al caer la tarde del da 13 Sherman Pratt visit a Freeman y lo encontr muy pesimista. Freeman le mostr a Pratt un mapa en el que las posiciones estadounidenses aparecan totalmente rodeadas por quiz cuatro divisiones del ejrcito chino, segn le dijo, y concluy: Si ellos [el ejrcito chino] lo quieren, tendrn que venir a luchar por ello. Creo que estamos dispuestos, que podemos resistir desde donde estamos ahora.5 A primera hora de la noche del da 13 Freeman convoc a sus subordinados y les dijo que aunque se haba hablado mucho de la posibilidad de retirarse, eso no iba a suceder: Permaneceremos aqu y resistiremos. Quera que cada uno de sus subordinados comprobara cada trinchera y cada campo de fuego por ltima vez. El ataque, dijo, podra producirse aquella misma noche. Haba situado al primer batalln en el sector noroeste, al tercero en el noreste y este, el batalln francs al oeste y el segundo batalln al sur. Contaba con cinco mil cuatrocientos hombres bajo su mando, un regimiento bien provisto para el combate. Se crea que el ejrcito chino contaba con unidades de cinco divisiones, con una fuerza total de entre treinta y cuarenta mil hombres. Chipyongni iba a ser no slo una batalla sino un asedio. La nica forma de que las fuerzas de Freeman recibieran ms municiones y comida era lanzndoselas en paracadas. 43
Mientras los defensores de Chipyongni cavaban sus trincheras, la batalla de Wonju estaba llegando a su fin. El plan de batalla la Operacin Redada haba sido elaborado personalmente por Almond y lo menos que se puede decir es que era bastante sorprendente, especialmente en aquella fase de la guerra. Formaba parte de una ofensiva ms amplia planeada por Ridgway, la Operacin Trueno; de hecho constitua su flanco derecho, pero era notablemente menos prudente que la de su jefe, a pesar de que el terreno asignado fuera ms montaoso y por tanto ms adecuado para las tcticas del ejrcito chino. Almond volvi a ignorar las advertencias de su servicio de inteligencia de que el mando chino haba desplazado el ncleo de sus fuerzas al rea y de que se estaban reagrupando all. El fiasco junto al embalse de Chosin, que muchos le achacaban, no lo haba hecho ms cauto. Ahora, diez semanas despus, cuando se presentaba otra posibilidad de enfrentarse al ejrcito chino, segua siendo demasiado agresivo y negligente con respecto a los datos que le llegaban, propenso a ordenar avanzar a unidades que fcilmente eran aisladas y destruidas por el ejrcito enemigo, cuya profesionalidad y sabidura tctica segua subestimando. Todo aquello acab, como escribi Clay Blair, evocando el recuerdo de sus operaciones anteriores en el noreste de Corea. Jim Hinton, que haba logrado salir vivo de Kunuri pero iba a ser gravemente herido en la prxima batalla, lo llamaba la locura de Almond. Recordaba la furia del coronel Robert Coughlin, el nuevo comandante del 38. Regimiento, cuando le explic que Almond haba tomado de hecho el mando de su regimiento, dividindolo en unidades ms pequeas, separando entre s los batallones, aislndolos y haciendo as cada uno de ellos mucho ms vulnerable, a diferencia del avance hacia el norte en el frente occidental, donde las distintas unidades permanecan estrechamente ligadas entre s. Ante un eventual ataque del ejrcito chino, a aquellas unidades debilitadas les resultara muy difcil defenderse. Por lo que Coughlin poda decir, era exactamente lo contrario de lo que se supona que deban haber aprendido en los primeros enfrentamientos con el ejrcito chino. Para los estadounidenses que admiran su ejrcito la notable presencia de un gran fuerza militar en una democracia viva, el papel de Almond en aquella guerra sigue siendo singularmente preocupante, aunque haya transcurrido ms de medio siglo desde que dejara el campo de batalla. Almond era de la vieja escuela, pero eso no lo hace menos cuestionable. En una institucin democrtica en la que se supone que los hombres deben ser juzgados slo por su rendimiento en el campo de batalla y su disposicin a morir si es preciso, l se negaba a juzgarlos por esos mritos y permaneca esclavo de sus prejuicios, en particular del racismo que lo caracteriz desde joven. En 1971, cuando ya se llevaban seis aos luchando en Vietnam y l llevaba mucho tiempo retirado, todava proclamaba tan alto como poda que la integracin racial debilitaba las unidades de combate. Su racismo siempre haba sido un componente decisivo del problema. Sus prejuicios podan no diferir sustancialmente de los de otros altos mandos del ejrcito en aquel momento, pero los senta con tal intensidad se podra hablar de pasin que molestaba a los jvenes oficiales que lo rodeaban, por no hablar de los soldados y oficiales negros vctimas de su racismo. Pensaba que los negros, cuyas primeras victorias como ciudadanos estadounidenses de pleno derecho estaban a punto de tener lugar en aquella guerra, pertenecan a una especie inferior. Su papel en el ejrcito deba limitarse a servir a los blancos. Mientras que Truman y Ridgway trataban de desegregar el ejrcito, Almond pretenda resegregarlo, procurando, en la medida de sus posibilidades, crear unidades. A mediados de enero de 1951, durante una de las primeras batallas en torno a Wonju, un capitn negro llamado Forrest Walker dirigi con xito un asalto a la bayoneta y con granadas de mano contra una unidad norcoreana bien atrincherada. El entonces teniente coronel Butch Barberis, jefe de su batalln, muy admirado y de cuya palabra nunca dudaban sus pares, le habl a Ridgway al da siguiente del valor de Walker, y Ridgway, visiblemente impresionado, pidi para l una Estrella de Plata, pero cuando Almond tuvo noticia de la propuesta la detuvo y relev a Walker del mando de su compaa. Cuando uno de sus oficiales favoritos durante la segunda guerra mundial, Bill McCaffrey, consigui finalmente el mando de un regimiento en Corea, gracias en parte a su relacin con Almond, ste se enfureci con su viejo amigo por integrarlo situando tres soldados negros en cada pelotn. No debera haberlo hecho, le dijo Almond. S, seor, lo he hecho, respondi McCaffrey. Usted debera saber, mejor que los dems, que eso no se debe hacer, replic Almond, refirindose a su experiencia en la 92. Divisin de Infantera en Europa. Pero, mi general, est funcionando, insisti McCaffrey. Almond sacudi la cabeza. Para l era como si le hubiera traicionado un miembro de su propia familia.4 Lo ms importante con respecto a los prejuicios de Almond, por repulsivos que fueran de por s, era que adems de resultar extremadamente dolorosos para los soldados negros que servan a sus rdenes tenan consecuencias funcionales muy serias. Quienes combatieron a sus rdenes y analizaron su comportamiento crean que su racismo no acababa ah. Como observ J. D. Coleman, Almond vea al ejrcito chino del mismo modo. Una de las razones por las que hizo avanzar sus tropas de forma tan imprudente en el embalse de Chosin era que no se lo tomaba en serio como adversario. Crea que, en caso de presentarse en el campo de batalla, los chinos huiran inmediatamente ante las fuerzas estadounidenses, porque pertenecan a un pueblo inferior. La importancia de su alusin a las lavanderas chinas resida en que no era capaz de ver a su enemigo tal como se mostraba realmente en el campo de batalla, ya que a sus ojos segua siendo el tipo de gente que haba conocido en Estados Unidos lavando la ropa de otros. Coleman, que haba combatido con el 187. Equipo de Combate Regimental a las rdenes de Almond, crea que su falta de inters en la forma de combatir del ejrcito chino y su incapacidad para aprender nada de las batallas anteriores contra l no eran sino un reflejo de lo que llamaba el incipiente racismo de Almond. Durante las semanas que siguieron a sus derrotas en el norte no convoc a ninguno de sus subordinados ni siquiera para discutir lo que haban aprendido hasta entonces sobre el ejrcito chino. Coleman deca aos ms tarde que despus de Corea se hicieron muchos estudios sobre su tctica, pero en aquel momento se hicieron muy pocos, no hubo ningn intento de reunir rpidamente lo que habamos aprendido durante aquellas primeras semanas sobre ellos, sobre su tctica, sus puntos fuertes y dbiles, sus limitaciones logsticas, su empeo en hacerte huir hacia una emboscada que haban preparado en tu retaguardia. Haba mucho que aprender y no lo aprendimos. Era como si no lo necesitramos; no los veamos como un enemigo al que valiera la pena estudiar, y eso nos sali muy caro en Hongcheon, Hoengseong y Wonju [distintos lugares de la batalla de Wonju]. Siempre lo he achacado a cierto tipo de racismo estadounidense innato, inconsciente. Almond no supo aprender prcticamente nada de su primera derrota y creo que eso se debi a que sus prejuicios bloquearon su inteligencia. A mediados de febrero Almond pareca todava creer que bastaba golpear al ejrcito chino con un poco ms de dureza, segn crea Coleman. Su racismo afectaba a todas las decisiones que tomaba en el curso de una batalla.5 Almond dio a su plan de batalla para el rea de Wonju el nombre de Operacin Redada. Pareca un plan de Fort Leavenworth perfecto e incluso haba en l cierta grandeza. Era un plan a gran escala que exiga mucha coordinacin entre las distintas unidades. Si lo hubiera presentado en Fort Leavenworth como una batalla terica en un pas terico (preferiblemente mucho ms llano y clido) contra un enemigo terico (cuyos movimientos por las principales carreteras fueran mucho ms fcilmente detectables desde el aire), habra tenido un xito impresionante. Haba montones de flechas dirigidas implacablemente hacia las principales posiciones enemigas, un cerco envolvente ac, otro all, todo ello culminando maravillosamente en un doble crculo en torno a Hongcheon, a unos cuarenta kilmetros al norte de Wonju, entonces en manos estadounidenses. Naturalmente, el xito de aquella operacin dependa de una perfecta coordinacin entre las unidades participantes y de la disposicin del ejrcito chino a dejar hacer a los estadounidenses lo que quisieran, en lugar de desplazar al rea cuatro o cinco de sus divisiones y apartar de un manotazo todas las flechitas del mapa. As pues, para cualquiera capaz de entender la evolucin de la guerra en Corea los defectos del plan de Almond eran obvios: el rea de Wonju era extremadamente extensa y peligrosa y amenazaba tragarse las fuerzas relativamente limitadas de Naciones Unidas; el clima era muy variable, con grandes bancos de nubes a diario que limitaban la posibilidad de aprovechar la superioridad area estadounidense; y para concluir, el plan de Almond dependa demasiado de la habilidad profesional de las fuerzas surcoreanas. En aquella batalla hizo adems algo absolutamente inexplicable: puso algunas unidades estadounidenses bajo el mando de oficiales del ejrcito surcoreano, con lo que si las cosas iban mal, como era muy probable, los estadounidenses no tendran un control total sobre sus propias fuerzas. De las muchas cosas extraas que hizo Almond durante la guerra, aqulla fue probablemente la ms inslita. Algunos oficiales estadounidenses, como George Stewart, crean que aunque no senta un particular respeto por el ejrcito surcoreano, pretenda de aquel modo mostrarle que confiaba en l con la esperanza de que as combatiera mejor; pero los propios surcoreanos no estaban en absoluto satisfechos con el plan y pensaban a su modo que era racista. El general Paik Sun-yup, el mejor de los mandos del ejrcito surcoreano, sugera en sus memorias que Almond planeaba utilizar a los soldados coreanos como carne de can para absorber el castigo chino inicial.6 As pues, la Operacin Redada comenz con dos divisiones del ejrcito surcoreano como punta de lanza, la Quinta y la Octava, junto con dos regimientos de la Segunda Divisin de Infantera estadounidense, el 38. y el Noveno, y una unidad aerotransportada, el 187. Equipo de Combate Regimental. En el otro bando haba en aquel momento al acecho, dispuestas a atacar inmediatamente y con muchas reservas, cuatro divisiones chinas, del total de cien a ciento cuarenta mil soldados presentes en la regin del corredor central al norte de Wonju. Al principio todo pareca ir bien para las fuerzas de Naciones Unidas, en gran medida porque as lo queran los generales chinos: cuanto ms avanzaran en la primera fase de su ofensiva, ms aisladas estaran cuando ellos contraatacaran, y por eso chinos y norcoreanos se iban retirando, dejando que estadounidenses y surcoreanos se introdujeran ms profundamente en terreno enemigo. Como seal J. D. Coleman, los movimientos de las unidades surcoreanas y estadounidenses no habran sido ms favorables para el ejrcito chino si el propio general Peng hubiera estado personalmente presente en el puesto de mando del X Cuerpo y los hubiera ordenado l mismo.7 El 10 de febrero las posiciones estadounidenses y surcoreanas eran, en palabras de Coleman, como un globo indefendible inflado en territorio enemigo. El 11 de febrero, a las diez de la noche, tres divisiones chinas atacaron de pronto a la Octava Divisin surcoreana que se vino abajo de inmediato desapareciendo como por ensalmo unos siete mil quinientos soldados y oficiales, aunque algunos de ellos volvieron a presentarse luego en los puestos de mando de Naciones Unidas. El ataque chino no supuso una gran sorpresa en el cuartel general de Ridgway, cada vez ms inquieto por los informes que indicaban que se estaba agrupando un enorme contingente chino en el rea de Wonju. De hecho, los informes del G-2 de Ridgway eran extraordinariamente precisos. El teniente coronel Robert Ferguson, vice-G-2 del Octavo Ejrcito, que en noviembre ya tena una apreciacin mucho ms realista que sus superiores de la amenaza china, supo prever lo que iba a ocurrir, equivocndose slo en cuatro das en la fecha del ataque. Ridgway se tom muy en serio el informe de su G-2: el da antes de comenzar la batalla ya tena el pie puesto en el freno y les orden a sus subordinados que no siguieran avanzando hacia el norte; pero Almond no comparta aquella cautela pese a las advertencias de su propio G-2, el teniente coronel James Polk. Este explicara ms adelante que aunque haba comunicado varias advertencias sobre el nmero de soldados chinos en el rea, no haba concedido mucho crdito a lo que le haba dicho un prisionero muy importante, antiguo mdico del Guomindang, que le haba proporcionado estimaciones asombrosamente precisas sobre las fuerzas chinas que estaban a punto de atacar, ya que no haba credo que un mdico que slo tena el grado de capitn dispusiera de tanta informacin.8 Aunque el puesto de mando del X Cuerpo recibi el 11 de febrero la orden de Ridgway de dejar de avanzar y mantener sus posiciones, desde el cuerpo se tard mucho en enviar un mensaje parecido a sus unidades, que no lo recibieron hasta dos horas despus del inicio del ataque enemigo. Fue un desastre desde el principio, una curiosa repeticin de lo sucedido a finales de noviembre cuando se produjo el gran ataque chino. Al tiempo que las unidades surcoreanas se disgregaban, varias unidades del X Cuerpo, en especial el primer y el tercer batalln del 38. Regimiento, quedaron aisladas. Lo que empeoraba el problema era la extraa estructura de mando establecida por Almond y el hecho de que varios de sus subordinados, intimidados, tardaran tanto en tomar sus propias decisiones. El teniente coronel John Keith, al mando del 15. batalln de Artillera de Campaa al que se haba asignado la tarea de apoyar a las tropas surcoreanas, percibi inmediatamente el peligro de quedar aislado. Hacia la una y media de la madrugada llam al puesto de mando del cuerpo para comunicar que todo se estaba hundiendo a su alrededor y pedir permiso para retirarse al general de brigada Loyal Haynes, al mando de la artillera de la divisin. Haynes, amedrentado, no supo darle una respuesta; quera aclararlo primero con Ruffner o con el propio Almond. Cuando lleg la aprobacin de ste hora y media despus era demasiado tarde; las tropas chinas haban rodeado completamente la unidad de Keith con toda su maquinaria pesada y sus enormes camiones. Las tropas surcoreanas que se supona que deba proteger (y que a su vez deban prestarle apoyo en una situacin como aqulla) haban desaparecido haca tiempo. La nica va de escape era una carretera estrecha y escarpada controlada por el ejrcito chino. Pronto se uni a un batalln del 38. Regimiento que tambin haba quedado aislado y estaba sometido a un duro ataque. Juntos intentaron escapar por aquella carretera pero, como seal Clay Blair, las tropas chinas se haban apostado all de forma parecida a como haban emboscado al 38. Regimiento en las Horcas Caudinas junto a Kunuri.9 Al final, en su huida hacia el sur hasta Hoengseong, el 15. Batalln de Artillera de Campaa perdi cinco obuses, cuatro de 155 mm y uno de 105 mm. Justo antes del amanecer del 12 de febrero, lo que quedaba del maltrecho primer batalln del 38. Regimiento y los artilleros de Keith alcanzaron al tercer batalln al norte de Hoengseong; pero tambin all presionaba el ejrcito chino tras cortar la carretera hacia el sur y el permetro estadounidense se contraa rpidamente. En el puesto de mando del X Cuerpo todos tenan presente la orden de Ridgway de no perder ms piezas de artillera. Si el ejrcito chino derrotaba a Keith y sus hombres y se apoderaba de ms caones pesados, las consecuencias para el cuerpo iban a ser muy serias. Le dieron, pues, la orden de proseguir hacia el sur hasta Hoengseong, donde esperaban que pudiera establecer una slida posicin defensiva. Los artilleros se pusieron en marcha acompaados por los restos del primer batalln; pero tras avanzar unos ochocientos metros hacia el sur el fuego chino era tan intenso que tuvieron que detenerse y permanecieron atascados cuatro horas. Finalmente el puesto de mando del cuerpo orden al tercer batalln abandonar su posicin y unirse a las otras dos unidades para ayudarles a atravesar el cerco chino y al mismo tiempo orden que una columna de infantera acorazada del 187. Equipo de Combate Regimental se abriera camino hacia el norte y se uniera a ellos. Tambin la columna acorazada tuvo que sufrir un duro castigo, pero consigui finalmente llegar a su destino. Aunque estaba muy oscuro y las tropas chinas seguan controlando la carretera, los mandos confiaban en que aquella fuerza combinada ms amplia encabezada por el 187. Equipo de Combate pudiera abrirse camino de nuevo hacia el sur; pero uno de los camiones que iban al frente del convoy, que remolcaba un obs de 105 mm, patin y se sali de la carretera y la dej bloqueada. Era lo peor que les poda ocurrir a quienes pretendan escapar de all. Los mandos chinos confiaban desde el principio en controlar la carretera inmovilizando los pesados vehculos estadounidenses como haban hecho en Kunuri. Concentraron su fuego sobre las cabinas de los conductores de los camiones, con tanta intensidad que no haba modo de encontrar un hueco despejado de la carretera. Las tropas estadounidenses se vieron pues obligadas a abandonar la mayora de los grandes caones que transportaban, catorce obuses de 105 mm y cinco de 155 mm, adems de ciento veinte camiones, algunos de ellos cargados de heridos. Fue, en todos los sentidos, un desastre. El coronel Keith fue dado por desaparecido en accin y probablemente muri en un campo de prisioneros. Afortunadamente el batalln holands que combata duramente en Hoengseong consigui mantener sus posiciones y las diversas unidades del 38. Regimiento, junto con los artilleros del 15. batalln consiguieron retirarse, primero hasta all y luego hasta Wonju. Las prdidas haban sido terribles: los dos batallones estadounidenses y el holands haban sufrido un total de ms de dos mil bajas, a las que haba que sumar alrededor de diez mil bajas surcoreanas. Ridgway, al conocer la noticia, se enfureci e inmediatamente se dirigi al puesto de mando del X Cuerpo donde proporcion a Almond una sonora reprimenda. Segn el teniente coronel Jack Chiles, que era el segundo de Almond en aquel momento, fue la reprensin ms dura que nunca haba odo. Ridgway todava no conoca todas las bajas producidas en la batalla, pero s que se haban abandonado muchas piezas de artillera en manos del enemigo y para l aquello era un pecado casi ms grave. Ridgway habl del uso imprudente de la artillera e insisti con mucho nfasis, segn Chiles: Que esto no vuelva a suceder nunca!; pero por alguna razn el temor a molestar a MacArthur, o quiz la incompetencia de sus otros jefes de cuerpo no relev a Almond. La noticia de que se haba perdido el equivalente a todo un batalln fue ya bastante brutal, pero un mes despus, durante otra ofensiva estadounidense, algunos marines pasaron por aquel mismo valle y descubrieron que el campo de batalla estaba cubierto de cadveres estadounidenses sin enterrar, los de los hombres del 38. Regimiento que haban muerto durante la retirada hasta Wonju. Se enviaron tropas que recuperaron ms de doscientos cincuenta cuerpos de estadounidenses y gran nmero de holandeses, incluido el de su jefe de batalln, Marinus den Ouden. La mayora de ellos tenan varias heridas de bala, lo que indicaba que haban luchado hasta el ltimo momento sin rendirse. Cuando concluy la guerra se llev a cabo un recuento ms preciso, fijando el nmero de prdidas sufridas por el regimiento durante los tres das de batalla en 468 hombres. De aquel total 255 haban muerto en el campo de batalla y otros 213 en cautividad. El 15. Batalln de Artillera de Campaa de Keith perdi 83 hombres aquella noche y otros 128 en campos de prisioneros. Los marines llamaron a aquella zona El Valle de la Masacre. Uno de ellos coloc all un letrero que reflejaba, entre otras cosas, la amargura generada por la palabrera empleado en aquella guerra: VALLE DE LA MASACRE / ESCENARIO DE LA "OPERACIN POLICIAL" DE HARRY TRUMAN / TODO VA MUY BIEN, HARRY.10
Los xitos del Ejrcito de Voluntarios del Pueblo Chino en el sector central iban aumentando. Al cabo de tres das de lo que haba comenzado como una ofensiva estadounidense, estaba a punto de obtener dos de los objetivos que se haba marcado desde el principio, Wonju y Chipyongni. Cuando pareca a punto de tomar Wonju aumentaron los temores a propsito de Chipyongni. Hasta entonces todas las iniciativas del ejrcito estadounidense haban salido mal y las victorias chinas parecan una prolongacin de lo sucedido en torno al Chongchon. Pero cuando todava estaban en juego Wonju y Chipyongni, los estadounidenses consiguieron imprimir un giro a los acontecimientos del tipo de los que pueden convertir la derrota en victoria. Por la maana del 14 de febrero un pequeo avin de reconocimiento volaba sobre el ro Seom, cuyo curso atraviesa la cordillera al noroeste de Wonju. Uno de los observadores, el teniente Lee Hartell del 15. Batalln de Artillera de Campaa, mir hacia afuera y vio, a lo largo de la playa arenosa del ro, una lnea de rboles desacostumbradamente espesa, o as le pareci al principio, con muchos ms rboles de los que se solan ver en aquella zona. Decidi observar con ms atencin y comprob que la lnea de rboles se iba moviendo. De repente entendi que no se trataba de rboles, sino de gran cantidad de soldados chinos aparentemente bien camuflados y tan confiados que se movan en masa a la luz del da como casi nunca hacan y ni siquiera se detuvieron como caba esperar cuando el avin vol sobre ellos. Creyendo la victoria cercana y el tiempo precioso, sentan ya tan poco respeto hacia sus enemigos que se permitan ignorar el avin de reconocimiento. Hartell y su piloto calcularon que se trataba al menos de dos divisiones, unos catorce mil hombres que se desplazaban de cuatro en fondo, casi seguramente hacia lo que suponan la batalla final en Wonju. Hartell transmiti por radio su descubrimiento y pidi la intervencin de la artillera. Aquel bombardeo iba a quedar en la memoria del ejrcito estadounidense como La Cacera de Wonju. Los caones comenzaron lanzando un marcador de fsforo blanco y a continuacin entraron en funcionamiento todas sus bateras en un bombardeo implacable. Las fuerzas estadounidenses disponan de un gran contingente artillero, consistente en alrededor de ciento treinta grandes caones, treinta obuses de 155 mm y un centenar de 105 mm. Su jefe, el general de brigada George C. Stewart, aunque no era oficial de artillera, saba cmo aprovechar una oportunidad asombrosa como aqulla. Si haba en todo el X Cuerpo un oficial capaz de dar un paso adelante y actuar profesionalmente en la batalla de Wonju- Hongcheon-Hoengseong era Stewart. En la Segunda Divisin era considerado el mando ms racional, profesional, reflexivo, y quiz lo ms importante, el ms independiente de todos. Stewart se haba convertido en vicejefe de la divisin casi por casualidad. Se haba graduado en West Point en 1923 y siempre haba preferido la infantera, pero hasta entonces no le haban asignado el mando de una gran unidad. Cuando comenz la segunda guerra mundial era ya demasiado mayor para mandar una pequea unidad y todava demasiado joven para una grande, por lo que le asignaron una de esas tareas vitales que nadie desea realmente, pero que alguien tiene que hacer y hacerla bien. Lo nombraron jefe de transporte de las fuerzas aliadas, primero en el norte de frica, luego en Italia y por fin en el suroeste del Pacfico, y estaba a cargo del transporte para la invasin de Japn cuando termin la guerra. Haba llevado a cabo brillantemente sus diversas tareas y se haba convertido en un hombre irreemplazable en los dos escenarios principales de la guerra, pero a costa de sus ambiciones de progreso en su carrera. Resultaba demasiado necesario en otros lugares como para darle el mando de infantera que siempre haba deseado. Acab la guerra como general de brigada, grado reducido al de coronel durante la desmovilizacin, y luego ascendi de nuevo a general de brigada en enero de 1947. Segn Ken Hamburger, soldado, historiador y profesor, era uno de esos hombres especiales que produce el ejrcito, inteligente, valiente y reflexivo, en conjunto un oficial excepcional, pero no lo bastante implacable como para ser un gran general. Los grandes generales, los hombres como Ridgway, aunque no son imprudentes, saben cundo hay que arriesgar la vida de sus soldados para cumplir una misin. En 1950 Stewart todava se ocupaba de tareas logsticas y haba supervisado la del desembarco en Chongchon, pero todava deseaba el mando de infantera que siempre haba estado fuera de su alcance. A principios de diciembre, cuando el Ejrcito de Voluntarios del Pueblo Chino inici su avance hacia el sur, le dijeron a Stewart que, para evitar que su oficina de logstica cayera en manos enemigas, deba trasladarla a Pusan, en el extremo sur de la pennsula. No le gustaba en absoluto la idea, ya que su hijo, George Stewart Jr., graduado en 1945 en West Point, era teniente en el 187. Equipo de Combate Regimental, y le pareca singularmente ofensiva la posibilidad de operar desde un lugar seguro en aquel puesto mientras su hijo se jugaba la vida. Acudi al jefe de Estado Mayor del Octavo Ejrcito, Lev Allen, y le pidi un destino distinto. Allen le respondi que deba seguir con su tarea y trasladarse a Pusan, pero al salir de la oficina de Allen, Stewart se encontr con Bob McClure, que acababa de recibir el mando de la Segunda Divisin. Sin pensarlo dos veces se le ocurri preguntarle si no necesitara un buen vicejefe para la divisin, y como quien entonces ocupaba aquel puesto, Sladen Bradley, estaba en el hospital, se lo dieron a Stewart, al principio de forma temporal y luego de forma permanente. Su situacin en la jerarqua era delicada, y ms an despus de que McClure, su patrocinador, fuera relevado tan rpidamente. Stewart tena una autoridad limitada, ms como asesor que como mando, y no le asignaron ninguna unidad especfica; todas sus decisiones tena que discutirlas antes con Ruffner, el sucesor de McClure, lo que en la prctica significaba consultar con Almond, que quera deshacerse de l. Poco antes, cuando Wonju estaba a punto de ser asaltado por fuerzas chinas cuya envergadura estaba comenzando a alcanzar las dimensiones de un cuerpo de ejrcito, Almond haba encargado a Stewart, con sus modales habituales, la defensa de la ciudad: le orden dirigirse a Wonju a ltima hora de la tarde del 13 de febrero, el da antes de que Hartell descubriera las dos divisiones chinas camufladas como rboles, y le dej instrucciones muy concretas: El general Almond ordena que tome el mando de todas las tropas situadas en los alrededores de Wonju y que defienda y mantenga ese importante nudo de carreteras a cualquier precio. El general cree que el ejrcito chino atacar por su derecha, PERO LA DECISIN ES SUYA. El general cree que debera situar al frente el nico batalln intacto del 38. Regimiento, PERO LA DECISIN ES SUYA. Como observ Stewart, inmediatamente despus de transmitir la orden, el G-3 abandon aquel lugar tan expuesto. Aquellas instrucciones, pens Stewart, eran totalmente intiles. Haba estudiado el terreno y con los pocos datos que tena concluy que el ataque provendra por la izquierda en eso estaba acertado, y por tanto mantuvo en la reserva al nico batalln completo del 38. Regimiento a su disposicin. Aunque era oficial de infantera y no de artillera, era muy entendido en el uso de sta gracias a los cursos de entrenamiento que haba seguido en los aos treinta. Ahora, con una fuerza defensiva relativamente pequea bajo su mando y quiz hasta cuatro divisiones en su contra, saba que iba a necesitar todo lo que pudiera recordar de su experiencia con grandes caones y era lo bastante despierto como para no esperar ninguna ayuda de Loyal Haynes, el jefe de artillera de la divisin, al que, como muchos otros, consideraba un oficial excepcionalmente inepto. Al llegar a Wonju, ya antes de que comenzara la batalla, le pidi que mandara a sus hombres preparar los datos necesarios para poder disparar sobre las eventuales vas de aproximacin decisivas en cuanto se les ordenara; quera que tuvieran dispuestos planos solapados para poder disparar sobre objetivos diferentes simplemente utilizando un nmero preseleccionado. De hecho, quera poder disparar sus caones masiva e instantneamente sin perder el tiempo en realizar clculos en medio de la batalla. As pues, cuando Hartell divis las tropas chinas disfrazadas de rboles, Stewart tena sus caones ya a punto. Tras haber descubierto aquella hueste enemiga en terreno abierto y disponiendo como dispona de tantos caones, quiso aprovechar la oportunidad. Haynes trat en varias ocasiones de detenerlo, pero lo ignor. Mientras el teniente Hartell segua volando sobre el ro transmitiendo datos, los artilleros disparaban incesantemente un proyectil tras otro sobre la columna china, que a pesar de todo segua avanzando. Nada pareca poder detenerlos, ni siquiera aquel fuego implacable, y aqulla era su mayor debilidad: una vez iniciada una batalla les resultaba muy difcil cambiar de tctica. As pues, la artillera sigui disparando durante ms de tres horas. En determinado momento Haynes le propuso a Stewart hacer un alto porque se estaban quedando sin municiones, pero ste, sabiendo que quiz nunca volvera a tener una oportunidad como aqulla, rechaz su sugerencia dicindole: Siga disparando hasta el ltimo proyectil. A continuacin pidi un reabastecimiento inmediato de municiones desde Japn. Como seal J. D. Coleman, la logstica del ejrcito estadounidense le proporcionaba una ventaja asombrosa: en cuestin de horas podan llegarle a la guarnicin de Wonju nuevas municiones, mientras que el ejrcito chino sola tener que esperar das para conseguirlas. Poco despus Haynes insisti en que deban dejar de disparar porque los caones se estaban sobrecalentando, pero Stewart no le prest atencin y orden: Sigan disparando hasta que los caones se fundan!. Aqul fue el momento decisivo de la batalla. Ms tarde se estim que haban muerto entre cuatro y cinco mil soldados chinos y que otros tantos resultaron heridos. Aunque todava estaba por llegar la batalla ms dura, Wonju se haba salvado. Las prdidas chinas en el corredor central fueron monstruosas, quiz hasta veinte mil bajas entre muertos y heridos. En el alto mando no haba duda de que Stewart era el hroe del da, pero Almond no pareci apreciarlo as. Al final de la tarde, cuando haba acabado el fuego de artillera, el general de brigada William Bowen, jefe del 187. Equipo de Combate Regimental, lleg al puesto de mando de Wonju y transmiti a Stewart, de modo bastante perentorio, la orden de regresar al cuartel general de la divisin (el mando del cuerpo cree que su presencia aqu ya no es necesaria, observ con sequedad). Almond le concedi a Bowen una Estrella de Plata por su participacin en la batalla, pero no se le ocurri premiar a Stewart, ya que eso habra significado, despus de todo, que ste haba modificado acertadamente las instrucciones del propio Almond sobre cmo deba combatir, y lo que es ms importante, que era un vicejefe de divisin valioso y que a partir de entonces habra que tomarlo ms en serio en el seno del mando. Aunque en Wonju se haba puesto freno a la ofensiva china, Chipyongni todava segua en peligro. 44
El teniente Paul McGee, nacido en Belmont, Carolina del Norte, supo por fin lo que era un combate real cuando la compaa George del segundo batalln del 23. Regimiento de Infantera relev a una compaa francesa en lo alto de la cresta de los Tneles Gemelos. Estaba al mando de la tercera seccin de la compaa George, pero haba tardado bastante en obtener aquel puesto; cuando trat de incorporarse a los marines el 8 de diciembre de 1941, con diecisiete aos, fue rechazado por ser daltnico. Su servicio durante la segunda guerra mundial lo haba desilusionado hasta cierto punto. Hasta que l y sus hombres treparon a lo alto de los Tneles Gemelos para relevar a los franceses no haba constatado de cerca lo brutal que poda ser la guerra y lo insensibles que pareca hacer a los soldados. La compaa George no lleg al lugar hasta despus de terminada la batalla, justo a tiempo para contemplar la carnicera que haba causado. McGee poda entender cmo se haba desarrollado simplemente recorriendo con la mirada el rastro de cadveres chinos, cientos de ellos, que representaban las primeras oleadas del asalto; ahora no eran ms que cadveres helados, fijados para siempre en el momento final de su agona. Era como si hubiera descubierto un gigantesco cementerio a cielo abierto. Mientras trepaban por el monte la cosa empeor: los soldados franceses descendan transportando sus muertos por una senda tan estrecha que no tenan otra opcin que hacerlo en fila india, llevando cada dos hombres a un muerto del modo ms primitivo imaginable, simplemente arrastrndolo sujeto a una soga. Lo que sorprendi a McGee era la despreocupacin con que los vivos transportaban a los muertos, la insensibilidad hacia la muerte. Los soldados franceses hablaban a veces rean como si nada hubiera pasado, pese a que los cuerpos que arrastraban eran los de sus amigos hasta el da anterior. No mostraban ninguna seal de duelo. Se pregunt si los soldados franceses eran diferentes de los estadounidenses o si aquello formaba parte de un ritual secreto de la supervivencia que slo conocan quienes hubieran pasado por el mismo infierno, porque si se pensaba en ello demasiado no se podra seguir funcionando. McGee reflexion sobre ello de nuevo en lo alto de la montaa, donde haba estado la posicin francesa. Haba odo decir que los franceses solan cavar trincheras ms profundas que los estadounidenses, pero en aquel caso, debido al suelo rocoso y al hielo, no eran muy impresionantes, en algunos lugares slo unos pocos centmetros; se vea sangre por todas partes y en algunos lugares sesos esparcidos. Por primera vez se pregunt dnde se haba metido. Pero en definitiva era lo que l mismo haba decidido. Se haba presentado voluntario para ir a Corea y tambin haba solicitado que lo enviaran a primera lnea violando la regla ms bsica del ejrcito, que es no presentarse nunca voluntario para nada. La verdad sea dicha, no slo se haba presentado voluntario, sino que haba insistido repetidamente en que le dieran su propia seccin de fusileros, persuadiendo finalmente al ejrcito, que acab renunciando a asignarle la tarea que prefera para l, la de instructor en Fort Benning, Georgia, entrenando a otros jvenes para ir a Corea. Ahora, diez das despus de la estremecedora visin de la carnicera en los Tneles Gemelos, estaba en Chipyongni, esperando pacientemente en su trinchera en el lado sur del permetro defensivo establecido por Freeman, que resultara ser su sector ms vulnerable. McGee era un chico de campo de Carolina del Norte que durante mucho tiempo haba querido servir a su pas. Despus de que los marines lo rechazaran se incorpor al Ejrcito de Tierra y esper pacientemente en Inglaterra al Da D para cruzar el canal de la Mancha y participar en el desembarco, pero ni aquel da ni en las semanas subsiguientes tuvo la oportunidad que deseaba, ya que su unidad, la 66. Divisin (Pantera Negra), qued en la reserva. Luego, durante la batalla de las Ardenas, deba unirse al Tercer Ejrcito y reforzar las tropas cerca de Bastogne, lo que despert de nuevo las ansias de combate de McGee, pero durante el cruce del Canal un submarino alemn hundi el buque que transportaba uno de los regimientos de la divisin y ochocientos dos de sus soldados se ahogaron, por lo que retiraron la divisin y el regimiento de McGee y finalmente lo enviaron a otra zona, cerca de St. Nazare, donde su tarea consista en mantener cercadas a las unidades alemanas que defendan la base de submarinos. Aquello le haba parecido tarea ms propia de policas que de soldados, y cuando acab la guerra McGee dudaba de alcanzar alguna vez su oportunidad. Era demasiado joven para entender que para la gente deseosa de combatir siempre hay alguna guerra en la que tomar parte. McGee regres a Carolina del Norte y estuvo fuera del servicio durante casi ao y medio antes de pasar a la reserva. l y su hermano mayor Tom, con el que se senta muy unido, regentaban una pequea tienda de comestibles y gasolinera en el rea de Belmont, y un da pas por all un sargento del ejrcito reclutando a quienes podan, a su juicio, ser buenos soldados. La estacin de servicio de McGee no daba grandes beneficios y la tienda estaba empezando a cargarse de deudas debido a la creciente despoblacin de la zona, cuyos habitantes preferan emigrar a la ciudad y sus arrabales; as que cuando volvi a pasar por all el sargento proclamando las ventajas del ejrcito en tiempo de paz, sobre todo la posibilidad de ver mundo sin tener que luchar, los hermanos Paul y Tom McGee decidieron reengancharse con la condicin de poder elegir la zona y servir juntos, lo que el sargento consider aceptable. Eligieron el Lejano Oriente porque ya haban estado en Europa, y Asia sonaba mucho ms extica. Consiguieron lo que queran: Japn y la Sptima Divisin de infantera, Paul en la compaa Able y Tom en la compaa Baker del 17. Regimiento. Paul McGee estaba sorprendido por lo mucho que le agradaban los japoneses y sobre todo las japonesas, que le parecan muy amables, porque si bien durante su estancia en Europa no haba odiado a los alemanes, por alguna razn desconocida en aquella poca s odiaba a los japoneses. Japn haba resultado un buen destino. Lo nico que molestaba a McGee era el estado terrible en que se encontraba el ejrcito. Recordaba que un da lluvioso y fro estaba dando una leccin de entrenamiento sobre cmo establecer un puesto avanzado de combate. El general Walton Walker se le acerc, le felicit por el trabajo que estaba haciendo y les dijo a los soldados reunidos que atendieran a aquel joven instructor que pareca saber algo de la guerra, porque ms pronto o ms tarde tendran que participar en alguna; a continuacin le pregunt a McGee si quera ser oficial. Aqulla era una pregunta interesante porque McGee ya era oficial en la reserva, pero como soldado activo slo era sargento. Recelaba de la idea de convertirse en un oficial regular del ejrcito porque no crea que un chico rstico como l, cuya educacin slo llegaba al dcimo grado, pudiera equipararse a los graduados de West Point o a quienes haban pasado por la universidad. Walker le pregunt entonces si estara interesado en la Escuela de Aspirantes a Oficiales (EAO), lo que le pareca mejor. Accedi con la condicin de que su hermano Tom lo acompaara, en lo que Walker no vio inconveniente, de forma que ambos McGee cumplimentaron sus papeles; luego result que haba que ser por lo menos sargento para entrar en la EAO y Tom McGee slo era cabo, por lo que slo Paul pudo hacerlo. Cuando comenz la guerra de Corea Paul McGee, que haba regresado a Estados Unidos, arda en deseos de participar en ella, por lo que se present inmediatamente voluntario, pero el ejrcito, siempre a la contra, lo mantena como instructor en Ford Benning mientras su hermano permaneca aislado con la 7. Divisin cerca del embalse de Chosin a finales de noviembre. Aquello increment an ms sus ganas de ir all; estaba seguro de que Tom le necesitaba, pese a que haba sido uno de los pocos afortunados que regresaron de Chosin. Poco despus el ejrcito decidi que lo necesitaba en Corea y que era un oficial, no un recluta, y dado que haba gran demanda de jefes de seccin, lo enviaron all de nuevo. Fue asignado a la Segunda Divisin y consigui de algn modo que lo destinaran al 23. Regimiento, que era el ms cercano al 17. Regimiento de la Sptima Divisin donde estaba Tom, que tambin formaba parte del X Cuerpo. Lleg all en enero e inmediatamente lo enviaron al segundo batalln; los mandos estaban tan contentos de verlo all de nuevo que le ofrecieron la seccin de armamento pesado, cargada de morteros y ametralladoras, pero l pidi una seccin de fusileros de la compaa George porque era la unidad ms cercana al regimiento de su hermano. En el puesto de mando del segundo batalln lo consideraban un luntico. Un oficial le dijo: McGee, ests ms loco que una cabra. Todos los das cae algn jefe de seccin en nuestras compaas de fusileros, mientras que la seccin de armas pesadas es otra cosa. Es el mejor puesto que te podemos dar; en l dispondras de todo tipo de armas y estaras a ms de cien metros de distancia de la primera lnea, donde estn los dems soldados. Paul McGee respondi que ya lo saba pero aun as quera estar en primera lnea, quera mandar a hombres que realmente quisieran combatir a sus rdenes y quera estar tan cerca como pudiera del 17. Regimiento. Aquella misma noche le envi un mensaje a su hermano y ste se present al poco rato conduciendo un jeep. Lo primero que le pregunt fue: Qu diablos ests haciendo aqu?. Paul le respondi: He venido a sacarte de este condenado lugar, pero Tom le replic: Chico, lo vas a pasar muy mal aqu. Matan a gente cada da. Deberas haberte quedado en casa. As fue como Paul McGee asumi el mando de la tercera seccin de la compaa George, a la que haban asignado en Chipyongni un sector de casi quinientos metros de largo, el equivalente a cinco campos del ftbol. Esperando all en primera lnea supo que se acercaba el momento de un nuevo ataque del ejrcito chino. Haba participado en varias patrullas y la actividad del enemigo haba aumentado espectacularmente da tras da, mientras que el recorrido de las patrullas haba disminuido de forma proporcional. Tambin haba odo el rumor de que las propuestas de retirarse del pueblo haban sido rechazadas, lo que significaba que iban a tener que permanecer all y combatir. Por fin iba a tener su oportunidad. El 13 de febrero corri la voz de que era probable que el ejrcito chino atacara aquella misma noche. La posicin de la compaa George no era precisamente ideal. Estaba ms adelantada que las dems posiciones defensivas de Naciones Unidas y careca de la elevacin de que gozaban la mayora de ellas. Se hallaba frente a la cota 397 y saban que all haba soldados chinos. En la prctica era como si una cresta uniera la posicin de la compaa George con la cota 397; como observ Ken Hamburger, casi como si un dedo apuntara desde su posicin hasta la de los chinos, lo que ofreca a las tropas enemigas una va natural de acercamiento hasta la seccin de Paul McGee. Mientras esperaba a que comenzara la batalla, ste no saba que aquel sector iba a ser el ms amargamente disputado ni que el jefe de su batalln, el teniente coronel Jim Edwards, lo denominara en su informe tras la batalla cota McGee. Dispona de un total de cuarenta y seis hombres en su seccin. Parecan buenos tipos pero no tena forma de saberlo ya que hasta entonces nunca haba combatido con ellos. Se asegur de que sus trincheras fueran suficientemente hondas, de ms de un metro de profundidad. La suya estaba bastante bien, con ms de un metro de anchura, casi dos de largo y ms de un metro y medio de profundidad, con un escaln que le permita agacharse cuando quera y volver a alzarse para disparar cuando estaba dispuesto. Pero lamentablemente, pens, la suya era una cota extraamente yerma; no haba forma de establecer ningn tipo de cobertura en torno a sus trincheras, ni siquiera con leos o pedruscos, lo que posibilitaba a las tropas atacantes lanzarles granadas, y lo peor era que aunque se haba rodeado con alambre de espino buena parte del permetro del 23. Regimiento, ste se haba agotado antes de rodear la compaa George; slo se haba podido situar una doble barrera frente a su primera seccin, pero ninguna frente a la posicin de McGee. En aquel momento todo lo que la divisin o el cuerpo poda obtener, ya fuera apoyo areo o alambre de espino, iba a parar a Wonju. Aunque a McGee no le complaca lo ms mnimo esa deficiencia crtica no tuvo ms remedio que darla por buena. As eran las cosas en la guerra y as haba que aceptarlas. En una batalla perfecta en un mundo perfecto habran tenido de todo, no slo alambre de espino sino troncos para proteger las trincheras, minas en abundancia y comunicaciones mucho mejores; pero aqulla no iba a ser una batalla perfecta en un mundo perfecto, sino una lucha encarnizada en un lugar remoto, como lo suelen ser la mayora de las batallas. Llegaron unos ingenieros del regimiento que ayudaron a montar y enterrar dos minas improvisadas con bidones de doscientos litros llenos con una mezcla de napalm y gasolina y lo que esperaban que fuera un detonante fiable; cada una de ellas era un arma potencialmente devastadora que poda llevarse por delante un montn de chinos, pero como arma de una sola utilizacin no serva para sustituir el alambre de espino. Luego ninguna de las dos minas improvisadas estall, quiz porque los ingenieros no haban dispuesto debidamente el sistema de ignicin, pens McGee. Tambin fabricaron otras minas improvisadas metiendo varias granadas de mano en latas de comida y quitndoles el seguro, de forma que tirando de un cable que llegaba hasta ellas se podan detonar cuando fuera preciso. El ejrcito chino atac, como se esperaba, durante la noche del da 13. McGee oy sonar las cornetas alrededor de las diez; a continuacin comenzaron a aproximarse y siguieron hacindolo ininterrumpidamente durante toda la noche. Alguno haba dicho que llegaran como oleadas humanas, pero aquella comparacin no era del todo adecuada a menos que se piense en olas muy pequeas a las que siguen otras cada vez mayores; como si atacara primero un pelotn, luego una seccin y a continuacin toda una compaa. Estaban claramente localizando las posiciones estadounidenses y marcndolas, perdiendo en ello si era necesario muchas vidas. Aquella primera noche, en opinin de McGee, a ellos les fue bastante bien. Haba ordenado a sus hombres que no dispararan contra los ruidos y que esperaran a ver realmente al enemigo para ahorrar municiones. Al amanecer haba montones de cadveres chinos esparcidos en torno a su posicin, pero ninguno haba penetrado en ella y McGee no haba perdido ningn hombre. Sin embargo, las tropas chinas haban descubierto un punto ciego o muerto justo en el centro de su posicin. Era el lecho seco de un arroyo de un poco ms de un metro de profundidad, como una gran zanja que llegaba directamente desde la cota 397 para desembocar justo en lo alto de la posicin de la compaa George. Desde aquel canal natural los soldados chinos podan cubrir fcilmente la ladera de la cota McGee. No les habra venido mejor si meses antes, sabiendo que poda tener lugar una batalla all, hubieran excavado el canal ellos mismos. McGee saba que era una va de acceso peligrosa hasta su posicin, pero no poda hacer apenas nada al respecto. Al amanecer del da 14 percibi que algunos soldados chinos estaban cerca de la desembocadura del lecho seco del arroyo y le dijo a Bill Kluttz, el sargento de su seccin, que disparara su lanzacohetes hacia aquel punto. Kluttz apunt contra un rbol haciendo estallar el proyectil a cierta distancia del suelo y proyectando una llamarada que ilumin alrededor de cuarenta soldados chinos, que abandonaron la cobertura de los rboles y retrocedieron corriendo justo frente a la posicin estadounidense; Me Gee orden abrir fuego con las ametralladoras y alcanzaron a la mayora de ellos en campo abierto. Ahora estaban seguros de que los soldados chinos iban a seguir utilizando aquel lecho seco para protegerse. El coronel Paul Freeman pensaba que la primera noche de combate haba transcurrido razonablemente bien, manteniendo todas las posiciones y con pocas bajas. Saba que no poda controlar totalmente el curso de la batalla; eso dependera del ejrcito chino, de cuntos hombres estuviera dispuesto a perder. Lo que ms le preocupaba era las reservas de municiones. Haba tantos atacantes que, por muchas que tuvieran sus hombres, probablemente no seran suficientes. La fuerza area trat de suministrarles ms en paracadas, pero la mayor parte caa fuera del permetro. Aun as la moral estaba alta, lo que es un factor decisivamente importante en cualquier asedio. Era casi como si sus hombres estuvieran deseosos de seguir all y ansiosos de que les dieran una oportunidad de vengar lo sucedido en Kunuri.
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FIGURA 22. Batalla de Chipyongni, 13-14 de febrero de 1951.
Freeman estuvo muy ocupado durante la noche recorriendo todo el permetro, comprobando su solidez con sus distintos subordinados. Si haba un lugar ms vulnerable que los dems, era por el costado sur-suroeste, donde estaban apostadas la compaa George y el batalln francs, blancos potenciales de los disparos chinos. Freeman haba hablado ya con Jim Edwards, al mando del segundo batalln en el que estaba integrada la compaa George, para que enviara unidades de reserva a reforzar aquella posicin. A primera hora del 14 de febrero un proyectil de mortero de 120 mm cay justo junto a la tienda de Freeman. El comandante Harold Shoemaker, oficial de inteligencia del regimiento, result gravemente herido y muri pocas horas despus; algunos otros oficiales, entre ellos Freeman, recibieron heridas menos graves. Freeman arranc una pequea esquirla de metralla de su pantorrilla izquierda, herida que no pareca demasiado seria: estaba tumbado sobre su catre cuando fue herido y acababa de cambiar de posicin, de forma que sus pies estaban donde haba estado antes su cabeza. Ms tarde brome con el teniente coronel Frank Meszar, su buen amigo y oficial ejecutivo del regimiento, sobre lo que le habra podido suceder de no haber cambiado de posicin sobre el catre, llegando a la conclusin de que aqul era el tipo de suerte que se necesita en una batalla. Aunque la herida no pareca demasiado grave poda tener un hueso roto del que tendra que ocuparse ms tarde. El capitn Robert Hall, cirujano del regimiento, le cur y vend rpidamente la herida, le dio dos aspirinas y le dijo que se pusiera en contacto con l si se senta mal. Freeman sigui visitando las posiciones avanzadas, a menudo prcticamente solo, ayudndose de una muleta; pero aquella herida era lo que Almond estaba esperando, y aprovechndola como excusa tom inmediatamente la decisin de relevarle del mando en medio de la batalla. Llevaba ya cierto tiempo deseando poner a alguno de Sus Chicos a cargo del 23. Regimiento. Pocos das antes haba realizado su primer intento; irritado por la sospecha de que Freeman no estaba obligando a sus hombres a utilizar calcetines secos para evitar la humedad de las trincheras y la congelacin, envi al teniente coronel John Chiles, su oficial de operaciones, a decirle a Ruffner que relevara a Freeman. Aquello era lo ltimo que deseaba or Ruffner en vsperas de una dura batalla. Mir a Chiles y respondi: Sabe usted una cosa? Mi radio acaba de quedar inutilizada. No tengo forma alguna de ponerme en contacto con Paul Freeman. Pero aquello slo le proporcionaba un breve respiro. Los mandos del 23. Regimiento estaban furiosos ante la posibilidad de que Almond utilizara una herida leve como excusa para alterar el mando en medio de una batalla que se desarrollaba a su favor y que estaba a punto de recrudecerse. Pensaban que sustituir a un comandante que admiraban por alguien a quien no conoca nadie y del que siempre se pensara que haba llegado al mando como consecuencia de una treta era fatal. En cuanto la noticia de la herida lleg al puesto de mando el doctor Hall recibi una llamada del coronel Gerry Epley, jefe de Estado Mayor de la divisin. Es muy grave la herida?, pregunt. No es muy grave respondi Hall; en condiciones normales quiz lo podran evacuar para curarlo, pero stas no son condiciones normales. Qu quiere decir usted?, insisti Epley. Bueno, sta es una batalla muy dura en un lugar muy duro, y l es quien mantiene unido al regimiento. Estamos rodeados y nos vamos a quedar sin municiones. Los hombres ven que parte de la municin que nos envan cae fuera, pero creen absolutamente en Freeman y en que l los sacar de aqu. El 23. Regimiento cree en s mismo porque l es quien est al mando. Creo que sin l sera un regimiento distinto. Evacuarlo sera innecesario, injustificado e indeseable.
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FIGURA 23. La colina de McGee, 13-15 de febrero de 1951.
Hall supo inmediatamente que haba sido demasiado ingenuo. La voz de Epley cambi. Hall percibi que estaba furioso: Cmo se atreva un cirujano a darle consejos en cuestiones militares? No se atrever a ensearme cuestiones tcticas? No necesitamos eso de usted. Le he pedido un juicio mdico. Slo quera saber lo profunda que es la herida. Esa es la respuesta que necesito de usted. Pero Hall pens que poda intentarlo una vez ms. Despus de todo, no era ya un nio y no tena tiempo para las querellas internas en el cuartel general de la divisin o del cuerpo. Haba participado como cirujano de campaa en la segunda guerra mundial, haba combatido en la batalla de las Ardenas y luego haba practicado la ciruga civil durante un tiempo. Al empezar la guerra de Corea haba pedido su reincorporacin al servicio activo y se haba presentado voluntario especficamente para la Segunda Divisin despus de su derrota en Kunuri porque en ella haba perdido muchos buenos amigos. En todo aquello se haba dejado llevar por un sentido quiz algo anticuado de la lealtad, pero ahora le pareca que esa misma lealtad le daba derecho a hablar con franqueza. Adems, quin saba ms sobre el estado de nimo de un regimiento que un mdico, a quien los soldados cuentan a menudo cosas que nunca se atreveran a decir a otros oficiales? Aquel regimiento, insisti a Epley, crea ms que la mayora en su comandante, y gran parte de su fuerza moral y de su propia identidad provena de la presencia de Freeman y de su liderazgo. Sera extremadamente peligroso para la moral del regimiento relevarlo en aquellas circunstancias. Epley se despidi enfadado y Hall supo que se iban a llevar a Freeman de todas formas. Freeman estaba furioso. Aqulla era su batalla y aqul era su regimiento y no quera irse de all. En trminos de los cdigos no escritos del ejrcito no haba nada peor que relevar al comandante en jefe en medio de una batalla. Durante una llamada al cuartel general dijo: Yo los traje aqu y yo los sacar de aqu. Trat de hablar con Ruffner, pero en un enfrentamiento entre Almond y Freeman ste se vea impotente. Freeman recurri finalmente a George Stewart, el nico mando de la divisin en el que confiaba, dicindole que no estaba dispuesto a ceder el mando ni a dejar que lo evacuaran, porque ser relevado de aquel modo era la peor desgracia que le poda suceder a un comandante en jefe, el fin de su carrera. Stewart, que saba que Freeman tena al menos parte de razn, le escuch con simpata y le dijo que nadie iba a cuestionar su rendimiento. Aquello no iba a daar su carrera, pero si no sala de all como se le haba ordenado podra haber consecuencias mucho ms serias. Finalmente Freeman entendi que no tena otra opcin posible. En el ejrcito, despus de todo, no se pueden desobedecer las rdenes. Pero aquel mismo da, cuando se present Chiles, Freeman consigui no llegar a tiempo a la pequea pista de aterrizaje para salir en el mismo avin; podra utilizarse para sacar de all a los heridos, pero no al jefe del regimiento. Cuando aterriz el avin caa fuego de mortero sobre la pista y el piloto tuvo que despegar rpidamente. Durante un breve intervalo el 23. Regimiento tuvo dos jefes. Freeman contaba aos despus: Le dije a Chiles que se pusiera a cubierto y que se mantuviera fuera de mi vista hasta que yo me fuera.4 Chiles era lo bastante listo como para quitarse de enmedio y dej a Freeman dirigir el regimiento durante la noche del 14 y hasta bien avanzada la maana del da 15. Incluso cuando Chiles se hizo cargo oficialmente del mando a medioda del 15, dej que fuera el ejecutivo del regimiento, Frank Meszar, que conoca el valor relativo de todos los mandos, quien siguiera en el papel de Freeman. 45
Matt Ridgway le haba prometido a Freeman que si el ejrcito chino lanzaba un gran ataque contra su posicin le enviara ayuda y tena la intencin de cumplir su palabra, por lo que haba dado rdenes de prepararse para la operacin a la Brigada de la Commonwealth Britnica y al Quinto Regimiento de Caballera bajo el mando del coronel Marcel Crombez, integrado en la Primera Divisin de Caballera; pero la ayuda iba a tardar en llegar: la Brigada de la Commonwealth dispona de una ruta mejor y ms directa hasta Chipyongni, pero vio su avance bloqueado por gran cantidad de tropas chinas que la sometieron a un hostigamiento tan intenso que difcilmente poda acudir a rescatar a las fuerzas cercadas en Chipyongni, as que el general de divisin Bryan Moore, al mando del vecino LX Cuerpo, orden a Crombez salir rpidamente hacia all. En un caso como aqul los nombres de las unidades son a menudo equvocos: la Primera Divisin de Caballera no era tal, sino lo que en el ejrcito se suele llamar una pata tiesa, compuesta por soldados ordinarios de infantera; y el Quinto Regimiento de Caballera, que formaba parte de esa divisin, era una unidad acorazada mantenida en la reserva hasta entonces por el IX Cuerpo en una base cerca de Yoju. En el momento de salir hacia Chipyongni era una fuerza considerable que contaba con veintitrs tanques, tres batallones de infantera, dos batallones de artillera de campaa y una compaa de ingenieros, de forma que Crombez contara con mucha capacidad de fuego. Adems, si las cosas iban mal siempre exista la posibilidad de la cobertura area para protegerlo. Crombez oy hablar por primera vez de la misin durante la maana del 14 de febrero, cuando el general Moore le llam para avisarle de que quiz utilizara al Quinto Regimiento para ayudar a las fuerzas de Freeman. A las cuatro de la tarde le volvi a llamar Moore dicindole que deba salir aquella misma noche para relevar al regimiento de Freeman, y s que lo har. Una hora despus Charles Palmer, recientemente ascendido a general de dos estrellas y convertido en jefe de la Primera Divisin de Caballera, lleg al puesto de mando de Crombez y confirm la orden. Crombez era una figura un tanto controvertida, que vesta de forma llamativa, con un gran pauelo amarillo al cuello (como si estuviera combatiendo contra los indios en el salvaje oeste) y un guila de tamao mayor de lo corriente pintada en su casco. Tambin llevaba colgada del cuello una granada, como sola hacerlo Ridgway, y una ficha de pquer azul que lanzaba una y otra vez al aire mientras hablaba con sus hombres, dicindoles que tenan que saber cundo deban jugar su ficha azul, de lo que caba deducir que un gran caudillo militar tena un sexto sentido que le permita saber siempre dnde haba que golpear. Pareca hasta entonces como si se hubiera forjado una mstica propia, aunque no necesariamente en el campo de batalla; algunos de sus subordinados pensaban que no peleaba con el mismo garbo, que buscaba demasiado intensamente la gloria, que ansiaba demasiado una estrella de general y que no le preocupaba lo suficiente la suerte de sus hombres. Clay Blair citaba el juicio que le mereca a un compaero suyo de West Point: Valiente, s; profesional, no. Cuando tuvo por fin dispuesto el regimiento para salir era ya de noche, demasiado tarde para desplazarse por carreteras junto a las que poda haber tropas chinas atrincheradas. Aquella primera noche el regimiento se detuvo en Yoju, a unos quince kilmetros al sur de Chipyongni, y esper all hasta que los ingenieros construyeron un paso sobre el ro Han, dado que haban volado el puente. Ms tarde, aquella misma noche, sus tanques se vieron detenidos por la voladura de otro puente sobre un barranco cerca de Koksuri, a unos ocho kilmetros de Chipyongni, y tuvieron que esperar all hasta la maana del da 15. Freeman, que segua por radio el avance de Crombez, saba que el 14 no conseguira llegar ninguna fuerza de apoyo. Durante la noche del 14 y la maana del 15 tuvo lugar en Chipyongni el combate ms duro hasta aquel momento. Freeman, consciente de que la misin de apoyo avanzaba ms lentamente de lo esperado, pidi todo el apoyo areo que se le pudiera enviar, pero ste fue muy escaso porque la fuerza area estaba demasiado ocupada en Wonju. Lleg nicamente un pequeo avin de reconocimiento La Lucirnaga, lo llamaban que les lanz bengalas, un recurso muy bien recibido en aquel momento, dijo ms tarde Freeman, porque converta la noche en da. Saba que sus hombres iban a tener que resistir otra noche antes de que llegara la ayuda.
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FIGURA 24. La columna de apoyo de Crombez, 14-15 de febrero de 1951.
En la crnica de la guerra de Corea hay pocos incidentes ms controvertidos que la marcha de la columna de rescate de Crombez hasta Chipyongni. Cierto es que consigui llegar all a tiempo y que hizo lo que Ridgway le haba ordenado; pero lo hizo de forma tan imprudente que se produjeron muchas bajas innecesarias entre los soldados de infantera que le acompaaban y que muchos de los que participaron en la operacin consideraban consecuencia de su arrogancia y su desconsideracin hacia sus vidas. Esa arrogancia y desconsideracin irritaban a los soldados de infantera que sobrevivieron y dio un toque amargo a los informes de los historiadores, que crean que se podan haber obtenido los mismos resultados con muchas menos bajas y que se preguntaban a posteriori sobre el valor personal del propio Crombez. Tambin suscit una de las grandes cuestiones con respecto al mando en tiempo de guerra: Excusa el xito elemental en una batalla crucial todos los dems fracasos y errores? Y aun en caso de triunfar, no hay otras responsabilidades de las que dar cuenta? Durante la maana del da 15 la columna de Crombez hall fuerte resistencia a su avance por parte de las tropas chinas justo al sur de Koksuri. Haba situado a sus soldados de infantera a ambos lados de la carretera, pero su avance segua siendo lento. En aquel momento no estaba claro si sus tanques llegaran a tiempo. Alrededor del medioda Crombez recibi un mensaje del puesto de mando del 23. Regimiento (ya bajo el mando de Chiles) que deca: Llegue tan pronto como sea posible, y en cualquier caso, no se detenga. Sus superiores le haban dejado claro a Crombez la importancia de su misin. Le visit el general Moore, al mando del IX Cuerpo, quien le pidi que se esforzara por llegar antes de que cayera la noche, luego el general C. D. Palmer (conocido por sus pares como Charley Dog), jefe de su divisin, que se caracterizaba por su mal genio, y ms tarde Ruffner, el jefe de divisin de la unidad asediada. Todos ellos le pidieron que se apresurara, y Crombez les prometi: Me ocupar personalmente. Finalmente aterriz el general Palmer con su helicptero para comprobar cmo iban las cosas y preguntarle cundo podra llegar a Chipyongni, recordndole una vez ms, innecesariamente, la urgencia de su misin. Crombez le asegur: Llegar all antes de que oscurezca. Palmer le prest entonces su helicptero para que pudiera examinar el rea, y vio que la carretera estaba todava abierta pero las colinas prximas estaban llenas de soldados chinos. La defensa de Chipyongni era vital para la estrategia global de Ridgway, por lo que la presin que sufra Crombez era inmensa y cada llamada y cada visita le recordaban el apremio del comandante supremo en Corea; era como si el apuro que senta Crombez fuera bajando escalafn por escalafn desde Ridgway hasta los oficiales que se ponan en contacto con l. Desde que comenz la batalla de Chipyongni, Ridgway pareca creer que la marcha de la guerra dependa de su resultado, que cuanto antes mostraran los estadounidenses y sus aliados de Naciones Unidas que podan contrarrestar la superioridad numrica del ejrcito chino, ms rpidamente llegaran otras victorias. Lo que estaba en juego no era slo una pequea franja de terreno, sino la propia moral de su ejrcito. Si Freeman, y ahora Chiles, podan resistir, aquello servira como smbolo para todos los dems combatientes de que haban entrado en una nueva fase de la guerra, en la que el ejrcito chino haba perdido la inmensa ventaja psicolgica obtenida en Kunuri. Ridgway estaba decidido a seguir ajustando las condiciones durante los meses siguientes, mejorndolas para los hombres bajo su mando mejor comida, ropa ms clida, mejor armamento, mejores mandos y a desarrollar una campaa mediante la artillera y la aviacin que hara insoportable la vida de los soldados chinos, pero antes tena que cambiar el estado de nimo de sus propios hombres. En determinado momento Crombez llam a Chiles y le dijo que no crea poder llegar all con toda su infantera, camiones de abastecimiento y ambulancias. Chiles le respondi: Venga de una vez, con camiones o sin ellos. Entonces Crombez tom una decisin que resultara fatal y que iba a permanecer para siempre adherida a su reputacin, como una especie de marca indeleble. Decidi convertir su avance hasta Chipyongni en un asalto acorazado. Abandon la mayor parte de los vehculos no blindados de su columna, reducindola de tres batallones a una fuerza mucho ms pequea. Llevara sus tanques y los ingenieros, a los que necesitaba para ir despejando el camino de las minas terrestres, porque los zapadores chinos eran muy hbiles; adems situara una compaa de infantera delante de los tanques y as la columna, menos cargada, podra avanzar con mayor rapidez. Lo que enojaba a quienes componan aquella fuerza de asalto, y ms tarde a los historiadores que escribieron sobre aquello, fue la decisin de hacer subir a los soldados de infantera a lo alto de los tanques. Eligi a la compaa Love con sus ciento sesenta hombres, bajo el mando del capitn John Barret, para subir sobre los tanques. Al teniente coronel Edgar Treacy, que haba comenzado la misin de rescate como jefe del batalln de infantera, le horrorizaba aquella idea que violaba todos los principios militares: si las tropas chinas seguan disparando contra el convoy, los infantes al descubierto seran un blanco fcil para las ametralladoras y morteros chinos. Treacy y Barret protestaron la orden, diciendo que las bajas seran horrendas. Los soldados sobre los tanques no slo iban a ser extraordinariamente vulnerables al fuego chino, sino que el calor desprendido por los tanques Patton poda llegar a hacer arder su ropa. Adems, si los tanquistas tenan que hacer girar sus grandes caones podan golpearlos y derribarlos en cualquier momento. La mayora de ellos y los historiadores militares que escribieron sobre aquello crea que lo que se deba hacer era defender los tanques con algunos infantes e ingenieros dentro de vehculos protegidos que los siguieran detrs. De esa manera podran haber avanzado a toda prisa hacia Chipyongni o al menos,4 si los soldados de infantera quedaban atrs, habra habido un medio de comunicacin fiable entre sus mandos y los de los tanques. La discusin habida entre Crombez y Treacy result particularmente difcil y los acontecimientos subsiguientes estuvieron marcados por una amargura e irritacin excepcionales, debido en parte a que ya parecan entenderse muy mal desde antes. Ambos eran hombres de West Point, pero con carreras muy diferentes despus de su graduacin. Crombez haba nacido en Blgica, se haba incorporado al ejrcito en 1919 y ya enrolado haba ingresado en West Point, de donde se haba graduado en 1925. Siempre haba conservado un acento muy marcado y sus compaeros de promocin lo consideraban demasiado ambicioso, al menos en relacin con su capacidad real. Al comenzar la segunda guerra mundial llevaba ya diecisis aos fuera de la academia y en trminos de posibilidades de mando era quiz demasiado viejo para los puestos ms bajos y no lo bastante joven para los ms altos. Durante la mayor parte de la guerra haba entrenado a otros oficiales en Estados Unidos, al terminar era coronel y, como le sucedi a casi todo el mundo, su grado se rebaj y qued convertido en teniente coronel. Ms tarde consigui por fin un puesto de mando, al frente de dos regimientos de la Sptima Divisin de Infantera en Corea. En el lenguaje del ejrcito era algo as como un culo duro, un intransigente que converta cualquier minucia en algo muy importante. Antes de que empezara la guerra de Corea se esforzaba extraordinariamente, por ejemplo, por mantener alejadas a sus tropas estacionadas cerca de Kaesong de las putas de la ciudad; pero el ejrcito es el ejrcito y siempre encontraban una forma de eludir su vigilancia, aunque eso significara introducirlas en las barracas, como hacan a veces, disfrazadas de soldados coreanos. Crombez apareci una vez en el puesto de mando de una compaa y mont en clera porque en el pequeo economato donde los soldados podan comprar algunos artculos bsicos las barras de caramelo a la venta no estaban alineadas adecuadamente.5 Sin embargo su perseverancia le permiti progresar y en 1949 fue ascendido de nuevo a coronel, esta vez de forma definitiva. Cuando empez la guerra se le concedi el mando del Quinto Regimiento de Caballera, pero su puesto estaba en peligro ya que Ridgway era partidario de sustituir siempre que poda a los jefes de regimiento por hombres ms jvenes. Crombez, que era el ms viejo de todos ellos, era un candidato ideal para ser enviado a algn otro lugar, lo que le impedira conseguir su estrella de general. Era una situacin poco envidiable, que probablemente poda aumentar la agresividad de un oficial que ya de por s era bastante agresivo. El teniente coronel Edgar Treacy, en cambio, era lo ms parecido que quepa imaginar al reverso especular de Crombez: un joven oficial muy dotado, prcticamente del mismo rango, que se haba graduado en West Point diez aos despus. Era una especie de nio mimado, con muy buenas relaciones en la jerarqua del ejrcito y sin embargo muy querido por los hombres de su batalln. La inquina que senta hacia l Crombez, ya se debiera a que los laureles de Treacy le parecan inmerecidos, bendecido como estaba por la gracia personal y el apoyo de sus superiores, o a que se hubiera beneficiado de la reduccin de grado de Crombez al concluir la segunda guerra mundial, haba sido evidente desde los primeros das de la batalla del Naktong, cuando Treacy mandaba un batalln a las rdenes de Crombez. La tensin entre ambos ya se haba manifestado durante los duros combates que tuvieron lugar a mediados de septiembre. Estaban en la zona de Taegu [Daegu], empeados en una lucha feroz por tomar la cota 174, cuando Crombez orden tres veces a la compaa Love intentar el asalto a la cumbre. La tercera vez Treacy objet que lo consideraba un intento suicida. Los norcoreanos, muy bien atrincherados, los rechazaban una y otra vez, infligindoles numerosas bajas. Entonces Crombez orden que la compaa Item de Treacy escalara el mismo cerro, a lo que Treacy se opuso: El enemigo sabe que lo vamos a intentar [... y nos] estarn esperando. La compaa Item es la nica en buen estado del regimiento y probablemente de todo el Octavo Ejrcito y si la machacan ser la ltima compaa fuerte que se vaya al infierno.6 Pero Crombez insisti en que lo intentaran de nuevo y as lo hicieron tomando finalmente la colina a costa de un alto precio, slo para ser expulsados de all por un feroz contraataque coreano. Crombez orden de nuevo a la compaa Item tomar la colina y esta vez el capitn Norman Allen, al mando de la compaa, rechaz la orden, dicindole a Treacy, su superior inmediato: Coronel, nunca pens que tendra que hacer algo as, y menos an a usted, pero puede informar al regimiento que el capitn Allen de la compaa Item rechaza la orden. Treacy le respondi, visiblemente harto: Est bien, Norman. Lo entiendo. Yo tambin rechazo la orden!.7 Entonces Allen le pregunt a Treacy qu haba hecho en la cota 174 el da anterior, ya que no era habitual que el jefe de un batalln se pusiera al frente de un asalto extremadamente peligroso en el que no tena en principio por qu tomar parte. Treacy le seal que cuatro das antes el batalln tena casi novecientos hombres que se haban reducido ahora a doscientos noventa y dos, y le dijo a Allen: Si me hubieran ordenado de nuevo tomar la cota 174 habra rechazado la orden, y quera dejar claro que no haba razones para una acusacin de cobarda. Rechaz la siguiente orden y Allen supo ms tarde que Crombez lo haba llamado cobarde frente a otros jefes de batalln. Lo que destrozaba a Treacy era la prdida innecesaria de hombres en asaltos intiles en aquella fase particular de la batalla. Por la noche otros oficiales haban notado que pareca estar musitando algo antes de irse a dormir. Al principio pensaron que estaba rezando sus oraciones y un oficial le pregunt si eran avemarias; la respuesta fue que estaba recordando el nombre de cada uno de los soldados muertos de su batalln y pidiendo a Dios perdn por su propia responsabilidad en aquella muerte.
Ahora, camino de Chipyongni, Treacy volvi a encontrarse en una situacin muy difcil al pedirle a su superior, que estaba bajo una presin casi insoportable y cuya animosidad hacia l era palpable, que no hiciera subir a sus soldados de infantera a lo alto de los tanques. Crombez permaneci inmutable ante su protesta y slo hizo una concesin: si el ejrcito chino atacaba con demasiada dureza, detendra sus tanques mientras los soldados de infantera bajaban de ellos y utilizara su enorme capacidad de fuego contra el enemigo, hacindoles luego una seal para que volvieran a subir antes de seguir avanzando. Treacy le respondi pidindole permiso para acompaar a sus hombres, argumentando que no poda pedirles algo que l mismo no estuviera dispuesto a hacer; pero Crombez rechaz su peticin y le orden que se pusiera al mando del resto del convoy y siguiera avanzando hasta Chipyongni en cuanto la carretera estuviera despejada. A continuacin los ciento sesenta hombres de la compaa Love se subieron a los tanques. El capitn Barret, que estaba al mando de la compaa Love, y el capitn Johnny Hiers, de la compaa de tanques, acordaron ciertas seales: cuando los tanques fueran a ponerse en marcha se lo transmitira por radio a Barret, dando tiempo a los infantes para volver a subirse a ellos; pero la escasa calidad de su comunicacin por radio, ms el ruido atronador de los tanques y el caos de la batalla ofrecan pocas garantas de xito. Treacy estaba convencido de que iba a suceder algo terrible. Le dijo a Barret que dejara atrs a un hombre de cada pelotn en caso de que la compaa Love tuviera que reorganizarse tras la misin; aquello le dara algo as como una estructura fantasma para reconstruirse. Adems le pidi a todos los miembros de la unidad que escribieran a casa y metieran sus efectos personales en las cartas. As se puso en marcha de nuevo el convoy de rescate, con una distancia de unos quince metros entre cada tanque y el siguiente. Los Patton, que eran los ms recientes, iban en vanguardia; tras ellos iban los Sherman, ms viejos y cuyos caones se movan con mayor dificultad. Como seala con cierta mordacidad el historiador J. D. Coleman, Crombez iba en el quinto tanque, con la trampilla de la torreta cerrada. Los ingenieros iban subidos a los cuatro primeros tanques y los soldados de la compaa Love sobre los dems, diez hombres sobre cada tanque, dejando libres los cuatro ltimos. El capitn Barret iba sobre el sexto tanque. El teniente coronel Treacy pidi, y le fue concedido, que al final de la columna fuera un camin de dos toneladas y media para recoger a los eventuales heridos. En cuanto el convoy comenz a moverse salt sobre el sexto tanque junto a Barret. La primera vez que los tanques se detuvieron la infantera salt al suelo y el enfrentamiento, ms bien inocuo, se desarroll razonablemente bien. Crombez pareca complacido por la forma en que sus tanques y los soldados de infantera respondan al hostigamiento chino: Estamos matando a cientos de ellos!, dijo por el intercomunicador. Pero antes de que concluyera la batalla los tanques se pusieron en marcha de repente, al parecer sin advertir a los soldados de infantera, de los que alrededor de treinta, algunos de ellos heridos, haban quedado atrs. El capitn Barret, que apenas haba podido subir a un tanque, grit a los dems: Permaneced junto a la carretera! Volveremos por vosotros!. Aquello era exactamente lo que Treacy haba temido, pese a que el acoso chino no era demasiado intenso. Barret le cont ms tarde a Clay Blair que, despus de haber subido de nuevo a un tanque, Treacy insista en que presentara una acusacin formal contra Crombez cuando todo hubiera acabado.8 Entonces la situacin empeor. A un kilmetro y medio de Koksuri, como ha descrito el historiador militar Martin Blumenson, fueron atacados de forma mucho ms intensa. Los soldados chinos estaban muy bien atrincherados en lo alto, disparndoles desde ambos lados de la carretera. Parte de los soldados de infantera saltaron de los tanques, alejndose unos cincuenta metros a cada lado. De repente, de nuevo sin advertencia, los tanques volvieron a ponerse en marcha. Entre los heridos y abandonados estaban el teniente coronel Treacy y un cabo llamado Carrol Everist. Treacy tena una herida relativamente leve cerca de la boca, pero la de Everist era ms seria, en la rodilla. Treacy vend la herida de Everist y luego le dio su equipo mdico. Pareca ms preocupado por el estado de los dems hombres abandonados que por s mismo, recordaba Everist.9 Pronto llegaron algunos soldados chinos e hicieron prisioneros a siete de ellos. Aquella pequea batalla se haba convertido en un desastre para los soldados de infantera ms expuestos que haban quedado atrs. Como observa Ken Hamburger, nunca qued del todo claro cuntos pudieron quedar abandonados durante el trayecto hasta Chipyongni: en cualquier caso fueron ms de setenta, quiz hasta un centenar. Tras ser capturados por los soldados chinos, la herida de Everist le impeda caminar y Treacy lo llev cargado a su espalda varios kilmetros, pero los chinos decidieron que aquello los frenaba demasiado y lo dejaron abandonado a su suerte; despus de que concluyera la batalla consigui arrastrarse hasta las lneas estadounidenses. Treacy fue conducido a un campo de prisioneros norcoreano, sobrevivi a sus heridas, pero su salud pronto comenz a fallar. El capitn Barret, que investig meticulosamente lo que le haba sucedido a su jefe de batalln, habl ms tarde con varios prisioneros de guerra devueltos a casa en 1953 y le contaron que Treacy haba muerto tres meses despus de su captura. Su salud se resinti as le dijeron a Barret porque daba parte de su comida a otros prisioneros. Barret le dijo a Clay Blair: Lo propuse para la Medalla de Honor del Congreso, pero Crombez lo impidi. Crombez tambin aadi una nota al expediente de Treacy indicando que haba desobedecido sus rdenes, lo que constitua un agravio vergonzoso hacia el otro oficial, que haba sido hecho prisionero y que por lo tanto no poda replicar. 46
Volviendo a la parte meridional del permetro de Chipyongni, la segunda noche de asalto fue muy dura para la seccin de Paul McGee. Los soldados chinos haban descubierto, si no una gran autopista, al menos una ruta de acceso hasta la posicin estadounidense, donde los dos campos parecan intercomunicarse. Para aquella segunda noche de batalla McGee habra preferido tener ms nombres, pero todos excepto los asignados a las unidades de reserva estaban combatiendo, por lo que tendra que aparselas con los que tena. El lugar donde los soldados chinos podan acercarse ms a las posiciones estadounidenses era frente a la compaa George y aprovechaban cuanto podan aquella ventaja. Aquella segunda noche eran muchos ms y comenzaron el asalto ms temprano, al anochecer, aadiendo un nuevo puyazo desmoralizador: justo antes de atacar, uno de sus cornetas les haba dedicado el toque ceremonial a los soldados muertos. A continuacin llegaron en tropel, a juicio de McGee hasta un regimiento, hasta su minsculo sector. Pronto superaron dos trincheras pertenecientes a la primera seccin, justo a la derecha de McGee, lo que significaba que sus hombres pronto iban a recibir un fuego letal de ametralladora desde aquella rea atravesando directamente sus propias posiciones. Llam al jefe de su compaa, el teniente Thomas Heath, quien a su vez llam al jefe de la primera seccin, pero ste le asegur que la seccin segua manteniendo sus posiciones y que no haba perdido ninguna trinchera. Sin que lo supieran Heath ni McGee, el sargento al mando de aquella seccin haba establecido su puesto de mando en una pequea cabaa detrs de la colina y no se haba aventurado a comprobar sus posiciones ms avanzadas. La noticia de que la primera seccin todava mantena todas sus posiciones no tranquiliz del todo a McGee. Cada rfaga de ametralladora desde su derecha aumentaba sus dudas. Volvi a llamar a Heath, tratando de ser ms concreto: Hay una ametralladora a nuestra derecha, en las posiciones de la primera seccin, que nos est machacando, y no creo que sea uno de los nuestros; Heath volvi a preguntarle al jefe de la primera seccin, y recibi la misma respuesta: Seguimos all; pero McGee pens que si alguien te dice que le estn disparando desde una posicin amiga, lo menos que puedes hacer es ir a verificarlo. Tena que haber algn responsable. Aquel avance chino a su derecha les estaba saliendo muy caro, ya que sus hombres haban quedado terriblemente expuestos y haba perdido ms por el flanco que en el ataque frontal. Estaba encolerizado por la prdida innecesaria de tantos hombres a causa de la imprudencia del jefe de otra seccin. Al percibir que haban descubierto un punto dbil en las lneas estadounidenses, los soldados chinos incrementaron su presin utilizando explosivos muy primitivos. McGee pens que, aunque haba que defenderse y tratar de matarlos, su valenta era admirable: uno de ellos avanzaba arrastrndose, empujando un palo con un cartucho de dinamita en el extremo; si caa, otro lo reemplazaba, hasta que llegaba frente a una trinchera estadounidense, y entonces detonaba la dinamita. El coste humano era terrible. McGee y sus hombres seguan disparando, siempre cuidadosamente, tratando de no desperdiciar municin, matando a un portador del cartucho de dinamita tras otro, sorprendidos de que siempre hubiera alguno dispuesto a coger el palo. Los soldados chinos hirieron a uno de los jefes de pelotn de McGee, el cabo James Mougeot, arrojando una granada en su trinchera. Mougeot sali de ella gritando: Teniente McGee, me han dado, me han dado!. Cuando consigui llegar hasta el agujero de McGee, ste trat de calmarle. Finalmente Mougeot dijo: No es una herida demasiado grave, y se dispuso a regresar a su posicin. Justo entonces McGee vio un par de soldados chinos a slo veinte metros de la posicin ms adelantada de su seccin. Uno de ellos segua pronunciando el nombre de McGee, que presumiblemente haba aprendido oyndoselo a Mougeot. Quin es se?, le pregunt al hombre del rifle automtico Browning que estaba a su lado. Es un chinorri, le respondi ste; entonces McGee arroj una granada hacia abajo de la colina y el soldado chino, herido, trat de retroceder hacia sus lneas, pero McGee cogi el Browning y lo abati. Poco a poco, no obstante, la batalla comenz a inclinarse en favor del ejrcito chino. Una de las claves para mantener la posicin cada vez ms vulnerable de McGee era una ametralladora que tenan justo en el centro, a cargo del cabo Eugene Ottesen y sus hombres. Con un esplndido campo de fuego poda cubrir gran parte de la pendiente que los soldados chinos tenan que subir para llegar hasta ellos, por lo que stos haban tratado de inutilizar aquella ametralladora desde el principio y en algn momento haban alcanzado con un disparo a quien la manejaba; entonces fue cuando se hizo cargo de ella el propio Ottesen. Mientras ste pudiera disparar, la posicin de McGee pareca razonablemente segura, pero el ejrcito chino lanzaba contra ella un ataque tras otro. Ottesen no se dejaba aterrorizar aunque saba que era un hombre sentenciado. Sigui disparando rfagas cortas y concentradas convencido, como McGee, de que iba a morir all. A McGee le maravillaba la valenta de Ottesen en aquel momento tan terrible, extrada, pens, de algn lugar secreto que pocos hombres tenan. Hacia las dos de la madrugada un soldado chino consigui arrojar una granada dentro de la trinchera de Ottesen y de repente su ametralladora qued en silencio. McGee le pregunt a gritos al sargento Kluttz qu haba sucedido y ste le respondi que los chinos haban conseguido inutilizar la ametralladora. Ottesen estaba muerto y su cuerpo nunca se recuper (se le incluy finalmente en la lista de desaparecidos). Ahora el flanco izquierdo de McGee estaba abierto y los soldados chinos se colaban por all. McGee orden al cabo Raymond Bennett, jefe de un pelotn todava completo, que tratara de recuperar la posicin de Ottesen. El propio Bennett fue al poco tiempo herido por una granada de mano que le arranc parte de la mano, luego por una bala en el hombro y finalmente por una pieza de metralla en la cabeza; pero algunos de sus hombres consiguieron bloquear la brecha abierta donde haba estado la ametralladora de Ottesen. La situacin de McGee era ahora desesperada. Haba demasiados agujeros y muy pocos hombres para hacer frente a los asaltantes chinos. Muchos de sus hombres estaban heridos y llam al puesto de mando de la compaa pidiendo equipos de camilleros, pero tampoco haba camillas disponibles; adems la municin se les estaba agotando. En algn momento de la madrugada, viendo que apenas les quedaba municin, constataron que no les alcanzara con el ritmo de fuego que llevaban. Tenan que rechazar un ataque tras otro, de forma incesante. Pareca una batalla sin fin en una guerra igualmente sin fin, mientras que su municin tena un lmite. La fuerza area haba intentado reabastecerles arrojando cajas de municin en paracadas, pero el avin se haba visto obligado a volar muy bajo para evitar que cayeran en manos chinas, dado lo pequeo del permetro; como consecuencia, muchas de las cajas se haban daado al chocar contra el suelo rocoso y congelado, y por eso el rifle automtico Browning se atascaba una y otra vez al entrar en la recmara proyectiles defectuosos. McGee utilizaba su pequea navaja de bolsillo para extraer los cartuchos estropeados, pero el arma segua atascndose; al final, debido a su nerviosismo, se le cay la navaja, la busc pero no pudo encontrarla. Su enlace, el cabo Cletis Inmon, que comparta con l la trinchera, le ofreci su propio cuchillo tratando de ayudarle, pero era demasiado grande para la recmara; McGee renunci de mala gana al Browning y volvi a tomar su carabina, un arma con la que muy pocos combatientes se sentan cmodos. McGee, en cambio, la consideraba muy adecuada para una batalla como aqulla, porque si bien los M-1 tenan mayor alcance, aqu se luchaba casi cara a cara, a veces a veinte o treinta metros. Pero su carabina tambin comenz a atascrsele debido al fro; el aceite del arma se haba congelado y no poda lograr que el cerrojo completara normalmente su recorrido. En aquel momento vio que se le acercaba un soldado chino y golpe el cerrojo tan fuerte como pudo; el arma se desbloque y pudo volver a disparar y matarlo. Los soldados chinos dominaban ahora la posicin a su derecha despus de haber aniquilado a la primera seccin y en algn momento de aquella maana la segunda seccin, a su izquierda, se repleg sin decrselo, con lo que la tercera seccin de McGee qued casi completamente rodeada. A primera hora de la maana McGee tuvo la impresin instinto ms que ninguna otra cosa de que el puado de hombres de su seccin que seguan todava vivos y que continuaban disparando eran la clave para la supervivencia de todo el 23. Regimiento, as como de que cuanto ms tiempo resistieran mayor era la probabilidad de sobrevivir. Si los soldados chinos tomaban su posicin podran deslizarse por el flanco ms dbil de las dems posiciones del regimiento. Aquella sensacin, con la que sus superiores coincidieron ms tarde, se basaba no slo en la intensidad del fuego enemigo o en los informes fragmentarios que reciba sobre la relativa estabilidad de la lnea en otros lugares, sino en su apreciacin de que la lnea defensiva del regimiento era ms tenue precisamente all donde estaba la compaa George. Cada vez que alguna de sus armas dejaba de funcionar como el Browning que tena justo enfrente y que de repente qued en silencio pensaba que la batalla se iba inclinando en su contra y que si las tropas chinas tomaban su posicin sera como una flecha gigante dirigida hacia el corazn mismo del regimiento. Hacia las dos de la madrugada pens que quedaban todava demasiadas horas hasta que amaneciera y que no podran resistir mucho ms tiempo. Las batallas como aqulla, en las que participan hasta las unidades ms pequeas, nunca son estticas, y la lucha que tuvo lugar en lo que se acab conociendo como colina de McGee tena un ritmo propio. As, cada trinchera perdida se converta en una nueva posicin china que permita a sus soldados aproximarse a la cumbre de la colina y facilitaba su ataque haciendo an ms vulnerables las dems trincheras estadounidenses. Cletis Inmon, el enlace de McGee, pens que nunca haba visto tantos chinos como aquella noche; aunque estaba muy oscuro poda verlos claramente al estar tan juntos. Le pareca como una serie infinita de soldados que parta de algn lugar en el centro de China, quiz a miles de kilmetros de distancia, y que iba llegando ininterrumpidamente a Corea; una larga lnea que desembocaba justamente en aquel pequeo can frente a ellos. Hasta aquella noche se haba sentido uno de los hombres ms afortunados del ejrcito estadounidense. Era un chico de campo de Kentucky que se haba alistado para combatir en Corea porque un compaero suyo de instituto de diecisis aos haba muerto all y a l le haba parecido de algn modo que deba cubrir su hueco. Tras realizar su entrenamiento bsico en Fort Knox haba llegado a Corea justo a tiempo para una gran cena de Accin de Gracias y a continuacin se haba dirigido al norte en un camin para unirse a la compaa George y al 23. Regimiento cerca del Chongchon, un ro del que nunca haba odo hablar en la escuela en Kentucky. Haban llegado muy al norte cuando encontraron a una patrulla estadounidense bloqueando la carretera y el teniente que la mandaba les dijo que no podan seguir adelante porque el 23. Regimiento estaba aislado y nadie poda llegar hasta l. Cletis Inmon, que era muy religioso y no beba ni blasfemaba, pens que la mano de Dios lo protega porque de haber llegado unos das antes habra estado tambin all cuando atac el ejrcito chino por primera vez y estaba convencido de que lo habran matado. Haba otra cosa que confirmaba la bendicin de Dios, y era haber cado en una unidad con jefes como McGee y Kluttz que conocan los pequeos trucos del combate y saban cmo poner a punto a un novato como l. Medio siglo despus poda recordar las explicaciones de Kluttz, antes de la batalla de Chipyongni, sobre las tcticas que deban emplear contra los chinos, que segn le dijo eran muy buenos soldados. Eran muy astutos, se arrastraran hasta muy cerca de tu trinchera y all permaneceran tumbados escuchando el sonido del cargador del M-1, que haca un pequeo chasquido cuando se acababa; en cuanto oan aquel chasquido saltaban sobre ti mientras estabas cambiando el cargador, por lo que debas aprender a hacerlo muy rpidamente. McGee le haba dicho a Inmon al convertirlo en su enlace que lo haba elegido a l porque estaba convencido de que no le fallara. Cualquier otro habra pensado que era una tarea muy peligrosa, pero a l le pareca preferible a la de tener que cargar con una radio todo el da convirtindose en el blanco perfecto del enemigo. Aquella segunda noche ocupaba al principio con otros tres hombres la trinchera justo a la derecha de McGee. Se trataba, segn recordaba, de un filipino, de otro novato para el que aqul era su primer da de combate, y de un tercer hombre del que no poda recordar prcticamente nada. Los tres murieron aquella misma noche. Inmon no poda recordar el nombre del novato; slo que haba aparecido all con un uniforme nuevecito, sin una arruga y sin la habitual mugre, que al da siguiente estaba cubierto de manchas de sangre. Inmon haba estado manejando un Browning aquella noche y al final se traslad a la trinchera de McGee. Hacia la una de la madrugada su suerte lo abandon. Oy un sonido silbante e inmediatamente sinti el impacto de la metralla; se llev las manos a la cara, que tena cubierta de sangre. Perdi el control, algo de lo que se avergonzara ms tarde. Me han dado! Me han dado! Squeme de aqu, McGee! Squeme de aqu!, gritaba. Cierra la boca, Inmon!, le dijo McGee. Estte quieto! No grites, que te van a or. Tmbate! Te sacaremos de aqu. McGee llam a la trinchera ms cercana, a Kluttz, para que enviara un mdico que logr llegar hasta el parapeto de Inmon. La metralla le haba herido por encima del ojo izquierdo y ahora slo poda ver por el derecho; en cuanto se lo limpiaron un poco, comenz a calmarse. McGee le pregunt si poda ver lo suficiente como para disparar su M-1 e Inmon le contest que no. Puedes cargar la recmara de mi carabina?, le pregunt entonces McGee. Inmon respondi que poda hacerlo, as que se dedic a cargarla mientras McGee disparaba. Poco despus, cuando el combate cedi en intensidad momentneamente, McGee le pregunt al mdico si crea que poda sacar de all a Inmon. El mdico respondi que s y lo arrastr hacia abajo hasta el puesto de ayuda. Inmon se extra: saba que McGee lo necesitaba y que todava poda ser til como cargador. Uno de sus ltimos pensamientos antes de quedar desvanecido en el puesto de ayuda fue que McGee estaba dispuesto a morir all solo pero antes haba tratado de salvarle la vida. McGee haba enviado a su otro enlace, el cabo John Martin, a decirle al teniente Heath que se hallaba en una situacin desesperada y que necesitaba ms de todo, especialmente hombres y municiones, y si era posible camilleros. Heath pidi algunos hombres a su unidad de artillera y el teniente Arthur Rochnowski reuni a quince de ellos. Martin los condujo hasta la colina, pero cuando alcanzaron la cumbre las tropas chinas abrieron fuego y un disparo de mortero mat a un hombre, hiri a otro y desat el pnico entre los dems, que volvieron a bajar corriendo la colina. Heath logr reagrupar a algunos de ellos, pero al alcanzar la cresta los chinos continuaban all y volvieron a huir. Heath gritaba mientras se dispersaban: Condenados de mierda, volved a subir! Vais a morir aqu de todas formas, as que al menos subid la colina y morid all!. Martin, no obstante, logr reunir a unos pocos hombres, cogi algunas municiones y volvieron a subir a lo alto del cerro. McGee crea que estaban a punto de tomar su posicin y que iba a morir all. Slo quedaban Kluttz y l, luchando hombro con hombro junto a un par de hombres ms. Vea su situacin con un extrao fatalismo, sin ninguna autocompasin. Se haba presentado voluntario, haba querido participar en aquella batalla y en aquella guerra y haba dado de s cuanto poda. Si se senta mal era por sus padres, a quienes les resultara muy dura su prdida. En aquel momento estaba en la misma trinchera que Kluttz, disparando un Browning mientras el sargento manejaba una ametralladora cuyo operador haba sido herido. Kluttz era condenadamente bueno y no iba a ceder, ni siquiera al final. McGee le grit: Kluttz, creo que estamos perdidos, a lo que Kluttz respondi: Bueno, llevmonos por delante al menos tantos hijos de puta como podamos, y siguieron disparando con ambas armas. Entonces la ametralladora de Kluttz se atasc y aquello pareci ser el final. McGee grit: Kluttz, tratemos de salir de aqu, y arroj su ltima granada. Hacia las tres de la madrugada del 15 de febrero, con la municin casi totalmente agotada, McGee, Kluttz y otros dos hombres consiguieron escapar de all. De los cuarenta y seis hombres de la seccin de McGee, slo cuatro podan caminar por su propio pie. Todos los dems haban muerto, estaban heridos o haban desaparecido en accin. Tanto Paul McGee como Bill Kluttz recibieron sendas Estrellas de Plata por su valor.
A primera hora de la maana del 15 de febrero Paul Freeman haba tratado, entre sus ltimas rdenes, de enviar algunas unidades de reserva, incluida la Compaa de Rangers, a reforzar la posicin de la compaa George. Aunque no haban conseguido expulsar a los soldados chinos de la colina, al menos los haban neutralizado en cierta medida y al aproximarse el amanecer las probabilidades de que sacaran ventaja de su posicin comenzaron a disminuir. A media maana George Stewart y algunos amigos de Freeman de su propio cuartel general le decan que deba salir de all como haba ordenado Almond o las cosas se le pondran muy feas. Hasta entonces, le recordaron, lo haba hecho todo bien, pero llegaba un momento en el que haba que aceptar el hecho de estar incluido en una estructura de mando. Adems, argumentaban sus colegas, la batalla estaba esencialmente acabada. Crombez haba superado al parecer la ltima de las trampas que le haban tendido las tropas chinas y casi seguramente estara all antes de que cayera la noche. El teniente coronel Jim Edwards, jefe del segundo batalln, cuyas fuerzas luchaban todava cerca de la colina de McGee, le dijo que el ejrcito chino haba sido rechazado. Era una mentira piadosa, reconoci Edwards ms tarde, pero de otro modo Freeman se podra haber negado a salir de all y seguramente Almond lo habra sometido a un consejo de guerra. Al final Freeman acept salir de all para ser tratado en una unidad quirrgica mvil en Chungju, donde lo visit Ridgway, quien lo felicit, le dijo que lo haba hecho muy bien y lo premi con la Cruz de Servicios Distinguidos. Despus de hablar con Ridgway, Freeman crea que podra volver a Estados Unidos brevemente para recuperarse y luego regresar a Corea; despus de todo haba pasado ocho meses sin interrupcin de lucha constante en primera lnea y necesitaba un descanso. Confiaba en que tanto l como John Michaelis, con el que siempre se haba medido, conseguiran su estrella de general. Pero Paul Freeman no regres a Corea, sino que muy a su pesar lo destinaron a realizar apariciones pblicas para explicar la guerra en clubes cvicos, ya que tena muy buena figura y hablaba con soltura. Nunca supo si su regreso fue torpedeado por Almond. Prosigui su carrera, que culmin como general de cuatro estrellas.
Aunque las tropas chinas lograron por fin tomar la cumbre de la colina de McGee, les haba salido muy caro: despus de la batalla contaron frente a su posicin ms de ochocientos cuerpos de soldados enemigos. Lo ms sorprendente fue que despus de aquel triunfo casi al amanecer, que les haba costado una cantidad tan terrible de recursos humanos, titubearon y no supieron aprovecharlo. Su fracaso no poda atribuirse a falta de valor, visto su intrpido comportamiento frente a un enemigo capaz de crear a su alrededor terribles zonas de muerte. El ejrcito estadounidense no slo poda machacar un blanco determinado con infinitos bombardeos de su artillera, sino que dispona de una nueva arma que los chinos aprendieron pronto a temer, una especie de gelatina incendiaria que sus aviones podan esparcir desde el aire aniquilando unidades enteras. Se llamaba napalm. As pues, aunque se hicieron con el control del terreno alto, los soldados chinos no supieron aprovechar aquella ventaja: lucharon tenazmente rechazando una y otra vez los intentos estadounidenses de desalojarlos de all, pero sin alcanzar la victoria mucho mayor que tuvieron aquella maana a su alcance de haber sabido sacar partido de su posicin, y haber hecho caer un diluvio de fuego sobre los estadounidenses que tenan ms abajo. Fue un momento crtico, pero se limitaron a permanecer en lo alto del cerro. Aunque tenan suficientes soldados disponibles en aquel sector y podran haber desplazado an ms desde el este y el oeste, no lo hicieron. Quiz su avance se haba producido a una hora demasiado tarda, cuando ya no lo esperaban; pero aquella indecisin reflejaba en ltima instancia una deficiencia en sus comunicaciones, y quiz tambin falta de imaginacin. Una de las grandes debilidades del ejrcito chino en aquel momento de la guerra, que los estadounidenses estaban comenzando a descubrir a partir de los interrogatorios de los prisioneros que caan en sus manos, era la rigidez de su estructura de mando. Las rdenes inflexibles que venan de arriba dejaban escaso margen de maniobra a la iniciativa individual en los niveles ms bajos. Aunque los soldados rasos podan luchar con extraordinaria bravura, a menudo sus oficiales de nivel medio carecan de autoridad o de capacidad durante la batalla para tomar decisiones importantes cuando cambiaban las condiciones. La batalla de Wonju fue un ejemplo paradigmtico de esa incapacidad para hacer reajustes una vez iniciada una batalla. Era notorio el contraste con el funcionamiento del ejrcito estadounidense, en el que se valoraba la iniciativa de los buenos suboficiales y cuya capacidad para realizar ajustes en medio de una batalla a medida que sta se desarrollaba se estaba convirtiendo en uno de sus principales activos. El ejrcito estadounidense descubri otras limitaciones de su enemigo. Los soldados chinos podran combatir con gran fiereza durante dos o como mucho tres das, pero la escasez de municiones, alimentos, apoyo mdico y aguante fsico as como la intensidad del apoyo areo estadounidense afectaba su capacidad para aprovechar las ventajas que obtenan y magnificaba sus fallos o derrotas. Al tercer da de cualquier batalla comenzaba a faltarles de todo y se vean obligados a alejarse. Las batallas de Chipyongni y de Wonju fueron los primeros ejemplos, pese a que en uno u otro momento ambas parecan abocadas a un resultado diferente. Matt Ridgway no slo haba logrado en Chipyongni la batalla que quera sino que estaba aprendiendo lecciones muy importantes sobre un enemigo que necesitaba entender. Ya conoca varios de sus puntos fuertes y ahora, por primera vez, estaba empezando a conocer sus puntos dbiles.
El sonido de una columna de tanques que se acerca no es precisamente imperceptible y la mayora de los hombres cercados en Chipyongni oy el sonido de la columna de apoyo de Crombez mucho antes de que llegara. El ejrcito chino haba realizado un ltimo intento desesperado de detenerla: a menos de dos kilmetros al sur de Chipyongni haba una garganta entre los montes donde se estrechaba la carretera, con grandes alturas a ambos lados, un lugar perfecto para una emboscada. La longitud de la angostura era de unos ciento cincuenta metros y los soldados chinos estaban atrincherados a quince metros por encima de la carretera esperando a disparar sobre los tanques con sus morteros y bazucas. El tanque que iba en cabeza consigui pasar pese a haber sido alcanzado por un proyectil de bazuca, y lo mismo sucedi con el segundo y el tercero; pero el cuarto no tuvo tanta suerte y un proyectil de bazuca penetr bajo la coraza y prendi fuego a la municin que transportaba. Parte de sus ocupantes, entre ellos el capitn John Hiers, murieron inmediatamente. El conductor sufri graves quemaduras, pero con gran valor aceler el motor y consigui atravesar el desfiladero dejando abierta la carretera para el resto de la columna. Los tanques de Crombez llegaron a Chipyongni poco despus de las cinco de la tarde. En el mismo momento en que se aproximaba su columna tres carros estadounidenses comenzaron a disparar contra los soldados chinos situados a su espalda y hubo un momento muy tenso cuando los dos grupos de tanques, rescatados y rescatadores, se vieron frente a frente, observndose mutuamente con desconfianza; ni unos ni otros estaban del todo seguros de quines eran los otros, hasta que los defensores entendieron que haba llegado la caballera rompiendo el cerco. Casi en el mismo momento la fuerza area comenz a bombardear las colinas prximas con napalm y los soldados chinos comenzaron de repente a retirarse y abandonar sus posiciones. Durante un breve instante las fuerzas estadounidenses dispusieron de la posibilidad de disparar a discrecin, cuando miles de soldados chinos quedaron desprotegidos en terreno abierto; los mandos estadounidenses ordenaron atacarlos con toda la artillera mientras caan sobre ellos las bombas de napalm. Los soldados estadounidenses que observaban desde las colinas que rodeaban el pueblo vieron de repente miles y miles de soldados chinos saliendo de donde nadie haba pensado que estuvieran, como cuando se da un puntapi a un hormiguero, y slo entonces percibieron realmente el peligro que haban corrido. La misin y el comportamiento de Crombez reflejaban claramente la complejidad y la ambigedad moral de la guerra. Para los hombres atrapados en Chipyongni, exhaustos y casi sin municiones, que teman no poder resistir otra noche, los tanquistas de Crombez eran sus salvadores, que como la caballera en las pelculas del oeste llegaban en el momento justo; pero los del batalln de Treacy lo vean de un modo muy diferente. El capitn Barret estaba furioso; su compaa haba sido destruida y en su opinin muchos hombres haban muerto innecesariamente. En el 23. Regimiento, al verlo completamente fuera de control, dando vueltas de un lado a otro pistola en mano, gritando contra Crombez y su condenada ficha azul y acusndole de la muerte de sus hombres, llegaron a pensar que haba perdido la razn. Estaba posedo por una furia tan violenta y su deseo de matar a Crombez pareca tan autntico que el equipo mdico del regimiento decidi ponerle una inyeccin para sedarlo. Un soldado francs, el cabo Serge Bererd, recordaba a los hombres de la compaa Love tan exhaustos y en tal estado de shock que no respondan cuando se les diriga la palabra. A su juicio estaban demasiado cansados para matarlo [a Crombez]. Quienes como l haban sufrido el asedio y se sentan agradecidos a los miembros de la columna que llegaba a rescatarlos, no podan entender su actitud: en lugar de celebrar el xito de una misin extremadamente peligrosa, lamentaban lo que en su opinin era una derrota.
Al da siguiente el sargento Ed Hendricks, llegado con el Quinto Regimiento de Caballera, contempl una visin aterradora: entre veinte y treinta camiones gigantescos de dos toneladas y media, alineados para transportar a la retaguardia a los soldados estadounidenses muertos; los encargados de la tarea no podan tumbarlos unos junto a otros, como habran hecho normalmente, ya que se haban congelado al morir, con los brazos y las piernas en distintas direcciones, algunos en posicin de disparo. Tuvieron por tanto que amontonar los cadveres torpemente unos sobre otros, aprovechando el espacio lo mejor que podan. Hendricks recordaba que los iban disponiendo como en un gigantesco puzle; nunca haba visto nada tan horrible. Aquella misma maana, cuando Crombez pregunt a los hombres de la compaa Love quines queran regresar a su base junto con sus tanques, ninguno se present voluntario. Muchos de los miembros de la compaa que haban quedado abandonados cuando Crombez dio la orden de avanzar sin avisarles volvieron por su cuenta. El nmero total de bajas en la compaa fue de trece muertos, diecinueve desaparecidos (en total treinta y dos probablemente muertos) y ms de cincuenta heridos. Crombez escribi en su informe sobre la operacin que sus fuerzas haban sufrido slo diez muertos y que el teniente coronel Treacy haba desobedecido sus rdenes al unirse a la columna de ataque. Aquello, como observaba Ken Hamburger, era muy chocante; se pareca demasiado a una reprimenda oficial destinada a un hombre perdido en accin y probablemente muerto. Los capitanes Barrett y Norman Allen, junto con otros oficiales, recogieron firmas y declaraciones pidiendo una Medalla de Honor para Treacy, pero su peticin no sali del Quinto de Caballera: cuando se la llevaron a Crombez, ste la arroj el sueldo y la pisote gritando: Medalla de Honor no, mierda! Si vuelve a ponerse a mi alcance lo someter a un consejo de guerra!.4 En cambio se propuso a s mismo para una importante medalla, la Cruz de Servicios Distinguidos. La recomendacin subi por la escala de mando del ejrcito hasta que lleg al jefe de Estado Mayor del Octavo Ejrcito, el general de brigada Henry Hodes, quien la rechaz diciendo: Ningn hijo de puta obtiene una Cruz de Servicios Distinguidos acompaando a sus tropas en el interior de un tanque. Yo tambin soy un viejo tanquista. Pero Crombez apel directamente a Ridgway, quien le dijo a Hodes que quiz la medalla era cuestionable pero que haba que drsela en cualquier caso; despus de todo, haba prometido a Freeman que si sus hombres resistan en Chipyongni pese a los terribles augurios, enviara todo el Octavo Ejrcito para apoyarles si era necesario, y eso era precisamente lo que haba hecho Crombez. As que ste recibi la Cruz de Servicios Distinguidos y tambin una estrella de general con la que se retir cinco aos despus. En su libro sobre la guerra de Corea Ridgway no mencionaba siquiera su nombre, lo que para los expertos mostraba claramente su ambivalencia y su disgusto por lo sucedido. 47
Aunque la defensa hubiera sido imperfecta, se haba obtenido una importante victoria en un lugar elegido por el ejrcito chino y no por el de Naciones Unidas, y Ridgway haba conseguido lo que quera: a diferencia de otras guerras, en sta tena menos importancia conquistar y conservar territorio; lo que ahora se entenda como factor clave para vencer, o al menos para demostrar al ejrcito chino que no poda vencer, era infligirle prdidas insoportables. Si en un momento anterior Douglas MacArthur Bush haba cado en la trampa de sus propios prejuicios, ahora le tocaba el turno a Mao. Del mismo modo que MacArthur no haba sabido incluir en sus presupuestos el efecto de una revolucin poltica en un pas del que no saba casi nada, tampoco Mao incluy en su justa medida los efectos de la amplia superioridad tecnolgica estadounidense y de la capacidad de su ejrcito cuando lo mandaba un gran general. Como haba dicho el propio Mao de MacArthur, los hombres egocntricos y arrogantes son fciles de derrotar. Peng Dehuai, menos optimista que Mao si haba que llegar a una confrontacin a todos los niveles con el ejrcito estadounidense, haba previsto en enero de forma ms realista las futuras batallas. Tras las de Wonju y Chipyongni se planteaba el interrogante de si por fin iba a conseguir que Mao le prestara atencin. Durante los meses anteriores a la batalla de Chipyongni ya se haba detectado una considerable tensin entre ambos, pero las derrotas y el nmero de bajas fueron una autntica conmocin. El historiador chino Chen Jian deca: Chipyongni lo cambi todo. Hasta entonces los militares chinos pensaban que la guerra les estaba saliendo muy bien y que saban cmo combatir a los estadounidenses, que tenan la clave. Estaban convencidos de que iban a ganar la guerra y adems muy pronto. Contaban con un gran impulso desde las victorias a lo largo del ro Chongchon. Las derrotas en Wonju y Chipyongni fueron devastadoras para Peng. Haba utilizado tropas de lite, las mejores de sus mejores divisiones, y al final haba sufrido enormes bajas y sus hombres se haban visto obligados a abandonar el campo de batalla. Aunque el ejrcito chino siempre mantena en secreto sus bajas, los estadounidenses estimaban que podan haber matado hasta cinco mil soldados chinos tan slo en Chipyongni. Para Peng era obvio que tena que vrselas con un enemigo nuevo y muy peligroso debido a su fuerza area, con un radio de accin muy amplio y ms rpido. Aunque odiaba viajar en avin si no poda caminar hasta cierto lugar, prefera con mucho los trenes, el 20 de febrero vol a Beijing para ver a Mao. Los historiadores difieren sobre si lo hizo por propia voluntad o fue llamado por Mao. Es cuando menos posible que la iniciativa partiera del propio Peng, convencido de que tena que explicarle en persona los cambios observados en el comportamiento del enemigo. Cuando lleg al domicilio de Mao a media maana, ste, que prefera trabajar por la noche, estaba dormido. El cuerpo de guardia de Mao trat de impedirle la entrada, dicindole: Ahora no puede entrar, todava est durmiendo. Peng respondi: No podis impedrmelo. Mis hombres estn muriendo en el campo de batalla. No puedo esperar a que se despierte. As que entr y despert a Mao y le dijo que tenan entre manos un tipo de guerra totalmente nuevo, que no habra una gran ofensiva hasta Pusan ni tampoco una gran retirada estadounidense hacia el sur. Ahora tenan que prepararse para una larga guerra y habra que relevar a parte de las tropas, porque el tipo de combate al que se vean obligadas era agotador para ellas. Aquella maana se pusieron de acuerdo sobre ciertos relevos, aunque Mao todava tena sueos claramente diferentes a los de Peng y otros jefes del Ejrcito de Voluntarios del Pueblo Chino y todava crea que poda apoderarse de toda la pennsula coreana. Chipyongni y Wonju fueron grandes victorias para Naciones Unidas y un importante punto de inflexin en la guerra. Lo que alentaba particularmente a Ridgway era el hecho de que no hubiera sido l quien haba elegido aquel campo de batalla sino el ejrcito chino, en un lugar mucho ms favorable para l que cerca de la costa. Aunque se haban producido errores y algunas unidades de Naciones Unidas haban sufrido grandes prdidas, Ridgway haba ofrecido una especie de ejemplo de libro de lo que las fuerzas de Naciones Unidas podan hacer frente a un ataque, aunque slo estuvieran parcialmente preparadas, si contaban con posiciones defensivas decentes. Era una advertencia para los dirigentes chinos de lo que poda suceder en el futuro. Aunque algunas de las unidades de Ridgway hubieran quedado momentneamente aisladas, haba podido, en un enfrentamiento crtico al menos, enviar una columna de apoyo que lleg a tiempo. Ridgway estaba convencido de que su servicio de inteligencia poda hacerlo todava mejor y de que su fuerza area poda limitar la capacidad del ejrcito chino para reagruparse y atacar, as como su capacidad para abastecer y alimentar a sus tropas, en lo que estaba acertado. Pensaba que sera slo una cuestin de tiempo hasta que los dirigentes chinos percibieran que tambin ellos, como sus adversarios de Naciones Unidas, haban topado con una especie de muro. Dcima parte El general y el presidente
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En Washington se poda apreciar una profunda sensacin de alivio al no tener que seguir dando vueltas a la posibilidad inaceptable de verse obligados a abandonar la pennsula en una humillacin terrible similar a la de Dunkerque, como pareca deducirse de los telegramas de MacArthur hasta haca muy poco; pero las mejores perspectivas en el campo de batalla no pusieron fin a las tensiones entre Tokio y Washington, sino que por el contrario el comandante supremo en el Lejano Oriente se mostr an ms rebelde en su trato con Washington, criticando abiertamente la estrategia del gobierno de Truman con respecto a la guerra y despreciando abiertamente los xitos de Ridgway (excepto cuando se los atribua l mismo), y cada vez ms abiertamente poltico, como si no fuera un comandante bajo la autoridad del presidente sino tambin un asesor militar de la minora republicana en el Congreso. Si hasta haca muy poco haba discrepado gravemente de Truman y la Junta de Jefes de Estado Mayor, proclamando que el enorme tamao del ejrcito chino privaba al estadounidense de cualquier posibilidad de mantenerse en la pennsula sin importantes fuerzas adicionales o el uso de armas nucleares, su argumentacin era ahora muy diferente. Se senta frustrado y les deca a los periodistas y polticos de la derecha que simpatizaban con l que el gobierno careca de voluntad de vencer en Corea, aunque en sus propios trminos esa victoria exigiera nada menos que una guerra abierta contra China en el continente asitico. Al verse daada su reputacin por la primera gran ofensiva china y la retirada de sus tropas, mientras que sus colegas militares en Washington le prestaban cada vez menos atencin y Ridgway consegua establecer un equilibrio con las fuerzas chinas que l haba considerado inalcanzable, MacArthur pareca buscar un enfrentamiento abierto con Washington. Las divergencias eran ms polticas que militares. En su opinin haba que considerar una guerra ms amplia, o quiz una guerra total, contra un adversario que los gobernantes civiles (as como sus asesores militares) consideraban un enemigo ancestral: China, y no Rusia, haba mostrado ya en su lucha contra los japoneses su capacidad para absorber una cantidad infinita de tropas invasoras aunque stas pudieran pensar que estaban venciendo. Conviene sealar que el gobierno demcrata no obtuvo ningn beneficio poltico de los xitos de Ridgway. El gobierno segua vindose acosado y la guerra segua siendo impopular. Lo que la estrategia de Ridgway pareca prometer era ms de lo mismo, ms de lo que haba hecho tan impopular hasta entonces la guerra. Era evidente que cuanto ms se prolongara, mayor sera el precio poltico a pagar. La cuestin interna enarbolada por los republicanos contra el gobierno, la subversin comunista, pareca corroborada por el hecho de que ahora se estuviera combatiendo contra los comunistas chinos en Corea. Si bien las posiciones de MacArthur haban perdido peso en su pugna con la Junta de Jefes de Estado Mayor y con el presidente, todava tena razones para pensar que el nmero de personas que estaban a su favor en Estados Unidos, cuya agenda poltica y cuya visin geopoltica aparentemente encarnaba, estaba en ascenso. Aquella situacin prometa ir a peor, ya que MacArthur, menoscabado y hasta cierto punto marginado por Washington, se aproximaba ms y ms al desafo declarado. El presidente y en cuanto al hartazgo de la opinin pblica con los demcratas no se poda distinguir fcilmente su gobierno del de Roosevelt, que le haba precedido llevaba quiz demasiado tiempo en el cargo en una poca muy dura en la que haba demasiadas fuerzas fuera de su control. La noticia de que la Unin Sovitica dispona de la bomba atmica, la cada de Chiang, los titulares del caso Hiss y la propia guerra de Corea haban llevado al gobierno a una situacin cada vez ms delicada. Cuando el ejrcito chino intervino en la guerra de Corea, sta pareca ms oscura que nunca, sin una solucin aceptable a la vista. Truman y quienes lo rodeaban se sentan adems especialmente amargados por el hecho de que la situacin militar hubiera empeorado precisamente como consecuencia de los errores de clculo de MacArthur, que ahora se alineaba contra ellos polticamente sin mostrar ningn inters por aceptar una parte al menos de la culpa. Todo esto haca inevitable la colisin entre el presidente y el general, quien no estaba dispuesto a dar por buenas las limitaciones que aqul le impona. A finales de enero de 1951 se multiplicaron las seales de su presin cada vez ms pblica en favor de una guerra ms amplia. El 28 de enero vol a Suwon, donde Ridgway lo salud calurosamente a su llegada; los periodistas que se aglomeraban a su alrededor oyeron a MacArthur decir, cuando descendi del avin: Aqu es exactamente adonde llegu hace siete meses para empezar esta cruzada. Sin embargo, ahora no luchamos slo por una Corea libre, sino por un Asia libre. La palabra cruzada as como la referencia a un Asia libre fueron inmediatamente registradas por los periodistas britnicos y publicadas en Londres, inquietando mucho al gobierno britnico que entenda, acertadamente, que el mando de Tokio quera una guerra ms amplia, y posiblemente una guerra total contra China. MacArthur no vea lo que estaba sucediendo en Corea como el resto de los generales, y muy en particular los Jefes de Estado Mayor, pero no le interesaba la opinin de nadie sino la suya propia. No le interesaba la amenaza que los soviticos pudieran significar en Europa, mientras que Truman, muy consciente de que los soviticos podan fcilmente contraatacar si Estados Unidos escalaba la guerra de Corea, tema que se produjeran crisis en Berln, Indochina, Yugoslavia y especialmente Irn, entre otros lugares. Como acostumbraba a decir, los soviticos podan aprovechar el menor incidente como excusa para una intervencin. En cuanto al eventual bombardeo de las ciudades chinas, Truman y su gente pensaban que MacArthur olvidaba lo que poda suceder a continuacin. Inmediatamente se pedira el bombardeo del puerto sovitico de Vladivostok y del ferrocarril transiberiano, alegando el ingente material que los soviticos hacan llegar por esos medios. Truman dudaba de que MacArthur hubiera considerado siquiera la probable evolucin de tal escalada, que acabara exponiendo en ltimo trmino a las ciudades japonesas a eventuales represalias soviticas. Cuando Joseph Collins y otros miembros de la Junta de Jefes de Estado Mayor trataron de discutir con MacArthur, ste hizo odos sordos. Como escribi el historiador militar britnico Max Hastings, nunca quedar claro hasta qu punto el orgullo personal de MacArthur influy sobre su actitud hacia los chinos o hasta qu punto ansiaba vengarse de quienes haban pulverizado todas sus esperanzas de triunfo en Corea, [pero] parece probable que se considerara capaz de reinstaurar el rgimen nacionalista de Chiang Kai-shek en Beijing.4 Pero si Hastings no estaba del todo seguro de los impulsos que guiaban a MacArthur durante aquellos ltimos meses en Tokio, Ornar Bradley tena menos dudas. Como dej escrito ms tarde, en una reflexin desacostumbradamente dura de un general sobre otro, la reaccin de MacArthur provena al menos en parte, estoy seguro, de la herida infligida a su orgullo militar legendario. La China roja haba convertido en un insensato al infalible "genio militar". Para entonces deba de tener ya claro que la decisin de dividir sus fuerzas y de enviar el X Cuerpo a Wonsan en persecucin del ejrcito norcoreano despus del desembarco en Inchon haba sido un gran error [...] Adems, el ejrcito chino se haba burlado de su servicio de inteligencia de sus baladronadas de que bastara bombardear desde el aire los puentes sobre el Yalu para convertir en un desierto la regin noroccidental de Corea y de su aseveracin de que nuestro ejrcito avanzara hasta el Yalu y los soldados estadounidenses "estaran en casa para Navidad". El nico medio posible que le quedaba para recuperar su orgullo perdido y su reputacin militar era infligir una derrota abrumadora a los generales de la China roja que lo haban ridiculizado. Con ese fin estaba dispuesto a llevarnos a una guerra total contra la China roja y quiz contra la Unin Sovitica y a provocar la tercera guerra mundial y un holocausto nuclear.5 Los xitos casi inmediatos de Ridgway en Chipyongni y otros lugares con el mismo nivel de fuerzas que MacArthur haba considerado de forma reciente del todo inadecuado empeoraron an ms las cosas. Lo que otros vean como una victoria militar limitada constitua de hecho una segunda gran derrota para el orgullo de MacArthur. Igualmente hiriente era el hecho de que, gracias a sus xitos en el campo de batalla y su estilo directo, Ridgway estuviera recibiendo gran atencin por parte de la prensa. Los focos que MacArthur tanto ansiaba se dirigan al final de su carrera hacia un subordinado, algo que hasta entonces nunca haba permitido. A los periodistas les gustaba Ridgway, un general obsesionado por su misin que les hablaba de forma directa y sincera, como poco antes haca John Stilwell, generoso con sus subordinados. Su preocupacin pareca ser la propia guerra y no la imagen que de l pudieran dar sus reportajes. En ellos MacArthur detectaba adems un tono que odiaba especialmente, la sensacin implcita de que alguien con los pies sobre la tierra (Ridgway el bueno) estaba reemplazando a quien haba perdido el contacto con ella (MacArthur el malo). Pronto surgi un nuevo patrn de comportamiento: en cuanto Ridgway planteaba una importante ofensiva,6 MacArthur y sus principales ayudantes volaban inmediatamente desde Tokio para presentarse en el cuartel general en Corea y ofrecer all una conferencia de prensa intentando desbancar a la cada vez ms admirable oficina de prensa de Ridgway reclamando el mrito del plan. Cuando estaba a punto de iniciarse la Operacin Asesina de Ridgway, MacArthur vol hasta Suwon y proclam que era l quien haba ordenado el ataque. Ridgway escribi ms tarde, amargamente indignado, que ni MacArthur ni su Estado Mayor haban participado en absoluto en la planificacin de la operacin: No es tanto que mi propia vanidad sufriera inesperadamente por aquel anuncio, sino que me recordaba de forma bastante desagradable a un MacArthur conocido pero casi olvidado,7 demasiado preocupado por mantener siempre en candelera su imagen pblica. Como escribi Walter Millis, la nica persona que no estaba dispuesta a admitir que la situacin militar haba mejorado era el propio general MacArthur, que haba previsto todas las contingencias salvo una, la del "xito".8 Pronto increment su presin sobre el gobierno de Truman con una serie ininterrumpida de punzantes declaraciones ante los periodistas, mensajes a destacadas figuras polticas y telegramas a Washington. Ya en diciembre, despus de que Truman le hubiera hecho llegar su directiva exigiendo que todas las declaraciones sobre Corea pasaran antes por el Departamento de Estado, MacArthur la viol deliberadamente. Sus quejas contra el gobierno eran todas del mismo tipo: los lmites impuestos a su mando, que a su juicio eran algo indito en la historia de la guerra; la falta de un nmero adecuado de soldados para realizar el trabajo; los santuarios ofrecidos a sus enemigos, sin mencionar los que tena a su disposicin el ejrcito estadounidense y muy en particular las instalaciones portuarias e industriales de Tokio y Yokohama, objetivos extraordinariamente tentadores que el enemigo no haba tocado. Todo aquello formaba parte del extrao conjunto de quid pro quo que se iba estableciendo entre las grandes potencias mientras trataban de aclarar qu iniciativas podan tomar o no en la recin inaugurada era atmica, cada vez ms peligrosa. El ncleo de los mensajes de MacArthur era su aspecto ms cargado polticamente, lo que comenz a calificar como una falta de voluntad por parte del gobierno para alcanzar una victoria real. En la retrica de la poca, esa falta de voluntad sonaba peligrosamente parecida a la contemporizacin. Su lnea era relativamente simple: un empate en Corea equivala a una derrota, slo mediante una guerra ms amplia contra China se alcanzara una autntica victoria, y en el pasado Estados Unidos siempre haba pretendido una victoria total. Los republicanos venan acusando al gobierno de contemporizar con el enemigo y de la prdida de China, y ahora Estados Unidos estaba combatiendo contra China y el general ms famoso del pas lanzaba esa misma acusacin, en perfecta sintona con su base poltica, la parte ms militantemente anticomunista del ala derecha estadounidense. Al parecer queran derrotar a la Repblica Popular China sin que en su territorio muriera un solo joven estadounidense. Adems, aquellos llamamientos contaban con cierta resonancia popular ahora que el ejrcito estadounidense estaba estancado en Corea. Muchos votantes estaban indignados y frustrados y queran algo diferente, aunque no estuvieran muy seguros de lo que queran, con tal que costara poco en trminos de vidas humanas, esto es, en trminos de bajas estadounidenses. En sus cartas a sus buenos amigos de Washington y de las empresas editoras, MacArthur sugera que si Estados Unidos no derrotaba al comunismo en Asia, ese fracaso le costara muy caro en Europa. La nica manera de salvar Europa del comunismo era salvar Asia. l estaba dispuesto a hacerlo y en su opinin dispona de fuerzas suficientes contando con las tropas de Chiang dispuestas al ataque. Quera infligir a la Repblica Popular China y al comunismo una derrota terrible y bastaba que Washington le dejara las manos libres. En todo esto haba cierta paradoja, ya que MacArthur era una de las personas que ms haban favorecido la llegada a Corea de los soviticos (y con ellos del comunismo) alrededor de seis aos antes, al final de otra guerra contra otro enemigo, cuando era el general al mando de las fuerzas aliadas a punto de invadir las islas de Japn. No era el nico que quera que la Unin Sovitica se incorporara a la guerra del Pacfico; la mayora de los generales estadounidenses pensaba del mismo modo. Los pocos que conocan algo del proyecto Manhattan no estaban del todo convencidos de que fuera tan decisivo como instrumento militar. Queran que la Unin Sovitica interviniera en la guerra del Pacfico para aliviar la presin sobre las fuerzas aliadas, lo que constitua un deseo muy natural para cualquier general; pero ahora pareca como si un segundo MacArthur, el de la Guerra Fra, no hubiera conocido nunca al primer MacArthur, el que haba estado al mando de las fuerzas aliadas durante la segunda guerra mundial y que entonces deseaba la intervencin sovitica. Ahora, al intensificarse la Guerra Fra, de sus palabras pareca deducirse que siempre se haba opuesto a la intervencin sovitica. Desdichadamente para l haba incontables testigos de aquello, entre ellos el coronel Paul Freeman, quien tras una breve participacin en la guerra en Filipinas a finales de 1944 fue llamado de vuelta a Washington para trabajar de nuevo a las rdenes de George Marshall; pero antes de dejar Filipinas MacArthur lo convoc para encargarle una misin. Fue una reunin fascinante que dur casi dos horas. Freeman entendi que iba a actuar como mensajero, un instrumento para expresar la opinin del general en Washington. Durante la primera parte de la reunin ste se explay exponiendo su notorio resentimiento hacia Washington. Freeman le escuch y finalmente disinti lo mejor que pudo con respecto a una gran figura, el general Marshall, del que dijo que haba apoyado con frecuencia a MacArthur en sus demandas de fuerzas y abastecimiento y se haba puesto de su parte en su urgencia de liberar Filipinas cuando los principales mandos de la Armada pretendan dejarlas de lado y ocuparse directamente de Taiwn. Aquello no era exactamente lo que MacArthur quera or, pero su honradez personal le obligaba a decirlo. La segunda parte de la reunin fue mucho ms interesante: MacArthur saba que el plan de la invasin estaba en una fase muy avanzada, y como posible comandante en jefe quera dar a conocer su opinin: No estoy dispuesto a emprender la invasin de ninguna de las islas japonesas a menos que su ejrcito en Manchuria se vea retenido por los rusos.9 Freeman saba que aquello sonara muy fuerte en Washington, que un general como MacArthur, con su considerable respaldo poltico, insistiera en que no se deba invadir Japn a menos que la Unin Sovitica interviniera en la guerra. Cuando concluy la reunin, el general Bonnie Fellers, ayudante de MacArthur, hizo mecanografiar inmediatamente las opiniones de ste para que Freeman pudiera llevarlas a Washington. Su punto de vista no se poda calificar de anmalo: la mayora de los altos mandos crea, basndose en la experiencia de las batallas contra los japoneses en diversas islas del Pacfico, que la lucha final sera una contienda cruel, casa por casa, cueva por cueva, con terribles prdidas para ambos bandos. Que Douglas MacArthur, que ya en 1944 era el general estadounidense con vnculos ms estrechos con la extrema derecha estadounidense, deseara la participacin de la Unin Sovitica en el frente del Pacfico era importante, pero lo que haca ms importante an aquella opinin era que doce aos despus, en 1956, cuando MacArthur se haba convertido en un autntico dolo para la extrema derecha, pretendiera no haberla expresado nunca. Despus de todo, siempre crey que la verdad era lo que deca en cada momento y desde principios de la dcada de 1950 comenz a conceder entrevistas asegurando que si l hubiera estado a cargo de la toma de decisiones en el perodo final de la segunda guerra mundial, nunca habra propiciado la intervencin sovitica en la guerra del Pacfico. Aqul era el MacArthur que muchos altos mandos del Pentgono haban tratado con frecuencia en el pasado, acostumbrado a rehacer la historia para que se adecuara a sus necesidades inmediatas. En 1956 el gobierno republicano de Eisenhower decidi replicar. Paul Freeman recibi un aviso privado de sus amigos de Washington advirtindole que los papeles originales que haba trado del Pacfico estaban a punto de salir a la luz pblica y que debera mantenerse al margen porque las cosas se iban a poner muy feas durante algunos das. Aquel encontronazo reflejaba la lucha interna entre los dos MacArthur: el militar pragmtico que deseaba toda la ayuda que pudiera obtener antes de una invasin difcil, y el general convertido en poltico que necesitaba desfigurar viejos hechos para adecuarlos a una nueva realidad poltica pretendiendo que nunca se haba equivocado. Pero durante los primeros meses de 1951 MacArthur, ms frustrado que nunca, protagoniz un enfrentamiento histrico con el presidente de Estados Unidos. Al principio fue como un juego de frontn en el que el general zahera a Washington una y otra vez sin recibir respuesta, pero poco a poco sus provocaciones se fueron haciendo ms graves y frontales. En cierto modo la gente de Washington se haba ido preparando para algo como aquello durante casi una dcada. Saban que un trato con MacArthur siempre haba sido como un trato con el diablo: se hacan pocas ilusiones sobre la lealtad que poda mantener hacia sus decisiones polticas en los momentos ms crticos; pero normalmente haban conseguido lo que queran y cuando lo necesitaban, no slo el talento sino su mito, especialmente vital durante la segunda guerra mundial; pero cuanto ms haban demorado la confrontacin con MacArthur, debido al enorme precio que probablemente supondra, ms haba aumentado ese precio, porque el mito que Washington haba contribuido a crear segua creciendo, alimentado muy conscientemente por el propio MacArthur. Durante ms de una dcada, dos presidentes y sus principales consejeros haban permitido a MacArthur endiosarse a sus expensas. En los aos posteriores a la segunda guerra mundial, aunque tenan menos necesidad de su talento militar, retrasaron la eventual confrontacin con l porque le teman, o ms exactamente porque haba alcanzado demasiada estatura (aunque Truman se quejaba a menudo de la condescendencia de Roosevelt con el general, llegando a decir, en privado, que debera haber permitido que los japoneses lo capturaran en Bataan, tambin l tema la confrontacin y permiti que se acrecentara su culto). Pero con ello no slo haba aumentado su precio cada ao, sino que el momento era cada vez menos propicio al aumentar el poder de las fuerzas alineadas con el general. Ahora, cuando de hecho no quedaba otra opcin que pagar aquel precio, resultaba exorbitante, ya que MacArthur haba mantenido durante mucho tiempo un elaborado proceso de autodeificacin, en su mayor parte a expensas del gobierno. Cualquier posibilidad de que MacArthur tuviera de su parte a algunos de los jefes de Estado Mayor haba desaparecido con los xitos de Ridgway. El almirante Forrest Sherman, jefe de Estado Mayor de la Armada y probablemente el ms halcn de toda la junta, que por un momento pudo parecer su aliado cuando se hablaba tanto de la posible expulsin de la pennsula, ahora prefera quedar al margen. MacArthur dirigi entonces su fuego de forma cada vez ms concentrada contra los miembros ms relevantes de la administracin y el propio presidente. Eran ellos los que impedan su voluntad y le robaban su victoria final, quienes, en palabras de William Manchester, frustraban su ltima cruzada. En aquel momento comenz, si no una campaa deliberada para obligar al presidente a destituirlo, algo muy parecido. Si no poda hacer lo que deseaba en Corea, iba a hacer cuanto pudiera para derribar a los que se interponan en su camino. Concretamente emprendi una violacin sistemtica de la directiva del 6 de diciembre de Truman. Para MacArthur aquella limitacin era una broma. Segn le dijo a un invitado a comer en su casa, l era un anciano de setenta y un aos y por lo tanto no tena nada que perder al ignorarla.10 Si lo destituan, pues bien, que lo hicieran. Clay Blair, el historiador que describi ms detalladamente que ningn otro aquella fase de la guerra, lleg a contar hasta seis violaciones, unas ms graves y otras menos. Segn escribi, para los observadores de MacArthur, pareca ir formndose una pauta: volaba a Corea, visitaba el frente, y a continuacin haca pblico un comunicado con crticas hacia la estrategia del gobierno. Pero en Washington nadie se senta todava dispuesto a rebatirle o reconvenirle. Oficialmente se le ignoraba. Entre otras cosas le lanz una bofetada directa a Truman hablando de la guerra como un empate militar terico. Los periodistas rpidamente convirtieron aquella frase en otra ms inteligible para la gente corriente, morir por un empate [die for a tie]: con otras palabras, todava tendran que morir muchos jvenes para conseguir el empate en Corea. Lo ltimo que deseaban los gobernantes de Washington, ahora que pareca posible contener al ejrcito chino, era una guerra adicional con su propio comandante en jefe sobre el terreno, pero iba a ser inevitable. El 7 de marzo, por ejemplo, MacArthur ofreci una conferencia de prensa en Corea escarneciendo al presidente Truman, con referencias a las inhibiciones, que calificaba como serias o anormales, que se le haban impuesto, la falta de fuerzas adicionales y otras restricciones impuestas desde Washington. Y precisamente cuando Washington comenzaba a contemplar la posibilidad de llevar al gobierno chino a la mesa de negociaciones, se burl de ste por sus fracasos y sus propias limitaciones, mofndose en la prctica de un enemigo orgulloso que acababa de derrotarle; aquello irrit considerablemente al presidente porque MacArthur haba obstaculizado as una eventual negociacin con China. En el aspecto militar MacArthur tambin se mostraba cada vez ms crtico hacia la estrategia de Ridgway. Todo lo que ste haba ganado, deca ahora pblicamente con desprecio, era una guerra acorden en la que las fuerzas de Naciones Unidas podan avanzar cuarenta o cincuenta kilmetros durante una ofensiva, para tener que replegarse de nuevo cuando el ejrcito chino volva a atacar. En Washington nadie pensaba que tal guerra fuera lo ideal; pero s que el ejrcito chino estaba recibiendo un castigo infinitamente ms duro que sus propias fuerzas, quiz con una proporcin de bajas de diez o quince a uno, y que las alternativas eran mucho peores; pero en s era una frase insultante que enfureci a Ridgway cuando lleg a sus odos. Su superior menospreciaba lo que l y los mandos a sus rdenes consideraban un xito considerable. Era un ataque contra su moral, cuando menos, de quien se supona que deba estar de su parte. Cinco das despus de la conferencia de prensa de MacArthur, Ridgway ofreci otra, diciendo que, en su opinin, llegar hasta el paralelo 38 sera una tremenda victoria para las fuerzas de Naciones Unidas; luego aadi discrepando claramente de la opinin de MacArthur: No nos planteamos conquistar China, sino slo detener el avance del comunismo; hemos demostrado nuestra superioridad en el campo de batalla. Si el ejrcito chino no consigue expulsarnos de Corea y arrojarnos al mar, habr fracasado de forma colosal; para l ser una derrota de proporciones incalculables. Aos despus MacArthur le devolvi la pelota a Ridgway: aunque l mismo lo haba seleccionado para suceder a Walker, en una entrevista con Jim Lucas, una estrella del periodismo de la cadena Scripps Howard, que siempre le era favorable, situ a Ridgway al final de la lista de sus subordinados. Todava tenan que pasar muchas cosas. MacArthur le escribi a Hugh Baillie, jefe de la United Press International y uno de sus grandes admiradores, que con una fuerza del tamao necesario para mantener el equilibrio en el paralelo 38, hasta donde Washington quera ahora limitar la guerra, tambin podra expulsar al ejrcito chino al otro lado del Yalu, algo con lo que seguramente Matt Ridgway no estaba de acuerdo. Aqulla fue la cuarta violacin de la directiva de Truman, pero todava tenan que producirse otras dos mucho ms importantes: el 20 de marzo MacArthur recibi un telegrama secreto de Washington notificndole que el gobierno pensaba que era el momento adecuado para una importante iniciativa de paz. Con los nuevos xitos de Ridgway en el campo de batalla, pareca posible negociar y finalmente estabilizar la lnea de separacin en el paralelo 38 y acabar con aquella funesta y desesperante guerra. Era una sensacin como mucho embrionaria y se supona que Mao poda no estar dispuesto todava a aceptar el acuerdo, pero al menos era un comienzo. Lo ms importante era que Washington estaba dispuesto a negociar. Truman pretenda pronunciar un importante discurso al cabo de pocos das sugiriendo que ambos bandos se sentaran a la mesa de negociaciones y volvieran poco ms o menos a sus posiciones de antes del comienzo de la guerra. Para MacArthur aquel tipo de empate equivala a una derrota. Informado de lo que Washington pretenda hacer, se dedic deliberadamente a sabotearlo. El 24 de marzo, durante una nueva visita a Corea, su oficina de prensa dio a conocer un comunicado que humillaba de nuevo a los dirigentes militares chinos. Su comunicado deca: Mucho ms importante que nuestros xitos prcticos ha sido la evidencia de que este nuevo enemigo, la China roja, cuyo poder se ha jaleado y exagerado tanto, carece de capacidad industrial para proporcionar muchos artculos esenciales para la conduccin de la guerra moderna. A continuacin enumeraba algunas de su principales debilidades, como su incapacidad para controlar el espacio areo y martimo: la Repblica Popular China carece de bases industriales y de las materias primas necesarias para producir, mantener y hacer funcionar un poder areo y naval ni siquiera moderado, y no puede suministrar artculos esenciales para el xito de operaciones terrestres como tanques, artillera pesada y otros refinamientos que la ciencia ha introducido en la conduccin de las campaas militares. Si a sus limitaciones areas y navales se aada la inferioridad de su capacidad de fuego en tierra, como en el caso actual, la consiguiente disparidad es tan grande que no la puede compensar su bravura, por fantica que sea, ni su indiferencia a las bajas humanas. Era un documento singularmente ofensivo, un ataque simultneo a las dos capitales, Beijing y Washington. Su publicacin frustraba por el momento cualquier posibilidad de dar un primer paso hacia un proceso de paz. En palabras de Blair, era la violacin ms flagrante y desafiante de la directiva de Truman. Su comunicado lleg a Washington hacia las diez de la noche del 23 de marzo. Dean Acheson, Robert Lovett (que entonces era el nmero dos en el Departamento de Defensa) y Dean Rusk, que estaban reunidos en casa de Acheson, se pusieron lvidos al conocerlo. Acheson lo calific como un flagrante acto de sabotaje. Truman no dio ninguna indicacin de lo que iba a ser su prximo paso, pero Acheson, probablemente el consejero que mejor sintonizaba con l, escribi ms tarde que su estado de nimo combinaba la desconfianza con una furia controlada. Segn su hija Margaret, coment que despus de aquello no poda enviar ningn mensaje al gobierno chino. l [MacArthur] haba impedido una propuesta de alto al fuego. Quera enviarlo de un puntapi hasta el mar Amarillo. Aquel comunicado elev la confrontacin entre el presidente y el general a un nuevo nivel, poniendo en cuestin quin era el autntico comandante en jefe. Al da siguiente Truman se reuni con sus principales asesores y la idea de una propuesta de paz se abandon. La cuestin central ya no era si haba que destituir a MacArthur, sino cundo. Lovett, que normalmente prefera dejar a los dems las grandes decisiones, quera que se hiciera de inmediato. Marshall tema la ira que tal decisin poda provocar en el Capitolio y sus eventuales efectos sobre el presupuesto de defensa. Acheson se mostraba inquieto por las ramificaciones polticas y tambin estaba la cuestin de los jefes de Estado Mayor: estaran de acuerdo con aquella voz disidente? Ponerlos de acuerdo contra uno de los suyos era siempre un asunto delicado; bastaba que uno solo de los jefes se pusiera de parte de MacArthur para reforzar enormemente su posicin. Pero era evidente que Truman haba tomado una decisin y que ya slo estaba esperando el momento ms adecuado. Ese momento lleg enseguida. MacArthur haba recibido por aquellos das una carta del lder republicano en la Cmara de Representantes, John Martin, apasionado seguidor de Chiang y miembro del lobby chino, solicitando su opinin sobre Asia y en particular sobre el uso de las tropas nacionalistas de Taiwn para abrir un segundo frente contra la Repblica Popular, algo que Martin deseaba ardientemente. En aquella carta le deca a MacArthur: Sus admiradores son legin y el respeto hacia su mando enorme, y aada que poda responderle privada o pblicamente segn prefiriera. A cualquier otro militar aquello le habra parecido una trampa tendida por un hbil poltico para atrapar a un general ingenuo e inexperto, pero a MacArthur le pareci una oportunidad de oro. Cuando le respondi a Martin el 20 de marzo no le puso ninguna limitacin a la utilizacin de sus palabras. A su juicio haba que contraponer a la fuerza la mxima fuerza, como siempre hemos hecho en el pasado. Su opinin con respecto a la utilizacin de las fuerzas chinas de Formosa no est en conflicto con la lgica ni con esa tradicin. A continuacin aada la consabida letana de explicaciones y quejas: Luchamos en Europa con armas mientras que los diplomticos luchaban con palabras; si perdemos la guerra contra el comunismo en Asia la cada de Europa ser inevitable, pero si la ganamos es probable que en Europa se pueda evitar la guerra y preservar la libertad. Como usted seala, debemos vencer. No hay sustituto posible de la victoria. 49
Tal como esperaba MacArthur, John Martin mordi el anzuelo y ley su carta en la Cmara de Representantes el 5 de abril. Nada podra haber sido ms poltico ni ms daino potencialmente para un gobierno con tantas dificultades (ni ms aterrador para sus aliados). Hubo algo ms que afect mucho a Truman y a quienes lo rodeaban durante aquellos das y que no lleg a la opinin pblica, pero que contribuy a generar la sensacin de que MacArthur se estaba comportando deslealmente. Como expuso Joseph Goulden en su esplndido libro sobre la guerra de Corea, la Agencia de Seguridad de las Fuerzas Armadas, * institucin supersecreta encargada de rastrear las comunicaciones privadas en el resto del mundo, dispona de una estacin de escucha en la base area de Atsugi cerca de Tokio, utilizada sobre todo para or lo que decan los chinos pero que a veces tambin atenda a las comunicaciones entre los aliados. A finales del invierno de 1950-1951 intercept una serie de conversaciones entre las embajadas espaola y portuguesa en Tokio, con las que MacArthur tena mejores relaciones que Washington debido a la afinidad de su G- 2, Charles Willoughby, con los dictadores Francisco Franco y Antonio Oliveira Salazar. En aquellos mensajes los diplomticos espaoles y portugueses les comunicaban a sus respectivos gobiernos que MacArthur les haba asegurado que poda ampliar la guerra de Corea a toda China. Paul Nitze y su lugarteniente en la Oficina de Planificacin Poltica, Charles Burton Marshall, tuvieron acceso a aquellos mensajes y se lo comunicaron al presidente. Segn Goulden, cuando Truman los ley dio un puetazo sobre la mesa exclamando: Esto es una traicin descarada!. Al da siguiente de que Martin leyera en la Cmara de Representantes la carta del general, Truman escribi en su diario: MacArthur ha lanzado otra bomba poltica a travs de John Martin, lder de la minora republicana en la Cmara. Parece la ltima gota que derrama el vaso, una insubordinacin flagrante. Luego enumer, para tenerlos presentes, los anteriores desplantes de MacArthur y concluy as aquella nota en su diario: He llegado a la conclusin de que hay que relevar a nuestro gran general en el Lejano Oriente. Pero en las reuniones con sus propios consejeros todava mantuvo la prudencia y no les comunic su decisin. Tanto l como quienes lo rodeaban saban muy bien que de una forma u otra se sala perdiendo, que un presidente que destitua a un afamado y respetado general en medio de una guerra muy impopular no poda sino sufrir las consecuencias a corto plazo. El efecto poltico inmediato favorecera indudablemente al general. A plazo ms largo era otra cosa. Truman confiaba en que los historiadores acabaran entendiendo y aprobando su decisin, quiz despus de que dejara la Casa Blanca, aunque podran tardar en llegar a esa conclusin. Era un poltico lo suficientemente sagaz como para saber que tendra que pagar cara su decisin, pero no vacil. El comportamiento de MacArthur afectaba al mismsimo ncleo de una sociedad democrtica, el control de los civiles sobre los militares. En cuanto a su visin de la guerra, apelando una vez ms a la historia, recordaba el dicho de Napolen, despus de haber llegado hasta Mosc en su fallida invasin de Rusia: Los he vencido en todas las batallas, pero eso no me lleva a ningn sitio. Todo esto facilit enormemente su decisin. Truman tambin crea que haba un curioso precedente histrico de lo que estaba sucediendo. Si MacArthur se vea a s mismo como heredero directo de Washington y Lincoln, Truman lo vea, menos halagadoramente, como la reencarnacin moderna de George McClellan, el general que, en opinin de Truman, no slo ayud escasamente a Lincoln en el campo de batalla, sino que lo trat con patente desprecio, hacindole esperar deliberadamente antes de las reuniones concertadas entre ambos. McClellan sola referirse abiertamente a Lincoln como el gorila primigenio. El ego de McClellan era enorme, muy superior a su talento. Se consideraba nada menos que el salvador del pas. Tal como deca l mismo, si el pueblo me llama para salvar el pas, tengo que salvarlo y no puedo respetar nada que se interponga en mi camino. Acostumbraba a decir que reciba innumerables cartas de ciudadanos corrientes que le pedan que se presentara como candidato a la presidencia o que se convirtiera en dictador de Estados Unidos. Prefera con mucho esta ltima idea y estaba dispuesto, aada a veces, a hacer ese sacrificio. Estaba ansioso de presentarse a las elecciones frente a Lincoln, lo que finalmente hizo, sin xito, en 1864, obteniendo nicamente veintin votos electorales frente a los doscientos doce de Lincoln. Truman lo describa as: Un gran egosta; un Napolen glorificado. Incluso se haba hecho retratar con la mano bajo la casaca, como Napolen. Aquel invierno de 1950-1951 Truman encarg a un joven funcionario de la Casa Blanca, Ken Hechler, entonces con treinta y seis aos, que investigara en la Biblioteca del Congreso las relaciones entre Lincoln y McClellan. Descubri que las semejanzas entre un caso y otro eran asombrosas, aunque McClellan, a diferencia de MacArthur, era un general extremadamente prudente. Segn escribi Hechler, tena tanta confianza en s mismo que no saba recibir rdenes; se meti en poltica; pensaba que Lincoln, su comandante en jefe, era zafio, ignorante e inculto; y expres abiertamente su oposicin a la emancipacin de los esclavos. Las repetidas declaraciones polticas de McClellan y sus consejos no solicitados no muy diferentes de los de MacArthur se convirtieron en una irritacin constante para Lincoln. El memorando de Hechler detallaba la prolija correspondencia entre el presidente y el general, que culmin, tras un ao de mensajes cada vez ms enfrentados, con la decisin del presidente Lincoln de relevarlo del mando del ejrcito en el Potomac en noviembre de 1862. Cuando Hechler le entreg los resultados de su investigacin al presidente, descubri con gran sorpresa que Truman ya lo saba casi todo y que aun as se haba mostrado aliviado. Despus de todo, casi noventa aos despus, Lincoln era el ms honrado de los presidentes y McClellan se haba convertido en el menos valorado de los generales. Truman pensaba que tambin en su caso la historia le dara la razn y que no era el primer presidente en tener problemas con un general con complejo de superioridad. As y todo, se movi con prudencia. La declaracin de Martin se produjo un jueves y aquel mismo viernes, 6 de abril, Truman se reuni con Marshall, Acheson, Bradley y Harriman, y sin hacerles saber la decisin que ya haba tomado les pregunt cul le aconsejaban. Marshall todava se inclinaba por la prudencia. Acheson quera destituirlo, pero advirti: Tendr un gran conflicto en su administracin. Harriman seal que Truman llevaba debatindose con aquel problema desde agosto de 1950. Truman les pidi entonces que asistieran a una nueva reunin aquel mismo da y encarg a Marshall que revisara todos los mensajes que se haban cruzado entre Washington y MacArthur para comprobar si realmente se le poda acusar de insubordinacin. Bradley deba averiguar lo que pensaban los jefes de Estado Mayor, algo decisivo en la futura contienda poltica. Cuando se reunieron ms tarde aquel mismo da, Marshall sugiri no destituir a MacArthur sino llamarlo a Estados Unidos para consultas. Acheson y Harriman se oponan enrgicamente a esa posibilidad considerando el circo poltico que poda montarse. Como no se haba consultado todava a Joseph Collins, se decidi esperar hasta que Bradley pudiera hablar con l. Se reunieron de nuevo el sbado, acercndose poco a poco a lo inevitable. Cuando concluy aquella reunin, Marshall y Bradley volvieron a la oficina del primero. Ambos se iban a retirar pronto. Marshall haba sufrido ya muchos ataques de la extrema derecha, mientras que Bradley, que no haba estado en la lnea de fuego con respecto a China, estaba todava indemne como gran figura de la segunda guerra mundial. Saba que si relevaban a MacArthur su brillantsima carrera militar se vera inevitablemente contaminada por el repugnante virus de la inminente refriega poltica. Adems, ambos teman que la destitucin de MacArthur pudiera politizar la Junta de Jefes de Estado Mayor. Trataron de redactar una carta a MacArthur que de hecho equivala a una orden de guardar silencio, pero era ya tarde para aquello. No quedaban medidas intermedias. El propio general les haba llevado a aquella desagradable resolucin. Aquel domingo Bradley se reuni con la Junta de Jefes de Estado Mayor. Todava trataba de imaginar una forma de evitar una votacin sobre el relevo de MacArthur, decisin que no poda sino resultar odiosa a unos generales obligados a cuestionar al militar de ms alta graduacin de todo el ejrcito. Se mencion la posibilidad de quitar a MacArthur el mando en Corea, dejando nicamente en sus manos la defensa de Japn, pero saban que nunca aceptara aquella solucin. Al final todos estuvieron de acuerdo en relevarlo. A continuacin los jefes de Estado Mayor se reunieron con Marshall. Fue una reunin corta y triste. Destituir a MacArthur era como arrancar una pgina del libro de historia ms preciado. Marshall habl con cada uno de ellos y les pregunt si estaban de acuerdo o no con la decisin de Truman de relevar a MacArthur y todos coincidieron en que era inevitable, incluido Bradley, aunque no tena voto en la junta. El lunes 9 de abril de 1951 Truman se reuni de nuevo con sus principales consejeros y por primera vez revel su propia opinin: MacArthur tena que dejar su puesto. Ridgway lo sustituira y James van Fleet, que haba ganado relevancia en la guerra civil griega, tomara el mando del Octavo Ejrcito en Corea. Aquello, les dijo, no era una cuestin poltica sino que tena que ver con la constitucionalidad ms elemental. Su desazn qued patente en la suave reprimenda, justo antes de anunciar su decisin, a uno de los encargados de redactar la correspondiente declaracin. Haba habido una discusin al respecto entre Charlie Murphy, una figura importante en la Casa Blanca, y Ted Tannenwald, un joven miembro del equipo de Harriman. Tannenwald quera incluir el hecho de que la decisin se haba tomado con el acuerdo unnime de la Junta de Jefes de Estado Mayor y los ms destacados miembros del gabinete civil, especialmente Marshall, cuyo nombre todava tena mucha autoridad para la mayora de los estadounidenses. En su ltima reunin sobre la declaracin el presidente dio una vuelta por la sala como solicitando habla-ahora-o-calla-para-siempre. Tannenwald sugiri de nuevo que el presidente dijera que la decisin atenda a una propuesta unnime de la Junta de Jefes de Estado Mayor y de sus principales ministros, pero Truman le interrumpi inmediatamente. Aqul pudo ser el momento ms delicado de su presidencia, en el que se puso de manifiesto su rara capacidad para entender lo que sta le exiga y para estar a la altura de las circunstancias. No esta noche, hijo mo le dijo a Tannenwald; habr tiempo para eso ms tarde; pero esta noche yo voy a tomar esa decisin bajo mi propia responsabilidad como presidente de Estados Unidos y no quiero que nadie piense que trato de descargarla sobre nadie. Podremos volver a hablar sobre ello dentro de cuarenta y ocho o setenta y dos horas, pero en cuanto a esta noche la decisin es ma y slo ma.4 As se redact y el presidente prepar su discurso a la nacin. En el ltimo momento Averell Harriman observ que la declaracin no mencionaba que Ridgway iba a sustituir a MacArthur por lo que hubo que aadirlo a mano, inaugurando as adems una poca ms moderna. (Lo primero que hizo Ridgway cuando asumi el puesto de MacArthur fue pedir que instalaran un telfono en la vieja oficina de ste, conectndola con el mundo exterior). La razn de aquella decisin, dijo el presidente, eran diferencias irreconciliables sobre la estrategia a seguir; y aadi: El lugar en la historia de este pas del general MacArthur como uno de sus mayores generales est totalmente establecido. La nacin tiene con l una deuda de gratitud por el servicio distinguido y excepcional que ha rendido a este pas en puestos de gran responsabilidad. Por esa razn repito mi pesadumbre por la decisin que me siento obligado a tomar en este caso. A sus asesores les dijo que estaba convencido de que MacArthur haba buscado aquella confrontacin: Puedo mostrar lo suciamente que ha jugado con nosotros. Estoy convencido de que MacArthur quera ser destituido. En el futuro se le considerar un falsario peor que McClellan. Aadi que todos parecan pensar que no tengo valor suficiente para hacerlo. Les dejaremos pensar eso y luego lo anunciaremos.5 Ms tarde habl en privado de MacArthur en trminos mucho ms directos: El problema estaba en que quera ser procnsul, algo as como emperador del Lejano Oriente.6 Olvid que no era ms que un general del ejrcito bajo su comandante en jefe, el presidente de Estados Unidos. MacArthur saba que se aproximaba su destitucin. El da antes estuvo con Almond y le dijo: Puede que no nos volvamos a ver, as que adis, Ned. Almond se sorprendi y le pregunt qu quera decir, a lo que MacArthur respondi: Me he comprometido polticamente y puede que el presidente me sustituya. Almond insisti en que eso era absurdo.7 La destitucin, pese a las generosas palabras de Truman, fue muy mal recibida. Frank Pace deba, como secretario del Ejrcito, comunicrsela personalmente a MacArthur, pero el Chicago Tribune, siempre hostil al presidente, estaba sobre la pista y la Casa Blanca tema que MacArthur pudiera dimitir antes de que le llegara la destitucin, atacando a Truman y ponindolo a la defensiva, por lo que decidi apresurar el anuncio. La noticia fue comunicada a la una de la madrugada del 11 de abril, hora de Washington, y lleg por radio a Tokio antes de que el general hubiera recibido oficialmente la noticia, haciendo parecer a la Casa Blanca infinitamente ms despiadada y a MacArthur como la vctima. Aunque fuera a ser destituido, decan sus ayudantes, segua siendo el gran MacArthur. El propio general no compareci ante la prensa al principio y en su lugar lo hizo el general Courtney Whitney, uno de sus principales ayudantes, que dijo Acabo de dejarlo. Ha recibido la orden de forma magnfica, sin inmutarse. Sus cualidades como soldado nunca han sido ms evidentes.8 Este ha sido su momento ms esplndido. 50
La respuesta a la decisin de Truman fue inmediata: la revista Time, cuyo director y propietario, Henry Luce, comparta con MacArthur el deseo de una guerra abierta contra la Repblica Popular China, deca: Rara vez ha despedido un hombre ms impopular a uno ms popular, y aada que MacArthur era la personificacin del gran hombre que muchos desean como lder [... mientras que] Truman es casi profesionalmente minsculo. La reaccin inmediata en todo el pas fue igualmente adversa y excepcionalmente violenta. Richard Nixon, que se benefici mucho polticamente del colapso de Chiang y de las tensiones con la Repblica Popular China generadas por la guerra de Corea, exigi la inmediata restitucin de MacArthur en su puesto. El senador Willian Jenner, de Indiana, que ya haba acusado a George Marshall de traicin, dijo ahora: Proclamo que este pas se halla hoy en manos de una camarilla secreta dirigida por agentes de la Unin Sovitica. Nuestra nica opcin es destituir al presidente Truman. MacArthur fue inmediatamente presentado (como l quera) como un hroe y un mrtir, y el presidente que pretenda asegurar la preeminencia del poder civil sobre los militares al destituirlo, como el villano. Tras una larga y distinguida carrera, el lado mezquino de MacArthur lo haba dominado finalmente, convirtindolo en algo muy parecido a su padre. Como resuma Max Hastings, era demasiado viejo, demasiado altanero, demasiado inflexible, demasiado prisionero de una visin obsoleta del mundo para estar al mando de las fuerzas aliadas en una guerra como la de Corea. Truman y sus consejeros esperaban una considerable explosin, pero fue mucho peor de lo que cualquiera de ellos hubiera imaginado. En todas partes se manifestaron enormes multitudes en favor de MacArthur, empezando por Tokio, donde en el momento de su partida se alinearon a lo largo de las calles, agitando banderitas japonesas y estadounidenses, un cuarto de milln de personas, muchas de ellas llorando. En Hawai, donde aterriz pasada la medianoche, se congreg una gigantesca multitud para aclamarlo, y mayor an fue la que lo recibi en San Francisco, de nuevo pasada la medianoche; era tanta gente y tan emocionada que los guardias de seguridad se vieron impotentes para mantenerla alejada. Cuando lleg por fin a Nueva York para un desfile en su honor, se dice que atrajo a siete millones de personas, el doble de las que haba reunido Eisenhower al regresar victorioso de la segunda guerra mundial. La reaccin emocional se prolong varios das. Arthur Schlesinger y Richard Rovere decan, en su libro sobre aquel acontecimiento: Cabe dudar de que se haya producido nunca en este pas una reaccin tan intensa y espontnea de pasin poltica como la provocada por la destitucin del general MacArthur, al menos desde la guerra civil. En definitiva, aquella grave confrontacin geopoltica e interpartidaria amenazaba al pas con una autntica crisis constitucional. George Reedy, ms adelante encargado de prensa del joven senador de Texas Lyndon Johnson y que entonces haca sus primeras armas periodsticas en la United Press, recordaba ms tarde que fue la nica vez en su vida en que vio verdaderamente en peligro el gobierno de Estados Unidos. Contemplando a MacArthur avanzar por la Avenida Pennsylvania en su entrada triunfal a Washington, lleg a pensar que si el general hubiera dicho: Adelante, tomemos el Congreso!, la multitud que atestaba las calles le habra seguido.4 Era como si el pas estuviera a punto de estallar en una explosin de rabia, contenida durante mucho tiempo, debida a todas las frustraciones acumuladas desde el final de la segunda guerra mundial, como si reventara por todas sus costuras. Hubo peleas en los bares entre desconocidos y en los trenes de cercanas entre amigos. Cuando Dean Acheson tom un taxi en Washington inmediatamente despus de la destitucin, el taxista le mir y pregunt: No ser usted Dean Acheson?, a lo que el secretario de Estado respondi: S, lo soy, quiere usted llevarme o no?5 Aunque pocos lo entendan as en aquel momento, era una especie de gigantesco movimiento contra la guerra, no slo contra la guerra de Corea sino probablemente tambin contra la Guerra Fra, reflejo de la frustracin nacional debida a un conflicto tan insatisfactorio y distante en el que se obtenan tan pocas victorias y que pareca quedar extraamente fuera del alcance de las armas absolutas de las que dispona Estados Unidos. Era la frustracin generada por el descubrimiento de tener que coexistir con un enemigo indeseado, real y muy poderoso, en una poca en la que el puro terror del armamento atmico pareca excluir la posibilidad de una victoria total, lo que supona una situacin relativamente nueva. La aclamacin a MacArthur expresaba la aoranza de un pasado todava reciente y en l se aclamaba al gran hroe de la segunda guerra mundial, pero tambin era una poderosa protesta visceral de un pas que vea violentamente roto su sueo de disfrutar de su nuevo estatus de superpotencia. En ella se mezclaban a partes iguales el amor y el odio, lo que la converta en una amenaza muy grave para la estabilidad constitucional. Tambin profundiz y agrav el conflicto entre demcratas y republicanos; no porque as lo quisieran los millones de estadounidenses que se unan a la causa de MacArthur, que entendan de forma algo simplista, sino por la utilizacin que de ella hizo la derecha republicana. Herbert Hoover, disgustado por el curso de los acontecimientos polticos en el pas tras su desafortunada presidencia y cuyas heridas polticas seguan sin cicatrizar, se erigi circunstancialmente en portavoz de los republicanos amargados por sus casi veinte aos de derrotas, que ahora se vean en ascenso. Tras reunirse con MacArthur al llegar ste desde Tokio, lo calific como la reencarnacin de san Pablo en la persona de un gran general del ejrcito estadounidense que llega de Oriente.6 Al principio MacArtur lo tena todo de su parte. Controlaba absolutamente aquel drama en el que los villanos se vean por el momento obligados a representar el papel que l les haba asignado. Aquello culmin en un discurso vibrante, aunque excesivamente sentimental, que pronunci ante una sesin conjunta del Congreso, en el que defendi sus argumentos con notable eficacia. Como haba dicho en sus cartas a muchos de sus admiradores, nada poda sustituir una victoria total, y en eso, aseguraba, la Junta de Jefes de Estado Mayor estaba de acuerdo con l, como lo estaban casi todos los altos mandos militares. Quienes no vean lo que l vea y no queran utilizar toda la fuerza disponible en Corea, eran culpables de contemporizar con el enemigo. La bomba atmica se mencion en varias ocasiones y no haba duda de cul poda ser su blanco. Quienes pretendan contemporizar con la China roja eran, dijo, ciegos a la clara leccin de la historia que ensea con un nfasis inconfundible que la contemporizacin slo da lugar a nuevas guerras an ms sangrientas. Quienes pensaban que Estados Unidos careca de fuerzas suficientes para frenar el avance del comunismo en Europa y Asia a la vez estaban equivocados. Con respecto a esa opinin en particular, jur que no poda imaginar mayor expresin de derrotismo. Washington le haba negado los refuerzos que precisaba, y tambin la utilizacin de los seiscientos mil soldados nacionalistas de Taiwn. Por qu, me preguntaban mis propios soldados sugiriendo infinitas conversaciones con los soldados en las trinchera, que en realidad nunca se haban producido, concedemos tantas ventajas militares al enemigo? No saba cmo responderles, dijo. A lo largo de aquel discurso, incluso antes de su resumen final, los aplausos fueron atronadores; los demcratas, que ya estaban a la defensiva, permanecieron en silencio en sus escaos. El colofn del discurso, rico, poderoso y lleno de nostalgia y patetismo, era prcticamente irresistible y emocionalmente perfecto para la ocasin: Concluyo mis cincuenta y dos aos de servicio militar. Cuando me incorpor al ejrcito antes del cambio de siglo, materializaba con ello todas mis esperanzas y sueos adolescentes. El mundo ha dado muchas vueltas desde que prest juramento en la planicie de West Point y aquellas esperanzas y sueos se han disipado hace mucho tiempo; pero todava recuerdo el estribillo de uno de los cnticos ms populares del campamento, que proclamaba que "los viejos soldados nunca mueren; slo se desvanecen". Y como el viejo soldado de la balada, yo pongo fin ahora a mi carrera militar y me desvanezco; slo he tratado de cumplir con mi deber tal como Dios me daba a entender. Aqullas fueron las palabras aparentemente modestas de uno de los hombres menos modestos del pas, que no tena ninguna intencin de desvanecerse. La respuesta espontnea fue abrumadora. El congresista Dewey Short, de Missouri, dijo: Hemos visto a un gran soldado en cuyas palabras se oa la voz de Dios. El juicio de Truman fue, como caba prever, bastante ms contundente: No ha sido ms que un condenado montn de mierda.7 Acheson se sinti aliviado, pensando que aqul era el punto final de toda la historia. Le record, contaba, la exclamacin de aquel padre que viva junto a un cuartel del ejrcito y que se preocupaba todo el tiempo por la virginidad de su hermosa hija, cuando un da ella apareci embarazada: Gracias a Dios, todo ha terminado!.8 Para muchos estadounidenses, rara vez haba parecido tan errante la poltica de su pas ni haba hablado tan confiadamente una figura un famoso general con muchas medallas de una alternativa aparentemente ms fcil, con la que se resolvera ms rpido la guerra y con mucho menos derramamiento de sangre estadounidense. Se gestaba as un momento pico en cualquier democracia, aunque pocos lo previeran en aquel entonces. Para la inmensa mayora el momento culminante haba sido el del emocionado discurso de MacArthur y lo que vena a continuacin, el anlisis de las decisiones que se deban tomar y sus eventuales consecuencias, tal como se debatieron en las sesiones del Senado, poda parecer menos llamativo, pero era mucho ms importante. Al principio la contienda pareca muy desequilibrada: mientras que un bando se vala de todas las pasiones desatadas por el acontecimiento, el otro se vea obligado a argumentar en favor de una guerra impopular lo que nadie quera or, esto es, que ya era una victoria de por s limitar el conflicto a una guerra local y que la victoria era la pura supervivencia de la raza humana. Cualquier observador atento poda prever, por las abundantes seales que de ello haba, que la siguiente aparicin de MacArthur en Washington no iba a ser tan complaciente o heroica. Cuando Truman y l se reunieron en la isla de Wake seis meses antes, Vernice Anderson, sentada casualmente (o no, como ms tarde pretendan los indignados partidarios del general) junto a la puerta abierta de la sala, registr taquigrficamente la conversacin, incluida la arrogante proclamacin de MacArthur de que la Repblica Popular China no intervendra en la guerra. Para nadie era un secreto que haba registrado la conversacin. Cuando el equipo de Truman regres a Washington, aquellas notas fueron mecanografiadas y enviadas a varios de los participantes, incluido el propio MacArthur, para su aprobacin. El 13 de noviembre de 1950, antes del principal ataque chino pero tras las escaramuzas de Unsan y Sudong, Stewart Alsop mencion en una de sus columnas en el New York Herald Tribune el convencimiento de MacArthur de que la Repblica Popular China no intervendra en la guerra. En aquel momento la publicacin de la fallida previsin de MacArthur no haba supuesto una gran conmocin; cuando se confirm la intervencin china en la guerra, una revista conservadora le pregunt directamente a MacArthur si haba dicho o no que aquello no sucedera y l lo neg, insistiendo en que careca absolutamente de fundamento. Luego se publicaron algunas historias basadas en filtraciones limitadas desde el gobierno, irritado por el desmentido de MacArthur, reafirmando que efectivamente haba asegurado que aquello no sucedera, pero tras su destitucin las crticas contra Truman se hicieron cada vez ms violentas y la Casa Blanca decidi responder publicando la transcripcin de las notas de Anderson. El corresponsal del New York Times en la Casa Blanca, Tony Leviero, andaba ya rastreando la historia. Tras hablar con un importante funcionario de la Casa Blanca, George Elsey, sobre la reunin de la isla de Wake, ste acudi inmediatamente a Truman. Se consideraba que Leviero era honrado y razonablemente amistoso hacia la Casa Blanca y Elsey sugiri que poda ser el hombre adecuado para hacerle llegar una filtracin. Okey, se la puede pasar a Tony, dijo el presidente, de forma que Leviero obtuvo la transcripcin completa y el New York Times la public el 21 de abril; al ao siguiente Leviero recibi por aquel reportaje el premio Pulitzer. La gente de MacArthur estaba furiosa; para el general Courtney Whitney era una traicin. Aunque aquello no bast para detener el creciente asalto contra la Casa Blanca, cualquier persona medianamente informada sobre cmo funcionaban aquel tipo de cosas en Washington tena razones para dudar del resultado de la comparecencia del general en las sesiones previstas del Senado para juzgar su comportamiento y las razones de su destitucin. El enfrentamiento se produjo finalmente en aquellas sesiones de audiencia. La derecha republicana estaba convencida de que tena todo a su favor; sus lderes en el Senado no dudaban de que MacArthur, enrgico y carismtico como nunca, ofrecera todas las respuestas (que eran las suyas) hablando en nombre de los autnticos estadounidenses. Qu haba dicho en la sala del ayuntamiento de San Francisco frente a medio milln de ciudadanos que lo idolatraban?: Se me ha preguntado si pretendo entrar en poltica. Mi respuesta ha sido "no". No tengo ninguna aspiracin poltica. No pretendo presentarme a ningn puesto de representacin. Espero que mi nombre no se utilice nunca de forma poltica. La nica poltica que represento est contenida en una simple frase que todos ustedes conocen: "Dios bendiga Amrica". Aquello, como observaba Joseph Goulden, era la forma evasiva del general de indicar que efectivamente podra estar disponible para participar en las elecciones, en un ltimo intento.9 Dada la intensidad de las emociones en juego, ninguno de los principales demcratas deseaba presidir las audiencias e interponerse en el camino de una fuerza tan poderosa, as que le toc presidirlas a Richard Russell, demcrata por Georgia y representante de su partido en el Comit de las Fuerzas Armadas Russell era un autntico conservador en el antiguo sentido de la palabra, con un respeto incomparable hacia sus colegas del Senado, y debido al predominio demcrata en el sur era totalmente inmune a las presiones polticas del momento. Era una figura muy destacada, probablemente ms cercano personal e ideolgicamente a los conservadores republicanos que a los demcratas liberales, aunque nunca pudo obtener un puesto destacado a escala nacional debido a la cuestin de la raza; era un segregacionista sin matices. En otras circunstancias, como seal Robert Caro en su libro Master of the Senate, que una figura con tal expediente estuviera a cargo de unas audiencias tan cruciales la podra haber convertido de inmediato en una figura nacional de renombre; pero en aquel momento ese cargo era un honor muy dudoso.10 No era un papel que Russell deseara, pero, por muy odioso que fuera, se senta obligado a aceptarlo. El Comit MacArthur iba a ser conjunto, combinando los comits de las fuerzas armadas y de relaciones exteriores. Los demcratas tendran tcnicamente cierta ventaja porque eran el partido mayoritario y porque algunos de los republicanos, como Leverett Saltonstall y Henry Cabot Lodge, de Massachusetts, eran internacionalistas opuestos al aislacionismo, pero las emociones del momento, a las que todos los senadores estaban muy atentos, favorecan notablemente a MacArthur.
Los republicanos esperaban que aquellas sesiones constituyeran una gran plataforma nacional para el general, que aparecera en ellas como un gran patriota engaado y traicionado por polticos cobardes y que ahora podra derrotar ante la mirada de todo el pas a sus oponentes que tambin lo eran, y esto era lo ms importante, los del partido republicano con su gran eco y su conocimiento global del mundo. Y no slo derrotara a Truman, Acheson y Marshall, sino que desmantelara igualmente su poltica durante toda la dcada anterior. Lo que pretenda la derecha republicana con aquellas audiencias en el Senado era nada menos que iniciar la campaa para la eleccin presidencial de 1952. MacArthur tena no obstante un gran problema. Las pasiones que su regreso haban desencadenado no representaban de hecho un respaldo a su poltica, especialmente con respecto a la ampliacin de la guerra en Asia, y la bienvenida emocionada a MacArthur y el apoyo a su poltica eran dos cosas muy distintas, especialmente cuando se sometan a un serio escrutinio sus propuestas e iban quedando cada vez ms claras las posibles consecuencias en caso de seguirlas. Qu se puede hacer en una democracia cuando las pasiones se sitan por encima de la realidad del momento? Richard Russell ponder esa cuestin y decidi finalmente que desacelerar el proceso y concentrarse en su enjundia poda ayudar a contener las pasiones. Pretenda evitar, en la medida de lo posible, los grandes titulares escandalosos, y con el fin de moderar la emocin en las audiencias, decidi que seran completas, tan respetuosas y juiciosas como pudiera y que no seran cubiertas en directo sino slo parcialmente. No iba a permitir a los periodistas entrar en la sala de audiencias, ni tampoco a las cmaras del nuevo medio de comunicacin, la televisin, pero as y todo podan llegar hasta treinta millones los estadounidenses que seguan a diario las sesiones. Estas se registraran taquigrficamente y se entregara una copia a los periodistas poco despus de que alguien hubiera testificado; pero era evidente que se iba a hablar de cuestiones de seguridad nacional mientras la guerra prosegua y Russell no estaba dispuesto a poner a disposicin de los enemigos del pas los aspectos ms secretos de la poltica exterior estadounidense, as que las notas taquigrficas de las audiencias seran analizadas previamente por los censores de los departamentos de Estado y de Defensa. Los republicanos plantearon cuatro votaciones sobre si las audiencias deban ser o no cerradas y las cuatro veces gan Russell, aunque por un margen estrecho. Las sesiones en el Senado comenzaron por fin el 3 de mayo de 1951 y casi inmediatamente comenz la desmitologizacin de MacArthur. All no poda, como haba hecho tan a menudo en el Dai Ichi en Tokio, dominar la situacin y presentar sin respuesta sus monlogos cuidadosamente ensayados. A diferencia del Dai Ichi, ahora se hallaba en un escenario democrtico. En su testimonio utiliz repetidamente frases como la historia nos ensea y la historia muestra, como si aquello fuera una simple leccin pedaggica y l la voz designada por la historia. Pero por primera vez, por muy hroe que fuera, tena que inclinarse ante los procedimientos democrticos y responder a cuestiones muy graves que le formulaban personas tan partidistas y egocntricas como l mismo. Fue el primero en ser llamado a declarar y respondi durante tres das a las preguntas que se le hacan. Su actuacin no fue precisamente brillante. Se vio ante un panorama bastante ms complicado de lo que poda desear. Sus interrogadores cuestionaban sus pensamientos y sus hechos y sus respuestas no fueron exactamente las que la derecha republicana esperaba o deseaba. Cada da que pasaba su argumentacin pareca un poco ms dbil y l mismo un poco ms pequeo, mientras que sus oponentes como Acheson y Marshall, a los que pretenda machacar, aparecan cada vez mejor fundados y razonables. Uno de los principales problemas en el trato con Douglas MacArthur, que desconcert durante aos a quienes tenan que vrselas con l, era que no siempre deca la verdad. Se serva de ella cuando les convena a l y a su causa, pero estaba dispuesto a soslayarla cuando le estorbaba. Supona para l un gran dilema, ya que siempre tena que estar acertado pero, pese a toda su grandeza, era un mortal como los dems y a menudo se equivocaba, y a veces mucho. Mientras estaba rodeado de aduladores que nunca cuestionaban lo que deca, sus propias distorsiones acababan quedando como verdades y cualquier puesta en duda de su versin se entenda como una arremetida de sus enemigos jurados. Pero en su discurso ante el Congreso a su vuelta de Japn haba mentido desvergonzadamente sobre una cuestin crtica, asegurando que la Junta de Jefes de Estado Mayor apoyaba unnimemente sus posiciones. Quiz estaba convencido de que as era, porque durante un breve lapso tras la irrupcin del ejrcito chino y antes de que llegara Ridgway alguno de ellos se haba mostrado favorable a sus propuestas; pero cuando Ridgway le dio la vuelta a la guerra los haba vuelto a perder. Quiz, despus de haberse complacido en burlarse de ellos y menospreciarlos, todava crea verdaderamente que le apoyaban, o al menos que los viejos cdigos eran ms poderosos que la verdad y que en caso de producirse una colisin entre los polticos civiles y los militares, stos, les gustara o no, se sentiran obligados a respaldarlo por una especie de lealtad institucional. Aunque l no les haba sido siempre leal en el pasado, ellos, por su menor grandeza, tendran que serle leales ahora a l. Estaba muy equivocado. Desde el principio los haba tratado con desdn, les haba engaado y a veces se haba mostrado muy irrespetuoso hacia sus opiniones, hablando de ellos en privado con gran desprecio; pero como el ejrcito es una de las comunidades donde ms velozmente corren las murmuraciones, esas afrentas, por muy en privado que las hubiera pronunciado, haban llegado pronto a sus odos. Se haba burlado de ellos una y otra vez y los haba desairado de forma patente al poner a Almond al mando del X Cuerpo. Asegurar que lo apoyaban en aquel momento era un grave error poltico. Pero no eran slo los jefes de Estado Mayor; contaba con muy poco apoyo en el Pentgono, aunque los altos mandos tuvieran muy presente su pasada grandeza. Al comienzo de su testimonio ante el comit Russell, George Marshall habl con elocuencia de lo duro que era para l cuestionar lo que MacArthur haba dicho debido a su carrera tan distinguida, pero muchos oficiales ms jvenes y con memoria ms corta estaban indignados por su desprecio hacia las rdenes, su elusin de cualquier responsabilidad cuando se produjo la intervencin china y su desafo sistemtico al control del poder civil. Muchos de sus amigos y compaeros de promocin haban muerto o haban sido heridos en lugares como Kunuri y el embalse de Chosin y su amargura no se vea compensada por el recuerdo del antiguo MacArthur, por lo que el sentimiento predominante en el Pentgono era de disgusto e incluso en algunos de odio. Aquellos jvenes oficiales del Pentgono, mucho ms al tanto de lo sucedido en Corea que los funcionarios del Senado, sealaron ahora gustosamente a los senadores y su personal las lagunas y contradicciones en la argumentacin de MacArthur. Se le vea menguar da a da. Cuando el senador Brien McMahon, demcrata por Connecticut, comenz a preguntarle por las responsabilidades globales del mando con respecto a la amenaza sovitica, por ejemplo, comenz rpidamente a retroceder, sin lanzarse a pronunciar una conferencia sobre el freno que haba que poner a los comunistas en Asia para salvar a Europa (aunque los desagradecidos europeos no entendieran la necesidad de ser salvados mediante una guerra ms amplia contra la Repblica Popular China). Al preguntarle por la amenaza sovitica en Europa slo respondi que aqulla no era su responsabilidad, porque l slo estaba al mando en el Pacfico, pero McMahon y otros le preguntaron si no era aqul precisamente el meollo del problema. Los funcionarios del gobierno de Truman siempre haban argumentado, desde sus responsabilidades globales, que deban tener presentes los riesgos potenciales en lugares muy alejados de Corea y adversarios ms peligrosos que la Repblica Popular China. McMahon seal que MacArthur haba dejado muy claro que si el gobierno aceptaba su propuesta estratgica de entablar una guerra ms amplia contra la Repblica Popular China, la Unin Sovitica no intervendra en ella; seguramente tena sus razones para mantener esa creencia, dijo el senador, pero qu sucedera si estaba equivocado? No haba credo tambin MacArthur que la China Roja no intervendra en la guerra de Corea? No era aquello cierto? MacArthur admiti que dudaba [que interviniera]. Aquello no mejoraba precisamente su reputacin como experto en lo que hara o dejara de hacer la Unin Sovitica si Estados Unidos se vea atrapado en una guerra contra la Repblica Popular China. McMahon le pregunt si crea que las fuerzas estadounidenses y aliadas podran resistir un ataque sovitico en Europa occidental y MacArthur respondi: Senador, le he pedido varias veces que no me pregunte por asuntos ajenos a mi propia rea. No estoy aqu para testificar sobre mis ideas sobre la defensa global, ni pretendo ser la mayor autoridad en esos asuntos. A partir de ah MacArthur no hizo sino rodar hacia abajo, mostrndose a la defensiva incluso en lo que se refera a sus propias sugerencias sobre la expulsin del ejrcito chino de Corea del Norte. Cuando el senador Lyndon Johnson le apret las clavijas al respecto, MacArthur, que se haba burlado de la estrategia de Ridgway llamndola guerra acorden, fue incapaz de responder con seguridad si el ejrcito chino podra contraatacar de nuevo si se vea obligado a retirarse al otro lado del Yalu. No podra esperar all un momento ms propicio, dando lugar a una guerra-acorden ms vasta, ms peligrosa y quiz an ms permanente? Afirm que no lo crea, que a su juicio no volveran a entrar en Corea, pero no era una respuesta muy satisfactoria. Al concluir aquel tercer da de testimonio, aunque Russell haba sido extremadamente generoso con l, casi reverente, Joseph Goulden estimaba que se haba mostrado como un comandante con intereses y conocimientos estrechos. Ya no poda pavonearse como el mayor estratega del mundo, cuyas opiniones desde el santuario del Dai Ichi aventajaban a las de los diplomticos y otros militares. El siguiente testimonio fue el de George Marshall, luego siguieron los jefes de Estado Mayor y finalmente Acheson, todos los cuales defendieron con notable habilidad los argumentos del gobierno. Marshall fue especialmente enrgico. Dijo que no comparta en absoluto la confianza de MacArthur en que una guerra ms amplia contra la Repblica Popular China no suscitara la intervencin en ella de la Unin Sovitica. Haba demasiados lugares que podran atacar fcilmente y en los que, debido a la logstica, el ejrcito estadounidense era ms vulnerable que el sovitico. Adems, lo que MacArthur propona alejara a Estados Unidos de sus aliados ms importantes, debilitando todas las alianzas que haba ido construyendo hasta entonces y que eran tan importantes para su seguridad. Marshall insisti en que la gran discrepancia al respecto entre el general y Washington no era, como muchos crean, de tipo ideolgico, sino algo mucho ms trivial: se trataba de las diferencias surgidas entre un mando sobre el terreno con responsabilidades limitadas, y un gobierno, con responsabilidades ms amplias, cuyas rdenes no parecan ser las que l habra escrito para s mismo. Marshall insisti en que ese tipo de desacuerdo no era tan inusitado: todos los mandos sobre el terreno solan desear una mayor proporcin de los recursos disponibles. Lo que haca excepcional el desacuerdo de MacArthur con la estrategia del presidente era la forma pblica en que lo haba expresado. Los jefes de Estado Mayor manifestaron uno tras otro su disconformidad con la actitud de MacArthur y mostraron claramente que no estaban de su parte en aquel conflicto. Detallaron hasta qu punto las reglas no escritas de la guerra el uso de santuarios de los que se beneficiaban ambas partes, sobre las que la extrema derecha estadounidense y el propio MacArthur se mostraban tan crticos, haban favorecido ms a las fuerzas de Naciones Unidas que a las chinas, porque aun siendo Japn tan vulnerable los soviticos se haban abstenido de atacar sus santuarios all. El climax se alcanz quiz cuando Bradley dijo que el plan de MacArthur habra llevado a Estados Unidos a una guerra equivocada en el lugar equivocado y en el momento equivocado contra un enemigo equivocado. Aunque la derecha republicana se haba opuesto a la censura de las audiencias, al final se sinti muy aliviada por aquella decisin, porque la parte censurada de la transcripcin inclua una crtica devastadora de uno de sus grandes mitos, el valor de las tropas de Chiang Kai-shek en aquella guerra. Los adversarios del gobierno estaban a favor de una guerra ms amplia, pero no queran asumir el riesgo de utilizar un nmero mayor de soldados estadounidenses, por lo que el eventual recurso al ejrcito de Chiang era decisivo. MacArthur afirm que representaba medio milln de combatientes de primera clase, cuya capacidad era exactamente igual a la de las tropas rojas contra las que estoy combatiendo, pero nadie estaba de acuerdo con l; a juicio de los militares estadounidenses enviados a China como asesores, si hubieran sido tan buenos no habran perdido la guerra civil. La opinin de MacArthur slo se basaba en una breve visita ceremonial a Taiwn en agosto de 1950 y en el Pentgono prcticamente nadie la comparta; por el contrario, se juzgaba que de aquellas tropas slo se poda esperar un desastre. Una misin de treinta y siete hombres enviada a Taiwn por el Pentgono por aquella poca y que las haba inspeccionado detalladamente, segn asegur Marshall, haba informado que su nivel de entrenamiento y equipo [...] era tan bajo que difcilmente podran defender la isla y menos an invadir el continente. El ejrcito estadounidense, en lugar de impedirles reconquistar su patria, lo que estaba haciendo era protegerlos para que no fueran arrollados en su reducto isleo. En cuanto a enviarles ms armamento y equipo, el que haban perdido durante la guerra civil era tan inmenso que haca dudar a la Junta de Jefes de Estado Mayor de la conveniencia de repetir la experiencia. Bradley fue particularmente contundente; dijo que las tropas nacionalistas podan pasarse al lado comunista a la primera oportunidad. Adems, aadi, si las fuerzas de la Repblica Popular China tuvieran la posibilidad de desembarcar en Formosa, podran conquistarla gracias a las deserciones. Joseph Collins aadi: ramos muy escpticos con respecto a la posibilidad de obtener de esos chinos ms de lo que estbamos obteniendo de los surcoreanos, ya que se trataba de la misma gente que haba sido expulsada de China recientemente. Aquel juicio sobre las tropas nacionalistas chinas reflejaba lo que la mayora de los militares crean en privado. No es el tipo de cosas que se dicen en pblico sobre el ejrcito de un aliado, pero gracias a la censura pudo mantenerse el mito de las tropas de Chiang, aquel ejrcito extraordinario de ms de medio milln de soldados del que supuestamente Estados Unidos poda disponer sin tener que dar apenas nada a cambio. Aquellas sesiones en el Senado representaron en cualquier caso una gran oportunidad para que muchos estadounidenses entendieran la complejidad del mundo que ahora habitaban. Quienes pensaban que Washington no dispona de una poltica eficaz para enfrentarse al mundo comunista comenzaron a entender la poltica de contencin puesta en marcha por el gobierno. Aquel doloroso proceso de educacin no era lo que los republicanos sedientos de sangre esperaban. Despus de seis das de testimonio de Ornar Bradley, a quien deban seguir los dems jefes de Estado Mayor, el senador Bourke Hickenlooper, republicano conservador por Iowa, insinu a Russell que las audiencias estaban durando demasiado y que en realidad no haba necesidad de or testificar a los otros tres jefes de Estado Mayor, lo que indicaba que la gran esperanza republicana utilizar las audiencias para poner de manifiesto la enorme brecha existente entre la gente de Truman y los militares se estaba desvaneciendo. La propuesta de Hickenlooper fue rechazada por catorce votos a once, por lo que las audiencias deban proseguir su curso y con ellas iba disminuyendo cada da ms la estatura de MacArhur y su influencia en el panorama poltico.
Para el gobierno de Truman las audiencias del comit Russell representaron una significativa victoria con la que recuper, si no la preeminencia poltica en el pas, al menos su vigencia histrica, desarmando parcialmente a un pertinaz adversario, aunque quiz demasiado tarde. Dado el dao poltico que le haban infligido la cada de China, la intervencin china en la guerra de Corea y la destitucin de MacArthur, as como las emociones desencadenadas por el conflicto, Truman poda ser el vencedor a largo plazo pero no en cuestin de meses. Su defensa de la Constitucin le ayudara algn da entre los historiadores, pero los republicanos seguan enarbolando la bandera y aquello tena ms peso en la coyuntura poltica del momento. Aunque parte de su poltica haba quedado vindicada, el gobierno se hallaba gravemente herido, quiz de muerte, como consecuencia de todos aquellos acontecimientos y en particular de la intervencin china en la guerra. La derrota en el Yalu, escribi Dean Acheson cinco aos despus, destruy el gobierno de Truman.14 Cuando concluyeron las audiencias no era mucho lo que el gobierno poda celebrar. No todo el dao sufrido se deba a la guerra, a la cada de Chiang y al desafo frontal de MacArthur, pero s era la parte ms visible. Haba llegado el momento de que los demcratas abandonaran el poder. Llevaban en l demasiado tiempo, veinte aos; se haban ganado demasiados enemigos y el cuerpo poltico, inevitablemente, haba cambiado y se haba desplazado durante aquel perodo y sus necesidades eran ahora distintas a las de los difciles y dolorosos das de 1932. Undcima parte Las consecuencias
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Hay gente que, por muy sagaz que sea, puede no percatarse de que ha pasado su momento culminante y le ha llegado el de abandonar la escena, cosa tanto ms probable cuanto ms egocntrica sea, y as sucedi en el caso de Douglas MacArthur. Bill McCaffrey, entonces oficial de nivel medio en el cuartel general de Tokio, deca: Si se hubiera retirado al da siguiente del desembarco en Inchon, en todas las ciudades de Estados Unidos habra una escuela con su nombre, pero cuanto ms tiempo permaneca en la vida pblica y cuanto ms trataba de ganarse la voluntad de sus compatriotas, ms daaba su imagen. En definitiva, no captaba los matices polticos del momento ni las razones profundas de su aclamacin al regresar a Estados Unidos; se consideraba el centro de todo aquello, sin entender que no era ms que un dispositivo desencadenante de algo ms amplio. Durante un tiempo sigui persiguiendo su sueo, pronunciando discursos por todo el pas, pero a medida que las multitudes congregadas disminuan su voz se iba haciendo cada vez ms estridente. El plan de la derecha conservadora nunca lo haba tenido realmente como centro, y slo se haba valido de l para perjudicar a los demcratas. De haber golpeado como un rayo le habran seguido, pero su autntico candidato siempre haba sido Robert Taft, hijo de aquel otro Taft [William Howard] cuyo nombramiento como gobernador civil de Filipinas haba dado lugar cincuenta aos antes al relevo del padre de MacArthur como gobernador militar y con el que ste mantena una alianza poltica muy problemtica. As estaban las cosas al acercarse las elecciones de 1952. Taft, infinitamente ms aislacionista que MacArthur, era el candidato de la derecha republicana. En su convencin de aquel ao MacArthur pronunci el discurso inaugural, pero el apuesto y carismtico general que se haba presentado con tanta confianza en s mismo ante el Congreso poco ms de un ao antes haba desaparecido, siendo sustituido por un civil de hecho un poltico no slo ms partidista sino mucho ms anciano, en uno de los papeles ms ajenos e incmodos de su vida, el de segundn de Taft. En aquel discurso se vio claramente que no se senta nada cmodo con sus propias palabras. Los delegados en la convencin se impacientaron pronto y comenzaron a abandonar sus asientos, mientras millones de estadounidenses, sentados en sus casas, observaban cmo se vaciaba la sala. MacArhur saba que de algn modo haba fracasado y al da siguiente se neg a recibir llamadas. La paradoja ms notable de aquel ltimo captulo de su vida fue el efecto contradictorio que tuvieron sus acciones sobre dos de sus adversarios. El primero era Truman, que aun sintindose momentneamente herido gan su apuesta global, porque crea en la capacidad restauradora de la historia y llevaba razn. Las encuestas podan mostrarlo en su nadir poltico cuando dej la presidencia, pero su prestigio aument constantemente durante los aos siguientes hasta situarlo entre los presidentes estadounidenses ms admirables, reconociendo que haba sido muy subestimado en su poca. Gran parte de aquel creciente respeto provena de su decisin de hacer frente a MacArthur. Este, que menospreciaba a Truman, haba aumentado sin quererlo su reputacin por su valor y su integridad y lo haba agigantado. En buena medida aquella dolorosa confrontacin fue, a juicio de Truman, relativamente fcil, porque su meollo resida en un aspecto bsico de la Constitucin, la supeditacin de los militares al poder civil. Aos despus Vernon Walters, intrprete de varios presidentes, que haba presenciado en la isla de Wake cmo MacArthur omita el saludo militar al presidente, visit a Truman en Independence, Missouri, y le pidi permiso para hacerle una pregunta indiscreta aludiendo a aquel momento, pero antes de que pudiera finalizarla, Truman le interrumpi: Que si me di cuenta de que MacArthur no salud al presidente de Estados Unidos? Tiene toda la razn, evidentemente me di cuenta. Entonces, observ Walters, la voz de Truman se quebr un poco. Me doli porque saba que aquello significaba que iba a tener problemas con l, y as ocurri. Lo destitu y tendra que haberlo hecho mucho antes. Para bien o para mal, no entenda cmo se gobierna Estados Unidos. El otro beneficiario, an ms inesperado, del reto de MacArthur fue Eisenhower. Efectivamente iba a ser un general quien iba a acceder a la presidencia en 1952, pero no se trataba de MacArthur. La ascendencia poltica de Eisenhower pareca subrayar hasta qu punto MacArthur se haba visto desbordado por los cambios sociales y polticos acontecidos durante los cuarenta aos anteriores. Eisenhower era un hombre del siglo XX, mientras que MacArthur segua pareciendo vivir en el siglo XIX, y su retrica Eisenhower dijo una vez que escriba y hablaba con esplendor purpreo perteneca a una poca en la que todava haba absolutos morales. Eisenhower era una persona igualitaria, saba escuchar y llegar a compromisos. Tambin l era general, pero a diferencia de MacArthur nunca tuvo el aspecto de un hombre montado permanentemente a caballo; pareca tan natural vestido de civil como de uniforme. El pas decidi que aquel general tan poco estridente era el hombre adecuado para introducirlos en una era nuclear incierta, en la que no iba a haber victorias totales: era reflexivo, enrgico pero no demasiado militarista, abierto de mente y pragmtico, un hombre que poda negociar con los soviticos ya fuera por las buenas o por las malas. Por otra parte, el propio Eisenhower estaba preocupado por el asalto al gobierno de fuerzas que en su opinin eran esencialmente aislacionistas. La creciente probabilidad de que si Taft llegaba a la Casa Blanca el pas pudiera abandonar sus responsabilidades internacionales asegur que Eisenhower, bastante a regaadientes, presentara su candidatura a la nominacin republicana. 52
La batalla de Chipyongni marc el comienzo de una nueva fase de la guerra, que dur dos aos ms sin ofrecer a ninguno de los dos bandos una ventaja decisiva. Los jefes de ambos ejrcitos haban abandonado en gran medida sus ilusiones, aunque pudieran quedar algunas entre los gobernantes por encima de ellos; a partir de aquel momento se vivi en Corea una guerra de desgaste, de batallas crueles y costosas destinadas a infligir el mximo castigo al enemigo Ridgway le dijo a un grupo de oficiales de la Infantera de Marina: Quiero que desangris a la China Roja hasta hacerla palidecer sin que se modificaran esencialmente las posiciones de uno y otro bando. Al final no habra una gran victoria para ninguno de los dos, sino una especie de compromiso insatisfactorio para ambos. Durante un tiempo cada bando consigui neutralizar al otro, pero ambos parecan impotentes para poner fin a la guerra. Durante la primavera de 1951 el ejrcito chino lanz una importante ofensiva con unos trescientos mil soldados que dio lugar a algunas de las batallas ms intensas de la guerra, en las que sufri muchas bajas y slo obtuvo xitos marginales, aunque sirvi para recordar a los mandos occidentales la combatividad y abundancia de las tropas chinas y frenar cualquier deseo de planificar ofensivas al norte del paralelo 38 y dirigirse hacia el Yalu. Hay que decir que los mandos en el campo de batalla no siempre estaban de acuerdo al respecto: el general Van Fleet, al mando del Octavo Ejrcito, se sinti durante un tiempo muy incmodo con los lmites impuestos y tras frenar la ofensiva china en mayo de 1951 pens que era su momento para avanzar hacia el norte, pero Washington haba pasado ya una vez por aquello con un resultado horrendo y no tena intencin de dar lugar a la prdida de ms vidas estadounidenses y de otros pases en un segundo intento. Nadie saba cmo acabar aquella sangra. La guerra se haba estancado en batallas insoportables que ningn bando poda vencer; haba alcanzado un punto en el que ya no haba victorias, slo muerte. Ambos bandos queran ponerle fin, pero ninguno pareca tener la habilidad poltica suficiente para hacerlo y Iosif Stalin, complacido al ver a dos rivales potenciales atrapados en una guerra sin fin, hizo cuanto pudo por prolongarla. Tanto Estados Unidos como la Repblica Popular China se vieron tambin frenados por su no reconocimiento mutuo; el nico lugar donde se encontraban era en el campo de batalla, a punta de fusil. Aun as, a mediados de julio de 1951 se iniciaron conversaciones de paz, o al menos para un armisticio, en Kaesong, la antigua capital de Corea situada casi exactamente en el paralelo 38, sin que se produjera prcticamente ningn avance; poco despus se trasladaron unos veinte kilmetros hacia el este, a la aldea de Panmunjeom, pero las conversaciones seguan estancadas debido a la gran hostilidad ideolgica y desconfianza mutua, a lo que se sumaba el hecho de que ninguna de las dos Coreas quera admitir la existencia de la otra, as como la difcil cuestin de la repatriacin: de los alrededor de veinte mil soldados chinos prisioneros, se estimaba que slo unos seis mil queran ser repatriados y que el resto no queran regresar a su pas.
Para que pudiera haber paz en Corea los polticos estadounidenses tenan que aceptar la idea de un empate en una guerra limitada. El partido demcrata, presentado como promotor de la guerra, tena una capacidad muy limitada para hacerlo, mientras que un presidente republicano, especialmente si era de centro, podra lograr un consenso, por imperfecto que fuera, inalcanzable para cualquier presidente demcrata. Por eso la gran batalla poltica de 1952 no fue la de las elecciones presidenciales, sino la que tuvo lugar entre moderados y conservadores en la convencin del partido republicano en Chicago, en la que sali a la superficie el odio visceral entre unos y otros y la amargura acumulada durante dos dcadas de poltica exterior demcrata y progresiva prdida de poder de la derecha republicana. Todos crean que gracias a la guerra tendran ahora la mejor oportunidad en mucho tiempo para ganar las elecciones, o al menos una oportunidad mucho ms clara que en 1948; pero los aislacionistas de derechas pensaban que Dwight Eisenhower, quien hasta aquel momento ni siquiera se haba declarado republicano, se haba presentado en su convencin dispuesto a robarles su nominacin. Quin saba siquiera si Eisenhower, que haba colaborado tan estrechamente con Roosevelt y Truman, era realmente republicano? Los emblemas que luca la gente de Eisenhower decan I like Ike (Me gusta Ike), pero los de Taft replicaban: But what does Ike like? (Pero qu es lo que le gusta a Ike?). La tensin en la sala de la convencin y en las calles de Chicago era mucho ms intensa de lo normal. El actor John Wayne, que con treinta y cuatro aos habra podido sin duda combatir en la segunda guerra mundial (James Stewart, un ao mayor, lo hizo con resultados notables), pero que prefiri hacer la guerra en el celuloide porque su carrera apenas haba comenzado a despegar, era uno de los delegados ms estridentes de Taft. En determinado momento la estrella de tantas pelculas blicas salt de su taxi y le grit a un viejo sargento que conduca un camin de propaganda de Eisenhower: Por qu no le pones una bandera roja?. El propio Taft pareca pensar que podra utilizar la guerra de Corea y la destitucin de MacArthur como cuestiones centrales en la convencin. Justo antes de que sta comenzara anunci que si era elegido nombrara a MacArthur vicecomandante en jefe de las Fuerzas Armadas, significara aquello lo que significara. El senador Everett Dirksen, partidario de Taft, era el principal representante en la convencin del medio oeste y estaba dispuesto a combatir hasta el final para rechazar a los intrusos de Eisenhower, liderados por Tom Dewey, dos veces derrotado por Truman. En determinado momento Dirksen se acerc al podio y le dijo a Dewey: Examine sus razones antes de intentarlo. En otro momento le seguimos y usted nos llev directamente a la derrota; luego, apuntndole todava con el dedo como si fuera un arma, le espet: No nos llevar usted de nuevo por ese camino. Aqul fue el momento ms dramtico de la convencin. Pero para muchos delegados, que ansiaban una victoria presidencial, la promesa de Eisenhower con su inmenso atractivo era ms convincente que la mayor pureza ideolgica de Taft, por lo que al final iba a ser l el triunfador, tanto en la convencin como en la eleccin presidencial. Haba incluso una frmula qumica para su campaa, impresa en los emblemas que llevaban sus seguidores: KjC2, lo que traducido en trminos polticos quera decir: guerra de Corea, corrupcin en el gobierno y comunistas en el gobierno. Eisenhower pronunci al respecto una sola frase que le garantiz en la prctica su eleccin: Ir a Corea; para la opinin pblica aquello significaba: Pondr fin a la guerra. Gan con facilidad las elecciones, con un margen de 6,6 millones de votos. Viaj efectivamente a Corea, se reuni all con los generales Mark Clark, que ocupaba ahora el puesto que haba sido antes de MacArthur, y James van Fleet, al mando del Octavo Ejrcito; ambos eran ms halcones que Eisenhower y se sentan irritados por los lmites que se les imponan: no se les permitan importantes ofensivas y deban concentrarse en minimizar el nmero de bajas. Ambos tenan muchos planes para intensificar la presin sobre el ejrcito chino, pero Eisenhower apenas les prest atencin. Quera acabar la guerra cuanto antes. Eisenhower era probablemente el candidato centrista perfecto para aquel momento, en el que Estados Unidos emprenda el tortuoso proceso de conversin en superpotencia mundial. Era prudente, reflexivo y experimentado, el menos patriotero de los militares. Era lo que el pas quera y probablemente necesitaba entonces, una figura moderada y moderadora en una poca incierta y peligrosa. Su internacionalismo era impecable y lo haba alcanzado con esfuerzo. Haba dirigido la mayor fuerza invasora de la historia de la humanidad. Era, en trminos personales, lo ms opuesto a MacArthur: generoso con sus subordinados, dispuesto a reconocer sus mritos, brillante en la supresin de su propio ego y capaz de contrarrestar el de los dems, por considerable que fuera. Su eleccin como presidente tambin puso fin a cierto tipo de macartismo y en definitiva al propio senador McCarthy. Este nunca haba entendido del todo los lmites bajo los que operaba y que l poda ser til para atacar a un presidente demcrata pero no a un republicano. No entendi que su funcin haba cambiado con la eleccin de Eisenhower y por eso prosigui su campaa contra los rojos, ms implacable que nunca, hasta que en 1954 el centro republicano comenz a hacerle frente y a final de ao vot a favor de su censura, que obtuvo sesenta y siete votos frente a veintids. Aun despus de aquello el macartismo no haba muerto; se manifestaba en la inclinacin de destacados polticos a atacar a sus adversarios, no por desacuerdos concretos sino arguyendo razones de lealtad, acusndolos de traicin y de ayudar y proteger a los comunistas; algunas de las cuestiones que haban agobiado a Truman y Acheson seguan latiendo bajo la superficie. Eisenhower, novato en el juego poltico, descubri pronto con gran sorpresa que en algunas cuestiones clave contaba con ms apoyo y mayor simpata entre los congresistas demcratas que en su propio partido. Pocas semanas despus de llegar a la Casa Blanca escribi en su diario: A los senadores republicanos les est resultando difcil hacerse a la idea de que ahora pertenecen a un equipo que incluye al gobierno en lugar de oponerse a l.
La eleccin de Eisenhower tambin despej el camino para llegar a una solucin en Corea. En marzo de 1953 se abri una oportunidad con la muerte de Stalin, quien de forma encubierta alentaba la obstinacin de los dirigentes chinos, y ambos bandos se sintieron ms libres para explorar la posibilidad de un acuerdo; Eisenhower porque poda alcanzar el mismo tipo de acuerdo insatisfactorio por el que Truman habra acabado en la picota y Mao porque ya no tena a Stalin vigilndole con desdn desde Mosc. Una carta de rutina al gobierno chino de Mark Clark, comandante en jefe de las fuerzas de Naciones Unidas, sugiriendo un intercambio de prisioneros enfermos y heridos, obtuvo una respuesta positiva inmediata. A finales de abril de 1953 tuvo lugar el intercambio, que los estadounidenses conocen como Operacin Little Switch, * que abri la va para nuevos progresos, pero todava quedaba mucho por hacer. Syngman Rhee, furioso por el carcter no conclusivo de la posible solucin y por el hecho de que, al igual que Kim Il-sung, despus de tanto sacrificio y derramamiento de sangre seguira gobernando nicamente la mitad del pas, trat de sabotear las conversaciones. En mayo anunci que no participara en ningn acuerdo y que el sur seguira combatiendo solo, una amenaza palpablemente incmoda para Estados Unidos pero tambin palpablemente vaca. El gobierno estadounidense le ofreci entonces un tratado de seguridad mutua, pero a mediados de junio, cuando pareca estar prximo un acuerdo, Rhee trat de nuevo de sabotearlo sacando a sus guardias de los campos de prisioneros en el sur y permitiendo que unos veintisiete mil norcoreanos, a los que aguardaba la repatriacin, escaparan y se incorporaran a la sociedad surcoreana, lo que irrit considerablemente al rgimen de Pyongyang; pero tampoco aquello detuvo el proceso impulsado por las dos grandes potencias. Mientras se llevaban a cabo las conversaciones de paz, la guerra prosegua con batallas especialmente crueles en las que cada bando pretenda mostrar al otro que, si no estaba exactamente venciendo, al menos poda prolongar indefinidamente la guerra. A mediados de 1952 sta se iba pareciendo cada vez ms a la primera guerra mundial en sus peores aspectos: soldados atrapados da tras da en las trincheras, sufriendo da y noche constantes bombardeos de la artillera, muriendo en el lugar y el momento equivocados en unos combates que nunca otorgaban una ventaja estratgica decisiva a ninguno de los dos bandos. Ambos haban establecido extensas lneas defensivas aparentemente inexpugnables; era como si el ejrcito chino, que haba hecho valer de forma tan arrogante su ingente nmero de soldados durante los primeros meses de la guerra, se hubiera transformado de modo gradual durante los dos aos transcurridos en un tipo diferente de ejrcito, ms adecuado para aquel tipo diferente de guerra. A fin de contrarrestar la supremaca artillera y area de las fuerzas de Naciones Unidas, haban excavado largos tneles que constituan de por s un xito logstico y estratgico de una ingeniera primitiva (y que acabara siendo copiada y quiz mejorada por el ejrcito norvietnamita, primero contra los franceses en Dien Bien Phu en 1954 y luego contra los estadounidenses). En Corea aquellos tneles, que iban desde posiciones relativamente alejadas del frente hasta desembocar en el mismsimo punto de ataque, concedan a las tropas chinas cierta inmunidad frente a la abrumadora capacidad de fuego estadounidense hasta el instante del enfrentamiento cuerpo a cuerpo y les permitan ocultar sus propias piezas de artillera, la mayora de ellas capturadas durante su guerra civil, hacindolas prcticamente invisibles desde el aire. Normalmente las situaban a la espalda de las montaas, soterrndolas en cuevas laboriosamente excavadas en ellas; cada cierto tiempo sacaban determinada pieza, disparaban con precisin aterradora una veintena de proyectiles contra las posiciones estadounidenses e inmediatamente volvan a ocultarla. Hal Moore, que aquellos das mandaba una compaa de fusileros, deca: Cuando nuestros artilleros podan localizar la posicin de su can, haban vuelto a guardarlo y se hallaban bien escondidos en la cueva, comiendo tranquilamente su arroz. Sus posiciones defensivas eran excepcionales, muy difciles de quebrantar, excavadas con gran esfuerzo y profesionalidad [...] Sus lneas se extendan en torno a profundas catacumbas con grandes salas subterrneas que podan estar a veinte o treinta kilmetros del frente, por lo que el bombardeo de nuestra artillera y nuestros aviones prcticamente no les afectaba.4 Los mandos estadounidenses admiraban a aquellas tropas por su disciplina y tenacidad: mientras que los soldados estadounidenses situados en la lnea del frente eran reemplazados en breve plazo porque aquella guerra era muy impopular, las unidades y tropas chinas se mantenan en el frente durante perodos mucho ms largos. Tambin les asombraba la facilidad con que los soldados chinos se movan por la noche sin exponerse. Al prolongarse, la guerra se haba convertido en una especie de lucha en dos frentes: las conversaciones de paz en Panmunjeom, lentas y difciles, y los propios enfrentamientos armados, en la medida justa para hacer saber al otro bando que ni unos ni otros, ni occidentales ni orientales, se iban a retirar con el rabo entre piernas. As sucedi por ejemplo con la batalla de la cota 255, tambin llamada Chuleta de Cerdo, durante la primavera de 1953. Fue casi un smbolo de la vacuidad del ltimo perodo de la guerra, en el que se inverta mucho para obtener muy poco; una batalla amarga y sangrienta en varias fases en la que varias unidades estadounidenses de infantera, situadas al extremo de las lneas de Naciones Unidas, lucharon por uno de sus puestos avanzados ms distantes. Su posesin no supona una gran ventaja estratgica y slo tena valor porque se haba decidido as y porque, cualquiera que fuera el bando que la ocupara, el otro tambin la quera. En realidad se trat de una serie de batallas que se sucedieron durante ms de un ao, hasta los ltimos combates en julio de 1953. Cuanto ms se acercaban los negociadores en Panmunjeom a algn tipo de acuerdo, ms pareca aumentar el valor de la cota Chuleta de Cerdo y ms sangrientos se hacan los combates por su posesin. A finales de marzo de 1953 las tropas chinas la asaltaron y fueron rechazadas, pero consiguieron tomar un puesto avanzado cercano en una cota ms alta, el Viejo Calvo, dejando mucho ms expuesta la Chuleta de Cerdo. El general de divisin Art Trudeau, al mando de la Sptima Divisin de Infantera, quera reconquistarlo, pero el teniente general Maxwell Taylor, nuevo comandante en jefe del Octavo Ejrcito, deneg el permiso por temor a un nmero excesivo de bajas. El propio Taylor tena rdenes de sus superiores de Washington de evitar cualquier operacin que involucrara a ms de dos batallones, lo que reflejaba el deseo del alto mando de no intensificar la guerra en aquel momento. A mediados de abril de 1953, mientras se ultimaban en Panmunjeom los detalles de la Operacin Little Switch, alrededor de dos mil trescientos soldados chinos volvieron a atacar la diminuta guarnicin de la Chuleta de Cerdo, lo que provoc un furioso bombardeo de la artillera estadounidense. Slam Marshall, que analiz aquella batalla como lo haba hecho anteriormente con la que tuvo lugar cerca de Kunuri, deca que los nueve batallones de artillera de la Segunda y la Sptima Divisin dispararon durante el primer da de bombardeo 37.655 proyectiles y durante el segundo 77.349. Ni siquiera en Verdn trabajaron los caones con un ritmo como aqul. La batalla de Kwajalein, la ms intensa en ese aspecto de la segunda guerra mundial, se queda pequea, en trminos de proyectiles lanzados por hora, peso de metal por metros de tierra y rendimiento global de los caones. Aunque sea slo por eso aquella operacin merece un lugar en la historia,5 ya que estableci un rcord en cuanto al empleo de la artillera. Las tropas estadounidenses consiguieron mantener entonces el control de la Chuleta de Cerdo, pero en julio el ejrcito chino lo intent una vez ms. La batalla se prolong ferozmente durante cinco das, del 6 al 11 de julio, con un empate virtual en la prctica, en la cumbre del monte. La compaa King, mandada por el teniente Joe Clemons, fue la que sufri mayores prdidas: comenz con ciento treinta y cinco hombres y termin con catorce.6 Por la maana del 11 de julio Maxwell Taylor se dirigi al puesto de mando de Trudeau y le dijo que la Chuleta de Cerdo no mereca la prdida de ms vidas estadounidenses y que deba poner fin a la batalla. Los soldados estadounidenses que permanecan all abandonaron la cota sin que lo supieran los chinos. Cuando alguien le pregunt al general de divisin Mike West, al mando de la Divisin de la Commonwealth britnica, qu habra hecho para recuperar la Chuleta de Cerdo, respondi: Nada. Era slo un puesto avanzado. Diecisis das despus, el 27 de julio, comenz una tregua en Corea. Una guerra cruel, difcil y extenuante haba concluido en trminos que no hacan del todo feliz a nadie. 53
Quiz todas las guerras sean, en una medida u otra, el producto de errores de clculo; pero en Corea casi todas las decisiones importantes de ambos bandos se basaron en errores de clculo. En primer lugar, Estados Unidos dej a Corea fuera de su permetro defensivo, lo que impuls a actuar a los dirigentes comunistas de la zona. Luego la Unin Sovitica dio luz verde a Kim Il-sung para invadir el sur, convencido de que el ejrcito estadounidense no intervendra. Cuando ste lo hizo, subestim considerablemente la capacidad del ejrcito norcoreano al que tena que hacer frente y sobreestim la preparacin de las primeras tropas enviadas all; ms tarde decidi atravesar el paralelo 38 y dirigirse hacia el norte, sin prestar atencin a las advertencias chinas. Despus de aquello MacArthur, en el mayor error de clculo por parte estadounidense, decidi avanzar hasta el Yalu porque estaba convencido de que el ejrcito chino no intervendra, haciendo as infinitamente ms vulnerables a sus tropas. Finalmente Mao crey que la pureza poltica y el espritu revolucionario de sus hombres neutralizara el abrumador armamento estadounidense (y su corrupto espritu capitalista) y as, tras un gran triunfo inicial en las provincias coreanas limtrofes con China, impuls sus tropas demasiado lejos, hasta el sur de la pennsula, sufriendo horribles prdidas. Durante un tiempo pareci que el nico gobernante que obtena lo que quera era Stalin, quien temiendo que Mao siguiera el ejemplo de Tito y un posible vnculo de China con Estados Unidos, se sinti complacido cuando los dirigentes chinos decidieron hacerles la guerra; pero incluso Stalin, tan fro y calculador, cometi varios errores. En un primer momento pens que el ejrcito estadounidense se abstendra de intervenir, pero finalmente lo hizo. Si al principio le satisfaca su guerra contra la Repblica Popular China (mientras la Unin Sovitica permaneca al margen), ms adelante las consecuencias de aquella guerra resultaron bastante desfavorables para la hegemona sovitica en el mundo comunista: la amargura y el resentimiento suscitados entre los dirigentes chinos por la inhibicin sovitica durante los primeros meses de guerra contribuyeron a la escisin chino-sovitica pocos aos despus. Pero quiz fue an ms importante el profundo y duradero efecto de la intervencin china sobre la cuestin de la seguridad nacional en Estados Unidos. Proporcion el ltimo impulso a la concepcin planteada en el NSC-68; increment la influencia del Pentgono y reforz el predominio de las cuestiones de seguridad nacional en la conduccin del Estado y de los sectores que Dwight Eisenhower denominara, en su discurso de despedida como presidente, complejo militar- industrial. Contribuy a presentar durante aos muy incorrectamente al mundo comunista como monoltico y con ello a disminuir la influencia poltica de hombres como George Kennan, que daba mayor importancia al nacionalismo y a imperativos histricos seculares. Envenen la poltica estadounidense, en la que iba a prevalecer ms por razones polticas internas que por razones geopolticas el terror al dominio comunista sobre un pas tras otro. Esto deterior considerablemente la poltica estadounidense respecto a Asia y en particular respecto a un pas que apenas apareca en las consideraciones generales de la poca, Vietnam. Tambin Kim Il-sung, posedo por el mito de su propia popularidad y de su revolucin, cometi errores de clculo; no slo crea que Estados Unidos no enviara a sus tropas para defender el sur, sino que doscientos mil campesinos del sur se alzaran como un solo hombre cuando sus tropas cruzaran el paralelo 38. No slo no consigui unificar su pas sino que incit a los dirigentes estadounidenses a conceder mayor importancia a Corea del Sur, defendindola militarmente y financiando su crecimiento durante la posguerra hasta convertirla en una sociedad infinitamente ms viable que la de Corea del Norte. Cincuenta aos despus del final de la guerra todava haba tropas estadounidenses en el sur, convertido en algo as como un faro para los pases subdesarrollados gracias a su economa, infinitamente ms viva que la de la propia Unin Sovitica a finales de la dcada de 1980, mientras que Corea del Norte segua siendo en trminos comparativos retrasada, xenfoba, totalitaria y econmicamente pobre.
Para muchos estadounidenses, excepto quiz para buena parte de los que haban combatido all, Corea se convirti en algo as como un agujero negro en trminos histricos. Durante el ao que sigui al alto el fuego no quisieron saber nada de la guerra, mientras que en China sucedi lo contrario. Para los chinos era un xito motivo de orgullo, una parte estimable de la nueva historia de un viejo pas. Para ellos representaba no slo una victoria, sino algo ms importante, una especie de emancipacin de la nueva China con respecto a la antigua, que se haba visto durante tanto tiempo subyugada por las potencias occidentales. La nueva China apenas haba nacido y sin embargo haba logrado un empate no slo con Estados Unidos, la nacin ms poderosa del mundo, reciente vencedora en su guerra contra Japn y Alemania, sino a todas Naciones Unidas, o con su propio vocabulario ideolgico, a todos los pases imperialistas del mundo junto a sus lacayos y perros guardianes. En ese sentido haba sido para ella una victoria de proporciones inmensas y que adems haba alcanzado prcticamente sola. La Unin Sovitica le haba enviado armamento y maquinaria, pero se haba mantenido al margen en el momento crtico en cuanto al envo de soldados; despus de alardear mucho se haba limitado a aplaudir desde la platea. Los dirigentes norcoreanos, tan presuntuosos y confiados en su propia capacidad, haban fracasado miserablemente en el momento crucial y slo se haban salvado gracias a la intervencin china. A ojos de los chinos era muy propio de los norcoreanos y no poda entenderse como una sorpresa que en su balance histrico de la guerra no les reconocieran sus mritos; era hasta cierto punto natural que se resistieran a admitir que haban sido salvados. Si a la Repblica Popular China le haba faltado en aquel momento capacidad militar para expulsar a los estadounidenses de Taiwn, haba sabido en cambio utilizar su enorme ejrcito, su ingenio y el valor de sus soldados para empatar en tierra frente a los occidentales, y as el resto del mundo se haba visto obligado a tratarla como una potencia mundial en ascenso. El resultado de la guerra fue, ms que nada, un triunfo personal de Mao, quien decidi seguir adelante cuando casi todos los dems dirigentes chinos dudaban y teman que la recientemente creada Repblica Popular China, financiera y militarmente exhausta tras la guerra civil, pudiera fracasar. Mao fue el nico que previo los beneficios polticos, tanto internacionales como internos, de la intervencin en Corea. Si bien el nmero de bajas result mucho ms alto de lo que haba imaginado y si las tropas estadounidenses, con su abrumador armamento, haban combatido mejor y haban infligido mayor dao a su ejrcito de lo que esperaba, no por ello se senta insatisfecho; entenda que aqul era el precio que haba de pagar por la revolucin y si el pas no era rico en recursos materiales, s lo era en poblacin y por tanto en el nmero de hombres que poda sacrificar en el campo de batalla para recuperar su grandeza. Mao siempre haba pensado as cuando muchos otros dirigentes vacilaban. Y no es que conociera mejor la demografa de su pas que los dems miembros del grupo dirigente; era que estaba dispuesto a sufrir ms prdidas con mayor sangre fra que los dems. Lo que estaba en cuestin en la guerra de Corea, como en otras guerras posteriores en pases asiticos, era la posibilidad de compensar la superioridad tecnolgica de Occidente con su disposicin a soportar el coste en trminos de vidas humanas. En sus consideraciones sobre la guerra de Corea, y pronto sobre la de Vietnam, los estrategas y mandos militares estadounidenses sealaban que la vida en Asia era ms barata que en Occidente y entendan que su misin consista en emplear la tecnologa militar estadounidense, muy superior, para lograr un equilibrio blico ms favorable, por ms que sus enemigos asiticos estuvieran decididos a demostrarles que en definitiva aquello no era factible y que el precio siempre sera demasiado alto para una labor tan distante y tan perifrica geopolticamente.
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FIGURA 25. La pennsula coreana despus del alto el fuego, 27 de julio de 1953.
Dado el gran xito que los dirigentes y la poblacin china entendieron que haban logrado en Corea, la figura de Mao en la poltica china se realz an ms si cabe. Haba entendido astutamente los beneficios y ventajas polticas internas de llevar a su pas a una guerra contra Estados Unidos. Como l haba predicho, esa guerra fue un momento clave en el trnsito de la vieja China a la nueva China y contribuy a aislar a los defensores de la primera los chinos ms vinculados con Occidente, convirtindolos en enemigos del Estado. Muchos de ellos murieron o quedaron arruinados econmicamente en las purgas que acompaaron y siguieron a la guerra. A partir de aquel momento no hubo ninguna fuerza poltica alternativa capaz de hacer frente a Mao; si ya era grande antes de que comenzara la guerra, ahora, ms que nunca, su omnipotencia quedaba asegurada frente a sus colegas del comit central, que ya no eran sus pares. Antes de la guerra ya era la figura dominante en el comit central, un hombre sin igual; pero la guerra lo convirti en un nuevo tipo de lder chino, una especie de emperador popular vitalicio. Nadie tena ms casas, ms privilegios, ms jovencitas a su disposicin, deseosas de rendirle homenaje, ni ms gente encargada de probar su comida con antelacin para que nadie pudiera envenenarlo en una de sus muchas residencias. Nadie poda contradecirle. Pronto se habitu al culto a su personalidad y tras haberse mostrado en otro tiempo tan crtico hacia el culto a Stalin, el suyo en China pronto lo igual o super. Todo aquello daba lugar, no slo a errores de clculo, sino a algo ms oscuro, una locura potenciada por la concentracin de un enorme poder en un solo hombre al que haban hecho tanto dao durante su juventud, * lo que acab convirtindose en un aspecto decisivo de su posterior evolucin; al igual que Stalin, fue perseguido implacablemente durante mucho tiempo por incontables enemigos y esto origin una paranoia muy arraigada y consolidada que dominaba su personalidad emocional y poltica. Por un lado, se haba convertido en el principal arquitecto de un sistema socioeconmico y poltico enteramente nuevo, lo que le conceda la ltima palabra en los asuntos de Estado; por otro, haba vivido durante cuarenta aos en continua pugna acostumbrndose a la idea de que cualquiera poda ser un enemigo. Tanto su poder como su paranoia carecan de lmites. Quien haba sido durante tanto tiempo un marginado viva ahora una vida de grandeza imperial. Ya no tena por qu escuchar a los dems; si alguien discrepaba de l, era porque no tena tan cerca de su corazn el bienestar de China o porque era su enemigo personal, lo que para l eran cosas equivalentes. Estaba convencido de que llevaba razn en todo y sus palabras eran codificadas como leyes tan pronto como salan de su boca. Haba decidido que China, su China, entrara en la modernidad con lo que se llam el Gran Salto Adelante, y la carga de convertir prcticamente de la noche a la maana una sociedad agrcola pobre en un pas industrial moderno recay sobre los campesinos. Si antes haba sido muy sensible a sus necesidades, atendindoles ms que ningn otro miembro de la direccin del partido comunista, ahora pareca dispuesto a descargar sobre ellos todo el peso de la modernizacin, por brutal que fuera, con tal de alcanzar ese objetivo. Su nueva China se construira, si era preciso, sobre sus espaldas y nada poda interponerse en la materializacin de aquel sueo. El Gran Salto Adelante fue probablemente la primera manifestacin obvia de su enajenacin: con l los campesinos sufran cada vez ms, bajo una creciente presin para obtener un mayor rendimiento agrcola, al tiempo que se pretenda convertirlos en una especie de base industrial primitiva promoviendo la creacin de pequeas fundiciones de acero en cada comuna. En realidad fue ms un proyecto que una realidad: las cifras de la produccin agrcola se falsearon considerablemente para aparentar que el programa de Mao tena xito, pero casi todos los burcratas saban que era un fracaso. El distinguido historiador de Yale Jonathan Spence lo calific como catstrofe sin paliativos, pero durante mucho tiempo nadie se atrevi a cuestionarlo. La independencia del resto del comit central pareca en declive y el poder y autoridad de Mao en constante ascenso. Su voluntad se haba convertido en voluntad nacional y sus verdades eran las de todos. Nunca se equivocaba. Si deca que el blanco era negro y la noche era da, quin poda ponerlo en duda? Su dominio absoluto del gobierno y su necesidad de pronunciar la ltima palabra en cada decisin situaban en un lugar muy peligroso a cualquier crtico o adversario potencial, por muy leal que le fuera en el fondo. Quienes discrepaban de sus opiniones no slo estaban equivocados, sino que podan convertirse, si se trataba de un asunto verdaderamente serio, en enemigos del pueblo. Los que se consideraban sus amigos, sus iguales y viejos camaradas estaban muy equivocados; slo lo eran mientras estuvieran de acuerdo con l en todo. Uno de los que ms sufrieron fue el mariscal Peng, su viejo aliado. Era un hombre sencillo que siempre haba conocido sus lmites y su lugar, un autntico comunista que siempre se haba alineado con Mao en cuestiones polticas; pero tambin era un hombre orgulloso, igualmente convencido de su anhelo del bienestar de los campesinos. Se convirti en disidente casi sin advertirlo, como si Mao quisiera romper con l, enfrentarse a l y hacer de l un enemigo. En 1959 se constataron los primeros resultados del Gran Salto Adelante: una terrible hambruna, pese a que se informaba de rendimientos agrcolas cada vez ms elevados. Casi todos los altos funcionarios saban que se trataba de estadsticas falsificadas, pero nadie se atreva a decrselo a Mao. Finalmente Deng lo hizo. Era entonces ministro de Defensa; al parecer consideraba que se haba ido demasiado lejos en las tensiones chino-soviticas, lo que de por s ya poda representar un grave problema, pero hasta entonces no se haba enfrentado a Mao. Fueron su propia sencillez, su carencia de instinto poltico y sus viejas verdades de soldado duramente aprendidas lo que lo convirtieron sin pretenderlo en un rebelde. En 1959 viaj a Hunan, la regin donde haba crecido, y los campesinos con los que habl fueron bastante francos con l sobre sus dificultades. Descubri as que en China se estaba creando un vasto Pueblo Potemkin y que la realidad de la que informaban los altos funcionarios del pas y la que tena que soportar la gente corriente eran totalmente diferentes. * Aquel verano de 1959, seis aos despus de que hubiera concluido la guerra de Corea, considerndose un buen miembro del partido y sin prever seguramente las eventuales consecuencias, creyendo que tendra aliados polticos porque la verdad estaba de su parte, Peng acudi a una conferencia de la direccin del partido en Lushan y all escribi una carta privada muy prudente a Mao sobre lo que haba visto y odo en Hunan. La carta inclua las obligatorias referencias a todos los xitos que haban obtenido, pero contena una sorprendente cantidad de advertencias. Mao la hizo imprimir inmediatamente y la hizo llegar a todos los participantes en la conferencia, cambiando as el carcter de la carta y presentando a Peng como enemigo del gobierno. De aquel modo ste haba cado en manos de Mao: le pidi que le devolviera su carta, pero no lo consigui. Mao la convirti en un desafo poltico frontal. Aunque en aquella conferencia casi todos estaban de acuerdo con Peng y saban que lo que haba escrito era verdad, nadie le apoy pblicamente. Como seal Jonathan Spence, Mao [... present...] el comentario bienintencionado y confidencial de Peng como una traicin, pero cuando distribuy copias de su carta entre los dems dirigentes del partido comunista, ninguno de ellos acudi en apoyo del mariscal, aunque la mayora de ellos saban que su anlisis era correcto. Aquel acto mostraba su corrupcin poltica; significaba que el comit central reflejaba los caprichos de Mao, por enloquecidos que fueran, ms que las necesidades y la realidad de China. Los historiadores consideran ahora aquel momento como un punto de inflexin en el colapso del coraje moral en el corazn del aparato del partido. Durante los siete aos siguientes, seala Spence, iban a morir de hambre ms de veinte millones de chinos. La locura no slo se haba legitimado sino que se haba institucionalizado. El presidente Mao llam al mariscal Lin Biao, durante mucho tiempo rival de Peng, y le pidi que acudiera a la conferencia para criticar a Peng. Para ste todo haba acabado; dej de ser ministro de Defensa, poco despus qued sometido a arresto domiciliario y durante la Revolucin Cultural iniciada en 1966 se convirti en blanco habitual de los Guardias Rojos, que lo atacaban fsica y verbalmente una y otra vez, humillndolo como parte del gran espectculo nacional en el que se esperaba que confesara sus crmenes. Fue finalmente golpeado de modo salvaje en lo que supona una amarga recompensa por tantos aos de valor y lealtad. Una de las principales acusaciones contra l era que se haba opuesto al presidente Mao toda su vida. Cuando los Guardias Rojos lo sometieron a ms de ciento treinta palizas hasta dejarlo inconsciente, rompindole las costillas y aplastndole los pulmones, nunca cedi y les gritaba a sus torturadores: No le temo a nada. Podis matarme. Vuestros das estn contados. Cuanto ms me interroguis, ms firme me sentir. Al apartar a Peng, Mao elimin igualmente a muchos de los mejores y ms idealistas dirigentes de la revolucin china, y a partir de entonces en su gobierno slo poda prosperar su propia monomana.
A principios del siglo XXI ninguna sociedad pareca ms diferente de la de Corea del Sur que la de Corea del norte. En sta se obtuvieron ciertos xitos muy al principio, tras haber establecido una estructura absolutamente totalitaria e impuesto de forma implacable el funcionamiento de arriba abajo mediante un aparato de seguridad brutal importado de Mosc. Esa era la especialidad sovitica en aquella poca: poda fallar en las tareas agrcolas, la construccin o el desarrollo industrial, pero lo que le sala muy bien era la seguridad del Estado; sus funcionarios eran maestros en la creacin de sociedades autoritarias. As, en los aos inmediatamente posteriores a la segunda guerra mundial, mientras que Estados Unidos y el gobierno del sur se mostraron a menudo incompetentes e ineficaces Estados Unidos era novato en el viejo juego de adoptar Estados clientes en el norte los soviticos fueron singularmente eficientes. Washington haba pensado muy poco en el futuro de Corea tras la guerra mundial y el gobierno que instal en el sur era corrupto y a menudo inepto, mientras que el gobierno norcoreano, pese a su escasa popularidad y a la falta de una legitimidad profundamente enraizada, mostr desde el principio una desconcertante eficacia en cuanto a su capacidad para controlar a la poblacin. Kim Il-sung, de quien al principio muchos se burlaban, prosigui el proceso iniciado por los soviticos y para sorpresa de stos se convirti con el tiempo en un hbil ejecutor del totalitarismo moderno, experto en la supresin de los disidentes y de sus ideas y pensamientos. Kim era un reflejo casi perfecto de cierta paranoia coreana, de lo que el pasado, la colonizacin de su pas y la guerra haban hecho de su generacin, agravado por la adopcin del sistema sovitico. Era como si todas las posibilidades de su pueblo polticas, econmicas y sociales hubieran quedado congeladas. Aquella paranoia iba a desempear en su forma de gobernar el pas un papel tan importante como la ideologa, y casi se podra decir que sa era su verdadera ideologa por ms que acabara convirtindose en uno de los pocos fieles supervivientes. Muchos se sorprendieron de su habilidad para sobrevivir en el comunismo internacional: cuando a finales de la dcada de 1950 y principios de la de 1960 se agravaron las tensiones entre la Unin Sovitica y la Repblica Popular China, Kim pareca capaz de prometer alternativamente sus simpatas a ambos bandos, enfrentndolos uno contra otro y ganando independencia frente a ellos. Pero aquellos primeros xitos, impuestos siempre desde arriba, no duraron mucho; Corea del Norte era un pas sin debate ni discusin y, en definitiva, sin posibilidades de elegir. Se aprenda a saludar y obedecer, sin ningn mecanismo de cambio; la sociedad norcoreana era como un organismo vivo al que hubiera que mantener indefinidamente en un respirador artificial, y como no poda respirar por s solo tampoco poda crecer. Para que una sociedad crezca tiene que poder desarrollarse, unas veces en la direccin adecuada y otras en una direccin incorrecta, porque no hay una trayectoria perfecta y se aprende tanto de los errores como de los xitos. Pero en Corea del Norte no haba crtica ni pasos equivocados; todos ellos eran correctos porque los haba ordenado Kim Il-sung. El rgimen norcoreano, muy personalizado y sofocante, y con el tiempo uno de los ms xenfobos del mundo, se convirti pronto en modelo de un nuevo tipo de totalitarismo en Asia, ms totalitario an que el de la Repblica Popular China, que era un pas enorme y por eso ms difcil de controlar. Mientras Corea del Sur pareca a menudo vacilar adelante y atrs, del totalitarismo a la democracia, Corea del Norte nunca vacilaba y se era su gran pecado. Permaneci congelada en una terrible monomana, con un solo dirigente cuyos pensamientos podan ser puestos en prctica. Se impeda el desarrollo de potenciales rivales polticos. Kim Il-sung estaba a la altura de Stalin en el arte de eliminarlos. La nica opinin que importaba era la suya y siempre tena razn, lo que significaba que cualquier opinin distinta a la suya, ya fuera en poltica, en economa o en agricultura, estaba equivocada. Durante las dcadas de 1980 y 1990, mientras la Unin Sovitica y la Repblica Popular China comenzaban a aceptar, por vas diferentes y en distinto grado, el surgimiento de fuerzas moderadas, la Repblica Popular Democrtica de Corea se distanci cada vez ms de ellas, incapaz de cambiar y de realizar ningn ajuste, porque cualquier cambio poda significar para Kim Il-sung la prdida del poder. Mientras que otros pases comunistas, antes aliados fraternos de Corea del Norte, comenzaron a ventilarse con la aparicin de nuevas fuerzas, la Repblica Popular Democrtica de Corea se fue haciendo an ms monoltica y ms rgida, ms prisionera que nunca del gobierno unipersonal de Kim y luego de su hijo Kim Jong-il; cuanto ms cambiaban otros pases comunistas, ms desilusionada y aislada quedaba la Repblica Popular Democrtica de Corea y ms convencido su presidente eterno de que estaba solo y no poda confiar en nadie. Era como si hubiera sido el nico combatiente en cada batalla, el que hubiera obtenido todas las victorias en la lucha por la independencia. Los chinos que visitaban el museo dedicado a la guerra de Corea en Pyongyang se enfurecan al ver el minsculo papel que se les atribua en la salvacin del Estado hermano; apenas merecan una mencin. Al mismo tiempo, para demostrar a su propia poblacin (y muy probablemente a s mismo) que estaba acertado y que los norcoreanos, pese al hambre, al nivel de vida abismal y a las constantes persecuciones policiales, haban sido bendecidos por la fortuna, el culto a la personalidad del lder se ampli y profundiz superando el de sus antiguos tutores, Stalin y Mao. En el centro del Museo de la Revolucin, con sus noventa y dos salas, se coloc una gigantesca estatua de bronce de veinte metros de altura; en la capital tambin se erigi un Arco del Triunfo an mayor que el de Pars que celebra el regreso de Kim con las fuerzas soviticas en 1945. En todos los rincones de Pyongyang y de todo el pas se podan ver imgenes del lder. Haba que referirse a l siempre como el Gran Lder. Dispona de cinco grandes palacios slo para l. Cuando recorra alguna de las avenidas de Pyongyang todo el trfico se detena. Su retrato, y ms adelante tambin, para que no quedara ninguna duda sobre la sucesin, la de su hijo Kim Jong-il, colgaba en todas partes. La gente corriente sola llevar consigo una foto suya, ya fuera en la chaqueta, la tnica o el vestido. A finales de la dcada de 1980, segn Don Oberdorfer, que escribi sobre las dos Coreas, haba en el norte ms de treinta y cuatro mil monumentos dedicados a Kim Il-sung, sin incluir por ejemplo los bancos de los parques en los que alguna vez se haba sentado y que partir de entonces se cubran con vidrio. Cuando un funcionario sovitico le pregunt por el aparente culto a la personalidad en su pas, respondi que simplemente formaba parte de su historia: No conoce nuestro pas. Aqu se acostumbra a respetar a los ancianos; como en China o Japn, vivimos en una cultura confciana. Su pueblo pasaba hambre y la produccin de sus fbricas se consideraba calamitosa. Desde el principio fue algo as como un proscrito internacional, dedicado a organizar el asesinato de sus rivales en Sel y el secuestro de surcoreanos que pudieran serle tiles. Durante sus ltimos aos pareca concentrarse en dos proyectos: desarrollar un bomba atmica propia y dejar como sucesor a su hijo, Kim Jong-il. El reflejo ms claro de la creciente distancia entre su pas y Corea del Sur era la imagen que ofrecan las fotografas nocturnas tomadas desde un satlite: bajo el paralelo 38 el pas apareca vivo, con luces y comercios de todo tipo, mientras que al norte todo estaba oscuro, como un inmenso desierto. Al final Kim haba moldeado el pas a su propia imagen, sin vitalidad ni esperanza, estrangulndolo al aadir sus propias predilecciones y temores al sistema totalitario anterior. La Repblica Popular Democrtica de Corea fue quedando cada vez ms aislada, incluso de sus antiguos aliados, concentrando sus esfuerzos en la creacin de un arma atmica que garantizara su supervivencia como Estado proscrito.
De entre todos los xitos atribuibles a Estados Unidos durante la Guerra Fra posterior a la segunda guerra mundial, probablemente el ms impresionante y espectacular fue el de Corea del Sur, por encima incluso del xito del plan Marshall con cuya ayuda financiera, material y tcnica se reconstruy la infraestructura industrial de Europa occidental, que haba quedado prcticamente destruida por la guerra. En el caso de Corea, en cambio, no se trataba de reconstruir, ya que careca de pasado democrtico y prcticamente de clase media o de base industrial, y las estructuras poltica, econmica y en muchos aspectos tambin social puestas all en pie despus de la guerra eran llamativamente nuevas. Los pases vecinos, ms poderosos y avanzados, haban colonizado y explotado sistemticamente al pueblo de Corea. Su talento estuvo sofocado durante mucho tiempo. Cierto es que en el pasado testigos extranjeros, la mayora de ellos misioneros, haban captado el vasto potencial del pueblo coreano, su ansia de una vida mejor, su talento innato, su formidable tica laboral equiparable a la de los japoneses, su respeto confuciano por la educacin y su optimizacin de los escasos recursos disponibles. Pero la historia de la pennsula haba sido muchas veces sombra, en la medida en que algn vecino mucho ms poderoso y en ascenso decida dominar Corea y aplastar a su pueblo. En el perodo inmediatamente posterior a la segunda guerra mundial Corea del Sur pareca condenada a reproducir esa historia pasada con una nueva potencia hegemnica, Estados Unidos, escasamente preparada para el viejo juego colonial, vacilante, profundamente desconocedora de la historia moderna de Corea, proclive a equivocarse y a subestimar sus posibilidades de futuro. No pareca una mejora con respecto a los viejos imperios del pasado, aparte de conocer an menos que sus predecesores la historia de Corea y estar situado a mucha mayor distancia, lo que poda ser una ventaja. Los estadounidenses ayudaron a imponer en el sur la dictadura de Syngman Rhee, que si bien era un autntico patriota, consideraba que una sociedad democrtica era aquella en la que l mismo y sus aliados ms cercanos pudieran hacer lo que quisieran vigilando estrechamente a todos los dems. Pero dejando a un lado todo eso, los estadounidenses estuvieron dispuestos (debido a su anticomunismo visceral) a enviar a sus hijos a morir en tierra coreana y no llegaron all como conquistadores o imperialistas en el sentido clsico. Con el tiempo, al atenuarse la Guerra Fra, aceptaron parte de los impulsos democrticos que surgan en la sociedad coreana, a menudo importada a su pas por coreanos que haban ido a estudiar a Estados Unidos y se haban entusiasmado con las libertades que descubrieron all; podan haber ido a estudiar ingeniera, pero haban aprendido tambin los principios de la democracia. As fue como Corea del Sur pudo modernizarse bajo la gida estadounidense durante la Guerra Fra, convertida all precisamente en guerra caliente; sta modernizacin fue primero militar y luego tecnolgica e industrial, aunque todava no poltica, algo que no formaba parte del paquete original. Pero al cabo de treinta aos, en lo que retrospectivamente puede considerarse una evolucin muy rpida, se produjo una asombrosa democratizacin de la sociedad como subproducto de los dems aspectos de la modernizacin. Fue una extraa combinacin de evolucin y revolucin, en cualquier caso a gran velocidad. Primero se apreci la necesidad, evidente durante la guerra de Corea, de contar con un ejrcito mejor, para lo que haba que profesionalizar a los oficiales. Al principio de la guerra una proporcin muy alta de ellos eran chusqueros reenganchados que haban alcanzado sus puestos gracias a determinadas lealtades y a su disposicin a participar en la masiva corrupcin nacional. En 1952 se cre, bajo la presin estadounidense, una nueva academia militar que tom como modelo a West Point. Muchos de los primeros instructores eran oficiales estadounidenses. El currculo, como el de West Point, dedicaba una atencin preponderante a la ingeniera. Muchos de los jvenes ms dotados del pas ingresaron en aquella academia y sta se convirti as en una palanca meritocrtica, un lugar en el que miles de jvenes coreanos podan obtener la formacin necesaria y demostrar su vala rompiendo algunas restricciones sociales del pasado. Aquello anunci el nacimiento de una nueva sociedad, potencialmente ms moderna. Probablemente fue el primer paso en la creacin de lo que acabara convirtindose en una nueva clase, preponderante en Corea, de jvenes resueltos, cada vez mejor formados y que queran incorporar a su pas a la modernidad. Las consecuencias de la creacin de la academia militar y su papel en la evolucin del pas fueron an mayores de lo que sus fundadores pensaban; de hecho, cuanto ms se modernizaban tecnolgicamente el ejrcito y econmicamente el pas, ms arcaicos y corruptos parecan los viejos mtodos del pasado y menos control sobre el pas tenan Syngman Rhee y quienes lo sustituyeron. De algn modo la asociacin de aquellos estudiantes con sus instructores estadounidenses fue decisiva. Los oficiales estadounidenses representaban algo nuevo. Sus movimientos corporales y su lengua reflejaban dos cosas muy contradictorias: el respeto a la jerarqua militar y un alto grado de libertad personal dentro de esa misma jerarqua. Aqul fue el primer paso decidido en la modernizacin del orden educativo, social, luego econmico y finalmente poltico. Al modernizarse el sistema militar tambin lo hicieron los institutos y universidades, y al ganar en prestigio, talento y confianza, el pas comenz a desempear un papel mucho ms destacado en la economa internacional, aplicando tambin en ese plano su capacidad ingenieril en una especie de capitalismo guiado y propulsado desde el Estado. En algunos aspectos era como un Japn en pequeo, aunque los avances logrados en Corea eran mucho ms significativos porque Japn ya haba conocido en el pasado xitos industriales y econmicos prcticamente desconocidos en Corea. La historia de Corea del Sur durante las dcadas de 1960 y 1970 fue un ejemplo fascinante de desarrollo humano y social, una gran leccin de las ventajas que cabe extraer de la adversidad. Los dirigentes del pas, Syngman Rhee y quienes lo rodeaban, mantuvieron durante treinta aos un gobierno dictatorial, pero ni siquiera el aplastamiento violento de una serie de protestas estudiantiles pudo detener la corriente en favor de una vida mejor que se iba haciendo cada vez ms poderosa en el pas. Los xitos econmicos generaron gradualmente un optimismo y una confianza social cada vez mayores y ms adelante una creciente agitacin social que se manifestaba sobre todo entre los estudiantes. El cambio fue cobrando aliento en un hogar tras otro, por ms que Rhee y el gobierno pensaran que podan seguir haciendo las cosas como siempre y que disponan de todo el poder de la sociedad. No fue el primer caso, ni ser el ltimo, en el que iban cambiando las expectativas y aspiraciones del pas sin que la jerarqua situada en la cumbre se apercibiera del cambio. Cuando Rhee fue derrocado en abril de 1960, el jefe de Estado Mayor del ejrcito de Corea del Sur dijo: Personalmente respeto al doctor Rhee, pero la historia lo ha derribado, lo ha desechado y ha perdido la confianza en l. Yo, que prev la evolucin de los acontecimientos, me siento interiormente enfermo por ello. En el trasfondo de todo aquello estaba la influencia catalizadora de Estados Unidos; puede que durante los primeros aos las instancias ms altas de Washington, profundamente comprometidas en la Guerra Fra, se inclinaran por un gobierno autoritario en Corea del Sur, pero desde Estados Unidos llegaban tambin otras influencias: muchos jvenes coreanos descubrieron mientras estudiaban all que se poda ser al mismo tiempo un ciudadano leal y una persona libre, y que la lealtad al Estado y el amor al pas no exigan que uno estuviera necesariamente de acuerdo con todas las decisiones del gobierno; as fue como Corea del Sur se fue convirtiendo desde finales de la dcada de 1970, con pequeos pasos que poca gente entenda el principio y que nadie planific ni esperaba, en una sociedad cada vez ms libre y emprendi una seria democratizacin. Muchos coreanos jvenes sentan ms confianza en su propia capacidad y queran ms libertad junto a la mayor prosperidad. El talento y ambicin que algunos misioneros haban percibido durante el siglo anterior la capacidad para trabajar duramente, la gran disciplina y el deseo de mayor formacin se manifestaban a escala nacional y eso tena su propia dinmica. Una vez que la poblacin percibi la posibilidad de una vida mejor, era difcil frenarla. Durante un tiempo el gobierno trat de aplastar esas fuerzas, pero se vio arrastrado por el propio xito que haba propiciado: cuanto ms se desarrollaba la economa, ms confianza en s mismos cobraban los surcoreanos corrientes y ms deseaban compartir, tanto econmica como polticamente, los frutos de la prosperidad. El gobierno se vio ante una crisis que nunca lleg a entender del todo, consistente en una vasta protesta a escala nacional impulsada por las crecientes expectativas. Al principio la presin en favor de una liberalizacin poltica provino sobre todo de las universidades y del estudiantado, pero poco despus se incorporaron al movimiento los sindicatos y luego la clase media. Gastn J. Sigur, vicesecretario de Estado para Asia Oriental y el Pacfico a finales de la dcada de 1980, deca: En 1987 Corea haba cambiado inexorablemente. La clase media haba cobrado poder y ya no se la poda dejar al margen. La oposicin al gobierno no provena nicamente de un puado de estudiantes izquierdistas; puede que stos estuvieran al frente, pero estaba claro que sus manifestaciones contaban con un fuerte apoyo de la clase media. La cspide de la jerarqua poltica se vio as obligada, aunque fuera a regaadientes, a prestar atencin a las necesidades y aspiraciones de las capas bajas e intermedias de la sociedad y en un lapso asombrosamente breve Corea del Sur se transform en una democracia dinmica, muy productiva y prspera. Un miembro del partido de Roh Tae-woo, primer presidente del pas elegido democrticamente, le dijo en una ocasin a Frank Gibney: No conozco otro pas, al menos en la historia reciente, que haya pasado tan rpidamente de un sistema autoritario a una democracia plena.
Para los estadounidenses y ciudadanos de otros pases que combatieron all sin que les gustara particularmente Corea del Sur, a los que durante mucho tiempo les haba faltado el reconocimiento de su propio pas, el xito de la democracia surcoreana supuso una vindicacin tarda de su sacrificio y del de quienes no haban regresado a casa, otorgndoles una legitimacin y un honor que no siempre haban sentido. Muchos de ellos haban guardado para s aquella experiencia. Cuando regresaron a casa nadie quera or hablar de la guerra y por eso nunca haban hablado de ella ni a su familia ni a sus amigos, o cuando lo hicieron nadie entenda, o peor an, nadie quera entender. Sus hijos crecieron sabiendo nicamente que haban combatido en aquella guerra y muy poco ms: las unidades a las que haban pertenecido y en qu batallas haban participado. Se quejaban de que sus padres nunca quisieron hablar de la guerra. Todo aquello haba quedado reprimido en su memoria. Lo que haban hecho y por qu lo haban hecho todava era importante para ellos: estaban orgullosos de haber estado all y de haber combatido eficazmente en condiciones espantosas. Recordaban a los que haban muerto all pero slo lo compartan entre ellos. Ms de medio siglo despus era todava la principal experiencia de su vida y muchos de ellos se haban convertido a su modo en historiadores aficionados. Al sentirse envejecer escribieron sus memorias, publicadas a veces de forma privada o simplemente fotocopiadas y grapadas, a menudo a peticin de sus hijos o nietos. Muchos de ellos tenan su propio gabinete de historia, con pequeas bibliotecas dedicadas a la guerra de Corea y grandes mapas del pas pegados en las paredes, en los que estaban sealadas las principales zonas de batalla. Pero aquellas salas, como muchas de sus experiencias y de sus recuerdos, estaban selladas para ojos ajenos. Nadie, salvo sus camaradas de entonces, respetaba lo que haban hecho y por qu lo haban hecho. Era como si les hubieran robado una parte decisiva de su experiencia, cuya validez haba sido evaluada y juzgada por otros. Compartan entre s aquel fuerte vnculo, que quienes haban estado all siempre entendan. Se mantenan en contacto por telfono, por carta y durante los ltimos aos de su vida por Internet, un medio maravilloso para localizar a viejos compaeros perdidos en el tiempo. Crearon asociaciones de veteranos y se tomaban muy en serio sus boletines de divisin y de regimiento, as como sus convenciones anuales, que les permitan mantener vivos los lazos de amistad o crear otros nuevos con quienes haban participado en unidades vecinas sin haberse conocido en la propia Corea. En sus convenciones, quienes haban participado en cada batalla, se reunan en pequeos grupos y rememoraban aquel pasado distante, medio siglo atrs. En palabras de Dick Raybould, observador avanzado del Noveno Regimiento de Infantera en la Segunda Divisin, cuando vas a las reuniones te encuentras tratando de recordar lo que llevas tratando de olvidar los ltimos cincuenta aos. Pasado un tiempo algunos de ellos volvieron a visitar Corea del Sur. Al principio eran muy pocos quienes lo hacan, pero a medida que aquellas visitas se hacan ms frecuentes y al regreso hablaban de ellas, se iban organizando giras con otros veteranos. Visitaron lugares donde haban combatido como el recodo del Naktong y campos de batalla como el de Chipyongni. No podan visitar el rea en torno a Kunuri y las Horcas Caudinas donde les haban infligido aquella terrible derrota porque estaban al otro lado del paralelo 38, pero muchos de los que odiaban Corea durante la guerra se sentan impresionados por el desarrollo del pas y su notable modernizacin, pero tambin por la gratitud que perciban entre la poblacin local, mucho mayor que la que sentan en su pas natal, y se enorgullecan por algo ms: aunque no hubiese sido una victoria en el sentido clsico de la palabra, de algn modo haba servido de algo, porque se haba tratado de la violacin de una frontera durante la Guerra Fra y gracias a su presencia all aquello no haba vuelto a suceder. Eplogo
El partido demcrata sufri un dao inmenso durante aquellos aos. Los acontecimientos relatados dejaron como legado un precio que haba que pagar y que pag en primer lugar el partido demcrata, pero tambin, ms tarde, todo el pas. Al final fueron muchas las fuerzas que se unieron contra el gobierno de Truman: no se trataba nicamente de las consecuencias de la guerra de Corea y la cada de China, sino de algo ms vasto, de una sensacin creciente de fatiga con respecto a los demcratas y del agotamiento de un perodo difcil durante el que haba ido creciendo el malestar con respecto a su poltica, tanto internacional como nacional, que duraba ya demasiado tiempo. En 1952, fueran cuales fueran sus xitos econmicos y polticos, los demcratas llevaban ya en el gobierno siete aos de posguerra muy complicados en los que el gobierno y el pas haban topado con un nuevo tipo de guerra que generaba ms ansiedad que sensacin de victoria. Los comunistas parecan haberse constituido en enemigo perpetuo y en 1952 la poblacin estadounidense quera un cambio, algo de lo que no cabe sorprenderse. Las lecciones a extraer de aquella poca parecan exorbitantes y el partido demcrata se senta como si en su corriente sangunea se hubiera introducido un virus que lo situaba permanentemente a la defensiva, mientras que los republicanos haban encontrado un poderoso bandern de enganche en su retrica cada vez ms intransigente contra la amenaza comunista. Presentaban a su partido como el nico dispuesto a hacer frente a Jruschov o a sus sucesores. La seguridad nacional haba cambiado: en el exterior exista una autntica amenaza comunista, pero la valoracin de su magnitud resultaba ahora ms difcil al entretejerse tan estrechamente con la poltica interna estadounidense. Durante las dcadas posteriores a la de 1950 el partido demcrata se vio acosado por la cuestin china, aparentemente incapaz de responder a las acusaciones que se le hacan en la arena poltica e igualmente incapaz de explicar la complejidad de lo que haba sucedido tan lejos. China se convirti en su taln de Aquiles. Pronto qued enmascarado el interrogante genrico derivado de la guerra de Corea: si se poda separar o no la preocupacin por una seguridad nacional seria y genuina de la creciente influencia de la simplista retrica anticomunista empleada en las campaas electorales. Era el pas lo bastante sagaz para discernir lo que era una amenaza real para su seguridad nacional de lo que no lo era? Aquel enigma, debido a la vulnerabilidad del partido demcrata, condujo a Estados Unidos a la guerra de Vietnam. El xito de los demcratas en la estabilizacin de Europa tras la segunda guerra mundial quedaba olvidado; despus de todo, haban fracasado, al parecer, en China. Durante los aos posteriores a las elecciones de 1952 la Guerra Fra creci exponencialmente como cuestin poltica, a pesar de la estabilizacin ostensible de sus lmites externos en trminos de alineamiento del poder real. Adems, ya no era slo una contienda con los soviticos por Europa, escenario en el que la Unin Sovitica era claramente un poder imperial capaz de imponer su voluntad por la fuerza y de consolidar crueles Estados policiales en los desgraciados pases satlites mientras que Estados Unidos apareca a menudo identificado con las corrientes nacionalistas autctonas, anhelantes de alguna forma de capitalismo democrtico y cristiano; ahora el campo de batalla se haba extendido al Tercer Mundo. All las fuerzas nacionales se alzaban contra los regmenes coloniales o neocoloniales occidentales, recurriendo con frecuencia a los regmenes comunistas en busca de ayuda y armas. Los pases donde tenan lugar esos retos no eran muy importantes ni poderosos en trminos puramente geopolticos ni podan alterar considerablemente el equilibrio mundial, sino ese tipo de pases de cuyo valor global George Kennan se habra burlado en trminos de realpolitik, mostrndose adems convencido de que ms pronto o ms tarde acabara producindose un conflicto inevitable entre Mosc y los gobiernos comunistas locales. Gran Bretaa y con el tiempo Francia iban comprendiendo que no tena ningn sentido tratar de mantener las relaciones coloniales en aquel nuevo perodo y se iban retirando; pero con cierta sorpresa de sus aliados, ahora era Estados Unidos el que se injera en ellos bajo la bandera del anticomunismo. Tambin el partido demcrata se fue ajustando gradualmente a los cambios acontecidos en la dinmica poltica. En 1960 la mayora de las contradicciones de la poca aparecan claramente reflejada en las propuestas de Jack Kennedy, probablemente el candidato ms atractivo del partido. Kennedy era un poltico intelectualmente superior, bastante escptico y desusadamente moderno. En su actitud poltica haba cierta gelidez muy conveniente para la nueva era poltica, caracterizada por el podero nuclear y que por lo tanto exiga lderes con ms hielo que fuego en su comportamiento. Pareca albergar poca pasin poltica genuina y prefera ser valorado por su racionalidad, como si sta fuera siempre suficiente. De este modo lleg a representar, ms que cualquier otro demcrata de la poca, la evolucin vivida por el partido demcrata al pasar del New Deal a la Guerra Fra y al menos aparentemente representaba una lnea ms dura que el candidato que le haba precedido, Adlai Stevenson. A partir de entonces a ningn candidato demcrata se le podra reprochar mansedumbre frente al comunismo. Durante la campaa de 1960 el columnista halcn Joseph Alsop dijo de l en una ocasin: No es asombroso? Un Stevenson con pelotas!. En las elecciones de 1960 Kennedy y los demcratas adoptaron una lnea an ms dura que su adversario republicano, Richard Nixon, con respecto a Fidel Castro, que haba llegado al poder en Cuba el ao anterior, cuando todava gobernaba Eisenhower. La actitud frente a Cuba se haba convertido por entonces en criterio de virilidad presidencial (en aquella misma campaa Lyndon Johnson, candidato demcrata a la vicepresidencia, se pase por el sur de Estados Unidos dicindole a la gente en los mtines que saba cmo tratar a Castro: Primero lo lavar; luego lo afeitar; y a continuacin le dar una paliza). Kennedy tambin acus a los republicanos de un supuesto retraso en la provisin de misiles con respecto a la Unin Sovitica, sugiriendo as que quiz eran ellos los que eran blandos con el comunismo y alimentando al mismo tiempo involuntariamente la angustia nuclear del pas. Su acusacin era infundada haba efectivamente una gran diferencia entre ambas potencias nucleares, pero porque Estados Unidos dispona de unos dos mil misiles y la Unin Sovitica slo de sesenta y siete pero su acusacin puso a los republicanos ms a la defensiva y a Jruschov, complacido por aparecer ms poderoso de lo que era en realidad, ni se le pas por la cabeza enmendarle la plana. Kennedy poda pensar en privado que la poltica estadounidense con respecto a China, y en particular su empeo en reconocer como nico gobierno legtimo al de Taiwn, era irracional, y as se lo deca a algunos de sus ayudantes ms liberales, pero no iba a asumir ningn riesgo poltico para cambiarla, al menos durante su primer periodo presidencial. Poda ser asombrosamente franco sobre esas cosas en privado, ya que la sinceridad personal formaba parte de su encanto y aumentaba considerablemente su reputacin de realista; pero la franqueza de Kennedy era siempre privada y no pblica. Esto llevaba a los partcipes de sus confidencias a apreciarlo an ms y a considerarlo realista ms que timorato; pero despus de las elecciones les dijo a sus asesores liberales, a los que antes haba parecido prometer una nueva poltica sobre China, que por el momento no se poda tocar ese asunto; quiz en el segundo perodo presidencial... As que habra que esperar, quedaba claro, a ese segundo mandato. Aun as, su gobierno se vio duramente criticado de hecho a la defensiva desde el principio. El margen de la victoria sobre Nixon haba sido muy escaso, apenas de un centenar de miles de votos. Quiz por eso el gobierno, disparando sobre sus propios pies, respald un confuso plan de la CIA para apoyar a los rebeldes cubanos que queran arrebatarle la isla a Castro a partir de un desembarco en las payas cubanas. El plan de Baha de Cochinos, elaborado por la CIA y no por los militares al tiempo que Kennedy le privaba de cobertura area, fracas miserable y previsiblemente. En trminos polticos Kennedy qued seriamente daado por su fracaso, ms a la defensiva que nunca. En una reunin con Jruschov en Viena dos meses despus, el lder sovitico, confundiendo la inhibicin presidencial en el desembarco de Baha de Cochinos con una seal de debilidad por parte de Kennedy, intent amedrentarlo. El nico lugar donde Occidente y los comunistas estaban combatiendo con balas reales era Vietnam, y para demostrarle que estaba hecho de un material ms duro de lo que pensaba Jruschov, decidi elevar la apuesta en el Sureste Asitico. En relacin con Vietnam haba no obstante una pregunta sin responder: si los demcratas no podan ni plantearse por el momento la cuestin de China, de cuya prdida haban sido acusados, cmo podran evitar caer en los mismos errores en Vietnam? La pregunta qued sin respuesta porque nadie la hizo. En el gobierno nadie se atreva siquiera a hablar sobre China. Que Vietnam se pudiera convertir ahora en su China particular y ser acusados de perderlo a manos de los comunistas era algo mucho ms inmediato, por lo que haba que pararles los pies. Su poltica sobre China consista esencialmente en el silencio; pero China y Vietnam formaban parte del mismo problema. Si el de China era algo ya finiquitado una poltica derrotada el de Vietnam era todava un trabajo en marcha o quiz, para hablar con mayor propiedad, una tragedia incipiente. Ambos conflictos estaban vertebrados por las mismas fuerzas polticas: no se poda a afrontar el desafo real de las fuerzas nacional-comunistas en Vietnam, porque no se poda ni considerar por qu esas mismas fuerzas haban vencido en China. La gente que no quera que Estados Unidos perdiera Vietnam, otro pas asitico que nunca haba sido suyo, era en gran medida la misma que haba bloqueado la poltica estadounidense con respecto a China. El nuevo gobierno, convencido de la necesidad de cambiar la poltica de Dulles, que consideraba anticuada, decidi sin embargo aplicar su aspecto ms anticuado y seguir esforzndose por mantener a la Repblica Popular China fuera de la ONU. A ese respecto, segn Allen Whiting, destacado experto sobre China que colabor con aquel gobierno, Kennedy era un prodigio de cautela. Durante el verano de 1961 Kennedy se reuni en su casa de Hyannis Port con Adlai Stevenson, entonces embajador en la ONU; Haran Cleveland, subsecretario de Estado para organizaciones internacionales; y Arthur Schlesinger, su asesor e historiador. Cuando trataron el tema de China y el deseo presidencial de mantenerla fuera de la ONU mientras se pudiera, Kennedy crey llegado el momento de reforzar un tanto la resolucin de todos y llam inmediatamente a su mujer: Jackie, necesitamos ya los Bloody Mary.4 A Stevenson, que dudaba, le dijo que haba que retrasar al menos un ao los tratos con China; pero fue bastante ms de un ao. En otra reunin pocas semanas despus con Stevenson, Schlesinger, su principal asesor sobre seguridad nacional McGeorge Bundy y Ted Sorensen, que le escriba los discursos y era su principal asesor en cuestiones de poltica interna, volvi a surgir el tema de China. Kennedy reconoci que Stevenson se hallaba en una posicin insostenible al tratar de mantener a la China real fuera de la ONU: Tienes ante ti una tarea nada fcil, y lo sabemos. En realidad no tienen ningn sentido la idea de que Taiwn representa a toda China; pero si perdemos ese combate, si la China roja llega a la ONU en nuestro primer ao de mandato, el tuyo y el mo, esa derrota se nos llevar por delante a los dos. Tenemos que aguantar un ao. El ao que viene ya veremos. Habr elecciones, pero podemos demorar la admisin de la China roja hasta despus de que se hayan celebrado. Durante este ao tienes que hacer cuanto puedas por mantenerla fuera. Estar de acuerdo con cualquier cosa que hagas. Stevenson pregunt si el bloqueo iba a durar un ao o ms y Kennedy le respondi que por lo menos un ao. l mismo le iba a dejar claro a Chiang Kai-shek que no poda permitir que la cuestin de la representacin china en la ONU diera lugar a una contienda poltica interna, y a continuacin ofreci una descripcin curiosamente inocente de su plan de reunir a un grupo de los que otorgaban primaca a China Henry Luce, Walter Judd y Roy Howard para informarles sobre aquel asunto. Cualquiera que lo oyera en aquel momento, conociendo el apasionamiento de los mentados con respecto a Chiang y lo poco satisfechos que se sentan por la eleccin de Kennedy, se podra preguntar si lo haba abandonado su apreciacin normalmente realista de las circunstancias polticas. Esas personas no estaban dispuestas a cambiar su posicin sobre Chiang por una amistosa llamada del presidente, que aun siendo la persona ms racional del mundo, estaba impulsando la poltica ms irracional con respecto a China. A finales del otoo de 1961 Kennedy decidi subir la apuesta en la guerra de Vietnam, que por entonces era todava una guerra de guerrillas relativamente limitada. En aquel momento tan slo haba seiscientos asesores estadounidenses en Vietnam del Sur y aquella iniciativa geopoltica era muy peligrosa por ms que al principio slo se tratara de un compromiso reducido de asesores y tropas de apoyo, que totalizaban alrededor de diecisiete mil estadounidenses adicionales a principios de 1963. Pese a la relativa exigidad del compromiso, la escalada emprendida por Kennedy significaba que se haba plantado ms profundamente la bandera de las barras y estrellas en un pas y una guerra cuya evolucin no controlaba Estados Unidos y donde las fuerzas unidas contra el gobierno ttere de Ngo Dinh Diem se vean impulsadas por una profunda dinmica histrica. Estados Unidos, creyendo que tena el control de los acontecimientos porque era grande, poderoso y rico, segua una trayectoria que controlaba cada vez menos; de hecho estaba siguiendo la trayectoria francesa. El periodista-historiador Bernard Fall, que finalmente muri all, deca: Los estadounidenses estn dando los mismos pasos que los franceses, aunque les gue un sueo diferente.5 El compromiso de Kennedy en Vietnam proceda ms que nada de la poltica interna. Del mismo modo que no poda tratar con China durante su primer mandato, tampoco poda permitirse perder otro pas, en el que estaban teniendo lugar enfrentamientos armados. La cuestin de salvar Vietnam del Sur del comunismo, aunque sirviera como argumento para incrementar la presencia militar estadounidense all, era perifrica; lo que en realidad subyaca bajo aquella decisin era que el gobierno demcrata no quera verse expulsado de Washington, y la creciente escalada de la guerra de Vietnam reflejaba sobre todo los cambios producidos en la poltica interna estadounidense como consecuencia de la Guerra Fra. Los Estados Unidos que hasta haca poco se haba manifestado contra cualquier forma de dominio colonial se haba desvanecido, aventado por el vendaval anticomunista. Dean Acheson, tradicionalista y europesta ahora convertido en gran gur de la poltica exterior estadounidense pese al grave deterioro de su imagen pblica provocado por la cada de China y la guerra de Corea, adopt sobre esa cuestin adventicia las posiciones ms duras. Algunos de sus viejos colegas durante la presidencia de Truman se extraaban al verlo transformado en halcn. George Elsey, uno de los principales asesores de la Casa Blanca durante la presidencia de Truman, dira aos despus: Lo que no puedo perdonarle es su cambio de actitud con respecto a Vietnam; aunque debera haber sabido que no dara resultado, se aline con los dirigentes de la derecha que lo haban criticado tan duramente antes.6 Acheson se mostraba cada vez ms hostil hacia los supuestos portavoces de la lnea blanda en la administracin, gente como Stevenson, Chester Bowles y Kennan. Las pullas a este ltimo se convirtieron casi en un hbito, como si la distancia poltica entre ambos se ampliara da a da. Cuando Kennedy nombr a Kennan embajador en Yugoslavia, Acheson coment a sus amigos, con una observacin desusadamente cruel, Para Tito va a ser un divertido entretenimiento jugar con ese pobre cerebro de merengue.7 El gobierno de Kennedy hizo tambin otra cosa muy peligrosa cuando ampli su presencia militar en Vietnam; alter la verdad para que se adecuara a sus necesidades polticas internas a corto plazo, tratando de ganar tiempo hasta las elecciones de 1964. La rotundidad de aquella decisin exiga una rpida mejora de los resultados, porque la apariencia lo era todo, pero tal mejora no llegaba porque aquella poltica no poda proporcionarla y nunca lo hizo. Por eso, para compensar la ausencia de los resultados deseados en Vietnam, el gobierno de Kennedy instaur pronto una gigantesca fbrica de mentiras, con su sede central en Washington y su principal sucursal en Saign, que no slo desmenta sistemticamente todos los informes pesimistas desde el campo de batalla y reprenda a los que trataban de decir la verdad, sino que creaba ilusiones de victoria y de xito, victorias y xitos que nunca existieron. Con aquel ejercicio de autoengao, lo que esa gran mquina de mentir consigui durante aquel perodo fue retrasar tres aos la llegada de la verdad a Washington y por supuesto tambin menguar la credibilidad del gobierno de Estados Unidos. Durante aquellos tres aos se perdi la capacidad para juzgar con mayor prudencia los resultados del compromiso en Vietnam. En noviembre de 1963 John Kennedy fue asesinado. No iba a haber un segundo mandato durante el cual pudiera evaluar si haba sobrepasado la lnea de seguridad al enviar tropas de combate. Del mismo modo que sus predecesores le haban legado una inmensa carga con la poltica vigente sobre China, l leg a su sucesor una inmensa trampa en Vietnam. Un da, al salir de una reunin del Consejo de Seguridad Nacional en la que se haba discutido algn problema desastroso heredado de administraciones anteriores, dijo con el mordaz sentido del humor que lo caracterizaba: Bueno, pensad en lo que le vamos a dejar nosotros al pobre tipo que venga detrs.8 El pobre tipo que le sucedi, a quien nadie haba considerado hasta entonces como tal, y menos los muchos a los que haba arrollado o zarandeado en el pasado vindose obligados a votar por alguna propuesta que nunca haban pensado respaldar, era Lyndon Johnson, y la herencia que le dej el gobierno de Kennedy fue la guerra de Vietnam, prcticamente ganada por el Viet Cong en el otoo de 1963. El gobierno haba pasado tres aos hacindola parecer ms importante en trminos geopolticos de lo que en privado crean las propias autoridades de Washington. Cuando lleg Johnson a la presidencia, parte de la motivacin para seguir haciendo en Vietnam lo que estaban haciendo era precisamente que ya lo estaban haciendo y que de no proseguir con ello, por la forma cancerosa en que esas cosas se retroalimentan, Estados Unidos se vera debilitado en otros lugares. Los cnicos discursos de los dirigentes estadounidense sobre lo bien que le haba ido all a su ejrcito durante los tres aos anteriores y lo importante que era Vietnam apuntalaban el envo de ms soldados estadounidenses a una guerra que no se poda ganar. Lyndon Johnson era una persona muy diferente, y si Kennedy poda distinguir (en privado) entre el comunismo de lnea dura en Europa y el nacional-comunismo en el Tercer Mundo, para l no haba tales distinciones en el mundo comunista ni tampoco las permita entre quienes lo rodeaban. El resto del mundo era para l un lugar mucho ms distante que para Kennedy y pretenda utilizar tan pronto como pudiera el poder acumulado en su gran victoria electoral de 1964 en la poltica interna y no, como habra hecho Kennedy, en la poltica exterior. sta nunca le haba interesado mucho a menos que influyera directamente sobre la poltica interior. Como escribi profticamente en 1965 Philip Geyelin, uno de los mejores analistas de la poltica exterior de Washington, previendo la inminente colisin entre el nuevo presidente y el mundo, la cuestin es que Lyndon Johnson nunca se interes realmente [por el resto del mundo] excepto como una necesidad prctica a la que haba que hacer frente.9 Johnson no saba nada de la fuerza sutil de aquel pas pequeo pero orgulloso, que para l era un pas de tercer orden, ni cmo haba conseguido rechazar a la poderosa China en el pasado y derrotar a la poderosa Francia recientemente. Sin embargo, en Vietnam la historia era destino. Los hombres y mujeres que combatan contra el ejrcito estadounidense eran los mismos que haban expulsado a los franceses, los hroes de una revolucin que Estados Unidos prefera no ver como tal; del mismo modo, la mayora de los altos mandos del ejrcito survietnamita que luchaba en el bando pro-occidental tambin haban combatido junto a los franceses durante la guerra revolucionaria. Los dirigentes comunistas eran hbiles, valerosos y tenan su propia tctica poltico-militar, muy similar a la de Mao y sus compatriotas, y la tenan muy bien aprendida. Nadie que hubiera tenido que combatir contra ellos habra subestimado su capacidad o su paciencia, y slo los poderosos dirigentes de Washington, sin experiencia en aquel nuevo tipo de guerra, se podan burlar de ellos por su falta de organizacin militar tradicional. En los primeros juegos de guerra que los mandos estadounidenses jugaron en Washington en los que un bando simulaba ser el Viet Cong y el otro el ejrcito estadounidense siempre resultaba que el primero tena ms posibilidades que el segundo y poda prolongar el combate sin pagar un precio exorbitante por ello. Con el tiempo abandonaron aquellos juegos que siempre terminaban tan mal. En 1964, cuando Johnson se aproximaba a la decisin final sobre la guerra, se manifestaron tres factores que le empujaban a comportarse como un halcn: el primero era su propio carcter, su propia imagen de s mismo, la necesidad de mantener el tipo y no retroceder cuando lo retaban, personalizando todas las confrontaciones y entendindolas como una prueba de virilidad. Cuando lleg a la presidencia le dijo a Pierre Salinger, secretario de prensa de la Casa Blanca desde 1961, que su tarea consista en presentarlo como un gran tejano alto y fuerte en la silla de montar. A McGeorge Bundy le dijo, sobre un lder rebelde de la Repblica Dominicana: Dgale a ese hijo de puta que, a diferencia de los jvenes presidentes que me precedieron, yo no tengo ningn miedo a utilizar lo que llevo a la cadera. El segundo factor era el racismo innato y casi inconsciente de la poblacin estadounidense, que ya haba llevado a tantos oficiales y jefes a creer, al principio de la guerra de Corea, que como los asiticos eran ms bajitos y sus pases menos importantes y con menos logros industriales y tecnolgicos, tambin eran militarmente inferiores y no podran hacer frente a la tecnologa y las tropas estadounidenses. Errores de clculo de ese tipo haban tenido consecuencias trgicas en Corea al principio de la guerra, cuando los mandos estadounidenses haban subestimado la capacidad de combate del ejrcito norcoreano, e incluso ms tarde, cuando MacArthur se equivoc de medio a medio con respecto a las intenciones de los gobernantes chinos y la combatividad de su ejrcito. Cuando Johnson mencionaba a Vietnam en las reuniones del Consejo de Seguridad Nacional, lo haca como un pequeo y andrajoso pas de tercera categora.10 En cierta ocasin utiliz, al igual que Almond, la palabra lavanderas para describir a los combatientes vietnamitas. Algunas veces, cuando se acercaba a la decisin final sobre el envo de tropas de combate a Vietnam, el racismo de Johnson se hizo patente al comparar a los vietnamitas con los mexicanos, un pueblo inferior al que haba que mostrar cierta fuerza para que recibiera el mensaje y mostrara el debido respeto. Deca que los vietnamitas no iban a poder con l porque saba cmo eran y en Texas haba tenido que tratar con mexicanos, gente muy parecida. Los mexicanos se portaban bien si les haca saber quin era el que mandaba, pero si no se les vigila se meten en tu patio y se apoderarn de l si les dejas. Y al da siguiente esos tipos de menos de sesenta kilos estarn all, descalzos, sentados en tu porche, y se apoderarn de l tambin; pero si les dices desde el principio: "Eh, t, espera un minuto!", sabrn que estn tratando con alguien que va a hacerles frente ya partir de ah todo ir mejor. Finalmente, y quiz sea esto lo ms importante, estaba la poltica de partido, porque siempre fue un hombre de partido. Eso era lo que ms le importaba, pero ahora adopt una solucin equivocada que lo anclaba en el pasado en lugar de impulsarlo hacia el futuro como habra sido de no llevar a Estados Unidos a la guerra. Tras haber vencido de forma impresionante a un candidato de lnea aparentemente mucho ms dura, Barry Goldwater (en parte porque haba dicho que no iba a enviar a los jvenes estadounidenses a hacer lo que los asiticos deban hacer por s mismos), Johnson entendi su propia victoria. Su apreciacin de la guerra y del precio que tendra que pagar por la eventual cada de Saign lo retrotrajeron a la cada de China y a la feroz contienda poltica que haba desencadenado en el pas. Johnson era muy consciente de la amenaza que penda sobre l porque la confrontacin entre demcratas y republicanos haba sido especialmente intensa en los dos lugares que conoca mejor: Washington, donde haba visto hundirse a los senadores que se oponan a Joe McCarthy, y Texas, donde el macartismo local haba sido muy virulento y muy bien financiado por los intereses petrolferos. Fue en Texas donde Johnson, al pasar de ser un congresista liberal del New Deal a senador, se fue acercando polticamente de forma gradual a algunos de los poderosos magnates del petrleo y dirigentes de la derecha que haban respaldado a McCarthy. La prdida de China influy considerablemente sobre su decisin primordial con respecto a Vietnam. Hablaba de ello continuamente con sus ms ntimos, refirindose con frecuencia al dao que le haba hecho la cuestin china al partido demcrata a principios de la dcada de 1950 y presagiando un resurgimiento del macartismo si Vietnam tambin caa en manos de los comunistas. Truman y Acheson haban perdido China repeta como un mantra, y con ella perdieron el Congreso, porque el partido republicano haba encontrado por fin un bandern de enganche. Cuando se quedaba a solas con ayudantes y amigos como Bill Moyers y George Reedy se explayaba confindoles su temor a perder lo que ms apreciaba, el proyecto de Gran Sociedad que deba ser su mayor logro como presidente, y a perderlo por haber sido dbil con respecto a Vietnam. Les comentaba que haba visto muy de cerca aquella tragedia, cuando Truman y Acheson fueron acusados de contemporizar con los comunistas. Se poda creer? A Moyers y otros ayudantes les deca: Vosotros, chicos, sois demasiado jvenes para entender las relaciones del Congreso con Asia. No aprobarn la Gran Sociedad ni los Derechos Civiles si Ho se pasea por las calles de Saign. El Congreso, afirmaba, no se interesaba por ese tipo de legislacin. Me lo recordarn una y otra vez y querrn que pague por ello. Vietnam, Vietnam, Vietnam. Me culparn a m de todo. Moyers pensaba que estaba mucho ms atrapado que Kennedy en el pasado reciente. No vea los cambios acontecidos en el pas, tal como los haba visto Kennedy en las ltimas semanas de su vida, lo que le hizo valorar que la paz poda convertirse en una cuestin prioritaria. Y no es que Johnson pensara que el pueblo estadounidense quera la guerra, pero no saba cmo sortear el juego de intereses en Washington aunque se considerara hbil en aquel juego. No vea que el apaciguamiento de las tensiones y la Guerra Fra pudiera suponer en aquel momento una ventaja poltica, ni el cambio que estaba experimentando el pas a medida que surga una nueva generacin, menos prisionera de las percepciones de la Guerra Fra. Lo que no vea y no poda ver, en gran medida porque en definitiva tambin en l prevaleca cierto matonismo, era que en vsperas de la escalada de la guerra contra el Frente de Liberacin Nacional y el ejrcito de Vietnam del Norte en 1965, Estados Unidos poda exhibir una gran fuerza poltica y militar, en cierta forma evidente, mientras que sus debilidades para afrontar una guerra como aqulla permanecan ocultas. Se trataba de debilidades bsicas: su incapacidad para abordar adecuadamente una guerra distante que era ms poltica que militar, su impaciencia innata y la incapacidad de sus tropas para representar a Vietnam eran mucho mayores de lo que perciba ninguno de sus dirigentes. En cambio, las debilidades vietnamitas estaban a la vista y adems de patentes eran lacerantes su falta de material militar moderno, pero bajo la superficie posean una fuerza formidable, mucho mayor para aquel tipo de guerra que la de Estados Unidos, porque en definitiva se trataba de su propio pas. El sargento Paul McGee se licenci en junio de 1952, poco ms de un ao despus de repeler el asalto chino contra la cota McGee al sur de Chipyongni. Habra preferido permanecer en el ejrcito porque le gustaba y crea ser un buen soldado, incluso excelente, pero se vio obligado a abandonarlo para ayudar a su familia en Carolina del Norte. Su padre haba abierto un pequeo taller de reparaciones para las piezas de las mquinas utilizadas en las algodoneras, pero luego su salud empeor y necesitaban a Paul en casa. Mientras combata en Corea nunca dud de que estaba haciendo lo correcto. Se haba presentado voluntario y ni siquiera durante los peores momentos de la batalla de Chipyongni dud de las decisiones que lo haban llevado all. Durante medio siglo no cambi de opinin. Pensaba que no haba sido una guerra popular y que la mayor parte de la poblacin del pas pareca haberse olvidado de ella haca mucho tiempo, pero a l y a algunos de sus amigos que tambin haban combatido all s les importaba y pensaba que haban hecho lo correcto y que haban valido la pena todas las penalidades y la prdida de vidas humanas. A su juicio, el hecho de que los comunistas no hubieran intentado de nuevo algo como lo de Corea mostraba que Estados Unidos haba estado acertado al enviarlos a combatir all. Cuando regres a Belmont echaba de menos el ejrcito y de vez en cuando tambin ste pareca, despus de la guerra de Corea, echarlo de menos; a veces le llegaban reclutadores a ver cmo le iba y a preguntarle si no haba pensado reincorporarse al ejrcito. Cuando se cre el campo de entrenamiento de las Fuerzas Especiales en el vecino Fort Bragg alguien vio su expediente y le pareci que sera un Boina Verde ideal, por lo que haban ejercido bastante presin sobre l, pero sus obligaciones familiares superaban sus deseos y su valoracin personal de que aqul era el tipo idneo de trabajo para l. Pensaba que de haberse reincorporado podra haber participado en una tercera guerra, la de Vietnam, y se preguntaba si tambin habra vuelto de all. No conoca a nadie entre los que haban estado en Corea cuya opinin sobre aquella guerra fuera diferente. De vez en cuando se senta lleno de tristeza al pensar en los camaradas que haba conocido all y que no haban vuelto. El sargento Bill Kluttz, su amigo en aquella batalla, con el que mantuvo una estrecha relacin hasta el final, haba muerto recientemente. McGee ya no sola ir a las reuniones de veteranos porque todos estaban envejeciendo y cada vez eran menos los que podan asistir, y le entristeca aparecer por all y ver qu pocos quedaban. Segua todava en contacto con Cletis Inmon, su enlace en la cota McGee, y hablaban por telfono una vez al mes. En aquellas llamadas telefnicas podan comunicarse sin decir prcticamente nada saba lo que Inmon pensaba aunque no lo expresara con palabras; ambos haban estado all, haban compartido el peligro y aquello los haba apartado de casi todo el mundo durante el resto de su vida. No necesitaban palabras para sentirse unidos; sus hechos eran el vnculo necesario. En conjunto, pensaba, estaba satisfecho de haber ido a Corea y de haber combatido all. Era algo que haba que hacer, ni ms ni menos, y le pareca que en aquel momento no quedaba otra opcin. Nota del autor
En cierta forma, las races de ese libro se remontan a una serie de largas conversaciones que mantuve en 1963 con el teniente coronel Fred Ladd. Era el principal asesor estadounidense de la Novena Divisin survietnamita, con base en Bac Lieu, en medio del delta del Mekong, y era uno de mis oficiales favoritos. Seguimos siendo amigos hasta su prematura muerte en 1987 con sesenta y siete aos. Era hijo de un general, licenciado en West Point, un hombre valeroso, reflexivo y honorable. En una ocasin, cuando su colega vietnamita, el jefe de la divisin, present un informe muy optimista de lo bien que lo estaba haciendo sta a un grupo de altos mandos estadounidenses, Ladd hizo un aparte con el general Paul Harkins, comandante en jefe de las fuerzas estadounidenses en Vietnam, para decirle que las cosas no iban en realidad tan bien. Por aquella muestra de honestidad recibi una dura reprimenda de Harkins, quien le reproch poner en duda la palabra de un buen oficial vietnamita. En cierto modo la guerra de Vietnam bloque la carrera de Fred, ya que nunca pudo aceptar la idea de que deba presentar informes optimistas sobre una guerra que se estaba perdiendo. Vietnam era, evidentemente, el tema obsesivo de nuestras conversaciones, pero a medida que nos fuimos conociendo ms aparecan otros temas que atraan mi inters, como la guerra de Corea en la que tambin haba participado. Slo haban pasado trece aos desde la irrupcin del ejrcito chino en aquella guerra y Fred me hablaba con frecuencia de su transformacin trgica, cuando la crean prcticamente acabada, convirtindose de repente en un conflicto armado infinitamente ms amplio y ms violento cuando el ejrcito chino cruz el Yalu y sorprendi desprevenidas a las tropas estadounidenses. En aquella poca era asistente del general Almond, que ocupa un lugar tan destacado en este libro, y hablaba de l con gran discrecin, sospecho que tratando de llegar a un compromiso entre su lealtad personal y sus reservas profesionales. Lo que ms recuerdo de nuestras conversaciones era el terrible sufrimiento de los soldados, algunos de los cuales eran slo un ao o dos mayores que yo (yo tena diecisis cuando comenz la guerra de Corea), atrapados en aquel glido fro bajo el masivo ataque chino, seguramente la mayor emboscada de la historia militar estadounidense. Durante aquellas conversaciones con Fred en Bac Lieu y en mi casa de Saign, repasamos una y otra vez aquellos das. Lo que yo no perciba en aquella poca fue que l era el profesor y yo el alumno y que no me instrua slo sobre la guerra de Vietnam sino tambin sobre la de Corea. Las imgenes que Fred me transmiti de aquel momento, cuando irrumpi el ejrcito chino, se grabaron en mi memoria. Cuando regres de Vietnam y tuve que reflexionar sobre lo que haba sucedido all y por qu, y luego escrib The Best and the Brightest [Los mejores y ms brillantes], me seguan acosando las imgenes que mi mente haba creado de aquellas semanas de noviembre y diciembre de 1950 y estaba decidido a escribir sobre aquello algn da. Ahora, cuarenta y cuatro aos despus de que oyera por primera vez el relato de Fred Ladd, aqu est el libro. Un libro como ste no se escribe de una forma lineal, ordenada. El autor comienza con la certeza de que el tema es importante, pero el libro tiene su vida propia, te arrastra por su propia trayectoria y vas aprendiendo a lo largo de sta. Al final no se limit a la crnica de la irrupcin china en la guerra y de lo que sucedi durante aquellas semanas decisivas. Por el camino haba mucha historia poltica que aprender y que constitua el trasfondo de la actuacin de ambos bandos; tambin haba que estudiar otras batallas: otros me contaron los brutales combates durante los primeros das en el permetro de Pusan y tuve que profundizar en ellos; luego un da alguien mencion la batalla de Chipyongni, en la que los mandos estadounidenses aprendieron cmo combatir contra el ejrcito chino. Cuando comenc a escribir The Best and the Brightest en 1969 me fue mucho ms fcil. Vietnam haba constituido una parte central y dominante de mi vida durante siete aos y conoca en buena medida el mapa general, los protagonistas y lo ms esencial de la cronologa del conflicto, pero no suceda lo mismo con respecto a Corea y por eso tuve que pasar gran parte de los dos primeros aos no slo leyendo la bibliografa existente y entrevistando a diversos participantes sino hacindome una idea genrica de lo que haba sucedido. Tena muy buenos profesores, la mayora de ellos supervivientes de la infantera de combate. Les estoy muy agradecido por la amabilidad y cortesa que me brindaron ellos y sus familias en los hogares que visit. A quienes visit y entrevist pero cuyas historias no se incorporaron al libro, les ofrezco mis excusas y tambin mi agradecimiento, porque todas las entrevistas contribuyeron a configurar mi apreciacin de aquella guerra. Muchos de los mandos que conoc en las asociaciones de veteranos de Corea, especialmente los de la Segunda Divisin de Infantera, me ofrecieron una ayuda excepcional en la localizacin de otros participantes en las batallas que me interesaban especialmente o que crea que deba conocer a fondo. Una de las grandes satisfacciones que me ofrece mi tarea proviene de la repetida sensacin de sorpresa durante las entrevistas, cuando te da ms de lo que esperabas y aporta nuevos detalles y matices que enriquecen el relato. Es algo que aprecio particularmente en mi carrera periodstica durante cincuenta y dos aos: el respeto por la nobleza de la gente corriente. Bastar una historia al respecto: cuando trabajaba en el libro mucha gente me sugiri que entrevistara a un soldado llamado Paul McGee que vivan en los alrededores de Charlotte, en Carolina del Norte. La primera llamada telefnica no fue un gran xito. No pareca muy entusiasmado en verme, pero fijamos una fecha para reunirnos, un sbado, que iba a ser mi primer da de descanso despus de una semana particularmente dura en la carretera: cinco entrevistas en cinco ciudades distintas de Carolina del Norte. Durante la maana de aquel sbado nev abundantemente en Charlotte; era un da autnticamente horrible. Estaba en un motel del aeropuerto desde el que deba salir a las tres de la tarde mi avin de regreso a Nueva York. Sent la tentacin de renunciar a la entrevista con McGee y tomar un vuelo anterior, pero lo pens de nuevo: Por qu no ir a verlo? Haba hecho todo el camino y era aquello por lo que me pagaban. As que sal, llegu a su casa y durante cuatro horas hablamos y hablamos de lo que haba sucedido durante aquellos tres das en Chipyongni cuando l era un joven jefe de seccin. Era como si hubiera estado esperando mi llegada durante cincuenta y cinco aos y recordaba todo como si hubiera sido ayer. Era modesto, reflexivo y tena un recuerdo muy preciso de cada detalle. Me fue contando pormenorizadamente cmo su seccin haba aguantado tanto tiempo el asalto de las tropas chinas, junto con los nombres y nmeros de telfono de los pocos que haban sobrevivido y que podan confirmar todos los detalles. Para m fue una maana muy excitante, nada menos que un recordatorio de por qu haca lo que haca. Agradecimientos
Debido a la naturaleza de este libro, que se ocupa de hechos sucedidos hace ms de cincuenta aos, mis entrevistas fueron distintas en esta ocasin a las de la mayora de mis libros: menos entrevistas globales, pero mucho ms tiempo dedicado a discernir las batallas ms relevantes, antes de buscar a los veteranos supervivientes. Eso significa que pas ms tiempo tratando de decidir a qu veteranos entrevistar, para luego hablar con ellos repetidamente cuando hallaba los que consideraba idneos. sta es la lista de entrevistados (no indico su grado militar porque en la mayora de los casos fue cambiando): George Allen, Jack Baird, Lucius Battle, Lee Beahler, Bin Yu, Martin Blumenson, Ben Boyd, Alan Brinkley, Josiah Bunting III, John Carley, Herschel Chapman, Chenjian, Joe Christopher, Joe Clemons, J. D. Coleman, John Cook, Bruce Cumings, Bob Curtis, Rusty Davidson, James Ditton, Erwin Ehler, John S. D. Eisenhower, George Elsey, Hank Emerson, Larry Farnum, Maurice Fenderson, Leonard Ferrell, Al Fern, Thomas Fergusson, Bill Fiedler, Richard Fockler, Barbara Thompson Foltz, Dorothy Bartholdi Frank, Lynn Freeman, Joe Fromm, Les Gelb, Alex Gibney, Frank Gibney, Andy Goodpaster, Joe Goulden, Steve Gray, Lu Gregg, Dick Gruenther, David Hackworth, Alexander Haig, Dr. Robert Hall, Ken Hamburger, Butch Hammel, John Hart, Jesse Haskins, Charles Hayward, Charley Heath, Virginia Heath, Ken Hechler, Wilson Heefner, Jim Hinton, Carolyn Hockley, Ralph Hockley, Cletis Inmon, Raymond Jennings, George Johnson, Alan Jones, Arthur Junot, Robert Kies, Walter Killilae, Bob Kingston, Bill Latham, Jim Lawrence, John Lewis, James Lilley, Malcolm Mac Donald, Sam Mace, Charley Main, Al Makkay, Joe Marez, Brad Martin, John Martin, Filmore McAbee, Bill McCaffrey, David McCullough, Terry McDaniel, Paul McGee, Glenn McGuyer, Anne Sewell Freeman McLeod, Roy McLeod, Tom Mellen, Herbert Miller, Alian Millett, Jack Murphy, Bob Myers, Bob Nehrling, Clemmons Nelson, Paul O'Dowd, Phil Peterson, Gino Piazza, Sherman Pratt, Hewlett Rainier, Dick Raybould, Andrew Reyna, Berry Rhoden, Bill Richardson, Bruce Ritter, Arden Rowley, Ed Rowny, George Russell, Walter Russell, Perry Sager, Arthur Schlesinger Jr., Bob Shaffer, Edwin Simmons, Jack Singlaub, Bill Steinberg, Joe Stryker, Carleton Swift, Gene Takahashi, Billie Tinkle, Bill Train, Layton (Joe) Tyner, Lester Urban, Sam Walker, Kathryn Weathersby, Bill West, Vaughn West, Allen Whiting, Laron Wilson, Frank Wisner Jr., Harris Wofford, Hawk Wood, John Yates y Alarich Zacherle. Adems utilic varias entrevistas realizadas para libros anteriores que guardaban una relacin directa con ste, incluidas las largas conversaciones antes mencionadas con Fred Ladd y diversos dilogos y discusiones con mi buen amigo y predecesor en Vietnam Homer Bigart, legendario periodista del Herald Tribune y el New York Times, as como con Walton Butterworth, Averell Harriman, Townsend Hoopes, Murray Kempton (otro buen amigo), Bill Moyers, George Reedy, James Reston (mi primer patrocinador en el New York Times), Arthur Schlesinger Jr., John Carter Vincent y Theodore White, otro buen amigo. Tras publicar The Best and the Brightest trab amistad con el general Matthew Ridgway, a quien le gust mucho el libro (en parte sin duda porque era uno de sus escasos hroes) y a partir de entonces permanecimos en contacto. Pocos aos antes de su muerte, creo que en 1988, mantuvimos una serie de conversaciones telefnicas y durante una de ellas me habl de su intencin de escribir otro libro sobre la guerra de Corea. No estaba satisfecho del todo con el anterior, quiz instigado por Dean Acheson, quien le haba insinuado amistosamente en una carta que haba tratado con demasiada indulgencia el comportamiento de MacArthur durante aquellos das. Creo que tambin estaba molesto por la crtica posterior de ste hacia su forma de dirigir la guerra. En aquel momento su voz se tens y endureci un tanto y comenz a especular sobre las razones que podan haber llevado a MacArthur a avanzar tanto hacia el norte y a dividir el mando, probablemente para reducir la influencia y autonoma de la Junta de Jefes de Estado Mayor y del general Walker y para obligar a ste a competir con Almond, que era su hombre en Corea. A su juicio MacArthur pretenda esencialmente eludir el control de la Junta de Jefes de Estado Mayor, ya que a medida que sus fuerzas se desplazaban hacia el norte recuperaba para Tokio el mando de la operacin arrebatndoselo a Washington y a los mandos sobre el terreno. Tambin se mostr muy crtico yo dira que incluso amargo sobre la incomprensin del alto mando en Tokio hacia lo que suceda en realidad en Corea y lo que estaba haciendo sufrir a los soldados estadounidenses. Mientras hablaba tom algunas notas a vuelapluma y ms tarde las repas. En aquella conversacin insinu que quiz escribira otro libro y que contaba con mi colaboracin, pero cuando al cabo de unas semanas volv a llamarle para saber si mantena el proyecto me dijo que lo haba abandonado, que ya tena ms de noventa aos (haba nacido en 1895) y supona ms trabajo del que poda llevar a cabo; en cualquier caso, parte de aquella conversacin queda reflejada en este libro.
Estoy en deuda con mucha gente por la ayuda que me prest en su elaboracin, empezando por los miembros de la Segunda Divisin de Infantera y especialmente los oficiales de su Asociacin de Veteranos de la Guerra de Corea, en particular Chuck Hayward, Charley Heath y Ralph Hockley. En cuanto a la Primera Divisin de Caballera Joe Christopher me prest una inestimable ayuda en la localizacin de supervivientes de la batalla de Unsan. Edwin Simmons dej lo que estaba haciendo para ponerme en contacto con el general James F. Lawrence, entonces comandante al mando de un batalln del 7. Regimiento de la Primera Divisin de Marines, quien me dio muchos detalles sobre su superior O. P. Smith. Quiero expresar tambin mi gratitud por su ayuda a Tom Engelhart, encargado de la revisin y edicin del libro, un proceso nada fcil dada su complejidad; a Ben Skinner, un joven escritor de talento que investig para m la decisin estadounidense de cruzar el paralelo 38 y dirigirse hacia el norte; a mi vecina Linda Drogin, que trabaj voluntariamente en este libro como lo haba hecho en otros anteriores, facilitndome ciertas comprobaciones esenciales; a mi amigo Joe Goulden, autor de The Untold Story of the Korean War, uno de los estudios ms lcidos sobre el tema, quien me apoy y alent permanentemente. Debo mencionar tambin a los miembros del Proyecto Internacional de Historia de la Guerra de Corea del Centro Woodrow Wilson de Washington en particular a Kathryn Weathersby, fuente inestimable de informacin sobre cuestiones que durante mucho tiempo han estado vedadas a los occidentales. Recurr a diversas bibliotecas en las que siempre me recibieron y trataron con extraordinaria amabilidad: en el Instituto de Historia Militar del Ejrcito de Tierra en Carlisle, Pennsylvania, el Dr. Richard Sommers, jefe de los servicios a usuarios, as como Michael Monahan, Richard Baker, Randy Hackenburg y Pamela Cheney; en la de los Marines, cuyo verdadero nombre es el de Divisin de Historia del Cuerpo de Infantera de Marina, el Dr. Fred Allison, Danny Crawford y Richard Camp; en los Archivos Douglas MacArthur en Norfolk, Virginia, James Zobel; en la Biblioteca Harry Truman, su director Michael Devine, Liz Safly, Amy Williams y Randy Sowell; en la Biblioteca Lyndon Johnson, Betty Sue Flowers; en la Biblioteca Franklin Roosevelt, Alycia Vivona, su archivero mayor Robert Clark, Karen Anson, Matt Hanson, Virginia Lewick y Mark Renovitch; y en la Biblioteca Pblica de Nueva York, Wayne Furman, David Smith y mi amigo Jean Strouse. En el Consejo de Relaciones Exteriores Lee Gusts se mostr generoso y servicial, y tambin lo fue, como siempre, todo el personal de la Society Library de Nueva York, que ha sabido crear un oasis para los escritores de la ciudad. En Hyperion Bob Miller y Will Schwalbe me expresaron desde el principio su fe en este libro y en su utilidad y nunca me negaron su comprensin, pese a que, como suele suceder, tard en finalizarlo ms de lo previsto. Otros miembros de Hyperion cuyo apoyo agradezco son Ellen Archer, Jane Comins, Claire McKean, FritzMetsch, Emily Gould, Brendan Duffy, Beth Gebhard, Katie Wainwright, Charlie Davidson, Vincent Stanley, Rick Willett, Chisomo Kalinga, Sarah Rucker, Maha Khalil y Jill Sansone, en HarperCollins mi vieja amiga durante ms de treinta aos Jane Becker Friedman e igualmente mis agentes y abogados Marty Garbus y Bob Solomon; Carolyn Parquet transcribi una vez ms la mayora de las entrevistas y Charles Roos me salv con su experiencia de una crisis tras otra cuando el texto ya escrito pareca haber desaparecido de mi ordenador. Quien decide escribir un libro como ste sabe que no es el primero que emprende la tarea y es evidentemente consciente de su deuda hacia quienes le precedieron, ms an cuando se trata de acontecimientos que tuvieron lugar hace ms de cincuenta aos. En este caso hay que destacar entre los libros mencionados en la bibliografa algunos autnticamente esenciales, en particular el enciclopdico The Forgotten War de Clay Blair, manual de consulta imprescindible para cualquiera que se ocupe de la guerra de Corea; American Caesar de William Manchester; los libros de Roy Appleman; The Riverand the Gauntlet de S. L. A. Marshall; Korea de Joe Goulden; The Korean War de Max Hastings; y Breakout de Martin Russ. El libro Uncertain Partners de Serguei N. Goncharov, John W. Lewis y Litai Xue sobre las relaciones entre Stalin, Mao y Kim fue pionero en el tema y su huella en este mo se ahond an ms tras una larga conversacin con el profesor Lewis. Mi amigo Leslie Gelb, presidente emrito del Consejo de Relaciones Exteriores, me asesor sabia y amablemente. Mis amigos el teniente general Hal Moore (que estaba al mando de una compaa en Corea) y Joe Galloway, que escribieron juntos el mejor libro, a mi juicio, sobre la guerra de Vietnam, We Were Soldiers Once... and Young, no slo me apoyaron incansablemente sino que me dieron valiosas orientaciones. Tambin mi amigo Scott Moyers, extraordinariamente solcito hacia mi trabajo durante ms de una dcada, me atendi y ayud cuando me debata con el manuscrito. Quiero expresar mi inmensa admiracin por el renombrado fotgrafo David Douglas Duncan, que consigui salir con vida del embalse de Chosin con la Primera Divisin de Marines, que lo reverencia aunque slo sea por eso. Con sus notables fotografas nos recuerda lo que aquellos soldados pasaron aquellos das y me enorgullece que aceptara el uso de una de ellas para la portada de este libro, que es como una medalla honorfica.
Posfacio de Russell Baker
David Halberstam haba dado los toques finales a La guerra olvidada en la primavera de 2007, cinco das antes de su muerte en un accidente de automvil en California. Haba concluido sustancialmente el libro meses antes, pero para terminar un libro hay que ponerle fin, luego viene un poco ms de acabado y por ltimo la conclusin final, y tras meses de revisiones, comprobaciones y nuevas comprobaciones, cortes, inserciones y reescritura de innumerables pginas del manuscrito y de las pruebas de imprenta, un mircoles de abril apareci en la oficina de su editor y le entreg sus correcciones finales. Aqul era el libro tal como quera que fuera y estaba satisfecho con l. Ese es el libro que ahora tiene usted en sus manos. Haba trabajado en l durante diez aos su primera propuesta formal para lo que llambamos el libro sobre Corea se produjo en 1997, pero la idea proceda de una conversacin en Vietnam en 1963 con un militar estadounidense que tambin haba combatido en Corea. En cierto sentido La guerra olvidada es un complemento de The Best and the Brightest, en el que se ocupaba del fracaso estadounidense en Vietnam. La guerra de Corea haba terminado en un empate mientras l estudiaba todava en la Universidad de Harvard. Tena menos de treinta aos cuando comenz a cubrir la guerra de Vietnam para New York Times, y en aquella poca la guerra de Corea significaba tan poco para l como para la mayora de los estadounidenses, excepto los soldados que haban combatido en ella. Estados Unidos no suele celebrar ni recordar durante mucho tiempo sus empates. A Halberstam le pareca que ese olvido ocultaba un importante punto de inflexin en la historia poltica estadounidense despus de la segunda guerra mundial. Cmo haba pasado del empate en Corea al desastre en Vietnam? Trat de entender y recrear aquella poca de extraordinaria amargura poltica que los estadounidenses haban apartado de su memoria. Finalmente, aquel mircoles de abril concluy su monumental tarea y el lunes siguiente, como no era dado a relajarse aun despus de completar un gran trabajo, estaba en California para precisar algunos detalles de su prximo libro, el vigsimo segundo de su carrera quincuagenaria, que iba a tratar del ftbol profesional. El primero, publicado en 1961, fue The Noblest Roman, sobre la corrupcin en las pequeas ciudades del sur profundo. Slo escribi otra novela, One very hot Day, ambientada en Vietnam, pero su proclividad a cierta indignacin moral no se adecuaba bien a la ficcin. Durante su estancia como reportero en Vietnam haba descubierto que la incoherencia absoluta, abrumadora y escandalosa del mundo real lo haca ms fascinante que cualquier otro mundo que el mejor autor de ficcin pudiera imaginar. Pas el resto de su vida tratando de ser el mejor periodista posible. Halberstam consideraba el periodismo como una vocacin noble, a veces incluso sublime, y despreciaba mordazmente a quienes lo menospreciaban y ms an a quienes lo traicionaban. Uno de sus primeros libros, The making of a Quaguire, sobre la guerra de Vietnam, introdujo de nuevo en el uso corriente una antigua palabra, al tiempo que presentaba al pas la posibilidad hasta entonces impensable de una derrota en Vietnam. Con The Best and the Brighest, su sexto libro, regres al tema de Vietnam y se alz a un puesto muy destacado en lo que se empezaba a denominar el nuevo periodismo, que haca uso de tcnicas de la literatura de ficcin para interesar a los lectores en asuntos complejos que muchos habran encontrado si no inadmisiblemente tediosos. Se trataba as de crear la sensacin que produce la lectura de un relato ameno, permaneciendo fiel a los hechos pero sin cargar la historia con explicaciones reiteradas sobre sus fuentes. The Best and the Brighest ilustr magistralmente esa tcnica y aunque los tradicionalistas echaban humo por la heterodoxia del procedimiento, actualmente se considera un clsico esencial de la literatura sobre la guerra de Vietnam. A aquel libro le siguieron muchos; ms trascendentes como The Powers that Be, The Reckoning, The Fifties, War in a time of peace, y ms intranscendentes, por ejemplo sobre el mundo de los deportes como The Amateurs, Summer of'49, Playingfor Keeps o The Teammates; libros cortos y largos, escritos con simplicidad porque era as como pensaba que deban escribirse: The Children, por ejemplo, hablaba de un grupo de jvenes negros del sur que lideraron la lucha por los derechos civiles durante la dcada de 1960; Firehorse era un tributo a los trece que el 11 de septiembre de 2001 salieron del parque de su barrio para dirigirse al World Trade Center, de los que doce no regresaron. El libro que quera escribir sobre ftbol despus de La guerra olvidada y que lo haba llevado a California, exiga muchas entrevistas. Para l era lo acostumbrado; las entrevistas constituan la base de su trabajo. En sus libros se oa la voz de mucha gente, y conseguir el sonido adecuado requera innumerables entrevistas y una escucha paciente. La guerra olvidada, por ejemplo, se inicia con el alborozo de los soldados estadounidenses llegados a Pyongyang que comentan satisfechos su aparente triunfo sobre el ejrcito norcoreano, mientras varios cientos de miles de soldados chinos cerraban silenciosamente la trampa que los iba a aniquilar. Teammates comienza con las objeciones de Emily, la mujer de Dominic DiMaggio, al plan de su marido de visitar a un compaero agonizante, Ted Williams: Lo que no quiero es que conduzcas solo hasta Florida, dice la tercera frase del libro. En la primera pgina de Ho, su estudio caracterolgico de Ho Chi Minh, un oficial del ejrcito francs comenta en un bar vietnamita la derrota de Dien Bien Phu: Lo dimos todo por nada... Envi a mis hombres a morir por nada. Halberstam dijo en una ocasin que tras licenciarse en Harvard pretenda deliberadamente trabajar en peridicos de pequeas ciudades del sur para aprender a hablar a la gente corriente, una habilidad que no se apreciaba mucho en la Liga Ivy pero que juzgaba indispensable para triunfar en el periodismo. Hacer que la gente hablara era decisivo para su forma particular de escribir la historia, porque crea en el individuo como agente histrico. Es dudoso que se interesara nunca por la concepcin tolstoiana del hombre a merced de las mareas de la historia, ya que entonces no se habra hecho periodista y Halberstam lo era en cuerpo y alma. Necesitaba entender las relaciones entre individuo y acontecimiento. Trataba insistentemente de entender por qu un pas con aspiraciones tan elevadas, dirigido por gente excelente, acababa a menudo hundido en un cenagal u otro. Su trabajo supona un agente humano vital tras los acontecimientos histricos. Su fe en la importancia de tales fuerzas humanas le llev de forma natural a estudiar a la gente, y en sus libros aparece una variedad asombrosa: gente poderosa como los Kennedy, Douglas MacArthur, Ho Chi Minh, Lyndon Johnson; grandes atletas como Michael Jordn y Ted William; importantes dirigentes polticos como Robert McNamara, Bent Scowcroft o Madeleine Albright; pero tambin un joven con un solo remo pretendiendo formar un equipo olmpico del que casi nadie se preocupa, o un puado de muchachos negros que arriesgan su vida por el derecho a votar y toman un helado con chocolate mientras hacen una sentada, o los trece bomberos que se dirigen al World Trade Center el 11-S y de los que slo sobrevive uno. Para darles vida en sus libros tena que or a la gente hablar, y por eso haca una entrevista tras otra. Para su vigsimo segundo libro, sobre el ftbol profesional, estaba a punto de entrevistar a un jugador muy famoso llamado Y. A. Titile. El accidente en el que muri se produjo cuando se diriga a entrevistarlo.
Notas
Para ms detalles sobre las fuentes mencionadas en estas notas vase la Bibliografa.
INTRODUCCIN
1. Hastings, Max, The Korean War, p. 329. 2. Goulden, Joseph, Korea, p. 3. 3. Ibid., p. XV. 4. Paige, Glenn, The Korean Decisin, p. 243. 5. Entrevista del autor con George Russell. 6. Hastings, Max, The Korean War, p. 329.
CAPTULO I
1. Entrevista del autor con Phil Peterson. 2. Entrevista del autor con Bill Richardson. 3. Entrevista del autor con Ben Boyd. 4. Breuer, William, Shadow Warriors, p. 106. 5. Entrevistas del autor con Barbara Thompson Foltz y John S. D. Eisenhower. 6. Paik, Sun Yup, From Pusan to Panmunjom, p. 85. 7. Ibid., pp. 87-88. 8. Spurr, Russell, Enter the Dragn, p. 161. 9. Entrevista del autor con Ralph Hockley. 10. Entrevista del autor con Pappy Miller. 11. Entrevista del autor con Lester Urban. 12. Blair, Clay, The Forgotten War, p. 381; Harold Johnson, historia oral, U. S. Army War College Library. 13. Entrevista del autor con Hewlett Rainer. 14. Entrevista del autor con Bill Richardson. 15. Entrevista del autor con Fillmore McAbee. 16. Entrevista del autor con William West. 17. Ibid. 18. Appleman, Roy, South to the Naktong, North to the Yalu, p. 690. 19. Ibid., p. 691. 20. Entrevista del autor con Ben Boyd. 21. Entrevista del autor con Bill Richardson. 22. Entrevista del autor con Robert Kies. 23. Entrevista del autor con Bill Richardson. 24. Entrevista del autor con Phil Peterson. 25. Entrevista del autor con Ray Davis. 26. Entrevista del autor con Bill Richardson. 27. Entrevista del autor con Robert Kies. 28. Rovere, Richard y Schlesinger, Arthur M., Jr., The General and the President, p. 136. 29. Blair, Clay, The Forgotten War, p. 391. 30. Ridgway, Matthew B., The Korean War, p. 59. 31. Ibid., p. 60. 32. Acheson, Dean, Present at the Creation, p. 466.
CAPTULO 2
1. Goncharov, Sergei, Lewis, John y Xue Litai, Uncertain Partners, p. 138. 2. Ibid, p. 135. 3. Entrevista del autor con Averell Harriman para The Best and the Brightest. 4. Goncharov et al., Uncertain Partners, pp. 136-137. 5. Ibid., p. 140. 6. Weathersby, Kathryn, Cold War International History Project, 6-7, invierno de 1995-1996. 7. Goncharov et al., Uncertain Partners, p. 144. 8. Shen Zhihua, Cold War International History Project, invierno de 2003- primavera de 2004. 9. Goncharov et al., Uncertain Partners, pp. 144-145. 10. Chen, Jian, ChinasRoadto the Korean War, p. 112. 11. Shen Zhihua, Cold War International History Project. 12. Entrevista del autor con Jack Singlaub. 13. Kennan, George F., Memoirs 1925-1950, p. 484. 14. Goulden, Joseph, Korea, p. 44. 15. Paige, Glenn D., The Korean Decisin, p. 88. 16. Myers, Robert, Korea in the Cross Currents, p. 83. 17. Allison, John, Ambassadorfrom the Plains, p. 130. 18. Paige, Glenn D., The Korean Decisin, p. 74. 19. Allison, John, Ambassadorfrom the Plains, p. 129. 20. Ibid.,p. 131. 21. Ibid.,p. 135. 22. Ibid., pp. 136-137. 23. Hastings, Max, The Korean War, p. 65.
CAPTULO 3
1. Entrevista del autor con Alex Gibney. 2. Leary, William (editor), MacArthur and the American Century, p. 255. 3. Cumings, Bruce, The Origins of the Korean War, vol. II, p. 233. 4. Tuchman, Barbara, Stilwell and the American Experience in China, p. 522. 5. Myers, Robert, Korea in the Cross Currents, p. 8. 6. Blair, Clay, The Forgotten War, p. 38. 7. Oliver, Robert T., Syngman Rhee: The Man Behind the Myth, p. 9. 8. Myers, Robert, Korea in the Cross Currents, p. 28. 9. Zimmerman, Warren, First Great Triumph, p. 465. 10. Ibid., p. 465. 11. Myers, Robert, Korea in the Cross Currents, p. 27. 12. Goulden, Joseph, Korea, p. 7. 13. Oliver, Robert T., Syngman Rhee: TheManBehindtheMyth, p. 111. 14. Myers, Robert, Korea in the Cross Currents, pp. 36-37. 15. Ibid., p. 37. 16. Hoopes, Townsend, The Deviland John Foster Dalles, p. 78. 17. Hastings, Max, The Korean War, p. 33. 18. Blair, Clay, The Forgotten War, p. 44.
CAPTULO 4
1. Spurr, Russell, Enter the Dragon, p. 132. 2. Scalapino, Robert y Chong-Sik Lee, Communism in Korea, p.314. 3. Martin, Bradley K., Under the Loving Care of the Fatherly Leader, p. 49. 4. Armstrong, Charles, The North Korean Revolution, p. 228. 5. Ibid., p. 228.
CAPTULO 5
1. Blair, Clay, The Forgotten War, p. 51. 2. Goulden, Joseph, Korea, p. 34. 3. Blair, Clay, The Forgotten War, p. 57.
CAPTULO 6
1. Allison, John, Ambassador from the Plains, p. 131. 2. Escritos de Truman, Harry S. Truman Library. 3. Cumings, Bruce, The Origins of the Korean War, vol. II, pp. 48 y 780. 4. McCullough, David, Truman, p. 451. 5. Ferrell, Robert (ed.), Off the Record, p. 349. 6. Ibid.,p. 452. 7. Ibid. 8. Documentos de George Elsey, 26 de junio, Harry S. Truman Library. 9. Donovan, Robert, The Tumultous Years, p. 197. 10.Ibid.,p. 199. 11. Paige, Glenn D., The Korean Decision, p. 141. 12. Carta de Harry Truman a Bess Truman, 26 de junio de 1950, Harry S. Truman Library. 13. Isaacson, Walter y Evan Thomas, The Wise Men, p. 512. 14. Wellington Koo, historia oral, Columbia University Library. 15. McFarland, Keith D. y David L. Roll, Louis Johnson and the Arming of America, pp. 260, 279-280. 16. Isaacson, Walter y Evan Thomas, The Wise Men, p. 494. 17. George Elsey, Memorndum, 30 de junio de 1950, Harry S. Truman Library. 18. Frank Pace, historia oral, Harry S. Truman Library. 19. Goldman, Eric, The Crucial Decade, p. 157. 20. Entrevista de D. Clayton James con John Chiles, MacArthur Memorial Library, Norfolk, Virginia.
CAPTULO 7
1. Soffer, Jonathan, General Matthew B. Ridgway, p. 114; Blair, Clay, The Forgotten War, p. 79. 2. Eisenhower, Dwight D.,At Ease, p. 213. 3. Hastings, Max, The Korean War, p. 65. 4. Swanberg, W. A., Luce andHis Empire, p. 311. 5. Entrevista del autor con John Hart. 6. Kennan, George E, Memoirs 1925-1950, p. 382. 7. Manchester, William, American Caesar, p. 15. 8. Dower,John, WarwithoutMercy,p. 152. 9. Karnow, Stanley, In Ourlmage, p. 96. 10. Dower,John, War without Me rey, p. 151. 11. Karnow, Stanley, In Ourlmage, pp. 127-128. 12. Ibid., p. 140. 13. Dowerjohn, War without Mercy, p. 152. 14. Karnow, Stanley, In Ourlmage, p. 106. 15. Zimmerman, Warren, First Great Triumph, p. 390. 16. Ibid.,p. 391. 17. James, D. Clayton, The Years of MacArthur, vol. I, p. 39. 18. Manchester, William, American Caesar, p. 41. 19. James, D. Clayton, The Years of MacArthur, vol. I, p. 347.
CAPTULO 8
1. Infantry magazine, primavera de 2002. 2. Manchester, William, American Caesar, p. 26. 3. James, D. Clayton, The Years of MacArthur, vol. III, p. 183. 4. Manchester, William, American Caesar, p. 93. 5. James, D. Clayton, The Years of MacArthur, vol. I, pp. 169-171. 6. Manchester, William, American Caesar, p. 134.
CAPTULO 9
1. Manchester, William, American Caesar, pp. 170-171. 2. Ibid., p. 186. 3. Ibid., p. 281. 4. Ibid., p. 337. 5. Gunther, John, The Riddle ofMaArthur, pp. 41-42. 6. Manchester, William, American Caesar, p. 322. 7. Ibid., pp. 149-150. 8. Perret, Geoffrey, Old Soldiers Never Die, p.157. 9. D'Este, Cario, Eisenhower, p. 222. 10. Eisenhower, Dwight D., AtEase, pp. 216-217. 11. Manchester, William, American Caesar, p. 152. 12. James, D. Clayton, The Years of MacArthur, vol. I, p. 411. 13. MacArthur, Douglas, Reminiscences, p. 96. 14. Manchester, William, American Caesar, p. 240. 15. Rovere, Richard y Arthur M. Schlesinger, Jr., The General and the President, p. 22. 16. Lee, Clark y Richard Henschel, Douglas MacArthur, p. 87. 17. Gunther, John, The Riddle of MacArthur, p. 23. 18. Ibid., p. 42. 19. Ferrell, Robert (ed.), The Eisenhower Diaries, p. 22. 20. Rovere, Richard y Arthur M. Schlesinger, Jr., The General and the President, pp. 23-24; Manchester, William, American Caesar, pp. 362-363. 21. James, D. Clayton, The Years of MacArthur, vol. III, p. 195. 22. Ibid., p. 200. 23. Manchester, William, American Caesar, p. 357. 24. Gunther, John, The Riddle of MacArthur, p. 61. 25. Manchester, William, American Caesar, p. 524. 26. Ferrell, Robert (ed.), Off the Record, p. 47. 27. Ibid., p. 60. 28. Entrevista del autor con Bill McCaffrey. 29. Ayers, Eben, Truman in the White House, editado por Robert H. Ferrell, p. 81. 30. James, D. Clayton, The Years of MaArthur, vol. III, p. 19. 31. Ibid., pp. 22-23. 32. Ibid., p. 22. 33. Ibid., p. 19. 34. Ayers, Eben A., Truman in the White House, editado por Robert H. Ferrell, p. 360. 35. James, D. Clayton, The Years of MacArthur, vol. III, p. 60.; Rovere, Richard y Arthur M. Schlesinger, Jr., The General and the President, p. 92. 36. James, D. Clayton, The Years of MacArthur, vol. III, p. 109. 37. Leary, William (ed.), MacArthur and the American Century, p. 243. 38. Bradley, Ornar, A Generis Life, p. 526.
CAPTULO 10
1. Entrevista del autor con el coronel Jim Hinton. 2. Entrevista del autor con Sam Mace. 3. Toland, John, entrevista con Keyes Beech para Mortal Combat, Franklin D. Roosevelt Library. 4. Knox, Donald, The Korean War, vol. I, p. 10. 5. Blair, Clay, The Forgotten War, p. 93. 6. Fehrenbach, T. R, This KindofWar, p. 102. 7. Blair, Clay, The Forgotten War, p. 88. 8. James, D. Clayton, The Years of MacArthur, vol. III, p. 84. 9. Beech, Keyes, Tokyo andPoints East, pp. 145-146. 10. Hastings, Max, The Korean War, pp. 95-96. 11. Ha Jin, WarTrash. 12. Knox, Donald, The Korean War, vol. I, p. 6. 13. Ibid., p. 17. 14. Fehrenbach, T. R., This Kind of War, p. 73. 15. Entrevista del autor con el lugarteniente Fred Ladd. 16. Knox, Donald, The Korean War, vol. I, pp. 19-21. 17. Warner, Denis, The Opening Round of the Korean War, Military History Magazine, junio de 2000. 18. Ibid. 19. Knox, Donald, The Korean War, vol. I, p. 33. 20. Entrevista del autor con William West. 21. Fehrenbach, T. R., ThisKindofWar, p. 122. 22. Appleman, Roy, South to the Naktong, North to the Yalu, pp. 214-215. 23. Blair, Clay, The Forgotten War, pp. 186-187. 24. Ibid., p. 187. 25. Ibid., p. 189. 26. Appleman, Roy, Ridgway Duels for Korea, p. 4.
CAPTULO 11
1. Carta de Mike Lynch a Wilson Heefner, cortesa de Heefner. 2. Walters, Vernon A., SilentMissions, p. 195. 3. Heefner, Wilson, Pattons Bulldog, pp. 159-160. 4. Entrevista del autor con Sam Wilson Walker. 5. Heefner, Wilson, Pattons Bulldog, pp. 5-13. 6. Entrevista del autor con Sam Walker. 7. Thompson, Reginald, Cry Korea, p. 235. 8. Entrevista del autor con Frank Gibney. 9. Entrevista del autor con Sam Walker. 10. Blair, Clay, The Forgotten War, p. 35. 11. Ibid. 12. Entrevista del autor con Bill McCaffrey. 13. Appleman, Roy, Escapingthe Trap, p. 45. 14. Leary, William (ed.), MacArthur and the American Century, p. 241. 15. Coleman, J. D., Wonju, p. 93. 16. Entrevista del autor con Bill McCaffrey. 17. Blair, Clay, entrevista con John Chiles, U.S. Army War College. 18. Entrevista del autor con Bill McCaffrey. 19. Mike Michaelis, historia oral, U. S. Army War College; entrevista del autor con Layton Tyner. 20. Entrevista del autor con Layton Tyner. 21. Heefner, Wilson, Pattons Bulldog, p. 185; entrevista del autor con Layton Tyner; Hastings, Max, The Korean War, p. 84. 22. Goulden, Joseph, Korea, p. 201; Lem Shepherd, historia oral, Marine Corps History Archive and oral history at Columbia University. 23. Shen Zhihua, Cold War International History Project, invierno de 2003, primavera de 2004.
CAPTULO 12
1. Smith, Richard Norton, Thomas Dewey and His Times, p. 35. 2. Oshinsky, David, A Conspiracy So Immense, pp. 49-50. 3. Ibid., p. 53. 4. Ibid. 5. Miller, Merle, Plain Speaking, p. 164. 6. Ferrell, Robert (ed.), Offthe Record, p. 133. 7. Collins, Lawton, War in Peacetime, p. 39. 8. Christensen, Thomas, UsefulAdversaries, p. 39. 9. Heinl, Robert, Victory at High Tide, p. 4. 10. Ibid., p. 4. 11. Bradley, Ornar y Blair, Clay, A General's Life, p. 474. 12. McCullough, David, Truman, p. 738. 13. Myers, Robert, Korea in the Cross Currents, p. 79. 14. Isaacson, Walter y Evan Thomas, The Wise Men, p. 338. 15. Rovere, Richard y Arthur M. Schlesinger, Jr., The General and the President, p. 120. 16. Acheson, Dean, Present at the Creation, pp. 126-127. 17. Cumings, Bruce, The Origins of the Korean War, vol. II, p. 45. 18. Isaacson, Walter y Evan Thomas, The Wise Men, p. 465. 19. Chute, David, The Grea tFear, pp. 42-43. 20. Isaacson, Walter y Evan Thomas, The Wise Men, p. 547. 21. Halberstam, David, The Best and the Brightest, p. 332; entrevista del autor con John Carter Vincent. 22. Isaacson, Walter y Evan Thomas, The Wise Men, p. 464. 23. McLellan, David S., Dean Acheson: The State Department Years, p. 383. 24. Isaacson, Walter y Evan Thomas, The Wise Men, p. 475. 25. Davis, Nuell Pharr, Lawrence and Oppenheimer, p. 294. 26. Cooke, Alistair, A Generation on Trial, pp. 107-108. 27. Halberstam, David, entrevista con Murray Kempton, The Fifties, p. 13. 28. Entrevista del autor con Homer Bigart, New York Times. 29. Weinstein, Allen, Perjury, p. 37. 30. Isaacson, Walter y Evan Thomas, The Wise Men, p. 491. 31. Entrevista del autor con Lucius Battle. 32. Entrevista del autor con James Restonpara The Best and the Brightest. 33. Goldman, Eric, The Crucial Decade, pp. 134-135. 34. Donovan, Robert, Tumultuous Years, p. 133. 35. Goldman, Eric, The Crucial Decade, pp. 134-135. 36. Ibid., p. 134.
CAPTULO 13
1. Gellman, Barton, Contending with Kennan, p. 14. 2. Foot, Rosemary, The Wrong War, p. 60. 3. Isaacson, Walter y Evan Thomas, The Wise Men, p. 150. 4. Kennan, George, Memoirs 1925-1950, pp. 294-295. 5. Isaacson, Walter y Evan Thomas, The Wise Men, p. 477. 6. Foot, Rosemary, The Wrong War, p. 39. 7. Bradley, Ornar y Clay Blair, A General's Life, p. 519. 8. Isaacson, Walter y Evan Thomas, The Wise Man, p. 499. 9. Acheson, Dean, Present at the Creation, p. 373. 10. Isaacson, Walter y Evan Thomas, The Wise Men, p. 504.
CAPTULO 14
1. McCullough, David, Truman, p. 493. 2. Ibid., p. 2,20. 3. Abis, Jules, OutoftheJaws ofVictory, p. 182. 4. Bradley, Ornar y Clay Blair, A General's Life, p. 444. 5. McCullough, David, Truman, pp. 324-325. 6. Phillips, Cabell, The Truman Presidency, p. 47. 7. McCullough, David, Truman, p. 525. 8. Abis, Jules, Out ofthe Jaws ofVictory, p. 95. 9. Goldman, Eric, The Crucial Decade, p. 83. 10. Ibid., p. 19. 11. Manchester, William, The Glory and the Dream, p. 465. 12. Abels, Jules, Out of the Jaws of Victory, p. 150. 13. Ibid, pp. 12-13. 14. McFarland, Keith D. y David L. Roll, Louis Johnson and the Arming of America, p. 133. 15. Ibid, pp. 137-139. 16. Donovan, Robert, Tumultuous Years, p. 16. 17. McCullough, David, Truman, p. 675. 18. Abis, Jules, Out of the Jaws of Victory, p.141. 19. Entrevista del autor con Herbert Brownell para The Fifties. 20. Smith, Richard Norton, Thomas Dewey and His Times, p. 26. 21. Ibid., p. 507. 22. Abis, Jules, Out of the Jaws of Victory, p. 180. 23. Phillips, Cabell, The Truman Presidency, pp. 243-244. 24. McCullough, David, Truman, p. 712.
CAPTULO 15
1. Life magazine, 20 de diciembre de 1948. 2. Bradley, Ornar y Clay Blair, A General's Life, p. 549. 3. Goulden, Joseph, Korea, p. 155; Donovan, Robert, Tumultuous Years, pp. 260- 262. 4. Blair, Clay, The Forgotten War, pp. 184-185. 5. Donovan, Robert, Tumultuous Years, p. 261. 6. Entrevista del autor con el teniente general (retirado) Ed Rowny; entrevista de Toland con Rowny, Franklin D. Roosevelt Library. 7. Ridgway, Matthew B., The Korean War, p. 36. 8. Blair, Clay, The Forgotten War, pp. 188-189. 9. Goulden, Joseph, Korea, pp. 161-162. 10. McCullough, David, Truman, p. 241. 11. Heinl, Robert, Victory at High Tide, pp. 6-7. 12. Bradley, Ornar y Clay Blair, A General's Life, p. 503. 13. Ferrell, Robert (ed.), Off the Record, p. 189. 14. Cray, Ed, General of the Army George C. Marshall, p. 234; Oshinsky, David, A Conspiracy So Immense, p. 36. 15. Melby,John, The Mandate of Heaven, p. 135. 16. Rovere, Richard y Arthur M. Schlesinger, Jr., The General and the President, p. 195. 17. Kahn, E. J., The China Hands, p. 82. 18. Tuchman, Barbara, Stilwell and the American Experience in China, p. 303. 19. Ibid.,p. 316. 20. Kahn, E. J., The China Hands, p. 184. 21. Melby, John, The Mandate of Heaven, p. 55. 22. Cray, Ed, General of the Army George C. Marshall, p. 574. 23. Entrevista del autor con Walton Butterworth para The Best and the Brightest. 24. Melby, John, The Mandate of Heaven, p. 97. 25. Zi Zhongyun, No Exits?, p. 25. 26. Ibid., p. 27. 27. Cray, Ed, General of the Army George C. Marshall, p. 574.
CAPTULO 16
1. Fairbank, John y Albert Feuerwerker, The Cambridge History of China, vol. 13, p. 758. 2. Cray, Ed, General of the Army George C. Marshall, p. 758. 3. Melby, John, The Mandate of Heaven, p. 44. 4. Fairbank, John y Albert Feuerwerker, The Cambridge History of China, vol. 13, p. 764. 5. Payne, Robert, Mao, p. 227. 6. Salisbury, Harrison, The New Emperors, p. 6. 7. Swanberg, W. A., Luce andHis Empire, p. 282. 8. Cray, Ed, General of the Army George C. Marshall, p. 634. 9. Salisbury, Harrison, The New Emperors, p. 8. 10. Rovere, Richard y Arthur M. Schlesinger, Jr., The General and the President, pp. 214-215. 11. Melby, John, The Mandate of Heaven, p. 289. 12. Cray, Ed, General of the Army George C. Marshall, p. 634. 13. Rovere, Richard y Arthur M. Schlesinger, Jr., The General and the President, p. 214. 14. Zi Zhongyun, No Exits?, pp. 101-102. 15. Koen, Ross Y., The China Lobby in American Politics, p. 90. 16. Cray, Ed, General of the Army George C. Marshall, p. 673.
CAPTULO 17
1. Christensen, Thomas, Useful Adversarles, p. 70. 2. Herzstein, Robert, Henry Luce and the American Crusade inAsia, p. 5. 3. Halberstam, David, The Powers ThatBe, pp. 57-58. 4. Swanberg, W. A., Luce and His Empire, p. 186. 5. Entrevista del autor con el profesor Alan Brinkley. 6. Ibid. 7. White, Theodore H, In Search of History, pp. 176-178. 8. Ibid., pp. 205-206. 9. Kahn, E. J., The China Hands, p. 10. 10. Swanberg, W. A., Luce and His Empire, p. 266. 11. Wellington Koo, historia oral, Columbia University. 12. Cray, Ed, General of the Army George C. Marshall, p. 686. 13. Rovere, Richard y Arthur M. Schlesinger, Jr., The General and the President, p. 230. 14. Ibid., p. 213. 15. Zi Zhongyun, No Exit?, p. 260. 16. Phillips, Cabell, The Truman Presidency, p. 286. 17. Halberstam, David, The Fifties, p. 56. 18. Documentos de Matthew Connelly, Harry S. Truman Library. 19. Lilienthal, David E., The Journals of David E. Lilienthal, vol. II, p. 525. 20. Wellington Koo, historia oral, Columbia University. 21. Ibid. 22. Kahn, E. J. The China Hands, p. 247.
CAPTULO 18
1. Appleman, Roy, South to theNaktong, North to the Yalu, p. 289. 2. Entrevista del autor con Charles Hammel. 3. Fehrenbach, T. R, This Kind of War, p. 138. 4. Goncharov, Sergei, etal., Uncertain Partners, p. 155. 5. Entrevista de Mike Lynch en the Toland papers, Franklin D. Roosevelt Library. 6. Entrevista de Mike Lynch con Clay y Joan Blair, U. S. Army War College Library. 7. Appleman, Roy, South to the Naktong, North to the Yalu, p. 335; entrevista del autor con Layton Tyner. 8. Entrevista del autor con George Russell. 9. Entrevista del autor con Joe Stryker; carta del sargento mayor Harold Graham a Berry Rhoden, 29 de junio de 1951. 10. Entrevista del autor con Erwin Ehler. 11. Ibid. 12. Entrevista del autor con Terry McDaniel. 13. Entrevista del autor con Rusty Davidson. 14. Entrevista del autor con George Russell. 15. Entrevista del autor con Berry Rhoden. 16. Carta del sargento mayor Harold Graham a Berry Rhoden. 17. Ibid. 18. Knox, Donald, The Korean War, vol. II, pp. 62-63; entrevista del autor con Joe Stryker. 19. Entrevistas de Mike Lynch en the Toland papers, Franklin D. Roosevelt Library. 20. Ibid.; Heefner, Wilson, Pattons Bulldog, p. 220; entrevista del autor con Layton Tyner. 21. Appleman, Roy, South to the Naktong, North to the Yalu, pp. 462-463; Blair, Clay, The Forgotten War, pp. 250-251. 22. Entrevista del autor con Lee Beahler. 23. Entrevistas del autor con Lee Beahler y Gino Piazza. 24. Ibid.; entrevista del autor con Charles Hammel. 25. Ibid. 26. Entrevista del autor con Jesse Haskins. 27. Entrevista del autor con Vaughn West. 28. Ibid. 29. Entrevista del autor con Lee Beahler. 30. Entrevista del autor con George Russell. 31. Entrevista del autor con el teniente general (retirado) Harold G. Moore. 32. Paul Freeman, historia oral, U.S. Army War College Library. 33. Ibid. 34. Ibid. 35. Correspondencia de Paul Freeman, cortesa de Anne Sewell Freeman McLeod. 36. Entrevista del autor con Berry Rhoden. 37. Entrevista del autor con Jack Murphy. 38. Ibid.
CAPTULO 19
1. Perret, Geoffrey, Old Soldiers Never Die, p. 548. 2. Cumings, Bruce, The Origins of the Korean War, vol. II, p. 692. 3. Heinl, Robert, Victory atHigh Tide, p. 30. 4. Ibid.,?. 24. 5. Ibid., p. 26. 6. Ibid., p. 27. 7. Ibid., p. 10. 8. Ibid.,p.4Q. 9. White, William Allen, The Autobiography of William Allen White, pp.572-573. 10. Lee, Clark y Richard Henschel, Douglas MacArthur, p. 99. 11. Eisenhower, Dwight D., AtEase, p. 214. 12. Allison, John, Ambassador from the Plains, p. 168. 13. Heinl, Robert, Victory at High Tide, p. 40. 14. MacArthur, Douglas, Reminiscences, p. 349. 15. Entrevista del autor con Bill McCaffrey. 16. Heinl, Robert, Victory at High Tide, p. 40. 17. Conversaciones del autor con Fred Ladd, 1963. 18. Heinl, Robert, Victory at High Tide, pp. 40-42; Manchester, William, American Caesar, pp. 576-577; Blair, Clay, The Forgotten War, pp. 231-232. 19. Smith, Robert, MacArthur in Korea, p. 78. 20. Blair, Clay, The Forgotten War, p. 236. 21. Goulden, Joseph, Korea, pp. 209-210. 22. Blair, Clay, The Forgotten War, p. 229. 23. Entrevista del autor con Matthew B. Ridgway. 24. Oliver P. Smith, historia oral, Columbia University y U. S. Marine Corps History Divisin. 25. Anotaciones personales de Oliver P. Smith en U. S. Marine Corps History Divisin. 26. Russ, Martin, Breakout, p. 17. 27. Ibid.,p. 208.
CAPTULO 20
1. Entrevista del autor con Chen Jian. 2. Goncharov, Sergei, etal., Uncertain Partners, p. 149. 3. Shen Zhihua, Cold War International History Project, invierno de 2003- primavera de 2004. 4. Simmons, Edwin H., Over the Seawall, p. 23; entrevista del autor con Edwin H. Simmons. 5. Entrevista del autor con Edwin H. Simmons. 6. Oliver P. Smith, historia oral, Columbia University. 7. Alexander, Joseph, The Battle of the Barricades, p. 19. 8. Entrevista del autor con Edwin H. Simmons. 9. Toland, John, In Mortal Combat, p. 205. 10. Ibid., p. 210. 11. Heinl, Robert, Victory at High Tide, p. 242. 12. Ibid., p. 294. 13. Goulden, Joseph, Korea, p. 241. 14. Weintraub, Sidney, MacArthurs War, p. 204. 15. Entrevista del autor con Jack Murphy. 16. Entrevista del autor con Jack Murphy. 17. Entrevista del autor con Matthew B. Ridgway; Ridgway, Mat-thewB., The Korean War, pp. 46-62.
CAPTULO 21
1. Entrevista del autor con Robert Myers. 2. Koen, Ross Y., The China Lobby in American Politics, p. 83. 3. Zi Zhongyun, No Exit?, pp. 243-244. 4. Ibid., pp. 278-279.
CAPTULO 22
1. Foot, Rosemary, The Wrong War, p. 103. 2. Halberstam, David, The Best and the Brightest, p. 324. 3. Foot, Rosemary, The Wrong War, p. 52. 4. Ibid.,p. 43. 5. Kennan, George F, Memoirs 1925-1950, pp. 490-493. 6. Ibid., pp. 102-103. 7. Ibid.,p.4%%. 8. Ibid., p. 73. 9. Acheson, Dean, Present at the Creation, p. 445. 10. Foot, Rosemary, The Wrong War, pp. 69-70. 11. Bradley, Ornar y Clay Blair, A General's Life, p. 558. 12. Documentos de James Webb, Harry S. Truman Library. 13. Isaacson, Walter y Evan Thomas, The Wise Men, p. 532. 14. Entrevista del autor con Lucius Battle. 15. Isaacson, Walter y Evan Thomas, The Wise Men, p. 540. 16. Weintraub, Stanley, MacArthurs War, p. 163. 17. Entrevista del autor con Frank Gibney. 18. Spurr, Russell, Enter the Dragn, p. 428. 19. Weintraub, Stanley, MaArthur's War, p. 162. 20. Ridgway, Matthew B., The Korean War, p. 45. 21. Ibid., p. 44. 22. Thompson, Reginald, Cry Korea, p. 87.
CAPTULO 23
1. Panikkar, K. M., In Two Chinas, p. 23. 2. Ibid., p. 25. 3. Ibid.,p. 27. 4. Ibid., p. 108. 5. Ibid., pp. 109-112. 6. Isaacson, Walter y Evan Thomas, The Wise Men, p. 533. 7. Foot, Rosemary, The Wrong War, p. 81. 8. Chen Jian, Chinas Roadto the Korean War, pp. 153-154. 9. Ibid. 10. Entrevista del autor con Chen Jian. 11. Ibid. 12. Foot, Rosemary, The Wrong War, p. 44. 13. Shen Zhihua, Cold War International History Project, invierno de 2003- primavera de 2004. 14. Chen Jian, China's Road to the Korean War,p. 161.
CAPTULO 24
1. Laquer, Walter, Stalin: The GJasnost Revelations, p. 91. 2. Djilas, Milovan, Conversations with Stalin, p. 190. 3. Bloodworth, Dellis, The Messiah and the Mandarins, p. 62. 4. Li Zhisui, Dr., The Prvate Life of Chairman Mao, p. 117. 5. Djilas, Milovan, Conversations with Stalin, p. 182. 6. Goncharov, Sergei, et al., Uncertain Partners, p. 29. 7. Ibid., pp. 29-30. 8. Ibid., p. 62. 9. Ibid., p. 88. 10. Ibid., p. 105. 11. Laquer, Walter, Stalin: The Glasnost Revelations, p. 179. 12. Ibid., p. 183. 13. Li Zhisui, Dr., The Private Life of Chairman Mao, p. 122. 14. Ibid., p. 124. 15. Ibid., p. IX. 16. Laquer, Walter, Stalin: The Glasnost Revelations, p. 189. 17. Li Zhisui, Dr., The Private Life of Chairman Mao, p. 261. 18. Ulam, Adam B., Stalin: The Man and His Era, p. 695. 19. Goncharov, Sergei, et al., Uncertain Partners, p. 85. 20. Talbott, Strobe (ed.), Khrushchev Remembers, pp. 239-240. 21. Entrevista del autor con Chen Jian. 22. Talbott, Strobe (ed.), Khrushchev Remembers, p. 239. 23. Bloodworth, Dennis, The Messiah and the Mandarins, p. 101. 24. Ulam, Adam B., Stalin: The Man and His Era, p. 695. 25. Chen Jian, Chinas Road to the Korean War, p. 172. 26. Ibid., pp. 173-175. 27. Li Zhisui, Dr., The Private Life of Chairman Mao, p. 125. 28. Chen Jian, Chinas Road to the Korean War, p. 182. 29. Peng, Dehuai, Memoirs of a Chinese Marshal, p. 7. 30. Li Zhisui, Dr., The Private Life of Chairman Mao, p. 99. 31. Ibid.,p. 383. 32. Peng, Dehuai, Memoirs of a Chinese Marshal, p. 161. 33. Chen Jian, Chinas Road to the Korean War, pp. 195-196. 34. Ibid., p. 201. 35. Ibid., p. 202. 36. Ibid., p. 207.
CAPTULO 25
1. Entrevista de Nellie Noland, Harry S. Truman Library. 2. Entrevista de Charles Murphy, Harry S. Tmman Library. 3. Entrevista de Matt Connelly, Harry S. Tmman Library. 4. Acheson, Dean, Present at the Creation, p. 456. 5. Entrevista de John Muccio, Harry S. Tmman Library. 6. Walters, Vernon A., SilentMissions, p. 204. 7. Entrevista con Vernon A. Walters, American Masters, WGBH Televisin. 8. Entrevista del autor con Frank Gibney. 9. Toland, John, In Mortal Combat, p. 241. 10. Ibid., pp. 241-242; Blair, Clay, The Forgotten War, pp. 346-349; Spurr, Russell, Enter the Dragon, p. 159. 11. Entrevista de Dean Rusk, Harry S. Tmman Library. 12. Gunther, John, The Riddle of 'MacArthur, p. 200. 13. Acheson, Dean, Present at the Creation, p. 455. 14. Ridgway, Matthew B., The Korean War, pp. 37-38; Spurr, Russell, Enter the Dragn, p. 158; Blair, Clay, The Forgotten War, p. 188. 15. Telegrama, New York World, 8 de abril de 1964. 16. Entrevista del autor con Matthew B. Ridgway. 17. Cumings, Bruce, The Origins of the Korean War, vol. II, p. 97. 18. Weintraub, Stanley, MacArthur s War, p. 291. 19. Cumings, Bruce, The Origins of the Korean War, vol. II, p. 103. 20. Collins, J. Lawton, War in Peace time, p. 215. 21. Entrevista de Mike Lynch, Toland papers, Franklin D. Roosevelt Library. 22. Perret, Geoffrey, Old Soldiers Never Die, p. 551. 23. Morris, Carol Perillo, Douglas MaArthur: The Philippine Years, pp.204-213. 24. Chen Jian, China's Road to the Korean War,p. 148. 25. Lee, Clark y Richard Henschel, Douglas MacArthur, p. 166. 26. Acheson, Dean, Present at the Creation, p. 424. 27. Weintraub, Stanley, MacArthurs War, p. 161. 28. Stueck, William, Rethinking the Korean War, p. 113. 29. Entrevista del autor con Carleton West. 30. Entrevista de D. Clayton James con Roger Egeberg, MacArthur Memorial Library. 31. Entrevista del autor con Frank Wisner, Jr. 32. Coloquio sobre Historia Contempornea en el Naval Historical Center, 20 de junio de 1990. 33. Kluckhohn, Frank, the Reporter, 19 de agosto de 1952. 34. Entrevista del autor con Frank Gibney. 35. Ibid. 36. Cumings, Bruce, The Origins of the Korean War, vol. II, p.106. 37. Entrevista del autor con Joseph Fromm. 38. Ibid. 39. Cumings, Bruce, The Origins of the Korean War, vol. II, p. 112. 40. Ibid. 41. Entrevista del autor con Bill McCaffrey. 42. Blair, Clay, The Forgotten War, p. 377. 43. Entrevista del autor con Bill Train. 44. Entrevista del autor con Carleton Swift. 45. Ibid. 46. Entrevista del autor con Robert Myers. 47. Entrevista del autor con Bill Train. 48. Heefner, Wilson, Pattons Bulldog, p. 264. 49. Ibid., p. 272. 50. Entrevista del autor con Bill Train. 51. Blair, Clay, The Forgotten War, p. 379. 52. Heefner, Wilson, Pattons Bulldog, p. 272. 53. Entrevista del autor con Bill Train. 54. Entrevista de Tom Lambert, Toland papers, Franklin D. Roosevelt Library.
CAPTULO 26
1. Bayley, Edwin, Joe McCarthy and the Press, p. 68. 2. Ibid., p. 73. 3. Entrevista del autor con Murray Kempton para The Fifties. 4. Oshinsky, David, A Conspiracy So Immense, p. 174. 5. Patterson, James, Mr. Republican, p. 455. 6. Oshinsky, David, A Conspiracy So Immense, pp.168-169. 7. Ibid., p. 178. 8. Blair, Clay, The Forgotten War, p. 400. 9. Ridgway, Matthew B., The Korean War, p. 65. 10. Toland, John, In Mortal Combat, p. 281. 11. Ibid.,p. 282. 12. Ibid.; Heefner, Wilson, Pattons Bulldog, pp. 281-282; entrevista del autor con Layton Tyner; Entrevistas de Tyner con Toland, Toland papers, Franklin D. Roosevelt Library. 13. Weintraub, Stanley, MaArthurs War, p. 221. 14. Ridgway, Matthew B., The Korean War, p. 63. 15. Perret, Geoffrey, Old Soldiers Never Die, p. 548.
CAPTULO 27
1. Entrevista del autor con Jim Hinton. 2. Ibid. 3. Entrevista del autor con Paul O'Dowd. 4. Entrevista del autor con John Carley. 5. Entrevista del autor con Malcolm MacDonald. 6. Entrevista del autor con Sam Mace. 7. Entrevistas del autor con John Eisenhower y Dick Gruenther. 8. Marshall, S. L. A., The River and the Gauntlet, p. 1. 9. Entrevista del autor con John Eisenhower.
CAPTULO 28
1. Entrevista del autor con Sherman Pratt; Pratt, Sherman, Decisive Battles of the Korean War, pp. 15-20. 2. Cartas de Paul Freeman, cortesa de Anne Sewell, Freeman McLeod y Roy McLeod.
CAPTULO 29
1. Entrevista del autor con Alan Jones. 2. Entrevista del autor con Gene Takahashi. 3. Ibid. 4. Entrevista del autor con Dick Raybould. 5. Entrevista del autor con Bruce Ritter. 6. Entrevistas del autor con John Ritter, Billie Tinkle y John Yates. 7. Entrevista del autor con Sam Mace. 8. Entrevista del autor con Charley Heath. 9. Entrevista del autor con Sam Mace. 10. Ibid.; Spurr, Russell, Enter the Dragon, p. 193.
CAPTULO 30
1. Paul Freeman, historia oral, U. S. Army War College Library. 2. Entrevista del autor con Dick Raybould. 3. Appleman, Roy, Escaping the Trap, p. 47. 4. Blair, Clay, The Forgotten War, p. 32. 5. Victor Krulak, historia oral, U. S. Marine Corps History Division. 6. Russ, Martin, Breakout, p. 17. 7. Hoffman, Jon T., Chesty, pp. 370-371. 8. Entrevista del autor con James Lawrence. 9. Russ, Martin, Breakout, p. 186. 10. Sloan, Bill, Brotherhood of Heroes, p. 58. 11. Ibid., p. 310. 12. Alpha Bowser, historia oral, U. S. Marine Corps History Division. 13. Ibid. 14. Russ, Martin, Breakout, p. 64. 15. Entrevista de D. Clayton James con Oliver P. Smith, MacArthur Memorial Library. 16. Hoffman, Jon T., Chesty, p. 378. 17. Entrevista del autor con Bill McCaffrey. 18. Entrevista del autor con James Lawrence. 19. Russ, Martin, Breakout, p. 52. 20. Lawrence, James, documentacin sobre los combates de Chosin para el U.S. Marine Corps Symposium; entrevista del autor con James Lawrence. 21. Simmons, Edwin, Frozen Chosin, Marine Corps Korean War Commemorative Series, 2002, p. 34. 22. Russ, Martin, Breakout, p. 71. 23. Ibid., p. 72. 24. Frank, Benis, The Epic of Chosin, U. S. Marine Corps History Divisin. 25. Ridgway, Matthew B., The Korean War, p. 65. 26. Entrevista del autor con Lawrence. Russ, Martin, Breakout, p. 82. 27. Russ, Martin, Breakout, p. 82. 28. Simmons, Edwin, Frozen Chosin, p. 49. 29. Blair, Clay, The Forgotten War, p. 456. 30. Ibid. 31. Entrevista del autor con James Lawrence. 32. Blair, Clay, The Forgotten War, p. 418. 33. Gugeler, Russell, Combat Operations in Korea, p. 62. 34. Russ, Martin, Breakout, pp. 196-197; Blair, Clay, The Forgotten War, pp. 462- 464. 35. Blair, Clay, The Forgotten War, p. 464. 36. Heefner, Wilson, Pattons Bulldog, p. 295.
CAPTULO 31
1. Paul Freeman, historia oral, U. S. Army War College Library. 2. Ibid.; Blair, Clay, The Forgotten War, p. 478. 3. Marshall, S. L. A., The River and the Gauntlet, p. 264. 4. Entrevista del autor con Alan Jones. 5. Entrevista del autor con Malcolm MacDonald; Memorias de la familia MacDonald. 6. Blair, Clay, The Forgotten War, p. 477. 7. Entrevista del autor con Larry Farnum. 8. Entrevista del autor con Harold G. Moore. 9. Blair, Clay, The Forgotten War, pp. 478-481. 10. Entrevista del autor con Jim Hinton. 11. Entrevistas del autor con Sam Mace y Charley Heath. 12. Entrevista del autor con Alan Jones. 13. Ibid., entrevista del autor con Bill Wood.
CAPTULO 32
1. Entrevista del autor con Malcolm MacDonald. 2. Marshall, S. L. A., The River and the Gauntlet, p. 319. 3. Ibid., p. 320. 4. Spurr, Russell, Enter the Dragon, p. 193. 5. Entrevista del autor con Paul O'Dowd.
CAPTULO 33
1. Entrevista del autor con Gino Piazza. 2. Ibid. 3. Ibid., entrevistas del autor con Larry Farnum y Alarich Zacherle. 4. Entrevista del autor con Alarich Zacherle. 5. Entrevista del autor con Bob Nehrling. 6. Entrevista del autor con Hank Emerson. 7. Entrevista del autor con Charley Heath.
CAPTULO 34
1. Alpha Bowser, historia oral, U. S. Marine Corps History Division. 2. Hoffman, Jon T., Chesty, p. 410. 3. Russ, Martin, Breakout, p. 6. 4. Alpha Bowser, historia oral, U. S. Marine Corps History Division. 5. Simmons, Edwin H., Frozen Chosin, p. 35. 6. Entrevista de D. Clayton James con Oliver P. Smith, MacArthur Memorial Library. 7. Marshall, S. L. A., Bringing Up the Rear, pp. 181-183. 8. Hoffman, Jon T., Chesty, p. 417.
CAPTULO 35
1. Blair, Clay, The Forgotten War, p. 468. 2. Entrevista del autor con Matthew B. Ridgway. 3. Manchester, William, American Caesar, p. 617. 4. Hastings, Max, The Korean War, p. 178. 5. James, D. Clayton, Refighting the Last War, p. 45. 6. Bradley, Ornar y Clay Blair, A General's Life, p. 626. 7. Entrevista del autor con Matthew B. Ridgway. 8. Acheson, Dean, Present at the Creation, p. 518. 9. Entrevista del autor con Joe Fromm. 10. Bradley, Ornar y Blair, Clay, A General's Life, p. 603. 11. Ibid. 12. Ibid. 13. Herzstein, Robert, Henry Luce and the American Crusade in Asia, p. 139. 14. Ibid., p. 147. 15. Ibid., p. 136. 16. Ridgway, Matthew B., The Korean War, p. 61. 17. Ibid.; entrevista del autor con Matthew B. Ridgway. 18. Hastings, Max, The Korean War, p. 170. 19. Ibid., p. 167. 20. Entrevista del autor con Sam Mace.
CAPTULO 36
1. Entrevista del autor con Jack Murphy. 2. Blair, Clay, The Forgotten War, p. 69. 3. Ibid. 4. Entrevista del autor con Ken Hamburger; Blair, Clay, Ridgway's Paratroopers, pp. 138-141. 5. Entrevista de Matthew B. Ridgway, Toland papers, Franklin D. Roosevelt Library. 6. Ridgway, Matthew B., The Korean War, p. 110. 7. Ridgway, Matthew B., The Korean War, dedicatoria. 8. Blair, Clay, The Forgotten War, p. 569. 9. Ridgway, Matthew B., The Korean War, p. 83. 10. Allen, George, Norte So Blind, p. 96. 11. Bradley, Ornar y Blair, Clay, A General's Life, p. 608. 12. Ridgway, Matthew B., The Korean War, pp. 88-89. 13. Harold Johnson, historia oral, U. S. Army War College Library. 14. Toland, John, In Mortal Combat, p. 378. 15. Ibid.
CAPITULO 37
1. Blair, Clay, The Forgotten War, pp. 566-567. 2. Hastings, Max, The Korean War, p. 186. 3. Ibid., p. 569. 4. Bradley, Ornar y Clay Blair, A Generals Life, p. 646. 5. Blair, Clay, Ridgway s Paratroopers, p. 111. 6. Coleman, J. D., Wonju, p. 59. 7. Entrevista del autor con Bill McCaffrey. 8. Blair, Clay, The Forgotten War, p. 574. 9. Entrevista del autor con George Allen. 10. Entrevista con Mike Michaelis, Clay Blair papers, U. S. Army War College Library.
CAPTULO 38
1. Xiaobing Li, et al., Mao's Generals Remember Korea, p. 11. 2. Spurr, Russell, Enter the Dragon, p. 252. 3. Entrevista del autor con Walter Killilae, documentos privados. 4. Spurr, Russell, Enter the Dragon, pp. 41-42. 5. Ibid., p. 167. 6. Ibid., pp. 80-81. 7. Ibid. 8. Xiaobing Li, et al., Mao's Generals Remember Korea, p. 54. 9. Ibid., p. 18. 10. Ibid. 11. Ibid. 12. Ridgway, Matthew B., The Korean War, pp. 93-94.
CAPTULO 39
1. Entrevista del autor con John Carley. 2. Spurr, Russell, Enter the Dragon, p. 285. 3. Paul Freeman, historia oral, U. S. Army War College Library; Hamburger, Kenneth, Leader ship in the Crucible, pp. 92-93. 4. Paul Freeman, historia oral, U. S. Army War College Library.
CAPTULO 40
1. Hamburger, Kenneth, Leadership in the Crucible, p. 98. 2. Entrevista del autor con Maurice Fenderson. 3. Hamburger, Kenneth, Leadership in the Crucible, pp. 99-100. 4. Ibid., p. 100; Appleman, Roy, Ridgway Duels for Korea, pp. 202-203; Gugeler, Russell, Combat Operations in Korea, pp. 85-87; entrevista del autor con los supervivientes, incluidos Laron Wilson y Richard Foc-kler. 5. Entrevista del autor con Laron Wilson. 6. Entrevista del autor con Richard Fockler. 7. Gugeler, Russell, Combat Operations in Korea, pp. 87-90. 8. Entrevista del autor con Laron Wilson; Gugeler, Russell, Combat Operations in Korea, pp. 80-90. 9. Hamburger, Kenneth, Leadership in the Crucible, p. 103. 10. Freeman, Paul, Wonju to Chipyongni, U.S. Army War College Library.
CAPITULO 41
1. Coleman, J. D., Wonju, p. 91. 2. Ibid., p. 58. 3. Hamburger, Kenneth, Leadership in the Crucible, pp. 89-90. 4. Stewart, George, documentos privados. 5. Knox, Donald, The Korean War, vol. II, p. 25. 6. Martin, Harold, Saturday Evening Post, 19 de mayo de 1951. 7. Stewart, George, documentos privados. 8. Entrevista del autor con Kenneth Hamburger, quien haba entrevistado a George Stewart. 9. Entrevista del autor con Sherman Pratt; Pratt, Sherman, Decisive Battles of the Korean War, p. 154. 10. Hamburger, Kenneth, Leadership in the Crucible, p. 111. 11. Paul Freeman, historia oral, U. S. Army War College Library. 12. Stewart, George, documentos privados. 13. Ibid. 14. Freeman, Paul, Wonju to Chipyongni, U. S. Army War College Library.
CAPTULO 42
1. Entrevista del autor con Sherman Pratt. 2. Hamburger, Kenneth, Leadership in the Crucible, p. 154. 3. Ibid., p. 176. 4. Appleman, Roy, Ridgway Duelsfor Korea, p. 258. 5. Entrevista del autor con Sherman Pratt.
CAPTULO 43
1. Blair, Clay, The Forgotten War, p. 685. 2. Coleman, J. D., Wonju, pp. 93-94. 3. Ibid., p. 94. 4. Entrevista del autor con Bill McCaffrey. 5. Entrevista del autor con J. D. Coleman. 6. Paik, Sun Yup, From Tusan to Panmunjon, pp. 125-126. 7. Coleman, J. D., Wonju, p. 95. 8. Ibid., pp. 103-104. 9. Blair, Clay, The Forgotten War, p. 689. 10. Ibid., p. 740. 11. Entrevista del autor con Kenneth Hamburger. 12. Stewart, George, documentos privados. 13. Ibid.
CAPTULO 44
1. Entrevista del autor con Paul McGee. 2. Ibid. 3. Entrevista del autor con el Dr. Robert Hall. 4. Paul Freeman, historia oral, U. S. Army War College Library.
CAPTULO 45
1. Blumenson, Martin, Army Magazine, agosto de 2002; entrevista del autor con Martin Blumenson. 2. Hamburger, Kenneth, Leadership in the Crucible, p. 205. 3. Blair, Clay, The Forgotten War, p. 700. 4. Entrevista del autor con Martin Blumenson. 5. Entrevista del autor con Tom Mellen. 6. Hamburger, Kenneth, Leadership in the Crucible, p. 200. 7. Ibid., pp. 200-201. 8. Blair, Clay, The Forgotten War, p. 707. 9. Hamburger, Kenneth, Leadership in the Crucible, pp. 206-207,213- 214.
CAPTULO 46
1. Entrevistas del autor con Cletis Inmon y Paul McGee. 2. Entrevista del autor con el Dr. Robert Hall. 3. Knox, Donald, The Korean War, vol. II, p. 73. 4. Hamburger, Kenneth, Leadership in the Crucible, p. 215.
CAPTULO 47
1. Entrevista del autor con Chen Han. 2. Ibid.
CAPTULO 48
1. Blair, Clay, The Forgotten War, p. 659. 2. Tmman, Harry S., Memoirs, vol. II, p. 420. 3. Ibid., p. 416. 4. Hastings, Max, The Korean War, pp. 192-193. 5. Bradley, Ornar y Clay Blair, A General's Life, p. 616. 6. Weintraub, Sidney, MaArthur's War, p. 305. 7. Ibid., p. 616. 8. Manchester, William, American Caesar, p. 625. 9. Paul Freeman, historia oral, U. S. Army War College Library. 10. Weintraub, Sidney, MacArthurs War, p. 307. 11. Blair, Clay, The Forgotten War, pp. 767-768. 12. Acheson, Dean, Present at the Creation, p. 519. 13. Truman, Margaret, Harry S. Truman, p. 513.
CAPTULO 49
1. Goulden, Joseph, Korea, pp. 477-478. 2. Tmman, Harry S., Memoirs, vol. II, pp. 446-447. 3. Goodwin, Doris Kearns, Team ofRivals, p. 383. 4. Entrevista del autor con George Elsey, Harry S. Tmman Library. 5. Donovan, Robert, Tumultuous Years, p. 355. 6. Entrevistas de Tmman, Harry S. Tmman Library. 7. Blair, Clay, The Forgotten War, p. 788. 8. Goldman, Eric, The Crucial Decade, pp. 201-202.
CAPTULO 50
1. Swanberg, W. A., Luce and His Empire, p. 312. 2. Hastings, Max, The Korean War, p. 207. 3. Rovere, Richard y Arthur M. Schlesinger, Jr., The General and the President, p. 5. 4. Caro, Robert, Master of the Senate, pp. 369-370. 5. Halberstam, David, The Fifties, p. 114. 6. Goulden, Joseph, Korea, p. 507. 7. Halberstam, David, The Fifties, p. 115. 8. Acheson, Dean, Present at the Creation, p. 524. 9. Goulden, Joseph, Korea, p. 498. 10. Care, Robert, Master of the Senate, p. 372. 11. Goulden, Joseph, Korea, p. 527. 12. Bradley, Ornar y Clay Blair, A General's Life, p. 640. 13. Goulden, Joseph, Korea, pp. 534-535. 14. Acheson, Dean, Among Friends, p. 103
CAPTULO 51
1. Entrevista del autor con Bill McCaffrey. 2. Walters, Vernon A., Silent Missions, pp. 209-210. 3. Eisenhower, Dwight T).,AtEase, p. 227.
CAPTULO 52
1. Smith, Richard Norton, Thomas Dewey and His Times, p. 591. 2. Manchester, William, The Glory and the Dream, p. 617. 3. Caro, Robert, Master of the Senate, p. 525. 4. Entrevista del autor con Harold G. Moore. 5. Marshall, S. L. A, Pork Chop HUI, p. 146. 6. Entrevistas del autor con Joe Clemons, Walter Russell y Harold G. Moore.
EPLOGO
1. Halberstam, David, The Best and the Brightest, p. 24. 2. Entrevista del autor con Leslie H. Gelb. 3. Entrevista del autor con Allen Whiting. 4. Schlesinger, Arthur M., Jr., A Thousand Days, pp. 479-480. 5. Entrevista del autor con Bernard Fall. 6. Entrevista del autor con George Elsey. 7. Brinkley, Douglas, Dean Acheson, p. 91. 8. Sorensen, Theodore, Kennedy, p. 294. 9. Geyelin, Philip, Lyndon Johnson and the World, p. 17. 10. Halberstam, David, The Best and the Brightest, p. 512. 11. lbid.,p. 531. 12. Entrevistas del autor con Bill Moyers y George Reedy. Bibliografa
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Notas a pie de pgina
* En la transliteracin del sustantivo coreano no se suele introducir un guin entre inmin (pueblo, popular) y gun (ejrcito, fuerzas armadas) y se escribe simplemente inmingun, que se traducira al castellano como ejrcito popular. (N. del t.) * Entre el 25 de junio y el 7 de julio el Consejo de Seguridad de la ONU aprob en sus resoluciones 82-84, en ausencia del representante sovitico y con las abstenciones de Egipto, la India y Yugoslavia, el uso de la fuerza bajo la autoridad estadounidense. (N. del t.) * We lost Davy in the Korean war, / And still don't know what for, don't matter anymore. (N. del t.) * En 2004 Denzel Washington y Meryl Streep protagonizaron un remake en el que la guerra de Corea se sustituy por la Operacin Tormenta del Desierto en Iraq. (N. del t.) * De hecho no se dio por concluido hasta 1953. (N. del t.) * Gobernador de Louisiana de 1928 a 1932 y senador de 1932 a 1935, de tendencia populista radical, muerto de un disparo con slo cuarenta y dos aos cuando se dispona a disputar la nominacin demcrata a Roosevelt para la eleccin presidencial de 1936. (N. del t.) * Jonathan Mayhew Skinny Wainwright IV, general estadounidense y comandante de las fuerzas aliadas en Filipinas en el momento de su rendicin en mayo de 1942. (N. del t) * Conserv ese nombre hasta el 10 de agosto de 1949, cuando se convirti en Departamento de Defensa. (N. del t.) * Fue elegido Gran Maestre de la Logia de Missouri en 1940. (N. del t.) * They promise you the sky, / they promise you the earth, / but what's a Republican promise worth? / So when election day appears, / keep what you had for twenty years. / Don't let 'em take it. * Los partidos demcrata y republicano se asocian tradicionalmente con los colores azul y rojo. (N. del t.) * Jefe de Personal, Operaciones y Planes de una unidad militar del ejrcito estadounidense. (N. del t.) * El general de divisin Charles A. Willoughby. (N. del t.) * En 1918 el presidente Woodrow Wilson lo nombr asesor legal de la dele- gacin estadounidense en la Conferencia de Versalles que presida su to, Robert Lansing, entonces secretario de Estado. (N. del t.) * Eudeba, Buenos Aires, 1966. (N. del t.) * Como director del Hindustan Times desde 1925. (N. del t.) * Sede de la mayora de las grandes agencias publicitarias estadounidenses en Manhattan. (N. del t.) * PPSh-41, de fabricacin sovitica. (N. del t.) * Alusin a la Rime of the Ancient Mariner de Samuel Taylor Coleridge. (N. del t.) * Lugar en Pennsylvania donde se refugi el Ejrcito Continental Americano bajo el mando de George Washington durante el invierno de 1777-1778. (N. del t.) * Juego de palabras entre B-2 y Be too. (N. del t.) * La final se disputa el da de Ao Nuevo. (N. del t.) * En junio de 1952 se convirti en la Agencia de Seguridad Nacional. (N. del t.) * Para distinguirla de la Operacin Big Switch, de agosto a diciembre de 1953. (N. del t.) * En octubre de 1930 el Guomindang captur a su mujer Yang Kaihui y a su hijo Mao Anying, que entonces slo tena ocho aos de edad, y obligaron a ste a contemplar la tortura y muerte de su madre. (N. del t.) * Se cuenta que en 1787, antes de una visita de la zarina Catalina la Grande, el duque Grigori Potemkin hizo levantar fachadas pintadas a lo largo de la ruta para que la zarina contemplara un panorama idlico en la recin conquistada Crimea, encubriendo la situacin catastrfica de la regin. (N. del t.)