Ana Quinchoa

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Ana Quinchoa: Gotas de selva en el centro de la ciudad

Cali mestiza, centro de la ciudad, espacio pblico con olor a hierbas frescas
Por: Ana Carolina Muriel
Estudiante de Lic. en Literatura

Entre almacenes, carretas ambulantes, olor a hierbas frescas y cientos de corales de


chaquiras rezados para prevenir el mal de ojo, se asoma el kiosco de sanacin tradicional de
Ana Quinchoa; una mujer del pueblo Inga. All, en una estructura de latas y madera, ella y
sus hijas venden calndula, ruda, manzanilla. Flores de saco y violeta, ramitas de romero,
citronela, limoncillo. Poleo, artesanas, amuletos, contras, fluidos mgicos, amansa machos,
semillas, baos contra la envidia, para la suerte, la salud y el amor. Libritos de oraciones con
imgenes del nio Jess. Palo santo, tabaco, mandrgora, salvia, incienso, mirra, cuarzos,
imanes. Pomadas. Races. Palos. Piedras. Veneno para ratas y cucarachas. Jabones. Miel de
abejas, miel de amor. Jarabe de ua de gato. Sangre de dragn.
La abuela Ana como le dicen sus amigos y pacientes, con sus plumas, collares y secretos de la
medicina y la botnica ancestral, migr hace veintids aos desde la selva del Putumayo
hasta Cali y se asent en esta ciudad para trabajar como mdica tradicional y partera. Lo
difcil para mi es que la gente de los almacenes hace mucha bulla con los equipos para atraer
la clientela dice. Ana trabaja entre gritos y parlantes que disparan rfagas inagotables de
reggaetn, y en medio del aturdimiento cotidiano vende da tras da sus productos y atiende
las consultas de sus pacientes. Suena el celular. Es el sptimo que tiene en los ltimos dos
aos porque no se acostumbra a cuidarlos y siempre los olvida por ah.
Al, al. Si buenas. Con ella. Aj. Dgame. Bueno. Ahorita tmese esto: consiga tres limones
y los parte en cruz. Los hierve en un poquito de agua de panela y toma. Me llama de aqu a una
hora a ver cmo sigue, y si no mejora, maana viene en la tarde con un poquito de orina y ah
lo miramos a ver qu nos aparece. El telfono suena de nuevo. Al, al. Si buenas. Si, con
ella habla. A ver, yo examino en la saliva y en el orn. No, no. Ellos hacen exmenes con
aparatos, pero yo no. Yo solo miro bien concentradita. Yo pido que me traigan el orn en
ayunas. Aja. Yo tengo un pndulo y un cuarzo y con eso examino. El pndulo es el compaero
del cuarzo, pero para eso hay que mandarle a hacer la oracin con los mayores. Aja. Entonces
as quedamos, lo espero maana con el orn.
Ana Quinchoa naci en el seno de una comunidad Inga en el Alto Putumayo. Su
aprendizaje en la medicina tradicional empez cuando tena siete aos. Una noche le
rob una copita de Yag a la mam y se la tom. Entonces arranc. En una sola toma,
el remedio, este poderoso brebaje conocido tambin como Ayahuasca, que se prepara
con la mezcla misteriosa y mgica de un bejuco y unas hojas, le explic todo en un
trance que nunca olvidara. El Yag le mostr cuantos hijos iba a tener y cmo iba a
recorrer el camino de la vida. Cuando la mam se dio cuenta que Ana haba estado en
contacto con la planta sagrada de los Ingas, la castig con tres latigazos. En ese
tiempo nicamente haban Taitas, Mamas no existan. Solo los hombres salan a la selva
para encontrar el conocimiento y desarrollar la conciencia. Las mujeres deban estar en

la cocina y no era una opcin para ellas practicar la medicina. Basilio, su abuelo
materno, quien era medico tradicional le dijo a la mam: djela, si ella puede,
aprender, sino, ella misma se dar cuenta y lo dejar.
Cuando tena doce aos sali de su territorio por primera vez. No lo hizo como tantos por la
violencia sino para buscar trabajo, porque haba mucha pobreza en su casa y porque le gust
andar. Eran varios hermanos y como la plata estaba tan escasa ella decidi salir a buscar
independencia. No le gustaba quedarse quieta, prefera ir de pueblo en pueblo para conocer
lugares nuevos y siempre volver. Se entristece si abandona un largo tiempo su tierra pero
nunca se queda ms de dos meses all.
El primer trabajo que tuvo fue de cocinera de un Taita que un da, mientras ella le preparaba
un armadillo ahumado le dijo: Si usted quiere conocer la medicina de las plantas tiene que
seguir tomando su yagesito y su guarapito. Eso hizo. Le gust caminar la selva y arriesgarse a
la cacera en la censurada oscuridad de la noche. En las largas vigilias que pas bajo los
efectos del Yag, cantaba, vibraba y zapateaba el suelo para hablar con sus ancestros. Las
majestuosas visiones le ensearon tanto los remedios del pramo como los remedios de las
tierras calientes y empez a ensayar sus aprendizajes con cualquier persona, que enferma,
se acercara a ella para recibir la sanacin. Como la cocina no le gust consigui un trabajo
aseando un centro de salud en Coln, Putumayo. All estaba pendiente de todo lo que hacan
los mdicos y cuando llegaban los pacientes entraba con disimulo a los consultorios para
mirar y aprender.
Mientras tanto, en las noches, ya con el apoyo de sus mayores, segua tomando Yag. As
profundiz su conocimiento de las plantas, del arte de sobar y de ser partera, saber en el
que se inici desde nia cuando su abuela paterna, quien era maestra en el oficio, la llevaba
con ella cuando deba atender a una mujer en trabajo de parto y, aunque su abuela no la
dejaba mirar en el momento de los nacimientos, ella finga estar dormida mientras sus ojos,
por debajo de la cobija, capturaban lo que la anciana les haca a las mujeres para ayudarles a
dar sus hijos a este mundo.
Yo no quise esclavizarme a un matrimonio, ni esperar a un hombre. Quise tener mi vida libre.
Trabajar mi propia fuerza. Mi pap le pegaba mucho a mi mam. Y mi mam cocinando,
lavando. Le tocaba trabajar y encima le pega. Si mi pap llegaba cansado, ella le pasaba agua
tibia pa que se lavara la mano, pa que se lavara el pie. Y mi mam no estaba cansada?
Cmo es eso? Yo dije nooo. Mi vida tiene que ser libre. Sin embargo me junt. Mi primer
esposo sali muy malo. El nunca lleg a tratarme mal o a pegarme, pero a todas horas tena
ms mujeres. Entonces me separ y me fui con mi primera hija que estaba de brazos. Estuve
tres meses en Per, seis en Ecuador y otros tres meses en Panam. De mi segundo marido

tambin me separ. Ese es muy borracho y seguir con l me complicaba. Mis hijas me
dijeron: mam, usted misma se est llenando de esas malas energas, seprese. Y me separ.
En los aos cuarenta los Taitas de los diferentes pueblos que habitan desde tiempos
inmemorables el territorio que hoy se conoce como el Putumayo, empezaron a salir de los
resguardos para llevar la medicina de la selva a las ciudades y con ella sus costumbres y sus
formas de pensamiento. Esa prctica qued impregnada en la identidad de la abuela Ana y el
camino que ha recorrido se le nota en las huellas del aire y el tiempo sobre su piel.
Nosotros estamos aqu en Colombia a nivel nacional, y tambin en Ecuador, en Venezuela,
Panam, Per y hasta ms para abajo. Nosotros los Ingas y los Quichuas somos muy
andariegos y no tenemos lmites. Nosotros no somos para la cocina o para la casa sino
siempre para la calle. A vender cositas, a trabajar curando, pero siempre libres. Aunque a
veces sea muy difcil, esa es la opcin que nos gusta.
Y en su libre caminar, el asfalto de la ciudad la dej cautiva. Para ella la vida est en las
plantas, en el conocimiento ancestral, en la medicina, en el Yag, en los nacimientos y en
viajar. Su lucha cotidiana es por amansar la ciudad, porque en la calle se enfrenta con el
maltrato de los dueos de los locales donde, agitado, funciona el comercio. En la calle el
espacio pblico no es libre, es una zona de tensin y conflicto donde, a veces, la violencia se
toma por asalto los cuerpos de los vigilantes o de la polica y en ese tirnico frenes hasta le
pegan a la gente.
Cuando Ana lleg a Cali e instal su kiosco de sanacin en el centro de la ciudad, el trabajo no
era tan duro como ahora. Cuando los dueos eran gente de Cali y llegaba el camin de la
Polica, la cosa era diferente: venga, venga ayude, rapidito, guarde su puestito por all
adentrito. Ya se fue el camin. Otra vez a cuadrarse en la calle. Ahora en cambio nooo. Con
esos paisas crecidos que se tomaron el centro es otra cosa. Ahora ellos mismos llaman a la
Polica para que nos echen y les limpien el espacio.
Cuando llega la temporada navidea la lucha callejera se arrecia para Ana y su familia. En
cada Diciembre, a diario la abuela sale de su casa a las cinco de la maana a pelear por un
espacio junto al kiosco para que sus hijos trabajen vendiendo pesebres.
Diciembre es lo ms duro, porque en esa poca toca rebuscarse la plata como sea. Mis hijos
se criaron en la calle y ya saben trabajarla. Pero por la violencia del pas mucha gente llega
de todas partes y se acomoda como puede en la ciudad, cada da y cada ao es mas difcil, la
gente se pelea por los puestitos y es capaz hasta de matarse por un pedacito de calle pa
trabajar.

Y as la vida de Ana transcurre entre conflictos territoriales, vendedores viambulantes,


pobreza y olor a hierbas frescas con sudor. Como el agua de los ros que le baaron el
crecer, el tiempo parece fluir hacia la lucha por sobrevivir y defender en la inmensa urbe un
lugar sagrado para las gotas de selva, para esa medicina tradicional indgena capaz de curar
a la enferma ciudad mientras la poderosa abuela camina inmarchitable con el mismo amor por
las plantas y la vida en libertad. Por la vida sanando en las calles.
No, no. Ellos hacen exmenes con aparatos, pero yo no. Yo solo miro bien
concentradita. Yo pido que me traigan el orn en ayunas. Aja. Yo tengo un pndulo y un
cuarzo y con eso examino. El pndulo es el compaero del cuarzo, pero para eso hay
que mandarle a hacer la oracin con los mayores.

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