Odonnell Pacho - El Aguila Guerrera
Odonnell Pacho - El Aguila Guerrera
Odonnell Pacho - El Aguila Guerrera
1 Parte
Captulo 1
Capitulo 2
Captulo 3
Captulo 4
Captulo 5
Captulo 6
Captulo 7
Captulo 8
Captulo 9
Captulo 10
Captulo 11
Captulo 12
Captulo 13
Captulo 14
Captulo 15
Captulo 16
2 Parte
Captulo 1
Capitulo 2
Captulo 3
Captulo 4
Captulo 5
Captulo 6
Captulo 7
Captulo 8
Captulo 9
3 Parte
Captulo 10
Captulo 1
Captulo 11
Capitulo 2
Captulo 12
Captulo 3
Captulo 13
Captulo 4
Captulo 14
Captulo 5
Captulo 15
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Captulo 16
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Captulo 10
Captulo 11
Captulo 12
Captulo 13
Captulo 14
Captulo 15
Captulo 16
Captulo 17
5 Parte
4 Parte
Captulo 1
Captulo 1
Capitulo 2
Captulo 3
Captulo 4
Captulo 5
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Captulo 8
Captulo 9
Captulo 10
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Captulo 17
EL AGUILA GUERRERA
PRIMERA PARTE
"A esto sigui una terrible convulsin -relatar su hermano Manuel, acompaante en la fatal travesaque apenas le dio tiempo para despedirse de su patria, de su familia y de sus amigos".
Para paliar sus males el capitn le administra una pcima, imprudentemente y sin nuestro
conocimiento", apunta Manuel Moreno, quien aade: "Aunque quisimos estorbarlo desampar su
cama ya en este estado, y con visos de mucha agitacin, acostado sobre el piso de la cmara, se
esforz en hacernos una exhortacin admira-ble de nuestros deberes en el pas en que bamos a entrar,
y nos dio instrucciones del modo que debamos cumplir los encargos de la comisin, en su falta. Pidi
perdn a sus amigos y enemigos de todas sus faltas; lla-m al capitn y le recomend, con el ms vivo
encareci-miento, el cuidado de su esposa inocente -con este dic-tado la llam muchas veces-."
La historia ha inmortalizado sus ltimas palabras: "Viva mi patria aunque yo perezca!". Luego se
sumergi en la inconsciencia.
Mariano Moreno muri luego de una horrible agona de tres das. Era el amanecer del 4 de marzo de
1811. Tena 32 aos.
"Su cuerpo fue puesto en el mar, a las cinco de aque-lla misma tarde, despus de haberle tributado las
demos-traciones compatibles con nuestra situacin. La bandera inglesa, a media asta, y las descargas
de fusilera anun-ciaron a las otras fragatas del convoy la desgracia sucedida en la nuestra, y el
cadver estuvo expuesto todo aquel da sobre la cubierta, envuelto tambin en la bandera inglesa".
Al poco tiempo de partir don Mariano hacia su nunca alcanzado destino londinense, su esposa Mara Gua-dalupe Cuenca- recibi annimamente un abanico de luto, un velo y un par de guantes
negros. "Era el anuncio de su prxima viudez", seala Enrique de Gandia en su Historia del 25 de
Mayo.
Otro dato muy sugerente fue que el gobierno porteo haya firmado contrato con un tal Mr. Curts, el
9 de fe-brero, es decir quince das despus de la partida del ex secretario cae la Junta de Mayo y sin
conocer, por lo tanto la noticia de su muerte, aunque "para el caso de que falleciera"., adjudicndole
una misin idntica a la de Moreno para el equipamiento del incipiente ejrcito nacional. El artculo
11 de este llamativo documento aclara "que si el. seor doctor don Mariano Moreno hubiere
fa-llecido, o por algn accidente imprevisto no se hallare en Inglaterra, deber entenderse Mr. Curts
con don Aniceto Padilla en los mismos trminos que lo habra hecho el doctor Moreno."
Como es sabido, anoticiado, don Cornelio exclam: "Haca falta tanta agua
para apagar tanto fuego". Efecti-vamente, el arsnico quema las entraas... (2,
63, 67).
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2. EL VOCAL SUICIDA
3. CARTAS A NADIE.
El general Espejo, quien combati a las rdenes del Libertador, es el nico que
se ocupa, en sus Memorias, de la descripcin de los caballos de San Martn.
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El cado bajo la metralla goda en San Lorenzo era un bayo de cola cortada al
corvejn, regalo de un tal Rodrigez.
En la campaa de los Andes, el mismo memorioso describe a don Jos
cabalgando por las calles de Mendoza sobre un hermoso alazn tostado de
cola recortada y tuse criollo, y en otras ocasiones en un zaino negro y de
largas crines.
No hay referencias entonces de que el caballo blanco de San Martn fuese
blanco...(1).
5. NO ES COSA DE LOCOS?
La logia Lautaro, que gobierna Buenos Aires, teme al creciente poder del
caudillo oriental Artigas, lder carismtico que seduce a la plebe y que
amenaza con establecer alianzas con otros gobernadores, especialmente con el
poderoso Francisco Ramrez, de Entre Ros.
El 20 de enero de 1814, furioso porque Buenos Aires se niega a convocar el congreso que reconocera
su importancia militar y poltica y sus consiguientes derechos, Artigas abandona el sitio de
Montevideo, enarbolando su propia bandera para hacer an ms irritativo su desplante (la azul y
blanca de las Provincias Unidas cruzada en diagonal con la banda punz del federalismo).
Aunque la plaza est a punto de caer en manos de sus sitiadores, la mayor parte de las tropas
orientales sigue a su jefe, conducidas por Otorgus, mano derecha del caudillo. En cuanto a las que
quedan, muy reducidas informa Rondeau, comandante de las tropas porteas, a su gobierno-, no
puede contarse con confianza porque a pesar de su disimulo se advierte una disposicin a seguir el
partido de aquel jefe.
Gervasio Posadas, que acaba de ser nombrado Director Supremo por la logia, declara el 11 de febrero
a Jos Artigas infame, privado de su empleo, fuera de la ley y enemigo de la Patria; considera
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crimen de alta traicin darle cualquier clase de auxilio, y fija una recompensa de seis mil pesos al
que entregue su persona, vivo o muerto.
Pero Artigas tena el prestigio del que l careca. Rondeau renuncia, French y Usted renuncian
escribira Posadas al coronel Soler, das ms tarde-, Artigas renunci y nos arranc 500 hombres.
Los oficiales que ha hecho prisioneros me escriben que los he sacrificado inocentemente porque la
causa de Artigas es justa. Belgrano renunci y est enojado. San Martn dice que a su mayor enemigo
no le desea aquel puesto. Das Vlez ha renunciado y est enojado. No es cosa de locos? Se puede
as marchar a ninguna empresa?(67).
6. LA NECESARIA DISCIPLINA.
Era amante del orden y de la disciplina. Fue eso lo que lo hizo partidario de la
monarqua para estas tierras del Plata y lo que, aos ms tarde, lo llev a
simpatizar con Juan Manuel de Rosas.
Un oficial le reclam que no poda mantenerse con el escaso sueldo que cobraba. San Martn le
contest que era de admirar la frescura con que aspiraba el solicitante a gravar al Estado en medio de
las ms premiosas urgencias pblicas y cuando todos los jefes y oficiales del ejrcito sufran sin
quejarse iguales molestias y privaciones.
A un soldado sanjuanino que, prisionero de los realistas, haba sido obligado a jurar que no volvera a
empuar las armas: Quedan sus manos libres para atacar el enemigo; mas si una ridcula
preocupacin aun se las liga, se le desatarn con el ltimo suplicio.
Al pie de una solicitud de un prisionero espaol que peda que en obsequio y gracia de la Patrona del
ejrcito, se lo acordase la libertad:No ha sido poca gracia que librase la vida.
En el sumario de una chacarera presa por haber malhablado de la patria: Sobresese mediante la
entrega de diez docenas de zapallos que el ejrcito necesita para su rancho.
A veces la firmeza del Libertador se mezclaba con el humor: cuando el capitn general de Chile, el
espaol Marc del Pont, recibi el oficio en que se le comunicaba la declaracin de nuestra
independencia, al entregar al mensajero lvarez Condarco la contestacin correspondiente, dijo
racistamente: Yo firmo con mano blanca, no como la de su general, que es negra.
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Triunfantes los argentinos en Chacabuco, el mandatario realista intent huir pero fue hecho prisionero
antes de embarcarse en Valparaso.
Llevado a presencia de San Martn, ste lo recibi en pie y tendindole la mano con semblante
risueo, dijo a quien haba puesto buen precio a su cabeza, vivo o muerto: Venga esa mano blanca...
(11. 24. 30).
7. LA ESCLAVITUD, ABOLIDA?
La Asamblea del ao XIII sancion la libertad de vientres, es decir aboli la esclavitud. Dicho
decreto del 2 de febrero fue completado dos das ms tarde por otro en el que se declaraba libres a los
esclavos que de cualquier modo se introduzcan desde este da en adelante por el solo hecho de pisar el
territorio de las Provincias Unidas.
Esta disposicin tuvo carta vida pues provoc la protesta del todopoderoso embajador ingls, lord
Strangford, quien, en proteccin del comercio de su pas, pretext que as se favoreca la fuga de
esclavos brasileos y se impeda el paso por el territorio de las Provincias Unidas de propietarios
brasileos con su squito de esclavos.
El decreto fue anuladocomo una prueba irrefragable de la sinceridad con que desea conservar y
promover la buena inteligencia establecida entre ambas posesiones a influjo de la respetable
interposicin de V.E. (67).
8. VA EL DEMONIO! VA LA CARNE!
9. LA TOMA DE MONTEVIDEO
V.E., que sabe calcular las probabilidades, no trepidar en mover el real nimo
de S.M. Cristiansima (el Rey de Francia) para aprovechar las disposiciones
favorables que han conservado siempre estos habitantes por los nacionales
franceses, y que pudiera ser en lo sucesivo el fundamento de relaciones
sumamente provechosas a ambas naciones.
As escriba el Director Supremo de las Provincias Unidas, Juan Martn de
Pueyrredn, el 16 de junio de 1818, al hombre fuerte de la Corona francesa, el
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cardenal Richelieu.
En respuesta, a mediados de agosto lleg a Buenos Aires el coronel francs Le
Moyne, caballero de San Luis y de la Legin de Honor, para seguir por encargo
de Richelieu las tratativas iniciadas por Henri Grandsire, nombre seguramente
ficticio de un eficaz agente secreto galo.
El 2 de setiembre Le Moyne daba a Richelieu seguridades sobre Pueyrredn:
A pesar de que ha recibido otras proposiciones, tengo la garanta del seor
Pueyrredn de que se entregar a Francia. Pueyrredn, francs, est animado de
los mejores sentimientos hacia su pas.
El Director Supremo reorganizaba la logia Lautaro buscando eliminar, o al
menos disminuir, alvearismo anglfilo. Desean que las consecuencias no
tarden contina Le Moyne-. Desean al duque de Orlens y todas las tropas
sern puestas a nuestra disposicin. Ms adelante: Pueyrredn y sus colegas
que trabajan en estos momentos en la Constitucin la hacen tan monrquica
como lo permiten las circunstancias.
Francia ha propuesto la coronacin de uno de sus prncipes. La respuesta no se
hace esperar: Puede V.S. estar seguro y contar con que el proyecto relativo a
los intereses de este pas que ha propuesto V.S. tendr los resultados favorables
que debemos prometernos.
En secreto se elige al comisionado argentino que deba concluir con el gabinete
francs los detalles de la coronacin del duque de Orlens: el cannigo
Valentn Gmez (67).
El gobierno de Buenos aires, a raz del triunfo de Salta, dispuso que al jefe de
los ejrcitos patriotas, general Manuel Belgrano, se lo premiara con un sable
con virola de oro, en el que podra leerse La Asamblea Constituyente, al
benemrito general Belgrano. Adems se lo otorgaran cuarenta mil pesos
como recompensa.
Siendo vocal del primer gobierno patrio ya el generoso don Manuel haba
renunciado en 1810 a su sueldo de tres mil pesos, y cuando se lo nombr jefe
del Regimiento de Patricios tambin cedi la mitad de su recompensa
pecuniaria.
Al anoticiarse de la decisin de la Asamblea don Manuel envi desde Jujuy una
correspondencia a Buenos Aires en la que expresaba su decisin de destinar
los cuarenta mil pesos para la dotacin de cuatro escuelas pblicas de primeras
letras, en las que se ensee a leer, escribir, la aritmtica, la doctrina cristiana y
los primeros rudimentos de los derechos y obligaciones del hombre en sociedad
hacia sta y el gobierno que la rija, en cuatro ciudades, a saber, Tarija, Jujuy,
Tucumn y Santiago del Estero, que carecen de un establecimiento tan esencial
e interesante a la Religin y al Estado y aun ni arbitrios para realizarlos.
Pero no se limit don Manuel a desprenderse de una suma entonces importante
para que los nios pobres de esas comarcas recibieran educacin gratuita,
generosidad que su patria mal retribuira al cabo de los aos condenndolo a
morir en la ms absoluta pobreza y sin atender a sus reclamos por sueldos
impagos, sino que tambin redact un Reglamento para el funcionamiento de
dichos establecimientos educativos.
Los artculos de dicho reglamento son poderosamente reveladores de l lcida
concepcin que Belgrano tena de lo educativo y de su importancia en la
sociedad. Es as que en el artculo 1 privilegia la buena retribucin al maestro
estableciendo que se destinen quinientos pesos anuales para cada escuela, de
los que cuatrocientos sern para su pago y los icen restantes para papel,
pluma, tinta, libros y catecismo para los nios de padres pobres que no tengan
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como costearlo.
Para evitar el dedazo o acomodo impona el sistema del concurso u
oposicin: Se admitiran los memoriales de los opositores con los documentos
que califiquen su idoneidad y costumbres, oir acerca de ellos el sndico
procurador, y cumplido el trmino de la convocacin, que nunca ser menor de
veinticinco das, nombrar dos sujetos de los ms capaces e instruidos del
pueblo, para que ante ellos, el vicario eclesistico y el procurador de la ciudad,
se verifique la oposicin pblicamente en el da sealado. Dicho concurso,
como lo indica el artculo 4, deba abrirse cada tres aos, para garantizar que
el maestro fuera el ms capacitado para ejercer tan delicada tarea.
No era ajeno a la voluntad de don Manuel el estmulo a los jvenes que as lo
merecieran: Se les dar asiento de preferencia, algn premio, distincin de
honor, procedindose en esto con justicia (artculo 6).
Tres artculos, el 7, el 8 y el 9, estn dedicados a la formacin espiritual de
los nios y jvenes. Belgrano era catlico confeso y practicante: aos ms
tarde, al ser relevado San Martn, le escribir, en camino hacia Buenos Aires
para ser juzgado por sus derrotas en Vilcapugio y Ayohma: Acurdese V. de
que es un general cristiano, apostlico romano, cele V. de que en nada, ni aun
en las conversaciones ms triviales, se falte respeto de cuanto diga a nuestra
Santa Religin.
Prudente en penitencias y castigos, en pocas propensas a los mismos, siempre
obsesionado por la justicia, Belgrano propone que si hubiese algn joven de
tan mala ndole o de costumbres tan corrompidas que se manifieste
incorregible, podr ser despedido secretamente de las escuela con la
intervencin del alcalde de primer voto, el regidor ms antiguo y el vicario de
la ciudad, quienes se reunirn a deliberar en vista de lo que previa y
privadamente les informe el preceptor. Insiste en que a los alumnos por
ningn motivo se les expondr a la vergenza pblica! (artculo 15).
Tendr tambin maravillosas expresiones hacia el maestro, de sorprendente
actualidad: Procurar con su conducta en todas sus expresiones y modos
inspirar a sus alumnos amor al orden, respeto a la religin, moderacin y
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Carlos de Alvear, derribado del gobierno y condenado al exilio, por sus excesos
y por el descrdito de la logia Lautaro que l diriga, escribe desde Ro de
Janeiro al Rey de Espaa (23 de agosto de 1815):
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segunda parte
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Estos nmeros indican las referencias bibliogrficas ordenadas al final del libro.
** N. Del A.: s, Alvear escribe espaol.
*** N. Del A.: infiltrarse para cambiar el rumbo revolucionario.
**** N. Del A.: quien hasta hace pocos das gobernaba en las Provincias Unidas no vacila en calificar
de maldita a la proclama de Mayo.
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EL AGUILA GUERRERA
SEGUNDA PARTE
1. CARTAS COMPROMETEDORAS
1- Cada soldado, para batirse, llevar cien tiros y seis piedras; la mitad consigo y la otra mitad detrs
de su respectivo cuerpo.
2- Antes de entrar en batalla, se les dar una racin de vino o aguardiente, prefiriendo lo primero.
Los jefes perorarn con denuedo a la tropa antes de entrar en batalla, imponiendo pena de la vida al
que se separase de su fila, sea al avanzar, sea al retirarse.
3- Se dir a los soldados, de un modo claro y terminante por sus jefes, que si un cuerpo se retira es
porque el general en jefe lo ha mandado as por astucia.
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4- Si algn cuerpo de infantera o caballera fuere cargado con arma blanca, no ser esperado a pie
firme, sino que le saldr cincuenta pasos al encuentro con bayoneta calada o con sable.
5- Los heridos que no puedan andar con sus pies no sern salvados mientras dure la batalla, porque
necesitando cuatro para cada uno, se debilitara la lnea en un momento.
6- Recomiendo a los jefes de caballera llevar a retaguardia un pelotn de 25 a 30 hombres para
sablear a los soldados que vuelvan cara, as como para conseguir al enemigo mientras se rene el resto
del escuadrn. Siendo el carcter de nuestros soldados ms propio para la ofensa que para la defensa,
los jefes no olvidarn que en caso de apurado debern tomar la primera (43, 49).
5. LA VERDAD DE CHACABUCO
San Martn tarda diez das en redactar el parte de batalla. Tiempo sin duda
excesivo.
En el mismo seala: El bravo brigadier OHiggins rene los batallones 7 y 8,
al mando de sus comandantes Cramer y Conde, forma columnas cerradas de
ataque y carga a la bayoneta sobre la izquierda enemiga (...) El general Soler
cay al mismo tiempo sobre la altura que apoyaba su posicin.
Aos ms tarde, harto ya de la sistemtica campaa que se haba llevado a cabo
en Chile para disminuir la importancia de su papel en la independencia de ese
pas, y ante la publicacin en 1844 de una denigrante Memoria del Exmo.
Seor Don Bernardo OHiggins, el Libertador hace reveladoras acotaciones al
margen de su puo y letra (este ejemplar se encuentra en al Archivo Mitre y ha
sido estudiado por el coronel L.R. Orstein).
En la pgina 29 su autor, un tal Casimiro Albano, imagina que San Martn
debi destinar a OHiggins al mando de la vanguardia por opinin uniforme
de los bravos.
San Martn se despacha: El General OHiggins era bravo hasta el extremo,
pero sus conocimientos militares eran nulos. Desde la cima de la Cuesta de
Chacabuco lo destin a perseguir al enemigo con el Batalln 8 con la orden
expresa de no comprometer ninguna accin con el enemigo hasta que la
caballera que yo llevaba pasase el desfiladero de ms de una legua. Al poco
tiempo yo o que el fuego haba comenzado; a la media hora llegu con dos
escuadrones de granaderos, y vi con sorpresa que OHiggins marchaba en
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6. DOS VALIENTES
Dgame usted, seor general, tienen ustedes muchos oficiales como Brandsen?
Valdez, el jefe enemigo, acudi rpidamente al lugar e impresionado por el acto de coraje, orden el
cese del fuego y ofreci garanta de vida a quienes ya casi desaparecan bajo el oleaje (8, 26, 44).
7. RECOGE LA SOTA!
Los marineros mercenarios reclutados para la incipiente flota patriota carecan del fuego sagrado que
da el saberse luchando por una causa noble que les competa. Eran adems indisciplinados y
codiciosos.
El almirante Brown decidi resolver el problema alistando a criollos y tambin indios, aunque
carecieran de toda experiencia en el tema.
Como su instruccin era deficiente y les resultaba imposible memorizar el nombre de las velas, de las
cuerdas y de las maniobras, el comandante irlands ide una treta ingeniosa:
Conocedor de que sus inexpertos reclutas eran maestros en el juego de naipes, reemplaz los trminos
nuticos por las cartas de la baraja. Entonces poda escucharse: larga el as!, ata el caballo!,
recoge la sota!, en vez de nombrar a la mayor, el bauprs o los rizos (2).
8. EL ACTA DE RANCAGUA
Entre 1816 y 1820 Buenos Aires tuvo una lotera que dependi, para sus fines
benficos, de la Hermandad de la Santa Caridad.
Una vez adquirido el nmero, el sorteo se realizaba de inmediato. El vendedor
ambulante de la esperanza entregaba a su cliente una cedulilla dividida en dos
partes. Sea y contrasea. La primera era una oracin: San Jos Bendito,
deca por ejemplo, y el lotero la cantaba con voz estentrea.
Si coincida con la de su cedulilla, el afortunado ya tena seguro algn premio.
Contestaba entonces, en voz alta con la contrasea, que el lotero tambin tena
impresa en su duplicado. Por ejemplo nima de mi abuela, protgeme!.
Entonces se cantaba la cifra de la buena suerte: Con 100 pesos fuertes,
favorecido el nmero 250!.
Otra sea poda ser Virgen Milagrosa, y su correspondiente contrasea: Que
los hombres tengan el corazn limpio, Y luego: Con 85 pesos fuertes, el
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nmero 123!...
El azar y lo religioso, unidos (15).
El almirante Cochrane era un hroe naval de Gran Bre-taa, condecorado con la muy prestigiosa
Orden del Bao por sus hazaas en las guerras napolenicas. Lleg a ser tambin miembro de la
Cmara de los Tories. Pero su codi-cia lo llev a embarcarse en estafas financieras que lo ence-rraron
en la Torre de Londres y lo despearon en el despres-tigio social.
Ello lo llev a ofrecerse como mercenario, aceptando la propuesta de lvarez Condarco para conducir
la armada chilena.
"Al da siguiente, 4 de agosto, no sabiendo lord Cochrane que San Martn haba
cambiado de ttulo -re-dacta su secretario, en un remedo de ventrilocuismo- fue
a palacio y rog al general en jefe propusiese un medio para pagar a los
marineros extranjeros, que haban cumplido sus contratos." San Martn
respondi a esto que "l nunca pagara a la escuadra chilena a menos que fuese
vendida al Per, y que entonces el pago sera considerado como parte del
precio de adquisicin". Lord Cochrane le respondi malamente.
San Martn se volvi entonces hacia el almirante y le dijo: "Sabe Ud., mi lord,
que yo soy el Protector del Per?" El ingls ironiz entonces sobre las
veleidades nobiliarias y aristocratizantes de don Jos. ste lo interrumpi,
altanero, dando por terminado el dilogo: "Lo nico que tengo que decir es que
yo soy el Protector del Per".
Al pie de lo que atribuye a su empleado, Cochrane agrega un infundio: "Una circunstancia ha sido
omitida en la presente narracin. El general San Martn, al conducirme hasta la escalera, tuvo la
temeridad de proponerme si-guiese su ejemplo, esto es, faltase a la fe que ambos haba-mos jurado al
gobierno de Chile, apropiase la escuadra a sus intereses y aceptase el grado ms elevado de Primer
Almirante del Per. Es casi excusado decir que desech proposiciones tan deshonrosas. San Martn, al
ver mi nega-tiva, me declar en un tono irritado que ni pagara a los marineros sus atrasos ni la
recompensa que les haba pro-metido".
El lord estaba decidido a enajenar a San Martn el apoyo de Chile, la amistad de O'Higgins y su
prestigio en la nacin hermana (37, 42, 49).
Claro est que sin recursos nacionales, San Martn no poda seguir su guerra en
el Per, ni Gemes defender la quebrada de Humahuaca, ni prepararse la
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En 1820 un barco argentino se present en las Islas Malvinas para izar, por primera vez, el pabelln
argentino.
La fragata "Herona", al mando del coronel de marina David Jewett, tuvo la misin de reafirmar la
presencia de nuestra ensea en el remoto archipilago.
Se trataba de un ex oficial norteamericano al servicio de Buenos Aires, como corsario, desde 1815. Se
haba pre-sentado a "prestar servicios en la gran causa de la emancipacin y de la independencia de
estas provincias, porque estaba animado de la justa idea de la libertad inculcada en las gloriosas
instituciones de los Estados Unidos", segn explicaba l mismo en oficio al gobierno porteo.
Antes de su misin a las Malvinas, Jewett haba pro-porcionado al pas valiosos servicios. Vencedor
en no pocos enfrentamientos navales contra escuadras espaolas, su jefatura de la "Herona" tena un
inequvoco sentido oficial, puesto que el barco fue declarado "fragata del Estado".
Pero desde el principio la misin de Jewett a las Malvinas estuvo signada por la fatalidad. Debi
enfrentar un motn, capear una epidemia de escorbuto, soportar la muerte de su segundo, afrontar
problemas tcnicos en la fragata (que al desarrollar escasa velocidad le impeda per-seguir a los barcos
enemigos que sorprenda en alta mar) y otros inconvenientes inquietantes.
La "Herona" contaba con 34 caones en sus casi 500 toneladas. En su tripulacin de ms de 200
hombres abun-daban los marinos ingleses, muchos de ellos desertores de naves mercantes; tambin un
grupo numeroso de presidia-rios y un destacamento militar en su mayora de criollos, al mando del
capitn Laureano Anzotegui.
Lord Ponsonby, que tanto influyera en nuestra historia durante los aos en que represent a Inglaterra
en las Pro-vincias Unidas, era un dandy bien parecido y galante que sedujo a lady Conyngham,
amante del rey Jorge IV.
Ello gener un serio conflicto en la Corte britnica, que oblig al primer ministro George Canning a
sugerir al rey enviarlo lo ms lejos posible. Es decir a nuestras tierras. Para ello fue necesario que
Gran Bretaa reconociese final-mente al nuevo Estado americano.
Comprensiblemente disgustado lleg lord Ponsonby a Buenos Aires. Escribe apenas llegado que era
"el lugar ms despreciable (vilest) que jams vi. Me colgara si encontra-se un rbol apropiado (...) un
lugar para bestias (beastly place)". En otras cartas: "Nadie vio un sitio tan desagrada-ble como Buenos
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Aires. Suspiro cuando pienso que tendr que quedarme aqu, en este lugar de barro y osamentas
ptridas, sin carreteras, ni caminos, ni casas pasables, ni libros ingleses, ni teatro soportable (...) clima
detestable, nunca falta polvo o barro con temperatura que salta en un da 20 grados."
A Rivadavia, gobernante porteo, le advierte que "no estaba dispuesto a cenar con l en pblico ni en
privado" pues le aburran sus discursos de sobremesa... Su opinin sobre don Bernardino no era
buena: "Me hizo acordar a Sancho Panza por su aspecto, pero no es ni la mitad de prudente", escribe
al Foreign Office el 17 de octubre de 1826; "como poltico carece de muchas de las cualidades
necesarias".
El lord deseaba regresar a su pas y a su amante lo antes posible y puso enseguida las cartas sobre el
tapete. Apenas llegado -el 20 de setiembre- notific a Rivadavia que la guerra con Brasil deba
concluirse, a la brevedad, con la independencia de la Banda Oriental y la "libre nave-gacin" -es decir,
la renuncia a la soberana- de los ros interiores.
El Presidente argentino no se horroriza ante planteo tan irreverente: "Acogi mis palabras -informa a
Canning- en la forma ms favorable que me era dado esperar, y habl muy extensamente a favor de la
paz y con mucha vehemencia de las dificultades de la guerra y los peligros que encerraba su
continuacin para las institucio-nes de la Repblica" (67).
Lord Cochrane no ahorra agravios de grueso calibre en contra de su enemigo San Martn: "En cuanto
a su promesa de dar a los marinos la paga de un ao, nunca la cumpli ni pens cumplirla; mientras
que los 50.000 pesos prometidos por la captura de La Esmeralda y que dice que estaba tra-tando de
recoger, haca tiempo que los haba recogido y en cantidad mucho mayor de los espaoles,
guardndoselos".
El rencoroso marino cuenta que una feliz casualidad le permiti apoderarse del tesoro del Estado
peruano, que San Martn trat de poner a buen recaudo, embarcndolo, ante la posibilidad de un
contraataque de los espaoles. Quizs, tambin, al demostrar confianza en el lord britni-co deseaba
disminuir el voltaje de su confrontacin, daina para el proyecto libertario.
Sin embargo, el almirante aprovechar para redoblar sus ataques de mala fe: "Este dinero -escribirhttp://www.odonnell-historia.com.ar/anecdotario/EL%20AGUILA%20GUERRERA%20parte%20II.htm (21 of 23) [26/05/2003 10:35:58]
haba sido enviado a Ancn bajo el pretexto de ponerlo a salvo de cualquier ataque de las fuerzas
espaolas, pero con el ni-mo quiz de hacerlo servir a las miras ulteriores del Pro-tector".
Fueron intiles los esfuerzos de San Martn y de su estrecho colaborador Monteagudo para que
Cochrane resti-tuyera tan importante caudal.
ste saca partido de las nfulas monarquizantes de don Jos -flanco que tambin aprovechara Bolvar
para denigrarlo- para describir, cargando las tintas, la Lima de 1820: "Se haba formado una casi
guardia real de escolta al Protector cuando sala al pblico; precaucin no del todo intil, a pesar de
hallarse los limeos desarmados. En una palabra, los limeos tenan una repblica que hormigueaba
de marqueses, condes, vizcondes y otros ttulos de monarca, a cuyo fin todos crean se encaminaba el
Protector". Recorde-mos que sus enemigos se burlaban de San Martn apodndo-lo "el Rey Jos".
Al producirse el regreso de San Martn a Chile, luego de Guayaquil, escribe el almirante: "Los
patriotas de Chile ansiaban que yo lo arrestase y estoy cierto que si as hubiese procedido los hombres
del poder no se habran quejado; pero yo prefer que el gobierno siguiese su propio curso".
Falta a la verdad Cochrane, en su supuesta magnanimi-dad, puesto que el 12 de octubre de 1822 ha
urgido al gobier-no chileno a "formar un sumario acerca de la conducta del mencionado Dn. Jos de
San Martn", aprovechando que "habiendo llegado hoy a Valparaso hllase ahora bajo la jurisdiccin
de las leyes de Chile". Se manifiesta "pronto a probar el haberse apoderado violentamente de la
autoridad suprema del Per; el haber intentado seducir a la marina de dicho Estado; el colocar sin
derecho alguno a las fragatas `Prueba' y `Venganza' bajo la bandera del Per; y otras de-mostraciones
y actos hostiles a la Repblica de Chile".
El Libertador debi huir del pas que haba liberado, a toda prisa, con una escolta proporcionada por
su amigo O'Higgins, con su vida pendiente de un hilo, esquivando a los tribunales de un pas que
haba llegado a execrarlo.
Por alguna inexplicable razn nuestra historia oficial reconoce como nicos antagonistas del
Libertador a los godos y a las altas cumbres andinas, ocultando que fue escarnecido y hasta
amenazado de muerte por algunos de sus poderosos contemporneos, entre ellos Alvear, Rivadavia y
Cochrane. Y no fueron los nicos.
Nada ms hipcrita que la explicacin oficial de que nuestro Libertador emigra a Europa para
completar la educacin de su hija" (37, 42, 49).
Rivadavia haba dictado una Constitucin unitaria y presidencialista, que contradeca los reclamos
federales de las provincias.
A sus gobernadores envi emisarios con la noticia. Vlez Sarsfield no tuvo coraje para presentarse
ante Facundo Quiroga y le envi el texto constitucional por chasque desde Mendoza. El Tigre de los
Llanos ni siquiera se dign a abrir el sobre y se lo devolvi con una nota: "Regrese Cecilio Bardeja -el
correo- a la ciudad de Mendoza conduciendo el pliego que condujo de la Diputa-cin del Congreso
General en razn de que el que habla no se halla en el caso de ver comunicaciones de individuos que
dependen de una autoridad que tiene dadas rdenes para que le hagan la guerra, pero s est en el de
contestar con obras pues no conoce peligros que le arredren, y se halla muy distante de rendirse a las
cadenas con que se pretende ligarlo al pomposo carro del despotismo".
A Tezanos Pinto no le fue mejor en Santiago del Estero con el gobernador Ibarra. Segn informa a
Buenos Aires, una mujer del servicio introdujo al comisionado y a su solemne comitiva en el
dormitorio donde Ibarra dorma, o finga dormir la siesta. "El diputado que suscribe no pudo menos
que llenarse de la mayor sorpresa al ver al seor gobernador de Santiago del Estero en un traje
semisalvaje inapropiado para las circunstancias, tomado de propsito para poner en ridculo al
Soberano Congreso en la persona del comisionado (...) una forma que choca con el pudor y la
decencia: en calzoncillos, con la camisa abierta y una vincha en la cabeza (48, 67).
Tercera parte
1 Parte
Captulo 1
Capitulo 2
Captulo 3
Captulo 4
Captulo 5
Captulo 6
Captulo 7
Captulo 8
Captulo 9
Captulo 10
Captulo 11
Captulo 12
Captulo 13
Captulo 14
Captulo 15
Captulo 16
2 Parte
Captulo 1
Capitulo 2
Captulo 3
Captulo 4
Captulo 5
Captulo 6
Captulo 7
Captulo 8
3 Parte
Captulo 9
Captulo 1
Captulo 10
Capitulo 2
Captulo 11
Captulo 3
Captulo 12
Captulo 4
Captulo 13
Captulo 5
Captulo 14
Captulo 6
Captulo 15
Captulo 7
Captulo 16
Captulo 8
Captulo 9
Captulo 10
Captulo 11
Captulo 12
Captulo 13
Captulo 14
Captulo 15
Captulo 16
Captulo 17
4 Parte
Captulo 1
Capitulo 2
Captulo 3
Captulo 4
Captulo 5
Captulo 6
Captulo 7
Captulo 8
5 Parte
Captulo 1
Captulo 9
Capitulo 2
Captulo 10
Captulo 3
Captulo 11
Captulo 4
Captulo 12
Captulo 5
Captulo 13
Captulo 6
Captulo 14
Captulo 7
Captulo 15
Captulo 8
Captulo 16
Captulo 9
Captulo 10
Captulo 11
Captulo 12
Captulo 13
Captulo 14
Captulo 15
Captulo 16
Captulo 17
6 Parte
Captulo 1
Capitulo 2
Captulo 3
Captulo 4
Captulo 5
Captulo 6
Captulo 7
Captulo 8
Captulo 9
Captulo 10
Captulo 11
Captulo 12
Captulo 13
Captulo 14
Captulo 15
Captulo 16
Captulo 17
EL AGUILA GUERRERA
TERCERA PARTE
1. APRENDIENDO A COIMEAR...
El 25 de junio de 1824, Castro, emisario de Rivadavia y Robertson, hacia saber a Baring que el
emprstito de un milln de libras debera colocarse al tipo de 85, pero girarse a Buenos Aires
solamente al tipo de 70, repartindose la diferencia entre banqueros y comisionistas. Es decir, quedaba
establecida una suculenta y pionera coima.
Alexander Baring expres su temor de que el gobierno de Buenos Aires no aprobase una operacin
semejante que dejaba en el camino 150.000 libras, adems de las comisiones de estilo a cargo del
deudor.
Pero Castro y Robertson aseguraron que nada tenia que temer. El ministro Rivadavia participaba del
negociado. Est tambin entendido que al pasar a nuestro crdito la antedicha suma de ciento veinte
mil libras, nosotros garantizamos expresamente a Uds la aprobacin del gobierno de Buenos Aires
sobre esta disposicin. Es decir, ellos se encargaran de distribuir los beneficios ya acordados...
En la documentacin an hoy consultable en la Casa Baring, N 60. 630/2 del Archivo de Canad, se
registra el reparto del emprstito:
Al gobierno de Buenos Aires (debiendo descontarse comisiones para el consorcio y retenerse por
Baring cuatro servicios de intereses y amortizaciones ms sus comisiones)
700.000
A la Casa Baring, su diferencia
30.000
Al consorcio, su diferenca
120.000
Total
850.000
No par all el aprovechamiento. La Casa Baring, al terminar de lanzar el emprstito en abril, tena en
su caja, por lo menos, la respetable cantidad de 850.000 libras, si hubiera colocado los bonos a 85, y
de 931.000 si hubiese aprovechado el mejor momento. De ellos, 700.000 solamente sern acreditados
a Buenos Aires, sobre los cuales, como si no les hubiera sido ya bastante, se lanzaron vidos
"con-sorcios" y banqueros para mejorar aun ms sus ganancias. Uno de ellos fue Hullet, banquero
privado de Rivada-via, con quien plane los negocios de la enfiteusis ("Provinces of the Rio Plata
Agricultural Association") y de las minas de Famatina ("Provinces of the Rio Plata Mining
Association"). Para ello fue conveniente que don Bernardi-no renunciara a su cargo y se embarcase
con destino a Lon-dres el 26 de junio. No hubo obstculos para sustraer 6.000 libras esterlinas del
emprstito para sus gastos de estada europea. Se adujo "carcter diplomtico", aunque el viaje de
Rivadavia era por asuntos comerciales de ndole perso-nal. El puesto diplomtico vendra despus.
Parish Robertson y Castro aprovechan la ocasin para hacerse reconocer 7 mil libras de "comisin" y
3 mil de "gastos". Baring tambin "premia" a ambos y al agente de Rivadavia, a cambio de que se le
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permitiera cargar 131.300 libras por "cuatro servicios adelantados de intereses y amortizaciones", ms
una comisin del 1% sobre los mis-mos (120 mil de intereses, 10 mil de amortizaciones y 1.300 de
comisin).
El emprstito del milln de libras haba quedado redu-cido a 552.700 netas antes de finalizar el mes
de julio.
El ahora gobernador Las Heras reclama el envo del dinero a Buenos Aires, que
deba realizarse en lingotes de oro. Pero desde el 2 de julio la banca inglesa
informaba que "por prudencia" no convena mandar oro a tanta distancia, y
propona que el remanente -salvo 60.000 libras (exacta-mente 64.041, 62.000
en letras y lo restante en doblones de oro) que crey prudente remitir a Buenos
Aires- quedase depositado en la Baring de Londres, abonndose al gobier-no
porteo un inters del 3 por ciento anual, "que es todo lo que podemos dar".
Puede hacerse tambin historia de nuestros desfalcos pblicos... (67).
2. LA MARCHA "ITUZAING"
Entre los efectos abandonados por los brasileos en su huida luego de la derrota de Ituzaing, figura
una valija que contiene un manojo de partituras musicales. En una de ellas y en caracteres de gran
tamao poda leerse: Para ser ejecutada despus de la primera gran victoria que alcancen las tropas
imperiales, debiendo darse a esta marcha el nombre del campo en que se libre la batalla.
Alvear, el jefe vencedor, que posea conocimientos musicales, reconoci la jerarqua de dicha
composicin y decidi cumplir con el propsito de su ignoto autor: que sirviera para conmemorar una
gran victoria. Pero de las tropas argentinas.
Fue ejecutada por primera vez por una banda del ejrcito patriota el 25 de Mayo de 1827, al festejarse
en el campamento de los argentinos el decimosptimo aniversario de la Revolucin del ao 10 (41,
64).
3. LA MASACRE DE PERROS
Se haba hecho fama de hombre petulante. Sola recorrer las calles de su amada Buenos Aires, a la que
tanto haba embellecido y hecho progresar.
El viejo J. A. Beaumont, britnico, relata en su Diario: El presidente Rivadavia haca su paseo a
caballo por la ciudad con su escolta militar cuando he ah que un perro sedicioso y de mala ralea
mordi en una pata al caballo del presidente; que cay a tierra y rod por el suelo, felizmente sin
herirse. Este atentado a la dignidad presidencial se consider tan atroz, que no era para expiarse con la
muerte de un solo y miserable can.
Toda la raza de los canes fue proscrita y se design la maana siguiente para proceder a su
exterminacin completa. Fue uno de los das de mayor animacin y bullicio que presenci en Buenos
Aires. Los amos de los perros de toda clase muy mal heridos o apenas estropeados andaban chillando
por las calles; los ejecutores, seguidos por bandas de muchachos, podan verse cumpliendo con amore
su verdadera vocacin, desde la maana a la noche (2).
Muchos siglos despus nuestras guerras fratricidas se empeaban en darle la razn. Luego de la
batalla de Cayast se redacta el parte correspondiente, dirigido al gobernador Lpez:
El infrascripto tiene la grata satisfaccin de participar a Usted, agitado de las ms dulces emociones,
que el infame caudillo Mariano Vera, cuyo nombre pasar maldecido de generacin en generacin,
qued muerto en el campo de batalla.
Quien firma es Calixto Vera, hermano de Mariano (67).
... y as, mi querido Moreno, porque Saavedra y los pcaros como l son los que se aprovechan y no
la patria, pues lo que vos y los dems patriotas trabajaron est perdido... (20 de abril de 1811).
... yo estar llorando como estoy, y sufriendo tu separacin que me parece la muerte, expuesta a la
clera de nuestros enemigos, y vos divertido, y encantado, con tu inglesa... (9 de mayo de 1811).
Lupe contina escribiendo a su esposo Mariano.
Las cartas, absurdamente intiles, sin abrir, seguirn acumulndose sobre algn escritorio en Londres
(30).
Cartas como stas se rompen, escribe, sibilinamente, Juan Cruz Varela al final de la misiva al
general Lavalle en la que argumenta a favor de la muerte de Manuel Dorrego. No es de extraar que
sobre su firma asiente los tres puntos masnicos ya que la sociedad secreta estaba a favor del
unitarismo rivadaviano y tema que si Dorrego era trado prisionero a Buenos Aires la chusma se
volcara a las calles para expresarle su apoyo.
Tambin Salvador Mara del Carril opera sobre la espada sin cabeza como lo llamara Echeverra:
Que las vctimas de Navarro no queden sin venganza (...) el partido de Dorrego se compone de la
canalla ms desesperada (...) general, prescindamos del corazn en esta caso.
Volvamos tiempo atrs. Rivadavia haba sido derrocado del gobierno de buenos Aires al sucumbir
ante el descontento popular provocado por la vergonzosa abdicacin de su emisario Manuel Garca
quien, a pesar de que nuestro pas haba triunfado militarmente sobre el Brasil, en las negociaciones
de paz haba renunciado a la Banda Oriental bajo presin (o soborno?) del embajador ingls lord
Ponsonby.
En lugar de Rivadavia el fervor popular encumbr a Manuel Dorrego, quien haba sabido conquistar
el favor de la mayora de los gobernadores de provincia, as como tambin el de los sectores
marginales de la sociedad: paisanaje, tolderas, descastados, etc. Puede decirse que Manuel Dorrego
es el primer lder popular de nuestro pas y eso es lo que, a la postre, le costar la vida.
Pero los rivadavianos saban que el margen de maniobra del nuevo gobernador era limitado. As, en
una carta de Agero a Rivadavia puede leerse: Nuestra cada es aparente, nada ms que transitoria.
(...) Tendr que hacer la paz con Brasil, aceptando la deshonra que nosotros hemos rechazado (...) Sea
lo que fuere, hecha la paz el ejrcito volver al pas; y entonces veremos si nos ha vencido.
Tal como lo seal el lcido Agero, el grave problema se plante cuando las tropas vencedoras de
Ituzaing, comandadas por el general Lavalle, regresaron a Buenos Aires con su carga de frustracin y
exigencias. El gran oficial de San Martn fue rpida y hbilmente captado por los unitarios de verba
fcil y bolsillo inflado. Finalmente Lavalle se subleva y los mil quinientos veteranos de guerra son
demasiados para los seiscientos inexpertos que el gobernador de Buenos Aires puede oponerles.
Derrotado en Navarro el destino hace que sea un compadre de Dorrego, el mayor Acha, quien lo toma
prisionero y lo pone a disposicin del general victorioso.
Es entonces cuando Bernardino Rivadavia, Valentn Gmez, Salvador Mara del Carril, Juan Cruz
Varela y otros acosan desde Buenos Aires a Lavalle instndolo a la ejecucin sumaria. Este pas se
fatiga hace dieciocho aos en revoluciones sin que uno sola haya producido un escarmiento (...) (si no
fusila V. a Dorrego) habr V. perdido la ocasin de cortar la primera cabeza de la hidra y no cortar
las restantes.
El hroe de Riobamba toma la decisin de buena fe, convencido de que as terminara la anarqua que
asolaba esa patria por la que l tanto haba luchado y tanto haba sufrido.
La historia dice el parte de un compungido Lavalle- juzgar imparcialmente si el coronel Dorrego
ha debido o no morir, y si al sacrificarlo a la tranquilidad de un pueblo enlutado por l, pude estar
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Casi inmediatamente despus de la inmolacin de Dorrego, Lavalle percibi que los doctores porteos
lo deja-ban librado a su suerte. Hasta Salvador Mara del Carril, uno de los principales instigadores
del fusilamiento, le es-cribe, cnicamente: "Me tomo la libertad de prevenirle que es conveniente que
recoja Ud. un acta del consejo verbal que debe haber precedido a la fusilacin. Un instrumento de esta
clase, redactado con destreza, ser un documento histrico muy importante para su vida pstuma"
(Carta del 15 de diciembre de 1828, dos das despus del ajusticia-miento).
Lavalle intenta una salida salvadora: ofrecerle el go-bierno a San Martn, que se mece a bordo del
"Countess of Chichester", sin desembarcar, en el puerto de Buenos Aire
El Libertador haba puesto proa a su patria, despus de aos de exilio, al enterarse de la cada de su
enemigo Rivadavia y del ascenso de su ex oficial, a quien mucho respetaba y quera, Dorrego. Pero
los acontecimientos se precipitaron luctuosamente durante su travesa.
A bordo recibe al secretario de Lavalle, Juan Andrs Gelly, y al coronel Eduardo Trol, quienes le
ofrecen el gobierno. San Martn rehsa, y le escribe a Lavalle una carta con un intencionado consejo:
"Una sola vctima que pueda economizar al pas le ser de un consuelo inalterable". La alusin al
repudiable sacrificio de Dorrego es clara.
Por qu no desembarca San Martn? Nuestra Historia oficial jams reconocer el miedo como un
sentimiento digno de nuestros prceres. Pero es bueno reconocer que don Jos tuvo temor de pisar
tierra argentina y quedar a merced de sus enemigos. Si los legistas rivadavianos haban sido capaces
de asesinar a Dorrego...
A su amigo epistolar, Toms Guido, le cuenta (carta del 27 de abril de 1829): "Ignora usted por
ventura que en el ao 23, cuando yo por ceder a las instancias de mi mujer de venir a darle el ltimo
adis, resolv en mayo venir a Buenos Aires, se apostaron partidas en el camino para prenderme como
a un facineroso, lo que no realizaron por el piadoso aviso que se me dio por un individuo de la misma
administracin, y en qu poca!, en la que ningn gobierno de la revolucin ha tenido ms
regularidad y fijeza? Y despus de estos datos, no quiere usted que me ponga a cubierto, no por mi
vida, que la s despreciar, pero s de un ultraje que echara un borrn sobre mi vida pblica?".
San Martn no slo tena un justificado miedo de que se atentara contra su vida sino tambin de ser
vctima de una campaa de prensa que enlodara su prestigio aun ms de lo que ya estaba.
Los prohombres del partido unitario lo tratan con una prevencin rayana en lo agraviante. Jos Mara
Paz, gobernador interino, informa a Lavalle de la inesperada aparicin: "Calcule usted las
consecuencias de una aparicin tan repentina". Al referirse al Libertador lo hace como "el rey Jos",
mote despectivo referente a sus tendencias monarquizantes.
La enemistad entre Rivadavia y San Martn naca del 8 de octubre de 1812 cuando el entonces
coronel, al frente de su regimiento de Granaderos y secundando a Alvear, irrumpi en la plaza de la
Victoria para defenestrar a don Bernardino y su Triunvirato, en lo que algunos consideran el primer
golpe de Estado de militares contra civiles.
Don Jos regresa a su exilio europeo. Con meridiana claridad poltica, escribe a su amigo O'Higgins:
"El objeto de Lavalle era el que yo me encargase del mando del ejrcito y provincia de Buenos Aires
y transase con las dems provincias a fin de garantir a los autores del movimiento del 1 de diciembre
(...) Pero los autores de este movimiento son Rivadavia y sus satlites y a Ud. le consta los inmensos
males que estos hombres han hecho no slo a este pas sino al resto de la Amrica con su infernal
conducta; si mi alma fuese tan despreciable como las suyas, yo aprovechara esta ocasin para
vengarme de las persecuciones que mi honor ha sufrido de estos hombres, pero es necesario
ensearles la diferencia que hay de un hombre de bien a un malvado".
Aos antes, previamente a partir (huir?), San Martn haba visitado al dominante don Bernardino en
su despacho, temiendo por su vida y la de los suyos, convencindolo de su decisin de alejarse de su
patria. Obsecuente, medroso, le regal entonces la valiosa campanilla de plata de la Inquisicin de
Lima.
Aunque, quizs, fue un agraviante mensaje encubierto (39, 56, 58, 71).
8. LA LIBERTAD DE EXPRESIN
La carta estaba fechada el 12 de agosto de 1822 y dirigida a don Francisco Bustos, a quien se daba el
trato de "Embajador". Era en respuesta a otra, recibida dos das antes, protestando por un artculo
aparecido en la prensa de Buenos Aires que fue considerado ofensivo por el entonces gobernador de
Crdoba, hermano del "Embajador", ttulo sin duda sarcstico ante la elevacin de Rivadavia a
"Presidente".
El texto es, sin duda, un meritorio ejemplo de los propsitos de constitucionalidad que animaban a
don Bernardino en un pas anrquico, sangriento y sin leyes.
"El Gobierno debe antes de todo declarar al Seor Embajador, que l ha sentido extremadamente la
publicacin del precitado artculo, y que le ha considerado no menos injusto que impoltico; pero
tambin tiene que manifestarle que hasta aqu hasta donde puede extenderse en el presente caso y en
cualquiera otro aun cuando las invectivas se contrajesen a su misma actividad.
"La facultad de los Escritores para escribir libremente, es decir con absoluta independencia de la
autoridad del Gobierno, les est acordada por una Ley especial subsistente en sta y en las dems
Provincas, mediante la sancin de todos los Gobiernos y Cuerpos representativos del pas (...).
"Bajo estos conceptos pus, el Gobierno reducido a slo poder hacer patente al Seor Embiado cuales
son sus sentimientos en orden al asunto que ha motivado su honorable comunicacin, cree debe
agregar por ltimo que el Seor Enviado est en el caso de poder adoptar cuantos arbitrios sugieren
las Leyes del Pas para reclamar contra la ofensa inferida a la respetable persona del Seor
Gobernador de Crdoba y para poner su reputacin en el lugar que se merece.
Admirables conceptos, de gran actualidad, que confirman que nuestros prceres eran, como todos
nosotros, un damero de virtudes y defectos... (Documento en mi poder).
La Constitucin de Rivadavia suspendi, por el voto mayoritario de los diputados, el derecho a votar
de los menores de edad, los analfabetos, los naturalizados en otro pas, los deudores privados y del
tesoro pblico, los dementes, los vagos, los procesados por delitos infamantes. Pero tambin a los
"criados a sueldo, peones jornaleros y soldados de lnea". Dorrego levanta su voz:
"He aqu la aristocracia, la ms terrible, porque es la aristocracia del dinero (...) chese la vista sobre
nuestro pas pobre: vase qu proporcin hay entre domsticos, asalariados y jornaleros y las dems
clases, y se advertir quines van a tomar parte en las elecciones. Excluyndose las clases que se
expresan en el artculo, es una pequesima parte del pas, que tal vez no exceda de la vigsima parte
(...) Es posible esto en un pas republicano?".
Sigui en ese tono: "Es posible que los asalariados sean buenos para lo que es penoso y odioso en la
sociedad, pero que no puedan tomar parte en las elecciones?". El argumento de quienes haban
apoyado la exclusin era que los asalariados eran dependientes de su patrn. "Yo digo que el que es
capitalista no tiene independencia, como tienen asuntos y negocios quedan ms dependientes del
Gobierno que nadie. A sos es a quienes deberan ponerse trabas (...) Si se excluye a los jornaleros,
domsticos, asalariados y empleados, entonces quines quedaran? Un corto nmero de comerciantes
y capitalistas".
Y sealando a la bancada unitaria: "He aqu la aristocracia del dinero y si esto es as podra ponerse en
giro la suerte del pas y mercarse (...) Sera fcil influir en las elecciones; porque no es fcil influir en
la generalidad de la masa, pero s en una corta porcin de capitalistas. Y en ese caso, hablemos claro:
el que formara la eleccin sera el Banco!"
Los buitres de la muerte ya planeaban, vidos, sobre la cabeza de don Manuel (67).
Otros acrrimos enemigos de San Martn eran los "carreristas", que se haban jurado acabar con su
vida, adjudicndole la muerte de sus jefes Juan Jos y Luis Carrera. Los acaudillaba el hermano
sobreviviente, Jos Miguel, astuto y despiadado, quien haba llegado a ser Director Supremo en Chile,
y que con el obsesivo propsito de venganza haba ganado influencia en la poltica de las Provincias
Unidas constituyndose en hombre de confianza del poderoso caudillo entrerriano Francisco Ramrez.
El Libertador pagaba con su miedo culpas ajenas ya que el verdadero responsable de la muerte de los
hermanos Carrera haba sido Bernardo de Monteagudo, hombre de pluma brillante y escrpulos
escasos.
Idelogo del levantamiento chileno, fue el redactor de la proclama independentista del pas
trasandino.
Como otros muchos, la sorpresiva tragedia de Cancha Rayada lo haba convencido de que la
revolucin en Chile haba fracasado y de que San Martn y O'Higgins haban muerto. Huye entonces
hacia Mendoza.
Llegado all se enter de que San Martn no se haba suicidado, como haba llegado a sus odos, ni su
ejrcito estaba destrozado, gracias a la accin de Las Heras que logr salvar el grueso de las tropas en
una prolija retirada en medio de la noche.
Jams podr dilucidarse si esta actitud de Monteagudo se debi a la cobarda y a su capacidad, ya
revelada durante el gobierno de Alvear y su logia, a la que l tambin perteneca, para saltar
rpidamente de bando de acuerdo con las conveniencias, o si fue, como l lo manifest vigorosamente
hasta el fin de sus das, una maniobra para pre-servar la tambaleante revolucin hacindose fuerte en
territorio argentino.
Monteagudo se encontr entonces en una situacin complicada: en Mendoza, alejado de sus
protectores, quienes se sentan defraudados por su actitud, como era evidente por la absoluta falta de
respuesta a las cartas que ansiosamente les haca llegar desde el otro lado de la cordillera. Haba que
hacer algo.
La oportunidad se le present dramticamente al enterarse de que en las crceles mendocinas estaban
alojados los hermanos Juan Jos y Luis Carrera, por delitos meno-res, y que pronto seran dejados en
libertad.
Seguramente record entonces la carta de O'Higgins a San Martn: "Siempre han sido lo mismo (los
Carrera) y slo variarn con la muerte; mientras no la reciban fluctuar el pas en incesantes
convulsiones (...) Un ejemplar castigo, y pronto, es el nico remedio que puede cortar tan grave mal.
Desaparezcan de entre nosotros los tres cnicos Carrera, jzgueseles y mueran, pues lo merecen ms
que los mayores enemigos de Amrica".
Los hermanos chilenos tenan gran ascendiente en la plebe y su innegable patriotismo y coraje los
exaltaba en la consideracin popular. Su proyecto poltico era inconciliable con el de San Martn y
O'Higgins y les planteaba permanentes dificultades.
Escribe Bartolom Mitre: "Por desgracia para los hermanos llegaba a Mendoza,
entre los fugitivos del campo de batalla y posedos de los pavores de la derrota,
el doctor Monteagudo, auditor del Ejrcito de Chile. Este personaje, cuya
figura aparece en todas las hecatombes de la revolucin, terrorista por
temperamento y por sistema, era el genio poltico que iba a decidir con su
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"Ver su cada, si tiene lugar, con placer -escriba el embajador Ponsonby a la Corona britnica el 1
de enero de 1828-; mi propsito es conseguir medios para impugnar al coronel Dorrego si llega a la
temeridad de insistir sobre la continuacin de la guerra".
El gobernador de Buenos Aires no se resignaba a que Rivadavia y Garca hubieran entregado la Banda
Oriental al Brasil a pesar del triunfo de nuestras armas. Concibe un arriesgado plan en complicidad
con Jos Bonifacio de Andrada y otros opositores brasileos. Se sobornara a los mercenarios
alemanes para que se sublevaran en Pernambuco. Asimismo la guarnicin irlandesa de Ro de Janeiro
se amotinara y se apoderara del Emperador, embarcndolo en una fragata que lo trasladara preso
hasta Buenos Aires. Tambin se haba acordado una ofensiva de los orientales al mando de Lavalleja
y pareca seguro el apoyo de Bolvar y sus tropas acantonadas en el Alto Per.
El eficiente servicio secreto ingls en las Provincias Unidas desbarata el intento. "Su Excelencia no
debera hacer caso a la doctrina de algunos crudos tericos que creen que Amrica debe tener una
existencia poltica separada de los intereses de Europa -aleccionar lord Ponsonby al insurrecto
gobernador porteo-. El comercio y los intereses comunes de los individuos han formado lazos de
unin que el poder de ningn hombre podra quebrar. Mientras ellos existan, Europa tendr el
derecho, y con certeza no le faltarn los medios, para intervenir en la poltica de Amrica cuando
fuere necesario para la seguridad de los intereses europeos".
Pero Dorrego no cejaba. Lo que ahora se propona era la autodeterminacin de los uruguayos, seguro
de que se reuniran a las Provincias Unidas. O, al menos, se proclamaran independientes del Brasil.
Lord Ponsonby, rabioso, lo increpa: "Usted habla de una paz bajo la base de que los beligerantes
desocupen la Banda Oriental y la dejen libre para elegir su destino, sea independencia o unin con
alguno de los beligerantes?"
La respuesta de Dorrego es reproducida por el aristocrtico embajador en su informe a Londres del 23
de enero: "S" (67).
Los aos de la anarqua fueron de una extremada crueldad. Unitarios y federales saqueaban,
torturaban, degollaban, empalaban. Ambos bandos hicieron una guerra sin prisioneros.
Sin embargo, mientras algunos pasaron a la historia como "brbaros", tal el caso de Facundo Quiroga,
... quienes derrocaron al gobierno general (N. del A.: del coronel Manuel Dorrego) son los mismos
que en 1814 pidieron a Carlos IV, un vstago de la Casa de Borbn, para que se pusiese de rey entre
nosotros (por Rivadavia), los que en 1815 protestaron al embajador espaol en el Janeiro, conde de
Casa Flores, que si haban tomado intervencin en los negocios de Amrica haba sido con el objeto
de asegurar mejor los derechos de S.M. Catlica en esta parte de Amrica (por Alvear), los mismos
que en 1816 nos vendieron a Juan VI, entonces prncipe de Lucca (por Valentn Gmez y
Pueyrredn), en fin, los autores de todas las desgracias en Amrica. Amrica no llorara tantas
desgracias si cuando en octubre de 1811 bot esa faccin por tierra al gobierno que se haba formado
en 1810, un castigo ejemplar les hubiera enseado que no se podan hollar los sagrados derechos de
los Pueblos" (Circular del gobernador Francisco Bustos, de Crdoba, a todas las provincias, 10 de
diciembre de 1828) (48, 67).
"El objeto y fines de la Convencin del Pilar, celebrada por V.S. sin mi conocimiento ni autorizacin le escribe Artigas a Ramrez, furioso-, no ha sido otro que confabularse con los enemigos de los
Pueblos Libres* para destruir su obra y atacar al Jefe Supremo**."
El enojo del caudillo oriental se deba a que el gobernador de Entre Ros iba a concurrir al encuentro
con sus pares de Santa Fe, Estanislao Lpez, y de Buenos Aires, Manuel de Sarratea, en
representacin de su alianza con Artigas. Sin embargo, firma el tratado tripartito olvidando este
acuerdo, con lo que don Jos Gervasio queda aislado y a merced de los invasores portugueses.
"No es menor crimen haber hecho el vil tratado del Pilar sin haber obligado a Buenos Aires a que
declarase la guerra a Portugal -contina la carta- y entregase fuerzas suficientes y recursos bastantes
para que el Jefe Supremo y Protector de los Pueblos Libres pudiese llevar a cabo esa guerra y arrojar
del pas al enemigo aborrecible que trata de conquistarlo. sta es la peor y ms horrorosa de las
traiciones de V.S."
El "supremo entrerriano" no demora su rplica: "La Provincia de Entrerros no necesita su defensa ni
corre riesgo de ser invadida por los portugueses, desde que ellos tienen el mayor inters en dejarla
intacta para acabar la ocupacin de la Provincia Oriental a la que debi V.S. dirigir sus esfuerzos (...)
Mi patriotismo no necesita de las recomendaciones de V.S. (...) Por qu extraa que no se declarase
la guerra a Portugal? Qu inters hay en hacer esta guerra ahora mismo y en hacerla abiertamente?
Cules son los fondos de los Pueblos, cules sus recursos?".
La disputa epistolar pasa a las vas de hecho. Artigas y Ramrez se enfrentan rabiosamente en Arroyo
Grande, en Las Guachas, en Sauce de Luna y otros sangrientos combates. Finalmente, el entrerriano,
con la ayuda de sus nuevos aliados, derrota definitivamente al "Protector de los Pueblos Libres"
obligndolo a refugiarse en territorio paraguayo, de donde no regresar jams.
Una de las estipulaciones secretas del tratado del Pilar permite la entrada triunfal de los federales en
Buenos Aires. Lo narra, con repugnancia, Vicente Fidel Lpez:
"Sarratea, cortesano y lisonjero, no tuvo bastante energa o previsin para estorbar que los jefes
montoneros vi-niesen a ofender, ms de lo que ya estaba, el orgullo local de la ciudad. El da 25***
regres a ella acompaado de Ramrez y de Lpez, cuyas numerosas escoltas compuestas de indios
sucios y mal trajeados a trmino de dar asco, ataron sus caballos en los postes y cadenas de la
pirmide de Mayo, mientras los jefes se solazaban en el saln del ayuntamiento" (12, 44).
El general Toms de Iriarte hace en sus Memorias jugosos comentarios sobre protagonistas de nuestra
historia, contemporneos y conocidos suyos:
Almirante Guillermo Brown: "Haba desertado, robndose uno de nuestros buques de guerra, con el
que fue a piratear en el mar Pacfico hasta que lo tomaron los ingleses y hubieron de ahorcarlo. De
regreso a Buenos Aires se le form causa y qued arrinconado sin destino gracias a la parcialidad de
nuestros jueces, porque en un pas constituido habra sido sentenciado al banquillo. As, Brown
vegetaba en la oscuridad y se mora de hambre cuando fue llamado para tomar el mando de la
marina".
Martn Gemes: "Jams expuso su pecho a las balas (...) Era un jefe ambicioso y anarquista. La
provincia de Salta, la nica barrera de la Repblica Argentina, estaba entonces muy mal guardada por
las tropas montoneras del caudillo Gemes. Los espaoles la invadan con facilidad, siempre que as
convena a sus intereses".
El general Iriarte no fue una personalidad intrascendente de su poca. Fue oficial de nuestra
independencia e intervino en no pocos sucesos decisivos de la misma. Ms tarde actu como
diplomtico en los Estados Unidos, tuvo heroica participacin en la batalla de Ituzaing y, ya en la
madurez, redact el Cdigo Militar, juntamente con Bartolom Mitre.
Juan Manuel de Rosas: "Era una especie de seor feudal. Estableci reglamentos extravagantes y
crueles, a los que l mismo quiso sujetarse, y as, gradualmente, fue ascendiendo en consideracin y
prestigio entre los habitantes de la campaa del Sur: eran stos los criminales, ladrones, salteadores de
caminos, asesinos, hombres inmorales y delincuentes, a quienes persegua la justicia de las leyes y
que, por evitar un merecido e infalible castigo, se refugiaban en los campos de Rosas...".
Feliciano Chiclana: "Un da me cit a tener una entrevista en su casa, pretextando enfermedad y que
no poda venir a la ma. Cuando entr en su alojamiento estaba en la cama, envuelto en una asquerosa
frazada. Me dijo que tena que comunicarme un asunto de la mayor, gravedad, pero, entretanto, la
mujer y las hijas rodeaban su cama, y yo no estaba en nimo de entrar en materia delante de testigos".
Iriarte comprendi que los familiares estaban ex profeso para actuar como eventual testimonio de lo
que all se hablase, y se retir, sospechando que "en alguna pieza vecina estuviesen ocultos algunos
agentes". Y agrega: "Qu hombre el tal Chiclana! Qu ser tan abyecto y degradado! Y fue miembro
de la Primera Junta revolucionaria y despus del Poder Ejecutivo en el ao doce!".
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Manuel Dorrego: "El saqueo fue general. Tambin las violaciones y los asesinatos (...) Los gemidos,
los gritos y -las amenazas de muerte eran tan altos e incesantes que no se oa apenas al compaero con
quien se hablaba. Es decir, que los libertadores, los que levantaban tan alto el grito contra las
depredaciones de los enemigos, saquearon completamente a San Nicols. Pero lo saquearon a vista y
presencia del gobernador Dorrego y de generales y jefes que estaban dentro de la ciudad, sin que
tomasen medida alguna para contener a la soldadesca desenfrenada".
Bernardino Rivadavia: Iriarte reconoce su labor de estadista, pero tambin lo acusa de haber
importado el pedantismo europeo en nuestro pas, "su fatua hinchazn".
Cuando "paseaba por las calles de Buenos Aires, como era corto de vista, preguntaba al edecn que
llevaba a su lado: Quin es ese hombre incivil que no ha saludado al Presidente de la Repblica?".
Tampoco escap al memorioso general la rivalidad entre sus colegas San Martn y Alvear: cierta vez,
en Londres, asisti a un banquete en el que ambos estuvieron a punto de tomarse a puetazos cuando
el segundo se mof de las ideas absolutistas del Libertador. "Alvear detestaba a San Martn y este odio
era recproco. En Alvear obraba un sentimiento de envidia por el nombre glorioso de su adversario."
El encono de don Jos, segn Iriarte, tena otro origen que denuncia su toma de partido: "Era el
conocimiento que de l tena" (41).
Horas despus, de regreso a la carpa que serva de prisin, le contaba a su hijo Cesreo: -Sabs que me ha invitado a jugar el general?
-Y usted qu ha hecho, mi padre?
-He jugado y he perdido seiscientos bolivianos.
-Ha hecho usted muy mal, tata -exclam Cesreo, preocupado-, con qu pagamos ahora esta deuda?
-No seas tonto, m'hijo -repuso sonriendo el coronel-, me he dejado ganar para que este brbaro, con la
esperanza de cobrar, nos respete y no nos degelle en el camino. Las previsiones de Dvila se
cumplieron (8).
Cuarta parte
* N.
** N.
del A: l mismo
*** N. del
1 Parte
Captulo 1
Capitulo 2
Captulo 3
Captulo 4
Captulo 5
Captulo 6
Captulo 7
Captulo 8
Captulo 9
Captulo 10
Captulo 11
Captulo 12
Captulo 13
Captulo 14
Captulo 15
Captulo 16
2 Parte
Captulo 1
Capitulo 2
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Captulo 9
3 Parte
Captulo 10
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Captulo 17
4 Parte
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5 Parte
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Captulo 17
EL AGUILA GUERRERA
CUARTA PARTE
Hiplito Bouchard zarp de Buenos Aires el 9 de julio de 1817 al mando de la fragata "La Argentina",
rebautismo del navo "Consecuencia" que l mismo haba capturado poco antes a los realistas del
Pacfico.
El periplo fue largo: Madagascar, India, ocano ndico, Filipinas, Borneo, Java, Macasar, las Clebes,
el archipilago de la Sonda, siempre con la bandera argentina al tope.
En Macasar venci a cinco navos malayos, y segn lo cuenta el mismo Bouchard en su diario de a
bordo, "a la hora y media de fuego y del golpe de las armas, el capitn de la proa (se refera a un tipo
especial de barcos, propio de los piratas malayos), viendo frustrados sus designios, se dio dos
pualadas y se arroj al agua. Lo mismo hicieron otros cinco, y el resto de la tripulacin se defendi
muy poco tiempo despus".
Luego, durante dos meses "La Argentina" bloque la ciudad filipina de Luzn, centro del poder
espaol en el Mar de la China. Hundi diecisis barcos, abord otros die-cisis y apres a
cuatrocientos realistas.
La fama del corsario argentino se expanda velozmente inspirando el terror con slo pronunciarse su
nombre.
En ruta a Oceana se detuvo en Hawaii, donde poco antes el rey Kameha Meha se haba
apropiado ilegalmente de un barco argentino. Se trataba del "Chacabuco", ex navo norteamericano
originalmente bautizado "Liberty", que estaba en poder del monarca por haberse sublevado su
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tripulacin. Bouchard habl con Kameha Meha, rescat la nave mediante una indemnizacin y obtuvo
la devolucin del cabecilla, que fue juzgado y ejecutado en forma sumaria.
El comandante argentino tambin firm un tratado de unin, amistad y comercio con el soberano
isleo y logr que Hawaii reconociera la independencia nacional. Fue el primer Estado que lo hizo.
Finalmente Bouchard volvi a hacerse a la mar y el 22 de noviembre de 1818 la aguerrida flotilla
argentina fondea en la baha de Monterrey, California, entonces posesin espaola.
Bouchard, sobre "La Argentina", y su subordinado Peter Corney al mando de la reconquistada
"Chacabuco", con una desusada tripulacin de criollos y polinesios, sitiaron la ciudad enemiga.
Las bateras realistas caonearon a las naves patriotas, que respondieron el fuego implacablemente y
lograron desem-barcar sus tropas de ataque. Al da siguiente se produjo la rendicin de la plaza.
El diario de Bouchard cuenta que un cobrizo guerrero hawaiano fue quien arri la bandera espaola e
iz la celeste y blanca en territorio del que es hoy el pas ms poderoso de la Tierra. La ocupacin de
la Alta California por parte de la Armada argentina se prolong por seis das, tiempo que dur el
saqueo y la reparacin de las naves.
El mortfero raid continu por las colonias centroameri-canas, poniendo en jaque a las armas del
soberano hispnico y apoderndose de los fuertes de San Juan, Acapulco, San Blas, Sonsonate y Santa
Brbara. Cabe resaltar un combate feroz frente a la costa nicaragense, de resultas del cual una flotilla
realista fue desmembrada totalmente por los argenti-nos.
Es ste el motivo por el cual muchas banderas de las actuales naciones de Centroamrica tienen
ostensiblemente la nuestra como base, pues signific para quienes lucharon por sus respectivas
independencias, gracias a Hiplito Bouchard, un smbolo altivo de lucha contra el opresor colo-nial
(2).
2. LOS "DESCAMISADOS"
La primera vez que esa palabra con tanta significacin en nuestra Historia aparece escrita es en las
Memorias del general Iriarte.
Cuenta que cierto da, acompaado por Carlos de Alvear, se cruzaron con Dorrego en una de las calles
cntri-cas de Buenos Aires.
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-Caballeros -les dijo el jefe federal-, les aconsejo que no se acerquen mucho... -Como quien no quiere
conta-minar.
Dorrego vesta un traje ostensiblemente desaliado y su apariencia era sucia.
Iriarte anota entonces: "Excusado es decir que esto era estudiado para captarse la multitud, los
descamisados" (41).
Uno de los suplicios ms atroces puestos en prctica durante la poca de las montoneras fue el
"enchalecamiento" o "retobo". Un cronista de la poca lo describe: "Figrese el lector un hombre
desnudo a quien le envuelven en una an-cha faja de cuero de vaca mojado, en forma de chaleco,
abro-chado por delante, y sobre sta otra ms ancha an, que le oprime toda la caja del cuerpo y los
brazos, colocados en posicin vertical sobre los costados. Terminada esta brbara operacin lo ponen
al rayo del sol, con cuyo calor se seca lentamente el cuero, que se encoge y va oprimiendo el pecho y
pulmones del infeliz retobado, que empieza a sentir los ms agudos dolores y que, al cabo de cuarenta
y ocho horas, siente agonas de muerte, en tanto que la corrupcin se apo-dera de su cuerpo y
comienza a ser devorado por los gusa-nos" (65).
Sus triunfos militares hacan inevitable el ascenso del coronel Jos de San Martn.
Alvear, que haba accedido al generalato como premio a la toma de Montevideo y por disposicin de
su to, el director Posadas, era renuente a que su adversario en la logia Lautaro alcanzara su mismo
grado. Por ello, el Direc-torio crea el inslito grado de "coronel mayor" para el ven-cedor de San
Lorenzo.
Aos ms tarde, el Cabildo porteo decide nombrarlo Brigadier General. San Martn, desde Chile, lo
rechaza en El Censor de Buenos Aires: "Estamos en revolucin, y, a la distancia puede creerse, o
hacerlo persuadir genios que no faltan, que son acaso sugestiones mas (...) No atribuya usted a virtud
esta exposicin, s al deseo que me asiste de gozar de tranquilidad el resto de mis das".
Es que ya estaba escaldado de la infundiosa enemistad de muchos de sus compatriotas. Especialmente
en Buenos Aires (49, 66).
"Aqu me tiene, seor, en el puesto del que me he credo ms distante. Nunca cre que llegase este
caso, ni lo deseaba porque no soy para ello. Yo he tenido mi sistema particular: conozco y respeto
mucho los talentos de muchos de los seo-res que han gobernado al pas, pero a mi parecer todos
come-tan un error grande: se conducan muy bien con las clases ilustradas, pero despreciaban al
hombre de la clase baja. Yo comprend esto y me pareci que los lances de la revolucin haban de
dar lugar a que esa clase baja se sobrepusiese y causare los mayores males. Me fue preciso hacerme
gaucho como ellos, hablar como ellos y hacer cuanto ellos hacan, protegerlos, hacerme su apoderado,
cuidar sus intereses, en fin no ahorrar trabajo ni medios para adquirir ms su con-cepto. Creen que soy
federal; no seor, no soy de partido alguno sino de la patria. En fin: todo lo que yo quiero es evitar
males y restablecer las instituciones, pero siento que me hayan trado a este puesto porque no soy para
gobernar" (Carta de Juan Manuel de Rosas a Santiago Vzquez, 13 de diciembre de 1829) (19, 40).
6. SE VENDE REGIMIENTO
http://www.odonnell-historia.com.ar/anecdotario/EL%20AGUILA%20GUERRERA%20parte%20IV.htm (6 of 19) [26/05/2003 10:36:25]
Muerto Francisco Ramrez, Lucio Mansilla rega pro-visionalmente los destinos de Entre Ros.
Buenos Aires reclamaba a dicha provincia, sin mayores esperanzas, una deuda de 10.000 pesos.
Quien aos ms tarde fuera el jefe de la gesta de Obli-gado saba que Buenos Aires haba quedado
menguado de hombres tras su aporte al Ejrcito de los Andes. Ahora necesitaba reclutar efectivos para
conquistar el desierto pampeano.
En Entre Ros, a su vez, no saba qu hacerse con las tropas regulares del extinto Ramrez (no mucho
ms que montoneras), que durante su vida no haban hecho otra cosa que pelear.
Buenos Aires comision a Juan Garca del Cossio para negociar la operacin. Se suscribi en
Concepcin del Uru-guay el 9 de noviembre de 1823 y estipulaba que el gobierno de Entre Ros
remitira al servicio del Estado de Bue-nos Aires "doscientos Dragones, con sus mujeres e hijos, geles,
oficiales, armas y monturas".
Buenos Aires pagara 30.000 pesos por estos soldados en la siguiente forma: 10.000 al contado,
otros tantos al ao de la aprobacin del tratado, y los restantes 10.000 se consideraban pagos con la
cancelacin de deuda.
A los Dragones incorporados se les reconoceran fue-ros, grados y privilegios, sueldos y pensiones
"con las de-ms gracias y ventajas que por leyes y ordenanzas puedan corresponder y correspondan.
No existen antecedentes, en la historia mundial, de una compraventa de esta especie... (51).
El general Pezuela crey que poda aprovechar las dife-rencias de Artigas con el gobierno porteo y le
escribi sobre "los caprichos de un pueblo insensato como Buenos Aires que han ocasionado la sangre
y desolacin en estos domi-nios". Le expresaba estar "impuesto que V.S., fiel a su mo-narca, ha
sostenido sus derechos combatiendo contra la fac-cin; por lo tanto cuente V.S., sus oficiales y tropa
con los premios a que se han hecho acreedores".
Soborno. Artigas contesta el 28 de julio de 1814: "Han engaado a V.S. y ofendido mi carcter
cuando le han infor-mado que yo defiendo a su rey. Si las desavenencias domsticas han lisonjeado el
deseo de los que claman por estable-cer el dominio espaol en estos pases (...) yo no soy vendi-ble ni
quiero ms premio por mi empeo que ver libre mi Nacin del podero espaol. Vuelva el enviado de
V.S. pre-venido de no cometer otro atentado como el que ha propor-cionado" (67).
8. LOS COLOMBIANOS
9. UN MILITAR DE FUSTE
Corra 1838. Francia haba decidido deshacerse de Ro-sas. Bloqueaba el puerto de Buenos Aires pero
su temor a la irritacin de Inglaterra le impeda invadir territorio argentino con sus propias tropas.
Para ello le era necesario, enton-ces, contar con "auxiliares" nativos.
Juan Bautista Alberdi ideologiza y justifica la inter-vencin extranjera. Si la patria de los argentinos
era Mayo, y Mayo era "Libertad, Igualdad y Fraternidad", no haba diferencia con la patria del rey
Luis Felipe de Francia, el mismo que no mucho tiempo atrs haba sido propuesto para soberano de
las Provincias Unidas. "Nosotros traicio-namos al tirano, si es que se puede ser traidor con un tira-no,
para ser fieles a la patria que ese tirano despedaza" (El Nacional, Montevideo, 27 de noviembre de
1838).
Un militar de fuste, el general Juan Lavalle, expatria-do en la Banda Oriental, se indigna con quien
aos ms tarde ser el autor de nuestra Constitucin Nacional. Llama "madama" a quien Sarmiento
tambin llamar "eunu-co" y seala: "Estos hombres conducidos por un inters propio muy mal
entendido quieren trastornar las leyes eternas del patriotismo, el honor y el buen sentido. Confo en
que toda la emigracin preferir que se la llame estpi-da a que su patria la maldiga maana con el
dictado de vil traidora". Sigue: "El gobierno de Rosas es nacional y yo tengo la ambicin de regresar a
mi pas con honor".
En Montevideo, a mediados de diciembre de 1838, se forma la "Comisin Argentina", compuesta por
emigrados unitarios adherentes a la complicidad con el pas galo: Martn Rodrguez, Florencio Varela,
Salvador del Carril, Valentn Alsina... Los mismos que haban convencido a Lavalle de ajusticiar a
Dorrego. Dicha comisin financiar sus actividades con los aportes franceses y con el producido del
contrabando con la sitiada Buenos Aires.
El general uruguayo Fructuoso Rivera, que dominaba la Banda Oriental con el apoyo francs, no
contaba con el prestigio suficiente para provocar la insurreccin contra Rosas en tierras argentinas.
La Comisin enva $ 3.500 (tres mil quinientos pesos) a Lavalle, pero ste, desde su estancia "El
Vichadero", cer-ca de Mercedes (Uruguay), devuelve indignado el dinero. Los doctores unitarios no
cejan en su intento y le envan un emisario, Francisco Pico, quien el 9 de febrero de 1839 es-cuchar
http://www.odonnell-historia.com.ar/anecdotario/EL%20AGUILA%20GUERRERA%20parte%20IV.htm (9 of 19) [26/05/2003 10:36:25]
de labios del prestigioso oficial de San Martn: "Dios nos libre de suscitar contra nosotros el espritu
na-cional! Desde entonces no sera nuestro enemigo Rosas, sino la nacin entera. Nuestro destierro
sera eterno, y lo que es peor, merecido".
La presin continuar. Alberdi, para borrar el mal efecto que su artculo haba producido en Lavalle,
le escri-be: "Soy uno de los muchos jvenes que hemos aprendido a venerar el nombre de Lavalle (...)
una de las glorias ameri-canas ms puras y ms bellas (...) se trata de que Usted acepte la gloria que le
espera y una gran misin que le llama en esta segunda faz de la Revolucin de Mayo".
La "gloria que le espera" a Lavalle era, claro, aceptar la conduccin de las tropas terrestres de la
invasin france-sa a nuestra patria.
Una vez ms Lavalle cede a los cantos de sirena de los doctores porteos, ahora exiliados en
Montevideo. No son pocos los que sostienen que lo que lo convenci fue una importante suma de
dinero. Sin embargo, el hroe de Riobamba demostr a lo largo de toda su trayectoria una honestidad
y una integridad a toda prueba. Era su inteli-gencia la que quedaba muy rezagada ante esas virtudes.
Lavalle fue convencido de que era su deber de patriota de-rrocar a Rosas. Sea como fuese. Su nica
condicin es no aceptar compartir la jefatura con Rivera.
El "Ejrcito Libertador", como dio en llamrsele, cruza el Paran e invade Entre Ros, transportado en
embarca-ciones francesas. En el Parlamento francs, en los debates de 1844, se revelar que se
gastaron ms de dos millones de francos en esa "poltica de intervencin que consista en ganar
aliados en Montevideo y excitar los partidos unos contra otros".
Lavalle avanza inconteniblemente sobre Buenos Aires. Rosas escribe: "El hombre se nos viene y lo
peor es que se nos viene sin que podamos detenerlo". A lo que s atin el Restaurador fue a sofocar
por la violencia todo intento de "quintacolumnismo" -en el territorio que dominaba. Los Maza, padre e
hijo, y otros destacados ciudadanos fueron acusados de conspirar y ejecutados.
Pero al poco tiempo Lavalle escriba a su esposa, desde Yeru: "Aqu estoy solo con mis brazos
desnudos, sin cartu-chos y sin un real esto es el `Ejrcito Libertador'!".
Es que en su avance no haba encontrado el apoyo que los doctores de Montevideo le aseguraron. Los
pobladores no parecan entusiasmados en sumarse a esa gesta contra la tirana. Adems, varios
prestigiosos civiles y militares antirrosistas abandonaron su exilio para sumarse a la de-fensa de su
patria amenazada por Francia: Cavia, Espino-sa, los generales Soler y Lamadrid, etctera.
Los fondos no llegan. Es que los francos son enviados desde ultramar a Rivera y a la Comisin y,
aunque cuantio-sos, pocos llegan a Lavalle. ste se dirige el 28 de diciembre al almirante francs Le
Blanc exigiendo "un milln de francos para los gastos de guerra que entrarn en la caja del ejrcito".
Slo le llegan 25.000 junto con una nota de la Comisin en la que se le ordena tratar con ms
prudencia y respeto a los aliados franceses...
Lo que el jefe de la coalicin franco-argentina no sabe es que la protesta inglesa contra la intervencin
francesa en el Plata, que considera lesiva para sus intereses comer-ciales, ha ido haciendo efecto y el
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rey galo ha iniciado ya tratativas con el Restaurador con vista a una retirada de-corosa de la escuadra
francesa.
Las torres de Buenos Aires estn ya a la vista de Lavalle, pero su nimo ha ido minndose por la falta
de apoyo y por las crecientes deserciones en sus filas. En la ciudad sus habitantes se preparan para una
defensa deses-perada aunque todo indica que su cada ser inevitable. Rosas, infatigable, va de un
punto al otro organizando las barricadas y redoblando el terror.
Ni sitiados ni sitiadores comprendern lo que sucede: Lavalle ha ordenado el repliegue de sus tropas.
"No podr tomar Buenos Aires por falta de veinte das de vveres!", haba escrito a su esposa el da
anterior.
La retirada de ese ejrcito an inmenso ser desorde-nada, anrquica, plagada de actos vandlicos,
saqueos, la-trocinios, matanzas (67).
10. EL DUELO
Cierto da, en plena guerra argentino-brasilea, dos hroes de la Armada Argentina decidieron batirse
a duelo para lavar ofensas recprocas. Eran Rosales y Espora.
Como estaban a bordo bajo las rdenes de Guillermo Brown, le pidieron a ste autorizacin para bajar
a tierra. Adems lo nombraron director del duelo. El almirante acept.
"Ante todo, hay que postergar el encuentro", dijo Brown. "El enemigo est cerca y debemos salir en
su busca. En cuanto a ustedes, les prometo que pronto se batirn." A los pocos das, al estar frente a
frente las escuadras y brasileas, el almirante llam a Espora y a Rosales a su puente de mando.
"Lleg el momento del lance pendiente -les dijo-. No olviden que cuento con su prome-sa de cumplir
escrupulosamente mis rdenes."
Asintieron los marinos y el jefe naval prosigui: "Den-tro de unos momentos entraremos en combate.
Nosotros estamos listos -apunt con su dedo-. Distinguen ustedes la -insignia de la capitana
brasilea?" Rosales y Espora volvieron a asentir. "Bien. Ustedes van a atacar esa nave por muchos
costados. Aquel de ustedes que consiga hacer arriar su pabelln, ser el vencedor del duelo. La sangre
de unos bravos como ustedes slo debe derramarse en aras de la patria. Andando, pues".
La ancdota es autntica pues fue relatada por sus tres protagonistas (2).
San Martn suspir. Los lautarinos saban ser muy crueles con quienes consideraban sus enemigos. l
lo saba bien... Palme el timbre sobre su escritorio, arrancndole un taido. El edecn se present de
inmediato.
-Extienda una autorizacin para que el esposo de esta seora pueda reingresar a nuestro pas -la mujer
resping de gratitud. El gobernador baj su mirada. No haba que irritar tanto a los porteos-. Fjele
residencia en San Juan -Doa Saturnina, comprensiva, no alter su sonrisa.
-Nombre? -pregunt, solcito, el edecn.
-Cornelio Saavedra -se adelant a responder, espe-ranzada, la mujer (26, 75).
Florencio Varela, emisario de los unitarios exiliados en Montevideo, deba convencer a las
cancilleras europeas so-bre la necesidad de invadir a su propia patria. Para ello necesitaba algn
documento que reforzara la imagen san-guinaria que Juan Manuel de Rosas se haba ganado con sus
excesos. Su confeccin qued a cargo del escriba Jos Rivera Indarte.
Nadie mejor indicado. Su odio a Rosas era maysculo; haba sido federal, miembro de la Sociedad
Popular Restauradora y a su pluma perteneca el "Himno a Rosas" ("Oh, Gran Rosas, tu pueblo
quisiera 1 mil laureles poner a tus pies...!").
Segn los unitarios, cruz el ro, como tantos otros, asqueado por las tropelas del rosismo. Segn los
federales, debi escapar de Buenos Aires procesado por estafa y falsificacin de documentos y no
perdonaba que Rosas no hubie-se hecho nada por salvarlo.
En 1843 se le encargan las "Tablas de sangre", inven-tario de las atrocidades atribuibles al rosismo.
Los partida-rios de don Juan Manuel, citando el Atlas de Londres del 1 marzo de 1845, en artculo
reproducido por Emile Girardin en La Presse de Pars, afirman que la casa Lafone, conce-sionaria de
la aduana de Montevideo, habra pagado la macabra nmina a un penique el cadver.
Junt 480 muertes y le atribuy a Rosas todos los cr-menes posibles: el de Quiroga y su comitiva,
Heredia, Villafae, etc., enunci nombres repetidos y otros indivi-dualizados por las iniciales N. N.
Los mtodos variaban: fusilamientos, degellos, envenenamientos (uno con masitas en una
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confitera), etctera.
De ser ciertas las imputaciones del rosismo, los 480 cadveres habran reportado dos suculentas libras
esterli-nas para Rivera Indarte...
Pero la lista no terminaba all ya que las "Tablas" agregaban 22.560 cados y posibles cados en todas
las batallas y combates habidos en la Argentina desde 1829 en adelante.
El informe que Varela llev consigo inventariaba otros actos brbaros que justificaran la intervencin
extranjera por motivos de "humanidad": las "costosas festividades" que celebraban los aniversarios de
la suba al poder de Ro-sas, las rentas de la Universidad desviadas al ejrcito en 1838 "para defender
su tirana". Los procedimientos para matar eran escalofriantes: "las cabezas de las vctimas son
puestas en el mercado pblico adornadas con cintas celes-tes", los degellos se hacan "con sierras de
carpintero desafiladas".
Rivera Indarte agreg como apndice su opsculo: "Es accin santa matar a Rosas". En l se revela
que "su hija ha presentado en un plato a sus convidados, como manjar delicioso, las orejas saladas de
un prisionero". Tambin "ha acusado (Rosas) calumniosamente a su respetable madre de adulterio (...)
ha ido hasta el lecho en que yaca mori-bundo su padre a insultarlo". Y como si todo esto no fuera
suficiente: "Es culpable de torpe y escandaloso incesto con su hija Manuela a quien ha corrompido".
Segn Jos Mara Rosa, la casa Lafone & Co. (de Samuel Lafone), que habra pagado las "Tablas de
sangre", era materialmente duea de Montevideo: en 1843 haba comprado las rentas de la Aduana
hasta 1848, lo que le significara una gran ganancia si el puerto de Buenos Aires fuese bloqueado por
potencias extranjeras decididas a im-poner orden y civilizacin.
Cabe sealar que Lafone & Co. era propietaria de Pun-ta del Este, tambin de la isla Gorriti, y se le
haba conce-dido en exclusividad la caza de lobos marinos en la isla de Lobos por trece aos (40, 67).
Haba sido bautizado como La Argentina. Dicho nom-bre ya sugera su notable particularidad, sobre
todo en el Buenos Aires pacato y machista de entonces: era un peri-dico escrito por mujeres y para
mujeres...
A pesar de su corta vida, quedaron huellas sabrosas: "El da festivo entre nosotros es muy fastidioso.
Con-cluidas las funciones religiosas, no hay ms remedio que entregarnos a la ociosidad. Las seoras
se preparan a reci-bir sus visitas. stas en el da son muy pocas. Los hombres, ya sea por economa o
como -dicen ellos por evitar compro-misos, se estn con ms gusto en el caf, con la baraja o el taco,
que en un estrado al lado de las damas. Para evitar el enfado que ocasiona el no tener qu hacer, nos
hemos re-suelto a escribir un peridico que solamente debe publicarse los domingos y, si nos es
posible conciliar nues-tras ocupaciones, tambin saldr los das festivos. Su for-ma es nueva, de modo
que pueda llevarse en el ridculo" (as llamaban a la cartera femenina).
A Rosa Guerra y a Petrona Sierra, sus redactoras, las animaba una anticipatoria reivindicacin
femenina: "Cau-sar novedad una mujer (sic) de periodista, pero ha llegado el caso de ensayar, si
tenemos influjo. Los hombres estn extraviados (sic) en su mayor parte, y es preciso traerlos a la
razn".
Algunos reclamos son memorables:
"Puestas ya en la palestra, principiaremos nuestros trabajos exhortando a los hombres a la calma de
sus pasio-nes. Nuestro pas, destinado por la naturaleza a ser una mansin de delicias, est convertido
en un campo de bata-lla. Los militares, por lo general gente turbulenta e inquie-ta, lo han puesto en
ese estado. Ejercen en las provincias del interior un despotismo inaudito, y es muy singular cu-bran
sus atentados con el pretexto de constituir el pas. Jams hemos odo que los legisladores de un pueblo
sean los fusiles, las espadas y las lanzas. La constitucin es como todas las cosas que son buenas y
duraderas mientras se quieren. Mas por la fuerza nadie hasta ahora se ha he-cho amar".
Es particularmente conmovedor el reclamo de un espa-cio para el amor en medio del horror de la
guerra y de la anarqua:
"Cada momento nos convencemos de que es preciso que el bello sexo interponga todo su influjo para
llamar a los hombres a la calma, porque en su estado de furor es imposible amarlos. Un hombre que
no habla ms que de muer-tes, de sangre y horrores, no puede menos que infundir temor, mucho ms
a una joven que ha de entregarse en sus brazos para que la proteja y la acaricie" (2).
Los cabecillas unitarios, que han seguido las alternati-vas desde Montevideo o a bordo de los barcos
franceses, y que ya daban por segura la derrota de Rosas, se indignan ante la retirada de Lavalle.
Tambin Florencio Varela: "No hay una sola persona, una sola, general, incluso sus hermanos de
usted, y aun su sensatsima seora, que no hayan condenado abiertamente ese funestsimo
movimiento".
La retirada de aquel maln apocalptico que fue deshilachndose en sangre y horror continu hasta el
ase-sinato de Lavalle en Jujuy. De aquel sobre quien San Martn haba escrito a O'Higgins: "Lo que
Lavalle haga como valiente muy raro ser el que lo imite, y el que lo exceda ninguno".
Se haba dado tiempo para escribir una vez ms a su mujer, con la lucidez de los condenados: "El
hecho es que los triunfos de este ejrcito no hacen conquistas sino entre la gente que habla*; la que no
habla y pelea nos es contra-ria y nos hostiliza como puede" (67).
Facundo Quiroga abandona la gobernacin de La Rioja y se instala en Buenos Aires, donde desarrolla
una intensa actividad poltica, seduciendo tanto a federales como a unitarios, con la idea de
proponerse como la figura clave para la por todos ansiada reorganizacin nacional, en competencia
con el autocrtico gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas.
Como lo seala Domingo Faustino Sarmiento, "su con-ducta es mesurada, su aire noble e imponente,
no obstante que lleva chaqueta, el poncho terciado y la barba y el pelo enormemente abultados".
Dinero no le falta pues al ya con-siderable patrimonio familiar ha agregado el que le han reportado sus
desprejuiciadas actividades polticas y sus correras por las campaas al frente de sus "llanistos". "Sus
hijos estn en los mejores colegios", contina Sar-miento, "jams les permite vestir sino de frac o
levita y a uno de ellos, que intenta dejar sus estudios para abrazar la carrera de las armas, lo pone de
tambor en un batalln hasta que se arrepienta de su locura."
Aprovechando el prestigio que Facundo, o "don" Facun-do como le gusta hacerse llamar ahora, tiene
en las provin-cias, pero tambin para alejarlo del centro de decisiones porteo, el Restaurador le
encarga la misin de mediar entre los gobiernos de Salta, Tucumn y Santiago del Este-ro, que
amenazan con enfrascarse en una guerra.
Si bien al principio vacila, el 18 de diciembre de 1835 el riojano parte en su galera, no sin presagios:
"Si salgo bien te volver a ver", se despide de Buenos Aires, "si no adis para siempre!".
A su lado, en el zangoloteante asiento, viajar su fiel secretario, el doctor Jos Santos Ortiz. Es ste el
que le infor-ma que Rosas ha enviado un chasque que ha partido pocos minutos antes que ellos. Tal
noticia inquieta sobre manera a Quiroga, quien intuye que la misin de tal mensajero es de-nunciar su
itinerario, acordado con don Juan Manuel. Esto explica el porqu de la ansiedad del Tigre de los
Llanos, tal como despus lo informaran los encargados de las postas, por contar con caballos frescos y
muy veloces: no dar tiem-po a que los anuncios de sus arribos permitieran la puesta en marcha del
atentado que seguramente intua. Su apuro es particularmente notable cuando llega a la ciudad de
Cr-doba, donde su gobernador, uno de los hermanos Reinaf, hombres de confianza de su enemigo
de siempre, el caudillo santafesino Estanislao Lpez, lo espera para agasajarlo con cenas y festejos.
Por nica respuesta recibe la orden perentoria: "Caballos!".
La breve detencin da tiempo suficiente a Santos Ortiz para enterarse de lo que en Crdoba se
rumoreaba: el ase-sinato de Quiroga estaba ya decidido, sus asesinos seleccionados, las tercerolas
compradas. Slo la llegada prematura ha impedido el drama. Pero cuando la galera se aleja,
difuminada por el polvo, los pronsticos arrecian: el asesi-nato tendr lugar en el viaje de regreso.
El secretario se lo comunica a su jefe quien, en una actitud que nuestra historia an no ha podido
explicar, hace caso omiso a las advertencias e inclusive rechaza las escoltas que le ofrecen los
gobernadores de Santiago y Tucumn, cuyos diferendos ha sabido resolver. Facundo tena una enorme
confianza en su capacidad de influir so-bre los dems, haba llegado a creer en las dotes mgicas que
las imagineras de la poca le adjudicaban, quizs l tambin estaba convencido de que su caballo
"Moro" no era sino el mismsimo Diablo.
Lo que resulta difcil de comprender es por qu el doc-tor Ortiz, hombre moderado y culto, lo
acompa hasta un destino que no ignoraba fatal. Mucho menos cuando, antes de llegar a la posta de
Ojo de Agua, la diligencia es inter-ceptada por un joven que se cruza en el camino y pide ha-blar con
el secretario. ste le ha hecho alguna vez un favor importante, y l est dispuesto a devolvrselo, aun
a riesgo de su vida.
Todo se lo cuenta: Santos Prez, un malandado con varias muertes en su haber, est emboscado en un
paraje llamado Barranca Yaco, al frente de una partida armada hasta los dientes y con la orden de que
nadie, absolutamen-te nadie, deba quedar vivo. Tal era la orden. El joven Sandivaras haba trado un
caballo a la rienda y se lo ofre-ce a Ortiz para que salve su vida.
Habr vacilado, seguramente, el secretario. Habr mi-rado el caballo que lo tentaba con la
supervivencia y habr mirado a su jefe, aquel hombre por el que senta una devocin rayana en la
adoracin. O que le inspiraba un temor tal que le impeda pensar en su propia conveniencia.
Por fin, cumple con su destino y con aquella sentencia de Marco Aurelio: "La vida es guerra, y la
estancia de un extrao en tierra extraa". El doctor Santos Ortiz trepa otra vez a la galera para morir
en la tierra extraa de las disputas de otros... (9, 16, 22).
"Envanecido con glorias que debi a la suerte y a los esfuerzos de otros, San Martn quiso hacer en
Lima lo que Bolvar intent en Colombia con mayor caudal de poder, de riquezas, de recursos y de
prestigio. Conoci su error y en la disyuntiva de mandar como absoluto o reducirse a la nulidad, elige
este segundo partido; abandona la tierra, se va a disfru-tar lo que la buena suerte le dio en doce aos
de afanes; dej a sus compaeros corriendo los azares de las conflagraciones polticas. Vive contento
de no haber marchado hasta el pi-nculo de la gloria cuyo trmino dudoso, o no era para su corazn o
no supo continuar" (El Nacional de Montevideo, 13 de noviembre de 1839, comentando las protestas
del Liberta-dor por el bloqueo francs a Buenos Aires) (11, 39).
Quinta parte
* N. del A.: indudable referencia a los doctores porteos que una vez ms lo
haban convencido de un error fatal.
1 Parte
Captulo 1
Capitulo 2
Captulo 3
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Captulo 5
Captulo 6
Captulo 7
Captulo 8
Captulo 9
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Captulo 11
Captulo 12
Captulo 13
Captulo 14
Captulo 15
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EL AGUILA GUERRERA
QUINTA PARTE
1. EL "MORO"
La relacin entre Facundo Quiroga y Estanislao Lpez fue siempre tirante. Tanto que no son pocos los
historiadores que acusan al caudillo santafesino de ser el verdadero insti-gador de la muerte del
riojano.
Quiroga tena un motivo fundamental para odiar a Lpez: Lamadrid se haba apoderado en La Rioja
del caba-llo de Facundo, el famoso "Moro" al que su dueo le adjudicaba poderes sobrenaturales. Una
representacin luciferi-na a la que consultaba y cuyos consejos segua al pie de la letra.
Luego de la batalla de El To, el tan mentado equino cae en manos de Lpez. Cuando Quiroga se lo
reclama, don Estanislao se niega a devolvrselo.
El general Paz, en sus Memorias, se ocupa de la impor-tancia que el "Moro" tena para su dueo.
Recuerda una sobremesa de oficiales en la que todos se mofaban del caballo "confidente, consejero y
adivino del general Quiroga". Picado, un antiguo oficial de ste cuenta: "Seores, digan ustedes lo que
quieran, ran cuanto se les antoje, pero lo que yo puedo asegurar es que el caballo moro se indispuso
terriblemente con su amo el da de la accin de La Tablada, porque no sigui el consejo que le dio de
evitar la batalla ese da. Soy testigo ocular de que habiendo querido el gene-ral montarlo el da de la
batalla, no permiti que lo enfrenasen por ms esfuerzos que se hicieron, siendo yo mismo uno de los
que procuraron hacerlo, y todo para manifestar su irritacin por el desprecio que el general hizo de sus
avisos".
A pedido de Facundo, Rosas interviene sin xito ante el caudillo santafesino para resolver el pleito.
"Puedo asegu-rarles compaeros que dobles mejores se compran a cuatro pesos donde quiera responde Lpez-; no puede ser el decantado caballo del general Quiroga porque ste es infa-me en
todas sus partes". Pero no lo devolvi.
Siguiendo instrucciones del Restaurador, Toms de Anchorena escribe a Facundo rogndole que no
haga del tema del caballo un asunto de Estado que podra perturbar la marcha de la Repblica y
ofrecindole una indemniza-cin econmica.
En la respuesta de Quiroga (12 de enero de 1832) se evidencia su furor: "Estoy seguro de que pasarn
muchos siglos de aos para que salga en la Repblica otro caballo igual, y tambin le protesto a usted
de buena fe que no soy capaz de recibir en cambio de ese caballo el valor que contiene la Repblica
Argentina (...) Me hallo disgustado ms all de lo posible".
El santafesino nunca devolvi al "Moro". En su Facun-do, Sarmiento pone en boca del enfurecido
Tigre de los Lla-nos: "Gaucho ladrn de vacas! Caro te va a costar el placer de montar en bueno!"
(9, 48, 67).
Cuando el gaucho Zevallos le acert con sus boleadoras a las patas del caballo del general Paz, un
enorme alivio cundi en la Confederacin Argentina. Sus lderes, Rosas, Quiroga, Lpez, vean
desaparecer a su principal adversa-rio. Caba decidir sobre su suerte.
Estanislao Lpez, que lo tiene en su poder, consulta al Restaurador, y ste le responde el 22 de febrero
de 1832: "Si hemos de afianzar la paz de la Repblica, si hemos de dar respetabilidad a las leyes y a
las autoridades legtimamente constituidas, si hemos de restablecer la moral pblica y repa-rar las
quiebras que ha sufrido nuestra opinin entre las na-ciones extranjeras y garantir ante ellas la
estabilidad de nuestro gobierno; en una palabra, si hemos de tener Patria, es preciso que el general Paz
muera. En el estado incierto y como vacilante en que nos hallamos, qu seguridad tenemos de que
viviendo el general Paz no llegue alguna vez a mandar en nuestra Repblica? Y si aquello sucediese,
no sera un opro-bio para los argentinos?".
Lpez a Rosas: "A pesar de que mi carcter es y ha sido siempre inclinado a la indulgencia no puedo
menos que confesar que el fallo de usted es imperiosamente reclamado por la justicia en desagravio de
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los atentados atroces infe-ridos a los pueblos y a las leyes". Pero para no responsabi-lizarse, quera
que la muerte de Paz fuese "por pronuncia-miento expreso de todos los gobiernos confederados o por
una cosa semejante", y le pide a Rosas que consulte a las provincias.
Don Juan Manuel comprende que don Estanislao trata de escurrir el bulto: si se consultaba a las
provincias la nota debera firmarla exclusivamente quien "lo hizo prisio-nero y lo custodia en su
territorio" (28 de marzo).
Lpez pide a Rosas el 24 de abril que le redacte un bo-rrador "para salir de una vez de este negocio".
Rosas no cae en la trampa. El 17 de mayo escribe: "Me excuso, compaero, hacer la redaccin que me
pide; esta obra es exclusivamente suya y nadie sino usted mismo es quien la debe dirigir y firmar".
Jos Mara Paz salvara su vida, y luego de algunos aos de confinamiento en Lujn, escapar y
retomar su lucha en contra de Rosas y Lpez (59, 67).
En la historia que nos ensearon, nuestros prceres mueren pronunciando a veces frases para la
posteridad, pero nunca se especifica la patologa que los arranca de la vida. Como si su memoria
hubiera de ser protegida de virus o bacterias "innobles"...
"Nada hay de terrible en lo que nos libra de todo lo que puede ser temido" (Tertuliano). Sin embargo,
no poca con-mocin caus nuestro aserto de que Gemes habra muerto desangrado por una hemofilia
que transform en mortal un sesgado trabucazo en su trasero.
Tampoco tiene sentido disimular, porque en nada devala sus mritos, que Manuel Belgrano muri a
raz de la sfilis contrada en su juventud.
4. LA SOMBRA DE DORREGO
El "Ejrcito Libertador" franco-argentino avanzaba so-bre Buenos Aires para acabar con la tirana de
Rosas.
Su jefe, Juan Lavalle, ordena hacer alto.
Con el pretexto de sosegar a algunas partidas federales se desva al frente de un regimiento.
Entra en Navarro el 22 de agosto de 1840 y se dirige a la estancia "La Almeira".
El general Iriarte, entonces su subordinado, anota en sus Memorias que Lavalle cae en una profunda
melancola. Durante cinco das se encierra en un hondo mutismo, sentado en el mismo escritorio
donde doce aos antes haba firmado la sentencia de muerte.
El mayordomo de la estancia, en seal de amistad, le regala el tintero en el que haba mojado su
pluma. Lavalle lo tom en su mano desprevenidamente y, al reconocerlo, lo arroj lejos como si le
quemara.
El tintero se hizo trizas, hirindolo con sus destellos de fusilera (67).
5. LA MULATA TORIBIA
"Tuvieron muy buen efecto los balazos que hice hacer el 29 del mes pasado -escribe a su esposo en
abril de 1834, refirindose a los atentados contra los generales Toms de Iriarte y Flix de Olazbal-,
http://www.odonnell-historia.com.ar/anecdotario/EL%20AGUILA%20GUERRERA%20parte%20V.htm (6 of 22) [26/05/2003 10:36:34]
como te lo anticip en la ma del 28, pues a eso se ha debido que se vaya a su tierra el fascineroso
cannigo Vidal."
Doa Encarnacin Ezcurra de Rosas fue una mujer de carcter. Cuando don Juan Manuel est lejos de
Buenos Aires, empeado en su Campaa del Desierto, ella le informa: "Las masas estn cada vez ms
dispuestas y el deseo de los paisanos es acabar con estos pcaros".
Las elecciones se avecinan: "No las hemos de perder, pues en caso de debilidad de los nuestros en
alguna parro-quia, armaremos bochinche y se los llevar el diablo a los cismticos*. Lo mismo me
peleo con los apostlicos** dbi-les, pues los que me gustan son los de hacha y tiza" (Carta del 13 de
abril de 1834).
Tampoco se salvaban los parientes: "A tu hermano Prudencio le ha entrado una defensa particular por
Viamonte, como si fuera su mejor amigo (...) Cunto me alegrara que le echaras una raspa...".
Prudencio Rosas fue uno ms de los expatriados en Montevideo.
En otra correspondencia le adjunta ejemplares de El Defensor y El Ltigo: "Vers cmo anda la
reputacin de tu mujer y la de tus mejores amigos. A m nada me intimida, yo me sabr hacer superior
a estos malvados y ellos paga-rn caros sus crmenes (...) Todo esto se lo lleva el diablo. Ya no hay
paciencia para sufrir a estos malvados y estamos esperando cuando se maten a pualadas los hombres
por la calle".
Doa Encarnacin, a quien sus enemigos ridiculizaban apodndola "la mulata Toribia" por su fealdad,
fue la crea-dora de la temible "Mazorca", que hoy sera definida como un grupo parapolicial que
practicaba el terrorismo de Esta-do. Su objetivo era acabar, por muerte o intimidacin, con la
oposicin a su esposo.
En cuanto al nombre, algunos, magnnima o ingenua-mente, suponen que representaba de manera
simblica al campo argentino. Otros, ms sofisticados, suponen un jue-go de palabras: ms - horca.
Sin embargo, su verdadera razn era que una de las torturas preferidas por los "mazorqueros" era
introducir un choclo en el ano de sus vctimas...
6. EL CHACAL DEL RO
Las jvenes corran despavoridas por las calles de Colo-nia del Sacramento, aullando de terror con sus
ropas desga-rradas. Los saqueadores arrasaban con todo lo que encontraban. El cielo pareca cobrar
vida con el relumbre de los in-cendios.
El jefe de los vndalos, nacido en Niza pero criado en Italia, ech las culpas a lo "difcil de mantener
la disciplina que impidiera cualquier atropello, y los soldados anglo franceses, a pesar de las rdenes
severas de los almirantes, no dejaron de dedicarse con gusto al robo en las casas y en las calles. Los
nuestros, al regresar, siguieron en parte el mismo ejemplo aun cuando nuestros oficiales hicieron lo
posible por evitarlo. La represin del desorden result dif-cil, considerando que la Colonia era pueblo
abundante en provisiones y especialmente en lquidos espirituosos que aumentaban los apetitos de los
virtuosos saqueadores". Ni siquiera la iglesia se libr de los desmanes, ya que en ella se celebr la
victoria con orgas y borracheras.
Das despus, la escuadra de mercenarios italianos, con sus talegos rebosantes de oro y plata, leva
anclas y se interna en el Uruguay.
Al llegar a Gualeguaych repiten el saqueo. El pueblo estaba desguarnecido y fue fcil para los
italianos, que actuaban a las rdenes de la escuadra anglofrancesa que invada las Provincias Unidas
del Ro de la Plata, desarro-llar sin inconvenientes su cruel codicia y lujuria. "Durante dos das los
legionarios saquearon las casas de familia y principalmente las de comercio", dice Saldas apoyndose
en las protestas de los comerciantes (sardos, espaoles, portugueses y franceses) que la Gaceta
Mercantil public el 23 de octubre.
El jefe de los saqueadores, a quien los diarios de Bue-nos Aires apostrofaban como "el chacal de los
tigres anglo-franceses", se disculpar en sus Memorias: "El pueblo de Gualeguaych nos alentaba a la
conquista por ser un ver-dadero emporio de riqueza, capaz de revestir a nuestros harapientos soldados
y proveernos de arneses (...) Adquiri-mos en Gualeguaych muchos y muy buenos caballos, la ropa
necesaria para vestir a toda la gente, los arneses de la caballera y algn dinero que se reparti entre
nuestros pobres soldados y marineros que tanto tiempo llevaban de miseria y privaciones".
El jefe mercenario de esta horda salteadora era Giuseppe Garibaldi, que aos ms tarde se constituira
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Saba, desde que tena conciencia, que su nacimiento haba sido azaroso. Su madre, Mara Josefa
Ezcurra, haba muerto muy joven, anonadada quizs por la reprobacin de una sociedad tan pacata
como la portea.
Pedrito fue adoptado por don Juan Manuel de Rosas, a instancias de su esposa, doa Encarnacin,
hermana de la infortunada Mara Josefa. La relacin del nio con su padre adoptivo siempre fue
excelente, tanto que, se deca, el Res-taurador lo prefera a su propio hijo, el aptico y medroso Juan.
-Sintese, m'hijo.
Don Juan Manuel lo haba mandado a llamar y Pedrito, que ya haba ido volvindose Pedro con la voz
enronquecida, los msculos rotundos y los sentimientos en torbellino, supo que el da haba llegado.
-S, tatita -susurr, acomodndose en el borde del banco. Se hizo un silencio mientras don Juan
Manuel haca anotaciones y firmaba algunos papeles que se amontonaban sobre su escritorio.
-Lindo da -volvi a decir el joven, quien nunca haba tenido miedo de cruzar esa mirada que todos
rehuan. -Vamos al grano, m'hijo. Ya tiene edad para saber quin fue su padre.
Pedro tuvo miedo de no escuchar por el estrpito de su corazn. Ese hombre al que todos teman lo
observaba sere-namente, casi con ternura.
-Su madre era una mujer muy bonita. La ms bonita de las Ezcurra -no lo dijo, pero era como si lo
hubiera dicho, "ms bonita que mi Encarnacin".
-Gracias -dijo el joven y enseguida dud si era eso lo que deba haber dicho.
-Belgrano -estaba diciendo esa voz acostumbrada a mandar. Pedro no entendi, o no se atrevi a
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8. LA COSTURERA
La paga de las costureras era miserable. Sola ser un oficio reservado para personas de baja condicin
social. La ropera de Simn Pereyna daba empleo a varias.
Entre ellas estaba ngela Baudrix, viuda de Manuel Dorrego (7).
En el Parlamento francs se debata la invasin a las Provincias Unidas en alianza con Gran Bretaa.
Las opinio-nes sobre Rosas que all se escuchaban reproducan bastante fidedignamente lo que de l
se deca allende el ocano.
Habla Thiers, jefe de la faccin nacionalista: "Montevi-deo es una colonia francesa (...), est llamada a
un desen-volvimiento que Buenos Aires no puede pretender".
Si el partido de las campaas*** haba prevalecido en Buenos Aires era por los procedimientos de
Rosas, "hombre tan clebre por sus crueldades. Ha fusilado sin juicio, que es el modo ms humano de
conducirse en ese pas, porque habitualmente se degella (...) se ponen juntos hombres y mujeres
entre tablas y se los asierra. Rosas ha colocado cabezas humanas en los mercados donde
habitualmente se expenden las cabezas de los animales (...) Por todo eso la poblacin civilizada o
semicivilizada de Buenos Aires se ha ido a Montevideo. Buenos Aires tena antes 80.000 habitantes, y
hoy apenas 40.000 sobrevivientes. En cambio en Montevideo de 15.000 ha pasado a 50.000.
Recuerda la fallida intervencin de 1838. Continuaba siendo un deber de Francia derribar a Rosas del
poder, porque eso era lo prometido a los unitarios al impulsarlos a la guerra, "as ese desgraciado
general Lavalle (sic), que nosotros llevamos a la insurreccin y que ha pagado con su cabeza la
devocin a nuestra causa". Interesaba a la huma-nidad, de la que Francia era la expresin ms alta,
"borrar del mundo ese monstruo de barbarie e iniquidad".
Si Rosas estaba todava en Buenos Aires era por la inefi-cacia y pusilanimidad del entonces gobierno
francs. Bastaba unirse con Inglaterra "y Rosas de un soplo se vendra por el suelo. O vosotros
dejaris que la indigna marina de Rosas contine bloqueando Montevideo y revisando buques de
nues-tra bandera que quieren entrar a ese puerto?".
Laurent de l'Ardeche, socialista, contesta a Thiers: "La guerra de los gauchos del Plata contra los
unitarios del Uruguay representa en el fondo la lucha del trabajo indgena contra el capital y el
monopolio extranjero, y de este modo encierra para los federales una doble cuestin: de nacionalidad
y de socialismo.
"Los unitarios y sus amigos lo saben bien (...) A sus ojos el jefe del federalismo es un vecino peligroso
para Bra-sil a ttulo de propagandista y libertador de los esclavos; a sus ojos, si hay algo en las orillas
del Plata que ofrezca analoga con las doctrinas de los revolucionarios y factores de barricadas, son las
doctrinas y los actos del general Rosas (...) Lo que hay de cierto es que su poder se apoya en efecto
sobre el elemento democrtico, que Rosas mejora la condicin social de las clases inferiores, y que
hace mar-char a las masas populares hacia la civilizacin dando al progreso las formas que permiten
las necesidades locales. Lo que hay de cierto es que l hace todo esto sin necesitar revoluciones y
barricadas, puesto que la soberana nacional es la nica que lo ha elevado al poder donde lo mantienen
invariablemente la confianza, la gratitud y el entusiasmo de sus conciudadanos" (67).
10. LA DELFINA
No vacil. A pesar de que slo le quedaban dos hombres de su escolta, no vacil. Dando alaridos y
revoleando su sa-ble carg contra la partida santafesina que acababa de cap-turar a su Delfina.
Era sta una bella "gacha" riograndense que haba subyugado a Francisco Ramrez, el caudillo
entrerriano. Era una mujer de armas tomar y participaba activamente en las correras del "supremo
entrerriano".
El anecdotario de la pasin que los una era muy exten-so. A nadie llam la atencin que don Pancho
perdiera su vida -su corazn fue atravesado por un certero trabuca-zo- por salvar la de su amada.
El jefe de la partida, Zabaleta, llev la cabeza como obsequio al caudillo santafesino Estanislao
Lpez, quien tantas batallas haba librado junto a Ramrez (48).
Aos ms tarde sera presidente de los argentinos, me-morable por su pasin en hacer del nuestro un
pas moderno, constitucional y alfabetizado.
http://www.odonnell-historia.com.ar/anecdotario/EL%20AGUILA%20GUERRERA%20parte%20V.htm (12 of 22) [26/05/2003 10:36:34]
En 1840 era un exiliado en Santiago de Chile, inte-grante de la Comisin Argentina que presida el
general Las Heras, cuyo objetivo era agotar todos los medios posi-bles para lograr la cada de Rosas.
Dichos medios no excluan la violencia, como lo de-muestran las mximas de guerra, escritas por
Sarmiento y dirigidas al general unitario Lamadrid que operaba en la zona de Cuyo:
"Debe darse muerte a todos los prisioneros y a todos los enemigos".
"Debe manifestarse un brazo de fierro y no tenerse con-sideracin con nadie".
"Debe tratarse de igual modo a los capitalistas que no presten socorros".
"Es preciso desplegar un rigor formidable".
"Todos los medios de obrar son buenos y deben em-plearse sin vacilaciones".
Sarmiento intent tambin crear situaciones de con-flicto entre ambos pases. Slo as pueden
explicarse acti-tudes alevosamente antipatriticas sostenidas durante su extraamiento. Su odio a
Rosas daba para todo...
El ministro Montt adquiri y subvencion un diario, El Progreso, que encomend al sanjuanino.
Desde el primer nmero, el 11 de noviembre de 1842, Sarmiento desarroll una campaa
"demostrando" los derechos chilenos sobre el estrecho de Magallanes e insisti en la necesidad de que
su pas de adopcin se adelantara a la Argentina en la ocupa-cin del territorio.
La campaa encontr gran eco. No era un chileno quien lo deca sino un argentino de nota. En el
ejemplar del 28 de noviembre poda leerse: "Esta habilitacin del estrecho ha de acarrearnos inmensas
ventajas y nos asegurar un porvenir colosal. Quedan acaso dudas, despus de todo lo que hemos
dicho sobre la posibilidad de hacer segura la navegacin del estrecho y establecer all poblaciones
chile-nas? (...) Para Chile basta, en el asunto de que tratamos, decir quiero! Y el estrecho de
Magallanes se convierte en un foco de comercio y civilizacin".
Sarmiento, en La Crnica del 11 de marzo de 1849: "Un territorio limtrofe pertenece a aquel de dos
Esta-dos a quien aproveche su ocupacin (...) Para Buenos Aires es una posesin intil. Qu hara el
gobierno de Buenos Aires con el estrecho de Magallanes, pas remoto, frgido, inhospedable? (...)
Que pueble el Chaco y el sur hasta el Colorado y el Negro y deje el estrecho a quien lo posea con
provecho...! Magallanes, por lo tanto, pertenece a Chile por el principio de conveniencia propia sin
dao de terceros". No solamente el estrecho, sino toda la Patagonia: "Quedara por saber an si el
ttulo de ereccin del virrei-nato de Buenos Aires expresa que las tierras al sur de Mendoza entraron
en su demarcacin; que, a no serlo, Chi-le pudiera reclamar todo el territorio que media entre
Magallanes y las provincias de Cuyo".
Estas frases pesaron sobre la trayectoria sarmientina hasta su muerte. Sus contemporneos no cejaron
de repro-chrselo. Y an hoy provocan escozor (57).
http://www.odonnell-historia.com.ar/anecdotario/EL%20AGUILA%20GUERRERA%20parte%20V.htm (13 of 22) [26/05/2003 10:36:34]
Como todos los das, el 3 de marzo de 1835, destinaba parte de la maana a dictar notas y
comunicaciones referen-tes a hechos cotidianos. Rosas, incansable, se ocupaba de todos los aspectos
de su gobierno, aun de los ms nimios.
"Mi querido don Juan Jos". Era uno de sus mayordo-mos. "sta slo tiene por objeto prevenirle que a
Pascual me le entregue veinte bueyes aparentes y como para las carretas. Deseo que le haya ido bien
en su viaje".
All se interrumpi porque en ese instante le transmi-tieron la noticia. Con la letra cambiada por su
alteracin anmica, seguira:
"El general Quiroga fue degollado en su trnsito de regreso para sta el 16 del pasado ltimo febrero,
18 leguas antes de llegar a Crdoba. Esta misma suerte corri el coronel Jos Santos Ortiz y toda la
comitiva en nmero de 16, escapando slo el correo que vena y un ordenanza, que fugaron entre la
espesura del monte.
"Qu tal! He conocido o no el verdadero estado de la tierra? Pero ni esto ha de ser bastante para los
hombres de las luces y los principios. Miserables! Y yo, insensato, que me met con semejantes
botarates!"
Entonces, la ira: "Ya lo vern ahora. El sacudimiento ser espantoso y la sangre argentina correr en
porciones".
Sin embargo, pocos instantes antes de morir, el confeso asesino, Santos Prez, gritar: "Rosas es el
asesino de Quiroga!"
Lo cierto es que el juicio, en el que tambin fueron ajusticiados los hermanos Reinaf, contratantes de
Santos Prez, fue sumario y no se dio a los acusados posibilidades de defensa.
Sin embargo, el doctor Marcelo Gamboa lo intenta. Im-pugna el juicio por la falta de una Constitucin
escrita y cuestiona a Rosas como juez por considerar que ha prejuzgado la culpabilidad de sus
defendidos en las comunicacio-nes cursadas a las provincias.
No es se lenguaje para dirigirse a alguien que detenta "la suma del poder pblico". Rosas se irrita:
"Slo un atre-vido, insolente, pcaro, impo, legista y unitario" ha podido presentarle, bajo la
apariencia de ejercer el derecho de de-fensa, un pedido de publicar "un escrito de propaganda
po-ltica". Lo condenaba a corregir "uno a uno, todos los ren-glones de su atrevida representacin", no
14. NOMBRES
El nombre completo de Belgrano era Manuel Joaqun del Corazn de Jess Belgrano.
El de Gemes, Martn Miguel Juan de la Mata Gemes Saavedra: Cornelio Judas Tadeo de Saavedra.
French: Domingo Mara Cristbal French.
Rosas: Juan Manuel Jos Domingo Ortiz de Rozas. Con zeta. Lo modific en su adolescencia cuando,
enemistado con sus padres, abandon el hogar.
Un caso curioso es el de Rivadavia, cuyo nombre original era Bernardino de la Trinidad Gonzlez.
Ribadabia, con "b" las dos veces, era el apellido de su abuela paterna; que l adopt como propio sin
que se conocieran los motivos.
Carlos Mara de Alvear: Carlos Antonio Jos Gabino del ngel de la Guardia Alvear y Balbastro.
Nunca se sabr de dnde surgi el "Mara" que le adjudicaron algunos de sus bigrafos.
Otro caso: la familia de Dorrego era de origen portu-gus y su verdadero nombre, Manuel Crspalo
Bernab do Rego.
Pueyrredn: Juan Martn de Pueyrredon. Sin acento (2).
Siempre manej con habilidad las relaciones exteriores de su gobierno. Supo elegir a sus
embajadores: Manuel de Sarratea en Francia, Manuel Moreno en Gran Bretaa, Car-los de Alvear en
Estados Unidos, Toms Guido en Brasil.
Adems, no se arredraba ante los representantes de las potencias de su poca. Saldas cuenta una
ancdota oda a Antonio Reyes, edecn del Restaurador durante mucho tiempo: "Rosas llam a Reyes
y le dijo: `Dentro de poco ven-dr Mr. Mandeville****, usted entrar a darme cuenta de que las
divisiones del ejrcito de Vanguardia estn a pie, que no se ha empezado a pasar por el Tonelero los
pocos caballos que hay, que por esto y la falta de armas el ejrcito no puede iniciar operaciones. Yo
insistir para que usted hable en presencia del Ministro".
Eran pocas del conflicto entre la Confederacin y las potencias europeas con sus aliados uruguayos.
"Media hora despus entr Mr. Mandeville. Asegurba-le a Rosas que se esforzara para que
terminase dignamente la cuestin entablada, cuando se present Reyes a dar cuenta de lo que, con
carcter urgente, avisaban del ejrcito de Vanguardia.
`Diga Ud. -ordenle Rosas-, el seor Ministro es un amigo del pas y hombre de confianza.'
"Reyes habl, y Rosas se levant irritadsimo, excla-mando:
Vaya Ud., seor, y dirija una nota para el jefe de las caballadas hacindole responsable del retardo en
entregar los caballos para el ejrcito de Vanguardia, y otra en el mismo sentido al jefe del convoy.
Trigame pronto sus no-tas, para firmarlas...'
"Y como Mr. Mandeville quisiera calmarlo, arguyendo que quizs a esas horas ya todo haba llegado a
su destino:
`No seor, no puede haber llegado todava!... y si el "pardejn"***** supiera aprovecharse... as es
como vienen los contrastes, as es como vienen!', deca Rosas cada vez ms agitado.
"Mr. Mandeville pidi licencia para retirarse. Inmedia-tamente Rosas orden al capitn del puerto que
vigilase los movimientos de la rada.
"Esa misma noche tuvo parte de que sala para Monte-video un lanchn en el cual iba un hombre de
http://www.odonnell-historia.com.ar/anecdotario/EL%20AGUILA%20GUERRERA%20parte%20V.htm (17 of 22) [26/05/2003 10:36:34]
confianza de Mr. Mandeville. Transmitira lo que el diplomtico ingls haba escuchado de boca del
Restaurador".
Con la seguridad de un dato inapreciable, el general Rivera se mueve con prontitud ordenando
marchar contra Arroyo Grande, que supona dbil y desguarnecido al no llegar los refuerzos de Rosas
"retrasados" en el Tonelero. El general Csar Daz, entonces oficial de Rivera, se extraa en sus
Memorias de que el jefe de las fuerzas franco-uru-guayas, a las que se sumaban los unitarios
exiliados, orde-nase una batalla a todas luces apresurada.
Se lanz contra el general Oribe, aliado de Rosas, a las primeras horas del alba del 6 de diciembre de
1835, estre-llndose contra fuerzas superiores a las suyas en arma-mentos y posicin. Y a las que no
le faltaba caballada...
"Todo se perdi", relata Daz, "hasta el honor." Enga-ado y completamente vencido, don Fructuoso
escap "arrojando su chaqueta bordada, su espada de honor y sus pistolas" (67).
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42
Por manera que segn la Cuenta que precede asciende esta a la cantidad de cuarenta y dos pesos y por
ser as firmo el presente documento en la Ciudad de Santa Fe a 23 de julio de 1821.
Manuel Rodrguez."
Para qu serva esta extraa frmula? Nos lo aclara el encabezamiento:
"RELACION DEL GASTO OCASIONADO PARA PRESERVAR DE CORRUPCION LA
CAVEZA DEL FINADO SUPREMO DE ENTRE ROS FRANCO RAMIREZ, EL QUE HE
VERIFICADO POR MANDATO DEL GOBERNADOR SUBSTITUTO DE ESTA PROVINCIA."
Estanislao Lpez conserv la cabeza de su enemigo Fran-cisco Ramrez sobre su escritorio, durante
varios meses (48).
Nuestra historia oficial nunca logr digerir la clusula tercera del testamento del general don Jos de
San Martn: "El sable que me ha acompaado en toda la guerra de la independencia de la Amrica del
Sur le ser entregado al general de la Repblica Argentina don Juan Manuel de Ro-sas, como una
prueba de satisfaccin que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor
de la Repblica contra las injustas pretensiones de los extranje-ros que trataban de humillarla". Don
Jos celebraba as la gesta de Obligado.
Tan extraordinaria disposicin testamentaria de nues-tro mximo prcer ha sido soslayada o
directamente silen-ciada en nuestros textos histricos. Hasta Sarmiento opin insolentemente que se
deba a la senilidad del Libertador de Amrica...
Sin embargo, la relacin entre San Martn y Rosas fue intensa a lo largo de muchos aos.
Habiendo transcurrido ya un tiempo prolongado del exilio europeo de don Jos, casi olvidado por la
prensa y los gobernantes de Buenos Aires, el joven estanciero Rosas dio el nombre de "San Martn" a
una de sus estancias y poco despus, en el mismo ao de 1820, bautiza a otra como "Chacabuco",
ambas en el actual partido de General Bel-grano.
San Martn, como militar de alma que era, aborreca el desorden y la indisciplina. Estaba seguro de
http://www.odonnell-historia.com.ar/anecdotario/EL%20AGUILA%20GUERRERA%20parte%20V.htm (19 of 22) [26/05/2003 10:36:34]
que la anarqua en que se haba sumido su patria terminara por de-rrumbarla y hacer fracasar la lucha
por su independencia, en la que l haba invertido tantos esfuerzos y sacrificios. "Conviene en que
para que el pas pueda existir es de nece-sidad absoluta que uno de los dos partidos en cuestin
des-aparezca de l -escriba el 3 de abril de 1829 a su gran amigo Toms Guido-. Al efecto se trata de
buscar un sal-vador que reuniendo el prestigio de la victoria, el concepto de las dems provincias y
ms que todo un brazo vigoroso, salve a la patria de los males que la amenazan".
De los dos partidos, el unitario o el federal, las simpa-tas del Libertador se inclinaban hacia el ltimo.
Por el obstinado saboteo que sus planes libertarios siempre haban sufrido por parte de Buenos Aires,
bajo el dominio poltico de sus enemigos Alvear o Rivadavia; tambin por-que en su peregrinar por
las provincias al frente de sus tropas haba aprendido a valorar el coraje y el patriotismo de sus
caudillos.
Es la anarqua que sucede al fusilamiento de Dorrego la que le impide desembarcar en Buenos Aires
cuando, re-clamado por algunos y odiado por otros, se niega a participar en las luchas intestinas, como
justifica nuestra historia oficial. Tambin, seguramente, porque San Martn tema, con razn, por su
vida.
Eran tiempos violentos y los legistas y rivadavianos que haban vuelto al poder, con Lavalle como
pantalla, desconfiaban de San Martn y se lamentaban de su presencia. Los peridicos bajo su control,
los ms importantes, no ahorraban infundios sobre el Libertador sugiriendo corrup-cin, amoralidad,
cobarda y otras lindezas.
Otra carta de San Martn a Guido: "El foco de las revo-luciones, no slo en Buenos Aires sino en las
provincias, ha salido de esa capital, en ella se encuentra la crema de la anarqua, de los hombres
inquietos y viciosos, porque el lujo excesivo multiplicando las necesidades se procura sa-tisfacer sin
reparar en medios: ah es donde un gran nme-ro no quieren vivir sino a costa del Estado y no
trabajar".
El 17 de diciembre de 1835, San Martn celebra la "mano dura" de Rosas: "Ya era tiempo de poner
trmino a males de tal tamao para conseguir tan loable objeto, yo miro como bueno y legal todo
gobierno que establezca el orden de un modo slido y estable". Don Juan Manuel es para el Libertador
la anttesis de la anarqua y valoriza la desptica tranquilidad que reina en su pas: "Slo ella pue-de
cicatrizar las profundas heridas que ha dejado la anar-qua, consecuencia de la ambicin de cuatro
malvados...". Y al ao siguiente: "Desengamonos, nuestros pases no pueden, al menos por muchos
aos, regirse de otro modo que por gobiernos vigorosos, ms claro: despticos".
Rosas le agradece a San Martn su apoyo, que le sirve, gracias al prestigio de ste en Europa, para
contrarrestar la accin de no pocos compatriotas que recorren las cancilleras extranjeras buscando
aliados para derrocarlo. Le ofrece ser embajador en Per, cargo que el Libertador re-chaza con el
pretexto de que eran muchos los lazos que lo unan a Lima y a sus habitantes como para poder
desempe-ar correctamente tal responsabilidad. Tambin aduce que l es "slo un militar" y que
carece de condiciones como diplomtico. Algunos historiadores consideran que este re-chazo se debi
a que San Martn no quiso comprometerse con los desbordes totalitarios de don Juan Manuel. En esa
lnea est tambin la carta que el 21 de setiembre de 1839 escribe a su amigo Goyo Gmez
lamentando el asesinato del doctor Maza: "T conoces mis sentimientos y por consi-guiente yo no
puedo aprobar cuando veo una persecucin general contra los hombres ms honrados del pas (...) el
gobierno de Buenos Aires no se apoya sino en la violencia".
Sin embargo, el tono predominante de la relacin entre ambos es la cordialidad. Conociendo Rosas las
penurias econmicas del exilio sanmartiniano, ordena en 1840 "que se otorgue la propiedad de seis
leguas de tierra al Seor General de la Confederacin Argentina don Jos de San Martn." Y ms
adelante, sabindolo enfermo y necesitado de atencin, designa a su yerno Mariano Balcarce como
oficial en la Embajada Argentina en Francia, e instruye reservadamente a Manuel Sarratea,
embajador, para que exima a Balcarce de residir en Pars, asiento natural de la representacin
diplomtica, con objeto de no privar al pr-cer de la presencia y asistencia de su hija Mercedes.
San Martn continuar opinando, en su activa corres-pondencia con Buenos Aires: "En mi opinin el
gobierno en las circunstancias difciles debe, si la ocasin se presenta, ser inexorable con el individuo
que trate de alterar el orden, pues si no se hace respetar por una justicia firme e imparcial se lo
merendarn como si fuera una empanada, lo peor del caso es que el pas volver a envolverse en
nuevos males".
Y Rosas seguir correspondindole: el 11 de octubre de 1841 el almirante Guillermo Brown le solicita
que lo autori-ce a designar "Restaurador Rosas" a la nave capitana de la escuadra de la Confederacin
Argentina, a lo que aqul le responde ordenndole que la nave deber llamarse "Ilustre General San
Martn". Cabe sealar que tambin nues-tra. historia oficial ha silenciado la colaboracin que nuestro
mximo prcer naval, el almirante Brown, prest al gober-nador Rosas.
Cuando Francia e Inglaterra atacan a la Confederacin Argentina, nuestro Libertador mximo no
vacila en escri-bir a Rosas, ponindose a sus rdenes y ofrecindole regresar a la patria para combatir
contra los invasores en una declaracin pblica que pudo haberle provocado serias difi-cultades ya
que viva en una de las potencias beligerantes. San Martn y Rosas comparten un hondo sentimiento
na-cional que para algunos crticos roza la xenofobia.
Una de las ltimas cartas que escribe San Martn tres meses antes de su muerte, con letra dificultosa,
fue justa-mente a Juan Manuel de Rosas: "( ...) como argentino me llena de un verdadero orgullo, el
ver la prosperidad, la paz interior, el orden y el honor establecidos en nuestra queri-da Patria, y todos
estos progresos efectuados en medio de circunstancias tan difciles en que pocos Estados se habrn
hallado" (Boulogne-Sur-Mer, 6 de mayo de 1850) (21, 39).
**** N. del A.: representante de Gran Bretaa en las Provincias Unidas del Ro de la Plata.
***** N. del A.: el general oriental Fructuoso Rivera, jefe de las tropas antirrosistas.
Sexta parte
1 Parte
Captulo 1
Capitulo 2
Captulo 3
Captulo 4
Captulo 5
Captulo 6
Captulo 7
Captulo 8
Captulo 9
Captulo 10
Captulo 11
Captulo 12
Captulo 13
Captulo 14
Captulo 15
Captulo 16
2 Parte
Captulo 1
Capitulo 2
Captulo 3
Captulo 4
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Captulo 7
Captulo 8
Captulo 9
3 Parte
Captulo 10
Captulo 1
Captulo 11
Capitulo 2
Captulo 12
Captulo 3
Captulo 13
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Captulo 14
Captulo 5
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Captulo 16
Captulo 17
4 Parte
Captulo 1
Capitulo 2
Captulo 3
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6 Parte
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Captulo 15
Captulo 16
Captulo 17
EL AGUILA GUERRERA
SEXTA PARTE
1.
Aos despus de Ayacucho, que expuls definitivamente de Sudamrica a las tropas regulares al
servicio del Rey de Espaa, un batalln continuaba defendiendo su causa en la remota Patagonia.
Los cuatro hermanos Pincheira: Antonio, Pablo, Santos y Jos Antonio pertenecan a acomodadas
familias de Chile y haban recibido en Espaa instruccin militar. Enrolados en el partido realista, la
derrota de los suyos los arroj al sur donde obstinadamente se negaron a arriar la bandera de Fernando
VII.
Perseguidos por los chilenos, se refugiaron del lado ar-gentino de los Andes y levantaron sus toldos
trashumantes en la regin que va desde Choele-Choel por el este hasta Nahuel Huapi en el sur.
Formaron un ejrcito irregular de soldados espaoles y americanos "espaolizados", que mantuvo
causa hisp-nica guerreando contra fuerzas argentinas y chilenas. Lo hicieron por conviccin o quizs
porque as daban justifi-cacin ideolgica a su accionar y ello les permita reclutar adeptos.
La necesidad de subsistencia y la obvia falta de apoyo para su causa los llevaron al bandidaje. Sus
tolderas se convirtieron, adems, en el refugio de quienes escapaban a la justicia de Chile.
Los Pincheira alentaban a sus aliados indgenas, borugas y ranqueles, a Galonear y robar vacas en las
estancias argentinas, que introducan en Chile por el "camino de los chilenos" y vendan en Valdivia y
Llanquihue, retribu-yendo a los indios con alcohol y armas de fuego.
Tenan alguna impunidad en Chile debido al predomi-nio del partido liberal o "pipiolo", enemigo de
los hacenda-dos chilenos enrolados en el partido conservador, que eran quienes ms sufran las
andanzas de los hermanos.
Siempre con el propsito manifiesto de restablecer la autoridad de Espaa en sus antiguas colonias,
llegaron a ser una amenaza considerable, como cuando una partida del Regimiento de Cazadores a
Caballo, mandada por el teniente Juan de Dios Montero, en vez de combatirlos se pas a sus filas.
En 1829, los conservadores fueron restablecidos en Chile y la frrea mano del presidente Diego
Portales se propuso imponer orden en el caos. A fines de 1831 el general Bulnes oper en la zona
cordillerana internndose en el actual territorio argentino, entonces no delimitado. Con 2.000 hombres
de lnea cay de sorpresa sobre el campa-mento de los cuatro hermanos Pincheira entre los ros Atuel
y Salado y mat a todos sus componentes, blancos o indios, hombres, mujeres y nios.
2.
-Resistiremos hasta el fin, seor, pero ser muy difcil vencerlos -opin, prudente, el general Lucio N.
Mansilla. -Difcil?... imposible -replic el Restaurador, en un tono vivaz, casi alegre.
Se venan los ingleses y los franceses, mximas poten-cias planetarias, con una poderosa escuadra
provista del armamento ms moderno: los "Peyser", primeros caones rayados, en las naves inglesas.
Las francesas contaban con el novsimo can-obs "Paixhans", que disparaba balas de ochenta libras.
Tambin los cohetes "Congreve" que haban demostrado su eficacia en el reciente sojuzgamiento de
China.
-Se trata de una aventura comercial, Mansilla. Tene-mos que hacerles la mayor cantidad posible de
agujeros -Rosas hablaba con firmeza y su jefe lo escuchaba con atencin-. Para que la expedicin les
d prdidas. sa ser nuestra victoria.
Ambos saban que en Paraguay no encontraran el al-godn que las industrias britnicas necesitaban
para susti-tuir al tejano. A las potencias europeas les resultaba ms cmodo atacar a las expugnables
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Provincias Unidas del Plata, tambin debilitadas por el prolongado embargo que les impidi
abastecerse de armamento, que a la poderosa Amrica del Norte.
"All los tenis! -arengar Mansilla a sus tropas el 20 de noviembre, con el fondo de las tres gruesas
cadenas que cruzan el Paran-. Considerad el insulto que hacen al la soberana de nuestra patria al
navegar, sin ms ttulo que la fuerza, las aguas de un ro que corre por el territorio de nuestro pas!"
Eran ciento tres los barcos mercantes, de las ms va-riadas nacionalidades, que avanzaban detrs de
los navos de guerra, relamindose por el botn esperado.
El jefe de la caballera gaucha en la Vuelta de Obligada fue Facundo Quiroga (hijo) lo que, segn el
rosismo, de-muestra que don Juan Manuel nunca pudo haber sido el asesino de su padre.
La invasin anglo francesa cont con el apoyo de Jos Mara Paz, gobernador de Corrientes, cuya
vida Rosas y Lpez haban perdonado, quien apoyaba el propsito anglo francs de crear una nueva
repblica: la de la Mesopotamia (Misiones, Corrientes, Entre Ros y quizs Paraguay). Confiaba en
que l sera su primer presidente.
La invasin al Ro de la Plata, gracias a la heroica defensa de civiles y militares, fue un desastre
militar, eco-nmico y poltico para Francia e Inglaterra.
Inglaterra, deseosa de terminar con el asunto enva a un negociador, el prestigioso diplomtico Henri
Southern. Don Juan Manuel, arrogante, se niega a recibirlo. El primer ministro lord Aberdeen
protestar en la Cmara de los Pares el 22 de febrero de 1850: "Hay lmites hasta para aguantar las
insolencias, y esta insolencia de Rosas es lo ms inaudito que ha sucedido hasta ahora a un ministro
ingls. Hasta cundo hay que estar sentado en la antesala de este jefe gaucho? Habr que esperar a
que encuentre conveniente recibirle?... Es una insolencia inaudita".
Francia e Inglaterra aceptarn su derrota y se retira-rn sin imponer condiciones.
Alguien quedar herido: el general Urquiza, jefe de los ejrcitos de la Confederacin, ha sido
postergado por Ro-sas, quien ha preferido a su cuado, Lucio N. Mansilla (40).
3. HERMANOS DE LECHE
4. UN MILITAR OFENDIDO
5. LA LOCURA UNITARIA
El fraile Aldao, luego de derrotar a Lamadrid en Rodeo del Medio, se autodesigna gobernador de
Mendoza.
El 31 de mayo de 1842 da a conocer un bando: "Todos los unitarios son locos" y, por lo tanto,
irresponsables. No deba llevrselos a la crcel sino a "un hospital para que fuesen tratados como
locos". Por su decretada enajenacin mental ningn unitario poda "testar, ser testigo, tener personera
civil ni poltica, ni poder disponer de ms de diez pesos". Deba designrseles un administrador de sus
bienes.
Los defensores del fraile aducen que con dicho decreto Aldao evitaba obedecer las crueles rdenes de
Rosas de ex-propiar y matar a sus adversarios (44).
La Compaa, oficialmente admitida, vena a ser un poder dentro de otro poder demasiado celoso
como era e gobierno de Rosas. Su accin se diriga a los jvenes de la clase principal y su Colegio era
solamente accesible a los estudiantes de recursos. Las familias que frecuentaba el padre Berdugo,
superior del Colegio, pertenecan a la oposi-cin unitaria.
La Compaa se puso al tono de la clase social donde buscaba influencia: en el Colegio no se
pronunciaba la pa-labra "federacin" ni se admita la divisa punz. Inevitablemente, San Ignacio fue
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7. EN LA CRESTA DE LA OLA
No faltara algn periodista que hoy lo calificase de "camalenico". Aunque quizs se tratase de la
tcita regla universal de que todo gobierno necesita mostrar a algn prestigioso para compensar tanto
aventurero y advenedizo. Lo cierto es que Vicente Lpez y Planes demostr talento para perpetuarse
en el poder a pesar de los terremotos pol-ticos que sacudan su patria.
Su actuacin pblica se inicia durante las Invasiones Inglesas cuando revista en el Regimiento de
Patricios. Pre-cisamente la victoria sobre los britnicos permite su reconocimiento como poeta, al
componer su famoso "El triunfo argentino", apelando a un gentilicio que no tardara en ser nacional.
Despus de Mayo, Lpez y Planes es designado auditor de la Expedicin Auxiliadora al Norte. Poco
tiempo despus escribe el Himno, en colaboracin con un oscuro msico, Blas Parera.
El Primer Triunvirato lo nombra secretario de Hacien-da. En 1813 fue diputado a la Asamblea
General Constitu-yente y actu en nuestro primer cuerpo legislativo como secretario.
Se suceden los gobiernos y en ellos siempre hay un lugar para don Vicente. Con Balcarce fue
secretario de Gobierno. Con Pueyrredn, el mismo cargo.
Cuando el Congreso de Tucumn se traslad a la Capital, Lpez y Planes se incorpora como
representante porteo. En el gobierno de Martn Rodrguez dirigi el Registro Esta-dstico.
Accede a la Presidencia de la Repblica al caer Rivada-via, y al recuperar la provincia de Buenos
Aires su existen-cia formal es designado, simultneamente, gobernador.
Al abandonar la Presidencia y la Gobernacin, su suce-sor, el coronel Manuel Dorrego, lo retiene en
su gabinete como ministro de Hacienda.
Guando se produce el trgico fusilamiento de Navarro sobreviene, como escribe J. M. Rosa, "la
primera y nica ruptura en esta permanente devocin de Lpez y Planes por el servicio pblico".
Enfrentado con Lavalle por su do-blez ante el obcecado unitarismo de algunos porteos pode-rosos,
sin perdonarle tampoco el asesinato de quien don Vicente mucho apreciaba, cruza el ro y se radica en
Merce-des a esperar la cada de la "espada sin cabeza".
Durante la administracin de Juan Jos Viamonte inte-gra el Senado Consultivo, un cuerpo
deliberativo que se acer-caba a las formas parlamentarias de la poca. Tambin forma parte de una
comisin especial nombrada por Viamonte para estudiar la reforma de la enseanza pblica.
Cuando Juan Manuel de Rosas accede al poder convoca a Lpez y Planes. Pasa a desempearse como
presidente del Superior Tribunal de Justicia.
No basta con Caseros para desalojarlo de la funcin pblica: Urquiza lo designa gobernador de la
provincia de Buenos Aires. Como tal participa de la histrica reunin, en 1852, que deliber en San
Nicols de los Arroyos.
Su nieto cont que el abuelo haba cerrado los ojos en-tonando en voz baja pero
audible unos versos de Ovidio (2).
"Que para combatir las invasiones de los indios en la frontera, para sostener las guerras civiles y
extranjeras que nos han sobrevenido, hemos tenido que recurrir en el primer caso a la Santa Virgen de
Lujn, en el segundo a la Virgen del Rosario y la Merced y tambin a Santa Clara Virgen, con cuyo
nico consuelo hemos podido triunfar, mientras que nuestro patrono, el francs, permaneca
indi-ferente en el cielo sin ayudarnos en lo ms mnimo como era su deber.
"En vista de los motivos expuestos venimos en decretar y decretamos:
"Artculo 1) El francs unitario San Martn de Tours, que ha sido hasta hoy el patrn de esta ciudad,
habiendo
perdido la confianza del pueblo y del gobierno, abandonado por sus compatriotas, aliado del traidor
Rivera y dems salvajes unitarios, es destituido para siempre del empleo de patrn de Buenos Aires".
Los dems artculos eran de forma (69).
9. LIBERTADOR DE BLGICA?
Los belgas se sublevaron en 1831 contra el tirnico go-bierno de los reyes holandeses, proclamando la
independen-cia de su pas.
Los patriotas bruselenses carecan de un jefe militar de prestigio. Su caudillo, el valeroso conde de
Mrode, era un simple conductor de milicias sin la preparacin y los conocimientos necesarios para
resistir a los experimenta-dos oficiales holandeses.
Alguien propuso que se ofreciera el mando militar de la revolucin al general San Martn,
circunstancialmente en Bruselas, cuyas campaas en Sudamrica lo haban hecho clebre en todo el
mundo. La idea fue aprobada con entu-siasmo.
Nuestro Libertador se mostr profundamente agrade-cido e hizo votos por el triunfo de la libertad y de
la inde-pendencia del pueblo belga, pero rehus el honor y la con fianza que se le dispensaba,
aduciendo los deberes que las leyes de la hospitalidad le imponan.
Una vez ms don Jos renunciaba. Lo haba hecho ante Bolvar, luego en Lima al rechazar el
Protectorado que se le ofreca, ms tarde abdic de morar en su patria al abandonarla y al no
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A fines de la dcada del treinta, al inaugurarse el Saln Literario que orientaban Esteban Echeverra,
Juan Mara Gutirrez y Marcos Sastre, este ltimo proclam: "A la faz del mundo nuestro divorcio de
toda poltica y legislacin extranjeras". Ello los acercaba al nuevo gobernador, Juan Manuel de Rosas,
apasionado defensor de lo nacional. Agra-deci "a la Providencia el hombre grande" que gobernaba, y
por quien se poda "rechazar toda creacin anrquica o ex-traa que intente oponerse a las esperanzas
de la Nacin". Entre ellas, en primersima lnea, la "literatura espaola" que slo poda dar
"compilaciones monstruosas e indigestas, ideas rancias, psimas traducciones, poesas inspidas,
no-velas insulsas y despropsitos peridicos".
Alberdi, el siguiente orador, elogi a la Revolucin de Mayo porque haba servido para desprenderse
del espao-lismo caduco y abrirse a la cultura de Francia "que en materia de inteligencia es la
expresin de Europa". Los argentinos deberan hablar en francs, que se ajustaba "mejor a nuestro
pensamiento que los eternos contoneos del pensamiento espaol".
Gutirrez lleg a afirmar, a continuacin, que en la pennsula ibrica "no encontraris un libro que
encierre los tesoros que brillan en cada pgina de Ren, en cada canto del Childe Harold, en cada
meditacin de Lamartine, en cada uno de los dramas de Schiller".
A Rosas, hombre prctico y rstico, estas especulacio-nes le habrn sonado a desvaros.
Excesivamente afrancesados, adems, para su gobernante que tuvo que sostener dos guerras contra
Francia. Desconfiaba de los "doctores" de Buenos Aires, aunque fueran jvenes e inclinados a la
cultura. Y aunque le expresaran una simpata que no al-canzaba a comprender.
Lo cierto es que don Juan Manuel no hizo ningn caso a los jvenes intelectuales, y stos no se lo
perdonaron ja-ms.
"Si Rosas escribe un resentido Echeverra en su Dog-ma socialista- hubiese comprendido su
posicin, habra llamado y patrocinado a la juventud y puesto se a trabajar con ella en la obra de
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organizacin nacional (...) Hombre afortunado como ninguno, todo se le brindaba para acome-ter con
xito esa empresa. Su popularidad era indisputa-ble; la juventud, la clase pudiente y hasta sus
enemigos acrrimos lo deseaban, lo esperaban cuando empu la suma de poder (...) Rosas hubiera
puesto a su pas en la senda del verdadero progreso; habra sido venerado en l y fuera de l como el
primer estadista de la Amrica del Sud, y habra igualmente paralizado sin sangre ni desastres toda
tentativa de restauracin unitaria (67).
En 1833 el joven Carlos Darwin, ingls, que con el co-rrer de los aos alcanzara la celebridad con su
"teora de las especies", emprende un viaje de exploracin y estudio alre-dedor del mundo. Todo
indica que trabajaba para los servi-cios secretos de su pas.
Llega a Carmen de Patagones, entonces un miserable villorrio en medio de un pramo interminable.
Se entera de que el general Rosas, de quien mucho haba odo hablar, campaba a orillas del ro
Colorado, empeado en su campaa de exterminio y desalojo de los indgenas patagnicos.
Los escasos veinticuatro aos del naturalista le dan confianza y energa suficientes para atravesar los
desiertos que separan el ro Negro del ro Colorado, guiado por baqueanos.
"El campamento del general Rosas -apuntar Darwin en su Diario de viaje- es un cuadrado formado
por carretas, artillera, chozas de paja, etctera. No hay ms que caballera, y pienso que nunca se ha
juntado un ejrcito que se parezca ms a una partida de bandoleros. Casi todos los hombres son de
raza mezclada; casi todos tienen en las venas sangre negra, india y espaola. No s por qu, pero los
hombres de tal origen rara vez tienen buena catadura."
Le haban contado de ese gaucho rubio que lanceaba indios en el confn del mundo. De sus grandes
estancias y del reglamento frreo con que las gobernaba. De sus peonadas armadas militarmente y
convertidas en ejrcito.
De su humor extravagante y muchas veces cruel. Del ascendiente que tena sobre los paisanos. De su
extraordinaria habilidad como jinete.
La impresin fue inmejorable: "En la conversacin el general Rosas es entusiasta, pero a la vez est
lleno de buen sentido y gravedad, llevada esta ltima hasta el exceso. Mi entrevista termin sin que se
sonriera ni una sola vez".
Darwin observ que Rosas tena cerca de l dos bufones, "como los antiguos seores feudales".
stos eran negros. Y uno de los negros le cont cmo haba sido estaqueado por importunar al
general. Anota una sagaz observacin del moreno: "Cuando el general se re no perdona a nadie".
Darwin concluye: "Es un hombre de carcter extraordinario que ejerce la ms profunda influencia
sobre sus compatriotas, influencia que, sin duda, pondr al servicio de su pas para asegurar su
prosperidad y ventura."
Ms de veinte aos despus, en 1845, al corregir una nueva edicin de su Diario de viaje, al pie de
pgina donde narraba la entrevista con Rosas, agrega: "Los aconteci-mientos han desmentido
cruelmente esta profeca."
Gran Bretaa estaba entonces empeada, junto con Francia, en sojuzgar a aquel gaucho que tanto lo
haba impresionado (2).
A los ocho aos se embarca con su familia hacia Espaa para ingresar en el Seminario de Nobles de
Madrid. Haba nacido en 1778. Regresa al Ro de la Plata en 1812 y se pierde detrs de los Andes en
1817. Nunca ms regresar a su patria salvo un breve paso, que no contaremos, para subir a la nave
que lo llevar al exilio definitivo. Muere en 1850.
Es decir que de los setenta y dos aos de vida de nuestro hroe mximo, trece los pas en la
Argentina. De ellos, slo cinco de vida adulta.
Enterarse de que su patria sera invadida por topas brasileas en alianza con compatriotas al mando de
Urquiza, hizo arder la sangre de Martiniano Chilavert. Abandon su exilio montevideano y cruz el
ro para ponerse a las rdenes del Restaurador, quien, sabiendo de sus quilates de militar valiente y
avezado, puso la artillera a su mando.
En la batalla dispar hasta l ltimo proyectil, haciendo blanco sobre el ejrcito imperial que ocupaba
el centro del dispositivo enemigo. Cuando ya no le quedaron balas hizo cargar con piedras sus
caones.
Luego, derrotado el ejrcito de la confederacin, recostado displicentemente sobre uno de los
hirvientes caones, pitando un cigarrillo, esper a que vinieran a hacerlo prisionero.
No se estaba rindiendo, Slo aceptaba el resultado de la contienda.
-Si me toca, seor oficial, le levanto la pata de los sesos advirti a un osado, mientras le apuntaba
con su pistola-. Lo que busco es un oficial superior a quien entregar mis armas.
Enterado, Urquiza ordena que sea conducido a su presencia. Ante su adems, sus colaboradores se
retiran dejndolos a solas.
Puede reconstruirse lo que entonces sucedi. El vencedor de Caseros habr reprochado a Chilavert su
desercin del bando antirrosista. Don Martiniano le har respondido que all haba un solo traidor:
quien se haba aliado al extranjero para atacar su patria.
Urquiza habr considerado que no eran momentos y circunstancias para convencer a ese hombre que
lo miraba con deprecio de que todo recurso era vlido para ahorrarle a su patria la continuidad de una
sangrienta tirana.
Pero algo ms habr dicho don Martiniano. Quiz referido a la fortuna de don Justo, de la que tanto se
murmuraba. El entrerriano abre entonces la puerta con violencia, desencajado, y ordena que lo fusilen
de inmediato.
-Por la espalda- aullar. El castigo de los traidores.
El sargento Modesto Roln tuvo a su cargo conducir al reo hasta donde habra de fusilrsele. Relatara
que Chilavert, sereno, le pidi: Est bien, permtame reconciliarme con Dios.
Luego de rezar unos minutos le anunci: Estoy listo, seor oficial.
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Apenas tuvo tiempo de encargar a su fiel asistente Aguilar que le entregara a su hijo Rafael su reloj de
bolsillo. A los soldados que formaban el pelotn les advierte que en su tirador encontraran tabaco y
algn dinero.
El coronel se dispone a morir. Pero cuando un oficial, cumpliendo con las instrucciones de Urquiza,
intenta ponerlo de espaldas, recibe un puetazo que lo arroja al piso.
Ofendido, altivo, golpendose el pecho y echando atrs la cabeza, Chilavert grita a sus verdugos:
Tirad aqu, que as mueren los hombres como yo!.
El mximo bigrafo del Libertador, Bartolom Mitre, no pierde oportunidad de exaltar la generosidad
de don Jos. Cuando una rica vajilla de plata le fue ofrecida en Santiago de Chile como premio a su
triunfo en Chacabuco, Mitre reproduce el notable texto de rechazo: No estamos en tiempo de tanto
lujo. El Estado se halla en necesidades, y es preciso que todos contribuyamos a remediarlas. Por lo
tanto, doy orden e que con sta se ponga a disposicin de V.E. dicha vajilla, como asimismo el sueldo
que se me tiene sealado por este Estado.
Sin embargo, dando muestras de su rigor de historiador, don Bartolom no duda en dar a conocer lo
que llama un punto negro en la vida de San Martn y de OHiggins.
Reproducir textualmente:
En Santiago, lo mismo que en Buenos Aires, el general continu sus silenciosos trabajos en medio
del bullicio de las fiestas; pero esta vez parece que la liga del oro se ali al bronce heroico del
Libertador. En el mismo da de la ovacin despachada a Londres a su ingeniero y ayudante de campo
lvarez Condarco, con algunos fondos y el encargo de proporcionarse mayores recursos, a fin de
adquirir otro buque y elementos blicos para la expedicin proyectada. lvarez Condarco, que era
tambin su compadre, llevaba otra misin, a la que est ligado un misterio, que se ha sealado como
un punto negro en la vida de San Martn y de OHiggins, y que, sin disminuir la grandeza americana
del primero como guerrero y libertador, deprimira su elevacin moral como hombre. Tratbase de la
remisin de una suma para ser colocada en aquella ocasin en Londres por cuenta de OHiggins y San
Martn, que, segn algunas referencias, sera de 25.000 pesos, y segn interpretacin a que se presta,
podra alcanzar a 100.000 pesos. Los documentos que con este punto se relacionan, escritos en cifra,
han permanecido secretos durante ms de sesenta aos. Slo tres personas los han conocido, de las
cuales dos han muerto, siendo el ltimo el autor de esta historia, que los descifr personalmente,
quien, consultado por el depositario sobre si deban destruirse o no, opin que deban conservarse,
porque la historia, en presencia de los documentos que la forman, no debe a los grandes hombres, por
lo mismo que son grandes, sino la verdad, para que se presenten a la posteridad tales como fueron,
dejndole a ella pronunciar el fallo definitivo.
Evidentemente, lo de las cuentas secretas, cifradas, en bancos extranjeros, no es un invento moderno...
(49).
El marqus de Caxias, jefe de las tropas brasileas en Caseros, informa al ministro de guerra Souza e
Mello:
La 1 Divisin, formando parte del Ejrcito aliado que march sobre Buenos Aires, hizo prodigios de
valor recuperando el honor de las armas brasileas perdido el 27 de febrero de 1827. Es decir en la
batalla de Ituzaing, victoriosa para las tropas argentinas.
No es de extraar entonces que, a pesar de que la derrota de Rosas fue el 3 de febrero, el ingreso
triunfal de las tropas de la alianza argentino-brasilea se haya producido recin el 20. Sin duda se trat
de una imposicin de los brasileos que Urquiza acat.
El jefe argentino pareci arrepentirse e inconsultamente decide que el desfile ser el 19 pero su par
brasileo se mantiene firme: A victoria desta companha e uma vitoria de Brasil, e a Diviso Imperial
entrar em Buenos Aires com todas as honras que lhe sao devidas quer V. Excia ache conveniente ou
nao.
Urquiza se niega a devolver las banderas de Ituzaing que estaban en la Catedral e intenta una ltima
estratagema para evitar el desdoro ante sus compatriotas de desfilar al frente de tropas extranjeras.
Informa errneamente la hora del desfile.
Inicia la marcha con un malhumor que sostendr durante toda la ceremonia, montado en un caballo
con la marca de Rosas, al que Sarmiento califica de magnfico. Para consternacin de los unitarios
luce un ancho cintillo punz en la solapa, reivindicndose como federal. Ni siquiera ir al estrado de
la catedral donde era esperado por autoridades, diplomticos y notables, quizs para que la ceremonia
terminase lo antes posible, antes de que las tropas imperiales iniciaran su desfile triunfal.
Algunos das antes se haba producido un hecho significativo: Honorio, el representante del
emperador del Brasil, concurre a Palermo el da 9 para entrevistarse con el vencedor de Caseros. Pero
siente tanta repugnancia por los cadveres que cuelgan por doquier, pudrindose entre el follaje de
los rboles, que decide regresar al da siguiente. Entonces se produce un spero dilogo cando es
brasileo le recuerda las concesiones territoriales que Argentina deba hacer por el apoyo recibido.
Urquiza, rabioso, responde que es Brasil el que le debe a l, pues Rosas hubiera terminado con el
Emperador y hasta con la unidad brasilea si no fiera por m. Tambin: Si yo hubiera quedado junto
a Rosas, no habra a estas horas Emperador.
Honorio se retira ofendido. Pero das ms tarde recibir la visita de Digenes Urquiza, hijo de don
Justo Jos, quien en nombre de su padre le pide 100.000 patacones y adems el compromiso de
contar con esa subvencin en adelante, segn informa Honorio a su gobierno. Y agregar:
Atendiendo a la conveniencia de darle en las circunstancias actuales una prueba de generosidad y de
deseo de cultivar la alianza, entend que no poda rehusarle el favor pedido (67).
Tanta guerra, tanta anarqua, tanto saqueo, tanto negociado, tanta irracionalidad, no podan sino
conducir a nuestra patria hacia la bancarrota.
En 1861, asuma como presidente Juan Esteban Pedernera, luego de la batalla de Pavn, en reemplazo
de Santiago Derqui. Su ministro de Hacienda era un rico terrateniente, el doctor Vicente del Castillo.
El acoso de los acreedores nacionales y extranjeros era maysculo. Don Vicente pag de su bolsillo
algunas deudas.
Pedernera y los otros ministros, Jos de Olmos y Nocols Molina, establecieron en los considerandos
del correspondiente decreto que no era justo que los desinteresados servicios de dicho funcionario
fueran desatendidos por el Gobierno, ni que debiera responder l, con su peculio, a obligaciones
contradas en nombre de la Repblica.
Por ello constituyeron en formal hipoteca el Palacio del Gobierno, con todos sus enseres, al pago de
la cantidad de 36.969 pesos con 78 centavos a favor del doctor Vicente del Castillo.
A pesar de que la deuda qued impaga, don Vicente nunca hizo uso de su derecho. Quizs deba ser
considerado un prcer...(2).
BIBLIOGRAFA*
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22. Dellepiane, Antonio, Rosas, Buenos Aires, 1956.
23. "El desvn de Clo", Todo es Historia N 36, Buenos Aires.
* Las obras citadas que no llevan referencia a editorial son ediciones privadas, mimeografiadas o
fotocopiadas.