El Reñidero - Sergio de Cecco
El Reñidero - Sergio de Cecco
El Reñidero - Sergio de Cecco
EL REIDERO
DRAMA EN DOS ACTOS
PERSONAJES:
Elena Morales
Trapero
Orestes Morales
Delegado
Nlida Morales
Vicente
Pancho Morales
Teresa
Santiago Soriano
Lala
Otras voces
ESCENOGRAFA: Una sala de la casa de Pancho Morales, en 1905. Ambiente adaptado en esos
momentos para el velatorio del caudillo. El atad y algunas sillas, flores, etc. Al fondo, una puerta que da a
un patio interior; a izquierda, puerta que da a otra sala ms grande, y a derecha, otra puerta que da a un
dormitorio.
Un breve pasillo lleva al reidero. Reidero tpico de la poca, con un redondel de arena y
bancos en semicrculo; en un rincn, una balanza y jaulas. Al fondo del reidero, una salida a la calle.
PRIMER ACTO
Cuadro Primero
(Ha muerto PANCHO MORALES, caudillo y "taita" de Palermo, en 1905. Su velatorio es
muy concurrido y la mayora de los presentes se hallan en la sala contigua. All, junto al
atad, solo estn Elena, su hija, muy erguida, muy quieta, sentada frente al pblico;
Nlida, su viuda y Soriano, ladero del caudillo. De vez en cuando pasa Lala, sirviendo
licores o cebando mate. La figura de Elena, de negro, es una sntesis dramtica que
contrasta con la de Nlida, que a pesar del luto y la edad, parece ms joven y
despreocupada que su hija.
Desde la sala contigua, llegan, con mucha claridad, los comentarios de la gente.)
VOCES. Con sus ms y con sus menos, don Pancho Morales supo ser un varn bien
templao...
En taba, nadie le mataba el punto.
Me parece verlo todava llegar al boliche con su zaino parejero...
En las elecciones del 95, el diputado don Lucio Salcedo se haca lenguas al mentar su
coraje.
Era de una sola pieza.
Pero es al udo cuerpearle al destino...
(Entra Lala, mientras tanto, y se dirige a Soriano, dicindole algo al odo. Este se vuelve a
Nlida.)
SORIANO. Nlida, aqu ha llegao el delegao del partido pa darle el psame.
(Entra Delegado, se saludan.)
DELEGADO. (Ceremonioso.) La acompao en sentimiento, seora.
NLIDA. Muchas gracias.
DELEGADO. Pobre don Pancho!... Y pensar que recin rayaba los cincuenta.
NLIDA. Cuando est escrito...
DELEGADO. A todos nos toca, tarde o temprano, abandonar este valle de lgrimas. (Se
vuelve a Elena.) La moza es su hija, no?
ELENA. (No alza la vista para mirarlo.)
SORIANO. (Apresurado.) Quiere acercarse a ver el difunto, don Eliseo?
(Nlida, Delegado y Soriano se acercan al atad, quedndose all mientras se oyen las
Orejear el naipe: mirar el ngulo superior de la baraja la oreja para conocer su palo sin necesidad de separarla de las
otras.
(Confusin. Nlida, muy afectada por lo que oye, expresa en silencio su angustia, est por
echarse a llorar.)
VOZ DE SORIANO. Fuera de aqu!
OTRA VOZ. Hay que ver la insolencia! Saquen a esa vieja loca!
VOZ DE UNA VIEJA. A m me podrn hacer callar, pero qu pasar cuando lo sepa
Orestes? (Se echa a rer.)
(Nlida llora. Desde la sala contigua llegan con ms intensidad los ruidos del incidente.)
VOZ DE SORIANO. No le preste odos, doctor. Es una pobre demente que viva a favor y
limosna de don Pancho Morales. Me tena entre ojos y dende el fallecimiento anda
pregonando con bombos y platillos que fui el culpable.
VOZ DE DELEGADO. Habrse visto, qu descaro! (Se aleja.)
(Entra Soriano y se acerca a Nlida, en la sala contigua disminuyen los murmullos.)
SORIANO. Sosegte, ya pas.
NLIDA. Qu le hice yo a esa mujer?
SORIANO. Es conmigo la cosa.
NLIDA. A santo de qu?
SORIANO. (Lento.) Quin sabe... (Se vuelve para mirar a Elena.) Habr sido por alguien
que me tiene como carne entre los dientes y que se ha tomao el trabajo de entrenar a la
vieja.
(Elena, como si lo hubiera odo, se levanta, quedndose junto al atad.)
NLIDA. Tengo miedo.
SORIANO. No hay por qu.
NLIDA. Es algo que siento.
SORIANO. Ya pasar.
NLIDA. Por qu lo habr nombrado a Orestes?
SORIANO. Tu hijo est preso dende hace dos aos y nada sabe.
NLIDA. Habr que avisarle la desgracia.
SORIANO. Dej pasar los das. Ser mejor.
NLIDA. Le caer muy mal... Pobre Orestes!
SORIANO. Pior para caerle ahora, endemientras el sabalaje ande emporcndonos con
sus pamplinas. Cuando se calmen las aguas, ser otra cosa.
(Lala se acerca a Soriano y le habla al odo. Soriano sale. Elena va a salir tambin cuando
la madre la detiene.)
NLIDA. And a avisar a Lala que sirva algo para tomar.
ELENA. (Seca.) Esto no es una fiesta.
(Elena quiere seguir su camino pero Nlida la detiene tomndola del brazo.)
NLIDA. Toda la noche me has estado hablando como a una extraa. Si al menos me
dijeras cara a cara lo que te pasa... (Elena no contesta.) S lo que ha sido para vos la
muerte de tu padre, pero eso debera acercarte a m.
ELENA. (La mira por primera vez.) A usted?
NLIDA. Las dos hemos perdido lo mismo.
ELENA. Pero no sentimos lo mismo.
NLIDA. Qu sabs lo que yo siento?
ELENA. S lo que no siente, mam.
NLIDA. (Tocada.) Y lo decs de m?
ELENA. No hace un da que mataron a pap y usted se arregl como una novia.
NLIDA. Con gusto te dara una bofetada.
ELENA. Hgalo. (Se miran intensamente, un instante.) No lo va a hacer, mam... Porque
sabe que yo tengo la razn... y usted, la culpa.
VICENTE. La nica que conoci, Elena; porque yo s de otros pagos, donde cada uno es
rispetao en la medida de su merecimiento y no de su coraje. A veces veo el barrio y se me
hace que es la pista de un enorme reidero y que nosotros somos los gayos, puestos pa
ganar... o morir, cuando no... pa ganar y morir.
ELENA. No me apetece su mundito de fantasa, Vicente.
VICENTE. En l, don Pancho Morales no hubiera tenido que morir.
ELENA. No hubiese podido vivir, tampoco. Yo quiero este mundo, as sea un reidero,
porque fue el suyo.
VICENTE. A costa de la sangre y el duelo?
ELENA. Al duelo lo traemos prendido como una araa desde que venimos al mundo. Yo,
de chica, jugaba aqu, Vicente, entre la sangre de los gallos, de los que aprend la nica
ley que conozco... y usted debera saberlo, que vivi con nosotros, que fue el nico
compadre de Orestes. Usted debera sentir lo mismo, si no ha cambiado.
VICENTE. (Bajo.) Dende que Orestes fue engayolao y qued medio bichoco he cavilao
mucho, Elena. Estoy cansao de tanto duelo; hasta ahora he vivido a rempujones, a puro
estrilo, daga y sangre. Cuntas dijunteadas he visto dende que era un mocoso? No me
alcanzara la memoria pa hacer la cuenta... A veces me digo que el reaje est marcao,
condenso... Condenao a desaparecer algn da y no dejar ni el rastro...
ELENA. No s qu pasar maana, no me importa; yo solo puedo pensar en l, y en el
que lo mat... para su gusto.
VICENTE. Qu sabe pa qu lo mataron?
ELENA. (Fijo.) Y usted, no se lo imagina? (Se acerca.) S, Vicente, usted y todos lo
dems!... pero claro, es ms fcil no pensar, uno se siente menos basura, aun sabiendo
que ha podido estrechar la mano al criminal, sin conmoverse!
VICENTE. No diga eso!
ELENA. Yo estoy para decirlo todo!
VICENTE. Qu busca Elena?... Y si encontrara al culpable... qu? Ms lutos todava?
ELENA. (Con desprecio y amargura.) Y lo duda?... Tanto lo ha doblegado la vida,
Vicente? (Con dolor.) No lo puedo creer... usted es el amigo de Orestes?... usted es el
compinche de mi hermano?... Y pensar que l lleg a sentirse chico a su lado! Me dan
ganas de llorar!
VICENTE. (Suave.) Cuntos aos tiene, Elena?
ELENA. (Brusca.) Qu le importa?!
VICENTE. (Triste y carioso.) Debe andar por los treinta si no me equivoco... y sin
embargo no ha vivido nada. De muchacha, a la ed de los metejones y la risa, prefera
meterse en una cueva a rumiar su desencanto. Se dira que una pena grande ha ensiyao
de negro su alma, ust debera tratar de olvidar y no pensar ms en la muerte, Elena. Es
negocio de hombres.
ELENA. (Reacciona vivamente.) All tiene un hombre: est muerto! El otro hombre est
en la crcel... por ah dentro anda otro ms: El asesino!... Y el cuarto me habla de
olvidar... (Con angustia.) Dios mo! (Suelta a llorar.)
VICENTE. Elena, no llore que me parte el alma.
ELENA. Vyase...
VICENTE. Quien sabe no supe hacerme entender.
ELENA. Es muy simple, Vicente: Acaban de matar a mi padre y todos han preferido
hacer silencio y venirse, ardiendo de curiosidad, a vomitar sus porqueras, a entrar
pisando fuerte a la casa de los Morales, por primera vez!
(Las voces, afuera, suben de tono.)
ELENA. (Sin poder ms.) Basta, cllense!
VICENTE. (Preocupado.) Elena...
ELENA. Le ped que se fuera!
VICENTE. (Luego de un momento de silencio.) Est bien.
(Vicente, lentamente, sale por la puerta que da a la calle. Elena queda sola. Comienza a
orse, lejano, el payador cantando un tema tristn, desolado.)
ELENA. (Con angustia interior.) Quiero estar sola, sola, sola, sola.
(Las luces de la sala van disminuyendo, las voces quedan lejanas hasta esfumarse. En un
Pancho, disculpe. (A Elena.) Elena, me habas prometido venir a buscarme para ir esta
tarde a la plaza! Si tardamos ms, nos vamos a perder el concierto de la banda!
PADRE. (Zumbn.) No te conoca esa aficin por la msica, Teresa...
ELENA. Quiere que la acompae porque tiene un festejante!
TERESA. Un mozo de San Cristbal, de lo ms bien, don Pancho, que se comide en venir
a Palermo sbado por medio.
PADRE. San Cristbal? (Re.) Cuidlo, no sea que el da menos pensao te lo dejen
afeitao en una zanja!
TERESA. (Preocupada.) Por qu? Si es tan bueno como el pan!
PADRE. (Re.) Peor. A la mozada de Palermo no le caen bien los forasteros!
(Padre re con Elena, que lo festeja mucho.)
TERESA. No vens, Elena? Va a traer a su hermano que te quiere conocer. Si no te hacs
de relaciones, no s quin va a bailar con vos en la kermesse del domingo... (Pausa.) Don
Pancho, dgale que venga! Ta estar con nosotros... Trabajo me cost convencerla, que si
no, mam no me dejaba salir.
PADRE. (A Elena.) Valdr ms que cumplas lo prometido.
ELENA No quiero ir, no quiero ir mientras vos ests todava aqu.
PADRE. Hace tu volunt.
ELENA. (A Teresa.) Voy a tejerle una bufanda. Te va a gustar el color azul, pap?
TERESA. (Al Padre.) Si se pasa tejiendo bufandas nadie va a sacarla a bailar. Se hace
desear, creen que es altanera!
PADRE. Djese de pamplinas, y vaya a esperarla a la plaza, que mi hija sabr lo que
hace.
TERESA. No tardes, Elena!
(Teresa sale casi corriendo. Padre interrumpe su trabajo y la observa salir.)
PADRE. Si ser chiflada! Querer compararse con vos, que sos la flor del barrio!
ELENA. (Re.) Delira por casarse la pobrecita! No tiene otra idea en la cabeza! Y qu
festejante! Estirado como cuello de pavo!
(Elena y Padre ren juntos. Padre la toma en brazos.)
PADRE. En cambio, mi paloma va a tener lo mejor que haiga.
ELENA. Ya lo tengo todo con mi padre.
PADRE. Anteayer, el diputao, supo decir en pblico: "Con Morales en Palermo ganamos
la parroquia con los ojos vendaos".
ELENA. Los tens en la palma de la mano, pap!
PADRE. Soy gayo de cresta alta, y dende que pis el suelo s pa qu lao va a caer la
taba.
(Nlida entra por un lado y se queda en la puerta. Por la de la calle entra Soriano y
tambin se detiene.)
A ver... dgame qu le gustara tener? Voy a traerle un regalo.
ELENA. (Feliz.) Cualquier cosa que traigas, me va a gustar!
PADRE. Qu te parece un frasco de agua florida?
ELENA. No te olvides, por favor!
(Elena abraza a su padre apasionadamente. Entra Nlida.)
NLIDA. Soriano te estar aguardando...
SORIANO. Por m no hay apuro.
PADRE. (A Elena.) Hasta pronto, mi paloma. (La besa, luego toma de la cintura a Nlida,
saliendo con ella.) Acompame hasta el pescante.
(Entra Soriano, joven, carga con las jaulas, saliendo. Elena se queda mirando cmo se
aleja. Luego, se oye pisar de un caballo que va yndose al pasito. Vuelve Nlida.)
Cuadro Segundo
A LA MAANA SIGUIENTE
(La sala, casi vaca. Lala ha amontonado los muebles para barrer los restos de flores.
Afuera llueve.)
(Trapero est en el centro de la sala, con su bolsa a un lado, arrodillado en el suelo,
mirando la ropa de Morales, que acaba de darle Lala, dentro de una valija. Revisa una por
una y luego la va metiendo en la bolsa.)
TRAPERO. Las pilchas del finao?
LALA. As es.
TRAPERO. Cunto piden?
LALA. Lo que d. Lo que quiere la patrona es que se las lleve.
TRAPERO. (Sonre intencionado.) Apurados andamos.
LALA. Cosas de ella.
TRAPERO. Dnde estn ahora?
LALA. En el cementerio; han ido a darle sepultura. (Pausa, impaciente.) No se puede
hacer ms rpido?
TRAPERO. (Sonre.) Rpido... (Pausa.) Mal empezamos el siglo. (Luego de mirar
detenidamente una chaqueta, la cambia por la que llevaba puesta.) Cierto es que los
genos tiempos han empezao a escasiarse. Ahora, pa hacerse de un nacional hay que
correr y atropeyar como ovejas en corral. Lo fiero de mi negocio es que nadie es
agradecido con el trapero; ser porque yego siempre pisndole los talones al luto pa
yevarme las pilchas de los muertos... Pero qu haran sin m, con todos estos trapos
viejos?... Los dijuntos, cuando se marchan, se yevan lo mejor, y dejan aqu toda la mugre,
la carroa, los gesos, los trapos... todo lo que se marchita y apesta. Hay que limpiar y pa
eso estamos.
LALA. No les envidio la aficin.
TRAPERO. Quin sabe!... (Sonre.) Yo, a la noche, abro el atao, saco los trapos y los
miro despacito: las costuras... el forro... y aprendo a conocerle la ndole a los hombres.
Taitas que por afuera eran ms estiraos que cueyo e' pavo, por adentro so lo eran puro
remiendo y retazo, cosidos de mala gana, como con bronca y vergenza. (Mete una
prenda en la bolsa y la pesa.) Esta es la verdadera jeta de la vida, la jeta deshilachada que
si le sabes entender su chamuyo te hace sabedora de todos los secretos de los hombres.
LALA. Falta mucho todava?
TRAPERO. Estas cosas quieren calma, son las cosas que lo hicieron a un hombre: sus
bolsiyos, sus puos, sus solapas con trenciya, sus pantalones con vivo de raso, sus tajos
culeros con botones de ncar para ir a farolear a lo de la Vasca... 3 no se lo puede
apelotonar como paja...
LALA. Es que la patrona no quiere verlo cuando llegue!
TRAPERO. (Levantndose.) Ya he terminado. (Guarda las ltimas prendas y hace un
nudo en la punta de la bolsa.) Y aqu se acaba la historia de don Pancho Morales. (Le da
unos pesos a Lala.)
(Lala los guarda sin mirar, en un frasco. Trapero se echa la bolsa al hombro.)
LALA. Y ahora, mrchese.
(Trapero va saliendo y se detiene en la puerta.)
TRAPERO. No me ir lejos, algo me dice que an no se ha terminado mi jornada... Que
hoy todava haber trabajo para m.
LALA. (Santigundose.) La boca se le haga a un lao!...
TRAPERO. (Sonre suave.) Te alarma?
LALA. Siempre han bailao los cuchiyos en Palermo, mas no veo por qu tenga que ser
justo hoy...
3
Las casas de prostitucin se llamaban "clandestinos". El clandestino de Mara La Vasca estaba situado en la calle Europa,
hoy Carlos Calvo.
SORIANO. Ya lo s.
NLIDA. Qu haremos entonces?
SORIANO. (Pausa larga.) Dejemos que el destino rumbee pa donde le parezca.
(Oyen llegar a Elena y Orestes, callan sbitamente. Elena viene hablando con su
hermano.)
ELENA. Y as... estuvo desangrndose toda la noche tirado a metros de un farol, y nadie
se le acerc.
(Han llegado, Orestes est muy abatido. Elena mira a Soriano fijamente.)
(Significativa) Aqu... no se mata a un hombre como l, en una esquina sin que haya
habido por lo menos un ojo en alguna ventana! Alguien debe haber visto, debe haberse
enterado, y si lo sabe uno lo saben todos, vos conocs muy bien a nuestra gente!
ORESTES. S.
ELENA. Lo saben pero tienen miedo de hablar, o callan... por conveniencia.
ORESTES. Por conveniencia?
ELENA. O por indiferencia, o por venganza!... Hay muchos que queran verlo acabado,
pero muy pocos que tenan el coraje!... No puede ser difcil encontrar al culpable, es tu
deber.
ORESTES. (Repite.) Mi deber.
SORIANO. (Tenso, se vuelve.) Ya habr tiempo. A qu revolver las cosas, tan luego
hoy?... Ni Orestes ni nadie anda con el nimo dispuesto.
NLIDA. Soriano tiene razn, escuchlo a l Orestes, es el ms sosegado.
SORIANO. Aqu supo haber mucho alboroto en estos ltimos aos, Orestes; cada cual
tiraba pa su lao y de tanto desquicio ya no se saba quin era el amo del cotorro. Don
Pancho andaba algo desconcertao y haba descuidao sus intereses. Elena no se hallaba sin
vos, y tu madre sufra por el hijo y por todos. Esto acab por resentirnos un poco.
ORESTES. Y d'ai?
SORIANO. D'ai que me vas a or, las ms veces, llamarlos al sosiego.
NLIDA. (Bajo.) Yo estoy muy cansada, Orestes.
ORESTES. De qu?
NLIDA. De este aliento a sangre, a odio, este ruido a cuchillos que ya tengo enquistado.
SORIANO. Si fuera por m...
ORESTES. Pero...
SORIANO. Vos saliste con permiso cierto?
ORESTES. Cierto.
SORIANO. Yo te podra servir. El delegao del partido me debe algunos pechazos y no me
va a mezquinar la gauchada.
NLIDA. (A Orestes.) Y vos podras quedarte con nosotros. Orestes! Soriano te est
hablando de tu libertad!
ORESTES. Qu me importa eso ahora? Lo nico que me cabe en la cabeza es saber
quin ha dijunteao a mi padre!
SORIANO. (Pausa larga.) Se sabr; para algo estn los policianos.
(Elena se yergue sbitamente y se acerca.)
ELENA. (Riendo con amargura, vivamente.) Qu coraje!... Soriano hablando de la
polica... Y si el criminal fuera Soriano?
NLIDA. Elena!
ELENA. (Sonre irnica.) Es un decir... (Silencio, re desdeosa.) Vayan, vayan hoy
mismo, escriban la denuncia con buena letra y despus a respirar tranquilos sabiendo que
pap se est pudriendo bajo una loza! A Orestes le habrn pagado con su libertad... Pero
a m?... Con qu me pagarn a m?... Quiz con otro padre para ocupar el vaco, eh
mam?
NLIDA. (Se levanta.) La os, Orestes, la os? El odio la tiene ahogada.
ELENA. El odio que debera ser suyo!... El odio al asesino, a quien usted parece haber
dado las gracias!
ORESTES. Ests loca, Elena?
ELENA. Soriano dijo una sola verdad, Orestes: En estos dos aos cambiaron muchas
cosas, todo empez a derrumbarse... pero fueron ellos los que pusieron la cua!... Ellos,
que consiguieron lo que no pudo cuarenta aos de lucha: vencer a pap!
ORESTES. (Confundido.) Qu ests diciendo?
ELENA. (Con angustia.) Lo que se dice todos los das, en cada esquina de Palermo... (Va
hacia Orestes.) Orestes, ellos van a querer hacerte suyo... vos sos lo nico que me queda,
ellos me han separado de todos, me han abandonado, ahora es el momento de aclararlo
todo!
ORESTES. De quines ests hablando?
SORIANO. De tu madre... y de m, Orestes.
ORESTES. (Se vuelve a l, vivamente.)
SORIANO. Elena ya no es la moza que vos dejaste hace dos aos. A veces da pensar que
la han ojeao. En los ltimos tiempos no ha dejao respirar a esta pobre mujer... (Se acerca
a Nlida.) Yo, hasta ahora, me hice el sordo porque estaba don Pancho, pero dende hoy...
ORESTES. (Fijo.) Estoy yo, Soriano.
(Soriano est por contestarle, pero calla. Elena, triunfal, sonre.)
NLIDA. (Con dificultad.) Yo le debo mucho a Soriano. l se ocup de todo...
ORESTES. Se agradece; pero esta madeja es ma, y solo yo soy quin pa desenredarla.
SORIANO. (Lento.) Orestes est en lo cierto. (Se levanta y sale.)
NLIDA. (A Orestes.) Qu le has dicho?
ORESTES. Lo justo. Cada cual en su lugar: el ladero e' mi padre que guarde las puertas
de mi casa. Yo, el hijo, adentro e' mi casa.
ELENA. Eso es!
NLIDA. (Se acerca a Orestes.) Orestes...
ELENA. (Le corta el paso.) l dispone. Ahora... l es el hombre aqu.
NLIDA. Es mi hijo, y no me vas a impedir que hable con l.
ELENA. Mejor ser que no haga esperar al otro.
NLIDA. Qu?
ELENA. Lo tiene sellado en la cara, mam. Sus ojos se le van a la puerta sabiendo que
Soriano la aguarda junto al aljibe.
NLIDA. (Tocada, lo disimula.) Pobre Elena...!
ELENA. Ms le cabe compadecerse de usted misma.
(Nlida se acerca en silencio a Orestes, le acaricia la cara, cariosamente y con gran
tristeza, luego sale. Cuando queda sola con Orestes, Elena se deja caer, muy abatida.)
ELENA. Dios mo! Cmo sufr desde que te fuiste!... Cmo te llamaba intilmente, sin
saber qu hacer!... Todo se hunda y yo estaba sola, sola y en carne viva, viendo todo lo
que suceda...
ORESTES. Pero... viendo qu?
ELENA. El odio de ella a pap.
ORESTES. (Atnito.) Por qu?
ELENA. Porque l nunca haba sido del todo suyo, y ella no poda vivir sin manejar al
hombre a su antojo.
ORESTES. Sabs de quin ests hablando?
ELENA. Estoy hablando de mam. Acaso no le notaste el alivio?... Este fue un velorio
solo para nosotros, para ella fue una fiesta, que si vos no llegabas iba a ser de bodas!
ORESTES. (Reprime un gesto mudo y violento.)
ELENA. Yo no hablo ms, es una vergenza que tengo aqu, en el pecho. Ella empez a
querer a Soriano y a engaar a pap con Soriano.
ORESTES. (Impulsivamente la abofetea.)
ELENA. Orestes!
ORESTES. (Bajo, roncamente.) Ests borracha?
ELENA. No.
ORESTES. (La aferra con violencia.) Es que no puede ser.
ELENA. Tambin a m me cost creerlo.
ORESTES. (Se vuelve violento.) Yo te conozco. Tu malquerer es cosa antigua, la odiaste
dende que eras una mocosa... pero por basurearla a ella, lo ests basureando a nuestro
padre!
ELENA. l no lo supo.
ORESTES. (Duda un instante, luego vuelve a negarse a creerlo.) No. No. Ests
bolaceando... l no era hombre de dejarse engrupir!
ELENA. Lo hicieron tan bien!
ORESTES. (Pausa larga) Los viste?
ELENA.S.
ORESTES. Cundo?
ELENA. ...Fue durante uno de los viajes de pap.
ORESTES. (Agitado.) Cmo fue?... Declo de una vez!
ELENA. Yo siempre lo haba adivinado... desde el principio... aun antes de que ellos se
miraran por primera vez... Yo saba lo que iba a pasar... Vos eras un chico y no te dabas
cuenta...
ORESTES. De qu?!
ELENA. De que mam haba empezado a florecer... De que Soriano era cada da ms
patrn... De que una gran infamia se estaba tejiendo entre ella y l!
(Van disminuyendo las luces de la sala e iluminndose las del reidero, para dar luego
paso al "raccconto".)
ORESTES. No me ricuerdo haberlos visto mirarse de frente, tan siquiera!
ELENA. No. (Pausa.) l se sentaba all, con su guitarra...
(En la semipenumbra del reidero, comienzan a orse los acordes de guitarra de Soriano,
en el mismo sitio del cuadro anterior. Poco despus, la figura del hombre aparecer
ntida.)
ELENA. Todas las tardes, Orestes... (Con angustia.) Todas las tardes, todas las tardes!
VOZ DE SORIANO. (Cantando.)
Cuando sonren tus ojos...
cuando en tus ojos me miro...
VOZ DE SORIANO Y NLIDA. (Cantando.)
Siento el vrtigo que siente
el que se asoma a un abismo...
ELENA. Yo hubiera querido cortar con un cuchillo esas cuerdas, enterrarlo en sus
gargantas hasta que callaran. El aire pareca calentarse, quemaba, mi piel arda de
vergenza!... Nadie pareca apercibirse... Solo ella... l... y yo... los tres, clavados en el
mismo anzuelo. Ni siquiera guardaban un poco de pudor. No!... El pudor, las mentiras,
despus para encontrarse a escondidas de pap y rerse de todos, de l... y de m...
especialmente de m, de la estpida que vea y callaba, que entenda y callaba... porque no
saba qu hacer... fuera de estarme escondida all, aguantando la respiracin, escuchando
los latidos de mi corazn, cada vez ms rpidos, y esa voz caliente de Soriano!...
SORIANO. (Comienza otro tema. Cantando.) Despierta calandria hermosa... que en tu
puerta hay un jilguero...
ELENA. (Gritando.) Cllese!
(Soriano cesa. Elena corre hacia el reidero, entrando al "racconto".)
ELENA. Cllese!
SORIANO. (Sonre socarrn.) Est bien... Si no le gusta...
ELENA. No es por eso!
SORIANO. Y por qu?
ELENA. Porque no tiene que cantar cuando no est pap!
SORIANO. (Burln.) Ah no?
ELENA. No!
SORIANO. (Solo re irnico.)
ELENA. No se ra!... Tiene que esperar que l se vaya para ser gallito, verdad?
SORIANO. Yo soy gayo en cualquier corral.
ELENA. (Levanta las manos, incontenida.) Con qu gusto lo matara!
SORIANO. (Atrapa las manos en el vuelo.) Con estas dos manos? (Re.) Livianitas,
como chingolo...
ELENA. (Forcejea.) No me toque. Me da asco!
(Teresa sale. Elena cruza el saln sbitamente, casi corriendo y llega a la puerta del
dormitorio. Duda un instante. De pronto la abre. Se tapa la boca para no gritar, retrocede
tambaleante. Orestes, en el plano de la actualidad, la toma para que no caiga.)
ORESTES. Elena!... (Casi tiene que luchar con ella.) No lo digas!... No lo digas!
ELENA. (Roncamente, angustiada.) Ellos estaban ah, puercos, inmundos, en la cama
donde ella dorma con pap, donde nacimos nosotros, entre las sbanas blancas que de
maana tenda al sol. Por eso mataron a pap, para quedarse solos; aunque yo no los
haya visto, es como si sintiera la daga de Soriano hundindose en su espalda querida, y su
sangre limpia, fuerte, entre las piedras. Su sangre, Orestes... su sangre...
(Se echa a llorar espasmdicamente. Orestes la deja. Elena durante un largo rato solo
puede llorar. Poco despus va calmndose hasta que calla por completo.)
ELENA. Orestes...
ORESTES. Ya lo s.
ELENA. Vas a matarlo.
ORESTES. S.
ELENA. Es tu deber.
ORESTES. S.
ELENA. (Abraza a Orestes.) Vos sos lo nico que me queda... Ayer, cuando te vi entrar
con tus pasos, hubiera querido gritar de alegra. Se me hizo atrs el tiempo y me pareci
que viva pap, que todo haba sido solo una pesadilla, que era l quien haba entrado por
esa puerta, con su estilo que ahora es el tuyo y que todo iba a volver a empezar... Pero
eso solo ser posible si sos capaz de vengarlo.
ORESTES. Ser capaz.
ELENA. Y tiene que ser en esta misma noche. El tiempo es nuestro enemigo. Maana el
hielo va a empezar a derretirse, y nos vamos a despertar un da pensando que las cosas
no son demasiado graves.
ORESTES. Ser esta noche.
ELENA. Soriano abre a las diez el reidero, cerca de medianoche se acaban las rias, l
se queda solo... cierra las puertas y se queda solo.
ORESTES. Me basta.
ELENA. (Honda.) Confo en vos. Mi vida, mi maana, mi paz, todo est en tus manos...
(Le toma la mano derecha.) En esta mano que llevar el peso de la daga. (Pausa.) No
tengas compasin, ellos no la tuvieron.
(Orestes se aleja de ella y antes de salir se vuelve.)
ORESTES. Sosegte, no voy a bandearme... Es al udo cuerpear al destino.
(Sale.)
ELENA. (Honda.) Todava queda la tarde y la noche. Tengo que estar atenta, vigilar,
impedir que la paz y la calma pongan un pie en esta casa. Yo tambin sueo con ellas,
pero no puedo arriesgarlo todo por un minuto de paz. Para m el alboro to, para m la ria,
hasta que todo est resuelto. Orestes es dbil, de chico se enfermaba... haba que
cuidarlo, ahora se ha endurecido por fuera, pero ha vacilado sin embargo. Tengo que
llenarlo de odio.
(Elena queda inmvil mientras cae el
TELN)
SEGUNDO ACTO
Cuadro Primero
El mismo da por la noche.
(Se abre el teln sobre la escena a oscuras. Desde el reidero llegan voces de los que
estn presenciando una lidia de gallos. Poco a poco se va haciendo la luz en un limitado
sector de la sala, donde est Orestes, solo, esperando.)
VOCES DEL REIDERO. Veinte patacones al colorao!
Cincuenta a treinta al bataraz de mi alma!
Diez pesos al mandinga!
Sabandijas! Miren cmo me lo estn destrozando!
No relinches, negro, que alguna vez tenas que perder!
Todava queda rabo por desollar!
Araca Mandinga!
VOZ DE SORIANO. A ver si cierran el pico!
(Las voces disminuyen hasta quedar reducidas a un murmullo bajo, que luego cesar por
completo. Solo se oirn, un instante, los aletazos de los gallos. Orestes est bebiendo,
luego de unos minutos llega Nlida y se acerca.)
NLIDA. Sos vos, Orestes?
ORESTES. Soy yo.
NLIDA. Por qu no encends la luz?
ORESTES. Djelo as.
NLIDA. Puedo acompaarte? (Se sienta, sin recibir respuesta.) Ests esperando
algo? (Silencio.) Por qu te quedaste aqu, en la oscuridad? (Silencio.) Te acords, hace
aos, cuando tu padre sala de viaje y yo me quedaba sola?... Sabiendo que yo tena
miedo, venas a dormir a mi pieza... (Sonre triste.) Vos eras un chico, pero sin embargo...
yo me senta la mujer ms segura del mundo. (Pausa.) Te acords, Orestes?
ORESTES. (Con dificultad.) Por qu desentierra ese ricuerdo ahora?
NLIDA. No s... (Nlida se levanta y va a la ventana abierta acodndose en ella.. Pasa
un caballo al trote, alejndose.) Ha de ser la noche... Hay noches llenas de ruidos, de
sombras que no se sabe a dnde van...
ORESTES. (Bebe.) Ha de ser...
NLIDA. (Se vuelve, sin moverse de la ventana.) Por eso no poda dormir... (Sonre
leve.) Habra querido verte abriendo la puerta de mi pieza. (Pausa.) Quin sabe, te
esperaba...
ORESTES. A m?
NLIDA. A vos. (Pausa.) Te extraa?... (Se acerca quedndose a su espalda, le pone las
manos en los hombros. Orestes lo siente como una descarga elctrica.) Cuando te
llevaron... me qued ms sola que nunca... (Pausa.) Aunque ya no eras el mismo Orestes
que vena a mi pieza a custodiarme... (Pausa.) Aun as, yo segua esperando mucho de
vos.
ORESTES. (Muy tenso.) Qu cosa?
NLIDA. Que me llevaras de aqu.
ORESTES. De dnde?
NLIDA. Del barrio. Yo siempre lo he odiado, Orestes!
ORESTES. Es el nuestro.
NLIDA. El de ellos, no el nuestro... Porque vos y yo somos distintos siempre fuimos
distintos!
(Desde la calle llegan voces en plano alejado pero muy claras:
Manclo, que lo tens!
Araca, atajte esta!
Malparido!
NLIDA. (Sobresaltada.) Y eso?
Portones de Palermo: Los portones de Palermo eran la entrada al Parque 3 de Febrero, inaugurado en 1875 por Nicols
Avellaneda. Estaban ubicados cerca del actual Jardn Zoolgico, y la entrada a este por la esquina de Plaza Italia es uno de
ellos. Se llegaba en tranva hasta la Estacin Portones que cubra el predio del actual Banco de la Nacin. Para recorrer el
parque, junto a estos portones esperaban carritos y mateos.
5
Elctrico de Gauna: Se alude a la lnea de tranvas que recorra la Avenida Gaona. Sala de la actual esquina de Crdoba y
Callao para llegar a la zona de Caballito, Flores y Floresta. Esta lnea de "Tranways Elctricos de Buenos Aires" era propiedad
del Ing. Charles Bright. Las zonas que cruzaban los tranvas se valorizaban; en un aviso de remates de la poca se lee: "No
ande de conventillo en conventillo, compre sus terrenitos en el Caballito". Estos remates abarcaban la zona limitada por las
actuales calles Pujol, Mndez de Andes, Pez y Nicasio Oroo. (Estos datos fueron cedidos por el Arq. Aquilino Gonzlez
Podest, presidente de la Asociacin Amigos del Tranva). El Sr. Vctor Noguera (Profesor de Historia de la Ciudad de Buenos
Aires) aclara la confusin del nombre Gauna-Gaona. Pedro Gaona era dueo del predio del actual Parque Centenario. Por
deturpacin del nombre, al pronunciarlo a la criolla, a la calle que llevaba hacia all se la llam Camino de Gauna. El Sr. Gaona
fue antecesor familiar del Dr. Norberto Pieyro, quien hered la quinta y la don en 1917 como homenaje a la Independencia.
Se confunde a veces con el nombre de Calixto Gauna, sargento que trajo noticias de la Contrarrevolucin de Salta, y entr en
la ciudad por ese camino, tras nueve das a caballo.
NLIDA. S, Elena, Elena, que viva espindome detrs de las cortinas, porque l se lo
haba mandado!... Pero era intil, nosotros habamos hecho un nido para los dos...
Aquellos das los tens clavados en el corazn y nunca podrs arrojarlos al olvido! Es el
nico recuerdo grato que tens!
(Orestes ya se ha olvidado de Soriano y se vuelve a ella, separndose unos pasos de la
madre, sintiendo mucho lo que ella dice.)
ORESTES. A dnde quiere llegar con eso?
NLIDA. A qu tengas la verdad, caliente, en tu mano! Acordte, Orestes, cuando l
volva... Todo era de nuevo hostil, de nuevo la indiferencia, la soledad... y sus ojos fros...
Te acords de cmo te castigaba, por cualquier cosa?
ORESTES. (Muy tocado por el recuerdo, se resiste an.) Eso es agua pasada!
NLIDA. Mentira! Yo te siento temblar, todava. Es que l te odiaba, Orestes!
ORESTES. Qu est diciendo?
NLIDA. Te odiaba como l mismo haba odiado a su padre, como odiaba la vida. Te
odiaba por miedo a que vos llegaras a odiarlo como l era capaz!
ORESTES. Solo ust ha mentao el odio, yo con l nunca he sido menos que un buen
compadre!... distanciao a ratos, pero nunca enemigo suyo... No tengo nada que
perdonarle!
NLIDA. Yo, en cambio, no puedo perdonarle nada. (Pausa.) una vez... vos tenas
catorce aos... yo llegu a casa...
(Se ilumina plano de "Racconto" donde Padre est comiendo y bebiendo.)
NLIDA. (En racconto, se le acerca lenta.) Volviste antes de lo que esperaba... por qu
no me avisaron?
PADRE. (Hosco.) Lo habra sabido si hubiese estado en su casa.
NLIDA. (Sonre.) Fui a que Laura me ayudara a terminar un vestido... (Abre un paquete
que traa y saca un vestido; se lo pone por encima.) Te gusta? Vi su dibujo en una
revista... es para lucirlo en el baile de carnaval.
PADRE. No ir a ningn baile.
NLIDA. (Triste.) No?... Qu pena! Por qu?
PADRE. (Sin levantar la voz.) Porque no.
NLIDA. (Guarda el vestido, triste.) Me haba hecho tantas ilusiones.
(Silencio entre los dos. Nlida se ha quedado pensativa; de sbito, se vuelve a l.)
NLIDA. (Seria.) Lo hace para fastidiarme, no?
PADRE. (Aparentemente fro y tranquilo.) Lo hago porque lo hago.
NLIDA. No me importa ya, lo que quiero saber es... qu ha sucedido. Te han ido con
algn cuento, no?... quin?... Elena?... Qu te han dicho de m?
PADRE. No necesito que me vengan con chimentos pa ver lo que veo.
NLIDA. Y qu es lo que ves?
PADRE. Veo una matrona con dos hijos mayorcitos, que me est haciendo hacer el
papel del pavo con sus payasadas!
NLIDA. Payasadas?
PADRE. Cuando yo no estoy, no se la oye ms que rer!... Mire ese vestido! Ahora
quiere emperifollarse como una mocita! Si hasta Elena sabe hacerse respetar ms que
usted!... (Se levanta.) Se ha olvidado que es la mujer de Pancho Morales?... Yo no tengo
paciencia pa aguantar que cualquier mal parido se haga el plato campaneando sus
pamplinas!
NLIDA. (Tocada.) Cules?
PADRE. Ayer la vieron por la Avenida de las Palmeras, hacindose dragonear por cada
"jailaife" que pasaba en coche. Y no me desmienta!
NLIDA. (Se vuelve rpida, tensa.) Orestes!
PADRE. Pa qu lo llama?
NLIDA. Para que le diga a su padre cmo se port la mujer que ayer pase con l por
la Avenida de las Palmeras!
PADRE. (Golpea la mesa con rudeza.) No cambia la cosa, as haya ido con el Padre
Eterno!
NLIDA. (Amarga.) Porque para vos solo pesa lo que cavilen esos malandras no?... O
sos vos el que ha retorcido la historia?... Ya s que te gustara verme encerrada, presa,
vieja. Pero yo no hago ningn mal a nadie...
PADRE. (Fuerte.) Ust va a hacer lo que yo disponga! (Va rpido a tomar el vestido.) Y
vea lo que hago con sus floreos!... (Saca la daga y lo corta de arriba a abajo.)
NLIDA. (Con lgrimas en los ojos, contenida.) Pusiste tu firma en mi vestido, Pancho.
El filo de tu daga es el nico talento que tens.
PADRE. (Se le acerca amenazador.) Tengo otro.
(Orestes, desde su sitio de espectador del "racconto", interviene, angustiado.)
ORESTES. (Grita.) No!!
PADRE. (Abofetea a Nlida sin pasin, framente.)
(Orestes comienza a movilizarse hacia el plano de racconto para integrarse en l.)
ORESTES. No! No le pegue!
NLIDA. (Angustiada a Padre.) Cobarde!
PADRE. Te lo has buscado. (Comienza a abofetearla hasta que Nlida cae sin fuerzas.)
ORESTES.(Gritando.) Basta ya!
PADRE. (Detenindose.) Qu?
ORESTES. Basta! No le pegue ms! No voy a dejar que le pegue!
PADRE. A no? No me diga! (Vuelve a acercarse a Nlida.)
ORESTES. No lo voy a dejar!! (Se abalanza sobre su padre.)
PADRE. (Le da a Orestes una formidable trompada.) Poyerudo!
NLIDA. (Se incorpora.) Orestes!
(Aparece Lala muy asustada y agitada, corre hacia Orestes, que no se ha levantado.)
LALA. Santa Brbara bendita! Qu le ha hecho? Qu le ha hecho?
NLIDA. (Se arrodilla junto a Orestes.) Dios mo!
PADRE. (A Lala.) Vos and a traer agua con un puao de salmuera. (Se acerca a
Orestes.) Era tiempo que aprendieras tu primera leccin. Aqu solo manda el que tiene con
qu... Me entendiste?
NLIDA. Orestes! Mi vida!
(Lala entra con salmuera, se la aplica a Orestes, este la rechaza.)
ORESTES. Djeme!
PADRE. Y dende maana Orestes viene conmigo, que a mi lado va a criar agayas!... Es
hora ya que aprienda! (Sale de escena.)
ORESTES. (Casi llora de impotencia.) Ojal se muera!
APAGN
ORESTES. Ojal se muera!
(Se enciende nuevamente la luz de la sala, pasando al plano de la actualidad.)
NLIDA. (Bajito, triste.) Y te perd, Orestes.
ORESTES. (Bajo.) Era hora ya. l tena razn.
NLIDA. Y ya no te vi, aunque saba dnde andabas... lo supe aquella noche que volviste
sudado, y te tiraste a la cama y devolviste lo que habas comido...
ORESTES. (No quiere recordarlo.) Qu gana con revolver ese charco?
NLIDA. Habas estado aprendiendo a su lado.
ORESTES. Haba que empezar alguna vez!
NLIDA. Una dura escuela para un chico de quince aos... Pero aprendiste. Cmo
aprendiste! Tuviste que hacerle un candado al sentimiento, pero aprendiste! Aprendiste a
enlutar un cristiano sin que te temblara el pulso.
pero
al
desaparecer
queda
confundido,
tambaleante,
Dejar chancho: de la expresin "dejar chancho", del juego de damas, dejar solo.
VICENTE. Y lo mataste.
ORESTES. No. Eso fue despus.
VICENTE. Contme.
ORESTES. Algo anduvo mal, muy mal...
VICENTE. Qu?
ORESTES. Me encontr con uno que no le tena miedo a Pancho Morales... y no pude ni
dejarlo marcao!
(Se ilumina el plano del "racconto". Est solo el padre. Orestes se le acerca, dos aos
antes.)
PADRE. Siempre fuiste un chambn.
ORESTES. Entonces? (Dolido.) Por qu dio el recao?
PADRE. Pa ponerte a prueba. Cre que ya habas tenido tiempo de criar agayas... pero
jur que si te vea con asco iba a ser la ltima.
ORESTES. Yo no tuve miedo.
PADRE. Ni siquiera te ped que lo dijuntearas, solo quise que le hicieras oler el filo pa
que no fuera zonzo y dejara de hacerme aujeros en el camino.
ORESTES. l entendi, muy bien!
PADRE. Y te desafi como un macho... y vos te achicaste. No, si el mozo es todo un
taita!... A estas horas en Palermo se deben estar haciendo el gran plato con mi hijo. Saben
que lo que cualquier badulaque habra hecho con los ojos cerrados, no lo pudo hacer
Orestes Morales.
ORESTES. Yo iba a pelar, desnud el cuchiyo y le reyun la oreja! Pero l no perdi el
coraje! Yo habra podido tajearlo sin asco si quera!...
PADRE. Y no quisiste.
ORESTES. (Alterado.) No pude! Tena la cabeza como olla e' grillos! l me habl y yo
me enfri, se me fueron las ganas! Y no se puede cortar en fro!
PADRE. Cualquier cosa antes de dejarte sobrar! Quin va a rispetarte ahora? No te
das cuenta de que te has hecho un cartel fulero?
ORESTES. (Ansioso.) igame! Yo me pregunto y no s qu decirme: Qu estaba
haciendo yo ah? Qu tena en contra de l?! Y me desayun de que solo estaba pa
matar. Matar pa ser un Morales y darle el gusto!
PADRE. Es que te has dejao ganar por las pamplinas que corren sobre m, los chismes
que han levantao los maricones de galerita!
ORESTES. No s lo que est diciendo!
PADRE. Entonces fue porque tuviste miedo.
ORESTES.Espere!...
PADRE. (No quiere orlo.) Pa qu seguir dndole manija? No quiero ms payasadas.
Otro se encargar de l... porque ahora s que hay que despacharlo, ahora no hay ms
remedio.
ORESTES. No mande a otro, ir yo!
PADRE. Vos? (Re.)
ORESTES. Ir yo!... Ir yo!...
PADRE. No me hags rer! (Se aleja hacia la sombra, riendo.)
ORESTES. (Lo sigue, obcecado.) Ir y esta vez...!
PADRE. El que nace barrign, Orestes..., es al udo... Ojal hubiera escuchao a tu madre,
cuando deca que vos no eras pa esta faena. Nos habramos evitado el papeln. (Sigue
alejndose.)
ORESTES. igame!
PADRE. Maana ir Leiva. Y no me siga cargoseando.
(Padre desaparece. Orestes se queda solo, como si la imagen del padre se le hubiera
diluido por arte de magia.)
ORESTES. (Casi grita.) Ir yo! Esta misma noche!... Me ha odo? Esta misma noche!
(Apagn. Plano actual. Orestes y Vicente en la misma situacin anterior.)
VICENTE. Es verdad... aquella noche no te tembl el pulso, Orestes... ni un tanto.
ORESTES. (Bajo.) Lo dej ah, boqueando como un pichn, sin darle siquiera tiempo pa'
alcanzar la culata del revlver... y no vacil, Vicente! Ya nada tena que cavilar... solo haba que matar a un hombre...
VICENTE. Pa darle gusto a Pancho Morales, eh?
ORESTES. Quera su confianza!
VICENTE. Y la pagaste.
ORESTES. Qu me importaba aquel disgraciao?
VICENTE. Te importaba, o le habras hecho sentir la daga dende la primera vez.
ORESTES. Est bien: haba que pagar.
VICENTE. Y qu ganaste con eso?... Me hacs acordar a los otarios que desplumaba la
Maldonada, en el quilombo de los Portales. As viene el amor que se paga, Orestes:
tramposo... como Pancho Morales, que no tuvo asco de entregarte a los milicos.
ORESTES. Fui un otario, no?
VICENTE. (Con amistad.) Fuiste un grfano, Orestes..., y fijte una cosa; los grfanos
tienen eso: siempre andan como pingo que busca dueo...
(Se apaga la luz en el plano de la herrera.) (Luz en el saln, tenue.)
(Elena aparece por la puerta lateral, con un candelabro de velas, encendido, llega
ataviada con un vestido rojo, completamente distinto de los que llevara hasta ese
momento. El cabello suelto, juvenil. Toda ella ha rejuvenecido. Se queda un momento en
el centro del escenario, como reconocindolo. Luego, mira a su alrededor, hasta descubrir
a Orestes, que estaba recostado en un silln.)
ELENA. Orestes!
ORESTES. (Se levanta de un salto.)
ELENA. (Silencio.) Y... Soriano?
ORESTES.Elena...
ELENA. (Lo abraza apasionada.) Est muerto, verdad?
ORESTES. (Se desliga de ella suavemente.) Por qu... ests despierta todava?
ELENA. Despierta! (Re.) Como si el sueo hubiera sido hecho para m! No he cerrado
los ojos desde que bajaste a esperarlo.
ORESTES. No quisiste dormir.
ELENA. No habra podido, Un milln de abejas me zumbaban en los odos! Ahora que l
est muerto... ahora s podr dormir... das... aos... toda mi vida... (Respira
profundamente.) Ya est hecho.
ORESTES. (Pausa larga.) Y si no estuviera hecho?
ELENA. (Lo mira vivamente, pero luego re.) Es intil! No pods engaarme; lo s!
ORESTES. Por qu?
ELENA. Porque no lo oigo respirar... porque no oigo hablar las maderas del piso, las
bisagras de las puertas, para que l entrara o saliera... y ese dormitorio... y esa cama... y
los susurros que me aullaban... Todas las noches estallaba un volcn en mis odos,
Orestes!... Y ahora por primera vez... hay silencio... tanto silencio, que casi duele!... (Le
toma las manos.) Tus manos, Orestes...
ORESTES. Qu?
ELENA. Me lo estn diciendo todo... todo... Cmo se cerraron en la daga, cmo volaron
por el aire... Todava estn hmedas de sudor!... dichosas manos! Hubiera querido ser
ellas, en ese momento!...
ORESTES. Escuchme, Elena...
ELENA. (Le tapa la boca, cariosa, exaltada.) Ya s todo lo que vas a decirme..., ests
lleno de culpa, te pesa, es un animal feroz, un anillo de hierro que hoy no te dejar
respirar... pero pasar! Maana vas a levantarte y te vas a mirar al espejo y vas a
sonrer!... y no estars solo en tu alivio!
ORESTES. (Sonre amargo.) No. En eso no iba a estar solo...
ELENA. Por qu lo decs as?... Ahora me tendrs siempre a tu lado! A m, y a l,
Orestes.
ORESTES. l?
ELENA. Pap!... Los tres juntos, como cuando eras chico y l nos sentaba en su caballo
para llevarnos a ver marchar los Dragones por la Avenida. Te acords?
ORESTES. No. Nunca nos llev a ninguna parte. Lo soaste.
ELENA. (Feliz.) Yo tena tanto miedo!
ORESTES. De qu?
ELENA. De que algo se cruzara a ltimo momento!... Pero no!... Lo hiciste, Orestes...
Pap: nuestro Orestes... nuestro pequeo Orestes de manitos torpes... fue capaz... Lo
hizo solo, sin pedir ayuda!... (Re.) Te das cuenta, pap?... Estars tan orgulloso como lo
estoy yo! Ahora l es nuestro, de verdad! (Comienza a rer algo histrica.)
ORESTES. Elena!... (La zamarrea.) Has perdido el juicio?
ELENA. (Re.) S! No me mires con esos ojos! Lo conserv durante aos, helado, fro,
espantoso, montando guardia junto al dormitorio de ella!... Ahora con este silencio puedo
rer y or mi risa en las paredes, como antes la risa de ella... porque ahora somos libres,
Orestes!
ORESTES. Libres? Para qu?
ELENA. (Re.) No s!... Es tan nuevo que no s qu hacer con mi alivio! (De pronto.)
Orestes, nos iremos!... que ella se quede con este desierto, con el luto, con las lgrimas...
ORESTES. Decas que este era tu mundo.
ELENA. Lo era! Qu mejor mundo para un rencor? Pero ahora mi rencor est muerto y
una no vive con los cadveres! (De nuevo va hacia l y lo toma de las manos.) Contmelo
todo!... yo desde que me dejaste, estuve viviendo un siglo por cada segundo tuyo! No
me sentas a tu lado?
ORESTES. Elena...
ELENA. (Exaltada.) Esperaste aqu, verdad?... Esperaste que l acabara con los gallos...
ORESTES. S.
ELENA. Lo escuchaste cerrar las puertas...
ORESTES. S, lo escuch.
ELENA. (Vivindolo.) l ni se imaginaba que vos estabas aqu...
ORESTES. No lo saba.
ELENA. Entonces te levantaste... llegaste al reidero... (Lo mira sbitamente.) Te duele
recordar?... (Se le acerca ansiosa.) No me cuentes nada entonces. Dej para m todo lo
malo, lo negro, lo triste, las culpas, todo! Yo las puedo llevar fcilmente! Yo te voy a
defender, Orestes, como te defend siempre! Cundo eras chico y de noche te
despertabas gritando vos venas a buscarme a m! A m, no a ella! Yo fui tu madre, no
ella! Ella estaba sucia de las manos de Soriano!
ORESTES. (Silencio.) No lo mat.
(Elena se aparta bruscamente de l, como si quemara. Cambia radicalmente en un
instante.)
ELENA. De nuevo ests mintiendo.
ORESTES. No haba por qu matarlo, Elena.
(Elena lo mira solamente. Toda ella va volvindose la mujer del primer acto. Orestes
ansiosamente trata de explicarse.)
ORESTES. No te das cuenta de que habas estado odiando a una sombra, a un
fantasma? Soriano no era nadie, Elena! Un pobre diablo que se call y disimul durante
cinco aos!... Pancho Morales ni se desayun siquiera, de tan delgada que fue la traicin!
ELENA. (Dura.) Tanto no era nada que pudo matar a pap?
ORESTES. Ni siquiera eso! Soriano fue la daga, pero no la voluntad de matar! Yo los
disprecio, mas la causa no me hace estrilar, el odio no me cabe!
ELENA. (Rencorosa, in crescendo.) El odio no cabe cuando uno no le hace lugar... y
cuando uno no le hace lugar, pero es justo, el odio entra a rempujones, pero entra!
ORESTES. Ome..., vos me tens que entender... Yo me estoy haciendo pedazos pa
decrtelo... Recin, al volver, estuve cavilando...
ELENA. (Lo interrumpe.) Cundo estuviste aqu, esperando a Soriano, quin vino a
acompaarte?
ORESTES. (La mira en silencio.)
ELENA. Ella, verdad?
ORESTES. S! Pero...
ELENA. Ahora lo entiendo todo! Ella te llen la cabeza de mentiras! Ella lo adivinaba y
fue a buscarte! Es bien zorra y te compr con su ternura engaosa!
ORESTES. Dejme decrtelo todo!
ELENA. (No lo deja hablar.) Y vos te dejaste comprar porque en el fondo pap no te
importaba!