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Vivir

¡Vivir! entra claramente en el género popularmente conocido como "distopia", pues nos muestra "las ultimas consecuencias" a las que llevan los principios del colectivismo. Narra la vida cotidiana en una sociedad futura que ha abrazado esta ideología hasta el extremo de haber erradicado totalmente no ya el respeto al individuo sino el propio concepto de individualidad.

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Vivir

¡Vivir! entra claramente en el género popularmente conocido como "distopia", pues nos muestra "las ultimas consecuencias" a las que llevan los principios del colectivismo. Narra la vida cotidiana en una sociedad futura que ha abrazado esta ideología hasta el extremo de haber erradicado totalmente no ya el respeto al individuo sino el propio concepto de individualidad.

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Vivir!

es una novela corta que


presenta en trminos altamente
simblicos
la
lucha
de
un
individualista contra una sociedad
del futuro en la cual el colectivismo
ha triunfado. Se trata de una
distopa en la que el concepto de
individualidad ha desaparecido (por
ejemplo el pronombre yo ha sido
eliminado del lenguaje) y en la que
se aprecian numerosas similitudes
con la novela Nosotros (1921), de
Yevgeni Zamiatin, pero tambin
notables diferencias en el tono (serio
en Rand, satrico en Zamiatin) y en

el discurrir de la historia.
Los temas que constituyen el ncleo
de Vivir! seran desarrollados en
posteriores obras extensas de
Rand, como El manantial y La
rebelin de Atlas.

Ayn Rand

Vivir!
ePub r1.1
Bacha15 06.03.14

Ttulo original: Anthem


Ayn Rand, 1938
Traduccin: Adelaida Loukota
Editor digital: Bacha15
ePub base r1.0

Captulo 1
Escribir estas cosas es un pecado. Es un
pecado pensar palabras que nadie ms
piensa y escribirlas en un papel que los
otros no han de ver. Es bajo y perverso.
Es como si hablramos solos, para
nuestros odos nicamente. Y sabemos
muy bien que no existe mayor
transgresin que el obrar y pensar solos.
Hemos infringido las leyes. Las leyes
que dicen que los hombres no deben
escribir a menos que el Consejo de las
Vocaciones se los demande. Qu nos
perdonen!

Pero sta no es nuestra nica culpa.


Hemos cometido un delito ms grave, un
delito que no tiene nombre. No sabemos
qu castigo nos espera si nos descubren,
porque ninguno de los hombres lo ha
cometido nunca y no hay leyes que lo
tengan previsto.
Est oscuro aqu. La llama de la vela
est quieta en el aire. Nada se mueve en
este tnel, excepto nuestra mano sobre el
papel. Estamos solos, aqu bajo la
tierra. Es una palabra temible, solos.
Las leyes dicen que ninguno entre los
hombres debe esta solo, siempre y en
todo momento, porque sta es la mxima
transgresin y la raz de todos los males.

Pero hemos quebrantado muchas leyes.


Y ahora, aqu, est slo nuestro nico
cuerpo, y es extrao ver solamente dos
piernas extendidas en el suelo, y en la
pared la sombra de una sola cabeza.
Los muros tienen grietas y el agua se
desliza sobre ellos en pequeos hilos
silenciosos, negros y brillantes como la
sangre. Robamos una vela en la
despensa de la Casa de los Barrenderos.
Si nos descubren nos condenarn a diez
aos en el Palacio de la Detencin
Correccional. Pero esto no importa.
Importa slo que la luz es preciosa y que
no debemos desperdiciarla para
escribir, cuando nos hace falta para el

trabajo que es nuestro delito.


Nada importa excepto el trabajo,
nuestro secreto, maligno, precioso
trabajo. An as, tenemos que escribir,
porque que el Consejo tenga piedad
de nosotros! deseamos hablar por una
vez a odos que no sean los nuestros.
Nuestro nombre es Igualdad 7-2521,
como est escrito en el brazalete de
hierro que cada uno de los hombres
lleva en la mueca izquierda con sus
nombres en l. Tenemos veintin aos.
Nuestra estatura es de un metro noventa,
y esto es una carga porque no hay
muchos hombres que midan un metro
noventa de altura. Los Maestros y los

Jefes siempre apuntan a nosotros con el


ceo fruncido y dicen: Hay algo
maligno en sus huesos, Igualdad 7-2521,
porque su cuerpo ha crecido ms que los
de sus hermanos. Pero nosotros no
podemos cambiar nuestros huesos o
nuestro cuerpo.
Nacimos con una maldicin. Que
siempre nos arrastra hacia pensamientos
prohibidos. Que siempre nos hace sentir
deseos que los hombres no deben
experimentar. Sabemos que somos
malvados, pero no tenemos voluntad ni
la fuerza para resistir. Nos asombra, es
nuestro miedo secreto, que sabemos y no
oponemos resistencia.

Tratamos de ser como nuestros


hermanos, porque todos los hombres
debemos ser iguales.
Sobre el portal del Palacio del
Consejo Mundial hay palabras grabadas
en el mrmol, las cuales nos repetimos
cada vez que nos asalta la tentacin:
Somos uno en todos y todos en
uno.
No hay hombres, solamente el
gran NOSOTROS,
Uno,
indivisible
y
para
siempre.
Nos repetimos esto, pero no nos

sirve de ayuda.
Estas palabras fueron esculpidas
hace mucho tiempo. Hay un musgo verde
en las muescas de las letras y rayas
amarillentas en el mrmol, que vienen
de ms aos de los que los hombres
pueden contar. Y estas palabras son
verdad, porque estn escritas en el
Palacio del Consejo Mundial, y el
Consejo mundial es el cuerpo de toda la
verdad. As ha sido desde el Gran
Renacimiento, y desde tiempo lejano e
inmemorable.
Pero no debemos hablar nunca de
los tiempos que precedieron al Gran
Renacimiento,
pues
de
hacerlo

sufriramos condena de tres aos en el


Palacio de Detencin Correccional. Es
algo que slo Los Viejos murmuran por
la noche, en la Casa de los Intiles.
Ellos susurran cosas extraas e
inconcebibles sobre torres que se
erguan hasta el cielo, en aquellos
Tiempos Innombrables; hablan de
vagones que se movan sin caballos, y
de luces que ardan sin llama. Pero
aquellos tiempos eran malignos. Y
aquellos tiempos pasaron cuando los
hombres vieron la Gran Verdad, que es
sta: todos los hombres son uno y no hay
ms voluntad que la de todos los
hombres unidos.

Todos los hombres son buenos y


sabios. Slo nosotros, Igualdad 7-2521,
slo nosotros nacimos con una
maldicin. Si miramos a nuestro pasado,
vemos que siempre ha sido as y que
esto nos ha llevado poco a poco a la
ltima, suprema transgresin, a nuestro
delito de los delitos escondido aqu bajo
tierra.
Recordamos la Casa de los Nios,
donde vivimos hasta los cinco aos,
junto a todos los dems hijos de la
Ciudad, nacidos en el mismo ao. Los
dormitorios eran blancos y limpios
desnudos de todo excepto las cien
camas. Nosotros ramos como nuestros

hermanos entonces, con una excepcin:


pelebamos con ellos. Pocas ofensas
hay ms graves que el pelear con
nuestros hermanos, a cualquier edad y
por cualquier motivo. El Consejo de la
Casa nos lo dijo, y entre todos los nios
de aquel ao nosotros fuimos a los que
nos encerraron en el stano con ms
frecuencia.
Cuando cumplimos cinco aos nos
mandaron a la Casa de los Estudiantes,
donde hay diez tutores para nuestros
diez aos de enseanzas. Los hombres
deben estudiar hasta los quince aos.
Luego van a trabajar. En la Casa de los
Estudiantes nos levantbamos cuando la

gran campana tocaba en la torre y nos


acostbamos cuando tocaba de nuevo.
Antes de desnudarnos, de pie en el gran
dormitorio, levantbamos el brazo
derecho y decamos todos juntos con los
tres maestros jefes de la estancia:
Nosotros no somos nada. La
humanidad lo es todo. Nuestros
hermanos nos permiten vivir
nuestras vidas. Existimos por ellos,
al lado de ellos y para ellos que son
el Estado. Amn.
Luego dormamos. Los dormitorios
eran blancos y limpios y desnudos de

todo excepto las cien camas.


Nosotros, Igualdad 7-2521, no
fuimos felices en esos aos en la Casa
de los Estudiantes.
Y no es porque aprender fuera difcil
para nosotros. Al contrario, era
demasiado fcil. Es un gran pecado
nacer con una mente demasiado rpida.
No est bien ser distinto de nuestros
hermanos, es maligno ser superior a
ellos. Los Maestros nos lo decan y
fruncan el ceo al mirarnos.
Luchamos contra esta maldicin.
Tratbamos de olvidar las lecciones,
pero las recordbamos siempre.
Intentamos no comprender lo que

explicaban los Maestros, pero lo


entendamos siempre, aun antes que
ellos lo dijeran. Mirbamos a Unin 53992, que era un muchacho plido y
poco listo, y procurbamos hablar y
actuar como ellos, para poder ser
iguales, pero de alguna manera los
Maestros se daban cuenta de que no era
as. Y nos azotaban con ms frecuencia
que a los otros.
Los Maestros eran justos, porque
haban sido designados por los
Consejos, y los Consejos son la voz de
la justicia, porque son la voz de todos
los hombres. Y si alguna vez, en la
secreta oscuridad de nuestro corazn,

aoramos lo que nos ocurri al cumplir


los quince aos, sabemos que la culpa
fue nuestra. Habamos violado la ley por
no haber escuchado las palabras de
nuestros Maestros. Ellos nos haban
dicho:
No se atrevan a elegir en su mente
el trabajo a que desearan hacer al dejar
la Casa de los Estudiantes. Harn lo que
les mande el Consejo de las Vocaciones.
Porque el Consejo de las Vocaciones
sabe, en su gran sabidura, dnde son
necesitados por sus hermanos, mucho
mejor de lo que ustedes pueden saberlo
en sus indignas e insignificantes mentes.
Y si no son necesitados por sus

hermanos, no hay razn para que sus


cuerpos estorben en la tierra.
Nosotros aprendimos bien esto, en
los aos de nuestra niez, pero nuestra
maldicin quebr nuestra voluntad.
Nosotros ramos culpables y lo
confesamos aqu: nosotros ramos
culpables de la gran Transgresin de la
Preferencia. Preferamos algn trabajo y
algunas lecciones sobre otras. Nosotros
no prestamos atencin a la historia de
todos los Consejos electos desde el
Gran Renacimiento. Pero ambamos la
Ciencia de las Cosas. Queramos saber.
Queramos saber sobre todas las cosas
que componen la tierra a nuestro

alrededor.
Preguntamos tantas cosas que los
Maestros nos lo prohibieron.
Pensamos que hay misterios en el
cielo y debajo del agua y en las plantas
que crecen. Pero el Consejo de los
Estudiosos dijo que no existen misterios,
y l lo sabe todo. Y aprendimos muchas
cosas de nuestros Maestros. Aprendimos
que la tierra es plana y que el sol da
vueltas a su alrededor ocasionando el
da y la noche. Aprendimos el nombre
de todos los vientos que soplan sobre el
mar y empujan las velas de nuestros
navos. Aprendimos a sacar sangre a los
hombres para curar todas sus

enfermedades.
Ambamos la Ciencia de las Cosas.
Y en la oscuridad, en la hora secreta,
cuando nos despertbamos de noche y
no haba hermanos a nuestro alrededor,
sino slo sus blancas formas en las
camas y su pesada respiracin,
cerrbamos los ojos, apretbamos los
labios y casi no respirbamos para no
dejar a nuestros hermanos vernos, ornos
o adivinar, pensbamos que desebamos
ser enviados a la Casa de los Estudiosos
cuando llegara el momento.
Todos
los
grandes
inventos
modernos salen de la Casa de los
Estudiosos, como el ms reciente,

descubrieron, hace apenas un siglo,


cmo fabricar velas con cera y un
cordelito; adems, cmo hacer vidrio,
para colocarlo en nuestras ventanas y
protegernos de la lluvia.
Y para hallar estas cosas los
Estudiosos deben escudriar la tierra y
aprender de los ros, de las arenas, de
los vientos y de las rocas. Y si nosotros
hubiramos ido a la Casa de los
Estudiantes, tambin habramos podido
aprender.
Podramos
haberles
preguntado a las cosas, porque las cosas
no prohben las preguntas.
Y las preguntas no nos conceden
reposo. No sabemos por qu nuestra

maldicin nos hace buscar no sabemos


qu, siempre, siempre. Pero no podemos
resistirnos. Murmuran a nuestro odo
que existen cosas grandiosas en este
mundo y que podramos conocerlas slo
con intentarlo y que debemos
conocerlas. Nos preguntamos por qu
debemos saber, pero no hay respuesta
para nosotros. Debemos saber lo que
debemos saber.
Por eso desebamos que se nos
enviara a la Casa de los Estudiosos. Lo
desebamos de tal modo que las manos
nos temblaban por la noche bajo las
mantas y nos mordamos el brazo para
calmar ese otro sufrimiento que no

podamos soportar. Estaba mal hecho y


por la maana no nos atrevamos a mirar
a nuestros hermanos a la cara. Porque
los hombres no deben desear nada para
s mismos. Y fuimos castigados cuando
el Consejo de las Vocaciones nos dio
nuestros Mandatos de Vida que imponen
a los que tienen quince aos su oficio
para el resto de su existencia.
El Consejo de las Vocaciones lleg
el primer da de primavera y se sent en
la gran sala, y nosotros, de quince aos,
y todos los Maestros nos trasladamos a
la gran sala. El Consejo de las
Vocaciones estaba sentado en una alta
ctedra y deca slo dos palabras a cada

estudiante. Llamaban por su nombre a


los estudiantes, y cuando llegaban ante
ellos uno detrs de otro, el Consejo
deca: Carpintero o Mdico o
Cocinero o Jefe y cada estudiante
deca: Hgase la voluntad de nuestros
hermanos.
Si el Consejo haba dicho
Carpintero
o
Cocinero
los
estudiantes destinados a tal oficio iban
al trabajo y no tenan que estudiar ms.
Si el Consejo haba dicho Jefe
entonces los estudiantes iban a la Casa
de los Jefes, que es la ms alta de la
ciudad porque tiene tres pisos. Y all
estudian durante varios aos para poder

llegar a ser candidatos para ser elegidos


en el Consejo de la Ciudad, en el
Consejo de Estado y en el Consejo del
Mundo, con el voto libre y universal de
todos los hombres. Pero nosotros no
desebamos ser Jefe, aunque esto sea un
gran honor. Desebamos ser un
Estudioso.
Esperbamos nuestro turno en la
gran sala cuando escuchamos la Consejo
de las Vocaciones pronunciar nuestro
nombre: Igualdad 7-2521. Bajamos
por el pasillo hacia la ctedra; nuestras
piernas no temblaban y nuestros ojos
miraban fijamente al Consejo. El
Consejo estaba compuesto por cinco

miembros, tres de sexo masculino y dos


del femenino. Sus cabellos eran blancos,
los rostros agrietados como el barro de
un rido lecho de ro. Eran viejos.
Parecan ms viejos de lo que
pueden serlo los hombres, parecan
viejos como el mrmol del Templo del
Consejo del Mundo. Estaban sentados
delante de nosotros y no se movan.
Y nosotros no veamos moverse ni
un pliegue de sus togas por efecto de la
respiracin. Pero nos dimos cuenta de
que estaban vivos porque un dedo del
ms viejo se levant para volver a caer
en seguida. Aquello era lo nico que se
mova, porque los labios el ms viejo no

se
despegaron
cuando
dijeron:
Barrendero.
Notamos un tirn de los tendones del
cuello mientras nuestra cabeza se
levantaba para mirar a la cara a los del
Consejo, y experimentamos una
sensacin de felicidad. Reconocamos
haber sido culpables, pero ahora
tenamos medios de remediarlo.
Aceptaramos el Mandato de Vida de
todo corazn, trabajaramos para
nuestros hermanos, alegres y de buena
gana, y borraramos nuestro pecado
contra ellos, que ellos ignoraban, pero
nosotros conocamos perfectamente. Y
nos sentamos felices y orgullosos de

nosotros y de nuestra victoria sobre


nosotros mismos. De modo que
levantamos el brazo y hablamos, y
nuestra voz fue la ms clara y firme que
se oy aquel da en la sala.
Dijimos:
Hgase la voluntad de nuestros
hermanos.
Y fijamos la mirada en los ojos de
los Consejeros, pero sus ojos eran como
fros botones de vidrio azul.
Fuimos a la Casa de los
Barrenderos. Es una casa gris en una
calle estrecha. Hay un reloj de sol en el
patio y por l el Consejo de la Casa
puede decir las horas del da y sabe

cuando debe tocar la campana. Cuando


sta toca salimos todos de la cama; el
cielo tiene un color verde y fro en
nuestras ventanas que miran hacia el
este. La sombra del reloj solar marca
media hora mientras nos vestimos y
desayunamos en el comedor que tiene
cinco mesas largas con veinte platos de
loza y veinte tazas de loza en cada una.
Luego vamos al trabajo por las calles de
la Ciudad, con nuestras escobas y
nuestros rastrillos. Despus de cinco
horas, cuando el sol ya est alto,
regresamos a la Casa y comemos la
comida del medioda, para lo cual
disponemos de media hora. Luego

volvemos al trabajo. Despus de cinco


horas, las sombras son azules en las
aceras y el cielo es azul con una
brillante profundidad que no emana luz.
Regresamos y tenemos una cena que
dura una hora. Luego suena la campana y
marchamos en fila hacia uno de los
Salones de la Ciudad, para una Reunin
Social. Otras filas de hombres arriban
de las Casas de diferentes Oficios. Las
velas estn encendidas y los Consejos
de las distintas Casas se colocan en un
plpito y nos hablan de nuestros deberes
y nuestros hermanos. Despus Jefes
visitantes suben al plpito y nos leen los
discursos que fueron pronunciados ese

da en el Consejo de la Ciudad, porque


el Consejo de la Ciudad representa a
todos los hombres y todo lo que los
hombres deben saber. Luego cantamos
los Himnos. El Himno de la Fraternidad,
el Himno de la Igualdad, el Himno del
Espritu de la Colectividad. El cielo es
de un prpura intenso cuando volvemos
a la Casa. Entonces la campana suena y
caminamos en una fila recta hacia el
Teatro de la Ciudad para tener tres horas
de Recreo Social. Se representa una
obra en la que intervienen dos grandes
coros de la Casa de los Actores, que
hablan y contestan todos juntos con
voces potentes. Las obras son sobre el

trabajo y lo bueno que es. Volvemos a la


Casa en fila. El cielo es como un negro
cedazo horadado por gotas plateadas y
trmulas a punto de caerse. Las
mariposas nocturnas chocan contra los
faroles de las calles. Nos acostamos y
dormimos hasta que vuelve a sonar la
campana. Los dormitorios son blancos y
limpios y desnudos de todo, excepto las
cien camas.
As vivimos durante cuatro aos,
hasta que hace dos primaveras empez
nuestro crimen.
As viven los hombres hasta los
cuarenta aos. A esa edad sus cuerpos
estn encogidos como hongos secos y

les duelen los huesos. A los cuarenta se


les manda a la Casa de los Intiles
donde viven los Viejos. Los Viejos no
trabajan porque el Estado se encarga de
ellos; se sientan al sol en verano, junto
al fuego en invierno. No hablan mucho
porque estn cansados y sus ojos son
lacrimosos. Los viejos saben que han de
morir pronto. Cuando ocurre un milagro
y algunos viven hasta los cuarenta y
cinco aos, se les llama Ancianos, y los
nios les miran asombrados al pasar por
delante de la Casa de los Intiles. Esta
debe ser nuestra vida y la de nuestros
hermanos y la de los hermanos que nos
precedieron.

As deba haber sido nuestra vida, si


no hubisemos cometido el gran delito
que ha cambiado todo para nosotros. Y
fue nuestra maldicin la que nos empuj
a esto. Habamos sido un buen
Barrendero como todos los dems, salvo
por nuestro maldito deseo de saber.
Mirbamos demasiado tiempo las
estrellas en la noche, los rboles y la
tierra bajo nuestros pies.
Y cuando limpibamos el patio de la
Casa de los Estudiosos, recogamos las
ampollas de vidrio y los pedazos de
hierro y los huesos disecados entre los
desechos que ellos haban tirado.
Desebamos guardar aquellos objetos y

estudiarlos, pero no tenamos sitio


donde esconderlos. Por cuya razn los
llevbamos al Lugar de los Desechos de
la Ciudad, y all hicimos el gran
descubrimiento.
Era un da de la penltima
primavera. Nosotros, los Barrenderos,
trabajbamos en grupos de a tres, y
estbamos con Unin 5-3392, los de
escasa inteligencia, y, con Internacional
4-8818. Unin 5-3992 estn enfermos y
a veces tienen convulsiones, la boca se
les llena de espuma y sus ojos se ponen
en blanco. Pero Internacional 4-8818
son distintos. Son altos, jvenes y
fuertes, sus ojos son parecidos a las

lucirnagas, porque hay risa en ellos. No


podemos mirar a Internacional 4-8818
sin sonrernos nosotros tambin. Por
ello no eran bien vistos en la Casa de
los Estudiantes, puesto que no es
correcto sonrer sin razn. Adems, no
eran bien vistos porque recogan
pedazos de carbn y hacan dibujos en
las paredes, y eran dibujos que hacan
rer a los hombres. Pero slo nuestros
hermanos de la Casa de los Artistas
tienen permiso para dibujar, as que
Internacional 4-8818 fueron enviados a
la Casa de los Barrenderos como
nosotros.
Internacional 4-8818 y nosotros

ramos amigos. Es maligno decir esto,


porque es una Transgresin, la gran
Transgresin de la Preferencia, la de
amar a una persona ms que a otras,
porque debemos amar a todos los
hombres y todos los hombres son
nuestros amigos. Por ello Internacional
4-8818 y nosotros no habamos hablado
nunca de esto. Pero lo sabamos.
Lo comprendamos cuando nos
mirbamos a los ojos. Y cuando nos
mirbamos
as,
sin
hablar,
comprendamos tambin esas cosas,
cosas raras que no pueden expresarse
con palabras y que nos asustaban.
As, pues, en aquel da de la

penltima primavera, Unin 5-3992


sufrieron un ataque de convulsiones en
la periferia del Ciudad, cercad el Teatro
de la Ciudad. Los dejamos tendidos a la
sombra de la tienda del Teatro y nos
fuimos a acabar nuestro trabajo con
Internacional 4-8818. Llegamos juntos al
gran barranco detrs del Teatro. All no
hay ms que rboles y matorrales. Se
extiende hasta los pies de las montaas.
Detrs de l hay un llano, y ms atrs
yace el Bosque Inexplorado, en la que
los hombres no deben pensar.
Estbamos recogiendo los papeles y
los trapos que el viento haba llevado
hasta all desde el Teatro, cuando vimos

una barra de hierro que sala de la


tierra, entre la broza. Estaba vieja y
oxidada por las muchas lluvias. Tiramos
de ella con todas nuestras fuerzas, pero
no conseguimos moverla. Entonces
llamamos a Internacional 4-8818 y
juntos cavamos la tierra alrededor de la
barra.
De pronto la tierra cedi ante
nosotros, y vimos una reja de metal
sobre un orificio negro.
Internacional 4-8818 retrocedieron.
Pero nosotros jalamos la reja y sta
cedi. Y entonces vimos una serie de
aros de hierro como peldaos que
conducan a una oscuridad sin fondo.

Debemos bajar, dijimos a


Internacional 4-8818.
Est prohibido, nos contest.
Dijimos: El Consejo no sabe nada
de este agujero, de manera que no puede
estar prohibido.
Ellos respondieron: Puesto que el
Consejo no sabe de este agujero, no
pude haber ninguna ley que permita
entrar en l. Y todo cuanto no est
permitido por la ley est prohibido.
Pero nosotros dijimos: De todos
modos iremos.
Estaban asustados, pero se quedaron
observndonos mientras descendamos.
Nos agarramos de los aros de hierro

con las manos y con los pies. No


podamos ver nada debajo de nosotros.
Arriba de nosotros el orificio abierto
sobre el cielo se tornaba cada vez ms
pequeo hasta que tuvo el tamao de un
botn. Sin embargo, seguimos bajando.
Luego nuestros pies tocaron el suelo.
Nos restregamos los ojos porque no
veamos nada. Despus nuestros ojos se
acostumbraron a la oscuridad, pero no
podamos creer lo que veamos.
Ningn hombre de los que nosotros
conocamos poda haber construido
aquel lugar y ni siquiera los hombres
conocidos por nuestros hermanos que
haban vivido antes que nosotros; y sin

embargo, haba sido construido por


hombres. Era un gran tnel. Sus paredes
eran duras y lisas al tacto, parecan de
piedra, pero no era piedra. En el suelo
haba dos tiras largas de hierro, pero no
era hierro, se senta liso y fro como el
vidrio. Nos arrodillamos y avanzamos
arrastrndonos, nuestras manos seguan
la raya de hierro para ver a dnde nos
llevaba. Pero delante de nosotros no
haba sino una noche cerrada. Slo las
tiras de hierro relucan rectas y blancas,
llamndonos a seguirlas. Pero no
podamos seguirlos porque perdamos
hasta el ltimo tenue resplandor de luz
detrs de nosotros. Dimos la vuelta y

nos deslizamos hacia atrs con la mano


sobre la tira de hierro. Y el corazn nos
lata en las yemas de los dedos con una
locura
absurda.
Y
entonces
comprendimos.
Comprendimos de que aquel lugar
era obra de los Tiempos Innombrables.
As, pues, era verdad, y aquellos
Tiempos haban existido, y todas las
maravillas de aquellos Tiempos
tambin. Hace cientos y cientos de aos
los hombres conocan los extraos
secretos que nosotros hemos perdido. Y
pensbamos: ste es un lugar
abominable. Los que tocan las cosas de
los Tiempos Innombrables estn

condenados. Pero nuestra mano que


apretaba el rastro mientras nos
deslizbamos, sujetaba el hierro como si
no quisiera dejarlo, cual si la piel de la
mano estuviese sedienta e invocara del
metal algn fluido secreto emanante de
su frialdad. Y nuestra mano obraba as
sin que nosotros lo quisiramos.
Volvimos a la superficie de la tierra.
Internacional 4-8818 nos miraron y
dieron un paso atrs.
Igualdad 7-2521, dijeron, su
rostro est blanco.
Mas nosotros no pudimos hablar y
nos quedamos inmviles, mirndolos.
Ellos retrocedieron, como si no se

atreviesen a tocarnos. Luego sonrieron,


pero su sonrisa no era de alegra, estaba
perdida y suplicante. Nosotros todava
no podamos hablar. Ellos dijeron:
Reportaremos
nuestro
descubrimiento al Consejo de la Ciudad
y ambos seremos recompensados.
Y entonces hablamos nosotros.
Nuestra voz era dura y despiadada.
Dijimos:
No
reportaremos
nuestro
descubrimiento al Consejo de la Ciudad.
No se lo reportaremos a nadie.
Ellos levantaron sus manos y se
cubrieron los odos, porque nunca
haban escuchado palabras como stas.

Internacional
4-8818,
preguntamos, nos denunciars al
Consejo y vers cmo nos azotan hasta
la muerte?.
Ellos se irguieron de pronto y
contestaron:
Antes moriremos.
En ese caso, dijimos, guarden
silencio. Este lugar es nuestro. Nos
pertenece a nosotros, Igualdad 7-2521, y
a ninguno de los hombres en la tierra. Y
si tuviramos que cederlo daramos con
l nuestra vida tambin.
Entonces vimos entonces que los
ojos de Internacional 4-8818 brillaban
llenos de lgrimas que no se atrevan a

caer, ellos susurraron, y su voz temblaba


de tal suerte que las palabras perdan su
forma:
La voluntad del Consejo est sobre
todas las cosas porque es la voluntad de
nuestros hermanos que es sagrada. Pero
si ustedes los quieren as, los
obedeceremos. Preferimos ser malos
con ustedes que buenos con todos
nuestros hermanos. Que el Consejo se
apiade de nuestros dos corazones.
Luego regresamos juntos a la Casa
de los Barrenderos. Y caminamos en
silencio.
As ocurre que cada noche, cuando
las estrellas estn ms altas y los

Barrenderos se sientan en el Teatro de la


Ciudad, nosotros, Igualdad 7-2521, nos
escapamos en silencio y echamos a
correr en la oscuridad hasta nuestro
refugio. Es fcil salir del Teatro; cuando
se apagan las velas y los actores salen a
escena, no hay ojos que puedan vernos
cuando nos deslizamos debajo de las
sillas y la lona de la carpa. Despus es
fcil moverse en las tinieblas y
colocarse en fila junto a Internacional 48818, cuando todos salen del Teatro. Las
calles estn a oscuras y no hay
transentes porque nadie puede recorrer
la Ciudad si no tienen una misin que
cumplir. Cada noche corremos hacia el

barranco y quitamos las piedras que


hemos amontonado sobre la reja de
hierro para ocultarla de los ojos de los
hombres. Cada noche, por tres horas,
estamos bajo tierra, solos.
Hemos robado velas de la Casa de
los
Barrenderos,
hemos
robado
pedernales, cuchillos y papel, y los
hemos trado a este refugio. Hemos
robado tubos de ensayo y polvos y
cidos de la Casa de los Estudiosos.
Ahora nos sentamos en el tnel todas las
noches durante tres horas y estudiamos.
Fundimos metales, mezclamos cidos y
abrimos los cuerpos de los animales que
encontramos en el Basurero de la

Ciudad. Hemos construido un horno con


los ladrillos que hemos recogido por las
calles. Quemamos la madera que
encontramos en el barranco. El fuego
hace guios en el horno y sombras
azules danzan por las paredes, y no hay
ruido de hombres que nos distraiga.
Hemos robado algunos manuscritos.
sta es una ofensa grave. Los
manuscritos son preciosos porque
nuestros hermanos de la Casa de los
Escribanos tardan un ao en copiar un
solo escrito con su letra clara y precisa.
Los manuscritos son raros y se guardan
en la Casa de los Estudiosos. As, pues,
nos sentamos debajo de la tierra y

leemos los escritos robados.


Han transcurrido dos aos desde que
descubrimos este lugar. Y en estos dos
aos hemos aprendido ms que en los
diez aos de la Casa de los Estudiantes.
Hemos aprendido cosas que no
figuran en los escritos, hemos
descubierto secretos acerca de los
cuales los Estudiosos no saben nada.
Hemos llegado a entender que es mucho
lo desconocido y lo ignorado, y que
muchas vidas no podran conducirnos al
final de nuestras investigaciones. No
deseamos nada, salvo estar solos y
aprender, y sentir que cada da nuestra
mirada se torna ms aguda que la del

guila y ms clara que el cristal de roca.


Los caminos del mal son extraos.
Fingimos ante nuestros hermanos.
Desafiamos la voluntad ante nuestros
hermanos. Desafiamos la voluntad de
nuestros Consejos. Nosotros solos, entre
los miles que pueblan la tierra, nosotros
solos en este momento, hacemos un
trabajo que no tiene otro propsito que
nuestro deseo de hacerlo. La maldad de
nuestro crimen no puede ser juzgado por
la mente humana. La naturaleza de
nuestro castigo, si la culpa llega a
descubrirse, no puede ser decretada por
un corazn humano. Nunca, ni siquiera
en la memoria de los ms Ancianos

entre los Ancianos, hay hombres que


hayan hecho lo que nosotros hacemos.
Sin embargo, no sentimos vergenza
ni arrepentimiento. Nos decimos que
somos delincuentes y traidores, mas no
sentimos ningn peso sobre nuestro
espritu, ningn temor en nuestro
corazn. Nos parece que nuestro espritu
est limpio como un lago al que ningn
ojo turba, excepto el del sol. Y en
nuestro corazn qu extraos son los
caminos del mal! en nuestro corazn
sta es la primera sensacin de paz que
hemos experimentado en veinte aos.

Captulo 2
Libertad 5-3000 Libertad cinco-tres
mil Libertad 5-3000
Deseamos escribir este nombre.
Deseamos pronunciarlo, pero no nos
atrevemos a decirlo en voz alta. Los
hombres tienen prohibido fijarse en las
mujeres y las mujeres tienen prohibido
fijarse en los hombres. Pero nosotros
pensamos en una sobre todas las
mujeres, ellas cuyo nombre es Libertad
5-3000, y no pensamos en otras.
Las mujeres asignadas para el
cultivo de la tierra viven en la Casa de

los Campesinos, ms all de la Ciudad.


Donde sta termina hay una gran
carretera que va serpenteando hacia el
Norte y nosotros, los Barrenderos,
hemos de tenerla limpia hasta la primera
piedra miliar.
Hay un seto a lo largo del camino, y
al otro lado se extienden los campos.
Los campos son pardos y estn arados, y
se abren como un gran abanico ante
nosotros, con sus surcos recogidos en
una mano invisible detrs del horizonte.
Se
ramifican
desde
all
y,
ensanchndose, vienen hacia nosotros
negros surcos, relucientes de verdes y
delgadas espigas. Las mujeres trabajan

en los campos y sus blancas tnicas al


viento semejan alas de gaviota volando
sobre el suelo negro.
All vimos a Libertad 5-3000
caminando a lo largo de los surcos, su
cuerpo era derecho y delgado como la
hoja de una espada. Sus ojos eran
oscuros, profundos y brillantes, no haba
miedo en ellos, ni gentileza ni culpa. Sus
cabellos eran dorados como el sol,
ondeaban al viento relucientes y
salvajes, como si desafiaran a los
hombres a controlarlos. Lanzaban la
semilla con las manos como si se
dignaran a derramar un don, y la tierra
fuera unos mendigos a sus pies.

Nos quedamos inmviles; por


primera vez conocimos el miedo y la
pena. Y nos quedamos inmviles para no
dispersar aquella pena ms preciosa que
el placer.
Luego omos una voz de las otras
que la llamaban Libertad 5-3000, y
ellas se volvieron y caminaron de
vuelta. As supimos su nombre y nos
quedamos mirndolas mientras se
alejaban, hasta que su blanca tnica
desapareci en la niebla azul.
Al da siguiente, al llegar a la
carretera del Norte, fijamos la vista en
Libertad 5-3000 en el campo. Y cada
da, desde entonces, conocimos el

sufrimiento de la espera, y nuestro


cuerpo padeci esperando esta hora en
la carretera del Norte. Y all miramos
cada da a Libertad 5-3000. No
sabamos si ellas tambin nos miraban,
pero pensamos que s.
Un da ellas llegaron hasta el seto y
se volvieron hacia nosotros. Voltearon
como en un torbellino y el movimiento
de su cuerpo se detuvo en seguida cual
si hubiese recibido un latigazo, tan
rpidamente como haba empezado. Se
quedaron inmviles como la piedra y
nos vieron fijamente. No haba una
sonrisa en su rostro, tampoco
bienvenida. Su semblante estaba tenso y

sus ojos oscuros. Entonces giraron


velozmente y se alejaron de nosotros.
Pero al da siguiente, cuando
llegamos a la carretera, nos sonrieron.
Sonrieron por nosotros y para nosotros.
Y nosotros contestamos a su sonrisa. Su
cabeza se dobl hacia atrs, sus brazos
cayeron inertes, cual si sus brazos y su
blanco y delgado cuello sintiesen de
pronto una gran fatiga. No nos miraba a
nosotros, sino al cielo. Luego nos mir
por encima del hombro y sentimos como
si una mano hubiese tocado nuestro
cuerpo, resbalando suavemente de
nuestros labios a nuestros pies.
Cada maana, desde entonces, cada

maana, Nos saludamos mutuamente con


la mirada.
No nos atrevamos a hablar. Es una
grave transgresin hablar a los hombres
de otros Oficios, excepto en grupos en
las Reuniones Sociales. Un da, cuando
estbamos parados junto al seto,
levantamos la mano a la altura de la
frente y la movimos lentamente, con la
palma hacia abajo, en direccin a
Libertad 5-3000. Si los otros nos
hubiesen visto no habran comprendido
nada, ya que pareca que nos hacamos
pantalla con la mano contra el sol. Pero
Libertad 5-3000 nos comprendi.
Levantaron la mano a la altura de la

frente y repitieron nuestro gesto. De este


modo, cada da, saludamos a Libertad 53000 y ellas contestaron, y nadie tuvo
sospechas de nada.
No nos extraa nuestro nuevo
pecado. Es nuestra segunda Transgresin
de Preferencia, porque no pensamos en
todos
nuestros
hermanos,
como
deberamos, sino solamente en uno, cuyo
nombre es Libertad 5-3000. No sabemos
por qu pensamos en ellas. No sabemos
por qu, cuando pensamos en ellas,
sentimos repentinamente que la tierra es
hermosa y que la vida no es una carga.
Ya no pensamos en ellas como
Libertad 5-3000. Les dimos un nombre

en nuestros pensamientos. Las llamamos


la Dorada. Pero es un pecado dar a los
hombres nombres que los distinguen de
los dems. No obstante, las llamamos la
Dorada, porque ellas no son como los
dems. La Dorada no son como los
dems.
Y hacemos caso omiso de la ley que
dice que los hombres no deben pensar
en las mujeres, salvo en la poca de
Reproduccin. Es la poca de cada
primavera cuando todos los hombres
mayores de veinte aos y las mujeres
mayores de dieciocho, son enviados por
una noche al Palacio de Reproduccin
de la Ciudad. Y cada uno de los

hombres tienen una de las mujeres que


les ha asignado el Consejo Eugensico.
Los nios nacen en invierno, pero las
mujeres jams ven a sus hijos y stos no
conocen jams a sus padres. Nos han
enviado dos veces al Palacio de
Reproduccin, pero es una cosa fea y
vergonzosa en la que no nos gusta
pensar.
Hemos quebrantado muchas leyes y
hoy quebrantamos una ms. Hoy le
hablamos a la Dorada.
Las otras mujeres estaban lejos, en
el campo, cuando nos paramos junto al
seto al lado del camino. La Dorada
estaban arrodilladas solas en el arroyo

que corre por el campo. Y las gotas que


caan de sus manos, cuando llevaban el
agua a sus labios, parecan chispas
llameantes al sol. Entonces la Dorada
nos vieron y no se movieron, se
quedaron arrodilladas observndonos,
mientras unos crculos de luz producidos
por el sol sobre el agua del arroyo,
jugaban sobre la tnica blanca. Una gota
reluciente cay de un dedo que haba
quedado rgidamente levantado.
Entonces la Dorada se incorporaron
y se acercaron al seto cual si hubiesen
ledo una orden en nuestros ojos. Los
otros dos Barrenderos de nuestro grupo
estaban unos cien pasos ms abajo, en la

carretera. Y pensamos que Internacional


4-8818 no nos denunciaran y que Unin
5-3992 no entenderan nada. As que
miramos fijamente a la Dorada y vimos
la sombra de sus pestaas sobre sus
blancas mejillas y el suave centelleo del
sol sobre sus labios.
Y dijimos:
Son hermosas, Libertad 5-3000.
Sus facciones no se alteraron, no
desvi la mirada. Slo que sus ojos
poco a poco se tornaron ms grandes, y
en ellos haba un aire de triunfo, pero no
de triunfo sobre nosotros, sino sobre
algo que no podamos adivinar.
Luego ellas preguntaron:

Cmo se llaman?.
Igualdad 7-2521, contestamos.
Ustedes no son uno de nuestros
hermanos, Igualdad 7-2521, y no
deseamos que lo sean.
No podemos decir qu queran decir,
porque no hay palabras para expresar tal
significado, pero lo comprendimos en
seguida.
No, contestamos, y ustedes
tampoco son una de nuestras hermanas.
Si nos vieran en medio de un
grupo de mujeres, nos miraran?.
Las miraramos, Libertad 5-3000,
aunque estuvieran en medio de todas las
mujeres del mundo.

Luego ellas preguntaron:


Mandan a los barrenderos a
distintos distritos de la Ciudad o
trabajan siempre en los mismos
lugares?.
Trabajan siempre en los mismos
lugares, contestamos, y nadie nos
quitar esta carretera.
Sus ojos, dijeron, no son como
los de los otros hombres.
Y de repente, sin razn, un
pensamiento que nos cruz por la mente
nos hizo sentir fro en el estmago.
Cuntos
aos
tienen?,
preguntamos.
Ellas comprendieron y bajaron la

mirada por primera vez.


Diecisiete, susurraron.
Suspiramos, como nos hubieran
quitado un peso de encima, porque
habamos pensado sin motivo en el
Palacio de Reproduccin. Y pensamos
que no permitiramos que enviaran a La
Dorada al Palacio. No sabamos cmo
habramos podido impedirlo, cmo
habramos podido eludir la voluntad de
los Consejos, pero comprendimos que
no lo permitiramos. No sabamos cmo
se nos ocurri pensar en ello, porque
estos feos eventos no tenan ninguna
relacin con nosotros y con la Dorada.
Qu relacin podan tener?

No obstante, sin motivo, mientras


permanecamos all junto al seto,
notamos que nuestros labios se contraan
duramente por un odio repentino, un
odio hacia todos nuestros hermanos. Y
la Dorada nos mir y sonri lentamente,
y en su sonrisa haba una tristeza que
notamos por primera vez. Pensamos que
con la sabidura propia de las mujeres la
Dorada haba comprendido ms de lo
que podamos comprender nosotros
mismos.
Tres hermanas aparecieron en el
campo, venan en direccin a la
carretera, y la Dorada se alejaron de
nosotros. Tomaron su bolsa de semillas,

y las lanzaron en los surcos al tiempo


que se alejaban, pero las semillas caan
desordenadamente, porque la mano de la
Dorada temblaba.
Mientras caminbamos de vuelta a la
Casa de los Barrenderos, sentimos la
necesidad de cantar, sin razn alguna.
Nos reprendieron esa noche en el
comedor, porque empezamos a cantar en
voz alta una cancin que no habamos
odo nunca. No se debe cantar sin
motivo, se debe cantar solamente
durante las Reuniones Sociales.
Cantamos porque somos felices,
le contestamos a uno de los miembros
del Consejo de la Casa que nos

reprendi.
Por supuesto que son felices, nos
respondieron. De qu otra forma
pueden ser los hombres que viven para
sus hermanos?.
Y ahora, sentados en nuestro refugio,
pensamos en aquellas palabras. Es una
cosa prohibida no ser felices. Porque,
segn nos han explicado, los hombres
son libres y la tierra les pertenece; todas
las cosas de la tierra estn destinadas a
todos los hombres, y la voluntad de
todos los hombres reunidos es buena
para con todos; por ello todos los
hombres deben ser felices.
Por la noche, cuando nos

desvestimos en el en el gran dormitorio,


miramos a nuestros hermanos y
dudamos. Tienen las cabezas gachas, sus
ojos no tienen brillo y jams miran a los
ojos de los dems. Los hombros de
nuestros hermanos estn encorvados, sus
msculos estn tensos, como si sus
cuerpos se estuvieran encogiendo,
deseando encogerse hasta desaparecer.
Una palabra acude a nuestra mente
mientras miramos a nuestros hermanos, y
esa palabra es miedo.
El miedo flota en el aire de los
dormitorios y en las calles. El miedo
anda por la Ciudad, un miedo sin
nombre ni forma. Todos lo sienten y

nadie se atreve a hablar.


Nosotros tambin lo sentimos
cuando estamos en la Casa de los
Barrenderos. Pero aqu, en nuestro tnel,
ya no lo sentimos. El aire es puro bajo
tierra. No hay olor a hombres aqu.
Y estas tres horas aqu nos dan
fuerza para las horas en la superficie.
Nuestro cuerpo nos traiciona, porque
el Consejo de Casa nos observa
recelosamente. No est bien ser
demasiado felices, ni sentir alegra
porque nuestro cuerpo vive. Porque
nosotros no significamos nada, y no
debe importarnos si vivimos o morimos,
esto depende de la voluntad de nuestros

hermanos. Pero nosotros, Igualdad 72521, estamos felices por estar vivos. Si
esto es un pecado, entonces no deseamos
la virtud.
Sin embargo, nuestros hermanos no
son como nosotros. No todo est bien
para
nuestros
hermanos.
Estn
Fraternidad 2-5503, un muchacho
callado, con ojos inteligentes y buenos,
que llora de repente, sin motivo, en
pleno da y en plena noche, y su cuerpo
es sacudido por sollozos que no pueden
explicar. Estn Solidaridad 9-6347, que
son vivaces y alegres durante el da,
pero que gritan cuando duermen:
Aydennos!
Aydennos!

Aydennos!, en medio de la noche, con


una voz que nos hiela la sangre, pero los
mdicos no pueden curar a Solidaridad
9-6347.
Y cuando nos desnudamos por la
noche, a la dbil luz de las velas,
nuestros hermanos callan porque no osan
expresar sus pensamientos. Porque
debemos estar de acuerdo con todos los
dems, y nadie puede saber si sus
pensamientos son los de todos, as que
temen hablar. Y se alegran cuando se
apagan las velas. Mas nosotros,
Igualdad 7-2521, miramos el cielo a
travs de la ventana. Hay paz en el
cielo, y nitidez y dignidad. Y ms all de

la Ciudad est el llano, y ms all de


ste, negra contra el cielo negro, est el
Bosque Inexplorado.
No deseamos mirar al Bosque
Inexplorado, no deseamos pensar en l,
pero nuestros ojos vuelven siempre a
aquel parche negro contra el cielo. Los
hombres no entran nunca en el Bosque
Inexplorado, porque no es posible
explorarlo y no posee senderos que nos
guen entre esos antiguos rboles que se
yerguen como guardianes de temibles
secretos. Se murmura que una vez o dos
en cien aos uno entre los hombres de la
Ciudad escap solo y se escondi en el
Bosque Inexplorado sin razn. Estos

hombres no volvieron. Perecieron por el


hambre o bajo las garras de las fieras
que infestan el bosque. Pero nuestros
Consejeros dicen que se trata slo de
una leyenda. Hemos odo decir que hay
muchos Bosques Innombrables sobre la
tierra, entre las Ciudades. Se murmura
que surgieron sobre las ruinas de
muchas ciudades de los Tiempos
Innombrables. Los rboles devoraron
las ruinas, los huesos debajo de las
ruinas, y todas las cosas que perecieron.
Mientras miramos el Bosque
Inexplorado, lejano en la noche,
pensamos en los secretos de los
Tiempos
Innombrables.
Nos

preguntamos cmo se perdieron esos


secretos para el mundo. Hemos odo las
leyendas de las grandes batallas en las
que muchos hombres pelearon para un
bando y muy pocos para el otro. Estos
pocos eran los Malvados y fueron
vencidos.
Entonces grandes incendios se
desataron sobre la tierra, y aquellos
incendios quemaron a los Malvados. Y
el incendio que fue llamado el Alba del
Gran Renacimiento, fue el Incendio de
los Libros, en el que todos los escritos
de los Malvados fueron destruidos, y
con ellos todas sus palabras. Enormes
hogueras se elevaron en las plazas de

las Ciudades durante tres meses. Luego


advino el Gran Renacimiento.
Las palabras de los Malvados las
palabras
de
los
Tiempos
Innombrables qu palabras hemos
perdido?
Qu el Consejo tenga piedad de
nosotros! No queramos escribir esta
pregunta, y no sabamos siquiera lo que
hacamos hasta que la vimos escrita. No
debemos hacer esta pregunta y no
debemos pensar en ella. No debemos
atraer la muerte sobre nosotros.
Sin embargo sin embargo
Hay una palabra, una palabra sola
que no figura en el lenguaje de los

hombres, pero que figur alguna vez.


sta es la Palabra Inexpresable, que los
hombres no deben pronunciar ni
escuchar. Pero a veces, y esto es
extrao, a veces, en algn lugar, uno
entre los hombres encuentra aquella
Palabra. Ellos la encuentra entre
fragmentos de viejos manuscritos, o
grabados en pedazos de piedras
antiguas. Pero si la pronuncian estn
condenados a muerte. Hay un solo delito
en este mundo que se castiga con la
muerte, el de decir la Palabra
Inexpresable.
Vimos a uno de estos hombres ser
quemado en la plaza de la Ciudad. Y fue

un espectculo que qued grabado en


nuestra mente a travs de los aos, y nos
atormenta, nos sigue, no nos concede
descanso. ramos nios entonces,
tenamos diez aos. Y estbamos en la
gran plaza con todos los nios y todos
los hombres de la Ciudad, enviados all
para asistir a la hoguera. Llevaron al
Transgresor a la Plaza hasta el lugar del
suplicio. Le haban arrancando la lengua
para que no pudiera hablar. El
Transgresor era joven y alto. Tena
cabellos dorados y ojos azules como la
maana. Caminaron hasta la hoguera y
sus pasos no temblaron. Y de todos
aquellos rostros de la plaza, de todos

aquellos rostros que gritaban y le


lanzaban maldiciones, el suyo era el
rostro ms sereno y ms feliz.
Cuando las cadenas sujetaron su
cuerpo al poste y dieron fuego a la paja
de la hoguera, el Transgresor mir a la
Ciudad. Un hilillo de sangre caa de la
comisura de su boca, pero sus labios
sonrean. Y un pensamiento monstruoso
pas por nuestra mente, un pensamiento
que no nos ha vuelto a abandonar nunca
ms. Habamos odo hablar de los
Santos. Hay Santos del Trabajo, Santos
de los Consejos y Santos del Gran
Renacimiento. Pero jams habamos
visto un Santo o una imagen suya. Y

pensamos entonces, mientras estbamos


en la plaza, que la imagen del Santo
fuese aquel rostro que veamos entre
llamas, el rostro del Transgresor de la
Palabra Inexpresable.
Cuando las llamas se levantaron,
ocurri algo que slo nosotros vimos,
pues de lo contrario no viviramos hoy.
Acaso fuera solamente una ilusin. Mas
nos pareci que los ojos del Transgresor
nos haba elegido entre la muchedumbre
y nos miraban fijamente. No haba pena
en aquellos ojos y ni siquiera un reflejo
de la agona de su cuerpo. Haba slo
felicidad, y orgullo, un orgullo ms
santo de lo que puede ser el orgullo

humano. Y nos pareci que aquellos


ojos intentaban decirnos algo a travs de
las llamas, enviarnos una palabra sin
sonido. Y nos pareci que aquellos ojos
nos rogasen recoger aquella palabra y
no dejarla escapar ni de nosotros ni de
la tierra. Pero las llamas alumbraron y
no pudimos adivinar la palabra
Cul era aunque tuvieran que
quemarnos por ella como al Santo en la
hoguera, la Palabra Inexpresable?

Captulo 3
Nosotros, Igualdad 7-2521, descubrimos
un nuevo poder de la naturaleza. La
hemos descubierto solos y lo sabemos
nosotros solos.
Est dicho. Ahora que nos azoten, si
es preciso. El Consejo de los Estudiosos
ha dicho que todos conocemos las cosas
que existen y que, por consiguiente, las
cosas que no conocemos no existen.
Pero nosotros creemos que el Consejo
de los Estudiosos est ciego.
Los secretos de esta tierra no estn
para ser vistos por todos, sino

nicamente por los que procuramos


desentraarlos. Nosotros lo sabemos,
porque hemos descubierto un secreto
desconocido por nuestros hermanos.
No sabemos lo qu es esta fuerza ni
de qu proviene. Pero conocemos su
naturaleza, la hemos observado y hemos
trabajado con ella. La vimos por
primera vez hace dos aos.
Una noche estbamos abriendo el
cuerpo de una rana muerta cuando vimos
que una de sus patas se mova. Algn
poder ignorado por los hombres la haca
moverse. No podamos comprenderlo.
Despus de muchos experimentos, dimos
con la respuesta. La rana estaba colgada

de un hilo de cobre, y fue el metal de


nuestro cuchillo el que mand un extrao
poder al cobre por conducto de la
humedad salada del cuerpo de la rana.
Metimos un pedazo de cobre y otro de
zinc en un frasco con agua salada,
acercamos a ellos un alambre y ah,
debajo de nuestros dedos, ocurri un
milagro que no haba ocurrido antes, un
nuevo milagro, un nuevo poder.
Este descubrimiento nos atorment.
Volvimos a ocuparnos de l a cada
momento con preferencia sobre los
dems estudios. Trabajamos en l, lo
experimentamos de mil maneras, ms de
las que podemos describir, y a cada

paso se nos revelaba un nuevo milagro.


Y comprendimos
que
habamos
descubierto la fuerza ms grande de este
mundo, porque desafa a todas las leyes
conocidas por los hombres. Hace mover
la aguja y le hace dar vueltas en la
brjula que robamos en la Casa de los
Estudiosos. Nos ensearon, cuando
ramos nios, que la aguja imantada
seala el Norte y que sta es una ley de
la tierra que no puede variar y, sin
embargo, nuestra nueva fuerza desafa a
esta ley de la tierra y a todas las leyes
del cielo. Hemos descubierto lo que
produce el rayo, y los hombres no han
conocido nunca las leyes del rayo.

Durante las tempestades, levantamos una


alta asta de hierro junto a nuestro refugio
y la observamos desde abajo. Vimos los
rayos golpearla varias veces. Y ahora
sabemos que el metal atrae el poder del
cielo, y que se puede hacer de modo que
el metal lo rechace.
Hemos construido mquinas extraas
con nuestro descubrimiento. Usamos
para hilos de cobre hallados aqu, bajo
tierra. Habamos recorrido la galera
iluminndola con una vela que
llevbamos en la mano. No pudimos ir
ms de media milla porque tierra y las
piedras cadas limitaban sus dos
extremos, recogimos todo canto pudimos

hallar, y lo llevamos al lugar donde


trabajbamos. Encontramos extraas
cajas con barritas de metal dentro, con
muchas cuerdas y trozos y rollos de
alambre. Encontramos hilos de cobre
que iban hasta unas extraas y pequeas
bolas de vidrio sobre la pared; en stas
haba hilos de hierro ms delgados que
las telaraas.
Estas cosas nos ayudaron en nuestro
trabajo. No las comprendemos, pero
pensamos que los hombres de los
Tiempos Innombrables deban conocer
el poder del cielo, y que estas cosas
deban tener alguna conexin con tal
poder. No lo sabemos, pero debemos

aprender. No podemos detenernos ahora,


aun cuando nos asusta estar solos en
nuestro conocimiento.
Ningn hombre puede poseer l solo
ms sabidura que los muchos
Estudiosos elegidos por todos los
hombres, por sus conocimientos. Y sin
embargo, nosotros podemos. Hemos
luchado mucho antes de decirlo y ahora
ya lo hemos dicho. No nos importa.
Olvidamos todos los hombres, todas las
preguntas, todo excepto nuestros metales
y nuestros alambres.
Nos queda todava tanto por
aprender! Ante nosotros se abre un
camino muy largo, y qu nos importa si

hemos de recorrerlo solos!

Captulo 4
Transcurrieron muchos das antes de
poder hablar de nuevo con la Dorada.
Pero lleg el da en que el cielo se torn
blanco, como si el sol hubiese hecho
explosin y esparcido sus llamas en el
aire, y los campos estaban silenciosos,
sin aliento, y el polvo de los caminos
era blanco en la luz cegadora. Las
mujeres en los campos estaban cansadas
y realizaban su trabajo lentamente.
Estaban lejos de la carretera cuando
llegamos. Pero la Dorada estaban solas,
junto al seto, aguardando. Nos paramos

y las miramos a los ojos, tan altivos y


desdeosos cuando miraban al mundo,
tornarse dulces y humildes cual si
deseasen obedecer cada palabra nuestra.
Dijimos:
Les hemos dado un nombre en
nuestros pensamientos, Libertad 53000.
Qu nombre?, preguntaron.
La Dorada.
Nosotros tampoco los llamamos
Igualdad 7-2521 cuando pensamos en
ustedes.
Qu nombre nos pusieron?.
Nos miraron a los ojos y
mantuvieron erguida la cabeza y

repusieron:
El Inconquistable.
No pudimos hablar durante largo
rato, luego dijimos:
Estos
pensamientos
estn
prohibidos, Dorada.
Pero
ustedes
tienen
esos
pensamientos y quieren que nosotros los
tengamos.
Las miramos a los ojos y no pudimos
mentir.
S, susurramos, y ellas sonrieron,
luego aadimos: Nuestra querida, no
nos obedezcas.
Retrocedieron y sus ojos estaban
muy abiertos y fijos.

Digan esas palabras de nuevo,


murmuraron.
Qu palabras?, preguntamos.
Mas
ellas
no
contestaron
y
comprendimos.
Nuestra querida, susurramos.
Nunca los hombres haban dicho
esto a las mujeres.
La cabeza de la Dorada se inclin
lentamente la cabeza y se qued inmvil,
los brazos cados a lo largo del cuerpo,
las palmas de las manos vueltas hacia
nosotros, igual que si su cuerpo
desfalleciera, subyugado, a la voluntad
de nuestros ojos. Y no pudimos hablar.
Luego ellas levantaron la cabeza, y

hablaron con sencillez y gentileza, como


si deseasen hacernos olvidar una
ansiedad enteramente suya.
Hace un da caluroso, dijeron, y
han trabajado durante muchas horas y
deben estar cansados.
No, contestamos.
Es ms fresco en los campos,
dijeron, y hay agua para beber. Tienen
sed?.
S, contestamos, pero no
podemos pasar al otro lado del seto.
Podemos traerles agua, dijeron.
Entonces se arrodillaron al lado del
riachuelo, cogieron agua en sus dos
manos y nos la acercaron a los labios.

No sabemos si bebimos aquella


agua. Nos dimos cuenta, repentinamente,
de que las manos estaban vacas, que
an tenamos los labios en ellas y que no
se retiraban.
Levantamos
la
cabeza
y
retrocedimos. Porque no entendamos
qu nos hizo hacer esto y temamos
comprenderlo.
La Dorada tambin retrocedieron y
se miraron las manos, asombradas.
Luego, lentamente, se alejaron, aunque
nadie se acercaba, andando hacia atrs
como si no pudiesen darnos la espalda,
con los brazos tendidos como si no
pudiesen bajar las manos.

Captulo 5
Nosotros lo hicimos. Nosotros lo
creamos. Lo trajimos de la noche de los
tiempos. Nosotros solos. Nuestras
manos. Nuestra mente. Nosotros solos.
No sabemos qu estamos diciendo.
Nuestra mente vacila. Miramos la luz
que creamos. Debemos ser perdonados
por cualquier cosa que digamos esta
noche
Esta noche, despus de ms das de
intentos de los que podemos contar,
terminamos de construir un extrao
artefacto, de los Tiempos Innombrables,

una caja de cristal para dar al poder del


cielo una fuerza mayor de la que
pudimos conseguir hasta entonces. Y
cuando acercamos los cables a esta caja
y cerramos la corriente, el hilo
resplandeci! Se anim, se torn de un
color rojo, y un crculo de luz blanca se
difundi ante nosotros, sobre la piedra.
Nos quedamos inmviles, luego nos
llevamos las manos a la cabeza,
conteniendo
la
respiracin.
No
podamos darnos cuenta de lo que
habamos creado. No habamos tocado
ninguna piedra de chispa, no habamos
encendido ningn fuego. Y, sin embargo,
ah haba luz, una luz que sala del

corazn del metal.


Apagamos la vela. La oscuridad nos
devor. No quedaba nada a nuestro
alrededor, nada salvo la noche y un
pequeo alambre con una llama en l,
como una grieta en el muro de una
prisin. Acercamos las manos al hilo, y
vimos nuestros dedos a la luz roja. No
podamos ver ni sentir nuestro cuerpo, y
en aquel momento no exista ms que
nuestras dos manos en un hilo que
resplandeca sobre un negro abismo.
Luego pensamos en el significado de
aqullos que yaca frente a nosotros.
Podramos iluminar nuestro tnel, y la
Ciudad, y todas las Ciudades del mundo

con un poco de metal y unos hilos.


Podramos dar a nuestros hermanos una
nueva luz, ms clara, ms fuerte que la
conocida. Sera posible someter el
poder del cielo a la voluntad humana.
No hay lmites a sus secretos y su poder,
y todo eso puede estar a nuestro alcance
si elegimos preguntar.
Entonces supimos lo que debamos
hacer. Nuestro descubrimiento es
demasiado grande para que perdamos
nuestro tiempo barriendo las calles. No
podemos quedarnos con nuestro secreto,
ni enterrarlo bajo tierra. Debemos
llevrselo a todos los hombres.
Necesitamos todo nuestro tiempo,

necesitamos las salas de trabajo de la


Casa de los Estudiosos, queremos que
nuestros hermanos Estudiosos nos
ayuden y unir su sabidura a la nuestra.
Hay mucho trabajo por delante, para
todos los Estudiosos del mundo.
Dentro de un mes el Consejo
Mundial de los Estudiosos se reunir en
nuestra Ciudad. Es un gran Consejo para
el cual son elegidos los ms sabios de
todos los pases y que se rene una vez
al ao en las distintas ciudades de la
tierra. Iremos a este Consejo y le
presentaremos, como un regalo, la caja
de cristal que contiene el poder del
cielo. Debemos confesarles todo. Ellos

vern, comprendern y nos perdonarn.


Porque nuestro regalo es ms grande que
nuestra transgresin. Se lo explicarn al
Consejo de las Vocaciones y ellos nos
asignarn a la Casa de los Estudiosos.
Esto no ha ocurrido nunca antes de
ahora, pero tampoco les han ofrecido un
regalo como el nuestro.
Tenemos que esperar. Tenemos que
vigilar nuestro refugio como nunca lo
hemos vigilado antes. Porque nadie que
no sean los Estudiosos debe conocer
nuestro secreto, no lo comprenderan y
no nos creeran. No veran ms que
nuestro crimen de trabajar solos, y
destruiran nuestra luz y a nosotros. No

nos importa nuestro cuerpo, pero nuestra


Luz es
S, nos importa. Por primera vez nos
preocupamos por nuestro cuerpo.
Porque este alambre es una parte de
nuestro cuerpo, como una vena sacada
de nosotros, brillante por nuestra sangre.
Estamos orgullosos de este hilo metlico
y de nuestras manos que lo han hecho.
O existe una lnea para dividir las dos
cosas?
Alargamos los brazos. Por primera
vez nos damos cuenta de cun fuertes
son nuestros brazos. Y un extrao
pensamiento cruza raudo por nuestra
mente: nos preguntamos, por primera

vez en nuestra vida, cmo lucimos. Los


hombres no ven nunca su propio rostro y
no preguntan nunca por l a sus
hermanos porque es maligno interesarse
por sus propias facciones o cuerpos.
Mas esta noche, por una razn que no
sabemos explicarnos, desearamos que
nos fuera posible conocer nuestro
aspecto.

Captulo 6
No hemos escrito desde hace treinta
das. Porque desde hace treinta das no
hemos venido aqu, a nuestro tnel. Nos
han descubierto.
Ocurri la noche en que escribimos
por ltima vez. Olvidamos, aquella
noche, observar la arena del cristal que
nos dice cundo han transcurrido las tres
horas y es tiempo de volver al Teatro de
la Ciudad. Cuando lo recordamos, toda
la arena haba pasado.
Fuimos corriendo al Teatro. Pero la
enorme tienda se levantaba gris y

silenciosa en el cielo.
Las calles de la Ciudad se extendan
ante nosotros oscuras, anchas y
desiertas. Si hubisemos vuelto a
escondernos a nuestro tnel, nos habran
descubierto con nuestra luz. As que
caminamos a la Casa de los
Barrenderos.
Cuando el Consejo de la Casa nos
interrogaron, miramos las caras del
Consejo, pero en ellas no haba
curiosidad, ni ira, ni piedad. As que
cuando el ms viejo de ellos nos
pregunt: Dnde han estado?
pensamos en nuestra caja de cristal, en
nuestra luz y olvidamos todo lo dems.

Contestamos:
No se los diremos.
El ms viejo no nos pregunt nada
ms. Ellos se dirigieron a los dos ms
jvenes, y les dijeron, y su voz tena un
tono aburrido.
Lleven a sus hermanos Igualdad 72521 al Palacio de la Detencin
Correccional. Aztenlos hasta que digan
dnde estuvieron.
Nos llevaron al Cuarto de Piedra,
debajo del Palacio de la Detencin
Correccional. Este cuarto no tiene
ventanas y est vaco, salvo por un poste
de hierro. Dos hombres estaban junto al
poste, vestidos nicamente con un

delantal de cuero y una capucha de


cuero sobre el rostro. Los que nos
haban llevado hasta all se fueron y nos
dejaron con los dos Jueces que estaban
en un rincn del cuarto. Los Jueces eran
pequeos,
delgados,
grises
y
encorvados. Le dieron una seal a los
dos encapuchados.
Ellos nos arrancaron la ropa, nos
tiraron al suelo de rodillas y nos ataron
las manos al poste de hierro.
El primer latigazo nos hizo sentir
como si nuestra espina se hubiera
partido en dos. El segundo latigazo
detuvo al primero y por un segundo no
sentimos nada, el dolor se ator en

nuestra garganta y el fuego corri por


nuestros pulmones sin aire. Pero no
lloramos.
El ltigo silbaba como el viento.
Intentamos contar los golpes, pero
perdimos la cuenta. Sabamos que los
golpes caan en nuestra espalda. Pero ya
no sentamos nada. Una parrilla en
llamas danzaba frente a nuestros ojos, y
no pensamos en nada ms que en esa
parrilla, una parrilla, una parrilla con
cuadrados rojos, y entonces supimos que
estbamos viendo los cuadros de la
parrilla de hierro de la puerta, y tambin
estaban los cuadrados de piedra de las
paredes y los cuadrados que el ltigo

estaba cortando en nuestra espalda,


cruzndose y volvindose a cruzar en
nuestra carne.
Luego vimos un puo ante nosotros.
Nos peg en la barbilla y vimos la roja
espuma de nuestra boca sobre los dedos
secos, y el Juez pregunt:
Dnde han estado?.
Pero nosotros volvimos la cabeza, la
escondimos entre las manos atadas y nos
mordimos los labios.
El ltigo silb de nuevo. Nos
preguntamos quin estara tirando
trocitos de carbn ardiendo sobre el
suelo, porque veamos relucir pequeas
gotas rojas sobre las piedras a nuestro

alrededor.
Luego ya no supimos nada, excepto
dos voces que gruan continuamente,
una despus de otra, si bien sabamos
que hablaban a distancia de varios
minutos una de otra:
Dnde han estado dnde han
estado dnde han estado dnde han
estado dnde han estado dnde han
estado?.
Y nuestros labios se movan, pero el
sonido se nos quedaba en la garganta y
aquel sonido deca solamente:
La luz La luz La luz.
Luego ya no supimos nada.
Abrimos los ojos, yacamos boca

abajo sobre el suelo de ladrillo de una


celda. Vimos dos manos abandonadas
lejos de nosotros, sobre los ladrillos,
las movimos y comprendimos que eran
nuestras propias manos. Pero no
podamos mover nuestro cuerpo.
Entonces sonremos porque pensamos en
la luz y en que no la habamos
traicionado.
Yacimos en nuestra celda durante
muchos das. La puerta se abra dos
veces al da, una vez para los hombres
que nos traan pan y agua, y otra vez
para los Jueces. Muchos Jueces vinieron
a nuestra celda, primero los ms
humildes, despus los ms honrados.

Se pararon ante nosotros con sus


togas y nos preguntaron:
Estn dispuestos a hablar?.
Negamos con la cabeza, mientras
yacamos sobre el suelo ante ellos. Y
entonces se fueron.
Contamos cada da y cada noche
conforme pasaban. Entonces, esta noche,
supimos que debamos escapar. Porque
maana se reunir el Consejo Mundial
de los Estudiosos en nuestra Ciudad.
Fue fcil huir del Palacio de la
Detencin Correccional. Las cerraduras
de las puertas de las celdas son viejas y
no hay guardias. No hay razn para tener
guardias porque los hombres no han

desafiado jams a los Consejos hasta el


punto de huir del lugar a que se les ha
destinado. Nuestro cuerpo est sano y
recobramos las fuerzas rpidamente.
Empujamos la puerta y sta cedi. Nos
deslizamos por los lbregos pasillos y
por las calles oscuras y luego bajamos
hasta nuestro tnel.
Encendimos la vela y vimos que
nuestro lugar no haba sido descubierto,
y que nada haba sido tocado. Y nuestra
caja de cristal estaba delante de
nosotros, sobre la estufa fra, como la
habamos dejado. Qu importaban las
cicatrices sobre nuestra espalda!
Maana, a plena luz del da,

tomaremos nuestra caja, dejaremos


abierto nuestro tnel, y caminaremos por
las calles hasta la Casa de los
Estudiosos. Pondremos delante de ellos
el regalo ms grande que jams se haya
ofrecido a los hombres. Les diremos la
verdad.
Les entregaremos, como nuestra
confesin, estas pginas que hemos
escrito. Uniremos nuestras manos a las
de ellos, y trabajaremos juntos, con el
poder del cielo, por la gloria de la
humanidad. Que nuestra bendicin
descienda sobre nuestros hermanos!
Maana nos tomarn de vuelta y no
seremos desterrados nunca ms. Maana

seremos uno de ustedes de nuevo.


Maana

Captulo 7
Hay mucha oscuridad aqu en el bosque.
Las ramas se mecen sobre nuestra
cabeza, negras contra el cielo dorado. El
musgo es blando y tibio. Dormiremos
sobre este musgo durante muchas
noches, hasta que lleguen las fieras a
destrozar nuestro cuerpo. No tenemos
ms cama que el musgo, ni ms porvenir
que las fieras.
Somos viejos ahora, aunque ramos
jvenes esta maana cuando llevbamos
nuestra caja de cristal a travs de las
calles de la Ciudad hasta la Casa de los

Estudiosos. Ningn hombre nos detuvo,


porque no haba nadie cerca del Palacio
de la Detencin Correccional, y los
otros no saban nada. Nadie nos detuvo
en la puerta. Caminamos por los pasillos
vacos y llegamos a la gran sala donde
el Consejo Mundial de los Estudiosos
celebraba su solemne reunin.
No vimos nada al entrar, salvo el
cielo azul y brillante a travs de los
grandes ventanales.
Luego vimos a los Estudiosos
sentados alrededor de una larga mesa;
eran como nubes sin forma amontonadas
sobre el vasto cielo. Ah estaban los
hombres cuyos famosos nombres

conocamos y otros llegados de tierras


lejanas, cuyos nombres ignorbamos.
Vimos un gran cuadro en la pared, sobre
sus cabezas, que representaba a los
veinte hombres ilustres que inventaron
las candelas.
Todas las cabezas del Consejo se
volvieron hacia nosotros cuando
entramos. Esos grandes y sabios
hombres no supieron que pensar de
nosotros, y nos miraron con asombro y
curiosidad, como si furamos un
milagro. Es cierto que nuestra tnica
estaba rota y llena de manchas oscuras
que haban sido sangre. Levantamos el
brazo derecho y dijimos:

Nuestros saludos para ustedes,


nuestros honorables hermanos del
Consejo Mundial de los Estudiosos!.
Entonces Colectividad 0-0009, los
ms viejos y sabios del Consejo,
hablaron y preguntaron:
Quines son ustedes, hermanos
nuestros? Porque no se ven como
Estudiosos.
Nuestro nombre es Igualdad 72521, contestamos, y somos un
Barrendero de esta Ciudad.
Luego pareci como si un viento
huracanado hubiera golpeado el saln,
todos los Estudiosos hablaron al mismo
tiempo, y estaban enojados y asustados.

Un Barrendero! Un Barrendero
caminando frente al Consejo Mundial de
los Estudiosos! Es inconcebible! Est
en contra de todas las reglas y de todas
las leyes!.
Pero nosotros sabamos como
detenerlos.
Hermanos nuestros! dijimos.
Nosotros no importamos, tampoco
nuestra transgresin.
Son slo nuestros hermanos hombres
los que importan. No nos presten
atencin, porque no somos nadie, pero
escuchen nuestras palabras, porque les
traemos un regalo que jams le han dado
a los hombres. Escchennos, porque

tenemos el porvenir de la humanidad en


nuestras manos.
Entonces ellos escucharon.
Colocamos la caja de cristal delante
de ellos. Hablamos de ella, de nuestras
largas investigaciones, de nuestro tnel
y de nuestra fuga del Palacio de
Detencin Correccional. No se mova
una mano en el saln mientras
hablbamos, ni un ojo se mova. Luego
conectamos los cables a la caja y todos
se inclinaron hacia delante, atentos para
observarla. Nos quedamos inmviles,
con los ojos fijos en los cables. Y
lentamente, lentamente, como un flujo de
sangre, una llama roja tembl en el hilo.

Luego el alambre brill.


Pero el terror se apoder de los
hombres del Consejo. Se pusieron en pie
de un salto, se alejaron corriendo de la
mesa y se apretaron contra la pared,
amontonados, buscando el calor del
cuerpo del vecino para darse valor.
Nosotros los miramos y sonremos,
diciendo.
No teman, hermanos. Hay un gran
poder en estos alambres, pero este
poder est dominado. Es de ustedes, se
los regalamos.
Ellos seguan sin moverse.
!Les damos el poder del cielo!,
gritamos. Les damos la llave de la

tierra! Tmenla y djennos ser uno de


ustedes, el ms humilde entre ustedes.
Trabajemos juntos y dominemos este
poder, y hacer ms fcil el trabajo de los
hombres. Djennos tirar las candelas y
las antorchas. Djennos inundar de luz
las ciudades. Djennos traerle una nueva
luz a los hombres.
Pero ellos nos miraron y de pronto
tuvimos miedo. Porque sus ojos eran
firmes, pequeos y perversos.
Hermanos!,
gritamos.
No
tienen algo que decirnos?.
Entonces Colectividad 0-0009 se
acerc a la mesa y los dems le
siguieron.

S, dijeron Colectividad 0-0009,


tenemos muchas cosas que decirles.
El sonido de sus voces trajeron
silencio al saln y al latido de nuestro
corazn.
S, dijeron Colectividad 0-0009,
tenemos mucho que decirles a unos
delincuentes que han quebrantado las
leyes y que se jactan de su infamia!
Cmo se atreven a creer que su mente
puede poseer ms sabidura que la de
sus hermanos?.
Y si el Consejo ha decretado que
deben ser un Barrendero, cmo se
atreven a pensar que podran ser ms
tiles a los hombres que barriendo las

calles?.
Cmo se atreven?, limpiadores de
alcantarillas, dijo Fraternidad 9-3452,
a considerarse solos y con los
pensamientos de uno en lugar de los de
muchos?.
Deben morir quemados, dijeron
Igualdad 4-6998.
No, deben azotarles, dijeron
Unanimidad 7-3304, hasta que no
quede nada bajo el ltigo.
No, dijeron Colectividad 0-2009,
nosotros no podemos decidir sobre
esto, hermanos. Jams se haba cometido
semejante delito, y no podemos juzgarlo
nosotros. Ni siquiera uno de nuestros

Consejos menores. Debemos entregarle


esta criatura al Consejo Mundial y dejar
que se cumpla su voluntad.
Los miramos e imploramos:
Hermanos! Tienen razn. Dejen
que la voluntad del consejo se cumpla
sobre nuestro cuerpo. No nos importa.
Pero la luz? Qu harn con la luz?.
Colectividad 0-0009 nos miraron y
sonrieron.
Piensan que han encontrado un
nuevo poder?, dijeron Colectividad 00009. Piensan que todos sus hermanos
lo piensan?.
No, contestamos.
Lo que no es pensado por todos los

hombres no puede ser verdad, dijo


Colectividad 0-0009.
Ha trabajado en esto solos?,
preguntaron Internacional 1-5537.
S, repusimos.
Lo que no se hace colectivamente
no puede ser bueno, dijeron
Internacional 1-5537.
Muchos hombres en la Casa de los
Estudiosos tuvieron extraas ideas en el
pasado, dijeron Solidaridad 8-1164,
pero cuando la mayora de sus
hermanos Estudiosos vot contra ellas,
abandonaron tales ideas, como deben
hacerlo todos los hombres.
Esta caja es intil, dijeron

Alianza 6-7349.
Si es lo que ustedes dicen, dijeron
Armona 9-2642, ser la ruina del
Departamento de Candelas. La Candela
es un gran don para la humanidad y est
aprobada por todos. Por consiguiente,
no puede se destruida por la voluntad de
uno solo.
Esto echara por tierra los planes
del
Consejo
Mundial,
dijeron
Unanimidad 2-9913, y sin los Planes
del Consejo Mundial el sol no puede
salir. Tomo cincuenta aos asegurar la
aprobacin de todos los Consejos para
la Candela, y para rehacer los Planes
con el fin de sustituir las antorchas por

candelas. Esto ocup a miles y miles de


hombres que trabajan en gran nmero de
estados. No podemos alterar los Planes
tan pronto.
Y si esto hiciera ms fcil el
trabajo de los hombres, dijo Semejanza
5-0306, sera un gran mal para los
hombres, porque su existencia no tiene
otra razn de ser que la de trabajar para
sus hermanos.
Colectividad 0-0009 se levantaron y
sealaron la caja.
Esta cosa, dijeron, debe ser
destruida.
Y los dems gritaron:
Debe ser destruida.

Entonces nos lanzamos sobre la


mesa.
Tomamos nuestra caja, rechazamos a
todos y corrimos a la ventana. Volvimos
la cabeza, los miramos por ltima vez y
una ira ms que humana nos ahog la
voz en la garganta:
Idiotas!, gritamos. Idiotas! Mil
veces idiotas!.
Rompimos el cristal de la ventana
con el puo y nos lanzamos fuera entre
una lluvia de vidrios rotos.
Camos, pero nuestras manos no
dejaron caer la caja. Entonces corrimos.
Corrimos ciegamente, y hombres y casas
pasaban a nuestro lado como un torrente

sin forma. Y la calle no nos pareca


plana frente a nosotros, sino como si
estuviera voltendose para encontrarnos,
y esperbamos que la tierra se levantara
y nos golpeara en la cara. Corramos.
No sabamos a donde bamos. Slo
sabamos que debamos correr, correr
hasta el fin del mundo, hasta el fin de
nuestros das.
Repentinamente nos dimos cuenta de
que yacamos sobre una tierra blanda y
nos habamos detenido. rboles ms
altos que todos cuantos habamos visto
hasta entonces se levantaban encima de
nosotros en un silencio profundo.
Entonces comprendimos. Estbamos en

el Bosque Inexplorado. No habamos


pensado venir aqu, pero nuestras
piernas haban trado nuestra sabidura,
nuestras piernas nos haban trado al
Bosque Inexplorado contra nuestra
voluntad.
La caja de cristal estaba a nuestro
lado.
Nos
acercamos
a
ella,
arrastrndonos, con la cara entre las
manos y nos quedamos quietos.
Estuvimos as largo rato. Luego nos
levantamos, tomamos nuestra caja y
caminamos en el bosque.
No importaba adonde bamos.
Sabamos que los hombres no nos
habran seguido, porque ellos no entran

nunca en el Bosque Inexplorado. No


tenamos nada que temer de ellos. El
bosque se ocupa de sus propias
vctimas. Esto tampoco nos asustaba.
Slo queramos ir lejos de la Ciudad y
de la atmsfera de la Ciudad. As que
caminamos, con la caja en los brazos y
corazn vaco.
Estamos condenados. Los das que
an quedan por vivir tendremos que
vivirlos solos. Y hemos odo hablar de
la corrupcin que se encuentra en la
soledad. Nos hemos separado de la
verdad que son nuestros hermanos, y no
hay camino de vuelta ni redencin.
Sabemos estas cosas, pero no nos

importan. No nos preocupa nada en la


tierra. Estamos cansados.
Slo la caja de vidrio en nuestras
manos es como un corazn vivo que nos
da fuerza. Nos hemos engaado a
nosotros mismos. No construimos esta
caja para el bien de nuestros hermanos.
La construimos por ella misma. Para
nosotros est por encima de nuestros
hermanos, y su verdad superior a la de
ellos. Por qu pensar en ello? No nos
quedan muchos das de vida.
Caminamos hacia los colmillos que nos
esperan en algn lugar entre los grandes
y silenciosos rboles. No dejamos nada
por lo que nos arrepintamos.

De pronto una sensacin de pena nos


golpe, la primera y la nica. Pensamos
en la Dorada.
Pensamos en la Dorada que no
volveremos a ver. Luego la pena pas.
Es mejor as. Somos uno de los
Condenados. Es mejor si la Dorada
olvida nuestro nombre y el cuerpo que
llevaba aquel nombre.

Captulo 8
Ha sido un da lleno de maravillas, ste,
nuestro primer da en el bosque.
Nos despertamos cuando un rayo de
luz cay sobre nuestra cara. Sentimos el
impulso de ponernos en pie de un salto,
como lo habamos hecho cada maana
de nuestra vida, pero recordamos de
pronto que no haba sonado una
campana, y que no haba ninguna
campana en los alrededores. Seguimos
acostados sobre nuestra espalda,
estiramos los brazos y miramos al cielo.
Los bordes de las hojas tenan un color

de plata fundida que temblaba, se


encrespaba y reluca como un ro verde
y de fuego que ondeaba sobre nosotros.
No
desebamos
movernos.
Pensamos, de pronto, que podramos
quedarnos as todo el tiempo que se nos
antojara, y al pensarlo remos en voz
alta. Podamos tambin levantarnos, o
correr o saltar a nuestro gusto, o caer de
nuevo. Pensbamos que todas estas
ideas no tenan sentido, pero antes de
darnos cuenta, nuestro cuerpo se haba
levantado de un brinco. Los brazos se
estiraron por voluntad propia, y nuestro
cuerpo empez a dar vueltas y ms
vueltas hasta que levant un aire que

hizo mover las hojas de los arbustos.


Luego nuestras manos se agarraron a una
rama e hicieron que nuestro cuerpo se
columpiase del rbol, sin ms razn que
comprobar la fuerza de nuestro cuerpo.
La rama se quebr con nuestro peso y
camos sobre el musgo blando como una
almohada. Entonces nuestro cuerpo,
perdiendo el apoyo, rod sobre el
musgo mientras las hojas secas se
enganchaban a nuestra tnica, a nuestros
cabellos y a nuestro rostro. Y notamos,
de repente, que estbamos riendo,
riendo a carcajadas, riendo como si no
pudiramos hacer otra cosa que rer.
Tomamos nuestra caja y nos

adentramos en el bosque. Anduvimos


abrindonos camino entre las ramas,
como si estuviramos nadando en un mar
de hojas, con los arbustos como olas
subiendo y bajando a nuestro alrededor,
lanzando su verde roco hasta las copas
de los rboles. Los rboles nos
invitaban a seguir adelante. Pareca que
el bosque nos diera la bienvenida.
Seguimos adelante sin preocupaciones,
sin temores, sin nada ms que sentir
salvo el canto de nuestro cuerpo.
Nos detuvimos cuando sentimos
hambre. Vimos pjaros sobre las ramas
de los rboles y otros que volaban muy
cerca de nosotros. Recogimos una

piedra y la lanzamos. El pjaro cay a


nuestros pies. Encendimos un fuego, lo
asamos y nos lo comimos y ninguna
comida haba tenido mejor sabor para
nosotros.
Y
pensamos
que
encontrbamos una gran satisfaccin en
el alimento que conseguimos con
nuestras propias manos. Y deseamos
tener hambre de nuevo, pronto, para
poder volver a sentir este nuevo y
extrao orgullo al comer.
Luego reanudamos la marcha. Y
llegamos a un ro que se deslizaba como
una tira de cristal entre los rboles.
Estaba tan quieto que no vimos el agua,
sino slo una hendidura en la tierra, en

la que los rboles estaban boca abajo, y


el cielo yaca al fondo. Nos
arrodillamos cerca de la corriente y nos
inclinamos para beber. Entonces nos
detuvimos. Porque sobre el azul del
cielo debajo de nosotros, vimos, por
primera vez, nuestro rostro.
Nos quedamos inmviles, sentados,
conteniendo la respiracin. Porque
nuestro rostro y nuestro cuerpo eran
hermosos. Nuestra cara no era como la
de nuestros hermanos a los que nos daba
vergenza mirar. Nuestro cuerpo no era
como el de nuestros hermanos porque
nuestros miembros eran rectos, recios y
fuertes. Pensamos que podamos confiar

en ese ser que nos miraba desde el ro, y


que nada tenamos que temer de l.
Caminamos hasta que el sol se
ocult. Cuando las sombras se reunieron
entre los rboles, nos detuvimos en un
agujero entre las races, donde
dormiramos esa noche. Y, de pronto,
por primera vez en el da, recordamos
que somos los Condenados. Lo
recordamos y remos.
Escribimos en el papel que
habamos escondido en nuestra tnica
junto con las pginas escritas que les
llevamos al Consejo Mundial de los
Estudiosos, pero que no les dimos.
Tenemos mucho que decirnos a nosotros

mismos, y esperamos encontrar las


palabras para decir estas cosas en los
prximos das. Ahora no podemos
hablar, porque no podemos comprender.

Captulo 9
No hemos escrito durante muchos das.
No desebamos hablar. Porque no
necesitbamos palabras para recordar lo
que nos haba pasado.
Al segundo da de estar en el bosque
omos unos pasos detrs de nosotros.
Nos escondimos entre los arbustos y
esperamos. Los pasos se acercaron. Y
entonces vimos la punta de una tnica
blanca entre los rboles y un rayo de
oro.
Saltamos, corrimos a ellas y nos
quedamos viendo a la Dorada. Ellas nos

vieron, y sus manos se apretaron en


puos y los puos le estiraron los brazos
hacia abajo como si fueran cuerdas, cual
si quisieran que sus brazos las
sostuvieran mientras su cuerpo se
tambaleaba.
No nos atrevimos a acercarnos. Les
preguntamos, y nuestra voz tembl:
Cmo llegaron hasta aqu,
Dorada?.
Pero ellas slo susurraron:
Los encontramos.
Cmo es que estn aqu en el
bosque?, preguntamos.
Entonces ellas levantaron la cabeza
y haba un gran orgullo en su voz;

contestaron:
Los seguimos.
Omos que se haban ido al Bosque
Inexplorado, ya que toda la Ciudad
habla de ello. As que en la noche del
da en que lo supimos, escapamos de la
Casa de los Campesinos. Encontramos
las marcas de sus pies en el suelo por el
que ninguno de los hombres camina.
Las seguimos, llegamos a el bosque,
y recorrimos los senderos donde las
ramas estaban rotas por el paso de su
cuerpo.
Su tnica estaba rota y las ramas
haban cortado la piel de sus brazos,
pero hablaban como si no lo notaran,

como si no tuvieran cansancio o temor.


Los seguimos, dijeron, y los
seguiremos dondequiera que vayan. Si
algn peligro los amenaza, nosotros
tambin lo afrontaremos. Si llega la
muerte, moriremos con ustedes.
Ustedes estn condenados y nosotros
deseamos compartir su condena.
Levantaron la vista hacia nosotros,
su voz era baja, haba un tono de
amargura y triunfo en ella:
Sus ojos son como llamas, en los
de nuestros hermanos no hay fuego o
esperanza. Su boca est cortada de
granito, la de nuestros hermanos es
suave y humilde. Su cabeza es altiva, la

de nuestros hermanos se encorva.


Ustedes caminan, nuestros hermanos se
arrastran. Deseamos estar condenadas
con ustedes, lo preferimos a estar
bendecidas
con
todos
nuestros
hermanos. Hagan lo que quieran con
nosotros, pero no nos alejen de su lado.
Se arrodillaron e inclinaron su rubia
cabeza ante nosotros.
Nunca pensamos lo que hicimos en
aquel momento. Nos inclinamos para
levantar a la Dorada, cuando nuestras
manos tocaron su cuerpo, fue como si
nos atacara la locura. Tomamos su
cuerpo y presionamos nuestros labios
contra los suyos. La Dorada respir y en

su aliento hubo una especie de gemido,


entonces sus brazos se apretaron contra
nosotros.
Nos quedamos juntos por un largo
rato. Y nos aterrorizaba pensar que
habamos vivido veintin aos sin saber
que los hombres pueden conocer la
dicha.
Entonces dijimos:
Querida nuestra. No tengan miedo
del bosque. No hay peligro en la
soledad. No necesitamos a nuestros
hermanos. Djanos olvidar su bondad y
nuestra maldad, djanos olvidar todo,
salvo que estamos juntos y que hay dicha
entre nosotros. Dennos su mano. Miren

hacia delante. Es nuestro mundo,


Dorada,
un mundo
extrao
y
desconocido, pero nuestro.
Luego caminamos por el bosque, con
su mano entre la nuestra.
Aquella noche supimos que sostener
el cuerpo de una mujer entre nuestros
brazos no es una cosa fea ni vergonzosa,
sino el xtasis otorgado a la raza
humana.
Hemos caminado durante muchos
das. El bosque no tiene fin, y nosotros
no buscamos ningn fin. Cada da
aadido a la cadena de los das que nos
separan de la Ciudad es como una nueva
bendicin.

Hicimos un arco y muchas flechas.


Podemos matar ms aves de las que
necesitamos para nuestro sustento;
encontramos agua y frutas en el bosque.
Por la noche, elegimos un claro entre los
rboles y encendemos un anillo de
fogatas a nuestro alrededor. Dormimos
en el centro de este crculo y las fieras
no se atreven a atacarnos. Vemos sus
ojos, verdes y amarillos como carbones
resplandecientes, mirndonos entre las
ramas de los rboles. El fuego arde
como una corona de llena de joyas a
nuestro alrededor, y el humo se queda
quieto en el aire en columnas que se
tornan azules a la luz de la luna.

Dormimos juntos en el centro del


crculo; los brazos de la Dorada rodean
nuestro cuerpo, su cabeza descansa
sobre nuestro pecho.
Algn da nos detendremos y
construiremos una casa, cuando estemos
lo suficientemente lejos. Pero no
tenemos que apresurarnos. Los das
frente a nosotros no tienen fin, como el
bosque.
No podemos comprender esta nueva
vida que hemos encontrado, pero todo
nos parece simple y claro. Cuando nos
llegan
preguntas
que
debemos
responder, caminamos ms de prisa,
entonces nos volvemos a mirar a la

Dorada que nos sigue. La sombra de las


hojas cae sobres sus brazos mientras
aparta las ramas, pero sus hombros estn
iluminados por el sol. La piel de sus
brazos es azul como la niebla, pero sus
hombros son blancos y brillantes, como
si la luz en lugar de descender de arriba,
surgiese de su interior. Nos fijamos en
una hojita cada sobre sus hombros, que
descansa en la curva de su cuello y en
ella centellea una gota de roco. Ellas se
acercan a nosotros, luego se detienen,
riendo, saben lo que pensamos, y
esperan obedientes, sin preguntar nada,
hasta que nos place proseguir el camino.
Seguimos adelante y bendecimos la

tierra bajo nuestros pies. Peto las


preguntas nos atormentan nuevamente,
mientras avanzamos en silencio. Si lo
que hemos hallado es la corrupcin de
la soledad, qu otra cosa pueden desear
los hombres que no sea la corrupcin?
Si ste es el gran mal de estar
solos, entonces, qu es el bien y qu es
el mal?
Todo lo que procede de muchos es
bueno. Todo cuanto procede de uno solo
es malo. Esto es lo que nos han
enseado desde nuestro primer da de
vida. Hemos quebrantado la ley, pero
nunca lo dudamos. Ahora, mientras
caminamos por el bosque, aprendemos a

dudar.
No hay vida para los hombres,
excepto en el trabajo til para el bien de
todos sus hermanos.
Pero nosotros no vivamos cuando
trabajbamos para nuestros hermanos,
slo estbamos cansados. No hay dicha
para los hombres, excepto la compartida
con sus hermanos. Pero las dos nicas
cosas que nos han dado dicha fue el
poder creado con nuestros cables y la
Dorada. Y ambas dichas nos pertenecen
a nosotros solos, vienen solo de
nosotros, no tienen relacin con nuestros
hermanos en ninguna forma. Entonces
nos preguntamos.

Hay una especie de error, un error


aterrorizante, en el pensamiento de los
hombres. Cul es este error? No lo
sabemos, el conocimiento lucha dentro
de nosotros, lucha para nacer.
Hoy la Dorada se pararon
repentinamente y dijeron:
Los amamos.
Pero en seguida fruncieron las cejas,
movieron la cabeza y nos miraron
afligidas.
No, susurraron, esto no es lo que
queramos decir.
Estaban en silencio, entonces
hablaron despacio y sus palabras eran
imperfectas, como las de un nio que

aprende a hablar por primera vez:


Nosotros somos una sola y
nica y los amamos a ustedes que son
uno solo y nico.
Nos miramos a los ojos y
comprendimos que el soplo de un
milagro nos haba rozado, y haba
volado lejos, dejndonos con una
incertidumbre vaga.
Y nos sentamos atormentados,
atormentados por una palabra que no
conseguamos descubrir.

Captulo 10
Estamos sentados a una mesa y
escribimos estos renglones sobre un
papel hecho hace miles de aos. La luz
es dbil y no podemos ver a la Dorada,
slo un rizo dorado sobre la almohada
de una cama antigua. sta es nuestra
casa.
Llegamos a ella hoy, al amanecer.
Cruzamos una cadena de montaas
durante muchos das. El bosque suba
entre los peascos y a dondequiera que
caminbamos veamos una barrera con
grandes picos de roca al este, al oeste,

al norte y al sur, hasta donde alcanzaba


nuestra mirada. Las cumbres eran rojo y
caf, con franjas verdes de bosque como
venas sobre ellas y con vapores azules
que parecan velos en sus cabezas. No
habamos odo hablar nunca de estas
montaas ni las habamos visto
sealadas en los mapas. El Bosque
Inexplorado las haba protegido de las
Ciudades y de los hombres de las
Ciudades.
Trepamos por senderos en los que
las cabras salvajes no se hubieran
atrevido a poner pie.
Piedras rodaban bajo nuestros pies y
las omos rebotar contra las rocas de

abajo una y otra vez, y siempre ms


abajo, y las montaas resonaban como
bvedas a cada golpe y aun mucho rato
despus de haber cesado el ruido. Pero
nosotros seguamos adelante porque
sabamos que nadie podra seguirnos o
alcanzarnos all.
Esta maana, al amanecer, vimos una
llama blanca entre los rboles, arriba,
sobre una empinada cuesta ante
nosotros. Pensamos que se trataba de un
incendio y nos detuvimos.
Pero la llama no se mova, aunque
ondulaba como metal lquido. Y ah,
ante nosotros, sobre una cumbre
espaciosa, con las montaas que se

levantaban detrs de ella, haba una casa


como no habamos visto otra igual, y
aquel resplandor era producido por el
sol sobre el cristal de sus ventanas.
La casa tena dos plantas y un
extrao techo, plano como un piso.
Haba ms ventanas que muros en las
paredes, y las ventanas eran rectas en
los ngulos y no alcanzbamos a
comprender cmo poda sostenerse la
casa de esa manera. Los muros eran
duros y lisos, de esa piedra que no
pareca piedra que habamos visto en
nuestro tnel.
Ambos
comprendidos
sin
decrnoslo: esta casa haba quedado

desde los Tiempos Innombrables. Los


rboles la haban protegido contra el
tiempo y las estaciones, y contra los
hombres que son menos piadosos que el
tiempo y las estaciones. Miramos a la
Dorada y preguntamos:
Tienen miedo?.
Ellas
movieron
la
cabeza
negativamente la cabeza. Caminamos a
la puerta, la abrimos y entramos en la
casa de los Tiempos Innombrables.
Necesitaremos todos los das y los
aos que an nos quedan por vivir para
ver, aprender y comprender las cosas
que hay en esta casa. Hoy, slo podemos
mirar y procurar creer en nuestros ojos.

Apartamos las pesadas cortinas de las


ventanas y vimos que las habitaciones
eran pequeas; al parecer no habran
podido estar aqu ms de una docena de
hombres.
Y pensamos que era muy raro que le
hubieran permitido a los hombres
construir una casa slo para doce
personas.
Jams habamos visto habitaciones
tan llenas de luz. Los rayos del sol
bailaban con colores, colores y ms
colores de los que nos parecan
posibles, nosotros que slo habamos
visto casas blancas, grises o cafs.
Haba grandes piezas de cristal sobre

las paredes, pero no era cristal porque


en su superficie reluciente veamos
nuestros cuerpos y las cosas que estaban
detrs de nosotros, como pas con
nuestra cara en el lago. Haba cosas
extraas que no habamos visto nunca y
cuyo uso ignorbamos. Y haba globos
de cristal en todos lados, en cada cuarto,
globos de cristal sellados con telaraas
de alambre dentro, como las que
habamos visto en nuestro tnel.
Encontramos el dormitorio y nos
quedamos en el umbral. Porque era un
cuarto pequeo que contena dos camas.
No encontramos ms camas en la casa, y
comprendimos que all haban vivido

dos personas solamente. Esto nos


pareca incomprensible. Qu tipo de
mundo tenan los hombres de los
Tiempos Innombrables?
Encontramos ropa y la Dorada
contuvo la respiracin al mirarla.
Porque no eran tnicas blancas o togas
blancas; eran piezas de todos los
colores, no haba dos iguales. Algunas
se convirtieron en polvo en cuanto los
tocamos, pero otras eran de tela ms
pesada y se sintieron suaves y nuevas
entre nuestros dedos.
Encontramos una habitacin con las
paredes cubiertas de estanteras que
contenan hileras de manuscritos, desde

el suelo hasta el techo. Nunca habamos


visto tantos juntos y tampoco de una
forma tan extraa. No estaban blandos ni
enrollados, sino cubiertos con tapas de
piel y tela, y las letras de las pginas
eran tan pequeas y estaban tan juntas
que nos asombramos de que los hombres
pudieran escribir as a mano. Hojeamos
algunas pginas y vimos que estaban
escritas en nuestro idioma, pero
tropezamos con muchas palabras que no
podamos
comprender.
Maana
empezaremos a leer estos manuscritos.
Cuando vimos todos los cuartos de
la casa, miramos a la Dorada y ambos
sabamos lo que estbamos pensando.

Nunca dejaremos este lugar,


dijimos, ni dejaremos que nos lo
quiten. ste es nuestra hogar y el final
de nuestro viaje. sta es su casa,
Dorada, y la nuestra y no pertenece a
nadie ms por grande que sea la tierra.
Nosotros no la compartiremos con otros,
como tampoco compartimos con otros
nuestra dicha, nuestro amor, nuestra
hambre. Y as ser hasta el final de
nuestros das.
Su voluntad se cumplir, dijeron.
Salimos a recoger lea para el gran
hogar de nuestra casa. Trajimos agua de
un ro que corre entre los rboles bajo
nuestras ventanas. Matamos una cabra

montesa y trajimos la carne para


cocinarla en una extraa vasija de cobre
que encontramos en un lugar lleno de
cosas maravillosas que debi ser la
cocina de la casa.
Hicimos todo esto solos, porque
ninguna palabra nuestra pudo arrancar a
la Dorada del gran cristal que no era
cristal. Se quedaron ante l y miraban y
miraban su propio cuerpo.
Cuando el sol se hundi entre las
montaas, la Dorada qued dormida en
el suelo, rodeada de joyas, botellas de
cristal y flores de seda. Levantamos a la
Dorada en nuestros brazos y la llevamos
a la cama, su cabeza caa suavemente

sobre nuestro hombro. Encendimos una


vela y trajimos papel del cuarto de los
manuscritos, nos sentamos junto a la
ventana, porque sabamos que no
podramos dormir esta noche.
Ahora miramos la tierra y el cielo.
Esta franja de roca, los picos y la luz de
la luna son como la imagen de un mundo
listo para nacer, un mundo que espera.
Parece esperar de nosotros un signo, una
chispa, una primera orden. No sabemos
qu palabra hemos de pronunciar, ni qu
gran gesto espera esta tierra de nosotros.
Sabemos que espera. Debemos darle una
meta, debemos darle significado a todo
este espacio de roca y cielo que

resplandece.
Miramos hacia delante, le rogamos a
nuestro corazn la gua para responderle
a esa voz que no ha sido pronunciada,
pero que hemos escuchado. Miramos
nuestras manos. Vemos el polvo de
siglos, el polvo que oculta los grandes
secretos y quizs los grandes males. Sin
embargo, no suscita miedo en nuestro
corazn, sino slo piedad y silenciosa
reverencia.
Qu nos sea revelado el
conocimiento! Cul es el secreto que
nuestro corazn parece haber entendido
pero que no quiere revelarnos aunque
parezca intentar decrnoslo con sus

latidos?

Captulo 11
Yo soy. Yo pienso. Yo lo har.
Mis manos. Mi espritu. Mi cielo.
Mi bosque. Esta tierra es ma.
Qu debo decir adems de esto?
stas son las palabras. sta es la
respuesta.
Estoy aqu, en la cumbre de la
montaa. Levanto la cabeza y alargo los
brazos. Este mi cuerpo y este mi
espritu, ste es el fin de mi bsqueda.
Deseaba conocer el significado de las
cosas. Yo soy el significado. Deseaba
encontrar justificacin para ser, y no

palabras de sancin por ser. Yo soy la


justificacin y la sancin.
Son mis ojos los que ven, y la
mirada de mis ojos confiere belleza a la
tierra. Son mis odos los que escuchan, y
mi capacidad de escuchar le da msica
al mundo. Es mi mente la que piensa, y
el juicio de mi mente es la nica luz que
puede encontrar la verdad. Es mi
voluntad la que elige y la eleccin de mi
voluntad es el nico edicto que debo
respetar.
Me dieron muchas palabras, algunas
son sabias, otras son falsas, pero slo
tres son sagradas: Yo lo har!.
En cualquier camino que tome, la

estrella gua est en mi interior; la


estrella gua y la brjula que apunta la
direccin. Apuntan en una direccin.
Apuntan hacia m.
No s si esta tierra en la que estoy
parado es el corazn del universo o si
slo es una partcula de polvo perdido
en la eternidad. No lo s ni me
preocupa. Lo que s es que la felicidad
es posible para m en la tierra. Y mi
felicidad no necesita un fin superior
para ser posible.
Mi felicidad no es un medio para
ningn fin. Ella es el fin. Ella es la meta.
Ella es su propio propsito.
Tampoco yo soy el medio para

ningn fin que cualquier otro quiera


cumplir. No soy una herramienta para
ser usada. No soy un sirviente para sus
necesidades. No soy una cura para sus
heridas. No soy una pieza de sacrificio
para sus altares.
Yo soy un hombre. Este milagro de
ser yo es mo para poseerlo y
conservarlo, mo para cuidarlo, y mo
para usarlo, mo para arrodillarme ante
l!
No cedo mis tesoros ni los
comparto. La riqueza de mi alma no
debe ser recogida en pedazos de cobre y
esparcida al viento como limosna para
los pobres de espritu. Yo guardo mis

tesoros: mis pensamientos, mi voluntad


y mi libertad. Y el ms grande es mi
libertad.
No le debo nada a mis hermanos,
ellos tampoco tiene ninguna deuda para
conmigo. No le pido a nadie que viva
para m, ni yo vivo para nadie. No deseo
el alma de ningn hombre, no quiero que
nadie desee la ma.
No soy ni amigo ni enemigo de mis
hermanos, soy tan slo como cada uno
de ellos puede merecerme. Y para lograr
mi amor, mis hermanos han de hacer
algo ms que haber nacido.
Yo no concedo mi amor sin razn, ni
al primero que pasa y me lo pide. Honro

a los hombres concedindoles mi amor.


Pero el honor es algo que debe ser
ganado.
Podr escoger amigos entre los
hombres, pero no dueos ni esclavos. Y
elegir solamente los que me gusten, y
les honrar, les amar y respetar, pero
no les obedecer sus rdenes.
Uniremos nuestras manos cuando lo
deseemos e iremos solos cuando nos
parezca preferible. Porque en templo de
su espritu, cada hombre est solo.
Dejemos que cada hombre mantenga su
templo intacto e inmaculado. Y entonces,
que una sus manos a las de los otros si
as lo desea, pero solamente afuera de

ese lugar sagrado.


La palabra nosotros no debe ser
pronunciada, salvo por la eleccin de
cada uno y despus de pensarlo dos
veces. Esta palabra nunca debe ser
puesta primero en el alma de los
hombres, porque se convierte en un
monstruo, en la raz de todos los males
en la tierra, la raz de la tortura de los
hombres por los hombres y es una
mentira impronunciable.
La palabra nosotros fue como cal
que se col entre los hombres, que los
endureci como la piedra, y destruy
todo dentro de ellos, y todo lo que era
blanco y lo que era negro se ha perdido

por igual en una forma gris. sta es la


palabra con la que lo depravado roba la
virtud a lo bueno, por la que lo dbil le
roba la voluntad a la fuerza, por la que
los tontos le roban la sabidura a los
sabios.
Qu sera de mi dicha, si todas las
manos, incluso las ms inmundas,
pudieran aferrarla?
Qu sera de mi sabidura, si hasta
los tontos pudieran influir sobre m?
Qu sera mi libertad si todas las
criaturas, aun las ms viles e impotentes,
fueran mis dueos? Qu sera mi vida,
si tuviera que inclinarme, aprobar y
obedecer?

Pero yo ya acab con este credo de


corrupcin.
Yo acab con el monstruo del
nosotros, la palabra de servidumbre,
de saqueo, de miseria, mentira y
vergenza.
Y ahora contemplo el rostro de dios,
y levanto a este dios sobre la tierra, este
dios que los hombres han deseado desde
que existen, este dios que les dar la
dicha, la paz y el orgullo.
Este dios, esta sola palabra: Yo.

Captulo 12
Sucedi que cuando estaba leyendo el
primero de los libros que encontr en mi
casa encontr la palabra Yo. Y cuando
entend esta palabra, el libro se me cay
de las manos, y yo tambin ca al suelo y
llor, yo que nunca conoc las lgrimas.
Llor por mi liberacin y de compasin
hacia todos los hombres.
Entend la bendicin en todo aquello
que yo haba llamado mi maldicin.
Entend por qu lo mejor en m haban
sido mis pecados y mis transgresiones; y
por qu nunca me sent culpable por mis

pecados. Entend que siglos de cadenas


y de ltigos no pueden acabar con esta
verdad en el cuerpo del hombre.
Le muchos libros, durante muchos
das, luego llam a la Dorada y le dije
lo que haba ledo y aprendido. Me mir
y sus primeras palabras fueron:
Yo te amo.
Entonces dije:
Querida ma, no es bueno para los
hombres no tener un nombre. Hubo un
tiempo en que cada uno de los hombres
tena un nombre que le distingua de los
dems. Debemos elegir nuestros
nombres. Le sobre un hombre que vivi
hace miles de aos, y de todos los

hombres de este libro, es el suyo el que


quiero llevar. l tom la luz de los
dioses y la llev a los hombres, y le
ense a los hombres a ser dioses. Y
sufri por tal hazaa como deben sufrir
todos los portadores de luz. Su nombre
era Prometeo.
Ese ser tu nombre, dijo la
Dorada.
Y he ledo de una diosa, dije,
que era la madre de la tierra y de todos
los dioses. Su nombre era Gea. Ese ste
tu nombre, Dorada ma, porque nosotros
hemos de construir un nuevo mundo y t
has de ser la madre de una nueva casta
de dioses.

Ese ser mi nombre, dijo la


Dorada.
Ahora miro adelante. Mi futuro est
claro ante m. El Santo de la hoguera vio
el futuro cuando me escogi como
heredero, como heredero de todos los
santos y todos los mrtires que le
precedieron y que perecieron por la
misma causa, por la misma palabra,
cualquiera que fuese el nombre dado a
su causa y a su verdad.
Vivir aqu, en mi propia casa.
Tomar mi comida de la tierra por el
trabajo de mis propias manos.
Aprender los secretos de todos mis
libros. A travs de los aos por venir,

reconstruir los logros del pasado, y


abrir el camino para llevar ms lejos
esos logros abiertos para m, pero
cerrados para mis hermanos, porque sus
mentes estn trabadas por las cadenas
mantenidas por los ms dbiles y por los
ms ignorantes que ellos.
Aprend que el poder del cielo era
conocido por los hombres hace mucho
tiempo; ellos lo llamaban Electricidad.
Era el poder que mova sus mejores
inventos. Iluminaba esta casa con la luz
que difundan esos globos de cristal en
las paredes. Encontr la mquina que
produca la luz. Aprender el modo de
arreglarla y hacer que trabaje de nuevo.

Aprender a usar los cables que


conducen
este
poder.
Entonces
construir una barrera de cables
alrededor de mi casa y a travs de los
senderos que conducen a ella. Una
barrera sutil como una telaraa y ms
impenetrable que un muro de granito.
Una barrera que mis hermanos no sern
capaces de atravesar. Porque ellos no
tienen nada con que pelear conmigo,
salvo la fuerza bruta de sus nmeros. Yo
tengo una mente.
Luego, aqu en la cumbre de la
montaa, con el mundo debajo de m y
nada por encima excepto del sol, vivir
mi verdad. Gea lleva en su seno a mi

hijo. l ser criado para decir Yo y


afrontar el orgullo de ello. Le ensear a
ir derecho y con sus propios pies, le
ensear el respeto hacia su propio
espritu.
Cuando haya ledo todos los libros y
haya aprendido mi nuevo camino,
cuando mi casa est preparada, y mi
tierra cultivada, ir secretamente, y por
ltima vez, a la Ciudad maldita donde he
nacido. Llamar a mi amigo que no tiene
ms nombre que Internacional 4-8818, y
a todos los que se le parecen, a
Fraternidad 2-5503 que llora sin motivo,
a Solidaridad 9-6347 que pide auxilio
en la noche, y a pocos ms. Llamar a

mi lado a todos los hombres y mujeres


cuyo espritu no haya sido ahogado en
ellos y que sufren bajo el yugo de sus
hermanos.
Ellos me seguirn y yo los conducir
a mi fortaleza. Y aqu, en esta soledad
desconocida, yo junto a ellos, mis
amigos, mis compaeros en la tarea de
construccin, escribiremos el primer
captulo de la nueva historia del hombre.
Esto es cuanto tengo delante. Y
mientras estoy aqu en el umbral de la
gloria, miro por ltima vez hacia atrs.
Miro la historia de los hombres que he
aprendido en los libros y me quedo
asombrado. Es una larga historia y el

que la dictaba era el espritu de la


libertad humana.
Pero qu es la libertad? Libertad
de qu? No hay nada que pueda
arrebatar la libertad a un hombre que no
sean otros hombres. De modo que, que
para ser libre, un hombre debe liberarse
de sus hermanos. sta es la Libertad.
sta y slo sta.
En un principio el hombre fue
esclavizado por los dioses. Pero l
rompi las cadenas. Entonces fue
esclavizado por los reyes y por las
muchedumbres que se inclinaban ante
los reyes.
Mas l rompi aquellas cadenas.

Fue esclavizado por su nacimiento, por


su gente. Mas l rompi aquellas
cadenas. l declar a todos sus
hermanos que el hombre tiene derechos
que ni dios, los reyes o los otros
hombres pueden arrebatarle.
l se qued en el umbral de la
libertad por la que tanta sangre se
derram en los siglos que le haban
precedido.
Pero entonces se rindi, perdi lo
que haba ganado y cay ms abajo que
su salvaje comienzo.
Qu hizo que esto pasara? Qu
desastre tom la razn y la llev lejos
de los hombres?

Qu ltigo les hizo arrodillarse


vergonzosa
y
sumisamente?
La
adoracin a la palabra nosotros.
Cuando los hombres aceptaron esa
adoracin, la estructura de los siglos
cay hecha polvo a sus pies, aquella
estructura cuyas semillas nacieron cada
una del pensamiento de un hombre
distinto, cada cual en su tiempo, a travs
de los siglos, de la profundidad de un
espritu que exista slo para s mismo.
Los hombres que sobrevivieron los
que desearon obedecer, los que
deseaban vivir para los otros, desde el
momento que no tenan otra cosa que los
reivindicara, aquellos hombres no

pudieron ni continuar ni conservar lo


que haba recibido, hicieron que toda la
ciencia, toda la sabidura perecieran
sobre la tierra. De este modo los
hombres, aquellos hombres que no
tenan nada que ofrecer excepto su gran
nmero, perdieron las torres de acero, y
los barcos voladores y los potentes hilos
que no haban creado y que no podan
conservar. Quizs luego nacieron
hombres cuyo talento y valor hubieran
podido encontrar de nuevo las cosas
perdidas; quizs estos hombres se
presentaron ante el Consejo de los
Estudiosos. Se les contest como se me
contest a m, y por las mismas razones.

Todava me pregunto cmo fue


posible, en aquellos tristes das de
transicin, hace tanto tiempo, que los
hombres no vieran hacia dnde se
dirigan, y siguieron adelante dbiles y
ciegos, hacia su destino. Me asombra,
porque es difcil para m concebir cmo
hombres que conocan la palabra Yo,
pudieron abandonarla sin saber lo que
haban perdido. Pero sta ha sido la
historia, porque yo he vivido en la
Ciudad de los malditos, y s del horror
que los hombres permitieron que se
esparciera sobre ellos.
Tal vez, en aquellos das, haba entre
ellos unos cuantos hombres, algunos

pocos de claro entendimiento, algunos


de alma y mirada clara, que se negaban
a entregar el mundo. Qu agona debi
de ser comprender lo que se les vena
encima y sin poder evitarlo! Quizs
gritaron en seal de protesta y de
alarma. Y ellos, esos pocos, pelearon
una batalla sin esperanza, y perecieron
con sus banderas empapadas en su
propia sangre. Y prefirieron morir,
porque saban. A ellos envo mi saludo y
mi piedad a travs de los siglos.
Suya es la bandera en mi mano. Y
quisiera poder decirles que la
desesperacin de sus corazones no
debi ser completa, ni su noche sin

esperanza. Porque la batalla que


perdieron no puede perderse jams.
Aquello por cuya salvacin murieron no
puede perecer. A travs de toda la
oscuridad, a travs de toda la vergenza
de que son capaces los hombres, aunque
sea durante siglos y siglos, el espritu
del hombre permanecer vivo sobre la
tierra. Puede dormitar, pero se
despertar. Puede estar atado con
cadena, pero se liberar. Y el hombre
seguir adelante. El hombre, no los
hombres.
Aqu, en esta montaa, yo, mis hijos
y mis amigos escogidos, construiremos
nuestro pas y nuestro fuerte. Y ste se

transformar en corazn de la tierra,


perdido y oculto en los primeros
momentos, pero que latiendo, latiendo,
latiendo ms fuerte cada da. Y la
noticia llegar a todos los rincones de la
tierra. Y los caminos del mundo sern
como venas que llevarn la sangre mejor
a mi puerta. Y todos mis hermanos, y los
Consejos de mis hermanos oirn hablar
de ello, pero nada podrn contra m. Y
llegar el da en que quebrar las
cadenas de la tierra, arrasar las
ciudades de los esclavos y mi hogar se
convertir en la capital de un mundo
donde cada hombre ser libre de existir
para s mismo.

Por la llegada de ese da luchar Yo,


mis hijos y mis amigos. Por la libertad
del hombre. Por sus derechos. Por su
honor.
Y aqu, en el portal de mi fortaleza,
grabar en piedra la palabra que ha de
ser nuestra antorcha y nuestra bandera.
La palabra no morir, aunque
perezcamos todos en la batalla. La
palabra que no puede morir sobre esta
tierra, porque es su corazn, su espritu
y su gloria.
La palabra sagrada:
EGO

AYN RAND. Seudnimo de Alisa


Zinvievna
Rosenbaum
(San
Petersburgo, Imperio ruso, 2 de febrero
de 1905 Nueva York, Estados Unidos,
6 de marzo de 1982), filsofa y escritora
estadounidense
de
origen
ruso,
ampliamente conocida por haber escrito

El manantial y La rebelin de Atlas, y


por haber desarrollado un sistema
filosfico
al
que
denomin
objetivismo.
Rand defenda el egosmo racional,
el individualismo, y el capitalismo
laissez faire, argumentando que es el
nico sistema econmico que le permite
al ser humano vivir como ser humano, es
decir, haciendo uso de su facultad de
razonar y de elegir. En consecuencia,
rechazaba absolutamente el socialismo,
el altruismo y la religin.
Entre sus principios sostena que el
hombre debe elegir sus valores y sus
acciones mediante la razn, que cada

individuo tiene derecho a existir por s


mismo, sin sacrificarse por los dems ni
sacrificando a otros para s, y que nadie
tiene derecho a obtener valores
provenientes de otros recurriendo a la
fuerza fsica ni a la coercin.
Teniendo la conviccin de que los
gobiernos tienen una funcin legtima
pero limitada, a Ayn Rand no se le
puede confundir con una anarquista,
pudiendo en cambio ser considerada
liberal y minarquista, pese a que ella
nunca us este ltimo trmino para
referirse a s misma.
Interesada en el cine y en especial en
los guiones, estudi en el Instituto

Estatal de Artes Cinematogrficas, y, en


1925, con motivo de una visita familiar,
march a Estados Unidos, de donde
nunca volvera, adquiriendo esta
nacionalidad en 1931. Consigui
trabajos espordicos en Hollywood
como guionista e incluso intrprete, y ya
desde entonces, continu con su carrera
literaria y filosfica. Sus libros siguen
vendindose por millares en Estados
Unidos y otros pases del mundo.

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