CALAMANDREI Proceso Justicia
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PROCESO Y JUSTICIA
2014
PIERO CALAMANDREI
PROCESO Y
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Al dar la bienvenida de la Facultad Jurdica florentina a los colegas procesalistas reunidos aqu procedentes de todas las partes del mundo,
no puedo dejar de sealar, adems del significado cientfico, espiritual
y hasta podra decir el sentimental y pattico, de este congreso, en el
que nos encontramos y nos contamos como sobrevivientes de un inmenso naufragio, y nos sentimos hermanados, mucho ms que antes, aun
cuando procedentes de diversas patrias territoriales, en una sola patria
del espritu, hecha de comunes dolores que se han pasado y de comunes propsitos para el porvenir.
Desde la poca en que se celebraban congresos, como este de hoy
que reanuda la antigua costumbre, de libres estudiosos voluntariamente operantes al servicio de la verdad y no de pobres funcionarios
uniformados, sometidos al servicio de una tirana (recuerdo todava el
ltimo de estos congresos libres, el de Viena de 1928; y aqu tengo
la alegra de ver de nuevo hoy a varios de los amigos conocidos en
aquella ocasin), ha pasado sobre el mundo un perodo tenebroso del
que querramos no recordar ya los acontecimientos: como en aquellas zonas inexploradas, llenas de misteriosos terrores, sobre las que
los antiguos gegrafos escriban hic sunt leones, nosotros querramos
limitarnos a escribir sobre estos veinte aos de la historia del mundo
que quedan detrs de nuestras espaldas, un solo tema: hic sunt ruinae; y tomar de nuevo el camino sin mirar atrs.
Tambin nosotros los juristas nos hemos puesto de nuevo al trabajo,
tratando de no mirar atrs. Para los habitantes de ciertas zonas ssmicas no vale la prueba de las devastaciones peridicas para debilitar
su apego a aquella patria poco firme, y despus de cada cataclismo
comienzan de nuevo obstinadamente a reconstruir sobre la misma tieINSTITUTO PACFICO
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Respecto del tercer tema que ha de tratarse en este congreso, esto es,
acerca de los estudios del derecho procesal en Italia, oiris, ilustres
colegas, una relacin de tono ms bien eufrico y optimista; est bien
que ocurra as, porque es la relacin de un joven. Pero, en realidad,
aun entre aquellos a quienes alcanza ms en Italia el mrito de haber elevado con su obra el estudio del proceso civil a tanta perfeccin
de virtuosismo sistemtico, se han manifestado en estos ltimos aos
perplejidades y desalientos, que a m me parecen ms significativos y
ms fecundos (siempre que se sepa aprovechar el consejo para el futuro) que los fciles optimismos en que otros se complacen. A producir
este sentido angustioso de extravo, ha concurrido uno de los hechos
ms tpicos y que ms conturban, para nosotros los juristas, de esta
crisis de la civilizacin: el hecho de que el retorno general a la bestialidad colectiva no se haya producido en forma de abierta rotura de
la legalidad como furia de instintos animales dirigidos sin ley al asesinato y al saqueo, sino que se haya disfrazado de ejercicio de autoridad, acompaado de las formas tradicionales del proceso, de aquellas
formas que todos estbamos habituados a considerar como garantas
de pacfica justicia. En las aulas donde estbamos acostumbrados a
venerar magistrados serenos e imparciales, asesinos y depredadores
disfrazados de jueces se han sentado en aquellos sitiales, y han dado a
sus fechoras el nombre y el sello de sentencias; tribunales especiales,
tribunales extraordinarios; tribunales de guerra, tribunales de partido,
en los cuales, bajo la toga usurpada era visible el negro uniforme del sicario que no juzga sino que apuala; y despus las leyes persecutorias
destinadas al exterminio de todo un pueblo, y las sentencias hechas
dcil instrumento de estas leyes exterminadoras; y ms tarde, cuando
pareca que hubiese sonado la hora de la justicia, un nuevo e inevitable
desencadenamiento de represalias y de venganzas. Y tambin aqu,
en esta ltima fase, formas judiciales, tribunales del pueblo, tribunales
revolucionarios; para desahogar finalmente el desdn y el odio incubado bajo tanto dolor, la pasin poltica que siempre se haba enseado
que deba permanecer fuera de las salas de justicia, se ha servido para
su fines de los esquemas y de la esgrima del juicio y de la sentencia; y
parece que los haya deformado y corrompido para siempre.
Precisamente aqu, frente al problema de la justicia poltica, que no est,
como podra parecer, limitado al proceso penal, sino que toca ms o me10
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nos directamente a todos los procesos, hasta afectar la idea misma del
proceso, los estudiosos se han encontrado perplejos: si en estos aos,
millares y millares de veces la sentencia ha servido en todo el mundo
para dar forma oficial de legalidad al asesinato y al latrocinio, si estas
formas que parecan garanta de justicia se han prestado tan dcilmente
para hacer aparecer como respetables los ms abominables exterminios
y los desahogos de los ms bestiales instintos criminales, cmo podemos seriamente continuar teniendo fe en la ciencia que ha elaborado estos mecanismos, dispuestos para servir a cualquier dueo? En Francia,
este problema de la justicia poltica ha sido enfrentado por los hombres
de pensamiento con un sentido que se puede decir religioso de responsabilidad, con pacata y no desesperada comprensin; quedar por esto
como memorable el nmero de la poltica (y a-t-il une justice politique?)
en el cual aquella alma grande que fue Emanuele Mounier escribi sobre
este problema angustioso pginas altsimas de las que necesariamente
deber partir quien quiera profundizar en l de ahora en adelante. Pero
tambin en Italia el problema se ha entendido en toda su gravedad por
nuestros estudiosos ms sensibles: raras veces, en la aparente avidez
de nuestros estudios, he sentido correr un pathos humanos tan profundo
como el que ha dictado a Salvatore Satta sus conmovedoras pginas
sobre el misterio del proceso.
Nos hemos esforzado dice Satta en estudiar qu es el proceso, cul
es la finalidad del proceso; pero el proceso, ay de nosotros! es verdaderamente un acto sin finalidad: sirve solamente para dar apariencia de
legalidad a los asesinatos que los hombres cometen, y as para apagar
con esta ficcin los remordimientos de su conciencia. De manera que
comenta Satta casi nos sentimos llevados a concluir nuestra vida de
estudiosos con la amarga impresin de haber perdido nuestro tiempo en
torno a un vano fantasma, a una sombra que hemos tratado como una
cosa slida.
El mismo sentido de desilusin se ha expresado por Francesco Carnelutti en aquel discurso suyo Volvamos al juicio (Torniamo al giudizio) (es intil que l intente hacernos creer que haya sido su ltima
leccin; en realidad es la prolusin de una enseanza que comienza
de nuevo) en el cual humildemente confiesa haber visto en la ltima
leccin todos sus mismos conceptos, elaborados con tanta fatiga,
desprenderse como hojas secas del rbol: accin jurisdiccional, cosa
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Me parece que el fundamento de este programa debe ser este: Volver a la finalidad. No, querido Satta, no es verdad que el proceso no
tenga finalidad; si no la tuviese, sera necesario inventarla para poder
continuar estudiando esta nuestra ciencia sin disgusto y sin desaliento. Pero, en realidad, finalidad la tiene; y es altsima, la ms alta que
pueda existir en la vida: y se llama justicia.
Nosotros los procesalistas no podemos resignarnos a ser solamente
pacientes y meticulosos constructores de relojes de precisin, cuyo
trabajo se agote en poner en orden las ruedecillas, sin preguntarnos
si el mecanismo que ha de salir de nuestras manos servir para sealar la hora de la felicidad o la hora de la muerte. Nos negamos a ser
equiparados a magnficos mecnicos fabricantes de sillas elctricas;
queremos saber adnde conduce, a qu fines humanos debe servir
nuestro trabajo.
Por otra parte, es evidente que la misma estructura del proceso, la
misma mecnica de l, vara necesariamente en funcin de la finalidad que se le asigna: si el proceso debe servir solamente para garantizar la paz social, cortando a toda costa el litigio con una solucin
de fuerza, cualquier expeditivo procedimiento, con tal que tenga una
cierta solemnidad formal que lleve la impronta de la autoridad, puede
servir para esta finalidad, aun el juicio de Dios o el sorteo, o el mtodo
seguido por el juez de Rabelais que solemnemente pona en la balanza los fascculos de los dos litigantes y proceda a dar siempre la
razn al que pesaba ms. Pero si como finalidad del proceso se pone,
no cualquier resolucin autoritaria del litigio, sino la decisin del mismo segn la verdad y segn la justicia, entonces tambin los instrumentos procesales deben adaptarse a estas investigaciones mucho
ms delicadas y profundas, y el inters del proceso se concentra en
los mtodos de estas investigaciones, y se adentra, sin contentarse
ya con las formas externas, en los sutiles meandros lgicos y psicolgicos de la mente a que estas investigaciones se hallan confiadas.
Precisamente en esta direccin, si no me engao, deber nuestra ciencia concentrar sus esfuerzos en el porvenir. Cuando recientemente Capograssi adverta que la crisis del proceso es, en sustancia, la crisis de
la verdad, y que para encontrar de nuevo la finalidad del proceso es
necesario volver a creer en la verdad, habituarse de nuevo, se podra
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decir, a tomar en serio la idea de verdad, deca una cosa no solo saba
sino tambin santa. Esta crisis que ha devastado el campo filosfico,
ha penetrado tambin, por sutiles y quiz inconscientes infiltraciones,
en el campo del derecho procesal; todas las doctrinas que en tantos
captulos de nuestra ciencia han tendido a hacer prevalecer la voluntad
sobre la inteligencia, la autoridad sobre la razn, o a poner sobre el
mismo plano sistemtico el proceso de cognicin y el de ejecucin forzada, son reveladoras (lo ha notado el propio Capograssi) de esta crisis
de la idea de verdad; y es sintomtico que quien ha lanzado el grito de
alarma, denunciador de esta crisis, volvamos al juicio, haya sido precisamente Francesco Carnelutti, esto es, quien mejor que otro alguno
ha contribuido a llamar la atencin de los estudiosos sobre el proceso
ejecutivo y a dar al mismo una importancia sistemtica no digamos predominante, pero s ciertamente igual a la del proceso de cognicin.
Ahora bien, si nosotros queremos volver a considerar el proceso como
instrumento de razn y no como estril y rido juego de fuerza y de
destreza, hace falta estar convencidos de que el proceso es ante todo
un mtodo de cognicin, esto es, de conocimiento de la verdad, y de
que los medios probatorios que nosotros estudiamos estn verdaderamente dirigidos y pueden verdaderamente servir para alcanzar y
para fijar la verdad; no las verdades ltimas y supremas que escapan
a los hombres pequeos, sino la verdad humilde y diaria, aquella respecto de la cual se discute en los debates judiciales, aquella que los
hombres normales y honestos, segn la comn prudencia y segn
la buena fe, llaman y han llamado siempre la verdad. Y ay! si en la
mente del juez entrase (y esperemos que no haya entrado nunca) la
distincin, que parece haber entrado en los mtodos de la poltica,
entre verdad que se puede decir y verdad que es mejor callar, entre
verdad til y verdad daosa, entre verdad que favorece a la propia
parte y verdad que favorece a la parte contraria.
***
Pero la finalidad del proceso no es solamente la bsqueda de la verdad; la finalidad del proceso es algo ms, es la justicia, de la cual la
determinacin de la verdad es solamente una premisa. Y precisamente aqu me parece que de ahora en adelante deba ponerse, por los
estudiosos del proceso, el mayor empeo cientfico. Para nosotros los
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procesalistas, justicia ha querido decir hasta ahora legalidad: aplicacin de la ley vigente, sea buena o mala, a los hechos determinados
segn verdad. La justicia intrnseca de la ley, si responde socialmente,
su moralidad, no nos toca a nosotros los procesalistas (al menos as
se ha enseado siempre); nosotros estudiamos los mtodos segn
los cuales el juez traduce en voluntad concreta, como se suele decir,
la voluntad abstracta de la ley; pero sobre el valor social y humano de
esta voluntad abstracta, el juez no puede pronunciarse; porque sta,
se dice, es investigacin que est fuera de nuestro campo visual.
Aun cuando fuese as, aun cuando la finalidad del proceso fuese solamente la de traducir las leyes abstractas en legalidad concreta, es cierto
que esta finalidad no podra dejar de proyectarse sobre todos nuestros
estudios. Todos los problemas ms delicados y ms vivos referentes a
la formacin cultural de los magistrados y a las garantas de su independencia, y tambin los concernientes al choque entre la iniciativa de
las partes en la bsqueda del hecho y los poderes del juez en el conocimiento del derecho (iura novit curia), se reconducen a esta funcin de
viva vox legis que el juez tiene en el Estado moderno; y no puede, por
consiguiente, ser extraa al estudio del proceso la investigacin a fondo de las relaciones que tienen lugar entre el juez y el legislador, entre
la sentencia como lex specialis y la ley como sentencia hipottica. El
sistema jurdico de los Estados modernos, en los que el derecho nace
en dos momentos netamente separados, primero en abstracto como
ley y despus en concreto como sentencia aplicadora de aqulla, parece hecho para garantizar de manera insuperable no solo la certeza
sino al mismo tiempo la imparcialidad del derecho. Garanta de certeza,
porque de la ley abstracta que es un anuncio preventivo y genrico
de lo que a travs del juez vendr a ser el derecho concreto del caso
singular, el ciudadano puede en cualquier momento hacerse anticipadamente una idea bastante precisa de sus deberes y de sus derechos;
pero, adems, esta neta separacin entre el momento legislativo y el
momento jurisdiccional se presenta como garanta de imparcialidad,
porque el legislador cuando forma la ley obedece a criterios polticos de
orden general, sin poder prever cules sern en concreto las personas
afectadas o daadas por la aplicacin de esta ley, y el juez, que es el
nico que estar en situacin, en un momento posterior, de ver frente
a frente a estas personas, no puede hacer otra cosa actualmente que
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aplicar a las mismas la ley tal como es, sin poderla modificar por consideraciones personales de simpata o de hospitalidad.
Esta ceguera de la justicia, que en ciertas representaciones simblicas aparece con la venda sobre los ojos para que no pueda ver cara
a cara a los justiciables, se manifiesta como garanta suprema de imparcialidad; y de ella es expresin aquella exigencia, tantas veces repetida en el estado de derecho, de la neta separacin entre la poltica
y la justicia.
Sin embargo, esta exigencia de la imparcialidad poltica del juez es
un punto sobre el cual, en perodos de aguda crisis de la legalidad
como es aquel del que apenas acabamos de salir, surgen de nuevo
las dudas y las preguntas angustiosas. El juez, se dice, en el contrato
entre las partes, debe ser y sentirse imparcial, esto es, tercero; pero,
es humanamente posible que el juez, el cual es tambin un hombre,
se sienta tercero en un debate en el que se encuentran, aunque sea
ocasionalmente encarnados en una litis singular o reducidos a escala individual, aquellos mismos intereses colectivos que chocan en la
vida poltica de la sociedad, de la que el mismo juez forma parte? Y,
cmo puede el juez que, como ciudadano, participa necesariamente, en un sentido o en otro, en los conflictos polticos de su sociedad,
sentirse imparcial y extrao, cuando una proyeccin de estos mismos
conflictos se le presenta in vitro en el caso individual que es llamado
a juzgar? Esta, quiz inevitable, parcialidad subconsciente del juez,
que sin darse cuenta de ello lleva al juicio del caso singular la pasin
de una ms amplia polmica social, en la cual est empeado como
ciudadano, aparece descubierta y en absoluto ostentada en el proceso revolucionario (aquel que principalmente ha dado que pensar
a Satta) en el cual declaradamente se aplican no ya las leyes preexistentes, sino el sentimiento y el resentimiento poltico, en estado
naciente, como una llamarada apenas surgida del volcn en erupcin. Pero la diferencia es de intensidad, no de naturaleza: tambin
en el proceso ordinario, y aun en tiempos de tranquila legalidad, esta
auspiciada imparcialidad poltica del juez, que debera hacer de l un
tercero por encima de la contienda, es, si se mira bien, ms aparente
que real; aun en el proceso ordinario observa Capograssi quin
puede sentirse tercero, quin es tercero en cualquier cuestin en la
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