La Expresión Americana
La Expresión Americana
La Expresión Americana
N 8 | Primavera 2009
NDICE
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Editorial
Filo y contrafilo
Jos Sazbn: Nueva historia y conciencia histrtica. Por Pablo Aravena Nez
Josefina Ludmer: La lengua puede ser pensada tambin como un recurso natural.
Por Mara Pia Lpez y Sebastin Scolnik
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7 Ensayos
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Paradiso
Lenguas vivas
La cabeza de Goliat
La ciudad y el trabajo. Retratos del verbo habitar. Por Mara Laura Guembe
El Puente de los Suspiros: entre el papel y el fango. Peridico, puentes, lujo y
prostitucin en la Buenos Aires de 1878. Por Nicols Rivas
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Fichas de investigacin
nineteenth century. Historia de una traduccin y otras conexas. Por Mario Tesler
Del manuscrito a la edicin: las reescrituras de la textualidad fantstica en La
trama celeste de Adolfo Bioy Casares. Por Juan Pablo Canala
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Editorial
Latinoamrica a la bsqueda de su voz
Ya sabemos, y que se lo siga diciendo quizs menosprecia el conocimiento que todos los interesados tenemos del verdadero punto de partida: no hay una posibilidad de satisfacer unvocamente el
concepto de Latinoamrica con una mirada homogeneizadora de realidades singulares tan pululantes.
Pases, regiones, sociedades diversas y con distintas pulsaciones en la discusin sobre sus rumbos.
La misma palabra Latinoamrica est dispuesta para que la sustituyamos alguna vez por otra ms
apropiada, que surja de la superacin de los nombres provenientes del hispanismo clsico y los que
proceden de las acentuaciones que en los momentos histricos correspondientes se originaban en las
antevisiones de otras cancilleras europeas. Basta una sumaria descripcin de lo que pasa en nuestros
pases, con sus cambiantes movimientos de escena, para percibir las diferencias que a la postre debern
componer un pensamiento que las reagrupe en su diversidad operante, en su desafiante archipilago
humano de posibilidades generales y particulares.
Veamos en las cercanas, el mapa poltico y sentimental que podra ocuparnos, con estas u otras
palabras. Bolivia, la dolida y esencial Bolivia, con su Evo Morales protagonizando una criatura poltica
despojada y a la vez abrumadoramente firme, que juega al ftbol y viaja en precarios helicpteros aqu
y all, sugiriendo el remoto incario en sus chaquetas salidas de otra imaginacin textil e indumentaria.
El histrico cambio de situacin cultural por primera vez pone la poltica de ese pas en un cuadro
tnico de reparacin y nuevos compromisos de transformacin material, que nunca deja de acudir a
toda clase de vetas simblicas. Pas con gas, petrleo y minera antigua, fue campo de ensayo de todas
las utopas conocidas, las del siglo diecinueve y del que ya pas. De trapalanda potosina a la quebrada
del Yuro ensoada como promesa y catstrofe, las novedades que se esperan del altiplano no son
muy diferentes a las que alumbraron sus procesos insurgentes, inclusive el de las facciones militares
nacionalistas democrticas de los aos 50, fecha de la irrupcin campesina, no siempre al comps del
sindicalismo minero antes de que esos militares se deslizaran hacia oscuros mundos represivos.
Con intelectuales modernos notables, como el asesinado Marcelo Quiroga Santa Cruz, que con
los diversos estilos del caso, no nos dejan olvidar la especial labor del vicepresidente lvaro Garca
Linera, Bolivia es siempre la seal y el compromiso vacante. Un estremecimiento nos recorre ante
cada paso adelante que se da, que es lo mismo que decir ante cada riesgo previsible, ante cada candor
festejable pero que exige acaso una maduracin ms probada. Una democracia actuante en el terreno
de la economa y en el interjuego tnico es un campo nico para recrear una modernidad boliviana
que vuelque su alta cultura indgena hacia los odres revisitados del gran cambio latinoamericano.
Descansa sobre la sensibilidad del presidente, mostrar que todava puede pensarse una nacin justa
sobre extremos de disparidad cultural, tnica e histrica, por no decir econmica.
Brasil, nuestro gran vecino, despliega sus proyectos incansables, regido por un conjunto de polticos no tradicionales, salidos de la gran gesta de los obreros metalrgicos de San Pablo, escrita desde
los ltimos aos de la dcada del 70. No cesa Brasil de pensar las categoras ltimas de su existenciario
nacional: la gran extensin territorial, los soterrados y centenarios procesos de mestizaje, la creacin
misma del pueblo brasileo moderno sobre las cenizas de una angustiante historia social, los intentos
de supresin de los niveles de hambre que horadaban la idea misma de convivencia colectiva, la avidez
tecnolgica no sin despuntes, ya sea de proteccin del mercado interno combinado, ya sea con los
llamados recientes a superar el proteccionismo, en consonancia con la participacin de Brasil en los
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principales foros de poderes econmicos y de gobierno del mundo, como potencia efectivamente
emergente, concepto que su clase dirigente toma con entusiasmo. Lula lo suele mencionar en sus
discursos, lo que no desmerece su vocacin democrtica aunque sera necesario evaluar enteramente a
fondo el significado de conceptos ufanos de esa estirpe.
Brasil acta a modo de una gran socialdemocracia tarda que debe conjugar el ascenso social de
un gran proletariado nacional, la accin de formas renovadoras constantes en la vida cultural y la
presencia de tecnologas aguzadas que han generado cambios impresionantes en sus grandes metrpolis que desafan demogrficamente a las formas profundas de democracia. La ecuacin petrleoseguridad nacional, la promocin de formas ms justas de vida entre las masas urbanas y del interior
remoto, todo ello asociado a un crecimiento de la participacin colectiva en los horizontes sociales
en crecimiento, ha encontrado a las antiguas clases poseedoras aceptando destinos que amplen la
creacin de grandes mbitos de produccin y consumo, aunque no cesan las manifestaciones de una
economa que vive de una ilegalidad violenta y productiva en el seno de las histricas poblaciones
marginadas y que tambin convierte esa situacin en un acto adaptativo de sobrevivencia de miles
de seres humanos que no son parte de las expectativas sociales comunes. La biografa del hombre
brasileo en alguna parte la sigue escribiendo la miseria y los caminos con que ella crea economas
sacrificiales, vitales pero antidemocrticas.
El escritor e inventor cultural Oswald de Andrade pens que las izquierdas brasileas de mediados
del siglo XX podran levantar el programa de integracin racial y econmica que l denomin con gesto
de vanguardista irnico manifiesto antropfago, pero las cosas no fueron exactamente as. El gran
cineasta Glauber Rocha tuvo tambin un desencuentro trgico en los inicios mismos de la formacin
del PT, y su nacionalismo cultural vanguardista, con su gramtica entrecortada e invencional, procur
tambin un sujeto social equivocado entre los militares desarrollistas que no dejaron de serlo mientras
diagramaban simultneamente a diferencia de Argentina un plan de represin y de salida democrtica, ste ltimo con polticos seguros. No fue tampoco exactamente as, pues al cabo de cambiantes
vicisitudes, surgi el PT como ltimo depositario del ms reciente captulo modernizador y social de
la historia del Brasil. Cambio con la prudencia representada por el actual presidente que bien podra
ser un personaje del poema de Joo Cabral de Melo Neto, Muerte y vida severina con su pensamiento
urgente de inmigrante nordestino y su sutil astucia sobre el dominio demorado del tiempo. Las continuidades en el andar estatal existen y son visibles, en principio respecto a F. H. Cardoso, cualquiera
sean los avatares de la competencia partidaria actual. Hay, a la lejana, un sombro Vargas y de alguna
manera un Brizola injustamente frustrado.
El PT era otra cosa respecto a la herencia varguista, pero esa otra cosa significaba el proyecto de
crear una clase dirigente nacional con otra sensibilidad social y otro origen, esta vez en los estratos ms
bajos de la vida brasilea, para atender con ms celeridad, pero con la moderacin acostumbrada, las
antiguas y postergadas reivindicaciones de millones de habitantes de las megalpolis y del serto. Entre
la compra de submarinos nucleares y valientes actitudes respecto al msero golpe de Estado ocurrido
en Honduras, Brasil fue reconocido, incluso por la presidenta de Argentina, como pas mayor en
el conjunto de temas asociativos que nos congregan. Brasil es el nombre de un desafo nuevo, para
brasileos y para todos los dems pueblos, desafo a ser tratado en comn.
Uruguay vive con inquietud su condicin nacional, generada en los pliegues antiguos de una
historia de pas pequeo entre pases ms grandes, lo que ha generado un alma nacional autonomista,
con un suave humor teido de una gran irona corts, elaborada por centenarios procesos de orgullo
social, gracioso escepticismo y mesura intelectual. Un pueblo que dio a Felisberto Hernndez y a Onetti
ha creado un murguero tiempo ilusorio, refinadamente sensitivo, que no desprecia el filn metafsico,
para intervenir en una recreacin del colectivo social con un camino independiente y vlido. He all un
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dilema para sus direcciones polticas, pues su original formacin poltica, el Frente Amplio, que super
el bipartidismo tradicional de blancos y colorados, an debe explicitar con ms constancia sus metas latinoamericanas. Blancos y Colorados estn agotados y ahora se unen por encima de las guerras pasadas que
han forjado la nacin uruguaya y que constaba de aquellas dos alas, del cerco a Montevideo en el siglo
XIX a la batalla de Masoller apenas entrado el siglo XX. Los blancos ya han perdido su mpetu nacionalista democrtico, agrarista y con el vitalismo que caracterizaba a Luis Alberto de Herrera contradictorio personaje, sin duda; los colorados, sin evitar la patanera que deforma el legado progresista del
primer Batlle. Ambos sometidos a la decadencia de los partidos tradicionales, que en toda Latinoamrica
se han convertido en pensionistas de la historia, cuando no en freno desapacible a los cambios sociales,
por tmidos que fueran respecto a los que en algn momento anterior ellos mismos haban propuesto.
Son lgicas suprstites de lo popular que hoy se coaliga con nuevas derechas, aunque esos partidos
populares, en Uruguay o Argentina, en su momento se sostuvieron en procesos sociales de gran bro.
En cuanto al Frente Amplio, junto a su fibra militante y renovadora, en la trocha del estimable Lber
Seregni, con uno de sus sectores emergiendo de las insurgencias de la dcada anterior, debe an
realizar su esfuerzo ms severo para entregar ms profundamente su fruto. An admitiendo la complejidad de sus alianzas internas, el legado democrtico del Uruguay est comprometido a reexplorar
con la promesa de mayores primicias, el cuadro de su economa autnoma y el de su propio lenguaje
de modernidad, invencin y cambio, exigindose hacia terrenos nuevos en el plano de la crtica a las
condiciones que propone el constreido horizonte contemporneo y la riesgosa realidad latinoamericana para una poltica emancipadora. En el camino, es imperativo reafirmar sobre bases imaginativas
y eficaces la relacin fraterna y fructfera entre los dos pueblos argentino y uruguayo que viven a
ambas orillas del ro y el estuario comn.
Chile enfrenta tambin en estos momentos su proceso electoral donde, como en muchos de nuestros pases, an lo que se podra mencionar como suaves frutos de gobiernos de cuo liberal-progresista,
corren el riesgo de sucumbir ante nuevas derechas afiatadas por los tropiezos que las herencias transformadoras sufren ante grandes poblaciones sometidas a la propaganda del miedo y la estulticia de sectores
medios fascistizados. Un pnico difuso ante un futuro incierto gana a las mayoras engullidas por la
lgica de tecnocracias modernizadas, tal como reaprendieron la leccin las antiguas fuerzas conservadoras. El pasaje chileno a la democracia, luego del despotismo tecnocrtico militar, no se ejerci con los
tumultos y dramatismos del caso argentino, donde se pusieron en tensin las fuerzas sociales, morales y
jurdicas del pas. Por esas y otras razones, la alianza gobernante chilena actu y acta con sumo cuidado,
pues una madeja de relaciones implcitas une el estadio actual de la democracia a la latente presencia de
algunos de los factores que en el pasado ominoso hicieron valer arbitrariamente su fuerza.
Una sociedad modernizada con mayor ahnco, con ms visibles planes, inversiones y continuidades de lo que pueden exhibir otras sociedades latinoamericanas, ha forjado una suerte de democracia
liberal-social a la chilena, en la que socialistas y demcrata-cristianos hicieron valer una aprendida
prudencia y madurez intelectual, representada en su momento por el presidente Lagos y ahora por la
presidente Bachelet. Muchos sectores de la poltica argentina toman como modelo a Chile para pensar
continuidades sosegadas y un marco poltico apaciguado. No es adecuada esta interpretacin: es cierto
que el horizonte poltico chileno, modelado en un tipo avanzado de conservadorismo progresista, no
protagoniza ni reutiliza vestigios de las picas sociales pasadas, pero no se trata de una declinacin
penosa sino de un hilo titubeante a ser defendido de fuerzas que en ese pas siempre se manifiestan
con singular vigor: tecnocracias confiadas que han tenido xitos largamente recientes para apaciguar
a la vida poltica chilena, cuyo pice conceptual supo ser el gobierno de Salvador Allende. Esa es la
herida chilena, que exige comprensin hacia su actual singularidad, y expectativas ciertas de que en el
corazn del pueblo chileno se mantienen vlidos los versos del nerudiano Canto General:
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Deteniendo aqu este breve resumen, al que le faltan otras realidades y particularidades nacionales para trazar un cuadro ms completo, podramos decir que a todos estos gobiernos les falta an
encontrar una voz comn posible e innovadora, que redescubra las necesidades compartidas y d
lugar a la diversidad existenciaria de cada entidad nacional. Diversidad en cada caso puntualizada con
argumentos adecuados. Le falta tambin, al gobierno argentino, encontrar esa voz, perfilarla a partir
de lo que ya tiene y descubrir su tomo ms digno y definitivo. En lo que hace al ambiente general
latinoamericano, las relaciones mltiples bifurcadas exigen de Argentina trascender el tratamiento
caso por caso para adentrarse en una nueva poca latinoamericana que ella defina con sus exigencias y
posibilidades. Con el Brasil hay un nfasis obligado por su asegurada modernidad socioeconmica, en
marcha hacia un neocapitalismo de estado y con una sociedad en histrico ascenso de sus condiciones
de vida. Con Venezuela, con su comunitarismo utpico socializante, habr otro nfasis que debe
contener una nocin de excepcionalidad para crear las bases de un idioma dialoguista nuevo. Ambos
nfasis pueden y deben conjugarse, articular, no ya en una poltica exterior, sino en una nocin
antropolgico-poltica de Argentina en el humus de la accin latinoamericana, y en el seno de una
mundialidad cada vez ms sometida a imperativos tecnolgicos y ambientales.
Sin que haya frmulas, hay que exigirse el mximo de creatividad y capacidad de mudanza
cultural. Es posible ir llevando moderacin en los picos de arrebato y llevando mpetus de acciones
nuevas donde el espoln transformador se detiene o parece entrar en un cono de sombra. En la
urdimbre de contactos, Bolivia hace un poco ms indgena a la Argentina, con su noroeste y noreste
de pueblos no pampeanos, de origen coya y ms all guaran, aunque no son los nicos pueblos antiguos que resisten e insisten. Chile la hace un poco ms atenta a las maneras de organizar economas
efectivas, Brasil la hace ms sensible a los grandes volmenes humanos que ingresan en el largo plazo
pero tambin sbitamente a la historia. Uruguay la hace ms cautelosa en cuanto a la poltica necesaria para preservar los ros, pero asimismo, para encontrar los justos respetos a las decisiones autodeterminadas de los otros pueblos.
Tiene la sociabilidad argentina que encontrar su voz tambin en cuanto a estilos generales de
trabajo, en las hondas contradicciones que vive actualmente el pas argentino. Sus grandes realizaciones en materia de recomposicin de polticas pblicas del gobierno argentino ahora hablamos,
dando otros horizontes para los fondos de pensin que haban sido privatizados, reencuadrando en
la productividad social algunas empresas pblicas esenciales y recreando los lenguajes de la democracia cotidiana en los medios de comunicacin. Se dir que nada de esto en caso de concordarse
con ello est exento de dilemas de concrecin e inefectividades emanadas de un debate de extrema
tensin entre un gobierno que an (como dijimos) busca su voz y grupos de las antiguas o nuevas
elites afilando sus lanzas para las postreras embestidas. Hoy est en Argentina, todo en discusin. Los
regmenes de distribucin de la renta, que deben ampliarse, la interpretacin de la vida metropolitana
como un mbito en que hay que desplegar nuevas formas de vida, no violentadas por el modo en que
se agrieta la convivencia por el avance de zonas de ilegalidad controlada por economas facciosas.
Toda Latinoamrica vive un difcil momento, en medio de horizontes nuevos que proponen
grupos movilizados y gobiernos porosos a esas realidades inquietas. Pero en la estopa y la espuma de
los das, ninguna lnea de trabajo parece clara. No existen medios fciles para saldar, en Argentina,
el diferendo sobre reconocimiento de personeras gremiales, aunque sin duda advendr un modo en
que la centralidad laboral sindical se estabilizar en reconocimientos de nuevas personeras, lo que es
evidente que no atomizar las fuerzas agremiadas de los trabajadores, pues se abrirn tambin nuevas
formas, an desconocidas, de unidad en la prctica de la justicia social.
Tampoco existen medios fciles de defender las realizaciones bolivianas, venezolanas, cubanas,
brasileas, sin darle un nico cuo a esos fenmenos y sin dejar de trazar horizontes unnimes,
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necesarios para no dejar pasar esta oportunidad imperfecta: lo sabemos, para defender con las genuinas
armas de la democracia a estos despuntes de cambio. Los acosan hiptesis de cierre de lo social a travs
de mecanismos represivos que impulsan los emboscados de las grandes derechas, hoy gozando de
distintos grados de apoyo popular.
Todo est en discusin en Argentina y en Latinoamrica, volvemos a decir. Quizs no se recuerde
perodo como ste, donde con un funcionamiento abierto y democrtico de sus instituciones funcionamiento tambin sujeto a enjuiciamientos diversos, como parte de la dura lucha poltica que se
atraviesa, el debate en los pases sudamericanos adquiere caractersticas abismales, en general dicotmicas, propio de sociedades escindidas. Esta situacin ilustra sobre la dificultad de los cambios implcitos en la orientacin social de los gobiernos que comentamos. Por menores que sean estos cambios,
ocasionan fuerte oposicin de los intereses cristalizados en el pasado autoritario de las clases ms
acomodadas y la memoria estatal ms represiva. Una nueva tecnocracia que se reclama republicana
sin saber que este ltimo concepto tuvo grandes compromisos con luchas democratizadoras, est
lista para heredar esas hiptesis de cierre social. Este nmero de finales del ao 2009 de la revista de
la Biblioteca Nacional, siguiendo sus grandes tradiciones revisteriles, como la de Groussac y Borges,
tambin busca su voz. Parte de la tarea de encontrarla es anunciar la bsqueda y emplear las palabras
que parecen las ms medidas y oportunas para describir la situacin en que estamos inmersos, pues no
es de ahora que nos hemos zambullido en ella como baistas distrados sino que nos cala los huesos
de hace por lo menos dos siglos.
Horacio Gonzlez
Director de la Biblioteca Nacional
El modelo de un dilogo
puede obedecer a la accin de
un duelo segn maneje su estilete el experto cuchillero. El
paralelismo entre las conversaciones y el arte de las armas
de filo es antiguo. Rplicas y
contrarrplicas corresponden a
los movimientos del brazo que
maneja la faca o la daga. Las reglas para mover esas armas tienen
codificaciones mayores que las que poseera una gramtica cerrada.
Estas cuchillas o espadas son la prolongacin del cuerpo y hablan
ventrlocuamente, insistiendo, refutando, penetrando, retrocediendo para meditar y lanzando un golpe argumental decisivo. La
payada tiene la coreografa del duelo a pual y ste es la urdimbre
pblica de un entrechoque de ideas. Cuando las opiniones se sacan
chispas, ya est en marcha la accin de la lengua filosa, con el
contrafilo que le viene del otro lado, en cruce a veces mortal, o
con lo que ella misma calcula cuando decide dar el golpe con su
reverso. Arturo Jauretche imagin estas figuras de la gran retrica
gauchesca como sntesis de un manojo de argumentos que deban
tener el peso existencial de un duelo mortfero. Filo, contrafilo y
punta para mostrar, antes de ir a la vaina, que el mundo es una
polmica incesante y hay que entrar en ella como un espadachn
que est solo en el ruedo, apenas protegido por sus argumentos.
En toda discusin, en definitiva, se libra una batalla. Los adversarios pueden ser explcitos, figuras reconocibles, o sobrevolar fantasmticamente cada frase. No hay aventura intelectual que no parta
de este presupuesto beligerante. Los contendientes podrn variar,
pero siempre que se piensa algo, por el slo hecho de hacerlo, se
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Entrevista
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de quien la usa, cules son sus referencias. Pero al margen de todo eso,
y en trminos del uso ms difundido,
si no me equivoco est muy asociado
a la Nueva Filosofa de la Historia. O
sea que la llamada filosofa especulativa
qued atrs, qued ms bien como un
captulo de la historia de la filosofa
ms que propiamente un rea que se
siga cultivando. Aunque tambin hay
que ser prudente, porque el trabajo de
algunos pensadores como Alexandre
Kojve, que tienen un tipo de perspectiva interpretativa, uno podra asimilarlo a la Filosofa de la Historia en
su acepcin ms tradicional, ms bien
entra en el campo especulativo, pero l
trata de revestirla de modernidad... As
que la cuestin es variada.
PAN: Habra terminado por
liquidar esa Filosofa de la Historia
de corte especulativo la versin
Fukuyama?
JS: Yo creo que si queremos hablar
en trminos serios de la evolucin
de la Filosofa de la Historia hay que
dejar a Fukuyama a un lado, l no
es importante. Lo que pueda haber
de interesante en el planteamiento
de Fukuyama est en Kojve, l es
el verdadero pensador del fin de
la historia y no Fukuyama. Ahora,
respecto a la posibilidad actual de una
filosofa especulativa de la historia,
creo que el libro de Schnedelbach La
filosofa de la historia despus de Hegel4,
ya tiene un ttulo bastante expresivo
respecto a cierta imposibilidad. Por
otro lado Kojve se basa en Hegel, hace
un puente en el siglo XX hacia Hegel
y muestra que despus de las percepciones histricas del presente hechas
por Hegel no se poda seguir pensando
en una especie de dinamismo histrico,
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NOTAS
1. Al respecto ver la valoracin que hace Sazbn de esta perspectiva en su artculo La nueva filosofa de la
historia. Una sinopsis. Se puede consultar en el sitio http://www.ciudadpolitica.com. La obra de Jos Sazbn se
encuentra disgregada en una serie de artculos y ponencias. No obstante, se puede consultar el volumen que rene
y organiza parte de su trabajo: Historia y representacin, Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 2002.
2. White, Hayden, Metahistoria. La imaginacin histrica en la Europa del siglo XIX, Mxico, Fondo de Cultura
Econmica, 1992.
3. Frank Ankersmit and Hans Kellner, A New Philosophy of History, The University of Chicago Press, 1995.
4. Schnedelbach, Herbert, La filosofa de la historia despus de Hegel: El problema del historicismo, Buenos Aires,
Alfa, 1980.
5. Davis, Natalie Z., El regreso de Martin Guerre, Barcelona, Antoni Bosch, 1982.
6. Aunque al momento de esta entrevista no se hallaba publicado, se puede consultar el reciente libro de Simon
Schama The American Future: A History (2008), precedido por un documental hecho para la BBC.
7. Sazbn, Jos, La devaluacin formalista de la Historia, en: Ezequiel Adamovsky (ed.), Historia y Sentido.
Exploraciones en teora historiogrfica. Buenos Aires, Ediciones El Cielo por Asalto, 2001.
8. II Coloquio Historia y Memoria: Los usos del pasado en las sociedades post-dictatoriales, Universidad Nacional
de La Plata, Argentina, 6-8 de septiembre de 2006.
9. Nora, Piere, Les Lieux de mmoire (dir.), Pars, Gallimard (Bibliothque illustre des histoires), 3 tomos: t. 1
La Rpublique (1 vol., 1984), t. 2 La Nation (3 vol., 1987), t. 3 Les France (3 vol., 1992)
10. Harris, Marvin, Vacas, cerdos, guerras y brujas. Los enigmas de la cultura, Madrid, Alianza, 1994, p. 215.
11. Para el historiador espaol dicha relacin se presenta, segn se ve, indudable pero problemtica. La
historicidad y la tarea de la historiografa estn ntimamente unidas, pero la precedencia de una sobre la otra es
difcil de establecer. Y ello es un fundamento ms para afirmar que el proceso de historizacin de la experiencia
es doble: subjetivo, pero tambin construido historiogrficamente. Arstegui, Julio, La historia vivida. Sobre
la historia del presente, Madrid, Alianza, 2004, p. 173.
12. La historia en sus dos sentidos ms fuertes: como las cosas acontecidas y la narracin de las cosas acontecidas.
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Entrevista
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Josefina Ludmer,
por Mariano Lamotta
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trata de borrar las fronteras nacionales. Empieza a haber toda una serie
de congresos de la lengua donde
se renen los escritores jvenes de
Latinoamrica con escritores espaoles; hay un intento de pensar esa
unidad que empieza a llamarse, desde
Espaa, Iberoamrica. Quiero decir
que se establece la tpica jerarqua
colonial de uno a muchos: Espaa
frente a los pases latinoamericanos en
el interior de la comunidad lingstica. Eso implica una reinstalacin de
ciertas polticas coloniales, donde lo
latinoamericano queda reducido a
una diferencia que funciona subordinadamente en la industria del libro (en
realidad, en la industria de la lengua).
Alfaguara se llama a s misma editorial de la lengua: borran lo nacional y
diluyen lo latinoamericano, instalando
una poltica de premios y ediciones
en la que todo aparece en un mismo
plano, pero siempre en la diferencia
entre Espaa y Latinoamrica.
LB: Habra que analizar si este nuevo
tipo de universalidad tiene que ver
con un proceso de mercantilizacin extremo en el cual, de alguna
manera, lo latinoamericano pasa a
ser parte de un pintoresquismo
local producido slo como diferenciacin mercantil en esa de universalidad global...
JL: S, existe eso, pero eso ya exista
tambin en los aos 60 y es el modo
en que el Primer Mundo absorbe al
Tercero, porque en eso no entra solamente Amrica Latina, sino todo el
Tercer Mundo. Un pintoresquismo
del
dictador
latinoamericano
como una gran figura que produce
Latinoamrica y que es asimilada en
el primer mundo como un exotismo.
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Lo pblico y lo privado, por
Onaire Colectivo Grfico
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unilineales,
homogeneizantes,
etapistas
o
progresistas
(incluidas, entre ellas, muchas
versiones marxistas vulgares);
entre muchas otras complejidades,
se demuestra por ejemplo que la
esclavitud y el racismo en sentido
moderno, lejos de ser un anacronismo o una rmora cultural, son
una estricta necesidad de la primera
etapa de expansin del rgimen
moderno del Capital. Es terica e
ideolgicamente falsa la dicotoma
sociedad tradicional/sociedad
moderna. Si se toma como unidad
de anlisis el sistema-mundo en su
conjunto y no las naciones individuales europeas, desde el principio
hubo una coexistencia articulada y/o
conflictiva de elementos antiguos
(esclavitud, semi-esclavitud, restos
feudales, racionalizacin teolgica, etctera) con nuevos inventos
(rgimen tendencialmente mundial
del Capital, Estado-nacin europeo
moderno, racionalidad instrumental, racismo de base cientfica, etctera).
3) No hay, por lo tanto, una sola
modernidad. Hay una modernidad dividida, fracturada, cuyos
orgenes, de una inaudita violencia,
no son un fenmeno autnomo
europeo, sino que comprometen
un choque de culturas (y de
historicidades diferenciales)
entre tres continentes (Europa,
Amrica y frica), cuestionando
el euro-centrismo desde el cual
normalmente se piensa ese desarrollo, as como el concepto mismo
de modernidad. En consecuencia
no hay un proyecto inconcluso de la modernidad (europea
u occidental), como pretende
Habermas, sino un conflicto
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instrumentales y dominadores de
un pensamiento identitario que
tiende a eliminar o disolver la
particularidad concreta del objeto
material en la generalidad abstracta
del concepto ideal;
3) Obviamente, esta tendencia
slo ha podido realizarse plenamente en el contexto del modo
de produccin capitalista, que
demanda la completa dominacin
de la Naturaleza, y donde el
Saber y el pensamiento ilustrado se
vuelven mera tcnica dominadora.
Aunque se ha tornado hegemnico
por las necesidades del capitalismo,
este estilo de ilustracin que
disocia su aspecto dominador de
su aspecto emancipador fue hegemnico tambin en los llamados
socialismos reales. La crtica de
la ilustracin trunca de la ilustracin como falsa totalidad
se vuelve as inseparable de una
crtica de la modernidad como tal,
que implica otra concepcin de la
modernidad: justamente, la de una
modernidad (auto)crtica.
Sobre la base de estas premisas, ilustrar la ilustracin desde adentro de
la propia ilustracin implica el pasaje
cualitativo, y no meramente cuantitativo a una nueva lgica ilustrada
basada en el respeto de aquella materialidad singular del objeto. En otras
palabras, instalarse en ese punto de
conflicto, de tensin no reconciliada
entre el concepto y el objeto. Pero,
precisamente, esto no es algo que pueda
hacerse mediante el puro concepto: ello
supondra la recada en un pensamiento
identitario que apunta a la identificacin del objeto con el concepto. A su
vez, no se podra hacer sin el concepto,
so pena de cada en el ms craso (e impo-
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Universalismo y particularismo, en
efecto, se referencian mutuamente,
aunque de nuevo sin operar una
sntesis superadora: la igualdad
universal no podra ser alcanzada sin
la demanda particular de los esclavos
negros que han sido expulsados de
la universalidad; al revs, esa demanda
particular no tiene sentido sino por su
referencia a la universalidad.
Esta estructura se manifiesta ms
an cuando confrontamos aquellos
artculos del cuerpo constitucional que
abordan especialmente las cuestiones
raciales y clasistas. El artculo 12
advierte que Ninguna persona blanca,
de cualquier nacionalidad, podr
poner pie en este territorio en calidad
de amo o propietario, ni en el futuro
adquirir aqu propiedad alguna; el
siguiente artculo, sin embargo, aclara
que el artculo precedente no tendr
efecto ninguno sobre las mujeres
blancas que hayan sido naturalizadas
por el gobierno (...) Includos en la
presente disposicin estn tambin los
alemanes y polacos (?) naturalizados
por el gobierno. No sabemos por qu
se hace la extraa especificacin sobre
los alemanes y polacos naturalizados.
Pero sin duda su mencin es el colmo
del particularismo, ms subrayado an
por el hecho de que tambin alemanes
y polacos que uno suele asociar
con la piel blanqusima y los cabellos rubios de sajones y eslavos son,
ahora, negros, segn lo ha establecido
el artculo 14, ya que si estn naturalizados, tambin ellos son haitianos.
Esta generalizacin particularizada a
primera vista absurda tiene el enorme
valor de como decamos ms arriba
una disrupcin del racialismo biologicista o naturalista: si hasta los
polacos y alemanes pueden ser decretados negros, entonces est claro que
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conscientemente asumida o no de
la revolucin haitiana viene ensayndose hace mucho en Amrica
Latina y el Caribe. La recuperacin
de esa va abierta por la revolucin
haitiana en este instante de peligro
que es nuestra actual Latinoamrica,
con todas sus bifurcaciones catastrficas, es el piso mnimo de la
(re)construccin de un pensamiento
crtico propiamente latinoamericano.
NOTAS
1. Este texto, preparado especialmente para este evento, constituye en sus lneas bsicas la reescritura de la
ltima seccin del Captulo 6 de La oscuridad y las luces, libro en proceso de edicin.
2. Profesor de Antropologa del Arte y de Filosofa Poltica en la Universidad de Buenos Aires (UBA).
Ex Vicedecano de la Facultad de Ciencias Sociales. Ex Director y actual miembro del Comit Acadmico del
Instituto de Estudios de Amrica Latina y el Caribe (UBA). Coordinador del Grupo de Trabajo CLACSO
sobre Pensamiento Histrico-Crtico de Amrica Latina y el Caribe. Autor de los libros Un gnero culpable,
Las formas de la espada, El sitio de la mirada, El fin de las pequeas historias, La cosa poltica y La oscuridad y las
luces (prxima edicin).
3. Horowicz, Alejandro: El pas que estall. Antecedentes para una Historia Argentina (2 tomos), Buenos Aires,
Sudamericana, 2004/2005.
4. Para el 25 de mayo de 1810 ya se haban inventado, efectivamente, los paraguas. Pero eran carsimos dispositivos de seda natural que haba que importar de Francia. Slo una selectsima elite poda darse ese lujo. Si los
cuadros de poca son fidedignos, pues, se era el pueblo que quera saber de qu se trata.
5. Aunque el concepto de economa-mundo y sistema-mundo proviene de la monumental y pionera obra de
Wallerstein, es indispensable, para la comprensin de todos sus alcances, tomar en cuenta asimismo al menos
los trabajos convergentes de Samir Amn, Giovanni Arrighi, Andr Gunder Frank, Barry K. Gills, Janet
Abu-Lughod, y en general las investigaciones nucleadas en la revista Review del Fernand Braudel Center.
6. De ms est decir que semejante consecuencia se agota con la propia Revolucin. En 1802 Napolen
deroga el decreto de abolicin de Robespierre y restaura la esclavitud en las colonias, con la espectacular
excepcin de Sainte-Domingue/Hait, donde las tropas imperiales francesas sufren su ms grande derrota hasta
Waterloo, a manos de los ex esclavos negros, y al costo de 200.000 vidas para stos (si bien logran capturar a
Toussaint, que morir poco despus en una mazmorra del Jura). La esclavitud en las colonias francesas no fue
vuelta a abolir hasta 1848. Francia tiene el dudoso honor de haber sido la nica potencia colonial que tuvo que
abolir la esclavitud dos veces.
7. Cfr. Buck-Morss, Susan: Hegel y Hat, Buenos Aires, Norma, 2005. Hegel redacta la Fenomenologa del
Espritu entre 1804 y 1806, es decir, en estricta coincidencia con la culminacin de la revolucin haitiana y la
declaracin de independencia. Todos los bigrafos y comentaristas coinciden en que Hegel era un vido lector
cotidiano de la prensa mundial (Mi oracin laica de todas las maanas, llamaba l mismo a esa prctica). La
prensa europea de la poca para atenernos slo a ella dedic muchsimo espacio a la revolucin haitiana, ya
que esta caus una verdadera ola de terror entre las clases dominantes vinculadas a la explotacin de las colonias.
Durante casi dos siglos, el mainstream de la crtica hegeliana supuso que la referencia histrica para la alegora del
amo y el esclavo era la revolucin francesa: otra palmaria demostracin de la colonialidad del poder/saber.
8. No es nuestra intencin rebajar, en ningn sentido, esa herencia extraordinaria que todava el da de hoy
constituye para nosotros el pensamiento ilustrado. Pero le haramos un flaco favor a la teora crtica que pretendemos defender ocultando sus insuficiencias (que sern bsicamente las mismas que las de la Revolucin
Francesa inspirada en tal pensamiento) respecto de la cuestin de la esclavitud colonial. En efecto, an en
los philosophes ms consistentemente radicalizados de la Ilustracin (en Voltaire, Montesquieu, Rousseau e
incluso Diderot, el ms consecuente anticolonialista de todos ellos) no hay un anlisis materialista riguroso
como s podemos encontrarlo, an con sus lmites romnticos, en otros terrenos de la esclavitud colonial.
Cuando se habla de esclavitud es, o bien una metfora exclusivamente poltico-jurdica aplicada a la situacin
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europea (la esclavitud del bourgeois bajo el despotismo monrquico), o bien, en el mejor de los casos, el objeto
de una condena moral aplicada a los excesos de un abuso de poder. Las razones econmicas estructurales
de la esclavitud nunca se pondrn en juego, ni siquiera en ese Rousseau que es capaz de llegar al borde protomarxista de interrogar a la propiedad privada como posible origen de la desigualdad entre los hombres.
9. El (ms que sintomtico) olvido David Vias lo llamara ms bien ninguneo de la Revolucin Haitiana,
alcanza extremos que trascienden incluso la atribucin ideolgica al eurocentrismo. En su obra Memoria del
fuego, Eduardo Galeano comete algo as como un error por lnea en sus referencias a la Revolucin Haitiana.
Veamos: (En la ceremonia de Bois Caiman) la vieja esclava, la ntima de los dioses, hunde el machete en
la garganta de un jabal negro (No es un jabal, es un cerdo; la diferencia es etnolgicamente abismal: en los
rituales de sacrificio se matan animales domsticos y no salvajes, pues la significacin del sacrificio es precisamente la
para-humanidad de la vctima expiatoria) . Al amparo de los dioses de la guerra y del fuego, doscientos negros
(Aunque no es posible, calcular el nmero exacto, las estimaciones ms prudentes hablan de al menos dos mil) cantan
y danzan el juramento de la libertad (El tema de la libertad no est todava en juego; la rebelin que empieza
en Bois Caiman es una reaccin contra la super-explotacin del trabajo, pero el programa abolicionista tardar en
definirse) . En la prohibida ceremonia de vud (No es tan prohibida: aunque formalmente los rituales de este
tipo no estaban autorizados, los amos casi siempre hacan la vista gorda, considerndolos una vlvula de escape
para las tensiones de la esclavitud), los doscientos esclavos (Otra vez!) deciden convertir en patria (Patria?
Todava debern pasar ms de diez aos para que se plantee, y an muy borrosamente, el tema de la independencia;
de hecho, el mismsimo Toussaint no tom esa decisin, como veremos, hasta principios de 1801) esta tierra de
castigo. Se funda Hait en lengua crole (Dos gruessimos errores en seis palabras: de ninguna manera se funda
Hait en Bois Caiman: pasarn ms de trece aos hasta la declaracin de independencia en 1804; por otra parte,
Hait no es una palabra crole, sino aborigen, lo cual es de primersima importancia, pues indica una inslita
voluntad por parte de los esclavos afroamericanos de rescatar la memoria de los pueblos originarios de la isla, que
haban sido salvajemente exterminados). Como el tambor, el crole es el idioma comn que los arrancados del
Africa hablan en varias islas antillanas. Brot del interior de las plantaciones, cuando los condenados necesitaron reconocerse y resistir (De ninguna manera: el crole es, en lo esencial, un invento de los amos coloniales,
en virtud de su necesidad de comunicarse con esclavos que, por provenir de muy distintas culturas africanas,
hablaban ms de veinte lenguas diversas. Justamente, lo interesante de esto es que semejante instrumento se les volvi
en contra al estallar la revolucin, puesto que ahora fue una herramienta de comunicacin y organizacin entre
los esclavos sublevados; pero ese idioma ms bien un idiolecto ms o menos artificial es muy anterior a la
necesidad de reconocerse y resistir: pensado en su origen como instrumento de dominacin, se transforma en arma
de emancipacin) . Es interesante que estas formas de (involuntario, por supuesto) ninguneo provengan de
alguien como Galeano, a quien no se le puede negar su compromiso con las mejores causas.
10. Sartre, Jean-Paul : Crtica de la razn dialctica, Buenos Aires, Losada, 1964.
11. Cfr. Theodor W. Adorno: Dialctica Negativa, Madrid, Taurus, 1987.
12. Trouillot, Michel-Rolph: Silencing the past. Power and the production of history, Boston, Beacon Press, 1995.
13. Gouldner, Alvin : La crisis de la sociologa occidental, Buenos Aires, Amorrortu, 1970.
14. Taubes, Jacob : La teologa poltica de Pablo, Madrid, Trotta, 2005.
15. Foucault, Michel : Las palabras y las cosas, Mexico, Siglo XXI, 1972.
16. Rancire, Jacques : El desacuerdo, Buenos Aires, Nueva Visin, 1998.
17. Lvi-Strauss, Claude: Las estructuras elementales del parentesco, Barcelona, Paids, 1975.
18. Garraway, Doris L.: Legitime dfense : Universalism and nationalism in the discourse of the Haitian
Revolution, en Doris L. Garraway (ed.): Tree of liberty. Cultural legacies of the Haitian Revolution in the
atlantic world, University of Virginia Press, 2008.
19. Csaire, Aim : Toussaint Louverture, La Habana, Instituto del Libro, 1967.
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fundamental. De la combinacin de
ambos impulsos surge una perspectiva
centrada en torno al postulado de que
la independencia se trat, en realidad,
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NOTAS
1. Charles Hale, Political and Social Ideas in Latin America, 1870-1930, en Leslie Bethell, comp., The
Cambridge History of Latin America (Cambridge: Cambridge University Press, 1989), IV: 368.
2. Natalio Botana y Ezequiel Gallo, De la Repblica posible a la Repblica Verdadera, 1880-1910 (Buenos
Aires: Ariel, 1987).
3. El informe de la UNESCO redactado en 1951 expresa esto de manera elocuente: Por primera vez en
la historia del mundo, ninguna doctrina se propone como antidemocrtica. La acusacin de una actitud o
conducta antidemocrtica es normalmente dirigida contra los otros, pero polticos prcticos y tericos polticos
coinciden en enfatizar el elemento democrtico en las instituciones que defienden o en las teoras que abogan
[Richard McKeon, ed., Democracy in a World of Tensions. Pars: UNESCO, 1951, p. 522, citado por Russell
L. Hanson, Democracy, en Terence Ball, James Farr y Russell L. Hanson, Political Innovation and Conceptual
Change (Cambridge: Cambridge University Press, 1995), p. 68].
4. Para trabajos en que se aplican las teoras revisionistas-dependentistas a la investigacin histrica, vanse:
Heraclio Bonilla, comp., La independencia de Per (Lima: IEP, 1972); Marcello Carmagnani, Formacin y crisis
de un sistema feudal. Amrica Latina desde el siglo XVI a nuestros das (Mxico: Siglo XXI, 1976), Alberto Flores
Galindo, Aristocracia y plebe. Lima 1760-1830 (Lima: Mosca Azul, 1984) y Stanley Stein y Barbara Stein, The
Colonial Heritage of Latin America (Nueva York: Oxford University Press, 1970).
5. Vanse Sarah C Chambers, From Subjects to Citizens. Honor, Gender, and Politics in Arequipa, Peru 1780-1854
(University Park: The University of Pennsylvania Press, 2004; Florencia Mallon, Peasant and Nation. The
Making of Postcolonial Mexico and Peru (Berkeley: University of California Press, 1995), Guy P. C. Thomson,
Bulwarks of Patriotic Liberalism; the National Guard, Philarmonic Corps and Patriotics Juntas in Mexico,
1847-88. Journal of Latin American Studies 22.1 (1990): 31-68 y Popular Aspects of Liberalism in Mexico,
1848-1888. Bulletin of Latin American Research 10.3 (1991): 265-92. Estos trabajos normalmente se asocian
a lo que se da en llamar un regreso del sujeto. Sobre todo los historiadores norteamericanos especializados en
Amrica Latina se abocarn a destacar lo que denominan la agencialidad de sujetos subalternos.
6. Vase Peter Guardino, Peasant, Politics and the Formation of Mexicos Nacional State. Guerrero, 1800-1857
(Stanford: Stanford University Press, 1996), Claudia Guarisco, Los indios del valle de Mxico y la construccin
de una nueva sociabilidad poltica, 1770-1835 (Mxico: El Colegio mexiquense, 2003) y Eric Van Young,
The Other Rebellion. Popular Violence, Ideology, and the Mexican Struggle for Independence (Stanford: Stanford
University Press, 2001).
7. Vanse Annino, Antonio, ed., Historia de las elecciones en Iberoamrica, Siglo XIX. De la formacin del espacio
poltico nacional (Mxico: F.C.E., 1995); Annino, et al., eds. America Latina: Dallo Stato Coloniale allo State
Nazione (Miln: Franco Angelli Libri, 1987); Franois-Xavier Guerra, Modernidad e independencias. Ensayos
sobre las revoluciones hispnicas (Mxico: MAPFRE/F.C.E., 1993) y Guerra y Annick Lemprire, eds. Los
espacios pblicos en Iberoamrica. Ambigedades y problemas. Siglos XVIII-XIX (Mxico: F.C.E., 1998). Para una
crtica de las limitaciones de la perspectiva desarrollada por Guerra, vase Palti, El tiempo de la poltica. El siglo
XIX reconsiderado (Buenos Aires: Siglo XXI, 2007).
8. Al respecto, vase Juan Marichal, El secreto de Espaa. Ensayos de historia intelectual y poltica (Madrid:
Taurus/Santillana, 1995).
9. Vase Annino, Imperio, constitucin y diversidad en la Amrica hispana, Historia Mexicana 229
(2008): 179-227.
10. Vase Jos Antonio Serrano Ortega, Jerarqua territorial y transicin poltica. Guanajuato, 1790-1836
(Zamora, Michoacn: El Colegio de Michoacn/Instituto Mora, 2001).
11. Gabriel Di Meglio, Viva el bajo pueblo! La plebe urbana de Buenos Aires y la poltica entre la Revolucin de
Mayo y el rosismo (Buenos Aires: Prometeo Libros, 2006) Marcela Ternavasio, Gobernar la revolucin. Poderes
en disputa en el Ro de la Plata, 1810-1816 (Buenos Aires: Siglo XXI, 2007).
12. La verdad de la oposicin y la sentencia de los partidos, El Orden 899, 26 de agosto de 1858.
13. Juan Bautista Alberdi, Escritos pstumos. vol. XII, p. 113, itlicas agregadas.
14. Alberdi, Fragmento preliminar al estudio del derecho (Buenos Aires: Biblos, 1984), p. 256.
15. Mariano Moreno, Sobre el Congreso, en Escritos polticos y econmicos (Buenos Aires: La Cultura
Argentina, 1915), p. 284.
16. Moreno, Sobre el Congreso, en Escritos, pp. 299-300.
17. Cornelio Saavedra, Memoria autgrafa (Buenos Aires, Carlos Prez Editor, 1969), pp. 9-10.
18. Alberdi, Escritos pstumos (Buenos Aires: Imprenta Cruz Hnos., 1899), vol. XII, p. 264.
19. Como seala Pierre Rosanvallon, bien lejos de corresponder a una simple incertidumbre prctica sobre
sus distintos modos de funcionamiento, el sentido flotante de la democracia participa fundamentalmente de
su esencia. Alude a un tipo de rgimen que no ha dejado de resistirse a una categorizacin libre de discusiones
[Pierre Rosanvallon, Por una historia conceptual de lo poltico (Buenos Aires, FCE, 2005), pp. 21-22].
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unidimensional, de la racionalidad
comunicativa. El trabajo intensivo de
la crtica feminista sobre las relaciones
entre lo crtico, lo poltico y lo esttico
va destinado a expresar mundos de
experiencia que no quieren sacrificar lo
vago ni lo divagante a favor de lo exclusivamente recto, ni tampoco renunciar
a las brechas de indeterminacin que
le permiten sacudir los repertorios de
los nombres y cuerpos ya clasificados
a lo todava-sin-formular de subjetividades en proceso. Ya lo deca Julia
Kristeva: Por qu la literatura? Es
porque frente a las normas sociales, la
literatura despliega un saber y a veces
la verdad sobre un universo reprimido,
secreto, inconsciente. Porque duplica
as el contrato social revelando su no
dicho, su inquietante extraeza. Por
qu del orden abstracto y frustrante
de los signos sociales, de las palabras
de la comunicacin corriente, hace
un juego, espacio de fantasa y de
placer... El papel de las experiencias
estticas debera incrementarse no
slo para hacer de contrapeso al almacenamiento y la uniformidad de la
informacin, sino para desmistificar la
comunidad del lenguaje como herramienta universal, totalizante, niveladora14. La libertad creativa que juega
con la metaforicidad de las palabras y
las imgenes hace que el arte y la literatura sean capaces de vislumbrar lo an
no integrado a la circulacin comunitaria por los lenguajes normalizadores
del ordenamiento social. Sorprendentemente, el ms que eso y el nunca
del todo del arte y de la literatura, de
una subjetividad feminista en permanente descuadre de roles y guiones, se
topan con la multiplicidad batallante
de muchos otros nombres y cuerpos
fuera de lugar. Estos otros nombres y
cuerpos restados o sobrantes son los
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Mujer, por
Onaire Colectivo Grfico
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NOTAS
1. Sigue M. Barrett diciendo: El tipo de sociologa feminista que tiene ms pblico, por ejemplo, se ha
apartado de un modelo determinista de la estructura social (llmese capitalismo, patriarcado o mercado de
trabajo dividido segn el gnero, o lo que sea), y se ocupa de asuntos de la cultura, la sexualidad o la actividad
poltica, contrapesos evidentes al nfasis en la estructura social. Michelle Barrett, Las palabras y las cosas en
Desestabilizar la teora. Debates feministas contemporneos. Michelle Barrett, Anne Phillips (comps.), Mxico,
Universidad Nacional Autnoma de Mxico, 2002, p. 216.
2. T. Eagleton dice lo mismo de otra manera: Para las demandas polticas del feminismo, (la cultura) es algo
central en la gramtica en que se enmarcan. El valor, el discurso, la imagen, la experiencia y la identidad son
aqu el lenguaje mismo de la lucha poltica. Terry Eagleton, Despus de la teora, Barcelona, Random House,
2005, p. 59.
3. Jacob Torfing, Un repaso al anlisis de discurso en Debates polticos contemporneos. En los mrgenes de la
modernidad. Coordinadora: Rosa Nidia Buenfil, Mxico, Plaza y Valds, 1998, p. 31.
4. Giulia Colaizzi, Feminismo y teora del discurso: razones para un debate en Debate feminista N 5, marzo
1992, Mxico, p. 105.
5. M. Wittig dice: Hemos sido obligados, en nuestros cuerpos y en nuestras mentes, a corresponder rasgo
por rasgo, a la idea de naturaleza que se nos ha establecido. Monique Wittig citada por J. Butler en: Judith
Butler, Variaciones sobre sexo y gnero en Teora feminista y teora crtica, editoras: Seyla Benhabib y Drucilla
Cornella. Valencia, Edicions Alfons el Magnnim, 1990, p. 202.
6. Dice M. Foucault: Por saberes sometidos, entiendo dos cosas: por una parte, quiero designar los contenidos
histricos que han estado sepultados, enmascarados en el interior de las coherencias funcionales o en sistematizaciones formales. (...) Los saberes sometidos son estos bloques de saberes histricos que estaban presentes
y soterrados en el interior de los conjuntos funcionales y sistemticos. (...) En segundo lugar, por saberes
sometidos, pienso que debe entenderse tambion otra cosa y, en cierto sentido, una cosa diferente: toda una
serie de saberes calificados como incompetentes o insuficientemente elaborados: saberes ingenuos, inferiores
jerrquicamente al nivel del conocimiento o de la cientificidad exigida. Michel Foucault, Microfsica del poder,
Madrid, Las Ediciones de la Piqueta, 1979, p. 129.
7. La crtica cultural feminista se reconoce en el gesto descrito por L. Arfuch: el de habilitar los trnsitos, los
desplazamientos, la valoracin de los mrgenes, de lo intersticial, de lo que resiste al encerramiento en un rea
restringida del saber y por ende a la autoridad de un dominio especfico. Leonor Arfuch, Crtica cultural entre
poltica y potica, Buenos Aires, Fondo de Cultura Econmica, 2008, p. 208.
8. Edward Sad, Crtica secular en Punto de Vista N 9, diciembre 1987, Buenos Aires, p. 24.
9. Slo cabe lamentar que una revista como Debate feminista no est habitualmente incorporada como referencia a los debates acadmicos de los estudios culturales latinoamericanos ya que, sin lugar a duda, le quitara
monotona a su agenda temtica proponiendo materiales que recorren en inexploradas direcciones la separacin trazada por el latinoamericanismo entre las humanidades y las ciencias sociales.
10. Esta dimensin hbrida se debe a que la palabra, ms all de su (obligada) pretensin de exactitud, est
marcada por la duplicidad, la falta, el desvo, el desvaro... Esta preeminencia de la dimensin simblica,
como distancia crtica de toda afirmacin, ... es inherente a toda indagacin del campo cultural, L. Arfuch,
op. cit., p. 209.
11. Ana Amado, Cuerpos intransitivos. Los debates feministas sobre la identidad, revista Debate feminista
N 21, abril de 2000, Mxico, p. 235.
12. Rosi Braidotti, Sujetos nmades, Buenos Aires, Paids, 2000, p. 78.
13. Ibid., p. 48.
14. Julia Kristeva, El tiempo de las mujeres en Debate feminista N 10.
15. Jacques Rancire, Poltica, polica, democracia, Santiago, Ediciones LOM, 2006, p. 53.
16. Mary Jacobus, La visin diferente, en Otramente: lectura y escritura feminista, Coordinadora: Marina Fe.
17. J. Rancire, op. cit., p. 35.
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Ciudadanas postcoloniales
como smbolo y alegora del
capitalismo postcolonial(*)
Por Miguel Mellino
En los ltimos tiempos, y en el contexto de
los incesantes movimientos migratorios,
ciertos pensamientos han sido retomados
para la elaboracin de una teora crtica de
las formas globales de ciudadana. Hablamos
del postcolonialismo, corriente que si bien
retoma aquellos legados de la teora anticolonial, como Franz Fannon, intenta pensar
las nuevas formas de la colonialidad en las
metrpolis contemporneas. Ellas se constituyen, en su universalidad unitaria, sobre
procesos complejos de gobierno de lo social:
exclusin, guetificacin, racializacin y
un conjunto de tcnicas que producen al
migrante como tal. Pero el migrante no es
slo vctima de esos procesos, sino tambin
sujeto activo de una impugnacin a las
formas de subordinacin de la diferencia,
que muchas veces aparece bajo la forma de un
cosmopolitismo multicultural y pluralista.
Miguel Mellino, antroplogo argentino e
investigador de la Universidad de Npoles,
analiza las teoras postcoloniales, encontrando
en ellas una reflexin capaz de problematizar
la ambivalencia de la migracin y su potencialidad poltica, en la lucha por la reapropiacin del espacio pblico. Una ciudadana
conflictiva que es, al mismo tiempo, smbolo
y alegora del capitalismo postcolonial.
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Consideraciones introductorias
El ttulo de este artculo est tomado
directamente del trabajo de Lisa Lowe
acerca de los movimientos migratorios asitico-americanos a los Estados
Unidos, Immigrant Acts.1 Su crtica
materialista a la institucin norteamericana de la ciudadana, desde
el punto de vista de la historia de las
migraciones asitico-americanas, me
pareci muy interesante, y creo que
algunas de sus percepciones tericas
son muy tiles para poner el foco en
aquello que est en juego en las luchas
migratorias en torno a la cuestin de
la ciudadana, incluso en Europa. La
expresin Immigrant Acts implica, por
supuesto, un dilema; siguiendo la lnea
de Judith Butler, podra decirse que se
trata de una contradiccin performativa. Refiere simultneamente a
las leyes estatales migratorias y a las
agencias migratorias polticas y culturales en contra de esas mismas leyes
restrictivas; es decir, la restriccin,
exclusin y expropiacin as como el
empoderamiento y la subjetivacin.
Segn Lisa Lowe, la inmigracin
ha sido el terreno para la restriccin
legal y poltica de los asiticos como
un Otro en los Estados Unidos y,
simultneamente, el lugar de emergencia de un rechazo crtico al estadonacin del cual estas legislaciones son
la expresin. En sntesis, si la ley es el
aparato que une y sella la universalidad
de la nacin como cuerpo poltico,
entonces el inmigrante producido por
esta ley (y obviamente por el imaginario cultural nacional) es percibido
como margen y amenaza al todo
simblico, es precisamente el sitio de
elaboracin de la crtica a esa universalidad. Lo que quiero remarcar aqu es
que, siguiendo la lnea de Lisa Lowe,
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la institucionalizacin nacional de la
unidad se convierte en parmetro de
las condiciones de heterogeneidad de
una nacin. Es desde este punto de
partida que se propone considerar al
inmigrante (asitico-americano) a
la vez como un smbolo y como una
alegora. Debemos aclarar que para
Lowe, inmigracin como smbolo
y alegora no
implica metafo- Si la ley es el aparato que une
rizar a los inmi- y sella la universalidad de la
grantes reales, nacin como cuerpo poltico,
sino que, en sus entonces el inmigrante produpropias palabras, cido por esta ley (y obviamente
halla en estas por el imaginario cultural
contradicciones nacional) es percibido como
de la inmigra- margen y amenaza al todo
cin, tanto la simblico, es precisamente
i n t e r v e n c i n el sitio de elaboracin de la
crtica en el para- crtica a esa universalidad.
digma nacional
en conjuncin con lo internacional,
como el nexo terico que desafa al
capitalismo global desde lo local. En
este sentido, la alegora, no toma slo
una instancia singular de una conformacin inmigratoria, sino que atraviesa
formaciones raciales individualizadas
y ampla la posibilidad de un pensamiento y una prctica siguiendo lneas
raciales y distinciones naturales. En
suma, lo que me interesa aqu es la idea
de Lowe acerca de la migracin como
locus de encuentro entre las fronteras
nacionales (aunque podramos decir
de forma ms general, la soberana)
con su exterior, entendido como aquel
sitio en que tanto la ley como el cruce
de las fronteras se constituyen como su
crtica negativa.
Slo para mencionar la otra fuente
principal de este artculo, me gustara
sugerir que la idea de Lisa Lowe de que
la institucionalizacin nacional de la
unidad se convierte en parmetro de las
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de vista, podramos decir que la poltica significa, antes que nada, luchar
contra la constante privatizacin de
la vida pblica, de lo Universal, de la
Ciudadana, de lo Comn ejercida
por la polica.
Para concluir estas consideraciones
introductorias, creo que las percepciones de Rancire y de Lowe son muy
tiles para comprender la condicin
postcolonialista contempornea en
Europa. Tomando como punto de
partida su trabajo, propongo considerar las Ciudadanas europeas postcoloniales como smbolo y alegora
del capitalismo postcolonial. A partir
de esta cuestin, pero principalmente
siguiendo las luchas contemporneas alrededor del status del trabajo
migrante en Europa, podremos
vislumbrar aquello que est en juego
en el capitalismo postcolonial.
Lo postcolonial, como
pris de parole
Intentar precisar lo que entiendo
aqu por ciudadanas postcoloniales
en la Europa contempornea. Como
es sabido, las nuevas ciudadanas son
un tpico comn en referencia a una
condicin social y cultural (caracterizada por el trasnacionalismo, las relaciones diaspricas, la hibridacin, alta
movilidad, plurilocacin), que parece
sobredeterminar (utilizando el concepto
althusseriano) comunidades migrantes
y postmigrantes de las ciudades europeas. Usualmente, el objetivo principal de remarcar lo emergente y
lo auto-afirmativo de estas nuevas
ciudadanas de estas nuevas prcticas
de ciudadana es por un lado hacer
foco tanto en la condicin multicultural, transcultural o global que de
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NOTAS
1. N. del T.: Significa al mismo tiempo: Leyes para los inmigrantes y Actos de los inmigrantes.
2. Desacuerdo. filosofa y poltica, Jacques Rancire, Editorial Nueva Visin, Buenos Aires, 1996.
3. El odio a la democracia, Jacques Rancire, Editorial Amorrortu, 2006.
4. N. del T.: Cosmopolitismo astillado: inmigrantes asiticos y zonas de autonoma en el occidente americano y
Neoliberalismo como excepcin. Mutaciones en la ciudadana y en la soberana.
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I
Nuestra poca dictamina que los
dominios del ser y de la nacin
no pueden ser ya superpuestos en
un mismo espacio de experiencias ni
bajo un nico horizonte de anhelos
y expectativas. Ya rota o conjurada
esa unidad imaginaria en cuya superficie semntica se haban dado cita, al
calor de jornadas de lucha y dramas de
militancia, la voluntad y el concepto,
hoy estamos forzados a reconstruir
sus fragmentos y astillas recurriendo a
clarificaciones historiogrficas dbiles
y a crticas post-metafsicas radicales.
Que no pueden dejar de nombrarse
en plural. Aquellos restos, de esquirlas
esparcidas devinieron gotas que se
esfuman, evanescencias en el aire.
Entretanto, el Ser ha muerto, yace
recluso o bien su nominacin pertenece a la jerga de una secta filosfica
entre otras. Cunto de ello representa
un estado del conocimiento, un estado
de cosas o un estado de nimo no
podemos considerarlo aqu. Bstenos
consignar que la exorbitante pregunta
por la posibilidad de una filosofa latinoamericana no cesa de proferir su
vacilante sentido. La interrogacin
por su identidad y por su autonoma
puede inscribirse en una ms amplia
pregunta, segn la encontramos ya
clebremente formulada por Jos
Carlos Maritegui, existe un pensamiento hispanoamericano?, reconducida de manera no menos clebre al
campo filosfico, entre otros tambin
por un intelectual peruano, Augusto
Salazar Bondy, existe una filosofa
de nuestra Amrica?.
En lo que sigue no ofreceremos sino
apenas una anotacin al margen de
semejante estado interrogativo cernido
sobre la posibilidad y validez de una
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interactan dentro del Plemos narrativo y retrico del debate filosfico del
latinoamericanismo, nosotros mismos
no pretendemos sobrevolar por encima
de las controversias, sino ms bien
encarnarnos en ellas y tomar posicin.
Percibimos que dicha aproximacin
polemolgica ha sido encarada por el
filsofo uruguayo Javier Sasso en su
libro La filosofa latinoamericana y las
construcciones de su historia. En palabras que son suyas, queremos entonces
intervenir en el pleito. En dicha
investigacin, Javier Sasso ha puesto
en la mira una de las notas constitutivas del interrogante por la filosofa latinoamericana; a saber, que su
respuesta procede en trminos historiogrfico-filosficos. Y en este plano,
en trminos de una polmica por las
estrategias de construccin narrativa de
sus tradiciones y corpus textuales. La de
Sasso es una tentativa, al cabo incumplida, pero efectiva, de situarse frente a
las estrategias retricas y narrativas de
las filosofas latinoamericanistas con
el fin de producir una desarticulacin
analtica del debate, apta para nuevas
reconstrucciones argumentativas no
sustancialistas ni genealgicas, o dicho
de manera ms directa, despojadas de
contenidos tributarios de los relatos
homogneos e integradores del nacionalismo cultural. Con lo que el libro de
Sasso, muy sutilmente, pone en escena
un aspecto central en las representaciones intelectuales del discurso filosfico latinoamericanista: su conexin
ntima con las imgenes narrativas
del nacionalismo culturalista del siglo
XX (que Sasso asocia con un hegelianismo subrepticio y rampante). Sin su
voluntad culturalista emancipatoria,
que no desmereceramos en exceso si la
calificramos genricamente de neorromntica, gran parte del latinoamerica96
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contrarrplicas,7 se completaba en
una triple operacin de deslinde. Por
un lado, Tern introduce la previsible indicacin de que, por contraposicin a un contextualismo localista
extremo, las ideas estn siempre fuera
de lugar, aunque por el otro lado
plantea la nada previsible formulacin
de que filosofar, entre nosotros, pues,
es plagiar y adaptar, operando ese
bricollage que Lvi-Strauss considera
propio del pensamiento salvaje. Pero
Tern acoplaba esta relevante observacin, asimismo, a la todava menos
prevista circunstancia de que, de nuevo
entre nosotros, ese vaco de produccin filosfica original no bloque una
reflexin instalada en ese gnero peculiar de mezcla que llamamos ensayo y
que, desde el Facundo hasta Radiografa
de la Pampa, trat de dar cuenta de
los estupores con que una sociedad y
algunos intelectuales se enfrentaron.
El ltimo aserto ya no es un giro especfico de la inflexin nacional aunque
difcilmente reprocharamos el canon
argentino que propone Tern sino
que da cuenta de una de los rasgos
centrales del modus cognoscendi del
pensamiento latinoamericano, o sea,
su epistemologa de mezcla y su
insoslayable y acaso inherente propensin al ensayismo.
Por cierto que esta intervencin de
Tern se hincaba sobre una poderosa corriente de discusin que en la
propia Argentina inquira la posibilidad del filosofar latinoamericano,
particularmente en la generacin
fundadora de filsofos acadmicos y
sus discpulos inmediatos, pertenecientes a la etapa de la normalizacin filosfica.8 Y pronto con la ms
joven generacin formada en el marco
de dicha academizacin profesional,
cuando sus miembros experimentaran
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la radicalizacin poltico-cultural y el
vuelco al marxismo de los aos sesenta,
desde un medio universitario juzgado
insatisfactorio.9
En la dcada del cuarenta, Francisco
Romero, ocupado en su propia
operacin normalizadora, ofrece un
diagnstico de las corrientes contemporneas de la
Un ejemplo difano es Carlos filosofa latinoaAstrada. Con su teora de la mericana sin ms
cultura latinoamericana como horizonte que el
una construccin bifronte y de hacer el elogio
autonomista, Carlos Astrada de la progresiva
quiso inscribir el discurso filo- profesionalizasfico de la modernidad en cin acadmica
una perspectiva radicalmente de los estudios
situada sin resignar su aper- y las dedicatura a la universalidad. Astrada ciones,
cuyas
piensa el suelo originario de limitaciones y
las culturas precolombinas obstculos cieren trminos de restos o vesti- tamente no se
gios fragmentarios que han le escapan. Con
de filtrarse y sedimentarse en todo, su encuadre
los posteriores flujos de las reconoce
la
corrientes culturales coloniales dimensin prcy luego independentistas y tica de la cultura
modernizadoras.
latinoamericana,
no
obstante
considerarla un lastre antes que una
nota morfolgica, discrepando en
dicho punto con las posiciones defendidas al mismo tiempo por el filsofo
espaol Jos Gaos desde Mxico. De
modo que si por un lado reconoce que
la historiografa y la literatura representan como la toma de conciencia
por el hombre de su propio ser y de
su propio mundo, en un esfuerzo de
comprensin, expresin, tipificacin y
destaque de las esencias americanas, lo
que de veras desvela a Romero es que
recin en su poca en su generacin
se comprueba que la filosofa empieza
a entrar en sus cauces normales, en
tanto se emprende por todas partes
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NOTAS
1. Cf. Palti, Elas, La nacin como problema. Los historiadores y la cuestin nacional, Buenos Aires, FCE, 2002.
2. Preferimos de momento hablar de latinoamericanismo filosfico ms que de filosofa latinoamericana
para implicar semnticamente las posiciones tericas que afirman su identidad y autonoma discursiva. As se
ha utilizado por ejemplo en Jalif de Bertranou, Clara A., (comp.), Semillas en el tiempo. El latinoamericanismo
filosfico contemporneo, Mendoza, EDIUNC, 2001.
3. Cf. Biagini, Hugo E., La expresin filosofa latinoamericana, en Filosofa americana e identidad. El
conflictivo caso argentino, Buenos Aires, Eudeba, 1989; La filosofa en situacin, en Identidad argentina y
compromiso latinoamericano, Lans, Edunla, 2009.
4. Esta distincin de uso consagrado, a pesar de que pueda achacrsele cierto esquematismo simplificador, sigue
resultando til para la inteligibilidad inicial del problema. La vemos aplicada, por ejemplo, en el filsofo mexicano Abelardo Villegas cuando distingue dos grandes tendencias en la filosofa latinoamericana: por un lado
la lnea occidental, atenida al cultivo de las fuentes clsicas y modernas, la crtica filolgica y la permanente
actualizacin bibliogrfica (incluidos los frecuentes viajes a Europa); y del otro lado, una tendencia americanista o centrada sobre la realidad americana y el acontecer cada vez ms dramtico de nuestra historia. Vase:
Villegas, Abelardo, Prlogo, en Panorama de la filosofa iberoamericana actual, Buenos Aires, Eudeba, 1963.
5. Sasso, Javier, La filosofa latinoamericana y las construcciones de su historia, Caracas, Monte vila, 1998, p. IX.
6. Tern, Oscar, Filosofa latinoamericana? (1985), en De utopas, catstrofes y esperanzas. Un camino
intelectual, Buenos Aires, Siglo XXI, 2006, p. 95.
7. Cf. Biagini, Hugo E., La filosofa latinoamericana: su gnesis y reconstruccin, en Historia ideolgica y
poder social, 2 Vol., Buenos Aires, CEAL, 1992.
8. Para una aproximacin crtica al perodo puede verse Ramaglia, Dante, Alejandro Korn y la normalizacin
de la filosofa, en Jalif de Bertranou, Clara Alicia (ed.), Argentina entre el optimismo y el desencanto, Mendoza,
Universidad Nacional de Cuyo, 2007.
9. Una visin general a la vez que interna del fenmeno en Tern, Oscar, Introduccin por la filosofa, en
Nuestros aos sesentas. La formacin de la nueva izquierda intelectual en la Argentina 1956-1966, Buenos Aires,
Puntosur, 1991.
10. Romero, Francisco, Tendencias contemporneas en el pensamiento hispanoamericano (1942), en Sobre
la filosofa en Amrica, Buenos Aires, Raigal, 1952, pp. 11-15.
11. Cf. Frondizi, Risieri, Hay una filosofa iberoamericana?, en Ensayos filosficos, FCE, Mxico, 1986.
12. Astrada, Carlos, Autonoma y universalismo de la cultura latinoamericana, en Kairs, Buenos Aires,
Ao 1, N 2, noviembre de 1967, pp. 21-22.
13. La filosofa argentina tiene una singular incidencia en la gnesis de la Filosofa de la Liberacin, corriente heterognea que tiende a erigirse en la lnea terica principal del latinoamericanismo filosfico actual. Vase Miranda,
Jess, Filosofa latinoamericana, en Salas Astrain, Ricardo (coord.), Pensamiento Crtico Latinoamericano.
Conceptos fundamentales, Vol. II, Santiago de Chile, Universidad Catlica Silva Henrquez, 2005.
14. Para un panorama general y una hiptesis de lectura sobre la primera etapa de la Revista de Filosofa
Latinoamericana, vase Arpini, Adriana, El surgimiento de la Filosofa de la Liberacin en las pginas de la
Revista de Filosofa Latinoamericana. Primeros posicionamientos, en Jalif de Bertranou, Clara Alicia (ed.),
Argentina entre el optimismo y el desencanto, Mendoza, Universidad Nacional de Cuyo, 2007.
15. A manera de Manifiesto [Enrique Dussel], en Revista de Filosofa Latinoamericana, Provincia de Buenos
Aires, N 1, Tomo 1, Enero-Junio de 1975, p. 3.
16. Zea, Leopoldo, La filosofa actual en Amrica Latina, en Revista de Filosofa Latinoamericana, Provincia
de Buenos Aires, N 2, Tomo I, julio-diciembre 1975, p. 180.
17. Ardao, Arturo, Funcin actual de la filosofa en Latinoamrica, en Revista de Filosofa Latinoamericana,
N 2, pp. 189-190.
18. Mir Quesada, Francisco, Funcin actual de la filosofa en Amrica Latina, en Revista de Filosofa
Latinoamericana, N 2, p. 208.
19. Villegas, Abelardo, Proyecto para una filosofa poltica de Amrica Latina, en Revista de Filosofa
Latinoamericana, N 2, p. 193.
20. Dotti, Jorge, Filosofa nacional: profesionalizacin y compromiso, en Punto de vista, Buenos Aires, N
18, agosto de 1983, p. 15.
21. Vase Guldberg, Horacio Cerutti, Readecuacin del discurso filosfico en el contexto latinoamericano,
en Hacia una metodologa de la historia de las ideas (filosficas) en Amrica Latina, Mxico, UNAM, 1997
(1 ed. 1986).
22. Con lo que la pregunta por la filosofa latinoamericana remite cuanto menos a su condicin de tradicin intelectual o patrimonio heredado de textos. Vase Fernndez Nadal, Estela, Filosofa latinoamericana, en Biagini,
Hugo E., y Arturo A. Roig (dirs.), Diccionario del Pensamiento Alternativo, Buenos Aires, Biblos, 2008.
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23. Desde la perspectiva historiogrfico-intelectual se percibe una tentativa preliminar en dicha direccin con
las respuestas brindadas a la Encuesta sobre el concepto de recepcin. Jorge E. Dotti, Alejandro Blanco,
Mariano Plotkin, Hugo Vezzetti y Luis I, Garca, en Polticas de la Memoria, Buenos Aires, N 8/9, primavera
de 2008.
24. De la profusa produccin de Enrique Duseel, pueden verse entre otros los siguientes ttulos: Filosofa de la
liberacin, Buenos Aires, Aurora, 1985; Debate en torno a la tica del discurso de Apel. Dilogo filosfico Norte-Sur
desde Amrica Latina, Mxico, Siglo XXI, 1994; tica de la Liberacin en la Edad de la Globalizacin y la Exclusin,
Mxico, Trotta-UNAM, 1998; Europa, modernidad y eurocentrismo, en Lander, Edgardo, (comp.), La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas, CLACSO, Buenos Aires, 2003.
25. Roig, Arturo, Funcin actual de la Filosofa en Amrica Latina, en La filosofa actual en Amrica Latina,
Mxico, Grijalbo, 1975, p. 135.
26. Roig, Arturo, Existe un pensamiento latinoamericano?, en El pensamiento latinoamericano y su aventura,
(Edicin corregida y aumentada), Buenos Aires, El Andariego, 2008, p. 155 (1 ed. 1993).
27. Roig, Arturo Andrs, La historia de las ideas y la filosofa latinoamericana, en Historia de las ideas, teora
del discurso y pensamiento latinoamericano, Revista Anlisis, vol. XXVIII, N 53-54, Bogot, Universidad
Santo Toms, enero-diciembre 1991, pp. 180-181.
28. Maritegui, Jos Carlos, Existe un pensamiento hispanoamericano? (1925), en AA.VV., Ideas en torno
de Latinoamrica, Vol. 1, Mxico, UNAM, 1986, p. 495.
29. Gaos, Jos, Filosofa Americana? (1942), en AA.VV., Ideas en torno de Latinoamrica, Vol. 1, Mxico,
UNAM, 1986, p. 460.
30. Gaos, Jos, Caracterizacin formal y material del pensamiento hispanoamericano. Notas para una interpretacin histrico-filosfica, en Cuadernos Americanos, Mxico, N 6, noviembre-diciembre de 1942, pp. 59-61.
31. Por ejemplo, desde Ecuador el historiador Ramn Insa Rodrguez cree que la originalidad de la filosofa
latinoamericana estriba en su seguimiento de los ritmos filosficos europeos, ya que nunca Hispanoamrica
se ha mostrado cerrada e impenetrable a las corrientes filosficas extranjeras, sino que siempre, con ms o
menos retraso, llegaron las doctrinas predominantes de Europa y la Historia de su Filosofa se ajusta a los
ciclos histricos de la Filosofa universal. Insa Rodrguez, Ramn, Prlogo, en Historia de la filosofa en
Hispanoamrica, Ecuador, Universidad de Guayaquil, 1945, p. 3. Por su parte, desde Bolivia el historiador
Manfredo Kempff Mercado confirma que la mal llamada filosofa americana nos pertenece, pues, al igual
que la europea, slo por el hecho de que la filosofa es esencialmente universal. Kempff Mercado, Manfredo,
Introduccin, en Historia de la filosofa en Latinoamrica, Santiago de Chile, Zig-Zag, 1958, p. 38.
32. Snchez Reulet, Anbal, Introduccin, en La filosofa latinoamericana contempornea, MxicoWashington, Unin Panamericana, 1949, pp. 18-19.
33. Leopoldo Zea, En torno a una filosofa americana (1942), en Gracia, Jorge J. E., e Ivn Jaksic, Filosofa
e identidad cultural en Amrica Latina, Caracas, Monte vila, 1983, p. 188.
34. Todava a fines de los aos sesenta, Zea verificaba que si bien hasta hace poco tiempo, apenas unos aos atrs,
hubiera resultado ocioso y absurdo hablar de Filosofa Americana; ms todava si ello implicaba una referencia a la
filosofa en Latinoamrica, finalmente el interrogante sobre la existencia de una filosofa americana se ha hecho
sentir con extraordinaria fuerza en estos ltimos aos. Ahora bien, insiste Zea, se trata de una pregunta y una
preocupacin que implica una interrogacin ms amplia: por las posibilidades de la propia cultura americana.
Zea, Leopoldo, Introduccin, en Antologa de la filosofa americana contempornea, Mxico, B. Costa-Amic,
1968, p. IX. Veinte aos ms tarde, Zea retoma didcticamente el tpico recordando que al preguntarnos sobre
la existencia de una posible filosofa americana o latinoamericana estamos ya, necesariamente, partiendo de una
cierta idea de lo que se entiende por filosofa, aunque ello no debe obstar para aceptar que lo importante ser la
autenticidad de la reflexin: lo propiamente filosfica se dar por aadidura. Zea, Leopoldo, Existe la filosofa
latinoamericana?, en Filosofa latinoamericana, Mxico, Trillas, 1987, p. 19.
35. Ferrater Mora, Jos, Filosofa Americana, en Diccionario de Filosofa, Buenos Aires, Sudamericana,
1958, p. 518.
36. Cf. Stabb, Martin S., Amrica Latina en busca de una identidad. Modelos del Ensayo Ideolgico
Hispanoamericano 1890-1960, Caracas, Monte vila, 1969.
37. Larroyo, Francisco, La filosofa iberoamericana, Mxico, Porra, 1958, p. 209.
38. Ardao, Arturo, Filosofa americana y filosofa de lo americano, en Filosofa de lengua espaola. Ensayos,
Montevideo, Alfa, 1963, pp. 74-77.
39. Salazar Bondy, Augusto, Una interpretacin, en Existe una filosofa de Nuestra Amrica?, Mxico, Siglo
XXI, 1968, p. 104.
40. Mir Quesada, Francisco, El problema de la filosofa latinoamericana, en Despertar y proyecto del filosofar
latinoamericano, Mxico, FCE, 1974, p. 26.
41. Graca, Jorge e Ivn Jaksic, El problema de la identidad filosfica latinoamericana, en Filosofa e identidad
cultural en Amrica Latina, ed. cit., p. 11.
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42. Fornet Betancourt, Ral, El problema de la existencia o no existencia de una filosofa hispanoamericana,
en Problemas actuales de la filosofa en Hispanoamrica, Buenos Aires, Fepai, 1985, p. 28.
43. Guy, Alan, La filosofa en Amrica Latina, Madrid, Acento, 1998, pp. 90-91.
44. Rivara de Tuesta, Mara Luisa, Filosofa e historia de las ideas en Latinoamrica, Tomo III, Lima, FCE,
2000, p. 79.
45. Beorlgui, Carlos, Historia del pensamiento filosfico latinoamericano. Una bsqueda incesante de la identidad,
Bilbao, Universidad de Deusto, 2006, p. 35.
46. Rama, ngel, Transculturacin narrativa en Amrica Latina, Buenos Aires, El Andariego, 2007 (1 ed.
1982), pp. 39-47.
47. Sarlo, Beatriz, Borges, un escritor en las orillas, Buenos Aires, Emec/Seix Barral, 2007 (1 ed. 1995), p. 13.
48. Roig, Arturo Andrs, El discurso utpico y sus formas en la historia intelectual ecuatoriana, en La utopa
en el Ecuador, (Estudio introductorio y seleccin de Arturo Roig), Quito, Biblioteca Bsica del Pensamiento
Ecuatoriano, 1987.
49 Roig, Arturo Andrs, Globalizacin y filosofa latinoamericana, en Caminos de la filosofa latinoamericana,
Maracaibo, Universidad del Zulia, 2001 p. 181.
50. Arturo Roig apunta su crtica al planteo de Salazar Bondy en virtud de su irremisible mecanicismo. Vase
Filosofa y Alienacin en Amrica Latina, en Roig, Arturo, El pensamiento latinoamericano y su aventura,
(Edicin corregida y aumentada), Buenos Aires, El Andariego, 2008 (1 ed. 1993).
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NOTAS
1. Pero ah en el poblado, te decan que no se entenda tu palabra, que buscaras otra palabra: Tu palabra es
muy dura, no la entendemos... Entonces tenas que buscar otras palabras, tenas que aprender a hablar con la
poblacin. (Discusin sobre la historia, p. 138).
2. Pero veamos, para terminar, cmo se realiza esa imponente sntesis del Aleijadinho y en l consideramos lo
lusitano formando parte de lo hispnico. Su madre era una negra esclava. Su padre, un arquitecto portugus.
Ya maduro, el destino lo engrandece con una lepra, que lo lleva a romper con una vida galante y tumultuosa,
para volcarse totalmente en sus trabajos de piedra. Con su gran lepra, que est tambin en la raz proliferante
de su arte, riza y multiplica, bate y acrece lo hispnico con lo negro. Marcha al ras de las edificaciones de la
ciudad. l mismo, pudiramos decir, es el misterio generatriz de la ciudad. (La expresin americana, p. 245).
Para Lezama dos sntesis son fundamentales: sta que hemos mencionado y la hispanoincaica que existe en las
iglesias del indio Kondori. El barroco americano, de eso se trata. Una suerte de proliferacin o agujereamiento
que se produce en la superficie de una cultura. Por eso la potencia de la imagen de la lepra: el cuerpo arrojado
a su destino, superficie de inscripcin dolida de la ley y de la libertad. No hay emancipacin limpia. Ni
pureza de ninguna ndole. Ni herencia incontaminada a la cual retornar. Sntesis s. Pero leprosa, rota, violada
y violante, desgarrada, marcada con el hierro candente, herida con la ira del rebelde. Nocturna, clandestina.
Nada de caballos blancos. Apenas mulas cansadas. Esa es nuestra Amrica.
3. Entendemos que el vocablo transculturacin expresa mejor las diferentes fases del proceso transitivo de
una cultura a otra, porque ste no consiste solamente en adquirir una distinta cultura, que es lo que en rigor
indica la voz anglo-americana aculturacin, sino que el proceso implica tambin necesariamente la prdida
o desarraigo de una cultura precedente, lo que pudiera decirse una parcial desculturacin, y, adems, significa la consiguiente creacin de nuevos fenmenos culturales que pudieran denominarse de neoculturacin.
(Contrapunteo del tabaco y del azcar, p. 96). As explica Ortz las dimensiones de lo que Bronislaw Malinowski
llama un nuevo concepto tcnico.
4. Intent convertir en lenguaje escrito lo que era como individuo: un vnculo vivo, fuerte, capaz de universalizarse, de la gran nacin cercada y la parte generosa, humana de los opresores. (El zorro de arriba, el zorro de
abajo) ngel Rama, gran lector de la literatura latinoamericana y quizs uno de los hacedores de esa literatura
como conjunto de afinidades y complicidades, le dedic especial inters al Arguedas transculturador.
5. Hay tres nombres que resultan fundamentales a la hora de revisar los rasgos culturales del continente, por
su capacidad de construir estrategias y mquinas de lectura respecto de los textos anteriores. ngel Rama con
su fundacin de la Biblioteca Ayacucho, Alberto Flores Galindo con su historia encantada del mito andino
y su atencin sobre las culturas populares y David Vias con su red crtica sobre las formas de dominacin
que se inscriben en las ficciones literarias, construyeron imgenes de Amrica Latina que son finsimos trazos
por tanto: casi invisibles de nuestro presente.
6. El lector de diarios (o de novela espontnea) no quiere hacer ningn esfuerzo cuando lee. Se contenta con
absorber la escritura de otro como si fuera papel secante. Se deja guiar slo por las facultades de la memoria y no
por las de la reflexin. Este lector tiene una visin fascista de la literatura. Fascismo no es simplemente gobierno
autoritario y fuerte, de preferencia militar, que deja que se reproduzcan, sin quejas, las fuerzas econmicas de
la clase dominante. El fascismo existe todas las veces en que el ser humano se siente cmplice y sbdito de
normas. Ablandan el cerebro, alargan los msculos, sueltan la fibra. (Silvano Santiago, En libertad, p. 167).
El problema de las sociedades mediatizadas y de la confrontacin, en ellas, de los poderes comunicacionales y
las alternativas populares, tiene esta cuestin del fascismo de la claridad entre sus dimensiones ms importantes
y ms denegadas. Porque aun muchos de los que cuestionan monopolios mediticos y operaciones polticoperiodsticas se recuestan en el tranquilizador regazo del lenguaje claro y la comunicacin transparente. Y me
temo que lo de Santiago es ms que una provocacin literaria.
7. ... una poca es un desinters entre existencias que la mirada futura reconstruye. Y esa reconstruccin las
desea ver en colindancia o comunin, como si mbitos novelescos o conversacionales pudieran amalgamar
a posteriori situaciones que no fueron ms que vecindades indiferentes. (Horacio Gonzlez, Filosofa de la
conspiracin, p. 250).
8. La palabra nos liga a toda la historia pasada y, al mismo tiempo, refleja la totalidad del presente, Karl
Manheim (citado por Richard Morse, Resonancias del nuevo mundo. Cultura e ideologa en Amrica Latina,
editorial Vuelta, Mxico, 1995).
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Antropofagia y modernismo
en Brasil: una visita al
Musu da Lngua
Por Horacio Gonzlez
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Oswald de Andrade
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NOTAS
1. Pero practicar tambin el uso vicario que Antonio Cndido, el festejado crtico de la literatura brasilea,
maestro de crticos, llamaba a no emprender. Es una forma, tal vez, de sentir en el peso de los nombres, en qu
somos infieles a las notas verdaderas de nuestra propia experiencia.
2. Con Blaise Cendrars, el poeta del Transiberiano, compartir Oswald de Andrade muchas jornadas, y la idea
de que el conocimiento es desafiado por los viajes, a los que hay que hacer como viajero cosmopolita, pero a los
que hay que negar en su potencialidad cognoscitiva. Ms o menos como Levi-Strauss. Cendrars iba en pos de
lo desconocido pero saba que la exploracin de parajes supuestamente nuevos era derrotada por una esencia
ltima de lo genrico humano. Al llegar a Mxico y descubrir lo que ya saba, que no haba nada nuevo bajo el
sol, se encuentra exclamando: Connu, connu! Viajaba para redescubrirse en esa exclamacin.
3. Jos Vasconcelos, en el escrito La raza csmica, que ofrece tantos dobleces, riesgos y aspavientos de una
atractiva mitopotica, menciona casi en igual sentido el papel de la aviacin.
4. David Vias tambin emplea a menudo el concepto antropofgico de englutir o engullir como mecanismo
inverso, el de los poderes que succionan a las buenas almas que intentan ser revolucionarias y que en algn
momento de su vida deciden ser slo transformistas de su propia transformacin hacia la boca que los traga.
5. Jorge Schwartz ha dedicado grandes trabajos de reflexin, cotejo, recopilacin y teorizacin a los manifiestos
vanguardistas y hemos tenido a la vista en la redaccin de este artculo todas sus contribuciones: Vanguardas
latinoamericanas, polmicas, manifiestos y textos crticos y Vanguarda y comopolitismo.
6. Cuando llega Albert Camus a San Pablo, Oswald de Andrade es su anfitrin y le dice Bienvenido a la ciudad
del serpentario y de la penitenciara. Este es un trecho de su escritura de seales. Anota y no se sabe su intencin valorativa. Pero anotar es ya una intencin valorativa. No quiere prisiones y as relaciona su manifiesto de
1928 con la visita del autor de La Peste dos dcadas despus. El serpentario de San Pablo puede o no ser una
metfora. El ms grande de Latinoamrica esta en San Pablo, en el barrio de Butant.
7. Estas y otras menciones se extraen de Maria Eugenia Boaventura, O Salo e a Selva, uma biografia ilustrada
de Oswald de Andrade, Unicamp, 1995.
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Lugones e Ingenieros:
polmicas y paralelos(*)
Por David Vias
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Pasapalos
En Venezuela, antes de darle a los tragos,
que se llaman palos, se distribuyen los
pasapalos, que son las cositas para picar
antes de establecer un ademn ms
prolongado. Quisiera, antes de entrar al
tema de Lugones e Ingenieros, algunos
pasapalos que aparentemente pueden
aparecer como alejados del ncleo de
lo que esta tarde, en esta reunin de
trabajo, vamos a plantear, pero que
tengo el convencimiento de que estn
ntimamente vinculados en ese entretejido que hace, que define, lo que nos
preocupa, nos provoca y nos inquieta;
la cultura argentina.
Al entrar a la Biblioteca Nacional,
confieso que me intimid una
enorme estatua, la estatua del Papa.
Confieso, digamoslo, con moderacin
e inquietud, que no se qu hace all;
no se qu vinculacin concreta tiene
el Papa con la Biblioteca Nacional
de la Argentina. Me permito, insisto,
moderadamente, abrir el interrogante,
teniendo en cuenta de manera muy
subrayada que busqu, no una estatua
egipcaca o talibanesca de esas dimensiones, sino un busto mucho ms
moderado del fundador de esta Biblioteca, Mariano Moreno, especialmente
vinculado, desde ya, a la cultura de
este pas por su breve y muy dramtica trayectoria en 1810 momento
antagnico, por los planteos jacobinos
saludablemente agresivos, respecto de
la cosa vaticana.
Volv a ser intimidado este es otro
pasapalo por el emblema depositado
en un saln de la Biblioteca Nacional
Argentina; es un seudnimo que es
toda una estratagema literaria, depositada sobre un caballero llamado Hugo
Wast. Me intimida, por lo menos,
esa presencia; recordaba un folleto de
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David Vias,
por Ximena Talento
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Y si la Reforma Universitaria de
Crdoba apenas si lo ocupa a Lugones,
al margen de su dura polmica con
Deodoro Roca, a Ingenieros, de
hecho, le otorga dimensin privilegiada en Amrica Latina; superpuesta
a sus devociones por la Revolucin
Mexicana, especialmente en Yucatn y
a favor de Felipe Carillo Puerto, primer
gobernador socialista de Amrica
Latina, asesinado por un rebrote del
antiguo porfirismo. Esta posicin
lleva a Ingenieros a denunciar, en la
reunin de Santiago de Chile, el panamericanismo de los Estados Unidos, el
asesinato de Sandino y la silla elctrica
para Saco y Vanzetti.
El ao 1924 marca, por fin, el distanciamiento mayor entre los dos protagonistas de la cultura argentina durante el
primer cuarto del siglo veinte. Lugones,
con el discurso pronunciado en el Per
junto al dictador Legua en conmemoracin del centenario de la batalla de
Ayacucho, donde se exalta el predominio poltico del sable. E Ingenieros,
tambin en 1924, en homenaje a Lenin,
con motivo de la muerte del fundador
de la Unin Sovitica.
Roma o Mosc, dilema de los aos
20; con los obispos y generales o con
los milicianos de las brigadas internacionales. Esta sera la prolongacin
de los aos treinta de los testamentos
simblicos dejados por Ingenieros y
Lugones. La guerra era maniquea; el
gallo rojo o el gallo negro.
*Conferencia brindada el 10 de
diciembre de 2004 en la Biblioteca
Nacional en el contexto del Ciclo de
Pensamiento Contemporneo.
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Tratados en La Habana
Por Amrico Cristfalo
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acumulacin, de acreditacin, beneficiaria de clculos de tiempo, impostada en la relacin directa o ntima con
los textos, temerosa de verticalidades,
acomodada en frmulas de ganancia y
asombrada cuando su exceso deriva en
ruina. Pecado original de una lengua
que habra venido, y vuelve para decir
el desajuste insalvable entre experiencia
y discurso. El decir de Lezama trae
una voz extranjera dispuesta a descentrar la ciudad, a que la ciudad pierda
su equilibrio de crculo, a que pierda
su medida funcional, a que su trama
se abra, se mueva en la expansin de
sus metforas y se interrumpa en sus
imgenes. Una ciudad de trabajos y
esfuerzos perdidos, cada, que alegremente acepta su cuerpo transitorio y
su repeticin. Su revolucin. Y en esto
no debi percibir Lezama ninguna
falta o hasto en La Habana contempornea. En esto ve Lezama el sistema
potico, entre el exceso y la ruina. En
el acto, en la ejecucin de sus decretos.
Se alegra la continuidad porque slo
ella engendra y segrega sorpresas:
(LI, Tratados en La Habana), y an lo
oscuro y lejano comparece a su deber.
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I. En Cuba
Durante los dos aos que Ezequiel
Martnez Estrada vivi en Cuba,
entre 1960 y 1962, sucedieron acontecimientos extraordinarios de los
que tomara noticia el mundo entero.
La circunstancia era la revolucin y
el hombre al mando, Fidel Castro.
Dadas las urgencias y los entusiasmos
del momento, muy pocos se dedicaron
por entonces a trabajos de erudicin.
En la isla, la verdad de las ideas se
demostraba en la calle, no en gabinetes. Sin embargo, Martnez Estrada
pas la mayor parte de su tiempo en
La Habana consultando biografas,
revisando archivos y descifrando la
letra manuscrita de Jos Mart. Para
eso estaba l en Cuba, para preparar
un tratado sobre la vida, la obra y la
personalidad del lder de las fuerzas
independentistas de fines del siglo
XIX. Por otra parte, Jos Mart era
el nico cubano cuya fama superaba
en mucho a la del joven Fidel Castro,
a la sazn dueo de la situacin. En
aquel tiempo, Martnez Estrada tena
sesenta y cinco aos de edad, pues
haba nacido en 1895, el mismo ao
en que Mart sucumbi en la localidad
de Dos Ros de un par de balazos que
le acert un soldado espaol.
Martnez Estrada ha de haber viajado a
Cuba en estado de asombro. Despus
de tanto arar en seco en su propio
terruo resultaba ser que era en el
Caribe donde le brindaban afecto y
reconocimiento. De su pas se haba
ido con la sospecha de que su voz ya no
interesaba a nadie o que eso as sucedera en poco tiempo ms, y estaba
cansado, casi desgastado. Al establecerse
all Martnez Estrada seguramente era
conciente de que en Buenos Aires nadie
habra de estar entendiendo nada; ni
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VII. Decepcin
Poco despus del triunfo de la guerrilla
castrista sobre las tropas de Fulgencio
Batista, Martnez Estrada haba dicho:
La revolucin popular cubana debe
servir de estmulo a los que desesperbamos de que Lao Ts tuviera
razn cuando deca que el agua era
ms poderosa que el rayo, aunque a
mi juicio ese estado revolucionario es
inmensamente inmaturo. Inmaturo
y en su fase espasmdica. No puedo,
ni debo, entonces, poner esperanza en
el ejemplo de Fidel Castro y s mirar
ms lejos, hacia el revolucionario del
agua mansa, David Henry Thoreau el
maestro de Gandhi. l es quien puede
guiarnos en estos momentos difciles
y asegurarnos que no demos un paso
en falso ni motivo a la justicia del
derecho injusto. Significativamente,
Henry David Thoreau es el tema de un
ensayo suyo publicado en Cuba una
vez que finaliz su primera visita a la
isla y nada menos que en el primero de
todos los nmeros de la revista Casa de
las Amricas, una de las joyas culturales
del nuevo gobierno. Martnez Estrada
escribi all: Thoreau concibi que
el nico camino para obtener que el
opresor y el inquisidor perdieran el
dominio de sus artefactos era el de no
combatir con las mismas armas, las
de la guerra. Sin embargo, pronto el
nombre de Marx y el de Lenin resonarn en la isla ms sonoramente que
el de sus hroes de paz.
En verdad, de Marx, a Martnez Estrada
no le interesaba ni su teora econmica
ni su praxis poltica, sino su furia de
vaticinador y su fe de ungido. Sobre
Marx, escribi: No habra de pasar a
la historia Marx como un economista
cientfico sino como un profeta, que
es ttulo ms venerable; no como un
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Dramas sudamericanos o
memorias de un pasado comn1
Por Rocco Carbone
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cuentos: La noche de los francotiradores, perteneciente al texto homnimo y la serie integrada por los ocho
textos de Insurgencias del recuerdo.
Trptico y latinoamericanismo
La noche..., Insurgencias. Y un trptico: literatura-historia-memoria. Un
texto literario cuyo afn es recuperar la
historia (en el sentido de relato histrico), pretende articular una dimensin
plural: de tipo tico, moral y poltico,
en la sincrona. Y digo esto porque en
la narrativa de Catalo Bogado Bordn
asistimos a la (re)construccin de la
historia por medio de la narrativa.
La narrativa hecha historia es una
suerte de permanente ecuacin. Con
Insurgencias y La noche... accedemos a ciertas franjas de la historia
del Paraguay a travs de los intersticios de una narracin que apunta al
develamiento de una historia llena de
mentiras serviles: dramas. Textos literarios que funcionan sobre un entramado
histrico. En ambos, presenciamos
una relacin dialgica una interseccin: mejor entre literatura e
historia, ya que stas estn empeadas
en la misma empresa cognoscitiva.
Catalo escribe a partir de la historia
que siente y sabe propia, relacionada
con su territorio nacional, presentido
como realidad nuclear. Pero pese a esa
base histrica, el criterio rector al que
se atiene es el de producir narrativa.
Los relatos catalianos se desentienden
de la precisin del hecho estrictamente
histrico y tambin de su interpretacin. Ms que como indicacin de
lo que fue o pudo haber sido, sus
texturas pueden leerse como alegora
nacional o fbula histrica. Todo esto
a travs de los microlugares. Efectiva178
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cultura de la sociedad en que se desenvuelve la vida de un individuo determinado (Lienhard 2000: 16). En sentido
inverso: la memoria colectiva se funda
y apoya en una porcin significativa de
memorias individuales. Es as que
[...] las operaciones de la memoria
tienen dimensiones que trascienden
el recuerdo de lo vivido por cada
individuo. En general, cada grupo
[...] aspira a mantener viva su relacin afectiva con aspectos [...] de su
pasado. Este tipo de relacin es la que
permite el establecimiento de relatos
sobre un pasado comn, que constituyen el sustrato de la identidad de
los grupos. Estos relatos se transmiten
y refuerzan a travs de distintas prcticas de rememoracin o conmemoracin, permitiendo establecer lo que se
suele denominar memoria colectiva
(Bisquert/Lvovich 2008: 8).
De esto desciende que, con Insurgencias
del recuerdo y La noche de los francotiradores, presenciamos la memoria
individual de Catalo Bogado, cuyos
contenidos remiten, recproca y
complementariamente, a la memoria
marcada por la historia, la poltica y la
cultura del Paraguay moderno. Desde la
Guerra del Chaco hasta Ycu Bolaos,
tal como sealaba al comienzo. Y sta
es una memoria de ndole colectiva
en tanto sistema de interrelaciones
de memorias individuales (Bastide,
1994). Hablo entonces de un entramado individual de base colectiva.
Leo
La literatura cataliana que se hace carne
inflexin menos crstica que criolla
en los textos sealados, recupera y
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Memoria, por
Onaire Colectivo Grfico
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NOTAS
1. Segunda versin, razonada de vuelta, de un trabajo publicado como ensayo introductorio a Bogado
(2009: 145-162).
2. Lo que aqu sealo a manera de resea merecera una mayor atencin que rebasa el tema de estas pginas.
3. Por lo ataente a este cruce, sigo los postulados de Sosnowski (2000).
4. Corolario. Colorados, por el Partido Colorado, enrgico aparato poltico y tradicional detentor del poder, la
Asociacin Nacional Republicana-Partido Colorado (ANR-PC), que gobern en el Paraguay, con hegemona
absoluta, hasta Nicanor Duarte Frutos (2003-2008). Y oviedistas, de la faccin de Oviedo, Lino, un militar
golpista, quien, ltimamente, en el contexto eleccionario paraguayo, fund el movimiento poltico UNACE
(Unin Nacional de Ciudadanos ticos) y se present a las elecciones generales de mayo de 2008 en contra de
Lugo. En definitiva, se trata de un figurn que en la Argentina de 2009 para soslayar innecesarias precisiones
puede ser puesto en paralelo con Patti, Luis.
5. No quiero dejar de lado que con el apellido Matiauda, oblicuamente y no tanto, se nos est remitiendo a
Stroessner Matiauda, Alfredo, dictador entre 1954 y 1989.
6. Digo casi porque, como veremos ms adelante, la presencia de la naturaleza tupida del Paraguay campesino
funciona como tal.
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La biografa de Andrs Caicedo es tan atrapante como extraa. Fue escritor y fundador
de la revista Ojo al Cine, animador del Cine
Club de Cali y dado a la nostalgia crnica
y compulsiva que puso el suicidio en estado
de latencia. Los orgenes de esta historia se
sitan en su temprana edad en Cali, ciudad
que asumi como propia, profundamente
atrado por las formas de vida juveniles que
hacan de la cultura del exceso su forma de
rebelda. Aventuras de suburbios en la que
combinaba distintas pasiones: cinefilia,
erudicin, drogas, e impulsos irrefrenables
que lo llevaron al vagabundeo callejero.
Mientras Amrica Latina se dispona a
celebrar el mundo fantstico del realismo
mgico, Caicedo descubra una Colombia
nutrida del arrebato violento y marginal de
los jvenes de las periferias. Un deambular
que desconfiaba de la consagracin intelectual y que buscaba en esos bajos mundos
nuevas posibilidades de experimentacin
para una Amrica Latina que no se le ofreca
como promesa sino como decepcin. Celeste
Orozco y Violeta Rosemberg presentan en
este artculo la trama de una vida tan fascinante como dramtica.
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Andrs Caicedo
(gentileza Editorial Norma)
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Canibalismo,
vampirismo,
la
nostalgia, el amor, el sexo, la violencia,
la noche como circunstancia, las flagelaciones dentales, el gusto por los
complejos y los conflictos, el incesto y,
en ltimas, la muerte, como gran final
de todas las derrotas en los puntos
anteriores. Este recuento de los temas
que sobrevuelan la obra de Caicedo,
enumerados por Luis Ospina cineasta
caleo, amigo de Andrs y tambin
fundador de Ojo al Cine y del Cine
Club de Cali y Sandro Romero Rey
voraz lector de la obra de Caicedo
explican a Andrs y a su existencia.
Pero vamos por partes.
Andrs Caicedo y las ciudades
Cada ciudad tiene su crculo, su descentro,
ya sea Cali o Nueva York, en todas
partes encuentras
que no tienes a dnde ir (1973).
A Ospina y Romero Rey recopilar la
obra de Andrs se les present, segn
cuentan, como una necesidad generacional. Para compilar los relatos
que conforman Calicalabozo desempolvaron cientos de folios con
versiones de cuentos, varias novelas,
buena cantidad de largometrajes
que quedaron en papel, obras de
teatro, correspondencia desaforada,
proyectos, traducciones de artculos de
cine y canciones de los Rolling Stones,
incalculable coleccin de crticas de
cine, poemitas y toda suerte de arrepentimientos varios. Imposible no
tramar un criterio de seleccin ante esa
montaa de papeles mecanografiados.
Finalmente, el encauce vino por Cali,
donde comienza Caicedo su vida y
su obra (desde los 13 a los 25 aos).
Dicen los compiladores que resultara
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Andrs Caicedo
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El boom latinoamericano
En qu punto el nombre de un escritor Caicedo, en este caso y el de un continente
Latinoamrica coinciden? O mejor: en qu punto coinciden un destino
singular con la Historia? Borges concibi un punto que era todos los puntos: el
Aleph. Ese invento tena una ventaja: que en un nico espacio podan confundirse todos los tiempos.
Algo de eso ocurre en la escritura de Caicedo: de los escritores modernistas
hereda la necesidad de establecer un vnculo entre escritura y Latinoamrica
pero, fundamentalmente, hereda el modelo del dandysmo como forma propia
de vida del escritor. Pero se trata de un dandysmo construido con ese modelo de
los 60, no latinoamericanos, sino europeos:drogas, excesos y Rolling Stones.
Mientras el colombiano Gabriel Garca Mrquez publicaba en 1967 Cien aos
de soledad, sellando lo que se conoce como realismo mgico, a una distancia
no slo geogrfica sino tambin ideolgica, aparece Caicedo en la cultura. Las
obsesiones de este ltimo fueron ms cercanas a la cinefilia y el rock. Este pelado
prestaba atencin a las problemticas juveniles, urbanas y suburbanas.
Caicedo no slo se debata con su propia vida, sino con los 60 en general y, en
especial, con los 60 latinoamericanos y su manifestacin literaria: el boom. As,
Latinoamrica ya no era la promesa de vida frondosa, porque ya no quedaban
rastros de ningn realismo mgico, sino el puro bajn que exiga permanentes sacudones de Valium. Ello se evidencia en la muerte delparadigma Garca Marquez
y en Caicedo como el enemigo de Macondo: Andrs es la prueba viviente de
que uno poda venir de un pueblo pequeo de Amrica Latina y no escribir
sobre abuelas que vuelan (Alberto Fuguet en entrevista con El Amante, 2009).
Asimismo, a diferencia de Jos Mart, que debe viajar a Estados Unidos para
reconocer que Latinoamrica es el territorio que promete la verdadera libertad,
o incluso de Jos Carlos Maritegui y el Csar Vallejos de Trilce, para quienes
Amrica es el espacio que debera ser poblado por el programa indigenista cuyas
ruinas la palabra potica debera recuperar, enCaicedo, en cambio, el viaje a los
Estados Unidos es motivo para descubrir que Amrica es un destino obligado,
pero al final como en la obra de Beckett para los europeosla ltima constatacin es que no hay salida,es decir, que el destino del continente es elencierro.
En el mismo tiempo en que Caicedo se debate entreel suicidio y la soledad
en la propia ciudad, Keith Richards, uno de los grandes inventores de la
juventud, cantaba en el disco ms punk de los Stones (Some girls) quenada
lo haca sentir tan slo como la muchedumbre. El mensaje estaba claro: los
70 quedan bien resumidos por la consigna de los Sex Pistols No future y eso
exiga otra manera de ser joven.
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Ojo al cine
Y ya la gente me estaba poniendo apodos, peliculero. Teatrero, cosas as, apodos
que no tenan nada que ver conmigo, pero me los ponan para distinguirme, para
que la gente estuviera avisada de que si yo me les acercaba que salieran de m
lo ms rpido posible, que me desligaran de una, porque con el Peliculero no
se poda hablar, el Teatrero no habla de otra cosa sino de cine. (Extracto de
Calibanismo).
Andrs Caicedo llevaba diarios de films vistos. stas son algunas de sus pelculas ms admiradas:
The Missouri Breaks de Arthur Penn
Persona de Ingmar Bergman
Lilith de Robert Rossen
Psicosis de Alfred Hitchcock
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viajeros vieneses. Peter lleva los prismticos colgados del cuello mientras
su mujer con anteojos oscuros trata
de leer un folleto turstico.
El sol les daba de lleno, y aunque
apenas calentaba en ese verano fresco
del sur, el resplandor blanquecino,
filtrado por el polvo y los vidrios
sucios, llegaba a encandilar. (p. 16)
Ms adelante comprobaremos que la
insistencia en el motivo del vidrio, al
igual que la reiteracin acumulativa
sobre la mirada, piezas claves en el
arsenal de una sabia estrategia narrativa,
preparan un momento de iluminacin
del sentido profundo de la obra.
A no dudar, desde los aos 60,
mucho viento ha soplado sobre la
arena de la llanura.
Una consecuencia es la representacin
de la conciencia del tiempo alojada
en el carozo de la obra. En abierto
contraste con la ilusin optimista de la
dcada del 60 que crey haber domado
la llamada larga duracin para poner
riendas a los aos venideros, la caricatura del microcosmos globalizado de
la cscara naranja reduce los conflictos
de los seres atrapados en el vehiculo a
la eternidad de un presente cenagoso.
El tiempo se ha empozado. El ritmo
narrativo deviene andar cansino.
Como en Japn de Reygadas recuerda
la monotona de los tempos flmicos
del maestro nipn Ozu.
La alegora sobre etapas histricas
es implacable. Con sesgo de stira,
contempla a los aventureros abandonar la certeza de una solucin en
el esfuerzo colectivo, apiados detrs
del micro, los hombres hacan fuerza;
las mujeres a un costado aplaudan
(p. 27). Despus, los viajeros del
mnibus desde su hosco aislamiento
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NOTAS
1. Cristina Siscar, La Siberia. Buenos Aires, Mondadori, 2007.
2. Japn, Carlos Reygadas, 2002.
3. Historias mnimas, Carlos Sorn, 2002; Una estrella y dos cafs, Lecchi, 2006; El otro, Ariel Rotter, 2007;
La punta del diablo, Marcelo Pavn, 2006.
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Lenguas vivas
Con el ttulo de esta seccin
nos convertimos en deudores de Len Rozitchner, de quien tomamos
prestada la idea. La lengua viva es una excedencia corporal y afectiva que desborda las significaciones dominantes. Una lengua resistente a las formas de codificacin: el patriarcalismo, el terror y todos
los modos de abstraccin de la materialidad sensible de la palabra.
En Amrica Latina el problema del lenguaje siempre fue una exploracin fundamental. All, se condensan colonialismos, herencias
esclavas y una multiplicidad de pueblos y dialectos indgenas que no
permiten circunscribir sus dominios a manos de especialistas. La
lengua es una hiptesis poltica. No hay proyecto que no aborde el
corazn profundo del habla de los pueblos. All coexisten estrategias
de traduccin y profanacin, reapropiacin y mezcla. Hablar o ser
hablado, esa es la cuestin. Y ms en la era de las comunicaciones
globales, verdaderas factoras del sentido y productoras de sentimientos modulados. Tomar la palabra y reinscribirla en la carne
viva de la historia; all el desafo y el programa de la emancipacin.
No hay radicalidad que no reinvente, en el mismo acto, la relacin
entre palabra y experiencia liberando los signos y ponindolos en
conexin con nuevas fuerzas redentoras. Un pueblo por venir que
convoca a crear nuevos modos de vida y urgentes formas expresivas.
Aqu presentamos una serie de materiales indispensables; un
instrumental para repensar los usos del habla.
216
Casa-Grande y Senzala
Prlogo de la primera edicin
Por Gilberto Freyre
La particular mirada de Gilberto Freyre sobre la
historia cultural del Brasil se construy sobre la
base de materiales muy diversos. Los olores de las
cocinas de Baha, los colores de las vestimentas y
sus ornamentaciones, los viajes por la aridez de
los desiertos, las arquitecturas de las viviendas
o los documentos revisados en la Biblioteca
Nacional de Portugal, narraban por igual la vida
que brotaba de la economa esclavista. Su obsesin: el problema del mestizaje. No bastaba slo
con establecer la relacin y las proporciones de la
influencia del modo de produccin sobre la fisonoma moral de la poblacin. La antropologa
deba sumergir su intuicin en aquellos aspectos
de la experiencia colectiva que proporcionaban
pistas sobre la configuracin de sus modos de
ser. Una sensibilidad atenta, capaz de encontrar
signos en el rumor popular, en las inflexiones del
lenguaje, en la piedra y la cal de las casas-grandes, y
en el barro y la paja de las senzalas. Patriarcalismo
colonialista tropical, monocultura latifundaria;
indios y esclavos en convivencia promiscua con los
seores de ingenio. Una escritura que desatiende
las gestas picas militares y polticas puesto que la
comprensin del carcter brasileo encuentra
ms veracidad en las costumbres cotidianas del
Brasil profundo que en los relatos cannicos.
Publicamos aqu el prlogo a su libro Casa-Grande
y Senzala, convencidos que en l hay motivos
sobrados para una nueva imaginacin crtica.
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Esta menina
nao dorme na cama
dorme no regaco
da Senhora SantAnna.
Y se tena tanta libertad con los santos
que era a ellos a quienes se confiaba
la guarda de las terrinas de dulce y de
jalea contra las hormigas:
Em louvor de S. Bento
que nao venham as formigas
c dentro.
es lo que se escriba en un papel que se
colocaba en la puerta de la alacena. Y
en papeles que pegaban a las ventanas
y las puertas:
Jess, Mara, Jos
rogae por nos que recorremos a vos.
Cuando se perda un dedal, una tijera,
una monedita, incumbale a San
Antonio dar cuenta del objeto perdido.
En el patriarcalismo brasileo, ms
an que en el portugus, nunca dej
de existir una perfecta intimidad con
los santos. Al nio Jess slo le faltaba
gatear con los nios de la casa, emba
durnarse de jalea de araz o de guayaba,
jugar con los muleques. Las monjas
portuguesas, en sus xtasis, lo sentan
muchas veces en sus brazos jugando
con las costuras o probando dulces.
Por debajo de los santos y por encima
de los vivos, en la jerarqua patriarcal
quedaban los muertos gobernando
y vigilando lo ms posible la vida de
los hijos, de los nietos y bisnietos. En
el santuario de muchas casas-grandes
se conservaban sus retratos entre las
imgenes de los santos, con derechos a
la misma luz votiva de las lamparillas de
aceite y a las mismas flores de devocin.
All tambin solan colocarse las trenzas
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de Lry, Hans
Staden, Koster,
Saint-Hilaire,
Rendu,
Spix,
Martius, Burton,
Tollenare,
Gartner, Mawe,
Mara Graham,
Kidder, Fletcher.
De estos ltimos
me he servido
largamente
valindome de
una familiaridad
con ese gnero
que no s si
debo llamar lite
rario muchos
son libros mal
escritos, aunque deliciosos en su candor
casi infantil, que data de mis das de
estudiante, de las investigaciones para
mi tesis Social Life in Brazil in the
Middle of the 19th Century, presen
tada en 1923 a la Facultad de Ciencias
Polticas y Sociales de la Universidad
de Columbia. Trabajo que Henry L.
Mencken me hizo el honor de leer,
aconsejndome que lo ampliase a libro.
El libro, que es ste, debe tal palabra
de estmulo al ms antiacadmico de
los crticos norteamericanos.
Volviendo a la cuestin de las fuentes,
recordamos los datos valiossimos que
se hallan en las cartas de los jesutas. Es
considerable ya el material publicado,
pero debe existir an Juan Lucio de
Azevedo, autoridad en la materia, me
lo recuerda en una carta en la sede
de la Compaa mucha cosa indita.
Porque los jesutas no slo fueron
grandes escritores epistolares muchos
de ellos al rozar detalles ntimos de
la vida social de los colonos, sino
que tambin procuraron estimular en
los caboclos y mamelucos, discpulos
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NOTAS
1. N. del T.: Esta voz, de posible origen ndico, adems de expresar el primitivo ingenio de azcar (ingenio de
bangu), designa en el noreste brasileo, una especie de litera con techo y cortinas de cuero.
2. N. del T.: Los servicios higinicos de las casas-grandes, en la poca de la esclavitud, eran acumulados en un
barril, al que, cuando lleno, el esclavo negro llevaba y descargaba en el ro o arroyo ms prximo. A ese barril
se le denominaba tigre.
3. N. del T.: Mata de banana: grupo de una muscea cuyo interior serva de retrete, equivalente al yugal
nuestro, en el sentido malicioso e higinico de la palabra.
4. N. del T.: El traductor recoge, entre comillas, la expresin brasilea seor de ingenio, aun cuando en
algunos casos slo se refiere al mero propietario de ingenio. En general seor de ingenio designa un tipo de
hidalgo de provincia, lo mismo que fazendeiro, en las provincias del sur. El seor de ingenio tuvo privile
gios feudales casi desde el siglo XVI, que le fueron concedidos por el rey de Portugal.
5. N. del T.: Yaya, nhanh, sinh, son formas distintas del mismo vocablo con que el esclavo designaba o se
diriga a la seora de la casa-grande, su patrona. Sinhzmha, diminutivo de sinh, era el tratamiento que daban
a la hija de sus amos.
6. N. del T.: Expresiones con que las negras y mulatas del servicio domstico diferenciaban al ama de su
hija mayor.
7. N. del T.: Mucambo o mocambo, vocablo africano de origen quimbundo: choza o rancho.
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La novela y el problema de la
expresin literaria en el Per*
Por Jos Mara Arguedas
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NOTAS
1. Mar del Sur. Revista peruana de cultura. Lima-Per, ao II, vol III, N 9, enero-febrero de 1950, pp. 66-72.
Versin revisada y corregida por el autor.
243
244
Rutina y transgresin
en el lenguaje
Por Humberto Giannini (*)
El ensayo de Humberto Giannini que publicamos aqu, puede leerse como un modo de
homenaje a su labor filosfica y tambin
como forma de llamar la atencin sobre las
tareas filosficas que nos sirven como legado
e inspiran acciones y escritos futuros.
En este escrito, Giannini trata uno de sus
temas favoritos, la evidencia del ser en
la prctica del lenguaje, tomada en sus
diversos planos de dramatismo y errancia.
El problema formulado, el de la rutina de
las conversaciones diarias en el domicilio, en el trabajo o en la urbe, le sirve
para reflexionar sobre la emergencia de
una chispa inmanente de libertad en lo que
siempre parece sin dejar de serlo la manera
en que el armazn carcelario de una praxis
congelada del habla parece someternos.
Una reflexin que trata la viscosa dispersin de la vida cotidiana para darnos, con
sus modos de habla, los sntomas vivos de la
emancipacin o de la callada guerra que se
sita detrs de los utensilios ms obvios del
lenguaje. Este es el corazn de la obra del
filsofo chileno, lo que l llama el ncleo
oscuro pero vivo de la experiencia moral.
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VII. La conversacin
Ahora bien, el estilo narrativo corres
ponde esencialmente a un modo de ser
con los otros, a un modo de acoger y
ser acogido, no reductible a ninguno
de los modos antes mencionados.
Es claro que en la conversacin los
sujetos no se contraponen, no se
enfrentan, como de alguna manera
ocurre en el dilogo, y de todos modos,
en la discusin. No obstante, como ya
habamos adelantado, este modo de ser
con los otros es tambin una transgre
sin a la rutina en que dejamos correr
la vida. Y en su aparente inocencia, el
modo lingstico ms significativo y
esencial.
Volvamos a nuestro esquema topo
lgico:
Evidentemente en la rutina del trabajo
conversar es una transgresin. Y expl
citamente sancionada. Tambin en
los trmites laborales representa un
elemento distractivo y reprobado por
las normas de eficiencia y economa.
En todo caso, llega a aceptarse como
parte de la rutina y del trmite
mismo, en el manejo de las relaciones
pblicas y en aquellos encuentros de
conveniencia que abren contactos y
ablandan voluntades.
Por lo que respecta a la calle: el dete
nerse a conversar en la va pblica, visto
en s mismo, es un acto de des-vo, una
transgresin al sentido de trnsito
y a la condicin de transentes que
asumimos en l.
Tal condicin de homo viator, de tran
sente, termina, sin embargo, cada da
en el domicilio. El domicilio repre
senta simblicamente, como lo hemos
venido diciendo, la suspensin de la
mundanidad del mundo, la suspen
sin de la cotidianidad como rutina
y trmite. Y si adems este domicilio
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NOTAS
1. Nos referimos especficamente a sus conocidas apreciaciones en Ser y Tiempo, sobre todo Cap. V N 35.
2. Los significados particulares de los trminos y el sentido potencial de las estructuras, de la sintaxis, en una
lengua determinada, son hechos con los que se encuentra el hablante, ante los cuales nada se puede inventar.
Se pregunta qu significa esto o aquello o qu sentido tiene una proposicin, justamente porque significado y
sentido anteceden siempre a los individuos y a las situaciones histricas que se expresan en ellos. Lo insensato
no es meramente lo irracional, sino aquello que no puede traducirse al sentido comn.
3. Humberto Giannini; Hacia una arqueologa de la Experiencia, Revista de Filosofa, Vol. XXIII-XXIV,
1984. Cap. 1. p. 41.
4. Habla: el hecho temporal de comunicarse con los signos que se posee en contraposicin a sistema de una
lengua. P. Ricoeur llama a lo primero acontecimiento de palabra: La nocin de acontecimiento de palabra
es legtima, e incluso se impone desde el momento que se considera la transicin de una lingstica de la lengua
o del cdigo a una lingstica del discurso o del mensaje. Esta distincin procede, por cierto, de Ferninando
de Saussure y de Louis Hjelmslev: lenguaje-palabra dice el primero; esquema-uso, dice el segundo; digamos
todava, en el lenguaje de Chomsky: competencia performance. P. Ricoeur, Texto, testimonio y narracin, Edit.
Andrs Bello, Santiago, 1983.
5. El esquema tpico es el marco de referencia bsico de la estructura circular de la vida cotidiana. Vd. Cap. I, 2.
6. Habra que hacer una distincin radical entre opinin pblica, variable susceptible de ser manejada con
cierta facilidad, de la experiencia comn, sedimentacin histrica, objetiva de las significaciones.
7. El domicilio es, como categora de la vida cotidiana, un trmino descriptivo; no significa, como ya vimos
en el Cap. I, 3 del artculo citado, necesariamente hogar. Estrictamente hablando, es el lugar al que se vuelve
regularmente.
8. Por ejemplo en J. Harbermas.
9. Donoso Corts, Ensayo sobre el Catolicismo, el Liberalismo y el Socialismo, p. 83.
10. No hay experiencia comn sin una valoracin implcita en el conocimiento que ella posee de las cosas.
11. La dolorosa experiencia de la individualidad pura, de la individualidad sin ventanas, Humberto Giannini,
La Tolerancia (Cuestin Disputada), 1973, Los Salesianos.
12. Acerca de las formas airadas de la discusin, Humberto Giannini, Desde las palabras, El lenguaje de la ira,
p. 89, Ediciones Nueva Universidad, 1981.
13. El gran debate en este siglo acerca de mito e historia (Historia Sacra-Historia Profana) lo abri R. Bultmann
en su clebre proyecto de demitizacin.
14. Sobre esta dialctica del pasar-quedar ya hemos dicho algo en el Cap. I, 2, del artculo citado.
15. Frdric Berthat, Elements de conversations, Comunication, Pars. 1978.
16. Sobre esto, un mayor desarrollo en mi libro, en prensa, A la bsqueda del tiempo comn.
17. Daniel Sibony, Conversa-t-il? Comunication, 1978, Pars.
18. La conversacin es irregistrable, R. Barthes, La Conversation, 1980.
19. Un aspecto de la libertad es la expresin: la represin (por causas internas o externas), su negacin.
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La Boca,
Fototeca Benito Panunzi
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3. Civilizacin
En el espaol escrito,7 la palabra en
cuestin, surge para Jos Escobar
Arronis en una polmica relacionada
con el problema de la modernidad en
la Espaa del siglo XVIII y es en 1763,
siete aos despus que el marqus de
Mirabeau la empleara por primera vez
en francs, cuando aparece en El escritor
sin ttulo de Cristbal Romea y Tapia y
en el sainete La civilizacin de Ramn de
la Cruz. En el primero de los impresos
se utiliza la palabra en relacin con una
polmica con Francisco Mariano Nifo
sobre la cuestin de si Espaa era un
pas civilizado o estaba an por civilizar.
Escobar Arronis sostiene que [p]ara los
espaoles civilizacin es un espejo que
refleja una imagen ajena: para unos, un
modelo ideal que hay que imitar, para
otros, un ejemplo perverso y seductor
del que hay que huir como del diablo.
En todo caso, ni para unos ni para otros
poda significar una actitud de complacencia, sino una actitud conflictiva con
respecto al propio pas. En el sainete
de Ramn de la Cruz se contrapone
las virtudes del campo a los vicios de
la ciudad de donde llega la civilizacin, en este caso encarnada en algunos
civilizantes como un abogado, un abate
muy pulido, un petimetre y dos petimetras que el marqus hace ir de la corte
a la aldea. Ante la risa y burla manifiesta
de los citadinos ante las tradiciones y
viejos hbitos de los aldeanos, stos se
rebelan amenazando a los civilizantes
con civilizarles la testa y denunciarlos
a la Inquisicin. Esta contradiccin, es
para el autor aqu glosado, donde se
cruzan dos mentalidades, el casticismo
y la europeizacin como confrontacin
caracterstica del nacimiento del desarrollo de la Espaa moderna y de su
revolucin burguesa.
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Plaza de la victoria. El
cabildo, Fototeca Benito
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X
Quien deja, para el fin, lo que ha
de hacer
Pobre, tonto, e infeliz habr de ser
Las mximas, pueden leerse como un
caso particular dentro del universo del
discurso instruccional desde el momento
en que hay una distribucin asimtrica
del saber entre los interlocutores y tiene
por fin lograr un cambio, modificar una
conducta en el destinatario al seguir una
instruccin formulada desde el deber
ser. La finalidad del texto instruccional
consiste en lograr que el destinatario desarrolle determinadas conductas, acciones
o adquiera conocimientos que no posee.
Para alcanzar esta finalidad, la instruccin
se configura como un discurso directivo:
debe organizar y controlar los procesos
mentales y actividades del destinatario
por medio de prescripciones sistemticas
y ordenadas (Silvestri, 1995:16) Los
textos son tambin de corte argumentativo ya que encastran en la definicin
que Roland Barthes (1982:17) toma
de Aristteles de la Retrica como la
facultad de descubrir especulativamente
lo que en cada caso puede ser propio para
persuadir. Se puede encontrar en ellos
una toma de posicin explcita, aunque
tambin el mero uso de la palabra tiene
un potencial argumentativo en tanto se
intenta lograr un cambio de situacin,
de vivir en el mundo. El texto argumentativo se construye donde hay discrepancias y ellas se encuentran en el interior de
cada mxima como por ejemplo el error
cometido que sirve de adoctrinamiento.
6. Tiempos Modernos
Tanto las mximas como las satirillas festivas, tambin de la pluma de
Cabello y Mesa, parten de la certeza
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7. Conclusiones
Las palabras de Manuel Belgrano
fueron una erupcin de significaciones
que plasmaron en el papel las marcas
de un proceso civilizatorio de tiempos
largos en la ciudad de Buenos Aires.
A travs de los textos impresos que la
poblaron se busc constituir una identidad por fuera a la impuesta desde
la escritura europea que circul en
bibliotecas porteas bajo gneros con
fronteras tan lbiles como la historia
natural u obras dedicadas al comercio
entre naciones. Los libros, escribi
Belgrano, son escasos en Amrica
pero an as las referencias a Guthrie,
Buffon, de Paw en el corpus colonial
sirven para pensar la circulacin de
aquellos entre los lectores de la elite
portea. Las menciones en los peridicos evitaban presentaciones de los
eruditos europeos, se los trataba como
si fueran un viejo conocido, al marcar
as que operan como un marco de
referencia compartida ante el cual se
reacciona. Los peridicos coloniales
sern entonces el vehculo de esa
reaccin que rechaza la imagen de la
desidia americana pero a la vez, como
sostuvo Belgrano, proporciona[n] el
adelantamiento de las ideas a beneficio
del particular y general de sus habitadores. Entre estas ideas se encontr
que de manera no convencional los
textos del corpus analizado oficiaron
como instructivos de civilidad.
A partir del anlisis discursivo de los
textos fundacionales, como el Anlisis
del TM y los Prospectos del SAIC y
del CC, se pudo hallar entre los vestigios de esa escritura una percepcin
del tiempo en el espacio pblico en
sintona con la civilidad. Mientras
que el tiempo ligado a los ritmos de la
cosecha, al ciclo de la vida y la muerte,
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BIBLIOGRAFA RAZONADA
Fuentes primarias consultadas en la Biblioteca Nacional
Telgrafo Mercantil, Rural, Poltico-Econmico e Historiogrfico del Ro de la Plata, Buenos Aires, Imprenta de
los Nios Expsitos, 1801-1802. [Tomos I-III-V en microfilm rollos 003-004]
Semanario de Agricultura, Industria y Comercio, Buenos Aires, Imprenta de los Nios Expsitos, 1802-1807.
[Tomo I en microfilm rollo 314]
Clavigero, Francisco Saverio (1826) Historia Antigua de Mgico, Londres, Ackerman [Tomo II en microfilm rollo 615 ]
Sala General Correo de Comercio, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia, 1970 [edicin facsimilar]
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Anderson, Benedict, 2006. Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusin del nacionalismo,
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Aris, Phillipe, 2001. Para una historia de la vida privada, en Chartier, Roger, ed. Historia de la vida privada.
Del Renacimiento a la Ilustracin, Madrid: Taurus.
Barthes, Roland, 1982. La antigua retrica, Barcelona: Ediciones Buenos Aires.
Bloch, Marc, 1998. Apologa para la historia o el oficio del historiador, Mxico: Fondo de Cultura Econmica.
Canter, Juan, 1938. La imprenta. En Levene, Ricardo, ed. Historia de la Nacin Argentina. El momento histrico
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Chartier, Roger, 2006. La quimera del origen. En Escribir las prcticas. Foucault, de Certeau, Marin. Buenos
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Chartier, Roger, 1994. Libros, lecturas y lectores en la Edad Moderna, Madrid: Alianza.
Chartier, Roger & Saborit, Antonio, 1999. Cultura escrita, literatura e historia. Coacciones transgredidas y
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NOTAS
1. Agradezco las lecturas de Laura Malosetti Costa, Jaime Peire y Magdalena Candiotti que supieron aportar sugerencias y con gentileza marcar crasos errores en mi escritura que por mi propia impericia an busco subsanarlos.
2. Aqu se indica la fecha de publicacin, el ttulo completo de la fuente y la abreviatura que se utilizar en el
cuerpo del texto.
1801-1802
1802-1807
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8. De alguna forma puede ser til la propuesta metodolgica que sostiene T.J. Clark (1981:12) al encontrar en
la ira del comentario escriturario sobre una obra de arte no slo aquello que se piensa de lo que se ataca sino
que habla y mucho tambin del atacante por un lado y en tanto configuracin de un espacio pblico tambin
tiene en su horizonte de expectativas un lector. Mejor en palabras de Clark: En cuanto al pblico, podemos
hacer una analoga con la teora freudiana. El inconsciente no es ms que sus representaciones en el consciente,
su aprisionamiento en las faltas, los silencios y las censuras del discurso normal. De manera similar, el pblico
no es ms que las representaciones privadas que de l se han hecho, en este caso en el discurso crtico. Como el
psiquiatra que escucha a su paciente, a nosotros nos interesan, si queremos descubrir el significado de toda esta
masa de artculos crticos, los instantes en que la cantilena racional del crtico se interrumpe, vacila y titubea; nos
interesan los casos de repeticin obsesiva, de repeticin de irrelevancias, de la ira que se dispara abruptamente; las
claves de la interpretacin de la crtica se encuentran en los instantes en que la crtica se hace incomprensible
9. Pablo Martnez Gramuglia (2009) intuye que la firma de Velarde es un probable seudnimo anagramtico
de Jos Manuel de Lavardn
10. TM, tomo V, folio 21, 8 de octubre de 1802
11. SAIC, tomo I, folios 85-86
12. SAIC, tomo I, folio 84
13. Ottmar Ette (2000: 167-191) analiza las lecturas y los lectores de la obra de Raynal y su influencia en
Amrica. Conocido por sus polmicas contra los espaoles y su sistema colonial, las elites criollas ilustradas
no ignoraban sus ataques contra la decadencia, la indolencia y la incapacidad de los habitantes de la Amrica
Meridional (incluyendo los criollos) para gobernarse a s mismos, ataques que haban daado seriamente el
prestigio del filsofo en los crculos intelectuales en Amrica Latina. Ya cimentada su fama ser una estocada
a la escritura del abb el descubrimiento de la probada colaboracin de otros autores en su texto, como por
ejemplo Diderot. De hecho recin en la tercera edicin de su obra se incorpor su retrato como forma de
reconocer su autora sobre la obra que es siempre una apropiacin de otros textos. Ette sostiene que el autor
haba perdido rpidamente su prestigio entre las elites criollas que se vean a menudo insultadas por un filsofo francs que no viajaba y que no poda conocer sus pases y habitantes.
14. SAIC, Tomo I, n 4 , folio 27
15. Segn reza la portadilla: Storia Antica del Messico cavata da Migliori Storici Spagnuoli, e da Manoscritti,
e dalle Pitture Antiche degl Indiani: divisa in dieci Libri, e corredata di Carte Geografiche, e di varie Figure:
e Dissertazioni sulla Terra, sugli Animali, e sugli abitatori del Messico. Opera dellAbate D. Francesco Saverio
Clavigero. Tomo I. [-IV. contenante le Dissertazioni]. In Cesena MDCCLXXX-MDCCLXXXI. Per Gregorio
Biasini. Con Licenza de Superiori. [1780-1781.] Ejemplar que se encuentra en la Sala del Tesoro de la
Biblioteca Nacional
16. La obra de Clavigero en su primera edicin es conocida en el Ro de la Plata al punto que Cabello y Mesa
decide traducir del italiano dos importantes fragmentos sobre la educacin para publicarlos en su peridico.
Por lo que ser una de las primeras traducciones en castellano de la obra de Clavigero que recin para 1826 ser
traducida al castellano por un exiliado espaol en Inglaterra.
17. Clavigero, Francisco Saverio (1826) Historia Antigua de Mgico, Londres, Ackerman; Tomo II, pp 193
[microfilm]
18. Bajo el ttulo Fenmeno en el TM, tomo I, folio 221 se public no sin cierta irona que [e]n la noche del
28 del prximo pasado, apareci sobre el texado de la puerta principal de esta Catedral un animal de mas de
12 pies de largo, el qual se mantuvo inmovil y con la boca abierta asustando a los muchachos hasta el 1 del
corriente en que desapareci; del qual, Buffon ni otros modernos naturalistas no dan idea de l porque jamas se
ha visto de su naturaleza y especie. Dicen algunos que este animal (como el canto de la lechuza sobre la habitacin de algn doliente) es un cierto agero de prximas futuras desgracias e interesando tanto a la humanidad
su conocimiento, ofrece el editor al autor de la carta del N 12 darle un buen camote asado, y una gran yuca
cocida, o una mazamorrita de almidn de arrz, y finalmente ofrece guardar perpetuo silencio, y desentenderse
de todas sus palanganadas si el or Annimo le presenta un discurso definitivo de este Monstruo.
19. TM, tomo III, folio 39.
20. TM, tomo III, folio 39. El afandangado era un minuete festivo. En el Diario de Mxico del 1 de julio 1807
en su folio 147 puede leerse Y vosotros los de furia erizada, guardaos como del ms cruel enemigo, de llegar a
donde puede sucederos tamaa desventura. Cuando entreis a los festivos bayles, tened cuenta con que el candil
est alto, pues el fuego envidioso, hara tal vez, que cuando saltais un afandangado o un congot, corra las llamas
a vuestras primorosas cabezas.. La RAE recoge la entrada fandango en 1732 y explica que es un baile introducido por los que ha estado en los Reinos de las Indias que se hace al son de un taido muy alegre y festivo.
21. Tema que en parte fue explorado en Maggio Ramrez (2007: 107)
22. Todava de manera provisoria podra pensarse en los conceptos de Benedict Anderson sobre cmo el
surgimiento de la comunidad imaginada de la Nacin se relaciona a partir de dos formas de imaginacin que
florecieron en el siglo XVIII: la novela y el peridico. En Anderson se lee que (2006: 30) lo que [se est]
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proponiendo es que el nacionalismo debe entenderse alinendolo, no con ideologas polticas conscientes, sino
con los grandes sistemas culturales que lo precedieron, de donde surgi por oposicin.
23. Al ao siguiente, Francisco Cabello libra un oficio al Secretario de Estado y del despacho universal de
hacienda de Indias, en el que solicita se ordene a los consulados de Espaa y de los puertos habilitados de
Amrica, que se suscriban al Telegrafo por que [n]o pudiendo permanecer el peridico Thelegrafo, Mercantil
de esta Capital por solo la suscripcin de sus habitantes y algunos pocos de los pueblos del interior, por que
aunque empiezan ya a palpar sus beneficios conocen poco el buen gusto, que poseen los moradores de Mexico,
Guatemala, Lima y otras Provincias ms civilizadas.
24. TM, tomo III, folio 118
25. TM, tomo III, folio 39
26. TM, tomo III, folios 54 al 56
27. TM, tomo III, folio 85
28. Maggio Ramrez, Matas, 2007. Nalgas sangrantes: un boceto a mano alzada acerca de los problemas
de hacer buena letra en la Buenos Aires colonial. Pginas de guarda: revista de lenguaje, edicin y cultura
escrita, 4, 107-114.
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La ciudad y el trabajo.
Retratos del verbo habitar
Por Mara Laura Guembe
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La ciudad quieta
Qu de una ciudad se fotografa
cuando nada ha sido registrado an?
Un vistazo al trabajo de los primeros
fotgrafos que retrataron Buenos
Aires nos deja ver que las marcas de
los procesos econmicos en el paisaje
han sido un fuerte foco de atraccin.
El registro de edificaciones nuevas se
impone ante cualquier otro, como si
la ciudad existiera sin sus habitantes.
Como si creciera para ellos, inspirada por una fuerza ajena a todo lo
humano. El progreso, tal como es
fotografiado, parece un impulso superior que viene de Europa y no necesita
de los hombres para dejar su huella. En
los comienzos, la imagen de la ciudad
se reproduce al modo de una naturaleza muerta. Los hombres llegan ms
tarde para darle vida y slo despus
comienza a retratarse la percepcin del
movimiento. Antes de su arribo, las
fotos nos presentan una ciudad quieta
y sin miradas. Slo la del fotgrafo y la
nuestra l mira la ciudad; nosotros,
su imagen fotografiada. Pero desde ella
nadie nos mira.
Qu mira el ojo detrs de la lente?
Qu quiere mostrar cuando elige y se
detiene frente a una imagen para retratarla? Algunos fotgrafos retrataban
para mostrar, para que ese paisaje que
tenan frente a sus ojos pudiera ser
apreciado en sitios distantes. Otros,
fotografiaban para dejar testimonio de
una poca y para atrapar en sus cmaras
aquello que pronto no podra verse:
retrataban el prximo pasado, como si
vieran la historia desde fuera. La fotografa era entonces y lo sigue siendo
en nuestros das la gran promesa de
atrapar el tiempo para la mirada. As se
retrataban los hombres para la posteridad, con gesto de prcer, diramos
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en el retrato de un desocupado, en la
marca identitaria indeleble de lo que
ya no tiene; as nos encontramos en
situacin de leer trabajo en algunos
de los manifestantes de la elite agropecuaria. Estos procesos de lectura son el
fruto de ese siglo que pas, de la forma
en que los trabajadores fueron retratados durante cada perodo, sentando
marcas propias y tomando otras tantas
prestadas de otros lugares.
Lo interesante de mirar las fotografas de los aos que efectivamente nos
hemos propuesto observar es la sensacin de que todo comenz a construirse all.
El acervo de la fototeca se vuelve ms
fragmentario a medida que el nmero
de lentes retratando la ciudad se multiplica. Las primeras dcadas del siglo XX
pueden verse all representadas en un
recorrido diferente al del siglo XIX, ya
no a travs de los nombres de los fotgrafos sino, por ejemplo, en algunas
colecciones institucionales o temticas.
Una muy importante es la muestra
Por la fuerza del trabajo. 1860-1940.
Exploraremos esos aos tomando
algunas imgenes que retratan la
Ciudad de Buenos Aires en particular.
La representacin de la diferencia
Vamos a abordar un ejemplo en torno
del uso de una prenda de vestir: el
guardapolvo blanco. Con l se construye en los comienzos la imagen del
trabajador especializado, que perdura
hasta nuestros das.
En las primeras fotografas de talleres
de trabajo, las jerarquas se distinguen
por la pose y por la indumentaria, an
cuando se trata de grupos de menos de
cinco personas en el lugar. Cunto de
esto era preparado para la fotografa y
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de desembarco de animales en Ro
Negro, un ingenio tucumano, un
conducto de desage en Punta Alta,
cazadores de guanacos en Tierra del
Fuego, un taller de imprenta y uno
de costura en la provincia de Buenos
Aires, un frigorfico entrerriano, el
puerto de Rosario, escenas de esquila
en Santa Cruz, entre tantas otras. De
todas maneras, estas imgenes nos
ayudan a extender nuestra observacin
acerca de cmo se retratan los trabajadores y sobre todo qu se considera
trabajo al momento de retratar.
Podra decirse que progresivamente
el paisaje va ganando importancia
en las fotografas sobre trabajo. Se va
alcanzando un equilibrio de fuerzas
entre el hombre, sus herramientas y
su entorno. Este equilibrio no tiene
que ver con el tamao sino con la
importancia relativa de los elementos
en la forma en que la foto compone
un relato sobre aquello que muestra.
Vemos, por ejemplo, en la fotografa
del cao de desage en Punta Alta, tres
hombres trabajan en un conducto. El
paisaje es imponente en la imagen,
pero no evita ver que, dentro de uno
de los conductos, hay un nio de pie,
como si estuviera estableciendo una
medida para la construccin, o algo
similar. La composicin de la imagen
aqu hace que el ojo que la observa
repare en todos los elementos, componiendo la escena con todos ellos.
Otra imagen llama la atencin por
una razn central: es el retrato de una
mujer. Campesina se titula la foto
y est datada circa 1940. Su autor es
desconocido. Tampoco sabemos dnde
fue tomada. Se trata de un lindo retrato
frontal. Ella est sonriente y posa junto
a dos animales y un enorme ramo de
flores secas en la mano. Con una mano
sostiene las sogas que retienen a los
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importancia transformndose en el
sonido propio de un pas en movimiento. Ser la marca del progreso y
podr orse con claridad en las fotografas del desarrollismo.
Por ltimo, mencionbamos la
ausencia del conflicto. El recorte
archivstico, es decir, el que limita
el acervo de la fototeca, nos deja la
sensacin de que en este perodo el
trabajo estaba libre de tensiones. Que
sus predicados eran la armona y la
prosperidad. Por momentos parece
que no hubiera ideologa all. Ese
mundo era neutro y tranquilo. No
haba huelgas ni manifestaciones.
No haba anarquismo, irigoyenismo,
protestas, ni represin.
Estas ausencias, sin dudas, tienen que
ver con algo que en este acervo se deja
ver en casos como el de H. Olds: la
progresiva especializacin de las tareas
de los fotgrafos, en las que algunos
se transforman en documentalistas,
otros en reporteros o retratistas y otros
prefieren simplemente ocupar el lugar
de artistas. En la fototeca o al menos
en la experiencia que pude tener de
ella no aparecen estos caminos multiplicando miradas y temas. Podra decir
que hay cierto pintoresquismo en
el recorte (claro que un relevamiento
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NOTAS
1. Es interesante el ttulo de esta compilacin: Recuerdos de Buenos Aires. Uno no puede ms que preguntarse: recuerdos de quin? Se trata de recuerdos del propio Gonnet, de su vida en la ciudad? Se trata de la
conciencia del fotgrafo de estar produciendo memorias? Sern recuerdos de quien se lleve esas imgenes en su
partida hacia otras tierras? Quin es el sujeto de esos recuerdos? Para quin fotografiaba este autor?
2. Mirando estas fotografas tan novedosas, en tanto aplicaban nuevas tcnicas de la produccin de imgenes,
notamos con sorpresa cmo cada imagen narra un tiempo presente y postula tambin un tiempo pasado;
cuenta sobre lo que fue en un tiempo anterior y, a veces, tambin deja entrar los fantasmas de lo que ya no es.
Otras veces, obtura el paso a esos fantasmas, legitimando costumbres, espacios, pertenencias, culturas. Cada
fotografa de la ciudad insina un pasado y suea un futuro.
3. Sobre la distincin de autora de las fotos y tambin sobre el trabajo de Panunzi y Gonnet en general puede
leerse el texto de Abel Alexander y Luis Pramo titulado Dos pioneros del documentalismo fotogrfico, publicado en Alexander, Abel, Pramo Luis y Buchbinder, Pablo, Buenos Aires. Ciudad y campaa (1860-1870),
Buenos Aires: Fundacin Antorchas, 2000.
4. Alexander y Pramo, op. cit.
5. Alexander, Abel y Luis Pramo, Recordando a Christiano, en Un pas en transicin. Buenos Aires, Cuyo y el
Noroeste en 1867-1883. Fotografas de Christiano Junior, Buenos Aires: Ediciones de la Antorcha, 2007.
6. Fragmento del texto que introduce al primero de los lbumes publicados, fechado en Buenos Aires, el 1 de
enero de 1876.
7. Alexander, Abel y Pramo, Luis H. G. Olds. Noticias de un desconocido, en www.geocities.com/
abelalexander/olds.htm
8. Gorelik, Adrian, La grilla y el parque. Espacio pblico y cultura urbana en Buenos Aires, 1887-1936, Buenos
Aires: Universidad Nacional de Quilmas, 1998, p. 79.
9. Me refiero ac al trabajo de Marcela Gen Un mundo feliz. Imgenes de los trabajadores en el primer peronismo
1946-1955, Buenos Aires: Fondo de Cultura Econmica, 2005.
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Rastros
Todos los historiadores y coleccionistas del tango coinciden al afirmar
que durante su fase embrionaria en
ese primer momento, cuando an no
reciba ese nombre y se publicaba en
Buenos Aires el peridico Puente de los
Suspiros el tango era distinto, casi el
opuesto al que se consolidar all por
las primeras dcadas del siglo XX. Las
letras o letrillas que se repetan estaban
signadas por un lenguaje soez y alegre
(ttulos de la poca: la c... de la l... conocido como la cara de la luna, Sacudime la persiana, Va Celina en punta,
Tocmelo que me gusta, Hacele el rulo a
la vieja, Colgate del aeroplano, Dos sin
sacar, Afeitate el 7 que el 8 es fiesta!).
El baile ser criticado (por los mismos
protagonistas?) porque en esas nuevas
formas, los cuerpos se cruzaban,
haba roces y se tocaban.1 En cuanto
a la msica, los estudiosos del gnero
acuerdan en que resulta imposible
ubicar con precisin, por un lado, el
momento de nacimiento del ritmo y,
por el otro, el origen musical: algo de
habanera, algo de la milonga, algo del
candombe y algo de tango andaluz son
el germen de esta nueva msica.2
Sern los lupanares (ese reptil de
lupanar dice Lugones en El Payador
en alusin al tango), las academias de
baile, las fondas y los bares los escenarios donde se ejecutarn las primeras
piezas. Incipientes protagonistas recitarn algn verso las veces que se lo
pidan o las veces que se lo paguen;
parejas bailarn en movimientos que
representan ms una herencia del
candombe, con sus cortes y quebradas,
que el baile que en la actualidad todos
conocemos como tango de saln.
Ahora bien. No ser que el tango
tambin ya era parte de esos mundos
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la Ciudad de Buenos Aires, el contenido del Puente de los Suspiros colabora en esta lnea porque sus pginas
contienen informacin y relatos que
ponen al descubierto esta actividad.
No es el objetivo de este texto introducirse en un relato pormenorizado del
recorrido de la prostitucin a lo largo
de los aos, pero s se vuelve importante para este trabajo detenerse en el
modo con el cual la publicacin enfoca
esta actividad ya que brinda indicios
que ayudan a configurar el escenario
cultural de Buenos Aires de 1880.
La estructura de la publicacin se repeta,
con matices, en todas las ediciones.
El espritu de denuncia atraviesa las
notas y abarca desde el cuestionamiento
a la justicia, a los jueces y a los tribunales hasta el robo de ropa que sufri
una prostituta cuando pudo abandonar
la casa de tolerancia7. Con nombre
y apellido, direccin, y breve biografa
delictiva se nombraba a los dueos y
propietarios de las crceles lujosas
donde se encontraban estas mujeres:
Juana Boitti fue vendida por Juan
Penen Augusto Jannet en la cantidad
de diez mil pesos moneda corriente.
2.05.1878 ; (luego de nombrar a los
dueos de los prostbulos) contina
Guerrero As hemos puesto los de
la calle Corrientes, que ayer no ms
se mezclaban con las gente honorables
porque nadie los conoca, y hoy tienen
que pasear solos so vergenza, y su
infamia por las calles de Buenos Aires,
marcados con el estigma de la indignacin popular, por nosotros irritadas en
su contra (16.05.1878).
En cinco de los nueve ejemplares, con
el ttulo de PERMANENTE y traducido al alemn, se transcriben las bases,
los propsitos del material impreso:
La fundacin de El Puente de los
Suspiros no obedece mas propsito ni
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4. El puente
La decisin de emplazamiento y el
diseo del Puente de los Suspiros no
estara ajena a la obra e influencia
del ingeniero ingls John La Trobe
Bateman, contratado por Domingo
Faustino Sarmiento para la realizacin
de los desages, alcantarillados y rediseo del puerto de Buenos Aires en
la dcada de 1870. Pero ms all de
la exactitud del dato, la construccin
del puente, realizada bajo la gestin
municipal de Mariano Billinghurst,
puede ser ubicada en el conjunto de
las acciones higienistas llevadas a cabo
en este perodo.
El puente habra estado situado en
los alrededores de los que los estudios topogrficos denominan hueco
de Zamudio, sobre el barranco que
estaba en la (hoy) calle Paraguay. La
palabra hueco se refiere a baldo, a
tierra inundable, anegadiza y caracterizaba por sus lagunas y pozos. Por sus
alrededores pasaba el arroyo denominado tercero del medio o arroyo
Matorras. ste desembocaba, finalmente, en el Ro de la Plata, luego
de atravesar la calle Tres Sargentos. A
principios del siglo XX, y como continuacin de las obras de infraestructura
higinicas, se entubaron todos los hilos
de agua del lugar. Hoy, esta zona es la
actual Plaza Lavalle, escenario en 1890
de la Revolucin del Parque (Plaza
del Parque fue su anterior denominacin) que culmina con la renuncia del
presidente Jurez Celman.
Dos versiones circulan acerca de porqu
de los suspiros fue la denominacin
con que se nombraba a esta pasarela.
Los orgenes pueden encontrarse en
dos creaciones nacidas al calor del dinamismo en que se encontraba la ciudad: la
prostitucin y la banca. La prostitucin
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5. Suspiro final
En este texto hicimos referencia a
los lmites, en el marco de la dimensin espacial de los procesos sociales.
Nombramos el alambrado, el reglamento de la prostitucin de 1875,
las rejas de hierro y el Puente de los
Suspiros. Todos estos elementos hacen
a las demarcaciones territoriales que
separan, delimitan. El alambrado lo
har dando nuevas formas al campo
y a la ciudad; el reglamento fijar lo
legal y lo ilegtimo del negocio; las
rejas de hierro opondrn la prisin a
la libertad y el puente har posible el
cruce entre transgresiones reservadas
a las afueras de la esfera familiar y los
valores morales.
El Puente de los Suspiros como
obra urbana seguramente form parte
de ese conjunto de medidas necesarias para el saneamiento de la ciudad:
acciones de gobierno que posibilitaron
en el marco del pensamiento positivista higienista y oponindose a la
filantropa y la beneficencia dominantes en dcadas pasadas la reduccin de la mortalidad, gener mejores
condiciones de habitacin, mejor la
atencin mdica de los pobres y ensay
respuestas apoyadas en el desarrollo
cientfico a nuevas necesidades
sociales. Pero estos cambios no se
llevaron adelante sin oposiciones y esto
puede afirmarse sobre todo si se tiene
en cuenta la complejidad, a modo de
polisemia fctica, de este pensamiento.
El autoritarismo sanitario, el disciplinamiento de los cuerpos, las asociaciones
de grmenes patgenos con pensamiento forneos, las clasificaciones de
la locura y el racismo manifiesto (entre
otros) tensionaron situaciones que,
como no podra ser de otra manera,
tuvieron sus propias resistencias.
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la autoridad.
Artculo 25.- En el caso del artculo
anterior sern comprendidos los
dueos de establecimientos pblicos
frecuentados por prostitutas.
Artculo 26.- La prostitucin clandestina ser penada con ocho aos de
prisin en la Crcel correccional, por
la primera vez; con quince das por la
segunda, y con un mes por la tercera y
subsiguientes.
Fuente: Benars, Len Casas de prostitucin en Buenos Aires, en 1875.
Revista Todo es Historia. Ao VIII,
N 98, julio de 1975.
(*) Concurso Oscar Landi de
Colecciones de la Biblioteca Nacional
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NOTAS
1. ... se cargar las tintas sobre el elemento ertico, sobre la nueva percepcin corporal de la coreografa,
insistiendo en presentarlo, al uso de la psicologa positivista en boga, como una autntica enfermedad de la
libido. Jorge Ribera en Historia del Tango. Varios autores. Corregidor. Buenos Aires, 1976.
2. Contina Jorge Ribera: ... una msica que empieza a ganar adeptos, a extenderse gracias a la espontnea
labora de msicos trashumantes (...) los itinerarios son previsibles: un tema, punteado en el Almacn de la
Milonga de Charcas al 4000, es repetido y quiz perfeccionado en el viejo bailetn del Palomar, de Surez y
Necochea...y, de all pase tal vez al caf Sabatino de la calle Paran, o rebota en los espejos de los quilombos
de la calle Junn, los revoltosos de Junn, que dijera Borges, para terminar, aumentado y corregido, en el
pentagrama provisorio de algn msico que trata de fijarlo y otorgarle posteridad.
3. Se agrega al final la reglamentacin completa dada la riqueza de sus artculos.
4. Para esta y todas las citas de El puente de los suspiros se utilizan los parntesis para ubicar la fecha de
edicin de cada peridico. Para todas las referencias se respetar la transcripcin original.
5. Entrevista realizada al Director de Cultura de la Municipalidad de Barrancos. Lima. Per. Enero de 2009.
6. El predominio del periodismo doctrinario o de opinin se consolida durante las primeras seis dcadas del
siglo XIX. Con los potencialesseguidores claramente acotados, las publicaciones se muestran como tribunas de
doctrina y espacios de expresin para el sector social, poltico, religioso, cultural y econmico que representan.
Con ello, la prensa es monrquica, republicana,rosista, anti-rosista, liberal, conservadora, etc. Setrata de ser
la voz de los representados, que son a su vez, el pblico principal y caso exclusivo. En consecuencia, la prioridad de los peridicos sostiene la pertinencia de fundamentar la posicin de cada fraccin sobre los temas que
discute el poder poltico de turno, o las disputas sociales de lasque se nutren.
Los procesos de edicin periodstica en los medios grficos. El caso Clarn. Miceli, Walter Belinche, Marcelo.
Facultad de Periodismo y Comunicacin Social. Universidad Nacional de La Plata Ediciones de Periodismo y
Comunicacin (EPC). La Plata, marzo 2002.
7. As se empez a nombrar a los prosttbulos a partir de 1875, tomando este denominacin del artculo
segundo de la reglamentacin municipal: Las casas de prostitucin sern toleradas en el Municipio, siempre
que se sujeten a las prescripciones de esta Ordenanza.
8. Para Donna Guy y luego de analizar las Sentencias y resoluciones judiciales en asuntos de carcter municipal
del ao 1895 donde se transcriben los debates legislativos y jurdicos sobre el peridico y su editor, resulta una
incgnita las motivaciones de Ramn Guerrero en su cruzada a favor de la abolicin de la trata de blancas.
Afirma Guy: ... Los funcionarios municipales no crean en estas historias. Consideraban que el peridico
responda a un grupo de traficantes cuya intencin era denunciar a otro grupo con el fin de desbaratarlo. El
puente de los suspiros fue rpidamente eliminado.
Guy, Donna J. El sexo peligroso: la prostitucin legal en Buenos Aires, 1875-1855. Editorial Sudamericana 1994.
9. Escritores en letra cursiva es el pie que permite poner en tensin este registro con el propsito de rescatarlo de
la pura dependencia policial. Para Korn, La literatura o sus crticos opera una seleccin y al hacerlo arroja
obras a la banquina de su avenidas centrales pero tambin de sus cortadas mas angostas (...). Adolfo Batiz fue
exonerado de las fojas de la literatura para integrar solamente los legajos como personal de la fuerza.
Guillermo Korn en Circulen, seores circulen. Batiz y Romay: agentes literarios. En www.elinterpretador.com.ar
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Henry Ferns
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2 de mayo de
1967) lo vio alto
y rubicundo y ya
estaba casi calvo,
casi miope, casi
sordo. Respecto a
sus antecedentes
no docentes le
dijo que en su
juventud fue secretario del Primer
Ministro [William
Lyon] Mackenzie
King, uno de los
servidores dilectos
de Su Majestad
britnica.
Durante su estada y desde el Centro
de Investigaciones Econmicas del
Instituto Torcuato Di Tella prepar
una escueta nota, datada 31 de marzo,
para la traduccin al castellano que
iba a editar Hachette-Solar. A seis
aos de la edicin inglesa manifest
en esta nota que si bien su Britain
and Argentina in the nineteenth century
agrad a muchos de sus lectores sabe
que sin duda he molestado a algunos.
Hay que decir que entre los molestos
ms que desagrado por las revelaciones
de Ferns no falt algunos empeados
en procurar que este libro no se difundiera traducido en la Argentina.
Seguramente, cuando el libro de
Ferns an no haba llegado a la mesa
de trabajo de Miguel ngel Crcano,
este erudito, que lleg a presidir la
Academia Nacional de la Historia,
el 14 de julio de 1960 afirm desde
la tribuna de la Sociedad Cientfica
Argentina que la moderna tendencia
llamada revisionista a veces exhibe
su erudicin con ms estruendo que
substancia. En cuanto a nuestras
relaciones con Gran Bretaa, con el
aporte de Ferns ahora las revisionistas
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El libro recuerda Primera Plana en el
comentario bibliogrfico, con motivo
de la edicin en castellano publicada
por Hachette-Solar era de un profesor
de Oxford y trataba de un tema tab
para historiadores y editores argentinos.
Frondizi posea conocimientos de
los idiomas ingls, francs e italiano,
aunque no se sabe con exactitud si ley
el libro de Ferns en su idioma original;
pudo haber llegado a sus manos un
ejemplar de la versin castellana que ya
circulaba, realizada por Hilda Conita
Snchez de Bustamante de Milln. Esta
traduccin de la conocida militante
nacionalista Snchez de Bustamante
fue empleada por un centro estudiantil
para efectuar una tirada clandestina de
copias mimeografiadas.
La Facultad de Ciencias Econmicas
de la Universidad de Buenos Aires lo
dice una informacin periodstica
le propuso a Ferns un ciclo de cinco
conferencias sobre el tema desarrollado en su Britain and Argentina in
the nineteenth century, pero fue cancelado a ltimo momento y sin proporcionarse justificacin.
Por su parte y desde una ptica no
tradicional e independiente, el libro
de Ferns es analizado por el hegeliano
Alfredo Llanos, en Historia del vasallaje
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Para Llanos esto suena a hueco, particularmente en Ferns. Por ser un especialista en economa y poltica, considera
que Ferns no desconoce, entonces, la
influencia que ejercen y las distorsiones
que provocan los estados poderosos sobre
los ms dbiles cuando se apoderan de los
resortes vitales de estos ltimos.
La Prensa demor un poco ms que
La Nacin en aportar un comentario a la obra de Ferns. Esto ocurri
en marzo de 1968. La tarea estuvo a
cargo de Armando Tagle. Es tambin
una extensa crtica remitida desde
Crdoba con el ttulo La clave de
la Historia Argentina, incluida en la
segunda parte de las secciones ilustradas
de los domingos. En el mismo mes esta
crtica de Tagle mereci un brulote en
la cuarta entrega de la revista Ahijuna
dirigida por Fermn Chvez; ste
apareci titulado Seor Ferns, cmo
es que no ley a Mitre? firmado con el
seudnimo Un aborigen.
Aunque Tagle reconoce que Ferns
en su libro pone en evidencia que no
ignora nada de cuanto ha acontecido
en nuestro suelo desde 1806 hasta 1914
en cambio seala que al propio tiempo
pone de manifiesto, acaso sin sospecharlo,
que no ha alcanzado a descifrar la clave
misma de la historia argentina.
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2. El distorsionado oficio
del traductor
El segundo tipo de textualidad
presente en el cuento, se encuentra
ligada a la prctica de la traduccin.
El texto presenta dos momentos en
los que la traduccin se relaciona con
el desarrollo de la trama fantstica.
No obstante, en las sucesivas reescrituras del cuento, la materia traducida
sufre distintas alteraciones creando
nuevas lecturas alrededor de distintas
secciones de la narracin.
Al inicio del relato el propio narradorescritor Carlos Alberto Servian es el
que desliza las relaciones existentes
entre la narracin que va a desarrollar
y las posibles claves interpretativas. De
esta manera, la alusin al universo celta
ofrecera un posible campo de relacin.
Beatriz Curia ha analizado exhaustivamente las correspondencias del cuento
con diversas fuentes celtas y ha destacado los vnculos entre las aventuras de
Morris y los sucesos de la saga del rey
Arturo. En este sentido el problema
inicial que plantea la narracin marco
se vinculara con la desaparicin de los
personajes: Cuando el capitn Ireneo
Morris y el doctor Carlos Alberto
Servian, mdico homepata, desaparecieron de Buenos Aires (T3, p. 143).
Este suceso se correspondera con los
relatos, tanto galeses como latinos,
en los que el rey Arturo viaja a la
isla de Avalon donde reposa para
curar sus heridas. Del mismo modo,
Morris y Servian realizan ese viaje al
otro mundo que en el que se cifra el
centro problemtico del texto, en
tanto se plantea una imposibilidad de
hallar a quienes se busca y de develar
el misterio planteado. Esa bsqueda
infructuosa de los personajes en uno
de los mundos posibles esta reforzada
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NOTAS
1. Este trabajo se inscribe dentro una investigacin que se est llevando a cabo en el marco de la Sala del Tesoro
de la Biblioteca Nacional, cuyo fin es el de desarrollar un estudio critico gentico de La trama celeste.
2. Agradezco la generosidad de Germn lvarez al facilitarme una copia del texto periodstico.
3. Ros Patrn, Jos Luis, La Biblioteca Nacional se enriquece con una importante donacin, en El Hogar,
Agosto, 1956, p. 22.
4. Ocampo, Silvina y Adolfo Bioy Casares, Los que aman, odian, Buenos Aires, Emec, 2005, p. 7.
5. Gresillon, Almuth, Qu es la crtica gentica? en, Filologa. Crtica gentica, XXVII, 1-2, 1999, p. 25.
6. Cada vez que se cite el texto se emplearn la siguientes abreviaturas y se aadir el nmero de pgina o folio:
Ms. [La trama celeste] BNA TES3A231105 (c. 1943-44). Su: La trama celeste, Buenos Aires, Sur, N 116,
1944, pp. 35-69. T1: La trama celeste, Buenos Aires, Sur, 1948. T2: La trama celeste, Buenos Aires, Sur, 1967.
T3: La trama celeste, Buenos Aires, Losada, 1990.
7. Balderston, Daniel, De la Antologa de la literatura fantstica y sus alrededores, en Sylvia Satta, dir. El
oficio se afirma, tomo 9 de No Jitrik, dir., Historia crtica de la literatura argentina, Buenos Aires, Emec,
2004, p. 118.
8. Los nombres del personaje van variando a lo largo de las diferentes versiones. As en Ms. B, Carlos Alberto
Serviam, en Su. Carlos Alberto Serviam y en T1, T2 y T3 Carlos Alberto Servian.
9. Los nombres del personaje van variando a lo largo de las diferentes versiones. As en Ms. se advierten E.,
Arturo Owen, Sabino Morgan mientras que en Su Ireneo Morgan y en T1, T2 y T3 es Ireneo Morris.
10. Rhys, Sir John, ed., La Morte dArthur, London, J. M. Dent & Sons, 1906, p. XII.
11. Evans, J. G. Autotype Facsimile of the Black Book of Carmarthen, Oxford, 1888, p. 200.
12. Muschietti, Delfina, La traduccin entre forma y fantasma: el escritor-crtico-traductor en el cruce de
horizontes culturales, en La Biblioteca. La crtica literaria argentina, 4-5, 2006, pp. 113-114.
13. Rivera, Jorge, Lo arquetpico en la narrativa argentina del 40, en Jorge Lafforgue, comp., Nueva novela
latinoamericana, Buenos Aires, Paids, 1974, pp. 174-204.
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