Gloria Fuertes

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LA OCA LOCA

Doña Oca toca la ocarina,


y prefiere el lago a la piscina.

Este es su marido el Oco,


-que no está cuerdo tampoco-

Doña Oca Plumapoca,


en el hueco de una roca,
la ocarina toca y toca.
-Esto no hay quien lo soporte,
-Dijo el Oco -su consorte-.
-Esto no hay quien lo soporte.
¡Al agua patos! (¡Qué corte!)
-Esta Oca es la oca,
-y nado porque me toca-
-dijo el Oco-.

(Nadando se quedó yerto


por no escuchar el concierto).

Y la Oca enloquecida
puso huevos sin medida.

. -¡Veinte patos! ¡Qué patada!


Y yo sola, abandonada.
-dijo la Oca-.

La familia numerosa,
era insoportable cosa.

Le piaban veinte patos


y pasaba malos ratos.

¡Tanto pico, tanta boca!


La Oca se volvió loca.

Cangura para todo. Selección


Sonó el timbre.

El señor abrió la puerta.

La escalera estaba muy oscura.

Alguien, con un pañuelo atado a la cabeza, le entregó una tarjeta que


decía:

«SE OFRECE CANGURA MUY DOMESTICADA PARA


DOMESTICA»

-Pase, por favor; llevamos un mes como locos sin niñera ni cocinera.
Siéntese.

El señor abrió de par en par la ventana y de par en par los ojos.

Ante él tenía un canguro imponente.

-¡Pero bueno! ¿Pero cómo? ¿Pero cómo ha llegado usted aquí?

-Pues saltando, saltando, un día di un salto tan grande que me salté el


mar.

-¡Clo ! ¡Clo ! -el señor parecía que iba a poner un huevo, pero era que
llamaba a su esposa, que se llamaba Dulce Mariana Clotilde del
Carmen, pero él, para abreviar, la llamaba Clo.

Apareció Clo y desapareció al mismo tiempo gritando:

-¡Dios mío, hay un canguro en el sofá! ¡Un canguro!

-Cangura, señora, cangura, soy niña -aclaró el animalito, estirando sus


orejas y lamiéndose las manos.

-¡Ven, Clo! Ten confianza...

Volvió a aparecer Clo muerta de asombro.

-Mírala bien, parece limpia y espabilada, además a los niños les


gustará; yo creo que conviene que se quede en casa.

Clo, la señora, miraba a la cangura de reojo, tragando saliva...

-¿Cuál es su nombre? -preguntó por preguntarle algo.

-Marsupiana, para servirles.

Y la cangura se quedó en casa para servirles.

¡Y qué bien servía!

Desde la mañana comenzaba a trabajar.

-¡Marsupianaaa! Tráenos el desayuno a la cama.

Y la cangura, con su bandeja en la tripa, iba y venía veloz.

-¡Marsupianaaa! ¡Vete a la compra!

Y la cangura iba y venía veloz con su «bolsa» llena de verduras,


botellas y pescadillas.

-¡Marsupianaaa! ¡Lleva a los niños al colegio! ...

-¡ Marsupiana ! ¡ Lleva a los niños de paseo, lleva el cochecito!

-No señora, no lo necesito.

La cangura metía a los dos pequeños en su «bolsa-delantal» y a los


otros dos se los montaba en la potente cola y saltando de cinco en
cinco los escalones se plantaba en un segundo en el portal.

Cruzaba la calle de un salto por encima de los coches y por encima


del guardia de la porra. Lo tenía bizco.

Marsupiana para todo era rápida, trabajadora y obediente. Los señores


estaban muy contentos con ella, le subieron el sueldo.

Y le hicieron la permanente.

-¡Marsupianaaa! Date una carrera a casa de mi suegra, que no


funciona el teléfono y tú llegas antes que un telegrama.

-¿Y qué le digo?

-Lo de siempre, que no venga.

-¡Marsupianaaa! -Mándeme, señora.

La señora tenía una regadera en la mano.

-Mira, Marsupiana, esta tarde tenemos una fiesta y tú tienes que


ayudarme.

-Sí, señora; cuando vengan las visitas les quito el abrigo, los
sombreros, los paraguas, todo. Y les sirvo las rosquillas y la gaseosa...
¡ Estaré de camarero!

-¡No, vas a estar de florero! Mira, te colocas en este rincón, ahí,


¡quieta! ¡No te muevas! Y ahora, abre bien la «bolsa».

La cangura abrió también la boca mientras doña Clo le regaba la


tripa.

-¡Aaaay!

-¿Qué te pasa?

-¡Qué está muy fría el agua, señora!

Doña Clo bajó al jardín y volvió con un gran ramo de flores; estas
flores las fue colocando muy artísticamente dentro de la bolsa de la
cangura.

-¡Aaaay!

-¿Qué te pasa ahora?

-¡Que me hace usted cosquillas con los tallos, doña Clo, en el


mismísimo ombligo!

Llegó la hora de la fiesta y Marsupiana fue el comentario de los


invitados.

-¡Uy, qué precioso rincón! ¡ Qué maravillosa escultura! ¡Qué original


florero!

-¡Qué realismo! Parece que esté vivo y coleando...

-Pero... ¿Qué es esto? -preguntaban las más estúpidas.

-Ya veis lo que es, una cangura disecada, mi marido es cazador y


tiene muchas.

A Marsupiana cada vez que la llamaban «disecada» le daban


temblores y le entraban ganas de estornudar...

Lo peor fue cuando una avispa empezó a pasar y repasar a un


centímetro de su hocico.

La cangura sudaba y bizqueaba siguiendo el vuelo del insecto, hasta


que sintió un terrible picotazo en la punta de la nariz y, dando un gran
salto, se encaramó a la lámpara del techo.

-¡Socorro, el canguro se ha desdisecado !

Cuando la cangura Marsupiana miró hacia el suelo, había una


alfombra imponente de señoras desmayadas; menos doña Clo, que le
dio por reír.

Llegó el calor, y con el calor bajaron las maletas de los armarios.


Como no les cabían todas las ropas, tuvieron que usar a la cangura de
maletín. La facturaron como equipaje porque costaba menos que un
billete.

Le pegaron una etiqueta en la tripa con las señas del Puerto.

La etiqueta se le despegó con el calor y el Jefe de Correos la mandó a


Australia.

Marsupiana estaba cansada, aburrida y mareada del barco.

Cuando oyó que se paraban las máquinas, ¡ya no pudo más! Saltó por
una ventana redonda y fue a parar al agua, afortunadamente cerca de
la playa.

Aquel sitio le era conocido, aquellos montes y aquellos árboles le


recordaban algo...

De pronto, una nube de canguros la acorralaron y la besuquearon.

Todos sus primos y demás familiares brincaban de felicidad riendo a


carcajadas con la cola.

Don Pato y don Pito


(Cuento «patoso»
Don Pato y don Pito
dan un paseíto.

-¡Qué suerte, don Pito,


me encontré este güito!

Y los dos le quiere


y los dos se hieren.

Y todos se extrañan
de ver que regañan.

Y mientras se zumban,
bailando la rumba...

Viene el dueño, otro patito,


y éste se lleva su güito.

¡No discutid, muchachitos,


no discutid por un güito,
para que nunca os suceda,
lo que a don Pato y don Pito!

Para dormir a los muñecos


Duerme, «Rosquillita»,
que ya son las ocho,
ni una oveja bala,
ya duerme Pinocho,
hasta el río
se ha quedado dormido,
encogido en el pozo.

Duerme, «Marmolejo»,
que ya son las nueve,
ni un pájaro pía
ni un árbol se mueve,
hasta el viento
se ha quedado dormido
porque ha visto que llueve.
Duerme, «Canutillo»,
que ya son las diez,
ni una rana canta
ni queda un ciempiés,
hasta el grillo
se ha quedado dormido,
dormido de pie.

Fragmento de El camello

(Auto de los Reyes Magos)

El camello se pinchó
con un cardo del camino
y el mecánico Melchor
le dio vino.

Baltasar
fue a repostar,
más allá del quinto pino...
e intranquilo el gran Melchor
consultaba su «Longinos».

-¡No llegamos,
no llegamos,
y el Santo Parto ha venido!
-son las doce y tres minutos
y tres reyes se han perdido-.

El camello cojeando
más medio muerto que vivo
va espeluchando su felpa
entre los troncos de olivos.

Acercándose a Gaspar,
Melchor le dijo al oído:
- Vaya birria de camello
que en Oriente te han vendido.

A la entrada de Belén
al camello le dio hipo.
¡Ay qué tristeza tan grande
en su belfo y en su tipo!

Se iba cayendo la mirra


a lo largo del camino,
Baltasar lleva los cofres,
Melchor empujaba al bicho.

Fragmento de El hada acaramelada

El Hada Acaramelada,
de pequeña atolondrada
pues soñaba con ser Hada
de cucurucho y varita.

Su madre doña Rosita,


dándole beso tras beso,
le dijo: ¡Nada de Hada,
que ya no se lleva eso!

¿Cómo vas a ser un Hada


con ese flequillo tieso
y esos ojos de ratón,
si ya no se lleva eso?

-Somos pobres, no hay castillo,


tu padre suda en el trillo,
yo sudo en el lavadero...

(La niña lloró sobre la cesta de ropa


y la cesta se llenó de pipas y caramelos)

Con un periódico se hizo


un cucurucho muy tieso,
de esta forma se sentó
a la puerta del colegio

con su cesta milagrosa,


con su varita de fresno
para espantar a las moscas
del puesto de caramelos.

« ¡Todo gratis, todo gratis!»


se leía en un letrero.
El dragón tragón. Selección
El Dragón estaba hablando con el Koala.

DRAGÓN En todos los periódicos del mundo me llaman monstruo. ¿Sabe usted lo que es un
monstruo?

EL KOALA Sí.

DRAGÓN ¿Soy yo un monstruo?

EL KOALA No.

DRAGÓN ¿Lo ve? ¡Estoy harto, cansado de que me saquen fotos, no me dejan ni sacar la gaita
para respirar!

EL KOALA ¡Qué gaita!... ¿Qué gaita?

DRAGÓN Mi gaita, mi cabezota de piñón, mi cuello de cisne, jovencito. Van a conseguir


-seguía hablando el Dragón- que me vuelva cardo, que me encierre en mi cuarto del lago y no
salga. Allí tengo un retrato, ya amarillo, de mi abuelo el armadillo. Sí, van a conseguir que me
vuelva a donde nací. Este lago comunica bajo tierra con el mar; como sigan metiéndose conmigo,
desaparezco, me evaporo, me escondo en mi «Castillo Sumergible» y acabo con la atracción
turística de estos pueblos. ¡Qué tipos! ¡A mí con teletipos!

EL KOALA ¿Quieren hacerte daño?

DRAGÓN No. ¡Quieren hacerme fotos!... Algunas me hicieron, pero debí salir movido, poco
favorecido, desfigurado, entrado en siglos; aseguraban que tengo doscientos dientes y doscientos
mil años, y la verdad es que estoy desdentado y nací el año de la guerra.

EL KOALA ¿De qué guerra?

DRAGÓN ¡Ah, no sé... de una...!


EL KOALA Bueno, Dragón, te dejo, tengo que trabajar.

El Koala era Koalo, porque era niño, era un

Koalo

peludo

orejudo

pelicorto

rubicundo

y rabinada;

parecía un oso

pecoso

mini-oso

y gordinflas.

Era joven,

casi cachorro,

limpio y brillante

como los chorros del oro.

El Koala Koalo era el mejor trepador del bosque. El Koalo se escapó del Hospicio del Zoo, que no
era Colegio ni nada, ni le enseñaban nada de nada, ni se podía mover nada, y como se empezaba a
aburrir se dijo: «Todo menos ponerme triste», y se escapó.

Ahora el Koala Koalo se gana la infancia recogiendo frutos para la Firma «Analfabeta de Exe y
Compañía». Sus orejas, desparramadas como soplillos, le permiten oír hasta el más bajito sonido
del silencio.

Este día el Koalo trabajó sin trabajo, feliz y contento, porque por fin tenía un amigo, el Dragón:

El Dragón era precioso.

Entre iguana y armadillo


largartija o lagartillo

ojos de pichón

y panza de botijo.

El Dragón: era como un camaleón

sólo que aumentado un millón

-de veces-.

El Dragón: cambia de color

según el dolor.

Si le dolía la tripa,

se ponía verde;

si le dolía la espalda,

verde esmeralda;

si le dolía el rabo,

se ponía blanco como un nabo;

si tenía miedo,

el Dragón echaba fuego.

Tenía escamas por todo el cuerpo.

Era grande y alto alto

como un gigante lagarto;

alto y delgado como su abuelo,

parecía un rascacielos,

-de catorce pisos.

Era alto y delgado como su padre (pero fumaba puros como su madre). Su corazón era como un
piano, y su potente cola como un tren; lo único que tenía pequeño era la cabeza, afilada y diminuta,
con pelo de viruta y flequillo tieso y cano. A pesar de su cuerpo acorazado, el Dragón no era
agresivo como su antepasado el armadillo.

El lago se había quedado sin una alga, y el Dragón necesitaba algo para comer. Para evitar
fotógrafos, el Dragón tragón sólo salía de noche, cuando la noche era muy oscura, precisamente
para no asustar. Los murciélagos, sabios en noches como los serenos, le avisaban cuando no había
peligro.

Con movimiento primario, el Dragón, de repente, se asomaba lentamente de entre las aguas del
lago, y aunque surgía despacito armaba un maremoto.

El Dragón tragón no se alejaba mucho del lago; cerca de la orilla descubrió hierbas finas, verdes
praderas llenas de finas hierbas, tales como lechugas, repollos, coliflores y aceitunas.

En unos dias acabó con las huertas de la comarca.

Hasta que una noche se comió, sin querer, ¡a un Guarda Forestal, con moto y todo! Se puso muy
malito. A las dos horas empezó a devolver la gasolina con arcadas de nardo.

Poco después, como el Dragón no tenía dientes y sólo se le había tragado, devolvió al Guarda a los
pies de su caseta. Cuando el Guarda volvió en Guarda llamó a la policia y vinieron muchos coches
con mucha gente con escopetas.

Al Dragón aún no le había dado tiempo, o no tenía fuerzas, para esconderse en el lago. El Dragón
estaba muy malito. El Dragón lucia un bello color verde, como siempre que tenía empacho. Los
chillidos, gritos y disparos de la gente le asustaron. Los Dragones cuando se asustan echan más
fuego que de costumbre, y el Dragón empezó a echar llamas por la boca, orejas y lomo.

Le dio la tos. Al ver a un coro de reporteros -o sea, periodistas- le dio más tos, y los fotógrafos se
cayeron con todo el equipo pasto de las llamas. De nervioso que estaba, al rugir le salían gallos -
¡rayos y centellas, relámpagos y truenos!

El Dragón tragón, como no quería hacer daño, se ponía más nervioso.

Empezó a chisporrotear por las escamas y ya echaba humo hasta por el rabo.

-¡Mirad! ¡Parece una Falla de Valencia!

Al dragón no le hizo gracia la comparación, pero no estaba para darse muy por aludido.

-¡Socorro! ¡El Dragón está que arde!

-¡Se ha incendiado el Dragón!

-¡Que vengan los bomberos!

-¡Llama a la llama!... ¡Llama a la capital! -gritaba la Alcaldesa, de nervios presa.

Vinieron los bomberos, los pocos bomberos que había por los alrededores -siete en total-.
Instalaron sus raquíticas escaleras, que no llegaban ni a la suela de los zapatos del inocente, y
empezaron a enchufarle las mangas de riego en plena coronilla.

-¡A mí con chorritos!, exclamó el Dragón ya medio mareado; pero al abrir un ojo y ver a tanta
gente y sobre todo a tanto fotógrafo cerca se volvió a asustar, y sin poder controlar su fuego se puso
como un volcán ambulante y todos tuvieron que huir, porque se achicharraban a su lado.

Al día siguiente daba pena verle. ¡Pobre Dragón! Parecía las ruinas de siete castillos juntos.

Hecho un ovillo, acurrucado, maltrecho, escamado y chamuscado, semejaba una colina pelada y
humeante.

En lo alto de su corpachón estaba su amigo el Koala arrodillado, con las patas delanteras levantadas
y juntas como pidiendo algo, como mirando al cielo.

Se armó un revuelo. A los pies del Dragón todo el mundo lloraba. Casi le hicieron un lago de
lágrimas para que se encontrara a gusto.

En esto, un señor muy sabio que vino de la ciudad y que era amigo de los animales se acercó al
Dragón, gateó, trepó, escaló la mole por la ladera izquierda y... el Koala sobre el Dragón parecía un
ángel peludo en oración.

Y... el señor que vino de la ciudad, se echó sobre el Dragón y oyó una música, notó que sonaba el
piano del corazón del Dragón.

-¡El Dragón está vivo! ¡Hay que hacer algo más que llorar!

Cómo se dibuja un niño

Para dibujar un niño


hay que hacerlo con cariño.

Pintarle mucho flequillo,


-que esté comiendo un barquillo-;
muchas pecas en la cara
que se note que es un pillo;
-pillo rima con flequillo
y quiere decir travieso-.
Continuemos el dibujo:
redonda cara de queso.

Como. es un niño de moda,


bebe jarabe con soda.
Lleva pantalón vaquero
con un hermoso agujero;
camiseta americana
y una gorrita de pana.
Las botas de futbolista
-porque chutando es artista-.

Se ríe continuamente,
porque es muy inteligente.

Debajo del brazo un cuento


por eso está tan contento.

Para dibujar un niño


hay que hacerlo con cariño.

La momia tiene catarro. Selección


Primera parte
En un lugar desierto del Desierto, se empezaron a oír unos ruidos extraños, que no era el lamento
del viento.

Alrededor no había nada,


ni palmeras, ni animales,
por eso los ruidos,
no eran naturales...
... De donde únicamente podían salir los extraños sonidos era de la pirámide cercana; pero dentro de
la pirámide no había nada. Mejor dicho, había una «cosa», ¡la momia! -porque una pirámide sin
momia es como un fantasma sin castillo-.
Así que los lejanos vecinos de las pequeñas casas apiñadas como hojaldres estaban -no
precisamente encantados por la pirámide encantada-, estaban ¡aterrorizados!
De la abandonada pirámide seguían saliendo ruiditos misteriosos día y noche (de noche daban más
miedo).
Los antiguos nómadas, hoy sedentarios, tranquilos (e intranquilos) habitantes de las casas y tiendas
de alrededor dispusieron sus dromedarios y sus camellas e iniciaron la caravana hasta el próximo
poblado «civilizado » y... ¡raptaron al médico!
Bien raptado y maniatado, llevaron al doctor hasta la pirámide y, colocándole junto a una de las
piedras que -según los más viejos- era la antigua entrada al picudo monumento, empezaron los
trabajos.
A fuerza de cánticos, conjuros, palanquetas y, sobre todo, a fuerza de fuerza, cedió la puerta -que no
era puerta, sino un enorme pedrusco.
El doctor dijo con miedo: Pa, pa, papa, pasen...
-Usted primero, doctor.
-No, por favor, ustedes primero... Yo... Yo no tengo nada que hacer aquí... A mí me llaman para que
no se mueran los vivos, no para que resuciten los muertos... Lo mío es curar vivos, no sé nada de
muertos, no entiendo de momias... Soy puericultor...
-¡Hemos dicho que pase, doctor!
Y le dieron tal empujón que fue a parar a los pies del sarcófago... Después entró el cortejo de
asustados cortesanos. Un silencio, bastante sepulcral, reinaba en la ante-tumba. Tumbada, quieta y
vendada yacía la momia . La momia, estaba momia, que era lo suyo, momia y callada. Imposible
que de su boquita vendada saliera el más leve susurro.
De pronto, se deshizo el hechizo, el silencio bastante sepulcral del que antes hablaba se vino abajo
cuando... unos estornudos estruendosos retumbaban contra el eco del salón piramidal.
-¡Achís, achis!
Después, silencio de nuevo. Después, tímidos pasos. Los pasos aumentaban de sonido. No cabe
duda, los pasos se acercaban.
En la semioscuridad de la nave apareció una cosa larga, que brillaba canosa.
¡Apareció una barba! ¡Qué cosa!
Una bárbara barba, brillante y frondosa,que llegaba hasta el suelo y barría las baldosas. La barba
habló: ¡No asustaros!
Era una barba con hombre. Era un hombre dentro de una barba, y no habló más... Se avalanzó sobre
el doctor y le estrujó en un abrazo.

Barba y doctor temblorosos. 5


¡Qué susto más horroroso!

Segunda parte
El caso es que Mirlín -que así se llamaba la barba-, además de ser un tío con toda la barba, era un
serio sabio fuera de serie, y fuera del mundo -de nuestro mundo- involuntariamente.
El sabio Mirlín, hace muchos años, entró a visitar la pirámide con un grupo de turistas y,
ensimismado en des cifrar ciertos jeroglíficos, se entretuvo más de lo ordenado y ¡le dejaron allí
encerrado!
-¿Y ahora qué hago? ¡Me he caído con todo el equipo!
-El equipo era: una mochila, una escopeta y una fiambrera.
... Así pasaron años y años y durante este tiempo, Mirlín vivió como de cuento.
Vivió «científicamente» de milagro, digo «científicamente» porque supervivió gracias al muestrario
de vitaminas que llevaba en su mochila y gracias a su intuición, espoleada por un instinto de
conservación. (Esto que suena tan raro quiere decir que el tío, no se quería morir.) Gracias a su
imaginación no paraba de soñar de día y pensar de noche...
Medio dormitaba Don Mirlín, en un recoveco rectangular, cuando de repente, la momia salió de su
catafalco, se dirigió a él con la escopeta en la vendada mano y le ordenó:
-¡Cava!
-No te entiendo.
-Te digo que caves...
-Ya sé que quepo, pero ¿dónde?
-Baja al sótano, levanta la losa número siete, y cava.
-¡Ay, Dios mío! ¡Qué malito debo de estar! ¡La debilidí, la debilidad, me hace delirín, me hace
delirán! ¡Veo vivisiones!... ¡Visones!
-No. No ves visones ni visiones. Ves momias, momia -en singular-, soy la única momia de la
pirámide, salí, expuesta a todo, de mi nicho, para ¡salvarte! Obedéceme, Mirlín, ¡y cava!
-Y diciendo esto, la momia se volvió lentamente a su tumba.
... Mirlín bajó al sótano como hipnotizado, y como no tenía otra herramienta, con los cañones de su
escopeta, empezó a picar y a cavar y a escarbar hasta que levantó la losa número siete... Después, a
sacar arena, con las manos, con los brazos, con los pies, hasta que caía rendido.
Así, días y días... y cuando ya se iba a morir de sed y su delgado cuello no le sujetaba la cabeza, un
chorrito de agua fresca le espabiló, mejor dicho, le resucitó.
-¡Agua! ¡Agua! ¡Agua bendita! ¡Bendita agua!
-Y estuvo bebiendo media hora sin notar que el sótano se estaba convirtiendo en piscina de claro y
fresco líquido. Cuando quiso salir, el agua le llegaba al ombligo. No sin gran trabajo volvió a
colocar la tapa de piedra -la losa número siete- y salió corriendo, chapoteando, hasta alcanzar la
escalera del laberinto que conducía a la nave antetumba.
-No hay misterio, todo es natural.
La pirámide fue construida sobre un oasis-manantial, el siglo tal
-escribió el sabio Mirlín,
en su pizarra con un pizarrín-.
-Todas las mañanas, Mirlín bajaba, a beberse su tacita de agua.
Transcurrió mucho tiempo y Mirlín seguía en su pirámide, tranquilo, sin asustarse del silencio, de la
soledad ni de la momia.
Hasta que un día se puso malito; hacía tiempo que se le habían acabado las pastillas de vitaminas y
estaba que no podía con su barba. Ya se iba a morir -de nuevo-, pero esta vez no de sed, ¡de hambre!
Medio mareado bajó a la piscina a beber su tacita de agua, y cuando se agachó sobre el ancho
pozo...
-¿Qué veo? ¿Qué veo? ¡Espejismo! La fiebre y el hambre me hacen ver visiones otra vez...
-No, no, no eran visiones. ¡Eran peces! ¡Ja, ja, ja!, -me río yo de los peces de colores-. Lo que
Mirlín veía eran pescados, que rápidamente fueron «pescados» por Mirlín a mano. ¡Había tantos! ...
Allí mismo se los devoró, sentado en un escalón... Después se quedó dormido con el agua hasta la
cintura; los peces le picaban la barba, que flotaba como una sirena, pero Mirlín ¡ni cuenta!... Y allí,
donde pescó los peces, ¡pescó el catarro! Y allí empezaron las toses y los estornudos, que hacían
temblar a los muros de las pirámides y a los lejanos habitantes.

Tercera parte
-Ahora retrocedamos en el tiempo, volvamos a la última escena de la primera parte, en la que la
barba con hombre se abrazó al doctor recién llegado, y debido a la emoción tosía y estornudaba con
más fuerza.
-¡Cúreme Doctor esta pulmonía,
no dejo de toser,
ni de noche ni de día,
lo de estornudar ya es una manía,
y en esta pirámide hay un eco horrible!
-Y el doctor raptado
del cercano poblado
abrió su maletín
y le puso una inyección a Mirlín.
Mirlín estaba salvado,
desapareció el ruidoso constipado.

Cómo se hace un camello


Con 2 sillas de 4 patas
y 6 cojines de 4 colores
puedes hacer el camello de tus
amores.
Se atan las patas de una silla,
con las patas de la otra,
encima de todo ello
se pone una manta rota.
Y ya está hecho el camello
que se llama Rostrobello.
¡Ah! y ponedlo en condiciones
para evitar los chichones.

La araña
(pasodoble infantil)

Soy la araña
de España,
que ni pizca
ni araña,
bailo flamenco
en la caña,
llevo el flamenco
en las pestañas.
Bailo con todas mis patas,
- ¡Tacatá, tacatá!
Me columpio en mi escenario,
entre flores y canarios
en mi tela de cristal.
- ¡Tacatá, tacatá!
Soy la araña
de España,
que ni pica
ni araña.
Soy la araña andaluza
y taco taconeo
si mira la lechuza.
- ¡Tacatá, tacatá!
Soy la araña
de Españ,
bailo flamenco
en la caña
- ¡Tacatá, tacatá!
Se me ha roto la tela
de tanto bailar.

Canción de la pandilla de la Ardilla

Ocho amigos
tiene la Ardilla
ocho animales
detrás de la villa.
Sólo el Jaguar
les da la lata
sólo el Jaguar
mete la pata.
Nueve animales
en la Pandilla,
nueve colchones
en larga silla.
Sólo el jaguar
les da la lata
sólo el Jaguar
mete la pata.

ROBERTITO EL PANDA, que es un animal muy mono aunque no tiene cara de mono y sí un
hermoso tipo oso, ideó que cada miembro de la Pandilla hiciera algo por el grupo.
ROBERTITO EL PANDA dijo a la ARDILLA: Tú, conmigo, a coger nueces, ya que trepar y saltar
es lo nuestro.
A LEON LEONCIO le encargó tocar la guitarra y el león contestó lo de siempre: Tengo melena,
pero no soy hippy. Pero se puso a tocar Ia guitarra para animar el ambiente.
A PITOCAMA, que siempre estaba durmiendo, le mandó salir del huevo e ir al lago a despabilarse.
Pitocama refunfuñó, pero se puso a pescar peces como un descosido para variar el menú-comida de
Ia Pandilla.
A DON PINGÜINO EL ELEGANTE -profesor de patinaje, de etiqueta lleva el traje- le mandó que
se cambiase la «etiqueta» por un mono de atleta. Le nombró profesor de deportes de la Pandilla
(fútbol, parchís, ping-pong y sobre todo esquí y patinaje), ya que de todos sólo el Pingüino sabía
patinar, y cuando venían las nieves, la mitad de la Pandilla se pasaba el invierno escayolada.
LA TORTUGA CARAORUGA, tardía pero segura, aceptó de buen talante ser cocinera ambulante,
por aquello de que la comida hay que hacerla despacio.
AL ELEFANTE CANTANTE, le nombraron camión, y tenía que hacer los transportes.
La JIRAFA CAMPANERA
tocaba la campana a su manera,
tocaba la campana
cuando le daba la gana.
Pero a partir de ahora,
tenía que tocarla a su hora
(a las horas de despertar,
trabajar, comer, cantar y roncar).

Y MUCHOMOCHI EL MOCHUELO,
su trabajo era observar
que todo fuera bien hecho.
Cada uno en su trabajo,
los nueve de la Pandilla de la Ardilla,
vivían muy contentos,
y por la noche se contaban cuentos.
Hasta que un mal día
se presentaron todos a cenar,
menos la Ardilla pilla.
La Jirafa campanera,
a lo loco, a su manera,
seguía tocando la campana
como si hubiera fuego.

Piopío Lope, el pollito miope


El pollito Miope nació con gafas.
Nada más salir del huevo tropezó
y se las rompió (las gafas).

Sus hermanos y otros pollos de los alrededores


eran traviesos,
plumas tiesas
y alborotadores.

Piopío Lope, el pollito Miope,


no era gamberro,
se replegaba,
le gustaba estar al lado del ala
(de su madre o de su tía).

Sólo comía de tarde en tarde


migas de sobras
y pétalos de aire.
Y nunca se quejaba,
y nunca las piaba.

Decía: No me aburro
-aunque no veo tres en un burro-.

Los chicos -los otros pollos-,


se reían de él y le daban el rollo.
Le llamaban «Cuatroojosynové».

Por eso no salía del ala materna


ni de la pata paterna.

Un mal día hubo galerna,


(galerna es mar enfurecido).

El agua llegó hasta el corral

y lo llenó de algo de alga y sal.


Y Piopío Lope,
el pollito Miope,
se fue por donde había venido,
quiero decir, se escondió en un huevo de oca,
-y a otra roca pluma loca-,
pues con el fuerte oleaje,
el huevo salió de viaje,
y Piopío flotando,
dentro del huevo navegando.
Y como Piopío Lope
era un pollito excelente,
quedó de superviviente,
salvado de la corriente;
él y su tía Carola,
que se salvó de la ola.
¡Milagro!:

Que con el agua del mar


se le quitó la miopía,
como quedó huerfanito,
fue muy feliz con su tía.

Coleta y el elegante elefante volante

Estaba COLETA y su
nuevo amigo TROMPI
el elefante.. TROMPI
bailaba y cantaba
desafinando
desafinante.

TROMPI
Tengo trompa, trompa tengo.
Tengo una trompa elegante,
no hago trampa, tengo trompa,
tengo una trompa elegante.

COLETA
¡Déjate de cante!
Y vete a la cama
-que se te caen los pantalones del pijama.

TROMPI
No, si es que soy así.

COLETA
Aunque seas así, ¡vete a la cama!
Tienes que madrugar mañana.
Mañana te voy a domesticar.
Mañana empieza el «domestiqueo».
¡Tu vida conmigo tomará nuevo rumbo
y serás más famoso que «Dumbo»!
Quiero hacer de ti una estrella de hojalata,
y comeremos muchos platos,
y ganaremos mucha plata.

TROMPI
¡Hojalata! Pero... ¿Yo una estrella
con estas patas,
y estas orejas desparramadas?

COLETA
Sí, te lo digo yo,
¡serás una estrella encendida mañana!
Ahora, sueña con los angelitos.
¡Vete a la cama!
(A la mañana
siguiente, COLETA y
TROMPI ensayaron el
número cien veces.
Veamos una: )

COLETA
¡ Súbete a la silla!
¡Súbete a la mesa!
¡Súbete a la lámpara!

TROMPI
¿ Cuándo salto, Coleta, cuándo?,
que no hemos merendado,
que me ando mareando.

COLETA
Cuando yo te diga ahora. ¡Ahora!
¡Lánzate a lo desconocido!
¡Ahora!

(TROMPI, después de
columpiarse
artísticamente en la
lámpara que colgaba
del techo... salió, visto
y no visto... (como
habéis visto) por la
ventana volando, sus
orejas grandes
girando, girando...
Mientras COLETA
corría bajo él como
una atleta. )

El domador mordió al león


-¡Aquí tenéis al domador que se comió un brazo del león! -¡Será al revés! -No, señor. Don Nicanor,
el domador, dejó de tocar el tambor y se comió una pata del león. Tenía hambre don Nicanor, un
hambre voraz y atroz, -sólo comía al día una taza de arroz. No ganaba dinero. No le iba bien el
Circo y no era porque le crecían los enanos. El Circo en aquel pueblo fue un fracaso. Era un pueblo
sin niños ni poetas. Iban al Circo cuatro gatos, cuatro viejos y la señora del alcalde. Al tercer día les
pilló grandes aguaceros, y les entraba el agua por los agujeros (de la lona). La jirafa tuvo anginas.
(¡Dos metros de anginas!) El oso estaba mocoso. Las pulgas amaestradas se escaparon. Los tontos
se volvieron listos y no hacían reír. Y el pobre don Nicanor tocaba triste el tambor y suspendió la
función. Al día siguiente hubo circo con poca gente. Don Nicanor entró en la jada del feroche león,
y, al verle las magritas del brazuelo... -¡Aaauuunnn! -le dio un mordisco que le tiró al suelo. El león,
confuso, patidifuso ante tal atrevimiento, gritó: -¡Que me come! ¡Que me comes ¡Que este tío me
come! -¡Qué número! -el público aplaudía. Don Nicanor seguía comiendo la pata delantera del león.
A los gritos del león acudió una bombera. Don Nicanor seguía comiendo la pata delantera (del
león). -¡Qué número! ¡Qué maravilla! -el público gritaba y aplaudía. Llevaron al león a la casa de
socorro y le pusieron una vacuna antirrábica. (Al pincharle, al león Leoncio, le dio un soponcio y
perdió el conocimiento y la melena.) HORAS MAS TARDE. Los guardias detienen al domador
llamado don Nicanor. DIAS MAS TARDE. En el juicio, pierde el juicio su abogado defensor.
Diciendo; «Observen señores del jurado qué cara de inocente, tiene el delincuente...» (Don
Nicanor lloraba cara abajo.) «... Y sepan que durante treinta días, el acusado no comió, por darle
sus bocadillos de mortadela al león. Puede comprenderse que, en un ataque antropófago, producido
por la debilidad, pegara un mordisco, a su víctima inocente (¡y no tan inocente!), porque el león
también tiene dientes, por tanto pudo defenderse, y si no lo hizo... ¡es cosa suya! Por eso defiendo a
don Nicanor, porque nunca quiso hacer daño a su león. Su león,«era, para el la vida entera, como un
sol de primavera...»
(Aquí, el abogado defensor perdió la chaveta
y se puso a cantar un tango.)
«Perdón, como les decía, para don Nicanor; el león era su instrumento de trabajo, su herramienta
peluda. Don Nicanor, ¡pobre criatura!, hizo lo que hizo en un momento de locura, por lo que repito,
delante de la gente, que don Nicanor ¡es inocente!» El juez dijo que bueno. Don Nicanor dio un
beso al león y se puso a tocar el tambor como un loco, mientras el león, lloriqueando, se lamía la
escayola.
FIN

Tantarantán
¡Tantarantán! ¡Tantarantán!
Tantarantán: Palabra que repite el
tambor,
(porque no sabe otra).

También si te empujan
te dan un «tantarantán».

Con la palabra TANTARANTAN


se puede hacer un villancico:
Tantarantán,
que el Niño no llora.
Tantarantán,
que se va a reír.
Tantarantán,
tambor de pastores,
Tantarantán,
dejadle dormir.
Walt Disney
(¡Qué problema tengo hermana,
ninguna palabra empieza
con uve doble,
en la lengua castellana!)

Sólo hay un nombre,


es el de un hombre,
al que todos los niños queremos,
-desde el Polo a la meseta-
por artista y por poeta.
¡¡Walt Disney!!
Genial inventor,
del patito Donald,
del Dumbo orejudo,
de Micky el ratón,
y mil cuentos más
que él dibujó.
(No cabe aquí la lista,
de todas las películas
de Walt Disney el artista).

Coleta payasa ¿qué pasa ?


Coleta se asoma, por la puerta de lona, del Circo Coco Drilo.
- Buenas. ¿Es usted el director del Circo Coco Drilo?
- Sí. ¿Qué quieres?
- ¡Quiero ser payasa! ¡Hacer reír! Hacer reír es una obra de caridad. Yo quiero ser payasa.
- ¡Uy ! ¡Tú payasa !
- Sí, yo, Coleta payasa.
¿Qué pasa?
¡Y menos guasa!
... Si quiere me cambio de nombre, y usted pone ahí un gran cartel que diga:
-BLASA, LA PAYASA-
- No, no es eso, es que para ser payasa, hay que tener experiencia.
- Mire, no tengo experiencia (ni sé qué es eso), pero tengo paciencia, gracia y salero, y además, ¡me
conoce el mundo entero! Soy Coleta. ¡Coleta de España!
- Escucha, pequeñaja -dijo el director, para ser pasaya hay que ser mayor.
- Ahora escúcheme usted a mí, señor. Yo salgo a trabajar disfrazada, con la cara pintada, con la nariz
postiza -de pelota de pimpón-, me pongo peluca y peluquín, y grandes zapatones con tacones, y así,
los qeu van a ver mi arte al circo, nunca podrán adivinar los años que tengo.
- ¿Cuánto años tienes?
- Diez años y medio.
- Como los burros.
- No señor, como las burras. Soy niña.
Hubo un silencio extraño. Los ojitos de Coleta echaban lágrimas de pena.
- Bien. Veamos. ¿Qué sabes hacer?
Los ojitos de Coleta echaban chispas de alegría.
- De todo. ¡Sé hacer de todo!
- Cómo de todo...
- Sí, yo también como de todo -dijo Coleta nerviosa y añadió:
- Soy payasa, gimnasta, atleta y poeta (pero esto último a usted no le interesa). Hago el pino, el
sauce y la mosca...
- ¿Cómo es «la mosca»?
- Mire, señor director, la mosca es un número muy divertido. Revoloteo por la pista y aterrizo
suavemente en la calva de un señor espectador.
- ¿Y de música?
- ¡Uy! Todo de todo. Lo que mejor toco es la tuba.1
- Sí, pero no vamos a comprar una tuba sólo para uste. El circo no está para esos gastos. Además no
creo que usted, tan canija, pueda sostener la inmensa tuba.
- Bueno, pues fuera el número de la tuba. También toco la trompeta -dijo Coleta.
- Eso «mí gusta» -dijo el director inglés.
Y Coleta dijo «yes».
Cuando los músicos empezaron a tocar un alegre pasodoble torero,
saltó coleta a la pista,
vestida de artista,
vestida de payasa,
con traje de seda y gasa.
Pantalón floreado de colores;
con todos los colores del arco iris.
Y un gorro blanco-picudo con plumas,
con todas las plumas del pavo real.
Y unos zapatos grandes con tacones,
con todos los tacones que podía aguantar.
Y los niños aplaudían.
Coleta llevaba una trompeta en la mano y mucho miedo en el cuerpo. Era la primera vez que iba a
hacer el payaso (la payasa) ante gente que no conocía.
Cuando el foco la enfocó, empezó a tiritar, sin poderlo remediar, era como un «baile San Vito» con
música de pasodoble.
Y los niños aplaudían
Coleta se acercó a las primeras filas y... De un niño cogió una risa,
y la convirtió en paloma,
y así otra, y otra y otra.
Y los niños aplaudían
- Y ahora,
voy a demostrar mi gracia,
haciendo fina acrobacia.
Coleta se quitó el gorro picudo y se puso una chichonera, se colocó la cabeza entre las piernas y
comenzó a rodar por la pista, como una pelto de carne y hueso.
Y los niños aplaudían
A las tres o cuatro vueltas se desenrolló y mareada y medio bizca saludó.
Y los niños aplaudían
Ahora
señoras y señores
(niño, no llores)
¡el número de mi mágica trompeta!
- anunció Coleta-.
Se callaron los músicos rancios, y Coleta empezó a soplar la trompeta.
Intentó tocar «Tengo una muñeca vestida de azul» para que los niños lo cantaran, pero las notas
salían fatal.
Mientras Coleta tocaba cada vez peor, pensaba:
- ¡Qué desastre! ¡Se me ha olvidado el tecleo de los botones estos! Soplar, soplo, pero consigo un
higo. ¡Qué despiste y yo en la pista, haciendo el payaso de verdad!... ¡Estoy llorando! ¡Que no se
enteren los niños! ¡Angelito de la guarda, ayúdame!
Y de pronto, de la trompeta de Coleta empezaron a salir pajaritos de todos los colores y picos que
revoloteaban sobre las cabezas de los espectadores.
Y los niños aplaudían
Y los niños saltaron de sus asientos y se abalanzaron sobre Coleta.
Todos los niños querían tocar la coleta de Coleta.
Era un montón de niños, más, una montaña de niñas y niños rodeaban a Coleta Payasa. Ya no veían
ni las plumas del gorro de la artista.
En esos momentos, Coleta era la Payasa más feliz del mundo, porque todos los niños querían
besarla y porque, gracias a Dios, no tuvo que hacer el número de «la mosca».

1
Tuba.- Instrumento de viento, de metal. Difícil de tocar. Es de gran tamaño y produce sonidos muy
graves. (La tuba se muere).
Tabla del diez
Diez por una es diez,
diez billones al marqués.
Diez por dos son veinte,
soy poeta de repente.
Diez por tres son treinta,
la luna al alba se ausenta.
Diez por cuatro cuarenta,
la tortuga corre lenta.
El ventero de la venta
a sus bichos apacienta,
la tortuga corre lenta,
los bomberos van a
ochenta.
Diez por cinco cincuenta,
cómo quiere a su parienta.
Diez por seis sesenta,
el ventero de la venta.
Diez por siete setenta,
a sus cabras apacenta.
Diez por ocho ochenta,
los bomberos van a
ochenta.
Diez por nueve son
noventa,
soplo el globo y se
revienta.
Diez por diez son ciento,
cien o ciento,
y bien qué lo siento,
se acabó este cuento.

Las princesas traviesas


Hace mucho tiempo sucedió este cuento, que os cuento.
Esto era un rey que tenía cuatro hijas y las cuatro tontas de remate.
Brunilda, la madre reina, era tan tonta como ellas, pero más gorda, mandona y autoritaria, en el
castillo sólo se hacía su regia voluntad.
Rosauro, el rey padre, adusto, seco y arisco, pertenecía a la rancia rama de los berrugosos, lo
único que le adornaba no dejaba de ser su nulo historial bélico, pues durante su reino no hubo
guerras, quizá más que por amor a la humanidad porque se decía a sí mismo:
- ¿Dónde voy yo con lo que está cayendo y éste mi canijo ejército armado tan sólo con tres
cañones oxidados, trescientas lanzas sin punta y siete escopetas encasquilladas?
Brunilda y Rosauro eran reyes de un país muy pobre debido a que no llovía y a que no tenían ni
chumberas, ni minas, ni olivares, ni nada; pues la reseca tierra de su pequeño reino, sólo daba
boniatos y bastante pequeños.
La real mansión, donde vivían, era un castillo ruinoso, cubierto de yedra por fuera y de polvo,
por dentro, todo destartalado y lleno de sorpresas, tanto es así, que el conde abuelo murió de un
misterioso arañazo, no porque le picara tal bicho, sino porque se le cayó una araña de bronce sobre
la cabeza.
Estaba el castillo rodeado de un foso que hace siglos tuvo dragones y ahora no tenía más que dos
o tres lagartijas.
Las princesas traviesas, Fitina, Florindina, Casildina y Benjamina -estos eran sus nombres- eran
cuatro muchachas como cuatro alcachofas, pues debido a la ropa y al frío que pelaba llevaban
numerosas faldas, maxifaldas, miriñaques, corpiños, chalecos y jubones, pareciendo gordinflas y
hermosas, las que sólo eran delgaduchas y canijas.
Las cuatro princesas, además de ser tontas y delgaduchas eran traviesas.
¡ATENCIÓN! AHORA EMPIEZA LO DIVERTIDO
Por mandato del rey Rosauro se habían colocado en las almenas del castillo, una especie de
anuncios luminosos con los retratos de las cuatro princesas para llamar la atención de los caballeros
nobles que por allí pasaran, ya que el único deseo del rey Rosauro era casar al cuarteto.
Fitina era la menor, canija, repipi, marisabidilla y coqueta, tenía veinte años y tocaba el
clavicornio.
Florindina melliza de Casildina era díscola y traviesa -la más traviesa- se escapaba con
frecuencia del castillo para ver las fiestas y danzas del pueblo, tocaba la cornamusa.
Casildina al contrario de su melliza era dócil, obediente y bastante melancólica, sólo tocaba el
arpa -y muy mal por cierto-. A veces formaban un cuarteto de cuerda que era para ahogarlas.
La inquieta Benjamina era la mayor. (¿Por qué iba a ser la menor?). Benjamina era el terremoto
del medievo, nerviosa, larga y rubia como una jirafa. Escribía en su cuarto versos y versos
dedicados a las hierbas del campo y a su desconocido príncipe. Benjamina era la más zángana y la
más ocurrente.
Las cuatro princesas, como dije, tocaban varios instrumentos. Las cuatro llevaban varios
tirabuzones y las cuatro llevaban varios años esperando al príncipe azul, o de otro color.
Hablaban constantemente de dicho príncipe, y con más intensidad cuando se reunían al atardecer
en el cuarto de música, mientras tañían sus instrumentos, desafinada y disimuladamente, hablaban,
de cómo querían que fuese su elegido haciendo mil inventos sobre el mozo (príncipe) y sus posibles
encantos.
Diariamente repetían poco más o menos los mismos diálogos:
FITINA.- ¿Cómo le quieres tú Florindina? ¿Cómo te gustaría que fuese tu príncipe?
FLORINDINA.- ¡Ay! Ya os lo dije; le quiero ni alto ni bajo, ni gordo ni flaco, ni pobre ni rico, ni
rubio ni moreno, ni listo ni tonto, ni feo ni guapo, ni guerrero ni atontolinado, ni fresco ni pavo... le
quiero... peludo y atleta.
BENJAMINA.- ¡Ay hija! ¿Y dónde vas a encontrar esa ganga?
FITINA.- ¿De qué país te va a venir esa suerte? ...Y la gachí del arpa. ¿Qué nos dice? Contesta
Casildina. ¿Cómo quieres que sea tu prometido?
CASILDINA.- Yo no le quiero atleta, le quiero poeta. Le quiero débil y tierno, muy tierno...
BENJAMINA.- ¡Uy hija! Ni que te le fueras a comer...
CASILDINA.- (Ensimismada.) Sí... me gustaría que supiera bordar.
(¿BORDAR? -preguntaron las otras tres princesas a coro.)
CASILDINA.- Sí, bordar. Bordar madrigales poéticos con su áspera voz en mis orejas.
BENJAMINA.- Ah, pues yo no lo quiero poeta, porque yo me basto sola en poesía. Y con un poeta
que haya en la casa sobra. Mi ideal es que sea tosco, brutote, primitivo y como el de Florindina,
¡peludo!
FITINA.- (Junto al ventanal lanza una tiernísima mirada hacia el sitio crepuscular -quiero
decir hacia donde se esconde el sol-.) -¡Ay!... Yo le quiero... Yo le quiero...
BENJAMINA.- ¿Pero cómo le quieres Fitina? ¡Termina de una vez que viene padre!
FITINA.- Le quiero... ¡Le quiero ya! Aunque no le conozco. Le quiero desde antes de quererle. Sé
que es largo, barbudo, lleva melenita de Colón y tiene no sé qué en la mirada.
BENJAMINA.- ¿Será bizco?
CASILDINA.- ¿Será moderno?
FITINA.- No, tiene un poder extraterrestre, es así, como le estoy viendo cuando entorno los ojos.
Así y cantador de flamenco.
(¡¡¡FITINA!!! -dijeron las otras tres princesas a coro.)
FITINA.-Sí, es de esos que llevan la guitarra a cuestas y van de galas, cantando romances por los
pueblos.
CASILDINA.-Tú le quieres trovador como el mío y eso no vale.
BENJAMINA.- Ahora escuchad hermanas, escuchad esta oda (esta poesía) que he escrito sobre el
mismo tema. Se titula «El caballero debe ser». Empiezo:
El caballero debe ser con su caballo,
con su caballo y también con su cabello,
nunca pelón, ni calvo, ha de ser bello,
lo de «el hombre y el oso» es horroroso.
Con su caballo, lanza y con escudo,
debemos elegirle muy forzudo,
delicado a la vez, y sin paperas.
Al hombre la que espera desespera.
El hombre debe ser muy poderoso,
escogerle aguerrido y valeroso
y seréis muy feliz por las almenas.
No importa que doblones (pesetas) no posea,
ni que su bolsa nunca tenga oro,
vos debéis elegir, que es un tesoro,
casar con quien el alma lo desea.
(-¡Bravo! ¡Chachi! ¡Qué tía! -dijeron las otras tres princesas a coro. Las barbas largas y lisas
del rey ROSAURO, interrumpieron el jolgorio del cuarto de lectura. BENJAMINA, turbada,
hizo una pelotilla con el pliego de pergamino y la tiró a la chimenea. Vio el padre rey la
maniobra y se dispuso a recoger aquello, lo leyó y bufó:)
ROSAURO.- ¿Quién ha escrito esta porquería?
(Las cuatro princesas se callaron.)
¿Quién ha escrito esto? ¡Contestad o mando que os corten los cabellos al rape!
(Como el rey ROSAURO era muy bruto, las princesas, temiendo perder los veintitrés
tirabuzones que reunían entre todas, exclamaron. -¡Lo ha escrito Benjamina!
El rey se acercó a la culpable hasta rozar su regia nariz con la no menos regia de su hija y la
recriminó, la regañó.)
ROSAURO.- ¡Zángana! ¡Más que zángana! ¡Mema! ¡Qué horror! ¡Una poetisa en la corte! ¡Una
cursi en la familia! (Aparte.) Esta no se nos casa. ¡Y es la mayor! ¿Quién va a cargar con esto?
¡Haber escrito esa inmundicia que ni pega ni nada! De vergüenza... ¿No se te cae la cara?
BENJAMINA.- No padre. No se me cae.
ROSAURO.- ¡Debiera hacerte monja en ese claustro!
BENJAMINA.- Y usted debiera hacerse tirabuzones en esa lisa barba. Créame padre, estaría más
guapo, -le aconsejó la hija para cambiar de conversación.
ROSAURO.- ¡Insolente!
(Y dando media vuelta a la derecha y un fuerte golpe a la puerta de la izquierda salió el rey
ROSAURO de la cámara.
Salió de la cámara dispuesto a llevar a efecto lo que ya tenía planeado; pero antes, ordenó a
sus criados que le hicieran tirabuzones en las barbas.
Lo que el rey ROSAURO tenía planeado era que, dentro de tres días, llegarían al castillo,
cuatro nobles príncipes de distintos países y razas, príncipes que ROSAURO con su extraño
talento y perfecta intuición en relaciones públicas se habían encargado de buscar.
Aquella misma tarde el rey llamó a BERLINA, el Mago, y habló con él en voz baja, más de
cuarenta y dos minutos. Lo poco que se les pudo cazar de todo lo que dijeron era esto:)
ROSAURO.- Así ha de ser Berlina, en eso quedamos. Haces el brebaje (refresco mágico) y se lo
das a beber a las princesas, cuando las tengas hipnotizadas, pero bien hipnotizadas, para que
nuestros deseos sean los suyos... para que cuando los vean, se enamoren como tontas -que son- de
los cuatro príncipes que las he agenciado (buscado)...
BERLINA.- ¡Que todo nos salga de maravilla, Alteza!
ROSAURO.- Si así sale, te nombraré ministro.
BERLINA.- ... No sé qué decir Alteza, a mí los cargos, se me suben a la cabeza....Lo que hay que
procurar es que una vez que yo les dé a beber el brebaje, no vean a nadie, hasta que les presentemos
a sus prometidos.
ROSAURO.- ¡Claro, claro! ¡Si no, vaya negocio!
BERLINA.- Antes de irme Alteza, ¿puedo añadir a la bebida un vasito de cerveza?
ROSAURO.- ¡Añade cerveza y anisete, pero vete!
(Cuando el Mago BERLINA, entró en la cocina, donde estaban cuchicheando las cuatro princesas,
éstas se sospecharon algo raro. Y al verle hacer tantas tonterías con las manos y con los ojos
pensaron que se había vuelto loco de tanta ciencia.)

Este es Pelines
Pelines es huerfanito, desayuna un huevo frito, tiene pollos y gallinas, una cabra y dos encinas.
Pelines es huerfanito, vive con su tía Paca y su abuela, Manuela. Vive en medio del campo, cerca de
una aldea. Pelines no conoce la ciudad y no tiene televisión. Pelines tiene el pelo rubio y liso, tiene
el flequillo rubio y tieso (por eso le llaman Pelines). Cuando nació tenía mucho pelo de oro (parecía
un pollito). Pelines dice que tiene seis años (yo creo que tiene siete). Pelines es larguirucho, y está
un poco delgaducho. Aunque es un niño corriente es un muchacho excelente, -quiere querer a la
gente-. Pelines es muy travieso y tiene el flequillo tieso, por eso. Es muy listo y cariñoso,
tiene un corazón hermoso. (PELINES ES EL PROTAGONISTA, EL HÉROE, DE ESTE LIBRO.
ESTE LIBRO OS CUENTA LO QUE LE PASA A PELINES) Y los niños no se aburren, con las
cosas que le ocurren. Desde América a Japón, -los más lejanos confines ya conocen a Pelines.
PELINES NECESITA TENER AMIGOS.
El pirata Mofeta y la jirafa coqueta
(1.ª parte)
Iba una jirafa por la espesa selva,

alta, elegante y bella, ella.

Acompañada de un ciervecillo joven, que aún no tenía cuernos y se había perdido de


sus padres.

La jirafa se encontró un cofre de madera,

junto a una palmera.

-¿Qué será esto? ¿Aquí que habrá? ¿Qué habrá?

-¡Abra y lo sabrá!

La jirafa, abrió el cofre-caja con una pata y...

-¡Ahí va! ¡Es un tesoro! ¡El tesoro de oro del moro! ¡Cientos de collares!

¡Collares de piedras preciosas, diamantes, brillantes y perlas como melones...

La jirafa se puso todos los collares y, presumida y coqueta, se miró en el espejo de


las aguas del lago y le dijo:

-Lago mágico, dime; ¿hay otro animal en la selva más bello que yo?

El lago, como es natural, no contestó.

¡Soy bellísima! ¡Soy bellísima! -decía la jirafa excitadísima-, y se inclinó para beber
agua, y al terminar de beber... ¡Ay, hay que ver...

No podía levantar el cuello por el peso de los collares y se quedó paralizada como
una estatua, sin poder andar, sin poder levantar la cabeza...

-¡Ay que me deslomo, me desmorro y ahora... ¿Cómo como?

(Las jirafas tienen el cuello tan largo, porque sólo comen las altas ramas de los árboles,
estirando el cuello que Dios les dio.)

La jirafa coqueta intentó andar y la pata derecha se le encogió de un calambrazo y se


quedó como un trípode sin fotógrafo. Cojeando se apoyó en una palmera para no caerse.

La jirafa coqueta y alhajada, empezó a llorar por primera vez.

-¡Ahí está, muchachos!, -gritó el pirata Mofeta a sus compañeros.

-¿El qué está?

-¡El tesoro!

-¿Dónde?

-En el cuello de esa jirafa.

-¡Uy, qué cuello de oro! ¡Qué porta-anginas millonaria! ¡Hay que matarla!

-No, no seas bruto Sisebuto. No hay que matarla, además nos daría mala suerte.
Recordad que no hemos venido a matar, sino a robar, que es otro verbo más humano.

-Entonces... ¿Disparamos los dardos para dormirla?

-Eso sí. ¡Preparados! ¡Disparad a la cabeza! ¡Ya!

-Oiga, jefe. ¿Por qué a la cabeza? La tiene tan pequeñita, que es difícil no dejarla
tuerta. ¿Disparamos al cuerpo?

-¡No, he dicho que a la cabeza y aquí mando yo!

-¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!

-Como si nada. Esta Jirafa no se duerme ni con nanas...

-¡Pum! ¡Pum!

-No queda más anestesia jefe. ¿La dormimos a garrotazos?

-No seas bruto, Sisebuto -dijo el Mofeta.

El grupo de los cuatro hombres compuesto por el Mofeta, Sisebuto, el Peludo y el


Lirio, que no eran ni cazadores, ni exploradores, sino piratas modernos, se empezaron a
poner nerviosos. Caía la noche y no caía la jirafa.

***

-Hay que hacer algo -dijo el Mofeta.

-Hay que quitarle los collares como sea.

-¿Cómo?
-Trepando rabo arriba hasta el lomo, y cabalgando lomo arriba hasta el cuello.

-¿Y quién la alcanza el rabo si casi no tiene, criatura, y además, el rabo está a seis
metros de altura?

-¡Pues..., patas arriba!

-No es posible, Mofeta, trepar patas arriba por esa piel sedosa, se escurre uno, y
además si se lía a dar coces, ¿qué?

-No digo que trepéis patas arriba, digo que pongáis al bicho patas arriba y unos la
sujetamos y otros la desjoyan...

Dos horas tardaron en derribar a la jirafa.

Les costó más trabajo que volcar un autobús.

A la pobre jirafa le dolían todos los huesos, pero ella sólo sentía el largo dolor de sus
cuatro metros de garganta hinchada, y de sus cuatro metros de anginas, aprisionadas por
los collares.

Aunque la jirafa, ya echada sobre el suelo, se estaba quieta, la ataron el hocico y las
patas para mayor seguridad y con tenazas y alicates empezaron a arrancarle los collares.

-¡Cuidado! ¡A ver si nos da un cuellazo! -dijo Sisebuto.

-No está para ello. ¿No ves que no puede mover el cuello? -contestó Mofeta.

-¡Jolines delfines! ¡Lo que hay que trabajar por no querer trabajar! -suspiró el Lirio.

***

Toda la noche trabajaron sudorosos a la luz de la luna, que hacía brillar a los
brillantes como pequeñas estrellas sobre la hierba.

Terminada la operación-robo, desataron a la jirafa,

guardaron los collares preciosos,

en un saco horroroso,

y emprendieron el camino a través de la selva.

Llevaban andando un par de horas, cuando de pronto Sisebuto se desmandó, sacó su


revólver oxidado y gritó enloquecido:

-¡Arriba los monos! ¡Arriba los monos!

Mofeta y los otros dos piratas, se pararon, con los brazos en alto, asustados,
temiendo ser traicionados por Sisebuto.
-¡He dicho arriba los monos!

Todos los monos que andaban jugando por el suelo, saltaron arriba de los árboles.

-¡Vaya susto, me tiembla el busto!

-Eres un bruto, Sisebuto. Te habíamos entendido: ¡Arriba las manos!

-Perdonad colegas, es que los monos me ponen los nervios nerviosos.

***

Los cuatro piratas siguieron caminando, caminando...

Iban muertos de sueño, sin dormir.

Iban muertos de hambre, sin comer.

Iban millonarios, sin botas. Iban millonarios, pero parecían pobres pobres,
hambrientos y no se podían hacer un bocadillo de perlas y brillantes, porque ni siquiera
tenían pan.

***

Así, la banda de el Mofeta, ya dueños del gran tesoro, seguían andando andando,
descalzos, medio desnudos, sedientos, hambrientos, camino del embarcadero del río
Grande, que estaba aún a cien kilómetros de distancia, a unos diez días sin dejar de
andar...

No sé si llegaron al río, porque los perdí de vista. Regresé a donde dejaron a la jirafa
y..., allí estaba el animalito. Se había puesto en pie, mordisqueaba las hojitas tiernas de lo
alto de la palmera.

Tenía pequeñas heridas en el cuello. Y aunque es muy difícil notar cuando una jirafa
está alegre, yo lo noté: la jirafa estaba feliz.

Y también la oí que decía muy bajito:

-¡Qué buena gente hay en el mundo!

Esos hombres me han salvado.

¡Qué bien se vive sin joyas!

Doña Pito Piturra

Doña Pito Piturra


tiene unos guantes,
Doña Pito Piturra
muy elegantes.

Doña Pito Piturra


tiene un sombrero,
Doña Pito Piturra
con un plumero.

Doña Pito Piturra


tiene un zapato,
Doña Pito Piturra
le viene ancho.

Doña Pito Piturra


tiene toquillas,
Doña Pito Piturra
con tres polillas.

Doña Pito Piturra


tiene unos guantes,
Doña Pito Piturra
le están muy grandes.

Doña Pito Piturra


tiene unos guantes,
Doña Pito Piturra
¡lo he dicho antes!

La Cigarra y el Cigarrito

La cigarra en una ramita


toca una flauta muy chiquitita,
la cigarra toca una flauta.

La cigarra y un colibrí
bailan ballet en el jardín,
la cigarra toca el flautín.

La cigarra y el cigarrito
juegan a un juego muy rebonito,
juegan al tren,
la cigarra y el cigarrito
juegan muy bien,
la cigarra dice ¡Piii!
y el cigarrito echa el humito;
-la cigarra y el cigarrito
juegan a un juego muy rebonito.
Plumilindo

(El cisne que quería ser pato)

Este es Plumilindo.

Por decorativo y elegante


le tenían aparte en el estanque.

Desde su estanque particular


veía a los vulgares patitos disfrutar.
Todos los patos admiraban su belleza
y las patas, por él, perdían la cabeza.

Plumilindo siempre solo,


y más helado que un polo.

-¡Qué mala pata tengo!


¿Por qué no seré un pato mareado y corriente
en vez de triste cisne de pluma transparente?
¡Triste es mi vida! ¡Qué vida llevo!
¿Por qué no me habrán frito cuando era huevo?

(El cisne, así se lamentaba


y el agua del estanque aumentaba,
porque Plumilindo lloraba como un grifo.)

¿Qué mi importa que me saluden las flores,


que me pinten los pintores,
que hagan fotos a mi cabeza divina
si estoy SOLO en la piscina?

(Plumilindo lloraba como un descosido,


bajo el sauce escondido.)
Se acercó una pata muy coqueta
y le hizo cosquillas con la aleta.

La Pepona

Uno de los puestos de la plaza era el del tío Vicente.


El puesto parecía una pequeña cocina en cuyos vasares relucían, en vez de pucheros, juguetes,
cajas de construcción, muñecos, trenes, cubos y pelotas.
En un rincón estaba la Pepona, la muñeca barata, con sus colores, su pelo de mentira pintado en
la cabeza y sus botas, de mentira también, pintadas en las delgadas piernas de cartón.
Encima de su cuerpo sólo llevaba un vestidito, descolorido ya, abrochado con un clavo en la
espalda; era de esa tela con la que hacían las bolsas de los «confettis» en carnaval. Tres años hacía
que la llevaban al puesto de Navidad y tres años llevaba allí sin que nadie la comprara.
La Pepona sería fea y estaría mal vestida, pero era un encanto de muñeca; todos los años
escribía a los Reyes y todos los años les pedía lo mismo: que le echaran una niña.
Aquella noche hacía más frío que nunca y, sin embargo, había más gente que nunca alrededor
del puesto.
Una mujer con un abrigo azul muy limpio, pero muy viejo, llevaba un rato mirando a la
Pepona. Por fin se fue sin decir nada.
La muñeca Pepona tenía frío pero no se quejaba; estaba entretenida y muy contenta viendo la
ropa de una muñeca que había delante de ella. Tenía cinco abriguitos y hasta impermeable y botas
de agua.

Paca, la vaca flaca, y la vaca gorda


VACA GORDA
Vente hacia aquí, Paca flaca,
que en este prado frondoso
hay pasto alto y jugoso.
VACA FLACA
¿Y para qué?
VACA GORDA
Para ponerte gorda, lustrosa y hermosa
y llegar a ser «el ojito derecho» del amo.
VACA FLACA
El amo es tuerto del ojito derecho.
VACA GORDA
¡Qué «rollazo» eres, hermana Paquera.
Antipática como tú sola, del rabo a la
cuerna...
Ven hacia el arroyo, hay umbría.
VACA FLACA
¿Y que es umbría?
(Preguntó la vaca «desaboría»)
(Desaborida quiere decir:
Indiferente, sosa, aburrida).

VACA GORDA
Umbría es sol y sombra matizada.
VACA FLACA
¡Qué tía cursi! ¡Qué pesada!
VACA GORDA
Tienes el lomo y los ojos llenos de moscas.
VACA FLACA
¿Y qué? Para lo que hay que ver...
VACA GORDA
¿Es que no tienes ánimos ni para espan
tar las moscas con el rabo?
VACA FLACA
¿Para qué?
VACA GORDA
Hermana vaca, se te están poniendo los
ojos de vaca, pero de vaca tristona... Eres
la vaca más triste del prado.
VACA FLACA
¿Y qué?
VACA GORDA
¡Mira, amapolas! ¡Come amapolas! A mí
me gustan las amapolas, son muy bue
nas para la leche.
VACA FLACA
¿Y qué?
VACA GORDA
¡Ay, vaca, no hay quien te aguante,
eres más triste que un guante.
Voy a «chivarme» a la dueña.
¿Cuanto hace que no te ordeña?
VACA FLACA
No me acuerdo.
VACA GORDA
Entonces ya sé lo que te pasa:
como te da por no comer y echarte al sol
como una sueca.
VACA FLACA
Y a ti como a una vaca suiza, te da por
por comer y engordar.
VACA GORDA
Buenos quesos doy al mes, y tú ¿qué das?
VACA FLACA
¿Yo qué doy? ¡Qué más da!

(La VACA GORDA se volvió a encontrar con


la VACA FLACA al atardecer, estaba echada
como siempre).
VACA GORDA
¿Rumias, vaca Paca?
VACA FLACA
No, no rumio. Estoy pensando. Siempre
estoy pensando, las vacas como yo siem
pre estamos pensando.
VACA GORDA
Pero ¡por todos los cuernos!
¿En qué piensas?
¿En qué piensas?
VACA FLACA
¡¡EN QUE, AL FINAL, SERÉ UN MILLÓN
DOSCIENTAS MIL HAMBURGUESAS!!
La pata mete la pata
La pata desplumada,
cua, cua, cua,
como es patosa,
cua, cua, cua,
ha metido la pata,
cua, cua, cua,
en una poza.

-¡Grua, ¡grua ; ¡grua!


En la poza había un cerdito
vivito y guarreando,
con el barro de la poza,
el cerdito jugando.

El cerdito le dijo:
-Saca la pata,
pata hermosa.
Y la pata patera
le dio una rosa.

Por la granja pasean


comiendo higos.
¡El cerdito y la pata
se han hecho amigos!

El lobito malo y el lobito bueno


«Érase una vez
un lobito bueno
al que maltrataban
todos los corderos»
J. A. GOYTISOLO

Y érase también
un lobito malo,
al que obedecían
todos los vasallos.

El lobito malo
les metió en la guerra,
y no quedó pueblo
ni árbol en la tierra.

No se conocían
y se iban matando,
todo por la culpa
del lobito malo.

Y vino otra vez


un lobito bueno,
al que respetaban
los pocos corderos
-que quedaban-.

Quemaron las armas


y no hubo más guerra.
Lobos y corderos
jugando en la tierra.

El Mago Majareta

El Mago Majareta,
se pasaba el día
tocando la trompeta.

El Mago Majareta
era un portento,
siempre estaba contento.

El Mago Majareta
hacía la compra en bicicleta.

Como no tenía dinero ni pereza,


se lo daba gratis la naturaleza,
del árbol cogía la fruta,
del campo la seta.

El Mago Majareta
sólo tenía un bolígrafo
y una carpeta.

Escribía en la carpeta
sus versos de poeta.

Era millonario
sin una peseta,
porque los niños
eran sus amigos,
se reunían con él
a merendar pan con higos.

El Mago Majareta
inventaba historias y cuartetas,
inventaba argumentos
y les contaba cuentos.

(Los mayores decían que el Mago Majareta


estaba «majareta» pero era sólo de apellido-).

Todos se alegran de haberle conocido.


TODOS LOS NIÑOS DE LA POBLACIÓN
PREFIEREN EL MAGO A LA TELEVISIÓN

El enano de a pie

Era un enano de a pie,


se casó con una enana
que pesaba lo que el.

Y tuvo siete enanitos.


Y a los siete dio carrera
y a los siete dio besitos.

A él le daban un papel
si trabajaba en el circo,
dijo que no y también dijo:

-Aunque soy algo bajito


soy muy alto en la cultura,
de mí no se ríe un niño
ni ninguna criatura.

Era un enano de a pie.

La manzana reineta
Era una manzana reineta.
Era la reina de las manzanas
de la huerta.
La manzana reineta,
se llamaba Enriqueta.

Como brillaba más que un diamante,


a la manzana reineta
la pintó un pintor poeta.

Roja, verde y amarilla era


-como la bandera de la primavera-.

Una adivinanza

Es un animal mamífero,
pero vuela, vuela, vuela,
tiene pechos,
duerme en los techos,
siempre duerme boca abajo
y la luz le pone malo.

Vive en árbole[s o en cuevas,


en castillos derruidos
o en casa viejas.
Es amigo de fantasmas
y de brujos y de dráculas.

Vuela, vuela, vuela,


no tiene plumas,
tiene pelo y alas,
y las cinco vocales
en su nombre y palabra:

Zascandilea de noche,
de día no se le ve.
¿Que es?
El murciélago

Quinientos kilos de corazón

La ballena azul
nació en el Mediterráneo...
Nadando, nadando
cruzó el ancho estrecho
y llegó una mañana
a la costa africana.
Se quedó en la costa africana
porque le dio la, gana.

La robaron del mar,


que era su dueño
y la pescaron los noruegos.

Sólo su corazón pesaba


media tonelada.
La ballena azul
estaba enamorada.

El gallo despertador

Kikirikí
estoy aquí,
decía el gallo
Colibrí.

El gallo Colibrí
era pelirrojo,
y era su traje
de hermosos plumaje.

-Kikirikí.

Levántate campesino,
que ya está el sol
de camino.

-Kikirikí.

Levántate labrador,
despierta con alegría,
que viene el día

-Kikirikí.
Niños del pueblo
despertad con el olé,
que os esperan en el «cole».
El pueblo no necesita reloj,
les vale el gallo despertador.

¿Qué cosas sabes de los animales? Fragmento


Una víbora pone huevos,
al cangrejo le está estrecho el traje.
La merluza come gambas,
el lobo cambia el pelaje,
la araña teje y reteje,
la hormiga guarda en la nave,
la trucha baila en el río,
el mirlo nada el aire,
el burro bebe en la fuente,
la tórtola en el pescante,
el estornino en el pozo,
el murciélago en la sangre,
en la acequia bebe el niño,
en la ciencia el estudiante,
en la laguna la oca
y la vaca en el estanque;
que todo el que vive bebe
y todo el que vuela vale;
- el pájaro carpintero,
el pavo de real plumaje,
la abubilla con su moño,
el pingüino con su traje -;

Abuelos
Padre de tus padres,
los tienes a pares.
Los niños que tienen abuelos
son más felices,
que los que comen perdices.
La abuela te cuenta cuentos,
el abuelo te da para el pipero.

Caramelo

Piedrecita azucarada de colorines,


de fresa, limón y menta.
O sea, rojo, amarillo y verde.
Si son de miel y eucalipto valen para la tos.
El caramelo es como la ternura,
siempre dulce.
(Hagamos de la vida un caramelo).

Ciencia a conciencia

El sapito feo
con el veneno de su sudor,
puede matar a un león.

Venenos que matan.


Venenos que curan.

La abeja no sólo hace miel,


hace bien,
con su veneno inocente
cura el reuma al paciente.

La serpiente brasileña jararaca,


con su veneno al cáncer mata.

Y la pequeña víbora cornuda cabreada,


puede matar a un elefante de una tonelada.

Sabios biólogos y demás gente de buen observar,


andan buscando el veneno de los bichos
para podernos curar.

¡Mejor tiempo se avecina!


En sus laboratorios los doctores benefactores
convierten el veneno en medicina.

Héroes de la nueva era,


así os nombro y lo digo
no por matar enemigos
sino por salvar amigos.
¡Héroes reconocidos!

Apaga la tele y enciende el libro

Soy Manolo, servidor,


ya sé leer,
soy mayor,
tengo seis años y medio
una bici y un robot.

Sólo me dejan ver la tele


cuando ellos están ocupados,
veo dibujos adecuados
pero prefiero los anuncios animados.

Estábamos todos en el salón


viendo la televisión,
cuando en un rincón de la habitación
había un libro abierto,
que movía sus hojas
aunque no hacía viento.
el libro me llamaba con sus brazos abiertos,
con las páginas abiertas de un cuento.

Y en ese momento
apagué la «tele»,
encendí el libro
y tan contento.

Genialidades de Gloria sobre los animales


El burro no es burro,
es obediente, trabajador, cariñoso.

Amarillo y nuevo,
cuando me acurruco
parezco la yema de un huevo.
(El pollito)

Burritos con traje de rayas


blancas y negras,
o blancas y marrones.
(Las cebras)

La gallina sin pollitos

La gallina llora en el gallinero,


con un quiquiriquí muy lastimero.

- ¿Qué te pasa gallinita?


- dijo su gallo.

- Que todas mis amigas


tienen pollitos
y yo ninguno.

- Si no puedes poner huevos


ya adoptaremos uno.
No estés triste, mi gallina,
vamos a adoptar un huevo
en la granja de la esquina.

El camello y el tanque

El camello se asustó
con el ruido nunca oído,
el silencio del desierto
se convirtió en estampido.

Una manada de tanques


rugían en el camino.
El tanque como un dragón
lanzaba fuego escondido,
el silencio de la arena
se estremece ante el rugido.

El camello mareado,
el tanque muy mal herido.
El tanque, animal sin alma
desde lejos mata niños.

El camello sin su camellero


y el tanque sin sus soldados,
en la mitad del desierto
se quedaron muy callados.

Siete meses hubo lucha,


siete meses hubo llanto.

Madres y niños alegres,


lanzad el grito esperado.
¡Viva la Paz para siempre,
hoy la guerra ha terminado!

El perro culto

Un perro vagabundo
iba por el mundo,
diciendo ¡guau!, ¡guau!

Y otro vagabundo
iba por el prado,
delgaducho y embarrado,
diciendo ¡guau! ¡guau!

Apareció un perro elegante,


con collar brillante,
y abrigo de ante,
diciendo ¡miau! ¡miau!

¿Qué dices? -le dijeron


los perros sin amo.
No te entendemos, hermano.
-Digo ¡miau! ¡miau!
porque sé idiomas.

La osa Osada y el oso Donoso


OSA
¡Qué alegría, Donoso!
¡Tú por estos parajes pavorosos!
Tte invito a mi guarida
OSO
(Esta osa es coqueta y presumida).
Te veo muy osada,
pareces una osita enamorada,
osa hermosa... dime una cosa.
OSA
Nada, nada, pasa a mi casa.
NARRADOR
(Ya dentro del agujero,
la osa puso al oso una «tapita» de jilguero).
OSA
Pica, pica, si tienes apetito,
mientras, voy a peinarme un momento.
NARRADOR
(La osa no volvía
y el plantón ya Donoso presentía).
OSO
¡Ay, qué tía!
Hace un calor horroroso,
me parece, me parece
que estoy haciendo el oso.
NARRADOR
(Cuando salió la osa peluda,
llena de ricitos,
Donoso ya, aburrido,
se había quedado dormido).
OSA
¡Despierta! Donoso, hermoso
que vienen esos señores,
que se llaman cazadores,
y ponte ojo avizor...
OSO
¿Ojo avizor? ¿Y qué es eso?
OSA
Que no nos la den con queso.
Ojo avizor es en guardia, en defensa...
Escóndete en el fondo de la cueva,
y ponte a cantar «que llueva»...
OSO
¿Tú crees? Yo te veo muy osada.
OSA
Es que estoy enamorada.
DONOSO y LA OSA
(Cantando.)

«¡Que llueva que llueva


la Virgen de la cueva»,
cuando el osito canta,
el cazador se espanta...
NARRADOR
Y así fue.
Al oír cantar a los osos,
huyeron los cazadores temblorosos.

Kaperucito con K

Kaperucito era un chinito


muy bajito.

Su color era amarillo,


su coleta hasta el tobillo.

Llevaba gafa en un ojo


y siempre un gorrito rojo.

Y por el rojo gorrito


le llaman Kaperucito.

Pequeño como un limón,


dormía como un lirón.

Tenía un gato más alto que él


y los domingos le ponía un cascabel.

Con Kim, su amigo el poeta,


jugaban con la cometa.

Kaperucito
era muy inteligente, pero algo desobediente,
- No toques el tocador -
dijo su abuelo tenor.

Kaperucito y el gato
van a pasar un mal rato.
Creyendo que era colonia...
Cogió un frasco de su abuelo...
Y sobre el pelo, se le cayó el crecepelo.

Ver al gato daba pena,


se pisaba la melena.

Empezó a crecer la felpa


de la alfombra del salón.

En un minuto en bosque
la alfombra se convirtió.

Creció, con el crecepelo


de su chulísimo abuelo.

- ¡Kaperucito! ¿Dónde estás?

Su madre no le encontraba
(soponcio chino le daba).
- ¡Kaperucito! ¿Dónde estás?

- Mami, no sé dónde estoy...


Pero no me pises la coleta, ¡por favor!

El paraguas negro

(Cuento algo triste, pero gracioso)

El paraguas negro era viudo.


Se le murió su sombrilla
antes de tener paragüitos.

El paraguas negro iba de luto,


él malvivía,
-solo con su tía-,
no salía de casa
ni cuando llovía.

¡Qué mala sombra!, desde que murió


su sombrilla
el paraguas de luto
enfermó de la varilla.
Desde que murió su sombrilla,
el pobre paraguas vivía encerrado
y cerrado
sobre una silla.

El pajarito

Esto era...
un pajarito
rubio, como tú.
Su jaula tenía
un lacito azul,
dos puertas,
tres palos,
agua y alimento
-un terrón de azúcar-,
y un columpio lento.
Pero el pajarito
no estaba contento.
¡El quería árboles!,
¡él quería cuentos!,
¡él quería ramas!...
Volar bajo lluvia,
ver a los fantasmas,
ir a las estrellas,
cantar a las ranas
y buscar amigos,
y un nido tener.

Dobló sus patitas,


rezó arrodillado
pidió al cielo suerte.

Vino el huracán,
sopló viento fuerte
y le abrió la jaula
en un periquete.

El mover sus alas


no se le o lvidó.
Y aquel pajarito
feliz escapó.

La palmera Palmira

La palmera Palmira,
desde las puntas de sus ramas,
ve y no mira.

Palmira, la palmera,
nació cerca del mar,
en la ribera.

Palmira, la palmera,
se pasa haciendo el bien
la vida entera.

Cuando hace viento,


Palmira; la palmera,
baila de contento.

La palmera ama
y acaricia a los niños
con su rama.

Cuando hace sol,


la palmera da sombra
a su alrededor.

Cuando da sombra
a los niños hermosos,
también les regala
dátiles sabrosos.

A la palmera Palmira,
que todo lo da,
todos los pintores
la quieren pintar.

Cómo se dibuja una señora

La cara de Doña Sara.


Se dibuja un redondel,
- con lapicero o pincel-;
mucho pelo, mucho moño,
ojos, cejas, y un retoño;
nariz chata,
de alpargata,
las orejas,
como almejas,
los pendientes,
- relucientes-,
las pestañas,
como arañas,
boca de pitiminí,
es así,
la cara de doña Sara.

El cuerpo, otro redondel,


tan grande como un tonel,
y en él se dibuja ahora,
la falda de una señora,
falda, blusa, delantal,
pierna flaca, otra normal,
los zapatos de tacón,
con hebilla y con pompón.

¡Qué señora tan señora,


doña Sara, servidora!

Gatos constipados

Somos dos gatos,


Rosquito y Ros,
estamos malitos,
tenemos tos.
Tose Rosquito
y toso yo.
Y por la noche,
cuando dan las dos,
nos da la tos a los dos,
-a las dos-.
Sale la dueña
con un escobón,
nos echa a la calle
sin preocupación.

Sin leche caliente,


doy diente con diente,
sin lumbre ni manta,
el frío me espanta.
Nos tiembla el bigote,
nieve en el cogote.

-¡No lo entiendo!
-dijo Rosquito apenado-.
Hasta que se nos pase
el resfriado,
tenemos que dormir
en el tejado.
Tirita Rosquito.
Tirita Ros;
de ver a los gatos,
tirito yo.

La pájara pinta
La pájara Pinta
y el pájaro Pintón
tenían su nido
debajo del balcón.

Se peinaba la pájara pinta


mirándose en el pilón,
con el pico se hacía la raya,
bajo el ala llevaba una flor.

Se peinaba la pájara pinta


y una pluma se le cayó:
con la flor parecía más guapa,
con la pluma escribió la canción.
- Pájara Pinta me llaman.
Pinta pájara soy yo,
pájaros pintos tendré,
huevecitos de color.

Al nacer los pájaros pintos


un arco iris voló.
Pinta pájara cantaba
entre la lluvia y el sol.
- «Pinto, pinto, gorgorito».
¿Dónde están mis pajaritos?

- En el lugar donde vive la oveja.


- Cierre el pico, señora Corneja.
Cierre el pico que viene el cazador
y yo escondo a mis pájaros pintos
de la escopeta de ese señor.

Ben-Gala, el moro desmemoriado. Fragmento


- Soy Ben-Gala, el niño moro;
no me acuerdo por qué lloro.

Por ir corriendo deprisa,


pierde sombrero y camisa.

-Tengo mucha prisa


(pero yo no sé por qué,
no recuerdo,
lo que tenía que hacer).
Con tanta vuelta de noria,
también perdí la memoria.

El moro desmemoriado corre


y corre despistado.
Huía veloz, sin pausa,
y sin recordar la causa.
Hasta que un fuerte bramido,
le dejó despavorido.
- ¡Ya recuerdo por, qué corro!
(dijo Bengalita el moro).
¡Es que me persigue un toro!

Canción del marinero


Soy el marinero Buenapata,
que por los mares
voy dando la lata.
Yo soy el capitán,
el más temible,
pero a los truenos
les tengo un miedo horrible.

Por la Terranova
pesco bacalao,
que son unos peces
la mar de «salaos».

A los tiburones,
trato con cariño,
aunque soy muy viejo
soy igual que un niño.
Con mi catalejo
veo en la distancia
si aparece un barco
en la lontananza.

Durante la noche
me pongo a soñar,
enciendo mi pipa
y canto un cantar:

El mar es mi tierra,
el mar es mi espejo.
Toso, fumo y canto,
marinero viejo.

El mar es mi espejo,
me corto el bigote
cuando entre las olas
brilla un cachalote.

Viejo marinero,
el mar es mi cuna,
mi padre es el sol,
mi madre la luna.

Cuando yo era joven,


pescaba pescados.
Ahora que soy viejo
pesco resfriados.

La carcoma

Por las patas de la cama del testero


la carcoma carcomiendo,
la carcoma sin querer hace música al comer.

Rum, rum, rum.

Por los bordes del arcón


donde guardo el camisón,
la carcoma va y se asoma.
¡Qué carcoma más carcoma!

¡Qué comilona está hecha,


por los cuernos de la percha,
por las patas de la mesa,
cómo roe la princesa!

¡Qué pasillos la carcoma,


va tejiendo la tragona,
qué malísima persona,
voracísima carcoma!

Rum, rum, rum.

Hace días la muy pilla,


se ha metido en la capilla,
y se está comiendo a un santo.
¡Uy qué espanto!

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